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ÍNDICE
Editorial
Diálogos
Oscar del Barco: “El poema no dice, surge en una exclamación sin sentido...”.•	
Por Horacio González
Noé Jitrik: “La literatura dialoga secretamente, envía señas de nuestra experiencia•	
colectiva”. Por Sebastián Scolnik
Conflictos y armonías
Descodificación del Código Penal en Argentina.•	 Por Eugenio Raúl Zaffaroni
Federalismo en el Bicentenario.•	 Por Natalio R. Botana
Modelo regional y popular de desarrollo.•	 Por Enrique Martínez
Notas sobre el jacobinismo argentino.•	 Por Eduardo Rinesi
La acción como anhelo y el futuro como imposibilidad.•	 Por Alejandro Kaufman
Imágenes y memoria
Celebrar el segundo Centenario.•	 Por León Rozitchner
¿El porvenir sólo será un espectáculo de la memoria?•	 Por Héctor Schmucler
Treblinka de los argentinos. Imágenes de la nación: el cine y el Bicentenario.•	
Por David Oubiña
¿Cómo escribir la historia?•	 Por Horacio González
Artificios: lengua y ciudad
Poesía y peronismo: un episodio en la historia de la literatura argentina.•	 Por
Martín Prieto
La construcción de la identidad lingüística argentina.•	 Por Ángela Di Tullio
Ciudad moderna - metrópoli global.•	 Por Pablo Sztulwark
Rurbanismo y desurbanismo.•	 Por Juan Molina y Vedia
Discusiones
Fuegos de los Centenarios. ¿La verdad no se nos escapará?•	 Por Javier Trímboli
El Bicentenario y los usos de la historia.•	 Por Tomás de Tomatis
Negativos sin revelar. Misceláneas de los años del Centenario.•	 Por Guillermo Korn
Zonas francas. Risas y mediaciones.•	 Por María Pia López
Fragmentos
La Estrella del Sur: a través del porvenir•	 . Por Enrique Vera y González
La ciudad anarquista americana.•	 Por Pierre Quiroule
Buenos Aires en el 1950 bajo el Régimen Socialista.•	 Por Julio O. Dittrich
El diario de Gabriel Quiroga. Opiniones sobre la vida argentina•	 . Por Manuel Gálvez
Eurindia•	 . Por Ricardo Rojas
Papeles sueltos
Sobre•	 Historia de la Biblioteca Nacional de Horacio González. Por Eduardo Rinesi
Las prácticas bibliotecarias en tiempos de la Revolución. Sobre•	 Los orígenes de la
Biblioteca Pública de Buenos Aires de Alejandro Parada. Por Luis Pestarini
“Idea liberal económica sobre el fomento de la biblioteca de esta capital”.•	 Por
Juan Luis Aguirre y Tejeda
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Inauguración de la Biblioteca Nacional.•	 Por Paul Groussac
Papeles al día.•	
Investigaciones en la BN
Recursos de información sobre genealogía e historias locales en Argentina.•	 Por
Elsa Barber
Biblioteca Nacional: los procesos técnicos en el Centenario.•	 Por Elvira Arcella,
Mabel Bizzotto e Ignacio Zeballos
Aproximación al archivo de Dardo Cúneo y a los sentidos de una práctica social.•	
Por Vera de la Fuente
Algunos aspectos de la sociedad del Centenario a través del archivo personal de•	
Pastor Servando Obligado. Por Ana Guerra
La ciudad en la obra de Francisco Felipe Fernández.•	 Por Alicia Gloria Rubio
Los conductores de la Biblioteca Pública de Buenos Aires. Sus apodos y•	
seudónimos. Por René Garmón, Ana Guerra, Germán Álvarez, Daniel López,
Juan Pablo Canala y Mario Tesler
1910, un año monumental. Festejos estatuarios.•	 Por Rosana Sagré
Álbum
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Editorial
El porvenir de las bibliotecas nacionales
El mundo es un mundo de prácticas. Hay prácticas culturales, prácticas ideológicas, prácticas
teóricas. ¿Cuánto van a cambiar las prácticas de lectura y de tratamiento de los libros a partir de nuevas
realidades tecnológicas? Mencionamos un objeto sobre el que se ha declarado un interés reciente: el
libro electrónico. Lo seguimos llamando “libro”. La civilización y el lenguaje son prudentes. No atri-
buyen nuevos nombres livianamente. La milenaria denominación de “libro” tiene resonancias reli-
giosas, antropológicas y científicas. En sus diferentes formas, se mantiene la expresión “libro”, sean las
famosas tabletas de arcilla de las que hoy todos hablan (interés por los arcaísmos de Amazon: también
llama “tableta” al Kindle), sean los milenarios rollos y papiros, y sobre todo éstos, pues “libro” toma su
etimología precisamente del papiro, o en otros casos, de la inscripción de signos sobre pergaminos.
Está en cuestión si la humanidad asiste a una gran mutación en la que se preservará esa palabra
“libro”, pero para aplicarla a otro objeto y a otros procedimientos. El mundo procede por metonimias,
y hay que agregar: éstas se desplazan a veces circular o erráticamente del mundo natural al mundo
animal y de éste al mundo humano. El libro va del árbol a la vida, a todo ello se superpone, así como
podrá superponerse con su versión electrónica en una magna hipótesis de superposición de capas de
cultura histórica. En la génesis de todo nombre puede haber una práctica productiva primitiva que
luego se convierte en la denominación que construye genealogías familiares, nombres propios de todo
tipo. En cuanto a la palabra “libro”, la etimología puede conservar el significado de “corteza de árbol”
en un dispositivo electrónico operado a la distancia por servidores digitales.
No es posible hoy imaginar cómo cambiarán las prácticas de lectura con el libro electrónico. Las
noticias sobre las ventas de Amazon y los nuevos productos que surgirán, con nuevas y maravillosas
funciones, suponen la existencia masiva de almacenadores portátiles de textos que serán verdaderas
bibliotecas ambulantes. La capacidad de almacenamiento aumentará progresivamente, así como el
vínculo de servicios con la matriz proveedora, que acrecentará sus prestaciones, múltiples conectivi-
dades y disponibilidad de títulos, salteando las agencias intermediarias históricas, librerías, editoriales
y bibliotecas. Es cierto que son piadosos. Amazon propone distintas vinculaciones entre librerías
y bibliotecas, y se verá cuáles son. La trilogía Millenium vendió un millón de copias digitales en
Amazon; se trata de una obra cuya curiosidad también reside en una ardua disputa sobre el derecho
de autor debido a las restricciones de la ley de cohabitación sueca, lo que revela el cambio dramático
en las relaciones entre el mercado, la industria cultural y los andamiajes jurídicos existentes.
El debate respecto del libro y del periódico electrónico hace tiempo está instalado. Es muy cono-
cida la opinión de Umberto Eco respecto a que, al igual que la rueda, objeto irreductible e irrem-
plazable de la cultura material, el libro solo admitiría algunos aderezos y apliques adicionales. La
rueda admite el neumático, por ejemplo, sin modificar su estructura. Permanecería en su forma ya
concluida, con variaciones no esenciales en su práctica conocida. No sabemos si es un ejemplo apro-
piado para juzgar el futuro del libro. Un salto impresionante, superior al que se dio desde el papiro
al códice enrollado o del copista medieval hacia la imprenta Gutemberg, está sucediendo ahora. Un
salto que sólo es posible recibir con esperanza si se lo construye a partir de los legados de la conciencia
lúcida y la cultura crítica. Se trata de un salto que involucra un signo diferencial en las prácticas cultu-
rales, entre ellas la de la lectura como acto de organización colectiva y autoconstrucción personal.
Tomemos rápidamente algunas ideas de Roger Chartier, quien afirma que la lectura puede estudiarse
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LA BIBLIOTECA
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como un acontecimiento cuasi ontológico. Pasan así a formar parte del armazón de la época las
decisiones colectivas alrededor del libro y las publicaciones periódicas, así como la red de lectores, las
bibliotecas, la relación entre los artículos situados a partir de decisiones editoriales en la prensa y su
posterior reaparición en libros, la decisión de publicar libros con las correspondientes tensiones entre
la tecnología, el mercado y la cultura, etcétera.
Reflexionando sobre el porvenir digital del libro, Chartier dice:
“Al menos hasta hoy, en el mundo electrónico, es la misma pantalla iluminada de la compu-
tadora la que da a leer los textos, todos los textos, cualquiera sea su género o función. Se rompe así
la relación que en las culturas escritas anteriores ligaba estrechamente los objetos, géneros y usos.
Es ésta la relación que organiza las diferencias inmediatamente percibidas entre los diferentes
tipos de publicación impresas y las expectativas de sus lectores, guiados por el orden y desorden
del discurso, por la materialidad misma de los objetos que los portan. Es esta misma relación que
queda visible en la coherencia de las obras, imponiendo la percepción de la entidad textual, aun
al que no quiere leer más que algunas páginas. En el mundo de la textualidad digital, los discursos
no están más inscriptos en los objetos que permiten clasificarlos, jerarquizarlos y recogerlos en su
identidad propia. Es un mundo de fragmentos descontextualizados, yuxtapuestos, infinitamente
recompuestos, sin que sea necesaria o deseable la comprensión de la relación que los inscribe en la
obra de la cual fueron extraídos”.
No se trata de una crítica al libro digital, sino de lo que aún le falta para situarse al nivel de comple-
jidad de las grandes culturas heterogéneas de la lectura. Sí, en cambio, es una crítica a quienes presu-
ponen que la civilización es una alegre continuidad de “distintos soportes” y que en cada momento
aparece uno superior al otro, sustituyéndolo ante la complacencia y felicidad pública. No son así las
cosas, por lo menos si los pueblos y los horizontes de constitución de la vida pública pretenden algo
más que acoplarse a la “ciencia y técnica como ideología”. Lo adecuado es, y siempre fue, realizar
severos esfuerzos conceptuales para despojar a los avances tecnológicos de su ideología hegemonista
y culturalmente homogenizadora, para devolverles primero la condición de “instrumental” (que los
laboratorios y tribus universales que los impulsan presentan con aparente ingenuidad: “son simples
herramientas”) y reasignarles a partir de ella su verdadera cualidad emancipadora, al rescatarlos de
ese falso instrumentalismo para darles una verdadera condición creadora de nuevas fuentes de vida,
conocimiento y arte.
Se convierten así en objetos no instrumentales, no dominados por “ingenieros de sistemas” por
un lado, y por “gerentes de contenido”, por otro, sino por unidades experienciales donde cada uno
de estos hemisferios se funde con el otro. En la historia de estas fusiones entre soportes y contenidos,
formas y magnitudes, se halla la historia de la ciencia en su más cabal expresión intencional y práctica:
Leonardo da Vinci, Spinoza, Einstein y Borges, para quedarnos cortos.
Una expresión que ganó desde hace décadas el lenguaje vinculado a la revolución digital en la que
todos participamos –revolución, por tanto, minoritariamente activa y universalmente pasiva–, es la
“producción de contenidos”. Hay que llamar la atención sobre ella, así como otras descripciones de la
gran mutación técnica, pues la encierran en ideas rutinarias en lugar de expandir sus verdaderos efectos
liberadores. En verdad, “producir contenidos” –un “contenido Proust”, un “contenido Cortázar”, un
“contenido Jauretche”–, significa una hipótesis de gerenciamiento poco capaz de preguntarse sobre las
complejas relaciones entre la cultura, el pensamiento, el lenguaje y la técnica. Tan entrelazadas están
que no es posible reducirlas a la mera ecuación simplificadora “forma/contenido”, sobreentendiendo
que la segunda “llena” los “recipientes” que ofrece la primera.
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La gran revolución en las comunicaciones todavía no registró su fase más elevada, que es la de
construir un lenguaje civilizatorio que supere las metáforas prestadas con las que hoy habla y llegue a
producir otra lengua que se parezca a la del objeto libro que conocemos desde hace siglos: donde no
hay distinción entre forma y contenido, sino una ideología de las prácticas de liberación a través de las
lecturas. Tanto ha triunfado esta práctica, que todos los credos despóticos o las propuestas de quitar
de la acción humana sus síntomas de autonomía, también se expresan en el mundo de esos libros,
tan eminente es su vigencia en las culturas y conflictos contemporáneos. Lo es porque son delicadas
invenciones “definitivas”.
No porque nada venga a cambiarlas, todos participaremos inevitablemente de la cultura del libro
electrónico, pero es menester dejar en ella las evidencias del gran legado, gracias al que todos los frutos
de la creación humana convivirán dramáticamente ante una humanidad en condiciones de emanci-
parse –como siempre lo estuvo, como siempre se lo dijo, como siempre se lo comprueba a diario, en
los fracasos y logros de esa percepción–, retomando las tecnologías para emanciparlas a ellas mismas
de su corazón productivo y libertario, anulándoles, entonces, sus capas funcionariales que son las que
primero aparecen, usándolas demasiadas veces de cabestro para nuevas jactancias de dominación.
Las bibliotecas históricas, con sus prácticas sociales, no desaparecerán pero contendrán funciones
nuevas, en diálogo con esas “bibliotecas ambulantes” que serán en poco tiempo más los libros y las
bibliotecas digitales. Y las bibliotecas nacionales –como ésta, que en el mismo momento en que el
lector está leyendo estas líneas cumple 200 años, de Mariano Moreno a Leónidas Lamborghini–,
tendrán como tarea adicional pensar estas nuevas relaciones: hacer ingresar en su seno las primicias del
ingenio humano y ser usinas vivientes de los nuevos nexos de lenguaje que los lectores, que la sociedad
en general exigirá de los procesos automatizados de consulta, y de la consulta como acto existencial
fundado en la libertad autorreflexiva, aquella que procura toda existencia que desea ser autónoma.
Horacio González
Director de la Biblioteca Nacional
Una indestructible tradi-
ción cultural pone al diálogo
como la cumbre del método
filosófico y de la conjunción
entre espíritus dispuestos a la comprensión. Pero basta leer en los
folios antiguos que llevan precisamente ese nombre, los diálogos
de Platón, para percibir que no vienen acompañados de otra cosa
que de una suave violencia interna que presupone que cuando
termina un diálogo, las cosas no deben quedar como estaban en su
origen. La civilización, entendida como consciente deseo de llegar a
acuerdos, es un concepto promovido por la convicción de que ellos
son una mutua cesión de aspectos sobrantes que se dejan inactivos
en nombre de una concordancia espiritual. Pero las cosas no suelen
ser así. Hay civilización porque siempre estamos preguntándonos
por lo que sobra y no encaja en los diálogos. Es decir, los diálogos
son tales porque contienen su propia negatividad, su imposibilidad
de cierre. La vieja frase “hablando se entiende la gente” es una feliz
redundancia. La sospecha aciaga de que el mundo no se compone de
tales benevolencias, siempre nos obliga al consuelo de considerarnos
hablantes en diálogo sempiterno. No es que no lo seamos, pero no
podemos disfrazar la angustia de que no hay diálogo concluso, de
que no hay diálogo que domine realmente su materia secreta e
indócil: la dificultad misma de entenderse, la desconfianza de que
hablando no necesariamente se entiende la gente. En estas conver-
saciones que publicamos late este problema, que en su sentido más
amplio, lo expresa Nietszche en su crítica a Sócrates, quizás injusta,
Diálogos
pero reveladora de un problema. Todo hablante lo sabe: llamamos
al diálogo como consuelo y para ver la satisfacción oscura de lanzar
hilachas inexplicables al mundo. Leyendo las respuestas de Del Barco
y Jitrik, es posible comprobarlo y anunciar que esa comprobación ya
nos pone en el umbral de la filosofía.
En el primer caso, se trata de una conversación –si puede consi-
derarse como tal un intercambio de mails que intenta salvar las
distancias físicas– sostenida por el mutuo conocimiento de las
reflexiones de cada uno de los hablantes que se siguen las pistas
mutuamente durante décadas, y que recobran nuevos aires a
partir de los más recientes ejercicios de escritura. No es que se
piense siempre lo mismo, sino que todo el tiempo se vuelve sobre
aquello que constituye una preocupación fundamental, aunque
desde nuevas perspectivas que acompañan los viejos problemas.
Como si el arte del pensamiento procediera por recurrencias que
son, en sí mismas, innovaciones.
El segundo caso, si bien se trata de temas diferentes a los que ocupan
a Del Barco, comparte rasgos comunes: con el paso del tiempo esos
problemas también retornan renovados. Se sabe de la trayectoria
de Noé Jitrik como crítico literario. Sin embargo, cada vez que
retoma sus reflexiones es como si agregara a ellas nuevas imágenes
que trabajan desmontando las expectativas de sus interlocutores.
¿Por qué aquellos autores y sucesos a los que refiere vuelven tan
distintos? No encontraremos una respuesta fácil, y quizás esa duda
nos acompañe siempre, cada vez que acudamos al paciente tono
con el que narra sus preocupaciones.
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Entrevista
Oscar del Barco: “El poema no
dice, surge en una exclamación
sin sentido...”
Por Horacio González
Puede pensarse la amistad intelectual como una
ardua y sutil conversación en la que se ponen en
juego las propias trayectorias. Un encuentro en
el que los interlocutores se tantean, se descifran,
se intuyen tratando de poner en común los signi-
ficados que yacen latentes en la palabra dicha. Se
empeñan en comprender lo que se dice, cómo y por
qué se lo hace, sabiendoquequienhablaestambién
una biografía, un recorrido teórico y una expe-
riencia singular. El principio de reciprocidad no
sólo actúa bajo estas exigencias, sino que también
tiene como premisa interna del entendimiento la
certeza de que la propia vida de quién escucha o lee
es desafiada por aquello que ha sido dicho. De estos
intentos, con sus momentos de incomprensión y de
tenacidad, está tejida la utopía de todo diálogo.
Ofrecemos en esta nota un intercambio con Oscar
del Barco que no permite ser catalogado simple-
mente como una entrevista. El modo apresu-
rado en que se suscita, pretendiendo salvar las
distancias físicas con las posibilidades que ofrece
el correo electrónico, no puede soslayar los años
de reflexión compartida que obran como fondo
de una proximidad laboriosa. Temas filosóficos,
como la Culpa y la Expiación, la Responsabilidad,
la autoría individual y colectiva, se precipitan en la
pregunta por el misterio de la lengua poética que
alza su voz en la materia informe y sin sentido.
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Diálogos
Horacio González: Querido Oscar,
envuelto en la urgencia te escribo unas
preguntas que me gustaría hacerte, a
la manera de un reportaje –a ser excu-
sado este término–, como resultado
de haber concluido la lectura de tus
últimos libros de poemas, Espera la
piedra y Partituras. Un abrazo, H. G.
1. En Espera la piedra impresionan
las imágenes infernales, una perver-
sidad endemoniada que sería pavo-
rosa sino no se tratara, al parecer, de
una fundación del verbo a través de
la sangre. Quizás un sacrificio frente
al matadero de almas, al naufragio
de todas las criaturas, en pos de una
culpa suprema que permitiría crear el
mundo otra vez. ¿Admitirías que se
trata de una extrema asociación entre
sangre y escritura?
2. Tus libros filosóficos El abandono
de las palabras, La intemperie sin fin
y Exceso y donación, presuponen una
escritura poética, un acoso de preguntas
y una reflexión en acto sobre el propio
momento en que el filósofo reflexiona.
Se deja todo en estado de incierta dona-
ción: ya por existir el pensar, produce
un exceso que en esencia se torna un
impensable. En estas condiciones, el
yo es un abismo que se retira ante cada
pregunta que realiza. Es un sacrificio
que ocurre en el seno de esta paradoja
de la escritura, no por la sangre derra-
mada, como en el realismo escatológico
de De Maistre. Me viene este nombre
a la cabeza, porque tu obra llega a un
punto de escándalo sobre la sangre,
resuelto con un pensamiento sacrifi-
cial pero con una conclusión que ya
sabemos: el “no matarás”, que parece
brotar ahora del interior de tu poesía,
que pasa por la piedra, la nada, el ruego.
¿El poema “Espera la piedra” puede ser
una conclusión del “no matarás”, pero
declamada por un dios asesino?
3. Algunos dijeron que en tu escrito
sobre el “no matarás” subyacía una
idea de culpa comprendida en términos
de expiación, lo que parecería debilitar
la asunción de una responsabilidad. Lo
hecho, hecho está. La expiación indi-
caría que alguien que lo hizo quisiera
no haberlo hecho; o que alguien que
imaginó que estaba bien lo hecho,
quisiera compensar al mundo por
haber tenido ese pensamiento extra-
viado. Otra vez: exceso y donación.
Pero quisiera poner este tema ante tus
poemas publicados en el libro con el
nombre de Dijo. En él, parecería que
un poeta originario lucha para dar
comienzo a las cosas. Tiene rituales,
letanías, palabras de celebración,
alabanzas oscuras y un canto que se
da entre túmulos y alaridos. Hay un
misterio que está a punto de revelarse
y no encuentra cómo hacerlo a pesar
de tener todas las palabras a mano.
Quizás es la propia historia de Cristo
que ha sido mal contada y precisa una
nueva fonética, pero el que la busca
cree estar diciendo lo correcto, y por
primera vez. Pero el lector de Dijo
percibe el elegíaco distanciamiento
entre lo que ya sabe que se ha dicho
y este otro plano del decir en el que
parece que alguien hace el esfuerzo
de rememorarlo; o bien desea hablar
y no puede más que dejar un rastro
de fonemas y el aura de voces que
apenas se escuchan en sordina. ¿Qué
le faltaría? Me gustaría preguntarte,
en este punto, si Dijo serían también
los poemas de una expiación (en caso
de que este vocablo te resulte apro-
piado) ante una fórmula de creación
del mundo que precisaba de otras
heridas, no las que cuentan los libros
sagrados conocidos.
4. El poema “Dijo” comienza con una
exclamación apagada y una confusión
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Diálogos
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de persona. Alguien menciona a un
tercero en segunda persona singular
perolohaceantecederconelpronombre
de la tercera persona del singular. Es
un sollozo que más bien quisiera ser
un alborozo. Pero esa vacilación le
permite el balbuceo. ¿Se intenta captar
ese estado de balbuceo de la lengua?
El balbuceo es quizás el origen del
habla. Es el estadio en el que están a
prueba los sonidos, las corresponden-
cias, enlaces y apareamientos de letras,
procurando por objetos del mundo
con los que juntarse. En “Dijo” hay
objetos que también están a prueba:
piedras, animales, flores. Sin poder
diferenciarse pero sabiendo que una
diferenciación completa no satisfaría la
formación del lenguaje, que reclama el
equívoco entre él y el, equívoco entre
la persona y lo que la señala. Confu-
sión gramatical
que aparece como
el origen de lo
sagrado. Aunque
ese origen parece
representar tan
sólo una voz
que fracasa en
crear el mundo.
Ezra Pound
quizá sintió del
mismo modo el
llamado a una
catarsis general
del mundo,
pero propuso un
programaposible,
aunque luego también reprobado:
combatir el “cautiverio vegetal de la
sangre”. Ahora me gustaría pregun-
tarte si todas estas formas poéticas
exigen el empleo de un yo confesional,
que se convierte en toda la potencia
posible del yo. Es decir, se convierte
en un imposible yo, que aborda el
absurdo de desatar su pasado y querer
afirmarse por esta vía que disuelve
lo hecho. Otra vez la expiación. El
problema que se origina es de natu-
raleza mitológica. El yo se disuelve en
una confesión para poner su verdad
irreductible, y al mismo tiempo no
podría sino afirmarse como fuente
de verdad. La verdad se convierte
entonces en una simultánea afirma-
ción y negación del yo. Confiesa para
salir indemne gracias a arrasarse. ¿Tus
poemas conducían a la carta que escri-
biste en la sección “Carta de lectores”
de La intemperie, originando la polé-
mica, o ella puede permitir leer de otra
manera tus poemas? Sin querer llevarte
nuevamente al terreno del diferendo
ya atravesado, Jorge Jinkins deduce
que una posición confesional como
la que sostenés puede ser tan sincera
como inauténtica, pues pone el yo y
lo deshace, emplea argumentos para
decir que no argumenta. El problema
es crucial: de alguna manera debo ser
mi pasado pero no hay por qué dejarlo
bajo su sello de identidad ya transcu-
rrido. Apelo a los derechos del presente
para revisar lo actuado, admitiendo la
dificultad que tiene toda construcción
de sinceridad. Desde el punto de vista
de la escritura de textos, hay aquí una
interesante mitología del yo como
acceso a su auto anulación. ¿Admi-
tirías aquí la presencia de un acervo
nominalista de la literatura argentina,
que proviene de Borges y sobre todo
de Macedonio Fernández, cuyos textos
examinaste en tus obras anteriores?
5. Volviendo una vez más a tu “Carta
a La intemperie”, no para retomar la
discusión, sino para seguir indagando
qué discutíamos, ¿no te parece que ella
es un experimento retórico absoluto?
Dice sólo lo que ella es. Está vacía de
historia e invoca apenas lo que sería un
El problema es cuando uno
está convencido, como lo
estoy yo, de que es así, de que
no hay nadie que sea el autor o
el creador del poema, y menos
que nada un yo. Todo se dice
y se escribe solo, sin ningún
soporte trascendente a la cosa
misma, quiero decir al poema.
Sé que pensarlo y vivirlo así
es una locura, pero creo que
es mayor locura pensar que
“alguien” desde fuera del
habla y sin habla, habla, o
piensa o escribe.
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arquetipo platónico de la discusión,
la justicia y el sentido de cualquier
esfuerzo humano, cuanto más lo polí-
tico. No es habitual un documento así
entre nosotros, pues estamos inmersos
en “sociologías de la creencia” y “polí-
ticas de la memoria”. Me pregunto
si en Partituras –tu reciente libro de
poemas–, no sólo encontramos la
última vuelta de tuerca del “Dijo”
sino también una idea de cosmos
sangrante, a la manera de una Biblia
rota, asimismo despedazada en pala-
bras esparcidas en la página. ¿El río
tipográfico de Juan L. Ortiz parece
aquí haberse convertido en círculos
que dispersan el verbo, como si algo
hubiera estallado en el centro del
universo? Estas “partituras” parecen
ser textos esparcidos que conservan
un débil hilo de sentido, cuyo tema
sería el de la fundación del ser en una
jornada de horror. ¿Estamos acertados
al designar de este modo tus poemas?
¿No son, mirando a la distancia, una
reflexión extrema sobre la historia del
mundo, a la luz de una historia argen-
tina a la que tanto pudo sugerirle la
idea de pasado y presente? ¿Y ahora?
¿Se podría decir que esta misma idea
de “pasado y presente” pasó de tener
un alma gramsciana a tener una apela-
ción a descifrar el pasado como mito
visto por un presente en el que “se oyen
lamentos”? En todo caso, Partituras
parece llevar a un extremo la aventura
poética de Leónidas Lamborghini, en
el sentido de que algo se dijo en un
pasado primordial, y sólo se pueden
rescatar unos pocos mendrugos pavo-
rosos. ¿Es aceptable presentar así tu
larga tarea poético-filosófica?
Oscar del Barco: Querido Horacio:
vos sabés que en realidad no puedo
responder a tus preguntas, complejas
y hondas, porque las respuestas
están ya encriptadas en las propias
preguntas. Tus preguntas hilvanan tu
propia respuesta.
Pero no sólo me resulta imposible
responder a esas preguntas a causa de la
complejidad de las mismas sino, y ante
todo, porque nadie es el autor de los
poemas; es el propio lenguaje el que
toma la “iniciativa” de las palabras,
mientrasqueelautoreselprimerlector,
etc. Estas aseveraciones de Mallarmé
fueron y son, desde hace muchos años,
mi creencia más firme en relación con
el poema. Al decirlas parecen obvias,
pero el problema es cuando uno está
convencido, como lo estoy yo, de que
es así, de que no hay nadie que sea el
autor o el creador
del poema, y
menos que nada
un yo. Todo se
dice y se escribe
solo, sin ningún
soporte trascen-
dente a la cosa
misma, quiero
decir al poema.
Sé que pensarlo
y vivirlo así es
una locura, pero
creo que es mayor
locura pensar que
“alguien” desde
fuera del habla y
sin habla, habla, o
piensa o escribe.
Si, en conse-
cuencia, intentara una respuesta a
tus preguntas, estaría aceptando de
hecho el presupuesto implícito en ellas
respecto a la existencia de un sujeto o
un “yo” autor o creador del poema en
su original inmanencia subjetiva de
la que el poema sería una copia, y de
esta manera estaría aceptando que sé
Oscar del Barco
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Diálogos
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algo que el poema dice más allá de lo
que efectivamente dice, y así dejaría
de lado el hecho de que lo único que
el poema dice es el propio poema. Y
la verdad es que no sé nada del poema,
o no sé más de lo que sabés vos y de
lo que puede saber cualquiera que lo
lea (“no sé” significa que no tengo
ninguna explicación o clave última
del poema).
Una vez dicho esto, agrego que obvia-
mente vos o yo o cualquiera puede
decir, pensar, analizar, criticar, destruir
o alabar el poema. En mi “interpre-
tación” del poema de Juan L. Ortiz
“Ah, mis amigos, habláis de rimas...”
sostuve que mi interpretación era una
de las tantas posibles. En consecuencia,
y en una vía nietzscheana, pienso que
todo es interpretación, sin que haya
ninguna garantía de interpretación
fundada en un autor.
Teniendo en cuenta, para concluir
con estas observaciones, que “poeta”
se llama al lugar-de-manifestación
donde surge eso que llamamos poesía.
Ese lugar de manifestación de la poesía
(es) en este caso lo que llamamos “yo”,
un yo-habla y no un yo-que-habla,
como si el habla fuese un atributo de
algo distinto al habla, y que podría así,
fundándose en esa diferencia, hablar
del poema y de las circunstancias o
motivaciones subjetivas en las que se
produjo su manifestación. Manifes-
tación que se produce, por supuesto,
en lugares investidos empíricamente,
y que el poema/poeta “expresa” de la
misma manera que expresa lo trascen-
dental en el acto de su manifestación.
El trabajo del llamado “poeta” consiste
en producir y sostener su apertura (y
esto conlleva necesariamente el “sacri-
ficio” del yo, la destitución del yo por
el no-hombre) para que en eso abierto
acontezca el poema.
A partir de estas sucintas aclara-
ciones intentaré hablar de algunas de
tus preguntas.
La culpa, después de la “muerte de
Dios” y, en general, de la caída de los
conceptos centrales de la metafísica, es
inmanente; quiero decir que es nomi-
nativa: llamo “culpa” a lo que vos tal
vez nombrás con la palabra “sangre”
(la “especie humana” como carnicería
o sevicia hiperbólica); es al peso espi-
ritual de esa sangre a lo que podemos
llamar culpa. Claro, algunos dicen “yo
no soy culpable ni responsable de lo
que pasa en el mundo”, en cuyo caso, y
como consecuencia lógica, deberíamos
aceptar que en el mundo hay inocentes
por un lado y culpables por el otro, lo
que es absurdo, salvo que aceptemos
un ser trascendente que funde tanto el
bien como el mal. De alguna manera
(aunque a algunos esta indecisión les
desagrade) todos somos culpables (de
olvidos, de indiferencias, de maledi-
cencias, de envidias, de odios, etc.).
Pero para entender esta afirmación
de culpabilidad es preciso no aislar
los hechos. Por ejemplo, al hecho de
que un niño muera de hambre en
tal o cual lugar hay que subsumirlo
en lo que Robert Antelme llamó “la
especie humana”. En caso contrario
tanto la responsabilidad como la culpa
aparecen como algo inverosímil, e
incluso absurdo: ¿¡cómo voy a ser yo
responsable de lo que pasa en África o
–haciendo referencia al No matar que
vos recordás–, de la muerte del Pupi
en las sierras de Salta!? El problema es
que no hay hechos aislados: si somos-
con-otros, si no hay mónadas sino
comunidad o “especie”, no podemos
hacer del otro un otro aleatorio, un
otro separado absolutamente. En este
sentido, el deseo de inocencia exacer-
bado puede llevar a la constitución de
13
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un Dios como forma ideal destinada a
eximirnos de la culpa, como fue el caso
de Cristo asumiendo y redimiendo los
pecados del mundo.
En la idea de “culpa” están implicadas
las ideas de libertad y de responsabilidad;
una responsabilidad digamos ontoló-
gica, quiero decir que no depende de
que subjetivamente la aceptemos o no,
sino que es eso que vos llamás “sangre”
(hambre, frío, persecución, encierro,
¡muerte!) que clama en cada conciencia,
aunque no lo sepamos. De alguna
manera las guerras, los genocidios, las
persecuciones y torturas pesan, siguen
existiendo, y ese peso, esa carga, es lo
que llamamos “culpa”. En este sentido
sí veo una “extrema asociación” entre
sangre negada (y no, por supuesto,
en una acepción del tipo fascista) y
escritura. Pienso que la “estética” de
Espera la piedra y de Partituras (uso
la palabra estética en el sentido que le
daba Antonio Machado al decir que
toda poesía implica una estética) es
un levantar la palabra precisamente
contra la “sangre”... Pero no se trata
de hablar simple y directamente contra
la “sangre” sino de algo más, de un
más que es propio del orden poético...
Huidobro decía que la poesía no canta
a la lluvia sino que hace llover... En
este sentido me refiero a una poesía
–digamos– no-sangre, o que esencial-
mente desconstruye la sangre...
El yo, decís, es “un abismo”... Yo
agregaría que no es nada de cosa, de
sustancia, de ser. Pienso que la palabra
“abismo” no está mal si le sacamos el
“es”, vale decir que yo sería abismo,
abierto, infinito...
En esos poemas cuyo nombre es un
oxímoron (¿cómo podría esperar una
piedra? Y si no hay nadie, ¿quién o qué
esperaría a la piedra?) hay, a veces, un
exceso de claridad y a veces un exceso
de oscuridad, ¡que deben soportarse!;
podríamos decir también un exceso
de manifestación, de pura presencia, y
otro exceso de falta o de ocultamiento.
Todo contradictorio, porque si no
hay nadie, ¿de qué sería presencia la
presencia y ausencia la ausencia?
No entiendo lo de “dios asesino”;
más bien yo diría “proclamada por un
asesino”, como si la especie humana
se asumiera culpable de su ser-así y se
llorara ante ese ser-así, o se maldijera.
Del Dios como asesino yo suprimiría
la palabra Dios vaciándola de deter-
minaciones; pero, si Dios fuera, por
ejemplo, naturaleza, no podría ser sino
asesino, y basta
mirar el mundo
para compren-
derlo...
La responsabi-
lidad es incom-
prensible, pero
esto no quiere
decir que no sea;
sabemos que es,
pero no sabemos qué es. Se niega con
exaltación la responsabilidad porque
implica –recuerdo a Blanchot– un
“sumopadecimiento”.Elpadecimiento
de compartir el padecimiento, en una
suerte de comunidad-de-sufrimiento;
me identifico no sólo de palabras
sino de acto con el ejecutor, y eso me
convierte realmente en el ejecutor, y
eso es volverse loco.
Porotrapartepiensoquenohay“expia-
ción” posible de la culpa. No puede
haber perdón post facto; nadie puede
asumir la culpa y perdonar (cargar con
los pecados, redimir, perdonar, como
habría hecho Cristo). Solo la víctima
podría perdonar en el instante de la
victimización, pues en caso contrario
el tiempo haría que se perdonara a
otro: la víctima perdonaría a un otro
El perdón es imposible porque
el instante no pervive, de allí
que el perdón tenga siempre
algo de simulacro: el acto de
herir pasa y es el acto lo que
debe perdonarse. Así lo que
se perdona es un imposible:
habría que resucitar el acto...
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que el verdugo... El perdón es impo-
sible porque el instante no pervive, de
allí que el perdón tenga siempre algo
de simulacro: el acto de herir pasa y es
el acto lo que debe perdonarse. Así lo
que se perdona es un imposible: habría
que resucitar el acto...
Es cierto: uno (¿pero quién “uno”?)
quisiera “no haber hecho” el mal; pero
lo hizo y lo hace, y eso, ese mal, es
ilevantableeimperdonable.Podríamos
llamar “dios” a eso que idealmente
asume el mal y
lo redime perdo-
nándolo... Éste es
el tremendo mito
de Cristo, un
Dios que se hace
hombre para
rescatarnos del
pecado y abrir
la posibilidad
de una reconci-
liación eterna.
Y no sólo mito
de Cristo sino
también de las filosofías que recurren
a Dios como momento de reconcilia-
ción infinita, como una asunción en el
fondo absolutoria.
En realidad no hay un por qué ni un
para qué de los poemas, de ningún
poema en cuanto poema. Más que
como una expiación los consideraría
como un lamento; repito, no hay expia-
ción; el poema se eleva, o, si preferís, se
rebaja al nivel de la queja, es un simple
y mísero quejido, siempre mísero, ante
lo imposible de pagar, o de expiar...
El balbuceo no es un “intento” por
captar... nada, no tiene intencio-
nalidad. Como el poema no puede
decir nada, su balbuceo es lo máximo
o el extremo del habla –vos decís “el
origen”–. Y si fuera posible tematizar
un origen, lo que lógicamente me
parece imposible, tal vez la palabra
origen como vos la usás sería utilizable,
pero siempre de manera vacilante.
El poema “Espera la piedra” tiene
mucho de blasfemia. Pero una blas-
femia laica, vale decir sin un dios a
quien blasfemar. Una blasfemia sin
sentido, vacía, pero a la vez una suerte
de insulto desconsolado arrojado hacia
nada,uninsultoquenosembargacomo
un llanto vuelto sobre sí mismo. Sí,
una blasfemia que en última instancia,
y esto puede ser una desgracia, cae
sobre el propio poema...
No creo en un yo, alma, sujeto, o lo que
sea... Más bien pienso que el llamado
“yo” (al igual que Dios, Sujeto, Alma)
es (¡pero no puede ser!) ese hueco, o
vacío o nada, que nunca lograremos
captar o nombrar porque precisa-
mente (somos) eso, y para captarlo o
nombrarlo tendría que ser él mismo
otro (yo: otro), un algo que por ser
otro que yo, yo podría nombrar. Si a
esta negación la querés llamar “expia-
ción”, considerándola una supresión
hiperbólica del “yo”, o mejor aún, un
suicidio, tal vez la expresión sea válida.
Si aceptáramos que uno es culpable
(incluso de algo ignoto) es posible que
para la imposible expiación (¡pero este
es un tema inabarcable!) de dicha culpa
recurriéramos en última instancia al
suicidio (esta fue la formidable saga
mítica de Jesús-Cristo, un Dios que
se vacía de sí haciéndose hombre y
sacrificándose para redimirnos del mal
que está en el origen del hombre por
haberse separado de Dios al asumirse
en y por el pecado...). A mí me resulta
difícil entenderlo así, pero no niego
que es una posibilidad “lógica”, al
menos de una extraña lógica sofística.
Creo que Jinkis se equivoca a causa de
unracionalismoqueleimpideentender,
como diría Gorgias, que el Ser no es
En realidad no hay un por qué
ni un para qué de los poemas,
de ningún poema en cuanto
poema. Más que como una
expiación los consideraría
como un lamento; repito, no
hay expiación; el poema se
eleva, o, si preferís, se rebaja al
nivel de la queja, es un simple
y mísero quejido, siempre
mísero, ante lo imposible de
pagar, o de expiar...
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y que el no-ser es (¡algo tan simple!);
“afirmación y negación del yo”, ¡claro!,
porque se trata de espacios o, valga la
expresión, de lugares diferentes que ya
Kant analizó in extenso: no podemos
dejar de utilizar el “yo”, de decir “yo”,
y, sin embargo y al mismo tiempo, de
negar el yo (en realidad el enunciado se
enuncia solo, no hay un quién, ni un
quien, del habla, y por supuesto que
esto puede resultar un hueso duro de
roer, y ahí está la historia de la filosofía
para demostrarlo). Se trata de una
suerte de “cinta de Moebius”: hay que
emplear argumentos para decir que
no hay argumentos; reconozcamos,
Horacio, que se trata de pura óptica
(Derrida ya señalaba la paradoja de
que no hay más remedio que utilizar el
lenguaje de la metafísica para criticar
la metafísica). Sí, al respecto mi refe-
rencia, o mi inclinación más bien,
sería hacia el Macedonio que afirmaba
su no-almismo...
Tal vez sea posible “presentar así”
Partituras; pero considero tu palabra
“reflexión” en el sentido de figuración
(meta-fórica en cuanto llevar algo,
el razonamiento, la palabra, al límite
–¿límite de qué si no hay límite?–).
Y tal vez me inclinaría a ver el poema
como un fin, en el sentido de término,
de acabamiento: “el abandono de las
palabras” entendido en la completud
del doble genitivo, y lo que queda son
restos, de acordes, de ritmos, de pala-
bras... pero pregunto, me pregunto,
¿por qué después de ese final surge otra
cosa que de alguna manera continúa
lo mismo en otro poema, como si la
palabra renaciera de su fin, renaciera
de su muerte en una especularidad
lacerada, para hablar ya solamente de
la muerte, o, más aun, como muerte,
o, en tus palabras, de la “sangre”, como
sangre...? No se trata, es obvio, de la
“estética” sino de lo que puede implicar
al nivel del pensamiento un poema.
No hay estética, hay poemas, cuadros,
música, con sus particulares “estéticas”
(lo pongo entre comillas para señalar
la imposibilidad de una tal hipóstasis).
En otras palabras, cada uno hace lo que
quiere y lo que puede. Pero la “estética”
de estos poemas me parece que se
inscribe en esa “sangre” de la especie, o
después de la Shoa como diría Adorno,
y a pesar de Adorno, universalizando la
Shoa como acontecimiento de sacralidad
intocable, irreferible, y sin embargo
adentro nuestro, actual, vigente,
llevando el lenguaje a su fin...
Y a este fin sólo podemos señalarlo
como sacrificio. La literatura, o mejor
dicho el arte, como sacrificio secular,
sin ningún dios, Estado o Partido que
lo recoja en su economía (de trueque:
yo te ofrezco tal sacrificio y vos me das
tales dones, etc.). El sacrificio secular
es sin economía, es puro-sacrificio
(a distinguir del sacrificio puro; y
aquí estoy haciendo una referencia al
sesgo del problema del puro-amor en
Fenelon), un sacrificio del “yo” (sujeto,
alma o espíritu) que no puede justifi-
carse. Repito lo ya dicho: en el arte no
hay “yo”; luego el arte implica la extin-
ción (o la muerte) de ese fundamento
egológico que, a la vez, implica la
muerte o el fin de la onto-teo-logía
(ser-dios-razón). Hay un momento en
que el llamado “artista” (al igual que el
místico, el revolucionario o el erótico)
toca, en un punto-real, la muerte (¡la
“sangre”!), lo que Mallarmé, a quien
siempre se vuelve en este tema, llamó
“desaparición elocutoria del poeta”, y
“desaparición” es desaparición. ¿Cómo
no pensar en Hölderlin, en Artaud,
en Nietzsche, en Rotkho, en Staël, en
Pollock...? Si me preguntaras el por
qué, la causa, de este sacrificio, de estos
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Diálogos
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sacrificios, la verdad es que no podría
responderte, creo que son incomprensi-
bles. Incluso creo que el sólo intento de
comprensión lo perturba de tal manera,
al intentar sometimiento a la razón,
que lo vuelve extraño, incognoscible,
pues sólo conocemos nuestra pertur-
bación o la formalización en lengua de
algo informalizable...
El estupor de que no haya redención-
reconciliación(ni,porsupuesto,perdón),
y que seamos sólo “sangre”, muerte, nos
lleva al absurdo. Lo último de lo último
es que no hay: no hay más-allá-del-ser,
ni último hombre, ni Dios, ni “hay”,
ni “último dios”, ni Ereignis o coapro-
piación, ni infinito, ni sustancia, ni
esencia, ni salvación, ni acontecimiento,
¡sólo estas pocas letras que se arman
y desarman en 100 mil millones de
neuronas y millones de billones de
sinapsis en centenares de billones de
estrellas y de galaxias que flotan en el
vacío sin dónde, sin para, sin qué...!
Sólo letras sin nadie, nombres... huecos,
vacíos, fantasmas, virtualidades, nadas.
Sólo sueños sin nadie que los sueñe, pala-
bras sin nadie que las pronuncie. ¿Quién
ha dicho esto? “Somos” el sonido de un
puñado de letras que flotan inmóviles
en el infinito... ¿El infinito? “Palabras...
palabras...”.
El poema no dice, surge en una excla-
mación sin sentido.
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Diálogos
Juan L. Ortiz
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Entrevista
Noé Jitrik: “La literatura dialoga
secretamente, envía señas de
nuestra experiencia colectiva”(*)
Por Sebastián Scolnik
Quizáshayaalgoencomúnentreaquellasjornadas
primeras de los albores de Argentina y estas horas,
algo más inciertas: la dificultad de imaginar una
existencia colectiva. No habrá tal perspectiva sin
una literatura que la incite y la convoque. Y es
que ella ha aparecido siempre en los momentos de
peligro; sea bajo el esbozo de la crítica de su época
o bien como promesa redentora, las ficciones
cinceladas por las plumas de los escritores argen-
tinos concurrían a la cita con la historia.
Le hemos solicitado a Noé Jitrik la ardua tarea de
trazar un esbozo de lo que ha sido el movimiento
literario del país: sus pulsaciones precursoras,
sus vacilaciones y sus nombres más inspiradores.
Aceptando, casi con resignación pero con entu-
siasta ánimo perseverante, Jitrik desgrana en este
diálogo el despliegue zigzagueante de la litera-
tura en su relación, problemática, con el curso
de los acontecimientos políticos y sociales.
Los escritores de Mayo de 1810, la Generación del 37,
Lugones, Rojas, Sarmiento y el Martín Fierro,
Roberto Arlt, Martínez Estrada, Borges y Jauretche
son legados imprescindibles cuando nos interro-
gamos sobre las posibilidades de pensar qué es
Argentina en sus dilemas bicentenarios.
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Diálogos
La Biblioteca: ¿Cuál es el significado
de la literatura, cuál es su presente
y porvenir en esto que, con cierto
fervor místico, seguimos pensando
como existencia colectiva?
NoéJitrik:Siobservamosloscomienzos
de una literatura en Argentina, la idea
de existencia colectiva es un interro-
gante. ¿Qué era la colectividad en la
sociedad argentina hacia el final de la
colonia en 1810?
La presentación de la Revolución de
Mayo es, en realidad, la decisión de
un grupo de personas que se propone
configurar una existencia colectiva y
que encuentra dificultades tales como
la amenaza de la anarquía y la posi-
bilidad de enfrentamientos armados
que se extenderán luego durante
sesenta años. En rigor, la idea de exis-
tencia colectiva era virtual... Por un
lado, porque la realidad era más bien
dispersa, y por el otro, porque había
quienes intentaban darle una forma
concreta y específica a dicha virtua-
lidad. Este objetivo se planteó a partir
de un modelo que, para los revolu-
cionarios de 1810, podía reconocerse
positivamente en Francia, y de forma
negativa en España. Esto es lo que
podríamos entender como la inten-
ción que subyace a Mayo de 1810, y
el motor que llevó a un determinado
grupo a generar ese hecho histórico.
Pero no se trataba sólo de una voluntad
patriótica, sino también, forzados por
las circunstancias o no, de un grupo
de escritores. La mayoría de los prota-
gonistas de Mayo de 1810 escribieron
sus memorias. Hasta un sujeto tan
imprevisible, como fue el coronel
Saavedra, también lo hizo. En esas
memorias personales está lo que tiende
a consolidar o construir esa colecti-
vidad. Una de las que más se destacan
es la de Manuel Belgrano. Son tan
atractivas como dramáticas: es casi el
único que imprime un sesgo dramá-
tico en sus escritos, que da cuenta de
cualidades, tanto por su formación
como por sus ideas y dramas perso-
nales, y sobre todo, por el modo en
que encaró el proceso que parecía irse
todo el tiempo de las manos. Es más,
se fue de las manos rápidamente. En
diez años el país fue mostrando un
aspecto muy diferente de la idea de
1810. Es a partir de ese momento
que la noción de existencia colectiva
empieza a problematizarse, y se inician
los enfrentamientos radicales que se
van a prolongar durante décadas.
LB: ¿Cuál era el papel de la escritura
en ese momento, y cómo podrían
pensarse las diferencias respecto a
las formas más contemporáneas?
NJ: La escritura desempeñó en aquel
momento un papel fundamental,
porque ese mismo grupo que llevó
adelante la revolución era ilustrado y
tenía una cierta sensibilidad respecto a
la literatura, tal como se entendía sobre
todo en la herencia borbónica. Había
un costado, que no podríamos llamar
aún de literatura pero sí una manifes-
tación previa que después pudo ser
considerada o bien literaria, o bien
popular –muy embrionaria y restrin-
gida, de valor más bien testimonial–
sobre la voluntad de construir algo.
Se trataba de dos formas expresivas:
una que tenía relación con un sector
de la población poco cultivado, y otra
con un sector cultivado, heredero de la
cultura borbónica ilustrada.
La llamada “Canción patriótica”, de
López y Planes, que luego será consa-
grada como himno nacional, es un
claro testimonio de esa voluntad de
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Diálogos
20
construirunanación.Ideasobresaliente
para Mayo, de herencia rousseauniana,
ya que fue Rousseau el primero en
hablar de ese concepto, retomado por
López y Planes en el Himno. Hoy ese
texto puede sonar
a hueco pero,
sin embargo, se
sigue cantando,
porque por sus
versos transita la
voluntad de cons-
truir una nación,
un país, que
todavía no existía
pero que en la
canción y en la
literatura se daba
por existente.
Ese dar por
sentado un país
que todavía no
existía, pero que se manifestaba por
escrito, indica el papel que desempeñó
la literatura en el siglo XIX. Toda
ella está recorrida por esa vibración
interna: conferir existencia a algo que
aún no la tiene del todo. Y en eso,
un concepto, el de representación,
desempeña un papel fundamental.
Es inequívoca la gradual tendencia a
tratar de representar lo que todavía no
puede ser del todo representado.
En eso piensa un escritor como
Esteban Echeverría. Toda su obra está
atravesada por la intención, el esfuerzo
y las ganas de asir una realidad, que se
siente como inarmónica e inorgánica.
Las escrituras que se producen en esta
perspectiva son embrionarias pero
tienen su lugar. En la época riva-
daviana, 1823-24, los registros de
aduana muestran los objetos cultu-
rales que arribaban en ese momento,
traídos por ese gobierno ilustrado. Era
impresionante. Uno de ellos fue un
libro publicado en España, llamado La
Lira Argentina, que recupera la obra
de 25 ó 30 poetas argentinos. Salvo
uno de ellos, todos están en la misma
línea poética de López y Planes. Ese
que se destaca, pero que es igualmente
admitido, es Bartolomé Hidalgo, que
comienza lo que luego será el lenguaje
gauchesco y después va hibridándose.
Dichos textos forman parte de la
poética general, pero el hecho de que
alguien recopilara a todos estos poetas,
los hiciera publicar, y que luego el
volumen hubiera llegado y trascen-
dido en esa remota Argentina es sin
duda muy significativo.
Por otro lado, en ese momento
empiezan a surgir publicaciones
locales. Por ejemplo, un periódico
llamado La abeja argentina –nombre
bastante revelador– que se ocupa
de diferentes campos de la realidad,
incluidos diversos discursos y nacientes
preocupaciones. Publica artículos sobre
ingeniería, sobre poesía, teatro, agri-
cultura, navegación, industria. Es un
intento de construir un país por medio
de las palabras. Pero la historia indica
que si se construyó el país lo hizo por
otro lado. Una de las pocas cosas que
quedan de ese ímpetu es el Banco de la
Provincia que todavía existe.
LB: Nombrás la capacidad anticipa-
toria de la palabra, como una imagi-
nación colectiva del país que aún no
existía. Podríamos pensar en dos
grandes vertientes de esa imaginación:
por un lado la Generación del 37, un
puñado de nombres que pensaron los
dilemas de la época en clave genera-
cional.Yluego,conunaimprontamuy
diferente, estaría el surgimiento de un
revisionismo nacionalista ligado al
Centenario, encarnado por nombres
como el de Lugones o Rojas...
Ese dar por sentado un país que
todavía no existía, pero que se
manifestaba por escrito, indica
el papel que desempeñó la lite-
ratura en el siglo XIX. Toda ella
está recorrida por esa vibración
interna: conferir existencia a
algo que aún no la tiene del
todo. Y en eso, un concepto,
el de representación, desem-
peña un papel fundamental. Es
inequívoca la gradual tendencia
a tratar de representar lo que
todavía no puede ser del todo
representado.
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Diálogos
NJ: A propósito de las plumas que se
instalaron como imaginación colec-
tiva de país, la Generación del 37 es
un momento particularmente intere-
sante, por ser un período de muchos
cruces y perplejidades en relación con
esta intención de dar fórmulas desde
la palabra que sirvieran para orga-
nizar el país. La idea de organización
ya había aparecido en la Asamblea del
año 13, es decir, desde el comienzo
aunque embrionariamente. Se trata
de crear instituciones a semejanza de
los modelos franceses: ya el mismo
nombre, asamblea, está tomado en
préstamo. Hacia los años 30 estos
intentosempiezanacapotar,seahogan,
y entonces los jóvenes del 37, presen-
tándose como generación, vuelven a
replantear y reformular la posibilidad
de establecer pautas para la organiza-
ción y construcción del país. Esto se ve
claramente en las obras de Echeverría
y Alberdi, ambas inaugurales respecto
a las propuestas institucionales que
presentan. El mismo Alberdi es quien
años después escribirá las “Bases” de la
Constitución. Su excepcional cabeza
funcionaba casi programáticamente.
La palabra organización es impor-
tante; después reaparecerá en el 80.
Este término viene del pensamiento
no utópico de Francia, del sector
denominado “eclecticismo francés”.
Echeverría recupera este término en su
libro Dogma Socialista.
Pero cabe aclarar que Echeverría es
además un escritor, es el primer escritor
que podríamos llamar moderno. Es
un autor que vivió un momento de
transición de la literatura francesa, y
que fue casi testigo de las contiendas
románticas en París. Pero, contra-
riamente al modo en que muchos la
presentan, su concepción literaria no
es de sometimiento respecto al modelo
romántico, sino más bien un impulso
que el romanticismo le da para conec-
tarse con estructuras muy misteriosas
y secretas de la realidad argentina. Y
esa manera de considerar misterioso lo
que ocurre por aquí, en la pampa, las
ciudades, las temporalidades propias,
es un modo de pensar romántico, pero
también local; es un pensamiento que
intenta dar forma a la experiencia local
para tratar de llegar a esa idea de orga-
nización que se va dando después.
El grupo del 37 tiene varios nombres
notables,luegofundamentales:Alberdi,
Juan María Gutiérrez, Echeverría, y las
conexiones que mantienen con gente
del interior del país. Buenos Aires es,
en ese momento, el horno del que
salen todos los panes ideológicos, esté-
ticos y políticos, pero que encuentran
fuera de Buenos Aires alguna gente que
sobrepasa lo que la capital forjó, por
ejemplo Sarmiento, que estaba conec-
tado con este grupo, pero que hace una
formulación novedosa. Encuentra una
salida, que podemos ver como literaria
en un sentido a-genérico, no some-
tida a ninguna indicación de ningún
tipo, con una fuerza extraordinaria y
una arbitrariedad o locura expresiva
enormes. Su obra es una irrupción
dentro de un panorama en el cual los
intentos anteriores se presentan de un
modo desiderativo, pero tímidos en su
formulación.
Esta Generación del 37 cuenta con
el Dogma Socialista de Echeverría, los
escritos filosóficos de Alberdi –escritor
que piensa en términos de nación–, la
idea de cultura literaria de Gutiérrez
–quien dice que si la independencia
supuso cortar los lazos con España,
para ser congruentes habría que aban-
donar la lengua española y adoptar el
francés;paradójicamente,añosdespués,
Gutiérrez termina siendo académico
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Diálogos
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de la Real Academia Española–. Lo
del francés no era más que una utopía
lingüística disparatada...
Lo que se gesta en ese período, un poco
dislocadamente, se organiza mucho
más en el pensamiento de Sarmiento
y posteriormente en el de Alberdi,
que son los que inspiran la resolución,
por llamarla de
algunamanera,de
la anarquía, y allí
empieza a crearse
la posibilidad de
armonizar los
diferentes grupos
locales anta-
gónicos, cuyos
enfrentamientos
impedían que la
idea de nación
terminara por
concretarse.
En Sarmiento
aparece la idea
de que Facundo
Quiroga era un
sujeto reacio a
cualquier cosa
que viniera de la
cultura. Pero es
también él quien
diceenelFacundo
que no era así, que, al contrario, el
riojano se mostraba cercano a la idea
de un orden político e institucional
ya en la época rivadaviana; más tarde,
Facundo entra en pugna con el unita-
rismo, pero al volver a Buenos Aires
es sensible a la cultura porteña. En el
Facundo, Sarmiento invita a navegar
por conceptos, y lo que queda luego
de la lectura, no son tanto las afirma-
ciones más tajantes, sino esa deriva, ese
ritmo que se presenta como momento
fundacional de una literatura posible
que no está sometida a modelos. Es
el momento fundante de una litera-
tura en la que los referentes están ahí
pero tergiversados, en un movimiento
intelectual dotado de un ritmo de la
prosa que hace que aún hoy el libro
sea legible, más allá de saber qué es lo
que pensaban los escritores de aquella
época, o de descubrir perlas ignoradas
de la literatura argentina del siglo XIX,
que difícilmente las haya.
Luego, se intentará transformar a
la fuerza, convencionalmente, estas
piezas en escrituras valiosas, cuando su
valor pasa, en realidad, por la turbu-
lencia: es el germen de la generación
de una literatura, algo que está ahí,
que hay que hacer, que tiene sentido
hacer para otorgar identidad a esa
colectividad en plena formación. Su
valor no pasa tanto por lo estético, lo
poético, ni siquiera por lo que pueda
desprenderse de sus páginas. Aunque
es cierto que en esos textos hay nume-
rosas ideas y tal vez para los sociólogos
pueda ser interesante rescatarlas.
LB: Si el primero es un momento
de ficción respecto de la existencia
colectiva, el segundo parece querer
fundar una singularidad específica
con el nacionalismo, el retorno a
una época gauchesca y a un sujeto
nacional encarnado...
NJ: El desarrollo que lleva a esta
pregunta es particularmente dramá-
tico e interesante, porque por un lado
están las ideas de la Generación del 37,
pero también empieza a darse un
interés por la historia, y se abre un
debate interesantísimo entre Mitre y
López a propósito de la Revolución de
Mayo, a propósito de la biografía que
Mitre escribe de Belgrano y es refu-
tada por López; el debate es mediante
sendos libros. Surge un interés por
En el Facundo, Sarmiento
invita a navegar por conceptos,
y lo que queda luego de la
lectura, no son tanto las afir-
maciones más tajantes, sino
esa deriva, ese ritmo que se
presenta como momento
fundacional de una literatura
posible que no está sometida
a modelos. Es el momento
fundante de una literatura
en la que los referentes están
ahí pero tergiversados, en un
movimiento intelectual dotado
de un ritmo de la prosa que
hace que aún hoy el libro sea
legible, más allá de saber qué es
lo que pensaban los escritores
de aquella época, o de descu-
brir perlas ignoradas de la lite-
ratura argentina del siglo XIX,
que difícilmente las haya.
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la historia, y al mismo tiempo una
atracción por la novela histórica: el
propio Mitre escribe novelas román-
ticas e históricas. Pero, por debajo de
esa vocinglería, hay un rumor que
es la literatura gauchesca que se va
dando como una manifestación de
otra naturaleza. Y ahí, como señaló
Martínez Estrada, hay un equívoco
fundamental, creer que la literatura
gauchesca era la literatura de los
gauchos, cuando era todo lo contrario.
Justamente la palabra “gauchesca” era
la que marcaba la diferencia: es una
literatura culta que adopta un lenguaje
artificioso, resultado de la obser-
vación y la transformación de una
jerga empleada por cierto sector de la
población. Pero ese rumor produce
algo extraordinario, una irrupción:
el Martín Fierro, libro que resume el
sentido que tienen estas operaciones
discursivas, vistas como sólo servi-
ciales: los poetas gauchescos estaban
siempre apoyando una causa u otra,
de ahí que en conjunto se los llama
la gauchipolítica. Sin excepción, todos
son partidarios de alguien: algunos
rosistas, como Luis Pérez, otros anti-
rrosistas como Hilario Ascasubi, pero
Hernández se encarga de darle otra
densidad a este lenguaje, y de allí surge
el Martín Fierro. Para algunos, como
Lugones o Carlos Astrada, desde el
punto de vista de lo que afirma, será
el poema épico nacional. Pero para
otros, quienes reivindican lo indí-
gena y lo gauchesco, es un texto anti-
indio, anti-gaucho, reaccionario. Esas
interpretaciones para mí carecen de
importancia porque de lo que se trata
es de una eclosión del lenguaje y la
formulación de una posibilidad, que
luego irá palideciendo anegada por la
cultura urbana, pero que ahí está y ha
dejado una enorme marca.
El esquema de esa época sería: el
lenguaje gauchesco es un rumor
respecto de la vocinglería del lenguaje
español culto, hace eclosión en el
Martín Fierro y luego sufrirá una
lenta desaparición coincidente con
la derrota del universo rural, vencido
finalmente unas décadas después por
el lenguaje urbano.
Entre tanto, se va dando, dentro del
choque de estos dos lenguajes, la
imagen de una literatura posible, un
poco más desprendida de la contin-
gencia. Es el mismo fenómeno que se
da en el periodismo, el cual funcionó
durante el siglo XIX como unipersonal
y en función de una causa política
inmediata. José Hernández así lo hizo
en más de un periódico, sobre todo en
El Río de la Plata, en el que publicaba
su defensa del gaucho. Y poco a poco,
hacia 1870-1880, va surgiendo un
periodismo que tiende a dar noticias,
y corresponde al momento en que
la modernización del país empieza a
consolidarse, a ser una realidad.
En así que lentamente comienzan a
publicarse novelas, una poesía más
formalizada; aparecen sociedades de
poetas, de dramaturgos. Señales que
indican la posibilidad de concretar lo
que previamente era sólo una voluntad.
Este proceso culmina alrededor de
1880, década de triunfo del libera-
lismo y consolidación de una determi-
nada idea de país. Comienza a gestarse
la propuesta nacionalista, que aparece
en versos elementales que funcionan
como manifestación de una mirada que
descansa sobre una nación a la que se le
atribuyen no sólo características, sino
también funciones y destinos. Empieza
a funcionar la idea de la “Grande
Argentina” que es un título luego
retomado por Lugones, y despunta
también el llamado revisionismo.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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El nacionalismo es una de las mani-
festaciones de un conflicto militar
e ideológico, que toma forma ya en
el 80. Para algunos, según los pará-
metros del liberalismo ochentista, la
sociedad está ya constituida; otros la
atraviesan con una mirada de reivin-
dicación nacionalista, y por añadidura
empiezan a llegar las nuevas ideas
sociales: el socialismo, el anarquismo,
todas las corrientes que acompañan el
proceso de modernización del país.
Una modernización puede ser un
hecho mental, volitivo, pero también
es un cambio estructural: la imposi-
ción de una estructura económica, la
recuperación del territorio nacional
mediante la denominada “Conquista
del Desierto” –sobre la cual no deja de
hablar nuestro amigo Bayer–, la distri-
bución de las tierras, la organización
moderna de la producción agrícola y
ganadera. Y junto con eso, el embrión
de la industrialización y la necesidad de
una producción rural diferente, más la
inmigración y el arribo de nuevas ideas
y protagonismos. Todo ello presenta
alternativas literarias de otra natura-
leza, nuevas o viejas según se mire.
Hasta ese momento, y de forma domi-
nante, la literatura estaba ligada a lo
político y lo social, en el sentido de
la pertenencia. Como aquella distri-
bución que operaba en Europa en la
Noé Jitrik
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Edad Media, en la que uno de los here-
deros era el que iba a recibir los bienes,
el otro iba a ser cura, el otro militar.
Más o menos el mismo esquema se
da en la incipiente aristocracia argen-
tina, sobre todo en las relaciones entre
política y literatura que en ese período
van juntas. Un ejemplo extraordinario
y visible de ello es el general Lucio
V. Mansilla, político, diplomático,
escritor y militar.
Peroconlamodernizaciónyelpronun-
ciado cambio demográfico, la imagen
del escritor empieza a transformarse
de modo ostensible y casi violento. La
literatura en sentido estricto comienza
a separarse de las contingencias, y esto
explica el triunfo del movimiento
llamado modernismo, que es una
declaración de expectativa acerca de
una función diferente y autónoma de
la literatura, ya no más sometida a lo
que funcionaba otrora y que se admitía
como si estuviera naturalizada.
LB: La emergencia de la literatura
nacionalista posibilitó un orden
discursivo nuevo y al mismo tiempo
fundó cierto periodismo. Pueden
encontrarse dos orientaciones dife-
rentes, surgidas también de aquel
magma caótico que nombraste. Por
un lado, la épica política emanada
del grupo FORJA, un ensayo nacio-
nalista que intentó interpretar el
mundo popular proponiendo una
nueva forma de inteligibilidad de
ese magma que no encajaba en las
clasificaciones previas. Y por otro
lado, un modo de la literatura que
se expresa, desde los primeros folle-
tines hasta la crítica urbana, y que
encuentra en la figura de Roberto
Arlt un exponente significativo para
la historia literaria; una suerte de
nihilista urbano que, a partir de su
travesía, va describiendo y propo-
niendo una interpretación posible
para ese mundo popular caótico.
NJ: Ya estamos aquí en otro país, o
mejor dicho, en el país que cono-
cemos. Este momento es prepa-
rado por gestiones preliminares, por
ejemplo la lenta evolución de un
sujeto como Lugones, quien empieza
siendo socialista, luego anarquista,
más tarde pasa a ser liberal y exaltador
de las virtudes del 80, y poco a poco
entra en una especie de esperanza o
ilusión autoritaria. La ilusión de que
el autoritarismo puede solucionar el
caos de un intento nacionalista como
fue el yrigoyenismo, expresión acen-
tuadamente
nacionalista a
pesar de sus
otras y nume-
rosas facetas.
Si se entiende
el naciona-
lismo como
la operación
sobre el aquí
y el ahora de
los problemas
concretos de
una sociedad,
y no simple-
mente una formulación anterior, anti-
yrigoyenista y restauradora, no sólo
del rosismo como ideal perdido de
defensa del país, sino también como
secuela europeizante de tendencias
nacionalistas europeas. Me refiero,
por ejemplo a los Irazusta, preocu-
pados por lo que significaba el impe-
rialismo inglés, dueño prácticamente
de la economía nacional. Los Irazusta
hacen la crítica de ese sistema, pero
no es la misma crítica que realiza ese
nacionalismo que apunta en 1910, en
En toda construcción de un colec-
tivo,siempresubyacelainquietud
por la identidad. En cuanto a lo
hispánico, creo que no se podría
hablar de una identidad perdida,
porque pensar que lo español era
lo perdido implicaría negar un
siglo de historia; la necesidad de
hallar una identidad era lo que
acercaba a algunos intelectuales
indefectiblemente a España. Una
suerte de nacionalismo restaura-
cionista me parece.
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26
la obra de Manuel Gálvez o de Ricardo
Rojas, una especie de sueño hispani-
zante como solución a la búsqueda
de identidad. En toda construcción
de un colectivo, siempre subyace la
inquietud por la identidad. En cuanto
a lo hispánico,
creo que no se
podría hablar de
una identidad
perdida, porque
pensar que lo
español era lo
perdido impli-
caría negar un
siglo de historia;
la necesidad
de hallar una
identidad era
lo que acercaba
a algunos inte-
lectuales inde-
fectiblemente
a España. Una
suerte de nacio-
nalismo restauracionista me parece.
Por otra parte está lo concreto, más
bien encarnado en el yrigoyenismo,
que tiene además una posición inter-
nacional y diplomática arraigada en
lo nacional, de resistencia, de neutra-
lidad durante el conflicto bélico y
con una puesta de atención sobre
los problemas locales. El naciona-
lismo de Lugones, por el contrario, es
combativo y aristocratizante. Piensa
en términos de la espada, siente que
el país está desordenado, que carece
de control, que la inmigración ha
tergiversado todo y reina un peligro
que reside en ella, tal como en cierto
modo ya había sido sentido al final
del 80, cuando empiezan a aparecer
expresiones xenofóbicas en la pluma
de escritores como Cambaceres, quien
habla de inmigrantes italianos, y el
propio Sarmiento que en sus últimas
obras previene acerca del peligro que
representaría el flujo migratorio, que
él mismo, entre otros, había propi-
ciado. En ese punto la contradicción
histórica es casi insalvable.
El yrigoyenismo promueve para
esos intelectuales de algún modo un
desorden. Y la reacción de gente como
Lugones es totalmente contraria y
derivará en la organización de estruc-
turas plenamente fascistas como
la Liga Patriótica, que más tarde
dará lugar a la Alianza Libertadora
Nacionalista, y finalmente al naciona-
lismo de derecha.
En el medio, después de la caída de
Yrigoyen en el 30, unos jóvenes radi-
cales –FORJA quiere decir Fuerza de
Orientación de la Juventud Radical
Argentina–, se proponen devolverle
fuerza al radicalismo yrigoyenista
en oposición al antipersonalismo.
El grupo se plantea un programa de
pensamiento, antes que de acción, en
todos los órdenes, menos literario que
ideológico-político. Scalabrini Ortiz,
congruente con su afiliación forjista,
en su libro más conocido, El hombre
que está solo y espera, se pregunta por
quién es el hombre argentino. Innova
porque una constante en la literatura
argentina es que, salvo Sarmiento y
Borges, en general las expresiones
más extremas acerca de la identidad
vienen siempre de afuera. Son los
europeos que empiezan a venir luego
del Centenario y preguntan a los
argentinos: “¿Ustedes qué son?”.
Ocurría algo parecido a lo que sucede
hoy cuando los visitantes preguntan
qué es el peronismo. Son procesos que
no se llegaban a entender desde una
perspectiva racionalista, notoriamente
fuerte en Europa, donde todos tienen
al parecer muy claro lo que son. En
Pero en cuanto a Sarmiento lo
que hace es escribir como un
torrente y lo que produce es
tan fuerte y germinal, que no
puede sino tener los efectos que
conocemos. Un escritor como
Martínez Estrada es sarmien-
tino, pero no porque defienda
a Sarmiento o haya escrito una
biografía sobre él, sino porque
tiene parecida actitud, se diría
que convulsiva, tanto respecto
dellenguajecomodelarealidad,
una literatura que siempre está
por ser descubierta gracias a su
pluralidad y fuerza, al igual que
la obra borgeana.
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cambio, cuando llegan acá y ven esta
ensalada, la pregunta se hace insos-
layable y se transfiere a los intelec-
tuales argentinos, entre los que están
Martínez Estrada, Scalabrini Ortiz
y una cantidad de pensadores que
empiezan a razonar e indagar sobre qué
es ser argentino, qué es ser porteño.
Sarmiento y Borges parecen despren-
derse de esta tendencia, lo que no deja
de ser paradójico puesto que uno y
otro pasan por ser los más europeos
que ha producido Argentina. Pero
Borges tiene una visión muy clara
sobre el asunto: afirma que la lite-
ratura argentina, para ser literatura,
tiene que acompasarse con la literatura
universal, no puede recluirse en una
provincia, meramente orgullosa de ser
tal. Eso que a veces uno siente al tomar
contacto con ciertos escritores de inte-
rior, que siempre están vociferando
contraBuenosAires,yreivindicandolo
que son por su condición de escritores
del interior, aunque lo que escriben
sean unos versos abominables, cuentos
que no tienen ningún interés, pero eso
no importa, simplemente arguyen que
son desconsiderados por Buenos Aires.
En Buenos Aires se considera o descon-
sidera por razones muy complejas
y extravagantes, y nunca se puede
tener garantías de ser considerado. Lo
mismo, no se puede tener garantías
de consideración en el mundo para la
literatura argentina, sólo por ser argen-
tina. Esa posición a Borges le resultó,
llegó a ser exitosísimo, se incorporó
a la literatura universal sobre la cual
gravitó, tal como lo había hecho en
su momento Rubén Dario. Si bien era
un exquisito que escribía sobre cosas
rarísimas, sobre porcelanas chinas y
princesas, expresa y manifiesta una
fuerza de cambio impresionante que
gravita sobre la literatura española. No
hubiese existido la Generación del 98
en España, con sus figuras extraordina-
rias, sin la presencia y la acción poética
de Rubén Darío.
Pero en cuanto a Sarmiento lo que
hace es escribir como un torrente y lo
que produce es tan fuerte y germinal,
que no puede sino tener los efectos
que conocemos. Un escritor como
Martínez Estrada es sarmientino,
pero no porque defienda a Sarmiento
o haya escrito una biografía sobre él,
sino porque tiene parecida actitud, se
diría que convulsiva, tanto respecto del
lenguaje como de la realidad, una lite-
ratura que siempre está por ser descu-
bierta gracias a su pluralidad y fuerza,
al igual que la obra borgeana.
Retomando la idea del cruce naciona-
lista, es interesante para considerar la
cuestión de la fuerza de la identidad
y su posibilidad de gravitación en la
literatura. Como ejemplo se suele
mencionar a Roberto Arlt. La pregunta
que surge es: ¿por qué apreciamos a
Roberto Arlt? Un aprecio que no sólo
es verificable sino creciente, luego de
un periodo de silencio en el cual ni
la crítica corriente ni la academica se
ocuparon de su obra. Poco a poco fue
redescubierto y entendido como una
manera de ser de la literatura argen-
tina, así como lo es Borges, así como
lo es Sarmiento, como lo es Mansilla,
o Lugones y una cantidad de escritores
que pueden gustarnos más o menos.
Lugones es irreemplazable, y tratar
de liquidarlo es una tarea un tanto
estúpida. El hecho de que haya termi-
nado siendo un reaccionario no es
un criterio para tratar de entender la
posición de su literatura dentro de
un proceso discursivo amplio, lo cual
necesita de una lectura que consistiría
en tratar de comprender qué revelan
los escritos de los escritores para no
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Diálogos
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quedarnos simplemente en la admi-
sión o el rechazo de lo que dicen.
Todavía el comportamiento común y
difundido de la lectura responde a un
mecanismo de conformidad por iden-
tificación; ésa es una limitación grave.
Por eso la pregunta en relación con
Roberto Arlt lo que nos expone es la
posibilidad de entender una transgre-
sión.Elprimercampoenelquepueden
darse las transgresiones es el temático
o de la representación. Si un escritor
incorpora en su libro más elementos
reconocibles de la realidad cruda y
dramática, pareciera transgredir. En
el caso de Arlt no se transgrede dema-
siado, ya que un escritor como Manuel
Gálvez había ido mucho más lejos que
Arlt en cuanto a lo temático; y no sólo
Gálvez. Por tanto, la transgresión de la
que Arlt nos habla es de otra índole.
Un primer punto es que descentra el
interés de un imaginario rural para
la literatura argentina, y lo ubica en
un imaginario urbano. Si bien antes
la ciudad también había aparecido,
no sólo como escenario sino como
forma mental de relaciones de enten-
dimiento, de estructuras y lenguajes,
Arlt le da un golpe de muerte al predo-
minio de lo rural que había culminado,
más o menos, por la misma época en
la obra de Ricardo Güiraldes. Es el
final de una manera de sentir la posi-
bilidad de una literatura que encarnara
la significación de ese colectivo que ya
se había formado. Y eso podía signi-
ficar que el colectivo contenido en ese
recipiente llamado Argentina tenía
sentido por lo rural, por la extensión
de la que había hablado Sarmiento, o
por la estructura productiva de la que
el país dependía. Roberto Arlt termina
con eso mediante una fuerza verbal
que rescata a la ciudad ya no como el
demoníaco recinto del mal, ocupado
por la sangre y la enfermedad, como lo
que aparecía en la literatura del 80 con
Cambaceres y Martel, entre otros, sino
porque la entiende, con una fuerza
extraordinaria, como una estructura
mental, alimentada por y que alimenta
un lenguaje vigoroso aunque, y eso se
recuerda siempre, desarticulado tal vez
desde un punto de vista académico.
LB: ¿Cómo pueden pensarse las
características diferentes entre los
enfoques de la ciudad que narra Arlt
y la que describe Martínez Estrada?
NJ: Las diferencias pueden apreciarse
considerando sobre todo La cabeza
de Goliat; en otras obras de Martínez
Estrada se puede apreciar un plan
más metafísico, con una pluralidad de
posibilidades. En La cabeza de Goliat
predomina un ánimo descriptivo y
calificador, vinculado con una suerte
de revisionismo respecto de la estruc-
tura mental oligárquica, aun sin deno-
minar de ese modo al predominio de
esa clase. Cuando se inquieta por las
construcciones de Buenos Aires, por los
edificios suntuosos, por los palacios de
la avenida Alvear, toma distancia crítica
respecto de la mentalidad oligárquica
que desplazó toda su energía hacia la
exhibición de un país grandioso.
Las festividades del Centenario de
1910 tienen ese carácter. Lugones
celebra esta idea de país y lo escribe
en unas odas a los ganados y las
mieses. También surge la expresión
de “Grande Argentina”, circula un
orgullo de país consolidado y con
identidad, pero a su vez hay mucha
gente que ya está “molestando”: se
hacen sentir los anarquistas, empieza el
movimiento obrero, crecen los hijos de
los inmigrantes y quieren ser. Se da un
cambio profundo de mentalidad que
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las estructuras de pensamiento tradi-
cionales, sostenidas por una estructura
rural como patrón para imaginar situa-
ciones, no toleran y desprecian; en ese
imaginario, los últimos que responden
–Benito Lynch por ejemplo aunque
muy críticamente– son desplazados
por la obra de Arlt, que imagina
“por” la ciudad, no como exaltación
sino como modo de pensamiento. La
ciudad de Arlt es siniestra, pero esa
experiencia inmediata es sobrevolada
por una estructura de pensamiento,
una sintaxis arrebatada, una desproli-
jidad análoga al desorden urbano.
En términos generales la marcha de
la escritura urbana es rectilínea y de
cruces, pero la escritura de Arlt es
urbana sin ser rectilínea, es trabucada,
atravesada, ésa es su transgresión. En
la crítica que se hace a la escritura
de Arlt, por ejemplo de la escena de
la quinta de Temperley, en Los siete
locos, siempre se ha puesto el acento
en los sujetos extravagantes pero no
en el acceso, en la organización de
la prosa. Porque la literatura no es
sólo decir cosas importantes, sino
sobre todo construcción de lenguaje
y hallazgo de un modo de hallar sus
residuos, surgidos de órdenes de
realidad que pueden estar en cual-
quier lugar. Eso puede verse en Arlt,
siempre y cuando uno no se detenga
sólo en la extravagancia de Los siete
locos, o en los conflictos matrimo-
niales de El amor brujo. En Arlt
tenemos un punto de partida, una
nueva manera de entender la narra-
ción desde un imaginario diferente,
que le debe mucho a la ciudad como
estructura profunda y generadora. En
eso consiste, me parece, un cambio
que ya estaba en la vanguardia y en
los primeros poemas de Borges, y que
luego prosigue su camino.
LB: Suele decirse que en Borges hay
un movimiento transicional, entre
la gauchesca y los arrabales, algo
que es retomado en una especie de
“caracterología” por Roberto Arlt,
aunque de manera diferente, pero
también centrada en personajes de
submundos. Y también en Martínez
Estrada hay una narración que
caracteriza las figuras emergentes
del peronismo, donde se configuran
de formas notables y complejas...
NJ: Creo que la cuestión consiste en
tratar de ver los pasadizos que hay entre
distintas obras; la literatura dialoga
secretamente, enviándose señas. Pienso
en el primer libro de Roberto Arlt, El
juguete rabioso. En los últimos tramos
de ese relato el protagonista empieza
a vender papel. La presencia del papel
dentro de un texto literario siempre
sugiere algo; cuando aparece el papel,
plumas o escrituras, hay algo que se
revierte sobre la tarea misma y tiene
alguna significación, inconsciente por
supuesto. El personaje vende papel
en las carnicerías, por lo tanto para
hacerlo necesita caminar, desplazarse.
Ese desplazamiento le permite describir
lo que va viendo, hasta que llega a una
carnicería, un lugar bastante ominoso,
en la cual un sujeto confía en él pero
a quien el protagonista traiciona. La
crítica que se ha hecho sobre El juguete
rabioso pone el acento en esa traición.
A mí, lo de la traición me importa
menos, y prefiero poner el ojo en dos
datos: el personaje vende papel cami-
nando y termina la venta en una carni-
cería. En ese caminar, entre un punto
y el otro, puede trazarse una relación
con la búsqueda de referentes. ¿Cómo
se cuentan situaciones que nutren una
novela? Algunas maneras son pura-
mente imaginarias, otras resultan de
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Diálogos
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desplazamientos, lo cual es frecuente
en la novela realista del siglo XIX: los
desplazamientos y los viajes que son el
alimento de la narración. En este caso,
el viaje se da en la ciudad con el obje-
tivo de vender papel en una carnicería,
y resulta que Borges, dentro de sus
primeros poemas, tiene uno titulado
“La carnicería”. El libro en que salió
publicado, Fervor de Buenos Aires, es
precisamente un libro de caminatas,
por Villa Ortúzar, por Recoleta y
otras zonas. Es decir, el sujeto poético
de Borges es un
caminante que
también termina
en una carnicería.
Por lo tanto, el
pasadizo secreto
entre Borges y
Arlt está en eso,
en caminar para
ver, en la mirada
como el alimento
de la imagina-
ción literaria,
y los referentes
que atraen por el
hecho de ser los
elementos locales
más estridentes, no por ello los mejores.
Es como si dos escritores antagónicos
hubiesen sido conducidos por la misma
fuerza imaginaria. ¿Cómo se lee esto?
Algunos podrán decir que lo impor-
tante es el componente de la traición,
como dijo Oscar Masotta. Otros
dirán que lo relevante es el ultraísmo
de Borges como manera de escri-
tura. Todo eso a mí no me dice nada.
Me dicen más las relaciones secretas
que puede haber entre maneras de
concebir una forma literaria que liga
a escritores aparentemente situados en
las antípodas, y que es lo que los hace
vibrantes todavía. De allí se puede
seguir sintiendo lo que han visto,
propuesto e imaginado.
LB: En Borges, en Martínez Estrada
y en Arlt hay una expresión narra-
tiva que cobra su fuerza de la crítica
a su época, pero también de la
imaginación que es la que la cons-
tituye y alimenta. Unas veces con
tonos mitológicos, otras con evoca-
ciones melancólicas y a veces con
sentencias nihilistas. Quizá, para
pensar la experiencia de Contorno,
deba partirse de esos legados. Sea
como inspiraciones o como nece-
sidad de establecer deslindes. ¿Cómo
afrontar los dilemas de una época,
sus incomodidades y aporías? Tal
vez, algo de esta pregunta sobrevo-
laba la creación de un grupo que
necesitó inventarse para decir algo
en cierto momento, y que se sintió
ahogado por el dogma cultural de
sus días. ¿Ves en las huellas de eso
un planteamiento interesante para
pensar esta época, o simplemente
queda inscripto en su momento y
hoy el desafío es diferente? Contorno
inventó sus propios procedimientos
de lenguaje, de escritura y agrupa-
miento, en un momento de asfixia
intelectual, cultural y política. ¿Ves
algún paralelismo entre aquella
asfixia y este momento? Y si fuera
así, ¿hay algún tipo de correspon-
dencia que llevase a realizar, ya no
otra Contorno, pero sí un tipo de
planteamiento de esa índole?
NJ: En primer lugar creo que la
formación de grupos es una constante
dentro de la literatura argentina. Cada
uno de esos grupos, al parecer, sintió la
necesidad de dar una respuesta a una
época dura, difícil, con formaciones
y antecedentes muy diferentes. Hoy
Contorno significó la oportu-
nidad de abrir una perspectiva
que se suponía teóricamente
más actual, y de proponer un
determinado revisionismo que
diera perspectivas filosóficas
más contemporáneas: el exis-
tencialismoyelpensamientode
Sartre, un proto-marxismo que
se estaba insinuando. El propó-
sito, desde esa perspectiva, era
revisar valores. Ésa era nuestra
actitud principal: desterrar los
valores falsos, y exaltar los que
creíamos valiosos.
31
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Diálogos
evocamos a la Generación del 37, en
esa línea está Contorno, pero antes está
la revista Realidad, Martín Fierro, el
Modernismo como agrupamiento.
Son declaraciones desiderativas, libidi-
nales, que afirman: “Queremos dar una
nueva voz a lo que está ocurriendo”.
En el caso de Contorno, la respuesta es
a una parálisis intelectual que se vivía
como tal y a lo mejor no era cierta.
Tal vez sólo fue una estrategia para
tomar distancia y poder empezar algo.
Para hacer, no hay otra que matar a
los padres, si no quedamos encerrados
en el homenaje y sin producir nada
respecto a las necesidades reales. Los
integrantes de Contorno salimos de
la Universidad de Buenos Aires, de
la Federación Universitaria, de los
centros de estudiantes, y de una rela-
ción que va creciendo con una incli-
nación misional: parecía que éramos
nosotros quienes debíamos asumir la
responsabilidad de darle palabras y
pensamiento a ese momento.
Contorno significó la oportunidad de
abrir una perspectiva que se suponía
teóricamentemásactual,ydeproponer
un determinado revisionismo que
diera perspectivas filosóficas más
contemporáneas: el existencialismo y
el pensamiento de Sartre, un proto-
marxismo que se estaba insinuando.
El propósito, desde esa perspectiva, era
revisar valores. Ésa era nuestra actitud
principal: desterrar los valores falsos, y
exaltar los que creíamos valiosos.
Aunque hoy mucha gente habla y
retoma Contorno, no está claro a qué
apunta esta revaloración. Si es por
el lado de la crítica literaria, o por el
revisionismo político. Porque en su
devenir la revista se va inclinando desde
la literatura a fenómenos cada vez más
políticos. Luego hay un hueco, porque
cada uno de los que conformamos la
revista toma rumbos diferentes, y una
recuperación desde la crítica del valor
de esa revista.
¿Qué pasa ahora? Creo que ahora los
agrupamientos también existen pero
tienen otro carácter, mantienen otra
relación con las corrientes que tran-
sitan por el mundo. Por ejemplo, el
papel de la creencia cada vez mayor
en la digitalización de la literatura.
Hay grupos que se están dedicando a
eso, pero sus textos aún no cumplen
el propósito que tenían los escritos de
grupos anteriores.
En el momento que hacíamos Contorno
estaba el grupo Poesía Buenos Aires, el
grupo de los surrealistas, y la llamada
Generación del 40. Es una constante
en la cultura argentina, que es sorpren-
dente, interesante, y que tiene que ver
con la emergencia del interés por la
literatura y la escritura. Es casi cuanti-
tativo. Saber que al último concurso de
novelas se presentaron 700, es una cosa
asombrosa, y ni hablar de la produc-
ción de los poetas. Es notable el interés
por la palabra y lo que puede suceder a
través de ella, aunque eso no tiene nada
que ver con lo que de ello queda.
LB: Contorno, si bien tiene una
idea crítica de lo existente, también
ensaya, imagina y esboza una idea
de un destino colectivo, y pareciera
que, desde la dictadura, la literatura
y la ficción pasarían a cumplir otro
papel más ligado a la descripción
del horror, o de crítica del presente,
de denuncia, que el de imaginar un
destino común.
NJ: Ésa es una presencia fuerte en la
literatura argentina, la necesidad de
recuperar lo que fue la experiencia o
los efectos de la dictadura. Eso generó
una expresión muy interesante de
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Diálogos
32
un amigo brasileño: “la literatura del
duelo”. El duelo como un canal por
el cual el análisis, o la recuperación de
lo que puede haber sido la dictadura,
pasa al campo de la imaginación lite-
raria para ser interpretado. ¿Eso qué
querría decir respecto de la idea de lo
colectivo? Lo que está señalando es el
riesgo de la destrucción de lo colec-
tivo, en ese gesto se insinúa el riesgo de
una pérdida, y en algunos momentos
la destrucción literal de lo colectivo,
ya que una tentativa de lo que pudo
ser el desarrollo político fue elimi-
nada brutalmente. Esa dimensión está
presente en gran cantidad de libros. Es
una literatura de profunda decepción
en ese campo.
Pero también otros recorridos litera-
rios en la actualidad se evaden de esa
tensión. Porque la representación o
la recuperación de lo que fue la dicta-
dura todavía no está terminada. Es un
proceso imaginario lento, que tardará
en hallarle la vuelta en realizaciones
literarias, no sólo moralmente justifi-
cables. Hacer con esto una obra que
tenga una densidad semejante a la que
pudo haber tenido El Quijote, en rela-
ción a las novelas de caballería, algo
que por su peso lo supere, que vaya
más allá del cumplimiento de una
especie de moral política.
Por otro lado, hay un cambio impor-
tante en relación a la idea de lo colec-
tivo, de lo que puede llegar a ser:
cómo se le habla a lo colectivo y qué
se pretende que sea desde la litera-
tura. Para el siglo XIX estaba ligado
a una identidad, pero eso no está en
cuestión hoy. La variante profunda
en la literatura actual es que la idea de
lo colectivo se ha transformado en la
idea del público. La mayor parte de la
producción literaria tiene en cuenta al
público, y no a la formación colectiva.
Es el público lo que se pone en primer
lugar, y creo que es lo que se ve en las
presentaciones, los debates y demás
espacios relacionados con la literatura
actual. Un cambio importante que
corresponde a lo que pasa en otros
lugares del planeta, donde la literatura
también está operando esta mutación.
En la pintura, por ejemplo, tienen cada
vez más importancia los llamados cura-
dores; son la instancia decisiva que dice
qué va y qué no. En la literatura pasa
con los agentes literarios, y los premios,
esto indica algo. Hay una clara modifi-
cación de la noción de lo colectivo.
El proceso literario argentino, como el
del resto del América Latina y Estados
Unidos, y países nuevos, concibió
la literatura “a la francesa”, es decir,
dándole más importancia al lenguaje
que a lo representado. Ésa es por
ejemplo la lección de Flaubert; escribe
sobre poca cosa, pero obsesivamente,
y corrige, corrige y corrige. Es la idea
de una lengua que deja de lado lo
que describe, para concentrarse en la
perfección. Este modo de entender el
trabajo literario ha dejado de predo-
minar y ha empezado a ser sustituido
por la manera norteamericana de
contar, guiada por un concepto de
eficacia y un objetivo, penetrar en lo
que se entiende como el “público” así
sea muy poco definido. Eso condi-
ciona, asimismo, el discurso de los
editores y editoriales que, valorando lo
que quiere la gente, proponen entonces
esa literatura esperada por la gente... Y
que no siempre es literatura.
(*) Diálogo sostenido en el marco del
ciclo “Legados y porvenir: Argentina
en el Bicentenario”, organizado por la
Biblioteca Nacional durante el 2009.
La biblioteca n° 9 10
Argentina está crispada. Así
lo anuncian los profetas de la
armonía que, especialistas en
lanzar al ruedo slogans de
alto impacto comunicacional,
diagnostican con gesto adusto
y voz grave que el país se preci-
pita hacia un despeñadero. Su
capacidad de producir sensa-
ciones y golpes de efecto se
multiplica en escenas difun-
didas a coro. Desde la radio,
la televisión y los periódicos se
nos invita a diario a ingresar
decididamente al mundo de
la sensatez y el diálogo para
dejar definitivamente atrás el
desacuerdo. Poco se advierte hasta qué punto en este enunciado reite-
rado se respira un grito de guerra.
Desde las veredas oponentes se proclama el conflicto como la base de toda
transformación social. La dinámica agitada de los acontecimientos del
presente amplía, según esta mirada, los límites de lo posible. La demo-
cracia, por esta vía, se ve enriquecida: donde hay un conflicto nace un
derecho, como si se tratase de una versión remozada de aquella célebre
frase arrojada a los vientos de la historia.
Estas miradas no parecen tan alejadas de la clásica dicotomía que
caracterizó la vida del país. Civilización o barbarie fue el signo que
permitía una inteligibilidad capaz de clasificar la dinámica contro-
versial que se remonta a las épocas decisivas de la Revolución de Mayo.
Pero lo sabemos, toda civilización está teñida de actos de barbarie, y en
su reverso, toda “barbarización” puede ser portadora de nuevos para-
digmas civilizatorios.
Quienes leyeron la historia como una sucesión progresiva de etapas
pronosticaban, apagados los fuegos de la historia, el ingreso a una
nueva adultez que dejaría atrás los períodos de luchas y desencuentros.
Para unos serían las revoluciones burguesas. Para otros, se trataba de
la emancipación de las fuerzas laborales que conducirían el destino de
la humanidad a un estadío superador de los antagonismos. De esta
manera, quedaría sepultada su pre-historia.
Conflictos
y armonías
Esta forma de comprender los enigmas del tiempo no fue privativa de
Argentina. La tensión entre conflictos y armonías no siempre dio lugar
a pensamientos singulares, capaces de advertir las formas impuras en las
que se manifiesta el drama de la historia. Pero, volviendo a estas tierras
más próximas, ambos polos de esta inquietud nos conducen a interro-
gaciones cuyas irresoluciones se nos aparecen como aporías. ¿No supone
la armonía, acaso, una utopía ilustrada que imagina una estabilidad
mórbida? ¿Cómo podrían expresarse los malestares en este anhelo de
una sociedad sin conflictos? Por el contrario, ¿qué ocurriría si quienes
predican el conflicto como el motor de la historia dudasen de que al final
del camino nos espera la felicidad augurada? Así, bajo un dilema que se
debate entre una existencia sin riesgos y una vitalidad sin certidumbres,
pueden pensarse estos doscientos años de un país que, más de una vez,
desfiló por los abismos de su destino.
El lector encontrará aquí ensayos que dan cuenta de estas dificultades.
El Dr. Eugenio Zaffaroni traza un panorama del derrotero que siguió el
Código Penal argentino, materialización de la Constitución Nacional
que garantiza la vida ciudadana frente al poder punitivo del Estado.
En esta genealogía pueden palpitarse los ritmos políticos del país.
Natalio Botana revisa los fundamentos del federalismo argentino a
la luz de los problemas emergidos en la democracia posdictatorial:
“astenia” fiscal, sistema impositivo regresivo, disparidad de la insti-
tución legislativa respecto a su representatividad, y la constitución
de megalópolis que vuelven infructuosos los intentos por pensar una
convivencia de largo plazo.
Enrique Martínez revisa los modelos productivos sugiriendo las poten-
cialidades, no siempre vislumbradas, que ofrece la integración regional
para el planteo de una economía de carácter popular y solidaria.
Eduardo Rinesi sigue las pistas del jacobinismo en Argentina, seña-
lando la relevancia de esta forma política para comprender la historia
del país y sus movimientos más significativos. Este análisis propone
una disyuntiva: en la relación entre representantes y representados, en
sus cercanías y lejanías, se cifran las posibilidades de una democracia
más inclusiva.
Finalmente, Alejandro Kaufman se pregunta por la pertinencia de la
política moderna y los modos intelectuales con los que ésta se corres-
pondió, a partir del surgimiento de un nuevo orden global de producción
“biopolítica”. Tal disposición, inmanente a la vida contemporánea, no
se detiene en los límites regulatorios de la acción estatal.
36
Descodificación del
Código Penal en Argentina(*)
Por Eugenio Raúl Zaffaroni
La historia del Código Penal argentino, y sus
derroteros, nos advierte acerca de las dificultades
que ha padecido la idea misma de ciudadanía en
el país. El código es la materialización efectiva
de la garantía social respecto al poder punitivo,
y su implementación resulta imprescindible para
efectivizar los derechos constitucionales preser-
vando la autonomía de sus ciudadanos.
El Dr. Eugenio Raúl Zaffaroni traza una genea-
logía de la parte “oculta”, de la que nunca se
habla en la historia del derecho constitucional:
los intentos, siempre truncos con arreglo a los
intereses dominantes, de implementación de una
normativa de este tipo en el país. La persistencia
de la herencia colonial en materia de legislación
penal fue sufriendo una larga cadena de modifi-
caciones sucesivas, con sus avances y retrocesos.
Inicialmente se trataba del disciplinamiento
a gauchos y vagabundos respondiendo a los
parámetros con que la criminología del siglo
XX establecía la “mala vida”. Los vaivenes del
Código Penal argentino pueden ponerse, como
aquí se hace, en paralelo con los ritmos políticos
del país, llegando en el presente, a una situación
extrema que es necesario enmendar: la forma
de legislar se somete al poder demagógico de
los medios de comunicación sin que prevalezca
ninguna racionalidad jurídica.
37
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Conflictos y armonías
Esta tarde vengo a traerles una historia
desconocida, que como toda historia
no sólo trata de hechos pasados, sino de
sucesosqueaúnpersistenenelpresente,
que determinan y condicionan de
alguna forma nuestra existencia actual,
y que se proyectan hacia el futuro. Es
la historia abierta de nuestra legislación
y nuestra codificación penal.
Una constitución no vive sin el apén-
dice necesario de la ley penal, que
marca y concreta el ámbito de auto-
nomía que garantiza la constitución.
Una constitución sin ley penal es sólo
un acto de buena voluntad.
A lo que quiero referirme, pues, es a la
historia de cómo se quiso concretar la
limitación al poder punitivo a lo largo
de nuestra existencia institucional. Por
cierto que es necesario hacerlo, porque
cuando nos enseñan historia constitu-
cional, con sus textos institucionales y
acontecimientos políticos, justamente
esta historia que concreta el ámbito
de autonomía de cada ciudadano
permanece en la oscuridad, mien-
tras se muestra otra historia, la de las
declaraciones, de los derechos, de los
discursos en las asambleas. Pero a la
hora de ver cómo se regulan y limitan
esos derechos que nos enseñan, no se
habla. Esa historia queda en la sombra
por más que se trate también de la
historia constitucional y más aun, de
una parte fundamental de ella.
Por lo tanto, me gustaría recorrer las
grandes líneas de la historia ideológica
y política de esta materialización en
normas penales, que se realiza a partir
de códigos, del código penal. ¿Qué es
un código penal? ¿Qué es un código?
Históricamente podría decirse que se
llamó códigos a las recopilaciones de
leyes de distintas épocas, carentes de
una parte general, sin coherencia, sin
una sistemática interna. Pero a partir
del iluminismo y el racionalismo,
incluso desde los déspotas ilustrados,
surgió la necesidad de reunir toda la
materia jurídica y normativa de cada
rama del derecho en un único cuerpo
sistemático, orgánico, en una única
ley que, siguiendo el afán enciclope-
dista, agrupase todas las normas de la
materia de manera no contradictoria,
coherente, sistemática, para facilitar su
interpretación y aplicación. Éste es el
concepto moderno de código surgido
a la luz del iluminismo y del libera-
lismo alrededor de los siglos XVIII
y XIX, que comenzó a materializarse
en códigos políticos y constituciones.
Pero es interesante observar que la
necesidad de reunir la normativa de
una materia jurí-
dica en un único
cuerpo coherente,
fue inaugurada
por un código
penal en tiempos
del despotismo
ilustrado. Fue con
PietroLeopoldodi
Toscana en 1786,
que se sancionó
el primer código
penal moderno,
antes incluso de
los códigos polí-
ticos o constituciones. Es muy interesante
el fenómeno histórico: antes de codificar
el derecho político se hizo patente a la
razón la urgencia de codificar los límites
al poder punitivo del estado.
La emancipación latinoamericana es
un fenómeno muy interesante respecto
de esta historia que permanece en rela-
tivo silencio para los no penalistas (e
incluso para muchos penalistas que no
han reparado suficientemente en ella).
Desde los albores de la emancipa-
ción, en varios países se pensó en la
En realidad, en la tradición
poscolonial española los
primeros códigos fueron casi
reproducciones del código
español de 1822, que fue el
código de la revolución liberal,
que no tuvo casi aplicación en
España –incluso los historia-
dores dudan de que haya alcan-
zado real vigencia allí– pero la
tuvo largamente en América
Latina, al punto que en Bolivia
llegó a regir por 140 años.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
38
necesidad del código penal inmedia-
tamente pegado a la constitución.
Muy tempranamente, en 1826 en El
Salvador y en 1831 en Bolivia con el
Código Santa Cruz y en Brasil con
el Código Criminal del Imperio de
Brasil, se abre la codificación penal
latinoamericana.
En realidad, en la tradición posco-
lonial española los primeros códigos
fueron casi reproducciones del código
español de 1822, que fue el código
de la revolución liberal, que no tuvo
casi aplicación en España –incluso
los historiadores dudan de que haya
alcanzado real vigencia allí– pero la
tuvo largamente en América Latina,
al punto que en Bolivia llegó a regir
por 140 años.
Esto prueba que nuestros movi-
mientos emancipadores temprana-
mente buscaron la sanción de códigos.
Comprendieron la necesidad de codi-
ficar la materia penal y jerarquizarla
como complemento indispensable y
parte de la legislación constitucional.
En Argentina, como suele suceder,
se dio una historia curiosa. El primer
ensayo de código penal lo hizo el
gobernador Dorrego, encargándoselo
a un francés, Guret de Bellemare.
La impresión de este documento se
interrumpió sin explicación alguna y
el manuscrito terminó perdiéndose
sin que hasta el momento haya sido
posible hallarlo.
Lo pintoresco es que tampoco sabemos
mucho acerca de Bellemare. Se dice que
era un jurista o juez francés que luego
regresó a su país, pero tampoco está
muy claro qué hacía un francés en el
Río de la Plata en 1829. El historiador
José María Rosa dice que era un espía
del gobierno francés, pero no da muchas
noticias al respecto. Algunas investiga-
ciones recientes aún no publicadas parece
que confirmarían esta última versión.
Lo cierto es que la primera tentativa de
código se nos perdió.
