¿Qué sigue después de la muerte?
Ante el rostro de Dios en lo eterno
El hecho de ser habitado por una nostalgia incomprensible,
sería, al fin y al cabo, el indicio de que hay un más allá.
(Eugene Ionesco)
¿Tuvieron nuestros seres amados que ya no están
en el país de la vida las mismas experiencias que
nos relatan quienes pasaron por una experiencia
cercana a la muerte? No lo sabemos; ni
podremos saberlo nunca. Lo que sí es seguro es
que ya están en la vida eterna, o como proclama
nuestro Credo, en la vida del mundo futuro.
Pero… ¿Qué es eso de La vida del mundo
futuro? Tampoco lo sabemos. Nadie ha
vuelto de su muerte definitiva para
contarlo. Lo que sabemos sólo alcanza
hasta las experiencias iniciales del morir, y
todo lo que he descrito antes han sido una
insinuación de la Vida después de la vida.
Dije mal al escribir que no sabemos lo que
nos espera después de la muerte. Sí lo
sabemos, y muy bien que lo sabemos. No
nos lo dijo ningún ser humano. Bueno, sí,
lo dijo un ser humano, pero ese ser
humano era Jesucristo, Dios encarnado. Y
lo que él dijo fue: Yo soy la resurrección y
la vida. Aquel que cree en mí, aunque esté
muerto, vivirá para siempre. (Jn 11, 25)
Por eso digo que sí sabemos lo que nos espera en la hora de nuestra muerte: nos espera la
resurrección. Lo proclamamos en el Credo del Concilio de Nicea: Espero la resurrección de los
muertos y la vida del mundo futuro. Amén, y en el Credo de los Apóstoles: Creo (…) en la
resurrección de la carne y la vida eterna. Amén. (60)
Con todo eso sabemos con certeza, a través de las ECM, pero más que todo, a través de la
Palabra de Dios, que la Vida después de esta vida es una rotunda realidad. Y que en ella no
está esperando Dios para hacernos vivir en lo eterno.
Palabras mínimas para realidades máximas
Y… ¿Cómo es lo eterno? ¿Qué significa
eso de vivir eternidad? ¿Cómo es eso de Estar
con Dios? ¿Qué son el cielo y la luz perpetua?
Empiezo por aclarar que todo lo que se describa acerca
de la “Vida eterna” serán puras analogías. A ningún
viviente nos alcanza la inteligencia para intentar siquiera
definir lo sobrenatural. ¡Es tan inalcanzable a nuestra
limitada mente!
Ya lo dije: hay un solo ser humano que lo sabe porque
proviene del seno de Dios. Ese hombre es su Hijo,
Jesucristo. Pero también Jesucristo nos ha hablado de
Dios y del cielo con comparaciones.
San Juan de la Cruz nos da el siguiente ejemplo convincente de lo lejano que resulta toda
comparación tratando de describir a Dios y la vida eterna:
Es como tratar de explicarle a un ciego de nacimiento
cómo es el color rosa, - comenta-. Le diríamos que es algo
como el color rojo, sólo que más tenue. Pero el ciego de
nacimiento nunca ha visto el color rojo ni ningún color.
Recurriríamos entonces a una comparación que él
entienda, diciéndole el color rosa es algo suave, como
cuando te tocas la mejilla. ¿Has entendido? El ciego se
tocará su mejilla y nos dirá que sí, que ha entendido, pero
tendremos que terminar afirmándole: pues amigo, el
color rosa es absolutamente otra cosa que lo que has
entendido.
Así también, la Vida eterna, son absolutamente
otra cosa de la noción que decimos entender.
Porque pertenece a la mente de Dios.
Vida con Dios: nuestra verdad gloriosa
Por más que la gente habla mucho
del más allá, debiéramos ir
cambiando ya tal término por la
verdadera expresión cristiana: Vida
ante Dios.
El “más allá” implica un lugar fuera
de este mundo, un destino con matiz
esotérico, algo abstracto. La vida
ante Dios, en cambio, implica la
presencia concreta ante alguien:
ante el Señor de la vida, de la
historia, del cosmos y de la
eternidad.
Un hermoso texto del P. Ignacio Larrañaga habla magistralmente sobre esto.
La eternidad –dice-, es un sumergirse en las aguas profundas de Dios. Allí, el misterio
de la unión o adhesión a Dios se consuma de ser entero a Ser entero. El alma se siente
en Dios, con Dios. Yo dentro de él, y él dentro de mí.
El alma está en él, sin saber ni querer saber nada. Sólo mirar y saberse mirado. Es una
vivencia total, profunda, infinita. Es la contemplación ininterrumpida de la infinita
belleza de Dios. (61)
“Yo soy la resurrección y la vida”
“El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Jn 11, 25)
Proclamó Jesús: Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive por
la fe en mí no morirá, sino que vivirá para siempre. (Jn 11, 25)
¿Qué es eso de resucitar? Significa: “Volver a suscitarse”, “Volver a ser”. En nuestro lenguaje
religioso, “resucitar” es “volver a la vida después de muerto”. Nacer a la vida que ya no tiene
fin, a la vida eterna.
Vendrá la hora –dice Jesús-, cuando todos los que estén en el sepulcro oirán mi voz; y los que
hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida; más los que hicieron lo malo, a resurrección de
condenación (Jn 5, 29).
en la muerte Dios llama al hombre hacia sí. Por eso el cristiano puede experimentar la misma
emoción anhelante que expresó santa Teresa de Jesús:
Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero.
De la resignación al consuelo y al acogimiento
Tan alta vida espero… y la espero también para mis muertos, por quienes mi fe y mi esperanza sienten la
buenaventura de que ya están en esa vida ante Dios. Porque como reza el prefacio de difuntos, aunque
la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Pues para quienes
creemos en ti, Señor, la vida se transforma, no se acaba.
Para consumar nuestra paz ante la partida del ser amado, nos proclama el Apocalipsis: en la morada de
Dios, él enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni llanto, ni gritos ni fatigas, porque el
mundo viejo habrá pasado (Ap 21, 4).
Viviendo ya inmortales junto a Dios
Dichosos aquellos que, en el trance de la pérdida de un ser querido, tornan su tristeza primero
en paz y luego en alegría recordando que estamos destinados a una vida eterna ante Dios.
Son quienes, en los momentos de su dolor, tan natural, tan inevitable, invocan a Dios junto al
salmista que imploró: no me alejes lejos de tu rostro, Señor. Devuélveme la alegría de tu
salvación (Sal 50, 11-12)
Nunca en el existir de los seres humanos la muerte ha tenido la última palabra. La última
palabra sobre el destino del hombre la ha tenido siempre Dios. Porque él es el Señor de la vida y
de la historia ayer, hoy y siempre.
Y mí última palabra la pongo en este libro escribiendo con letras de fe, de esperanza y de amor,
la súplica infinita de nosotros los vivos, de nuestros muertos y de todos los vivos y muertos del
universo entero por los siglos de los siglos: ¡Ven, Señor Jesús! Amén.