Una revelación
del destino del
mundo
Capítulo I
El sol poniente doraba la nívea blancura de sus muros de mármol y se
reflejaba en la parte superior del Templo y su torre. ¿Qué miembro del
pueblo de Israel podía observar la escena sin sentir gozo y admiración?
Pero eran otros los pensamientos en la mente de Jesús. “Cuando se
acercaba a Jerusalén, Jesús vio la ciudad y lloró por ella” (S. Lucas
19:41).
• Jesús observaba la historia
de más de mil años en que
el favor especial y el
cuidado protector de Dios
se habían manifestado
hacia el pueblo elegido.
Jerusalén había sido
honrada por Dios más que
cualquier otro lugar de la
Tierra. El Señor “eligió a
Sión, y decidió establecer
allí su santuario” (Salmo
132:13).
• Durante tres años, el Señor de
luz y gloria había caminado entre
su pueblo “haciendo el bien y
sanando a todos los que estaban
oprimidos por el diablo”, poniendo
en libertad a los cautivos,
devolviendo la vista a los ciegos,
haciendo andar a los cojos y oír
a los sordos, limpiando a los
leprosos, resucitando a los
muertos y predicando el evangelio
a los pobres (ver Hechos 10:38; S.
Lucas 4:18; S. Mateo 11:5).
• El gran pecado de los judíos fue que rechazaron a Cristo;
el gran pecado del mundo sería rechazar la Ley de Dios,
el fundamento de su gobierno en el Cielo y en la Tierra.
Millones de personas esclavizadas por el pecado, en
peligro de sufrir la muerte eterna, rehusarían escuchar
las palabras de verdad el día que se las dijeran.
El magnífico Templo,
condenado
• Una vez más, observó el
Templo con su
deslumbrante esplendor,
una joya de hermosura.
Salomón, el más sabio de
los reyes de Israel, había
completado el primer
Templo, el edificio más
magnífico que el mundo
haya visto. Después de su
destrucción por parte de
Nabucodonosor, fue
reedificado alrededor de
quinientos años antes del
nacimiento de Cristo.
• Pero el segundo Templo no había
igualado al primero en esplendor.
No hubo una nube de gloria, no
descendió fuego del Cielo sobre su
altar. El Arca, el Propiciatorio y las
Tablas del Testimonio no se
encontraban allí. No se escuchaba
una voz procedente del Cielo que le
manifestara al sacerdote la
voluntad de Dios. El segundo
Templo no fue honrado por la nube
de la gloria de Dios, pero sí con la
presencia viva de aquel que era
Dios mismo manifestado en
carne. El “ Deseado de todas las
gentes” había venido a su Templo
cuando el Hombre de Nazaret
enseñaba y sanaba en los atrios
sagrados. Pero Israel había
rechazado el Don ofrecido por el
Cielo
• Los juicios de Dios caerían sobre
Israel por haber rechazado y
crucificado al Mesías. “Así que
cuando vean en el lugar santo
‘el horrible sacrilegio’, del que
habló el profeta Daniel (el que
lee, que lo entienda), los que
estén en Judea huyan a las
montañas” (S. Mateo 24:15, 16;
ver también S. Lucas 21:20, 21).
Cuando los estandartes
idolátricos de los romanos se
establecieran en los terrenos
sagrados fuera de los muros de
la ciudad, los seguidores de
Cristo debían huir para salvarse.
Los que escaparan debían
hacerlo sin demora. Debido a los
pecados de Jerusalén, la ira
caería sobre la ciudad.
La
paciencia
de Dios
• Durante casi cuarenta años, el Señor retrasó sus
juicios. Había todavía muchos judíos que ignoraban el
carácter y la obra de Cristo. Y los hijos no habían
disfrutado del conocimiento que sus padres habían
despreciado. Mediante la predicación de los apóstoles,
Dios hizo que la luz brillara sobre ellos. Veían cómo la
profecía se había cumplido no solamente con el
nacimiento y la vida de Cristo, sino también con su
muerte y su resurrección. Los hijos no fueron
condenados por los pecados de sus padres; pero
cuando ellos rechazaron el conocimiento adicional que
les fue concedido, se hicieron partícipes de los
pecados de sus mayores y colmaron la medida de su
iniquidad.
• Los judíos, en su obstinada rebeldía, rechazaron el último
ofrecimiento de misericordia. Entonces, Dios retiró su
protección de ellos. La nación fue abandonada al control del
líder que había escogido. Satanás despertó las pasiones
más feroces y degradadas del alma. Las personas eran
irrazonables, y estaban dominadas por el impulso y
el odio ciego, y actuaban con crueldad satánica.