A partir de ese momento se abrió un
largo interregno en el que se suspendió
todo intento de codificación. En
momentos políticos muy convul-
sionados se sancionó en Santa Fe la
Constitución de la Confederación
Argentina de 1853, jurada por todos
los gobernadores, menos por la
provincia de Buenos Aires, que perma-
neció segregada hasta 1860, año en
el que su incorporación provoca una
reforma a la Constitución original.
En 1863 se instaló la Corte Suprema
que proyectó la Ley 49, que sólo tipi-
ficó delitos federales y carecía de una
parte general. El gobierno de Mitre
necesitaba de esta ley para “no ahorrar
sangre de gauchos”, como le aconse-
jaba Sarmiento, y poder reprimir los
movimientos del noroeste, en los que
descollaba la figura de Peñaloza. La
tipificación de los delitos federales no
era más que un paso precario hacia la
codificación.
En 1866 se le encargó la redacción de
un proyecto de código penal a Carlos
Tejedor, que era un destacado hombre
político y profesor de Derecho Penal
de la Universidad de Buenos Aires.
Tejedor se dio cuenta de que no podía
inventar un código y adoptó el modelo
históricamente más liberal que había
en Europa, que era el código de Baviera
de 1813 de Anselm Von Feuerbach,
contrapuesto al Code Napoleón. Como
Tejedor no sabía alemán, apeló a la
traducción francesa de Vatel, publi-
cada en París en 1852.
Desde entonces, nuestra codificación
penal tiene una característica que hoy
domina en toda la legislación compa-
rada pero que en aquel momento era
una novedad. El orden en el que se
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Conflictos y armonías
establecían los delitos en la parte espe-
cial, que en las viejas recopilaciones
seguía al Decálogo, luego de la laiciza-
ción, cuando el lugar de Dios pasó a ser
ocupado por el Estado, estaba encabe-
zado por los delitos contra éste, según
el modelo del código napoleónico y
todos los que le siguieron. Los delitos
contra las personas se relegaban en
esos textos a la última parte del código.
Pero en Argentina, desde el origen de
nuestra codificación hemos seguido
el orden inverso, como resultado
de la posición liberal de Feuerbach:
comenzamos con los delitos contra
las personas y después pasamos a los
bienes jurídicos de carácter colectivo,
criterio clasificatorio que hoy tiende
a dominar en la codificación compa-
rada, pero que en el siglo XIX era una
completa rareza.
Lo cierto es que en la legislación
comparada de la época se contraponían
los dos modelos: el de Feuerbach, que
por otro lado era más técnico, frente al
de Napoleón, que se asemejaba a un
código militar.
Tejedor eligió políticamente el primer
modelo, minoritario en su época, pero
liberal. Recordemos que Carlos Tejedor
fue después gobernador de la provincia de
Buenos Aires, casi llegó a ser presidente;
fue también director de la Biblioteca
Nacional, y protagonizó la última
guerra civil importante del siglo XIX
contra Roca en la que hubo cinco mil
muertos. El profesor de Derecho Penal
de la Universidad de Buenos Aires era un
hombre de personalidad fuerte y había
publicado un Curso, que fue el primer
libro completo sobre la materia escrito
en nuestro país. Por cierto, el código no
tiene nada que ver con lo que sostenía
en el Curso. Por fortuna, era un hombre
inteligente y se percató de que no podía
inventar un código.
En 1866 elevó su proyecto al Ejecutivo,
que nombró una comisión para revi-
sarlo, cuyos integrantes, a lo largo de
años, fueron renunciando, muriendo,
y siendo reemplazados. Sin mostrar
ningún tipo de apuro, recién en 1881
la comisión integrada finalmente por
Villegas, Ugarriza y García, emitió un
dictamen proponiendo otro proyecto
de código penal, que seguía al código
español, tributario en último análisis,
del modelo del Code Napoleón. La
única trascendencia que tuvo este
proyecto fue que estuvo en vigencia
por muy poco tiempo en la provincia
de Córdoba.
Como puede verse, los comisionados se
tomaron su tiempo, o sea que no hubo
urgencia oficial. En tanto, las provin-
cias necesitaban de alguna manera
ordenar mínima-
mente la legisla-
ción caótica que
se aplicaba, que
era la legislación
penal española
en la medida que
fuera compatible
con la Constitu-
ción Nacional,
de lo cual resul-
taba una insegu-
ridad tremenda,
puesto que esa
legislación era
absolutamente
incompatible con
la Constitución.
Ante esta situa-
ción insostenible,
a partir de 1876
las provincias
empezaron a sancionar el proyecto
Tejedor como código penal provin-
cial, hasta que el Congreso Nacional
sancionara el código definitivo y
Creemos que el poder punitivo
es plurifuncional, o sea que no
se lo puede reducir simplis-
tamente a una única función
social, pero no por ello deja de
ser un instrumento de domi-
nación de las clases hegemó-
nicas. No obstante, no puede
confundírselo con el derecho
penal, porque si bien el poder
punitivo entre otras funciones
cumple la de instrumento de
dominación de las clases hege-
mónicas, el código penal es en
realidad el elemento que pone
límites al poder punitivo, o
sea que si bien por un lado
habilita ese poder, por otro lo
limita. Ese límite es la cuestión
principal de la justicia.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
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cumpliera con el mandato constitu-
cional. La primera fue La Rioja, la
segunda Buenos Aires, y luego casi
todas las provincias salvo Santiago
del Estero que se abstuvo, y Córdoba
que tardíamente –como señalamos–
sancionó el proyecto de Villegas,
Ugarriza y García.
Finalmente, en 1885, setenta y cinco
años después de que se hubiera ido
de tierra argentina el último gober-
nante español, el Congreso Nacional,
a desgano, tomó el proyecto Tejedor,
lo arruinó un poco con algunas inter-
venciones políticas, y lo sancionó sin
cumplir acabadamente el mandato
constitucional, pues el código de 1885
sólo regulaba los delitos de la compe-
tencia ordinaria, en tanto que los
delitos federales seguían siendo regidos
por la Ley 49. Es
decir que tuvimos
dos legislaciones
penales: una
que legislaba los
delitos federales y
otra que legislaba
los delitos ordina-
rios; esta última
era el Código
Penalqueentróen
vigencia en 1886.
Creemos que el
poder punitivo
es plurifuncional,
o sea que no se
lo puede reducir
simplistamente a una única función
social, pero no por ello deja de ser un
instrumento de dominación de las
clases hegemónicas. No obstante, no
puede confundírselo con el derecho
penal, porque si bien el poder puni-
tivo entre otras funciones cumple la
de instrumento de dominación de las
clases hegemónicas, el código penal
es en realidad el elemento que pone
límites al poder punitivo, o sea que si
bien por un lado habilita ese poder,
por otro lo limita. Ese límite es la cues-
tión principal de la justicia.
En aquella época las clases hegemó-
nicas no tenían ningún interés en
que el poder punitivo tuviera límites,
porque el ejercicio de ese poder sobre
lasclasespobressepracticabaalamparo
de legislaciones que lo habilitaban sólo
contra los sectores subordinados y que
garantizaban que no alcanzaría a los
dominantes.
En efecto: la legislación heredada de la
colonia española en cuanto a los vagos
y maleantes, como también la legisla-
ción agraria y de regulación –policial
según la cual nadie podía desplazarse
de un lugar a otro de la provincia de
Buenos Aires sin una papeleta firmada
por el comisario–, eran elementos que
componían una legislación de segunda
categoría, en la cual casi no se repara
y ni siquiera se registra en la historia
oficial de nuestro derecho penal.
Sin embargo, fue la legislación bajo la
cual se envió a muchos Martín Fierro
al servicio de fronteras, y que garan-
tizaba el ejercicio de poder punitivo
sobre determinados sectores sociales
marginales. Naturalmente excluía a los
sectores altos, lo cual les resultaba a éstos
bastante cómodo. De allí la falta de
urgencia en sancionar un código penal.
Cabe pensar que mientras en América
Latina las condiciones de explotación
de riquezas, especialmente minerales,
imponían que hubiese límites al poder
punitivo para que éste no se desbandase
enlasluchashegemónicasentrelasclases
criollas de poderosos, en Argentina,
entonces territorio pobre, poco habi-
tado, el poder se disputaba guerreando
directamente y no peleándose entre
ricos que se valían del poder punitivo.
Cabe pensar que mientras
en América Latina las condi-
ciones de explotación de
riquezas, especialmente mine-
rales, imponían que hubiese
límites al poder punitivo para
que éste no se desbandase en
las luchas hegemónicas entre
las clases criollas de pode-
rosos, en Argentina, entonces
territorio pobre, poco habi-
tado, el poder se disputaba
guerreando directamente y no
peleándose entre ricos que se
valían del poder punitivo.
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Conflictos y armonías
No había en nuestro país señores de
ingenio, cultivos intensivos de caña,
café o algodón, no teníamos una
producción esclavócrata y, por cierto,
tampoco habíamos tenido las mejores
universidades ni la primera imprenta
ni el centro de la justicia: dependíamos
de Bolivia. A las clases dominantes
nuestras les bastaban las leyes que les
permitían enlazar gauchos molestos.
Las brutales leyes españolas alguna vez
alcanzaban a las clases un poco más
altas, por ejemplo cuando un cura se
escapaba con alguna feligresa y rompía
las reglas internas de los dominantes,
como hizo Rosas.
Esto explica que el código de Tejedor
de 1886, bastante arruinado, se sancio-
nase de urgencia y casi por presión de
los inversores extranjeros, pero era un
instrumento bastante defectuoso. Por
eso y casi de inmediato –en 1890– se
designó una comisión con vistas de
proyectar un nuevo código penal. Sus
integrantes fueron Rivarola, Piñero
y Matienzo, los tres fundadores de la
Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires y jóvenes
brillantes de aquella generación.
Matienzo llegó a ser candidato a
vicepresidente de la República en la
fórmula Justo-Matienzo (alternativa
a Justo-Roca). Piñero fue interventor
en algunas provincias, ministro y
encargado de las relaciones con Chile
en el momento crucial del conflicto
de 1900. Rivarola fue un intelectual
destacado, primer profesor de Ética
de nuestra Facultad de Filosofía y
Letras, que comenzó con un programa
de ética spenceriano –terrorífico– y
después empezó a leer a Kant, evolu-
cionando así hacia el kantismo, hasta
convertirse en una de las primeras
resistencias al positivismo reinante
en la época.
Esta comisión de jóvenes notables
elaboró un proyecto completo en 1891,
que mantenía en general la estructura
de Tejedor –la de Feuerbach–, a pesar
de que aquí seguíamos sin poder leer
a este autor. Estos jóvenes enrique-
cieron además el proyecto Tejedor con
los códigos de segunda generación de
Europa, fundamentalmente el de la
unidad italiana
(el Zanardelli), el
código holandés
(elModderman)y
en algunos puntos
el código belga,
que era anterior.
Hay una parti-
cular disposición
en el proyecto
de 1891 que
debe tenerse en
cuenta: la pena de
relegación. Está
copiada de la
ley de relegación
francesa de 1885,
mediante la cual
mandaban a los
franceses a la Isla
del Diablo, a la Guyana. Esta disposi-
ción proveniente de Francia, respondía
a un reclamo permanente de la policía
de la ciudad de Buenos Aires.
Como es sabido, a partir de la derrota
de Tejedor en 1880, el roquismo
comenzó a practicar lo que en
términos foucaultianos llamamos
disciplinamiento. Entre 1880 y 1910
se sancionaron las leyes de servicio
militar obligatorio, de educación obli-
gatoria y, de alguna manera, comenzó
a crearse una ciudadanía de escritorio.
De ese modo se le dijo a la masa inmi-
gratoria que se los aceptaría siempre
y cuando ingresaran a sus hijos a la
educación argentina, se rompieran los
Entre 1880 y 1910 se sancio-
naron las leyes de servicio
militar obligatorio, de educa-
ción obligatoria y, de alguna
manera, comenzó a crearse una
ciudadaníadeescritorio.Deese
modo se le dijo a la masa inmi-
gratoria que se los aceptaría
siempre y cuando ingresaran a
sus hijos a la educación argen-
tina, se rompieran los vínculos
culturales de origen, y, por si
la domesticación primaria no
era suficiente, a los hombres se
los terminaría de domesticar
con el servicio militar. De este
modo se rompía todo vínculo
originario de pertenencia.
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Conflictos y armonías
42
vínculos culturales de origen, y, por si
la domesticación primaria no era sufi-
ciente, a los hombres se los terminaría
de domesticar con el servicio militar.
De este modo se rompía todo vínculo
originario de pertenencia.
También en ese período se sacó a las
locas y enfermas de las calles y fueron
entregadas a las monjas, en tanto que a
los locos se los entregó a los médicos.
¿Pero qué hacer con los extranjeros
indeseables? Se sancionó la Ley de
Residencia, que aunque nació sobre
todo para ser aplicada contra los anar-
quistas, en aquel momento fue usada
contra lo que se llamaba la mala vida,
un concepto muy interesante de la
criminología de la época.
Los criminólogos de comienzos de
siglo XX, cuando se escapaban de sus
mujeres iban a hacer trabajo de campo
a los prostíbulos, y luego escribían
libros sobre la mala vida. Los hay sobre
la mala vida en Roma, en Madrid, en
Barcelona y, como no podía ser de otro
modo, también tenemos La mala vida
en Buenos Aires de Eusebio Gómez.
Sería bueno reeditar este libro porque
no tiene desperdicio.
En el concepto de mala vida entraban
prostitutas, gangsters, tahures,
escruchantes, ladronzuelos, cafishos,
curanderas, gays, monjas, etc. Todas
estas figuras constituían según
los autores de ese tiempo, el estado
peligroso predelictual. La mala vida en
Buenos Aires fue publicado en 1908
con un prólogo de José Ingenieros
que tampoco tiene desperdicio.
La Ley de Residencia la proyectó
Miguel Cané –quien por cierto no sólo
escribió Juvenilia–, y el período del
disciplinamiento roquista se cerró en
1910 con la llamada Ley de Defensa
Social, cuya sanción en el Congreso
fue descrita por Rodolfo Moreno
como una especie de campeonato de
moreirismo legislativo: cada legislador
tomaba la palabra para demostrar que
era más duro y más valiente o macho
contra los anarquistas cobardes que
tiraban bombas escondiéndose. Por
cierto, cuando los anarquistas querían
ir de frente los ametrallaban, pero eso
es un detalle.
Lo cierto es que la ley se aplicó poquí-
simo en ese tiempo, dado que los jueces
federales le pusieron límite. Alguien
llamó a los jueces los primos pobres de
la oligarquía dominante, que tenía un
proyecto de país, sea cual sea el juicio
que merezca. Y, en verdad, esos primos
pobres en alguna medida se convir-
tieron en custodios del proyecto que,
ideológicamente, era traicionado por
la ley de 1910. Por ende, parece que
dijeron “esto no”.
Si bien el problema de los extran-
jeros molestos estaba resuelto con la
Ley de Residencia, quedaba en pie la
cuestión de qué hacer con los nacio-
nales molestos. En alguna época los
habían deportado a Paraguay, pero al
parecer los paraguayos se quejaron.
El gobierno contrató a un ingeniero
italiano –Castello Muratgia– para
construir una colonia penal en
Ushuaia, nuestra Siberia. Se hace un
primer intento de pena de relegación,
que fracasa (la Ley Bermejo), por lo
cual en 1903 se decide reformar el
Código Penal. Julio Herrera dijo de
esta reforma que se le sacó lo mejor y
se le dejó lo peor, pero lo cierto fue
que introdujo la pena de relegación
con la fórmula que estaba prevista en
el proyecto de 1891, o sea, copiada
textualmente de la Ley de Relegación
francesa de 1885.
Del proyecto de 1891 sólo se tomó
en cuenta esa fórmula, de muy larga y
triste historia, pero el texto en general
43
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
no se discutió en las Cámaras. Entre
1904 y 1906 se creó otra comisión inte-
grada también por Rivarola y Piñero
que retomó el trabajo de reforma y
presentó un nuevo proyecto en 1906.
Este proyecto durmió el sueño legisla-
tivo hasta que entró en juego un perso-
naje muy interesante: el senador Julio
Herrera, un catamarqueño que nunca
fue profesor de derecho en ningún lado,
pero como senador se dedicó a estudiar
el tema y en aquella época criticó el
proyecto de 1906 en un libro de unas
600 páginas publicado en 1911. Sus
ideas generales eran positivistas, pero la
crítica al proyecto de 1906 es magní-
fica, realizada por alguien que nunca
fue un doctrinario, sino un hombre que
se sentaba en su Catamarca a pensar y
leer los libros que podía.
Estamosyaen1910,añodelCentenario.
Cabe aclarar que el clima general de
país, de todas las cátedras de Derecho
Penal, y de todos los que andaban
revoloteando en torno del poder puni-
tivo, era absolutamente positivista.
Lombroso influyó tremendamente en
nuestro país a partir de la famosa confe-
rencia de Luis María Drago convertida
en librito, Los hombres de presa, que
se tradujo al italiano con el nombre
de Il delinquente nato con prólogo
del propio Cesare Lombroso, a quien
quisieron traer a Buenos Aires. Lo invi-
taron,perocomoelhombreestabaviejo,
mandó a Enrico Ferri, quien finalmente
vino en el Centenario, contándose entre
los visitantes más distinguidos. Si bien
Ferri terminó siendo senador fascista,
en 1910 era un dirigente de primera Eugenio Zaffaroni
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
44
línea del Partido Socialista Italiano. En
consecuencia, cuando llegó a Argentina
fueron los socialistas entusiasmados a
recibirlo, pero se apresuró a decir que
no entendía cómo podía existir un
partido socialista en un país no indus-
trializado, y entró así en una polémica
con Juan B. Justo.
Ferri dio unas cuantas conferencias
en el teatro Odeón acompañado por
toda la oligarquía argentina, que se
emocionaba y estremecía cuando
Ferri lloraba al recordar a su mamá.
Era realmente impactante el poder
que tenía en ese momento la ideo-
logía positivista, el reduccionismo
biologicista, el racismo y el peligro-
sismo, como pensamiento que enca-
jaba perfectamente con la ideología
legitimante de nuestra oligarquía de
la carne enfriada. Una minoría que
tenía que tutelar a la gran mayoría
que no estaba preparada todavía para
ejercer la soberanía, porque aún era
biológicamente inferior y necesitaba
que se la orientase para que evolu-
cionara sanamente y no se degene-
rase. Era menester custodiarla hasta
que adquiriese capacidad, con un
desarrollo mental que le permitiera
ejercer la soberanía y los plenos dere-
chos ciudadanos.
Entre 1910 y 1916 nadie se preocupó
por la ley penal, mientras se ponía en
marcha el penal de Ushuaia y se empe-
zaba a mandar presos al fin del mundo.
En 1916, un diputado conservador,
Rodolfo Moreno hijo, retomó el
proyecto de 1906 y consiguió que en
la Cámara de Diputados se formase
una comisión especial de Legislación
Penal y Penitenciaria, cuya presidencia
ocupó. Como era un hombre políti-
camente hábil, incorporó a radicales
de confianza del presidente Hipólito
Yrigoyen y a socialistas. De este modo
se formó una comisión plural para
reiniciar la tarea codificadora en un
momentopolíticocomplicado.Rodolfo
Moreno era el presidente de la bancada
opositora de diputados conservadores
de la provincia de Buenos Aires, en el
momento en que Hipólito Yrigoyen
acababa de intervenir la provincia, es
decir, estaba absolutamente enfrentado
con el oficialismo. Sin embargo, al
parecer, poseía una enorme habilidad
política que le permitió generar esta
comisión plural.
45
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Conflictos y armonías
Moreno, si bien era conocedor de la
materia, nunca fue un teórico, sino
más bien un hombre práctico, por
lo tanto fue tratando de simplificar y
de configurar un proyecto en el que
se eliminasen todas las definiciones
teóricas. Un proyecto escueto, sobrio,
redactado en un lenguaje claro y
preciso que huyera de todas las discu-
siones en boga.
En la gestación de dicho proyecto
había algunas cosas que naturalmente
eran del agrado de Yrigoyen, como la
abolición de la pena de muerte y el
establecimiento de la condena condi-
cional, que había sido incorporada por
Yrigoyen en su propia plataforma polí-
tica de 1916. Moreno consiguió de este
modo el apoyo del Poder Ejecutivo
con el que estaba políticamente
enfrentado y logró que la Cámara
de Diputados aprobara el proyecto,
que pasó al Senado. La comisión del
Senado, mayoritariamente reaccio-
naria, le introdujo reformas, entre
otras el mantenimiento de la pena
de muerte. Pese a todo, hubo en esta
cámara una intervención que queda
todavía hoy en los restos de nuestro
código. El senador socialista Del Valle
Ibarlucea, tomando las ideas del buen
juez Magnaud, introdujo en el artículo
41 –que establece la forma de cuanti-
ficar la pena–, que el juez debe tener en
cuenta la mayor o menor dificultad del
penado para ganarse el sustento propio
y de los suyos, es decir, la condición
económica.
Finalmente el código fue sancionado
en 1921. Por primera vez se amplía
íntegramente el mandato constitu-
cional de sancionar un código penal
único, donde hay delitos federales
y delitos ordinarios con una parte
general. Quedaron sólo tres o cuatro
leyes penales por fuera del código.
Este Código Penal de 1921, promul-
gado por Hipólito Yrigoyen, sobre-
vivió intacto casi cuarenta años. En ese
período aparecieron algunas variables
en el ejercicio del poder punitivo. En
1951, Perón firmó el decreto de cierre
del penal de Ushuaia y se llevó a cabo
la reforma del sistema penitenciario
de Roberto Petinatto, pero el código
se mantuvo con mínimas reformas de
detalle, no porque hayan faltado tenta-
tivas de destruirlo.
En 1924, 1926 y 1928 se propusieron
leyes de estado peligroso sin delito
contra toda la mala vida, y luego leyes
de estado peligroso post-delictual, para
imponer penas más allá de las penas.
Yrigoyen frenó todos estos proyectos,
de los que era personalmente enemigo
declarado.
En 1932 hubo una fuerte tentativa
de reformar el Código Penal. En el
verano entre 1931 y 1932 se produjo
el secuestro de un joven pertene-
ciente a la Liga Patriótica, que era un
movimiento de extrema derecha. Su
cadáver apareció unos meses después,
y como respuesta a la construcción de
la víctima héroe de la época, el presi-
dente Justo mandó al Senado un
proyecto que agravaba todas las penas.
El Senado redobló la apuesta del Poder
Ejecutivo y le agregó la pena de muerte
por silla eléctrica. Pocos saben que la
República Argentina tuvo un proyecto
con media sanción de la silla eléctrica,
el último grito de la moda a comienzo
de los años treinta.
Hubo un famoso debate en el Senado
entre el senador conservador Aran-
cibia Rodríguez y Alfredo Palacios. En
1933 José Peco publicó un tomo con
el debate completo. El proyecto pasó
a la Cámara de Diputados, en la que
continuaba Rodolfo Moreno, quien
fue posteriormente gobernador de la
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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46
provincia de Buenos Aires, embajador
en Japón, y candidato a la presidencia
de la República a comienzo de los años
40. Lo cierto es que esa Cámara de la
Década Infame, conservadora y frau-
dulenta, electa con el partido mayo-
ritario proscripto, cargando todas
esas taras políticas, sin embargo tuvo
un resto de dignidad: no trató nunca
el proyecto con media sanción del
Senado. Toda desemenjanza con la
realidad reciente es penosa.
No faltaron, en todos esos años,
proyectos para cambiar totalmente el
Código: el proyecto de Coll-Gómez
de 1937, positivista; el proyecto de
José Peco, neopositivista; en la época
peronista, el proyecto de Isidoro De
Benedetti, de 1951, neopositivista
también, al igual que el de Ricardo
Levene (h) de 1953; y, finalmente,
el proyecto normativista de 1960 de
Sebastián Soler, bastante apegado al
proyecto neoconservador alemán.
No obstante, el
Código perma-
neció inalterado
hasta la llegada de
los gobiernos de
facto. En 1963,
una comisión de
ignotos perso-
najes proyectó
una reforma
de más de 150
artículos que fue
sancionada por
vía de decreto-
ley. En 1964
el Congreso la
derogó para
volver al texto
original. En 1967 se nombró una
comisión que copió algunas cosas
del proyecto Soler, y también por
vía de decreto-ley (que esa dictadura
comenzó a llamar leyes) incorporó una
cantidad de artículos que le hicieron
perder toda su fisonomía al Código
Penal. El Congreso la derogó en 1973,
para volver al texto original.
La dictadura militar de Videla resta-
bleció en 1976 la reforma de 1967, con
algunos inventos totalmente desca-
bellados respecto a la subversión. Fue
derogada por el Congreso en 1984. Es
decir, que tuvimos un grave manoseo
del Código Penal por parte de los regí-
menes de facto.
En 1984 teníamos un código penal
que más o menos había recuperado
su fisonomía, y unas 60 leyes penales
especiales que establecían disposi-
ciones que no estaban en el Código.
A partir de ese momento se inició
un serio y gravísimo proceso de
descodificación penal.
La codificación penal es algo que
preocupó muy poco a nuestros legis-
ladores democráticos. A fines de los
80 del siglo pasado sucedió un hecho
curioso. El Senado dio media sanción
al proyecto del senador Jiménez
Montilla, que es el primero y único
proyecto integral de código penal
que obtuvo una media sanción en
nuestro Congreso Nacional. El texto
es absolutamente desatinado y nadie
jamás lo tomó en cuenta, realmente
insólito; sin embargo el Senado le dio
media sanción y llegó a la Cámara de
Diputados donde, por fortuna, nunca
fue tratado.
De allí en más comenzó un frontalismo
demagógico en el que cada problema
que se suscita y que produce un efecto
mediático provoca un mensaje de
respuesta del Congreso mediante una
ley penal.
El origen de esta modalidad de
frontalismo demagógico vindicativo
proviene de Estados Unidos y corre
¿Qué tenemos hoy en Argentina
como resultado de la banaliza-
ción del sistema penal? ¿Qué
tenemos como resultado de
la administrativización de la
solución punitiva? Lo que antes
eran sanciones administrativas,
se convierten en sanciones
penales. Cada vez tenemos más
tipos penales –hoy contamos
aproximadamente con unas
200 leyes penales especiales­–
además de disposiciones
penales en leyes no penales,
lo que los brasileños llaman
normas extravagantes.
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Conflictos y armonías
hoy por todo el mundo, por lo tanto,
no nos creamos originales. Responde a
una circunstancia particular de ese país
y al cambio que provocó el abandono
del modelo Roosevelt para el estado.
La particularidad local es que el
Procurador General y el ministerio
público en los estados son elegidos
por voto popular. Aprovechan esa
circunstancia para generar víctimas
héroes, y proyectarse mediáticamente
como los custodios de la seguridad y
los campeones de la lucha contra los
malvados, saltando de inmediato a la
política y postulándose como gober-
nadores. Esta modalidad –estadual
pero no federal en Estados Unidos–,
a partir de 1980 con las administra-
ciones republicanas, se convierte en
una modalidad federal, dado que el
desprestigio de las autoridades fede-
rales hacia 1980 –con la derrota de
Vietnam y el fracaso de la recupera-
ción de los rehenes de Teherán, entre
otras cosas–, hizo que los candidatos
a presidente no saliesen más del
Senado, sino que surgiesen entre los
gobernadores de los estados. Con lo
cual, a partir de Reagan, se llevó al
gobierno federal la modalidad propia
de los estados.
A esto se agrega que el modelo de
incorporación progresiva de origen
keynesiano, o sea, el modelo Roosevelt,
fue reemplazado por el modelo de
exclusión irremediable del festival espe-
culativo de la mafia del mercado, con
lasconsecuenciasquetodosconocemos
en la periferia del poder mundial, pero
también en el centro, cuyos efectos aún
no podemos predecir por completo.
Tolerancia cero no es sólo el eslogan de
un demagogo municipal, sino todo un
proyecto político: se pasó de la inclu-
sión a la exclusión, con la advertencia
de que a los sumergidos no se les
tolerará ni la más mínima infracción,
para mantenerlos a raya fuera de las
zonas de jardincitos ordenados.
Esto produjo en Estados Unidos una
hipertrofia increíble del sistema penal,
que lo llevó al más alto índice de prisio-
nización del mundo, quintuplicando
la media mundial. Generó también
una enorme empresa que natural-
mente tiene publicidad. Dicha publi-
cidad se mundializa. Este programa de
prisionización es costosísimo y repre-
senta un desplazamiento de inversión
social, para expresarlo gráficamente,
del hospital a la cárcel.
Algunos comunicadores sociales
adquieren enorme rating gracias a la
identificación de víctimas-héroes y
su consiguiente consagración en los
medios. Las usan
en estas campañas
vindicativas,
hasta que no les
sirven más y las
desechan.
Estas son inven-
ciones norteame-
ricanas de los
últimos treinta
años, que por
cierto no tienen
nada que ver con
la tradición ante-
rior pero cunden
por el mundo. Se
especializan en
mostrar como enemigos de la sociedad
a quienes pueden obstaculizar esta
ampliacióndemagógica-vindicativadel
poder punitivo; deterioran la imagen
de los jueces, estigmatizándolos como
aliados y encubridores del crimen.
Éste es el discurso que nos llega y que
se expande por el mundo con conse-
cuencias que inciden gravísimamente
sobre la propia legislación.
Si a alguien poderoso verdade-
ramenteleinteresaralainsegu-
ridad, los riesgos y frecuencia
de victimización, lo primero
que haría es una investigación
seria sobre la victimización y
el delito. Aún no la tenemos,
a nadie le importa, y no se
gasta un centavo en inves-
tigar seria y científicamente
lo que nos pasa con el delito.
El delito es sólo un pretexto
para demoler los límites que
el derecho penal le puede
oponer al poder punitivo.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
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¿Qué tenemos hoy en Argentina
como resultado de la banalización del
sistema penal? ¿Qué tenemos como
resultado de la administrativización
de la solución punitiva? Lo que antes
eran sanciones administrativas, se
convierten en sanciones penales. Cada
vez tenemos más tipos penales –hoy
contamos aproximadamente con unas
200 leyes penales especiales­– además
de disposiciones penales en leyes no
penales, lo que los brasileños llaman
normas extravagantes.
El proceso de descodificación en
nuestro país es total, pues no sólo se
trata de leyes penales especiales, sino
que además estallaron bombas adentro
del propio Código Penal que destru-
yeron su sistema.
Como vimos, un código, siguiendo la
tradición enciclopédica, trata de reunir
en una ley toda la normativa de una
materia, pero lo hace en una forma
sistemática, con una parte general
coherente para facilitar la interpreta-
ción. Actualmente, no sólo comienza
a dejarse la mayor parte de la materia
fuera del Código, sino que además se
destruye su coherencia interna.
Teníamos una fórmula única de cuan-
tificación de la pena con algunos crite-
rios básicos que funcionaron durante
varios años, determinando, por un
lado, la gravedad de la lesión al bien
jurídico y, por otro, el grado de culpa-
bilidad del sujeto. Pero ahora resulta
que esto se mezcló con un sistema de
agravantes y atenuantes tabulados, y
tenemos el bis, el ter, y también otros
criterios de calificación en leyes espe-
ciales pero que afectan al Código Penal
en su totalidad.
En síntesis, hoy no sabemos cuál es
el máximo de la pena más grave de
nuestro Código, y no lo sabe nadie.
Hay tres o cuatro interpretaciones
posibles de la ley: se puede sostener
que se halla en 25 años, pero también
en 37 años o en 50 años, y el caos es
tan enorme que cualquiera de ellos
encontrará un fundamento legal.
Todo esto parte de reformas apresu-
radas, también del primer impacto
de víctima-héroe con las famosas leyes
Blumberg, y de la Ley 26.200 –que es
posterior–, pena el genocidio y establece
penas menores a todas las anteriores.
Es verdad que se ha llevado a cabo
un ensayo de recodificación, que es el
anteproyecto publicado en 2006, y que
fue descartado por toda la campaña de
la entonces publicitada víctima-héroe,
que asustó el Poder Ejecutivo, al
Legislativo. Hoy la víctima-héroe se
perdió en los vericuetos de la politi-
quería, con todo su patetismo, descar-
tada de modo salvaje y sin ninguna
piedad por los mismos medios que la
explotaron. Pero el mal legislativo está
hecho y nadie lo corrige.
Pienso seriamente que entre quienes
manejan el poder económico, a nadie
le interesa mucho el problema de la
seguridad. En este punto soy un poco
foucaultiano. Creo que no les interesa
demasiado la prevención del delito ni
la paz social, sino que lo que verdade-
ramente les interesa es usar el poder
punitivo de alguna manera, manipu-
larlo para otras cosas.
Si a alguien poderoso verdaderamente
le interesara la inseguridad, los riesgos
y frecuencia de victimización, lo
primero que haría es una investigación
seria sobre la victimización y el delito.
Aún no la tenemos, a nadie le importa,
y no se gasta un centavo en investigar
seria y científicamente lo que nos
pasa con el delito. El delito es sólo un
pretexto para demoler los límites que
el derecho penal le puede oponer al
poder punitivo.
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N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
Sociológicamente hablando no existe
el delito, lo que existen son delitos,
conflictos, que no tienen nada en
común. Nadie puede explicar qué
tienen en común el libramiento de
un cheque sin fondos con la viola-
ción de una mujer. Lo único que
tienen en común es tener una sanción
correspondiente en el Código Penal,
pero no puede prevenirse el delito en
abstracto, porque dicha abstracción es
una invención que hacemos los juristas
para inventar categorías generales.
En la sociedad lo que tenemos son
homicidios, violaciones, libramientos
de cheques sin fondo, estafas, calum-
nias, conflictividades sociales dispares,
con valoraciones muy diferentes,
no tenemos el delito, que se inventa
haciéndonos creer que la tos y el cáncer
se curan con el mismo remedio.
De modo que si lo que deseamos
prevenir son los delitos violentos, lo
primero que hay que hacer es inves-
tigarlos: dónde ocurren, quiénes son
los protagonistas, en qué horarios se
producen, cuáles son los riesgos de
victimización, y cincuenta posibles
preguntas más. Con las respuestas a
esa lista de interrogantes, tendremos
un perfil y una distribución. Y a partir
de dicho perfil y distribución empeza-
remos a conocer algo del fenómeno,
generando un conocimiento con el
que podremos empezar a prevenirlo.
¿Cómo podemos prevenir algo que no
conocemos?Porende,tengolasospecha
de que a nadie con poder le interesa en
serio el problema de la prevención, y
no sólo en nuestra sociedad, sino en
este mundo globalizado.
Pero al parecer, tampoco a nadie le
interesa demasiado el tema de la segu-
ridad del ciudadano frente al avance
del poder punitivo del estado, dado
que el proceso de codificación que le
pone límites es uno de los más vulne-
rables, que se puede detener en cual-
quier momento y por efecto de las
campañas publicitarias más groseras,
que bajan en intensidad cuando
aparece el dengue o la gripe.
No estoy sosteniendo que haya que
sancionar inme-
diatamente y en
forma irrespon-
sable el antepro-
yecto de 2006.
Lo redactó una
comisión intere-
sante integrada
por los mejores
penalistas del
país. No coin-
cido con todo el
proyecto, creo
que hay cosas
por mejorar y
que habría que
investigar más
profundamente
la legislación
penal especial
para tratar de abarcarla e introducirla
totalmente dentro del Código.
Sin embargo, el anteproyecto de 2006
es un documento de trabajo a partir de
cual se podría pensar, trabajar algún
tiempo en serio, y que puede desem-
peñar hoy, a principios del siglo XXI,
el mismo papel del proyecto de 1891
para el código de 1921. Sólo espero
que no nos tomemos 30 años.
La legislación penal, a través de este
proceso de descodificación, se ha
vuelto inconstitucional in totum.
No es inconstitucional tal o cual
disposición, sino la legislación en su
totalidad, lo que es extremadamente
grave. Hay un mandato de certeza del
derecho y del derecho penal en parti-
cular que emana de la constitución.
El mandato de certeza que la
Constitución y las provincias le
dan al Congreso Nacional, no
simplemente es el de legislar en
materia penal, el de hacerlo en
cualquier forma. Su mandato
es el de sancionar un código
penal. El mandato de certeza
se legitima en un código, y
hace 25 años que se agudiza
la descodificación, la violación
del mandato de certeza de la
Constitución. Lo construido
a lo largo de cien años se ha
venido a destruir en 25 años de
democracia,deCongresosenlos
que no hay proscripción, sino
que son legítimamente electos.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Conflictos y armonías
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El derecho penal necesita un alto
grado de certeza, la ley penal debe
ser muy clara, pues debe aspirar a
que todos seamos más o menos cons-
cientes de qué es lo prohibido y qué
no, qué es delito y qué no lo es.
Nuestros abuelos lo sabían, pero hemos
perdido sus códigos, códigos con
50 ó 60 tipos penales básicos, en los
cuales, incluso en la valoración paralela
en la esfera del lego, más o menos se
tenía idea de lo que era delito y de lo
que no lo era. Hoy los profesores de
derecho penal no lo sabemos; el caos es
de tal magnitud que ni siquiera podemos
garantizar que tenemos en nuestras
manoslostextosdetodaslasleyespenales.
No se asombren, pero se dictan
sentencias con leyes penales dero-
gadas como resultado del caos y la
confusión que existe. Los propios
magistrados tienen ediciones comer-
ciales del Código, llenas de papelitos
y notas, porque tampoco hay una
edición oficial.
Nuestro Congreso transformó aquella
vieja comisión especial de legislación
penal y penitenciaria de Moreno en
una comisión ordinaria y por lo tanto
creó una comisión permanente de
legislación penal. ¿Qué va a hacer una
comisión de legislación penal? Pues es
natural que haga leyes penales. Pero
las leyes penales son excepcionales,
a diferencia del resto de las leyes. Si
tenemos comisiones permanentes
en ambas Cámaras, terminarán por
ordinarizarse las leyes penales, dando
como resultado las 200 leyes penales
que tenemos y las múltiples dispo-
siciones penales en leyes no penales
que no sabemos hasta dónde llegan,
ya que carecemos de una edición
completa y oficial que nos garantice
una información total, y una perspec-
tiva de reproducción al infinito.
En síntesis, hoy nadie puede decir con
seguridad que tiene toda la legisla-
ción penal en sus manos. El esfuerzo
realizado a lo largo de muchos años
y que se concretó en un código que
conservaron los gobiernos popu-
lares, que mantuvo vigencia intocada
durante 40 años y que nos sirvió para
la coexistencia, ese código que luego
manosearon los gobiernos de facto,
hoy, en 25 años de democracia se ha
desarmado y desbaratado.
El mandato de certeza que la
Constitución y las provincias le dan al
Congreso Nacional, no simplemente
es el de legislar en materia penal, el
de hacerlo en cualquier forma. Su
mandato es el de sancionar un código
penal. El mandato de certeza se legi-
tima en un código, y hace 25 años
que se agudiza la descodificación, la
violación del mandato de certeza de la
Constitución. Lo construido a lo largo
de cien años se ha venido a destruir en
25 años de democracia, de Congresos
en los que no hay proscripción, sino
que son legítimamente electos.
El general Perón ordenó en 1947 la
clausura del penal de Ushuaia y se
tardó cuatro años en desmantelarlo. En
1955 se lo reabrió para presos políticos,
que en 1956 se escaparon a Chile junto
con el personal penitenciario de Chile.
El penal de Ushuaia quedó vacío y hoy
es un museo. Empero, el artículo 52
del Código Penal, el que servía para
mandar los presos a Ushuaia, está hasta
hoy en el Código, sin que nuestro
Congreso se haya tomado el trabajo
de derogarlo. Fue declarado inconsti-
tucional por la Corte Suprema apenas
en 2006, con el limitado efecto que
tiene la declaración de inconstitucio-
nalidad en nuestro país. De modo que
sigue vigente el artículo por el cual se
mandaba gente a Ushuaia aunque el
51
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
penal ya no exista desde hace 60 años.
Hace más de cien años que un famoso
autor alemán, Ernst von Beling, dijo
que el derecho penal de fondo, el
del código, no le toca un solo pelo al
delincuente, pero el derecho procesal
penal, aquél que establece el procedi-
miento –esto lo digo yo– es capaz de
arrancarle la cabeza al ciudadano.
Efectivamente, tenemos un proceso
penal precioso, sólo que la mayoría de
nuestros presos no están condenados.
Las penas de nuestro Código Penal no
se aplican, sólo se aplican las penas de
Código de Procedimientos, es decir,
se aplica la pena antes de la sentencia.
Esto se da en toda América Latina.
Entre el 70 y el 90 por ciento de
nuestros presos no están condenados,
pero están procesados. En Argentina
estamos cerca del 70%. Permanecen
en prisión sólo los condenados a los
que al momento de la condena, por
tratarse de algún delito grave, les
quedan algunos años que cumplir
antes de volver a su casa.
Por cierto que algunos son absueltos
al cabo del proceso: pese a todo el
esfuerzo realizado por condenarlos,
no ha sido posible, quizá porque eran
inocentes, pero de cualquier modo y
por las dudas, ya le hicimos cumplir
la pena. Es decir, tenemos invertido
absolutamente todo en el sistema
penal. Aunque esto es un decir, o sea,
invertido conforme al discurso jurídico,
pero quizá esté proyectado para que en
los hechos funcione de este modo.
Primero tuvimos un código procesal
copiado del que tuvo España en el peor
momentodelaRestauraciónborbónica
y nos rigió provisoriamente mientras se
mejoraban las instituciones. Como lo
provisorio es lo más permanente, ese
código rigió entre 1886 y 1992, o sea,
106 años. En 1992, establecimos un
código que le copiamos a Italia cuando
ya lo había derogado tres años antes, y
ése es el que tenemos ahora.
Además, hay un pequeño detalle:
tenemos juicios orales pero corremos el
tremendo riesgo de que en el proceso
penal nos desaparezca el juicio, por
efecto de una pequeña característica
que le copiamos a los norteameri-
canos y está difundiéndose por todo el
mundo. En Estados Unidos los juicios
por jurados son para la televisión, pues
se resuelve de ese modo sólo el 3% de
los casos (algunos dicen que el 6%). Los
restantes juicios se resuelven por extor-
sión. Es decir, se le impone que acepte
una pena menor bajo amenaza de ir al
jurado y con una defensa precaria se le
imponga una pena altísima.
Algo parecido tiende a pasar en
América Latina, entre nosotros. Es
el famoso procedimiento abreviado,
la famosa negociación con la cual
corremos el riesgo de suprimir el
juicio y montar una máquina infernal
de condenar, a través de presiones y de
amenazas respecto al juicio oral. Esto
se ve favorecido por la congestión de
los tribunales orales y una circuns-
tancia que no puedo dejar de señalar:
nada hay más aburrido que ser juez de
juicio oral. Siguiendo la norma buro-
crática y tratando de descartar trabajo,
y además por la imposibilidad mate-
rial de realizar la enorme cantidad de
juicios orales, el camino que se abre
hacia el futuro es un gravísimo riesgo
de desaparición del propio juicio. En la
realidad, caminamos hacia un proceso
penal sin juicio. De un sistema que
pena sin condena, estamos pasando a
otro que condena sin juicio.
Creo que todos estos problemas son
una deuda que tiene el Congreso
Nacional, una deuda del Poder
Legislativo para con los ciudadanos.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Conflictos y armonías
52
El Centenario se celebró con Figueroa
Alcorta, la infanta Isabel de Borbón, con
todo el fasto de la oligarquía de la carne
enfriada. En el norte, en México, se
celebróconPorfirioDíaz,conuniformes
afrancesados repletos de medallas, inte-
rrumpido por el comienzo de la guerra
civil más sangrienta del siglo XX.
Espero que el Bicentenario nos
sorprenda acompañados por los repre-
sentantes de los pueblos de nuestra
región y empecemos a aprender
algunas cosas de ellos. Posiblemente
comparándonos aprendamos un poco
de humildad, de esa que muchas veces
nos hace falta a los argentinos y sobre
todo a los porteños. Así como ellos se
preocuparon mucho antes que noso-
tros por dictar códigos penales, hoy
hay fuertes movimientos de renovación
legislativa penal en Bolivia, Ecuador,
Paraguay. ¿Y nosotros qué hacemos?
Hemos detenido nuestro movimiento
de codificación simplemente por el
efecto mediático de una víctima-héroe.
Reaccionó nuestro Congreso de una
manera mucho más negativa que la de
aquel Congreso de la Década Infame,
que se animó a parar una iniciativa
legislativa del Poder Ejecutivo con
media sanción del Senado. El Congreso
actual, directamente y sin ninguna
iniciativa del Poder Ejecutivo, desarmó
el Código Penal y, para colmo, después
sancionó una ley que pena el genocidio
con treinta años.
Tendríamos que pensar en un
Bicentenario en el que esta historia, a
veces triste, se revierta y recupere los
mejores momentos de luz, de trabajo
creativo y responsable.
A lo largo de esta historia hemos
visto protagonistas en serio: dos
casi llegaron a la presidencia de la
República, dos fueron gobernadores
de la provincia de Buenos Aires y uno
de Catamarca, otros fueron ministros
e interventores de provincias, uno
fue candidato a vicepresidente, los
dos líderes más populares del siglo
pasado se interesaron personalmente
por la legislación y la cuestión penal.
Es decir que políticos de altísimo
protagonismo se tomaron en serio a
lo largo de nuestra historia la elabo-
ración de la legislación y la codifica-
ción penal. Hoy pareciera que ésta es
una tarea subalterna. Sólo interesa
el mensaje, sólo importa cómo se
proyecta a través de la comunicación
social, cómo se deforma la legislación
a través de los medios de comunica-
ción. Éste es un punto importante
sobre el cual reflexionar, en esta
conmemoración de los 200 años de
nuestra emancipación.
(*) Conferencia brindada en el marco
del ciclo “Legados y porvenir: Argentina
en el Bicentenario”, organizado por la
Biblioteca Nacional durante el 2009.
La biblioteca n° 9 10
54
Federalismo en el Bicentenario(*)
Por Natalio R. Botana
Lejos de plasmarse el federalismo consagrado
constitucionalmente, Argentina ofrece un cuadro
conflictivo en relación con una equitativa situa-
ción entre las regiones que la componen. Como
si aquella utopía alberdiana no pudiera encon-
trar formas de concretarse frente a obstáculos de
naturaleza muy diversa.
Natalio Botana analiza las diferentes circuns-
tancias que conspiran contra la institución de
formas federales y republicanas desde la reanu-
dación democrática de 1983: la persistencia de
un sistema tributario regresivo, la irresolución
crónica de la distribución fiscal (coparticipación
federal), la dinámica eleccionaria recurrente
que impide tomar resoluciones de largo plazo
y deja en suspenso la relación entre los órdenes
provinciales y el orden nacional (contradicción
entre un federalismo institucional vigoroso y
una situación de “astenia” fiscal), la disparidad
representativa del sistema legislativo bicameral,
y la concentración multitudinaria en las grandes
megalópolis (“leviatanes” demográficos) cuyos
movimientos inestables plantean un desafío para
cualquier forma de gobierno.
La precisión y el detalle del cuadro descrito,
requieren tomar con seriedad aquellas tareas
irresueltas en estos 200 años. Labor doblemente
compleja si se tiene en cuenta que no se trata sólo
de tendencias propias de un sistema nacional,
sino que éste se ve inmerso en un conjunto más
vasto de dinámicas globales.
55
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Conflictos y armonías
El tema del federalismo puede ser
tratado de una manera retórica –estilo
abundante en los ensayos consagrados
al respecto– o de un modo que exija
penetrar en los problemas no resueltos
enestamateria.Argentinaesenlaactua-
lidad, por definición, un país regido
por una constitución. Sin embargo, lo
que a continuación trataré de demos-
trar es que lejos de ser un régimen
federal, tal cual la Constitución lo ha
delineado, es más bien un régimen
aquejado por muchas inconsistencias
unitarias. Por eso, el federalismo no
alude en Argentina a consenso insti-
tucional, sino a un conflicto que atra-
viesa en son de alarma un pasado de
200 años. Este conflicto empezó en
1811 con la llegada de los diputados de
los cabildos del interior, que posterior-
mente integraron la Junta Grande.
Estos antecedentes son previos a
una suerte de punto de partida del
Bicentenario que celebramos y que
comienza en el año 1983, unos antece-
dentes más recientes marcados por el
fenómeno inédito de más de un cuarto
de siglo de ejercicio ininterrumpido de
la democracia.
Si bien la proporción de intervenciones
federales a las provincias desde esa fecha
ha sido mucho menor –comparada con
otros períodos como, por ejemplo, el
que se abre con la primera transición
a la democracia con la presidencia de
Hipólito Yrigoyen en 1916–, la recu-
rrencia de ciertos problemas como la
sobre-representación, y la sub-represen-
tación de los legisladores en la Cámara
de Diputados, así como la demora en
resolver mediante una ley de copartici-
paciónfederalladistribuciónderecursos
fiscales entre la Nación y las provincias,
hacen que el federalismo aparezca una
y otra vez en el debate político bajo el
signo de la contradicción.
¿A qué se debe esta cuestión irresuelta?
Hay un primer punto a señalar, que
aquellos que han nacido en democracia
a veces olvidan, a diferencia de los que
hemos tenido que soportar la larga
noche del autoritarismo en Argentina.
Desde el año 1983, el federalismo en
nuestro país está envuelto por una
activa vida electoral. Se vota cons-
tantemente cada dos años, y a veces
hay elecciones entre esos intervalos.
Excepto la elección directa de presi-
dente y vicepresidente, que ocurre cada
cuatro años, todos los demás procesos
electorales tienen lugar en el marco de
la organización federal, es decir, en los
24 distritos electorales (las 23 provin-
cias y la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires). El planteo de estos dos órdenes
electorales, el de las provincias y el de
la elección nacional, tal vez permita
entender mejor la impronta que tiene
el federalismo argentino cuyos orígenes
se remontan a la fórmula centralizante
que se puso en marcha, en medio de
guerras exteriores e intestinas, a partir
de 1853. Una impronta “alberdiana”,
podríamos sugerir, que impregna
la constitución argentina, con sus
vicios y bondades, y que se refleja,
sobre todo, en las malformaciones de
nuestro régimen fiscal. Como en cual-
quier fórmula federal, de las muchas
conocidas en el mundo, en Argentina
se planteó un conflicto entre dos
órdenes de competencia y jurisdicción:
el nacional y el provincial. Luego de
largos procesos, plagados de violencia
y dictaduras, terminó prevaleciendo
entrenosotrosunainclinaciónevidente
a favor del orden nacional.
De aquí se deriva la contradicción,
que padecemos en estos años de
democracia, entre un vigoroso fede-
ralismo electoral y un asténico fede-
ralismo institucional. La astenia,
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
56
como sabemos, denota una falta o
decaimiento de fuerzas. Creo que esta
contradicción es fuente de muchos
problemas. Mientras la dimensión
electoral de nuestra vida ciudadana es
fuerte y enérgica, la dimensión institu-
cional es mucho más débil.
Se trata de una cuestión de naturaleza
institucional que
podría resumirse
en, al menos,
tres rasgos: el
primero, la caída
pronunciada de
las provincias en
el reparto de la
coparticipación
federal; segundo,
el uso exce-
sivo –mediante
decretos y reso-
luciones minis-
teriales que van
en contra de lo
establecido en
el artículo 75 de
la Constitución
Nacional–, de
una política de
transferencia de
los recursos productivos de las provin-
cias, al tesoro del gobierno nacional;
y tercero, el manejo de la bolsa fiscal
para distribuir favores, sanciones,
premios y castigos.
Según puntos de vista divergentes,
estos tres puntos están en el meollo
de los actuales debates públicos.
Podríamos considerarlos originales
y hasta inéditos, pero si regresamos
por un momento a los debates de la
Argentina del Centenario, veremos
que los mismos argumentos eran enun-
ciados por los llamados fundadores
de la ciencia política en el país, como
Rodolfo Rivarola, quien tendía a justi-
ficar el sufragio restringido en el marco
de un régimen unitario, y José Nicolás
Matienzo, en ese momento una figura
destacada en la Unión Cívica Radical.
Ahora bien, los debates difieren según
sea la provincia de que se trate. En este
momento, en el cual la abundancia
fiscal disminuye ostensiblemente
debido a la crisis internacional y al
hecho de que no pudimos acumular un
fondo anticíclico como, por ejemplo,
hicieron los gobiernos de Chile, los
déficits presupuestarios de las provin-
cias vuelven a mostrar sus dientes.
Este recrudecimiento de la astenia
estatal revierte sobre la situación en
la que se encuentran tres provincias:
Buenos Aires, Córdoba, y Santa Fe.
Estos distritos, junto con la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, confi-
guran la masa crítica de ciudadanos
que decide quién gana y quién pierde
en las elecciones. En relación con las
provincias de Buenos Aires, Córdoba
y Santa Fe, esta aparente periferia,
supuestamente rica y poderosa, es acaso
la más perjudicada por la política fiscal.
Reciben estas provincias, claro está,
subsidios e inversiones de parte del
Poder Ejecutivo Nacional, pero en
general –y aquí reside el problema
central del federalismo argentino–,
desde el punto de vista material, las
provincias carecen de tesoro propio.
No lo tienen en relación con los
recursos coparticipables –que repre-
sentan en total, con las otras provin-
cias, alrededor del 30 y el 32 por
ciento de la recaudación nacional, el
valor más bajo de las últimas décadas­–,
ni tampoco con respecto a la partici-
pación de los ingresos propios de las
provincias en el total de los ingresos
tributarios. En Argentina los ingresos
propios de las provincias representan
el 18 por ciento del total de la bolsa
Tenemos, en los hechos, un
federalismo caligráfico, como
Alberdi solía calificar a las
constituciones de 1819 y 1826:
bellas creaciones literarias con
escaso asidero en la realidad.
Por este motivo, las iniqui-
dades más flagrantes que debe-
rían ser compensadas con una
nueva ley de coparticipación
federal, sobresalen en esa peri-
feria rica en su economía, y
pobre en lo que respecta a la
capacidad fiscal para imple-
mentar políticas públicas. En
especial, por deber de justicia,
aquellas vinculadas con la
marginalidad, la pobreza y la
exclusión en los conglome-
rados urbanos.
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N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
fiscal; en Brasil, en cambio, un régimen
federal como el argentino, los recursos
propios de las provincias representan
el 31 por ciento. Ni hablar de Estados
Unidos donde los recursos propios de
las provincias representan alrededor
del 40 ó 45 por ciento.
Esto nos da una idea acerca de cómo
refracta en nuestra circunstancia el
antiguo argumento de la teoría política
que giraba en torno a la apariencia y la
realidad. Tenemos, en los hechos, un
federalismo caligráfico, como Alberdi
solía calificar a las constituciones de
1819 y 1826: bellas creaciones litera-
rias con escaso asidero en la realidad.
Por este motivo, las iniquidades más
flagrantes que deberían ser compen-
sadas con una nueva ley de coparti-
cipación federal, sobresalen en esa
periferia rica en su economía, y pobre
en lo que respecta a la capacidad fiscal
para implementar políticas públicas.
En especial, por deber de justicia,
aquellas vinculadas con la margina-
lidad, la pobreza y la exclusión en los
conglomerados urbanos.
Cuando se puso en funcionamiento
en clave oligárquica nuestro régimen
federal (recordemos la Ley 1420), gran
parte de la educación primaria, escuelas
normales y colegios nacionales, estaban
junto con las universidades en manos
del Estado nacional. Hoy lo único que
queda bajo la jurisdicción del Estado
nacional son las universidades nacio-
nales. El resto de las estructuras educa-
tivas están en manos de las provincias,
es decir: son las provincias las que
tienen que financiar la educación, en
los dos niveles, junto con la seguridad
y la salud. Por tanto, cuando hablamos
de astenia, su signo más elocuente es el
hecho de que en muchas de las provin-
cias argentinas la educación pública no
está funcionando o lo hace mal. Nos
basta con repasar los conflictos severos
en materia salarial, con la secuencia de
enfrentamientos entre los sindicatos de
maestros y los gobiernos provinciales.
Ante este escenario resulta imperioso
plantear la necesidad de impulsar una
reforma del federalismo a través de una
nueva ley de coparticipación federal.
El 1994 la Constitución Nacional fue
reformada. En dicha reforma hubo
una cláusula transitoria, la sexta, que
obligaba al Congreso a dictar una ley
de coparticipación federal en un plazo
máximo de tres años. En este punto
el silencio parlamentario es muy
elocuente: desde el año 1997 nada se
ha hecho. Y es un hacer desafiante, ya
que como ocurrirá ahora con la discu-
siónparlamentariaentornoalproyecto
presentado por el Ejecutivo en materia
de organización y elección de candi-
datos en los partidos políticos, este
tipo de leyes requieren mayorías cali-
ficadas. Son leyes-convenio que exigen
el voto de la mitad más uno de los
miembros de las Cámaras. Se trata de
una ley convenio que por ser atinente
al federalismo debe ser iniciada por el
Senado, y posteriormente, requiere la
adhesión o rechazo de las provincias.
Es, por cierto, un desafío enorme,
pero creo que si queremos asumir el
Bicentenario con temple arquitectó-
nico es hora de enfrentar los grandes
desafíos a través de la deliberación y el
consenso, dado que son leyes de este
tipo las que se requieren urgentemente
en Argentina, esto es, consensos de
naturaleza fundacional.
Ahora bien, ya lo hemos dicho,
este cuadro pinta el paisaje de
un conflicto que alude también a
los problemas atinentes a nuestro
régimen fiscal. Concibo, por consi-
guiente, la necesidad de un nuevo
“pacto federal”, unido a la exigencia
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
58
de un nuevo “pacto fiscal”, dado que
si hay malformaciones en el federa-
lismo, seguramente también las hay
en el régimen fiscal. Este problema
lejos está de ser producto de la situa-
ción actual, se arrastra desde hace
muchos años.
Veamos algunos aspectos de esta cues-
tión. La bolsa fiscal es el conjunto de
recursos de los que disponen el Estado
y sus provincias. Pero, ¿cómo se forma
dicha bolsa?, ¿qué impuestos contiene?
El peso correspondiente a las ganan-
cias, a las rentas financieras y al
patrimonio personal sigue siendo
muy bajo en Argentina en compa-
ración con las sociedades más avan-
zadas del mundo. En nuestro país
los impuestos predominantes son el
IVA (Impuesto al Valor Agregado), y
otros impuestos indirectos, entre los
que podríamos señalar las retenciones
a las exportaciones, diversos tipos de
impuestos al consumo, y desde luego
el impuesto de aduana que pagan
las mercaderías importadas. Todos
ellos forman casi el 90 por ciento de
la bolsa fiscal. Impuestos injustos y
regresivos, dado que la única propor-
cionalidad que admite el impuesto
indirecto –léase el IVA­– es que quien
habla puede consumir más que un
habitante marginal y excluido en una
villa miseria. Son entonces impuestos
proporcionales al consumo y no
progresivos en cuanto a las ganancias
y rentas financieras.
Todas las democracias del mundo
que han alcanzado un cierto grado
de madurez han tenido en algún
momento de su historia un gran debate
nacional cuyos efectos consistieron en
que el peso de los impuestos directos,
en la composición de la bolsa fiscal, sea
mucho mayor que el correspondiente
a los impuestos indirectos. Éste es unNatalio R. Botana
59
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
punto que nos cuesta trabajo entender
a los argentinos. Sin impuestos
directos no hay vínculo ciudadano que
me permita hacer valer mis derechos
por estar cumpliendo una intransfe-
rible obligación personal. El pago de
impuestos indirectos está condenado a
perderse en el anonimato.
Este intrincado asunto tiene su origen
en un importante texto publicado
en 1855: Sistema económico rentístico
para la Confederación Argentina según
su Constitución, cuyo autor fue Juan
Bautista Alberdi. Es un texto liminar
en el pensamiento político-económico
argentino, por tener la característica de
correr parejo con los famosos artículos
escritos por Hamilton para defender la
constitución de los Estados Unidos en
1788, y que después fueron reunidos,
junto con los de Madison y Jay, en el
texto conocido como El Federalista.
La obsesión que tenían estos autores
consistía en inventar todo desde la
nada.Entre1788y1855,elfederalismo
aún no existía en el mundo vaciado en
el molde del Estado nacional. Lo que
sí existían eran confederaciones laxas,
y en el caso de Argentina, aquella
Confederación establecida en el Pacto
Federal de 1831 que otorgó a la Aduana
de la provincia de Buenos Aires una
posición hegemónica con respecto
al resto del país, en tanto todos los
recursos de importación y exportación
revertían sólo sobre dicha Aduana.
Es decir que cuando Alberdi escribe
Sistema económico y rentístico..., lo hace
en plena guerra civil, asumiendo las
características económicas que propi-
ciaron dicha guerra concluida proviso-
riamente con la batalla de Pavón.
Eneseentonces,elgobiernoquepresidía
Urquiza, y luego su sucesor Manuel
Derqui, carecía de recursos fiscales
como efecto de que la provincia de
BuenosAiresnohabíacedidolaAduana
al servicio de todo el país. La Aduana
tenía tal relevancia por el hecho de que
no había, en aquellos años, otra institu-
ción comparable en materia de recau-
dación de impuestos. Era un sistema
muy sencillo: si aumentaba el comercio
–el sueño de
Alberdi–, aumen-
taba la riqueza;
si aumentaba la
riqueza, aumen-
taban también los
recursos fiscales.
Tal fue la clave
del pensamiento
alberdiano:nacio-
nalizar el Estado,
un punto central
con el que estoy
completamente
de acuerdo. Pero
Alberdi, además
deestosimpuestos
indirectos, no propuso otros impuestos
relevantes bajo jurisdicción nacional, y
dejó la organización de los impuestos
directos en poder de las provincias. Para
ello estableció una fuerte restricción
constitucional por la que corresponde
exclusivamente al gobierno nacional
percibir impuestos indirectos.
Esto quedó escrito en la Constitución
que a partir de 1853 tuvo nume-
rosas reformas: en 1866, en 1898, en
1949, en 1957, y por fin en 1994.
Sin embargo, en ninguna de ellas se
tocó este principio. De tal suerte que
Argentina está protagonizando, como
en muchas otras cuestiones, una pieza
de ficción, dado que para tener que
pagar impuestos directos en todo el
país, cada año invariablemente, a partir
de 1932, el Congreso vota una ley de
emergencia que tiene vigencia anual y
es sistemáticamente prorrogada.
En realidad, lo que hoy
tenemos en Argentina respecto
al contrato fiscal es un proceso
de frágil legitimación. En lugar
del círculo virtuoso de una
ciudadanía fiscal, nos encon-
tramos frente al círculo vicioso
de gente que no opera con
criterios de ciudadanía –en el
sentido de que el ciudadano
asume el bien general en su
conducta–, sino que lo hace al
modo de habitantes volcados
a la defensa de sus intereses
particulares.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Conflictos y armonías
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Sin embargo, puede afirmarse que en
los últimos ocho años ha mejorado la
participación de los impuestos directos,
del mismo modo como mejoró durante
los dos primeros gobiernos de Perón,
en el curso de la llamada Revolución
Libertadora y en la primera parte del
gobierno de Frondizi. De todos modos,
vistas las cosas desde una perspectiva
atenta a la larga duración, estos factores
del “mal gobierno” afectan el nervio más
sensible de lo que he denominado en
muchos trabajos ciudadanía fiscal, vale
decir, el círculo virtuoso que debería
trazarse entre el ciudadano que paga
impuestos y el Estado que, sobre la
base del respeto de los contratos y del
ejercicio responsable de la economía,
los administra y distribuye de acuerdo
con criterios de transparencia.
Éste es otro de los pactos fundadores
de la democracia, pacto entendido en el
mismo sentido del contrato social que
fundamentó Jean-Jaques Rousseau.
Pues el contrato social, el pacto fundado
en la voluntad general del ciudadano,
tiene que rehacerse y perfeccionarse
todos los días. En especial el contrato
fiscal, que es una de las claves de la
democracia moderna. Sin él, la demo-
cracia se sumerge en un pantano de
conflictos irresueltos. Sin contrato
fiscal, se afecta el temple reformista de la
democracia que exige, precisamente, un
talento muy especial para generar una
confianza compartida en virtud de la
cual el ciudadano y la ciudadana pagan
impuestos directos al Estado. Éste, a su
vez, los transforma en bienes públicos,
bienes que deben ser comunes a todos,
aun cuando su administración se realice
en diferentes niveles.
En realidad, lo que hoy tenemos en
Argentina respecto al contrato fiscal
es un proceso de frágil legitimación.
En lugar del círculo virtuoso de una
ciudadanía fiscal, nos encontramos
frente al círculo vicioso de gente que
no opera con criterios de ciudadanía
–en el sentido de que el ciudadano
asume el bien general en su conducta–,
sino que lo hace al modo de habitantes
volcados a la defensa de sus intereses
particulares. Observamos, desde este
ángulo,unespaciocruzadopordiversos
actores: por un lado los rebeldes que
se consideran sometidos por leyes,
decretos o resoluciones que juzgan
confiscatorias, y por otro, tan impor-
tantes como los rebeldes aunque más
silenciosos, los habitantes imbuidos de
la astucia del evasor. Es la astucia del
evasor activo que logra la complicidad
tácita de aquel que no reclama y del
Estado incapaz de controlarlo.
Junto con ello, y esto no es propio de
Argentina sino de la mayoría de los
países, desarrollados o no, vivimos
prisioneros de un conjunto de leyes
que ignoramos y desconocemos.
Desde que comenzó a trabajarse sobre
teoría fiscal en el siglo XVIII –el gran
progresista en aquella época fue Adam
Smith–, siempre se señaló que la
calidad del mundo fiscal es la transpa-
rencia, la proximidad y sencillez de las
leyes. Y lo real es que, en materia fiscal,
en Argentina se vive en enjambres y
laberintos, donde los que mandan son
los expertos en el mundo tributario.
Expertos en las modalidades de pago,
y también expertos en el consejo sobre
cómo eludir el pago sin infringir las
vallas legales. Por consiguiente, detrás
de las pasiones y entreveros electorales,
que sirven como telón de fondo, hay
una condición estructural de nuestra
política que no atina a reformar el
régimen tributario según principios
de equidad aplicables a la ciudadanía
y a la relación entre las provincias y el
Estado nacional.
61
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
Éste es el gran desafío que tiene por
delante la representación política en
Argentina: poner en marcha lo que
podríamos denominar “leyes constitutivas
del Bicentenario”, dentro de las cuales
la ley tributaria y fiscal es condición
necesaria para llevar adelante otro tipo
de leyes constitutivas en el campo de la
educación, la salud, y en aquel terreno en
que se disparan los dardos de la injusticia
distributiva: el campo de la exclusión y
la marginalidad. Al plantear estas cues-
tiones, estoy hablando de derechos. No
obstante, generalmente olvidamos que
los derechos cuestan dinero, dado que sin
respaldo material, los derechos son pura
virtualidad. El respaldo material para los
derechos es la obligación asumida por el
ciudadano que percibe que su esfuerzo
fiscal, proporcional y progresivo, es
correspondido por el Estado.
Además del tema fiscal, hay otro
problema importante que aqueja al
federalismo argentino. Desde que se
pensó y puso en práctica la teoría del
federalismo político, la pregunta acerca
de la escala geográfica de los territorios
que participaban del Pacto Federal, que
en Argentina se llaman provincias –en
Estados Unidos y Brasil estados, y en
Suiza cantones–, inquietó a los consti-
tucionalistas y legisladores. Porque el
federalismo, en tanto teoría política, es
una apuesta a favor del equilibrio entre
las unidades que pactan esa forma de
Estado y ese régimen de gobierno.
Los norteamericanos y luego los suizos
–Alberdi conocía el proyecto de consti-
tución federal para Suiza de Pellegrino
Rossi­– plantearon estos problemas y
los resolvieron mediante una invención
notable: establecieron dos cámaras, un
Senado que representa la igualdad de
todos los estados, cantones o provincias,
con un mismo tipo de representación;
y una Cámara de Diputados que repre-
senta a toda la población por su número.
Una rápida mirada sobre nuestro país
nos permite comprobar que estos requi-
sitos no se cumplen. La representación
igualitaria del Senado se desequilibra
debido al desfasaje que se advierte en la
Cámara de Diputados. Dicha cámara
es un recinto que alberga a provincias
chicas sobre-representadas, y a provin-
cias grandes sub-representadas. Es una
ley que rige intocable, a pesar de ser
herencia de la última dictadura militar.
Parece una ley pétrea, inmodificable.
Tomemos seis provincias de la región
pampeana y patagónica: La Pampa,
Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa
Cruz, y Tierra del Fuego (aclaro que
este trabajo se basa en datos censales de
hace diez años).1
Estas seis provincias
tienen una población en conjunto de
2.037.545 habitantes, cifra que reúne
en la cámara a 30 diputados. Cada una
de ellas tiene asignado un mínimo de
cinco diputados. La provincia de Santa
Fe por su parte, con 3.700.000 habi-
tantes, está representada sólo por 19
diputados. Por su parte, la provincia de
Córdoba, con una población semejante,
estárepresentadapor18diputados.Pero
además de esta evidente disparidad, la
provincia de Buenos Aires emerge en
este cuadro como un Leviatán demográ-
fico que engulle cerca del 40 por ciento
de la población total de la República. Feria La Salada
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
62
Esta relación de disparidad ya existía en
1810 y atravesó todo el siglo XIX.
Hacia 1910 llegaron a nuestro país
variosvisitantesdenota,algunosdeellos
pensadores políticos que consignaron
por escrito su experiencia, como es el
caso del jurista español Adolfo Posada.
Observaba Posada al respecto que un
estado federal requería “cierto equili-
brio de fuerzas que si se rompe ha de ser
en la proporción
en que Prusia
rompe el equili-
brio alemán, no
en la proporción
en que Buenos
Aires rompe, por
el momento, el
equilibro argen-
tino”. En aquel
momento, la
Capital había
sido federalizada
hacía treinta
años, tras episo-
dios sangrientos.
La distribución
del número de diputados después de
1880 entre los cuatro distritos grandes
(Capital Federal, provincia de Buenos
Aires, Córdoba y Santa Fe), era razona-
blemente equilibrada. Cuando Posada
estuvo en el país, la provincia de Buenos
Aires elegía 28 diputados, la Capital
Federal 20, Córdoba 11, y Santa Fe 12.
Después, a lo largo del siglo XX, esta
correspondencia se quebró. La Capital
Federal –me incluyo­– hoy es una
ciudad congelada demográficamente.
Somos hijos de la inmigración europea,
y como los europeos han dejado de
tener hijos, nosotros también.
La ciudad de Buenos Aires tiene una
población desde hace 70 años que
gira alrededor de los 3.000.000 de
habitantes. Cuando esta población
aumenta es debido al impacto de las
poblaciones marginales que aquí se
trasladan. En cambio, si observamos la
provincia de Buenos Aires, advertimos
un espectacular ascenso. En 1914 tenía
2.000.000 de habitantes; en 1980,
10.860.000;en2001tenía13.827.000,
de los cuales casi 9.000.000 viven en el
llamado “Conurbano Bonaerense”.
En términos electorales, la provincia
de Buenos Aires arrastra casi el 38 por
ciento del padrón nacional, y de esa
cifra, los dos cordones que rodean la
Capital Federal retienen el 22.7 por
ciento. Se entiende, por lo tanto, la
magnitud del poder electoral bonae-
rense, y al mismo tiempo se hacen
chocantes los contrastes con los tres
distritos denominados grandes. La
Capital Federal representa un 9.7 por
ciento del padrón electoral, Córdoba
el 8.73, y Santa Fe un 8.59. Es decir,
las tres juntas reúnen un 27 por ciento
que no alcanza a la provincia de
Buenos Aires. Habría que sumar a este
terceto las provincias denominadas
medianas, que en rigor son pequeñas,
como Mendoza con un 4 por ciento,
Tucumán con un 3.52 por ciento y
Entre Ríos con un 3.22 por ciento.
Por consiguiente es un error hablar de
distritos grandes en Argentina, dado
que efectivamente hay uno solo.
La provincia de Buenos Aires lleva hoy al
Congreso setenta diputados, la Capital
Federal veinticinco, Córdoba dieciocho,
y Santa Fe diecinueve. En tanto, como
ya lo entendía Sarmiento cuando se
radicó en el Estado de Buenos Aires en
1854, quien tiene el poder de Buenos
Aires, en términos electorales, tiene la
clave del éxito electoral en el país. Pero
aquí aparece una última contradicción:
este poder electoral bonaerense, prin-
cipal productor de las mayorías nacio-
nales, descansa sobre una ostensible
Por primera vez en la larga
historia de la humanidad, el
mundo es predominantemente
urbano. Ahora bien, ¿cómo
gobernar la megalópolis?
Porque además de democrá-
tica, Argentina es una repú-
blica, y desde que la república
fue pensada por los romanos,
siempre interpeló la imagina-
ción del legislador planteando
un problema de escala. ¿Cuál
es la mejor escala para que
florezca la ciudadanía con sus
conflictos y armonías?
63
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
debilidad fiscal. En el caso de tener que
describir a esta provincia, lo haría con
una frase orteguiana; diría que es un
“gigante invertebrado”, una población
enorme, con los peores contrastes de
Argentina, donde se produce el choque
feroz de las desigualdades. Choque que
se acrecienta cuando los sectores están
próximos, cuando se tocan aunque no
quieran reconocerse. Mundo de habi-
tantes,diríaRousseau,nodeciudadanos.
Este gigante que, si bien posee esa
potencia electoral, es al mismo tiempo
castigado fiscalmente. La última
provincia argentina reconocida como tal
es Tierra del Fuego, provincia pequeña y
deshabitada. Por cada uno de sus habi-
tantesrecibe2.665pesos,enconceptode
coparticipación federal. La provincia de
BuenosAiresrecibe368pesos.Heaquíla
contradicción que estalla en el escenario
del Gran Buenos Aires: la brutal escisión
entre ricos y pobres. Este problema de
astringencia fiscal se remonta a décadas,
y hace que la provincia quede directa-
mente dependiente de los favores del
“príncipe”, porque de lo contrario carece
de capacidad de respuesta.
Estamos, pues, frente a un gigantesco
problema en lo que atañe a la confor-
mación de la Argentina moderna. La
provincia de Buenos Aires se ha colmado
a partir de 1880 sin ningún plan ni polí-
tica alguna de descentralización. En esta
provincia se levantó la gran esfinge del
sigloXXI:laMegalópolis.ElConurbano,
más la Ciudad de Buenos Aires, concen-
tran alrededor de 13.000.000 de habi-
tantes, el Distrito Federal de México
concentra alrededor de 24.000.000, San
Pablo casi 23.000.000, Río de Janeiro
18.000.000, y eso sin hablar de las
megalópolis chinas, indias o africanas.
Por primera vez en la larga historia de
la humanidad, el mundo es predomi-
nantemente urbano. Ahora bien, ¿cómo
gobernar la megalópolis? Porque además
de democrática, Argentina es una repú-
blica,ydesdequelarepúblicafuepensada
por los romanos, siempre interpeló la
imaginación del legislador planteando
un problema de escala. ¿Cuál es la mejor
escala para que florezca la ciudadanía
con sus conflictos y armonías?
Habría que preguntarse, por consi-
guiente, si es realmente posible cons-
truir un federalismo a escala humana
con este desequilibrio demográfico,
social y urbano. Por ejemplo, Estados
Unidos tiene también megalópolis,
pero mantiene cierto equilibrio entre
Los Ángeles y Nueva York, entre
ChicagoyHouston.AquíenArgentina,
tenemos por un lado Buenos Aires y
luego el país: la megalópolis y el resto.
Se imponen, pues, audaces políticas
de descentralización y, como comple-
mento, políticas de cooperación admi-
nistrativa en las grandes áreas urbanas.
Concluyo. Estamos inmersos en un
círculo,queesperonoseadantescosino
ascendente, donde lo fiscal, lo federal
y lo urbano se interpenetran. Hemos
hecho un diagnóstico, y tenemos la
esperanza de que frente a tal diagnós-
tico podamos obrar en consecuencia.
(*) Conferencia brindada en el marco
del ciclo “Legados y porvenir: Argentina
en el Bicentenario”, organizado por la
Biblioteca Nacional durante el 2009.
NOTAS										
1 Véase, para los párrafos siguientes, mi ensayo “La democracia republicana en el Bicentenario”, en
Natalio R. Botana (ed.) (2010), Argentina 2010. Entre la frustración y la esperanza, Buenos Aires, Taurus.
64
Modelo regional y
popular de desarrollo(*)
Por Enrique Martínez
En esta última década suele hablarse, para carac-
terizar la situación que atraviesa Sudamérica, de
un pos-neoliberalismo. Precedida por subleva-
ciones populares y por la emergencia de gobiernos
que asumieron a su modo las condiciones que se
abrieron a partir de tales revueltas, la hora polí-
tica de la región sugiere cambios en las maneras de
tratar la cuestión pública, de reconocer los plan-
teos que formularon los movimientos sociales y
de interpretar esas demandas con mayor grado
de innovación. Sin embargo, surgen numerosos
interrogantes respecto a qué formas económicas,
sociales y políticas guardan relación con el desafío
abierto de plantear nuevos horizontes.
Enrique Martínez, presidente del Instituto
NacionaldeTecnologíaIndustrial(INTI),plantea
aquí la necesidad de un modelo de desarrollo con
características populares, democráticas y trans-
formadoras. De esta manera, lo que algunos han
llamado neodesarrollismo para dar cuenta de las
estructuras productivas actuales, es reexaminado
bajo la hipótesis de un nuevo “modelo regional
y popular de desarrollo”, un modelo de descen-
tralización productiva, solidaridad tecnológica y
reapropiación de los bienes comunes para resti-
tuirlos a su trama comunitaria.
65
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Conflictos y armonías
Vamos a encarar una tarea riesgosa, la
de hablar sobre modelos de desarrollo.
Habitualmente se habla del tema,
pero se habla mal, superficialmente,
en términos genéricos. Se introducen
títulos vacíos de acciones, carentes de
metodologías de aproximación. Noso-
tros intentaremos hacer un aporte, y
tratar de transmitir una mirada sobre lo
que puede calificarse como el “modelo
del ahora”, aquel que se necesita para
tener la aspiración de una propuesta
que busque mejorar la calidad de vida
de la comunidad.z
Lo hemos bautizado “modelo regional
y popular de desarrollo”, como una
pequeña metamorfosis del que hemos
llamado durante muchísimo años
modelo nacional y popular de desarrollo,
aquel que tuvo vigencia hasta 1955.
En la época de posguerra mundial, en
Argentina hubo dos modelos, vincu-
lados por un tercer modelo que la
historia mostró como transición entre
ambos. El modelo nacional y popular,
y el modelo de especialización expor-
tadora de los años 90, vinculado entre
ellos por el desarrollismo, que en defi-
nitiva fue un cambio importante del
modelo nacional y popular. Si bien
trató de mantener sus grandes obje-
tivos, terminó siendo un puente hacia
una integración en la globalización
que, no por responsabilidad del desa-
rrollismo, condujo a la estrategia de
especialización exportadora.
Elmodelonacionalypopularpuedeser
caracterizado por lo que llamo los acti-
vadores: ¿cuáles son las grandes herra-
mientas de activación de la economía
y la sociedad?, ¿cuáles los instrumentos
centrales que se utilizaron?, ¿cuál era la
consigna esencial que se perseguía?
Más allá de las consignas políticas
y los valores éticos del período, en
aquel momento de posguerra hubo
dos grandes activadores: el Estado
productor y la sustitución de impor-
taciones. Y hubo además dos instru-
mentos categóricos: los aranceles, es
decir, impedir la entrada de productos
a los cuales se pretendía sustituir; y el
crédito orientado a atender la nece-
sidad de financiamiento de cualquier
proyecto industrial, algo que nunca
más se dio en Argentina.
Los aranceles fueron un instrumento
relevante, pero en realidad, los ayudó
una situación mundial en la cual el
comercio internacional estaba absolu-
tamente bloqueado: Europa se encon-
traba en proceso de reconstrucción y
Estados Unidos orientaba buena parte
de sus esfuerzos a reconstruir el viejo
continente.Enconsecuencia,Argentina
tenía demanda de alimentos y una
muy baja oferta
de productos
que pudieran
competir con
aquellos que
luego se susti-
tuyeron. No
sólo había poca
oferta mundial,
sino que durante
el período del
modelo nacional
y popular hubo
un bloqueo
expreso de
Estados Unidos
–el único país que
podía proveer
ciertos bienes de
capital– a la venta
de productos a
Argentina, que se
encontraba inscripta en una lista negra.
Esto significó que nuestro país llegara a
1955 con su proyecto de siderurgia en
los papeles, sin poder concretarlo como
El proceso que se dio luego,
es el llamado modelo de espe-
cialización exportadora, la
propuesta que sostuvieron
el Banco Mundial, el FMI, y
todos los gurús económicos
de la integración a la globali-
zación, tanto para Argentina
como para todos los países
periféricos desde antes de la
década del 90. Esta propuesta,
instalada definitivamente en
aquella década, sigue teniendo
vigencia doctrinaria. Aún hoy
continúa sosteniéndose que
esta modalidad contribuye al
desarrollo argentino, y que
en todo caso, si hasta aquí no
anduvo bien se debe a errores
de aplicación.
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Conflictos y armonías
66
consecuencia de la incapacidad de
conseguir tecnología para desarrollar lo
que luego fue SOMISA. Hubo medidas
que propiciaron la sustitución de
importaciones, pero además el contexto
mundial aisló al país de un modo tal
que explícitamente era positivo fabricar
casi cualquier cosa, dado que si no se lo
fabricaba no se lo conseguía.
La consigna social, más que la consigna
de gobierno, se basaba en la idea de que
el pleno empleo aseguraba la satisfac-
ción de las necesidades básicas. Y así fue,
trabajar era sinónimo de comer, y no
sólo de comer sino además de contar con
la posibilidad de crecer personalmente:
había una movilidad social intensa.
Lo concreto es que el desarrollismo
se dio en condiciones mundiales que
ya no están, y que según parece, no
volverán, por tanto poco sentido tiene
analizarlo a los efectos de trasladar
algún elemento a la política de hoy.
El proceso que se dio luego, es el
llamado modelo de especialización
exportadora, la propuesta que sostu-
vieron el Banco Mundial, el FMI, y
todos los gurús económicos de la inte-
gración a la globalización, tanto para
Argentina como para todos los países
periféricos desde antes de la década
del 90. Esta propuesta, instalada defi-
nitivamente en aquella década, sigue
teniendo vigencia doctrinaria. Aún
hoy continúa sosteniéndose que esta
modalidad contribuye al desarrollo
argentino, y que en todo caso, si
hasta aquí no anduvo bien se debe a
errores de aplicación. En este modelo,
el activador básico es especializarse en
la exportación de lo que uno puede
producir en términos competitivos,
que para el caso de Argentina consiste
en materias primas, tanto agrope-
cuarias como mineras, entre las que
despunta el petróleo.Enrique Martínez
67
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Conflictos y armonías
El instrumento principal fue la crea-
ción de un buen “clima de negocios”,
es decir, garantizar que todo inversor
tenía seguridad, ya que luego podría
retirar sus ganancias del país. Se creyó
que si eso sucedía aparecerían inver-
sores a raudales, pero no se definió
exactamente en qué se iban a destinar
dichas inversiones. Esos inversores iban
a orientarse, de forma natural, hacia
aquellas actividades que significaran
una ventaja de inserción de los exporta-
dores en Argentina, y simultáneamente
se producía una baja de aranceles para
que fuera mucho más nítido aquello en
lo que nuestro país se especializaba. En
rigor, aquello en lo que Argentina no
se especializó, se importó, mientras que
pudo competir en el mercado mundial
con los sectores especializados respecto
al mercado mundial.
Se sigue sosteniendo el modelo de la
especialización,apesardequesusbene-
ficios los recibe, en primera instancia,
quien es protagonista del proceso, y
recién después, hipotéticamente, estos
protagonistas derraman las ganancias
al resto de la comunidad.
Los resultados de la especialización
exportadora fueron: la concentración
de capitales, la reducción de los actores
económicos en casi todos los espacios
y la pérdida de la movilidad social.
Como consecuencia de ello, amplios
sectores del país dejaron de tener en su
imaginario la posibilidad de ser actores
productivos con autonomía. No sólo
dejaron de pensar en ser trabajadores
–que es una desgracia y una pandemia
vinculada con la concentración econó-
mica y su desocupación asociada–,
sino que prácticamente dejaron de
pensar como se pensaba treinta años
antes, en la posibilidad de iniciar
emprendimientos por cuenta propia,
de cubrir una producción tomando
la iniciativa. La movilidad social no se
refiere solamente al obrero cuyo saber
real se redujo, sino también al poten-
cial emprendedor que antes era natural
que existiera y hoy desapareció.
Abriéndonos paso a la situación actual,
podríamos señalar que estamos en un
mundo y en un país donde las fron-
teras comerciales y financieras están
abiertas, y donde resulta poco imagi-
nable diseñar
una propuesta de
desarrollo comu-
nitario que vaya
a contramano de
este hecho expe-
rimental, casi
físico. Las fron-
teras comerciales
y financieras se
han abierto tanto
por la inercia
política de treinta
años, como por
razones tecnoló-
gicas en relación
a las comuni-
caciones y los
sistemas finan-
cieros.Yoprefiero
tomar esto como
un dato objetivo,
más que como
un obstáculo, y si
realmente es un
obstáculo, habrá
que ver cómo
sortearlo y no cómo eliminarlo.
Otra de las características de Argentina
es que las cadenas medulares de valor
están, casi en su mayoría, controladas
por las transnacionales. En rigor,
es sorprendente para quien mira la
política y la economía como parte
de un mismo fenómeno, que este
concepto esté ausente en los análisis
Otra de las características de
Argentina es que las cadenas
medulares de valor están, casi
en su mayoría, controladas por
las transnacionales. En rigor,
es sorprendente para quien
mira la política y la economía
como parte de un mismo fenó-
meno, que este concepto esté
ausente en los análisis de todo
pensamiento progresista en
Argentina. Y sin embargo, es
extremadamente relevante, ya
que si las cadenas de valor más
importantes del país, empe-
zando por la producción agro-
pecuaria, están controladas
por quienes deciden según
sus propios intereses –que no
tienen por qué coincidir con
los intereses del conjunto–,
quedamos permanentemente
frente a la obligación de rezar
porque sus intereses coincidan
con los nuestros.
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Conflictos y armonías
68
de todo pensamiento progresista en
Argentina. Y sin embargo, es extre-
madamente relevante, ya que si las
cadenas de valor más importantes del
país, empezando por la producción
agropecuaria, están controladas por
quienes deciden según sus propios
intereses –que no tienen por qué coin-
cidir con los intereses del conjunto–,
quedamos permanentemente frente a
la obligación de rezar porque sus inte-
reses coincidan con los nuestros.
Concretamente, hemos sido siempre
un país importante en el rubro agro-
pecuario, en tanto la relación entre
superficie arable y número de habi-
tantes es, en Argentina, mayor que en
la de cualquier otro país del mundo,
incluyendo Estados Unidos; esto nos
muestra que definitivamente somos
un país agrícola. Una generación atrás
teníamos investigación y desarrollo
genético que permitía producir semi-
llas propias. También sistemas de
labranza y máquinas cosechadoras. Se
trataba, en suma, de un esquema inte-
grado que culminaba en la existencia
de una Junta Nacional de Granos que
manejaba una serie de elementos bene-
ficiosos para los productores, y había
al menos, ante la presencia de capi-
tales internacionales, una proporción
importante de cooperativas agrarias en
la exportación de granos del país.
Hoy no sólo se ha concentrado la
exportación en algunas empresas que
producen cereales, sino que todo el
paquete tecnológico de producción
dejó de ser propiedad argentina, y en
consecuencia, nuestro país carece de
control sobre él.
Las discusiones sobre el uso de herbi-
cidas son absolutamente pertinentes
desde el punto de vista del medio
ambiente, pero antes de discutir sobre
el medio ambiente debió haberse
discutido cómo pudimos llegar a
adoptar un modelo de producción en
el cual no tenemos acceso al control
tecnológico de las semillas, en el que
tampoco controlamos la tecnología de
los herbicidas, ni las máquinas cose-
chadoras necesarias, ni buena parte del
resto de la cadena que llega al consu-
midor final. En todo caso, la decisión
sobre si se utiliza acá buena parte de la
producción primaria es una decisión
que queda en manos de una transna-
cional. No es un problema de sobe-
ranía en términos tradicionales, sino
un problema de lógica económica
elemental. Si no tenemos capacidad
de controlar los segmentos trascen-
dentes de la cadena de valor agrope-
cuaria, o la automotriz, o hasta de la
venta minorista, hay una cantidad de
elementos de fuga respecto a la renta-
bilidad y la riqueza de Argentina,
que dan como resultado que nuestro
ingreso promedio por habitante
disminuya. Ésa es una lógica que
necesitamos evaluar inexorablemente,
para entender si somos un país con un
mejor destino posible, o no.
Otra característica de nuestra inserción
internacional exportadora es la que
efectivamente se ha dado a través de
los recursos naturales. No sólo a través
de los granos y el petróleo, que hoy ha
disminuido, sino a través de la minería
que está en plena expansión. Estamos
insertosinternacionalmente,apartirde
la minería, en condiciones muchísimo
más precarias todavía que en el caso de
la agricultura, ya que sólo hacemos un
agujero en la tierra, concentramos el
producto, y exportamos. No contamos
con ninguna producción que luego sea
transformada en bienes finales.
Sin que esto pueda ser separado de
lo mencionado anteriormente, hay
una amplia brecha interna, tanto
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Conflictos y armonías
en este país como en todos los de la
región. Se ha consolidado una dife-
rencia de ingresos y oportunidades
muy pronunciada. Y debemos señalar
también que los empresarios nacio-
nales se han subordinado económica-
mente e ideológicamnete a las cadenas
de valor transnacionalizadas, al pensar
que no existe una solución posible
para todos. Verdaderamente, cuando
se llega a pensar esto, estamos al borde
de la disgregación, o adentrándonos
en ella misma. Los empresarios, inexo-
rablemente, están destinados a pensar
que serán ellos quienes se salven.
Para pensar en términos positivos,
¿cuál es el verdadero desafío? Yo me
remito al modelo nacional y popular,
y postulo empezar por recuperar su
objetivo primario: que todos tengan
las necesidades básicas satisfechas. La
primeracondiciónparaestoeseliminar
los razonamientos en cascada.
Lamentablemente no hemos podido
aún sacarnos de encima la teoría del
derrame. Por izquierda o por derecha,
tendemos a tratar de aumentar la
producción todo lo que se pueda en el
contexto internacional; creemos que
con el incremento de la producción se
reducirá la desocupación y se cubrirán
las necesidades del conjunto de la
población. No es así, es más, estamos
en un gigante laboratorio que nos lo
demuestra.Hacesieteañosquevenimos
creciendo a tasas chinas, y la pobreza se
redujo un poco, pero también admi-
tamos que existe. Y si hemos crecido
el 9 por ciento durante tantos años, y
la pobreza sigue existiendo en dimen-
siones significativas, quiere decir que
no hay una relación lineal que permita
establecer que la cascada vale.
En rigor, el objetivo debe ser plan-
teado de forma directa: todos comen,
todos se visten, y todos se cobijan en
una vivienda digna. Recién después
de establecer claramente estos obje-
tivos, hay que pasar a discutir cómo
conseguirlos, y no seguir discutiendo
cómo se consigue
eso a condición
de crecer el 9
por ciento anual,
objetivo para el
cual se derrocha
empeño en ir a
buscar a la multi-
nacional para que
ponga el hiper-
mercado, buscar
excavadores para
abrir la mina,
o exploradores
que encuentren
un yacimiento
gasífero. Hay un
camino dema-
siado largo e
intolerable entre
el yacimiento gasífero y el formo-
seño que está muriéndose de hambre.
Debemos encontrar una lógica que
parta del objetivo a perseguir: todos
comen, todos se visten, y todos se
cobijan en una vivienda digna.
Para conseguir esto se requiere a mi
juicio, nuevos actores productivos.
Una política pública debería tener una
propuesta sostenida para los actuales
actores productivos, pero dentro de
esa política también debería jugar
un papel importante la aparición de
nuevos actores: productores familiares,
cooperativas, municipios pequeños,
ámbitos públicos. Grupos que puedan
ser protagonistas de proyectos que
busquen que aquellos que no trabajan,
y por lo tanto no comen, trabajen y
coman en forma directa.
Esto tiene que estar acompañado por
crédito industrial de otro cuño, un
Vivimos con una lógica que
admite la existencia de países
ricos rodeados de países
pobres, o regiones ricas, dentro
de la misma frontera nacional,
vinculadasconregionespobres;
lugares donde se consume y
gente que se muere de hambre
dentro del mismo país. Una
lógica no sólo perversa e
inequitativa, sino insusten-
table. Desde el punto de vista
económico más elemental, la
lógica de que alguien pueda
tener una oferta permanente-
mente creciente, tiene que ver
con que del otro lado alguien
lo demande, alguien consuma.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Conflictos y armonías
70
crédito que sea pagable con la evolu-
ción de la actividad, como fue el crédito
industrial histórico. No un crédito que
pregunte “cuánto tenés para hipo-
tecar”, sino un crédito que se asocie. Si
alguien pone un matadero de cerdos
en Tucumán, que pague en función
de su flujo de fondos en un tiempo
razonable, y si en cierto momento los
cerdos se mueren por algún motivo,
esto sea tomado como razón suficiente
para interrumpir el pago y continuarlo
el año siguiente.
Eso es lo que
hizo el Banco
Industrial en
Argentinadurante
m u c h í s i m o s
años, y lo cierto
es que nunca
lo estafaron los
pequeños,sinolos
grandes amigos
del poder.
Además de los
nuevos actores
productivos y del
crédito indus-
trial, necesitamos
saber cómo. Hay
un problema de
conocimiento en
el mundo actual que precisa de una
figura: la solidaridad tecnológica.
El concepto de solidaridad tecnoló-
gica no es un término que remite a la
piedad, tampoco al asistencialismo.
Es un concepto circular que parte de
admitir que quien es capaz de trans-
ferir conocimiento de una región a
otra, para que en ésta última se cons-
truya un tejido productivo, inexora-
blemente se beneficiará. En el lugar
donde se construye ese tejido produc-
tivo aparecerán nuevas demandas de
bienes y de conocimientos, demandas
que generan un movimiento circular
donde el que inicia la rueda también
gana. Vivimos con una lógica que
admite la existencia de países ricos
rodeados de países pobres, o regiones
ricas, dentro de la misma frontera
nacional, vinculadas con regiones
pobres; lugares donde se consume y
gente que se muere de hambre dentro
del mismo país. Una lógica no sólo
perversa e inequitativa, sino insus-
tentable. Desde el punto de vista
económico más elemental, la lógica
de que alguien pueda tener una oferta
permanentemente creciente, tiene que
ver con que del otro lado alguien lo
demande, alguien consuma.
¿Cómo podemos imaginar que los
ecuatorianos, los venezolanos o los
bolivianos, van a relacionarse con
Argentina, o los formoseños con los
porteños, si tienen riquezas naturales y
material humano que no pueden apro-
vechar por no tener el conocimiento
tecnológico adecuado? ¿Debemos
suponer que ellos van a generarlo a
lo largo del tiempo y que dentro de
una generación los formoseños sabrán
transformar la papaya en papaína? ¿O
seríamuchomássensatotratardeconse-
guir que los formoseños produzcan
sus propias carnes, sus propias leches,
vestimenta, y como consecuencia de
ello, los fabricantes de equipos frigo-
ríficos, equipos para industria láctea,
o vestimenta, florezcan en Argentina?
Obviamente, para conseguir esto,
aquel vendedor cordobés que trans-
porte carnes a Formosa venderá menos
porque ya no será sensato hacerlo, pero
podrá implementar otro proceso para
poder exportar carnes al exterior.
La segunda condición para tener
un país mejor es contar con auto-
nomía económica, social y política.
La primera es condición necesaria, si
Ésta es la lógica que debemos
incorporar profundamente, es
decir, que no debe haber nece-
sidades insatisfechas dentro del
propio país, como de ningún
paísaliado.Deberíamospensar,
dentrodenuestramiradaalargo
plazo, que nuestro proyecto
sólo será sustentable si los
bolivianos que hoy no tienen
electricidad, que son más del
60 por ciento de la población,
o que no tienen capacidad de
producir sus propios alimentos,
puedan hacerlo. Para que eso
suceda no necesitan dinero de
los argentinos, sino nuestra
ayuda técnica.
71
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no tenemos las condiciones básicas
universales satisfechas, no tendremos
país. Pero podríamos llegar a tenerlas
transitoriamente, por un período rela-
tivamente corto de la historia, y si
no contamos con autonomía econó-
mica, social y política, perderemos
esa condición. Se necesita entender
la importancia que representa poder
tomar decisiones como un mayor
control sobre nuestras exportaciones
de granos, sobre el aumento de la inte-
gración de nuestra producción auto-
motriz, sobre la producción de calzado
con diseño nacional, etc. Debemos
entender la importancia de poder
decidir en términos productivos. La
importancia de formular alianzas
nacionales profundas, alianzas que no
tengan como trasfondo intereses pura-
mente comerciales.
Es inadmisible que todavía hoy, no sólo
los empresarios, sino también funcio-
narios de la Cancillería, piensen que el
acuerdo con Venezuela es maravilloso
por el superávit de 1.000 millones
de dólares por año que produjo. La
maravilla no pasa por esa cifra, sino
porque Venezuela es el único país
del mundo que nos está comprando
sistemas productivos, y lo está haciendo
por generosidad política, ya que los
podría haber comprado en Finlandia,
en Noruega, en Alemania, o en China.
Los compra en un país con poca tradi-
ción, o ninguna, con dificultades a la
hora de organizar a sus empresarios
con poca experiencia en la transferencia
de tecnología, y de capacitar a otras
personas aún dentro del propio país.
Debemos aprender de Venezuela, que
aun intuitivamente y sin expresarlo
por escrito, entendió que fortaleciendo
a la Argentina como proveedora de
conocimientos, también se forta-
lece a sí misma. Ésta es la lógica que
debemos incorporar profundamente,
es decir, que no debe haber necesidades
insatisfechas dentro del propio país,
como de ningún
país aliado. Debe-
ríamos pensar,
dentro de nuestra
mirada a largo
plazo,quenuestro
proyecto sólo será
sustentable si los
bolivianos que
hoy no tienen
electricidad, que
son más del 60
por ciento de la
población, o que
no tienen capa-
cidad de producir
sus propios
alimentos, puedan hacerlo. Para que
eso suceda no necesitan dinero de los
argentinos, sino nuestra ayuda técnica.
Lapolíticanodebepretenderconseguir
o ampliar mercados sin haber previa-
mente eliminado la pobreza. Tenemos
que concentrar nuestra mente en
eliminar la pobreza en Argentina y en
toda nuestra región, y recién después
podremos discutir cómo venderle
generadores eólicos a Vietnam, cosa
que está sucediendo actualmente y que
me enorgullece. Pero si ese proyecto
de venta de generadores eólicos se
convierte en la bandera o arquetipo
del desarrollo productivo argentino,
estamos muertos.
El modelo regional y popular de desa-
rrollo,planteaporlotantotresobjetivos.
Primero, necesidades básicas satisfechas
como objetivo directo, en cada ciudad y
en cada pueblo del país. Segundo, auto-
nomía económica, social y política, es
decir, capacidad de decisión en los tres
planos. Tercero, solidaridad tecnológica
entre regiones y naciones.
Desde el 83 para acá, hemos
retrocedido en participación
de modo sistemático, y es un
hechonoimputableapersonas,
sino que es fruto del sistema
tal y como se instaló. Por lo
tanto, tener como meta dentro
del modelo de desarrollo a la
democracia participativa, es
un objetivo con el mismo valor
que el de satisfacer las necesi-
dades básicas en todo lugar de
Argentina: la democracia parti-
cipativa reasegura las necesi-
dades básicas satisfechas.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Conflictos y armonías
72
En definitiva, estamos nombrando
banderas conocidas. Las necesidades
básicas satisfechas como objetivo
directo, se resumen en la justicia
social; la autonomía económica y polí-
tica, están contenidas en la soberanía
política y la independencia econó-
mica; y la solidaridad tecnológica es la
integración latinoamericana. El punto
es darle sentido concreto hoy.
La bandera de la justicia social en el
año 2009 es que todos tengamos las
necesidades básicas satisfechas, y la
meta concreta es el desarrollo local a
ultranza: poder estar todos trabajando
en cada lugar de Argentina y la región.
La independencia económica es auto-
nomía económica, y no se trata de un
juego de palabras. Debemos admitir
como hecho objetivo, el contexto de
fronteras económicas abiertas. Lo que
en la década del 50 se llamaba inde-
pendencia económica –en torno al
reclamo del desarrollo económico al
interior del país, en un contexto de
países cerrados sobre sí mismos, con
modelos de producción que preveían
una Tercera Guerra Mundial, y que
sólo comenzaron a integrarse con otra
lógica luego de la caída del muro de
Berlín­– hoy deberíamos calificarlo
como autonomía económica. Es decir,
recuperar el control nacional de las
cadenas de valor críticas. Y esta meta
concreta, traducida a hechos especí-
ficos, significa poder exportar nues-
tros granos, poder producir nuestros
automóviles, y también metas mucho
más modestas, como poder producir
nuestro propio jabón de lavar.
La soberanía política tiene dos consignas,
no sólo una: la autonomía social, y la
autonomía política. La autonomía
social es un término que no hemos
trabajado aquellos que venimos del
peronismo histórico, los que hemos
pensado siempre en términos de aquella
democracia de masas. No hizo falta
reclamar la autonomía social, porque no
teníamos la democracia delegativa que
vemos hoy, y que nos deteriora a cada
momento. Desde el 83 para acá, hemos
retrocedido en participación de modo
sistemático, y es un hecho no imputable
a personas, sino que es fruto del sistema
tal y como se instaló. Por lo tanto, tener
como meta dentro del modelo de desa-
rrollo a la democracia participativa, es
un objetivo con el mismo valor que el
de satisfacer las necesidades básicas en
todo lugar de Argentina: la democracia
participativa reasegura las necesidades
básicas satisfechas.
La meta concreta de la autonomía
política es la alianza de iguales, respetar
a Uruguay, a Bolivia, a Venezuela,
a Ecuador. Y finalmente la integra-
ción latinoamericana tendría como
consigna, en 2010, la solidaridad
tecnológica con América y África.
África es el escenario que marcará
quién triunfa en el dominio del
mundo, si el poder concentrado, o
aquellos que aspiramos a una sociedad
participativa y democrática.
Desde el gobierno de Clinton, Estados
Unidos viene trabajando en el conti-
nente africano para tratar de erradicar
el sida primero, y mejorar la alfabetiza-
ción después, a los efectos de convertir
a toda África subsahariana en el reser-
vorio de trabajo barato que permita
contrapesar el crecimiento chino.
Imaginando que China, a pesar de la
cuantiosa presencia multinacional en
Oriente, termine de autonomizarse y
se le escape de las manos a Estados
Unidos, la diplomacia norteameri-
cana imagina que el último reservorio
de trabajo importante que queda en el
mundo para los próximos cincuenta
años es África. La alternativa a esto
73
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Conflictos y armonías
es ayudar a los africanos a conver-
tirse en ciudadanos independientes,
así tengan poca tecnología propia y
una gran cantidad de pandemias a
resolver. Y para ello necesitan solida-
ridad tecnológica, aunque son pocas
las voces que se han levantado en el
mundo para entenderlo.
Los brasileños lo han comprendido
hace tiempo, pero en términos más
capitalistas que lo deseado: buscando
mercados cautivos, por comunidad de
lenguaje y de años de vinculación con
África. Con Lula el tema ha mejorado,
pero sin producir un salto cualitativo.
Otra vez, quien intuitivamente, sin la
claridad suficiente todavía, ha empu-
jado con mucha fuerza ese tema, ha
sido Venezuela, que ha promovido
la cumbre África-América, que es un
punto formal pero absolutamente
importantecomoconcepto.SiAmérica
pobre y en desarrollo se convierte en
aliada de África, que tiene mezcla de
pobres y no tan pobres buscando su
independencia, al menos los africanos
no estarán solos para contener este
plan de convertirlos en el reservorio de
mano de obra barata para el mundo en
el siglo XXI y en el XXII.
Por lo tanto, la meta concreta es la trans-
ferencia de conocimientos productivos
a países de menor desarrollo relativo, en
la región, y en otras regiones. La llave la
tienen los brasileños y los argentinos, y
aunque actualmente hay más lucidez
en Argentina que en Brasil respecto al
tema, dado que la dominancia empre-
saria sobre la relación internacional
en Brasil es muy fuerte, nosotros a su
vez, contamos con dominancia intelec-
tual pero también sufrimos debilidad
técnica y comercial: somos un país más
pequeño y tenemos menos que ofrecer.
En tanto, la alianza Brasil-Argentina en
este punto sería importante.
Éste es el modelo regional y popular,
con sus tres banderas, más la cuarta
de integración latinoamericana, con
su traducción para 2010 y con metas
concretas a perseguir. No mencio-
namos la tasa de interés, ni la paridad
del dólar, ni cifra macroeconómica
alguna, ni el superávit fiscal, porque
tampoco los mencionó Perón,
ni ningún otro líder constructor
de modelos de desarrollo. Primero
pensaron en términos geopolíticos, en
grandes líneas, y por supuesto luego
atendieron los detalles. Sin despreciar
ningún campo del saber, creo que para
recorrer un camino primero hay saber
a dónde se quiere llegar, y queremos
llegar a que todos coman en todo
lugar amigo del planeta. Lo demás se
sumará; algunas cosas serán objetivos
directos, otras, objetivos condicio-
nados. Pero, en conjunto, configuran
un escenario razonable e incesante
para ser discutido, y para introdu-
cirnos en él indagándolo con algún
detalle. Se trata de poder decir algo
más concreto como aspiración, algo
que se parezca mínimamente a aquello
que sentíamos cuando, en la década
del 70, las tres banderas que postu-
lábamos significaban cosas bastante
concretas. Aunque tal vez algunas eran
equivocadas, había una comunidad de
miradas, y el desafío hoy es construir
esa comunidad de perspectivas con
algún fundamento.
(*) Conferencia brindada en el marco
del ciclo “Legados y porvenir: Argentina
en el Bicentenario”, organizado por la
Biblioteca Nacional durante el 2009.
La biblioteca n° 9 10
La biblioteca n° 9 10
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Notas sobre el
jacobinismo argentino(*)
Por Eduardo Rinesi
Resulta difícil tarea la de pensar la historia polí-
tica argentina ignorando el nervio jacobino que
impulsó sus capítulos más pasionales. Es sabido
que, en la imaginación de sus primeros trazos
nacionales, está el sello de esta impronta. ¿Pero
es el jacobinismo, capaz de suscitar entusiasmos
vindicadores u oposiciones tenaces, la forma
adecuada para pensar el dilema de la represen-
tación política? ¿Cómo remendar sus tentaciones
“sustitucionistas” de aquello percibido como
“pueblo”, a la hora de pensar la distancia entre
representantes y representados abierta por el
liberalismo democrático?
Eduardo Rinesi emprende una labor tan delicada
como imprescindible: pensar la persistencia del
jacobinismo como problema inmanente a los
acontecimientos ocurridos desde la “transición
democrática” hasta el presente. La promesa de
una democracia participativa, su oclusión en el
pacto que da origen a la última reforma constitu-
cional, la depredación de los bienes comunes y la
esfera pública, y las más recientes conmociones
sociales que abrieron un espacio para la formu-
lación de políticas reparatorias, forman parte de
una serie de sucesos que precisan de una nueva
palabra política y de una organización popular
capaz de sostener las transformaciones que esta
época reclama.
77
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
I.
La evocación de los procesos indepen-
dentistas y de los sucesos revolucio-
narios sudamericanos de hace ahora
dos siglos es un tópico recurrente en
los discursos de muy distintos grupos,
partidos y líderes políticos de la
región. Eso es por supuesto perfecta-
mente lógico: las naciones y sus diri-
gentes andan siempre a la búsqueda de
sus propios orígenes y encuentran en
ellos, y en la narrativa que construyen
sobre ellos, fuentes de inspiración para
pensar su propio presente y sus propios
desafíos. Me gustaría comenzar presen-
tando un ejemplo notorio y muy inte-
resante de esto inspirado en un libro
muy reciente de Elvira Narvaja de
Arnoux, El discurso latinoamericanista
de Hugo Chávez, porque me parece
que vale la pena reparar en el modo
en que el Presidente de Venezuela
–como Anroux muestra muy bien
en su trabajo– construye al mismo
tiempo y como en paralelo, hacién-
dolos apoyarse y reforzarse mutua-
mente, su relato de la revolución de
la Independencia de comienzos del
siglo XIX y su presentación de las
tareas que tiene por delante su propio
gobierno. Es que las tareas iniciadas
por la revolución democrática liderada
por Simón Bolívar –sugieren ese relato
y ese programa– no han concluido,
y es ahora cuando se trata por fin de
realizarlas. El discurso del presidente
Chávez busca entonces reconstruir el
hilo histórico que une su propia revo-
lución bolivariana (que en su propio
nombre lleva inscripta, desde luego,
esa relación) al proceso de la revolu-
ción democrática y la independencia,
construir una trama que articule el
pasado y el presente, hacerlos mirarse
y remitirse mutuamente. Así, por
ejemplo (pero estos ejemplos podrían
multiplicarse al infinito), dice: “Es
una necesidad imperiosa para todos
los venezolanos, para todos los lati-
noamericanos (...), rebuscar atrás,
rebuscar en las llaves o en las raíces de
nuestra propia existencia, la fórmula
para salir de este (...) terrible laberinto
en que estamos todos”. O también, esta
vez ante la Asamblea General de las
Naciones Unidas: “Lucharemos por
Venezuela, por la integración lati-
noamericana y por el mundo. Reafir-
mamos (...) nuestra infinita fe en el
hombre, hoy sediento de paz y justicia
para sobrevivir como especie. Simón
Bolívar, padre de nuestra Patria y
guía de nuestra Revolución, juró no
dar descanso a su brazo, ni reposo a
su alma, hasta ver a la América libre.
No demos nosotros descanso a nues-
tros brazos, ni reposo a nuestras almas
hasta salvar la humanidad”. Y una más,
cuya intencionalidad es evidente: “Ahí
está la causa de nuestra tragedia, la que
hemos vivido en doscientos años: las
oligarquías de estas tierras echaron a
los libertadores. ¿Dónde murió San
Martín, dónde murió Artigas? ¿Cómo
terminó O’Higgins? Los echaron.
Ellos echaron junto a los pueblos a los
españoles, al imperio, pero luego las
oligarquías echaron a los libertadores y
por supuesto echaron a los pueblos”.
“Estas tres citas pueden ser sufi-
cientes para advertir un conjunto de
temas (dos, para empezar) que están
presentes siempre en el discurso del
presidente Chávez y que determinan
su modo de apropiarse del pasado
y de ponerlo en vinculación con las
tareas del presente. En primer lugar,
ya lo dijimos, el presente se mira en
el espejo del pasado y va a buscar en
él inspiración. “Toma prestados sus
nombres, sus vestidos, sus gritos de
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
78
guerra”. Que no están necesariamente
en la superficie, porque han sido olvi-
dados o proscriptos (y por eso hay
que buscar, rebuscar, desentrañar),
pero que, vueltos a sacar a luz, pueden
inspirar las luchas del presente porque,
en lo fundamental, esas luchas siguen
siendo las mismas: las luchas contra
los mismos sectores del privilegio, las
mismas oligarquías que ayer echaron
de sus países a los libertadores y hoy
se oponen a los gobiernos democrá-
ticos y populares que quieren seguir su
ejemplo. Y que deben hacerlo, porque,
como indica Arnoux resumiendo el
sentido de estos discursos de Chávez,
las tareas iniciadas por la revolución
democrática y la independencia (y
en particular la tarea de unificar esa
nación fragmentada que sigue siendo
América Latina) no han concluido. En
segundo lugar, el discurso de Chávez
exhibe una especie de humanismo
universalista, cosmopolita, universal
(anclado en la historia concreta de
Venezuela y de América Latina, sin
duda, pero que mira a la humanidad
en su conjunto) típicamente moderno.
Como muestra Anroux, en efecto, no
se trata sólo de inscribir las tareas de
la revolución actual, y de las actuales
luchas de nuestros pueblos con los
poderes fácticos del mundo, en la
historia más larga de la emancipa-
ción latinoamericana iniciada con los
procesos de la independencia, sino,
mucho más radicalmente, de pensar
este proceso en su conjunto como un
capítulo de la historia iniciada con las
grandes revoluciones democráticas
modernas. Como si el ciclo iniciado
con las revoluciones burguesas y
luego socialistas viniera a completarse
después, en esta parte del mundo, con
la búsqueda de la incorporación plena
de las grandes mayorías populares a
los beneficios de un tipo de demo-
cracia que se había soñado universal
y plena pero hasta aquí sólo se había
realizado parcialmente. Así, el discurso
del Presidente de Venezuela se inscribe
tanto en la gran matriz latinoamerica-
nista forjada en los años de las guerras
de la independencia cuanto en la gran
tradición letrada y crítica, ilustrada, de
la modernidad, y esa doble inscripción
es tanto más significativa cuanto que,
tanto desde una como desde la otra de
estas dos tradiciones, se ha insistido en
muchas oportunidades en su mutua
incompatibilidad. En efecto, si por
un lado la matriz racionalista europea
se ha mostrado en muchas ocasiones
refractaria, no digamos ya al reconoci-
miento de las bondades, sino incluso a
la mera aceptación del carácter histó-
rico de las culturas de esta parte de
la tierra, por el otro demasiadas veces
los pensamientos que intentan reivin-
dicar la dignidad de estas últimas han
insistido en hacerlo por oposición a lo
más recuperable de la tradición crítica
de la modernidad, y no en el nece-
sario y productivo diálogo con ella que
el discurso de Chávez, como indica
Arnoux, ensaya con gran interés.
Es que en verdad el ideario de la eman-
cipación de nuestros pueblos hunde
sus raíces, o por lo menos comparte
un campo común de problemas y
de desafíos, con el pensamiento de
los autores de los grandes textos
fundadores de la tradición moderna
ilustrada. Si se me permite recordar un
momento, entre estos grandes textos,
ese escrito fundador, decisivo, que es
“¿Qué es la Ilustración?”, de Kant,
me gustaría llamar la atención sobre
un concepto fundamental que acuña
allí el filósofo alemán: el concepto de
“uso público de la razón”. ¿Qué es el
uso público de la razón? Es la facultad
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Conflictos y armonías
libre, autónoma y soberana de la que
dispone el ciudadano que, eventual-
mente disconforme, por ejemplo, con
un decreto de su soberano, tiene, al
mismo tiempo, el deber ineludible
de cumplir ese decreto y el derecho
(y también la obligación, subraya Kant,
y eso a mí me parece decisivo: aunque
en el modo en que las palabras se
usan hoy en el empobrecido lenguaje
político y mediático argentino esto
suela perderse de vista, el pensamiento
republicano es menos un pensamiento
de los derechos que un pensamiento
de las obligaciones), el derecho y la
obligación –digo, entonces– de argu-
mentar en contra de ese decreto que
está obligado sin embargo a obedecer
y de dar a conocer ese argumento suyo
por medio de la prensa. ¿Para qué?,
podría preguntarse. ¿De qué le sirve al
ciudadano que, verbigracia, cree que
no es justo un impuesto que tiene que
pagar, argumentar contra esa injusticia
si al mismo tiempo debe, por muy
bueno que sea su argumento, suje-
tarse a ella? “Razonad cuanto queráis
y sobre lo que queráis”, escribe Kant,
“pero obedeced”. ¿De qué sirve entonces
razonar, y mostrar públicamente las
consecuencias de ese razonamiento,
podríamos preguntar, si de todos
modos hay que obedecer aquella orden
que el razonamiento puede demostrar
injusta? Respondería Kant: no “sirve”
de nada, no le “sirve” de nada a ese
ciudadano si lo que ese ciudadano
quiere es no hacer lo que considera
que no es justo pedirle que haga.
Muchas veces los gobiernos nos piden
cosas que nos parecen injustas, pero si
no los obedeciéramos la propia vida
en común se volvería imposible. No es
posible, insiste Kant, no obedecer. Pero
si, además de obedecer, argumentamos
racionalmente, en un espacio público de Eduardo Rinesi
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
80
debates libres, sobre la injusticia de esa
obligación que se nos ha impuesto y que
tenemos que cumplir, habremos contri-
buido al desarrollo de una opinión
pública menos precaria, más infor-
mada, más exigente, y tal vez en el
futuro, si el soberano aspira a seguir
contando con el aval de esa opinión
pública, si quiere que sus leyes posi-
tivas coincidan con lo que se llamaba
a veces, en el
lenguaje de la
filosofía política
contractualista
del par de siglos
anteriores, la ley
de la opinión
(que no era una
ley positiva, sino
una ley moral),
los decretos de
su voluntad
sigan un camino
diferente.
Se ve claro que
el argumento de
Kant tiene un
tono sumamente
contenido y una
vocación muy
moderadamente reformista. La suya
es una confianza, típicamente progre-
sista, en el paulatino despliegue de una
razón forjada en el diálogo y el cambio
de ideas, y de ninguna manera una
apuesta por una razón revolucionaria
que, a partir de un contacto privile-
giado con la luz de la verdad, pudiera
cambiar el mundo de la noche a la
mañana. Se ve también que su idea
del “espacio público” es extraordina-
riamente restringida. Kant no es un
teórico de las masas populares dispu-
tando con los poderosos en las calles y
en las plazas y en las urnas, sino el de
una burguesía letrada en condiciones
intelectuales y materiales de dar a
conocer sus argumentos a través de
un puñado de diarios y revistas que
consumía una muy reducida minoría
de los ciudadanos de sus días, y sería
sólo bastante tiempo más tarde que
los espacios públicos de los países
europeos empezarían a cambiar su
fisonomía y sus características, y que
la filosofía social y política iría por su
parte tomando nota de estos cambios.
Pero ni una ni otra de estas dos consi-
deraciones reducen en lo más mínimo
el interés del planteo del filósofo
alemán, sino que nos obligan a situar
ese planteo apenas como el punto de
partida de un camino ascendente de
progresiva inclusión de sucesivas capas
de ciudadanos lectores y escritores a
ese espacio público de deliberaciones y
debates, a esa “opinión pública” cuya
expansión, ensanchamiento y popu-
larización es por lo tanto un desafío
tan importante para todo gobierno
democrático y un capítulo tan deci-
sivamente central en la historia de la
democratización de la vida política de
las sociedades modernas. Quizá lo más
recuperable de la tradición ilustrada
europea sea precisamente esta voca-
ción por, a través de la educación, de
la alfabetización, de la amplificación
del alcance de la cultura escrita, de la
difusión de la lectura, ir “formando
ciudadanos”, ir incorporando a los
beneficios (a los derechos y a las
obligaciones) de la ciudadanía, a la
responsabilidad y a la autonomía que
supone la ciudadanía, a cada vez más
vastos contingentes de personas: al
bajo pueblo, a las multitudes antes tan
temidas, a las masas trabajadoras. A los
bárbaros. De eso se trató también, por
supuesto, en algunos de los grandes
debates a través de los cuales se confi-
guró (por muy precaria y parcialmente
Quizá lo más recuperable de la
tradición ilustrada europea sea
precisamente esta vocación por
–a través de la educación, de la
alfabetización, de la amplifica-
ción del alcance de la cultura
escrita, de la difusión de la
lectura–, ir “formando ciuda-
danos”, ir incorporando a los
beneficios (a los derechos y a las
obligaciones) de la ciudadanía,
a la responsabilidad y a la auto-
nomía que supone la ciuda-
danía, a cada vez más vastos
contingentes de personas: al
bajo pueblo, a las multitudes
antes tan temidas, a las masas
trabajadoras. A los bárbaros.
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N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
que haya sido) la faz moderna de los
países de nuestra región, y ése es, por
esa razón, uno de los tópicos recu-
rrentes y más interesantes del discurso
del presidente Chávez.
Así lo indica, en efecto, Arnoux, quien
subraya la fuerza que tiene en la retó-
rica de Chávez el ademán pedagógico,
escolar, típicamente ilustrado, del
líder que es también un intelectual
y que recomienda lecturas, exhorta
a leer, alfabetiza y enseña mientras
habla, sugiere libros y muestra su
pertinencia y su utilidad en el combate
político presente. Recomienda, por
ejemplo, Los miserables, de Víctor
Hugo: “Novela monumental, yo les
recomiendo que la lean y sobre todo
nosotros los que estamos metidos en
esta batalla”. O recomienda el Quijote:
“Yo ya comencé (...) a releerlo, vamos
todos a leer el Quijote. Ésa es una
obra universal (...) que además nos
recoge mucho a nosotros, a Bolívar,
que fue un Quijote”. Son fantásticos
estos pasajes, que nos permiten ver un
conjunto de tópicos fundamentales
del discurso de Chávez: la dimensión
épica de la acción política, el lugar del
líder, que además –insisto– es un lector
y un maestro, y se presenta como tal,
la importancia de la alfabetización, de
la lectura, de la cultura escrita, de la
discusión de ideas. Es en esa discusión
de ideas, y de ideas escritas, de ideas de
la alta cultura letrada, que se conforma
un pueblo libre. El populismo de
Chávez, acaso el más arquetípico de
los populismos de la hora actual en
América del Sur, es hijo –y un hijo
autoconsciente y militante– de la gran
ilustración, de la cultura libresca y
del sueño, típicamente moderno, de
un ensanchamiento de los espacios
públicos de deliberación y de debate
que esa gran tradición letrada soñó
primero en Francia y Alemania, pero
enseguida también en América del
Sur, dos siglos atrás. Y que es funda-
mental para el argumento que quiero
presentar hoy, porque es exactamente
cuando existen esos espacios públicos,
cuando esos espacios públicos existen
y están densamente habitados de pala-
bras, de discursos y de discusiones, que
los gobernantes que gobiernan con un
oído atento a esas discusiones pueden
considerarse representativos del pueblo
que las protagoniza, o incluso, como
dice el presidente Chávez, una y la
misma cosa que ellos. “Porque Chávez
no es Chávez” –lo cito–: “Chávez es el
pueblo venezolano. Vuelvo a recordar
al gran Gaitán cuando dijo lo que yo
de vez en cuando repito, desde que me
di cuenta, desde que siento en el alma
aquello mismo que dijo Gaitán un
día: ‘Yo no soy yo, yo soy un pueblo’”.
De nuevo es posible ver aquí la rela-
ción entre el pasado y el presente: ayer
–vimos antes que decía el presidente–
San Martín, Artigas y O’Higgins
echaron, junto al pueblo, a los espa-
ñoles; hoy Chávez enfrenta, junto al
pueblo, a los nuevos representantes
de las fuerzas del imperialismo, a los
dueños del poder político y econó-
mico del mundo.
Así, si en las versiones más racio-
nalistas del proyecto moderno de
ampliación progresiva del espacio
público, de la esfera público-política,
uno puede imaginar ese espacio o esa
esfera como tendiendo a configurar
un ámbito casi anónimo de discu-
siones indulgentes y bien informadas
entre sujetos autónomos y libres,
que intentan determinar las mejores
medidas de gobierno para alcanzar
algo parecido al bien común, tratando
de convencerse mutuamente sin otra
coacción (como dice en más de un
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
82
sitio ese kantiano militante que es
Jürgen Habermas) que la del mejor
argumento, en esta otra versión de ese
mismo proyecto que aquí nos interesa,
esa preocupación por la ampliación de
la esfera pública política se expresa en
el programa de construcción y eleva-
ción de un pueblo (y de la autonomía
y libertad de los sujetos que integran
ese pueblo) por medio de su educación
y de su involucramiento creciente en
la discusión de las políticas que llevan
adelante sus gobiernos, del aliento a
la participación popular (“delibera-
tiva y activa”, como decía una filó-
sofa canadiense cuyos escritos solían
citarse en algunos de los debates
argentinos de los años de la “transi-
ción a la democracia”) en los asuntos
públicos. La idea de democracia parti-
cipativa es en efecto un componente
fundamental del proyecto político
que expresa el presidente Chávez, y
es eso lo que le permite sostener que
está (como ayer los grandes líderes del
proceso independentista) “junto al
pueblo”, que es una y la misma cosa
con el pueblo, que no hay entre él y
el pueblo ninguna diferencia, ninguna
distancia. Reconocemos aquí, sin
duda, uno de los grandes problemas
de la tradición teórico-política occi-
dental: el de la legitimidad de los
gobernantes y el peso que tiene en ella
la cuestión de la distancia entre ellos
y sus gobernados y la posibilidad de
presentar como escasa o incluso nula
esa distancia. Antonio Gramsci había
tratado este problema usando una
palabra que había tomado del viejo
pensamiento militar y revolucionario:
la palabra hegemonía, que no designa
en su obra otro problema que éste: el
de la vinculación entre –para usar sus
propias palabras– “el grupo dirigente”
y “los grupos dirigidos” de una cierta
sociedad en un momento histórico
determinado. Es sobre este problema
fundamental que yo quería presentar
dos o tres ideas muy generales.
II.
Porque a pesar de lo que dijimos hasta
acá, y en contraste con lo que se nos
aparece como la edificante moraleja de
estas reflexiones, es necesario aceptar
que algunos de los momentos más
conmovedores y más fascinantes de
la historia de los progresos que han
realizado las sociedades de Occidente
durante los últimos siglos se deben
no tanto a la vinculación o conexión
entre los dirigentes y los dirigidos en
esas sociedades, sino exactamente a
su separación, a la desvinculación de
los primeros respecto a una sociedad
civil en la que a veces esos dirigentes
encontraban que debían todavía
destruirse demasiadas resistencias para
permitir el despliegue de las fuerzas
progresistas de la historia, y con la
que a menudo sentían que no podían
contar para llevar a buen puerto ese
proyecto. Al fenómeno al que ha dado
lugar esa creencia y esa desconfianza
puede dársele (propongo darle, acá) el
nombre notorio de jacobinismo, que
no deja de constituir en cierto sentido
una forma extrema, radical, de mani-
festación de ese artificio filosófico-
político típicamente moderno que es
la idea de representación. En efecto,
podría decirse, me parece, que el jaco-
binismo es la forma hipertrofiada de
consumación de un tipo de lazo polí-
tico representativo. Que el jacobinismo
es la forma que asume ese lazo repre-
sentativo cuando el representante,
desconfiando del representado y no
dispuesto a mantener con él ninguna
83
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forma de aquel diálogo argumenta-
tivo que el viejo Kant y toda una larga
tradición recomendarían, simple-
mente lo suplanta. Por su bien y en su
nombre, lo reemplaza. Lo sustituye.
Este sustitucionismo, cuyo modelo
teórico primero encontramos en la
obra enorme, fundadora de la filosofía
política moderna, de Thomas Hobbes,
es el que se expresa después, en efecto,
en el pensamiento jacobino. Tal vez
pueda decirse, como lo hace el filósofo
brasileño Renato Janine Ribeiro, que
el Estado Jacobino es la primera encar-
nación histórica concreta del modelo
diseñado por Hobbes en el Leviatán.
Que el jacobinismo, que como
movimiento de oposición se había
levantado para condenar la separación
entre el Estado y la Sociedad Civil bajo
la monarquía absoluta, se convierte
después, establecido en el poder, en el
agente de la realización de lo esencial
del proyecto hobbesiano, sostenido
sobre una idea absoluta de la soberanía
y de la representación.
Así se desprende también de los exce-
lentes trabajos del filósofo francés
Lucien Jaume, que nos muestran
cómo el jacobinismo, que sostiene
–“rousseaunianamente”, digamos–
una idea sobre la identidad absoluta
entre representados y representantes
que nos recuerda mucho la que vimos
presentar en sus discursos populistas,
democrático-radicales, al presidente
actual de Venezuela impugna la idea
de representación mientras está en la
oposición a los poderes establecidos
(que fatalmente encuentra infieles
a los intereses y deseos del pueblo),
pero sólo puede afirmarla, extremarla,
cristalizarla, después, en el poder,
porque el pueblo cuyos intereses y
deseos pretende servir no es el pueblo
empírico, lleno de contradicciones y
dobleces, sino el sujeto de una voluntad
general que sólo la virtud (palabra
jacobina) de los representantes puede
conocer y encaminar. Escribe Jaume:
“Al rechazar el sentimiento particular y
el interés particular en nombre de una
comunidad transparente y virtuosa,
el jacobinismo en el gobierno recha-
zaba las premisas mismas del juego
democrático de la opinión. Imponía
y defendía una legitimidad única e
indivisible, invariable e impartible”,
reemplazando al todo por la parte de
avanzada o de vanguardia de ese todo,
a la opinión (doxa) por la opinión
recta (orto-doxia) y a los ciudadanos
–“hobbesianamente”, ahora– por sus
representantes. Siempre me gustó el
título de un artículo de Waldo Ansaldi
sobre el proceso político rioplatense
de 1810 a 1880: “Soñar con Rousseau
y despertar con
Hobbes”, se
llamaba ese artí-
culo. Lo leí hace
muchos años
y lo recuerdo
mal, pero me
pregunto ahora,
a la luz de estos
problemas que
estoy tratando
de plantear aquí,
si ese título no
acertaba a dar,
más todavía que
con una clave
para interpretar
la historia argen-
tina del siglo XIX, con una clave para
pensar la lógica misma de las familias
de pensamiento teórico-político que
estuvieron en juego en esa historia.
Si ese despertar no estaba de alguna
manera contenido como destino en ese
sueño, si es posible despertar en otra
El balance histórico de la
Revolución Francesa, que es el
acontecimiento o el proceso en
relación con el cual la expre-
sión “jacobinismo” adquiere
su sentido histórico preciso,
nos presenta en general al jaco-
binismo como un momento
de ruptura violenta con un
pasado que difícilmente podría
haberse dejado atrás de otra
manera, y a su inevitable caída
como la apertura a un tiempo
nuevo que tampoco podría
haberse conquistado sin ese
exceso inicial.
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Conflictos y armonías
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compañía que la de Hobbes si uno se
duermesoñando con Rousseau. Si noes
esa evolución, esa dialéctica, ese movi-
miento de Rousseau a Hobbes lo que
define la lógica misma del jacobinismo.
¿Sería eso condenable? ¿Estaría eso
mal? No parece posible decirlo con
tanta ligereza. De hecho, como sugería
hace un momento, los movimientos
jacobinos han sido muchas veces
enormemente productivos, enorme-
mente eficaces, y sin duda la capa-
cidad de operar sobre la historia que
este sistema de concentración de la
soberanía y el poder importa permite
a veces promover transformaciones
muy notables. Nadie podría condenar
eso ni dejar de alegrarse cuando esas
transformaciones se producen. Pero sí
me parece posible sostener que todos
los avances y las transformaciones que
se realizan en una sociedad de esta
manera tienen la enorme fragilidad
que les otorga una base de sustenta-
ción tan quebrantable. ¿Qué queda de
las grandes realizaciones promovidas y
alcanzadas por estos grupos a la caída
de los mismos? Y antes aun: ¿qué posi-
bilidades tienen estos grupos de evitar
esa caída si no han logrado construir
(¿y cómo hacerlo sino generando esos
espacios de discusión y de debate,
amplificando esa esfera de la opinión
pública política a la que me venía refi-
riendo?) una legitimidad social que
los sostenga? Sé que estoy planteando
un tema enorme que no podríamos
considerar acá sin incurrir en simplifi-
caciones groseras. El balance histórico
de la Revolución Francesa, que es el
acontecimientooelprocesoenrelación
con el cual la expresión “jacobinismo”
adquiere su sentido histórico preciso
(aunque aquí estoy tratando de volver
a esa categoría, surgida de esa historia
pero que podemos tratar de emancipar
de ella para darle un uso diferente, una
categoría no ya histórica sino teórica
de alcance más general), el balance
histórico, digo, de esa experiencia de la
historia política francesa nos presenta
en general al jacobinismo como un
momento de ruptura violenta con
un pasado que difícilmente podría
haberse dejado atrás de otra manera, y
a su inevitable caída como la apertura a
un tiempo nuevo que tampoco podría
haberse conquistado sin ese exceso
inicial. Ese exceso jacobino, entonces,
destinado a ser superado por el mismo
proceso que él desencadenó, no podría
ser condenado ligeramente.
Pero ni es necesario confiar tan ciega-
mente en que el progreso subterráneo
de las fuerzas secretas de la historia
justifiquen siempre, al final, los
momentos en que esa “desconexión”
entre dirigentes y dirigidos permitió
acaso progresos más vigorosos y nota-
bles, ni puede tampoco asegurarse
que siempre haya sido “mejor” o más
avanzado el resultado global de estos
desarrollos que los puntos de arranque
de los que partían. Considerando el
proceso revolucionario de mayo de
1810 en el contexto de cuyo próximo
bicentenario estamos proponiendo
estas discusiones, Tulio Halperín
Donghi ha escrito en su enorme
Revolución y guerra, que el mismo
constituye, con todos sus arrebatos
y con todas las energías políticas que
se empeñaron en el mismo, menos
el escalón necesariamente doloroso
hacia una etapa de superación de los
obstáculos de la fase precedente de
la historia que una suerte de bisagra
entre dos tipos de sociedades orga-
nizadas internamente, y articuladas
con el resto del mundo, según sendos
“pactos coloniales” entre los que no
está claro que el segundo haya resul-
85
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Conflictos y armonías
tado superador del más antiguo. Más
bien –sugiere Halperín– al contrario.
Así pues, si Halperín está en lo cierto,
la revolución debería ser pensada
como una astucia de la historia, pero
no de una historia ascendente, hecha
de progresos y de superaciones, sino de
una historia de retrocesos y de regre-
sión, y si esta mirada resulta especial-
mente amarga es porque no nos deja
ni siquiera la ilusión de que los excesos
jacobinos de un momento determi-
nado del proceso puedan ponerse
después “a la cuenta”, por así decir, de
algún saldo finalmente positivo de ese
proceso considerado en su conjunto.
Puede ser que Halperín tenga razón.
Y sin embargo, ese “momento jaco-
bino” de la revolución sigue titilando,
sigue resplandeciendo, seductor, en
el pasado. Sigue fascinándonos y
emocionándonos. Porque hay sin
duda algo de excitante en el jacobi-
nismo. Algo de heroico. La epopeya
de un hombre solo, o de un conjunto
pequeño de hombres solos, separados
de la sociedad a la que, sin embargo,
se empeñan obstinadamente en repre-
sentar, en cuyo nombre dicen actuar,
presuntos detentores de la cifra de una
voluntad general que no se sabría a sí
misma pero cuyos arcanos, en cambio,
ellos sí conocerían, la gesta épica de
un puñado de hombres “adelantados
a su tiempo” nos produce siempre
una suerte de hechizo singular. Por lo
demás, ¿no es algo bastante parecido
a eso lo que le pedimos a cualquier
líder político, a cualquier dirigente, a
cualquier conductor: que esté, tal vez
no mucho, pero al menos un poquito
adelante del conjunto de los hombres
a los que dirige o conduce o lidera?
Al revés: ¿aceptaríamos como justo
a un líder que apenas se limitara a
expresar el estado de opinión de una
sociedad que a veces puede ser muy
conservadora, incapaz de pensar para
sí misma horizontes diferentes de
aquellos a los que se ha habituado?
El jacobinismo nos presenta entonces
en forma condensada, extrema, una
diferencia, una separación, que por
un lado no podemos festejar ingenua-
mente ni puede resultarnos un modelo
de vínculo político deseable, pero por
otro no deja de interesarnos, porque
tenemos la sensación de que es justo
graciasaesadiferencia,aesaseparación,
a ese hiato, que una sociedad puede a
veces sacudirse algo de su modorra e ir
planteándose nuevos desafíos.
¿Cómo resolver entonces esta tensión?
¿Qué deberíamos pedirle a un líder,
a un dirigente democrático virtuoso?
Yo lo diría así, muy toscamente: que
esté un paso más adelante, sí, que la
sociedad que pretende conducir, pero
que pueda argumentar frente a esa
sociedad (frente a los ciudadanos y a las
organizaciones de esa sociedad) sobre
la conveniencia de la dirección y el
sentido en el que pretende conducirla.
Que pueda persuadirla y que logre
así, por la vía de la argumentación
y de la persuasión, que esa sociedad
experimente como suyo cada uno de
los pasos que ese líder democrático
pueda hacerle dar en dirección a la
realización de ese programa que debe
proponerle, someter a la discusión,
retocar incluso –eventualmente– en
el curso de esa discusión, ir mejo-
rando en el camino. Que logre que esa
sociedad (quiero decir: que porciones
considerables de esa sociedad, puesto
que las sociedades son por supuesto
heterogéneas y los grupos que las
componen tienen desde luego inte-
reses enfrentados y no siempre articu-
lables: por eso es que existe la política,
por eso es que la construcción de una
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Conflictos y armonías
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hegemonía es una tarea), sienta como
suyo cada uno de esos pasos y que esté
dispuesta a sostenerlos y a defenderlos
cuando aparezcan las dificultades,
las oposiciones y a veces también los
enfrentamientos. La prolífica discur-
sividad del presi-
dente Chávez,
el pedagogismo
casi escolar que
–como muestra
Elvira Arnoux
en el libro que
mencioné al
c o m i e n z o –
destilan sus
discursos, su
carácter fuerte,
p e r s i s t e n t e ,
confiadamente
argumentativo,
forma parte
de un tipo de
c o n d u c c i ó n
política de gran
estilo, perfecta-
mente adecuado
al proyecto de
una democracia
amplia y participativa como la que
todo el tiempo dice promover el presi-
dente de los venezolanos.
III.
En Argentina hemos escuchado y usado
mucho, a lo largo de los últimos cinco
lustros,estaspalabrasqueacabodedecir:
democracia,democraciaparticipativa.Y
es cierto que no faltaron, desde el inicio
mismo del ciclo de lo que se llamó la
“transición a la democracia”, diversas
convocatorias a la participación popular
en los asuntos públicos. Pero también lo
es que, vistas las cosas en retrospectiva,
ese aliento, ese estímulo a la participa-
ción popular se nos revela menos como
el núcleo del programa de los distintos
gobiernos que hemos conocido en estos
años que como el medio al que algunos
de ellos debieron a veces recurrir para
afirmarse, pero también para arrojarla
por la borda inmediatamente después,
apenas conseguido su objetivo. En
realidad, desde el inicio de ese ciclo
de la transición, tendió a primar entre
nosotros no el principio democrático
de la participación, sino el principio
liberal de la representación. “Nos, los
representantes...”, empezaba, en efecto,
el “rezo laico” del preámbulo de la
Constitución con el que Raúl Alfonsín
solía vestir sus arengas de candidato y
después de presidente, y no sería exce-
sivo afirmar que en esas tres palabras
estaba contenido no sólo lo esencial
del programa político del viejo caudillo
radical sino también lo más decisivo del
tipo de gobierno que se estaba entonces
fundando en Argentina, y que es el que
aún tenemos: un tipo de gobierno de
los representantes del pueblo, que, como
dice esa misma Constitución, deliberan
y gobiernan en su nombre, pero que
lo hacen separados de él por ese hiato
al que damos el nombre clásico de
representación, y que sólo por excepción
se consideran obligados a discutir con
ese pueblo, a argumentar frente a ese
pueblo, las razones de sus movimientos
y de sus decisiones.
Basterecordarelmodoenqueelmismo
Alfonsín mandó a su casa, el domingo
de pascuas de 1987, a una ciudadanía
movilizada y activa, y la forma en
que, seis años después, él y su sucesor
cerraron a solas y en secreto, sin verse
obligados a argumentar en público
nada o casi nada, el famoso “pacto”
que permitiría la reforma de aquella
Constitución y la reelección de Carlos
Algo de eso estuvo sin duda
–y sin duda junto con muchas
otras cosas más– en la base
del malhumor social que se
expresó en las estrepitosas
jornadas de fin de 2001, en
las que es posible afirmar que
convergen, en curiosa coinci-
dencia, una serie de líneas de
protesta social que se venían
desarrollando activamente, y
desde hacía bastante tiempo,
por parte de diversos actores
sociales y políticos, con un
conjunto nuevo de reclamos
hijos de una serie de deci-
siones del gobierno aliancista
que habían herido, entre otras
víscerasquizásalgomásnobles,
el órgano más sensible de las
clases medias argentinas.
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Conflictos y armonías
Menem como presidente. Si es posible
afirmar, como se ha afirmado muchas
veces, que con este pacto culmina el
ciclo de la “transición a la democracia”,
lo es en el doble sentido de que, con él,
ese ciclo “llega a su fin”, y también de
que lo hace con la afirmación definitiva
del tipo de lógica que lo había presi-
dido. Una lógica que tiene entonces
algo de jacobina (en efecto: había un
cierto jacobinismo en Alfonsín, y en
eso radica tal vez, al mismo tiempo, su
mayor encanto y su mayor debilidad),
y a partir de cuya consolidación, de
cuya afirmación como pura lógica
formal, como pura distancia entre
representantes y representados, pudo
desplegarse después, durante la década
siguiente, un programa de devasta-
ción del patrimonio colectivo y de las
capacidades estatales desplegado por
unos equipos gubernamentales abso-
lutamente alejados (revolucionarios al
revés, fanáticos jacobinos de derecha)
de la deliberación y el contralor
públicos y apenas plebiscitados cada
tanto por una ciudadanía que cada
dos años recuperaba por un día (sin
mayores fervores ni grandes alterna-
tivas: también hay que decirlo) un
pedacito de la soberanía que el tipo de
sistema de gobierno consolidado entre
nosotros le había arrebatado. El libera-
lismo de Alfonsín, el fervor desmante-
lador de Menem y el conservadurismo
de Fernando de la Rúa constituyen
distintas inflexiones de un tipo de
gobierno de los representantes del que
se ha ausentado por completo la idea
de que es necesario para esos represen-
tantes desplegar ante los ciudadanos
argumentos, discutir con esos ciuda-
danos sus líneas de gobierno, construir
consensos y legitimidad a partir de la
participación informada del pueblo.
Distintas inflexiones de ese tipo de
gobierno que se presentan por cierto en
un formato cada vez más pobre, cada
vez más carente de alma, de contenido
espiritual y de programa: porque si
en Alfonsín o en Menem la distancia
entre gobernantes y gobernados era la
que permitía a los primeros desplegar
desde la cima del poder un tal o cual
proyecto que eventualmente sometían
menos de lo deseable a la discusión y
al control de la ciudadanía (y por eso
hablábamosenesosdoscasosdeformas
distintas de jacobinismo), durante los
años del gobierno de la Alianza era la
idea misma de que pudiera tenerse un
proyecto que no coincidiera punto
por punto con el acatamiento a los
dictados de los poderes fácticos lo que
había desaparecido.
Algo de eso estuvo sin duda –y sin
duda junto con muchas otras cosas
más– en la base del malhumor social
que se expresó en las estrepitosas
jornadas de fin de 2001, en las que
es posible afirmar que convergen, en
curiosa coincidencia, una serie de
líneas de protesta social que se venían
desarrollando activamente, y desde
hacía bastante tiempo, por parte de
diversos actores sociales y políticos,
con un conjunto nuevo de reclamos
hijos de una serie de decisiones del
gobierno aliancista que habían herido,
entre otras vísceras quizás algo más
nobles, el órgano más sensible de las
clases medias argentinas. Sobre todo
esto se ha escrito bastante y será nece-
sario escribir bastante más, porque
no es fácil tener la sensación de que
del conjunto de análisis del estallido
decembrino con los que contamos
surja una interpretación verosímil y
completa de su naturaleza y de sus
(insisto: diversas y compuestas) carac-
terísticas. Quizá baste sugerir aquí
que, en cuanto a los acontecimientos
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Conflictos y armonías
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mismos de ese agitado fin de 2001
(y a los discursos e interpretaciones
que los acompañaron y les dieron un
sentido), parecen haber confluido allí
dos grandes corrientes, dos grandes
impulsos: por un lado, entonces, el
que provenía de una fuerte politicidad
previa de los sectores más afectados por
la reforma operada durante la década
que se cerraba, que hacía tiempo que
venían expresando su disconformidad
ysusreclamos;delotro,elqueprovenía
de una notoria pulsión “anti-política”
que expresaba (por mucho que alguna
de sus consignas haya podido ser
recogida y levantada como bandera,
después, por este o aquel grupo más
o menos libertario) el sentido común
de la derecha televisiva más previsible
y más convencional.
Pero no importa. O sí, pero no acá.
Lo que acá me interesa subrayar es
que después del estallido, después de
las plazas y del “¡Que se vayan todos!”
y de los muertos y del derrumbe del
gobierno de la Alianza y de las idas
y venidas en la cumbre del poder,
aparecen en la escena pública argentina
lo que me parece que pueden conside-
rarse dos grandes demandas. Empiezo
por la que en cierto sentido parecía
dominante y más urgente: una fuerte
demandadeorden,unafuertedemanda
(sostenida por una parte sustancial de
la ciudadanía) de que alguien viniera
para poner las cosas sobre sus pies y
de que volviera a presidir la vida diaria
de los argentinos una mínima sensa-
ción de previsibilidad y de estabilidad.
Que se normalizaran las cosas. “Antes
un final terrible que un terror sin fin”.
El senador Eduardo Duhalde –al cabo
de diversas peripecias ungido por la
Asamblea Legislativa, de acuerdo a
los procedimientos establecidos por la
Constitución Nacional, como presi-
dente provisional de Argentina– supo
leer bien esa demanda de orden y de
normalización, y fue capaz de atenderla
con un éxito considerable. El gobierno
de Duhalde tiene en ese sentido algo
de restaurador: se trató de un restaura-
cionismo conservador-popular soste-
nido sobre una decidida disposición
a hacer todas las concesiones nece-
sarias a los factores reales del poder
económico y financiero nacional e
internacional y una no menos deci-
dida (y experimentada) sabiduría para
sofocar, con medidas no por apenas
paliativas menos importantes ni menos
reclamadas, los focos más urgentes
del extendido incendio social. A seis
meses de haber asumido Duhalde, la
casa estaba en orden, la emergencia
social empezaba a controlarse y la clase
media, pasado ya el cuarto de hora de
su entusiasmo cívico de fin del año
anterior, volvía a preocuparse por lo
que más le interesaba: sus dólares.
Simplificación excesiva, sin duda,
y posiblemente injusta. Porque ni
todos los miembros de esa famosa
“clase media” (sea lo que sea lo
que esa equívoca categoría permita
designar) estaban obsesionados con
sus dólares, ni esta obsesión, en los
casos en los que en efecto se verifi-
caba, era la única que esos sujetos
expresaban en el espacio público, ni
dejaban de oírse todavía –en algunos
casos con cierta intensidad– los ecos
más democratizadores de los aconte-
cimientos de diciembre. En los que
no había habido una sola voz, sino
muchas (que convergieron, que se
encontraron, que coagularon, por
así decir, en un momento de fuerte
crispación: así lo recuerda el “Piquete
y cacerola, la lucha es una sola”
que muchos corearon en la Plaza),
ni tampoco un solo espíritu, sino
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muchos. Por lo menos dos (aunque
esta distinción sólo puede ser analí-
tica: estos dos impulsos marchaban
a menudo juntos y mezclados): por
un lado, una especie de reacción
airada, indignada y llena de urgencia,
contra la política. Por otro lado, sin
embargo (y creo que sería parcial no
reconocerlo) había habido en aquellas
jornadas decembrinas, y en varias de
las que las prepararon y en muchas
de las que las siguieron, otro tipo de
aprendizaje: el de una intensificación
de las discusiones y de los debates,
el de un fuerte desarrollo de instan-
cias diferentes de participación, el
de una horizontalización de diversas
relaciones y el de la aparición de
relaciones nuevas. A esto me refería
cuando aludía a un segundo tipo de
demandas, que después de diciembre
de 2001 comienza a actuar sobre el
espacio político argentino junto con
la demanda de orden ya indicada.
Se trata, ahora, de una demanda de
democratización, de una demanda
de participación, de una demanda
de ampliación de la esfera pública de
las discusiones. En cierto sentido, se
trata de un retorno a aquellas incum-
plidas promesas del inicio del ciclo de
la “transición”, en que se articulaban
el discurso liberal de la representa-
ción con el discurso democrático de
la participación deliberativa y activa
de los ciudadanos en los problemas
de la comunidad. Después de que ese
ciclo hubiera llegado a su final con el
triunfo pleno de aquel principio de la
distinción y la separación por sobre
este principio de la democracia (ésta
es la culminación, querría insistir, de
la odisea alfonsinista y la condición
de posibilidad para el despliegue de
la política menemista que siguió), lo
que se oía ahora en las calles argen-
tinas (en algunas calles argentinas: en
la boca de algunos de sus ciudadanos
más movilizados) era un pedido de
más de esa democracia proclamada y
luego relegada o traicionada u olvi-
dada, y del conjunto de valores que le
estaban asociados.
Y que en cierto sentido vuelven al centro
de la escena con el ascenso al poder de
Néstor Kirchner. En efecto, parece
posible afirmar que en Kirchner, más
o menos inesperadamente electo para
suceder a Duhalde en el año 2003,
convergen dos fuerzas, dos impulsos.
Que Kirchner, por así decir, recibe al
mismo tiempo dos legados, está atento
al mismo tiempo a dos tipos de voces
que le llegan de los confusos meses Simón Bolívar
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Conflictos y armonías
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de crisis y de desconcierto que viene
a cerrar su presidencia. Por un lado,
Kirchner es un heredero de Duhalde. No
(o no sólo) en el sentido más evidente
y más elemental,
y ya muchas veces
señalado, de que
es tributario (de
que su elección,
al menos, es
deudora) de la
constancia de los
votos duhaldistas
de la provincia
de Buenos Aires,
sino en el sentido
más profundo de
que es heredero
de la voluntad
ordenancista y reorganizadora de su
antecesor. Voluntad que éste había
ejercitado en una clave conservadora-
popular (restauracionista, habíamos
sugerido) y que Kirchner ejercitará en
cambio en una clave populista más de
avanzada, pero siempre exigido por
la necesidad de garantizar el funcio-
namiento “normal” (la expresión,
de hecho, aparece en sus primeros
discursos: “normalidad”, un “país
normal...”) de unas instituciones que
a esa altura de las cosas ya nadie, o casi
nadie, quería ver tan dramáticamente
sacudidas o trastrocadas otra vez, y la
capacidad del Estado (un Estado cuya
centralidad y cuya fuerza Kirchner
intentó empeñosamente recomponer)
de fijar reglas de juego a los actores
sociales y económicos.
Por otro lado, Kirchner hereda también
el clima de movilización democrática
(más o menos silvestre, anárquica,
aluvional: lo que se quiera) que recién
presentábamos como el mejor lado de la
confusa amalgama de fuerzas que había
derrumbado, un año y medio antes,
al gobierno de Fernando de la Rúa. Y
esa herencia también se expresa en su
retórica (una especie de democratismo
mayoritarista, plebeyo y altivo), en su
gestualidad (que consistía en evitar
ciertas solemnidades y ciertas media-
ciones –por ejemplo, para escándalo de
los periodistas: la de los periodistas– y
en actuar una cercanía que no necesa-
riamente se expresaba, después, en una
apertura de canales efectivos de partici-
pación popular en los asuntos públicos)
y en varias de sus muy importantes
medidas de gobierno. Medidas de
avanzada, muchas de ellas, orientadas
a una sociedad que en algunos casos
–es verdad– las estaba reclamando,
incluso exigiendo a través de algunas
de sus organizaciones más activas, pero
que en otros casos ni las exigía ni las
esperaba ni las imaginaba. Medidas
de avanzada que en muchos casos, en
efecto, la sorprendieron, nos sorpren-
dieron, porque no las sospechábamos
ni estaban anunciadas en el clima
de las discusiones anteriores ni en el
módico programa de gobierno con el
que Kirchner asumió el gobierno, ni
en las expectativas de una sociedad
que estuvo durante esos años, como
solíamos decir, a la derecha de sus
gobernantes. Corresponde llamar
de nuevo jacobinos, entonces, a estos
gobernantes, a estos dirigentes que
durante los años de la presidencia
Kirchner estuvieron, en efecto, a la
izquierda de la sociedad, o por lo
menos de la mayoría de la sociedad a la
que gobernaban; corresponde incluir al
capítulo kirchnerista en la historia más
larga del jacobinismo argentino que
aquí he tratado de insinuar. Con sus
indudables méritos: haber puesto una
serie de temas del más alto interés en la
“agenda”,comosedice,deunasociedad
bastante más conservadora que sus
Corresponde llamar de nuevo
jacobinos, entonces, a estos
gobernantes, a estos dirigentes
quedurantelosañosdelapresi-
dencia Kirchner estuvieron,
en efecto, a la izquierda de la
sociedad, o por lo menos de
la mayoría de la sociedad a la
que gobernaban; corresponde
incluir al capítulo kirchne-
rista en la historia más larga
del jacobinismo argentino que
aquí he tratado de insinuar.
91
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gobernantes, y haber llevado adelante
una serie de medidas muy importantes
(entre muchas otras digo sólo dos, de
naturaleza muy distinta: la eliminación
de la ignominia de las AFJP y la elimi-
nación de la ignominia del cuadro de
Videla exhibido en un edificio público
del Estado nacional) en una sociedad
que, como decía, no parecía exigirlas y
tal vez ni siquiera imaginarlas.
Pero si estas medidas son sin duda
importantes, y si la decisión de adop-
tarlas es sin duda loable, esa sorpresa
que representaron para nosotros
(y que no se vincula sólo al hecho de
que no las esperábamos, sino también
al hecho de que no fueron integradas,
ni antes ni durante ni después, por
medio de un discurso consistente, a
un programa o a un relato que una
sociedad movilizada pudiera discutir),
esa sorpresa y esa falta de una discur-
sividad que les diera su lugar y su
sentido, digo entonces, constituye
un problema serio. El kirchnerismo
tiene el mérito de haber tomado esas
y otras medidas muy relevantes, pero
el demérito importante de no haber
contribuido gran cosa a ensanchar
los espacios en los que esa sociedad
pudiera discutir esas medidas, y discu-
tiéndolas legitimarlas y volverlas más
estables, más seguras, más perdurables.
De no haber sido capaz de decir bien
lo que estaba haciendo bien. Porque
no es exactamente cierto que mejor
que decir sea hacer: es necesario hacer
y al mismo tiempo decir lo que se hace,
y por qué y para qué se lo hace, y poner
a discutir esos discursos, esas justifica-
ciones, esos proyectos en los que lo que
se hace cobra sentido, porque si no lo
que se hace corre el riesgo de licuar
ese sentido o de perderlo. El decir no
es lo contrario del hacer: el decir (y el
hacer circular y discutir lo que se dice)
es una de las dimensiones fundamen-
tales, decisivas, del hacer, sin la cual a
las cosas que se hacen, mucho más a
veces que a las palabras que se dicen,
puede llevár-
selas el viento.
Kirchner hizo
mucho pero no
siempre dijo bien
eso que hacía,
y al no hacerlo,
al no articular
sus medidas de
gobierno en algo
así como un
programa, no creó tampoco las mejores
condiciones para que la ciudadanía
pudiera discutir, apoyar, mejorar,
corregir ese programa. Se dirá que no
puede reprochársele a un gobierno que
no se ocupe de movilizar a un montón
de gente grande que debería movili-
zarse por sí sola. Es cierto. Pero no es
menos cierto que cuando un equipo
gobernante actúa (incluso bien o hasta
muy bien, como yo diría que, sin entrar
en mayores detalles, es el caso) sin
involucrar activamente a la sociedad
en el debate sobre las políticas que
impulsa, puede quizá llevar adelante
grandes cambios, pero también ver
cómo toda esa estantería de cambios
es sacudida después, de la noche a la
mañana, por no haber creado bases
más firmes para sostenerla.
Cuando Kirchner entregó la presi-
dencia a su sucesora, unos cuantos
esperábamos que ésta (dueña de una
oratoria mejor que la de su marido
y heredera de una situación general
bastante menos apremiante) pudiera
encarar, junto al reto de profundizar
el camino del crecimiento económico
y la reforma social, el doble desafío de
presentaralaciudadanía,organizadoen
un discurso consistente, un programa
Kirchner hizo mucho pero no
siempre dijo bien eso que hacía,
y al no hacerlo, al no articular
sus medidas de gobierno en
algo así como un programa,
no creó tampoco las mejores
condiciones para que la ciuda-
danía pudiera discutir, apoyar,
mejorar, corregir ese programa.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Conflictos y armonías
92
de gobierno, y de favorecer la discu-
sión pública de ese programa: de –para
resumir esto en dos palabras– volver
más democrático el liberalismo demo-
crático argentino. Esto no ocurrió.
Más bien, enfrentada casi al inicio
de su gestión al fuerte rechazo de las
corporaciones camperas a la decisión
de modificar las alícuotas de las reten-
ciones a las exportaciones agrarias, la
Presidenta se vio llevada a ensayar un
tipo de discurso y a plantear un tipo
de problemas muy distintos. Que nos
vuelven a situar frente a los grandes
temas del inicio mismo del ciclo de la
“transición”, y en primer lugar, entre
ellos, frente a uno
sobre el que ya
hablamos: el de
la representación,
que la Presidenta
presentó muchas
veces, durante
los meses que
duró el conflicto,
contrastando
la legitimidad
del poder de los
representantes
del pueblo con
la ilegitimidad
de los reclamos
sectoriales de
los dirigentes
de las corpo-
raciones. Esa
distinción había
sido uno de los
tópicos centrales
del discurso
alfonsinista, y reapareció con mucha
fuerza en los que desgranó Cristina
Fernández a lo largo del año pasado:
sólo los representantes del pueblo
pueden deliberar, decidir y ejecutar
las medidas de gobierno. “Los ciuda-
danos no deliberan ni gobiernan sino
a través de sus representantes”, como
reza aquella Constitución Nacional
cuyo preámbulo Alfonsín recitaba de
memoria, y como podía leerse en las
paredes de lona de una de las carpas
instaladas en la Plaza del Congreso, en
apoyo del gobierno, en las semanas más
calientes del conflicto. Todo el poder
a los representantes. Y a quienes no
estaban de acuerdo con las decisiones
de esos representantes, la Presidenta
les pediría que “se constituyan como
partido político y en las próximas elec-
ciones reclamen el voto del pueblo”.
Así, una cierta entonación “liberal”
organizaba el discurso presidencial en
los tramos más duros del conflicto.
Tanto que un amigo con el que escu-
chamos en Plaza de Mayo la arenga que
acabo de citar me preguntó –medio en
broma, medio en serio–: “Che: ¿noso-
tros no estábamos en contra de esto?”.
Cierto: ¿no le pedíamos algo más que
eso, nosotros (“nosotros”: los que le
reprochábamos a Alfonsín su “libe-
ralismo”), a la democracia? ¿No le
pedíamos a la democracia que no fuera
sólo “representación”, sino también
“participación”? ¿Qué era entonces lo
quevolvíaatractivoeldiscurso“liberal”,
representativista, de la Presidenta? Pues
lo mismo que había vuelto atractivo,
en su momento, el liberalismo represen-
tativista de Alfonsín: lo odioso de los
poderes contra los que se levantaba. El
liberalismo político, que es bastante
menos que lo que queremos como
ideario organizador de nuestra demo-
cracia, es también una suerte de piso
mínimo, de resguardo último contra
las pretensiones de los grupos corpora-
tivos de interés. A los que, por cierto, el
discurso de la Presidenta –como antes
el de Alfonsín– situaba del lado de los
responsables de una historia terrorífica
El liberalismo político, que
es bastante menos que lo que
queremos como ideario orga-
nizadordenuestrademocracia,
es también una suerte de piso
mínimo, de resguardo último
contra las pretensiones de los
grupos corporativos de interés.
Alosque,porcierto,eldiscurso
de la Presidenta –como antes
el de Alfonsín– situaba del
lado de los responsables de
una historia terrorífica que no
debía repetirse: si el domingo
de la Semana Santa del 87,
Alfonsín había dicho que “el
pasado” había estado a punto
de alcanzarnos otra vez, ahora
Cristina Fernández decía que
había vuelto a ver “el rostro
de un pasado que pareciera
querer volver”.
93
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
que no debía repetirse: si el domingo de
la Semana Santa del 87, Alfonsín había
dicho que “el pasado” había estado a
punto de alcanzarnos otra vez, ahora
Cristina Fernández decía que había
vuelto a ver “el rostro de un pasado que
pareciera querer volver”. Así, ambos
discursos sitúan a las corporaciones
del lado del autoritarismo y del pasado,
e identifican a las instituciones de la
democracia liberal como su conjuro.
No está mal, si es para empezar. Pero
sería imperdonable que no hubiéramos
aprendido la lección de aquella Semana
Santa y de lo que siguió, que no hubié-
ramos entendido que sin el aliento a la
participación democrática del pueblo,
las propias instituciones de la represen-
tación liberal peligran. La lucha contra
las corporaciones no pueden darla solos
los representantes del pueblo, por muy
virtuosos que sean. Primero, porque si
en efecto son virtuosos no les intere-
sará ganar ese combate sin el pueblo.
Segundo, porque sin el pueblo no
tienen posibilidades de ganar. Y esto la
Presidenta lo sabe. Al menos lo dice, lo
que no es poco. Dice (dijo, en otro de
los discursos que desgranó en medio del
conflicto) “sola no puedo”, y este reco-
nocimiento, el reconocimiento de que
la lucha contra los intereses particulares
a los que se enfrenta sólo puede librarla
con lo que en ese mismo discurso llamó
“la fuerza del pueblo” de su lado, es tal
vez lo mejor y lo más democrático que
haya dicho en estos años. Se trata ahora
de saber cómo se organiza y se potencia
esa “fuerza del pueblo” que se trata de
movilizar, pero que hasta ahora no se
ha movilizado en la medida suficiente
para darle a este gobierno un aspecto
diferente al de un liberalismo político
de avanzada. “Jacobino”, decíamos.
“pre-gramsciano”, ha escrito –me
parece que en un sentido similar–
Edgardo Mocca. Esto es: que aún no ha
querido o no ha encontrado el modo de
movilizar activamente a una sociedad
civil que es espesa, densa y contradic-
toria, y en la que este gobierno tiene
la tarea pendiente de tratar de forjar
lo que el autor de los Cuadernos de la
cárcel llamaba, como recordábamos
hace un rato, una hegemonía.
Eso es, en efecto, lo que falta, y en esa
falta medran la retórica empresarial de
los De Narváez, los Reutemann y los
Tinelli, la despreocupada insolencia
de los Biolcatti y los Llambías, el
fascismo elemental de los De Ángeli y
los Grondona, el oportunismo grosero
de los Buzzi, los Solá y los Cobos, la
jactancia de dedito en alto de Clarín.
Ideologías miserables y miserabilistas
que tocan fibras profundas de una
sensibilidad popular que es sin duda
más compleja que todo esto pero que
contiene a todo esto, y que es tarea de
las dirigencias políticas que quieren para
este pueblo otro futuro, menos indigno,
interpelar, activar, comprometer en un
sentido diferente. Acusando recibo del
golpe electoral de junio, el gobierno
ha iniciado un largamente reclamado
“diálogo” con los dirigentes de los
partidos políticos y de las corpora-
ciones de la producción. Desde luego,
y está bien. Pero ese gesto (sin duda
importante, por mucho que la irres-
ponsabilidad opositora se empeñe
en declararlo ya acabado) no puede
agotar el tipo de diálogo que el
gobierno debe proponer, y que debe
incluir cuanto antes (porque es lo
único que puede salvarlo de terminar
sus días como rehén de los peores
intereses sectoriales) la convocatoria a
una conversación muy amplia con los
ciudadanos y sus organizaciones. Con las
organizaciones movilizadas y críticas
de la sociedad civil, que el gobierno
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
94
debe promover y tratar de convertir
en los sujetos activos y potentes de
las transformaciones que promueve, y
a las que para ello debe convencer. Y
para convencer hay que argumentar, y
para argumentar hay que usar (como
este gobierno puede usar, tal vez mejor
que ningún otro de los que tuvimos en
los últimos tiempos) la palabra.
Hay por eso que devolver el valor a la
palabra, reconquistar la dignidad de la
palabra y volver a hacer de ella el instru-
mento de las necesarias argumentaciones
a través de las cuales el gobierno debe
validar el sentido de las políticas que
desarrolla, y en las que una ciudadanía
movilizada y crítica pueda volver a
encontrar el sentido de lo que el gobierno
de sus representantes está intentando o
pretendiendo o proponiendo hacer. En
eso me parece que radica la gracia, el
interés y la importancia del tipo de
uso de la palabra que caracteriza el arte
oratorio y el estilo de conducción del
presidente Chávez que analiza Elvira
Arnoux en el libro que mencioné al
comienzo. Es necesario, en síntesis
(para el gobierno, desde ya, y también
para los grupos que, no integrándolo,
no apuestan tampoco, como otros, a
la destrucción de los últimos resortes
de la vida democrática argentina), es
necesario, digo, volver a argumentar,
a discutir ideas, a poner planes y
proyectos en el campo de una discu-
sión pública posible. Hay que volver a
argumentar, a argumentar en público,
a argumentar políticamente. Eso es lo
que no hizo el vicepresidente Julio Cobos,
por ejemplo, cuando en cierta célebre
intervención parlamentaria reemplazó,
como criterio legitimador de una deci-
sión política fundamental, la argu-
mentación política por la apelación a
la voz (privada, y por privada inim-
pugnable) del corazón; eso es lo que
no hacen los representantes corpora-
tivos de los ricos más ricos de este país
cuando reemplazan, en sus previsibles
y rústicos discursos, la argumentación
política por el dictado del puro interés
particular. Recuperar la palabra, la
argumentación y la política es hoy una
tarea fundamental, porque es recu-
perar, frente a esos particularismos y
a esa privatización de los sentidos, la
idea misma de lo público, de la repú-
blica como cosa pública.
(*) Conferencia brindada en el marco
del ciclo “Legados y porvenir: Argentina
en el Bicentenario”, organizado por la
Biblioteca Nacional durante el 2009.
La biblioteca n° 9 10
96
La acción como anhelo y el futuro
como imposibilidad(*)(**)
Por Alejandro Kaufman
Las convulsiones que conocimos a principios del
siglo XXI permitieron repensar la realidad contem-
poránea. El ensayo que presentamos aquí parte de
aquellas jornadas dramáticas para reflexionar tanto
sobre sus efectos sobre el presente, como sobre
aquello que obra como fundamento de las subjetivi-
dades colectivas y que tales sucesos desnudaron en su
crudeza más radical. Alejandro Kaufman denomina
esta forma de vida como “producción de un orden
biopolítico”. En él se despliegan núcleos inma-
nentes, ligados al consumo, al poder de las marcas
y el mercado, que no sólo prescinden de las formas
políticas modernas, sino de todo su aparato de legiti-
mación discursivo y cultural. De esta manera, la vida
actual se despliega a partir de la subordinación de las
poblaciones –también declaradas sobras a ser gestio-
nadas–, a poderes técnico-administrativos cada vez
más abstractos: nuevos modos del control social que
proceden por regulaciones tecnológicas y disposi-
ciones mediáticas. Las consecuencias de estas formas
de gobierno ponen en cuestión los imaginarios con
los que se pensó la política y la función intelectual
durante el ciclo de las naciones.
¿Cómo nombrar aquello que efectivamente ocurre
si no disponemos de las palabras adecuadas para
hacerlo? ¿Qué hacer con aquellas ideas, tan significa-
tivas en nuestra historia, que se revelan incapaces de
dar cuenta de la complejidad de esta época? Bajo el
peso de estas interrogaciones, Kaufman presenta los
dilemas y aporías que envuelven las posibilidades del
tiempo por venir.
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LA BIBLIOTECA
Conflictos y armonías
El título puede parecer enigmático,
pero lo que intenta es dejar planteada
una contradicción: la política supone
un compromiso y un propósito desti-
nados a una proyección en el tiempo,
y hoy vemos una imposibilidad de
tal proyección, dado que el futuro no
resulta hospitalario respecto de lo que
estamos en condiciones de producir
como sentido. Este oxímoron se plantea
a partir de la suposición voluntaria y
enunciativa de que estamos situados
en una posición política respecto de
un futuro que no es el que podíamos
pensar hace algunos años. El intento
de discutirlo pretende despejar ciertas
palabras que en lugar de acompañarnos
pueden resultar obstáculos en lugar de
producir una apertura. Cuando uno
dice Bicentenario, historia, cultura,
nación, pueblo, todas esas palabras son
tomadas por nosotros, metodológica-
mente, dentro del juego como si fuesen
obstáculos. Que sean obstáculos no
significa que pueda prescindirse de esos
términos, ni que se los desdeñe, sino
que son problemáticos, traen consigo
una carga, una biblioteca, una serie de
determinaciones que están cristalizadas.
Por lo tanto, la idea de indagar sobre
lo político es cercana a la necesidad de
discutir la institución. Cuando uno
refiere a la institución para hablar de
la política es que opta por utilizar un
términodiferenteyalternativoanación,
pueblo, país y cultura. Asimismo, la
palabra institución problematiza la
idea misma de historia, de legado y
herencia. Pero la noción de institu-
ción también puede significar una
diversidad de cuestiones. Uno habla
de instituir, destituir, constituir, como
distintos momentos de la idea de insti-
tución, tratando de hacer referencia a
algo distinto de lo que referimos habi-
tualmente con la palabra institución,
en el sentido de las estructuras jurídico
políticas que definen la vida colectiva,
las representaciones, el Estado. No
queremos referirnos a eso, sino a una
cuestión que en la realidad requiere un
cierto número de metáforas.
Por ejemplo, Deleuze usó la palabra
rizoma, y la postuló como término que
remite a la institución, a la forma en
que se desenvuelve una subjetividad, o
la forma en que se constituye en deseo
y, como consecuencia, el pensamiento
y la acción. Otros usan diferentes pala-
bras, por ejemplo Simone Weil utiliza
la palabra raíz, no en el sentido de un
fundamento, sino en el de una unión
o relación con el suelo, con el pasado,
que no necesariamente es una relación
jerárquica ni de autoridad, sino vincu-
lada con el habitar. Raíz es una palabra
que quedó en
algún lugar de
la memoria del
pensamiento
francés, y que
seguramente
debe tener implí-
citas relaciones
con el hecho
de que luego se
haya hablado de
rizoma, y que,
por su parte, la
idea de rizoma
haya ejercido un
efecto polémico
respectodelaidea
de fundamento.
La idea de raíz no supone necesaria-
mente la noción de fundamento, en
el sentido filosófico, sino que remite
a la necesidad de describir un vínculo.
Entonces, cuando hablamos de insti-
tución tratamos de pensar en una
cuestión vincular, en aquello que nos
hace relacionarnos entre nosotros.
Y una de las preguntas que se
nos aparecen es en qué medida
dentro de esos espacios discur-
sivos hay cabida para ir más
allá de ciertos límites. En qué
medida ese mismo momento
de discusión, en tanto super-
ficie de inscripción y de susten-
tabilidad de una vida común,
habilita y permite pronunciar
ciertas palabras o establece
ciertos límites. En este sentido,
hayunaimposibilidadrespecto
del futuro, hay un futuro que
se nos presenta esquivo, aún
cuando lo imaginemos.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
98
También al intentar hablar de los
vínculos, las palabras se vuelven trai-
cioneras y se ingresa a una lógica de
cierto idealismo filial, amistoso, comu-
nitario, utópico. Por lo cual, la idea
de lo vincular por lo general remite
enseguida a la imagen de un estado de
paz y concordia, cuando en realidad lo
vincular supone también lo contrario.
Suponelaguerra,elconflicto,lascondi-
ciones a partir de las cuales un grupo
de sujetos pueden desenvolver una
vida. La experiencia vital no es aérea, se
desenvuelve siempre en alguna super-
ficie; necesita de algún espacio para
asentarse. Aunque se deslice por él de
forma rizomática, necesita una super-
ficie de contacto. Por lo tanto, hablar
de institución es indagar sobre cómo se
constituye esa superficie de contacto.
Son temas de vieja tradición en la
discusión crítica argentina. Cuando
se habla de la pampa, se habla de una
superficie de contacto que se suponía
vacía. El tema del vacío es lo que en la
institución argentina se intenta definir:
la superficie de contacto como algo
restringido y aglutinado, concentrado
en un espacio de privilegio. Eso es la
vida urbana argentina, una vida aglu-
tinada que define ciertas condiciones
sobre el desarraigo, en tanto esa agluti-
nación está producida en razón de que
el conjunto de la superficie de inscrip-
ción vital dentro del país no es habi-
table. Ante la falta de sustentabilidad,
se producen esos desplazamientos que
derivan en aglutinación.
Estas son cuestiones situadas en un
límite, en un borde de lo que se puede
decir o pensar en términos de lo que
se llama la esfera pública, un punto
actual de incendiaria discusión.
Cuando hablamos de política, de inte-
lectuales, de esfera pública, de palabras
y superficies de inscripción, estamos
tocando temas actuales e inmediatos
acerca de los cuales presenciamos
intensos intercambios. Y una de las
preguntas que se nos aparecen es en
qué medida dentro de esos espacios
discursivos hay cabida para ir más allá
de ciertos límites. En qué medida ese
mismo momento de discusión, en
tanto superficie de inscripción y de
sustentabilidad de una vida común,
habilita y permite pronunciar ciertas
palabras o establece ciertos límites. En
este sentido, hay una imposibilidad
respecto del futuro, hay un futuro que
se nos presenta esquivo, aún cuando lo
imaginemos.
Hubo un rasgo de interferencia en
esto que estamos discutiendo, produ-
cido por algunas reflexiones que carac-
terizan el periodo actual como un
momento político e intelectual que no
piensa en el futuro, donde no hay orga-
nizado un conjunto de proyecciones,
no surge plan ni proyecto alguno. Se
nos impone que hablar de política es
hablar de proyectos, de promesas: los
grandes temas nacionales, las impor-
tantes acciones colectivas, etcétera.
Y precisamente, una cuestión que ha
atravesado estos años es la suspen-
sión de la idea de proyecto entendido
como defecto. Lo interesante de que
no haya proyecto, es que todo discurso
proyectual se convierte de inmediato
en impostura, porque no puede dar
cuenta de las condiciones a partir de
las cuales ese futuro se va a producir.
Entonces, política e institución, la
definición de los vínculos, las condi-
ciones de habitabilidad de un colec-
tivo o territorio, suponen algún tipo
de definición respecto al futuro. Hoy,
el futuro puede ser definido como un
estado de imposibilidad, en tanto no
hay una articulación entre lo que se
hace y lo que se piensa, ni lo que se
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N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
puede esperar respecto del porvenir.
Hay viejísimas tradiciones respecto a
la posibilidad de habitar el presente,
de sustraerse de una descripción imagi-
naria acerca del futuro. A la vez, la idea
de que el futuro puede estar planifi-
cado es un fenómeno moderno.
En rigor, ¿cuáles son las tramas que
se nos interponen con respecto a un
futuro? Esas tramas están colocadas en
la más imperiosa actualidad. Ella tiene
una intensidad que dispone una serie
de variables respecto de las cuales cual-
quier proyección hacia el futuro tiene
que rendirle cuentas. ¿Quién está en
condiciones de producir ese discurso?
¿Quién está en condiciones de definir,
de una manera eficaz, un modo que
acople lo que se dice y lo que se hace
con aquello que ocurra? No hablo ni
de una utopía, ni de una promesa, ni
de una decepción, ni de una mentira.
Hay una conciencia colectiva que
requiere una promesa, sólo para luego
denostarla, descalificarla, ya que sabe
de antemano que esa promesa es falaz.
Cuando decimos promesa desig-
namos un enunciado político-cultural
del tipo: “esto que estamos haciendo
producirá mayor justicia social”; “esto
que estamos haciendo generará un
mayor bienestar colectivo”, etcétera.
Esta es la condición por la cual los
últimos años han estado definidos
por una política del juego. Estamos
organizados alrededor de una intere-
sante forma de sustentabilidad de la
existencia, porque tiene su eficacia.
Buena parte de la política global de las
últimas décadas está relacionada con
el juego. La política de posguerra por
ejemplo, es decir, la Guerra Fría, fue
en buena medida una enorme gestión
del juego y el azar. Existía la capacidad
de destruir el mundo completamente,
sin ninguna posibilidad de estar en una
metasituaciónquepermitieraexaminar
esta polaridad. Todos esos años, hasta
el término de la Guerra Fría, repre-
sentan el periodo de implantación
de la política del juego, en la que se
presentan algunos parámetros lógicos,
a los cuales se deja funcionar por sí
solos, sin la intervención de voluntad
humana alguna,
y sin siquiera un
anclaje deseante.
Se cae en un
automatismo, en
una entrega fatal
a un azar fuera
del alcance de la
voluntad.
Ante este pano-
rama, la política
ya no se proyecta,
en tanto no hay
futuro –tema que
supervive desde
la década del
sesenta, la oblite-
ración del futuro
por el Apocalipsis
nuclear,unacues-
tión que sigue
presente y no ha
sido superada–, y
se ha deslizado a
una posición más lateral: no estamos
en la Guerra Fría, no está por ocurrir
una estrategia relacionada con el juego
de la destrucción, aunque las condi-
ciones por las cuales eso podría ocurrir
siguen estando presentes, y hasta cierto
punto intactas.
La imposibilidad colectiva de producir
una proyección genera una crisis de
la cultura y de la política, porque el
discurso cuya dimensión intrínseca
estaba destinada a la proyección, la
promesa y el futuro, perdió toda su
eficacia. Entonces lo que se produce es
La imposibilidad colectiva
de producir una proyección
genera una crisis de la cultura
y de la política, porque el
discurso cuya dimensión
intrínseca estaba destinada
a la proyección, la promesa
y el futuro, perdió toda su
eficacia. Entonces lo que se
produce es una experiencia de
la actualidad permanente, un
estado de presente continuo.
Cuando hablamos de las socie-
dades mediáticas, estamos
nombrando mucho más que
un ordenamiento regulatorio
libre, monopólico, diverso,
representacional o inma-
nente; estamos hablando de
una experiencia colectiva de la
instantaneidad y la inmediatez
permanente.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
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unaexperienciadelaactualidadperma-
nente, un estado de presente continuo.
Cuando hablamos de las sociedades
mediáticas, estamos nombrando
mucho más que un ordenamiento
regulatorio libre,
monopólico,
diverso, represen-
tacional o inma-
nente; estamos
hablando de
una experiencia
colectiva de la
instantaneidad
y la inmediatez
permanente.
Ese estado de
instantaneidad nos acompaña y se
convierte en una superficie de inscrip-
ción de la existencia, en un orden del
habitar. Habitamos una nueva dimen-
sión que no es la tierra, tampoco el aire,
sino que es bien material –consume
energía, contamina el ambiente– y
forma parte de la producción
biopolítica. Aunque las palabras de que
disponemos no den cuenta de la forma
en que vivimos, estamos atravesados
por un conjunto de instrumentos y
discursos, y cualquier descripción de
la vida contemporánea nos permite ver
que habitamos entre esas tramas. Ya no
hay calle como tal, se ha dispersado o
desvanecido. Las calles están ocupadas
y atravesadas por cámaras, celulares,
redes informáticas, sensores, GPS,
regímenes cartográficos en tiempos y
escalas reales. El transporte público
y privado también está regulado por
sistemas informáticos satelitales que
indican el destino de los vehículos.
Hay una experiencia colectiva que tiene
un profundo rasgo de instantaneidad
y actualidad, que no se vive como
verdad, pero donde sí está depositada
una utopía, una promesa. Una promesa
inmanente, no formalizada explíci-
tamente en relatos a los que se pueda
adherir o rechazar. Ese proyecto pres-
cinde de los relatos políticos, no tiene
necesidad de ser presentado en las plata-
formas electorales. En rigor, hay una
inconmensurabilidad entre la produc-
ción biopolítica y los discursos y relatos
políticos que poseemos como sujetos
en relación a nuestra experiencia.
Este mismo tema fue planteado, por
la Escuela de Frankfurt, como una
incongruencia o incompatibilidad entre
la moral y la vida. La ética y las distin-
ciones normativas no se adecuaban ni
articulaban con la vida efectiva exis-
tente, transitaban en discrepancia, no
en el sentido de que las vidas transcu-
rrieran por canales indiferentes a las
normas, sino por la misma inaplicabi-
lidad de las normas legales y morales.
Esta inconmensurabilidad nosotros la
hemos vivido de una forma extraordi-
naria, aunque no dicha. En la medida
en que se da un proyecto inmanente,
eficaz, que realiza una serie de acciones
respecto de las cuales no podemos tener
conciencia, es decir, no podemos diri-
mirlas y unificarlas en un relato, perci-
bimos que nuestro lenguaje, nuestros
proyectos y discusiones, están despla-
zados. Esto mismo es lo que produce
descreimiento y pérdida de la confianza.
Los fenómenos financieros, inflacio-
narios, la apatía y los dispositivos de
control son motivo de una queja sin
fin respecto de las condiciones de la
vida en común, es decir, respecto de
la institución. No tienen que ver con
un fenómeno subjetivo, o una suerte
de crueldad de quienes producen los
discursos políticos, sino que provienen
de ese carácter de discrepancia.
Aún no hay un relato que plantee
esta inaplicabilidad. En la medida en
que tampoco, en el orden intelectual
Hay una experiencia colectiva
que tiene un profundo rasgo
deinstantaneidadyactualidad,
que no se vive como verdad,
pero donde sí está depositada
una utopía, una promesa.
Una promesa inmanente, no
formalizada explícitamente
en relatos a los que se pueda
adherir o rechazar.
101
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
o crítico, en el plano universitario,
cultural o artístico, pueda ser encon-
trado un cierto orden de la verdad
que dé cuenta de lo que nos está
ocurriendo, encontramos en ello, en
esa vacancia, un problema. Más aún
cuando aquellos que se definen a sí
mismos como intelectuales, críticos
o académicos, convierten su tarea de
reflexión en una confirmación del
modo en que la realidad es descripta
en los medios y en el sentido común.
Nos viene a la mente Cromañón, en
tanto esta tragedia no fue sólo un
acontecimiento puntual que tuvo lugar
el 31 de diciembre de 2004, sino que
fue un analizador. Al hablar de insti-
tución, hablamos también de analiza-
dores, de acontecimientos o discursos
que ponen en evidencia una serie de
tramasquehabitualmentenossoninac-
cesibles. Y lo que puso Cromañón en
evidencia, como fenómeno abarcador
de la sociedad y la vida en común, es
la inaplicabilidad de las normas, la
inconmensurabilidad entre las modali-
dades normativas con que la vida en
común se define, y el modo en que se
desenvuelve de manera efectiva. Por
eso lo que ocurrió, enseguida, fue el
arrasamiento de una enorme cantidad
de espacios culturales que se clausu-
raron simplemente por la inaplicabi-
lidad de las normas. Los ámbitos que
no pueden satisfacer el cumplimiento
de esas normas son aquellos que no
forman parte del régimen global de
producción biopolítica. Dicho régimen
se desarrolla a partir de las grandes
corporaciones multinacionales de la
sociedad del espectáculo y la indus-
tria cultural, que en nuestro país se
manifiestan por ejemplo a través de los
viajes aéreos y de los multicines.
Nuestras posibilidades de vida urbana,
en la Ciudad de Buenos Aires, no son
congruentes con el régimen de produc-
ción biopolítica, con sus criterios de
riesgo y seguridad, criterios de espec-
tacularidad y prestación de servicios,
formas de habitar y transitar la ciudad.
En ese punto hay una tasa de ganancia
determinada, una cierta concentración
económica, una determinada articula-
ción discursiva: cuando uno se sienta
en Mc Donald’s a comer una hambur-
guesa, no sólo come la hamburguesa
sino que está embebido en una trama
institucional con sus signos particu-
lares. Mc Donald’s es una de las más
poderosas y firmes instituciones del
mundo contemporáneo, sobre la cual
hay numerosas referencias bibliográ-
ficas a propósito de lo que es un modelo
social: un modelo de educación juvenil,
de promoción de una sociedad meri-
tocrática, un modelo antropológico
acerca de las costumbres alimentarias,
del uso del tiempo, y de los criterios
sobre el riesgo y la seguridad en la
ciudad, tanto respecto a un incendio,
como a un robo, como al estado de
conservación de la comida. Es decir,
es un mundo completo que además se
inspira en una serie de tradiciones polí-
ticas tardías y totalitarias, esto es una
interpretación, entre las que podrían
estar las juventudes comunistas, las
juventudes nazis, y los boy scouts. Hay
una parodia, una traslación irónica
pero con fines muy concretos, de esas
prácticas juveniles y culturales, a una
configuración meritocrática funcional
a la ciudad biopolítica.
Ese es un lugar educativo, entre sus
paredes hay una pedagogía. Cuando
los chicos salen de la escuela y entran a
Mc Donald’s a festejar su cumpleaños
o a pasar la tarde del sábado con los
padres, ése es el lugar que les está
mostrando cuál es el mundo del
futuro. El mundo del futuro no está
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Conflictos y armonías
102
en la escuela, está en el cumpleaños
de Mc Donald’s, ése es el lugar que
enseña cómo se hace una carrera, cómo
se consigue un trabajo, cuáles son las
relaciones laborales, cuál es el concepto
de basura, qué es lo que se conserva,
qué se desecha, qué se come, cómo se
instala el marco de una conversación.
Tenemos ahí una condición ejem-
plar que parece funcionar. Cada tanto
hay conflictos, alguien muere por una
hamburguesa en mal estado y entonces
se lo indemniza. Y ese es el punto, ese
discurso pedagógico de Mc Donald’s es
el que establece los criterios de riesgo,
las reparaciones respecto a una damni-
ficación, y cuáles son los parámetros
normativos y procedimentales de los
que se dispone ante cualquier problema
que ocurra. Esta dinámica funciona
con éxito, dado que hay una enorme
inversión cultural política y económica
destinada a tal lógica. El problema
decisivo respecto de esta lógica es que
es ahí donde se produce la riqueza.
Entonces, cuando hablamos de insti-
tución y política, estamos hablando en
términos de cómo se organiza efectiva-
mente la vida común, y de algo que allí
sucede y es tomado desde un rango de
ejemplaridad. La manera en que esto
procede va más allá de si uno concurre
o no al lugar, y esto se vio claramente
en el momento de la catástrofe social
de 2002, cuando miles de personas,
durante meses enteros, recorrían la calle
para comer de la basura. Es importante
no olvidarlo, porque es de allí de donde
hemos salido. La idea de una política
orientada hacia un futuro tiene que
ubicarse respecto de ese momento, un
momento en el cual hubo semejante
humillación colectiva y daño efec-
tuado sobre miles de personas. Es algo
que queda grabado en la memoria,
y es curioso que no haya una temati-
zación de la memoria del hambre y la
pobreza, de la catástrofe. Estamos satu-
rados de temas de la memoria dentro
de los cuales esta cuestión no aparece,
y al mismo tiempo, todo lo que ha
ocurrido durante estos años remite a
ese momento, en el cual se instaló una
cierta forma de definir lo destituyente.
Cabe aclarar que lo destituyente no
remite ni se reduce sólo a la institución
estatal o política en el sentido constitu-
cional, aunque sea cierto que también
abarca esos terrenos. Lo destituyente es
la disipación de las condiciones efec-
tivas de la existencia colectiva. Y esto
requiere una iniciativa favorable a una
visión de lo concreto. Que millones de
personas pasen de comer a no comer
de un día para el otro, sin que haya
forma de resolver esa cuestión en lo
inmediato, y que tenga que transcurrir
un largo tiempo ese acontecimiento
terrible, supone la disipación de las
condiciones de la existencia. Algo que
en otros momentos ocurre sólo en el
caso de que se produzca un terremoto
o una guerra.
La destitución que se produjo no es
del gobierno, eso es secundario, los
gobiernos constantemente se instituyen
y destituyen de todas las maneras posi-
bles. Destituyente es un término que
remite a un momento de un proceso:
una revolución, por ejemplo la de
Mayo, o también los momentos de
modificaciones constitucionales que
pueden ser destituyentes respecto a un
orden anterior. Un gesto destituyente
es, por ejemplo, la Ley de Servicios de
Comunicación Audiovisual, es desti-
tuyente respecto a una serie de insti-
tuciones monopólicas. La institución
y destitución forman parte de la lucha
política y social: uno intenta quitar
a otro el dominio sobre el colectivo.
Pero la persistencia del término, la
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Conflictos y armonías
cristalización de la palabra destituyente
remite a una modalidad colectiva que
es negativa. Una modalidad destruc-
tiva de las condiciones comunes de la
existencia. Al no remitir a otro orden
de cosas, no es revolucionaria sino de
predominio destructivo.
La discusión que se dio en 2001 y 2002
era que el instinto intelectual y político
demuchosactores,anteunadestitución,
esperaba algún tipo de cambio. La
expectativa que uno tiene frente a un
orden cíclico, o que se presenta como
alternante, es que cuando cae cierto
orden político y jurídico llegue otro
orden estatal, político y jurídico.
Respecto a lo instituyente es que lo
que se presenta como alternativa insti-
tucional, en el sentido fuerte de la
palabra, consiga modificar las formas
de vida colectiva. Pero frente a las
formas estatales de la vida colectiva no
se eleva otra forma estatal de juridi-
cidad, sino que aparece como alterna-
tiva un orden desnudo de producción
biopolítica.
Hay un poderoso imaginario colec-
tivo en Argentina, instalado durante
varios años, y cuya historia habrá que
definir. Esta tarea será improbable
si antes no logramos despejar ciertas
palabras que nos llevan a hablar
siempre de otra cosa. Por ejemplo,
se habla de la historia de los golpes
militares como si fueran instituyentes,
cuando en realidad lo fueron muy
débilmente. Hay un lenguaje de la
historiografía y del análisis crítico-
político que deja pasar una dimensión
esencial de lo ocurrido en la historia
argentina. El golpe del 76 fue débil-
mente instituyente de sí mismo, fue
un acontecimiento horrendo que
produjo efectos terribles, y que no
tuvo la capacidad de sostenerse. Desde
el punto de vista de la identidad polí-
tica y la configuración discursiva, se
sucedían los presidentes uno tras otro
sin terminar de configurar una escena
estable. Las dictaduras atroces no
funcionan así, sino que constituyen
e instituyen, establecen discursos,
adhesiones, configuraciones estatales
e institucionales estables, como fue el
caso de Pinochet o tantos otros.
Si uno mira hacia atrás, los golpes mili-
tares en Argentina, muchos de ellos han
tenido un alto nivel de inconsistencia e
incapacidad de darse a sí mismos una
superficie de inscripción estable. Esto
ocurrió con el onganiato, que llegó
con unas pretensiones desmesuradas,
un ideologismo y una idea de organiza-
ción que no duró mucho. En ese ciclo
de golpes puede
observarse que a
los procesos mili-
tares les ocurría
lo mismo que a
las instituciona-
lidades democrá-
ticas, las cuales
venían siendo
acosadas también
por movimientos
de resistencia. Un
rasgo notable-
mente anómalo
con respecto a la
dictadura del 76
es que las Madres
de Plaza de Mayo
aparecieron inme-
diatamente y empezaron a dar vueltas y
cuestionar todo lo que estaba ocurriendo
desde el mismísimo principio, e incluso
de un modo ingenuo, dado que no tenían
información de lo que en efecto estaba
pasando, simplemente preguntaban
dónde estaban sus hijos. Ahí hay algo
significativo, haber percibido qué era lo
que había del otro lado.
El discurso de la dictadura se
presentaba como benéfico, cris-
tiano,humanista,democratista,
no instalaba un régimen autori-
tario en el mismo sentido de lo
que ellos estaban planteando,
aunque por supuesto desen-
volvieron prácticas atroces. No
tengo intención de relativizar
nada de lo que ocurrió, hechos
delomáshorribles,sólotratode
pensar cómo hablamos de eso,
y cómo ya se está produciendo
una historia reciente respecto
de esos acontecimientos que no
termina de ser congruente con
lo efectivamente acontecido.
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Conflictos y armonías
104
Eldiscursodeladictadurasepresentaba
como benéfico, cristiano, humanista,
democratista, no instalaba un régimen
autoritario en el mismo sentido de lo
que ellos estaban planteando, aunque
por supuesto desenvolvieron prácticas
atroces. No tengo intención de relati-
vizar nada de lo que ocurrió, hechos de
lo más horribles, sólo trato de pensar
cómo hablamos de eso, y cómo ya se
está produciendo una historia reciente
respecto de esos acontecimientos que
no termina de ser congruente con lo
efectivamente acontecido.
En tanto, lo que ocurría era la instau-
ración en la conciencia colectiva del
régimen de producción biopolítica, que
a veces recibe la denominación de neoli-
beralismo, de modo que no representa
lo que verdaderamente es. Porque no es
unaideologíaniunacuestiónquepueda
resolverse mediante el procedimiento
electoral. A ese tipo de instituciona-
lidad, a ese modo de vivir y producir
riqueza, de reproducir un orden econó-
mico y social, le resulta del todo indis-
tinto lo que suceda en relación con la
representación política, dado que tiene
su propia forma de “representación
política” en el consumo.
Cuando decimos “neoliberalismo”,
se nos escapa como arena entre las
manos aquello que es necesario decir.
Hay instalado en nuestra conciencia
colectiva un deseo o anhelo. Ese
tipo de impulsos subjetivos son los
que determinan la acción colectiva,
que en buena parte de las ocasiones
se manifiesta de manera pasiva. Por
ejemplo, aceptando golpes de Estado
neoliberales, injusticias, fenómenos de
endeudamiento, etc. Es decir, golpes
que creaban las condiciones de mejor
desenvolvimiento de un régimen de
producción biopolítica, de un régimen
deconsumoydeproducciónquedejara
a buena parte de la población en la
indigencia, ignorada frente a la posibi-
lidad de aumentar la tasa de ganancia.
Esto sigue estando vigente, y en los
procesos estatal-institucionales de tipo
democrático, en el sentido jurídico, se
manifiesta en fenómenos de apatía, de
retracción, de indiferencia y de acti-
tudes destituyentes, de contrariedad
con cualquier orden vigente, con cual-
quiera que esté gestionando el Estado.
El modo en que se ha producido en
Argentina una habilitación para plan-
tear que el político y la política son
actores maléficos, perversos, corruptos,
que se benefician a sí mismos frente a
Alejandro Kaufman
105
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Conflictos y armonías
toda ocasión, ha sido instalado como
una manifestación de ese mismo
régimen de producción biopolítica.
No se manifiesta por la defensa de
los ideales jurídico-políticos neolibe-
rales, sino de esta otra manera. Para
esto contribuyó la dictadura del 76,
también hubo actores mediáticos y
estatales que alimentaron un anhelo
respecto a cuál es la posibilidad que
existe de sustentar la existencia colec-
tiva en este país de una forma más
eficaz, anhelo que remite directamente
al empresariado.
El capital concentrado es el claro ideal
de una amplia parte de nuestra pobla-
ción, e incluso dudaría cuánto cada
uno de nosotros somos menos ajenos a
esa ideología de lo que solemos creer.
Haría esa pregunta, no en un sentido
intencional o moral, sino con el objeto
de confirmar que aún estamos en un
estado embrionario respecto a las pers-
pectivas de pensar sobre este contexto,
y de interrogarnos sobre qué es lo que
realmente estamos discutiendo. Una
de las consecuencias que aparecen es
vernos involucrados en un debate sobre
la actualidad más inmediata. ¿Cómo
nos relacionamos efectivamente con
esta discusión?
La crítica que ataca el hecho de que
la escena actual no presente ningún
proyecto es una crítica verificable en
tanto no hay proyecto ni promesa.
En ese sentido, uno de los gestos inte-
lectuales y políticos que ha habido
en los últimos tiempos ha sido el de
valorar las actitudes “realizativas” en el
presente, valorar las acciones concretas
que producen modificaciones. Frente a
esta posición se ha producido una reac-
ción de intensidad opositora inusitada.
Una de las cuestiones que es esencial
respecto de la conformación del fenó-
meno llamado kirchnerismo –hoy una
palabra obturadora, estigmatizante, de
difícil sustentación–, es que carecemos
de un discurso afirmativo sobre lo que
está ocurriendo. En rigor, porque lo
que está ocurriendo es módico, esta-
blece un límite a lo peor que podría
ocurrir. Limitar no es poco, ni algo
que no valga la pena hacer. Se trata de
un gesto político similar a los que han
aparecido en la posguerra, hace setenta
años. Cualquier discurso proyectual,
prometedor, que establezca cualquier
tipo de perspectiva más o menos ideal,
es inverosímil y, por tanto, la acción
política se limita a ciertos logros
puntuales. Es lo que pasa con la lucha
por los derechos humanos: un discurso
que sólo tiene sentido en relación al
horror, es decir, la función que cumple
el horror en el régimen de producción
biopolítica. Su consecuencia es redu-
cirnos a un orden minimalista. La
vigencia de los derechos humanos de
ninguna manera se puede conseguir
luchando por los derechos humanos,
ni luchando por los derechos humanos
se puede lograr la equidad, superar la
miseria y el hambre. Los problemas
actuales no tienen que ver con los
derechos humanos, sino con lo social
y lo político en su dimensión más
radical. Porque la tortura y la desapari-
ción suponen la supresión de lo social
y lo político, es decir, cuando está
suprimida la posibilidad de la palabra
y la libertad, y lo único mejor que nos
puede pasar es que no nos torturen ni
nos maten. Ese es un momento donde
el espacio de la lucha política se reduce
a la demanda puntual para que nos
dejen de torturar y asesinar.
Con la lucha contra la pobreza, tal
como se plantea en el orden político
actual, sucede algo similar. Cuando
uno lucha contra la pobreza no está
solicitando un mundo utópico, ni
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Conflictos y armonías
106
socialista, ni democrático, ni convi-
vencial, sino que está luchando sólo
para que la gente deje de morir de
hambre, que es el rango del horror
en la institucionalidad democrática.
La pobreza es un borde dramático y
extremo, respecto del cual una lucha
es módica, y en definitiva, no es tan
sustantivamente diferente que la
formulemos en términos socialdemó-
cratas, reformistas, o peronistas, o a la
manera caritativa y católica como lo
hacen los agro-productores.
Ahora bien, qué es el peronismo, cómo
ha actuado en el orden del régimen de
producción biopolítica y en torno a la
vida en común. Por un lado, es módico
lo que ha producido: evitar los males
mayores, algo
muy similar a lo
que hace la lucha
por los derechos
humanos cuando
contribuye a la
interrupción de
la tortura y la
desaparición. Ha
logradodignificar
la vida en común,
nada menos,
pero lejos de una
transformación
profunda, como
bien se sabe.
Quienes hemos
mantenido alguna relación con el pero-
nismo, ha sido en forma consecuente
con el límite desde el cual se le podía
pedir otra cosa. En tanto el peronismo
había partido de un piso de dignifica-
ción de la vida colectiva, podría ser la
referencia para otra cosa. Pero ¿por qué
podía este movimiento ser referente
de otra cosa más que de sí mismo?
Porque suponía un vínculo. Cuando
pensamos en las formas efectivas del
vínculo en Argentina, las formas en
que se ha producido la subjetividad,
en el sentido político, pensamos en el
discurso y la práctica que afirmaba que
todo aquél que participara en ellos iba
a colaborar con una acción dirigida al
módico bien. Eso es lo que han tenido
en común los distintos momentos
del gobierno peronista. Es más que
conocida la frase de Perón “no es que
seamos tan buenos, sino que los otros
son tan malos...”. Definitivamente
había una clara conciencia de lo que
se estaba haciendo, en un mundo con
un futuro imposible, al organizar una
forma de vida colectiva que pudiera
ascender respecto de un infierno, y
pudiera estar adscripta a una condi-
ción de mejor habitabilidad o convi-
vencialidad. Es algo que no inflama
los espíritus desde una perspectiva
idealista ni romántica, no remite a una
utopía, pero constituye sustentación
de la existencia colectiva, arraigo. Sólo
es posible tener una consideración
crítica hacia un discurso de esa natu-
raleza si se prescinde de una posición
negativista y destructiva, resentida, y si
se admite que la destructividad es una
condición esencial de la vida colec-
tiva de esta época, la cual está some-
tida a un riesgo mortal y apocalíptico
radical. Vida colectiva en la cual la
trama compleja de los asuntos urbanos
y jurídicos que articulan la vida en
común se encuentra en constante
riesgo de gran dolor y destrucción,
inabordable para los sujetos, y que sólo
puede ser enfrentado mediante formas
procedimentales y administrativas.
El administrativismo, que tanto denos-
tamos cuando lo pensamos ideológica-
mente, no es una mera opción política
o cultural; es una condición esencial de
la existencia en común. Sin una actitud
administrativista no podríamos tomar
La manera en que el régimen
de producción biopolítica nos
ha sometido a una condición
de dependencia de una serie
de circunstancias abstractas
y sustentadas por un orden
técnico-administrativo –que
se está incrementando cada
vez más, punto en el que se
debería discutir el tema de lo
político– es de tal magnitud
que va dejando bajo un rango
de indiscernibilidad las condi-
ciones subjetivas del deseo, de
la voluntad y la autonomía.
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Conflictos y armonías
agua. La manera en que el régimen de
producciónbiopolíticanoshasometido
a una condición de dependencia de
una serie de circunstancias abstractas
y sustentadas por un orden técnico-
administrativo –que se está incremen-
tando cada vez más, punto en el que se
debería discutir el tema de lo político–
es de tal magnitud que va dejando
bajo un rango de indiscernibilidad las
condiciones subjetivas del deseo, de la
voluntad y la autonomía. Por lo tanto,
si esto no es visto como problema,
ni tampoco se ve su inconmensurabi-
lidad respecto de los discursos de la
política, tampoco podrán discernirse
cuáles son los límites reales que tienen
los discursos de la política para dar
cuenta de aquello que proponen. Al
mismo tiempo, se ve que los discursos
políticos sólo ofrecen un bien menor
o un mal menor, un orden de cosas
que establezca un límite para aquello
que podría suceder. Y lo que podría
suceder es catastrófico.
Aquello que se instituye no tiene una
forma jurídico-política clara, es más
bien una trama ligada a las empresas,
al mercado, al consumo, a una serie de
acontecimientos fluidos, que se tras-
ladan de modo desarraigado, que no
necesitan de las poblaciones ni de las
institucionespolíticasnidelosdiscursos
culturales, aunque pueden articularse
con todos ellos, permeándolos de
maneras transversales y fluctuantes.
En estos días transitamos la discusión
sobre la ley de los medios de comuni-
cación. Dicha ley lo único que puede
hacer es destituir a una forma de poder,
que es Clarín y todas sus demás exten-
siones, articulaciones y semejantes.
Pero sobre el futuro no puede decirnos
mucho, porque efectivamente, a pesar
de la desarticulación de Clarín, más
adelante habrá otros monopolios que
no estén inscriptos en lo que permite
o deja de permitir una ley, sino en las
condiciones técnicas y administrativas
por las cuales se produce la sustenta-
bilidad del vínculo colectivo. Y esto es
ineludible, mucho más si no se percibe
su gravitación. No estamos sumidos
en la impotencia, ni todo da lo mismo,
pero cualquiera de las variables que se
presenten posee muy corto alcance y
poca capacidad de prever lo que va a
ocurrir. Porque la iniciativa de lo que
va a ocurrir no reside en las estructuras
jurídico-políticas, ni en el sujeto colec-
tivo, sino en el régimen de producción
biopolítica. Régimen estrechamente
vinculado con el capital y con las
condiciones a partir de las cuales es
posible producir innovación, crear
formas para la vida en común, que
se vuelven ineludibles, ineluctables e
inmodificables. Uno puede ejercer una
contracultura o una crítica contra esos
fenómenos; puede también resistirse,
o ejercer contraposiciones, pero para
ello se precisa un debate sobre qué es
lo que está ocurriendo.