Amigos y parientes se traicionaban unos a otros. Los padres
mataban a los hijos; y los hijos, a los padres. Los
gobernantes no tenían poder para gobernarse a sí mismos.
Las pasiones desordenadas los convertían en tiranos. Los
judíos habían aceptado un falso testimonio para condenar al
inocente Hijo de Dios. Ahora, falsas acusaciones hacían
insegura su vida. El temor de Dios ya no les preocupaba.
Satanás estaba a la cabeza de la nación.
Presagios
de una
calamidad
• Todas las predicciones dadas por Cristo acerca de la
destrucción de Jerusalén se cumplieron al pie de la
letra. Aparecieron señales y milagros. Durante siete
años, un hombre estuvo recorriendo las calles de
Jerusalén, declarando las desgracias que vendrían. Este
extraño personaje fue apresado y azotado, pero ante el
insulto y los maltratos, solamente contestaba: “¡Ay, ay
de Jerusalén!” Finalmente, fue asesinado durante el sitio
de la ciudad que él predijo. Ni un solo cristiano
pereció en la destrucción de Jerusalén. Después de
que los romanos habían rodeado la ciudad bajo el
mando de Cestio, inesperadamente
• abandonaron el sitio cuando todo parecía favorable
para el ataque. El general romano retiró sus fuerzas sin
la menor razón aparente. La señal prometida había sido
dada a los cristianos que la esperaban (S. Lucas 21:20,
21).
• Terribles fueron las calamidades que cayeron sobre Jerusalén
cuando Tito reanudó el sitio. La ciudad fue rodeada en ocasión
de la Pascua, cuando millones de judíos se reunían dentro de
sus muros. Anteriormente, muchos depósitos de provisiones
habían sido destruidos debido a las luchas de las facciones
contendientes. Ahora empezaron a experimentarse todos los
horrores del hambre. Los hombres roían el cuero de sus
cinturones y sus sandalias, y las cubiertas de sus escudos.
Gran cantidad salía de noche para juntar plantas silvestres
que crecían fuera de los muros de la ciudad, aunque muchos
eran capturados y muertos en medio de crueles torturas. A
menudo, a los que regresaban salvos se les robaba todo lo
que habían recogido. Los esposos despojaban a sus esposas;
y las esposas, a sus maridos. Los hijos arrebataban el
alimento de las bocas de sus padres ancianos.
• Después de la destrucción del Templo, la ciudad entera
cayó en poder de los romanos. Los dirigentes judíos
abandonaron sus torres impenetrables. Tito declaró
que Dios los había entregado en sus manos, pues
ninguna maquinaria, por poderosa que fuera,
podría haber prevalecido contra esas estupendas
fortalezas. Tanto la ciudad como el Templo fueron
arrasados hasta sus fundamentos, y el terreno en el que
estaba edificada la Casa Santa fue “arada como un
campo” (ver Jeremías 26:18). Más de un millón de
personas perecieron; los que sobrevivieron fueron
conducidos como cautivos, vendidos como esclavos,
arrastrados a Roma, arrojados a las bestias salvajes en
los anfiteatros o dispersados como errantes peregrinos
por la Tierra.
• Oscuros son los registros de la miseria humana
que el mundo ha presenciado. Terribles han sido
los resultados de rechazar la autoridad del Cielo.
Pero una escena aún más tenebrosa es lo
que se presenta en las revelaciones del
futuro. Cuando el Espíritu refrenador de Dios se
haya retirado totalmente, para no contener más
el estallido de la pasión humana y de la ira
satánica, el mundo contemplará, como nunca
antes, los resultados del gobierno de Satanás.
El mundo no está más dispuesto a
creer el mensaje para este tiempo
de lo que estaban los judíos para
recibir la advertencia del Salvador
con relación a Jerusalén. Sin
importar cuándo venga, el día de
Dios sobrevendrá en forma
inadvertida para los impíos.
Cuando la vida continúe su curso
invariable; cuando los hombres
estén embelesados en el placer,
en los negocios, en la persecución
del dinero; cuando los dirigentes
religiosos estén admirando el
progreso del mundo, y el pueblo
esté adormecido en una falsa
seguridad; entonces, así como el
ladrón a medianoche entra en una
casa sin custodia, vendrá la