Entonces, desde hace varios años,
tenemos un panorama de sujetos
atrapados dentro de lo que se supone
que es el discurso jurídico-político,
que proceden por medio de la discur-
sividad proyectual y prometedora.
Discursos imposibles de argumentar
y sostener en forma práctica y que
operan sólo para tranquilizar concien-
cias que no desean verse involucradas
con las estigmatizaciones.
El modelo neoliberal, agrario-empre-
sarial y socialmente organizado por
formas existenciales, no se articula con
estructuras jurídico-políticas a causa
de falencias o por falta de imaginación,
sino simplemente porque no existe una
lógica de esos devenires económico-
políticos que la demanden. No hay
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Conflictos y armonías
108
interés en constituir este tipo de estruc-
turación, en el sentido más sustancial
y estratégico del término. Al contrario,
los actores que se ven beneficiados por
otras entidades políticas que definen
su existencia, la sostienen a lo largo
de décadas –como es el caso del pero-
nismo y el radicalismo, dos palabras
que son muy poco útiles para pensar
la Argentina actual. En lugar de pero-
nismo tendríamos que decir: imagi-
nario colectivo alrededor de la equidad
y la justicia social; y en lugar de radica-
lismo: imaginario colectivo alrededor
del acceso gratuito y universal al saber
o a la profesionalidad. Se trata de dos
modalidades altamente consistentes, o
estrictamente hablando, de verdaderas
instituciones del país. Si alguien quiere
destruir la educación pública, no
puede hacerlo, para ello debería matar
o encarcelar con brutalidad a cente-
nares de personas. Un ministro cayó
en dos días por su intento de denigrar
el régimen universitario y educativo.
La pregunta por la institución es
¿dónde está el poder, dónde está
aquella fuerza que nos impide modi-
ficar una determinada circunstancia o
nos establece un límite? En el caso de la
educación pública hay un límite deci-
sivo. La educación es una demanda tan
clara y establecida, que diversas comu-
nidades, como por ejemplo las confe-
sionales que establecen articulaciones
con la educación pública, o cualquier
otro actor, no necesitan hacer dema-
siado para disponer de una estructura
educativa proliferante, dado que ya se
posee una trama ideológica y procedi-
mental sobre la cual instalarse. Noso-
tros crecemos, nos constituimos como
sujetos en relación con ese proyecto,
y lo mismo ocurre con la experiencia
de los trabajadores y el ámbito social.
Esas son las más claras instituciones en
Argentina, y también lo son aquellas
que desisten de cualquier interés por
la legitimidad o sustentabilidad de lo
jurídico-político a favor del auge de la
privatización.
Hay una creencia bastante generali-
zada, implícita, acerca de que podría
no haber institución jurídica o polí-
tica, sino más bien sólo una suerte de
estamento corporativo-administrativo
que regulara y gestionara los asuntos,
y que sobre todo se ocupara de la
seguridad simbolizada en la reja y la
aplicación de la pena de muerte sobre
los pobres. La misma lógica sobre la
que se aplicó el country, el shopping, la
lógica de una ciudad consumista que
se vuelve indiferente a las instituciones
jurídico-políticas.
Dentro de la discusión intelec-
tual y política, los promotores de la
Ley de Servicios de Comunicación
Audiovisual han (hemos) actuado en el
sentido de intervenir en el presente con
el objeto de establecer límites respecto
de lo que puede ocurrir, y con eso
se han (¿nos hemos?) conformado.
Debido a una experiencia trágica,
brutal y dolorosa de la que somos
sobrevivientes, se ha instalado el uso
de una serie de símbolos y lenguajes
en relación a un presente respecto
del cual se intuye que lo mejor que se
puede hacer es establecer límites en
relación a lo peor que podría ocurrir.
Por eso es módico, mediocre, imper-
fecto, y los intelectuales que se expresan
(nos expresamos) en forma adherente
tampoco pretenden (pretendemos)
proyectar el futuro. Ésta es precisa-
mente una de las críticas de las que el
colectivo de la Carta abierta ha sido
objeto desde sectores del progresismo.
Por eso también es difícil la crítica,
porque tampoco ella es muy rele-
vante ni importa demasiado. La crítica
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Conflictos y armonías
termina siendo enunciada como una
cuestión moral, porque en el fondo
nadie sabe cómo podrían modificarse
aquellas cosas con las que no estamos
de acuerdo. Hay una condición ineluc-
table, de tal nivel de impermeabilidad
a la intervención, que todo lo que se
pueda hacer desde la política es una
acción de salvamento, de derechos
humanos, de tipo humanitario: que no
haya tanta violencia, ni tanta crueldad,
ni tanta injusticia, ni tantos pobres. Es
algo muy cristiano, y no está mal que
sea así, pero habría que reivindicarlo de
manera más explícita para desenvolver
una crítica mejor definida contra los
falsos cristianos que hay en esta época:
aquellos que se denominan como tales
y reivindican la realidad, y los que no
se reivindican como tales y se hacen
llamar de izquierda pero razonan en
rigor de la misma manera moralista.
Toda discusión política sobre la
Ciudad de Buenos Aires no debería
hacer omisión de la aglutinación
demográfica, el principal tema de
fondo. Sin la resolución de este tema,
no hay una salida deseable respecto
a este colectivo que formamos a
la vera del Río de la Plata. No hay
forma de resolver el problema habita-
cional de la ciudad, si no se desaglu-
tina el fenómeno demográfico de
Argentina. Esto lo sabe la derecha y
ante ello actúa represivamente, y el
progresismo intenta atenuarlo, pero
respecto de su propio discurso se
vuelve inconsecuente.
Estamos frente a un problema de
lenguaje, y las “cartas abiertas” han
hecho una propuesta efectiva sobre el
lenguaje, pero queda todavía mucho
por hacer si quieren ser sometidas a un
análisis por fuera de lo que han signifi-
cadocomoaccionespolíticasconcretas.
Su valor no consiste en haber produ-
cido cambios relacionados con lo que
enunciaron, sino en haber formulado
un actitud de prestigio moral, inte-
lectual y cultural a favor de algo que
fue denostado con odio e injusticia.
Atravesamos un contexto de coacción,
establecido por una forma literaria
que desciende desde el periodismo y
los grandes medios de comunicación,
una forma racista y estigmatizadora,
que postula como “negros” a aque-
llos que se posicionan en una política
populista. En el terreno del acuerdo
y del consenso no hay interlocución
posible respecto de la protección del
sector más marginado de la población.
Para ello no hay disponibles opciones
que prescindan de la abnegación y la
esperanza, a pesar de todo.
(*) Conferencia brindada en el marco
del ciclo “Legados y porvenir: Argentina
en el Bicentenario”, organizado por la
Biblioteca Nacional durante el 2009.
(**)Paraunareformulaciónyampliación
de lo aquí expuesto, cfr.: “Políticas para
un futuro imposible”, Pensamiento de los
confines N° 25, Buenos Aires, noviembre
de 2009; “Expectativa de una inquietud
política”, Nombres N° 24, Córdoba,
2010; “¿Reparar el mundo? Notas sobre
la supervivencia”, Pensamiento de los
confines N° 26, Buenos Aires, 2010.
Lo sabemos, pues frecuen-
temente nos ha sido adver-
tido: la lectura de la historia
resulta productiva cuando se
la emprende desde las exigen-
cias del presente. Bajo esta
sentencia, tan cara a la tradi-
ción de la crítica, solemos pensar las facultades de la memoria. Ella
procede por selección arbitraria de las imágenes del pasado. Recordar
es también olvidar. Pero, ¿qué ocurre cuando esas imágenes fijan
nuestra percepción de los sucesos acaecidos, cristalizando íconos que
retornan como estereotipos? ¿Cuándo podemos determinar efectiva-
mente que el presente es soberano sobre el pasado y puede escoger en él
nuevas fuentes de inspiración? ¿Cuándo logra recordar la memoria y
cuándo se pierde en un ejercicio de mera reiteración conmemorativa?
Rara vez nos encontramos con la sensación de estar siendo parte de la
historia, y cuando lo hacemos, experimentamos la felicidad inédita
de sentirnos protagonistas de una época e intérpretes de fuerzas preté-
ritas subterráneas. Son circunstancias de convulsiones personales y
colectivas, en las que nace un nuevo calendario que difumina las
secuencias temporales. Pero tales instantes sublimes brotan efímeros
sin que logremos afirmar todo su potencial. En un ciclo donde el
recuerdo se impone como obligación, resulta fundamental reabrir
una “imaginación creadora” capaz de recobrar la osadía de ensayar
nuevas posibilidades de vida.
Los artículos que presentamos aquí, cada uno a su manera, retoman
la hebra de estas intuiciones. Como si fueran incisivas dagas del
pensamiento que se introducen en los aspectos más hondos y enig-
máticos de nuestro ser actual.
Imágenes
y memoria
La distancia entre el tiempo histórico y el tiempo de la experiencia
personal resulta inconmensurable. ¿Cómo saldar esa distancia
y fundir la propia vida en el flujo de la historia? No es posible
ensayar una respuesta certera a este interrogante sin abordar los
fundamentos mitológicos más profundos que nos vienen dados.
Como sugiere León Rozitchner, la Ley paterna, el cristianismo y
el capitalismo financiero forman una tríada que borra la materia-
lidad afectiva originaria.
Héctor Schmucler parte de preocupaciones parecidas: no podrá
percibirse críticamente el pasado si no se pone en juego la propia
sensibilidad en esa búsqueda. Sólo así, recuperando la fragilidad de
la experiencia personal, es posible aventurar nuevos sentidos para
una memoria que se nos ofrece como espectáculo.
David Oubiña piensa las imágenes con las que se construye la
memoria. Ellas se erigen como el fondo en el que una nación se
percibe a sí misma. Sin embargo, el cine no pudo resolver su vínculo
con el horror. ¿Cómo mostrar su relación con aquello inenarrable?
Luego de los campos de exterminio este dilema permanece abierto;
también para el cine argentino en su desafío por narrar los crímenes
de la dictadura.
Horacio González, finalmente, parte de la pregunta sobre cómo la
historia puede pensarse a sí misma. Si ella se refiere a un conjunto
de textos que pueden considerarse fundadores, no menos cierto es
que esos textos se ven compelidos a ocultar la violencia de origen
con la que se crea todo Estado. El Plan de operaciones de Mariano
Moreno, y la discusión que suscitó respecto a su autoría, nos propor-
cionan un documento emblemático de esta tensión entre la historia
y sus formas de escritura.
112
Celebrar el segundo Centenario(*)
Por León Rozitchner
¿Qué se conmemora cuando se habla del
Bicentenario? ¿A qué alude esa palabra, tan
evidente y a la vez tan encubridora? ¿Es ésta una
fecha que nos interpela o, por el contrario, se
presenta como una celebración formal y ajena a
nuestra experiencia cotidiana?
LeónRozitchnerproponeabordarestaspreguntas
bajo el supuesto de que en ellas hay un conflicto
más hondo que yace excluido de las conside-
raciones más habituales: la existencia de una
temporalidad de la historia (el tiempo abstracto,
teológico,estatalydelarazónmodernaoccidental)
y un tiempo vivido (afectivo, imaginario, simbó-
lico,arcaicoycorporal).Estasdosdimensionesdel
tiempo, su faz mórbida y cronológica y su reverso
vivo, son inconmensurables. Sólo en fugaces y
extrañas ocasiones ambas logran fusionarse en
un tiempo único, el tiempo revolucionario, que
funda un nuevo calendario haciendo vivir toda la
historia de la humanidad en ese acontecimiento.
De eso se trata, entonces, el desafío: hacer propio
el tiempo de la historia. Y esta exigencia precisa
desmontar todas las formas de sujeción que se
remontan al fundamento originario de la vida:
la imposición de la Ley patriarcal, la mitología
cristiana y el capitalismo dinerario. Todos estos
modos someten la existencia sin-tiempo de la
infancia ligada al cuerpo materno.
En el artículo que entregamos aquí se condensan
reflexiones que recuperan la cualidad más inci-
siva de la filosofía: su capacidad crítica de hundir
las raíces del pensamiento en los núcleos más
profundos de nuestro ser para restituir un cuerpo
colectivo despojado del terror y la sumisión.
113
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Imágenes y memoria
Hablar sobre el Bicentenario lleva a
preguntarnos por la distancia que el
tiempo nos plantea en el campo polí-
tico.Parapoderacercarmeunpocomás
prefiero hablar del Centenario, es decir
de la última parte del Bicentenario, esa
que de alguna manera nos incluye al
mismo tiempo a todos los argentinos
en el tiempo de la historia.
Uno se pregunta qué pasa con este
festejo al cual el Estado nos convoca,
la invitación a celebrar el Bicentenario
de la independencia respecto a España,
y el inicio de una aventura que se llama
la Nación Argentina, en esta fracción
terrestre que nosotros consideramos
como patria.
Centenario es una cifra, evoca cien
años. Siempre la medida del tiempo
está dada desde la temporalidad
vivida, en este caso también humana,
por más que la abstracción numé-
rica la convierta en “objetiva” y se
olvide del espacio: como si el tiempo
fuera puramente tiempo. Pero uno se
pregunta: ¿qué nos pasa con la proxi-
midad consciente pero vivenciada al
Bicentenario, del que nos sentimos
tan distantes? ¿Esto a lo que el Estado
nos convoca tiene realmente reso-
nancia, penetra en mí como algo que
integre ese tiempo que, como se dice,
“me es propio”, en el tiempo de su
historia? Participar y celebrar, de eso
se trata. Por lo que uno percibe esta
resonancia social no es muy intensa, y
más bien entra a formar parte de una
especie de formalismo de la evocación
respecto a ciertos acontecimientos
que sucedieron hace 200 años. Así
evocado ese acontecimiento revolu-
cionario no afecta ni condiciona mi
memoria. Y puesto que nos convoca
al cumplir doscientos años, intentaría
tratar de entender qué es lo que nos
ha pasado después de que ese hecho
que conmemoramos sucediera, y para
volver a darle vida borrar esa distancia
en nuestro presente.
Ese acontecimiento, sin embargo,
se sigue sucediendo incesantemente
puesto que ha determinado desde
allí el nacimiento de la nación, y el
nuestro dentro de ella, y es aquello
que nos lleva a pensar el problema
del tiempo. Hablo del tiempo en este
sentido: el compromiso del tiempo
personal vivido, amojonado entre el
nacimiento y la muerte, y la reper-
cusión que ese cuerpo siente respecto
del tiempo histórico del Centenario.
Todo tiempo es tiempo sentido, el
que funda la memoria. ¿A qué me
convoca el Centenario, qué es lo que
repercute de ese tiempo en mí tiempo,
es decir en mi memoria? La memoria
nos convoca puesto que es ella la que
retiene el devenir del tiempo.
Como dije antes, el Centenario es ante
todo una medida del tiempo histó-
rico. El tiempo de la historia, si debo
sentirlo para compartirlo, se confunde
y se funde al principio con el propio
nacimiento; pero nuestro nacimiento
no es al principio el nacimiento al
tiempo de la historia. El tiempo de la
historia todavía no existe para el niño
aunque hemos nacido en una “época”
histórica: el niño vive en el sin-tiempo.
El sentimiento del tiempo se abre poco
a poco desde que uno nace, el tiempo
anterior a nuestra existencia aparecerá
sólo cuando lo pensamos, y entonces
ese pasado nos es ajeno: aparece como
un tiempo remoto. Es gris y penum-
broso, tiempo muerto: el tiempo vivo
vive del que nosotros le prestamos con
nuestro cuerpo desde que nacemos. Al
principio el tiempo entonces tampoco
pertenece al tiempo abstracto de los
festejos patrios, que nos es comple-
tamente externo. Éste se mide por
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Imágenes y memoria
114
decenas de años, centenas sobre todo
(centenarios, siglos) y después milenios:
un tiempo irreductible por lo distante
de nuestra experiencia, tanto que ni
siquierapodemosimaginarlo.Eltiempo
vivido se resiste a incluirse en el tiempo
pasado como si le fuera heterogéneo.
Esto se explica si
comprendemos
que la estruc-
tura del sujeto
está constituida
por estratos que
pueden actuali-
zarse siguiendo
el derrotero de su
propio desarrollo,
o en cambio
puede vivirse cada
uno separado de
los otros, o afir-
mados al mismo
tiempo pese a
moverse cada
uno de ellos en
tiempos distintos.
Cada tiempo –el arcaico, el afectivo,
el imaginario, el simbólico– conserva
siempre la marca de su origen y corres-
ponde a experiencias distintas en la
medida en que prolongan o se distan-
cian del cuerpo.
Dos tiempos simultáneos y opuestos
Alprincipiohayentoncesdostiempos,
sin común medida: el tiempo de la
historia y el tiempo propio vivido. La
historia nos es ex–tempo-ránea. Y de
algún modo es como si esta medida
del tiempo reclamara la aproximación
de los sujetos al tiempo de la historia,
porque también participamos de
una fracción de ese tiempo que nos
incluye, y que incluye necesariamente
a aquellos que nos antecedieron. Ese
tiempo pasado se aprende por lo
que nos cuentan o nos imaginamos
en las personas o en las cosas que
vemos. Hay que expandir el sentir
del cuerpo para sentirlo en nuestro
cuerpo. Sólo mucho más adelante,
en momentos destellantes y efímeros,
ambos tiempos confluyen y se funden
en uno: es el acontecimiento “revo-
lucionario” donde el tiempo indi-
vidual y el tiempo social se unifican
poniendo en juego simultáneamente
todos los estratos. Por eso san Agustín
nos dice del tiempo: “si nadie me
pregunta lo sé, pero si trato de explicár-
selo a quien me lo pregunta, no lo sé”
(Conf. xi, 14). Cuando no lo pienso sí
lo sé; cuando lo pienso, no lo sé. Son
dos tiempos y dos vivencias distintas
del tiempo, tajantemente separadas:
uno sin conciencia, con el afecto
originario y absoluto de la infancia
arcaica, otro con el concepto que abre
en la conciencia el puro pensamiento.
Porque si hay dos tiempos, y están
tajantemente separados, entonces
puede haber dos muertes: la finita
del cuerpo, la infinita del alma. Dios,
intemporal e infinito como Agustín
lo siente, está dentro de uno puesto
que convirtió al dios trascendente
judío en dios inmanente cristiano y le
dio como residencia el lugar interno
de la madre, ocupando su espacio
al desplazarla. Y así el sin-tiempo
arcaico del acogimiento sensible
vivido con la madre se convierte en
tiempo patriarcal abstracto, infinito
y divino. Entonces el tiempo finito
de la historia humana queda como
un momento fugaz e insensato del
tránsito de lo infinito a lo infinito. Es
la promesa realizada de la bienaven-
turanza salvadora que nos promete el
santo si nos hacemos cristianos.
Siqueremossalvarnosimagina-
riamente de la muerte debemos
conservar intacta y separada
la experiencia del sin-tiempo
arcaico, cuando para el recién
nacido el tiempo no existía y
era a su manera “eterno”, pero
para mantenerlo y reafirmarlo
en el tiempo fugaz de la vida
finita que la muerte devora.
Para poder creer ya adultos
que somos eternos nos debe
acompañar el sentimiento
arcaico del sin-tiempo, como
si el final de la vida nos estu-
viera esperando convertido en
tiempo infinito.
115
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Imágenes y memoria
A partir de aquí uno vuelve a interro-
garse sobre la proximidad del tiempo
sensible cuya cercanía buscamos. Hay
tiempos que asustan, por ejemplo el
que Pascal tenía presente cuando de
pronto, mirando al cielo y las estre-
llas exclamaba angustiado: “los espacios
infinitos me aterran”. Los espacios infi-
nitos nos revelan el tiempo infinito,
la esencia temporal de su existencia
espacial: la unidad indisoluble e inso-
portable del tiempo y del espacio, del
cuerpo y del pensamiento. Esto es lo
que aterra: cuando el tiempo infinito
pensado nos penetra hasta el estrato
más sensible y finito del cuerpo y
sentimos que somos mortales. Y como
ya sabemos, la apuesta pascaliana no
afecta al sentimiento: sólo se debate en
el estrato del cálculo abstracto. No es
para menos, porque ese espacio infi-
nito también es medible bajo medidas
humanas finitas. Cuando se habla de
años luz, se está hablando de años, de
medidas del tiempo de la vida humana
con la cual se trata de comprender las
dimensiones cósmicas para, de alguna
manera, hacer que la carne sienta lo
infinito, incluirlo en la propia perspec-
tiva subjetiva abriendo un sentimiento
para que el tiempo infinito tenga que
ver con el tiempo finito de la propia
vida. Que lo logre o no, todo depende
del contacto que mantengan entre sí
los distintos estratos: de la escisiones
que vive el sujeto.
Si queremos salvarnos imaginaria-
mente de la muerte debemos conservar
intacta y separada la experiencia del
sin-tiempo arcaico, cuando para el
recién nacido el tiempo no existía y era
a su manera “eterno”, pero para mante-
nerlo y reafirmarlo en el tiempo fugaz
de la vida finita que la muerte devora.
Para poder creer ya adultos que somos
eternos nos debe acompañar el senti-
miento arcaico del sin-tiempo, como
si el final de la vida nos estuviera espe-
rando convertido en tiempo infinito.
Al decir años-luz, aunque evidente-
mente es inconmensurable e infinita
la relación que señala con el tiempo
humano, estamos igualmente impli-
cados en esa temporalidad infinita,
pero al menos nos permite distanciarla
y convertirla en abstracta: el tiempo
científico es un tiempo insensible. Pero
eso no les pasa a los astronautas que
en sus naves espaciales, atentos sólo
al cálculo abstracto, están profesio-
nalmente comprometidos sólo en el
tiempo abstracto finito, anodinamente
apasionado de un partido de futbol que
la TV les acerca mientras navegan en los
espacios infinitos: “dos tiempos” de 45
minutos cada uno. Borran la distancia
que separa al
tiempo finito del
tiempo infinito.
El tiempo cien-
tífico congela el
tiempo finito de
nuestra propia
vida sin permitir
que se prolongue
y se verifique en el
mundo humano
ese tiempo abso-
luto, el sin tiempo
de nuestra prema-
turación arcaica:
Dios por un lado,
la ciencia por
el otro. Y justa-
mente,porformar
parte nuestro
tiempo finito de
esa temporalidad
infinita es posible que un Lévi-Strauss
pueda decir –para horror y consuelo de
un destino del que nadie está a salvo–
que la Tierra comenzó sin nosotros,
Frente a esa inconmensura-
bilidad del tiempo infinito,
la vida que fue separada del
cuerpo, la distancia mayor que
con él así abrimos hace que el
instante de la propia vida en su
fugacidad sea también impen-
sable. Pero si postulamos que
nosotros también formamos
parte de un tiempo homo-
géneo con el del Centenario
que rememoramos, es porque
queremos, a diferencia de
Hegel, donde el movimiento
–el tiempo– que ponía en juego
la dialéctica del Ser y la Nada
venía desde afuera, afirmamos
en cambio un tiempo que
viene desde adentro de nuestra
propia experiencia del cuerpo.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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116
y va a terminar sin nosotros. Algunos
entienden entonces que el tiempo de
“la estructura”, por ser tan abstracto,
escapa al círculo de la dialéctica hege-
liana: se convierte en un tiempo lineal
nuevamente donde lo infinito está tanto
atrás, en el origen, y que lo encontra-
remos en el término de la vida humana:
en el sujeto,
como soporte de
determinaciones
externas, nunca
coinciden en el
mismomomento,
y entonces lo
infinito nunca
puede afectarnos.
Sabemos del
tiempo, pero no
lo sentimos. El
falso infinito de
la linealidad del
tiempo abstracto
vence a la circu-
laridad donde lo
finito y lo infinito
del saber abso-
luto hegeliano
se conciliaban
en la conciencia
abstracta de cada sujeto como un
saber sin sentimiento. O más bien que
venció, “superó” al sentimiento: el
saber racional de la conciencia subjetiva
coincide con la razón de la Idea.
Frente a esa inconmensurabilidad del
tiempo infinito, la vida que fue sepa-
rada del cuerpo, la distancia mayor que
con él así abrimos hace que el instante
de la propia vida en su fugacidad sea
también impensable. Pero si postu-
lamos que nosotros también formamos
parte de un tiempo homogéneo con
el del Centenario que rememoramos,
es porque queremos, a diferencia
de Hegel, donde el movimiento –el
tiempo– que ponía en juego la dialé-
ctica del Ser y la Nada venía desde
afuera, afirmamos en cambio un
tiempo que viene desde adentro de
nuestra propia experiencia del cuerpo.
Apropiarnos del tiempo de la historia
Incluir nuestro tiempo individual en
el tiempo social es una difícil tarea que
nadie nos enseña. Para lograr aproxi-
marse y hacer propio el tiempo de la
historia en el tiempo personal uno,
en algún momento, acudió también
a ciertas astucias imaginarias que nos
acercan a comprender y hacer que esa
temporalidad se imbrique en la propia
vida. Por ejemplo, cuando Osvaldo
Bayer me contaba que su abuela había
muerto a los cien años, de pronto se
me ocurrió pensar que entonces del
BicentenariodenuestraIndependencia
nos separan sólo dos unidades de
“abuela de Bayer”. Es decir, son nada
más que dos vidas completas, a las
cuales con el desarrollo de la medi-
cina hoy podemos aspirar casi todos
a una. Pero al mismo tiempo revela
una continuidad material del tiempo
de las generaciones que se van (nos
van) sucediendo: yo hijo y tú padre,
tu madre es mi abuela, y la madre de
tu abuela es mi bisabuela, y así etc.)
Los cuerpos que se unen engendran la
materia del tiempo. Yo mismo podría
decir que dentro de poco tiempo
podría llegar a ocupar con mi propia
vida un centenario de la vida histórica.
Aquí, evidentemente, la relación con la
historia y su decurso deja de ser para-
lela: produce una aproximación un
tanto inquietante. Y si reflexionamos
con esa unidad de medida “abuela
de Bayer”, podemos pensar que de
la conquista de América nos separan
Por lo tanto, esta convocatoria
que celebra el Bicentenario
de la independencia argen-
tina plantea un desafío: que
esta distancia se acorte y se
aproxime, para que deje de ser
un cómputo cuantitativo que
me lleve a equiparar la medida
de mi vida con un siglo y
concebir mi tiempo vital como
fracción substancial del tiempo
de la historia, comprendiendo
entonces que el sujeto forma
parte de ese tiempo. Que
tenemos corporal y temporal-
mente su propia substancia.
Y que ese sujeto disminuido y
humillado que es uno pueda
aspirar a ser núcleo donde se
debate la verdad histórica.
117
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Imágenes y memoria
sólo cinco vidas de “abuela de Bayer”.
Pensemos lo que Marx decía: todos los
cuerpos humamos, cada uno de noso-
tros, tenemos un cuerpo común que es
la Naturaleza. ¿La historia es un tiempo
homogéneo con el tiempo del decurso
del sujeto, tienen ambos una misma
substancia? La conquista de América
se aproxima de este modo también a
nosotros, y esa cercanía nos permite
comprender que somos contemporá-
neos de la historia pasada y hacer que
en un punto, en el de nuestra propia
vida, ambas coincidan. Y justamente
esta búsqueda de la contemporaneidad
de la historia pasada hace que el tiempo
de la historia se aproxime. Quizá hasta
nos desafíe a ser un poco partícipes
de ella, sobre todo teniendo presente
algo mucho más magno, el hecho de
que nos separan nada más que veinte
vidas de “abuela de Bayer” del adveni-
miento del cristianismo y de la cultura
cristiana: esa historia donde el tiempo
finito se hizo tiempo infinito, pero
sin espacio. La historia puede anclar
en la experiencia del cuerpo: de cierta
manera somos sus con-temporáneos.
Eso es lo que a uno le ha permitido
atreverse a tomar a un autor como
San Agustín, y discutir mano a mano
con él aunque nos separen 1700 años,
como si fuera nuestro contempo-
ráneo, perdiendo esa desmesura de la
grandeza que marca la distancia de los
siglos, de tan separados que estamos.
Un intento de aproximar la historia
a los cuerpos ciudadanos
Por lo tanto, esta convocatoria que
celebra el Bicentenario de la inde-
pendencia argentina plantea un
desafío: que esta distancia se acorte y
se aproxime, para que deje de ser un
cómputo cuantitativo que me lleve a
equiparar la medida de mi vida con un
siglo y concebir mi tiempo vital como
fracción substancial del tiempo de la
historia, comprendiendo entonces que
el sujeto forma parte de ese tiempo.
Que tenemos corporal y temporal-
mente su propia substancia. Y que ese
sujeto disminuido y humillado que es
uno pueda aspirar a ser núcleo donde
se debate la verdad histórica.
Hasta acá todo es bastante simple y
evidente. Lo que trato de explicarme
es: ¿cómo hacer para mostrar que
el tiempo de la historia, en el grano
menudo que ella va desarrollando,
está presente corporalmente también
en mí? Tratar de pensar esa distancia
que estamos viviendo muchos de
nosotros, y que relega la celebración al
ámbito de los colegios donde se canta
el himno patrio, o las ceremonias del
Estado y desfiles militares cuando el
calendario las tiñe de rojo. ¿No será
necesario reflexionar un poco más para
tratar de pensarnos con el tiempo de
la historia, para pensar que el tiempo
histórico adviene como condición de
nuestra propia vida?
Heidegger escribió Ser y tiempo. Esa
frase señala una distancia que coloca
por un lado al Ser y por otro lado al
Tiempo, aunque nos diga que es para
franquearla y tender un puente. Pero
el problema es que somos por esencia
espiritual seres temporales y, por lo
tanto, tenemos que tratar de que esa
“y” no represente distanciamiento sino
inclusión pese a la distancia. Porque esa
distancia es segunda pero no primera:
hay dos tiempos en el tiempo y ambos
son históricos. Somos seres temporales
y en ese sentido participamos de una
temporalidad particular que es desde el
comienzo la del espacio temporal de la
historia. Por lo tanto, esta temporalidad
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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118
es distinta a las otras temporalidades
que podemos juzgar, que se producen
y suceden en los múltiples modos
–físico, biológico– del tiempo del
mundo: tiempos simultáneos.
El animal no sabe que va a morir, no
sabe del tiempo y, como diría Borges,
es inmortal: el tiempo no aparece para
él como una condición que limitaría
su acción y su vida. Borges cree que el
animal “no sabe” que muere (como si
no lo sintiera). Y en ese sentido, uno
piensa también: ¿no hay formas de
inclusióndeltiempoqueenvezdeabrir
el tiempo –el hecho de que el hombre,
por una especie de misterio-, tiene un
tiempo finito que le ha sido dado por
vivir– en realidad lo cierra? Efectiva-
mente, es realmente un misterio que
haya una porción de materia dentro
de esa infinitud o inconmensurabi-
lidad que abarca lo que denominamos
cosmos; y que aparezca en este planeta,
fracción minúscula de toda esa inmen-
sidad, una porción de esa materia que
sea “yo mismo”, esa materia animada
por la vida en un cuerpo, el mío, que
puede decir “yo”. Este lugar del “yo”
inaugura la posibilidad de incluir el
tiempo desde una dimensión más
honda, que no está presente en aquella
proposición cuasi abstracta que nos
hace el Estado, el cual habla de un
tiempo que dudo que corresponda
a la temporalidad que cada uno vive
íntimamente como vida propia. Pero
es igualmente cierto que uno en tanto
sujeto está múltiplemente determi-
nado, y es relativo a la historia, y por
lo tanto relativo también al Estado.
¿Dónde se origina el tiempo?
En ese sentido, uno se pregunta: ¿cuál
es entonces el origen de esta tempo-
ralidad?, ¿cómo temporalizar nuestra
propia subjetividad, nuestra propia
corporalidad, como para sentirnos más
partícipes del tiempo de la historia?
Porque las distancias siguen sobreagre-
gándose en las formas que el Estado
regula nuestra relación con la historia.
La historia de la independencia que
unohaescuchado,leídooaprendidoen
la escuela, señala más bien la apertura
de una distancia incolmable. Frente a
los hombres que realizaron la hazaña
el ciudadano entra en una relación
de reverencia, y por lo tanto de sepa-
ración humillada. La gloria inmortal
de los grandes patriotas convierte en
esplendor divino todo lo que toca.
Uno continúa preguntándose: ¿cómo
llega el tiempo a poder constituirse
como tal, puesto que sabemos que el
tiempo en su origen es subjetivo, y que
nosotros somos su medida? Las varas
del cuerpo no son como las varas del
lienzo que la lógica del intercambio
de mercancías remite al equivalente
general: ninguna vida humana equi-
vale a algo, y no por no ser nada
sino por ser alguien. El niño nace sin
conciencia del tiempo, el niño es en el
tiempo, y más todavía, dado que no
hay conciencia de ese tiempo y en su
primera etapa está en confusión, en
unidad y simbiosis con lo materno:
vive a su manera un tiempo glorioso
y absoluto con el cual se confunde. Se
funda al con-fundirse con la madre.
Vive una vida que ha sido llamada
después como “la vida feliz”, la vida
a la cual todos los autores que hablan
del futuro se refieren como Paraíso
perdido: el primer presente que será
la medida sentida de todo futuro. Es
decir, hay un lugar en que el sin-tiempo
inaugura la propia vida en nuestro ser;
una pre-maturación que es propia del
hombre dentro de las inmensas espe-
119
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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cies de animales y que hace que viva
intensamente algo que no correspon-
derá luego al tiempo “objetivo” de la
realidad adulta, y que sin embargo va a
ser determinante para todo el resto de
su vida, esa que luego será computable
en segundos, minutos, horas, años
y hasta siglos. El niño está fuera del
tiempo en el tiempo. El fundamento
del tiempo humano es la des-mesura.
La vida feliz
Nosotros nacemos al tiempo desde el
sin-tiempo. Porque esta figura primera
donde formamos una unidad con la
madre es una unidad autosuficiente,
donde el acogimiento ensoñado
materno, tanto para el niño como
para ella, no requería de ningún inter-
cambio determinado por las leyes del
valor o por las leyes del Estado. Simple-
mente es una unidad que se realiza
por el hecho mismo del estar el uno
formando parte todavía del otro, sepa-
rándose en el espacio del otro donde
se había gestado y al que sigue unido,
en un nivel de tal cercanía que resulta
ser el más heterogéneo y distante que
podamos sentir y pensar respecto del
tiempo del hombre adulto frente a las
condiciones del Estado, de la política,
y de la historia.
Por eso esta etapa primera es presen-
tada, aun por aquellos autores que
relegan lo materno, como la “vida
feliz”, el “paraíso perdido” origi-
nario. San Agustín sostenía que todos
los hombres, antes de ingresar en la
memoria que está como fundamento
de la vida, en el origen, hemos tenido
una vida feliz; y aun Marx añoraba
“la atracción eterna del momento que
no volverá nunca más”, refiriéndose
en este caso a los niños y hombres de
Grecia, ya que los griegos eran niños
normales, a diferencia de los nuestros.
Hay en estos autores una referencia a la
niñez que está marcada con letra inde-
leble, y al mismo tiempo se encuentra
encubierta: un mundo feliz anterior a
este mundo que buscan a tientas. Pero
no van a encontrar a ningún filósofo
racionalista que plantee el lugar de lo
materno como el origen de la inolvi-
dable felicidad histórica del hombre.
Por el contrario, un Lacan llega a decir
ensusprimerostrabajosquelalactancia
es un estado “natural” que vive la
madre con el hijo, y que la historia y
la cultura que allí desaparece se inicia
para el infante luego del destete: con
el comienzo del estadio del espejo y el
cuerpo hecho pedazos: “morcélé”, para
decirlo en lengua franca.
Es muy extraño todo esto. Hay un
intento de relegar lo materno y no
ver que también es histórico desde
el comienzo de la gestación misma
y que esa existencia sin-tiempo va a
permanecer para siempre, pero sin
conciencia, como su fundamento
imborrable. En rigor, podríamos
seguir diciendo: si éste es el comienzo
que se nos ofrece como derrotero en
el campo de la historia a través del
Estado (y del mito religioso que lo
acompaña), ¿qué es lo que tuvo que
pasar para que ese momento originario
haya quedado como insignificante, sin
palabras, pese a ser la madre la primera
en enseñarlas? Porque, como sabemos,
la reflexión teo-filosófica comienza
con el Verbo, y eso es el comienzo
del cristianismo: el Verbo inserta
el espíritu en el cuerpo natural del
hombre, la lengua materna que crea
las primeras significaciones sonoras no
existe. El pensamiento sólo nace con el
Verbo, que es siempre del padre. Por
lo tanto, hay simultáneamente una
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Imágenes y memoria
120
separación entre una historia temporal
sin-tiempo que el niño vive como
momento absoluto, previo al tiempo
que va a ir madurando en la prematu-
ración de su cuerpo, y hay una historia
temporal con-tiempo (puesto que es
social y adulta la historia que la madre
vive con el hijo). El primer tiempo es
el que se inicia con el nacimiento en
el hijo; el segundo tiempo es el que
simultáneamente la madre prolonga el
tiempo de las generaciones anteriores
en su propia historia.
La lengua materna
El “éxtasis” del tiempo que la madre
vive con el niño es actualidad pura, no
se abre en los tres éxtasis del tiempo
–presente, pasado y futuro– de la feno-
menología. De todos modos, aunque la
madre sea el lugar de ese acogimiento
primero donde el tiempo sólo existe
como “duración” y no como “tiempo”
contable, sin embargo ese momento
va a ser deter-
minante para el
desarrollo de la
vida del niño en
el cual se abrirá
su propio tiempo
para cuando
sea grande. Por
ejemplo, en las
culturas patriar-
cales como es
la nuestra el
advenimiento
del lenguaje no
tiene génesis
histórica que lo
haya creado. El
lenguaje es aquello que hace que el
hombre sea hombre, por lo tanto no
sería producto de la creación humana,
se dice, porque la lengua aún no exis-
tiría como tampoco el hombre que
la hable para poder crearla. El naci-
miento del hombre y el nacimiento de
la lengua son simultáneos: un círculo
sin entrada ni salida. A lo sumo, como
diría Heidegger, es el Ser quien habla
en el habla. Hay un Ser que luego de
darnos a luz la madre aparece hablando
en nosotros y abriendo, a través de la
palabra, el espacio del tiempo que el
cuerpo le ofrece como el Da sensible
al Sein espiritual: la apertura de un
presente que se distingue del pasado
sin tiempo del cual viene, y se abre
hacia el futuro al cual tiende. En ese
sentido, estos tres llamados éxtasis
del tiempo no son comparables con
el éxtasis que el niño ha vivido con la
madre en el sin-tiempo que la mística
adulta acoge como su elemento.
¿Había o no había “habla” materna
irreductible a la palabra paterna? Eso
es lo que trataremos de comprender
para llegar después al problema del
Estado y del sujeto dentro del Estado.
¿La “celebración” del habla materna
no es previa a la celebración del
Bicentenario? Celebrar a la madre
como unas Pascuas.
Vertical y horizontal: la historia
del acceso a la historia
Si el lenguaje aparece con la palabra
patriarcal, con una lengua ya consti-
tuida, parecería que en la relación con
la madre no hubo génesis de la palabra
en su habla, como si la madre no
hubiera sido el lugar donde se elabo-
raron las primeras significaciones,
aunque éstas se producen sin repre-
sentación ni signos, sin expresiones
verbales orgánicamente constituidas
como lengua plena y codificada. La
El problema aparece cuando
nos preguntamos por qué la
lengua materna, ésta que es
el lugar que podemos pensar
como originario de aquello que
luego se convertirá en palabra,
no es rescatado como lo que
está en el origen de la cultura,
puesto que cuando la madre
habla con el niño lo hace sobre
fondo de un lenguaje ya cons-
tituido que tiene muchos mile-
niosde historiahumanapasada,
evocada en los gorjeos primeros
de la invención de las lenguas.
121
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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primera atribución de una cualidad
a una cosa que el niño hace desde el
comienzo mismo de su cercanía es con
el cuerpo pleno de la madre.
Según Freud, y reinterpretando a su
manera la lógica clásica, este primer
distingo constituye un “juicio” de
atribución, aunque al experimentarlo
el niño no use aún las palabras. Es lo
que señala como comienzo mismo de
la capacidad judicativa: la relación que
distingue una cualidad de otra. Juicio
de alguien que valora su relación
con cualidades sentidas, sin palabras
ni premisas, no apofántico todavía.
Afirma que el origen del pensamiento
es una especie de tanteo motor: es
el cuerpo el que piensa en el espacio
absoluto del cuerpo materno. Este
tanteo motor señala justamente que
un cuerpo se expande y se extiende al
palpar el cuerpo de la madre donde
las primeras atribuciones de sentido
aparecen. Vemos que las primeras
relaciones de sentido se producen en
ese cuerpo a cuerpo, donde los olores,
los sabores, las saliencias y entradas,
las rugosidades y suavidades untuosas,
entre otros factores, van constituyendo
las primeras relaciones de sentido que
luego la madre termina, a través de su
habla, sintetizando a través del sonido.
Si esto es así, ¿qué podemos pensar en
el origen, para oponer a una lengua
que nosotros consideramos segunda,
esta “lengua” primera, labios cálidos
y sonoros que un cuerpo susurra y
resume, que ha sido olvidada por no
estar en el tiempo adulto de la instancia
social, teológica, estatal o política, y
por lo tanto tampoco histórica?
La madre utiliza “fonemas” que son
traídos de su contexto lingüístico,
pero primero utilizados como meras
modulaciones sonoras que celebran
la aparición de un sentido, sin enun-
ciados todavía. Sin embargo, el sonido
allí envuelve las cualidades y es como
si comenzara a sintetizarlas al conver-
tirlas en un sonido expresivo que hace
aparecer significadas a las cualidades
sentidas a través de la coalescencia de
imágenes y afectos que convergen en
la voz modulada para construirlas e
integrarlas y formar con ellas designa-
ciones unitarias. Los gorjeos del niño
convocan esta coalescencia de sensa-
ciones e impresiones que va perci-
biendo y que comienzan a incluirse
en una organización corporal que
también se va construyendo.
El problema aparece cuando nos
preguntamosporquélalenguamaterna,
ésta que es el lugar que podemos pensar
como originario de aquello que luego
se convertirá en palabra, no es resca-
tado como lo que está en el origen
de la cultura, puesto que cuando la
madre habla con el niño lo hace sobre
fondo de un lenguaje ya constituido
que tiene muchos milenios de historia
humana pasada, evocada en los gorjeos
primeros de la invención de las lenguas.
Las madres ya son madres de niños que
nacieron sin habla en el origen de la
historia, como siguen naciendo todos
los niños todavía, y que con ellas la
aprenden. El origen humano e histó-
rico de la palabra vuelve a recrearse en
cada nacimiento. Si esa experiencia o
esa propedéutica que introduce al niño
en la cultura no existiera, el niño nunca
hablaría. Tampoco habría habido esa
infancia de la humanidad a la cual
Marx se refería.
Lengua y creación histórica
Tendríamos que hablar entonces de
una lengua que no comienza a partir del
puro Espíritu o del puro pensamiento.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Imágenes y memoria
122
Si para muchos la palabra aparece como
si no tuviera origen es porque tenemos
una explicación cultural-mitológica
para este ocultamiento que coincide con
lo absoluto de ese primer surgimiento
necesariamente perdido, porque las
voces no han dejado huellas ni en barro
ni en piedras.
El sonido es el
extremo límite
cuasi inmaterial
de la materia, y
por eso el origen
de las lenguas no
handejadorastros.
En aquellos desa-
rrollos históricos
donde lo sensible
y lo imaginario
todavíanoestaban
tan colonizados
por el poder
que actualmente
vivimos, había un
reconocimiento
sagrado hacia la
figura materna,
como ocurre
con los calendarios de otras culturas
pasadas que conservan la imagen de las
diosas generadoras primeras de la vida
humana, por más que luego otros dioses
las sustituyeran. Las primeras luchas de
clases lo fueron entre clases de dioses:
dioses contra diosas. ¿Qué ha pasado en
nuestra cultura para que de pronto esta
historia de luchas y treguas y desplaza-
mientos haya desaparecido? ¿Por qué
se produjo un corte tan brutal entre la
materia y el espíritu cuando surgió esta
nueva cronología, exclusión del cuerpo
que nunca existió en ninguna otra reli-
gión y cultura como la que existe entre
nosotros con el cristianismo?
Todas las culturas tienen su crono-
logía, su modo de ordenar el tiempo
y su desarrollo en función de los ciclos
vitales: las diosas de la tierra, genera-
doras de vida, fueron todas madres.
Pero al ser retomadas por el cristia-
nismo se las sustituye con el naci-
miento espiritual de Cristo, un niño
que nace para cumplir un destino de
muerte, y queda excluida y desapa-
rece la figura de la madre tierra como
engendradora y fuente de la vida,
cuyos distintos momentos se van suce-
diendo y vuelven cada año a repetirse
y celebrarse para que vida terrenal siga
habiendo. Es cierto que el cristianismo
también festeja un renacimiento,
pero no el renacimiento de la tierra
y del hombre, no la aparición de los
primeros brotes de vida en la prima-
vera, sino la muerte y el renacimiento
de Cristo en el reino de Dios, es decir,
en la infinitud celeste sin cuerpo ni
tierra. En vez de ofrecernos el lugar
materno y acogedor que ritma el
tiempo de la vida de todos lo viviente,
de pronto aparece una madre virgen
que engendra un hijo que va al muere
para ser divino.
Este corte brutal aparece separando
radicalmente a la palabra de la historia
material y humana de su surgimiento:
al principio era el Verbo, atributo de
un dios abstracto. Y también apare-
cerá luego una sola lengua originaria
como lengua perfecta: la indoeuropea
de la raza aria. Ante esta fractura
radical, nos preguntamos: ¿tendrá esto
algo que ver con lo que nos estamos
planteando con el Bicentenario, dado
que es desde el nacimiento y muerte
de Cristo donde aparece la cuenta del
tiempo como puro tiempo eterno sin
espacio, sin carne y sin materia, y por
lo tanto, simultáneamente, el desprecio
de la materia, del cuerpo y de la
tierra, mientras que nosotros lo feste-
jamos luego de dos mil años, es decir
En tanto, podríamos seguir
diciendo que al inaugurar
cada año nuestro –aunque no
estamosenunaculturaagrícola,
aunque no seamos peruanos ni
bolivianos–,deberíamospensar
que la tierra ha sido el funda-
mento, aquel que encontraron
también los primeros conquis-
tadores al llegar a América.
Esta tierra, despreciada, que
no podía ser el sostén del espí-
ritu cristiano, significa que
también la madre terrenal, en
tanto gestadora, fue desechada
como lugar originario del
sentido histórico y terrenal
donde se produce la creación
de la palabra humana.
123
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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22 vidas vivas y fecundas de unidades
“abuela de Bayer? ¿O festejamos la
reconquista de un espacio terrenal que
fue colonizado por la Cruz, la Espada
y el Estado cristianos?
A partir de esa cronología mitológica
sin embargo estamos viviendo una
situación histórica en la que nunca ha
sido destruida hasta tal punto la natu-
raleza, ni el hombre ha sido convocado
a la acumulación amonedada, infinita
y abstracta, del tiempo de la vida ajena
consumido a través del capital finan-
ciero, como para distinguir ahora dos
muertes simultáneas: la muerte finita
del cuerpo humanizado y la muerte del
espíritu, que las jerarquiza y da como
sacrificable a la primera por desvalori-
zada frente a la segunda, que sería la
muerte más temible, la más verdadera.
En tanto, podríamos seguir diciendo
que al inaugurar cada año nuestro
–aunque no estamos en una cultura
agrícola, aunque no seamos peruanos
ni bolivianos–, deberíamos pensar que
la tierra ha sido el fundamento, aquel
que encontraron también los primeros
conquistadoresalllegaraAmérica.Esta
tierra, despreciada, que no podía ser
el sostén del espíritu cristiano, signi-
fica que también la madre terrenal, en
tanto gestadora, fue desechada como
lugar originario del sentido histórico y
terrenal donde se produce la creación
de la palabra humana.
El tiempo arcaico infantil funda
el infinito cristiano adulto
Porque esa vida feliz del acogimiento
materno, sentida con la intensidad de
las primeras marcas, casi sin imágenes
todavía, casi puro afecto, resonará
indeleble para siempre desde los reco-
vecos del cuerpo, porque para el niño
fue lo más cierto. La vida luego necesa-
riamente la frustra. Pero la religión se
apodera de este acontecimiento magno
originario y convierte en tiempo infi-
nito al sin tiempo de la infancia e
invalida y desprecia, ya adultos, la
finitud del tiempo verdadero que nos
fue dado. El ordo materno se trans-
forma en orden despótico. Cuando la
palabra patriarcal, el Verbo, suplanta
a la primera lengua de la madre, la
impronta materna queda congelada,
su ordo amoris queda sin poder desa-
rrollarse ni verificarse en la realidad
adulta de la historia. La edad adulta,
es cierto, frustra necesariamente en
todos lo que quedará para siempre
insatisfecho. Pero la insatisfacción
de una experiencia arcaica alucinada
no significa necesariamente que su
matriz amorosa no pueda enderezarse
al prolongarse en el tiempo real de la
historia. El ordo amoris sin-tiempo
de la madre crea con su acogimiento
amoroso una matriz diferente, un
orden afectivo como premisa para el
pensamiento: eso es lo que debería
mantenerse en las relaciones sociales
cuando se abren al tiempo. Por eso la
palabra paterna que congela la lengua
materna sin prolongarla será siempre
persecutoria: amenaza nuestro propio
fundamento. Las premisa materna de
su silogismo, que la razón patriarcal
relega con la amenaza de muerte,
queda radiada de las conclusiones
racionales pensadas: es la tragedia del
Edipo griego la que narra las vicisi-
tudes de este enfrentamiento, pero
comprendida desde el Freud judío y
no desde el Lacan cristiano. Para la
religión judía Dios nunca es inma-
nente; pese a lo que san Agustín creía,
en lo más íntimo del hombre judío
no reside Dios-Padre sino la diosa-
madre. En el cristianismo, en cambio,
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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124
lo materno enmudece: el habla es del
Ser y no de la Cosa. San Agustín, una
vez convertido al catolicismo, busca
que esa madre sea el lugar de engen-
dramiento espiritual con Dios padre.
Y entonces nos describe la sagrada
concepción cristiana: el espíritu del
Dios paterno penetra en el útero de
la madre para engendrar al hijo con
su cuerpo de palabras. San Agustín
llamará a Dios su “padre adoptivo”, y
entonces también tenemos que llamar
a la Virgen María nuestra madre
adoptiva. Sólo cuando el Verbo
paterno usurpa el lugar de la madre y
la desplaza por la amenaza del terror
en lo más profundo de nuestra carne
enamorada, sólo entonces la razón
deja de preguntarse por el origen de las
lenguas, y las convierte en increadas:
no se interrogan por su origen histó-
rico, la lingüística sólo las compara.
¿Cómo convertir a la razón del racio-
nalismo en inmanente, puesto que
nosotros somos los que pensamos?
Al yo pienso cartesiano le falta la
historia subjetiva del acceso al pensa-
miento. Creo que esto marca la crisis
terminal en la que se debate la razón
moderna. Su comprensión depende
del código –la matriz– que se activa en
el lector que la lee, del estrato subje-
tivo del aparato psíquico que al pensar
ponemos en juego. Por eso podríamos
extender lo que Freud dice del pensa-
miento patriarcal: de ese silogismo,
cuyas raíces son arcaicas, la conciencia
conoce sólo sus conclusiones pero no
las premisas que lo hicieron posible.
(Ver Freud: El malestar en la cultura).
Pensemos
¿Qué pasa en nuestra cultura cristiana
con aquello que tenemos de materno?
¿Por qué la madre arcaica pudo quedar
contenida, sin desarrollo, congelada y
sustituida por dios-padre en nuestro
propio fundamento? En este primer
acceso a la vida, que nos ha marcado
con su felicidad completa, ordo amoris
sin intercambio ni equivalencia, la
madre vive con el niño una relación de
amor recíproco, y en el darse, era ella
toda la que se daba extendiendo desde
lasimbiosisnuestroprimermundo.Sin
esa unidad primera, relación amorosa
donde la gestación se prolonga en el
acogimiento, nosotros no hubiéramos
existido. Porque si hubiera faltado esa
madre cobijante en el origen, la vida
hubiera sido imposible. Como hubiera
sido imposible pensar también el
origen de la historia humana.
Se trataba de una relación en la que
el niño, ya vimos, estaba fuera del
tiempo. Porque el tiempo no existía
como tiempo regulado por el desarrollo
adulto de los fenómenos de la vida.
Ésa es una regulación que transcurre a
medida que las cosas van transformán-
dose y el ritmo de las necesidades y del
deseo aparece señalando el decurso que
luego puede ser desarrollado como una
imbricación de causalidad de un fenó-
menoconotro.Eneseprimermomento
aún no existía el tiempo como tiempo,
y creo que podemos pensar que ese
tiempo, que quedó congelado, podría
ser prolongado y desplegarse en el
tiempo vital histórico. En ningún lado
está dicho que aquello que comenzó
con la madre tuviera que negar y
oponerse al desarrollo del pensamiento.
Hemos visto que el pensamiento tiene
su origen carnal, imaginario, sensible y
afectivo en la madre. Porque también
es cierto que en el patriarcado, y sobre
todo en el cristiano, el ordo amoris de
la madre fue suplantado por la ley abso-
luta del padre.
125
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Imágenes y memoria
Si volvemos a la compresión de la
filosofía, todos los atributos que se
refieren a la divinidad materna negada
se afirman en cualidades abstractas
atribuidas ahora a dios-padre. Abso-
lutos y sin-tiempo fueron su bondad y
su amor de madre para el niño. Todas
estas cualidades sensibles y afectivas
que luego desarrolla el pensamiento
sobre el fondo de la negación de lo
materno, es un intento de darle una
expresión racional, patriarcal y por lo
tanto viril, a aquello que corresponde
al goce amoroso femenino tan temido.
Historia pasada y presente
Creo que tenemos que recuperar esta
historia en función de la celebración
patria, para que el festejo del aniver-
sario no sea sólo una aproximación
meramente formal, sino que implique
un compromiso más profundo en el
que la cercanía corporal con los fenó-
menos políticos y sociales pueda ser
nuevamente puesta en juego. Para ello,
no nos queda otra que volver a pensar
desde aquello que caracteriza nuestra
cultura cristiana. ¿Cómo fue esta
cultura cristiana modificando nuestra
historia? ¿Qué ha pasado en el último
centenario que hemos vivido?
Simón Rodríguez, el maestro de Simón
Bolivar, afirmaba que con la inde-
pendencia de España nuestros países
habían realizado sólo la revolución
política. Y proponía que para darle
término era necesaria otra revolución:
la revolución económica, que para él
significaba la recuperación material de
la tierra para todos: el cuerpo común
de la patria.
Esta segunda revolución es lo que se
está intentando en Latinoamérica.
Porque frente a la miseria que se vive,
y al sometimiento y a los regímenes
de los que hemos estado participando,
hay algo que quedó pendiente en la
independencia americana y que nos
sigue sometiendo: como si la perma-
nencia de las categorías que orga-
nizaron el sistema colonial español
siguieran manteniéndose en el poder
del que festejamos habernos liberado.
Decía, entonces, que esa segunda
revolución está sostenida, como colec-
tivo humano, por los pueblos que se
rebelan en Latinoamérica, que no son
precisamente aquellos cuya población
está dada por la inmigración europea,
sino por los pueblos ab-orígenes que
fueron despojados de la tierra con la
invasión genocida española. Porque
los inmigrantes europeos que vinieron
a la Argentina, como nuestros padres
y abuelos, venían de lugares donde
reinaba la dominación extrema en la
Europa occidental y cristiana; venían
para poder sobrevivir, vivir una
vida que satisficiera las necesidades
perentorias mínimas. Esos pueblos
hambreados que llegaban de Italia
y España sobre todo, que vivieron
bajo el dominio de la Cruz durante
tantos siglos, al llegar a Latinoamérica
trajeron su propio pasado como
fundamento de nuestro propio futuro:
la mitología cristiana en la cual fueron
constituidos como sujetos.
Estos levantamientos, regulados por la
democracia y en este caso mayoritarios,
que nunca hemos conseguido tener
en nuestro país, solamente vistos en
Bolivia, en Perú, y que habian rena-
cido en Colombia primero y luego
Venezuela, han despertado un empuje
que viene desde muy abajo, desde aque-
llas poblaciones que después de cinco
siglos de oprobio, en su patriarcalismo
han mantenido viva la relación con lo
materno, es decir con la tierra. Y por
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Imágenes y memoria
126
eso la diosa materna es lo que inmedia-
tamente aparece presente en todas las
declaraciones y reivindicaciones, que
no intentan apro-
piarse sólo de un
bien económico,
sino re-apropiarse
de una cultura
que descansa
en aquel funda-
mento mater-ial
originario.
Nosotros hemos
perdido esa
relación con lo
materno, y sobre
todo con esta
tierra de la cual
fuimos republica-
namente expro-
piados. Los únicos
dueñosdelatierra,
los únicos que
pueden procla-
marla a través de categorías cristianas,
son los terratenientes. Como decía
Sarmiento, la historia de Argentina
parecería estar escrita por vacas. Es
evidente que en nosotros la pertenencia
a la tierra casi ha desaparecido: y al
desaparecer esta pertenencia se borra
también aquel imaginario que permitiría
prolongar las primeras impresiones de
esa “vida feliz” que está en el pasado, y
que podrían aparecer como posible en
un proyecto futuro que las tome como
punto de partida.
El cristianismo como tecnología
de dominación
En rigor, con el cristianismo se da
una intensificación de la tecnología
de dominación sobre los hombres.
Ninguna cultura, hasta ahora, ha
llegado a penetrar tan profundamente
como la cultura cristiana, para dominar
lo materno, lo ab-origen en nosotros
mismos. La figura de Cristo es aquella
que, pese a las múltiples imágenes que
han podido desarrollarse en la televi-
sión y los medios en general, no ha
podido ser suplantada: la globalización
del dominio del capital la acompaña.
La supervivencia y la magnitud que
ha tenido su figura como condenado
a muerte, modelo identificatorio de
salvación para los hombres, desde un
cuerpo de madre y de padre excluidos,
es incomparable. Llegará el momento
en que los billetes de banco lo tengan
como el anverso, la otra cara comple-
mentaria del valor cuantificado.
Creoqueestodebesertomadobastante
en serio porque, de no hacerlo, no
llegaremos tampoco a comprender lo
que leemos en el campo de la filosofía.
No podemos entender lo que ella nos
expone cuando habla de una razón,
de un pensamiento y una palabra que
no tienen origen, ausencia que nos
lleva a lo que se ha llamado “crisis del
racionalismo”, que surge precisamente
en el límite, en la indagación sobre el
sostén de la palabra, o sobre el sostén
de nuestros cuerpos que hablan.
¿Es posible rememorar un aniversario,
por lo tanto un tiempo histórico, que
ha sido suplantado por una figura
fundamental –el Estado–, sin recordar
ni rememorar lo que Marx dice del
Estado? En La cuestión judía, Marx
dice claramente que el cristianismo es la
premisa del Estado: primero del Estado
cristiano, luego del Estado monár-
quico, luego del Estado revolucionario
francés, y luego también del mismo
Estado norteamericano, donde queda
encubierta la premisa cristiana que lo
fundamente en la separación entre el
hombre y el ciudadano. Ya no es nece-
Algo del origen se ha perdido,
y pienso que la rememora-
ción de un centenario, no nos
remite a la temporalidad histó-
rica externa, sino que también
tendría que actualizar y vivi-
ficar en nosotros el lugar del
propio acceso a la historia del
cual hemos sido separados.
Podemos pensar la posibilidad
de convertirnos en un punto
donde el sentido del tiempo
quevivimospuedamodificarse,
adquiriendo así un sentido
más próximo a los cuerpos, a la
tierra, y al campo humano en
el cual vamos implicándonos
a medida que pasa el tiempo
luego de la infancia.
127
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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sario reclamar la libertad de cultos ni
de pensamiento: todos los ciudadanos
son ya cristianos. Y entonces el mito
cristiano sigue siendo el fundamento
del Estado porque en su imaginario
mítico todos los hombres siguen siendo
cristianos. No se trata de volver sólo
a la crítica de los mitos, o a la crítica
de la religión, sino de intentar hacer
la experiencia, aunque sea imaginaria,
sobre qué significa nuestra pertenencia
a un Estado que proclama, y nos pide
nuevamente, rememorar y festejar el
Bicentenario. No hablo del Estado
que tiene nombre y apellido, sino del
Estado argentino, conglomerando en él
todos los institutos y organizaciones que
dependen o se relacionan con él. Hablo
también de las instituciones privadas, y
por lo tanto de la familia.
¿Qué significa esto que dice Marx?
En primer lugar, que se ha tornado
invisible para nuestra propia subje-
tividad el corte que nos ha hecho
pasar al pensamiento y la conciencia
sin poder acceder a aquello que hizo
posible dicho acceso. Es como si dijé-
ramos que en el llegar a la cultura, a la
palabra, a la historia, se explica sólo su
desarrollo horizontal. Pero lo que no
se explica en este tránsito es el acceso
del sujeto a la historia, que es también
una historia particular, vertical para el
caso, que la historiografía determina
horizontalmente para todos.
El acceso tiene una historia, que
incluye el origen materno que ha sido
excluido de la historia que conocemos,
y al excluir el momento absoluto del
sin-tiempo experimentado por el niño
en la apertura del tiempo, es como si
nosotros también nos descolocáramos
y desalojáramos de nuestra propia capa-
cidad corporal, sintiente, pulsional, el
lugar en que se gesta toda pasión y todo
sentimiento y todo concepto político.
La crítica del Estado no implica
simplemente una crítica al Estado
burgués, una crítica a las relaciones
económicas, sino que para poder
pensar la posibilidad de una modifi-
cación, una movilización que nos dé
cuenta de por qué ese Estado –que se
consiguió hace 200 años con la revo-
lución que llevaron a cabo grupos
argentinos, en su ambición e intento
de configurar una sociabilidad
distinta– quedó castrado desde su
origen en un desarrollo que contiene
en sí y despliega las mismas carac-
terísticas de todos los Estados que
conocemos y existen sobre todo en el
mundo llamado desarrollado.
Algo del origen se ha perdido, y pienso
que la rememoración de un centenario,
no nos remite a la temporalidad histó-
rica externa, sino que también tendría
que actualizar y vivificar en nosotros el
lugar del propio acceso a la historia del
cual hemos sido separados. Podemos
pensar la posibilidad de convertirnos
en un punto donde el sentido del
tiempo que vivimos pueda modifi-
carse, adquiriendo así un sentido más
próximo a los cuerpos, a la tierra, y
al campo humano en el cual vamos
implicándonos a medida que pasa el
tiempo luego de la infancia.
Por estas razones, el maridaje de
nuestra patria con la “madre patria”
hoy se nos aparece como claramente
contradictorio. O es madre, y nosotros
somos hijos de nuestra propia tierra,
o es padre, y entonces somos hijos de
la patria España; hay matrimonio y
patrimonio. La “madre” unida aquí
a la patria, creo que es un relente de
culturas anteriores, más bien origi-
narias, que no nos corresponden a
nosotros que fuimos colonizados por
Europa. En el desarrollo poscolonial
lo materno ha quedado convertido en
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Imágenes y memoria
128
in-significante. La patria debe, para
significar algo, recuperarse sobre el
fondo de lo materno, que es primero:
inclusión material y simbólica al mismo
tiempo. En cada nuevo nacimiento de
un suelo liberado para sus habitantes la
historia roza el origen del nacimiento
de los hombres a la historia.
Nación e igualdad inmaterial jurídica
Esto también corresponde a la idea de
nación que nosotros tenemos, que es
también contradictoria. En un nivel,
se nos presenta como si formalmente
existiera el comunismo en los Estados,
porque todos somos argentinos. En
tanto nuestra integración a la nación
se la define como igualdad jurídica,
todos formamos parte de un comu-
nismo formal que nos define como
sujetos abstractos, sujetos determi-
nados por el mito cristiano, radical-
mente escindidos en cuerpo y espíritu.
Con la patria compartimos entonces
dos tiempos que siempre se oponen
y nunca se unen: como hombres
reales cada uno vive el tiempo finito
de nuestra mísera y despreciada mate-
rialidad cristiana, que la amenaza
de muerte del terror convoca; como
ciudadanos libres, el falso infinito de
una universalidad abstracta del cuerpo
de palabras espirituales y la simbo-
logía que el estado y la religión han
impuesto. Este formalismo, planteado
a nivel jurídico, es el que defiende el
nacionalismo de derecha, en el cual se
incluyen los valores de los “héroes deLeón Rozitchner
129
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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la patria”, y también la Virgen generala
a la que encomiendan nuestros mili-
tares. Pero cuando se trata de volver
al fundamento terrestre de esta patria,
ahí desaparece todo tipo de relación,
de integración o reconocimiento.
Imperan las contundentes y mortíferas
relaciones materiales de dominio.
Los que habitualmente van a morir
por la patria no son los propietarios
de la tierra, ni los ubicados en el poder
económico, sino que la patria manda
a morir a sus hijos más jóvenes y más
pobres, como sucedió en la guerra de
las Malvinas: los mandan al muere
de la primera muerte, la del cuerpo,
para salvar de la segunda muerte, la
espiritual, a la patria físicamente meta-
física. Se trataba de una población
dominada por el terror, es decir, que
había perdido su soberanía; y cuando
digo soberanía, hablo de los cuerpos
que ocupan un territorio formando un
cuerpo común que podríamos llamar
el cuerpo común terrenal de la patria.
¿Cuál es el tiempo que ahora cele-
bramos con el Bicentenario? En última
instancia, lo que define a la patria es
una división geográfica, material y
terrenal, bien demarcada, fuera de la
cualnotenemossushabitanteslosdere-
chos que poseemos dentro de ella. La
recuperación de la tierra como cuerpo
común de los hombres, esta tierra
donde mi individualidad se despliegue,
no está ceñida solamente a los límites
del despliegue de mi cuerpo que roza
con la piel de los otros, sino que se da
en el despliegue de mi cuerpo dentro de
un cuerpo común conformado con los
otros y del cual formo parte. Vivimos
colectivamente y engendramos más
vida pensando en una integración
donde todos los cuerpos humanos
puedan incluirse como iguales. Esta
igualdad ha desaparecido completa-
mente del concepto de patria, y ha sido
suplantada por la propiedad privada y
las relaciones de mercado. La patria ha
sido comercializada, ha sido convertida
en un bien económico que algunos
seres, justamente apoyándose en este
corte brutal, hacen posible que exista
sólo como patria
espiritual para
todos y como
patria material
para unos pocos.
La patria tiene
dos tiempos dife-
rentes: el finito de
su terrenalidad o
el infinito situado
en un más allá
sin materia, el
reino del Dios
cristiano para el
caso. ¿Cuál feste-
jamos? Porque
previamente
fuimos prepa-
rados en todo
occidente para
que esto exista,
en la medida en
que nosotros,
subjetivamente,
en nuestra propia
mismidad, estamos escindidos de
nuestro propio cuerpo. Si hemos sido
separados de nuestra corporalidad, de
ese origen materno que nos empuja a la
vida, ¿qué podemos hacer sino aceptar
la adecuación a un Todo inmaterial
que la niega rompiendo el vínculo con
lo que tenemos de más originario: el
cuerpo engendrador, acogedor y enso-
ñado de la madre?
Todaculturapatriarcaldebepasarnece-
sariamente por un rito de iniciación
donde el terror aparece haciendo
sentir la amenaza de la desaparición
La patria tiene dos tiempos
diferentes: el finito de su terre-
nalidad o el infinito situado
en un más allá sin materia, el
reino del Dios cristiano para el
caso. ¿Cuál festejamos? Porque
previamente fuimos prepa-
rados en todo occidente para
que esto exista, en la medida en
que nosotros, subjetivamente,
en nuestra propia mismidad,
estamos escindidos de nuestro
propio cuerpo. Si hemos sido
separados de nuestra corpora-
lidad, de ese origen materno
que nos empuja a la vida, ¿qué
podemos hacer sino aceptar la
adecuación a un Todo inma-
terial que la niega rompiendo
el vínculo con lo que tenemos
de más originario: el cuerpo
engendrador, acogedor y enso-
ñado de la madre?
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Imágenes y memoria
130
y la muerte para separarlo al hijo del
ordo amoris materno. Los ritos de
iniciación así lo exigen para pasar de
un predominio a otro: del acogimiento
ensoñado de la madre a la inclusión
aterrada y persecutoria del padre.
Faltaría analizar las diferencias entre
esas culturas patriarcales aborígenes y
su profundización, mucho más sofisti-
cada, lograda a través del cristianismo,
al sustituir el lugar de la madre por un
lugar trascendente donde la muerte ha
ocupado, en lo más profundo de cada
uno, el lugar de vida que desde nuestro
nacimiento lo llenaba ella.
El Estado que se constituyó en occi-
dente tuvo una característica funda-
mental: se cristianizó a la población del
imperio primero por orden y mando
del emperador romano y luego de su
disolución por el Papa: la conversión o
la muerte. Lo mismo ocurre cuando se
evangeliza a los aborígenes que vivían
en América. Esta evangelización la
realiza, en el origen, una religión que
aborrece a la materia como lugar del
pecado. Entonces, ¿qué hacer con la
materia que sin embargo constituye
el elemento de la vida? Lo infinito del
tiempo espiritual cristiano desacraliza
la materia perecedera, finita y pasajera
de los cuerpos de los pueblos anti-
guos, que pueden ser aniquilados. Está
escrito: si matamos a otro ser humano
que no es cristiano no cometemos un
asesinato, porque no es un semejante
espiritual y eterno en su alma como
somos nosotros. Esta “materia bruta”
que es toda la naturaleza, sin espíritu
cristiano, sólo finita, es la que el capi-
talismo ha encontrando en su última
etapa financiera para desarrollar una
acumulación numeraria infinita de la
riqueza producida por el trabajo vivo.
El desprecio por el cuerpo vivo y pere-
cedero es la premisa que fundamenta
la acumulación amonedada infinita
del trabajo muerto del capitalismo.
La materia que nosotros conocemos,
dijimos, el primer encuentro con el
nivel material, fue el cuerpo de la
madre. No es materia natural ni bruta,
sino una materialidad ensoñada donde
el sueño y la vigilia no se diferencian,
donde circula también el pensamiento
residual rebelde que quedó para noso-
tros restringido a la neurosis, a la
psicosis o a las pesadillas. Nosotros
somos hombres muy despiertos, alertas
y en estado de vigilia, y el corte brutal
que mantenemos con los sueños marca
la distancia radical entre esa materia
que sigue viviendo mientras dormimos
y esta concepción necesaria de la vigilia
paranoicaparavivirenestemundocapi-
talista, en la que tenemos que despojar
de sentido materno a la materia para
poder “conectarnos” con ella.
El terror es una cuestión político-teoló-
gica fundamental, y por eso resalté,
en su momento, la importancia que
tuvo en nuestro país la aparición de
un presidente que asumía el poder y
que obligaba al jefe del ejército a bajar
del Colegio Militar el retrato del prin-
cipal organizador de la masacre terro-
rista. De esa manera, con aquel acto
se mostraba al desnudo el fundamento
del Estado que él mismo, quien dio la
orden, iba a asumir como mandatario
electo. Lo considero un acto fundador,
modelo de aquello que todo represen-
tante político enfrenta: la amenaza y los
límites que amenazan su ejercicio. Se
trata de un poder concentrado, donde
el capital compró todo: los medios de
comunicación, el ejército, la policía,
la economía, la naturaleza, y media-
tizó como contables las relaciones
humanas. El capital termina haciendo
posible que todo tenga precio, y ése
es el esquema de la mercancía univer-
131
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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salizada, complemento de la univer-
salidad espiritual cristiana. Pero la
mercancía no es más que el reflejo
objetivado de cada uno de nosotros,
que espeja nuestro corte: la mercancía
se divide entre valor de uso y valor de
cambio, entre lo racional y lo corporal;
ese corte que ya está presente en noso-
tros mismos. Si nuestra subjetividad
no tuviera al fetiche del mito cris-
tiano como matriz estructurante no
podríamos tener relaciones fetichistas
contables con los seres y las cosas.
Es fundamental abrir algún espacio,
algún camino, que no sé cuál es, para
habilitar ese lugar que está presente en
todos pero totalmente coartado, para
que pueda emerger y hacer posible una
sociedad diferente donde cada espacio
del cuerpo escindido deje de vivir,
en cada estrato de su configuración
psíquica, dos tiempos contradictorios
al mismo tiempo. En definitiva: ¿cómo
hacer posible que el tiempo histórico
del Bicentenario convoque el tiempo
histórico originario de nuestro acceso
a la vida y los unifique en el cuerpo de
cada ciudadano?
(*) Conferencia brindada en el marco
del ciclo “Legados y porvenir: Argentina
en el Bicentenario”, organizado por la
Biblioteca Nacional durante el 2009.
132
¿El porvenir sólo será un
espectáculo de la memoria?(*)
Por Héctor Schmucler
Las conmemoraciones entrañan riesgos. La
evocación de un acontecimiento histórico
puede hacer de tal suceso un acto vacío y
rutinario, capaz de nombrar todo y no decir
nada; o puede, por el contrario, significar
una oportunidad para una reelaboración de
las circunstancias presentes. En esta última
hipótesis se inscriben las sutiles reflexiones
de Héctor Schmucler que ofrecemos aquí.
¿Qué rememoramos con cada recordación?
Habitualmente se habla, en el campo de las
teorías críticas, de la necesidad de interrogar
lo acaecido desde las preguntas contemporá-
neas. Sin embargo, esta formulación es tan
cierta como conflictiva. ¿Cómo podemos
delimitar el campo de lo actual y aquello que
pertenece al terreno de lo pretérito? ¿Cuándo
toma la palabra la experiencia, y cuándo
somos hablados por un pasado que persiste?
En épocas en que el recuerdo se impone
como un deber, como un “tema” obligado
que obtura las posibilidades de una revi-
sión crítica, es necesario hacer pasar por la
propia vida sensible la voluntad de pensar
los dilemas irresueltos de una historia que se
nos ofrece como espectáculo de la memoria.
133
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Imágenes y memoria
Resulta atrayente que a esta serie de
exposiciones, a las que hoy agrego la
mía, se las haya anunciado como “ciclo
de charlas gratuitas”. Tal vez, y como
muchas veces ocurre, el llamarlo así
apenas fue un hecho secundario para
los organizadores: sólo se trataba de
describir una actividad propiciada por
la Biblioteca Nacional y los requisitos
económicos para el acceso a la misma.
La propuesta que nos convoca, en
realidad, tiene un nombre oficial, rigu-
roso y relevante: “Legados y porvenir.
Argentina en el Bicentenario”. El seña-
lamiento de que se trata de un ciclo de
charlas gratuitas, sin embargo, habilita
enlaimaginaciónunespaciosemántico
en el que se entretejen significaciones
sólo aparentemente contradictorias.
Al menos en mi experiencia, los dos
enunciados me llevaron a pensar tanto
en la idea de legado y en la de Bicente-
nario (esa referencia que nos envuelve),
como en las dimensiones que puede
alcanzar la “gratuidad de las charlas”:
algo así como hablar, gratuitamente,
de los 200 años de la Patria.
Empezaré por esto último. Hago de
cuenta que nos hemos reunido un
grupo de amigos para charlar. Porque
sólo se “charla” amistosamente. Con
un contrincante no se charla. Menos
con un enemigo. Se charla por pasa-
tiempo y, aunque todos sabemos que
hay charlas imborrables, la versión
corriente del término parece cargada
de banalidad. Cuando se dicta una
conferencia, en cambio, casi siempre
se establece algo que separa a quien la
pronuncia de aquellos a los que se les
habla. Esta distancia magistral se refleja
en el valor curricular que adquiere
ejercer de conferenciante: para una
historia de vida intelectual hay una
marcada distancia entre participar en
una “charla gratuita” y dar una confe-
rencia en la Biblioteca Nacional. Y esta
distancia, curricularmente hablando,
se expresa en número de puntos. Sé
bien además, y el riesgo no es menor,
que si esto que les estoy diciendo a
manera de charla alguien lo transcribe,
y luego se publica, no habrá miseri-
cordia: al escrito se lo juzgará como
una conferencia.
Hablábamos del valor curricular de
una conferencia. Cuando, como en mi
caso –y por la simple y modesta razón
de que a los jubilados ningún nuevo
dato curricular nos modifica el sueldo
mensual– he dejado de sostener la obli-
gada y sistemática lucha por engrosar
el currículum, me resulta fácil preferir
las “charlas gratuitas”. No estamos
hablando, por cierto, de la connota-
ción que el lenguaje vulgar (cargado de
jerarquíasmercantiles)hacepesarsobre
gratuito:insustancial,caprichosamente
lúdico, exento de cualquier obligación
de demostrar algo. Una charla gratuita
suele entenderse como un decir falto
de rigor, sin método de análisis que
garantice algún tipo de verdad. Mi
favor por lo gratuito apunta en una
dirección totalmente contraria: pienso
en la posibilidad de una reflexión sin
para qué previamente establecido, en
la resistencia a un instrumentalismo
sofocante que suele confundirse con
la voluntad de establecer verdades
obligatorias. Charla, entonces, como
diálogo más que como disertación
sorda. La charla gratuita anhela más
de un participante y encuentra allí, en
la creación desplegada en el diálogo, la
posibilidad de saber. El charlar gratuito
se codea con lo lúdico: se expande en
el maravilloso juego de la imaginación
humana. Las llamadas “charlas de
café”, paradigma de la gratuidad, segu-
ramente generan más verdades que lo
que suele afirmarse: es un disparador
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Imágenes y memoria
134
de la palabra que acumula conoci-
miento; incorpora la experiencia del
otro tanto como el afecto que merodea
el intercambio. Porque parece desti-
nado al olvido, prescinde de palabras
que se quieren memorables. Y, para-
dójicamente, en la charla gratuita todo
adquiere valor.
Voy a hablar ahora de los legados.
En el final de El rey Lear –tal vez la
tragedia de Shakespeare que más
puede ayudarnos para pensar la polí-
tica– se expone sabiamente la relación
entre la vida y el juego del poder:
“Preciso es que nos sometamos a la
carga de estas amargas épocas. Decir
lo que sentimos, no lo que deberíamos
decir”. La marcha fúnebre que acom-
paña la salida de escena de los últimos
actores, los pocos que sobreviven,
no es un mero recurso de la retórica
teatral: a la hora de la muerte, parece
sugerir la tragedia, cuando ya nada nos
compensará en este mundo, la verdad
se muestra sin condiciones; “decir lo
que sentimos, no lo que deberíamos
decir”. En nuestros días, y quién sabe
desde cuándo, la política, en cambio,
parece consistir en decir lo oportuno
en el momento oportuno.
El rey Lear comienza con la escena
en la que el monarca, que ha optado
por retirarse del manejo directo de su
reino, ofrece a sus tres hijas entregarles
los territorios sobre los que hasta ese
momento ejercía su soberanía. La
dimensión de cada parte, ofrece, será
proporcional a la magnitud del amor
que cada una pueda expresarle, aun
cuando en el sentimiento del padre
la menor fuera la preferida. Las dos
mayores, empujadas por el botín en
juego, proclaman con palabras contun-
dentes un inconmensurable e incom-
partible amor por el rey, su padre. En
cambio Cordelia, la menor, no tiene
palabras que puedan dar cuenta de
la sinceridad de su cariño. Cordelia,
en realidad, no tiene nada que decir
porque su amor es el que naturalmente
une a la hija con el padre. Las huecas
expresiones de sus hermanas atenazan
su lengua. Cuando Lear la interroga:
“¿Qué podéis decir para lograr un
tercio más opulento aun que el de vues-
tras hermanas?”, Cordelia responde:
“Nada” Y el rey: “¿Nada?” Cordelia:
“Nada”. Inútil resulta la valiente
sinceridad de Cordelia, que argumenta
sobre la evidente falsedad de los dichos
de sus hermanas y el legítimo cariño
que tiene por su padre. El rey enfurece
desconcertado: “Tan joven y tan poco
tierna”. “Tan joven, mi señor, y así de
franca”, corrige Cordelia.
Entre este comienzo y las palabras
iniciales se desliza el conocido drama:
mentiras, traiciones y crímenes
alimentan el camino desenfrenado por
el poder. Goneril y Regan, las hijas
mayores, no escatiman crueldad hacia
su padre, ciego, a su vez, para ver su
propia desmedida arbitrariedad, para
mirar más allá de la oscuridad que
con frecuencia paraliza el pensar y el
sentir del que ejerce el poder. Cordelia
dice lo que siente y pierde el cuidado
del padre-rey. Morirá al final, como
también mueren sus hermanas, como
muere Lear después de que la locura
lo condena a palpar la realidad cuándo
ésta parece pertenecer a otro mundo.
Eterno ciclo el de la ceguera del poder
que imposibilita saber de sí mismo
tanto como incapacita para reconocer
al otro. Vivimos pronunciando pala-
bras “adecuadas”, las que debemos
decir, las que podemos decir sin que
el orden aceptado (cualquier orden)
quede amenazado con el derrumbe.
Para la política, en los días que corren,
lo trágico está proscripto. ¿Cómo
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Imágenes y memoria
decir lo que sentimos, cómo negarnos
a decir “lo que deberíamos decir”?
Decir lo que sentimos es siempre la
posibilidad del riesgo, de la distancia,
del castigo, de la marginación; a veces
de la muerte. El legado puede ser la
propia muerte. Piénsese en Sócrates.
Pero, ¿qué es un legado? ¿Cómo reco-
nocerlo como tal si generalmente llega
a nosotros subrepticiamente? En la
historia los legados suelen ser inde-
mostrables. Los instituimos nosotros
de acuerdo a lo que la memoria optó
por conservar del pasado. En todo
caso, ¿qué nos obliga a aceptarlo como
legado? Un legado llega a nosotros
y puede ser sorprendente: nos ha
acompañado desde largo tiempo y de
pronto lo descubrimos. Sólo entonces
se convierte en legado. Irrumpe en
nuestra vida. Nos coloca en otra situa-
ción. El Bicentenario, ¿es un legado
en sí mismo, o es sólo la ocasión de
reconocer los legados que nos amarran
a algún destino común? Estamos a
punto de construir un objeto-fetiche
llamado “bicentenario”. ¿Qué nos hace
vivir y pensar en algo llamado bicente-
nario? ¿Atrás está la Patria? Desde que
el recuerdo lo permite, no ha cesado la
pregunta por lo que encierra la palabra
“patria”. ¿Está la patria antes o después
que la hemos nombrado? ¿La patria nos
ha legado algo durante estos 200 años
o la suma de estos legados configura
algo que hoy llamamos Patria? ¿O
creemos construir una patria con la
suma heteróclita de legados? En todo
caso resulta difícil demostrar que un
único legado nos es ofrecido a todos.
Sea como sea, ese legado nos llega sin
testamento que nos instruya sobre su
uso. La evocación al poema de René
Char que Hannah Arendt comentó
con reiterada intensidad, es precisa:
como al poeta, lo que aparece en nues-
tras manos nos asombra. El legado,
en el mejor de los casos, está allí, en
bruto. Todo su valor depende de
cuánto nos enseña para el presente,
empezando por el hecho de que sólo
desde el presente podemos ofrecerle
algún sentido.
Pero, podríamos preguntarnos: ¿en qué
sentido estamos obligados a aceptar ese
legado? Sin testamento, sin una tradición
que envuelva el legado y como parte de
esa tradición, la herencia se nos impone
coercitivamente, aceptar la herencia
porque no es imaginable otra opción.
Una herencia inevitable se codea con el
miedo a las consecuencias del rechazo.
Pero el legado es también una forma cons-
titutiva de la memoria. La memoria es un
legado inapelable, tanto como la lengua
a la que nacemos.
Ningún otro
legado es menos
externo que la
lengua, ninguno se
nos muestra como
menos prepotente,
ninguno nos acom-
paña de manera
más permanente.
El legado del
Bicentenario es
plural: las diversas
lenguas que habi-
taron en los conglo-
merados humanos
que poblaron un
territorio que se
habría de llamar
Argentina. La doxa
que nos habla de
nuestros antepa-
sados, como si ellos nos ofrecieran un
legado que se nos ofrece, es tan frágil como
cualquier doxa. ¿Quiénes son nuestros
antepasados comunes? Lenguas múlti-
ples de antepasados que difícilmente
No es virtuoso repetir la insus-
tancialidad de las retóricas
temerosas. Criticar el pasado
no significa borrarlo. Nuestro
recuerdo histórico, aunque nos
resulte ingrato, no prescinde de
los mismos valores en los que se
sostienen esos legados que nos
han sido otorgados. Los legados
cubren nuestra memoria. La
memoria para nosotros, para
nuestra vida colectiva, no es
simplemente la recordación.
No es sólo el pasado, sino la
latencia de ese pasado en el
presente. El pasado late, inevi-
tablemente, en el presente. El
legado es nuestra memoria y
el presente lo solicita como un
alimento primitivo.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Imágenes y memoria
136
se encuentren. Somos –y seguramente
no podríamos ser de otra manera– el
resultado de mil leches maternas que
en algún momento se pretendió aglu-
tinar en una común fuente nutricia: la
Patria. Nada nos predestinaba al camino
que hemos recorrido, así como resulta
impensable ilusionarnos con que el lugar
al que hemos llegado es otro que aquel
en el que nos encontramos. Es cierto que
podemos, tal vez debemos, cuestionarlo,
revisar el trayecto recorrido por quienes
construyeron esta morada. Es posible,
tal vez necesario, una crítica impiadosa
de nuestras palabras, de esas que se han
hecho naturaleza en nuestra vida cotidiana,
pero antes debemos reconocer las palabras
que hemos heredado y ante las cuales
podemos mostrar nuestro asombro, la
infinita distancia que mantienen con el
habla que algunos quisiéramos encontrar
en la raíz de nuestra imaginación.
No es virtuoso repetir la insus-
tancialidad de las retóricas teme-
rosas. Criticar el pasado no significa
borrarlo. Nuestro recuerdo histó-
rico, aunque nos resulte ingrato,
no prescinde de los mismos valores
en los que se sostienen esos legados
que nos han sido otorgados. Los
legados cubren nuestra memoria. La
memoria para nosotros, para nuestra
vida colectiva, no es simplemente la
recordación. No es sólo el pasado,
sino la latencia de ese pasado en el
presente. El pasado late, inevitable-
mente, en el presente. El legado es
nuestra memoria y el presente lo soli-
cita como un alimento primitivo.
El concepto mismo de memoria se
vuelve un poco mediocre si no es
portadora de una experiencia que atra-
viese la mera recordación. El legado es
vivencia (conflictiva o exaltante) en el
presente. No existen legados olvidados.
Pero, ¿en qué sentido el pasado se nos
actualiza para vivir en el presente? La
memoria, no es vano repetirlo, es una
manera de vivir el presente o se trans-
forma en un “archivo muerto” a la
espera de que alguien, alguna vez, lo
descubra para el presente de entonces.
El Bicentenario tal vez no sea otra cosa
queunamarcarecordatoriadeltiempo.
Quedará, si queda, el recuerdo de su
celebración.Hitodereferencia.Sedirá,
alguna vez: “En el Bicentenario...”.
Todo parece encaminado a constituir
un tiempo de balance. En cualquier
caso, el Bicentenario, que sin duda
es más que el 25 de Mayo, exigirá el
gesto de pensar en el tiempo reco-
rrido, en las continuidades y rupturas,
en las pocas armonías y los frecuentes
conflictos y desgarros. El Bicentenario,
propiamente, será referido, ensalzado
o criticado, después; cuando él mismo
sea pasado.
La celebración del Bicentenario parece
expresar la voluntad de reconocer y
aprender de 200 años conjuntados
en una historia que, llena de antago-
nismos, fue amasando el rostro multi-
facético de una nación. Un rostro
atravesado de arrugas, de lozanías,
y de colores diversos. Pero, ¿dónde
está retratado ese rostro? ¿Se celebra
el 25 de mayo de 1810 o la construc-
ción iconográfica que instaló el Cente-
nario, allá en 1910? ¿No estaremos
atentos a recordar durante todo el año
quevieneelcentenariodelCentenario?
Aunque en 1826 (no antes) se insta-
lara en la Constitución el nombre
de República Argentina, la Nación
fue durante décadas apenas una idea
que tomó diversas formas y diversos
nombres de acuerdo a coyunturales
alianzas de desiguales intereses. Tal
vez no sea casual que aquella consti-
tución que la bautizaba nunca haya
entrado en vigencia.
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Imágenes y memoria
El primer centenario que celebraba al
Mayo de 1810, pasó a ser un símbolo y
el año 1910 tuvo nombre propio: fue,
sigue siendo, el año del Centenario.
Entre otras cosas, para esas celebra-
ciones se constituyó el núcleo de icono-
grafía de la patria, la que porfía en
acompañarnos. La patria, en la imagen
impuesta, eran las mieses, las cabezas de
ganado que se multiplicaban sin medida.
Pero también eran representaciones
pictográficas del origen. Dos cuadros
realizados por el famoso pintor chileno
Pedro Subercaseaux, –aunque no son
los únicos– resultan paradigmáticos:
“El Cabildo Abierto del 22 de mayo
de 1810” y “Mariano Moreno en su
mesa de trabajo”. Se quiso decir algo con
esas construcciones. En adelante, y hasta
ahora,labúsquedadelaverdadhistórica,
de los hechos que la memoria debería
recuperar, serán discusiones y variables
de aquello que se quiso instalar en el
Centenario. Me detendré un momento
en la imagen del Cabildo Abierto. Allí se
resume, según algunos estudiosos, una
manera de interpretar lo que ocurrió en
mayo de 1810 en Buenos Aires y los
cruzados caminos del porvenir. En el
cuadro, algunos participantes aparecen
de pie, otros sentados; sobresale la figura
de Juan José Paso, en decidido gesto,
haciendo la defensa jurídica de lo que
allí estaba ocurriendo. Paso, adelantado,
y Castelli que dirige la mano hacia él,
como presentándolo o lanzándolo a la
verdad del momento. En la otra fila
aparece, dubitativo, Mariano Moreno.
Entre el gesto dubitativo de Moreno y
el énfasis de Paso, entre esta solvencia y
decisión de Paso y la duda de Moreno, se
ha querido ver el destino de nuestro país.
Nacimos entre dudas y afirmaciones.
La memoria, sin embargo, al menos
la memoria más difundida, rescata un
Moreno brioso, resuelto a consolidar Héctor Schmucler
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Imágenes y memoria
138
la Revolución que auspiciaba en lucha
implacable contra sus rivales. ¿Por qué,
entonces, Subercaseaux lo pintó con
gesto dubitativo en el momento mismo
enquesedecidíaunsaltotanaudazcomo
incierto? Allí,
en la tensión del
cuadro, la imagi-
nación interroga
sobre anuncios
incomprobables:
sufogosavoluntad
que alentaba
un camino sin
contemplaciones
era tal vez la
forma de pasar
por encima de las
dudas. Allí está el
escenario donde la
Revoluciónsehizo
posible, donde
diversas memo-
rias y otras tantas
convicciones
echaron a rodar
un destino que
no estaba escrito
de antemano.
Recupero la
e v o c a c i ó n
shakespeariana:
¿cuánta violencia
hace falta para desanudar las dudas?
En la mitología argentina, llena de
frases que la tradición repite, Saavedra
otorga dimensiones descomunales a
los hechos: “Se necesitaba tanta agua
para apagar tanto fuego”. Las aguas
inconmensurables del océano guardan
para siempre el secreto de la muerte
de Moreno. Dudas y secretos especta-
cularizan nuestra memoria. Ya había
muerto Mariano Moreno cuando
su esposa, en Buenos Aires, envía la
primera de las varias cartas que, sin ser
leídas, quedarán en Londres, en inútil
espera. Entre otras cosas, las cartas
relatan cómo el “morenismo” moría
en la ciudad de Mayo. La trama se
cierra con un relato que seguramente
no resistiría ningún intento de verifi-
cación; en los días del incierto viaje,
la esposa de Moreno habría recibido
un cofre con un velo negro, guantes
negros y abanico negro.
La iconografía de Moreno no habla
de derrota. El cuadro pintado por
Subercaseaux, el que consagra su
memoria, es el de un luchador que
ninguna noche abate: en su escri-
torio, tal vez con la luz de un candil,
Moreno medita y escribe. Traza el
libreto de la historia.
Realizados en 1909, en preparación de
los fastos del Centenario, la gloria, la
firmeza, el coraje y una fe en la razón
que no ofrece titubeos, debían estar
presentes en esos cuadros que cons-
truían un pasado acorde con esta Patria
que pretendía mostrarse magnífica
ante el mundo y autocelebratoria para
sus dueños. Era la culminación de un
proyecto de país que había obtenido
su concreción orgánica en los últimos
treinta años y que, para ser lo que
había llegado a ser y que se proyectaba
a un futuro majestuoso, necesitaba
tener un pasado. Ese pasado fue lo que
se mandó pintar, ahí estaban los dos
íconos: el Cabildo Abierto y Moreno.
Veintiocho años después, en 1938,
Ceferino Carnacini desplegó su imagi-
nación histórica en el cuadro más
reproducido en los ámbitos educativos
e institucionales: “El pueblo quiere
saber de qué se trata” instalaba la
presencia popular en una página que
parecía escrita por inalcanzables héroes
que daban su nombre a calles y plazas
de Argentina. De ahora en más (ya
estábamos en 1938) habrá cabildantes
Nuestras preguntas al Bicen-
tenario se acomodan a nuestra
particular visión del presente.
Si fuera aceptable esta especie
de hipótesis, si llegamos a lo
que somos (cualquiera sea la
descripción de lo que somos)
por causas más o menos perci-
bibles y que variarán según
la descripción del presente,
podremos aprender para
mantener o cambiar el rumbo.
Aun podríamos proponernos
hacer todo de nuevo. Lo
imposible, lo indeseable, es
pretender que lo que ocurrió
puede ahuecarse. En algún
lugar, la experiencia de lo
vivido (que algunos podrán
llamar “experiencia histórica”)
persiste, aunque ni nos duela
ni nos alegre. Es impensable
renunciar al barro que nos
forma. Reconocerlo es el mejor
punto de partida para no
sorprendernos ante el espejo.
139
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Imágenes y memoria
en los balcones que parecen responder
a presuntas demandas de la multitud
reunida. “El pueblo quiere saber de qué
se trata”, luce como el cuadro fundante
de la democracia argentina, la apari-
ción del pueblo como partícipe de la
construcción del país. No importa que
algunos historiadores (seguramente
con razón) sostengan que es poco
verosímil que hubiera gente en los
balcones, y que esa multitud no llegaba
a dos centenas; que los paraguas eran
usados sólo por los muy poderosos y
no por el pueblo y que en realidad no
llovía, sólo estaba nublado. El cuadro
quedó como un eco de algo de debía
haber sucedido, de una memoria que
sigue alimentando la escena original
de la Patria. Un espectáculo necesario
para que la memoria persista. Es así
como fuimos produciendo a partir de
cierta iconografía, nuestra memoria del
Mayo de 1810.
Tal vez sea exagerado, pero vale la
pena pensar si nuestra memoria de
1810 es mucho más que el recuerdo
y la presencia de la iconografía que
se consolida en el primer centenario.
El Bicentenario puede ser la ocasión
de reflexionar sobre nuestra historia
que hoy se muestra con 200 años de
antigüedad o mirarnos a cien años de
cuando, al cumplir el centenario de
1810, se dibujó la Patria.
El Bicentenario nos interroga, según
se enuncia en la convocatoria a estas
charlas. Me gustaría afirmar que, tal
vez, ante la magnitud del tiempo que
se nos cuelga en la mochila, nos inte-
rrogamos nosotros mismos, perplejos
o ilusionados, sobre los altibajos del
camino que nos trajo hasta aquí. Y en
este “aquí” surgen las preguntas posi-
bles. Qué vemos en este aquí, en este
presentequealamaneradeuncaleidos-
copio presenta formas multiplicadas, a
veces tan caprichosas que no atinamos
a preverlas. Nuestras preguntas al
Bicentenario se acomodan a nuestra
particular visión del presente. Si fuera
aceptable esta especie de hipótesis, si
llegamos a lo que somos (cualquiera
sea la descripción de lo que somos)
por causas más o menos percibibles
y que variarán según la descripción
del presente, podremos aprender para
mantener o cambiar el rumbo. Aun
podríamos proponernos hacer todo
de nuevo. Lo imposible, lo inde-
seable, es pretender que lo que ocurrió
puede ahuecarse. En algún lugar, la
experiencia de lo vivido (que algunos
podrán llamar “experiencia histórica”)
persiste, aunque ni nos duela ni nos
alegre. Es impensable renunciar al
barro que nos forma. Reconocerlo
es el mejor punto de partida para no
sorprendernos ante el espejo. Mientras
tanto, hasta ahora, a pocas semanas
de concluir el año 2009, ninguna
conmoción atraviesa la cotidianidad
de los argentinos. El Bicentenario, por
ahora, es un puro deber.
Es posible que el primer centenario
conmoviera por lo menos a un sector
de la población. Todo se estaba plas-
mando y junto a las riquezas inauditas
del “granero del mundo” bullía una
sociedad injusta y conflictiva que se
preparaba, sin saberlo, para tejer una
historia a veces ilusionada y atravesada
por dolores, desesperanza y sangrientas
afirmaciones del poder. En el aire, con
todo, podían resonar los versos de
Rubén Darío: “¡Argentina, tu hora ha
llegado!”. Y el canto a las mieses y los
ganados de Lugones, que también se
preparaba para proclamar unos años
más tarde que “había llegado la hora
de la espada”.
Seguimos fluctuando entre Paso
afirmativo y rotundo del cuadro de
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Imágenes y memoria
140
Subercaseaux y Moreno dubitativo del
mismo cuadro. Tal vez nunca sepamos
por qué el pintor chileno describió
así el rostro de Moreno y tampoco
sepamos exactamente el porqué de la
presencia privilegiada de Paso. Multi-
plicadas circularán, seguramente,
estas preguntas en la reflexión sobre
esta Argentina que el año próximo,
simbólicamente, cumplirá 200 años.
Si prescindimos de pensar que hay
un destino manifiesto que marca el
devenir nacional, deberemos hacernos
responsables de ser la Patria. Nada
nos obliga a ser nada; sin testamento,
tenemos un legado en nuestras manos:
nosotros mismos.
Ésta es la realidad sobre la cual debe-
ríamos reflexionar, con modestia que
no nos disminuye sino que nos exige
ser sobrios: no destinados a ninguna
grandeza, decidir si queremos ser algo.
Los legados, creo, no nos prescriben
ningún porvenir conocible, salvo que,
como recién sugería, aceptemos un
presunto destino (que sin duda sería
de grandeza).
El porvenir, al cual también alude
el anuncio de estas charlas, no tran-
sita por la generación de condiciones
favorables para nuestros hijos y nues-
tros nietos y bisnietos. Tampoco en
una abstracta construcción de algo
llamado patria. El riesgo de apostar
al porvenir radica en dejar al presente
entre paréntesis. No somos responsa-
bles del porvenir sino en el vivir de
hoy. Ningún presente se justifica en la
fuga hacia el futuro. Resulta un tanto
doméstico, pero aun en las diserta-
ciones más relevantes resulta necesario
recordar que sólo vivimos el presente,
donde se juega el pasado y el futuro.
Seguramente lo que hagamos hoy
condicionará el porvenir, pero noso-
tros vivimos hoy, por lo tanto nuestra
obligación de decir lo que se siente y
no lo que se “debería decir” es impos-
tergable. No hay más memoria que
la de hoy. Siempre es presente encar-
nado; fracasa cuando parece destinada
a ser evocada como espectáculo.
Hace cuarenta años Guy Debord alertó
sobre lo que llamó “sociedad del espec-
táculo” en cuanto rasgo predominante
del existir contemporáneo. La realidad-
espectáculo. No es que la realidad
pase en el espectáculo, parece sugerir
Debord, sino que vivimos para el
espectáculo, en el espectáculo. Nuestra
relación con los medios masivos y las
más sofisticadas tecnologías contempo-
ráneas, es íntima. Estamos lejos de ser
meros receptores; tenemos la ilusión
de ser actores, parte de la realidad
espectacular. El lenguaje de los medios
masivos es parte de nuestro lenguaje, y
su retórica es la nuestra. Si una cámara
se acerca a alguien para pedirle su
palabra, el interpelado no requiere un
aprendizaje especial: ya lo tiene. Hace
años que los periodistas no necesitan
decirle a nadie que sea breve. Todos lo
saben; se es breve o no se aparece. Ser
actor es aparecer. Ser breve es la clave:
el espectáculo mediático nos moldea.
El espectáculo se ha vuelto naturaleza.
Tanto que para algunos se está produ-
ciendo una especie de hiperdemocrati-
zación de los bienes culturales, del uso
de la técnica. En este acto de hiperde-
mocratización, en el que somos parte
de este gran espectáculo que se monta
en realidad al margen de nosotros, lo
que dejamos a un lado es la vida. El
espectáculo, en la especulación de Guy
Debord, ya no como duplicación de la
vida, sino como el vivir en el cual nos
reconocemos como espectadores de
nuestro propio espectáculo. Entonces,
¿el porvenir sólo será un espectáculo
de la memoria? Esta memoria que sólo
141
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Imágenes y memoria
es tal si se hace vida presente, acción,
quedará para las cámaras, quedará en
algunas celebraciones, quedará en las
habituales consignas escolares: “La
Patria cumple doscientos años”. La
Patria espectacularizada. ¿Quedará así,
o seremos capaces de hacer el esfuerzo
de alejarnos de esa “patria” y entrar
en nosotros, cueste lo que cueste, para
una vez más decir lo que sentimos y no
aquelloquenosincorporaalespectáculo?
Enfrentamos la enorme dificultad de no
saber, desde el futuro, qué significa lo
que estamos haciendo hoy. Sólo puede
saber lo que en el futuro sabrá de lo
que está haciendo hoy, quien considere
que está cumpliendo un papel prede-
terminado. Pero generalmente quienes
actúan de esta manera carecen de capa-
cidad para preguntárselo. Un marchar
de autómata, incapacitado para dete-
nerse a pensar qué está haciendo. Los
portadores de la “banalidad del mal” en
el decir de Hannah Arendt. Nos queda
la exigente posibilidad de pensarnos
a nosotros mismos. Toda responsa-
bilidad presente tal vez encuentre su
principio de acción en ese acto que nos
proyecta más allá de una inmediatez
vacua: interrogarnos por el pasado, por
todo aquello que en su momento no
nos atrevimos a preguntarnos.
No podemos saber, desde la historia, qué
estamos haciendo. Esta charla gratuita
que ejercemos como en una reunión de
amigos, ¿qué va a significar mañana?
Lo más previsible es que no signifique
nada, nada de nada, como la enorme
mayoría de las cosas que efectuamos.
Pero no lo sabemos, y el no saberlo nos
obliga a ser responsables de cada palabra.
Sabemos que no vivimos bajo la mirada
de la historia. Napoleón imaginaba
que la historia lo contemplaba, sentía
que estaba escribiéndola. Tal vez tenía
razón aunque era él, Napoleón, ante-
rior a la historia. A veces creemos que
la historia nos está mirando, que nos
observa para controlar si cumplimos
su mandato. Nuestra confianza en ella,
nos enajena como hombres. Como si,
en alguna parte, la historia ya estuviera
escrita, hecha. Por el contrario, no
creo que ninguna
historia nos espera.
En cambio, el
pasado nos acom-
paña, a pesar
nuestro, aunque
no nos libera de la
responsabilidaddel
presente. Nada nos
determina, pero en
el pasado pueden
encontrarse las
huellas de lo que
hoy somos. Sólo
con coraje una
mirada hacia el
pasado puede
reconocer el origen de los rastros que
marcan nuestro mundo, no distintos a
los que descubrimos en nuestro propio
cuerpo. No podemos perdonarle nada
al pasado si queremos aprender. Y
constantemente estamos a punto de
aprender: el aprendizaje es inminente
y siempre es tiempo.
No podemos renunciar a ser lo que
somos en donde estamos. Ninguna
historia absolverá nuestros actos,
porque de éstos se hará la historia. Los
legados se nos vienen encima, no los
elegimos. Se nos ofrecen y es imperioso
recibirlos puesto que el legado se nos
aparece como un don. Pero también,
como el don, el legado nos es ajeno. No
es fácil reconocerlo. Si podemos hacerlo
nuestro es porque, llegado del pasado,
guarda jirones de aquello pretérito que
queda alojado en el presente y que está
entrañablemente en nosotros.
Enfrentamos la enorme difi-
cultad de no saber, desde el
futuro, qué significa lo que
estamos haciendo hoy. Sólo
puede saber lo que en el futuro
sabrá de lo que está haciendo
hoy, quien considere que
está cumpliendo un papel
predeterminado. Pero gene-
ralmente quienes actúan de
esta manera carecen de capa-
cidad para preguntárselo. Un
marchar de autómata, incapa-
citado para detenerse a pensar
qué está haciendo.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Imágenes y memoria
142
El legado del Bicentenario, rigurosa-
mente, es esto que estamos recorriendo
entre todos, un camino que ya se ha
transitado. En ese sentido, y aunque
suene exagerado, diría que también
somos responsables de ese pasado en
tanto lo estamos prolongando. Es
imposible despegarse de él. La posibi-
lidad de rechazar el legado es sólo una
figuración imaginaria. Somos, irrenun-
ciablemente, ese legado. Si insisto en
una interrogación persistente, aguda y
arriesgada, es porque necesitamos ver,
buscar a fondo qué hay en él, qué se
nos pasó inadvertido y hoy reclama a
nuestras puertas.
(*) Conferencia brindada en el marco
del ciclo “Legados y porvenir: Argentina
en el Bicentenario”, organizado por la
Biblioteca Nacional durante el 2009.
La biblioteca n° 9 10
144
Treblinka de los argentinos.
Imágenes de la nación:
el cine y el Bicentenario(*)
David Oubiña
Las formas de representación de la historia del
país no suceden de manera independiente de las
imágenes que de él se han producido. Ellas están
tramada por sus acontecimientos cinematográ-
ficos que, en su poder narrativo, marcan cada
pensamiento sobre el pasado. La mirada del cine
asigna un sentido y puede, en este acto, consti-
tuirse tanto en potencialidad para una memoria
inquieta como en su reverso cristalizado que
obstruye tal búsqueda.
David Oubiña nos ofrece en este escrito una
intuición de Argentina a partir de los modos
en los que el cine la ha expresado. Nos propone
problematizar aquel límite que no ha podido
atravesarse: la imposibilidad de mostrar el horror
de la última dictadura, un hecho inimaginable e
irrepresentable que se transformó en un punto
ciego para cualquier imagen. Una abundante
discusión de la crítica cinematográfica, nacida a
partir de los campos de exterminio de la Segunda
Guerra Mundial, es reseñada aquí como parte
de un intento por dar cuenta de esta dificultad,
advirtiendo que, sin franquear este umbral de
lo intolerable, no podrán elaborarse colectiva-
mente los efectos que aquellos agujeros negros
comportan en nuestro presente.
145
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Imágenes y memoria
Quisiera que este texto sirva como
modesto homenaje a mi madre, cuya
familia sufrió las persecuciones y los
campos de concentración en Polonia,
durante la Segunda Guerra Mundial.
En Argentina, en la época de la dicta-
dura militar, en los años 70, mi madre
vivió con miedo, como todos; pero, en
su caso, el miedo adquiría un sentido
suplementario, porque era la compro-
bación horrorizada de que la historia
sucede una vez como tragedia y luego
se repite también como tragedia.
I
Una imagen puede darse por satis-
fecha en el mero reconocimiento de los
objetos o puede, en cambio, hacerlos
legibles. Observar es (debería ser) una
asignación de sentido. En el docu-
mentalProfitMotiveandtheWhispering
Wind (El incentivo de la ganancia y el
viento susurrante, 2007), John Gianvito
recorre la historia de las luchas políticas
y sociales en Estados Unidos a lo largo
de cuatro siglos; pero lo hace exclu-
sivamente a través de una impresio-
nante acumulación de lápidas y placas
conmemorativas. No hay personas, no
hay entrevistas, no hay acciones, no
hay locución. Sólo la enumeración de
monumentos mortuorios. Para que se
entienda: durante 58 minutos, la pelí-
cula no hace más que enhebrar una
sucesión de imágenes que se mantienen
en la pantalla el tiempo necesario para
leer un nombre, unas fechas y un breve
epitafio que deja constancia de una
lucha inclaudicable. Inspirado en el
libro del historiador Howard Zinn,
La otra historia de los Estados Unidos
(A People’s History of the United States,
1980), Gianvito muestra una historia
de Norteamérica a partir de aquellas
luchas populares que fueron supri-
midas y olvidadas en los libros tradi-
cionales: los indios, los negros, las
mujeres, los pacifistas, los libertarios,
los anarquistas.
Profit Motive and the Whispering Wind
es uno de los films más apasionada-
mente políticos que se hayan realizado
en los últimos años porque, a través
de la simple observación, logra extraer
de la imagen su dimensión profunda-
mente cuestionadora. Al comienzo,
un epígrafe dictamina: “Una memoria
extensa es la idea más radical en
America [The long memory is the
most radical idea in America]” (Claire
Spark Loeb). En efecto: el cine puede
convertirse, a veces, en la forma más
poderosa de la memoria. Lo repito y lo
subrayo: sólo a veces. De una manera
paradójica, esas escasas oportunidades
en que las imágenes nos permiten ver,
también dejan en evidencia hasta qué
punto las películas no sirven usual-
mente para esos fines sino, al contrario,
para ocultar. Como si ese vínculo con
la memoria que se advierte en Gianvito
fuera una habilidad que el cine hubiera
dejado de lado, un camino poco explo-
rado que permanece como virtualidad
o como latencia, y que sólo se ilumina
de manera esporádica en la mirada de
algunos cineastas.
Mientras veía la película de Gianvito,
pensaba cómo podría hacerse una
historia de Argentina con materiales
similares. ¿Qué lápidas se mostra-
rían? ¿Qué nombres deberían resca-
tarse? ¿Qué historia olvidada surgiría
de allí? Los primeros films argumen-
tales argentinos se realizaron en la
época del primer Centenario y fueron
películas históricas. En algún caso,
el tema es previsible. La Revolución
de Mayo (Mario Gallo, 1909) estre-
nada el 24 de mayo de 1910 tenía
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Imágenes y memoria
146
por objeto, precisamente, conme-
morar los acontecimientos que habían
tenido lugar un siglo antes. Resulta
curioso, no obstante, que el otro film
que disputa el título de primera pelí-
cula argumental sea El fusilamiento de
Dorrego (Mario Gallo, 1909). Pero si se
piensa detenida-
mente, la imper-
tinencia de este
film en el inicio
mismo del cine
argentino es sólo
aparente, ya que
la conspiración
contra Dorrego
fue un punto de
inflexión clave en
la historia de la
violencia política
en nuestro país.
“Ése –dijo José
Hernández– es el
tronco genealó-
gico de todas las desgracias que hasta
ahora vienen afligiendo a nuestra
patria. De allí parten nuestros males.
La sangre del coronel Dorrego fue la
primera que se derramó alevosamente
en nuestra guerra civil”. Curiosamente,
Hernández coincide en este punto
con Sarmiento, quien –erigiéndose
en portavoz de la Generación del 37–
afirmó que el fusilamiento de Dorrego
había sido el gran error de los antiguos
unitarios ya que eso había allanado el
camino para el “despotismo sangui-
nario” de Rosas: “Así se gobierna hoy
la República –escribió–, ¡como las
reses del matadero!”.1
Ese documental sobre Argentina
que Gianvito podría haber realizado,
¿debería comenzar acaso con una
imagen de la tumba de Dorrego? ¿Y
cómo seguiría? Quizá debería visitar
–si es que todavía existe– la tumba de
Baigorrita, el último cacique ranquel
muerto durante la Campaña al Desierto
(1878). O el sepulcro de Cosme
Budislavich, primer mártir del movi-
miento obrero en Argentina (1901).
Debería mostrar la sepultura mexicana
de Simón Radowitzky (1956) o la
lápida de Raquel Liberman, la mujer
que se enfrentó a la Zwi Migdal (1935).
Deberían verse, también, las tumbas
de los obreros metalúrgicos muertos
durante la Semana Trágica (1919), las
fosas en donde yacen los huelguistas
de la Patagonia Rebelde (1920-1921)
y la lápida de Severino di Giovanni
en el cementerio de Chacarita (1931).
Debería mostrarnos la cárcel en la que
fue fusilado el general Valle (1956) y el
aeropuerto de Trelew en donde fueron
capturados los militantes que escaparon
del penal de Rawson (1972). Obvia-
mente, los nombres suprimidos de esa
historia podrían variar de acuerdo a la
perspectiva ideológica del cineasta. Ése
no sería, por cierto, un problema. En
cambio, la pregunta que habría que
hacerse es si realmente sería posible
completar esa película. Hay un hecho
indudable: forzosamente el recorrido
de la cámara se interrumpiría frente a
los miles de desaparecidos de la última
dictadura militar. ¿Habría que ver
las fosas comunes? ¿Los NN? ¿Qué
lápidas mostrar? ¿Cómo dar cuenta de
la dimensión que ha adquirido la repre-
sión política durante los años 70 en la
memoria colectiva?
En Poder y desaparición, Pilar Calveiro
sostiene: “No puede haber campos de
concentracion en cualquier sociedad
o en cualquier momento de una
sociedad; la existencia de los campos,
a su vez, cambia, remodela, reformatea
a la sociedad misma”.2
Los campos de
concentración, las torturas, los desapa-
recidos constituyen un momento
Los campos de concentración,
las torturas, los desaparecidos
constituyen un momento dife-
rencial que pone distancia
entre el Proceso y las otras
dictaduras militares en nuestro
país. Más allá de toda la docu-
mentación que ha podido reco-
gerse, el terrorismo de Estado
de los años 70 parece resistirse
a los films. Sin duda porque,
en gran medida, esos crímenes
resultan inimaginables. Pero,
también, porque el cine no ha
sabido mostrar eso.
147
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Imágenes y memoria
diferencial que pone distancia entre el
Proceso y las otras dictaduras militares
en nuestro país. Más allá de toda la
documentación que ha podido reco-
gerse, el terrorismo de Estado de los
años 70 parece resistirse a los films. Sin
duda porque, en gran medida, esos
crímenes resultan inimaginables. Pero,
también, porque el cine no ha sabido
mostrar eso.
II
Es cierto que, a partir de 1983 se han
hecho muchos films sobre la repre-
sión, la tortura, las desapariciones:
Los días de junio (Alberto Fischerman,
1985), La noche de los lápices (Héctor
Olivera, 1986), Sentimientos. Mirta,
de Liniers a Estambul (Jorge Coscia
y Guillermo Saura, 1987), La amiga
(Jeanine Meerapfel, 1989), Sur
(Fernando Solanas, 1989), entre
otros. Digamos que, desde La historia
oficial (Luis Puenzo, 1986) para acá,
el cine argentino ha vuelto una y otra
vez sobre la cuestión. Claro que el
film de Puenzo ocultaba más de lo
que mostraba y que su única preocu-
pación era dar una respuesta rápida
al problema para archivarlo entre los
cajones de un pasado deshonroso. Ahí
estaban ya todos los elementos nece-
sarios para instalar la versión oficial
sobre los hechos: la teoría de los dos
demonios, la inmaculada inocencia
de la protagonista que nunca supo
lo que sucedía y el papel secun-
dario desempeñado por las Madres y
Abuelas de Plaza de Mayo. Vista hoy,
ni siquiera parece una película de
denuncia. Se podría decir, en cambio,
que películas como Garage Olimpo
(Marco Becchis, 1999) y Crónica de
una fuga (Adrián Caetano, 2006) sí
se han enfrentado al problema que
significa mostrar el horror. Esos films
muestran. Incluso, muestran dema-
siado. Son películas sobre la tortura.
Pero entonces habría que entender la
frase en su sentido más literal: pelí-
culas sobre la tortura, a propósito de
la tortura. Películas en las cuales la
tortura es el tema. Sin embargo, ¿en
qué medida logran desentrañar el
aspecto intolerablemente humano de
las desapariciones más allá de la exhi-
bición morbosa del sufrimiento?
Esto sucede, incluso, en los documen-
tales realizados por hijos de desapa-
recidos, como Papá Ivan (María Inés
Roqué, 2000), Los rubios (Albertina
Carri, 2003) o M (Nicolás Prividera,
2007). ¿Qué es lo
que ha quedado
para ellos? Aun
cuando las pers-
pectivas de
Roqué, de Carri
y de Prividera
difieren notable-
mente en varios
puntos, sus pelí-
culas intentan
hacer el duelo
frente a esa
ausencia. No son retratos del ausente,
son la puesta en escena de una ausencia.
Funcionan como recordatorios sobre la
imposibilidad del cine para dar cuenta
de lo que es irreparable. Tal como
reconoce María Inés Roqué en Papá
Iván: “Yo pensé que esta película iba a
ser una tumba, pero me doy cuenta de
que no lo es, que nunca es suficiente”.
Siempre hay algo que se escapa, algo
que no se logra capturar y que perma-
nece irreductible afuera del plano. Eso
que resulta inimaginable cuando se
intenta leer el libro Nunca más no ha
sido, en efecto, mostrado por el cine.
Siemprehayalgoqueseescapa,
algo que no se logra capturar
y que permanece irreductible
afuera del plano. Eso que
resulta inimaginable cuando se
intenta leer el libro Nunca más
no ha sido, en efecto, mostrado
por el cine. No pretendo desca-
lificar a unas películas como si
fueran culpables por no haber
sabido mostrar.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Imágenes y memoria
148
No pretendo descalificar a unas pelí-
culas como si fueran culpables por no
haber sabido mostrar. Mis preferen-
cias personales incluyen Las veredas
de Saturno (Hugo Santiago, 1989),
El ausente (Rafael Filippelli, 1988),
incluso Un muro de silencio (Lita
Stantic, 1992); aunque aceptaría que
tampoco estos films consiguen mostrar.
Quiero decir: cada uno se inclinará
por determinadas obras en desmedro
de otras. Pero ése no es el punto. El
problema que me interesa plantear
es de un orden más amplio. No tiene
que ver con algunos casos particulares
sino con una dimensión más general y,
quizá, más medular. Tal vez allí, este
medio de la visibilidad total que es el
cine encuentra su límite. Como si ante
el horror (el verdadero horror, no el
que provoca el cine gore), las películas
se enfrentaran a su punto ciego.
Tal vez eso sea inevitable. Pero,
entonces, toda la suerte del cine se juega
en el modo en que las películas se hacen
cargo de eso. Cuando Jacques Rivette
desprecia Kapo (Gillo Pontecorvo,
1959) y hace el elogio de Noche y niebla
(Alain Resnais, 1955), explica que la
fuerza del film de Resnais “procede en
menor medida de los documentos que
del montaje, de la ciencia con la que
se ofrecen a nuestra mirada los crudos
hechos, reales, por desgracia, en un
movimiento que es justamente el de
la conciencia lúcida, y casi impersonal,
que no puede aceptar comprender y
admitir el fenómeno. Se han podido
ver en otras ocasiones documentos más
atroces que los recogidos por Resnais;
¿pero a qué no puede acostumbrarse el
hombre? Ahora bien, uno no se acos-
tumbra a Noche y niebla; es porque
el cineasta juzga lo que muestra, y
es juzgado por la manera en que lo
muestra”.3
El film fue realizado en un
momento en que todavía era necesario
demostrar que los campos de concen-
tración habían existido. Si Resnais
acierta es porque encuentra la forma
apropiada: la oscilación entre el blanco
y negro y el color, entre el pasado y el
presente no pretende establecer una
separación entre dos momentos sino
que, al contrario, posee el efecto de una
sobreimpresión. Uno encima del otro,
uno transparentando al otro. En el
inicio mismo del film queda establecido
ese procedimiento: una panorámica
comienza sobre un prado apacible y
concluye sobre la cerca inconfundible,
coronada de alambres de púas, mientras
la voz en off comenta: “Aun un campo
verde, aun un paisaje tranquilo pueden
conducirnos a un campo de concentra-
ción”. Estamos parados, literalmente,
sobre millones de cadáveres.
Puesto que el cine es un medio prepa-
rado para registrar la apariencia de las
cosas, hay siempre, de manera inevi-
table, una concesión al espectáculo. Se
me dirá: ésa es su naturaleza. Tal vez.
Pero entonces los cineastas impres-
cindibles son aquellos que aceptan
hacerse cargo de ese pecado original y
comprenden que hacer películas es un
intento por dar respuestas concretas a
una actividad innoble. Es que, como
dice Didi-Huberman, “Todo acto
de imagen es arrancado de la impo-
sible descripción de una realidad”.4
Hacemos imágenes porque el todo no
se deja ver. Pero, por eso mismo, en
vez de celebrar una mirada satisfecha
consigo misma, una imagen auténtica
se sostiene sobre la tensión entre lo
que un plano muestra y lo que inevi-
tablemente debe obturar para poder
mostrar algo.5
Exhibir no es lo mismo
que hacer ver. Exhibir no prueba nada.
Todas las imágenes exhiben, pero sólo
los grandes cineastas hacen ver.
149
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Imágenes y memoria
El interrogante que el Holocausto
plantea al cine es, en efecto, ¿cómo
hacer ver eso que resulta inconcebible
hasta la abstracción con un medio que
parece condenado a lo concreto, a los
detalles y a la superficie? ¿Cuál es la
imagen que haría ver esa paradoja si el
cine tiende a ser inevitablemente aser-
tivo y categórico? Las películas siempre
parecen mostrar los hechos sin nece-
sidad de mediaciones. El Holocausto,
eso que “nunca debió suceder pero
sucedió”, posee en el recuerdo un
estatuto que tiende a escaparse de los
parámetros con que suele definirse la
imagen en cine.6
Es algo imposible y
sin embargo cierto, algo cuya misma
irrealidad es paradójicamente su condi-
ción de existencia. Por eso una película
como Shoah (Claude Lanzmann, 1985)
es lo opuesto de La lista de Schindler
(Steven Spielberg, 1993) o La vida es
bella (Roberto Benigni, 1998), que no
se plantean ninguna pregunta y que
sólo piensan en el Holocausto como
excusa para una historia emotiva y
conmovedora.7
Los espectadores de
Benigni y de Spielberg son engañados
(o se dejan engañar) por la ilusión de
que todo eso sucedió en otro momento
y en otro sitio. No los toca. No les
compete. Si Shoah resulta infinitamente
más valiosa es porque nunca clausura la
cuestión, nunca cede al consuelo falso,
nunca olvida el horror; por el contrario,
todos sus esfuerzos están destinados a
restituirle su naturaleza conflictiva e
irresuelta, su distancia imposible y su
cercanía también imposible, su difi-
cultad para ser transmitido y su nece-
sidad imperiosa de ser transmitido. El
film de Lanzmann es un film crispado
porque entiende que no se trata de
disolver la tensión sino de vivir en ella.
Es que, como sostiene Giorgio
Agamben, “en este caso el testimonio
vale en lo esencial por lo que falta en
él; contiene, en su centro mismo, algo
que es intestimoniable (...) Los ‘verda-
deros’ testigos, los ‘testigos integrales’
son los que no han testimoniado ni
hubieran podido hacerlo (...) Los que
lograron salvarse, como seudotes-
tigos, hablan en su lugar, por delega-
ción: testimonian de un testimonio
que falta”.8
La estructura misma de
los testimonios sobre el exterminio
está determinada
por eso que
Agamben deno-
mina la “aporía
de Auschwitz”:
“Por una parte,
en efecto, lo que
tuvo lugar en los
campos les parece
a los supervi-
vientes lo único
verdadero y,
como tal, abso-
lutamente inol-
vidable; por otra,
esta verdad es, en
la misma medida,
inimaginable, es
decir,irreductible
a los elementos
reales que la constituyen. Unos hechos
tan reales que, en comparación con
ellos, nada es igual de verdadero;
una realidad tal que excede necesa-
riamente sus elementos factuales”.9
Sobre el Holocausto, nunca habremos
visto lo suficiente, nunca sabremos lo
suficiente. Ésa es la famosa línea de
diálogo que Marguerite Duras escribió
para Hiroshima mon amour. En el film
de Alain Resnais, el amante japonés
desmiente una y otra vez a la actriz
francesa que dice haberlo visto todo:
“Tú no has visto nada en Hiroshima”,
responde él como en una letanía.
¿Cómo representar el horror,
entonces? ¿Cómo dar cuenta
del Mal que es, por definición,
lo irrepresentable? ¿Cómo
representar eso que, inelucta-
blemente, se escapa a la repre-
sentación? Sin duda se trata de
algo imposible, pero eso no
debería ser una interdicción
a priori sino la consecuencia
necesaria de un renovado
intento por representar. Para
el cine, no es tanto una capitu-
lación sino una forma de rein-
troducir esa tensión conflictiva
entre lo que se muestra y lo que
no se muestra como función
constitutiva del plano.
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LA BIBLIOTECA
Imágenes y memoria
150
¿Cómo representar el horror, entonces?
¿Cómo dar cuenta del Mal que es, por
definición, lo irrepresentable? ¿Cómo
representar eso que, ineluctablemente,
se escapa a la representación? Sin duda
se trata de algo imposible, pero eso no
debería ser una interdicción a priori
sino la consecuencia necesaria de un
renovado intento por representar. Para
elcine,noestantounacapitulaciónsino
una forma de reintroducir esa tensión
conflictiva entre lo que se muestra y
lo que no se muestra como función
constitutiva del plano. Normalmente,
el cine no se plantea estas cuestiones
porque sólo trabaja con una de las
dimensiones posibles de la imagen.
Cuando Godard critica a Spielberg no
lo hace (sólo) por motivos ideológicos
sino cinematográficos. O mejor: lee
la ideología en la forma del film: “No
basta con odiar al fascismo, no basta
con querer atacar a Hitler. Si hago un
pésimo film sobre Hitler no ataco a
Hitler, no estoy realmente en contra
de Hitler”. El problema de Spielberg
o el de Benigni es que el Holocausto
aparece como un tema que se comu-
nica mediante las imágenes pero nunca
como un problema formal. Por eso
sus planos son siempre apodícticos,
demasiado seguros de lo que afirman,
demasiado satisfechos de sí mismos.
Son imágenes obscenas, como las de la
publicidad o la pornografía.
III
Eso que ocurrió (que sabemos que
ocurrió) es irreductible para las
imágenes del cine. Pero, entonces, es
preciso definir si lo irrepresentable es
lo que no se puede o lo que no se debe
representar, es decir: si se trata de una
incapacidad o de una prohibición.
Ése es el debate que se planteó entre
Lanzmann y Godard a propósito
del modo en que el cine debía acer-
carse al exterminio. Tal como definió
Didi-Huberman los términos de esa
polémica: “Godard y Lanzmann creen
que la Shoah nos pide pensar de nuevo
toda nuestra relación con la imagen, y
tienen mucha razón. Lanzmann cree
que ninguna imagen es capaz de ‘decir’
esta historia y por eso es por lo que
filma, incansablemente, la palabra de
los testigos. Godard, por su parte, cree
que todas las imágenes, desde entonces,
no nos ‘hablan’ más que de eso (pero
decir que ‘hablan de eso’ no es decir
que ‘lo dicen’), y es por lo que, incansa-
blemente, revisita toda nuestra cultura
visual condicionado por esta cues-
tión”.10
Lanzmann renuncia al archivo
porque afirma que “las imágenes reales
son falsas”, son “imágenes sin imagi-
nación”. No hay archivos y no puede
haberlos. El exterminio también fue
eso. Por ese motivo, el Holocausto
no debe mostrarse. Las imágenes,
dice, siempre filtran el horror y, por
el solo hecho de ser imágenes –aun
las imágenes más horrorosas–, nos
protegen de él. Hacen que resulte más
tolerable. De ahí que cualquier exhibi-
ción de la masacre sería una concesión
al espectáculo, a la curiosidad morbosa
y al voyeurismo. Lanzmann llega
al extremo de proponer la destruc-
ción de un eventual “film maldito”
que mostrase la aniquilación desde
adentro de una cámara de gas. Dijo
el cineasta: “Spielberg ha escogido
reconstruir. Ahora bien, reconstruir
es, en cierto modo, fabricar archivos.
Y si yo hubiese encontrado un film
ya existente –un film secreto, porque
estaba estrictamente prohibido cual-
quier filmación– rodado por un SS
que mostrase cómo tres mil judíos,
151
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Imágenes y memoria
hombres, mujeres, niños, morían
juntos, asfixiados en una cámara de gas
del crematorio II de Auschwitz, si yo
hubiera encontrado eso, no solamente
no lo hubiese mostrado, sino que lo
hubiese destruido. No soy capaz de
decir por qué. Es evidente”.11
Para
Lanzmann, el exterminio fue planifi-
cado mediante una racionalidad tan
perfecta como demoníaca; tan perfecta
y demoníaca que, incluso, planificó la
desaparición de sus huellas. No puede
haber imágenes del exterminio pero
además, si las hubiera (y éste es el
borde peligroso del razonamiento), lo
mejor sería destruirlas porque siempre
resultarían parciales y, por lo tanto,
decepcionantes, engañosas, falsas.
Según el cineasta, las imágenes sobre
el exterminio le quitarían su carácter
de excepción radical.
Para Godard, en cambio, la cuestión
es justamente la opuesta. Hay que
mostrar. Y cuando Marguerite Duras
sugiere que, al fin y al cabo, “Shoah ha
mostrado”, Godard la interrumpe y
dice rápidamente: “No mostró nada”.12
El problema del cine es que no supo
mostrar los campos de exterminio. Es lo
que el realizador sostiene a propósito de
sus Historia(s) del cine: “Todo se había
acabado. Todo se terminó en el momento
en que no se filmaron los campos de
concentración. En ese instante, el cine
faltó totalmente a su deber (...) Al no
filmar los campos de concentración, el
cine ha dimitido”.13
Todas las imágenes
del cine cargan con ese fracaso y aluden
a él. Por eso la función del montaje, en
el film de Godard, consiste en forzar los
planos para extraer de ellos eso que no
se vio en su momento. Historia(s) del
cine atrae y obliga a convivir, en una
vecindad imposible, a aquellas imágenes
que nuestra historia había mantenido
separadas. Al hacerlas colisionar, hace
surgir paralelismos imprevisibles, deri-
vaciones impensadas, relaciones contra
natura. El montaje permite entender
lo que no podría advertirse en cada
uno de los planos por separado. Al ver
un plano documental de una escuadra
de bombarderos sobreimpreso a la
bandada de pájaros asesinos en el film de
Hitchcock, al ver el rostro de felicidad
de Elizabeth Taylor (en A Place in the
Sun) junto a los rostros de los cadáveres
de Buchenwald, al ver el fusilamiento de
un soldado que se mezcla con Gene Kelly
y Leslie Caron bailando junto al Sena,
entendemos que las imágenes estaban
incompletas y que necesitaban cruzarse David Oubiña
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Imágenes y memoria
152
con otras para descubrir todo su sentido.
Una imagen sirve, entonces, justamente,
para mostrar aquello que no puede (que,
de otra manera, no podría) ser visto.
Por eso, cuando Godard dice imagen,
en realidad dice montaje: esa unidad
doble que surge del
cruce o la superpo-
sición de imágenes
y que tiene la capa-
cidad de hacerlas
pensar, obteniendo
(como si se tratara
de una anamnesis
audiovisual) eso
que ellas supieron
pero olvidaron.
Es cierto que,
en la postura
de Godard, hay
algo de redentor
y que su concep-
ción de la imagen
se recorta sobre
un horizonte
de revelación.
Aunque también
debería señalarse que, cuando Lanz-
mann se opone a la lógica de la prueba
(no hay nada que probar, las imágenes
no demostrarían nada, lo que sucedió
es inimaginable), contradice su propia
práctica: su film encuentra, por reduc-
ción al absurdo, una forma de testi-
moniar que eso impensable no era
realmente impensable puesto que
pudo ser concebido y llevado a cabo.
Lanzmann lo ha dicho: “El punto de
partida del film fue (...) la desapari-
ción de las huellas: no queda más que
un vacío, y era necesario hacer un
film a partir de ese vacío”.14
Es preciso
imaginar, dar imágenes a eso que los
nazis pretendieron volver invisible.
Sin duda, se trata de no fetichizar
la imagen; pero confinar el exter-
minio al plano de lo irrepresentable
o de lo indecible es –como sostiene
Agamben– concederle el prestigio de
la mística. Más bien habría que pensar
que si el Holocausto puede ser defi-
nido como excepcional no es por su
carácter único sino, justamente, por su
valor ejemplar: una experiencia trau-
mática capaz de revelar un sustrato
general que, de otro modo, no hubiera
sido advertido.
Ya en 1963, Godard había dicho: “El
único film verdadero que habría que
hacer sobre los campos –que nunca
ha sido hecho y nunca lo será porque
resultaría intolerable– consistiría en
filmar un campo desde el punto de
vista de los torturadores, con todos sus
problemas cotidianos. ¿Cómo meter
un cadáver de 2 metros en un cajón
de 50 centímetros? ¿Cómo evacuar
diez toneladas de brazos y piernas en
un vagón de tres toneladas? ¿Cómo
quemar a cien mujeres con combus-
tible suficiente sólo para diez? Habría
que mostrar también a los meca-
nógrafos haciendo el inventario de
todo en sus máquinas de escribir. Lo
que sería insoportable no es el horror
que se desprendería de tales escenas
sino, en cambio, su aspecto perfec-
tamente normal y humano”.15
Si, en
un sentido, el mundo de los campos
puede funcionar como el nuestro es
porque no se trata de algo enteramente
diferente. Es sólo su reverso.
IV
¿Cómo filmar, entonces, las torturas,
los NN, los vuelos de la muerte? El
riesgo es que la dictadura militar se
reconozcasólocomoeltemadealgunas
películas de fines de siglo, así como “la
explotación rural” fue un tópico reite-
Es preciso imaginar, dar
imágenes a eso que los nazis
pretendieron volver invi-
sible. Sin duda, se trata de
no fetichizar la imagen; pero
confinar el exterminio al plano
de lo irrepresentable o de lo
indecible es –como sostiene
Agamben– concederle el pres-
tigio de la mística. Más bien
habría que pensar que si el
Holocausto puede ser definido
como excepcional no es por
su carácter único sino, justa-
mente, por su valor ejemplar:
una experiencia traumática
capaz de revelar un sustrato
general que, de otro modo, no
hubiera sido advertido.
153
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Imágenes y memoria
rado en las películas del género social-
folcklórico a fines de la década del 30
o “la brecha generacional” fue una
obsesión para la Generación del 60.
El riesgo es que el Proceso se convierta
en un telón de fondo para ambientar
una historia cualquiera como ha suce-
dido con el franquismo en el cine
español, la guerra de Vietnam en el
cine norteamericano o la Resistencia
en el cine francés. El riesgo es que
todo ese momento oscuro de nuestra
historia se fije en la memoria colectiva
como un lugar común, es decir, como
una forma del olvido. Ese riesgo ya se
había planteado en el final de Noche
y niebla: “Estamos nosotros, que
miramos sinceramente estas ruinas
como si el viejo monstruo concen-
tracionario hubiese muerto bajo los
escombros; nosotros, los que fingimos
recuperar la esperanza ante esta imagen
que se aleja, como si nos curásemos
de la peste de los campos; nosotros,
que aparentamos creer que todo esto
proviene de un único tiempo y país, y
que no pensamos en mirar a nuestro
alrededor ni oímos que se grita sin
fin”. En efecto, si el exterminio queda
confinado al estatuto de accidente
monstruoso, entonces se elimina la
posibilidad de que pueda ser pensado.
Lo monstruoso pertenece al orden
de la naturaleza y por lo tanto no es
susceptible de ser procesado por la
razón. El movimiento de la represen-
tación debe demostrar que esa alte-
ridad radical del exterminio no es sino
el otro lado (el reverso) de lo propio.16
Nunca estaremos lo suficientemente
lejos de él porque vive con nosotros.
En Lo que queda de Auschwitz, un
testigo relata un partido de fútbol
que tuvo lugar durante una pausa
del trabajo. Se podría pensar que
ahí emerge un rasgo de humanidad
en medio del infierno. Pero, como
afirma Agamben: “Ese momento de
normalidad, es el verdadero horror del
campo. Podemos pensar, tal vez, que
las matanzas masivas han terminado,
aunque se repitan aquí y allá, no
demasiado lejos de nosotros. Pero ese
partido no ha acabado nunca, es como
si todavía durase, sin haberse inte-
rrumpido nunca. Representa la cifra
perfecta y eterna de la ‘zona gris’, que
no entiende de tiempo y está en todas
partes. De allí proceden la angustia y
la vergüenza de los supervivientes (...)
Mas es también nuestra vergüenza,
la de quienes no hemos conocido los
campos y que, sin embargo, asistimos,
no se sabe cómo, a aquel partido, que
se repite en cada uno de los partidos
de nuestros estadios, en cada trans-
misión televisiva, en todas las formas
de normalidad cotidiana. Si no
llegamos a comprender ese partido,
si no logramos que termine, no habrá
nunca esperanza”.17
Indudablemente soy injusto al decir que
el cine argentino no ha sabido filmar
la dictadura militar. Aquí y allá, hay
películas honestas e, incluso, aquí y allá,
hay algunas imágenes sabias en algunas
películas honestas. Ya lo he mencionado
al comienzo: los ejemplos pueden variar
pero, desde 1983 para acá, cada uno
podría enumerar lo que ha aprendido
en cada caso. No se trata, entonces, de
convertirse en fiscal y levantar el dedo para
criticar a las películas; pero hay también
un riesgo en pensar que ya hemos visto
todo cuando, en verdad, la tarea recién
ha comenzado. Agamben sostiene que,
más allá de la utilidad y la necesidad de
los procesos celebrados en Nuremberg,
quizás ellos fueron “los responsables de
la confusión intelectual que ha impedido
pensar Auschwitz durante decenios”
porque “contribuyeron a difundir la
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Imágenes y memoria
154
idea de que el problema había quedado
ya superado”.18
El derecho no agotaba
el problema sino que, al contrario, ese
problema puso en tela de juicio al derecho.
Si ha sido necesario
dictar sentencia, es
porque la justicia
se ha ausentado.
Y en cierta forma,
lo mismo puede
decirse de los films
ya que, en este caso,
la posibilidad de
mostrar los sucesos
no hace más que
evidenciar de
manera extrema
la distancia que
nos separa de ellos.
Ya sabemos que
una imagen no es justa sino justo una
imagen. La verdad no posee consistencia
jurídica ni estética. Circula por carriles
más intangibles y evanescentes. André
Bazin ironizaba sobre los documentales
etnográficos que se jactan de mostrar
a la feroz tribu de caníbales: el hecho
de que los cineastas no han sido devo-
rados y han regresado para mostrarnos
la película prueba que los caníbales no
eran tan feroces o bien que el film no es
tan verdadero como pretende.
Nosotros también podemos decir
que se nos ha mostrado; pero, aun
así, todavía no hemos visto nada real-
mente. Todavía no hemos compren-
dido lo que significa ver eso. Sí, claro:
hemos visto las picanas, el submarino,
los tabicamientos; hemos visto las
violaciones, los secuestros, el síndrome
de Estocolmo; hemos visto la ESMA,
la Mansión Seré; hemos visto los
vuelos de la muerte; hemos visto las
fosas comunes. Pero, en cierto sentido,
aun las imágenes más honestas, las más
auténticas, las más valientes no logran
evitar ese destino un poco tranquili-
zador del memorial o el monumento.
Como si las muertes del Proceso fueran
hechos aislados –inhumanos pero
aislados– que permanecen confinados
en un momento de nuestra historia
y no lo que realmente son: el reverso
apenas oculto o disimulado de nuestra
experiencia cotidiana. El pasado
aún no ha pasado. Ni siquiera es un
pasado para nosotros. Es lo que afirma
Pilar Calveiro: “La acción del terror
no acabó el día que cayó el gobierno
militar. Hay un efecto a futuro, un
efecto que perdura en la memoria de la
sociedad (...) Ese efecto de terror dife-
rido, que los militares se han encargado
de refrescar con cierta periodicidad, de
maneras abiertas o solapadas, cuando
amenazan ‘lo volveríamos a hacer’, es
quizás uno de los mayores logros del
dispositivo concentracionario”.19
En vez de celebrarse a sí misma, una
imagen auténtica se sostiene sobre la
tensión entre lo que muestra y lo que
inevitablemente debe obturar para
poder mostrar algo.20
No hay imagen
que pueda dar cuenta del horror y,
sin embargo, resulta imprescindible
obstinarse en dar cuenta del horror.
Aun –o sobre todo– cuando se trata
de una empresa destinada al fracaso.
En esa misma dirección habría
que leer la conocida sentencia de
Adorno que suele malinterpretarse:
no como una interdicción sobre la
poesía luego de Auschwitz sino como
un rechazo a estetizar el sufrimiento
de las víctimas.21
Cualquier imagen
plena resultaría inmediatamente falsa,
porque la verdad sólo puede intuirse en
la medida en que permanezca incom-
pleta, es decir, mientras siga gravitando
sobre nuestro presente. Allí radica la
dimensión genuinamente constructiva
de la memoria: hacer que el pasado
Aunlasimágenesmáshonestas,
las más auténticas, las más
valientes no logran evitar ese
destino un poco tranquili-
zador del memorial o el monu-
mento. Como si las muertes del
Proceso fueran hechos aislados
–inhumanos pero aislados–
que permanecen confinados
en un momento de nuestra
historia y no lo que realmente
son: el reverso apenas oculto
o disimulado de nuestra expe-
riencia cotidiana.
155
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Imágenes y memoria
pueda formular nuevos interrogantes
sobre el destino de una comunidad.
Quizás, entonces, cuando se celebre
el tercer centenario, los que vengan
después de nosotros podrán decir que
algo han aprendido. Hay una dife-
rencia fundamental entre creer que
ya se ha mostrado y saber que nunca se
terminará de mostrar aunque, precisa-
mente por eso (precisamente porque
nunca se puede mostrar), es necesario
seguir intentando. No puedo imaginar
un objetivo más elevado para el cine
argentino de los próximos cien años.
(*) Conferencia brindada en el marco
del ciclo “Legados y porvenir: Argentina
en el Bicentenario”, organizado por la
Biblioteca Nacional durante el 2009.
NOTAS										
1. José Hernández, Vida del Chacho, Buenos Aires, Editorial Coyoacán, 1962, p. 34 y Domingo Faustino
Sarmiento, “El general Fray Félix Aldao”, en Obras completas de Sarmiento, volumen VII, Buenos Aires, Luz
del día, 1949, p. 262.
2. Pilar Calveiro, Poder y desparición. Los campos de concentración en Argentina, Buenos Aires, Colihue,
2004, p. 148.
3. Jacques Rivette, “De l’abjection”, Cahiers du cinéma nº 120, junio de 1961.
4. Georges Didi-Huberman, Imágenes pese a todo. Memoria visual del Holocausto, Barcelona, Paidós, 2004, p. 185.
5. Véase Serge Daney, “El travelling de Kapo”, en Perseverancia. Reflexiones sobre el cine, Buenos Aires,
El Amante, 1998. Daney, al igual que Rivette, opone el film de Pontecorvo a Noche y niebla, de Alain
Resnais. En otro lugar, se refiere al concepto de Blanchot sobre la “escritura del desastre” para referirse a
esos “tres manuscritos” de Resnais, “esos tres testigos irrecusables de nuestra modernidad” que son Noche
y niebla (1956), Hiroshima mon amour (1958) y Muriel (1963). El cine de Resnais en los años 60 aparece
así como el gran “sismógrafo”, aquel que encontró la forma para contar el acontecimiento fundante de
nuestra modernidad (Véase Serge Daney, “Resnais y la escritura del desastre”, en Cine, arte del presente,
Buenos Aires, Santiago Arcos, 2004).
6. Tomo la referencia del exterminio como “lo que nunca debió suceder pero sucedió” de Silvia Schwarzböck, “La
memoria frente al espectador: cómo representar en el cine lo que nunca debiera haber sucedido”, en Pablo Dreizik
(comp.), La memoria de las cenizas, Buenos Aires, Dirección Nacional de Patrimonio, Museos y Artes, 2001.
7. Escribe Raúl Beceyro sobre la película de Spielberg: “Los judíos de Schindler, que son los judíos de Spielberg,
se salvaron. Aunque parezca inconcebible, La lista de Schindler, que supuestamente habla del asesinato de seis
millones de judíos, tiene un happy end. Y el final es feliz no sólo porque los judíos se salvan (porque los judíos
del film se salvan) sino porque a causa de ese escamoteo, los espectadores salen contentos de ver el film, sin
ningún conflicto, porque el film los ha resuelto todos” (Raúl Beceyro, “Los límites. Sobre La lista de Schindler”,
Punto de vista nº 49, agosto de 1994, p. 9). Lo mismo podría predicarse sobre La vida es bella, aun cuando
el protagonista tenga un final más desgraciado que los prisioneros de Spielberg. El padre del film de Benigni
puede morir satisfecho porque ha logrado proteger a su pequeño hijo de los infortunios: su simulacro es tan
eficaz que ha logrado borrar la experiencia terrible del campo de prisioneros y ha convertido al exterminio
en un mundo de pura ficción. Como si nada de eso hubiera existido. Por cierto, para el niño, nada de eso ha
existido y la vida sigue siendo bella.
8. Giorgio Agamben, Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo (Homo Sacer III), Valencia, Pre-textos,
2005, p. 34
9. Ibid., pp. 8-9. Huyssen también trabaja sobre el funcionamiento necesariamente contradictorio de la
memoria: para él, ningún monumento singular podría dar cuenta del Holocausto en su totalidad pero, además,
eso tampoco sería deseable puesto que fijaría el recuerdo del horror en una única imagen estática y, en última
instancia, decepcionante. Véase Andreas Huyssen, “Monuments and Holocaust. Memory in a Media Age”, en
Twilight Memories. Making Time in a Culture of Amnesia, Londres, Routledge, 1995.
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LA BIBLIOTECA
Imágenes y memoria
156
10. Georges Didi-Huberman, Imágenes pese a todo. Memoria visual del Holocausto, op. cit., pp. 186-187. Sobre
esta polémica, véase también, Libby Saxton, “Anamnesis and Bearing Witness: Godard / Lanzmann”, en
Michael Temple, James Williams y Michael Witt (eds.), Forever Godard, Londres, Black Dog Publishing,
2004. El problema es que, como dice Rancière, el enfrentamiento entre los cineastas terminó convirtiéndose en
un debate teológico en el que se opuso el verbo a la imagen: “un judaísmo de la palabra” contra “un catolicismo
impuro del ícono”. La temática de lo irrepresentable deviene así “una especie de confiscación ético-religiosa
de los procedimientos artísticos” (Jacques Rancière, “Las poéticas contradictorias del cine”, Pensamiento de los
confines nº 17, diciembre de 2005, p. 17). A propósito de esta oposición estético-teológica, véase, por ejemplo,
Jean-Michel Frodon, “Le fameux débat Lanzmann-Godard: le parti des mots contre le parti des images”,
Le Monde, Supplément Télévision, 28 de junio de 1999 y Gérard Wajcman, “‘Saint Paul’ Godard versus
‘Moïse Lanzmann’, le match”, L’Infini nº 65, 1999.
11. Citado en Georges Didi-Huberman, Imágenes pese a todo. Memoria visual del Holocausto, op. cit., p. 145.
Sobre los problemas de la representación de lo abyecto, véase también Julia Kristeva, Powers of Horror. An Essay
on Abjection, Nueva York, University of Columbia Press, 1982.
12. Marguerite Duras y Jean-Luc Godard, “2 o 3 choses qu’ils se sont dites”, en Jean-Luc Godard par Jean-Luc
Godard, tome II (1984-1998), París, Cahiers du cinéma, 1998, p. 146.
13. Jean-Luc Godard, “Le cinéma n’a pas su remplir son rôle”, en Jean-Luc Godard par Jean-Luc Godard, tome
II (1984-1998), op. cit., p. 336.
14. Citado en Libby Saxton, “Anamnesis and Bearing Witness: Godard / Lanzmann”, en op. cit., p. 375.
15. Jean-Luc Godard, “Feu sur Les Carabiniers”, en Jean-Luc Godard par Jean-Luc Godard, tome I (1950-1984),
París, Cahiers du cinéma, 1998, p. 239.
16. O, como sostiene Jean-Luc Nancy: aunque no se trata de determinar una estricta necesidad histó-
rica del nazismo, es importante “sustraerlo desde el principio del estatuto de accidente monstruoso acaecido
en la historia y a la historia, porque así se lo excluye de toda posibilidad de pensamiento” (Jean-Luc Nancy,
La representación prohibida, Buenos Aires, Amorrortu, 2006, p. 35. Sobre la categoría de lo monstruoso, la historia
y la naturaleza, véase Marina Warner, No Go the Bogeyman: Scaring, Lulling and Making Mock, Londres, Chatto
& Windus, 1998 y Mary Russo, The Female grotesque. Risk, Excess and Modernity, Londres, Routledge, 1995.
17. Giorgio Agamben, Lo que queda de Auschwitz, op. cit., p. 25.
18. Ibid., p. 18.
19. Pilar Calveiro, Poder y desparición. Los campos de concentración en Argentina, op. cit., p. 158.
20. Véase nota 5.
21. Véase Theodor Adorno, “La crítica de la cultura y la sociedad”, en Prismas, Barcelona, Ariel, 1962.
La biblioteca n° 9 10
158
¿Cómo escribir la historia?(*)
Por Horacio González
El Bicentenario se nos ofrece como una impres-
cindible oportunidad para examinar los modos
de pensar la historia. Tal indagación es parte
fundamental de los enigmas que atraviesan como
fantasmas el discurrir de los pueblos. Y si bien es
cierto que la historia se compone de hechos, no
menos cierto es que tales hechos refieren a textos.
Gran problema para Argentina, puesto que uno
de sus textos fundadores, El Plan de operaciones,
resulta una inagotable fuente controversial. Si
los estados emergen de una violencia fundante,
su devenir ulterior se produce bajo la marca de la
simulación de aquellos cruentos procedimientos
que conviven como su sombra secreta. Contro-
versia, entonces, alrededor de un texto vindica-
torio de aquella violencia a niveles extremos.
Horacio González reflexiona, a partir del debate
sobre la redacción del “Plan”, acerca de la
autoría de los documentos históricos, el papel
de los “peritos caligráficos” en la determina-
ción de la veracidad de tales pliegos y la relación
entre escritura y tiempo histórico. ¿Es posible
la tarea del historiador? ¿Bajo qué condiciones
una escritura puede enfrentar el dilema de la
historia? ¿Cómo capturar el sentido de los acon-
tecimientos a través del lenguaje? ¿Es la escri-
tura una forma de confiscación de la vitalidad
del tiempo? Revisar los rastros de los textos de
la historia pone nuestra existencia colectiva en
estado de deliberación e incertidumbre.
159
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Imágenes y memoria
Desde los primeros historiadores,
Tucídides, Heródoto, hasta los
historiadores que hoy nos gusta leer,
encontramos un problema inherente
a la materia histórica: la historia es un
acto de lectura, el acto de un lector.
Puesto que a pesar de que intuimos
ser parte de la historia, cuya facti-
cidad no ponemos en duda, también
la leemos. Hay un estado de la
historia que se nos aparece en forma
de escritura, al igual que las novelas,
una carta íntima o un e-mail, y por
lo tanto es posible juzgar el modo
en que se escribe la historia, y hacer
una pregunta aun más interesante:
¿quién escribe la historia? Frente a la
historia, seremos muchas cosas, pero
también somos alguien que la lee y
puede preguntarse quién la escribe.
Ésa es la pregunta que puede imaginar
el historiador respecto de la certeza
o incerteza de los documentos que
maneja, es decir, de aquello que testi-
monia lo ocurrido. Se supone que
hay hechos, sucesos que pueden ser
recortados antes de cualquier escritura
o hipótesis, como forma bruta de la
realidad, como forma primera que nos
lleva a una suerte de empirismo salvaje
de lo histórico: un ocurrir originario.
Para decirlo de una manera más acep-
table: los documentos de la historia son
pensados en general bajo la forma de
una autoría, que aun siendo colectiva,
no nos permite dudar del hecho de la
existencia de sujetos de la autoría de
los documentos de la historia, autores
de los restos o mendrugos de los acon-
tecimientos que llegan hasta nosotros
bajo forma de textos. Frente a una
historia tan amplia como la del género
humano, con una autoría a priori
indiscernible, ella se nos escaparía en
miles de situaciones diversas a no ser
que acudamos a aquello sin lo cual
nuestra vida no sería pensable: auto-
rías singulares, individuales, personas
que realizan identificaciones de los
sucesos a la escala de la vida humana.
¿Pero cómo tener certeza sobre los
documentos del pasado, desgajados de
la experiencia vital que les dio origen?
De tanto en tanto, documentos de
autoria asegurada, caen al acervo indi-
ferenciado de la producción colectiva
de los hechos y se convierten –por así
decirlo– en una episteme.
¿Quién escribió el Plan de operaciones
de Moreno o a él atribuido? Eviden-
temente esta discusión, dentro de la
historiografía argentina, es muy rica
precisamente por la incerteza sobre su
autoría. Es tan interesante atribuirle
la autoría a los documentos como
suponer que los documentos tienen
un vacío que nos lleva de la certeza
de un autor, a la idea de una escritura
realizada bajo el signo de lo incierto,
de distinta índole. Esta discusión que
no cesa, sobre un Plan de operaciones
redactado en 1810, en el que se
promete toda clase de medidas atípicas
e incluso sanguinarias contra los
enemigos, forma parte de aquello que
ejemplifica lo que afecta íntimamente
al régimen de la historia. Se trata de la
pregunta sobre quién escribe los docu-
mentos, y qué relación guardan esos
documentos con los hechos ocurridos
bajo su permanencia, su sombra, su
influencia, su capacidad de definir el
orden de los acontecimientos. Esta
pregunta nos lleva inevitablemente
a la relación entre los pensamientos
y las cosas.
Si hay incerteza en un documento,
podemos pensar que ella se extiende
a todo el régimen histórico, y creer
que la historia, de una manera
incierta, hace temblar nuestra propia
presencia en el mundo social, político,
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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160
administrativo. La duda y el debate
sobre la autoría representan el estado
real de los documentos.
Ante el debate no sabemos bien cómo
acudir a reservas del lenguaje inme-
diatas que adviertan claramente la
presencia de dudas sobre el origen
de los documentos. Por ejemplo, si
nos referimos al
Yo acuso de Émile
Zola no podemos
imaginarelmismo
sentimiento. Está
claro que alre-
dedor de ese texto
hay un sinnú-
mero de aclara-
ciones posteriores
del propio autor
que reafirman
lo escrito y su
texto, que posee
una vocación de
dirigirse hacia la
humanidad, se
sostiene sobre un tono excelso que no
deja lugar a dudas sobre su remisión a
una autoría. Sin embargo, un “plan de
operaciones” nos deja siempre el senti-
miento de estar escrito por un sujeto
colectivo: la época.
El Yo acuso introduce un elemento
interesante en la historia puesto que es
una historia ideada por un individuo
que se atribuye a sí mismo la capa-
cidad de tomar en sus manos el punto
enunciativo originario, es alguien que
acusa, alguien que es “yo”, firmado por
Émile Zola. Y además, un “yo” que
en el escrito desafía a quienes quieran
llevarlo al juzgado.
Zola acusa a tres generales, un coronel,
y al mismo tiempo a los peritos calí-
grafos que habían fraguado la docu-
mentación por la cual el capitán
Dreyfus estaba siendo enviado a juicio,
acusado como espía de Alemania. En
rigor, se da una íntima relación entre
quien escribe sobre la historia, y el
escritor que sabe que de algún modo
la historia lo contempla, lo vigila, lo
contiene. En esa relación, el primer
problema de interés es el del vivir
común: no hay ningún problema
teórico, filosófico o historiográfico que
no nazca como un problema común
a nuestras vidas con la de los demás.
Ese género de cuestiones pertene-
cientes al sujeto colectivo no podría
tener validez si no contara con aquella
reserva última que genéricamente
llamamos “nuestras vidas”, y ese
plural, es precisamente nuestro último
consuelo de poder afectar a una vida
que es la nuestra, algo que siempre
deseamos, y ponemos en duda, puesto
que descreemos de que nuestra vida
sea tan importante como para que en
ella repercuta un asunto de la huma-
nidad. Pero ante ese escepticismo está
el “Yo acuso”, que establece una capa-
cidad de reaseguro para los historia-
dores que, desde ese momento, ya no
pueden dudar sobre quienes escriben
los documentos. En este caso, Émile
Zola lo escribió de una forma deno-
dada, pensando letra por letra, anti-
cipándose incluso a la posibilidad de
ser juzgado, sabiendo que estaba inter-
viniendo en el nudo mismo de una
cuestión política injusta, pero no una
injusticia que podía afectar a millones,
no una gran matanza, ni una heca-
tombe, un holocausto, sino una injus-
ticia translúcida que afectaba a un solo
hombre, un capitán del ejército que
además era judío. Escribía así desde un
universal categórico, lo que afecta a un
hombre los afecta a todos. Y ahí estaba
el núcleo de la cuestión francesa por
excelencia, se juzgaba al judío no por
razones administrativas ni de seguridad
Ese género de cuestiones perte-
necientes al sujeto colectivo
no podría tener validez si no
contara con aquella reserva
última que genéricamente
llamamos “nuestras vidas”,
y ese plural, es precisamente
nuestro último consuelo de
poder afectar a una vida que
es la nuestra, algo que siempre
deseamos, y ponemos en duda,
puesto que descreemos de que
nuestra vida sea tan importante
como para que en ella repercuta
un asunto de la humanidad.
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estatal, sino por un trasfondo social-
mente oscuro que Zola se ve desti-
nado a denunciar: pueden juzgarme,
llevarme a tribunales, pero estoy
seguro de que los generales mintieron
y los peritos calígrafos también.
Desde allí la cuestión caligráfica
adquiere gran interés, ya que Zola
los presenta como peritos que han
mentido. Apunta sobre ellos y los
ataca más que a los generales, señalán-
donos que para este tipo de problemas
históricos era más importante atacar a
los calígrafos por haber sido quienes
fraguaron su juicio respecto a docu-
mentos incriminatorios.
Es decir que el documento llamado
Yo acuso tiene la misma complejidad,
aun siendo de un autor muy claro,
que la que tiene el llamado Plan de
operaciones de Mariano Moreno. Si
ponemos en primer lugar a la historia
sobre la hipótesis de que se trata de
un problema de peritajes, vemos que
ella exige peritajes de conceptos. Pero
además de este juicio a los conceptos,
también es preciso para la historia que
alguien juzgue a los peritos. Poner
en duda el supuesto de un peritaje
neutral, introducir la idea de que en
medio del peritaje podemos cesar el
juicio crítico, es el valor del Yo acuso,
valor presente en la historia intelectual
del siglo XIX y del siglo XX. Éste es el
juicio a los que enjuician la escritura
de la historia.
Los que hicieron el peritaje al Plan de
operaciones descubrieron que no se
trataba de la letra de Moreno, sino de
un espía de una corte que se adjudicó
falsamente la autoría del político. En
un caso tenemos una historia regida
por un documento que probable-
mente sea lo que un espía le adjudica a
Mariano Moreno, y por otro lado están
los peritos caligráficos del presente para
decirnos que no es la letra de Moreno.
Tenemos entonces a la historia bajo una
cierta capacidad de aparecer incierta en
su autoría, y además con la exigencia
de que haya peritos caligráficos que
auxilien al historiador. En el Yo acuso
contamos con la idea de enjuiciamiento
a los peritos caligráficos, que serían
aquellos a quienes
nosotros reclama-
ríamos que nos
dijesen la verdad
sobre la escritura
de Moreno.
En rigor, la
historia bajo el
peritaje caligrá-
fico nos remonta
a un sentimiento
profundamente
antiguo, arcaico.
La escritura lleva
a la investigación
de la identidad,
y lleva también a la falsificación de la
identidad. Hoy, este problema lo reco-
rremos en una época en que el puño y
letra se defiende pobremente ante los
demás artificios de escritura, sobre todo
desde la existencia de operaciones mecá-
nicas sobre la escritura, por no hablar de
las informáticas (no en vano, escritores
importantes, entre ellos Borges, reser-
varon un último quejido de desapro-
bación ante la máquina de escribir, un
quejido modesto y pudoroso). Creo
que la crítica, ante el avance de las susti-
tuciones mecánicas e informáticas, en
competencias de la identidad antigua,
debe ser pudorosa en su manifestación,
es decir: aceptando que alguien tiene
que hablar en contra de eso, alguien que
debe tener un recóndito sentimiento de
justicia pero de comprensión también
respecto a la humanidad que espera la
novedad científica y tecnológica.
Creo que la crítica, ante el
avance de las sustituciones
mecánicas e informáticas,
en competencias de la iden-
tidad antigua, debe ser pudo-
rosa en su manifestación, es
decir: aceptando que alguien
tiene que hablar en contra de
eso, alguien que debe tener
un recóndito sentimiento de
justicia pero de comprensión
también respecto a la huma-
nidad que espera la novedad
científica y tecnológica.
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Las artes arcaicas de la identidad, como
los efluvios tecnológicos, remiten a la
posición ética del historiador frente
al documento. Si estamos mediana-
mente acertados en la indicación de
este contraste, el Plan de operaciones
es un documento central de la historia
argentina, un documento que tiene
por objetivo señalar la presencia de
la violencia en la historia, en tanto
sostiene que no hay operaciones sin
violencia. Además se habla de una
violencia explícita, se menciona la
sangre, y la historia aparece como algo
incómodo para una nación. Pero hay
también la sangre de la inautenticidad
o no del escrito.
Lasnacionessefundanbajounrégimen
de disimulo, de encubrimiento; son
un lugar de convivencia gracias a esas
artes de la simulación. No se invoca
a una nación por parte de personas
que, aun destinadas a producir altos
grados de violencia y derramamiento
de sangre, lo hagan para decir que
de eso se trata: de producir guerras y
matanzas. Hay un núcleo de violencia
sanguinaria fundante, y sin embargo
las naciones no son sólo así, si no sería
impúdico sentirse parte de ellas. Son
también otro movimiento que acom-
paña la violencia, el que señala que no
es correcto explicitar la veta interna de
conformación de las naciones a través
de actos de crueldad y sacrificio.
Supongamos que la del Plan de
operaciones era una violencia justa, una
violencia fundadora, casi de carácter
mítico, como suele decirse. Sin
embargo, una nación no puede tomar
ese documento como bandera, un
documento en el que hay una jactancia
en el derramamiento de arroyos de
sangre. Por más que la causa sea justa,
las naciones tienen su justicia, y los
textos que sostienen el empleo de la
violencia son siempre documentos
laterales. Predomina la idea de que son
necesarios los otros documentos, los de
condena a los crímenes de guerra, por
eso el libro de Alberdi, inocente como
es, tiene fuerte autoría y argumenta-
ción aunque completamente ingenua,
ya que no hay ninguna historia que
se desarrolle como él la describe. Es
el documento de un utopista que ni
siquiera tiene lo que han tenido mucho
utopistas, como por ejemplo Tomás
Moro, quien nombra y describe la
violencia de la historia, y lo hace con
un grito de sarcasmo respecto de una
sociedad que así como está vive desti-
nada a la violencia.
Por más que el libro de Alberdi sea
ingenuo, nos gusta leerlo, y de ningún
modo puede descartarse la idea de que
en historia nos guste leer algo, aunque
sepamos que no sea cierto. Y al mismo
tiempo, nos produce un sentimiento
de profunda incomodidad leer aquello
que sentimos que es cierto, locali-
zado en la certeza de la mortandad y
la inmolación. De modo que el lector
es aquel que elige entre su comodidad
para lo correcto y aceptable, o su
incomodidad frente a los temas de la
condición tremenda de los humano.
Cuando a cierta hora del día queremos
sentirnos incómodos, efectivamente
leemos lo que la historia promete
como vindicta, el Plan de operaciones
de Moreno; si queremos sentirnos más
cómodos, aunque irreales, leemos el
Yo acuso, donde un individuo pudo
torcer con riesgo, pero buenamente,
una historia, o leemos a Alberdi, gene-
roso y abstracto, pero que nos causa el
gusto por las pasiones fértiles. Cuando
nos sentimos abrumados por tener
que leer lo que no nos gusta y que es
real, leemos lo que nos gusta aunque
sea irreal. Ésa es la condena del lector
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en general, y también la condena del
lector de la historia, es decir, del que
también debe escribirla como histo-
riador novato o avezado.
La ética es un conjunto de justifica-
ciones y autojustificaciones que actúan
en manuales de historia y en socavón
de nuestra conciencia, el reverso de
esos manuales. Justificaciones en
tanto pensamos que tienen validez
universal; auto justificaciones en tanto
preferimos que esas normas de validez
universal pasen también por aquello
que ligeramente imaginamos que nos
conviene aceptar para nuestro propio
placer, nuestra conveniencia o fines
que no atinamos a reconocer del todo
en nuestra conciencia. En ese sentido,
la ética del historiador presupone
también partir de la pregunta sobre
quién escribe los documentos, contra
quién se escriben los mismos, y si hay
un régimen de validez en la autoría que
afecte en definitiva el acto de escribir
la historia. Si no se sabe decir, al cabo,
si ocurrieron o no los hechos, de nada
vale leer bien los documentos. O vale,
sí, si nos desprendemos de los hechos.
¿Estamosdispuestosahacerlo?No,pero
igual debemos hacer esa pregunta.
Lograr una respuesta adecuada de la
relación entre autoría discernible y
autoría indiscernible es la tarea del
historiador. Se equivoca el historiador
acostumbrado al juego de la histo-
riografía argentina, que por el hecho
de que algunos digan que el Plan de
operaciones de Moreno no pudo haber
sido escrito por él, afirman su autoría
sin bases ciertas; pero también se equi-
vocan los que condenan absolutamente
la autoría de Moreno porque acaso
nos daría un Moreno prácticamente
asesino. Reincidimos, una nación se
funda necesariamente en la violencia,
pero odia tener que decirlo, y el Plan
de operaciones de Moreno pone en crisis
esa idea, ya que en este documento se
proclama la violencia como elemento
inmanente a la fundación de la nación.
Ahora bien, este texto era reservado,
clandestino y circulaba en las entre-
telas últimas del Estado. Surge otro
problema: ¿hay documentos clandes-
tinos, minutas de reuniones sigilosas
del Estado que no estén destinadas al
conocimiento público?
La pregunta por cómo se escribe la
historia incluye un nuevo problema:
¿puede haber en la historia algo desco-
nocido por el espíritu entusiasta y
optimista que cree que todo lo que
ha ocurrido pasa indefectiblemente a
la visibilidad? Los partidarios de una
historia cíclica suponen que la historia
es muy conocida, basta esperar su
nuevo paso. Los partidarios de una
historia abierta, sin autor y sin sujeto
–hipótesis que circula desde las últimas
décadas del siglo XX–, se complacen
en ver la historia como aquello que
pone a los hombres frente a un
enorme capricho, que los convierte en
sus juguetes. La gran frase de Marx en
el 18 Brumario –“los hombres hacen
la historia”–, reconduce al mismo
problema.Siguiendoestepensamiento,
la historia puede ser totalmente cono-
cida por el historicista, pero la frase de
Marx concluye: “los hombres hacen la
historia, pero no en condiciones cono-
cidas por ellos”. Ésta es la frase que
toma Tulio Halperin Donghi, y de allí
la dificultad de su lectura, dado que
ha cumplido con el propósito de regir
una escritura de la historia a partir
de esta paradoja: nunca se conocen
enteramente las consecuencias de las
acciones realizadas por los hombres.
Marx en el 18 Brumario hace el último
esfuerzo,comogranhistoriadorquefue,
para escribir una historia que dé cuenta
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164
de la superficialidad del conocimiento
de los hombres respecto de sus acciones
que determinan los procesos históricos.
Sin embargo, más adelante, instala una
utopía, la posibilidad de una sociedad
en la cual todos los hombres saben efec-
tivamente lo que hacen.
Este conjunto de problemas puede ser
conjugado bajo la forma del peritaje
caligráfico de la historia, es decir: ¿es
posible saber lo que hacen los hombres?,
¿es posible que haya un perito caligrá-
fico que en el tramo final nos diga que
nuestra historia estaba falsificada, que
no pertenecía a autorías verídicas y atra-
vesaba senderos equivocados?
El historicista diría que no, dado
que el recorrido realizado posee una
validez interna que se auto certifica. El
moralista diría que sí, que es posible
analizar enormes tramos de la historia
humana bajo la lupa de una prédica y
una pastoral. En
este caso, ¿cuál
de los dos tiene
razón? Cuando
el historicista
habla, intenta
aceptar todo lo
humano, incluso
sus momentos
más agrios y
violentos, pero
luego no puede
evitar trasladar
la imaginación
a un momento
liberado, donde
el conocimiento
perfecto de las
acciones permi-
tiría –según él– evitar la violencia,
hacer reinar a la justicia, y finalmente
terminar, quizá, con la idea misma de
historia, dado que se liquidaría su hilo
pasional, su incerteza documental.
Recurro ahora a En busca del tiempo
perdido de Marcel Proust, un documento
asombroso de la expresión novelística
y memorística que revela todas las
complejas operaciones que es necesario
efectuar para evitar el Yo acuso y al mismo
tiempo profundizar el pensamiento
sobre el mismo problema. El tema o el
problema de Proust es la pregunta por
cómo escribir el tiempo, cómo evitar que
se escape algo de los hechos primitivos y
originarios que ocurren en un plano que
llamamos “el tiempo”, un lugar pasible
de modificaciones en las que no puedo
intervenir, en tanto me modifico cada
vez que lo hago. En ese río interminable
de las vidas, la escritura pasa a ser parte
del flujo y ya no puede hablar más, o
bien da un paso al costado de ese flujo
indeterminado y abrupto, que avanza a
borbotones, y desde ese costado puede
nombrar algo de ella. Así se produce
entonces el enigma: ¿hay algo afuera del
tiempo histórico? Para fusionar historia
y tiempo, Proust escribió En busca del
tiempo perdido, y el resultado está a la
vista: una gran dificultad en la lectura.
Cuando se termina un párrafo, lleno de
subordinadas, alegorías y desnudamientos
de operaciones sigilosas de la memoria, se
genera una gran felicidad en el lector, dado
que se comprueba la felicidad profunda
de la lectura, la del lector histórico, al
comprobar que el tiempo y la escritura
pueden fusionarse en un solo punto. Un
tema presente también en Macedonio
Fernández, donde la escritura podía
apresurarse y recibir la idea del tiempo
en un lugar donde la escritura ya se había
anticipado, o al contrario, la escritura
retrasada corría la carrera del tiempo y
el lector podía pedir al escritor que no
escribiera tan rápido porque el lector no
lo alcanzaba, o que acelerara el escrito,
porque el lector ya había avanzado sobre
el abismo. Para esto, la escritura necesita
Borges y Proust son dos maes-
tros de historiadores. En sus
obras se disuelve el yo para dar
lugar a una gran coreografía
entre tiempo y lenguaje, en
el que se encuentran y desen-
cuentran. Y luego el lector,
que siente la felicidad ante
el logro de esa fusión, se ve
rozado por una literatura que
se hace necesaria al capturar
al tiempo y el tiempo se hace
necesario al provocar la forma
más quebradiza posible de una
escritura que, sin embargo, no
termina por disolverse en la
temporalidad.
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N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Imágenes y memoria
servirse de más instrumentos de los que
cuenta el profesional, instrumentos de
la memoria, con sus puntos y comas,
son sus subordinadas y sintaxis. ¿Cómo
se consigue esto, si el punto y coma, el
signo de admiración, precisan de la frase
estática o bien la convierten en tal?
Proust da una enseñanza a toda la
historiografía, y sobre todo a la fran-
cesa que culmina en Foucault, autor
de textos que ya están devorados por
el flujo de la memoria y el olvido,
intentando desbordarla para dirigirse
a un lector que descubre el intento
de fusionar tiempo y escritura, de
escribir el tiempo que de algún modo
es refutarlo. Porque esa fusión implica
restituir al hombre en la naturaleza,
tema real del riesgo de este tipo de
acceso a la memoria. Ése es también
el tema íntimo e interno de la litera-
tura de Borges, pero él lo resuelve con
otra escritura que simula ser limpia y
clara; lo consigue.
Borges y Proust son dos maestros de
historiadores. En sus obras se disuelve
el yo para dar lugar a una gran coreo-
grafía entre tiempo y lenguaje, en el
que se encuentran y desencuentran. Y
luego el lector, que siente la felicidad
ante el logro de esa fusión, se ve rozado
por una literatura que se hace nece-
saria al capturar al tiempo y el tiempo
se hace necesario al provocar la forma
más quebradiza posible de una escri-
tura que, sin embargo, no termina por
disolverse en la temporalidad.
Esa dialéctica, de disolución y emer-
gencia sobre el tiempo, es también el
drama de la escritura del perito cali-
gráfico. En Proust no hay peritos,
pero de algún modo el yo, que nunca
se comprueba, es un yo también
partidario del capitán Dreyfus. Sin
embargo para Zola es fácil la idea
del yo, por eso tenemos en esta rela-
ción Zola-Proust, dos literaturas,
dos posiciones del perito caligráfico,
dos formas yoicas y dos formas de
la memoria totalmente incompati-
bles, donde la novela se convierte en
expansión del artículo Yo acuso apare-
cido en el periódico.
Hoy vivimos una política degradada,
no hay acusaciones que tengan el fuerte
sello del Yo acuso, porque en Argentina,
como en otros países, se piensa que los
problemas políticos no tienen ninguna
relación con la pregunta sobre cómo
escribir la historia. En consecuencia,
la historia se nos presenta como narra-
ción de un autor, de un personaje, que
cree que la historia no le atañe. Este
punto nos lleva al modo en que Marx
se convierte en historiador, no sólo
en el 18 Brumario, sino en El capital
donde señala y aísla la idea de que la
historia también habla de aquellos que
dicen ser indiferentes a sus hechos. Este
gesto de desafectación lo puede ejercer
un individuo o también un colectivo
social. “De ustedes la historia está
escrita”, esta frase de Marx va dedi-
cada a los alemanes, a quienes supone
riéndose de El capital como libro de
historia, creyendo que anuncia un
horizonte nefando que los alcanzaría.
El marxismo es, finalmente y desde el
punto de vista histórico, la inminencia
del estallido de una teoría en nombre
de casos de la historia. El príncipe de
Maquiavelo es un libro enteramente
de casos, ejemplificador, en el que se
sostiene la tesis de que los hombres
hacenlahistoriay,engeneral,larealizan
bajo formas abominables que hay que
elogiar. Esta paradoja de Maquiavelo
nos lleva a una paradoja mayor; a
preguntarnos si él creía efectivamente
lo que escribía, o si sólo lo escribía por
sentirse frente a una obligación que
rebasaba su agrado o desagrado.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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166
Volviendo a Marx, en su obra encon-
tramos un despliegue histórico en
ciertos capítulos, y en otros la teoría
de la reproducción de un signo, al
que llama mercancía. Signo que
los alemanes desestimaban dado su
contexto histórico en el cual el capi-
talismo no había llegado a asentarse
definitivamente.
“De ustedes habla la historia”. La frase
apunta, en primer lugar, a una ética de
la responsabilidad, a un hacerse cargo
de que el capitalismo va a llegar. Pero
qué diríamos los hombres del presente
ante el “de fabula narratur”, a quién se
lo diríamos, qué les está por llegar a los
argentinos en la historia del presente.
Marx nos habla de sustituciones. Lo que
debería ser en la escala de los hombres
diáfano, es sustituido por algo malo, por
un fetiche. La mercancía es ese fetiche:
es el Mal, y esa proposición lleva sus
alcances a una historia de la escala de
la humanidad, y funda lo que tantos
vieron como el humanismo marxista.
Ahora bien, “de fabula narratur” está
dirigido a aquellos incautos que creen
que no serán alcanzados por el Mal.
Emile Zola
167
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En la escritura de la historia hay
una suerte de vaticinio, que está en
los escritos de los grandes historia-
dores, Ranke o Michelet, y que en el
segundo aparece bajo una pregunta
muy profunda: ¿es posible que los
hombres contemporáneos vivan algo
parecido a lo que vivieron los del
pasado? Podemos concebir que los
hombres del pasado nos arrojan una
piedra con un mensaje de salvación:
“compréndannos porque si no, no
van a poder imaginar su verdadera
vida; no somos meros objetos calcifi-
cados de la historia”. Michelet dice:
“Podré escribir la historia si al pasar
frente a esta abadía del siglo XII puedo
sentir yo mismo lo que sentían los
parroquianos, ese sentimiento que
llevaba a los campesinos a obedecer las
campanas de la iglesia”. ¿Acaso no es
un acto de desesperación ese intento?
De ahí viene una escritura que necesita
muñirse de los instrumentos simbó-
licos necesarios para sostener que no
sería digno escribir sobre aquellos
hombres, si no se sintiera lo que ellos
sintieron. A lo que inmediatamente
puede responderse que haría mejor
la historia un marxista más primario
o elemental. No podemos abocarnos
al sentimiento de hombres de otras
épocas, imposible de reconstruir, sino
ver las fuerzas productivas y el modo
en que engloba lo que después se
llamó el contexto histórico social. Si
intentáramos sentir lo que sintieron
los hombres del pasado, quedaríamos
detenidos en devaneos que nos llevaría
años resolver, sin poder extraer de ellos
ningún tipo de escritura.
Lo historiadores argentinos, de algún
modo, acataron ese sentimiento de
Michelet y llamaron a eso, siguiendo
a la historiografía francesa, “histo-
riar las mentalidades”. La historia
de las mentalidades es una historia
de larga duración, cambia sobre
mojones que resisten cambiar. Este
tipo de escritura lleva la historia a
la ficción, pues también este tipo de
historia ya provenía de la ficción,
concretamente de la idea del tiempo
perdido y recobrado de Proust, y es
allí donde se introduce un problema
narrativo fundamental. ¿Tenemos
derecho a hacer ficción de la historia,
o es preferible hacer una ficción
oculta? Creo que ése es el partido que
toma Groussac con su libro sobre
Liniers, quien termina diciendo “yo
soy Liniers”, aunque lo haga oculta-
mente. Sin embargo nos hace creer
la existencia de cierta vivacidad en
los documentos, que lleva a postular
que la sentimentalidad política de los
hombres de principios del siglo XIX
es muy similar a la de los hombres
de principios del siglo XX. Pero
si dijéramos que cada año aparece
una sentimentalidad diferente, que
cada diez años o menos emerge una
nueva subjetividad, que cada nuevo
invento de Bill Gates, o nueva forma
de relacionarse por Internet daría
como fruto una nueva subjetividad,
como en los últimos años se sostiene,
estaríamos frente a una humanidad
mucho más interesante, que a partir
de cada adelanto tecnológico produce
una nueva subjetividad. ¿Pero más
interesante realmente?
Me temo que las cosas no sean exac-
tamente así. Hay un núcleo de hipó-
tesis de sentimentalidad que atraviesa
los medios de producción, las innova-
ciones tecnológicas y que, sin ser ente-
ramente calcáreo, mantiene ciertas
resistencias frente al cambio. Ésa
es la gran hipótesis de Lévi-Strauss,
quien incluso exagerando, dice que
el pensamiento es como una piedra
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168
en su relación con el tiempo, es decir:
siempre se piensa lo mismo y se esta-
blece el mismo arte combinatorio.
Leemos en el Liniers de Groussac el
capítulo de la negociación del marqués
de Sassenay, el hombre enviado por
Napoleón a la ciudad que en esa época era
reconocida como una factoría dominada
por la elite mercantil contrabandista. A
esa factoría llega el marqués de Sassenay
a hablar con Liniers que permanece en
el Fuerte, y que
sabe que debe reci-
birlo dado que fue
él mismo quien
escribió una carta
de su puño y letra
a Napoleón, infor-
mándole que era
un francés quien
estaba gobernando
el Río de la Plata
luego de haber
triunfado contra
los ingleses. Pero
ya se habían enra-
recido las cosas,
Liniers no está
seguro de recibirlo
y lo trata fríamente.
Groussac cree que
su problema en la
vida intelectual argentina, al verse como
un extranjero al frente de la Biblioteca
Nacional, es igual que el de Liniers. Cree
que tiene que pensar, llegar a experimentar
en carne propia, lo mismo que Liniers
sintió aquella noche ante la llegada del
enviado de Napoleón.
“De fabula narratur” es suponer
que hay momentos de la conciencia
humana, de la conciencia colectiva
y social, que permiten una idea del
tiempo que puede ser entendida,
en su lento y trabajoso andar, afir-
mando que los hombres no dejan
de parecerse entre época y época. Es
posible entonces un Marx vaticinante,
en tanto no era posible ser Marx sin
dejar deslizar la idea de que había una
historia resuelta al final del camino.
Es imposible desentenderse de que
toda historia escrita no puede dejar
de hablar de la conciencia crítica de
cualquier forma de la humanidad.
Los libros de historia, si no precisan
esto, son sólo libros menores. Cuando
un escritor que no es novelista toma
categorías de la novela, de la narración
teatral o la ficción, se abren diversas
entradas al tema. Una es el acompa-
ñamiento a pie de página, con cierta
pretensión de brillo literario, sobre
un tema del cual la literatura es mera
anexión u ornamentación, colocada
desde fuera del problema. Esto es lo
que actualmente ocurre respecto a la
escritura historiográfica académica.
Otra de las vías posibles para establecer
la relación entre ficción e historia es
el ingenio, la invención de palabras
que vienen a suplantar conceptos
ya instalados, como lo hace el histo-
riador Alain Rouquié, que en lugar de
nombrar a una oligarquía terrateniente
agro-exportadora, los llama los “baron
beef”, o barones del bife.
En el caso de Marx con Shakespeare, no
es fácil saber si se trata de meros aderezos
de pie de página, o si intervienen revul-
sivamente al interior de la teoría. Está
muy presente en Shakespeare la idea del
hombre dramático, de la locura y de que
la historia ya está escrita pero en líneas
secretas. ¿Por qué seguimos leyendo
Macbeth o Hamlet? Porque de algún
modo, no les hicimos caso a los necios
quecreenquelosgrandestextosnoestán
escritos para ellos, es decir, aquellos que
no leen de verdad. Una de las grandes
hipótesis de lectura de Martínez Estrada
es que se puede leer de muchas maneras,
Una de las grandes hipótesis
de lectura de Martínez Estrada
es que se puede leer de muchas
maneras, pero quien lee los
grandes textos sin revolcarse
en el suelo, sin que le pase
nada como si se tratase de la
reproducción de momentos
arcaicos ya inviables, si alguien
al leer no siente lo invariante,
el hecho de que los problemas
no han cambiado, es un
necio y no está leyendo. Este
tipo de autores que intentan
introducir nuevos conceptos
de lectura, de relación con
grandes fórmulas narrativas de
carácter “eterno” pueden ser
tratados como locos.
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Imágenes y memoria
pero quien lee los grandes textos sin
revolcarse en el suelo, sin que le pase
nada como si se tratase de la reproduc-
ción de momentos arcaicos ya inviables,
si alguien al leer no siente lo invariante,
el hecho de que los problemas no han
cambiado, es un necio y no está leyendo.
Este tipo de autores que intentan intro-
ducir nuevos conceptos de lectura, de
relación con grandes fórmulas narrativas
de carácter “eterno” pueden ser tratados
como locos.
Marx toma la idea del viejo topo apare-
cida en Hamlet, en el momento en que
aparece el rey, y Hamlet hijo le dice:
“Hascavadobien,viejotopo”.Marx,sin
mencionar que es de Hamlet, termina el
18 Brumario diciendo que la revolución
es el viejo topo, y que finalmente se va a
aclarar esta historia, tan parecida a una
pesadilla, en la que los muertos hablan
por los vivos, las personas se creen
romanas en lugar de francesas, todo está
mal; todo ocurre en términos de una
sustitución. La pesadilla acabará cuando
los hombres pongan la historia sobre sus
manos y digan: “Ésta es mi verdadera
historia, basta de fantasmas”; y en ese
momento, los hombres podrán hablar
como el padre de Hamlet, “has hozado
bien, viejo topo, has hecho bien tu
tarea subterránea”; hasta que podamos
ver la luz, deberemos cruzar el mundo
de pesadillas para, de una vez, tener la
historia en nuestras manos. ¿Ésta es sólo
una metáfora que acompaña la teoría?
El modo en que el mundo metafórico
ingresa al mundo real, y la forma en que
las palabras escapan a nuestro control,
es un problema que aparece al leer los Horacio González
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Imágenes y memoria
170
diarios, al leer historia, en cualquier
conversación de amigos. No existe otra
manera de conversación que ésta, sucia,
en la que el viejo topo actúa permanen-
temente hasta que alguna vez –parafra-
seamos a Marx–, podamos vaticinar
el momento en que los hombres por
fin se detendrán a ver lo que hicieron,
momento terrible en el cual dejarán de
hacer falta los historiadores.
La idea del viejo topo es la idea de una
promesa, de que todo lo que ocurre es
pesadilla: “La historia no es más que
una pesadilla en la que los muertos no
hacen más que ocupar la conciencia de
los vivos”, pero al mismo tiempo, al
tener que explicar qué es lo que hacen
los muertos, el 18 Brumario es un libro
de historia de la humanidad, el libro
que indica el modo en que el pasado
interviene siempre.
Cuando Groussac afirmaba que, en su
época, imaginaba salir a la calle con el
capote de Liniers, estaba señalando el
modo en que los hechos se repiten a
lo largo de la historia, y la necesidad
de romper con dicha recurrencia. En
historia, las categorías están estili-
zadas, los hombres pasan a pertenecer
a categorías históricas, por lo tanto ni
siquiera precisamos imaginar entera-
mente su vida.
Por último, la forma de escritura de
la historia que nos queda nombrar, es
la de la hipóstasis, aquella que cosifica
los hechos históricos y los coloca en
un molde equivocado. La hipóstasis
es una figura del cristianismo, apare-
cida en Plotino para interpretar los
tres rostros del misterio, Dios padre,
Hijo, y el Espíritu Santo; al igual que
la Sagrada Trinidad de la Revolución
Francesa: libertad, igualdad, frater-
nidad. Muchos hombres discutieron
con vistas a discernir cuál de las tres
es la verdadera, la que incluye a las
otras dos, pero Plotino nos dice que
no debemos elegir ninguna dado que
las tres son una unidad inseparable.
En la idea de hipóstasis remitida al
mundo laico, se da bajo otro rostro el
mismo problema: la indagación si sobre
la base de una invariante las figuras son
mutables, o si precisamos siempre, en el
pensamiento crítico que las figuras, a la
manera de Plotino (Dios padre, Hijo y
Espíritu Santo), vayan mutando, repre-
senten funciones diferentes siendo, sin
embargo, una la manifestación de la
otra, aunque nunca enteramente.
En el Facundo se presenta una trinidad
hecha sobre la base de la hipóstasis.
Dicho en términos de la filosofía exis-
tencial, yo soy el otro respecto de aquél
problema del cual no puedo hacerme
el zonzo. Facundo comienza diciendo
que va a hablar de Rosas, aunque
después no se dedique tanto a Rosas.
Más bien lo enfrenta desde el propio
Facundo. Sarmiento finge admitir que
lo que escribió carece de rigor cien-
tífico, y tiene la prudencia de pedir
perdón y explicar que su escritura fue
rápida por estar inserta en una época
de lucha política con Rosas, y que más
adelante, cuando el libro sea olvidado,
se dedicará a corregir e introducir las
estadísticas de rigor. No pensaba real-
mente así, pues dice todo esto para
defender sus hipóstasis, un elemento
limítrofe de la escritura histórica.
Entonces, la tercera figura de la hipós-
tasis es el Doctor Francia, ministro
de Paraguay. El primer capítulo va de
Facundo a Rosas, y luego de Rosas
al Doctor Francia, una figura que es
presentada por Sarmiento como un
personaje siniestro, aquel que cerraba la
tríada que, en lugar de estar conformada
por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo,
se componía por Facundo, Rosas, y el
mencionado Doctor Francia.
171
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Imágenes y memoria
Uno va y viene del Facundo porque
presenta el mismo misterio o compli-
cación que la religión cristiana. No
sabemos si nos habla de Facundo,
de Rosas, o del Doctor Francia, los
tres “fanáticos” del período de la
Independencia. Para Sarmiento, dicha
época, requería de una gran escritura
que mostrara de qué modo el Mal
estaba presente en todos lados, y que
cada uno de ellos era el rostro del otro.
Años después, poco antes de la muerte
de Sarmiento, Alberdi, con quien
por momento se odiaban, introdu-
cirá el cuarto elemento. Le dirá: “El
Facundo es usted, el título del libro
debió llamarse Faustino, no hace más
que escribir sobre usted porque es un
déspota, un unitario que quiere apode-
rarse de las provincias y es un asesino
por que mató a Chacho Peñaloza”.
Luego de decirle todo esto, podemos
pensar que es como si señala explícita-
mente: “Usted es la cuarta figura”.
¿Acaso puede escribirse así la historia?
Un historiador diría que no, pero si
asumimos una diversidad de posi-
ciones éticas dentro de la escritura, no
se resuelve el problema de la historia
sin pasar por estos problemas. En
cierta reunión donde se encuen-
tran Sarmiento y Alberdi ya viejos,
Sarmiento toma la iniciativa, y dice:
“A mis brazos doctor Alberdi”.
(*) Conferencia brindada en el marco
del ciclo “Legados y porvenir: Argentina
en el Bicentenario”, organizado por la
Biblioteca Nacional durante el 2009.
La teoría del artificio no fue
escrita por nadie y quizás
todos escriben a su manera
esas teorías. Se trata, ni más
ni menos, que de la hipótesis de que la acción humana depende
de ella misma, es su propia autora y su propio rastro, su forma
y su fondo, su manifestación y su consecuencia; todo está en uno
y sin dejar otra constancia que la acción misma en su mero ser.
¿Pero si todo fuera eso? ¿Si todo fuera así? ¿Sólo habría energía
sin reflexión ni estilo? El mundo sería puro arrojo vital; nadie
podría volver sobre sus pasos para saber lo que ha sido, lo que
pudo ser, la diferencia entre lo ocurrido y lo que se esperaba. Por
eso, hay algo más. Está el artificio. Volver sobre la experiencia es
el artificio, la construcción luego de la materia bruta, la forma
de la creación que se asume y contempla, meditada o no. Y si
no lo es, igual se coloca como acto intencional que otro podrá
pensar. Los actos premeditados tienen mala fama, pero son la
esencia de la realidad y la cultura. Muchas veces surge la equi-
valencia del artificio con la artimaña, el disimulo o el ardid.
Pero la literatura y el pensamiento político viven de ellos, no
por lo que tienen de enredo, sino por lo que suponen de creación
incesante de realidades. Se crea sobre lo ya dado. Pero lo ya dado
quizás fue un antiguo artificio que logró engañarnos haciéndonos
creer que era espontánea vitalidad irredenta. Jorge Luis Borges y
Ezequiel Martínez Estrada, fueron quienes más provocaron las
fuerzas del artificio con la potencialidad del vivir sin nombre,
Artificios:
lengua y ciudad
la pura fuerza del destino. Ambos pensaron situaciones únicas
y maravillosas, capturadas por los signos y mecanismos de las
culturas. Signos a veces terroríficos, como en Borges, o despó-
ticos, como en Martínez Estrada. Borges lo hizo para saludar
con ironía estos mecanismos y convertirlos en un juego más de las
posibilidades de la existencia. Martínez Estrada buscó llamar la
atención respecto del hecho de que en los artificios las existencias
naufragaban. Pero entre ambas posibilidades se sigue jugando
hoy la apuesta de los pensamientos que quieran transformar las
cosas trasformándose a sí mismos.
En esta sección presentamos un conjunto de elaboraciones sobre los
dos grandes artificios de la creación humana: la lengua y la ciudad.
Martín Prieto reflexiona sobre la relación de la poesía con el pero-
nismo y lo hace recurriendo a dos nombres que, en opciones ideoló-
gicas diferentes, vieron atravesada su obra por el rumor de la calle:
Lamborghini y Fernández Moreno.
Ángela Di Tullio interviene en la polémica sobre la lengua de los
argentinos retomando los encendidos debates que antagonizaron
respecto al carácter de lo que puede considerarse como materia
prima de la nación.
Pablo Sztulwark y Juan Molina y Vedia piensan la ciudad como
espacio fundamental de la convivencia colectiva que, sometido a
las variaciones del vértigo de le época, reclama nuevos modos de
ser habitado.
Lengua y ciudad, entonces, como los artificios legados y las ficciones
por venir.
174
Poesía y peronismo:
un episodio en la historia
de la literatura argentina(*)
Por Martín Prieto
Los acontecimientos políticos suelen modificar las
percepciones y las sensibilidades culturales de su
época. Sin embargo, la emergencia del peronismo
en la década del 40, no logró conmover, hasta años
más tarde, las expresiones estéticas en el campo de
la poesía. Quizá por tratarse de un fenómeno de
difícil inteligibilidad inmediata, reacio a las grillas
clasificatorias, o bien por la perplejidad frente a tal
conmoción, la literatura no pudo volverse rápida-
mente permeable a las transformaciones en curso.
No se trata de la presencia, evidente, del fenómeno
político peronista en el ambiente cultural de aquel
entonces. Existía sí, como sabemos, una polariza-
ción que alineaba a uno y otro lado, distribuyendo
posiciones en la escena. Sin embargo, apologetas y
detractores permanecían indiferentes por cuanto
más allá de sus referencias temáticas, las formas
y la materia poética no se veían cuestionadas en
sus modos por la aparición del mundo plebeyo,
aunque incorporase su habla en el canon poético.
Bajo estas intuiciones, Martín Prieto recoge las
discusiones de las distintas corrientes de la poesía
del período, encontrando en ellas núcleos inva-
riantes (la idea respecto a su función, las métricas
y los estilos) que no cedían al llamado de otras
formas expresivas. César Fernández Moreno y
Leónidas Lamborghini, a uno y otro lado ideo-
lógico, dan cuenta de una mutación política y
social produciendo una experimentación radical
en el carácter poético argentino.
175
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Artificios: lengua y ciudad
A mediados de los años 50 surge en
América Latina un movimiento de
poetas sin manifiestos, revistas, lide-
razgos evidentes y, ni siquiera, un
nombre común: antipoetas, existen-
ciales, circunstanciales, coloquiales,
fueron algunas de las maneras en las
que se designó a sus integrantes y por
extensión a sus obras. Los más desta-
cados: el chileno Nicanor Parra, el
uruguayo Mario Benedetti, el nicara-
güense Ernesto Cardenal, los argen-
tinos César Fernández Moreno y
Leónidas Lamborghini. Pero esa poesía
antipoética, circunstancial, histórica,
se cruza en Argentina con una circuns-
tancia extraordinaria y nacional: el
peronismo. Por cierto, ya en los años
40, ya fuera por adhesión o rechazo,
se escribió y publicó en la Argentina
abundante obra poética peronista –o
antiperonista– pero siempre según
las convenciones poéticas (enveje-
cidas casi inmediatamente de haber
sido formuladas) del neorromanti-
cismo y otras formulaciones tibias y
no desestabilizantes de ese modelo.
De esta manera, el fervor peronista
de José María Castiñeiras de Dios,
por ejemplo, es formalmente tan
anacrónico y políticamente tan inútil
como el fervor antiperonista de Silvina
Ocampo: ninguno logra dar cuenta,
en términos formales, de esa novedad,
de esa revolución que el peronismo
estaba significando en las estructuras
sociales, económicas, políticas y cultu-
rales de la Nación. La particularidad
de los “antipoetas” argentinos es que,
más allá de sus adhesiones políticas
–que además son fuertes: el peronismo
de Lamborghini, el antiperonismo de
FernándezMoreno–lograndarcuenta,
formalmente hablando, en Argentino
hasta la muerte y en El solicitante
descolocado, de esa novedad política,
social, económica y cultural, produ-
ciendo una fusión fugaz, o una ilusión
de esa fusión, entre las series política y
literaria: como si el siglo XIX sucediera
otra vez.
Cuando crucé unos correos con Sergio
Pastormerlo sobre esta misma exposi-
ción, de la que leí una versión preli-
minar en un congreso en La Plata, él
me planteó sus expectativas en relación
con el trabajo que, esperaba él, pudiera
serles útil a los alumnos de la carrera de
Letras–yamuchosprofesorestambién,
agrego yo– y a los lectores en general,
que estudian, sin fisuras ni cuestiona-
mientos, el relato de Pierre Bourdieu
acerca del “proceso de autonomización
literaria” y se imaginan que eso es algo
que avanza incontinenti hasta quién
sabe qué alturas. Dice Pastormerlo:
“una especie de escalera al cielo de la
literatura pura”. Espero no defraudar
las expectativas de Sergio, a quien
dedico esta exposición.
La poesía argentina después de
las vanguardias. Los cuarentistas
apostrofan la poesía martinfierrista
como ultramarina y son apostro-
fados como reaccionarios. Silvina
Ocampo ve morir ciudadanos triste-
mente asesinados por la policía
En primer lugar, para ir entrando
en materia, habría que hacer algunas
precisiones, así sea sucintas, en rela-
ción con la historia de la poesía argen-
tina después de las vanguardias. Y en
el primer lugar de ese primer lugar,
a la reacción contra-vanguardista de
los años 40, la de los poetas naciona-
listas y elegíacos que le reclamaban al
martinfierrismo haber sido demasiado
sensible a lo que ellos llamaban la retó-
rica “ultramarina”.
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Artificios: lengua y ciudad
176
Y a esa “retórica ultramarina” de
los vanguardistas, los cuarentistas
opusieron una poesía de temática
nacional, interiorista y, sobre todo,
seria, frente al humorismo, el sarcasmo
y la polémica, que eran algunas de
las notas destacadas del martinfie-
rrismo. Fueron, como señaló Luis
Soler Cañas, “los jóvenes serios” (una
autocalificación parecida a la que unos
años después haría Juan José Sebreli
en relación con los contornistas) y esa
seriedad, en los cuarentistas, se mani-
festó tanto en el “tono” de sus poemas
(preponderantemente elegíaco), como
en su forma y prosodia, dejando
de lado la experimentación con la
metáfora de los martinfierristas (y
volviendo a la más apocada compa-
ración) y también la experimentación
con los versos libres o blancos, que
atraviesa un período importante de
la poesía argentina, desde el Lugones
del Lunario sentimental de 1909 hasta
Oliverio Girondo, para abrevar, otra
vez, en las formas fijas y en los metros
tradicionales, sobre todo el endecasí-
labo y el octosílabo.
En el prólogo a la primera gran anto-
logía poética grupal, realizada sobre el
filo de la década, David Martínez apos-
trofó a cada uno de los poetas seleccio-
nados con notas que se proyectaron
sobre toda la generación: elegíaca,
pura de forma y fondo, sobria y conte-
nida, habitada de un mundo de suges-
tivos pretéritos. Unos años después,
los poetas de Poesía Buenos Aires, no
tardarán en ponerle un nombre polí-
tico a los cuarentistas, que también los
califica estéticamente: reaccionarios.
Y tal vez el “emblema” de ese reac-
cionarismo político y estético de los
cuarentistas lo podamos encontrar en
la obra poética de Silvina Ocampo,
compuesta casi exclusivamente por
cuartetas endecasílabas pareadas o
abrazadas y algunos sonetos, práctica-
mente exenta de riesgos formales, que
echa mano a un vocabulario muchasMartín Prieto
177
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veces lujoso, pero de una suntuosidad
ya comprobadamente poética desde
el Modernismo, y cuyos temas son
los comunes a la poesía de la época:
evocaciones de la infancia perdida,
himnos a la patria, y la Antigüedad
como fuente de inspiración, o como
pretexto. En noviembre de 1945, en
una revista titulada Antinazi, Ocampo
publicó un singular poema llamado
“Esta primavera de 1945, en Buenos
Aires”, cuya evidente referencia es la
revolución del 17 de octubre de 1945.
Desaparecen entonces la abstracción
y el irrealismo –“Vi morir a ciuda-
danos tristemente, / asesinados por
la policía”–, y cae la máscara neutral,
apolítica, que también fue señalada
como una marca generacional: “¡Oh,
desolada confusión del día / que ha
transformado en odio la armonía / de
un territorio plácido y profundo!”.
Pero tal vez lo más importante sea la
inadecuación entre el asunto tratado
–“la turba histérica” que avanzaba
hacia la Casa Rosada–, y el vocabulario
elegido por Ocampo: “esa triste gente
/ que escribía palabras en la acera”,
además de una especie de inversión
retórica y política que es otorgarles,
en el poema, nobleza humana a los
animales (los caballos inocentes)
mientras que, “por afuera”, el discurso
propiamente político, le daba, al revés,
condición animal al nuevo sujeto polí-
tico peronista, según se desprende de
la campaña partidaria de la Unión
Democrática de 1946, en la que, como
señala Andrés Avellaneda en El habla
de la ideología, se cristaliza la oposi-
ción entre un signo positivo, el de la
cultura entendida como inteligencia,
evolución y armonía, y uno negativo,
el de la no-cultura, representada por
el instinto, lo primitivo y, directa-
mente, lo animal. Américo Ghioldi,
citado por Avellaneda, describe las dos
facciones políticas en pugna: de un
lado, la vitalidad primitiva, la fuerza
toda del primitivo que es lo próximo
o lo cercano al animal (ellos) y del otro
el ideal de cultura, los progresos de la
inteligencia, la presencia del libro, los
movimientos esclarecidos, las acciones
dirigidas por el juicio y el pensamiento
(nosotros).
Los cuarentistas, como señaló el crítico
Carlos R. Giordano, sintieron aguda-
mente la extrema gravedad de la época,
pero no entendieron los términos del
problema.
Mi hipótesis es que tampoco los enten-
dieron los poetas cronológicamente
sucesivos, es decir, los invencionistas y
los surrealistas.
Los invencionistas. La neurosis del
historiador. Edgar Bayley, en la línea
de Echeverria y Mitre, pero mejor.
Los poetas del espíritu nuevo. La
elecciónobjetiva,elcorrelatoobjetivo
y la melancolía de Flaubert. Mayor
fuerza reactiva que propositiva
El invencionismo argentino afinca,
sobre todo, en la revista Poesía Buenos
Aires, una publicación, podríamos
decir así, programáticamente progra-
mática, en la que no había número que
no tuviera, sobre todo en la forma de
editoriales, o notas liminares, algún
texto en el que se explicitara cuál era
la novedad que la revista venía a signi-
ficar en el mapa de la poesía argentina,
menos en dimensión “histórica” que
esencialista y radical. No qué debe
ser la poesía “hoy” –y ojo, ese hoy era
extremadamente atractivo en términos
ideológicos, políticos, culturales y aun:
vitales– sino, directamente, qué es la
poesía y qué es un poeta en notas que
remiten de modo implícito a las que
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Artificios: lengua y ciudad
178
fue construyendo la tradición román-
tica y simbolista, la del poeta como “un
pequeño dios” que encuentra su origen
en la teoría romántico-simbolista de
las correspondencias verticales, entre
el cielo y la tierra, las corresponden-
cias baudelerianas que sólo pueden ser
“interceptadas” por un poeta que, de
este modo, no es un ser enteramente
terrestre(recordemoslaimagenextraor-
dinaria del albatros de Baudelaire:
divino en el cielo y en el suelo cómico,
ridiculizado por cualquiera).
Recién en el número 13-14, de 1953,
Poesía Buenos Aires, al presentar un
“panorama de la nueva poesía argen-
tina”, acompaña la muestra con un
texto que tiene, finalmente, el valor de
un manifiesto, o por lo menos el valor
histórico de un manifiesto o, mejor dicho,
el valor que un historiador espera que
tenga un mani-
fiesto, en tanto
cumpla con
ese esquema
imaginario de
vínculos verti-
cales y hori-
zontales que
permitan no
sólo su ubica-
ción neurótica,
por parte del
historiador,
sino, a partir
de allí, el deve-
lamiento de ese “valor” que la nueva
agrupación de poetas viene a imponer
a un estado de poesía determinado.
Creo que en este “cambio” entre los
manifiestos esencialistas del 50 y el
manifiesto programático del 53 es decisiva
la presencia de Edgar Bayley, posible-
mente uno de los máximos teóricos de
poesía que tuvo la Argentina, tal vez
el único. Estoy pensando en su libro
Realidad interna y función de la poesía,
que publicó en Rosario en la Editorial
Vigil a principios de los 60 y que cumple
con ser la primera manifestación argen-
tina de un poeta y crítico a la vez, de
un poeta no solamente “inspirado” sino
también vigilante de la tradición y de su
propia obra. Posiblemente algunas de las
reflexiones de Esteban Echeverría, acerca
de cómo debía ser la poesía nacional, y
el “Prólogo” a las Rimas de Bartolomé
Mitre, en la cual su autor polemiza con
la idea de la función utilitaria de la poesía
defendida por Sarmiento en los Viajes
sean los antecedentes nacionales de esta
intervención de Bayley. Aunque ni en
Echeverría ni en Mitre anidara el espíritu
crítico que sí puede leerse en Bailey y que
tiene ese doble alcance: hacia fuera, en
tanto es un testigo crítico del “estado”
de la poesía histórica y contemporánea,
y hacia adentro en tanto todo poeta es,
a su vez, su primer crítico.
Entonces, la figura de Bayley es deter-
minante en esta nueva configuración
programática de Poesía Buenos Aires.
Y es esa “función crítica” la que actúa
como una criba y propone un corte
radical en ese panorama, en ese índice
de la poesía argentina contempo-
ránea, que no es inclusivo y que, al
revés, como en el martinfierrismo o
en el contornismo, se arma a partir
de oposiciones. En primer lugar,
contra la generación del 40, la gene-
ración precedente, a la que llama, sin
medias tintas, “reaccionaria”, y, direc-
tamente, no la reconoce “dentro de
los dominios de la poesía” por, entre
otras cosas, el uso de “formas retóricas
clásicas concebidas apriorísticamente,
es decir, como ejercitación verbal”,
lo que, según Aguirre y Espiro,
supone una “actitud superficial” y un
“artificioso retorno a épocas donde
estas formas eran expresión natural
En definitiva lo que define a un
poeta no es su sensación parti-
cular (porque todos tenemos
miedo, todos estamos o estuvimos
o estaremos solos, todos sentimos
alguna vez la desesperante melan-
colía del amor no correspondido),
sino el modo en que es capaz de
convertir esa sensación o expe-
riencia común a todos, en un
objetoparticularenelquedespués
los lectores son capaces de “reco-
nocer” su propia experiencia.
179
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Artificios: lengua y ciudad
y legítima”. Pero también, en esa
impugnación, caen los poetas reunidos
en el grupo MADI, a quienes los une
con Poesía Buenos Aires la idea de una
poesía como una “proposición inven-
tada” que rechace “toda injerencia de
los fenómenos de expresión, represen-
tación y significación”. Es decir una
poesía no expresiva, no representativa
ni significativa. Para Poesía Buenos
Aires ésta es una poesía “en estado de
teoría, del mayor interés”. Pero los
poemas MADI son, en cambio, un
fracaso, en tanto “se limitan a presen-
tarnos una sucesión –en el mejor de
los casos ordenada– de imágenes, pala-
bras, conceptos inventados, y nada
más”. Y también cae en la volteada
invencionista el proyecto surrealista
al que le cabe, como a los MADI, un
reconocimiento “por la contribución
al esclarecimiento de la conciencia
poética”, pero una acusación limita-
toria: “favorecer, en nombre del auto-
matismo, el absurdo, la vacuidad, la
nulidad de la expresión”.
Hechas las impugnaciones, queda,
finalmente, el programa de la revista,
al que los autores titulan “Poetas del
espíritu nuevo”, citando implícita-
mente el título de una conferencia
del francés Guillaume Apollinaire,
“El espíritu nuevo y los poetas”, de
1917, poniendo de este modo en el
centro de la escena a un poeta emble-
mático de la vanguardia europea,
significativamente soslayado por los
vanguardistas argentinos del 22.
La idea de “invención” de Bayley se
apoya en una frase de Apollinaire del
prólogo a Las tetas de Tiresias, de 1917,
donde Apollinaire dice: “Cuando el
hombre ha querido imitar la marcha,
creó la rueda, que no se parece en nada
a una pierna”. Es decir, hay una nece-
sidad interior (la marcha, en este caso)
que el poema viene a satisfacer, pero
el producto o eso con que se satisface
esa necesidad interior (la rueda) no se
parece en nada (salvo en que “anda”)
a lo que habitualmente satisface esa
necesidad. El concepto de “elección
objetiva” que utiliza Bayley para
describir esa idea de invención, no
puede sino recordarnos al de “correlato
objetivo”, de T. S. Eliot, cuando Eliot
dice que un poema no es “la emoción
en sí misma” que le da lugar sino un
grupo de palabras que aproximada-
mente pueden producir en el lector una
emoción lo más parecida posible a esa
que le dio origen al poema. Digamos:
la melancolía de Flaubert, convertida
en un enorme aparato retórico que se
llama La educación sentimental al final
del cual el lector se vincula emocio-
nalmente con el autor a través de esa
misma “sensación” y no entonces la
poesía sentimental, confesional, refe-
rencial de los estados de ánimo (estoy
solo, te quiero, tengo miedo). Porque,
en definitiva lo que define a un poeta
no es su sensación particular (porque
todos tenemos miedo, todos estamos
o estuvimos o estaremos solos, todos
sentimos alguna vez la desesperante
melancolía del amor no correspon-
dido), sino el modo en que es capaz de
convertir esa sensación o experiencia
común a todos, en un objeto particular
enelquedespuésloslectoressoncapaces
de “reconocer” su propia experiencia.
Volviendo al invencionismo, Poesía
Buenos Aires se declara heredera directa
de otro movimiento de vanguardia
que había pasado desapercibido en
Argentina: el creacionismo del chileno
Vicente Huidobro. Así como el inven-
cionismo habla del “poema inven-
tado”, el creacionismo define al “poema
creado”comounpoema“enelquecada
parte constitutiva y todo el conjunto
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180
presentan un hecho nuevo, indepen-
diente del mundo externo, desligado
de toda otra realidad que él mismo”,
y para el que “la poesía no debe imitar
los aspectos de las cosas, sino seguir las
leyes constructivas que constituyen su
esencia y que les confiere la indepen-
dencia de todo lo que es”.
De este modo, y apoyándose en esa
tradición, el invencionismo pretende
introducir –ya veremos si lo consigue–
un giro retórico en
la poesía argentina,
reemplazando la
metáfora por la
imagen. ¿Por qué?
Porque la metáfora
responde, por más
alejados que estén
sus polos, a un tipo
de relación entre
uno y otro, que
es el que la metá-
fora viene precisa-
mente a develar. En
términos composi-
tivos, “tus cabellos
de oro”, que ya es
un clisé, no es dife-
rente al “hombre
que se crucifica al
abrir de par en par
una ventana”, de
Girondo, en tanto
ambas son referen-
ciales y es posible
restablecer esos dos
términos reunidos
por el poeta en uno
solo, a partir de
eso en común que tienen ambos (el
color, en el pelo y en el oro, los brazos
abiertos en Cristo y en el señor que
abre la ventana). En algún punto una
metáfora sigue siendo una comparación
reducida a la que le faltan los nexos,
según esta secuencia: tus pelos tan
amarillos como el oro: tus pelos como
el oro, tus pelos de oro. La imagen, en
cambio, no responde a nada exterior y
es, exactamente, la figura propiciatoria
de la libertad absoluta, como ese verso
de Bayley que dice “la perla de las islas
favoritas”, que es una imagen, y no una
metáfora, en tanto no es una transcrip-
ción en palabras de algo preexistente, o
real anterior. Pero, si vemos el poema
completo nos encontramos con que esa
imagen no es lo absoluto del poema, sino
su fuga. El poema sigue, digamos así,
anclado en el mundo referencial: son
las ocho y media de la mañana de un
fin de semana (de este fin de semana)
llueve. Y la imagen abre un punto de
fuga. Yo creo que ése es el límite del
invencionismo, según podemos verlo
en la misma muestra que acompaña la
presentación de 1953 en los poemas de
Bayley, Raúl Gustavo Aguirre, Mario
Trejo, Alberto Vanasco.
Y esta comprobación avisa que el
programa de Poesía Buenos Aires tuvo
mayor fuerza reactiva –“contra los
supuestos formales de la poesía, contra
las maneras tenidas por prestigiosas,
contra las convenciones literarias”–
que propositiva porque, de hecho,
los poemas más representativamente
inventivos de Poesía Buenos Aires son,
en su ejecución, algo –o mucho–
menos que las demasiado exigentes
premisas en las que se apoyaban.
Una idea de la poesía común a (casi)
todos. Movimientos ascendentes y
descendentes.Untriángulodefuerzas
que –aparentemente– se repelen. El
prejuicio de lo sublime
Sin embargo, y más allá de la imposi-
ción, como decíamos, de un “valor”,
los invencionistas –y también los
Es que tanto los surrealistas
comolosinvencionistas,críticos
declarados y fervorosos de la
poética cuarentista, compar-
tieron sin embargo con ella una
idea de la poesía, aunque su
ejecución y su retórica fuesen
diferentes: sentimientos la
mayoría de las veces elevados,
temas esencialmente poéticos
también (el amor, la muerte, la
infinitud o la finitud, el desaso-
siego), una elección léxica
guiada por una poeticidad
anterior. En lugar de que una
palabra cualquiera, al formar
parte de un poema, se convierta
en poética, o, mejor dicho, en
vez de que un poema sea lo que
defina una condición poética
o la emergencia o manifesta-
ción de la poesía, son las pala-
bras, poéticas de antemano, las
que le otorgan a un poema su
condición. Esto es algo que se
ve en todos los movimientos
“descendentes” en poesía.
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surrealistas argentinos, compañeros
del invencionismo en su impugnación
a los neorrománticos de la genera-
ción del 40– tampoco dieron el paso
adelante que la época reclamaba en
cuanto a la renovación absoluta de un
repertorio de temas y por lo tanto de
diccionario y por lo tanto de una retó-
rica que fuera no digamos un “reflejo”
pero sí que tomara en cuenta la revo-
lución social, política y económica
que partió en dos la historia política,
social y económica de la República
Argentina a partir de, digamos, 1943,
o 1945, o 1947, y frente a la cual tanto
la obra de los cuarentistas como la de
los surrealistas e invencionistas parecía
ser inmune, como no lo fue ningún
otro cuerpo social del país.
Es que tanto los surrealistas como
los invencionistas, críticos declarados
y fervorosos de la poética cuaren-
tista, compartieron sin embargo con
ella una idea de la poesía, aunque su
ejecución y su retórica fuesen dife-
rentes: sentimientos la mayoría de las
veces elevados, temas esencialmente
poéticos también (el amor, la muerte,
la infinitud o la finitud, el desaso-
siego), una elección léxica guiada por
una poeticidad anterior. En lugar de
que una palabra cualquiera, al formar
parte de un poema, se convierta en
poética, o, mejor dicho, en vez de
que un poema sea lo que defina una
condición poética o la emergencia
o manifestación de la poesía, son las
palabras, poéticas de antemano, las
que le otorgan a un poema su condi-
ción. Esto es algo que se ve en todos
los movimientos “descendentes” en
poesía. El movimiento ascendente
otorga valor de palabra poética a lo que
está afuera del diccionario poético, y el
movimiento descendente, al revés, se
refugia en las palabras que ya tienen
valor poético. El Modernismo, por
ejemplo, amplía el diccionario: estan-
ques, cisnes, princesas, toros blancos,
nenúfares y todas las plantas acuá-
ticas que se puedan imaginar. Y el
posmodernismo (Enrique Banchs, por
caso) usa esas palabras que ya están
cubiertas de una pátina de poeticidad,
aunque es eso lo que, al revés, las hace
menos poéticas. Pasa igual con las
vanguardias, ya no con la vanguardia
argentina, sino con la vanguardia en
general de los años 10 y 20. El modo
en que la vanguardia amplía el diccio-
nario poético, a partir de esa especie
de proclama antirromántica que es
la vanguardia, y que puede sinteti-
zarse en eso que dice Apollinaire en
“El espíritu de lo nuevo”, en rela-
ción a que los poetas ya no son sola-
mente “los hombres de lo bello”, sino
también “los hombres de lo verda-
dero”, y lo verdadero, dice Apollinaire,
sucede tanto en la naturaleza como en
los hechos más simples (una mano
que registra un bolsillo, un fósforo
que se prende por frotación, el olor de
los jardines después de la lluvia). En
cualquier lado, dice Apollinaire, puede
emerger “un hecho juzgado sublime”.
Y esa ampliación del mundo poético
supone también una ampliación del
diccionario que en los vanguardistas es
sobre todo tecnológico: autos, aviones,
motores, electricidad. No es necesario
nombrar a todos los movimientos y
micromovimientos descendentes en
relación con las vanguardias históricas
a lo largo del siglo XX, entre ellos, el
surrealismo. Y ese es el reclamo que les
hacen los invencionistas a los surrea-
listas: que han cambiado un método
por un diccionario. El surrealismo es,
en su origen, un método de compo-
sición que en sus primeras manifes-
taciones da también un diccionario
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182
nuevo, una ampliación léxica, que
luego los surrealistas descendentes
convierten en fin.
Y ese concepto de lo descendente es lo
que reúne a ese triángulo de fuerzas que
en apariencia se repelen, que se arma entre
los años 40 y 50 en la poesía argentina:
cuarentistas, surrealistas e invencionistas.
Porque esa repulsión entre unas y otras
fuerzas no puede
ocultar lo que sin
embargo tienen en
común: el valor
que tienen para
todos las palabras
poéticas ya consa-
gradas como tales
por la tradición a
la que responde
cada una de ellas:
la palabra román-
tica, la palabra
surrealista, la
palabra creacio-
nista. Consecuen-
temente, tienen en
comúnunafiliación
entusiasta a una
tradición poética
culta y prestigiosa y
el funcionamiento
de nombres de
esa tradición que
funcionan como
talismanes o
escudos protectores
de “la novedad”
que cada uno de
ellos viene a representar: Rainer Maria
Rilke, para los neorrománticos, André
Breton para los surrealistas, Apollinaire y
Huidobro para los invencionistas. Y los
tres, además, se encuentran amparados
por un prejuicio común: el prejuicio de
lo sublime. Es verdad que, como recor-
darán muchos de ustedes (eso espero),
Oliverio Girondo abría los Veinte poemas
con un epígrafe que decía “ningún
prejuicio más ridículo que el prejuicio
de lo sublime”, y que ese epígrafe se
encuentra respaldado por el manifiesto
del espíritu nuevo de Apollinaire que
decía que el “descubrimiento poético”
no necesariamente tenía que estar condi-
cionado por un hecho juzgado como
sublime de antemano. Pero también es
verdad que el mismo Apollinaire refuerza
después el valor que su poética viene a
proponer, que es el valor de lo nuevo,
como un valor al que también lo raya
o lo toca la condición de sublime: la
“novedad sublime”, dice Apollinaire.
¿Qué quiere decir esto? Que cambia el
valor (y el valor de la vanguardia es la
novedad, lo nuevo) pero no cambia la
condición de lo poético, que sigue siendo
lo sublime. Al revés, Apollinaire viene
a decir que lo nuevo también puede
ser sublime, o que lo sublime sólo se
encuentra en lo nuevo. Pero sigue
apoyándose en esa condición de poesía
alta a la que responden los románticos
y a la que responderán los surrealistas
y los invencionistas también.
El triángulo es, en fin, por la disputa
de valores diferentes. Pero todo englo-
bado en una búsqueda que es común,
que es la búsqueda de lo sublime.
Silvina Ocampo, igual que Alfonso
Sola González. Los poetas que bajan
del Olimpo. La política, obligatoria
En 1954 Antonio Monti publica un
volumen titulado Antología poética de
la Revolución Justicialista, que marca el
modelo de la literatura peronista oficial:
elegías a Eva Perón, a Perón, al caballo
de Perón, cantos celebratorios a todo
lo que incluye la liturgia peronista,
incluido el aguinaldo o los aumentos de
sueldo.Comoenestacuartetaoctosílaba
No se trata acá de pensar el
vínculo literatura y peronismo
a partir de apoyos o rechazos
–que es una idea que está en
boga hoy (por ejemplo, la
revista Ñ de hace unos meses
está dedicada a la literatura
neoperonista, entendiendo a
ésta como la que practican los
escritores cívica, política y elec-
toralmente neoperonistas)–,
en tanto sería “peronista” la
literatura de Sola González y
“antiperonista” la de Ocampo:
al revés, ninguna de las dos es
una cosa ni la otra en tanto
ninguna de las dos es formal y,
por lo tanto ideológicamente
sensible a la conmoción que el
peronismo estaba importando,
en esos mismos años, en el
mismo cuerpo de la literatura
argentina, más allá de las valo-
raciones y más allá de los “posi-
cionamientos” de los escritores
en el campo intelectual en su
relación con la política.
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de Luis Gorosito Heredia: “Pero ya hay
pan, ya florecen / casitas en el desierto. /
Ya cantan madres y niños / al son de los
buenos sueldos”, que funciona como
una aparente contrapunto con la poesía
antiperonistaoficial(aquelemblemático
poema de Silvina Ocampo). Aparente
porque si Silvina Ocampo hubiese sido
evitista hubiera escrito una elegía como
la de Alfonso Sola González que está
incluida en la antología de Monti (“Eva
Perón ha muerto. / Preguntádselo a
la patria. / Los crespones dirán en las
puertas, / en las calles, en lo desme-
surado y / querido de la Patria, que
ha muerto / Eva Perón. Y nada más.
Vendrán los nuevos días; los / tractores,
los obreros que ofrecen / su pan a Dios.
Los Ejércitos. La Patria”). Y si Sola
González hubiese sido antiperonista
habría escrito un poema como el de
Silvina Ocampo en la revista Antinazi,
porque el valor que importa en esos
poemas no está vinculado directamente
con las divergentes inclinaciones de sus
autores en el campo de la política, sino
con una comunión en el de los valores
de la poesía: otra vez, el valor de lo
sublime,aunqueunoloencuentreenlas
almas nobles que lloran la muerte de la
Capitana, y la otra, en las almas, nobles
también, de los caballos. Es decir, que
no se trata acá de pensar el vínculo lite-
ratura y peronismo a partir de apoyos
o rechazos –que es una idea que está
en boga hoy (por ejemplo, la revista Ñ
de hace unos meses está dedicada a la
literatura neoperonista, entendiendo
a ésta como la que practican los escri-
tores cívica, política y electoralmente
neoperonistas)–, en tanto sería “pero-
nista” la literatura de Sola González y
“antiperonista” la de Ocampo: al revés,
ninguna de las dos es una cosa ni la otra
en tanto ninguna de las dos es formal y,
por lo tanto ideológicamente sensible a
la conmoción que el peronismo estaba
importando, en esos mismos años, en
el mismo cuerpo de la literatura argen-
tina, más allá de las valoraciones y más
allá de los “posicionamientos” de los
escritores en el campo intelectual en su
relación con la política.
Pero es en esos mismos años, fines
de los 40, principios de los 50, que
empiezan a escribirse y a darse a
conocer nuevos poemas que potencian
buena parte de las enseñanzas inven-
cionistas y surrealistas –sobre todo en
lo que hace a una voluntad de corte
con el pasado y a la libertad expresiva,
entendida como libertad de formas, y
al giro retórico que habían promovido
los invencionistas–, promoviendo
un cambio radical en el vocabulario,
una ampliación del diccionario, que
recién se hace permeable a las palabras
comunes, bajas, e inmediatamente,
a los sentimientos y realidades, bajos
también y comunes, que son desig-
nados por esas palabras. De manera
que la poesía hiperculta y sublime en
la que coincidieron los combatientes
de los años 40 y 50 es ahora porosa,
abierta, si no es directamente reempla-
zada por un potente arsenal retórico
proveniente de la prosa, ni siquiera
literaria o artística, sino periodística,
publicitaria, comercial.
Los poetas, escribirá Nicanor Parra en
1954, bajaron del Olimpo: “Señoras y
señores/Éstaesnuestraúltimapalabra.
/ –Nuestra primera y última palabra– /
Los poetas bajaron del Olimpo”.
El libro de Parra se llama Poemas y
antipoemas y el concepto “antipoema”,
no inventado por Parra, pero sí difun-
dido por él con un sentido muy neta-
mente antinerudiano (y anti, entonces,
todo lo que abarcaba el nombre y la
obra de Pablo Neruda, romántica,
vanguardista y surrealista a la vez:
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Neruda es grande porque concentra,
en su obra, en la poesía chilena, el
disputado triángulo de la poesía argen-
tina de los años 40 y 50: romántico,
vanguardista, surrealista y sublime,
todo a la vez), encuentra en América
Latina muy rápida propagación en
las obras, de entre otros, el nicara-
güense Ernesto Cardenal, el uruguayo
Mario Benedetti y los argentinos
César Fernández Moreno y Leónidas
Lamborghini. Estos, en conjunto,
acaban conformando un movimiento,
sin manifiestos, revistas, ni estandartes,
también conocido por el nombre de
“poesía conversacional” o “comuni-
cacional”, debido a su permeabilidad
al lenguaje coloquial y, en Argentina,
fue llamado por el mismo Fernández
Moreno “existencial”, en razón de su
aspecto “circunstancial, momentáneo,
histórico, perecedero, contempo-
ráneo”. Como vemos, ninguna de las
definiciones es del todo incluyente ni
del todo impertinente y puede decirse
entonces que valen las cuatro.
Ahora bien: ese movimiento latino-
americano toma en Argentina carac-
terísticas muy particulares, porque
la circunstancia y el momento histó-
rico, en Argentina y a mediados de la
década del 50 tienen sobre todo valor
político: el de la revolución peronista.
Y Argentino hasta la muerte, de César
Fernández Moreno, y Al público, de
1957, y sus distintas sucesiones –Las
patas en las fuentes (1965), El solicitante
descolocado (1971), entre muchas
otras proyecciones y reescrituras de
la misma matriz– son, desde perspec-
tivas ideológicas contrapuestas, los
grandes poemas del peronismo, en
tanto son los grandes poemas infil-
trados por esa novedad que significó
el peronismo, produciendo, en la
historia de la literatura argentina, un
cimbronazo en relación con la idea
de la progresiva autonomización de
la serie literatura en relación con las
series política, ideológica, cultural, en
tanto, otra vez, para hablar de litera-
tura se vuelve obligatorio hablar de
política, y para hablar de política es
conveniente hacerlo –como casi no
se ha hecho hasta ahora, salvo en un
ensayo de Tulio Halperin Donghi,
quien de una manera muy compleja,
en el epílogo a su estudio La República
imposible (1930-1945) encuentra en
un extenso poema de Paco Urondo
de 1965-1967, la clave del fracaso
del programa radical en la política
argentina– desde la concentración de
sentidos que proponen los poetas.
Por eso, tal vez, los historiadores de la
política y de la ideología argentina que
quieran volver a visitar el período de los
dos primeros gobiernos peronistas, deban
abandonar,porunmomento,losarchivos
de los diarios y de la televisión e incur-
sionar en esos dos grandes poemas de
Fernández Moreno y de Lamborghini.
Fernández Moreno vincula a la clase
media con la Generación del 80.
Lamborghini ve a Perón como una
mujer. Poesía y menemismo. Poesía
y kirchnerismo
Argentino hasta la muerte es un poema
extraordinario que funciona como
una suerte de epicedio, de canto a la
muerte de la clase media que, imagina
FernándezMorenoalcalordelahistoria
y de la política, supone la emergencia
del peronismo en los años 50. La clave
antiperonista del poema, claro, hay
que buscarla antes que en ninguna otra
parte, en su epígrafe, que es un verso de
Carlos Guido y Spano, de 1895, que
dice: “¡Que me importan los desaires /
con que me trata la suerte! / Argentino
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hasta la muerte, / he nacido en Buenos
Aires”. Es decir, que todo el disvalor
que significaba para la clase dominante
argentina del 37 en adelante –aunque
tal vez también desde Rivadavia en
adelante– “ser argentino”, frente a ser
europeo (sobre todo inglés, o francés)
reviertecomovalorafinesdelsigloXIX,
ante la amenaza inmigratoria. Y es con
ese valor de la Generación del 80 con
el que traza un paralelo Fernández
Moreno a mediados del siglo XX:
la migración interna (los cabecitas
negras) cumple el rol de la amenaza y
la clase media el de la clase amenazada;
en ambos casos, la reacción es conser-
vadora de un valor anterior, que no se
pierde: haber nacido en Buenos Aires,
ser argentino (es decir, porteño, según
se entiende a la nacionalidad en Buenos
Aires) desde “antes”, que es un modo
de decir desde “siempre”. Esa marca
de pérdida no es la única de antipe-
ronismo en el poema de Fernández
Moreno, quien también se decide a
veces a ser explícito, no elusivo, aunque
delicado: “no crean en lo general en el
general / crean en lo particular en el
particular”. Y también, decididamente
no delicado: “Eviten a Evita”, verso
que desaparecerá en algunas ediciones
del poema, menos, entiendo, como
una autocensura del poeta que como
una manifestación de una idea que
sostiene Fernández Moreno y que las
sucesivas ediciones de sus poemas no
hacen sino confirmar: los poemas “son
quizá tan inestables como una conver-
sación, cambian solos todo el tiempo”.
Por cierto, no son éstas las pautas que
nos indican que Fernández Moreno es
un poeta peronista: al contrario, no lo
es en absoluto, si nos guiáramos apenas
por su inclinación o enraizamiento
político e ideológico. Y sí lo es si enten-
demos que Fernández Moreno fue,
como pocos, sensible a lo que signi-
ficó el peronismo, porque la materia
y la forma de ese poema de 1954 son
mucho más parecidas al peronismo que
las de cualquiera de los poemas de los
poetas peronistas que incluye Monti en
la Antología de la Revolución Justicialista
en ese mismo 1954. Leónidas Lamborghini
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186
Queda pendiente para otra exposición
un estudio sobre la obra de Leónidas
Lamborghini, de quien aparentemente
es más fácil decir que es un poeta pero-
nista –por el asunto de muchos de
sus poemas, como “Eva Perón en la
hoguera”, por sus propias manifesta-
cionespúblicas–,perodequienhayque
decir de inmediato que da el caso del
poeta peronista no popular, del poeta
peronista cuya obra es sobre todo valo-
rada, desde hace medio siglo, por una
renovada elite sensible e hiperculta,
dispuesta a celebrar la complejidad
compositiva, la parodia, la intertex-
tualidad y aun la ilegibilidad gráfica
de muchos de sus poemas que a veces
hasta obligan a ser leídos en voz alta,
deletreados, hasta comprender que
esa dificultad es, también, un sentido.
Por otra parte, desde sus mismos
poemas, Lamborghini mantiene con
el peronismo un vinculo díscolo, muy
complejo, como en el hermosísimo
El letrista proscripto, que suena como
una especie de tango: “De bolas tristes
tango / de bolas melancólicas / mujer, /
mujer querida / me dijo chau me dijo /
que se iba. / Templando el bandoneón
/ que hay en mi corazón / cantar / la
pena honda / de no poder”. Hay en este
poema una inversión: la forma es la del
discurso amoroso y aun su propia idea,
como si Lamborghini fuese un Pascual
Contursi un poco tartamudo, parafra-
seando, a su manera, La noche triste,
de 1927: “Percanta que me amuraste
en lo mejor de mi vida...”, aunque el
sustrato del poema –y ahí la inver-
sión– no sea simplemente amoroso,
sino político, en tanto quien abandona
a quien lleva la voz cantante del poema
no es una mujer, una percanta, sino
Juan Domingo Perón –tratado en el
poema, entonces, como una mujer–,
y la inversión lleva de lo intimo a lo
público, de lo amoroso a lo político, de
la mujer abandonista al general Perón.
La mujer que abandona al trabajador
peronista es Perón. Y el obrero pero-
nista, el letrista proscripto, dice “Ella
se fue / solo quedé / patria en remate /
llorando”, y dice también: “Todo lo
diera / porque volvieras / no sé qué
haría / loco por vos / me arrastraría /
día tras día / como un mendigo / de
tu amor”, para terminar entonando
(en 1957, no en 1973), la Marcha
Peronista con el tiempo verbal inver-
tido también, en pasado: ‘qué grande
eras / cuánto valías / mi general’ /
quedamos sin su amor / que nos juró /
temblequeando y sin / fe / la vida rota
/ ‘Gran conductor / eras primer’.
Ésa es la base –inestable todavía, con
elementos poéticos, formales, políticos
e ideológicos siempre en mutación–
sobre la que se construyen, siguiendo el
vínculo entre poesía y peronismo, los
dos grandes poemas del menemismo
de la poesía argentina contemporánea:
“Tomas para un documental”, de
D. G. Helder y Poesía civil, de Sergio
Raimondi Otra vez, como en el pero-
nismo, no se trata de adjetivar “mene-
mista” para implicar una adscripción
a una política, sino de percibir cómo
esas obras fueron, más que ninguna
otra, sensibles a la contrarrevolución
(o revolución liberal, como se prefiera)
que importó el menemismo en la
sociedad y en la política argentinas. Ése
también será el motivo de otra exposi-
ción. Y también, claro está, el vínculo
entre poesía y kirchnerismo. Primero
habrá que ver, más allá del idéntico
entusiasmo de publicistas y detrac-
tores, cuál es el verdadero movimiento
–político, ideológico, económico,
social, cultural– que el kircherismo
importa en la historia argentina
para poder precisar qué obras serán
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aquellas a las que los historiadores
del futuro –si tienen el entusiasmo
por la poesía que los contemporáneos
casi no tienen– deberán remitirse para
tomarle el pulso a la sociedad de hoy.
A simple vista postulan, como kirch-
neristas, todos los poetas que firman
las proclamas de Carta Abierta (desde
el premio Cervantes Juan Gelman
hasta los setentistas Jorge Boccanera,
Daniel Freidemberg, Javier Cófreces,
Tamara Kamenszain, Vicente
Muleiro) y también los más jóvenes
Martín Gambarotta, Alejandro Rubio
y Martín Rodríguez. En un reportaje
reciente de este último al anterior,
Rubio apuesta a que dentro de tres
décadas él –y Gambarotta y Diego
Sánchez– serán rotulados como escri-
tores kirchneristas y que la particu-
laridad de la literatura kirchnerista
será la de la revancha, la del “espíritu
revanchista llevado a todos los niveles
de la escritura y del objeto literario”.
Dos objeciones a la hipótesis autoce-
lebratoria de Rubio: la primera, que
el kirchnerismo no sea visto a futuro,
como espera Rubio, como revancha
sino como desarrollo económico capi-
talista común, con su consecuente
porcentaje de excluidos, aunque éstos
sean reivindicados políticamente; la
segunda, que aun si fuera visto como
revancha (de los excluidos, de los
pobres,delosmarginadoshastahoy)tal
vez –como en el caso de Lamborghini
y de Fernández Moreno con respecto
al peronismo histórico y de Raimondi
y D. G. Helder con respecto al mene-
nismo– no sean los entusiastas sino los
perplejos quienes mejor sepan captar
el espíritu de una época.
(*) Conferencia brindada en el marco
del ciclo “Legados y porvenir: Argentina
en el Bicentenario”, organizado por la
Biblioteca Nacional durante el 2009.
188
La construcción de la identidad
lingüística argentina
Por Ángela Di Tullio
Puede pensarse una nación como la síntesis
entre territorio y lengua. Ambos componentes
son problemáticos si tomamos en cuenta, en
Argentina, las sangrientas batallas que hubo
sobre el primero, y las incesantes querellas sobre
el segundo. Ángela Di Tullio repasa en este
ensayo las discusiones acerca de la constitución
de una lengua oficial, entre quienes proclamaban
la soberanía de un “idioma nacional” y aque-
llos que pretendían proteger el lenguaje de toda
erosión que pudiera procurarle el habla popular.
Lengua autónoma y plebeya o hispanismo aris-
tocratizante administrado eran los tópicos, con
grados y matices, de una discusión que involucró
a los encumbrados nombres de letras del país.
Mucho ha pasado respecto a aquellas reyertas
iniciales. Sin embargo, el lenguaje sigue siendo
un campo conflictivo. No sólo por el desafío de
pluralizar la lengua dando lugar a aquellas hablas
minoritarias que resisten su estandarización y a
las voces que forjan sus propias tonalidades, sino
también porque la mayor parte de la factoría
global contemporánea utiliza el lenguaje como
su materia prima básica. El dilema, quizás hoy,
sería menos resguardar el lenguaje de sus “conta-
minaciones” semióticas que de su mediatización:
reencontrar una relación entre palabra y expe-
riencia parece ser la tarea más delicada de una
época en la que la circulación de discursos escapa
a las posibilidades de su resignificación.
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N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Artificios: lengua y ciudad
Introducción
En 1900, Lucien Abeille, un ignoto
profesor francés que enseñaba en el
Colegio Nacional y en la Escuela de
Guerra, arriesga un nombre propio
para designar nuestra manera de
hablar: el de Idioma nacional de los
argentinos, como anticipo del defini-
tivo, Idioma de los argentinos, aún no
totalmente formado. En realidad, la
fórmula idioma nacional (o su versión
más afectiva, idioma patrio) ya había
aparecido en varios momentos en
el currículum escolar como susti-
tuto eufemístico de Castellano desde
1852. Pero esta vez el nombre tiene
un referente distinto, puesto que con
él se pretendía designar una diferencia
dentrodelorbehispanohablanteycate-
gorizarla no como dialecto, término
peyorativo, sino con el reservado a las
lenguas de cultura: “idioma”. El autor
confía en que su tesis sería acogida
con entusiasmo por los argentinos,
que –decía– mostraban una especial
debilidad por todo lo “nacional”. Sin
embargo, Ernesto Quesada y Miguel
Cané, dos intelectuales orgánicos del
roquismo, reaccionaron inmediata-
mente contra la propuesta. El contun-
dente rechazo respondía a la voluntad
de preservar la unidad lingüística y
cultural pero, sobre todo, de impedir
las derivaciones que la tesis pudiera
tener en una comunidad que aún no
había demostrado su capacidad de
asimilar al extranjero: las lenguas inmi-
gratorias y un aluvión inmigratorio
habían desatado una paranoia cultural
y lingüística, por lo que la política
educativa del Centenario se centró en
el afianzamiento de los valores tradi-
cionales: historia patria y castellano
castizo. La pertenencia de la República
Argentina al mundo hispánico era la
garantía de inserción en la cultura, la
civilización y el progreso.
El libro de Abeille ha interesado a
la crítica casi exclusivamente por la
enunciación de la tesis rupturista. Sin
embargo, representa también un intento
–lleno de lagunas y errores, por cierto,
pero más explícito que algunos vagos
enunciados previos– de dar cuenta de
una diferencia, definida a través de
rasgos concretos del “idioma nacional”.
La reacción hipernormativa que le sigue
se dirige precisamente a borrar esa
diferencia. En las Notas al castellano en
la Argentina (1903), Ricardo Monner
Sans, el “campeón
del castellano en la
Argentina” –o, en
la designación de
Borges, el “virrey
encubierto”–
ejerce su función
de censor contra
los atropellos que
en el país sufría “el
sin rival romance”
tanto por parte
de los “cultos”,
que lo deforman
con sus galicismos,
como del pueblo
ignorante. La
gramática queda
asociada a la ideo-
logía ultramon-
tana, hispanizante,
hipernormativa del
severo maestro, y
a la tradición de la
queja sobre la manera de hablar de los
argentinos como déficit o “problema”.
Buenos Aires representa Babel –o, más
exactamente, Gringópolis–y entre sus
habitantes se cuentan las “personas
que hablan al tuntún” (Capdevila,
Despeñaderos del habla), los orilleros,
La identidad lingüística argen-
tina en singular no es más que
una generalización que esconde
múltiples respuestas, más valo-
rativas que descriptivas, más
ideológicas (en sentido amplio)
o incluso políticas que estric-
tamente lingüísticas, todas
difícilmente descontextuali-
zables de las circunstancias
(históricas, grupales, discur-
sivas) de su producción. Como
se advierte, esta extensa serie
discursiva no queda circuns-
cripta a una intrascendente
cuestión lingüística o cultural,
sino que se entrecruza con las
diferentes interpretaciones del
nacionalismo, con rechazos al
“verbo de la democracia” y a la
movilidad social y con defini-
ciones de la literatura nacional.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Artificios: lengua y ciudad
190
que dan rienda suelta al “instinto
bajero” (Américo Castro, La peculiaridad
lingüística rioplatense) o los “escritores-
masa”, que carecen del buen gusto de
los distinguidos verdaderos (Amado
Alonso en “El problema argentino
de la lengua”, primer capítulo de El
problema de la lengua en América), una
prédica tal vez no ajena a las reacciones
negativas de inseguridad, abundancia
de clichés, miedo al ridículo, que los
mismos filólogos advierten.
Más afortunado que el contenido de
la obra, el nombre de Idioma de los
argentinos se convierte en punto de
referencia de réplicas condenatorias o de
contrarréplicas que adscriben a la idea
como realidad, posibilidad o esperanza.
En 1927, Borges recupera la designa-
ción en la conferencia El idioma de los
argentinos: aunque descrea de su exis-
tencia, la alienta
como esperanza
y como táctica
distanciadora de
los hispanistas,
pero también de
los promotores
del lunfardo u
orillero. Frente a
estas posiciones,
prefiere insertarse
en la tradición
de los escritores
argentinos que
no se desviaron
de la oralidad.
En la Aguafuerte
porteña homó-
nima (1930), Arlt
se refiere burlo-
namente a la pretensión de Ricardo
Monner Sans de recuperar las riendas
para encauzar la lengua de Buenos
Aires. Vicente Rossi seguirá creyendo en
su realidad; en sus Folletos Lenguaraces,
pelea contra los “corregidores” del
Instituto de Filología, Américo Castro
y Amado Alonso, dispuestos a seguir
imponiendo su “vasallaje” y a desco-
nocer el “lenguaje rioplatense”.
Baste esta apretadísima presentación
para mostrar que la identidad lingüís-
tica argentina en singular no es más
que una generalización que esconde
múltiples respuestas, más valorativas
que descriptivas, más ideológicas (en
sentido amplio) o incluso políticas
que estrictamente lingüísticas, todas
difícilmente descontextualizables de
lascircunstancias(históricas,grupales,
discursivas) de su producción. Como
se advierte, esta extensa serie discur-
siva no queda circunscripta a una
intrascendente cuestión lingüística o
cultural, sino que se entrecruza con
las diferentes interpretaciones del
nacionalismo, con rechazos al “verbo
de la democracia” y a la movilidad
social y con definiciones de la litera-
tura nacional.
Un pasado de grandeza
Comenzaré, entonces, con algunos
antecedentes. La “cuestión del
idioma” fue una pieza fundamental en
el programa de ruptura con España y
con el pasado colonial que emprende la
Generación del 37: la tarea era borrar
esas huellas, incluso en la lengua.
Aunque con diferencias personales y
cronológicas, todos los miembros coin-
cidían en la necesidad de modificar la
lengua heredada de la metrópoli hasta
hacerla propia, en consonancia con la
nueva realidad política.
No se daban mayores precisiones, sin
embargo, del alcance de esta modifi-
cación. Como en algunos momentos
Echeverría y Alberdi plantearon
La labor de modernización, que
significaba la intelectualización
del léxico, la simplificación
de la sintaxis y nuevas pautas
estilísticas, cercanas a las prác-
ticas del periodismo, abría las
puertas al préstamo, sin mira-
mientos no sólo hacia la norma-
tiva académica sino incluso
por la unidad de la lengua. A
partir de la distinción entre
culturas avanzadas y culturas
retrógadas, que se extendía
a las lenguas respectivas, era
lícito admitir los galicismos
necesarios, pero no las expre-
siones consideradas propias
de la “chusma” ignorante.
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la idea de la “emancipación de la
lengua”, aparecen como defensores
del “nacionalismo lingüístico”, que
propone elevar la lengua vernácula
o el dialecto a la categoría de lengua
oficial del estado independiente. La
lengua se asociaba así con el espí-
ritu de la nación (según la noción de
Kultur del historicismo alemán) o, en
otra interpretación, con el Estado (de
acuerdo con la idea de civilisation del
iluminismo francés). Los vagos plan-
teos de la Generación del 37 se nutrían
de ambas tradiciones. Más concreto,
Sarmiento no vacila en fundamentar
la escisión ortográfica en la diferencia
fonológica existente entre el español
peninsular y el americano: el seseo,
rasgo propio de la “pronunciación
nacional, aquella que se observa en
la parte culta de la sociedad, no a la
individual, que está sujeta a vicios de
organización, hábitos provinciales,
ignorancia” (O. C., IV, p. 159). Con
propósito denigratorio Echeverría y
Mármol ponen en boca de los parti-
darios de Rosas el voseo, el che y otros
rasgos de la oralidad rioplatense:
“–Che, negra bruja, salí de aquí antes
de que te pegue un tajo. –¿A que no
te animás, Matasiete?” (El Matadero);
“–Che, te he andado buscando por
todas partes –le dijo (Mercedes
Rosas) a su hermana Agustina... ¿Y
qué se ha hecho que no se le ve en
ninguna parte? –¿Qué, se va, coman-
dante Cuitiño?” (Amalia).
La lengua no se concebía como un
tesoro que había que preservar en su
pureza, sino como un instrumento
eficaz y poderoso para la vida republi-
cana. La labor de modernización, que
significaba la intelectualización del
léxico, la simplificación de la sintaxis
y nuevas pautas estilísticas, cercanas
a las prácticas del periodismo, abría
las puertas al préstamo, sin mira-
mientos no sólo hacia la normativa
académica sino incluso por la unidad
de la lengua. A partir de la distinción
entre culturas avanzadas y culturas
retrógadas, que se extendía a las
lenguas respectivas, era lícito admitir
los galicismos necesarios, pero no las
expresiones consideradas propias de
la “chusma” ignorante.
Como en otros aspectos de la vida
cultural y política, las ideas lingüísticas
de la Generación del 37 cristalizaron
como ideario básico de la Generación
del 80, aunque modalizado frente a
una realidad menos urgente y compro-
metida. “Ser argentino ya era cosa
fácil”, decía Cané. Los miembros de
este selecto grupo exhibían su refina-
miento no sólo en el conocimiento de
las lenguas extranjeras, sino también en
la reflexión sobre la propia; se deleitan
con los recursos de la oralidad, con los
secretos de la etimología, con la sono-
ridad de la modalidad rioplatense,
como declara Mansilla:
“Los americanos del Sud poseemos,
después del italiano, la más bella
lengua del mundo; es menos suave,
pero más enérgica, más sonora
y tiene una elasticidad sin par”
(Entre nos, p. 316).
También a Cané le complace escuchar
su propia lengua, mientras conjetura la
impresiónquelecausaríaainterlocutor,
el poeta Núñez de Arce, miembro de la
Real Academia Española:
“un castellano del porvenir, ágil,
vivo, un español americano, en una
palabra, listo siempre a jinetear, sin
estribos, la mismísima gramática”
(Prosa ligera, p. 30).
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Sin embargo, en su misión diplomá-
tica en Colombia percibe la corrección
del hablar bogotano, que el filólogo
Rufino J. Cuervo había contribuido
a limpiar de “locuciones vulgares y
otras adulteraciones” con su popu-
larísima obra Apuntaciones críticas
sobre el lenguaje bogotano (En viaje,
p. 329), cuyo desconocimiento consi-
derará injustificable en Abeille. La
experiencia colombiana producirá un
claro cambio con respecto a su valora-
ción de la modalidad rioplatense, que
consigna así:
“Las primeras impresiones positiva-
mentedesagradablesquesentírespecto
a la manera con que hablamos
y escribimos nuestra lengua, fue
cuando las exigencias de mi carrera
me llevaron a habitar, en el extran-
jero, países donde también impera el
idioma castellano” (“La cuestión del
idioma”, Prosa ligera, p. 61).
Cané atribuye la molestia a su forma-
ción literaria casi exclusivamente
francesa y al escaso contacto con la
literatura española. Argentina carecía
de gramáticos y filólogos de la talla
de Bello, Cuervo, Cano, Baralt y
otros, pero contaba con el ejemplo de
corrección y casticismo de su amigo
y maestro, Juan María Gutiérrez. El
famoso rechazo al nombramiento
de la Academia en 1876 demostraba
que seguía defendiendo los ideales de
la Generación del 37 como republi-
cano, americano y estudioso; pero
este gesto –señala Cané– de ningún
modo, significaba “sancionar los
barbarismos y galicismos de que
nuestro lenguaje hablado y escrito
rebosa y que los argentinos debíamos
regirnos por la gramática del vení vos
y tomá” (íb., p. 63).
Lucien Abeille y la
reducción al absurdo
En 1900 se publica en París El idioma
nacional de los argentinos de Lucien
Abeille, que plantea la tesis de la
formación de una lengua autónoma
del español. La obra está dedicada a
Carlos Pellegrini, y va precedida por
una nota en la que el filólogo clásico
y celtólogo Louis Duvau respalda el
trabajo de su compatriota. Además,
contiene una copiosa lista de las “prin-
cipalesfuenteslingüísticasyfilológicas”
consultadas en las “Memorias de la
Sociedad Lingüística de París”, como
prueba de que el autor conocía las
autoridades de la lingüística histórico-
comparativa (por ejemplo, Meillet,
Ernout, Saussure) y de la romanística
en particular. Todo permite anticipar
un tratamiento y una solución al
problema que la gramática española
no estaba en condiciones de ofrecer,
como plantea el autor en el Prefacio.
También las circunstancias parecían
propicias: un libro publicado en París
por un profesor francés, que, provisto
de los métodos más modernos de
una ciencia prestigiosa, pretende
demostrar que Argentina ya cuenta
con una lengua autónoma, tesis, por
otra parte, ya enunciada vagamente
por la Generación del 37. El antihis-
panismo, aún vigente, contribuía al
poco predicamento de que gozaban
los gramáticos. De hecho, tanto Bello
en el Prólogo a su Gramática como
Cuervo en El Castellano en América se
habían lamentado de la escasa preocu-
pación de los argentinos por erradicar
los galicismos y los vulgarismos, lo que
justificaba los temores de los gramá-
ticos sobre el futuro del español. La
posibilidad de una fragmentación, que
se asociaba a la evolución del latín, se
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Artificios: lengua y ciudad
veía potenciada por la insólita propor-
ción de inmigrantes en relación con
la población nativa como factor que
agravaba la tendencia centrífuga. Sin
embargo, a pesar de que todo permitía
suponer el éxito de la tesis, el libro no
tuvo una buena acogida. Al contrario,
la reacción fue fulminante; el medio
intelectual lo condenó casi unánime-
mente. Todos contra Abeille, que se
queda solo con el tácito respaldo de
Pellegrini. ¿Por qué tanta saña?
Pasemos a revisar someramente los
contenidos de la obra. En el aparato
conceptual de Abeille la lengua expresa
tanto el concepto de nación como el
de raza. Por una parte, una nación que
carece de idioma propio es una nación
incompleta; a la Argentina le corres-
ponde, entonces, el idioma nacional
como derecho inalienable. Por la otra,
si las lenguas evolucionan, como orga-
nismos vivos, siguiendo los cambios
que se producen en las razas que las
hablan, la lengua de Argentina no
podía seguir manteniendo las caracte-
rísticas que identificaban a la raza espa-
ñola, puesto que se estaba formando
una nueva raza como producto de la
mezcla con los pueblos extranjeros.
Además, dado que también inciden
sobre la lengua las relaciones políticas,
comerciales y literarias que se esta-
blecen entre los pueblos, la decidida
preferencia de Argentina por Francia, y
no por España, explicaba el progresivo
acercamiento del idioma argentino al
francés y el correlativo distanciamiento
del español.
Abeille ve con buenos ojos el cambio
lingüístico; no como signo de dete-
rioro, de acuerdo con la interpretación
de los gramáticos normativos, sino
como factor de progreso: “la pureza
de la lengua es un mito, algo ficticio”,
declara entusiasta. Las mezclas y toda
forma de mestizaje lingüístico son
factores positivos; al galicismo sintác-
tico le atribuye la claridad de la frase.
En el idioma de los argentinos las
fuerzas revolucionarias triunfan sobre
las conservadoras;
así lo demuestran
el neologismo en el
léxico, la analogía
en la gramática y
el cambio foné-
tico. Si bien Abeille
pretende ejempli-
ficar la claridad
de la sintaxis de
la nueva lengua
con textos de
conspicuos polí-
ticos e intelec-
tuales (Pellegrini,
Mitre, Avellaneda,
Sarmiento, Cané,
Zeballos), las alte-
raciones fonéticas
revelan fuentes
menos prestigiosas,
que acogen formas
no estandarizadas, como las variantes
rurales: pion, tiatro, escrebir, pacencia,
rair. El vocabulario se renueva por los
préstamos, que en el idioma nacional
provienen de las lenguas indígenas y
de las lenguas europeas; pero también
se acrecienta por un mecanismo más
delicado, la catacresis, que añade nuevas
acepciones a palabras ya existentes.
Así, mientras que en el español pitar es
“sonar el pito” aquí también significa
“fumar”; extensiones (o reducciones)
similares alteran los significados de agarrar,
cobija, boliche, arrear. Abeille entiende
estos cambios semánticos como “actos
emancipadores del lenguaje”.
El profesor francés explicar el voseo
como simplificación debida a la
reducción del diptongo y al cambio
En el aparato conceptual de
Abeille la lengua expresa tanto
el concepto de nación como el de
raza. Por una parte, una nación
que carece de idioma propio
es una nación incompleta; a
la Argentina le corresponde,
entonces, el idioma nacional
como derecho inalienable. Por
la otra, si las lenguas evolu-
cionan, como organismos vivos,
siguiendo los cambios que se
producen en las razas que las
hablan, la lengua de Argentina
no podía seguir manteniendo las
características que identificaban
a la raza española, puesto que se
estaba formando una nueva raza
como producto de la mezcla con
los pueblos extranjeros.
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en la posición del acento; así, en el
presente del indicativo se diferen-
cian aprietas / apretás, comienzas /
comenzás, pierdes / perdés, entiendes
/ entendés, sientes / sentís, duermes /
dormís y similares, y en el imperativo,
las parejas sirve / serví, corrige / corregí,
pide / pedí, aunque los principios de la
economía le fallan para di / decí, haz
/ hacé y pon / poné, para los que tiene
que recurrir al proceso contrario, la
paragoge. En ningún momento rela-
ciona estas parejas con sus respectivos
pronombres: tú y vos, ni las explica
históricamente a partir de su diferente
procedencia latina (segunda persona
del singular y del plural, respectiva-
mente), ni advierte la mezcla de para-
digmas propia del español americano,
tanto en el voseo verbal como en el
pronominal.
Abeille reconoce la creciente aproxi-
mación del argentino al francés sobre
todo en la sintaxis. Así ambos pueblos
comparten la necesidad de claridad y
un alto grado de abstracción que se
expresa a través de la preferencia por
la oración simple, con un orden de
palabras directo, frente al español, que
acumula subordinadas y que tiende a
la inversión. El autor confiesa incluso
su participación personal en el arraigo
del galicismo en sus estudiantes:
“Durante los siete años que he
dictado una cátedra de francés en el
Colegio Nacional, cuántas veces he
comprobado que los alumnos al hacer
una traducción del francés al idioma
nacional, conservaban en su idioma
la misma construcción francesa...Y al
oír estas traducciones me preguntaba
si era necesario corregirlas dándoles
el giro castellano, o dejarlas pasar
favoreciendo así la evolución del
Argentino” (p. 285).Ángela Di Tullio
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Artificios: lengua y ciudad
Sin embargo, reconoce que esta
libertad le estaría vedada en el español
por ser una lengua ya formada, en la
que las fuerzas conservadoras preva-
lecen sobre las revolucionarias. Nada
dice con respecto a la posibilidad de
introducir cambios similares en el
francés. El idioma de los argentinos,
entonces, se ubica en una relación
jerárquica con respecto a las lenguas
de cultura, como corresponde a
la variante B en una situación de
diglosia. En efecto, para Abeille el
trabajo lingüístico estaba claramente
compartimentalizado:
“Así, la evolución de la lengua
será eficazmente ayudada: arriba,
los letrados introducirán cambios
sintácticos; abajo, el pueblo llevará
a cabo los cambios en el vocabulario
y las alteraciones en fonética, hasta
que llegada a su apogeo, la evolu-
ción armonize (sic), en un conjunto
propio, todos los elementos prepa-
rados por la selección, y semejante
a una chispa eléctrica los cristalice
en un todo homogéneo o IDIOMA
ARGENTINO” (p. 426).
Como se ve, la retórica campea en el
texto, en particular cuando se trata
de exaltar las bondades de la joven
república, de la nueva raza, de su
ideología progresista y de la lengua
que se está forjando.
Abeille concluye su demostración afir-
mando que el idioma nacional de los
argentinos no es el castellano puro;
tampoco lo define como un dialecto,
o patois, propio de una comunidad
inculta y no de una nación indepen-
diente. Aunque todavía no ha llegado
a ser una lengua propia, lo reconoce
como una etapa en el proceso de su
constitución.
Una respuesta contundente
Un gramático argentino, Juan Selva,
comenta acerca de la acogida que se le
había dispensado en Francia al libro de
Abeille:
“En 1900, el Congreso de filólogos
que se reunió en París con motivo
de la gran exposición universal que
allá se celebraba, llegó a aplaudir
y a aprobar, sin profundizarlo por
cierto, y acaso sin leerlo, el libro El
idioma argentino, presentado por
el Doctor Abeille” (Evolución del
habla. Estudios filológicos, p. 36)
Probablemente no ser leído haya sido
también el destino del libro en Argentina,
tanto entre los defensores como entre los
detractores. Los que lo mencionan no
parecen haber ido más allá del capítulo
inicial; prácticamente nadie alude a los
datos lingüísticos.
Los que evidente-
mente lo leyeron
muy bien fueron
Ernesto Quesada
y Miguel Cané,
dos “agentes cultu-
rales ubicados en la
cumbre de la pirá-
mide social e inte-
lectual porteña”
(Terán, 2000: 9).
En el ya citado
artículo, “La cuestión del idioma”
(1900), en el que Cané apoya el
aniquilar al francés con todos los
recursos de la argumentación: ironía,
sarcasmo, refutación, reducción al
absurdo. Aunque al principio parece
concederle al contrincante el bene-
ficio de reconocer su erudición,
inmediatamente la acota a Francia
y a divulgadores de escaso relieve,
El supuesto privilegio de tener
una lengua propia se reduce,
en última instancia, a no tener
unabuenaliteratura,y,sinella,
tampoco cultura, progreso,
civilización. La magnitud del
problema se agravaba por la
circunstancia de que era un
país de inmigración, por lo
que reclamaba “una condena-
ción” ejemplar.
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en contraposición con los lingüistas
alemanes y con el colombiano Cuervo;
así demuestra que él está en condi-
ciones de discutir porque conoce los
textos autorizados. Cané explota los
flancos débiles y alerta sobre los riesgos,
molesto sobre todo por el entusiasmo
del francés, que interpreta como
obsecuencia patriotera. Con elegante
ironía y sutil desdén, el polemista va
refutando algunos datos y advirtiendo
sobrelasconsecuenciasdelapropuesta.
Se burla, por ejemplo, de la etimología
del neologismo “atorrante”, que según
Abeille provenía del latín torrare, pero
que emergía en la Argentina de 1884.
No oculta su desdén por los ingre-
dientes del Argentino:
“idioma que se formará sobre una
base de español, con mucho italiano,
un poco de francés, una migaja de
quichua, una narigada de guaraní,
amén de una sintaxis toba” (p. 70).
Elsupuestoprivilegiodetenerunalengua
propia se reduce, en última instancia,
a no tener una buena literatura, y, sin
ella, tampoco cultura, progreso, civiliza-
ción. La magnitud
del problema se
agravaba por la
circunstancia de
que era un país de
inmigración, por
lo que reclamaba
“una condena-
ción” ejemplar.
Ésta es precisa-
mente la tarea
que acomete Quesada con su ensayo
“El criollismo en la literatura argen-
tina” (1902). Su objetivo es doble: por
una parte, desmontar la identificación
entre literatura argentina y literatura
criollista; por la otra, presentar como
íntimamente relacionados la tesis
de Abeille y el criollismo, a los que
impugna conjuntamente, tanto por
sus defectos intrínsecos como por sus
efectos demagógicos.
La literatura gauchesca, que había
cerrado su ciclo con el Martín Fierro,
era remedada en una literatura de
baja calidad que adoptaba los signos
externos de lo autóctono. Los folle-
tines de Eduardo Gutiérrez, como
Juan Moreira, Hormiga Negra y otros,
exageraban los rasgos de la lengua
gauchesca, a lo que se sumaban otras
publicaciones escritas en variedades
subestándar como el slang orillero,
jergas especiales como el lunfardo,
lenguas inmigratorias como el coco-
liche. Costa Álvarez define así esta
“literatura” criollista:
“Llamo criollismo a la escuela que se
propone despertar, fomentar o crear
en nosotros el amor a la patria con
toda clase de recursos, inclusive los
antiliterarios, que son la negación de
la belleza en la forma y de la moral
en el fondo” (1922, p. 90).
La popularidad de esta literatura signi-
ficaba un peligro para el español como
“lenguaje literario”, como advierte
alarmado Quesada:
“En un país como el nuestro, donde
ideas y costumbres andan en revuelta
confusión, es deber de los cultores de
las letras tratar de salvar el lenguaje
literario –el cual, precisamente, es
el depósito del espíritu de la raza,
de su genio mismo- de la contami-
nación y corrupción de aquel entre-
vero de gentes y de idiomas; de ahí
que sea menester que, sobre nuestro
cosmopolitismo, se mantenga incó-
lume la tradición nacional, el alma
El criollismo implicaba la
pérdida del monopolio sobre
la lengua escrita y, derivativa-
mente, sobre la lengua literaria
“nacional”; era necesario recu-
perar los espacios perdidos e
imponer la estricta jerarquía
del lugar que a cada uno le
correspondía.
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de los que nos dieron patria, el sello
genuinamente argentino, la pureza y
gallardía de nuestro idioma” (en A.
Rubione (ed.) 1983, pp. 228-230).
Aunque Abeille sólo había citado obras
de autores cultos, aparece asociado
a la literatura criollista; de hecho,
los cambios fonéticos que enumera,
propios de variedades subestándar,
podían dar pie para pensar que había
tenido en cuenta estas obras. Quesada
explota esta posibilidad para acentuar
el peligro de la tesis de la lengua autóc-
tona, sobre todo, al señalar el éxito de
la literatura criollista entre los inmi-
grantes. La estrategia de insinuar que
el cocoliche podía llegar a convertirse
en el referente del idioma argentino si
no se ponía las cosas en su lugar es el
resorte básico de su argumentación.
El peligro debía ser conjurado a través
de una cruzada en defensa de los valores
de la lengua literaria, la raza, la tradi-
ción. Nobleza obliga; en su categórica
respuesta a la denuncia de Quesada,
Cané expresa su sorpresa por la infor-
mación que le brinda, sobre todo
la referida al cocoliche: “No puedo
cerrar esta carta sin volver al cocoliche.
Me fascina, me atrae, me hipnotiza”
(Rubione, p. 238). El criollismo impli-
caba la pérdida del monopolio sobre la
lengua escrita y, derivativamente, sobre
la lengua literaria “nacional”; era nece-
sario recuperar los espacios perdidos e
imponer la estricta jerarquía del lugar
que a cada uno le correspondía.
La condena a la obra disolvente de
Abeille recae también sobre los que
pretenden registrar la lengua que efec-
tivamente se usa. Quesada se refiere
al lingüista alemán Rodolfo Lenz
como “el Abeille chileno”; además de
su condición de extranjero, se hacía
sospechoso de “pruritos neopatrioteros
y simpatías populacheras” (Criollismo,
nota70)porocuparsedelhablapopular
para sus estudios científicos. A su vez,
Lenz, prestigioso lingüista autor del
clásico La oración y sus partes, después
de un viaje a la Argentina, comentará
que aquí se habla en cocoliche y que el
voseo es el tratamiento general:
“En Buenos Aires he oído hace pocos
años conversaciones entre redactores
de diarios y diputados que se decían:
‘Sentate (=¡sentadte!), che (=hombre),
y servite otro poquito’. En todas las
familias argentinas, aun entre gente
culta, los niños entre sí y con sus
padres se vosean así” (p. 260).
Asimismo, será juzgada con severidad
la labor de los lexicógrafos que recogen
los barbarismos u otras formas propias
del vulgo, como los diccionarios de
argentinismos de Garzón y Segovia,
Zeballos la considera “obra estéril
de curiosidad y de desocupados”.
También la critican Costa Álvarez y
Leopoldo Lugones, que pretenden
la estandarización del español de
Argentina, pero sobre la base de la
lengua de los cultos.
Tobías Garzón, profesor del Colegio
Monserrat, en el prólogo de su
Diccionario Argentino, publicado en
Barcelona el añodel Centenario, explica
así el objetivo inicial de su trabajo:
“Comencé a formar un vocabulario
de barbarismos, pero resultaron
tantos y tan generalizados en el país
(y me refiero al lenguaje de la gente
culta) que empezó a repugnarme el
nombre de barbarismos dado a este
inmenso caudal de voces... Pero no
fue esto solo. Empecé a darme cuenta
de que una multitud de términos
usados en la República Argentina
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Artificios: lengua y ciudad
198
no constaban en el Diccionario de la
Lengua. Había además otros muchos
que tenían muy distinto significado
en la península...”.
Como Zeballos e incluso como
Quesada, Garzón adhiere a la postura
de Ricardo Palma en su reproche a la
Academia española por su desinterés
en acoger los americanismos y atender
sólo a los regionalismos peninsulares,
a pesar de la evidente diferencia demo-
gráfica entre ambas zonas.
Igualmente, Lisandro Segovia observa
la insuficiencia del Diccionario
Académico en la “falta de muchos
millares de voces, acepciones, prover-
bios, frases y modismos que usamos
los argentinos”. Por eso, las recoge
en su Diccionario de argentinismos,
neologismos y barbarismos (1911),
consciente de la importante función
social que cumple el diccionario: no
sólo ayudar a hablar y a escribir, sino
también a interpretar la cláusula de
una ley, de un contrato, de un testa-
Vicente Quesada
199
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Artificios: lengua y ciudad
mento. Atiende también al valor que
puede revestir su obra para asimilar
lingüísticamente al extranjero y a
su hijo en un “país que marcha a la
cabeza de América Latina y le auguran
un porvenir no lejano de extraordi-
naria riqueza y esplendor”.
En un artículo publicado en la revista
Nosotros en 1923 (“Evolución del
idioma nacional”), Quesada declaraba
satisfecho que la batalla estaba defi-
nitivamente ganada gracias al cambio
de actitudes, menos hostiles hacia
España, y también a una correcta polí-
tica lingüística desplegada en la escuela
y en la prensa:
“La lengua oficial de un país es única-
mente la enseñada en sus escuelas,
usada en sus funciones públicas, y
empleada en sus libros y periódicos;
es, a la vez, hablada por un deter-
minado número de personas, pero,
las cuales, comparadas con el resto
de la población, sólo constituyen una
verdadera minoría” (p. 10).
La construcción del Estado requiere
la unidad lingüística como una de
sus condiciones de existencia. La
educación pública era la encargada
de difundir la única variante admi-
sible, que se decantaba de la buena
literatura y de los consejos de los
gramáticos. El ideal monoglósico
prevé una lengua única, sin diferen-
cias dialectales marcadas, aunque sí
con la debida separación entre los dos
sociolectos, la lengua del vulgo y la
lengua culta, que seguía mantenién-
dose como posesión exclusiva de los
verdaderos distinguidos.
Quesada es categórico: “A las razas que
progresan corresponden idiomas que
se enriquecen y prosperan”. La labor
destructiva de los cambios de abajo es
reparada por la labor creativa de los de
arriba: la creación lingüística no es obra
del pueblo, sino de los cultos. Como
cada grupo de la escala social tiene el
lenguaje que le corresponde, no puede
salvarse la frontera entre la lengua de
la gente decente y la de la chusma y
su lengua plebeya. Es igualmente dura
la condena de la cursiparla, usada por
los grupos poco cultos que aspiraban a
imitar a los de arriba.
También Leopoldo Lugones sostiene
una postura aristocratizante en rela-
ción con la formación del idioma,
que no atribuye a la acción del pueblo
sino a la de los cultos: “Todo idioma
es obra de cultura realizada por los
cultos”. El intelectual se va apartando
progresivamente del “verbo de la
democracia”, al que acusa de captar
la aprobación del pueblo mediante
recursos demagógicos y, por lo tanto,
corruptos. La desintegración de la
patria comienza con la desintegra-
ción del idioma, sobre todo por la
influencia perniciosa de la inmigra-
ción cosmopolita, por lo que es nece-
sario defenderlo de hibridaciones
destructoras. Éste será el objetivo
de su labor de formación ciudadana
con la Didáctica y, como hombre de
cultura, de dar fundamento científico
al castellano usual en su Diccionario
etimológico (Didáctica, p. 221-2).
Los guardianes de la lengua
La construcción de la lengua del
Estado requiere la labor de los gramá-
ticos, que serán los encargados del
trabajo técnico –eliminar el plurimor-
fismo previo a la estandarización– y
de una función ideológica: la exalta-
ción del castellano como único objeto
digno de ser estudiado y preservado
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Artificios: lengua y ciudad
200
en toda su pureza de la incuria de los
hablantes desaprensivos. Los espacios
privilegiados de su actividad son los
que mencionaba Quesada: la escuela,
la prensa y el libro.
Invirtiendo la relación entre lengua
hablada y escrita, la escrita se convierte
en la norma a la que debía ajustarse
la hablada. Por ejemplo, la escuela se
propuso regularizar la pronunciación
de los grupos consonánticos cultos:
do(c)tor, hi(m)no, di(g)no, o(b)sesión,
a(p)titud, protec(c)ión, in(s)cri(p)to
y similares, así como en las termina-
ciones: -a(d)o: casa(d)o, cansa(d)o,
cuña(d)o. También había que erra-
dicar vulgarismos como esperemén,
sientensén, diganmelón, y las acentua-
ciones incorrectas en palabras como
intérvalo, epígrama, telégrama, périto,
cólega, méndigo, convertidas en esdrú-
julas por ultracorrección.
En buena medida, la escuela logrará
estos objetivos, pero no va a cumplir
con la principal tarea que se le enco-
mienda: la de erradicar el vos de las
aulas. Sin embargo, el “vulgar, arcaico,
antilógico, inexistente” voseo amplió
su uso, aunque mantenido a raya en
la lengua escrita. Al ejemplo de Chile,
que había obedecido los consejos de
Bello, se oponía la rebeldía de Argen-
tina, que seguía emperrada en esa
“ignominiosa fealdad”. La gramática
normativa reinará en la escuela secun-
daria. Desde fines del siglo XIX, la
defensa de la gramática queda a cargo
de un grupo de gramáticos espa-
ñoles, como Monner Sans, Atienza
y Medrano, García Velloso, Vera y
González, Vélez de Aragón y, más
tarde, Avelino Herrero Mayor, que van
ocupando estos espacios privilegiados:
son profesores y directivos en colegios
secundarios, redactan los manuales de
lengua, además de ser correctores de
los principales periódicos porteños.
La apología del castellano –“lengua
majestuosa, grave, rica”– se establece
frente a otras lenguas, de acuerdo con
la tradición humanística, –“el sin rival
romance”, “encanto y admiración de
extrañas gentes”, “lengua envidiada”–
y más a menudo en relación con las
deficiencias de la modalidad local. Así,
las Notas al castellano en la Argentina
de 1903 de Ricardo Monner Sans,
un catalán que llega a la Argentina en
1889, constituye un texto básico de la
ideología estandarizante que se instala
como reacción a la obra de Abeille.
Va precedida por una introducción de
Estanislao Zeballos, otro hombre fuerte
del régimen roquista, que avala la obra
del español y la ubica en el contexto de
los estudios del español en América.
El gramático fustiga las disidencias
(barbarismo,arcaísmo,neologismo)que
desvían la modalidad local del español
castizo, que, sin embargo, resiste a los
embates que recibe en Buenos Aires. El
español de Argentina aparece caracteri-
zado negativamente con todo el énfasis
de su malhumor hispánico:
“Cuando en calles y plazas, en teatros
y paseos, en casinos y en hogares se
oyen conversaciones arlequinadas con
retazos de diversos idiomas; cuando
en cátedra se profieren dislates y, en
obra gramatical, un día de texto, se
le advierte al niño que en el hogar
debe hablar mal para no ponerse
en pugna con los padres que barba-
rizan, llega uno a convencerse de
la briosidad de una lengua que no
ha sucumbido al peso de tan rudos
golpes” (pp. 47-48).
Para corregir los errores presenta su
fichero ordenado de los términos que
se apartan del uso peninsular y los juzga
201
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Artificios: lengua y ciudad
de acuerdo con criterios muy estrictos.
No admite nuevos significados en las
palabras conocidas; le escandaliza, por
ejemplo, la ampliación del significado
de agarrar, sustituto del imprescindible
coger, por lo que intenta convencer sobre
la diferencia entre agarrar, asir y coger.
Evidentemente, las catacresis, que tanto
entusiasmaban a Abeille, le disgustan a
MonnerSans;poreso,rechazapararsepor
“ponerse de pie”, negocio por “tienda” o
disparar por “huir”, entre otras muchas.
Comoesdeprever,tambiénsancionacon
máxima severidad todo galicismo léxico
o sintáctico; así, califica como “galicismo
empalagoso” coraje por “valor”, como
“galicismo insoportable e inadmisible”
tener lugar o como “galicismo antipá-
tico” aprovisionar, entre otros muchos
que reciben su condena. Admite, en
cambio, términos que carecen de un
correlato castizo, como choclo, churrasco,
caudillaje, cardal, platense, pucho, pintu-
rería, tambo, hispanoamericano e incluso
llega a preferir la expresión argentina a la
peninsular en aguatero o tata, esta última
como modo de contrarrestar el afemi-
nado galicismo papá.
La preservación de la lengua es la misión
del “campeón del español” que no ceja
en su infatigable corrección de las defi-
ciencias del español hablado y escrito en
Argentina. Como no olvida el intento
de Abeille, no pierde ocasión en denun-
ciar el disparate de pensar que podían
crear una lengua propia por un naciona-
lismo mal entendido: “¡Crear un nuevo
idioma! ¡Ahí es nada! ¡Se han detenido
Uds. a pensar lo que significa, lo que
representa tamaña invención, los cono-
cimientos que son necesarios, no nece-
sarios, indispensables, para la formación
de una lengua!” (MEC); por eso reclama
medidas más enérgicas para que la
escuela cumpla su misión de “perfeccio-
namiento del habla argentina”:
“Mientras en la propia escuela
primaria suenen en labios docentes el
vos, el vení, el paráte, el deber por
“ejercicio”... y tanto y tanto aporreo
del idioma, que pregonando va, si
no se quiere molesta ignorancia,
censurable indiferencia, probaría
el desgano con que la Superioridad
mira los asuntos del lenguaje. ¡Irri-
tante desvío, señores, siendo como es
el idioma el reflejo del alma popular!
¡Criminal desatención!... ¿por qué
no castigar con mano fuerte los aten-
tados contra el lenguaje? ¿Por qué
permitirle al bárbaro que enseñe lo
que ignora pervirtiendo el alma y el
cerebro de las inteligencias que se le
confían?” (p. 155)
Monner Sans denuncia el escaso afán
normativo de las autoridades educa-
tivas y de los maestros, poco afectos a
la gramática. Pero la cólera del gramá-
tico se exacerba con el uso del vos, al que
tildaba en Notas de “inaguantable vulga-
ridad”, de arcaico y de “antilógico”.
La condena general al voseo se basaba
en tres argumentos: uno social, otro
histórico –el no haber seguido la
tendencia que se impuso en el español
peninsular– y otro lógico. Esta última
calificación proviene de la diferencia
entre el vos clásico español, coheren-
temente construido con la segunda
persona del plural (Vos os engañáis
en vuestra sospecha), y el paradigma
híbrido del voseo americano (Vos te
engañás con tu sospecha), resultante de
la mezcla entre formas del singular y del
plural, tanto en el voseo pronominal
como en el verbal. Por eso mismo, los
inspectores del Consejo Nacional de
Educación, que debían ocuparse de
perseguir el voseo en las escuelas, justi-
ficaban su labor aduciendo que el vos
no existía en la gramática:
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Artificios: lengua y ciudad
202
“Alvisitaralgunasescuelas,hehallado
maestros que decían a sus alumnos:
sentate o parate. Este defecto debió
ser corregido hace tiempo. El maestro
tiene plena libertad para dirigirse al
alumno empleando el pronombre tú
o usted, pero debe hablar siempre en
castellano” (N. Trucco. MEC, julio
de 1909, Nº 439, p. 90).
Otros gramáticos añadirán argu-
mentos similares para condenar al
vos; así A. Herrero Mayor le achaca la
pérdida del tratamiento de confianza
en plural:
“Cuando nos dirigimos a dos amigos
a quienes tratamos de vos, decimos
si es de uno: Vos sos mi amigo,
mas cuando nos dirigimos a los dos
decimos: Ustedes son mis amigos,
con lo que ha desaparecido la
confianza... El vosotros mantiene la
confianza” (Diálogo argentino de la
lengua, p. 58).
En realidad, la pérdida del trata-
miento de confianza en el plural no
se debe al tan denostado voseo, sino
a la pérdida del vosotros, común a
todo el español de América. Arturo
Capdevila, el más decidido detractor
del voseo, al que califica de “mancha,
ignominiosa fealdad, viruela”, recurre
a una supuesta evidencia histórica:
atribuye al rosismo la reimplantación
del voseo como triunfo del populismo:
“¡Victoria oscura de la barbarie sobre
la cobardía!” (Babel y el castellano).
La representación del gramático
rezongón, el “corregidor” que inti-
mida con sus preceptos y sanciones, es
un motivo recurrente en Borges, Arlt,
Rossi, quienes lo asocian al malhumor,
al inmovilismo, a una reacción hispa-
nizante colonialista. La queja sobre
lo mal que se habla y se escribe en la
Argentina se convierte en un tópico
que justifica la ideología estandariza-
dora; Monner Sans se previene así de
todo contagio:
“[Apenas llegado], al momento
advertílasincorreccionesdellenguaje,
así en lo que se hablaba como en lo
que se escribía. Al escuchar tanto
aporreo al heredado lenguaje, juréme
a mí mismo apercibirme a la defensa,
rezando cada noche una jaculatoria
al protector del idioma cervantino,
para que me librara del contagio”
(1917, p. 146).
La tradición de la queja, principal
fundamento del discurso gramatical
normativo, se difunde a través de
una amplia serie de libros, como El
castellano en América. Su evolución,
Crecimiento del habla (1925) y Guía
del buen decir de Juan Selva; Problemas
del idioma de A. Herrero Mayor;
Defendamos nuestro hermoso idioma
de J. Cantarell Dart; Coloquios sobre
el lenguaje argentino (1945) de Lázaro
Schallman; Despeñaderos del habla de
Arturo Capdevila (1954), entre muchos
otros. Gana también espacios en los
medios de comunicación tanto escrita
–Barbaridades que se nos escapan al
hablar (1924) de Monner Sans– como
radiofónica –Diálogo argentino de la
lengua (50 lecciones para hablar y escribir
correctamente) de Avelino Herrero
Mayor–, seguidos por una larga serie
de epígonos hispanófilos. La prolifera-
ción de las gramáticas se justifica por
las “especiales condiciones del país”.
Como prólogo a las Notas, Estanislao
Zeballos elogia la denodada labor
de Monner Sans contra la incorrec-
ción y las pretensiones nacionalistas.
Menciona entre los predecesores, a
203
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Artificios: lengua y ciudad
Octavio Pico, que “describía las fiestas
de antruejo, que carnaval le parecía
italianismo innecesario para quienes
tienen, además, en su rico idioma,
carnestolendas, de clásico abolengo”
(p. 6). Preocuparse por un italianismo
tan arraigado como carnaval indica
una clara voluntad de contrarrestar la
presencia inmigratoria, en un medio
que, según Zeballos, “carece de las
aptitudes para la asimilación intelec-
tual del extranjero”, y lo peor es que es
el que termina por asimilar al nativo.
Buenos Aires es Gringópolis, la confu-
sión babélica y el desbarajuste. Los
hablantes se expresan sin el necesario
cuidado, con expresiones tuntúnicas,
que muestran la pereza mental del
porteño, como los evaluativos positivo
fenómeno y negativo macana. El uso de
la lengua indica la condición social y
el grado de cultura del hablante, y se
asocia también a la moral: el lenguaje
correcto va unido a la buena conducta,
según Lugones.
Capdevilaextraelasconsecuencias:“Así
como la mala crianza aísla, así como la
suciedad en el vestir separa, todo lo
que conspire contra el buen hablar
será también razón de confinamiento
y soledad” (“Desazones idiomáticas
argentinas”, Cuadernos del idioma, p.
31). El buen hablante, sin embargo,
no se confunde con el redicho o afec-
tado. La finura aparente de algunos no
puede ocultar el mal gusto; la lengua
permitirá reconocer a los verdaderos
distinguidos de quienes aspiran a serlo
y se exceden en la imitación. Es que la
distinción no se compra en la tienda,
recuerda Capdevila a los enriquecidos
que llegaron en el último aluvión inmi-
gratorio (Despeñaderos, p. 87). El mal
gusto se pone de manifiesto en expre-
siones cursis como mi esposa (por la
más directa mi mujer), “el cómico aló
y el ‘salivoso’ chau” (Herrero Mayor) o
por el anglicismo sintáctico Automóvil
Club o Plaza Hotel (J. Selva). Otra
forma de afectación será luego blanco
de la sátira de Adolfo Bioy Casares
en su Breve
diccionario
del argen-
tino exqui-
sito (1978)
que, más
moderno,
se espe-
cializa en
declara-
ciones de
políticos
y gobernantes, tan afectos en esos
tiempos a las finezas de fractura, infra-
estructura, curricular, redimensionar.
Borges vs. Castro
La causa antihispánica era compartida
por un amplio sector de los intelec-
tuales, que veían con resquemor la
presencia de lingüistas españoles en
la dirección del Instituto de Filología
de la Universidad de Buenos Aires
desde su creación en 1924 por la firma
de un convenio entre el decano de la
Facultad, Ricardo Rojas, y Ramón
Menéndez Pidal, director del Centro
de Estudios Históricos de Madrid. Así
llegan, entre otros, Américo Castro en
1924 y como director permanente, a
partir de 1927, Amado Alonso. El año
anterior, cuando la Gaceta Literaria de
Madrid había planteado que el meri-
diano cultural y lingüístico que debía
acatar la América hispanohablante era
el de Madrid, los colaboradores del
periódico Martín Fierro rechazaron
unánimemente la pretensión, encabe-
zados por el director, Evar Méndez:
Los hablantes se expresan sin el
necesario cuidado, con expresiones
tuntúnicas, que muestran la pereza
mental del porteño, como los evalua-
tivos positivo fenómeno y negativo
macana. El uso de la lengua indica la
condición social y el grado de cultura
del hablante, y se asocia también a la
moral:ellenguajecorrectovaunidoa
la buena conducta, según Lugones.
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204
“... el deshispanismo argentino, la
transformación del idioma, la dife-
renciación espiritual, nuestra actual
constitución étnica, la orientación
no-española de la cultura del Plata.
Todo ello parece ‘ingratitud histórica’
e insulto máximo a los españoles; pero
desatenderaesaverdadnopruebasino
incomprensión, voluntaria ceguera,
estrechez mental o torpe tozudez...”
(Salas, revista Martín Fierro,
agosto 31-noviembre 15 de 1927,
Nº 44-45, p. 475).
En esta polémica la opinión de Borges
fue deliberadamente breve. Expresa
desde el inicio su opinión a través de
enfáticos signos de exclamación: “La
sedicente juventud nos invita a esta-
blecer ¡en Madrid! el meridiano inte-
lectual de esta América”. Entre los
diversos factores (musicales, políticos,
culturales) que demuestran la impo-
sibilidad de la pretensión, menciona
uno lingüístico: “una ciudad cuya sola
invención es el galicismo –a lo menos,
en ninguna otra ciudad de él” (Ibíd.,
N° 42, junio de 1927, p. 357).
En 1941 se publica La peculiaridad
lingüística rioplatense de Américo
Castro, que dicta un diagnóstico muy
negativo sobre la lengua hablada y
escrita en Argentina. Esta obra es una
versión hiperbólica de “El problema
argentino de la lengua”, dedicado a
Borges, “compañero en estas preocupa-
ciones”, primer capítulo de El problema
de la lengua en América de Amado
Alonso. Aunque Alonso destacaba los
factores que incidían en el “desbarajuste
lingüístico” de Buenos Aires, Castro iba
más allá, porque pretendía explicar los
resortes más profundos de la historia
cultural, y para ello se basaba no sólo en
la obra de su compatriota, sino también
encitasdeArturoCapdevila,A.Herrero
Mayor y E. Larreta. La severidad del
juicio recaía sobre las actitudes excesi-
vamente permisivas hacia los errores,
como la falta de sanción social, el escaso
interés por la corrección, el pudor por
mostrarse culto, la ausencia de una
minoría que impusiera su autoridad, el
“instinto bajero” que se complacía en
las expresiones plebeyas hasta elevarlas
a la categoría de literarias. El libro
provocó la reacción de encono ante lo
que se consideraba como una ofensa al
sentimiento nacional, infligida por un
extranjero y, además, español, como se
expresa, por ejemplo, en dos artículos
publicados en la revista La Carreta de
octubre de 1941, firmados por Luis
Pinto –“Américo Castro, ‘Corregidor’
de Lengua...”– y por Vicente Rossi,
“A los Encomenderos Idiomáticos de
los Pueblos del Plata”. En ambos se
acusa al filólogo de querer reimplantar
el vasallaje impuesto desde España, por
lo que se insta a los argentinos a rechazar
la injerencia de una autoridad externa
que desconoce su idiosincrasia y la de su
lengua. Desde otro ángulo, La Nación
(14 de septiembre de 1941) destaca la
falta de perspectiva general que Castro
muestra sobre la sociedad argentina:
“El prestigioso filólogo comete el error
de espantarse por el escándalo del
idioma plebeyo (...) . La Argentina
posee, en la realidad discreta de
sus dignas reservas, un perfil nada
plebeyo, sino al contrario tan fino y
señorial como el que apunta en los
escritores de la calidad de los que
D. Américo Castro cita, quienes no
son –como él piensa– tan diferentes
al medio y su expresión, sino la expre-
sión de lo mejor del medio”.
Evidentemente, La peculiaridad lingüís-
tica rioplatense también irritó a Borges.
205
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Artificios: lengua y ciudad
En “Las alarmas del Doctor Castro”,
publicado en Sur, Borges hostigará con
feroz sarcasmo, al ocasional enemigo
para destruir su tesis. Las estrategias que
emplea en el ataque las había expuesto
en el “Arte de injuriar” (Historia de la
eternidad, 1933). No parece azaroso
que en su teorización sobre el género
mencione entre los términos denigra-
torios que el polemista esgrime para
denostar a su oponente el de doctor:
“Doctor es otra aniquilación” (O. C.,
p. 420). Alarmas, a su vez, sugiere aspa-
viento, malhumor, rezongo, las acti-
tudes que en El idioma de los argentinos
endilga a los hispanistas.
Borges no intenta arduas discusiones
gramaticales que pudieran probar la
superior corrección o calidad de la
“lengua vernácula de la charla porteña”
sobre otras. Demuestra la falacia de
identificar la lengua de Buenos Aires
con sus parodias gauchescas o arraba-
leras, que el ensayista comparaba con
el español estándar peninsular. A la
pretendida superioridad de la penin-
sular concede, con la objetividad de
un observador imparcial, como único
argumento la intensidad de la voz:
“He viajado por Cataluña, por
Alicante, por Andalucía, por
Castilla; he vivido un par de años en
Valldemosa y uno en Madrid; tengo
gratísimos recuerdos de esos lugares;
no he observado jamás que los espa-
ñoles hablaran mejor que nosotros.
(Hablan en voz más alta, eso sí,
con el aplomo de quienes ignoran la
duda)” (O. C., p. 654).
El corolario obligado es desmentir esa
superioridad y afirmar la del español
de Argentina, ilustrado con una
estrofa del Martín Fierro que opone a
las torpezas estilísticas de Castro.
Aunque el artículo de Borges fue inter-
pretado como una falacia ad hominem,
o una burla gratuita e irrespetuosa, sin
embargo, no parece ajeno al hecho de
que en la obra de Castro se deslizan
acusaciones veladas contra Borges y su
posición frente a la lengua: “Hay argen-
tinos, incluso con relieve intelectual,
que declaran ser su lengua el ‘argentino’,
aunque no insistan mucho en ello al
expresarse con la pluma” (p. 16). Borges
no se detiene a explicar que escribir en
argentino no significa convertirse en
gaucho o en compadrito, ni tampoco
hacerse español, sino, más bien,
mantener el tono de la oralidad porteña
en su modalidad culta. Es el matiz que
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Artificios: lengua y ciudad
206
pretende transmitir, siguiendo a escri-
tores como Sarmiento y Mansilla:
“El tono de su escritura fue el de su
voz; su boca no fue la contradic-
ción de su mano. Fueron argentinos
con dignidad: su decirse criollos no
fue una arrogancia orillera ni un
malhumor. Escribieron el dialecto
usual de sus días: ni recaer en espa-
ñoles ni degenerar en malevos fue su
apetencia... Dijeron bien en argen-
tino: cosa en desuso” (El idioma de
los argentinos, p. 29).
También se adivina una solapada refe-
renciaaBorgescuandoCastro,enojado,
se queja del recurso al humor, que
evidencia una preocupación mayor por
la forma que por el contenido. Explí-
citamente, a Borges sólo lo menciona
una vez, en una lista en que reúne escri-
tores de diferente laya, que concluye
en un genérico “y cien más” (p. 122).
Retomando estas alusiones y elusiones,
Borges concluye su ilustración del arte
de injuriar con la aniquilación total:
“En la página 122, el doctor Castro
ha enumerado algunos escritores cuyo
estilo es correcto; a pesar de la inclu-
sión de mi nombre en este catálogo,
no me creo del todo incapacitado para
hablar de estilística” (O. C., p. 657).
También Roberto Arlt recupera el
nombre “El idioma de los argentinos”
en su Aguafuerte porteña para discutir
con un hispanista, el ya mencionado
Monner Sans. A diferencia de Borges,
Arlt dice escribir “en porteño” –que
identifica con un léxico– y se apoya en
una genealogía diferente:
“Escribo en un ‘idioma’ que no es
propiamente el castellano, sino el
porteño. Sigo toda una tradición: Fray
Mocho, Félix Lima, Last Reason...Y es
acaso por exaltar el habla del pueblo,
ágil, pintoresca y variable, que inte-
resa a todas las sensibilidades. Este
léxico, que yo llamo idioma, primará
en nuestra literatura a pesar de la
indignación de los puristas, a quienes
no leen ni leerá nadie (Aguafuertes
porteñas, p. 369).
Conclusiones
¿De qué se discute cuando se plan-
tean estas polémicas sobre la lengua?
Básicamente de “mitos acerca de la
lengua” relativos al carácter más lógico,
más bello o más difícil de una lengua,
o de los efectos de un dialecto sobre
la pureza de la lengua o de la (im)
pericia de los hablantes de un cierto
sector social. Muchos de estos “mitos”
circulan en los textos comentados. De
hecho, son las cuestiones vinculadas a
la valoración –más que de la estructura
interna de la lengua– lo que suscita
el interés de académicos, intelec-
tuales, políticos y gran público; cada
uno, desde su perspectiva particular.
Algunas parecen depender de gustos,
más o menos legitimados; otras, de
factores sociales y políticos implícitos;
un tercer grupo, de cómo se entienda
la “unidad de la lengua” y qué alcance
se les reconozcan a las diferencias.
En nuestro recorrido hemos recono-
cido una línea dominante trazada por
la defensa de los rasgos del hablado
en Argentina frente a una normativa
que desconocía la valoración de los
hablantes nativos y que sólo admitía
como legítima la opción del español
peninsular: Sarmiento propone una
ortografía que daba lugar al seseo,
207
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Artificios: lengua y ciudad
rasgo compartido por todas las moda-
lidades habladas en América; Borges la
reconoce en un matiz, el de la oralidad
porteña, que se reconoce en un tono,
en algunas selecciones léxicas y en las
connotacionesqueseasocianconciertas
palabras; Arlt la identifica con el voca-
bulario propio de Buenos Aires. Los
marcadores de “argentinidad” cambian
a través del tiempo. El lingüista alemán
Fritz Krüge, que fue profesor en la
Universidad de Cuyo, escribió un libro
sobre “el argentinismo es de lindo”
(Era de linda...; Está de alto... Me cayó
de mal...). Sin embargo, esta construc-
ción hoy ha perdido vigencia entre
los jóvenes, sustituida por el prefijo
re-: Era re-linda, Está re-alto; Me cayó
re-mal. La entonación de la frase resulta
más cercana a la de ciertos dialectos
del italiano que a la del español penin-
sular, e incluso el italiano parece haber
favorecido la tendencia a la duplicación
pronominal, como en ¿La viste a mi
mamá? o en ¿No lo invitaste a Tomás?,
prácticamente obligatoria cuando se
hace referencia a personas consideradas
familiares para el interlocutor.
Ahora bien, la suma de los rasgos,
¿define la identidad lingüística argen-
tina o, mejor aun, las varias identidades
lingüísticas argentinas: la rioplatense,
muy cercana a la uruguaya, la del
noroeste, vinculada a la del español
andino, la cuyana, similar a la del
español de Chile y la del nordeste,
que comparte muchos rasgos con el
de Paraguay? Creo que no basta, por
más puntuales y específicos que se
describan. Como hemos visto, la iden-
tidad lingüística es una construcción
elaborada por intelectuales, hecha
de reflexiones sobre la lengua y sus
componentes, pero también de valores
afectivos, como los prejuicios y los
mitos antes mencionados, y también
de ciertas acciones glotopolíticas,
normativas o antinormativas.
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La biblioteca n° 9 10
210
Ciudad moderna - metrópoli global(*)
Por Pablo Sztulwark
El pensamiento político y cultural no puede pres-
cindir, a la hora de ensayar sus más profundas
incisiones, de la ciudad como lugar de expe-
rimentación. En ella, en el modo de ocupar su
espacialidad, se expresan formas de vida, con sus
costumbres, pero también con sus inflexiones
irreversibles.
En el artículo que presentamos a continuación,
Pablo Sztulwark expone las diferencias entre los
modosenlosquefueconcebidalaciudadmoderna
y la metrópoli global. La primera, esbozada bajo
el paradigma de la planificación y el diseño de
estructuras estandarizadas que responde a nece-
sidades previamente concebidas: el plan urbano
que trazaba y prescribía las maneras de habitar el
lugar. Las ciudades de hoy, bajo el imperio de las
imágenes globales y las tecnologías del marketing
que configuran el territorio a partir de la desagre-
gación de los lazos colectivos: el autoencierro y
la producción de ambientes homogéneos consti-
tuidos tras la promesa de un mundo que luego el
mercado invita a consumir.
Sin embargo, y pese a los moldes imaginados en
las agencias publicitarias, la ciudad es un espacio
vivo que reclama ser concebido como tal. En ella,
si se la logra imaginar como desafío de religar
lo heterogéneo, se cifran las posibilidades del
pueblo por venir.
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I. Ciudad y cultura
Tal vez la ciudad sea una de las cons-
trucciones más complejas e impresio-
nantesdelaespeciehumana.Perocomo
estamos de alguna manera habituados
a ella, perdemos de vista esa impresio-
nante complejidad. Si hiciéramos un
ejercicio de imaginación y pudiéramos
cambiar de escala, es decir, si nos
alejáramos de nuestro punto de vista
habitual y cambiáramos de velocidad
acelerando el tiempo, tomaríamos
conciencia visual de tamaña obra
colectiva. Si esto sucediera, veríamos a
la ciudad como una urdimbre que se
está haciendo y re-haciendo, que crece
y se altera con el latir de la vida. Aquí
intentaremos pensar acerca de esta
construcción cultural.
¿Por qué convocamos esta primera
imagen al pensar la ciudad? Porque
nos interesa preguntarnos, en las
páginas que siguen, por la ciudad y su
estatuto. Pero sobre todo por la ciudad
en tanto que construcción cultural.
Sin embargo, existen múltiples formas
de aproximarnos a la ciudad, inclu-
sive en su dimensión de construcción
cultural y colectiva. Por eso mismo,
vale precisar ahora de qué (tipo de)
ciudad hablaremos y qué problema-
tización nos interesa exponer en las
notas posteriores.
Si bien las estrategias de problema-
tización son infinitas, mi lugar de
enunciación es el de arquitecto y
la interrogación parte de allí. Pero
discurso arquitectónico no equivale
a discurso técnico sobre la ciudad,
aunque lo contenga. Más bien, pensar
la ciudad desde esta mirada requiere
transformar, tanto a la ciudad como a
la arquitectura, en términos insepara-
bles de la cultura. En otras palabras, si
entendemos por cultura la producción,
apropiación y circulación del patri-
monio simbólico de una formación
social, la ciudad y su construcción
material y simbólica pertenecen al
conjunto que recorta esta definición.
Ahora bien, si partimos de esta defi-
nición de cultura, no podemos dejar
de interpelar a la ciudad como parte
integrante de una construcción mate-
rial de sentido. Pero, ¿qué significa
esto respecto del eje que buscamos
tratar? Por un lado, que la ciudad es
el universo en el que se despliega la
vida del hombre, y la especificidad de
lo humano se juega en la construcción
de artificios (en este caso, la ciudad)
que instituyen sentido. Por otro lado,
si la lucha cultural es la lucha por el
sentido, la ciudad no está excluida de
ese campo o más bien forma parte de
él en tanto que generadora de sentido.
Volvamos sobre este asunto. Primero,
la ciudad es una producción cultural.
Segundo, también “desborda” de cultura
la pregunta por la
ciudad porque su
objeto es el habitar
humano. Tercero,
tratándose del
habitar humano,
no estamos ante
una cuestión
sencilla y suscep-
tible de ser resuelta
en clave técnica.
Por el contrario,
nos enfrentamos
a una interroga-
ción que convoca
una variedad de
problemas, una
multiplicidad de conceptos y una
serie de perspectivas difíciles de clasi-
ficar si pensamos un proyecto urbano.
Cuarto, cuando nos topamos con un
problema arquitectónico-urbano –y aquí
¿En qué hacemos foco cuando
miramosconlosojosdelaterri-
torialización y la desterritoria-
lización? Hacemos foco en el
habitar como habitar humano
que se apropia de un espacio
y lo convierte en territorio
poblado de sentido. Pero esa
operación implica una apro-
piación material y simbólica.
Por eso mismo y en tanto que
efecto de esa ocupación que
instituye sentido, el espacio se
transforma en terreno intensa-
mente humano.
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Artificios: lengua y ciudad
212
las categorías sin duda son difíciles de
separar– inevitablemente nos topamos
con un problema sobre el habitar humano
que pone en cuestión los saberes previos
y en consecuencia es necesario revisarlos
a la luz de cada proyecto.
Planteada esta definición, regresemos
sobre la imagen de la ciudad como
urdimbre colectiva. Al imaginarla de
esta manera, lo hacemos tomando
como eje las operaciones de territo-
rialización y desterritorialización de
una cultura.1
Es decir, como estrate-
gias de apropiación y subjetivación del
territorio. Pero, ¿en qué hacemos foco
cuando miramos con los ojos de la
territorialización y la desterritorializa-
ción? Hacemos foco en el habitar como
habitar humano que se apropia de un
espacio y lo convierte en territorio
poblado de sentido. Pero esa operación
implica una apropiación material y
simbólica. Por eso mismo y en tanto
que efecto de esa ocupación que insti-
tuye sentido, el espacio se transforma
en terreno intensamente humano.
Ahora bien, la ocupación no está hecha
de una vez y para siempre sino que su
temporalidad –en rigor, su histori-
cidad– se teje al ritmo de la apropia-
ción y la re-apropiación del espacio
que siempre es continua. Entonces,
la tarea es constante pero, además, esa
constancia no consiste en la repetición
de un procedimiento, en la aplicación
de una regla técnica o en la puesta en
juego de un saber especifico. Más bien,
cuando decimos ocupar decimos rela-
ción singular, subjetiva y situada con
el espacio. Por otra parte, el habitantePablo Sztulwark
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Artificios: lengua y ciudad
de ese mundo no es un mero receptor
pasivo o un consumidor indiferen-
ciado sino una subjetividad que resulta
de un hacer. De esta manera, pensar
la construcción de ciudad –en tanto
que ocupación material y simbólica
de un espacio– exige problematizar la
lucha por la asignación de sentido de
ese espacio. Y allí, dicho sea de paso,
reside centralmente la esencia cultural
de la ciudad.
Si comenzamos este aparatado con
una imagen, terminemos con otra
al servicio del mismo problema que
buscamosrodear.Entonces,podríamos
pensar la ciudad a través del lenguaje.
Sin ir muy lejos, sabemos que una
lengua no se agota en sus reglas sintác-
ticas. Tampoco en su condición de
instrumento de comunicación. En
tanto que sujetos hablantes, nosotros
somos lenguaje y eso nos constituye
como sujetos. Respecto de la ciudad,
ésta también puede ser vista de esa
manera cuando es analizada como
formas de pensar, sentir y actuar que
dan lugar y son experiencia humana.
En estos términos, es posible retratarla
en un doble juego: el hombre habita la
ciudad pero también es habitado por
ella. En definitiva, la ciudad produce
(y además es) sus habitantes.
II. La ciudad como relato
Si partimos de esta definición de
ciudad, el pensamiento urbano tiene
un objeto y una tarea: pensar la huma-
nización que produce, la subjetividad
que forja y el mundo que inventa ese
artificio que venimos llamando ciudad.
Además, el pensamiento urbano no se
agota en la descripción del mundo
material sino que está centrado en
el análisis de los relatos culturales,
políticos, artísticos, sociales, etc. que
hospedan vida y por eso construyen
mundos humanos.
Al leer la ciudad desde esta perspec-
tiva, dejamos de interpelarla exclusi-
vamente como un objeto material.
Entonces, se nos convierte en la
superficie de emergencia de los relatos
y cada ficción es un medio a partir
del cual se construye y constituye.
Siguiendo al pensador contempo-
ráneo Olivier Mongin en La condición
urbana, hasta podríamos señalar que
si los relatos ficcionales son “la imagen
mental de los espacios que finalmente
se confunden con él”, la ciudad es
–nada más y nada menos– que la
materialización de esos mundos.
Ahora bien, antes de avanzar, es
momento de introducir una definición
de ficción sobre la que volveremos una
y otra vez en los apartados sucesivos:
las ficciones son configuraciones que
organizan y dan consistencia al lazo
social. Es decir, no se trata de mentiras,
ardides o engaños sino, por el contrario,
del medio específico en el que se desa-
rrolla y contiene la vida humana.
Para avanzar en esta definición, deten-
gámonos en una situación que tiene
valor de concepto y puede esclarecer la
noción de ficción. Hace algún tiempo,
mientras caminaba por la ciudad, me
topé con un cartel en una obra que
comenzaba. A la manera de las actuales
gigantografías, el anuncio informaba
sobre la construcción y venta de un
edificio en torre en un barrio céntrico
de la ciudad de Buenos Aires. El cartel
contenía una imagen. Un edificio de
fondo, y en un primer plano, hombres,
mujeres, niños y viejos que lo miraban
y señalaban, parecía que con alegría. El
letrero, además, tenía una leyenda: Aquí
se va a construir un sueño, y nos exponía
ante una tensión. Allí donde se iba a
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Artificios: lengua y ciudad
214
construir algo material (un edificio de
hierro, cemento, vidrio, madera, etc.),
en realidad, se estaba exponiendo una
ficción sobre el habitar humano.
Todavía recuerdo el impacto que me
causó aquel cartel. Pero más allá del
impacto, lo central
es el problema que
dibujóeseanuncio.
Es evidente que
la vida humana
no transcurre
exclusivamente
en el plano de
lo material y lo
concreto. Eso lo
sabemos. Inclusive
cuando pensamos
desde la arqui-
tectura, también
pensamos la vida
ensusdimensiones
simbólicaseimagi-
narias porque, en
rigor, no hay vida
humana por fuera
de alguna ficción
o relato.
Terminada la obra unos años después,
otro cartel llamó esta vez mi atención.
En la entrada para coches, sobre la reja,
se leía: Señor conductor: por razones de
seguridad, al entrar, apague las luces
externas de auto y encienda la internas.
III. La ciudad moderna
Presentadas algunas definiciones que
son nuestro punto de partida cuando
nos interrogamos acerca de la ciudad,
detengámonos ahora en las produc-
ciones ficcionales tanto de la ciudad
nación como de la metrópoli global.
Por otra parte y en este contrapunto,
tendremos mucho que pensar en rela-
ción con las ficciones y la tarea del
arquitecto en nuestras condiciones.
Comencemos, entonces, por la ciudad
nación en tanto que ciudad moderna.
No hay duda de que la ficción moderna
por excelencia está dominada por el
Estado y sus instituciones. Tal es así
que René Lourau, por mencionar a un
destacado pensador anti-institucional
de la segunda mitad del siglo XX,
cuando describe el funcionamiento
de las instituciones modernas, subraya
que el Estado es –nada más y nada
menos que– el inconsciente. Más allá de
cómo leamos esta interesante afirma-
ción de Lourau, el relato moderno se
organizó bajo un paradigma basado en
la planificación en general y la urbana
en relación con el eje que estamos
considerando, pero en rigor su diná-
mica no se agota allí. Por el contrario,
la lógica de la ciudad moderna está
constituida por una dinámica donde
el mercado asigna, el Estado regula
y el urbanista proyecta. Por lo tanto,
pensar la ficción moderna acerca de la
ciudad implica pensar el vínculo entre
Estado y Mercado. Es decir, la restric-
ción estatal sobre el mercado que éste
no introduciría por sí mismo. Claro
que esta ficción era posible, tendríamos
que agregar, en una sociedad discipli-
naria, es decir, trabajada y marcada,
siguiendoelanálisisdeMichelFoucault
en Vigilar y castigar, por la vigilancia
jerárquica, la sanción normalizadora y
el procedimiento del examen.
Pero esta restricción obviamente no
excluyó la posibilidad de una alianza
entre Estado y Mercado sino que en
todo caso la enmarcó. Y esa alianza
adoptó una forma específica que se
manifiesta en esa dinámica mercantil
y los edificios públicos y los monu-
mentos son la representación y
garantía de ese pacto.
La lógica de la ciudad moderna
está constituida por una diná-
mica donde el mercado asigna,
el Estado regula y el urbanista
proyecta. Por lo tanto, pensar
la ficción moderna acerca de la
ciudadimplicapensarelvínculo
entre Estado y Mercado. Es
decir,larestricciónestatalsobre
el mercado que éste no intro-
duciría por sí mismo. Claro
que esta ficción era posible,
tendríamos que agregar, en una
sociedad disciplinaria, es decir,
trabajada y marcada, siguiendo
el análisis de Michel Foucault
en Vigilar y castigar, por la
vigilancia jerárquica, la sanción
normalizadora y el procedi-
miento del examen.
215
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Artificios: lengua y ciudad
Por lo tanto, si el mercado es el
objeto a regular, el plan del urbanista
consiste en imponer restricciones
donde el mercado no las ponía. En
una sociedad disciplinaria, como
decíamos, esta ficción es posible y esa
alianza podía dar respuesta a las nece-
sidades del habitar. Es decir, el relato
moderno incluía la ilusión de que
la ciudad administraba la lógica del
derecho y la necesidad. Recordemos
la frase: “donde hay una necesidad,
hay un derecho”.
La ciudad moderna, entonces, nace
atravesada por ese relato y este atra-
vesamiento se observa pero funda-
mentalmente se vive en una serie de
operaciones: desde la higiene, a partir
del desarrollo de pulmones verdes, las
calles y arterias (obsérvese el lenguaje)
que intentan resolver la circulación
de personas y bienes, hasta la demo-
cratización de los espacios adminis-
trada por esa lógica de las necesidades
y derechos.
Ahora bien, si el mercado asignaba era
porqueencontrabalosmecanismospara
convertir en mercancía los productos
de lo urbano. Entonces, la ciudad capi-
talista (moderna) también producía su
lenguaje y su sentido. Si la ciudad es
capitalista deberá encontrar los meca-
nismos de puesta en valor de cambio,
es decir su conversión en mercancía, y
lo hace a través de la estandardización
y la producción de tipos mensurables
y clasificables. A su vez estandarizar y
racionalizar nos imponen hacer coin-
cidir una forma de vida con un tipo
espacial constructivo.
Para precisar esta cuestión, los avisos
clasificados –en tanto que lenguaje
de la ficción mercantil moderna– nos
dan una pista para deconstruir esa
producción de sentido. Aunque puede
resonar viejo en tanto que exponente
de otra época, el aviso clasificado en
el diario resalta las cualidades estan-
dardizadas del producto. A saber: dos
ambientes, cocina, balcón, etc. Sobre
la vida posible allí, no hay “lugar”. Y
tal es así que todos nos enfrentamos,
alguna vez, con la frustración que un
aviso de este tipo nos produjo al buscar
una vivienda.
Después de describir someramente
esta ficción, surgen algunas preguntas
y problemas centrales para el pensa-
miento urbano. Por ejemplo, ¿cómo
un plan –el que
sea, inclusive el
“mejor”– puede
contenerelcarácter
multiforme de la
vida? ¿Es posible
disponerunamate-
rialidad planificada
estable donde la
vida va signifi-
cando y resigni-
ficando los lugares
constantemente?
Si la tempora-
lidad urbana nos
muestra que la
ciudad no está
hecha sino que
se está haciendo
todo el tiempo, no
hay plan capaz de
enmarcar los espacios practicados por
la vida que también hacen ciudad.
Sin embargo, esta tensión entre plan y
vida puede ser interpelada de formas
distintas. Por un lado, en clave de plan,
como lo hizo la tradición arquitectó-
nica moderna. La ciudad planificada
es esa instancia propia del urbanismo
que codifica, que intenta proporcionar
identidad y que ofrece un lugar para
cada cosa. Pero en la medida en que
no hay plan capaz de contenerlo todo,
La ciudad planificada es esa
instancia propia del urba-
nismoquecodifica,queintenta
proporcionar identidad y que
ofrece un lugar para cada cosa.
Pero en la medida en que no
hay plan capaz de contenerlo
todo, siempre deja por fuera la
situación urbana. Es decir, los
lugares practicados y por eso
marcados espontáneamente
que también hacen ciudad. Si
el plan es una vía de “ingreso”
al problema de la ciudad, las
situaciones urbanas son otra
suplementaria que, dicho sea
de paso, piensan lo que el
plan no lee porque no puede
planificarlo.
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siempre deja por fuera la situación
urbana. Es decir, los lugares practi-
cados y por eso marcados espontá-
neamente que también hacen ciudad.
Si el plan es una vía de “ingreso”
al problema de la ciudad, las situa-
ciones urbanas son otra suplemen-
taria que, dicho sea de paso, piensan
lo que el plan no lee porque no puede
planificarlo. Entonces, si cuando
pensamos la vida urbana en términos
de plan hacemos eje en la tradición,
la geografía, la historia, los hábitos
arquitectónicos, las pautas de uso del
espacio, la articulación de funciones
urbanas, sociales y económicas, etc., es
decir, en los lugares susceptibles de ser
planificados; cuando hacemos eje en
las situaciones urbanas, nos concen-
tramos en la tensión, siempre compleja
y cambiante, entre los lugares prede-
terminados por el plan y los recorridos
que “profanan”, es decir, instalan otros
usos de esos lugares.2
Pero la mirada moderna leyó a la
ciudad en términos de una estructura
estable de lugares sometida a las diná-
micas mercantiles. Es decir, cuando el
urbanista moderno pensó a la ciudad
la pensó como una estructura de
lugares predeterminados en el marco
de la cual se desarrolla la vida en sus
necesidades materiales y simbólicas.
Así mirada, la ciudad y sus formas
de ocupación existen donde fueron
establecidas, ya sea por el urbanista,
el funcionario o la institución. Sin ir
muy lejos, esta operación de marca-
ción de la ciudad puede ser analizada
en relación con los sitios instituidos
como relevantes por el plan urbano.
Para una mirada planificada, los
sitios relevantes de la ciudad están
definidos por el plan. Si esto puede
ser cierto, también es cierto que una
ciudad marca como relevantes otros
espacios, tanto de manera colec-
tiva como individual. Por ejemplo,
la Plaza de Mayo no fue la misma
después del 17 de octubre de 1945,
tampoco sus fuentes. Pero también
una esquina o una trayectoria por el
barrio pueden ser decisivas porque
son inseparables de una biografía
amorosa o familiar. ¿Qué queremos
decir con esto? En principio, que la
vida siempre tensiona esa estructura.
Y en tiempos modernos, el fracaso de
esos lugares y su procesamiento operó
como condición de posibilidad de las
intervenciones arquitectónicas y urba-
nísticas que actualizaban la estructura.
Bajo este esquema, el relato moderno
construyó un lugar a su medida para
aquello que “espontáneamente” no
encontraba su lugar en la estructura.
IV. Ficciones contemporáneas
En la medida en que la vida social,
cultural y económica se ha transfor-
mado, la vida urbana también lo ha
hecho. Pero, ¿en qué consiste esta
alteración y qué es necesario pensar
en el campo del pensamiento urbano
como consecuencia de esta altera-
ción? Entre otras cuestiones, la ciudad
actual es –además de una ciudad de
lugares– una ciudad de flujos. En
otros términos, la ciudad contempo-
ránea altera radicalmente su estatus
porque está atravesada por una condi-
ción heterogénea que la tensiona y la
constituye. Por un lado, es una ciudad
de lugares (la tradición, la geografía, la
historia, los hábitos arquitectónicos,
las pautas de uso del espacio, la articu-
lación de funciones urbanas, sociales
y económicas, etc.), como la ciudad
moderna. Por otro lado, también es
una ciudad de flujos (los capitales
217
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globales, las redes dinámicas de
información, los movimientos hacia
los puntos de mayor rentabilidad, y
quizá lo más importante, los flujos de
imágenes propios de la sociedad del
espectáculo).
Si esto es así, no hay forma de pensar
la ciudad global sin dar cuenta del
vínculo entre lugares y flujos.3
Ahora
bien, dialogar con esta tensión nos
intima a pensar, entre otras cosas, los
límites del plan urbano. Como en la
ciudad moderna, a éste se le escapaba
el carácter multiforme de la vida, seña-
lamos antes; en la ciudad global, es
inevitablemente incapaz de contener
la temporalidad del flujo, la velocidad
del flujo de capitales y la imposición de
los regímenes de sentido cambiantes.
Justamente por eso, la ciudad global
pone en cuestión el relato moderno
sobre lo urbano en la medida en que
éste piensa desde la estructura y la
estructura –si bien puede procesar el
cambio en clave de actualización de lo
planificado– no tiene chance de plani-
ficar la dimensión flujo porque –no está
de más destacarlo– resulta implanifi-
cable. Si tenemos en cuenta este esce-
nario, surgen algunas interrogaciones
cuando revisamos el estatuto actual
de la ciudad. ¿Cómo pensar la ciudad
contemporánea y global cuando las
configuraciones heredadas del habitar
humano urbano están en continua
alteración? Por otro lado, si no estamos
ante alteraciones menores y parciales
sino frente a una serie compleja de
cambios que transforman el estatuto de
lo urbano, ¿se vuelven imposibles aque-
llas formas de construir ciudad y vida
que venimos describiendo? Además,
si pensamos las ficciones de la ciudad
contemporánea, también tendremos
que considerar: ¿qué tipo de relato es
fruto de la sociedad del espectáculo
que convierte las situaciones urbanas
en escenas? ¿Y cuál es el papel de las
imágenes como operadores ficcionales
que, asimismo, impactan vívidamente
en la fisonomía urbana?
Vayamos por parte. Primero, las lógicas
modernas, basadas
en la satisfacción
de necesidades
preexistentes,
parecen incapaces
de competir con
los sueños y las
imágenes que
nos ofrecen las
ficciones contem-
poráneas. Segundo,
como la sociedad
del espectáculo
no está marcada
por necesidades
sino por deseos,
el marketing se
erige como el relato
por excelencia de
los seres deseantes
instituidos por esa
sociedad. Tercero,
y teniendo en
cuenta lo previo, estamos en presencia
de un nuevo régimen productor de
sentido. Y cuarto, cuando el mercado era
el objeto privilegiado de regulación, la
operatoria estatal imponía restricciones
vía la planificación. Pero en nuestras
condiciones epocales resulta difícil
imaginar que una operación equivalente
sea posible y sobre todo eficaz frente a
las máquinas de seducción de la sociedad
del espectáculo.
A la luz de este planteo, el cartel que
antes mencionamos se resignifica: “Aquí
se va a construir un sueño”, ahora puede
ser entendido y comprendido bajo este
descarnado sentido. En rigor, somos
parte de una lógica en la que el imperio
La ciudad contemporánea
altera radicalmente su estatus
porque está atravesada por una
condición heterogénea que la
tensionaylaconstituye.Porun
lado, es una ciudad de lugares
(la tradición, la geografía, la
historia, los hábitos arqui-
tectónicos, las pautas de uso
del espacio, la articulación de
funciones urbanas, sociales
y económicas, etc.), como la
ciudad moderna. Por otro
lado, también es una ciudad de
flujos(loscapitalesglobales,las
redes dinámicas de informa-
ción, los movimientos hacia los
puntos de mayor rentabilidad,
y quizá lo más importante, los
flujos de imágenes propios de
la sociedad del espectáculo).
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Artificios: lengua y ciudad
218
de la imagen configura sentido. Pero
tan relevante como esta operatoria es la
genealogía de esas imágenes ficcionales:
se trata de imágenes producidas en otros
lugares e importadas de laboratorios
culturales, es decir, arquitectura del
espectáculo. ¿Qué tipo de arquitectura
es ésta? Por un lado, una arquitectura
que separa prácticas de vida e imágenes
de esa vida. Asimismo, esta oposi-
ción es un efecto de los mundos que
arma el marketing
urbano cuando se
desentiende de la
problematización
de las vidas reales
y se refugia en las
imágenes. Inclu-
sive, más que
dejar de lado, la
imagen es una
configuración
exterior y previa
construida en
otro sitio del que
se desenvuelve
la vida real. En
segundo lugar y
justamente por
eso, la subjetividad que resulta de ese
dispositivo ficcional es la del espectador
y no la del habitante. En definitiva,
cómo alguien podría ocupar activa-
mente un lugar diseñado independien-
temente y a pesar de su vida.
De esta manera, la ficción contempo-
ránea invierte la operación del relato
moderno. Si la ciudad mercantil
producía sus espacios, objetos e
imágenes por la demanda del habitar
a partir de la lectura de las necesidades
preexistentes, la ciudad contempo-
ránea crea un producto para –luego–
instituir el mundo que lo necesite. De
esto se deriva, entre otras cuestiones,
que el objeto de estas ficciones no son
las necesidades (preexistentes) sino las
imágenes que recrean deseos y sueños.
Ahora bien, el flujo de las imágenes
que componen esos deseos y sueños
es necesariamente segmentado. Es
decir, si la sociedad de masas hacía de
la estandarización su regla de inter-
cambio de mercancías, el marketing
(en una sociedad intensamente frag-
mentada a nivel social, cultural y
espacialmente) nos ofrece un mundo
a medida (del consumidor) cuando
divide y clasifica en segmentos ABC1,
ABC2. Y por eso mismo, le brinda a
cada quien un mundo.
Los barrios cerrados, los barrios
cerrados urbanos autosuficientes
(torres) y hasta cualquier edificio
pequeño hoy intentan construir un
sueño a medida. Si consideramos una
de estas situaciones, el sueño de la vida
verde y segura da lugar a un “barrio”
cuyo reverso es la destitución de la vida
social y urbana.4
¿Qué implica esto?
Primero, un proceso de segmentación
de la ciudad que limita, impide, corta
los intercambios entre heterogéneos,
es decir, diluye la misma condición
urbana porque desalienta los inter-
cambios. Segundo, la expulsión de la
dimensión barrial está acompañada
de la instalación de una escenografía
de imágenes carentes de vida urbana.5
Una vez más, la imagen sobrepasa
las prácticas.
Si pensamos históricamente esta
tendencia en la organización del
espacio, se produce una ruptura
en la forma de concebir la relación
entre espacio público y privado en
la medida en que la ciudad ya no es
una “casa” que podamos ocupar con
confianza, ni la casa es una “ciudad”
que produzca insumos para la sociabi-
lidad colectiva. Cuando esto sucede,
la correlación entre ciudad y casa
Ahora bien, el flujo de las
imágenes que componen esos
deseos y sueños es necesaria-
mente segmentado. Es decir,
si la sociedad de masas hacía
de la estandarización su regla
de intercambio de mercancías,
el marketing (en una sociedad
intensamente fragmentada a
nivel social, cultural y espacial-
mente) nos ofrece un mundo
a medida (del consumidor)
cuando divide y clasifica en
segmentos ABC1, ABC2. Y por
eso mismo, le brinda a cada
quien un mundo.
219
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–como la pensó el renacentista León
Batista Alberti– se disuelve porque el
contacto entre ambos espacios tiende
a reducirse cada vez más.
Un ejemplo del quiebre de este inter-
cambio entre lo público y lo privado
se registra en las modalidades en que
hoy se proyecta (es, decir, se piensa)
ese contacto. Mientras hace 30 años,
cuando un arquitecto proyectaba una
casa en la ciudad, la parte pública de la
misma (living, estar) daba invariable-
mentealacalle.Yentonces,lasventanas
se abrían y se veía desde adentro el
afuera y desde afuera el adentro, hoy
ya no es tan así. En aquel contexto, la
casa como ámbito privado, no termi-
naba en sus funciones privadas sino
que ofrecía enlaces con lo público, cosa
que la casa bunker y su fachada como
pared lo más ciega posible, rechaza. Es
decir, hoy la dimensión pública de la
casa prácticamente ha desaparecido.
Ahora bien, al mismo tiempo que
la casa búnker rompe (o al menos,
diluye) el vínculo con el afuera vía el
arsenal técnico que “protege de la inse-
guridad”, se intenta reproducir y se
extiende al espacio público la misma
operación a partir, por ejemplo, del
cercamiento con rejas de las plazas y los
parques en la ciudad. De esta manera,
el problema es recortado en clave de
inseguridad y las compensaciones van
en esa dirección. Sobre la posibilidad
de ocupar ese espacio que ha sido
desocupado, poco y nada, mas bien
casi se ha reducido a espacio de circu-
lación, y sólo en algunos pocos lugares
controlados en lugares de encuentro.
Es la misma condición urbana la que
está en discusión.
Como consecuencia del proceso que
venimos describiendo, la ciudad –en
esa lucha– va alterando su fisonomía
y el mundo de lugares se transforma
en territorio de no-lugares, es decir,
en escenografías donde la historia, las
pautas culturales y las prácticas son
impuestas desde afuera de las situa-
ciones urbanas pero, al mismo tiempo,
bajo la extraña sensación de que somos
libres y las elegimos.
Una última cuestión. Al problematizar
esta alteración de la ciudad surge la
pregunta por el pensamiento arquitec-
tónico que –de algún modo– acompaña
a la ciudad que
adquiere esa fiso-
nomía. En prin-
cipio, se trata de
una arquitectura
quetomadistancia
del problema de
la relación entre
lo público y lo
privado. Y por
eso, se abstiene
de convertir a ese
espacio en objeto
de pensamiento.
De esta manera,
hoy la arquitectura urbana reflexiona
sobre lo que hace (y no sobre lo que
deja de hacer). Entonces, se centra cada
vez más en los objetos de colección, se
desentiende de la dinámica urbana y así
pierde el registro intensamente político
que caracterizó al pensamiento arqui-
tectónico moderno.
V. Ciudad contemporánea y política
Si partimos de la ciudad contempo-
ránea y su complejidad específica, ¿qué
implicaría pensarla en clave política?
En principio, será necesario leer uno
de los problemas más relevantes que
la atraviesan: el paisaje urbano de la
ciudad contemporánea está cada vez
más segmentado, lo que, asimismo,
Comoconsecuenciadelproceso
que venimos describiendo, la
ciudad –en esa lucha– va alte-
rando su fisonomía y el mundo
de lugares se transforma en
territorio de no-lugares, es
decir, en escenografías donde
la historia, las pautas culturales
y las prácticas son impuestas
desde afuera de las situaciones
urbanas pero, al mismo tiempo,
bajo la extraña sensación de que
somos libres y las elegimos.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Artificios: lengua y ciudad
220
frena –si no se interviene sobre esta
cuestión– el encuentro y la integración
de términos socialmente heterogéneos.
Pero pensar políticamente esta segmen-
tación no es sinónimo de arquitec-
tura social o vivienda social solamente
(aunque también merece ser incluido
como tema en la
agenda política
del pensamiento
arquitectónico)
porque nos volve-
ríamos a centrar
en un segmento de
la ciudad y nuestro
problema es justa-
mente la segmen-
tación. Si la ciudad
está fragmentada
y la sociabilidad
resulta impo-
sible es –además
de todo lo que
sabemos sobre la
cuestión social–
porque nos acostumbramos a pensarla
en sus partes (más ricas o más pobres,
en este punto da lo mismo) y no como
escenario de encuentros y desencuentros
poderosos, inesperados y contingentes
que la renuevan permanentemente. Y
por eso, crean vida urbana.
Teniendo en cuenta este contexto
caracterizado tanto por la segmenta-
ción como por un pensamiento urbano
fascinado por los objetos de colección,
se torna cada vez más complejo pensar
una política para la ciudad. Si bien
existen políticas de capitales, polí-
ticas sociales, políticas culturales, etc.
sobre la ciudad, con esto no alcanza
para pensar la ciudad. Además y sobre
todo, sin la arquitectura como sitio
de pensamiento autónomo es impo-
sible delinear una política para la
ciudad. ¿Por qué? Porque hoy pensar
la ciudad demanda pensar el abismo
entre la lógica de los lugares y la lógica
de los flujos. En otros términos, ése es
el espacio de la política de la ciudad.
Pero por otra parte, dar cuenta de ese
espacio nos impulsa a centrarnos en su
propia dinámica y no en las narraciones
acerca de los movimientos del capital,
las políticas sociales, los avances de la
tecnología, etc., que, más temprano
que tarde, nos distancian de la ciudad
como objeto de pensamiento.
Pero, ¿qué implicaría pensar una
política para la ciudad? Obviamente
no es posible ensayar una respuesta a
esta pregunta en un par de párrafos
pero, desde esta perspectiva, pensar
esa política implica pensar a la ciudad
desde la macro y la micropolítica. Si el
pensamiento arquitectónico moderno
la pensó exclusivamente desde el plan
macropolítico, hoy (si no nos olvi-
damos de que nuestro problema es la
segmentación) es necesario también
pensarla desde la micropolítica. ¿Por
qué? Porque si la tarea de nuestra gene-
ración, definida no en términos etarios
sino como aquellos que compartimos
un mismo problema, es trabajar para
la multiplicación de encuentros entre
heterogéneos, será clave indagar en
diversas escalas las formas de poten-
ciar, fomentar, profundizar ese tipo de
experiencias que solamente suceden en
el marco de la ciudad.
Finalmente, que la ciudad se vuelva
objeto de pensamiento requiere de
un cambio de posición del arquitecto.
Entonces, pensar desde la ciudad
significa una sola cosa (en la ciudad
contemporánea): en un contexto de
segmentación y hoy más que nunca,
nuestra tarea consiste en producir liga-
duras que recreen la vida urbana. Para
que esto suceda habrá que suspender
la fascinación por los objetos bellos
Porque hoy pensar la ciudad
demanda pensar el abismo
entre la lógica de los lugares y
la lógica de los flujos. En otros
términos, ése es el espacio de
la política de la ciudad. Pero
por otra parte, dar cuenta
de ese espacio nos impulsa a
centrarnos en su propia diná-
mica y no en las narraciones
acerca de los movimientos del
capital, las políticas sociales, los
avances de la tecnología, etc.,
que, más temprano que tarde,
nos distancian de la ciudad
como objeto de pensamiento.
221
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Artificios: lengua y ciudad
y participar en la lucha cultural por
el sentido, percibir las formas de lo
urbano y sus modulaciones perma-
nentes. En las palabras de Luis
Fernández-Galiano: “La sociedad del
espectáculo nos arrastra a todos, y en
las aguas turbulentas de ese río que
nos lleva, quizá sólo podamos aspirar a
mantener los ojos bien abiertos”.
(*) Este artículo se basa en las ideas
expuestas en “Ficciones de lo habitar.
Sobre arquitectura, ciudad y cultura”
en Ficciones de lo habitar, Buenos
Aires, Nobuko, 2009, pp. 19-45 y en
la conferencia brindada en el marco del
ciclo “Legados y porvenir: Argentina
en el Bicentenario”, organizado por la
Biblioteca Nacional durante el 2009.
NOTAS										
1. Sobre las categorías de territorialización y desterritorialización recomendamos la lectura de Mil mesetas de
Gilles Deleuze.
2. Para precisar la noción de profanación, vale leer de Giorgio Agamben: “Elogio de la profanación” en
Profanaciones, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2005, pp. 97-119.
3. Esta distinción fue trabajada con Ignacio Lewkowicz en “Ciudad y situaciones urbanas” en Arquitectura plus
de sentido. Notas ad hoc, Buenos Aires, Kliczkowski, 2002, pp. 107-123.
4. Cuando analizamos la forma en que se regula la relación con el afuera en los barrios cerrados (rejas, cámaras
de seguridad, alambrados, etc.), resulta difícil no traer al recuerdo el modo en que el territorio fue instituido en
los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Con esto no queremos trazar una compa-
ración que resulta impertinente en términos históricos. Más bien, buscamos subrayar qué tipo de operación
implica esta modalidad de organización social, en especial, en relación con el espacio.
5. Otro analizador de esta tendencia se registra en el turismo y el tipo de vínculo que construye con el espacio.
Por un lado, la industria-flujo turística disuelve el sentido de los lugares y los constituye en no-lugares atrave-
sados por el flujo. Por el otro lado, los suprime como lugares cuando los transforma en espectáculo, es decir, en
sitios pre-codificados y por eso fuera del “circuito” de la experiencia urbana.
222
Rurbanismo y desurbanismo(*)
Por Juan Molina y Vedia
Resultaría una tarea ímproba la de reflexionar
sobreelpresentesinadvertirladimensiónproble-
mática y vital que representa la ciudad. Ella fue
objeto del pensamiento a lo largo del tiempo,
fundamentalmente a partir de las revoluciones
burguesas. Lugar de alienaciones y resistencias,
de orden y de conflictos, espacio territorial ligado
a formas productivas y a derroteros políticos,
geografía del terror y de la imaginación. Todo
ello sucede en la ciudad y sus pliegues.
JuanMolinayVediaretomalasutopíasmodernas,
socialistas y anarquistas, que obran como fondo
de su pensamiento sobre las ciudades y sus trans-
formaciones, desde el siglo XX y sus guerras,
hasta las más recientes formas que organizan el
territorio social alrededor de los flujos mercan-
tiles. Sea la sociedad fabril, o se trate de la más
reciente ciudad de las telecomunicaciones y las
marcas, Molina y Vedia recupera los desafíos
del pensamiento emancipador para advertir las
trampas que hay en la idea misma de urbanidad
cuando, en lugar de ofrecerse como espacio para
una experiencia común, se presenta como un
sitio que reagrupa y ordena la imaginación bajo
el signo del despotismo mediático. Si el mito de
los utopistas consistía en “desurbanizar”, quizá
la fantasía de hoy radique en “demediatizar” los
vínculos entre los habitantes de la metrópoli.
223
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I. Desurbanismo
Respecto al problema de la ciudad y el
urbanismo, en el año 1943 mi padre,
Mario Molina y Vedia, escribió un texto
–aúninédito–tituladoRurbanismo,rural
y urbano unidos, en el que sostenía que
el urbanismo era ya una deformación del
pensamiento sobre el territorio, puesto
que es algo que abarca a las ciudades y
a los lugares a los cuales la ciudad está
ligada. Luego, asistí a algunos cursos,
aunque todavía no estudiaba arquitec-
tura, en los que estaban Ernesto Vautier
y Fermín Bereterbide, dos personajes
relacionados con los movimientos
fabianos,movimientossocialistasingleses
de fin del siglo XIX –en los que partici-
paba, por ejemplo, Bernard Shaw– y en
los cuales se seguían ideas de William
Morris y otros autores. La creencia de
que la ciudad era autosuficiente y que el
urbanismo era una cosa que podía estu-
diarsesinpensarenelcampo,suponeuna
simplificación extremadamente abusiva,
que me recuerda a la polémica que se dio
en la URSS antes del descabezamiento
del movimiento constructivista ejecu-
tado por Stalin. Dentro de los construc-
tivistas había un grupo que se llamaba a
sí mismo desurbanistas. Plantearon una
cantidad de trabajos en los que buscaban
pensar el territorio. Allí aparecía la idea
de flujos que tiene cierta relación con
el planteo de Los tres establecimientos
humanos de Le Corbusier: la idea de
organización del territorio a lo largo de
un flujo, con sus puntos de condensa-
ción, algunos más concentrados, otros
menos, articulados como totalidad.
II. Poder y territorio
Frente a la idea de patrimonio y la
solemnidad del Centenario, me parece
importante agregar este tema, ya que
en 1910 la celebración ni siquiera se
concentró en toda la ciudad de Buenos
Aires, sino en la Avenida de Mayo y
algunos lugares particulares. Otro
hecho que tiene una significación
clarísima respecto a la relación entre
territorio y poder es la concentración
del poder en un punto. La Generación
del 80, y su conquista del desierto, es
el origen del trabajo de organización
del territorio a partir del poder.
La campaña del desierto que condujo
Roca y produjo ese monumento que
perturba considerablemente a Osvaldo
Bayer, fue financiada durante diez años
por una colección de capitales reunidos
en los bancos de Londres y de París.
Fue un geógrafo francés quien en 1932,
en Mendoza, estudió la financiación:
durante diez años hubo gente juntado
capital para promover que Roca realizara
la “conquista”. Es decir, la imagina-
ción militar tiene
que ver con el
hecho concreto
de producir un
genocidio en el
que participaron
algunos parientes
míos: el general
De Vedia mató
indios en el Chaco.
Mis abuelas me
decían que él leía
a Voltaire, que era
un tipo bueno, que
era imposible que
hubiera matado
indios en el Chaco.
Pero la ciudad de
Resistencia no se llama así por casualidad,
y el primer gobernador del Chaco fue Julio
de Vedia, el abuelo de mi abuelo, que
era arquitecto y anarquista. Todo viene
bastante confundido en esta historia.
Mi abuelo don Julio, el anar-
quista, había hecho una utopía
urbana enorme, completa-
mente dibujada, y su sociedad
feliz, que era completamente
delirante, tenía un principio:
para que la gente fuera feliz,
una población no tenía que
conocer a la que estaba al lado
ni saber de qué se trataba.
Había advertido el peligro de
que dos poblaciones se relacio-
naran porque siempre hay una
que quiere liquidar a la otra.
Despuésdedosmilañossellama
a eso intercambio desigual.
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Artificios: lengua y ciudad
224
III. Poder, mercados y guerras
Volviendo al tema, la idea del rurba-
nismo y de los desurbanistas soviéticos,
era conflictiva respecto de la decisión de
Stalin de concentrar poder para enta-
blar la lucha contra Hitler. Alemania
también estaba concentrando el poder
que, como producto de la masividad
moderna, se transforma en una super-
vivencia del más fuerte. Los ingleses
habían conseguido más mercado antes
que los alemanes y entonces a éstos les
costaba mucho más esfuerzo, por haber
llegado tarde al reparto. Era compren-
sible, en ese contexto, la idea de la
Bauhaus: darle calidad a los objetos que
producían, competir desde esa singula-
ridad contra aquel que llegó primero al
mercado. Y en esto se basa el genocidio
de la Primera Guerra Mundial.
Si pensamos alrededor de la tragedia
de la guerra, hay que saber que se debe
incorporar la memoria dolida sobre
todos los soldados que fueron muertos,
y no sólo sobre a
algunos. Cuando
uno hace la cons-
cripción se da
de cuenta que lo
tiran y lo ponen
al frente, que
nadie te pregunta
para quién vas a
pelear, sino que
te acomodan y
tenés que tirar
para donde te
lo ordenan. Las
víctimas del
genocidio están
por encima de las
divisiones de los bandos. Esto mismo
lo comprendió Borges vagamente en
su poema sobre las Malvinas: entendió
que los enfrentamientos entre dos
bandos son en realidad una Gestalt,
una unidad, y que las dos partes parti-
cipan igualmente de eso.
IV. Ciudades y comercio
En el libro Las ciudades invisibles de
Italo Calvino, la relación entre Marco
Polo y el Khan de China, y todo lo que
sucede en el relato, tiene por fondo
la aparición del comercio de las telas
que venían de Flandes, pasaban por
Venecia, e iban para Oriente. Es decir
que la ciudad como sistema de puntos
necesitó del comercio y las rutas, o el
lugar que marca el flujo, es el puente
entre los puntos: pueblos que intercam-
bian productos, y crean el comercio.
Mi abuelo don Julio, el anarquista,
había hecho una utopía urbana enorme,
completamente dibujada, y su sociedad
feliz, que era completamente delirante,
tenía un principio: para que la gente
fuera feliz, una población no tenía que
conocer a la que estaba al lado ni saber de
qué se trataba. Había advertido el peligro
de que dos poblaciones se relacionaran
porque siempre hay una que quiere
liquidar a la otra. Después de dos mil
años se llama a eso intercambio desigual.
Al parecer, cuando entre los humanos
hay dos sociedades que intercambian
productos, hay un momento en que
una toma predominio sobre la otra, y
termina por exterminarla. Hay unos
dibujos antiquísimos de la historia
universal, provenientes de China,
en que aparece un puente curvo de
madera con dos bandos luchando con
espadas sobre él.
En Las ciudades invisibles, el ir y volver
de Marco Polo a China trataría el
tema del poder a partir de la relación
entre las ciudades, entre los territorios
o entre las naciones.
Enlainfancia,lanaciónerauna
especie de ficción donde todo
estaba en orden y armonía,
con los próceres en sus lugares.
Eso decía el Billiken. Recién
muchodespuésunoseenteraba
de que determinado prócer le
había cortado la cabeza a otro
prócer que estaba al lado; que
uno había fusilado a este otro;
y lo que realmente había suce-
dido en la historia nadie nos lo
había contado. En los bicen-
tenarios corremos peligro de
repetir esa ficción.
225
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V. Coexistencias y fisuras
El siglo XIX es el de las naciones
modernas. Cuando estudié en el
secundario no me daba cuenta de
que por ejemplo Italia era posterior a
Argentina respecto a su organización
nacional, y que la constitución de un
Estado como punto regulador de los
tránsitos comerciales, entre otras cosas,
está íntimamente unida a la guerra.
Esta lectura de Calvino me lleva por
caminos al parecer pesimistas. Sin
embargo, yo estoy molesto con el pesi-
mismo. Una sinfonía no puede evitar
una guerra, pero por suerte las guerras
no han conseguido evitar las sinfonías.
Si bien la historia universal es una
historia de matanzas sin fin, hay otras
cosas como la música, que han ocurrido
al mismo tiempo. Beethoven no esperó
la paz universal para escribir sus sinfo-
nías. Porque la coexistencia del bien
y del mal es imposible de evitar. No
creo que se pueda tomar el Palacio de
Invierno, desarmar las bases norteame-
ricanas de armas, desarmar Las Vegas,
o hacer que Hollywood sea otra cosa;
no me siento con fuerzas para imaginar
cómo podría desarmarse todo eso. Se
trata, más bien, de descubrir algunas
fisuras donde pueda haber paraísos.
Creo que vivimos en un infierno, y que
sólo es posible crear algunos paraísos en
las fisuras, con la intención optimista de
que pueda participar de esas fisuras la
mayor cantidad de gente, y no caer en la
creencia de que debe salvarse uno solo.
Hoy los testigos de Jehová me tiraron
un aviso por la puerta de calle, que dice:
“¿Cómo puede usted sobrevivir al fin de
este mundo?”. Te invitan a un lugar para
explicarte la forma de sobrevivir al fin del
mundo que ya se viene. Ésta es una idea
que habría que elaborar, la del paraíso y
el infierno, ya que no hay uno sin el otro.
El diablo en realidad es un ángel que se
fue al descenso. Es decir, de la misma
materia están hechos los corruptos y los
sensatos, las sinfonías y las matanzas.
VI. Imaginarios
En la infancia, la nación era una
especie de ficción donde todo estaba
en orden y armonía, con los próceres
en sus lugares. Eso decía el Billiken.
Recién mucho después uno se enteraba
de que determinado prócer le había
cortado la cabeza a otro prócer que
estaba al lado; que uno había fusilado
a este otro; y lo que realmente había
El diario. Mayo de 1910
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226
sucedido en la historia nadie nos lo
había contado. En los bicentenarios
corremos peligro de repetir esa ficción.
Elmundoimaginarioocupahoyunlugar
inmensoenlageneraciónjoven.Hayuna
potenciadelainformaciónquedominael
inconsciente, lo que se piensa y lo que se
quiere,esunapotenciaquellegaacualquier
lugar. Hoy un niño ni siquiera piensa en
treparse a un árbol, porque no concibe el
mundo exterior, ve el árbol dentro de la
pantalla televisiva que no puede traspa-
sarse.Anteestoyosientomuchanostalgia,
sobretodocuando
recuerdomiinfancia
dondeelparaísoera
el potrero.
La niñez es una
conjunción de
ignorancia con
inocencia, y lo
que le sobra a la
gentequehablapor
televisión todo el
tiempo sobre cues-
tiones políticas, es
justamenteesapose
de saberlo todo,
sin ignorancia ni
inocencia. Saben
que para cualquier discurso alcanza con
meter tres o cuatro porcentajes, datos
numéricos que dan forma a lo que están
diciendo a través de una máscara de
seriedad absoluta. Hay una falta de duda
en los programas llamados políticos que
es alarmante por su falsedad.
La masividad de los medios de comuni-
cación hace que la fabricación de objetos
sea muy secundaria respecto a la fabri-
cación de todo el aparato que hace que
ese objeto sea consumido por alguien:
lo que cuesta hacer un dentífrico es una
suma infinitamente menor a la que se
necesita para convencer a la gente de
que use ése y no otro. El noventa por
ciento de los jóvenes que hoy trabajan
en Buenos Aires, lo hacen en la rama de
fabricación de sueños, en publicidades
de todo tipo. Fabricar el sueño para el
objetoesinvertirelprogramadelaépoca
de la necesidad, en el cual se investigaba
qué hacía falta y se daba marcha a una
investigación para poder fabricarlo. Hoy
no importa que algo sea necesario, sino
que alguien consiga hacerle creer a toda
la gente que se lo está perdiendo.
¿Por qué a nadie se le ocurrió cobrar
por las horas perdidas de su vida frente
al televisor? Cuando uno cree que está
llevándose algo gratis, el que es gratis es
uno. La gente no se da cuenta de que es
ella misma gratis, y uno sube al tren de
Retiro a las 6 de la tarde en un vagón
que parece una sala de terapia intensiva,
donde todos tienen La Razón gratis, y
están viendo una noticia sobre Mirtha
Legrand al mismo tiempo. También
es extraordinaria la idea que circula en
los supermercados: todos los productos
tienen una raya que te dice qué parte es
gratis o te dicen que te apures el martes
porque el jueves ya no habrá descuento.
Arman una vida en la que te introducen
y mantienen alterado para que no te
pierdas nada de lo que te ofrecen.
Esa fabricación de sueños afecta tanto
la experiencia de las grandes ciudades
como la vida de una ciudad-pueblo.
Tanto a Buenos Aires como a Río
Gallegos. Las pantallas aparecen en
todos lados, los programas son los
mismos. El mundo está globalizado,
pero cuando Marco Polo se iba a China
ya estaba en el primer paso de lo que la
globalización significa la recta final.
VII. Arquitectura y ciudad prefabricada
Aristóteles, en su libro Política, decía que
la ciudad es diversidad, y es la diversidad
El noventa por ciento de los
jóvenes que hoy trabajan en
Buenos Aires, lo hacen en la
rama de fabricación de sueños,
en publicidades de todo tipo.
Fabricar el sueño para el
objeto es invertir el programa
de la época de la necesidad, en
el cual se investigaba qué hacía
falta y se daba marcha a una
investigación para poder fabri-
carlo. Hoy no importa que algo
sea necesario, sino que alguien
consiga hacerle creer a toda la
gente que se lo está perdiendo.
227
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Artificios: lengua y ciudad
lo que hace al carácter y calidad urbana,
no la unificación. El urbanismo de
algunas épocas pretendía dibujar en un
plano a una sociedad ideal en la que el
viento llevaba el humo para un lugar,
las viviendas estaban en otro, la recrea-
ción del cuerpo y el espíritu estaban en
otro, donde los chicos para ir a la escuela
no tenían que cruzar ninguna calle, de
modoqueelniñoibaamoriratropellado
cuando terminara la escuela sin haber
aprendido a cruzar la calle. Creo que la
manera de adaptarse a la ciudad es disce-
poleana, o a la manera de Macedonio
Fernández, estar en un lugar donde lo
imprevisto aparece todo el tiempo.
Al término de la Segunda Guerra, a
pesar de haberla ganado, Churchill
perdió las elecciones frente a los
socialistas. Éstos hicieron dieciséis
new towns desde 1945 hasta 1957, y ya
en los años 50 los jóvenes se negaban
a vivir en las new towns porque eran
demasiado perfectas.
Había un tintorero japonés al que
mi vieja le llevaba la ropa que decía
“pelfeto no hay”. Ese japonés era un
filósofo. Muchas veces, siendo proyec-
tista de arquitectura, uno armaba un
proyecto en el que le habían encon-
trado un defecto, entonces se rompía la
cabeza noches y noches para resolver ese
defecto, y terminaba arruinándolo todo.
Lo mismo ocurría con las manchas: si
uno las dejaba eran sólo un manchón; si
intentaba sacarlo se hacía cada vez peor.
La belleza no se hace por la falta de
defectossinoporlaprimacíadevirtudes.
Y los sistemas de premios que se usan
actualmente son todo lo contrario, son
paraformarrebañosdeturistas,hacerlos
fotografiar a todos lo mismo. Una guía
que habla por un micrófono hace que
la gente no pueda vivir la ciudad, ya
que va escuchando por unos auriculares
un discurso prefabricado que le dice lo
que tiene que ver. El punto máximo de
todo eso es el parque temático, un lugar
donde está previsto todo lo que tenés
que ver y sentir.
El individualismo termina en eso, en
los rebaños. Mientras los tipos creen ser
individuales en realidad son un rebaño,
y el típico personaje de esta época es el
turista. Pero mucho peor es la ciudad
que arma el paisaje del Caminito para
inventar al turismo idiota. O en la
Patagonia, donde las estancias se trans-
forman en lugares turísticos para que
los alemanes vean cómo un tipo esquila
a una oveja. Turistas que son hombres
y mujeres que parecen haber perdido
todo el sentido de la vida.
(*) Conferencia brindada en el marco
del ciclo “Legados y porvenir: Argentina
en el Bicentenario”, organizado por la
Biblioteca Nacional durante el 2009. Juan Molina y Vedia
No decimos nada nuevo si
situamos el relato histórico
como objeto controversial.
Si decimos que nada hay, en
ese plano, que se presente despojado de polémicas o deducido de
un conjunto de datos empíricos vacantes de interpretación. Y
aunque no sea nuevo hay que decirlo, para presentar una serie
de ensayos que encuentran su animación en la idea de que es
necesario rasgar, con instrumentos precisos, ciertas imágenes que
circulan como datos del sentido común o se postulan derivadas de
una descripción objetiva.
Ensayos escritos en momentos de una conmemoración, la del
Bicentenario, que puso en primer plano los debates sobre el relato
que esta nación se merecía. Aunque los rituales y las narraciones,
las expresiones artísticas y los espectáculos remitían a la historia
que transcurrió en estos 200 años, se podría advertir que entre sus
núcleos polémicos más intensos estaba la valoración realizada sobre
los años del Centenario.
El Bicentenario fue más una ocasión para pensar acerca de los
modos de conmemorar efectuados un siglo atrás que para discutir
la Revolución de Mayo y sus dilemas –quizá porque en ciertos
puntos fundamentales las polémicas están saldadas. Los artículos
que componen esta sección retoman esa cuestión, atentos a la nece-
sidad de auscultar aquello que habitaba a la vera de las narra-
ciones dominantes en y sobre 1910: el conflicto, la diferencia, la
traducción, lo popular.
Discusiones
Los textos, las muestras, los documentos, el arte, son invocados –como
han sido en las distintas realizaciones ligadas al Bicentenario– para
reponer lo social en la forja de los acontecimientos. Para evitar que
los hechos se presenten privados de su real encarnadura. Comparten
este espíritu los artículos que presentamos, pero lo hacen desde estra-
tegias bien distintas.
Javier Trímboli interviene en las polémicas alrededor del carácter
de las conmemoraciones centenarias con una incisiva prosa, por
momentos irónica, por otros encendida, que se propone refutar
las miradas complacientes con aquellos sucesos. Un artículo cuyas
derivas difícilmente naveguen las aguas de la indiferencia.
Tomás de Tomatis retoma el hilo de las discusiones históricas
contextualizándolas tanto en sus genealogías como en sus dilemas
contemporáneos: el refugio en las tradiciones jerárquicas y discipli-
narias, la producción editorial asociada a las técnicas de merca-
dotecnia y los medios masivos de comunicación que sustituyen las
argumentaciones por el efectismo consignista.
Guillermo Korn recupera las narraciones críticas de aquella época,
elaboradas en la fina prosa de los diarios de Juan Bialet Massé y
Rafael Barret, como así también las opciones escogidas por el nacio-
nalismo y la “gauchipolítica” rioplatense.
María Pia López fija su atención en el mundo plebeyo y en
la traducción como el arte de pensar las posibilidades de una
nación inclusiva a partir de la pregunta por los tonos capaces de
componer, en la diferencia que los vuelve reversibles, los modos
culturales heterogéneos.
230
Fuegos de los Centenarios.
¿La verdad no se nos escapará?
Por Javier Trímboli
La presencia del Bicentenario reaviva una serie de
imaginarios y discusiones. Toda evocación trae
consigo un conjunto de sensibilidades complejas
y en ocasiones contradictorias. Entre la vindica-
ción y el rechazo se abre un abanico de matices
que no siempre logra afirmarse en la dinámica
polémica del antagonismo.
El artículo que ofrecemos aquí se plantea como un
contendiente radical delasmiradascomplacientes
acerca del Centenario argentino. Su autor, Javier
Trímboli, se propone ensayar una incisión en los
consensos respecto a aquella época. Consensos
que, según su mirada, se sostuvieron sobre la
amalgama del liberalismo tradicional y el progre-
sismo emergente de la reanudación democrática
de 1983. Y lo hace apelando a los recursos más
variados: la documentación histórica, el posicio-
namiento político y la ironía descarnada e irre-
verente. Bajo el prisma de estos estilos, Trímboli
analiza las aseveraciones del campo historiográ-
fico y cultural, que en sus voces más renombradas,
excluyen del análisis de aquellos acontecimientos
los conflictos de clase y los desgarramientos
sociales en pos de un ánimo reconciliatorio.
Y bien, hay ciertos textos cuyas resonancias no
pueden pasar desapercibidas en la escena intelec-
tual. Creemos estar, por su ánimo controversial,
frente a uno de ellos.
231
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Discusiones
Cuando el Bicentenario parecía lejano,
José Nun imaginó que podía ser “un
gran momento de entusiasmo colec-
tivo, de efervescencia de la sociedad,
que la hace revisar sus valores y
normas, que la hace cuestionar lo que
daba por descontado, que desrutiniza
su cotidianidad y altera la mecánica de
su reproducción”. Un festival, decía
sirviéndose de Durkheim, que nos
permitiera “quebrar definitivamente
la secuencia de las innumerables crisis
que hemos venido padeciendo y que
todavía sufrimos”. En 2005 Nun
hablaba como político –era secretario
de Cultura de la Nación– y como
académico de vasta trayectoria. El vati-
cinio que, es evidente, tenía mucho de
apuesta, quedó escrito en un libro,
Debates de Mayo. Nación, cultura y
política, que él mismo compila. Antes,
esas palabras las había pronunciado en
la apertura de un encuentro de intelec-
tuales y académicos que tuvo lugar en
la Biblioteca Nacional, el 19 y 20 de
mayo de ese año. El origen también de
los artículos compilados.
Si el pasaje citado de la intervención
de Nun exuda un tono optimista es,
en primer lugar, porque el diagnóstico
que lo acompaña señala que en Argen-
tina se acababa de librar una guerra.
“Creo que muchas veces no se toma
conciencia de que nosotros mismos
estamos saliendo, apenas saliendo, de
una guerra política, social y económica
que ha sido más larga que la Guerra de
los Treinta Años y que ha reducido a
la Argentina a un país para 20 millones
de habitantes y no para los casi 38 que
somos”. Luego de lo vivido, luego
también de la fenomenal crisis de
2001, se explica fácil el entusiasmo
que envuelve a esas páginas. De hecho,
esas jornadas y el libro hoy merecen ser
vistos como testimonio de los primeros
años del gobierno de Néstor Kirchner,
cuando una convocatoria salida desde
una secretaría oficial lograba reunir a
un amplio espectro de intelectuales
y académicos, poco acostumbrados a
compartir un espacio de esta índole.
Los 200 años de la Revolución, pero
también –lo sabemos mejor hoy– lo
que se había dejado atrás, podían
lograr que Natalio Botana y Horacio
González, Jorge Myers y Eduardo
Rinesi, José Pablo Feinmann e Hilda
Sábato convinieran en afrontar juntos
una empresa reflexiva. Si el diálogo
estaba sucediendo, la presunción era
que se sostendría, e incluso se haría
más profundo, en las cercanías del
Bicentenario.
Pero, al menos así entendido, el festival
no sucedió. Porque en la propuesta de
Nun era pieza fundamental la dispo-
sición de la sociedad a pensarse en sus
fundamentos, a través de la mediación
de sus “hombres de letras”. Y si, final-
mente, ni el entusiasmo ni la eferves-
cencia escasearon, lo que alimentó la
movilización social del 25 de mayo y
de los días previos, fue de otro orden.
Encuantoanuestraexperienciacomún
–esa que tenía que ser revisada sin
dobleces–, desde la sociedad y desde el
Estado se dispararon evocaciones del
pasado que, lejos de producir el espec-
táculo de un armonioso concierto, si
directamente no se ignoraron, recono-
cieron puntos de irreductible discre-
pancia. Incluso un encuentro modesto
como el celebrado en 2005, hoy es
imposible que se realice, asaltados
unos y otros por imágenes del pasado
y del presente contrastantes. Así las
cosas, me interesa detenerme en una
lectura de la experiencia argentina
que cobró definición en estos últimos
años, cuando, entre otras vicisitudes,
se tornó evidente que la figura de la
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Discusiones
232
guerra mentada por Nun no había
conocido final. Lectura que sobrevoló
especialmente los días que rodearon
a los festejos del Bicentenario, y que
porta con una carga importante de
novedad que, a la vez, es difícil no
registrar como la
variación de algo
ya escuchado.
En 2009, año que
contó entre sus
más importantes
best-sellers al libro
¡Pobre patria
mía! de Marcos
Aguinis, tiene
lugar una publi-
cación significa-
tiva en relación
con el asunto
que nos ocupa. Si
¡Pobre patria mía! se sostiene en la tan
poco precisa comparación entre lo que
éramos antes y lo que somos ahora
–antes, los valores; ahora, su negación–
en Mirando el Bicentenario. Reflexiones
sobre el Bicentenario y Memorabilia,
uno de sus autores, Luis Alberto
Romero, le da mayor nitidez a lo que
en el best-seller era sólo impreciso. En
el recorrido que su texto propone –de
un centenario a otro–, el momento
que se erige más ajeno a claroscuros y
nubarrones es justamente el que le da
inicio, 1910. El cuadro que delinea este
historiador tiene como piedra prin-
cipal “la prosperidad económica que
todos admiraban” y, como si advirtiera
las críticas que podría despertar el uso
del pronombre indefinido “todos”,
refuerza el argumento señalando que
“los espectaculares resultados econó-
micos” no eran beneficiosos sólo
para sus “sectores altos” sino para la
sociedad en su conjunto. El “derrame”,
ésta es la palabra elegida, “se aprecia
sobre todo en las ciudades. En infi-
nidad de centros urbanos medianos
y pequeños, directamente vinculados
con su contorno agropecuario. En las
capitales provinciales –con sus edifi-
cios públicos, su teatros de ópera y
sus parques– y especialmente en las
grandes ciudades, como Buenos Aires”.
Tan ventajoso es el efecto del “derrame
de beneficios” que en la Buenos Aires
imaginada por Romero “residieron y
gastaron sus rentas las elites, trabajaron
los jornaleros y peones, prosperaron
los comerciantes y artesanos y vivieron
dignamente los empleados públicos o
los educadores. También los obreros de
las industrias, establecidas para abas-
tecer un acrecido mercado interno”.
¿Conocen los muñequitos Little People
de Fisher Price? Vienen con un DVD
que cuenta episodios de sus vidas sin
sobresaltos, que transcurren en una
ciudad de cuento. Muy parecido. Así
las cosas, claro está, el ascenso social,
lejos de ser una quimera, era una posi-
bilidad sólida.
De todas formas este relato propone
un actor destacado, casi descollante:
el Estado. Porque a la prosperidad
económica, Luis Alberto Romero no
la encuentra hija del accionar espon-
táneo del mercado, sino resultado de
la acción estatal que se mostró suma-
mente eficiente a la hora de adecuar
sus políticas a “las tendencias de la
economía mundial”. Aunque en este
retrato la direccionalidad del derrame
no parece ser tema de su interés, es
posible suponer que el sistema educa-
tivo –otra de las “grandes empresas
del Estado” que hizo de “los edifi-
cios escolares, verdaderos palacios”–,
constituye una muestra ejemplar de
esa circulación fluida y, entonces, en
cierta forma dirigida, de riquezas.
Pero no se trata sólo de descubrir que
Tan ventajoso es el efecto del
“derrame de beneficios” que en
la Buenos Aires imaginada por
Romero “residieron y gastaron
sus rentas las elites, trabajaron
los jornaleros y peones, pros-
peraron los comerciantes y
artesanos y vivieron digna-
mente los empleados públicos
o los educadores. También
los obreros de las industrias,
establecidas para abastecer un
acrecido mercado interno”.
233
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Discusiones
los ganados y las mieses necesitaron
de la acción meritoria del Estado,
pues este actor también sobresale en
el plano que se le suele atribuir como
más propio: “había logrado encauzar,
hasta donde era posible, la conflicti-
vidad política”. Arduo es entender una
afirmación como ésta, que pretende
interpretar signos de una realidad
pretérita, si se desliga la voluntad de
saber de la fabulación.
Ante semejante postal es lógico que
el clima dominante subrayado por
Romeropara1910seadeoptimismo.Y
los diagnósticos de signo contrario –se
refiere a los libros de Agustín Álvarez,
Joaquín V. González y Carlos Octavio
Bunge–, en última instancia no hacen
más que señalar las bondades de la
situación, en la medida en que “fueron
patrocinados y generosamente retri-
buidos por el Estado nacional”, que así
daba muestras de amplitud de criterios
y de fomento de la diversidad de ideas.
Si hay algún manchón en esta varia-
ción sobre esa coyuntura, éste podría
nacer de la relación entre “la amplitud
de la brecha que por entonces separaba
a los sectores populares de la elite” y
los trabajadores que, “conducidos por
lo anarquistas”, “estuvieron a punto de
malograr los festejos del Centenario”,
adjetivados como magníficos. Pero el
manchón se diluye, porque Romero
no pone en contacto una situación
con otra, el problema no adquiere
relevancia y de lo reluciente que es
el cuadro compuesto se vuelve difícil
adivinar por qué y cómo se saldrá de
él. Pero, ¡ay!, se saldrá.
Aunque la simplificación en esta lectura
del pasado se evidencia en cada línea,
quiero detenerme en el uso que este
escritor hace de la noción de “sociedad
aluvial”. Escribe Luis Alberto Romero
sobre los inmigrantes que arriban masi-
vamente al puerto de Buenos Aires:
“Año a año llega a la Argentina un
cuarto de millón de inmigrantes, y
aunque muchos se volvieron, otros
tantos se quedaron y se incorporaron
a la masa de trabajadores. Con flexibi-
lidad y capacidad de adaptación fueron
a los lugares donde había empleos y
buenos salarios, ya fuera en la ciudad
o en el campo”. Para concluir, pocos
renglones más adelante: “José Luis
Romero llamó ‘aluvial’ a esta sociedad
que durante una década estuvo reha-
ciéndose permanentemente”. Aluvial:
muchos. ¿Le parece, Luis Alberto, que
con esta figura apenas se quiso producir
un sinónimo? En su clásico libro Las
ideas políticas en la Argentina, José Luis
Romero presenta de este modo a la “era
aluvial”: “El primer signo de esta era que
se inicia es, en el campo político y social,
un nuevo divorcio entre las masas y las
minorías (...). El sistema institucional
establecido y puesto en vigor por los
grupos liberales dejó de ser, poco a poco,
adecuado a la realidad”. Lo aluvial resal-
taba de inmediato el desajuste existente,
en el período que se inicia en 1880,
entre un Estado nacido para gobernar
una “gran aldea”, incluso para regular
los conflictos al interior de las clases
dominantes, y la irrupción de masas y
relaciones sociales del todo nuevas, para
las que la legislación y las instituciones
no ofrecían cauce suficiente. Para este
historiador, el desacople entre el Estado
que interpretaba casi estrictamente a las
minorías y la flamante sociedad nacida
de las migraciones estuvo en el origen de
la particular conflictividad política del
siglo XX argentino. La “Advertencia a la
primera edición” está fechada en junio
de 1946, la irrupción del peronismo es
la preocupación que la acompaña. La
noción de “sociedad aluvial” permite
ponerle otra luz a esa situación que
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Discusiones
234
Luis Alberto Romero –¿un hijo díscolo
o solamente desatento?– describe como
un juego tonto, que ganan los que tienen
“flexibilidad y capacidad de adaptación”,
y así obtienen el premio de interpretar
felizmente su papel. Luis Alberto no
quiere renunciar a la palabrita “aluvial”
–patrimonio del apellido, cosa que nos
recuerda cada vez que puede–, pero
deja prolijamente de lado su densidad,
para dar una pincelada inofensiva a la
estampa sin grietas que está trazando.
¿Por qué no repasa los libros de su
padre que guarda
con venerable
respeto? ¿Obede-
cerá esta simplifi-
cación fenomenal
a que este escrito
tiene por finalidad
la divulgación o
la enseñanza de
las jóvenes gene-
raciones a las
que, vale decir,
consideraría poco
menos que estú-
pidas? El precio y
las características
del libro en cues-
tión impiden sacar
una conclusión
por este lado.
Con la ayuda
de un término
acuñado por otro
historiador, podemos decir que Luis
Alberto Romero –a la vanguardia de
una parte de nuestra intelectualidad
y opinión pública– encuentra en la
experiencia política y social que rodea
al Centenario el “foco de positividad”
de la entera parábola argentina. Desde
ese punto encumbrado, lo que inevi-
tablemente siguió fue la caída. No
reviste mayor interés reparar en los
escalones que marcan ese descenso,
poco valor interpretativo encierran,
son olvidables incluso para Romero
que seguramente se verá obligado a
pulirlos. Es difícil, por ejemplo, que la
clave de bóveda que elige para explicar el
período 1955-1976 –algo así como una
guerra entre corporaciones– resista una
mirada que no provenga de un becario,
reverente o pícaro. Porque justamente
lo que se vuelve estridente en el escrito
es la caída. Empezó siendo, hacia 1914,
un giro en el rumbo, “no categórico pero
significativo: digamos de 30 grados”,
para después sí desbarrancarse: “Les
habría sorprendido saber, a los invitados
extranjeros, que la Argentina cien años
después no celebraría su prosperidad
sino que se lamentaría de su miseria”.
En el medio, si algo bueno hubo fue
porque continuó con las políticas de
1910 o porque se trató de un resto
aún vivo de ese entonces. En la revista
Viva de Clarín, del 16 de mayo, en la
principal entrevista del número especial
sobre los 200 años, leemos a Romero:
“Voy a decir una trivialidad, pero la
Argentina fue un país espectacular
entre las últimas décadas del siglo XIX
y mediados del siglo XX. Yo alcancé
a conocer un pedacito en la década
del 60...”. Era cantado que usted, que
tiene la oportunidad de ingresar con sus
ideas en los baños de miles de familias
burguesas, no iba a desaprovechar la
oportunidad. ¡Mejor afuera que adentro!
Lo decimos por él, no por nosotros que
seguimos con la revista en las rodillas,
colorados por prestarle atención a lo que
nos dice. Más generoso que sus colegas,
amigos y conmilitones, Romero no se
abstiene de casi nada: tan pertinente
encuentra la figura de la caída que en
un artículo aparecido en la revista Ñ del
diario Clarín, del sábado 24 de abril de
este año, luego de señalar que “la que
Más generoso que sus colegas,
amigosyconmilitones,Romero
no se abstiene de casi nada: tan
pertinente encuentra la figura
de la caída que en un artículo
aparecido en la revista Ñ del
diario Clarín, del sábado 24
de abril de este año, luego de
señalar que “la que hoy nos toca
vivir” es “una Argentina deca-
dente”, subraya que “el meollo
del desafío de la hora está en la
reconstrucción de un Estado
capaz de pensar políticas esta-
tales o políticas nacionales”.
Para rematar y que no queden
dudas: “Un Estado como el que
tenían los hombres del Cente-
nario”. Que nadie se confunda,
no se trata de cualquier Estado
sino precisamente de ése.
235
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Discusiones
hoy nos toca vivir” es “una Argentina
decadente”, subraya que “el meollo
del desafío de la hora está en la recons-
trucción de un Estado capaz de pensar
políticas estatales o políticas nacionales”.
Para rematar y que no queden dudas:
“Un Estado como el que tenían los
hombres del Centenario”. Que nadie
se confunda, no se trata de cualquier
Estado sino precisamente de ése.
Es Tulio Halperin Donghi quien usa
la expresión “foco de positividad”, y lo
hace para referirse al modo en que el
primer revisionismo, el de los años 30,
había mirado al pasado rosista. Porque,
a su entender, esa empresa política y
cultural producía una narrativa deca-
dentista de la historia argentina, en la
medida en que encontraba en los años
del gobierno de Rosas aquellas polí-
ticas virtuosas que luego no habían
sido sino olvidadas por los responsables
de los sucesivos gobiernos. Enfriado
el siglo XIX, en un tablero de otras
dimensiones, estas intervenciones de
LuisAlbertoRomeroparecensituarnos
frente a una nueva visión decadentista
del pasado. Mientras que la del primer
revisionismo estaba alimentada por
la crisis del 30 –por lo tanto, con los
signos de agotamiento de una forma
de ligarse con la economía mundial–
y por la añoranza de un Estado que,
suponían, había sabido situarse por
encima de las clases de la sociedad
bonaerense; esta otra no hace sino cele-
brar ese vínculo, pero lo que cuestiona
acerbamente son las formas sociales y
políticas, el Estado, que no permiten
hacer uso eficaz de las oportunidades,
tan abiertas en 1910 como en 2010.
En aquel entonces aprovechadas, en
éste desperdiciadas.
El mismo día en que se publica en Ñ
el artículo de Luis Alberto Romero, en
el diario La Nación se hace un elogio
más preciso de una política de Estado
del Centenario. Se trata de uno de los
clásicos artículos de opinión del diario
de los Mitre, en este caso firmado por
Alejandro Poli Gonzalvo. Si no se
conocen, los presentamos. Destaca los
programas policiales llevados adelante por
Ramón L. Falcón,
un señero cuadro
de ese Estado,
cosa que de
ningún modo
ignora Romero
que, en Mirando
el Bicentenario, si
bien opta por no
mencionar esas
políticas, sobre
él sólo indica que
fue “asesinado
en 1909 por un
terrorista anar-
quista”. El elogio
de Poli Gonzalvo
desemboca en
una celebración
de la nación del
Centenario, para recomendarle a la de
nuestros días que siga sus pasos, por
empezar en materia policial. ¡Tanto
esfuerzo invertido en desmarcarse de
mitologías para terminar enredados a
una narración anquilosada! Porque si
la fracción de nuestra intelectualidad
a la que está ligado Romero tuvo un
enemigo, ése fue el esencialismo, al que
buscó detrás de decenas de máscaras
pero al que encontró sin falta tras la del
revisionismo. Allí denunció una lectura
de la historia y una posición ante la
cultura dominadas brutalmente por la
política. Y, ahora, como si fueran sus
discípulos –sólo formales, Romero, no
sume un nuevo motivo para su pesar–,
atan cada consideración sobre el pasado
a un precipitado juicio político sobre
Porque si la fracción de
nuestra intelectualidad a la
que está ligado Romero tuvo
un enemigo, ése fue el esen-
cialismo, al que buscó detrás
de decenas de máscaras pero
al que encontró sin falta tras la
delrevisionismo.Allídenunció
una lectura de la historia y una
posición ante la cultura domi-
nadas brutalmente por la polí-
tica. Y, ahora, como si fueran
sus discípulos –sólo formales,
Romero, no sume un nuevo
motivo para su pesar–, atan
cada consideración sobre el
pasado a un precipitado juicio
político sobre el presente.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Discusiones
236
el presente. ¡Triste destino! Más de
un esfuerzo hicieron por inaugurar un
nuevo tiempo para nuestra vida pública,
haciendo tabla rasa de las tradiciones
culturales agitadas por la política, y
terminan aupados en una de ellas. Creían
haber conquistado una novia virgen y
los descubrimos con una momia. No se
desesperen, hay cosas peores.
Ahora bien, esta convergencia entre el
liberalismo y una parte de quienes parti-
ciparon activamente en la renovación de
la universidad a principios de los 80, se
estaba perfilando desde hace décadas.
Pero, claro, nunca con tantos pelos y
señales. Quizá desde el momento en que
un libro como El orden conservador de
Natalio Botana fue recibido con entu-
siasmo por intelectuales que venían de
trayectorias políticas y teóricas ligadas al
marxismo. Publicado en 1977, este libro
desliga la política
de las fuerzas de
la sociedad. Si
apenas cinco años
antes, a Tulio
Halperin Donghi
en Revolución y
Guerra, le era
imposible hacer
historia política
desentendiéndose
del accionar de los
sectores populares,
Natalio Botana
produce un análisis del sistema político
nacido en 1880 en el que apenas llegan
voces que no sean las de sus propios
constructores. No llama la atención,
entonces, que La Nación lo comente
en su edición del 24 de diciembre
de 1977 –recomendación oportuna para
dejar un buen regalo en el arbolito de
Navidad–, señalando que “el Dr. Natalio
Botana define y ubica a los hombres
que en circunstancias críticas de la vida
argentina tuvieron la responsabilidad de
conducir, de resolver y de pensar en el
futuro de la Nación”. Para completar:
“Son –como señala el autor– los que
‘implantaron un sistema de dominación,
lo conservaron, lo defendieron y hasta lo
reformaron’”. Por obra de esta reseña,
diciembre de 1977 parece una fecha más,
inscripta en la normalidad de la vida de
una sociedad. El primer número de la
revista Punto de Vista, de 1978, también
le hace lugar al libro de Botana y con
argumentos que no desentonan. Donde
La Nación remarcaba a “hombres de la
talla de Joaquín V. González e Indalecio
Gómez”, Punto de Vista descubre con
cierta sorpresa a “notables reformadores”.
Para concluir con el vaticinio del rol que
le corresponde: “El libro de Botana
demuestra que la interrogación sobre
la legitimidad, no en términos éticos
sino sociológicos, puede proporcionar
una perspectiva útil a la historiografía
política”. 1910 se normaliza gracias
a El orden conservador, sacándose de
encima cualquier huella de dramaticidad
social. En la misma senda, el artículo que
publican en 1980 Carlos Altamirano
y Beatriz Sarlo, “La Argentina del
Centenario: campo intelectual, vida
literaria y temas ideológicos”, ostentoso
por sus novedades teóricas, produce
un efecto similar. Después de todo,
sus temas principales, “la constitución
de la ideología de artista”, “la profesio-
nalización del escritor”, “la cuestión
de la identidad nacional”, aproxima
nuestra experiencia a la que, gustan
suponer, fue la de las modernidades
occidentales. Parecía un juego de niños,
al menos para las capas medias, lo
que ocurría en 1910, en comparación
con lo que estaban viviendo en 1977.
Sólo el miedo puede llevar a encontrar
normalidad en el Centenario, sólo la
inmensa desorientación explica que se
Parecía un juego de niños, al
menos para las capas medias, lo
queocurríaen1910,encompa-
ración con lo que estaban
viviendo en 1977. Sólo el
miedo puede llevar a encontrar
normalidad en el Centenario,
sólo la inmensa desorienta-
ción explica que se encuentre
en esa coyuntura el punto al
que amarrarse y conjurar un
presente ominoso.
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Discusiones
encuentre en esa coyuntura el punto al
que amarrarse y conjurar un presente
ominoso. Otro de los tantos desatinos
escritos en esos años. Y, por supuesto,
¿cómo no sentir miedo en 1978 cuando,
tal como señala Pilar Calveiro, el campo
de concentración producía efectos que
se ramificaban en la sociedad toda? El
seudónimo con el que se firma la reseña
de El orden conservador en Punto de
Vista nos recuerda el peligro que acecha.
Entre paréntesis: ¿de qué sentía miedo
Natalio Botana? Como aconseja el
poema de Urondo, tengamos piedad.
No obstante ya esté aquí presente la
fascinación por la experiencia del libe-
ralismo argentino, que marcó a buena
parte de la producción cultural e
historiográfica de las décadas posdicta-
toriales, el asunto no se llegaba a plan-
tear con la contundencia y, a la vez, la
transparencia que hoy se le imprime.
Se prefirió el tono mesurado, asép-
tico, de cientista. Tomemos entonces
otra medida, abordemos otra relación
posible. De vuelta en Debates de Mayo,
el libro compilado por Nun en 2005,
cuando la guerra parecía haber alcan-
zado una tregua y esta nueva mirada
decadentista sobre nuestro pasado no
terminabadedefinirse.NatalioBotana,
Lilia Ana Bertoni e Hilda Sábato
fueron invitados a tomar la palabra y
luego a escribir sobre 1910; se trata del
capítulo en que la jornada y el libro
pretenden ceñirse sobre esa coyuntura.
Botana nos advierte que el suyo va a ser
un abordaje de la “historia política”.
¿Qué le resulta fundamental entonces
deresaltarsobre1910ylapolítica?Que
se encuentran en discusión ideas de
las tendencias que llama “reformista”
y “regeneracionista”, con exponentes
ambas tanto dentro del régimen como
en la oposición. Convencidos de que
hay que transformar un orden polí-
tico signado por el “caciquismo”, de
un lado Joaquín V. González y Juan
B. Justo, del otro Roque Sáenz Peña
e Hipólito Yrigoyen, ponen en movi-
miento estrategias diversas para dar
lugar a esa transformación. Una vuelta
de tuerca a El orden conservador. A
Botana le sobra oficio para que suene
verosímil y significativo, pero sobre
lo que acontecía en 1910 no agrega
mucho más. En su escritura, el cruce
entre la ciencia política y la historia
de las ideas oficia de antídoto contra
acontecimientos, sucesos ciertos.
¿Qué hace Lilia Ana Bertoni ante
1910? No mucho más que renovar sus
credencialesantiesencialistas,alertando
sobre el nacionalismo cultural que, de
la mano de Gálvez, Rojas y Ramos
Mejía, se le ocurre estaba agriando
los esplendores de las celebraciones y
de una prosperidad que era vía segura
para el ascenso social. Hilda Sábato
también hace gala de su fe multicul-
turalista y pluralista, pero nombra un
poco más; apretado, en pocas líneas,
menciona a la Ley de Residencia, a
manifestaciones obreras que buscan
su derogación en 1910, a la represión
estatal y a jóvenes que hacen destrozos
de locales anarquistas. ¡Así profesora
que pasó todo esto! ¡Siga contando!
Pero cambia de tema. Porque lo que
le interesa a Hilda Sábato es mostrar
que el modelo de nacionalidad, soste-
nido en un fuerte relato sobre nuestros
orígenes, no fue sólo impuesto desde
el Estado, sino que era compartido por
amplios sectores de la sociedad. Desde,
previsiblemente, los sectores movi-
lizados por el oficialismo, hasta los
anarquistas de Ideas y figuras que, para
criticar la represión, apelan al relato
nacional. Ésta es su preocupación, no
lo otro. Para finalizar aclarando que
depende de nosotros si en el futuro
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Discusiones
238
triunfa el esencialismo nacionalista o
una visión pluralista. Muy lindos los
objetivos, muy bien intencionadas las
ideas, pero en la maniobra nos hizo
ver algunas cosas que nos interesaron
mucho más que estas paparruchadas,
perdón, que estas opiniones. Sucede,
en efecto, que a los tres los convocan
mucho más las ideas y la interpreta-
ción que lo efectivamente sucedido,
como si a ellos no les correspondiera
hablar de esas cosas demasiado fácticas,
demasiado reales.
Ahora bien, quizá valga sospechar que
no se tomaron muy en serio la invi-
tación a participar de ese encuentro,
que se contentaron con garabatear un
punteo una hora antes de salir para
la Biblioteca, suponiendo que se lo
llevaría el viento. El susto de 2001
estaba cerca pero tampoco tanto para
olvidar lo que los venía distanciando,
desde hace tiempo, de los anfitriones.
Además, dado el perfil del encuentro,
en una de ésas supusieron que quedaría
mejor hablar de ideas que de 1910.
Probablemente algo de esto haya inter-
venido en el carácter vago, tan general
de sus ponencias. Pero en los días
previos al 25 de mayo de 2010, Canal
Encuentro emitió un programa que
tiene a los historiadores como prota-
gonistas estelares, un documento que
permite entrever el funcionamiento de
una corporación, con las lealtades que
la atraviesan, su búsqueda de legitima-
ción pública, con sus discusiones más o
menos soterradas y sus genuflexiones.
Maravilloso. Por su propia elección, el
programa lleva por título Los caminos
de la Revolución. 200 años después y,
claro, tiene como tema principal la
Revolución de Mayo. Ahora sí se visten
con sus mejores prendas, dispuestos
a dar lo mejor que tienen. ¿Con qué
nos encontramos? Por ejemplo, con la
proeza discursiva que llevan adelante
Hilda Sábato y Luis Alberto Romero
que les permite tomar por varios
minutos la palabra –también, lamenta-
blemente, ponerle el tono al programa–
sin referirse a ningún acontecimiento,
a ningún hombre o mujer de carne y
hueso, incluso a ningún libro de aquel
entonces. Sábato: “El pueblo aparece
como la fuente de soberanía, la fuente
de poder y muy pronto las normas
establecieron que ese pueblo estaba
compuesto por ciudadanos y que los
ciudadanos eran individuos libres e
iguales entre sí y, a su vez, que eran
titulares de derechos políticos y civiles.
Por supuesto que en la práctica esto
fue bastante más complicado pero, en
todo caso, las formas representativas de
gobierno implican que se desarrollaron
formas necesarias de relación entre
gobernantes y gobernados. Canales,
redes que implicaron una participación
política muy amplia”. ¡Benditos ciuda-
danos y bendita práctica! Y Romero
duplica la apuesta: “Tanto el radica-
lismo como el peronismo, que son
nuestras dos grandes expresiones polí-
ticas democráticas, se presentaron a sí
mismos como la expresión auténtica
del pueblo y de la nación. Quien no
era radical o peronista no era un adver-
sario, sino alguien que estaba fuera de
la nación. Esos son caminos diferentes
pero todos concurrieron para crear una
matrizculturalypolíticaintoleranteque
me parece ha sido decisiva en la política
argentina del siglo XX”. ¡Glup! Detrás
de tan sesuda apreciación general,
¿qué queda de la revolución? Apenas
lo que alcanzan a recuperar algunos
de los otros participantes, migajas.
Como si no hubiera nada nuevo que
contar, como si ya no quedara aspecto
que estudiar, como si ya hubieran
sido transitados todos los archivos.
239
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Discusiones
“El mirador del Bicentenario”: cree
Romero –y, con él, una porción
significativa de intelectuales e histo-
riadores– ver el pasado desde la
altura privilegiada de un mirador.
Nos invitan a que allí nos situemos
y echemos una mirada a través de sus
ojos. Cuadros muy amplios, hechos
de ideas y palabras elevadas. Mucho
más que de historiador, esta mirada
impermeable ante los hechos es de
ideólogo. Romero es presentado, en
el programa de Encuentro, por un
“joven” historiador: “Él me ha ense-
ñado sobre todo el valor que tienen
las ideas como guías de viaje. En este Festejos del Centenario
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Discusiones
240
maremágnum que es la vida, uno tiene
que guiarse por alguna cosa y la guía
son las ideas”. Quizá sea cierto lo del
maremágnum, además dio en la tecla,
pero no se deja engañar, no se puede
confiar tanto en las ideas, menos en
un país como el nuestro con la marca
jesuita en el orillo. El recurso por las
ideas es la manera que han encontrado
para faltar al motivo teológico que,
según Adorno, lo llevaba a Benjamin
a “llamar a las cosas por su nombre”.
¿No será demasiado? ¿Botana leyendo a
Adorno? ¿Bertoni subrayando un libro
de Benjamin ofuscada por su aban-
dono de la dialéctica? ¿Tiene Romero
en secreto, entre sus textos favoritos,
Verdad y mentira en sentido extramoral?
Al decir suelto de cuerpo cosas de este
tipo, ¿no nos estará tomando el pelo
el inconfesable nietzscheano? “En el
siglo XX la Argentina desarrolló una
idea de nacionalidad enfermiza y casi
diría peligrosa. (¿En 1910 también?
¡Nombres, Romero, por favor!). Se
abandonaron los principios liberales
de la Constitución de 1853 (¿Tan
sencillo? ¿Quién los abandonó? Mejor,
¿alguien alguna vez los hizo propios?
Su padre era lector de Martínez
Estrada, busque bien en la biblioteca)
y se adoptó la idea de que la Argentina
debía tener una nacionalidad única,
basada en una unidad cultural que se
llamó ser nacional”. (Nada a favor del
ser nacional, pero no todo es lo mismo,
Luis Alberto, discierna por favor).
A la invitación a hablar sobre 1910,
responde con lo mismo que usa para
referirse a 1810: con ideología y, vale
aclarar, con una ideología ya incapaz
de recoger o producir conocimientos.
¡Hacíafaltatantaaguaparaapagartanto
fuego! En la base de la nueva lectura
decadentista del pasado argentino se
encuentra esta negación de la historia.
El festival, tal como lo imaginó
José Nun, no existió pero, dados
algunos caminos que viene recorriendo
nuestra sociedad, hoy una lectura del
pasado como ésta no encuentra un
territorio sencillo para imponerse. No
pocos de los obstáculos que se interpo-
nían entre lo sucedido en el Centenario
y nosotros fueron removidos. Incluso
en Debates de Mayo, nos encontramos
con un artículo de Fernando Devoto
que desentona con la lectura de sus
colegas. Muy cerca del archivo, Devoto
recorre el mes de mayo de 1910. Entre
otras piezas, recoge esta descripción de
un periodista italiano: “Durante las
fiestas de mayo no había en Buenos
Aires otra cosa que cortejos que desfi-
laban por horas cantando el Himno
Nacional; de este modo, no educado en
participar del sagrado fuego nativo por
el himno y la bandera, caminar por la
calle se había convertido en una into-
lerable molestia y un odioso tormento,
porque los renuentes eran silbados y
amenazados hasta que su dura cabeza
no se descubría”. Si en este caso, quizá
no más que un detalle, la violencia
quedó atrapada en gestos previos, a
través de una carta que Gregorio Soler
le envía a Julio A. Roca, nos enteramos
de que durante esos días se produjeron
una serie de “asaltos”. Soler se refiere al
que arrasó con “un boliche de imprenta
que publicaba el diarucho La Protesta”
y, según cree, el gobierno nacional
estaría detrás de estos incidentes.
Devoto completa: los asaltos también
fueron al periódico La Vanguardia y
a una biblioteca y dos locales de orga-
nizaciones judías. Una carta del Club
Israelita, dirigida a Figueroa Alcorta,
hacía esfuerzos por mostrar que
ningún vínculo los unía al anarquismo,
buscando poner límite a lo que, nos
deja intuir, habían vivido miembros
241
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Discusiones
de su comunidad durante esos días.
Si de asaltos se trata, hay uno al menos
que no señala Devoto, pero que vuelve
hasta nosotros en una oración de una
crónica escrita por Rafael Barrett y
que fue reeditada en 2008. Este anar-
quista de origen español y que residía
en Paraguay, en uno de los escritos
que conforman El terror argentino,
publicado por primera vez en 1910,
se refiere a los dandys porteños que si
hubieran estado en la Roma de Nerón,
lo habrían acompañado en su pasión
incendiaria, tanto era el desagrado
que les producía la realidad popular
surgida en Buenos Aires. “Hoy os
tenéis que contentar con pegar fuego
a las tablas del circo de Frank Brown”.
En el librito que Dardo Cúneo le
dedica en 1944 a quien fuera un
célebre payaso, se puede apreciar algo
similar a la vergüenza pero también a
la incomprensión: ¿por qué una carpa
que alojaba un espectáculo ingenuo
–con permiso oficial para instalarse
en la esquina de Florida y Córdoba–
fue destruida por obra de “patotas”?
No indaga, Cúneo, continuar con su
empresa encomiástica. El historiador
inglés Daniel James, en un artículo de
la segunda mitad de la década de 1980,
menciona el episodio para trazar una
sugestiva y precisa comparación con
la ocupación del espacio urbano por
parte de los sectores populares en las
jornadas de octubre de 1945. Horacio
Salas, en su libro El Centenario, acom-
paña la narración del suceso por las
crónicas periodísticas de los grandes
diarios de la época, que primero alen-
taron y luego disculparon al incendio
realizado por “indios bien”.
Evidentemente, Rafael Barrett escribió
esta crónica en los primeros días de
mayo –el incendio de la carpa fue el 4–,
porque si a la información aportada por
Devoto, le sumamos lo que sobre esos
días escribe el líder anarcosindicalista
Sebastián Marotta, confirmamos que el
de Frank Brown no fue el único asalto
que terminó en incendio, no se confor-
maron con esas tablas. “Para dar cuenta
de los diarios y locales obreros formose
una muchedumbre de gente adinerada,
diputados, empleados de gobierno,
sirvientes, policías y militares (...). Sus
primeros pasos fueron dirigidos hacia
La Protesta, en la calle Libertad 837.
Una vez frente al diario anarquista,
la multitud, frenéticamente exaltada
destrozó las puertas con los machetes
de los vigilantes y, segura de que no
hallaría resistencia, atacó las inermes
máquinas de imprenta, los muebles,
las máquinas de
escribir, los libros,
etcétera. Luego,
prendiole fuego”.
El lunes 16, con
el respaldo del
estado de sitio,
una multitud de
similares caracte-
rísticas quiso diri-
girse a Barracas y a
la Boca con idén-
ticos fines. Pero
antes de llegar se
enteraron de que
los obreros de esos
populosos barrios
estaban dispuestos
a hacerles frente.
Natalio Botana,
otro de los autores
de Mirando al
Bicentenario,
señala que entre 1910 y 1916 “el
ambiente social y cultural, político
y económico, era –qué duda cabe–
hospitalario”. Es cierto que se refiere
a los visitantes oficiales extranjeros, no
Después de más de un cuarto
de siglo de producción inte-
lectual e historiográfica sin
restricciones a la libertad de
expresión, por lo tanto, con la
vigencia de condiciones que
son las que se reclaman en pos
de los avances del conocimiento
y de la cultura, ¿cómo entender
que se desatiendan estos datos
que son parte de 1910? Si, con
Nietzsche, es inevitable que
algo del pasado sufra cada vez
que se lo interpreta, ¿por qué la
predilección por sacrificar esta
zona? Sin sonrojos, se le sobre-
imprime que “la nacionalidad
de 1910 era plural, tolerante
y liberal, no excluía a nadie y
ponía en primer término las
ideas de ley y patria”.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Discusiones
242
al común de las gentes. ¿Cómo explicar
una afirmación como ésta? ¿Estupidez?
¿Desprecio de clase que se continúa e
incluso sobreactúa? Una y otra cosa en
dosis generosas. Salvadora Medina de
Onrubia, familiar de Botana, conocía
muy bien a Marotta, incluso se conserva
el relato de cómo juntos, en la multitud,
resistieron la embestida de la policía
montada, los cosacos, en el cementerio
de la Chacarita, en enero de 1919. En el
libro de Marotta, El movimiento sindical
argentino, la virulencia del ataque contra
los trabajadores y los sectores populares
en 1910 no es muy distinta a la que
tiene lugar en 1919. Incluso en la hora
de la interpretación, cuando Devoto
parece querer poner paños fríos al
cuadro de situación que ha planteado
–“Incluidos y excluidos los hay en todos
los casos”–, en una misma constelación
coloca a esas dos fechas.
Hay otro incendio que está presente en
esa coyuntura. Nos enteramos de él por
la película El último malón, estrenada
en 1917, que documenta y ficcionaliza
lo que había sucedido en 1904 en la
localidad de San Javier, en el límite
con el Chaco. La película, muy difícil
de ver durante décadas, conoce una
nueva vida ya que fue restaurada por
los investigadores a cargo del Museo del
Cine. Sobre las condiciones de trabajo
a las que eran sometidos los pobladores
indígenas, Juan Bialet Massé ha dejado
un testimonio difícilmente refutable,
contemporáneo al levantamiento.
Sobre la última parte de la película, el
típico cartel nos dice: “Por espacio de
dos horas el pueblo estuvo expuesto
a la saña del indio que correteaba por
las calles”. Pero la batalla se define con
la derrota de quienes habitaban en los
bordes del poblado. En ese momento
“la valerosa juventud sanjavierina sale
a perseguir a los fugitivos”. Y, mientras
en algunas estancias siguen los enfren-
tamientos y algunos indígenas curan
sus heridas, “los vecinos del pueblo
pusieron fuego a la toldería”. A través
de una toma cenital, vemos arder ahora
una maqueta. La escena es trabajosa,
lo que refuerza la impresión de que no
podía faltar. Este fuego también sobre-
vuela el Centenario.
Como se sabe, en El juicio del siglo,
Joaquín V. González remarcó la exis-
tencia en la trayectoria histórica argen-
tina de una “ley del odio” o “ley de
la discordia”, que viene amenazando
con malograr la enorme vitalidad de la
sociedad. “Acaso más que en ninguno
de sus contemporáneos, la pasión
de partido, las querellas domésticas,
los odios de facción, la ambición de
gobierno o de predominio personal,
constituyen una de las fuerzas más
permanentes y decisivas en el dina-
mismo general de todo el país”.  De
este escrito, publicado por primera vez
en el número especial que La Nación
le dedicó al Centenario, y en sintonía
con esa “ley del odio”, se puede
desprender, por ejemplo, el enfrenta-
miento entre Roca y Figueroa Alcorta,
que hizo que el primero no estuviera
en Argentina para las celebraciones.
Pero no hay lugar para estos asaltos e
incendios, porque la preocupación de
Joaquín V. González es por el indis-
ciplinado funcionamiento de la elite
política. Quien sí va a referirse al
odio de clase es el Partido Socialista,
a través de un manifiesto difundido
en mayo de 1909, luego de la repre-
sión del 1º de mayo, a cargo del jefe de
policía, coronel Ramón L. Falcón, que
dejó un número incierto de muertos.
“Su patriotismo les permite pedir a
los patrones extranjeros que manden
sus peones argentinos a votar por las
facciones de la política criolla (...) Pero
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les hace mirar con odio tanta altiva
reclamación obrera, toda tendencia
política genuinamente popular y, en
su incapacidad para comprender el
movimiento obrero, y adaptar a él
sus actividades de clase gobernante,
no encuentra argumento mejor que
acusarlos de extranjero”. Este docu-
mento es reproducido extensamente
por José Luis Romero en Las ideas
en la Argentina del siglo XX, cuya
primera edición es de 1965, en el
capítulo “El espíritu del centenario”.
Marc Bloch hacía suyo un proverbio
árabe: “Los hombres se parecen más a
su tiempo que a su padre”. Y a Luis
Alberto le tocó un tiempo signado por
el miedo, de gran conservadurismo,
pero también, convengamos, se supo
adaptar a él e interpretarlo con esmero.
Después de este breve recorrido,
¿cómo entender la aparición de una
lectura del pasado que deja de lado, ya
sin ambigüedades, cada uno de estos
sucesos? Después de más de un cuarto
de siglo de producción intelectual e
historiográfica sin restricciones a la
libertad de expresión, por lo tanto, con
la vigencia de condiciones que son las
que se reclaman en pos de los avances
del conocimiento y de la cultura,
¿cómo entender que se desatiendan
estos datos que son parte de 1910? Si,
con Nietzsche, es inevitable que algo
del pasado sufra cada vez que se lo
interpreta, ¿por qué la predilección por
sacrificar esta zona? Sin sonrojos, se le
sobreimprime que “la nacionalidad
de 1910 era plural, tolerante y liberal,
no excluía a nadie y ponía en primer
término las ideas de ley y patria”.
En la entrevista que Verónica Gago le
hace a Beatriz Sarlo en 2009, a propó-
sito de la publicación de su libro La
ciudad vista, esta crítica señala: “En
La modernidad periférica (de 1988) tenía
la idea de que la modernidad triunfante
de los 20 podía venir, este libro, en
cambio, no tiene idea de ningún regreso.
La Argentina no tiene regreso. No va
a volver a lo que fue. No hay ninguna
restauración. El cambio ha sido tan
brutal que no queda ningún fundamento
sobre el cual restaurar”. No es lo mismo
los 20 que el 10,
pero el movi-
miento se empa-
renta, la caída. Se
trata de la inmensa
desilusión que
atraviesa a lo que
Sarlo denomina
en la misma entre-
vista como “la
franja del progre-
sismo argentino”.
¡Menos mal que
no estamos en sus
pellejos! Funda-
mentalmente,
desilusión con la
experiencia demo-
crática iniciada
en 1983, a la que
habían apostado
con énfasis. Desilusión ante la expec-
tativa de que Argentina se reencontrara
con la modernidad que imaginan alguna
vez fue. Se podría suponer que un sueño
de esas características habría salido direc-
tamente maltrecho de los años de la
dictadura, pero no, todo lo contrario.
Tampoco se vio dañado por el ocaso
de la primavera democrática e, incluso,
la decepción ni siquiera tuvo estos
acentos pesarosos y decadentes durante
los gobiernos de Menem y de la Alianza.
El hoy severísimo Romero, poco antes
de las jornadas de diciembre de 2001,
dejó escrito en la reedición de uno de
sus libros que más ha rodado, Breve
historia contemporánea de la Argentina,
Contra lo que las jornadas de
2001 pensaron de sí mismas,
incluso quizá contra lo que
el kirchnerismo piensa de sí
mismo, ambas situaciones
encadenadas han hecho reapa-
recer a las clases. Desde ya,
poco tiene esto que ver con
los manuales ortodoxos, esta
vuelta está mucho más ligada
al odio que al amor, a la desi-
dentificación que a la identi-
ficación. Como expresión del
momento en el que parecen
haber hecho agua los univer-
sales que organizaron los años
de la posdictadura, se revela
imposible su uso y se buscan
otras palabras.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Discusiones
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que “a diferencia de los sindicatos, los
partidos políticos gozan de una salud
excelente”. Puesto en intelectual, no
contento con haber trazado una imagen
del siglo XX en la que se borran los
conflictos, lo que subraya en 2001 es
fundamentalmente la normalidad de la
experiencia política iniciada en 1983.
De la página 297 a la 308, deliciosas.
La nueva lectura decadente del pasado
argentino tuvo que esperar para revelarse
que se produjera la crisis de 2001 y la
salida que se puso en movimiento desde
2003 con el kirchnerismo.
La de las clases quizá haya sido una de
las expulsiones discursivas fundamen-
tales, nacida de los años del último
gobierno militar, y uno de los pilares
que apuntaló los posicionamientos y
las producciones culturales y políticas
de la larga posdictadura. Un texto
con no pocas virtudes, me refiero
nuevamente a “La Argentina del
Centenario...” de Altamirano y Sarlo
aborda El diario de Gabriel Quiroga de
Manuel Gálvez –donde queda marca
contundente de los asaltos referidos–,
refiriéndose a la ideología esteticista,
a la xenofobia, al nacionalismo, pero
lo que está fuera de su horizonte es
pensarlo en clave de una intensificada
enemistad de clase. Desde El orden
conservador hasta La ciudad vista, se
señalaron cuestiones de la vida política
y económica, de la arquitectura, de las
ideas y de las instituciones, pero pres-
cindiendo, o dejando muy de costado,
el sesgo que le diera lugar a las clases
y a su enemistad. Incluso quienes
quisimos discutir con esta “franja del
progresismo argentino”, nos vimos
afectados por esa expulsión. Contra lo
que las jornadas de 2001 pensaron de
sí mismas, incluso quizá contra lo que
el kirchnerismo piensa de sí mismo,
ambas situaciones encadenadas han
hecho reaparecer a las clases. Desde
ya, poco tiene esto que ver con los
manuales ortodoxos, esta vuelta está
mucho más ligada al odio que al amor,
a la desidentificación que a la identifi-
cación. Como expresión del momento
en el que parecen haber hecho agua los
universales que organizaron los años
de la posdictadura, se revela imposible
su uso y se buscan otras palabras.Javier Trímboli
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N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Discusiones
A la vanguardia como siempre,
Romero protagoniza en el libro
Mirando al Bicentenario una serie
de enredos en esta dirección que
son todo un regalo. Por empezar,
comparte la autoría del mismo con
Natalio Botana, George Clemenceau,
Rosendo Fraga. No importa que uno
de ellos haya muerto hace casi un
siglo, en pie de igualdad se colocan
los cuatro autores, en estricto orden
alfabético. No se trata sólo de la reedi-
ción del clásico libro de Clemenceau,
eso no los conformaría; en Mirando al
Bicentenario lo que refulge es fraterni-
zación, la posibilidad de ser parte de
aquel momento dorado. Sus mismos
nombres y apellidos, rodeando a la
ilustre visita de 1910, nos recuerdan
también otras épocas, la de sus padres
o familiares cercanos. Encantador.
A un panegirista de la clase media y
de la ciudadanía, como venía siendo
Romero, el guardarropa de la historia
le tenía reservado smoking, galera
y bastón. No cree entonces nece-
sario poner siquiera comillas para
decirnos que “Carlos O. Bunge temía
la mezcla con las razas inferiores”. La
identificación fluye con tanta natura-
lidad que él pasa a temer lo mismo.
O, al referirse a la “irritación” de las
elites tradicionales con el peronismo:
“No se lamentaron de la instaura-
ción del comunismo, sino de la deca-
dencia de la cultura”. Diagnóstico
entonces compartido, que se refuerza
por el hecho de que, así nos lo dice,
los sectores medios, a diferencia de la
“oleada de recién llegados”, (las comi-
llas son sólo mías) habían apreciado
sin mengua “la tradición cultural
de las elites”. Luis Alberto Romero
funciona como la prenda de recon-
ciliación entre esas clases medias y
las elites. En el reverso de la proleta-
rización de los 70 –¿la habrá imagi-
nado Romero? Sarlo seguro que sí–,
ahora se trata de la aristocratización.
Rendido ante la autoridad de esa
tradición y con el fin de incluirse del
todo en ese “foco de positividad”, bien
podría Romero sumarse a algunas de
las fotos que trae el libro, con la ines-
timable ayuda del photoshop. Reco-
mendación: junto a la infanta Isabel y
a un toro de noble raza, en la Estancia
San Juan, de Leonardo Pereyra
Iraola, secretario de la Sociedad Rural
Argentina; con un libro en la mano y
la pipa, para guardar algún parecido
con el padre. Esperemos eso sí que
no se haya pescado el mal francés que
hacía estragos entre los de su clase.
¡Qué decadentes!
Mientras que Mirando al Bicentenario
nos permite ver la posición de clase
deseada, La ciudad vista subraya la
desafección, aquello que ya no se
quiere siquiera ver. Dice Sarlo en la
entrevista referida: “Las arquitecturas
que quedan enfrentando el barrio
Charrúa, después del Polideportivo de
San Lorenzo, son realmente arquitec-
turas de pesadilla. Y las llamo arqui-
tecturas porque no hay otra forma de
llamarlas: son autoconstrucciones que
representan una tipología monstruosa,
en la cual es muy difícil que se implante
una buena sociedad”. Verónica Gago
le repregunta, señalándole que se
trata de construcciones similares a las
que abundan en El Alto de La Paz.
Pero no hay caso, obsesionada como
se había mostrado en el libro por la
casa de cuatro pisos de Carabobo y
Castañares, no tiene ninguna inten-
ción de dar marcha atrás. “Ominosa
barraca” llamaron desde la prensa,
en sintonía con prestigiosas capas de
la opinión pública, al circo de Frank
Brown en 1910, antes de hacerlo
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Discusiones
246
arder. ¿Qué quiere que le diga, Sarlo?
Uno realmente tiene serias sospechas
de que se pueda construir una buena
sociedad sobre la base de la arquitec-
tura de las Lomas de San Isidro, de
Coronel Díaz y Santa Fe, de Caballito,
de Ayres del Pilar, de Palermo Soho.
O, como a usted le gusta tanto, de
Berlín. El listado podría ser larguí-
simo, infinito. Eso sí, si fuera uno de
los vecinos de la casa de Carabobo y
Castañares, “especie de precaria mons-
truosidad”, tomaría recaudos ante sus
palabras. Es cierto que son sólo eso,
palabras, nada que ver con los hechos,
pero nunca se sabe.
Llegados a este punto, donde el festival
imaginado por Nun se transformó en
esto otro más inquietante, se impone
no obstante la impresión de que no
hay mucho más que discutir. Quizá
sea pasajera. La desilusión que a unos
los embarga con la experiencia demo-
crática argentina es nuestro contento.
Moderado, de baja intensidad, pero
contento al fin.
La biblioteca n° 9 10
248
El Bicentenario
y los usos de la historia
Por Tomás de Tomatis
El combate por la historia tuvo hitos memorables.
Célebreseinsoslayablespolémicasqueobrancomo
sombra de toda reflexión sobre la práctica histo-
riográfica. Nacida del erudito documentalismo de
Bartolomé Mitre y de la búsqueda de fuentes hete-
rodoxas para la construcción del relato histórico
de Vicente Fidel López, y hundida en el clásico
debate entre la tradición liberal y el revisionismo
histórico, cuyos coletazos percibimos aún en estos
tiempos, la historiografía sigue parapetándose en
una oposición que no logra renovar sus lenguajes
clásicos. Acosados por las técnicas mercantiles de
la producción editorial y por la agitación televi-
siva, los historiadores profesionales se refugian en
la tradición aséptica de la elite ilustrada mientras
que sus oponentes, los revisionistas, no advierten
hasta qué punto sus observaciones fueron estan-
darizadas para el formato mediático. Unos y otros
deambulan entre el rencor y la adaptación a un
exitismo cuyos efectos lucen desproblematizados.
Bajo estas preocupaciones, Tomás de Tomatis
analiza los recientes festejos del Bicentenario a
partir de las expresiones del grupo Fuerza Bruta, y
delaexposiciónEllaberinto,parquetemáticodelas
antinomiasargentinasdelosartistasDanielSantoro
y Francis Estrada. En ellas, el autor encuentra
una originalidad dada por la combinatoria de
los materiales de la historia y las escenificaciones
elaboradas con recursos y montajes asombrosos
capaces de sugerir una nueva imaginación histó-
rica que de cuenta de los dilemas contemporáneos.
249
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Discusiones
En su no tan olvidado libro Combates
por la historia, Lucien Febvre había
practicado una severa crítica a los
volúmenes de Oswald Spengler,
La decadencia de Occidente, y los poste-
rioresdeToynbee,Estudiodelahistoria.
Los que comenzamos estudios univer-
sitarios hacia comienzos de los años 60,
aún recibíamos los ecos del fervor con
el que se habían leído ambos ensayos
históricos. En Argentina, personas
de disímil orientación ideológica, los
citaban con entusiasmo. Un encum-
brado intelectual de época, Ernesto
Quesada, de simpatías bismarckianas,
había sido amigo personal de Spengler.
El diario La Nación se congratulaba
con Toynbee. Pero los dos historia-
dores y ensayistas, el alemán y el inglés,
llamaban la atención por los grandes
panoramas históricos que ofrecían,
por la idea de que toda forma histórica
aparecía y declinaba bajo los mismos
ritmos, casi equiparables a los ciclos
biológicos, pero sobre todo, en el caso
de Spengler, por la audacia de sus
comparaciones –recuerdo una entre
la música contrapuntística y la inven-
ción del cheque en los intercambios
financieros–. Todo esto ponía ante un
mayor desafío a la historia tradicional,
incapaz de crear grandes metáforas
culturales y solicitar audaces cotejos
de hechos de apariencia antagónica,
no por su significado específico sino
por el contraste de su forma. Febvre
recuerda algunos ejemplos del estilo
spengleriano: la relación entre la
geometría euclidiana y las ciudades
griegas, entre el teléfono y el sistema
bancario de crédito... Cuando apareció
Foucault, muchos percibieron un aire
familiar en los pases mágicos que
contenía Las palabras y las cosas, por
ejemplo, entre el sistema dinerario y
las clasificaciones botánicas. ¿Entonces
también había hecho Spengler una
historia “epistemológica”?
Lo que Febvre quería proponer era una
gran perplejidad respecto al modo en
que Spengler (y Toynbee) habían inte-
resado al denominado gran público
y también a los especialistas. Esos
grandes frescos narrativos, repletos de
ingenio y seducción, rebosaban por
el lado de una filosofía de la historia
atractiva pero falaz. Era la filosofía de
la historia que había escrito un profeta
vanidoso, amigo de las espectaculari-
dades, que coqueteó con el nazismo y
luego se apartó contrariado, “incom-
prendido”. No residía ahí el alma de la
historia hecha por los historiadores. El
modelo de Febvre –autor de un gran
estudio sobre Rabelais, Problemas de
la incredulidad en el siglo XVI, que no
podía ser leído sin que le abriera defi-
nitivamente los ojos a cualquier estu-
diante de la calle Viamonte al 400–,
es la gran investigación de Fernand
Braudel, El mediterráneo y el mundo
mediterráneo en la época de Felipe II.
En sus memorias de historiador, publi-
cadas hace muy poco, también Tulio
Halperín Donghi menciona la fuerte
y duradera impresión que significó
la salida de ese libro para todo aquel
que decidiera abrazar la carrera de
historiador. Aún hasta hoy, Jacques
Rancière lo toma como objeto de
reflexión en cuanto a la percepción de
la materia histórica, entre el tiempo de
las cosas y el tiempo de las vidas.
Es lógico que la gran corriente de ideas
de la historiografía francesa, cuyo
numen trágico podría ser Marc Bloch
–fusilado por los nazis en 1944 y
autor de un impresionante testamento
de historiador que se leía con fervor
también en las carreras de historia de
nuestras universidades–, se viera desa-
fiada por ensayos como los de Spengler
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Discusiones
250
y Toynbee, que sin dejar de exhibir una
gran erudición, tenían el gesto carac-
terístico de los escritores que saben
enlazar repentinamente con una gran
corriente de pensamientos oscuros, el
“malestar en la cultura”, lo que en este
caso significaría la búsqueda de satis-
facciones más primitivas que las que
provee el complejo mundo civiliza-
torio y tecnológico. Pero sabiendo que
ese primitivismo –una “filosofía de la
historia” que simula grandeza intelec-
tual, accesible pero ficticia– no es sino
una adecuación en nivel superior a los
mismos inconvenientes civilizatorios
que se quieren superar.
Ciertos libros se lanzan con coberturas
tomadas de la tradición intelectual,
pero vendrían a sustituir los verdaderos
combates por el conocimiento con
pobres analgésicos decadentistas, sibi-
linos o moralizantes. Ésta es la esencia
de la crítica de Febvre a Spengler y
Toynbee en el terreno del “debate de
los historiadores”. No es concebible
un país sin la actuación enfática del
mencionado debate.
En los años 80 en Alemania tuvo
lugar asimismo un mentado debate
entre historiadores y filósofos, en el
que estaba en juego un juicio sobre
los años del nazismo desde el punto
de vista de la ética del historiador.
Mientras Nolte, no sin condenar al
nazismo, lo hacía parte de una vasta
reacción contra el bolcheviquismo,
situando en el campo de un verosímil
histórico, Habermas respondía que era
necesaria una ética cuyo carácter argu-
mental fuera diferente, para que todo
enunciado histórico surgiera de la
certeza de un corte entre una historia
bárbara y una historia reconstruc-
tiva. Sin una polémica similar, poco
tiempo después en nuestro país, Tulio
Halperín Donghi escribió un artículo
en un libro colectivo llamado –si no
me engaño–, Historia y ficción, en el
que afirmaba que no es posible que
las imágenes de la historia nacional
carguen con el mismo ejercicio valora-
tivo si no se realiza una cesura radical
con eje en el significado que tienen los
años de terror.
Sean unos u otros los debates, no
son los habituales, pues cargan con la
dificultad de preguntarse si hay una
asignación valorativa específica que
ante hechos de desmesura inhumana,
el sentimiento del historiador deba
asumir un punto de vista de resguardo
de premisas fundadoras de las bases
Tomás de Tomatis
251
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Discusiones
mínimas de la socialidad, sin las cuales
ésta se hundiría en la salvajismo. La
práctica de la historia adquiriría un
sentido no menos metodólogico,
pero estudiaría el modo en que todo
mundo histórico se pone cíclicamente
al margen de las condiciones que lo
identifican como garante de la exis-
tencia colectiva. Los debates de la
historiografía argentina fueron otros.
Sólo en las últimas décadas apareció el
llamado a pensar una historia a escala
de la humanidad, de su superviencia
y los focos que la someten a suplicio.
Sería una historia transpolítica. Pero
tampoco de la “vida material” o la
“vida cotidiana”. Sino explícitamente
del cimiento moral asociativo de las
comunidades nacionales enfrentadas
a la extinción de su acuerdo profundo
de coexistencia en la diversidad.
Recordemos las viejas, ancianas plumas
en debate: Mitre y Vicente Fidel
López. El primero creyó resolver la
cuestión del canon histórico nacional
con una vocación documentalista,
encuestas a protagonistas, veneración
de archivos, y conjunción proclamada
y activa entre construcción del Estado
y aparato historiográfico. Enfrentado
al mismo problema, Vicente Fidel
López encaró relatos que se originaban
en tradiciones orales y que estaban
volcados a una propensión no menos
que sutil hacia una dramaturgia de la
historia, en la que se hacían sobresalir
sus aspectos trágicos, llamados sin más
“filosóficos”. Si Mitre no conseguía
ser un Taine, tampoco era desdeñable
su tarea, dicho esto con la advertencia
respecto a sus facciosos compromisos
políticos. En cuanto a López, no se
guardaba de mayores estridencias al
querer buscar como egregio antece-
dente suyo las peripecias historiadoras
de un Tucídides. Esta polémica sigue
su curso y se reabre de tanto en tanto,
pues en su extremo arquetípico, lo
sigue siendo en cuanto al uso del docu-
mento, de las tradiciones orales y de
la invocación a ciertos tramos de una
filosofía de la historia para contener la
rebeldía de los hechos.
No tenemos hoy algo parecido, y quizás
ya es tarde para que cualquier cosa que
lo sea se haga presente. Es cierto que en
su momento se trenzaron Mitre con
Saldías; Groussac con Ramos Mejía
pero especialmente con Norberto
Piñero; Levene con su reivindicación del
morenismo republicano significaba en
sí mismo una polémica desde un sector
del liberalismo historiográfico con los
ya afiatados síntomas de la reivindica-
ción de Rosas; y el inquieto Halperín
mostraba sus preocupaciones agarrán-
doselas tardíamente contra el “revisio-
nismo histórico”, mientras Milcíades
Peña había tomado socarronamente de
punto a Jorge Abelardo Ramos, que a
su manera había creado miles de nuevos
lectores de la historia con su estilo
abierto, desafiante y arrebatado. Sus
grandes bocetos especulativos, si bien
no estaban urgidos por los debates del
presente, dejaban de ser penetrantes aún
en su ingenioso forzamiento.
Pero nada de eso existe hoy. No ha
desaparecido el historiador profesional,
universitario, autor de obras que ni
son escasas ni dejan de ir más allá de
los lectores de cenáculo –como en
su momento Revolución y guerra de
Halperín–, ni desaparecieron las esca-
ramuzas aisladas, como las que tienen
como protagonista a la gran vocación de
polemista de Norberto Galasso, que ha
puesto el canon de la izquierda nacional
a disposición de nuevas camadas de
lectores, como por otro lado fue siempre
la intención del revisionismo histórico,
que desde los años 40 había triunfado
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Discusiones
252
ante una nueva sociedad lectora, al punto
que en un viaje de Arnold Toynbee a
la Argentina, un periodista le realiza la
inopinada pregunta al historiador que
había intentado comparar las civiliza-
ciones japonesa, minoica y helénica:
“¿Qué opina usted del revisionismo
histórico?”.
No, no parece
haber concluido
todo. Hay histo-
riadores, carreras
de historia y libros
que ejercen la
historiadelahisto-
riografía, como la
atinada enciclo-
pedia escrita por
Fernando Devoto
y Nora Pagano.
¿Pero no corres-
ponderían estos
movimientos, que
no son escasos, a
un fin de época en
materia de escri-
tura de la historia,
en coincidencia
con la aparición
de las memorias
de Halperín? En el
mencionado libro
de recensión de
la historiografía
argentina, se
señala el momento
en que también
el revisionismo
histórico ve la
necesidad de crear
una escritura y un
nivel de problematización adecuado a
las lecturas masivas, evitando los escollos
eruditos de investigaciones a la Saldías o
a lo Ernesto Quesada: eran los libros de
Dardo Corvalán Mendilaharzu.
Pongamos estos hechos meramente
conjeturados en el bastidor o a la luz
de lo que fue y está siendo la conme-
moración del Bicentenario de la
Nación Argentina. Hubo decisiones
sobre la historia muy fundamentales,
pero vaciadas en el molde de atrac-
tivos espectáculos de masas y sugestivas
exposiciones artísticas. En el primer
caso mencionamos el espectáculo del
grupo Fuerza Bruta en las calles de
Buenos Aires el día 25 de mayo; en el
segundo caso, la exposición “El labe-
rinto, parque temático de las antino-
mias argentinas”, de Daniel Santoro
y Francis Estrada. En ambos, hay un
proyecto historiográfico junto a deci-
siones teatrales, plásticas, audiovisuales
y museísticas. ¿Ha triunfado el “revisio-
nismo histórico”, al fin, en estas nuevas
formas representacionales? En primer
lugar, habría que ver si estas puestas en
escena basadas en cuadros vivos, diado-
ramas, juegos de parque de diversiones,
fusión de altas tecnologías de trans-
porte, desfile de alegorías y cuadros
animados, pueden trasladar conceptos
historiográficos a formas de represen-
tación que tienen cierta semejanza con
las festspiele (aunque en lo que vimos en
el Bicentenario, el aspecto de la repre-
sentación colectiva está implícito; es la
historia nacional la que ocurre en una
escena urbana masiva).
La respuesta no permite imaginar que
la traslación de la tesis revisionista, o
la más amplia, de carácter latinoameri-
canista-indigenista, se verifica sin más
en los medios teatrales. En el caso de
Fuerza Bruta, éstos acentúan el hecho
histórico a través de la representación
de la fuerza empírica del sufrimiento,
el acoso físico de las fuerzas de la
naturaleza, el fragor de la batalla, el
simulacro fabril con desenlace artís-
tico, la guerra con sus muertos-vivos.
Un paralelogramo de fuerzas
materiales alegorizadas (el
agua, el aire, el fuego y la
tierra –el pavimento urbano–),
sostuvo una dramaturgia
de maquinaria y cuerpos
que ponían al ocurrir histó-
rico en una dimensión este-
tizada, espiritualizada. La
historia estuvo en una escala
de segunda naturaleza tecno-
lógica y coreográfica, con un
alegorismo directo, “brutal”,
pero, al mismo tiempo, los
camiones militares, las auto-
bombas de bomberos, los
soldados actuales haciendo de
soldados antiguos, y soldados
reales haciendo de trabaja-
dores del espectáculo, pusieron
a ese entretenimiento en una
desafiante continuidad con las
condicionesdeproducciónque
lohabíangenerado.Elrealismo
pedagógico masivo, la herencia
del circo, de la televisión y
de la plaza medieval, creaba
miniaturas emotivas con utile-
rías de dimensiones portuarias
e ingenierías de precisión. La
tecnología se encontró con el
arte y la imaginación histórica.
253
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Discusiones
La historia nacional aparece como
una sucesión de cuadros de violencia
y consternación. Los soldados de
Malvinas son espectros desfilando; las
madres de la plaza, sonámbulos bajo
la lluvia uniforme; el ejército de los
Andes, cuerpos golpeados, no por la
batalla sino por la nieve. Simulacros
del tormento colectivo replicados en
la coreografía de grupos electrógenos,
grandes mangueras y tractores en las
avenidas sorteando también nume-
rosas dificultades que se oponen a las
configuraciones urbanas y a la propia
muchedumbre de asistentes.
Un paralelogramo de fuerzas mate-
riales alegorizadas (el agua, el aire,
el fuego y la tierra –el pavimento
urbano–), sostuvo una dramaturgia
de maquinaria y cuerpos que ponían
al ocurrir histórico en una dimensión
estetizada, espiritualizada. La historia
estuvo en una escala de segunda natu-
raleza tecnológica y coreográfica, con
un alegorismo directo, “brutal”, pero,
al mismo tiempo, los camiones mili-
tares, las autobombas de bomberos, los
soldados actuales haciendo de soldados
antiguos, y soldados reales haciendo de
trabajadores del espectáculo, pusieron
a ese entretenimiento en una desa-
fiante continuidad con las condiciones
de producción que lo habían gene-
rado. El realismo pedagógico masivo,
la herencia del circo, de la televisión y
de la plaza medieval, creaba miniaturas
emotivas con utilerías de dimensiones
portuarias e ingenierías de precisión.
La tecnología se encontró con el arte y
la imaginación histórica.
Hubo peligro y seguridad, simbología
y maniobra eléctrica, el gas como arte
y la danza como despliegue operario,
el aire como artificio fabril y los actores
como cortejos sangrientos. Espejos de
una historia de esperanza y violencia.
Las fuerzas productivas y las relaciones
de producción se tornan estructuras
y superestructuras, que se alternan y
confunden entre sí. Lo que vimos fue el
otro yo, el complemento y la negación
del desfile militar, con elementos del
desfile militar. Su verdadera ejecución
y crítica, hecha por actores soldados y
soldados actores, por nieves de aerosol
y estruendos. La puesta en escena por
el grupo Fuerza Bruta fue un Carnaval
trágico, fantasmas de la historia argen-
tina desfilando, arlequines del pasado
que retornaban escénicamente suje-
tados por cables y arneses.
Sin duda, era visible el énfasis lati-
noamericanista y el desfile en sí
mismo no se podía privar de su inhe-
rente característica festiva, murguera.
El cuadro de la batalla de Obligado
no tuvo un tratamiento “ideológico”,
y los cuadros de la inmigración o de
las caracterologías culturales del país,
estuvieron formulados con tino, en
un sentido de promisión despojada de
vulgaridad y ternurismo. ¿Es necesario
decir frente a este espectáculo de esce-
nificación histórica que faltó “aseso-
ramiento historiográfico”? No parece
una pregunta adecuada, no porque
no haya habido historiadores invo-
lucrados en el proyecto, sino porque
la naturaleza de lo que se ponía en
práctica pertenecía a otro género, el
de la historia, sin duda, pero some-
tida a condiciones de representación
cuyas características obedecían a leyes
escénicas propias y a decisiones artís-
ticas vinculadas al arte industrial y a
las narraciones masivas: alegorías con
grandes soportes tecnológicos.
En cuanto a la experiencia de “El labe-
rinto” puesto en escena por Santoro y
Estrada, se trata de otra perspectiva para
el relato histórico, esta vez basada en el
concepto de antinomia. El espectador
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Discusiones
254
de esta muestra inspirada en los juegos
de los parques de diversiones, se ve desa-
fiado por un material documental de
fuentes historiográficas genuinas –textos
adecuados, imágenes que tienen una
fuerte graduación arquetípica–, y expe-
rimenta en las antinomias cierta perple-
jidad de lo irresoluble, de la necesidad
de superarlas o de inscribirse en alguna
de ellas. Es conocida la obra de Daniel
Santero; en ella, las imágenes augustas
están rajadas por la parodia, como una
blasfemia colegial sobre las esfinges
nacionales. Un cofre a ser revisto por
el arte y la literatura para indagar en el
fondo último de nuestros pensamientos
sobre la beatitud y la guerra. Santoro
toma el peronismo como un depósito
de ruinas, como un museo destro-
zado, peligroso y
momificado. El
pasado se congela,
siniestro, bajo el
rostro del candor.
El pensamiento
museístico se basa
en la imposibi-
lidad de preservar
la vida si se la
restituyese a su
verdadera fuente.
De este incordio
sale la idea de
museo, y su
terribleatractivoes
sólo ése, el objeto
nítido, preser-
vado incólume
pero abstraído de
su mundo verda-
dero. Un museo puede ser peor que
una caverna amenazadora, una misa
negra, una orgía de funámbulos. Pero
luce tierno, con galas de docencia.
No podemos imaginar nada a partir
de un museo. Pero es posible aceptar,
tolerantemente, que de un objeto
arrancado de su ámbito vital, se pueda
nuevamente reconstruir un mundo. Esa
esperanza la posibilita el museo, con tal
que no indaguemos demasiado en el
obstáculo desvitalizado que presupone.
Santoro solicita esta situación simulando
respeto, pero corriendo el velo naïf
para que surjan las garras de acero del
bombardeo, el incendio y la muerte.
Santoro lucha por la representación
en el interior de los cuadros –así en
su tratamiento de la obra de Berni–
intentando que éstos mismos la
anulen, como lo hubiera querido un
Foucault en el interior arrasador de
Las meninas. Arte surrealista de mario-
netas y una visión pseudo-exótica de
la escritura china, deliberadamente
pensada para crear una lengua cripto-
peronista vecina al ideograma, son las
propuestas conocidas de Santoro. Le
agrega a esto un aire de oscura fran-
cachela, burla a los críticos y obten-
ción de la gloria artística a través de
la mezcla clásica entre los íconos de la
ingenuidad y el despertar de la historia
a lo infausto. Los objetos cotidianos y
rituales congelan su flujo vital y quedan
en muerte para una próxima resurrec-
ción. Es el reconocido valor revolucio-
nario del pensamiento kitsch cuando
se asume como tal, resultando de ello
una suma de objetos puros y contras-
tantes entre sí, dando un surrealismo
inocente o un infantilismo surrealista.
Quizás una masonería cristiana de
resurrección.
Junto a este juego, Santoro nos provee
unasimbologíaesoterista.Laiconografía
peronista se convierte en un enigma
parael intérpretepolíticoy parael histo-
riador social. En “Evita castiga al niño
gorila”, una suerte de cabildo esotérico,
pictórico-metafísico, se conmociona al
espectador con un sentimiento de duda
El poder onírico y hermético
de estas imágenes sólo puede
hacerse tolerable porque
lleva a la comprensión artís-
tica de los mitos del lenguaje
que pugnamos por sofocar, a
fin de que la reflexión pueda
soportarse. Santoro lleva a
reflexionar de otro modo, en
dirección a lo insoportable.
Pero la tranquilidad que nos
concede proviene de su atre-
vida combinación de imagi-
nación infantil y agonía de las
imágenes: por un lado sobre-
representadas, por otro lado,
arruinadas por la dificultad
con que las soñamos.
255
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Discusiones
y espanto. El poder de las figuras este-
reotipadas, basadas en un tierno juego
de castigos, pone a la historia argentina
en su límite, bajo un decorado greco-
romano y un pensamiento que coagula
en un acto de apariencia inocente las
palabras que en Argentina alumbraron
trincheras tajantes.
El poder onírico y hermético de estas
imágenes sólo puede hacerse tolerable
porque lleva a la comprensión artística
delosmitosdellenguajequepugnamos
por sofocar, a fin de que la reflexión
pueda soportarse. Santoro lleva a
reflexionar de otro modo, en dirección
a lo insoportable. Pero la tranquilidad
que nos concede proviene de su atre-
vida combinación de imaginación
infantil y agonía de las imágenes: por
un lado sobre-representadas, por otro
lado, arruinadas por la dificultad con
que las soñamos.
El resultado sería una representa-
ción intensificada que puede llegar
en ciertos casos a la enceguecedora
alegoría cristiana (Leonardo Favio) o
a la fábula totémica de la antropofagia
de textos (Osvaldo Lamborghini).
En “El laberinto” de las antinomias
argentinas, obra del Bicentenario reali-
zada en conjunto con Francis Estrada,
no se abandonan estas figuraciones.
Se produce la intención de reanimar
cinematográficamente ciertas fotografías
y postales del pasado, introduciendo
actores que, a la manera de un espiri-
tualismo de las tecnologías, se sumergen
estáticamente en fotografías antiguas
y luego hacen el viraje hacia el cine,
representando uno de los personajes.
La fotografía se redime con la tensión
hacia una forma cinematográfica a la
que no puede alcanzar. No se puede
decir que estas y otras tantas escenas
lúdico-históricas, postulando la conti-
nuidad imagen-vida, no contaran con
asesoramiento historiográfico, como
indica el programa de mano de la expo-
sición. En este sentido hay precisiones,
agudezas, hallazgos. Pero la significa-
ción del conjunto de la obra es el de
producir, como en el caso de Fuerza
Bruta, un sentimiento de afloramiento
del material histórico a través de una
brusca actualización. En un caso, con
sentimiento de vida y muerte; en el otro,
con sentimiento de juego y reflexión. De
este último modo, ¿reflexión sobre qué?
Sobre el propio tema de las antinomias,
que está dispuesto de manera irresoluble.
Es cierto que una
vitrina presenta un
libro de Borges y
un par de alpar-
gatas. ¿Pero es
para realizar la
opción binaria?
No, ese tipo de
maniqueísmo
podrá ser materia
para el arte, su
cualidad represen-
tativa y su ingenio
plástico. Pero no
es materia de la
reflexión política.
Esta última niega
la materia artís-
tica, pero ella se
hace ineluctable
para permitir, con
su propio pensa-
miento irremisible
(los dos objetos,
libro y alpargata,
materializan un aforismo nacional que es
una mítica célula enterrada de las luchas
culturales), que la reflexión social, civil
o política decida por sí misma qué hace
con eso. Creemos que el laberinto está
para producir el golpe físico de la ence-
rrona histórica y encontrar los caminos
No sabemos si ya se ha consu-
mado íntegramente la auto-
gestión total de la función
intelectual por parte de los
medios de comunicación, es
decir, si ya está madura en
éstos la producción de sus
propios conocimientos, peda-
gogías y lenguajes por parte
de los llamados “intelectuales
de los medios”. Tal vez no; tal
vez sí y no nos dimos cuenta.
¿Saben ellos que no precisa-
rían más del intelectual clásico
y aún fingen que sí, llamando
a “doctores” que se sienten
complacidos por ese trato
fingidamente respetuoso y
dispensan así el modo en que
implícitamente se desprecia
sus lenguajes y se los obliga a
hablar en módulos de tiempo
prefigurados de antemano?
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Discusiones
256
imaginarios y fácticos para escapar de
ella. Chocados por los objetos de esa
vitrina, somos solicitados a pensar sobre
la base de cuestiones nuevas bajo el signo
del miedo a la repetición histórica.
Quizás un ensayo histórico bien encami-
nado, sabedor de que explora los límites
de la lengua del historiador, podría
exponer estos mismos sentimientos.
En el escrito de Lucien Febvre que
mencionamos al comenzar este artículo,
la crítica a Spengler y Toynbee se refería
a una manera ilegítima de procurar
el interés público, aguzando el trata-
miento de temas histórico con distintos
golpes de efecto:
imaginación lite-
raria y resonancia
profética. Eran
los años 40; aún
los medios de
comunicación no
habían interfe-
rido bruscamente
en el camino de
los proyectos
más exigentes de
escritura, pues
sus actividades
laterales de divul-
gación, lenguajes
masivos, educa-
ción popular,
trabajo con las
leyendas here-
dadas y conquista
de amplias porciones del público no
contaban con tecnologías y conoci-
mientos especializados en el moldea-
miento de la subjetividad general.
No sabemos si ya se ha consumado
íntegramente la autogestión total de
la función intelectual por parte de los
medios de comunicación, es decir, si
ya está madura en éstos la producción
de sus propios conocimientos, peda-
gogías y lenguajes por parte de los
llamados “intelectuales de los medios”.
Tal vez no; tal vez sí y no nos dimos
cuenta. ¿Saben ellos que no precisarían
más del intelectual clásico y aún fingen
que sí, llamando a “doctores” que se
sienten complacidos por ese trato
fingidamente respetuoso y dispensan
así el modo en que implícitamente se
desprecia sus lenguajes y se los obliga a
hablar en módulos de tiempo prefigu-
rados de antemano? Esta encrucijada
es una fuente de malestar, equivalente
al célebre “malestar en la cultura”,
famoso y equívoco concepto al que ya
nos referimos en este artículo. ¿Qué
sería ahora? Nos parece que no sería
lo mismo que aquella situación en la
que se deseaba un retorno a las fuentes
primitivas del placer renegando de la
“cultura”, aunque fuera ésta –según la
tesis que surge del notorio promotor
de estos pensamientos– la esfera que
efectivamente permite trabajar la
conciencia crítica en términos de su
felicidad postulada e imposible y de su
culpa secreta pero también honrosa.
En las magníficas reflexiones de antro-
pología filosófica en las que Freud
sostiene la paradoja del malestar
cultural, se lee desde una sospecha de
lo humano fundado en la metáfora de
la “bestia salvaje” que no respeta a los
seres de su propia especie pero que se
debate entre la agresividad y la crea-
ción fantástica de un Eros que sirva
de genérica promesa feliz. “Quién
recuerde los horrores de las grandes
migraciones, de las irrupciones de los
hunos, de los mogoles bajo Gengis
Khan y Tamerlán, de la conquista de
Jerusalén por los píos cruzados y aun
las crueldades de la última Guerra
Mundial, tendrá que inclinarse humil-
demente ante la realidad de esta
concepción”, escribe Freud, compro-
En términos de nuestro
problema sobre la narración de
lahistoriaenlasculturasnacio-
nales que son reconstituidas
por el malestar y la “miseria
psicológica” de las corrientes
subterráneas de insatisfacción
social que no atinan a servirse
de medios emancipadores y se
enroscan en sus oscuros infor-
tunios, diremos que ni se trata
de “elevar el nivel” –pecado
intelectualista– ni de tomar
inspiración en el evangelismo
apócrifo de los medios de
comunicación que gozan de la
autocreencia –y la realidad– de
un engarce inmediato con el
público general.
257
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Discusiones
bando la existencia de una condición
humana propensa a la agresión y a la
sevicia. Pero no sería este escrito una
propuesta de consuelo moral sino
una invitación al trabajo en torno al
tema de la “miseria psicológica de las
masas”, cuestión que representa el
estrato en que se halla una humanidad
que en su crueldad, desea superarla y
sabe que es necesaria la construcción
de grandes ámbitos culturales en los
que sin embargo siente el malestar de
un ahogo pulsional, que los grandes
“sentimientos oceánicos” de las reli-
giones sólo pueden comentar sin atinar
a conocer el remedio para esa herida
esencial de las civilizaciones.
En términos de nuestro problema
sobre la narración de la historia en las
culturas nacionales que son recons-
tituidas por el malestar y la “miseria
psicológica” de las corrientes subte-
rráneas de insatisfacción social que no
atinan a servirse de medios emanci-
padores y se enroscan en sus oscuros
infortunios, diremos que ni se trata
de “elevar el nivel” –pecado intelec-
tualista– ni de tomar inspiración en el
evangelismo apócrifo de los medios de
comunicación que gozan de la auto-
creencia –y la realidad– de un engarce
inmediato con el público general. El
asunto, aún en su rápida generaliza-
ción, nos permite volver a la “querella
de los historiadores”, ya no a la que
motivó el diferendo entre Habermas
y Nolte respecto a continuidad efec-
tiva de la historia alemana luego del
horror, sino a la que escinde a los
historiadores académicos y a la escri-
tura de la historia frente al rostro de las
“psicologías colectivas”, o para mentar
un concepto más adecuado, de las
necesidades pedagógicas de dispositivo
comunicacional, en su disputa sigilosa
con la fuentes clásicas del saber.
No es el problema que percibía Lucien
Febvre sino su amplificación en la era
en que los medios de masa producen
seriadamente sus propios “conte-
nidos”, ya que es ésa la denominación
que emplean para forjar el cierre en
una proposición totalista del sentido:
medios-contenido. Las viejas universi-
dades no hablan así, pues, ajenas a las
culturas audiovisuales de masas, no son
un medio que espera un contenido,
sino que esa distinción nunca tiene
forma fija. La tradición dialéctica es la
máxima encarnación del problema y
su imposible resolución le da vida a la
Universidad, aunque ésta no lo crea y
se dirija hacia los medios con un futuro
“contenido” ofrecido por mediadores:
profesores que comprenden su propia
insatisfacción y adecuan sus instru-
mentos de trabajo para las nuevas
fábricas pedagógicas de la humanidad.
Hace unos años, en medio de esta
disputa que ya tiene la edad en que
los medios de masas descubrieron que
pueden regir las lenguas del conoci-
miento con sus propios manuales de
procedimiento, Beatriz Sarlo sugirió
en un artículo en La Nación las carac-
terísticas del dilema entre la historia
profesional universitaria y la historia
para los públicos filigranados por los
medios masivos de comunicación.
Esta escisión genera un dilema educa-
cional irresuelto cuya responsabi-
lidad –citamos– “no puede cargarse
por completo ni a la historia masiva,
que ocupa la esfera pública como
empleada o socia del mercado, habla
sus lenguas y es escuchada por eso, ni
a la historia académica que sigue un
programa que casi ha dado de baja
la producción de relatos”. Se sobre-
entiende aquí que sería necesaria
una mediación que, agreguemos, ni
puede dejar a la historia académica
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Discusiones
258
reposando tranquilamente sobre sus ya
corroídos cimientos, ni puede aceptar
la regencia dictaminadora que emana
naturalmente de la hipótesis genérica
del divulgacionismo televisivo.
Enfrentarse o confrontarse con este
trance general de las sociedades contem-
poráneas exige nuevos conocimientos
y tratos con la
materia problemá-
tica de los medios
y de la propia
crisis ostensible
de los aparatos
pedagógicos here-
dados. Es posible
comprender que
el malestar de la
historia académica
no puede resol-
verse con los pasos
que hasta ahora
ha dado un sector
ponderable de sus
miembros, ya sea
intentando un
divulgacionismo
carente de drama-
ticidad, ya sea,
acaso por imperio
de lo anterior,
retrocediendo
hacia las fuentes
de un orden social
confinado, como
lo era la Argentina
del Centenario,
supuesto dominio
de armonías
sociales que repre-
sentan menos una realidad de época que
una hipótesis general de bajas calorías
sobre el modo en que procede la historia
y su relato real.
¿Cómo procede? Arriesgamos la idea
de que lo hace en la discordancia
del suceder efectivo con sus oscuros
detritus de miedo, amenaza y repre-
sión que equivalen a los “horrores de
las grandes migraciones, de las irrup-
ciones de los hunos, de los mogoles
bajo Gengis Khan y Tamerlán...”, etc.,
etc., de los que hablaba Freud. Incluso
podemos ver sofocadamente todo
esto en párrafos como los que escribe
Joaquín V. González –en un libro que
se ha citado abundantemente durante
este año del Bicentenario–, en los que
alude a la “opinión gobernante del
país”, que empleó desmedidamente la
violencia sanguinaria por cuestiones
políticas y que ahora se siente “ofen-
dida por las formas violentas y agre-
sivas que a veces ha animado en su
propaganda [al movimiento obrero]
en su lucha por la elevación efectiva
de la clase en el conjunto de la vida
económica y social del país”.
Este tramo de El juicio del siglo, una
inocentada bien escrita en 1910 por
un caballero ilustrado, daba paso a una
consideración sobre las luchas obreras
que, en su vocación de aceptarlas y
ofrecerles un proyecto integracionista,
podría ser una prefiguración del muy
posterior peronismo. ¿No se podría ver
aquí un momento de reconocimiento
del conflicto social, que aunque “cien-
tífico” y “natural”, merecería cien años
después que los historiadores del “orden
conservador” –no ironizamos aquí: un
Henri Pirenne lo era, incluso lo era un
Trotsky en su Historia de la Revolución
Rusa–, abrieran su caja de herramientas
hacia la contracara del orden? Sólo desde
allí, desde la revuelta, parece verse mejor
el orden, y no tanto a la inversa, que
entraña siempre mentalidad represiva.
Loprimerofundalaescrituradelosliber-
tarios, lo segundo, la de los comedidos y
enjundiosos. Preferimos la primera; no
necesitamos condenar la otra.
De modo que podemos conje-
turar que el refugio en el canon
liberal ilustrado, desnutrido
incluso de algunas de sus carac-
terísticas más interesantes, es
una de las tantas, pero no de
las más interesantes posibili-
dades que se le presentan al
historiador carcomido por la
acción de la neoparla mediá-
tica y sus anexiones de prácti-
camente todos los documentos
y testimonios de la cultura
universal (incluso del cine, que
le es tan próximo pero es su
contrario). Si se desmontaran
una a una las piezas de ese
liberalismo ordenancista, que
supo contener turbias insinua-
ciones de racismo inauguradas
por el último Sarmiento y que
tentaron en cierto momento
a Ingenieros, se vería que
albergaba potencialidades
culturales, éticas y literarias
que estaban por encima de
los límites que en principio
le proponía la ecuación que
aunaba la teoría individualista
con el biologismo positivista.
259
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Discusiones
Un historiador en su salsa puede
tenerle miedo al desorden, como
Hobbes, pero debe actuar, como hizo
el propio autor del Leviatán, desde su
propio miedo, su desarreglo concep-
tual, su propia ferocidad sofocada,
su penuria moral, su desencontrado
sino existencial. Pero en verdad, éste
no es el mayor problema, sino el de
resolver con recursos intelectualmente
más gráciles y penetrantes la encru-
cijada cultural de la época. Esto es,
la tragedia del idioma intelectual del
legado clásico ante la emergencia de los
lenguajes comunicacionales de masas
y sus requerimientos educativos, sus
planteos de comprensión inmediata.
La cuestión rebalsó los horizontes en
los que podía ser “gramscianamente”
comprendida, en aquel magno traduc-
torado entre culturas intelectuales y
sentido común popular.
Cuando Lucien Febvre se incomoda
con los profetas que se vestían de
historiadores –y que no eran otros
que los herederos de una tradición de
escritura que tenía su alcurnia, tanto
en Inglaterra como en Alemania, más
allá de sus derivaciones ideológicas–,
estaba aludiendo a la forma que en ese
momento tenía el conflicto entre las
escrituras con dramaturgia estetizante
incluida, y las escrituras del dominio
intelectual e investigativo tal como se
practicaban en Francia, en la célebre
escuela de la revista Annales. ¿Pero
ésta no derivó, al cabo de muchas
peripecias relacionadas con la hipó-
tesis divulgacionista, en trabajos
colectivos como la “historia de la vida
privada”, donde historiadores como
Paul Veyne y George Duby mostraron
que también se las arreglaban con los
desafíos del “gran público”, entendido
acá, claro, como un público de alcance
transversal pero con educación lectora
proveniente de los tiempos pre-televi-
sivos? No obstante, esa obra se propone
un aguijón astuto de convivencia con
el magma cultural de las sociedades
comunicacionales, coincidiendo el
tema de la “vida privada” tratado con
dignidad clásica, y el mismo interés de
las culturas televisivas por ese candente
asunto, por cierto, tratado allí con
estilos de fuerte compromiso con
neuróticas chabacanerías.
De modo que podemos conjeturar que
el refugio en el canon liberal ilustrado,
desnutrido incluso de algunas de sus
características más interesantes, es una
de las tantas, pero no de las más intere-
santes posibilidades que se le presentan
al historiador carcomido por la acción
de la neoparla mediática y sus anexiones
de prácticamente todos los documentos
y testimonios de la cultura universal
(incluso del cine, que le es tan próximo
pero es su contrario). Si se desmon-
taran una a una las piezas de ese libera-
lismo ordenancista, que supo contener
turbias insinuaciones de racismo
inauguradas por el último Sarmiento
y que tentaron en cierto momento
a Ingenieros, se vería que albergaba
potencialidades culturales, éticas y
literarias que estaban por encima de los
límites que en principio le proponía la
ecuación que aunaba la teoría indivi-
dualista con el biologismo positivista.
Por el momento, la adopción de la herál-
dica liberal del canon republicano abstracto
no significa más que la nostalgia por el
ejercicio profesional de la historia, acosado
por izquierdas universitarias –influidas
más de lo que suelen reconocer por los
populismos mediáticos–, y sitiado por la
fuerte repercusión de la historia escrita
por profesores del espacio académico
–al que abandonan para adoptar las
consignas de la escritura periodística y
las retóricas expansivistas de los medios
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Discusiones
260
de comunicación–. Es señalable el éxito
de un libro de Jorge Lanata, suerte de
especulación sobre el carácter nacional
a lo largo de la historia, presentado con
los clichés de la “gnosis periodística”
que es habitual en sus programas, pero
producido con materia prima provista por
estudiantes de historia (ésta es un conjetura
totalmente verosímil), lo que hace de ese
libro una mixtura
exótica de apela-
ciones moralistas
con innecesarias e
inesperadas erudi-
ciones. Prueba de
la falta de calibra-
miento y armoni-
zación con que la
industria cultural
del libro-express
arroja los resul-
tados de sus nuevas
inversiones hacia el
creciente público
lector de tópicos
de la historia.
Este público quizá
no sea el primer
escalón de lo que
luego será un interés elaborado, sino
que plantea el dilema de que tal vez sea
una estación definitiva de la ontología
lectural de un país. Sobre lo cual habrá
que establecer nuevas hipótesis de trabajo
intelectual, antes que reacomodamientos
originados en las mercadotecnias de las
nuevas fórmulas de edición.
Por otro lado, en la esfera pública de
la comunicación de masas es evidente
cierto triunfo de las antiguas posiciones
del “revisionismo histórico”, tal como
en su momento lo había entrevisto
Halperín Donghi, que le atribuyó a
esta corriente un rasgo triunfal pero
precisamente a partir de la crisis de
decadencia nacional de la que era parte
y que no podía juzgar, sino más bien
ofrecerlelospintorescospuntosdevista
de una oligarquía menor y marginada.
Pero esta corriente historiográfica
politizante y de trinchera, sostenida
por ensayistas que poseen un acervo
irónico de gran calibre para exorcizar
a la historia académica fundada por
Mitre y sus ramificaciones universi-
tarias, es la que mejor ha encontrado
su puente de plata para proceder a sus
traducciones mediáticas.
¿Puede interpretarse el Bicentenario y
sus hipótesis historiográficas a la luz de
estos avatares del pólemos de la historia
nacional argentina? Si bien no hubo
grandes libros como en 1910 –hoy
recordamos los de Lugones, M. Gálvez,
Ricardo Rojas, J. V. González;
A. Gerchunoff, P. Groussac, Rubén
Darío,RafaelBarret,etc.–,nopodemos
prejuzgar. Los lectores futuros dirán
si nuestra opinión es tacaña con el
presente. No hubo tampoco un monu-
mentalismo ostensible. Prácticamente
todas las esculturas memorables de la
ciudad datan de esa fecha de 1910.
Sin embargo, hubo un gran debate
que, de alguna manera tácito, surgió
del modo en que se conmemoraba y
de las decisiones artísticas, audiovi-
suales y escénicas que se ponían en
juego. A diferencia de hace un siglo
–cuando se festejó, digamos así, con la
conciencia de la nación instalada, pero
omitiendo irresponsablemente el fiero
montaje estatalista de una exclusión
social–, hoy quedan de estos festejos
un conjunto de memorias sobre una
práctica artística con materiales de la
historia y, esencialmente, un debate
sobre el lenguaje apropiado para tratar
elpasado,laviolencia,lasluchassociales
y la existencia misma del oscuro tejido
moral que mantiene –y en vilo–, el
hilván imaginario de la nación.
A diferencia de hace un siglo
–cuandosefestejó, digamos así,
con la conciencia de la nación
instalada, pero omitiendo
irresponsablemente el fiero
montaje estatalista de una
exclusión social–, hoy quedan
de estos festejos un conjunto
de memorias sobre una prác-
tica artística con materiales de
la historia y, esencialmente, un
debate sobre el lenguaje apro-
piado para tratar el pasado, la
violencia, las luchas sociales y
la existencia misma del oscuro
tejido moral que mantiene –y
en vilo–, el hilván imaginario
de la nación.
261
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Discusiones
No es poco, pero no es lo que hay, o
no podría ser nunca lo que hay, porque
lo que hay nunca es una materia dispo-
nible a la entera posibilidad de lo que
cualquier tiempo presente puede saber.
Lo que hay siempre es poco. Lo que
hay siempre es escaso. Lo real siempre
se halla en estado de rareza. Pero este
Bicentenario aún debe dar la forma más
elaborada de esta cosecha, que no es otra
que la de reabrir el pasado a fin de dotar
al presente de mejor calidad cognosci-
tiva en materia de justicia, memorial,
lenguaje vivo y debate público.
Las naciones son un plebiscito coti-
diano, si es que preferimos decirlo con
el viejo aserto renaniano. Los histo-
riadores, por su parte, deben tener un
trato con la verdad en tanto verdad-
problema, o verdad-incerteza, antes
que con una variante del neoconser-
vadurismo historiográfico que lleva a
la verdad a despojarse de las formas
activas del mito por un acto tajante
de la cuchilla liberal. Toda cuchilla
tiene sus incisiones, y el modo liberal
de hacerlas es la literalidad supina,
estilo menor que muchas veces abarca
a los contrincantes del área nacional-
popular. El tajo que pone a los fenó-
menos ante capas de significaciones
cambiantes, incompletas o parado-
jales, por no decir dialécticas, es la
adecuada incitación a la lectura reno-
vada que hay que hacer. La prueba
de fuego de este tipo de lectura es el
desafío que ofrece la obra de Martínez
Estrada, que tiene pegada en su dorso
o en su contrafrente, la de Jauretche.
No se puede leer hoy a uno o a otro
separadamente, porque se los enten-
dería parcialmente, o no se los enten-
dería. Las grandes lecturas vienen en
duplas, cada nombre es verso y reverso
del otro nombre. ¿Cada retrato es
también así?
Quizás: porque la política de retratos
–que también acompañó este
Bicentenario–, no está concluida ni
nunca lo estará. En la Galería de los
Patriotas de la Casa de Gobierno
faltan José Carlos Mariátegui y
Toussaint-Louberture.Peroesosretratos
llevan a la rastra otros rostros, cuya
ubicación imaginaria –los de Alberdi,
Sarmiento, Hernández, etc.– se hallan
ahora en trincheras fijas, inadecuadas.
Todo rostro de la historia debe estar en
sus trincheras móviles. Van y vienen.
A muchos los tuvimos, es necesario que
vengan otra vez de distinta manera. No
nos equivocamos al pensar que estamos
en el momento crítico para renovar las
escrituras de la historia, reconsiderar
los nuevos públicos y disputarlos a
las hipótesis que los amasan con las
pobres mitologías comunicacionales
de nuestro tiempo.
El país recorrió un camino compli-
cado y fértil en este sentido, y el modo
en que las artes teatrales, pictóricas y
audiovisuales tomaron el tema, no
puede ser y no fue un apéndice de las
inflexiones y abluciones mediáticas,
sino otra cosa que habrá que definir en
el seno de nuevos trabajos históricos.
Ellos: porque apuestan a tratar una
materia que así se llama, porque desean
convivir con la fugacidad y la perdura-
bilidad de las cosas, y porque quieren
agitar con autonomía de carácter y sin
la prisión de las interpretaciones lite-
rales, las aguas del presente.
262
Negativos sin revelar.
Misceláneas de los años del Centenario
Por Guillermo Korn
Frente a la magnificencia de los fastos del
Centenario se erigía, como un murmullo silen-
ciado, un conjunto de voces que señalaban el
acontecer del pulso social oscurecido por la
luminosidad de los festejos. Notas de viajes,
observaciones agudas y comprometidas y retratos
fotográficos, registraban los padecimientos del
mundo popular en contraposición con los osten-
tosos brillos de las elites y sus oropeles.
Las narraciones del catalán Juan Bialet Massé,
quién examinó la realidad del mundo laboral en
las provincias argentinas, o las crónicas de Rafael
Barret que manifestaban una sofisticada indigna-
ción frente a las penurias de la vida urbana, dan
cuentanosólodelosplieguesinternosdeArgentina
agraria y exportadora, sino también de la capa-
cidad de la escritura para expresar lo intolerable
que fue soslayado en la cultura letrada de la época.
Otras miradas, reunidas en torno a una forja de
cuño nacionalista, se propusieron una empresa de
modelización de un pueblo al que imaginaban a
salvo del peligro de las muchedumbres.
Guillermo Korn recupera estas voces de viajeros
y observadores extranjeros, de poetas naciona-
listas y cultores de la “gauchipolítica”, como
“negativos sin revelar” que precisan ser revisi-
tados para encontrar en ellos una comprensión
más plural a la hora de la rememoración.
263
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Discusiones
Los viajes del doctor
“La crítica es amarga; pero los hechos
no son de quien los relata, sino de
quien los produce”.
Bialet Massé,
Informe sobre el estado...
Un catalán –republicano para más
datos– engrosaba su legajo: era
médico, abogado, constructor. Juan
Bialet Massé reunía antecedentes
suficientes para viajar por perdidos
rincones y sumar páginas y páginas de
observaciones (más de 1.200) sobre
las condiciones del trabajo de los
obreros en las provincias argentinas.
Lleva a cuestas, sobre su espalda, el
dinamómetro como cruz, su fe en lo
que define como socialismo nacional
y como catecismo su creencia en la
ciencia, en la mecánica y en las fuerzas
de la historia. También ostenta con
orgullo sus treinta años de oficios: fue
albañil, molinero, picapedrero y otros
más que se relacionan “con el arte de
la construcción”.
El registro de ese viaje se editó en
tres volúmenes en 1904. Y la trascen-
dencia fue mayor que la que original-
mente podía preverse en los reiterados
“V. E.” donde hacía confluir al
ministro del Interior y al presidente.
La prosa empleada por Bialet Massé
en el Informe sobre el estado de las clases
obreras en el interior de la República lo
hace un gran libro que supera –con
holgura– al mero destino burocrático.
“Quisiera tener el talento descrip-
tivo de un Zola, para presentar,
palpitantes y vivos, los sufrimientos
y necesidades de este pueblo, tan
abnegado”, dice. Su postura es tan
original como la posición que tiene
sobre los indígenas; porque decir que
el “terror pánico al ejército de línea”
era semejante al de tres décadas atrás
–vale decir al que elevó a presidente
al general Roca– lo coloca en el lugar
del aguafiestas que señala las fallas de
su propia clase dirigente. Al igual que
los indios, los criollos son reivindi-
cados como mejores trabajadores que
los extranjeros que llegaban a estas
tierras. Los trabajadores podrán “ser
un pueblo fuerte y brillante el día
que los ricos encuentren la ventaja en
cuidarlo”. Incluir, ésa es la consigna:
facilitando el acceso del criollo y del
indio a la propiedad de las tierras,
recomendando la enseñanza del
idioma nacional o dando garantías de
protección desde el Estado.
El tercer volumen suma recorridos
por provincias que habían quedado
fuera del esquema inicial. La inclu-
sión de fotografías modifica el carácter
del texto. Se ven prensas, alambi-
ques, moledoras, baterías de tachos,
laboratorios, hornos, calderas, vistas
generales de casas modelo, estableci-
mientos o carros donde se arrumban
montones de cañas de azúcar. Las
fotos funcionan como prueba de lo
que el texto dice, pero por lo mismo
la descripción pierde dramatismo. La
imagen idealiza aquellas condiciones
que el texto denuncia. La crudeza se
estetiza y se atenúa la gravedad de la
denuncia cuando al autor se le suma
Rosich, S. C. en la firma de las fotos.
Si Bialet Massé al comenzar el libro
elogiaba el ritmo cinematográfico,
sobre la marcha va deteniendo la
proyección y las imágenes se congelan
haciendo moroso el tiempo narrativo.
El socialista catalán se configura como
un autor que pide disculpas por la
“forma y el lenguaje”, que duda y
revisa sus escritos previos por consi-
derarlos ingenuos, que supone más
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Discusiones
264
necesitados de la ley a los patrones
que a los obreros, a pesar de que en
sus caracterizaciones habla de “ricos
roñosos”, “patanes enriquecidos” y de
“perros rabiosos de codicia”. Incluso
cuando comenta alguna protesta de
trabajadores arriesga: “si no fuera por
la misión que desempeñaba, les había
de enseñar cómo se hace una huelga
justa e invencible”.
El Informe sobre el estado de las clases
obreras en el interior de la República
postulaunavozinesperada.Einaudible.
El cronista en la calle
“¿No sería chocante a la decencia
pública que pasearan por la Avenida
de Mayo los obreros vestidos de arpi-
llera, descalzos y sin sombrero?”
Bialet Massé, Informe...
Un hombre es despedido de su empleo.
Deberá buscar ahora –y seguimos
en 1904– otro lugar donde ganar
unos pesos, pero no es tarea sencilla.
La ciudad se hace hostil y las noti-
cias –se sabe– corren como reguero
de pólvora. Se dice que hubo golpes
de puño entre el dueño de El Correo
Español y el cronista. Para colmo de
males, los rumores no cesan. Que el
cronista había venido a la Argentina
arruinado por el juego, otros dicen que
llegó convocado por dos primos que
vivían en el país, que en Bilbao era un
señorito, que su conducta siempre era
escandalosa, que en sus duelos contaba
como padrinos con Valle Inclán y
Ramiro de Maetzu, que era amigo
de Baroja, que en 1902 un periódico
anotició su suicidio, que había sido
pederasta, que había fundado la Unión
Matemática Argentina para encubrir
sus actividades en la Liga Republicana
española de Buenos Aires.
Lo que parece cierto es que la crónica
que Rafael Barrett llegó a publicar
disgustó a López Gomara –director del
diario de la colonia española en Buenos
Aires–, quien lo acusó de abusar de su
confianza. Al fin y al cabo, debía estar
agradecido a esta ciudad que le permitió
tomar distancia de los agravios que
recibió en el viejo continente.
Barrett hablaba en la crónica sobre
“chiquillos extenuados, descalzos,
medio desnudos” que “con el hambre
y la ciencia de la vida retratados en
sus rostros graves, corren sin alientos,
cargados de Prensas, corren, débiles
bestias espoleadas, a distribuir por la
ciudad del egoísmo la palabra hipó-
crita de la democracia y del progreso,
alimentada con anuncios de rema-
tadores. Pasan obreros envejecidos y
callosos, la herramienta a la espalda.
Son machos fuertes y siniestros, duros
Guillermo Korn
265
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Discusiones
a la intemperie y al látigo. Hay en sus
ojos un odio tenaz y sarcástico que no
se marcha jamás. La mañana se empina
poco a poco, y descubre cosas sórdidas
y sucias amodorradas en los umbrales,
contra el quicio de las puertas. Los
mendigos espantan a las ratas y hozan
en los montones de inmundicias. Una
población harapienta surge del abismo,
y vaga y roe al pie de los palacios unidos
los unos a los otros en la larga perspec-
tiva, gigantescos, mudos, cerrados de
arriba abajo, inatacables, inaccesibles”.
Airado, continúa el relato: “Allí
están guardados los restos del festín
de anoche: la pechuga trufada que
deshace su pulpa exquisita en el plato
de China, el champaña que aban-
dona su baño polar para hervir relám-
pagos de oro en el tallado cristal de
Bohemia. Allí descansan en nidos de
tibios terciopelos las esmeraldas y los
diamantes; allí reposa la ociosidad y
sueña la lujuria, acariciadas por el hilo
de Holanda y las sedas de Oriente y los
encajes de Inglaterra; allí se ocultan las
delicias y los tesoros todos del mundo.
Allí, a un palmo de distancia, palpita
la felicidad. Fuera de allí, el horror y la
rabia, el desierto y la sed, el miedo y la
angustia y el suicidio anónimo.
“Un viejo se acercó despacio a mi
portal. Venía oblicuamente, escu-
driñando el suelo. Un gorro pesado,
informe, le cubría, como una costra,
el cráneo tiñoso. La piel de la cara era
fina y repugnante. La nariz abultada,
roja, chorreante, asomaba sobre una
bufanda grasienta y endurecida. Ropa
sin nombre, trozos recosidos atados con
cuerdas al cuerpo miserable, peleaban
con el invierno. Los pies parecían
envueltos en un barro indestructible.
Se deslizó hasta mí; no pidió limosna.
Vio una lata donde se había arrojado
la basura del día, y sacando un gancho
comenzó a revolver los desperdicios que
despedíanunhedormortal.Contemplé
aquellas manos bien dibujadas, en que
sonreía aún el reflejo de la juventud y
de la inteligencia; contemplé aquellos
párpados de bordes sanguinolentos,
entre los cuales vacilaba el pálido azul
de las pupilas, un azul de témpano,
un azul enfermo, extrahumano, fatí-
dico. El viejo –si lo era– encontró
algo... una carnaza a medio quemar, a
medio mascar, manchada con la saliva
de algún perro. Las manos la tomaron
cuidadosamente. El desdichado se
alejó... Creí observar, adivinar... que su
apetito no esperaba...
“¡También América! Sentí la infamia de
la especie en mis entrañas. Sentí la ira
implacable subir a mis sienes, morder
mis brazos. Sentí que la única manera
de ser bueno es ser feroz, que el incendio
y la matanza son
la verdad, que
hay que mudar
la sangre de los
odres podridos.
Comprendí, en
aquel instante,
la grandeza del
gesto anarquista,
y admiré el júbilo
magnífico con
que la dinamita
atruena y raja el
vil hormiguero
humano”.1
Así describía a
“Buenos Aires”. Esa tierra prometida
acogió menos de un año a Barrett pero
fue el lugar en el que consolidó su
criticismo militante y donde afianzó
su escritura, llevándose una correspon-
salía para cubrir la revolución que se
gestaba en Paraguay. De allí llegarán
sus denuncias sobre Lo que son los
yerbales, con sus formas de esclavitud
“Sentí la infamia de la especie
en mis entrañas. Sentí la ira
implacable subir a mis sienes,
morder mis brazos. Sentí que
la única manera de ser bueno
es ser feroz, que el incendio y
la matanza son la verdad, que
hay que mudar la sangre de los
odres podridos. Comprendí,
en aquel instante, la grandeza
del gesto anarquista, y admiré
el júbilo magnífico con que la
dinamita atruena y raja el vil
hormiguero humano”.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Discusiones
266
encubierta. También desde allí remi-
tirá un texto, en julio de 1910, donde
denuncia y analiza El terror argentino,
la aplicación de la ley social y la Ley de
Residencia: “No hay bienestar colec-
tivo. Hay bienestar de una clase, cuyo
dogma forzoso es la propiedad”.
¡Cuerpo a tierra!
“Ya quisiera que nosotros, los
alemanes, también imitáramos de
vez en cuando algo de este vigor
original y edificante y no tuviéramos
siempre tantas contemplaciones”.
Von der Goltz,
Impresiones de mi viaje...
El hombre está echado sobre el suelo
húmedo sin tener en cuenta que
su uniforme de trabajo empieza a
mancharse con el rocío de la mañana.
Está tumbado
boca abajo, con
su cuerpo exten-
dido y sus brazos
tensionados.
Como en una
flexión dobla sus
codos y el peso
del cuerpo cae
sobre sus puños
apretados sobre
la gramilla. Sus
botas, de cáñamo,
parecen suspen-
didas en el aire.
Sobre su pecho
pende la cruz de malta. A lo lejos dos
infantes observan la posición del general.
La mayoría no lo mira. Están atentos en
sus posiciones. La cabeza de un soldado
asoma, casi saliéndose del marco de
la fotografía, tras haberle dejado su
posición al visitante para que controle
su trabajo, “como si fuese el instructor
de ellos” dice Caras y Caretas.
“El general Von der Goltz, verificando
la puntería hecha por los soldados
de infantería de la Escuela de Tiro”,
explica el epígrafe. En todo caso
Wilhem Leopold Colmar von der
Goltz, que había llegado a Argentina el
14 de mayo de 1910 en representación
del emperador Guillermo II, anota
en su libreta de viaje sobre su paso
por Campo de Mayo: “El desarrollo
de fuerzas es tanto más seguro como
que las aptitudes físicas y mentales
del pueblo argentino son excelentes.
Se ven en las tropas, generalmente,
soldados de figura esbelta, continente
marcial, de estatura más que mediana
y cuerpo flexible, capaces de perma-
necer erguidos sin esfuerzo alguno”.
Seguramente no estaba pensando
en quien oficiaba como edecán en
su visita. Von der Goltz –de haber
vivido veinte años más– se hubiera
sorprendido de que aquel hombre
rechoncho y culón, admirador del
espíritu prusiano, el coronel José Félix
Uriburu, llegara a presidente de aquel
lejano país. Pero paradojas del destino,
el mariscal alemán tuvo su momento
de admiración por la nación que visitó
en su centenario. En Impresiones de
mi viaje por Argentina cuenta que en
la desembocadura del Riachuelo, “se
hallaba anclado un barco bien grande
que, como me relataron con sonrisas
elocuentes, se iba poblando poco a
poco con esa chusma carne de presidio
que la policía iba cazando aquí y allá.
Me señalaban además que, cuando
el buque estaba lleno, comenzaba un
viaje de turismo a Tierra del Fuego y
allí se los desembarcaba”. El emba-
jador imperial, que se enteró de su
ascenso por comunicación telegráfica
En Impresiones de mi viaje
por Argentina cuenta que en la
desembocadura del Riachuelo,
“se hallaba anclado un barco
bien grande que, como me rela-
taron con sonrisas elocuentes,
seibapoblandopocoapococon
esa chusma carne de presidio
que la policía iba cazando aquí
y allá. Me señalaban además
que, cuando el buque estaba
lleno, comenzaba un viaje de
turismo a Tierra del Fuego y
allí se los desembarcaba”.
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Discusiones
–había llegado como embajador
plenipotenciario–, era tan diestro
con las armas como con la ironía y
la moraleja: “Entonces sí que ahí en
Tierra del Fuego podían hacer todo
el alboroto que quisieran. Se habló en
esos días de una huelga general que
iba a comenzar con perturbaciones de
las numerosas líneas de tranvías eléc-
tricos, indispensables para el trans-
porte en una ciudad extendida. Pero
antes que comenzara la huelga, ya iban
apostados soldados atrás y adelante
de los vehículos, con fusil cargado
y, de anteriores experiencias se sabía
demasiado bien que esos guardias no
dudaban mucho en apretar el gatillo.
De modo que las perturbaciones
fueron dejadas para más adelante y
hasta hoy no se pusieron en práctica.
Pero tal vez la medida más adecuada
del jefe de Policía de Buenos Aires fue
que, antes del día clave, hizo detener a
un importante número de agitadores
anarquistas y los encerró, poniéndolos
sobre aviso de que, ante la menor
perturbación de la fiesta del cente-
nario abriría las puertas de la cárcel y
dejaría todo lo demás en manos de la
población exasperada”.2
En Ushuaia
no sólo había entonces presos polí-
ticos y sociales, también penados mili-
tares, como Juan Grimaldo, el “210”,
condenado a presidio indeterminado
porque había intentado abofetear a un
cabo, doce años atrás, cuando recién
llegado de España se había engan-
chado en el ejército.
El poeta sin rostro
“El iniciador, el Adán, es Bartolomé
Hidalgo, montevideano”.
Jorge Luis Borges, 1950
Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas
compartieron el estrado de los naciona-
listas –al que alguna vez dejaban subir a
Manuel Gálvez– desde donde arengaban
a una expectante clase dirigente. Había
matices que distinguían sus prédicas,
pero también coincidencias. El Lugones
más demócrata (el que rindió home-
naje al “Centenario de la patria” con
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Discusiones
268
cuatro libros: Odas seculares, Prometeo,
Didáctica y Piedras liminares) coincidirá
con el autor de Eurindia en proponer
cambios en la educación como forma de
integrar a los inmigrantes. Rojas critica el
cosmopolitismo dominante y apela a la
historia nacional, Lugones recrea mitos
fundadores. Tiempo después propone
revalorizar –en sus
conferencias del
Teatro Odeón– el
carácter heroico
del gaucho a partir
del indudable
valor literario del
Martín Fierro.
Rojas encuentra
“el origen de la
civilización en la
pampa” en este
libro, como en el
Facundo, “ambos
definitivos en
la historia de
nuestra cultura
intelectual”.3
Así el creador de
la historia lite-
raria argentina
ubica al texto de
Hernández por
encima de todas
las obras previas.
Casi cincuenta
años antes, Sarmiento establecía
una secuencia de autores que
fundaba Bartolomé Hidalgo, a quien
define como el “creador del género
gauchipolítico”.4
En la misma serie
intentaba colarse el sanjuanino.
Mitre le dirá por carta a Hernández:
“Hidalgo será siempre su Homero,
porque fue el primero”.5
Atrás
quedaba la machacona descalifica-
ción del padre Castañeda que apelaba
al “mal color” del poeta, a su aspecto
moro. El sesgo de clase lo introduce
Lugones cuando destaca el oficio de
“rapabarbas”, o de “rapista”, como
dice Rojas. El autor de La restauración
nacionalista se anima a recrear su figura
en un juego creativo: “vestido de
chiripá sobre su calzoncillo abierto de
cribas; calzadas las espuelas en la bota
sobada del caballero gaucho; terciada,
al cinturón de fernandinas, la hoja
labrada del facón...”. Su imaginación
tiene límites. Porque en la pluma de
Rojas, Hidalgo queda relegado a ser
un mero repetidor de la gauchesca
extendida. El montevideano ni funda
los cielitos ni es tan novedoso, dice.
La crítica se dirige a quienes le atri-
buyen autorías que no le pertenecen.
Su arte es ingenuo y realista; sus
cielitos son simples y rústicos, apenas
un eslabón en una saga que se realza
con Hernández, puntal de la Historia
de la literatura argentina.
No entiende Rojas, o entiende pero es
fundamental para su proyecto conso-
lidar al Martín Fierro en desmedro
de sus antecedentes, que Bartolomé
Hidalgo tiene –en tanto creador–
un carácter doblemente espectral.
Porque más allá de que no se conozca
un solo retrato del poeta artiguista,6
su figura es fantasmagórica porque
asume la condición coral de la crea-
ción colectiva; voz que resume lo
anónimo y que en su nombre aúna
las que confluyen en él. Habrá que
esperar que Borges, en otra coyuntura
y desde otra lectura diga que “Hidalgo
sobrevive en los otros, Hidalgo es de
algún modo los otros”.7
En la coyuntura del Centenario, los
escritores nacionalistas prefieren una
tradición ya recortada, un homenaje
a la nación constituida sin la Banda
Oriental. Y también, lo popular con
menos énfasis.
Y continúa Lugones su comen-
tario sobre la Fuente de las
Nereidas: “Señorita, gracias
a Ud. encuentro posibles
las mujeres de talento. Que
talento tiene usted”. Caras y
Caretas también elige destacar
que la obra fue concluida “con
felicidad y talento viril” que
“tanto que decir dio, por ser
sin duda su progenitor una
dama argentina, mujer al fin
débil, pero fuerte y de carácter
tan firme y decidido que su
obra será y es ejemplo de perse-
verancia, de trabajos vencidos
con empeño robusto, y de
una inteligencia tan poderosa
como nutrida de sabios cono-
cimientos”. Los adjetivos que
se emplean en la crónica no
parecen azarosos para quien
socialmente era enjuiciada por
una sexualidad ambigua.
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Discusiones
Piedra y camino
“Cada uno ve en una obra de arte
lo que de antemano está en su espí-
ritu; el ángel o el demonio están
siempre combatiendo en la mirada
del hombre.
Yo no he cruzado el océano con el
objeto de ofender el pudor de mi
pueblo”.
Lola Mora
Fotos imposibles: no puede compararse
la multitud que se agolpó frente a la
Fuente de las Nereidas, con la que no
hubo en el Monumento a la Bandera.
Porque si en 1903 se sumaron a los
curiosos, diputados, senadores, perso-
nalidadescomoelintendenteCasares,el
ministro Joaquín V. González, Ernesto
delaCárcovayCarlosThays,enRosario
no hubo nadie. Claro, esta obra encar-
gada a Lola Mora quedó en proyecto.
La Comisión Pro-Monumento, en
el clima del Centenario, contrató a
la artista tucumana para construir el
monumento que debía terminarse en
julio de 1911, poco antes de que se
cumplieran cien años del momento
en que Belgrano enarboló la bandera
a orillas del Paraná, para molestias
del Triunvirato.
Frente a la Fuente de las Nereidas las
críticas aludían a los modos de la artista:
que ofendía la moral al usar panta-
lones para moverse por los andamios,
o inquietaba las buenas costumbres,
transfiriendo en el desnudo de sus escul-
turas su deliberada libertad sexual. Ésta
aparece aludida aun en los comentarios
elogiosos. “La impresión dejada por esa
fuente es de obra de varón, diré ensa-
yando la frase corriente que me propor-
ciona una antítesis afortunada. Su
resolución, su gallardía, son varoniles,
así se entremezcla, embelleciéndolas,
cubierta molicie femenil que es como
la armonía flotante del conjunto”. Y
continúa Lugones su comentario sobre
la Fuente de las Nereidas: “Señorita,
gracias a Ud. encuentro posibles las
mujeres de talento. Que talento tiene
usted”.8
Caras y Caretas también elige
destacar que la obra fue concluida “con
felicidad y talento viril” que “tanto que
decir dio, por ser sin duda su progenitor
una dama argentina, mujer al fin débil,
pero fuerte y de carácter tan firme y
decidido que su obra será y es ejemplo
de perseverancia, de trabajos vencidos
con empeño robusto, y de una inteli-
gencia tan poderosa como nutrida de
sabios conocimientos”.9
Los adjetivos
que se emplean en la crónica no parecen
azarosos para quien socialmente era
enjuiciada por una sexualidad ambigua.
Por lo mismo, si el primer destino para
las Nereidas era la Plaza de Mayo, luego
se pensó que mejor sería instalarla en
Mataderos o Parque de los Patricios,
donde los vecinos miembros de la curia
no se la cruzaran a diario. Finalmente
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Discusiones
270
se decidió emplazarla en Parque Colón,
a metros de la Casa de Gobierno, en
dirección al río. Eso será por unos años,
hasta su destierro en la Costanera Sur.
En cambio, alguien propondrá que
las estatuas que Dolores Candelaria
Mora Vega llegó a realizar para el
Monumento a la Bandera tengan su
destino definitivo en el fondo del río
Paraná. La figura central del proyecto
es una mujer que algunos encuentran
inspirada en “La
libertad guiando
al pueblo”, de
Delacroix. Antes
de eso la revista
P.B.T. publicaba
una humorada en
forma de poema.
Allí se aludía a
una escultora:
Pura. No es nece-
sario ser dema-
siado intuitivo
para suponer que
esos versos tenían
otra destinataria:
“Es que yo he
sospechado, / y
perdona si soy
muy mal pensado
/ que serán tus relieves seductores, / sin
duda, esculturales, / como afirman los
mismos escultores, / pero opino que
no son naturales, / y, al decirte a ti esto
/ agregar considero innecesario / que a
retractarme siempre estoy dispuesto /
si puedes demostrarme lo contrario”.10
Un mes después en las páginas de Caras
y Caretas se promovía a Luisa Isella,
una “escultora llamada a tener éxito”.
Su foto y la de unos rubicundos niños
marmolados, se rodean de un texto que
ensalza la “suavidad de las formas, una
buena técnica”, su sencillez y el buen
gusto “que caracteriza su labor”.11
En
tanto David Peña, integrante de la
Comisión Pro-Monumento –desde su
revista Atlántida– dirá que el proyecto
de Lola Mora no guarda “unidad en el
concepto ni hay verdad ni propiedad
en el conjunto”. Y refuerza su embes-
tida: no “hay una sola traducción de
los vuelos patrióticos y poéticos” de
un Sarmiento, un Avellaneda o un
Andrade en el proyecto. El autor de
Juan Facundo Quiroga propone que
la Comisión acuerde con la escultora
“alterar fundamentalmente el monu-
mento. Ganarían en ello la autora, el
arte, el país”. El juicio del dramaturgo
es lapidario: “El monumento, como
concepción, es irresistible a la crítica”.12
Con el paso del tiempo, las estatuas
esculpidas en mármol de Carrara que
la artista mandó desde Italia al puerto
de Rosario no encontrarán el destino
previsto. Y los inconvenientes se
suceden: las críticas arrecian, las obras
no pueden retirarse de la Aduana, el
dinero destinado a la obra escasea y
el entusiasmo se apaga. En 1925, se
rescindirá el contrato con la escultora,
tras el fallo de la Comisión Municipal
de Bellas Artes en el que expresa: “su
más formal desacuerdo con el levan-
tamiento del monumento proyectado,
pues en forma concluyente, él no cons-
tituye una ‘obra de arte’ en la verdadera
acepción de la palabra, sino un conglo-
merado de figuras de pésima concep-
ción, no ejecutado por artistas, sino
por ineptos oficiales marmoleros”.13
Las piezas de la obra escultórica
siguieron un periplo semejante al resto
de la obra de Lola Mora: el olvido o el
exilio. Así el destrozado monumento a
Aristóbulo del Valle –antes de inaugu-
rarlo– fue abandonado en un corralón
municipal y separado de la figura que
la completaba; las Nereidas mudadas
al sur de la ciudad, las piezas desti-
El modo hegemónico en que
nos llega el relato del Cente-
nario disimula contrastes. No
aparece mucho más que una
narración donde sobran entu-
siasmos generalizados y fiesta
cívica, economía próspera y
sociedad integrada, republi-
canismo y homogeneidades.
Como si quisiese cumplir con
aquello que decía el aviso del
jabón Reuter: “Nunca necesi-
tará la república presentarse
más pulcra e higiénica, ante
propios y extraños, que para la
conmemoración de su primer
centenario como nación libre
e independiente”.
271
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Discusiones
nadas al Congreso Nacional peregri-
nando mil kilómetros hasta su lugar
definitivo en la provincia de Jujuy.
Contrapuntos
“Estamos de acuerdo: con los Abeille,
los dramas criollos, el lunfardo, etc.,
vamos rectamente a la barbarie; hay
que resistir activa y pasivamente”.
Miguel Cané, en carta a Ernesto
Quesada, 8 de octubre de 1900
Los fastos no podían ocultar las grietas
que por todos lados resquebrajaban
el cerrado círculo por el que velaba
periódicamente el autor de Juvenilia.
Claroscuros.Ymenosmetafóricamente:
contradicciones del orden oligárquico.
Aunque esa nitidez no explica todas las
tensiones que dibujan un mapa hetero-
géneo, listo algunas grageas.
El penalista italiano Enrique Ferri
acusa al socialismo, para beneplácito
de algunos, de ser “una flor artificial”
aunque poco después el dirigente Juan
B. Justo es censurado por afirmar que
los gobernantes locales negaban los
problemas sociales “cerrando los ojos
y tapándose los oídos ante las más
urgentes y claras demandas”.14
Algunos viajeros (Jules Huret, Adolfo
Posada, Georges Clemenceau,
hasta la casi desconocida Cesarina
Lupati Guelfi) dejan registro de la
Penitenciaría Nacional y del Hospicio
de las Mercedes como instituciones
modelo, pero olvidan mencionar
la presencia amenazante del barco-
prisión con destino final en el Penal de
Ushuaia, si se empañaban los festejos.
A la vera del asombro por la multitud
que participó de los festejos del
Centenario, con hombres subidos a los
árboles de la Plaza de Mayo incluso, se
escriben líneas que sugieren que “esto
es un delirio tremens de entusiasmo
y de psicología de las multitudes”15
o en forma de versos: “si estábamos
estrechos /en esta villa / vamos a estar
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Discusiones
272
ahora / como en capilla. / Trae dinero
la gente / para gastarlo, / en tanto
hacemos fuerza / por conservarlo”.16
Otro 25 de mayo, un par de años
antes del Centenario, la protesta de la
plateaseacallóreciéncuando el payaso
Frank Brown trocó su vestido con los
colores nacionales por otro menos
irritativo a la sensibilidad patriotera.
Pero el silencio fue casi total cuando
su carpa fue quemada para evitar las
funciones para el populacho y que no
se afeara el centro.17
El siguiente ejemplo sirve de broche
final: los propietarios de un conven-
tillo aportan a la conmemoración el
regalo de un mes de alquiler para sus
inquilinos, éstos en compensación les
entregan un pergamino y dos medallas
de oro. Fotos en Caras y Caretas, la
familia unida y final feliz: los intercam-
bios de dones terminan en un asado
para todos ofrecido por los dueños de
la casona de la calle Venezuela.18
Tres
años antes hubo una huelga de inqui-
linos generada por el hacinamiento, la
especulación y los caros alquileres.
El modo hegemónico en que nos
llega el relato del Centenario disi-
mula contrastes. No aparece mucho
más que una narración donde sobran
entusiasmos generalizados y fiesta
cívica, economía próspera y sociedad
integrada, republicanismo y homoge-
neidades. Como si quisiese cumplir
con aquello que decía el aviso del
jabón Reuter: “Nunca necesitará la
república presentarse más pulcra e
higiénica, ante propios y extraños,
que para la conmemoración de su
primer centenario como nación libre
e independiente”.
NOTAS										
1. “Buenos Aires”, fue publicado en El Correo Español, y forma parte de Moralidades actuales, Montevideo,
O. M. Bertani, 1910.
2. En Impresiones de mi viaje por Argentina, publicado en Berlín, en 1911 (citado y traducido por Osvaldo
Bayer, en Exilio, en coautoría con Juan Gelman, Buenos Aires, Legasa, 1984).
3. En Historia de la literatura argentina, “Los gauchescos”, vol. II, Buenos Aires, Losada, 1948.
4. En carta a Vicente Fidel López, del 25 de enero de 1946, recopilada en sus Viajes, Buenos Aires, Editorial
de Belgrano, 1981.
5. Carta de Mitre fechada en Buenos Aires, 14 de abril de 1879.
6. “El primer poeta de la patria no tiene rostro; es sólo voz que canta y opina”, dice Ángel Rama en
Los gauchipolíticos rioplatenses, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1982.
7. Jorge Luis Borges, Aspectos de la literatura gauchesca, Montevideo, Número, 1950.
8. Leopoldo Lugones, “La fuente de Lola Mora”, en La Tribuna, 27 de mayo de 1903, reproducida en
Las primeras letras de Leopoldo Lugones, Buenos Aires, Centurión, 1963.
9. En “Inauguración de la Fuente de Lola Mora”, Caras y Caretas N° 243, 30 de mayo de 1903.
10. Vicente Nicolau Roig, “A una escultora”, en P.B.T. N° 287, mayo de 1910.
11. Caras y Caretas N° 611, 18 de junio de 1910.
12. En “Crónica del Centenario”, Atlántida N° 5, mayo de 1911.
13. Tomo esta cita del sitio web: http://www.museodelaciudad.org.ar/exhibiciones-el-arquitecto-y-la-obra.htm.
14. En el número extraordinario del 25 de mayo de 1910, del diario La Nación.
15. “Psicología de las multitudes”, por El de verde gabán (seudónimo del periodista español Eduardo López
Bago), en P.B.T. N° 287, mayo de 1910.
16. En “Comenzó Cristo a padecer”, por Julio S. Canata, en P.B.T. N° 287, mayo de 1910.
17. “Un acto imprevisto que no por su violencia no deja de ser simpático”, dirá La Prensa. Puede ampliarse
con el escrito de Javier Trímboli sobre el suceso: en http://www.escritoresdelmundo.com/2010/06/4-de-mayo-de-
1910-por-javier-trimboli.html.
18. “La conmemoración del centenario en un conventillo”, en Caras y Caretas N° 615, 16 de julio de 1910.
La biblioteca n° 9 10
274
Zonas francas.
Risas y mediaciones
Por María Pia López
Contra toda tentación progresista que percibe la
historia como un desarrollo conclusivo, capaz de
unificar linealmente los mundos culturales hete-
rogéneos, a lo largo de la historia de las naciones
ha surgido el problema de la discrepancia. Una
diferencia que emerge en el propio acto de cono-
cimiento y en el ejercicio de la expresión. Toda
palabra dicha es reinterpretada y sometida a un
(violento) proceso de reapropiación que despoja
las pretensiones originales y los significados ensa-
yados por sus autores. Por esta vía, la traducción se
convierte en un arte capaz de traficar, de un punto
a otro, de una forma cultural a un incierto destino
de arribo, con la lengua y las percepciones. Las
teorías contemporáneas de la recepción preten-
dieron resolver este dilema bajo la idea de una
traslaciónquesuponíaun“receptor”pasivo,ajeno
a desvíos ni tensiones, sin advertir que la cultura
es en sí misma la pregunta por estas derivaciones
“impuras” del original.
María Pia López piensa la Argentina bajo la pers-
pectiva de la traducción como ejercicio inaugural.
En Sarmiento, voraz traductor, en Estanislao del
Campo que utiliza recursos del humor para hacer
pasarlaaltaculturaalmundopopular,enLeopoldo
Lugones que realiza el movimiento inverso y en
las escenificaciones teatrales se juega una cuestión
política primordial: la posibilidad de pensar una
forma comunitaria inclusiva capaz de tomar como
propia la disidencia de las tonalidades en el habla y
las múltiples formas de la vida colectiva.
275
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Discusiones
“...elFaustodeEstanislaoDelCampo
registra el ingreso franco de perso-
najes y habla popular a la diversión
mundana de los salones burgueses”.
Ángel Rama,
Los gauchipolíticos rioplatenses.
“Pero, tal vez, hay otra lectura posible
que corre por debajo y deja flotando
su halo de ambigüedad: ¿quién ríe de
quién en el Fausto de Del Campo?
¿Acaso habría que descartar del todo
que la reída sea esa misma culturosa
sociedad? ¿Reída por Del Campo a
través de sus dos paisanos, protago-
nistas de una parodia que, urgido,
había empezado a escribir a partir de
los cuchicheos con Gutiérrez? ¿Se sintió
él también devorado por lo foráneo?”.
Leónidas Lamborghini, Risa y
tragedia en los poetas gauchescos.
¿Qué leemos cuando leemos el Fausto
de Estanislao del Campo? Leemos en
la risa, en el humor disparado por una
traducción que, como tal, no deja de
presentarse a la vez como desventurada
y como feliz. El acto de la traducción
conlleva la felicidad del enlace entre
lo heterogéneo y la desventura de una
inadecuación profunda entre el objeto
primero y el que resulta. Mucho se ha
pensadoalrededordeeseproblemaenla
cultura argentina, precisamente por el
carácter postrero de esa cultura respecto
de otras. Sarmiento se describía a sí
mismo como un traductor voraz, capaz
de dar cuenta de un libro tras otro, en
plazos ínfimos y con aprendizajes auto-
didactas. Al hacerlo, como se puede
percibir en las páginas no exentas de
arrogancia de Recuerdos de provincia,
situaba la traducción como hecho de
lectura y la lectura como una apropia-
ción violenta, imprudente, creadora.1
Sarmiento narra escenas de captura, en
la que un país dirime sus fuerzas cultu-
rales como potencia de medirse con
otras fuerzas. Como combate, juego,
selección. Son felices esos actos porque
alivian la deuda de una cultura que se
va definiendo como receptora. La idea
de recepción, por el contrario, ancla
la experiencia del lector en la fórmula
del respeto, de los pasos medidos, de la
contención. A lo sumo, tolera desvíos
y señala autonomías precarias.
Es cierto que las múltiples deudas y las
escasas autonomías no se saldan por la
rauda declaración de una lengua propia,
ni con la premura del cazador de ideas
que atraviesa las obras nacidas en otros
territorios con las pinzas dispuestas para
la captura inmediata. Sin embargo,
algunas ideas y palabras predisponen
más y mejor a esa búsqueda.
El que traduce tiene un poder en sus
manos, una posibilidad en sus pala-
bras. Pone a disposición de un mundo
algo nacido en otro: no poca genero-
sidad orienta ese gesto, aunque el que
lo realice se invista de un prestigio o
una propiedad, como ocurre cuando
de la traducción se derivan políticas de
posesión de una bibliografía, un autor,
una escuela.
El Fausto de Del Campo escenifica el
juego de la traducción. Fallida, despla-
zada, mostrando cómo de lo serio brotan
los hilos del humor cuando se lo cruza
con otra serie culturalmente hetero-
génea.2
Un gaucho, el Pollo, traduce.
Otro, Laguna, escucha. Varias historias
resultan: la representada en el “tiatro
del Colón”, la que se lee en las quejas
del diálogo, la que se inscribe en una
representación de los personajes como
gauchos. Esas dos series se sacan chispas
humorísticas porque son, sin dudas,
heterogéneas. Estamos ante una de las
formas del teatro dentro del teatro: una
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Discusiones
276
obra de la alta cultura vuelta a repre-
sentar en el plano de una representación
de la cultura popular. Para aprehender
su sentido, conviene situarla en un más
amplio panorama de la relación entre
la gauchesca y el mundo teatral. Con
el supuesto de que en muchos sentidos
lo popular, en el
siglo XIX, encon-
traba su lengua en
la gauchesca.
Ángel Rama
sostiene que el
teatro nacional
r i o p l a t e n s e
encontró el cauce
de una creación
singular con el
Juan Moreyra. En
esa obra se dio el
pasaje de la panto-
mima al teatro,
produciendo un
tipo de actuación
y una lengua que
ya no consistían en traducciones sino
en una producción autónoma. Por lo
mismo, recién ahí se encontraría con
un público real. Eso, a fines del siglo en
el que el Pollo le narraba sus descubri-
mientos a Laguna. En el siglo siguiente,
Lugones dictaría sus conferencias en el
teatro Odeón, en las que produjo la
fundacional interpretación del Martín
Fierro como la obra clave de la literatura
argentina, pero no sólo como hecho
literario sino como piedra basal de una
autonomía nacional que haría de la
Argentina una colectividad capaz de
dar cuenta de los valores más profundos
de la historia de la humanidad. El
poeta se enorgullecía, al final de esas
conferencias, de su labor de mediador y
traductor, de haber producido un enlace
entre la poesía del pueblo y la sensibi-
lidad culta de la “clase superior”.
Los escenarios teatrales como ámbitos
de puestas singulares: traducciones
que se dirimen y circulan en distintos
sentidos. La de El payador de Lugones
puede percibirse como la inversa
respectodeladelFaustodeDelCampo:
si éste interpreta una obra de la alta
cultura en la lengua de la gauchesca; el
otro convierte a una obra que proviene
de esa tradición en el objeto de una
legitimación necesaria para la alta
cultura. No hay menos fuerza inter-
pretativa en uno que en otro. Ni se
revelan menos propicios los esfuerzos
de la traducción. Como si los uniera
la idea de una cultura nacional capaz
de forjarse sobre una tensión entre
lenguas antes que sobre la primacía
de una de ellas. Porque son inversas es
posible entender el radical desprecio
con el que el lector de Hernández trata
al Fausto: “es una parodia, género de
suyo pasajero y vil”.3
En los mismos años en que Lugones
homenajeaba al país con esas confe-
rencias, Nicolás Granada había escrito
sus Cartas gauchas. La ficción narrativa
de esos poemas consistía en las cartas
que un gaucho enviaba a su mujer
desde la ciudad que estaba visitando,
Buenos Aires, durante los festejos del
Centenario.Granada,quehabíaescrito
¡Al campo!, en estas Cartas afirma la
idea de una nobleza ligada al mundo
rural, que permitiría una redención de
una ciudad tomada por el esnobismo
y por la viveza. Azorado asistente a
los festejos y a los oropeles, es un más
asombrado narrador de las innova-
ciones técnicas urbanas y una ingenua
víctima del cuento del tío. Como no
podía ser de otro modo en un texto
imbuido del clima del Centenario, el
final es feliz, y alguien que pertenece a
ambos mundos restituye lo perdido en
una trapisonda.
Los escenarios teatrales como
ámbitos de puestas singulares:
traducciones que se dirimen y
circulan en distintos sentidos.
La de El payador de Lugones
puede percibirse como la
inversa respecto de la del Fausto
de Del Campo: si éste inter-
preta una obra de la alta cultura
en la lengua de la gauchesca; el
otro convierte a una obra que
proviene de esa tradición en
el objeto de una legitimación
necesaria para la alta cultura.
No hay menos fuerza interpre-
tativa en uno que en otro.
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N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Discusiones
El escrito de Granada es una ficción de
reconciliación. Mientras el Fausto pone
enescenaunadistanciairónica,enlaque
la risa se expande tanto sobre el desco-
nocimiento del que relata como sobre el
objeto relatado, las Cartas gauchas crean
la burla a partir de un único plano, el
que hace a la ingenuidad del hombre de
campo. Es su nobleza la que lo vuelve
hombre de una sola pieza y por tanto
incapaz de comprender argucias y astu-
cias de la vida urbana.
Le podría haber correspondido el
nombre del film que le era contem-
poráneo: Nobleza gaucha. En éste se
narraba la historia de un hombre de
campo que viajaba a Buenos Aires a
rescatar a su china raptada. Un italiano
funge, en la película, de guía para una
ciudad que asombra por sus trenes y sus
ascensores. La ciudad, en estas obras,
es fuente de amenaza y de corrosión.
Frente a ella, el campo aparece como
reservorio de los valores en riesgo.
No es ése el caso del Fausto. Los prota-
gonistas creados por Del Campo no son
losestancierosdeeconomíasflorecientes,
sino los hombres abrumados por la falta
de dinero y la guerra que transcurre
en el Paraguay. Son los gauchos que
descienden de aquellos que hablaban
en la voz de Bartolomé Hidalgo, y
no aquellos que se han reconvertido a
la economía ganadera y exportadora
posterior al roquismo. La gauchesca
de Hidalgo está atrás, pero también
desviada: derrotados en las luchas polí-
ticas los gauchos devienen comentaristas
de un espectáculo teatral.4
Lugones describía, en El payador, al
estanciero que de día enlaza ganado en
el campo y de noche asiste a la función
del Colón. A una función que degusta
porque ya pertenece a ese mundo y
tiene las disposiciones culturales para
comprender lo que sucede. El gaucho
de Granada va al teatro y resalta su rabia
por las “farsas y fingimientos”. En esa
imagen está la remisión al Fausto. En
Lugones hay un pasado mortífero que
impide, ya, cualquier encuentro con la
ironía del recién llegado a un mundo
cultural. Quiero decir: en El payador se
deja asentada la extinción del gaucho,
con una mezcla de lamento y de festejo:
es la víctima sacrificial necesaria, adobe
para el edificio nacional y derrotado por
la fuerza del progreso. En Granada se
omite esa constatación: el gaucho está
incólume y en él se atesoran los valores
profundos de la nación.
Son dos modos de interpretar la
Argentina del Centenario. Uno, decreta
la recuperación simbólica y literaria de
lo extinto, reconociendo el carácter María Pia López
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Discusiones
278
dramático de esa desaparición –a la vez
que la considera necesaria “para el bien
del país”. El otro, constituye la ficción
de su permanencia, sin lograr rasgar el
carácter paródico con el que ese supuesto
sepresenta.Elprimeroessolemneyporta
la solemnidad de la tragedia. El segundo
arrastra una gravedad que es la de una
estatuaria sin carne o la de una forma sin
vida. El gaucho en uno es fantasma; y en
el otro, enunciación plana. Sin dudas, es
el espectro de El payador el que no deja
de resultar interesante y provocativo. Y
por ello, ha merecido las más tenaces
discusiones y críticas.
Es clara la operación que hace el poeta
de Lunario sentimental, cuando toma
al poema de Hernández como clave
de la nación: legitima el Estado cuya
violenta constitución había denun-
ciado el Martín Fierro. A la vez, repone
un problema sobre el cual había escrito
a propósito de la idea de conmemo-
ración durante el Centenario. En
Piedras liminares imaginó un Templo
del Himno, como la forma más
propicia de una memoria colectiva.
Tal templo debía ser construido con
materiales del país y realizado por
manos creyentes. Ahí estaba el centro
del problema o el decreto de imposi-
bilidad. Sin redención obrera, o bajo
las conocidas condiciones de explota-
ción y conflictividad social, los traba-
jadores no creerían en la nación a la
que estaban homenajeando. Por lo
tanto, el templo resultaría, como las
iglesias contemporáneas, frío artificio.
La idea no debe pasar desapercibida
–encontró sus formas más explícitas
en el modo en que Niemeyer encaró
la construcción de Brasilia, como una
aventura mística y una experiencia en
la cual se probaban las condiciones
igualitarias del comunismo–, porque
supone un trato de lo popular que
tiene fuertes aristas críticas respecto
del presente de ese texto.
El templo es imposible en el contexto
del Centenario, con ley de resi-
dencia, estado de sitio, persecución
sindical, hacinamiento en conven-
tillos y desventuras laborales que
un Bialet Massé había dejado clara-
mente asentadas seis años antes.
Lugones dice, en realidad, que hay
sólo dos modos plenos de la conme-
moración. El templo, cuyas dificul-
tades ya glosamos, y el poema. Tres
años después, con las conferencias
que luego constituirían El payador,
279
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Discusiones
convierte al poema de Hernández en
la memoria de la nación. Lo popular
irredento en la existencia de la clase
obrera, se redime en el plano lite-
rario y simbólico. Nación va a ser el
nombre de ese desplazamiento hacia
la cultura –de esa espiritualización–,
ante una realidad que no dejaba de
ser inicua y fracturada y que, por lo
tanto, volvía problemática la narra-
tiva de su integridad.
De esa fractura persistente da cuenta el
Fausto. Distancia cultural, social, polí-
tica. Cuando se va de noche al teatro,
después de realizar las tareas viriles
en el campo, lo que resulta no es el
disfrute del ocio, sino el choque con
un tipo de lógica, la de la representa-
ción, que se desconoce. La risa es reve-
lación de esa distancia.5
La insistencia
en esa diferencia que implica ver lite-
ralidad allí donde hay representación y
suponer realidad en la ficción, puede
leerse como impugnación a una polí-
tica que va desplegándose en el teatro
de la representación y en la construc-
ción de un orden simbólico que se
presenta como superación u olvido de
las desigualdades reales.
Todo eso, en el terreno de la media-
ción o de la traducción. Como tal,
puede ser juzgada –como en cierto
modo hace Rama– por lo que desva-
nece de nitidez o se pierde de aristas
conflictivas. Pero también puede ser
valorada por lo que inaugura en ese
mismo terreno. La idea de nación
conlleva esa dimensión de mediación
cultural: entre clases, sectores, etnias,
colectivos. Entre todos aquellos cuyos
tonos difieren, cuyos dialectos son
heterogéneos, cuyos mundos valora-
tivos y comprensivos hasta pueden
ser antagónicos. Lo nacional, en su
mejor momento –cuando se resuelve
como inclusión-, se constituye como
mediación entre tonos.6
Y en su peor
rostro, se presenta como exclusión y
negación de los modos expresivos y
culturales subalternos.
En la conmemoración del Bicentenario
de la Revolución de Mayo, hubo Teatro
Colón y hubo calle. En uno se repro-
dujo la escena inicial como si la repe-
tición sacralizara la continuidad de
una historia y la
persistencia de
un conjunto de
valores.Enlacalle,
por el contrario, la
memoriafueritua-
lizada mediante
formas de experi-
mentación teatral
y la postulación
de un relato capaz
de reconocer lo
heterogéneo en la
misma constitu-
ción de la nación.
La conexión ardua
de la cuestión
nacional con la
cuestión indígena fue planteada en el
espacio público. Quizás más para decre-
tarla resuelta que para reconocer que
hay una disidencia constitutiva, que no
puede dejar de producir antagonismos
o conflictos.
Es en estos modos, en que la nación
es pensada como mediación y traduc-
ción, y la experimentación formal es
puesta al servicio de la forja de una
tradición, en los que se juegan promi-
sorios senderos de la cultura argentina.
También en esos cruces se dirimen las
posibilidades de las instituciones que
resguardan y atesoran los bienes cultu-
rales, de interpelar un tipo de vínculo
con el mundo popular en el que no
pueden resultar eximidas de la risa
ante su propia solemnidad.
En la calle, por el contrario,
la memoria fue ritualizada
mediante formas de experi-
mentación teatral y la postu-
lación de un relato capaz de
reconocer lo heterogéneo en
la misma constitución de la
nación.Laconexiónarduadela
cuestión nacional con la cues-
tión indígena fue planteada en
el espacio público. Quizás más
para decretarla resuelta que
para reconocer que hay una
disidencia constitutiva, que no
puede dejar de producir anta-
gonismos o conflictos.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Discusiones
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NOTAS						
1. Silvia Molloy analiza el cuantioso número de traducciones que se atribuye el autor de Facundo (doce libros
en un mes, en un idioma que recién aprende): “Es notorio que Sarmiento tendía a la exageración. En este caso
particular, sin embargo, sospecho que lo que dice es en esencia cierto. Quizá sí haya hojeado, aunque muy por
encima, la mayoría de estos volúmenes –el tiempo no le habría permitido otra cosa–, armando una traducción
de lo que leía (o, dado su deficiente conocimiento de la lengua extranjera, de lo que creía leer), una traducción
que es artefacto textual, simulacro del original, libro diferente. Por muy ‘correcta’ que a Sarmiento le haya pare-
cido su manera de leer, sin duda tenía conciencia de que leer es modificar. Así, describe su práctica de la lectura
como un ‘traducir el espíritu europeo al espíritu americano, con los cambios que el diverso teatro requería’”
(Acto de presencia. La escritura autobiográfica en Hispanoamérica, Fondo de cultura económica, 1996). Están,
ya, todos los temas que nos interesan en este artículo: la traducción, el teatro, la mediación, la diferencia.
2. El buen Sarmiento decía: dos culturas. La del campo y la de la ciudad. El teatro está identificado con la
vida urbana. La lógica de la representación es la de la ciudad, la de la ciudadanía y la del espectáculo teatral.
(Eduardo Rinesi, Ciudades, teatros y balcones, Paradiso, 1994).
3. ¿Y si la parodia es una parodia anticipada de la operación lugoniana? ¿No es por eso que el poeta está obli-
gado a refutar a Del Campo, porque tiene que enlazar gauchesca y teatro del modo inverso y no puede hacerlo
si esa risa no deja de producir ecos? Lugones, demasiado cerca de Laguna, para no sentirse inquieto.
4. Escribe Ángel Rama: “también los temas registran una transformación aunque algo más degradada. De ser
actores de los sucesos históricos, estos gauchos pasarán a ser sus testigos y luego todavía menos: simples contem-
pladores de espectáculos”. En este sentido, el Fausto hereda los Diálogos de Hidalgo, en los que el gaucho Ramón
Contreras narra las Fiestas mayas (Los gauchipolíticos rioplatenses, CEAL, 1982). Josefina Ludmer analiza esos
encadenamientos para mostrar la radical inversión que supone la aparición del poema de Del Campo: “Fausto
se constituye por exclusión de lo político. Transforma definitivamente la fiesta política en puramente cultural
y cambia así la representación del sistema de relaciones del gaucho con la ciudad, y por lo tanto el vínculo y la
alianza de las dos culturas en el género. Los efectos de la despolitización son múltiples: el texto se autonomiza
y transforma su relación con la coyuntura, el contexto y el conjunto del sistema de referencias” (El género
gauchesco. Un tratado sobre la patria, Sudamericana, 1988).
5. Julio Schvartzman recuerda la crítica de José Hernández a Del Campo, pero para relativizarla: “la versión
del Pollo de la ópera de Gounod no implica, necesariamente, candor ni ignorancia. Puede leerse, más bien,
como un sistema de equivalencias populares que ponen, sutil e irónicamente, a ras de tierra, las imágenes
sublimadas de la alta cultura”. (Prólogo a Tres poemas gauchescos, Clarín, 2001). En el mismo sentido, corre
la interpretación de Leónidas Lamborghini que funciona de epígrafe para este artículo (Risa y tragedia en los
poetas gauchescos, Emecé, 2008).
6. Esta idea, como muchas otras que recorren este ensayo, proviene de Mijail Bajtin y su potente interpretación
de la cultura popular.
La biblioteca n° 9 10
Los textos futuristas no nos
hablan tanto de aquello que
imaginan, aunque también
lo hacen, sino que nos ofrecen
la posibilidad de comprender
los contextos culturales en los
que se sitúa su escritura. Son
expresiones utópicas con altas
dosis de incerteza. A pesar de
ello, logran convertirse en un
ejercicio intelectual consis-
tente para investigar cómo el autor escapa de los condicionantes
culturales de su entorno. En la ficción que supone los tiempos veni-
deros se manifiesta una confianza en el futuro; unas veces bajo
la forma de hipótesis especulativas, otras, como ferviente deseo
redentor. Pero, como decíamos, encontramos en estas elucubra-
ciones los ensayos de unas vidas que buscaban sustraerse de un
orden asfixiante. Huir hacia adelante como modo de huir del
tiempo aquí y ahora. En esos trayectos se vislumbran las marcas
conspirativas de la marcha de la historia.
Aquí publicamos fragmentos de libros. En el fragmento hay un
poder iluminador. Pertenece a una obra, pero también tiene el
potencial de subvertir todo orden. No se trata, por lo tanto, de la
parte de un todo, sino que en él mismo puede verificarse todo un
universo virtual.
La sección comprende tres textos futuristas, un ensayo y un relato
testimonial de principios del siglo XX, todos escritos en el marco
(o bajo el condicionante) del Centenario argentino.
En Estrella del Sur, Enrique Vera y González concibe un 2010
(nos concibe) como un país poblado por 200 millones de habi-
tantes, solidario, organizado y predecible, regido por funcionarios
eficientes y probos. En esta construcción ilusoria, si bien se nota
Fragmentos
la influencia de los valores con que se pensaba por aquellos años,
también hay una extraña ironía, quizás un pesimismo propio del
argentino de todos los tiempos.
Julio O. Dittrich relata la Buenos Aires de 1950, pero lo hace
en 1908. Se trata, en esta proyección, de una ciudad socialista
inserta en un mundo políticamente unido bajo un mismo sistema,
excepto Inglaterra que sigue ejerciendo su misantropía política. Un
anciano queda en estado de coma durante 40 años y su hijo le
cuenta los drásticos cambios producidos. El relato aparentemente
idealista, deviene en alerta frente a la idea del totalitarismo, lo que
le brinda una fuerza premonitoria notable.
PierreQuiroule­–untipógrafodelaBibliotecaNacionalenlosañosde
Paul Groussac– en La ciudad anarquista americana llega a plasmar,
en 1914, una crítica muy lograda de las formas de organización
urbana y sus modos de edificación que corrompen a sus habitantes.
El autor, de origen francés, predice alucinantemente los fenómenos
sociales que sobrevendrán en esos conglomerados humanos.
El sincretismo entre europeísmo e indigenismo se despunta en
Eurindia, de Ricardo Rojas. Las teorías contemporáneas del posco-
lonialismo creen hallar en sus formulaciones novedades radicales
respecto al pensamiento social. Puede que las haya, pero sin dudas,
el poeta nacionalista –a quien se le achacaría el calificativo de
sustancialista– anticipa con una prosa delicada y decidida las
potencialidades del pensamiento latinoamericano. Una perspectiva
singular que pretende una nueva universalidad.
Si denunciar la represión de los obreros es, en todo momento, un
acto riesgoso, hacerlo en los festejos del Centenario puede parecer un
extravío de la razón. En el Diario de Gabriel Quiroga, Manuel
Gálvez pergeña un denunciante, nunca más solitario, que asume
su condición a sabiendas que puede ser encarcelado. Cargando el
riesgo con pasión, se constituye en medio y mensaje de las peripecias
de un país al que ama escéptica y profundamente.
284
La Estrella del Sur
A través del porvenir(*)
Por Enrique Vera y González
El intendente de la ciudad de Buenos Aires en
2010 tiene a su cargo está la tarea de recibir a
un extraño emir proveniente de los confines
de ultramar. ¿Cómo es esta ciudad del futuro?
Convulsionada por la dinámica de las inven-
ciones en el campo científico, en los medios de
comunicación y de locomoción, y en las huma-
nidades, por caso la psicología y la antropología
que permiten medir con exactitud las fuerzas
morales, físicas y espirituales, Buenos Aires vive
una revolución pacífica en la que se van suce-
diendo reformas graduales, a manos de expertos
funcionarios del Estado, capaces de dejar atrás
el conservadurismo de la tradición. Una ciudad
abierta al mundo, vertiginosa pero prede-
cible, perteneciente a un país habitado por 200
millones de argentinos cuyo bienestar futuro está
garantizado por la labor comunitaria y recíproca.
Argentina colaborará en la emancipación afri-
cana solicitada por el visitante, sólo a condición
de que esa descolonización sea pacífica.
Esta ficción utópica, plagada de imaginación
e ironía, fue escrita por el español Enrique
Vera y González en 1904. Su futurismo, sazonado
por cierta candidez, permite recrear la atmósfera
cultural de aquella época.
285
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Fragmentos
Capítulo 4
La llegada
A principios del mes de mayo
del año 2010 de la Era Cristiana,
el Intendente de Buenos Aires,
Sr. Renato de Villena, recibió la visita
del ras Ayub y de Yezid-Bajá, emir
de Kordofán y pariente del Sultán de
Abisinia. Viajaba el emir de Kordofán
de incógnito, acompañando a su
sobrino el príncipe imperial Ayub, a
quien el muy poderoso y magnífico
monarca de Abisinia, Etiopía, Sudán
y Nubia, quería preparar a las tareas
del gobierno, haciéndole conocer las
maravillas de la civilización universal.
El soberano, por su parte, no había
querido salir nunca de sus vastos
dominios, en que se hallaba muy a
gusto y que ensanchaba cuanto le era
posible, aprovechando las rivalidades
de Francia e Inglaterra que, muy
decaídas de su antiguo esplendor y sin
poder acallar sus rivalidades, luchaban
penosamente por mantener su predo-
minio en la mitad septentrional del
África, mientras en el Sur y el Centro
de este continente surgían imperios y
repúblicas potentes, aferradas aún al
tipo de gobierno militar que tendía
a desaparecer en el resto del mundo,
aunque todavía se conservaran vesti-
gios de aquel sistema en algunos países
de Asia y Europa.
El Intendente había tenido conoci-
miento de esa visita por un despacho
telegráfico que le fue dirigido en la
mañana anterior desde San Luis del
Senegal y que, en señal de deferencia,
había sido escrito por los citados perso-
najes y reproducía exactamente su
carácter de letra. Estas reproducciones
autográficas por medio de corrientes
de electricidad modificadas por el
selenio, eran de uso muy frecuente y
tenían un significado especialmente
amistoso. El despacho, escrito en un
papel impregnado de ciertos agentes
químicos que dejaban paso a la electri-
cidad en toda la extensión del pliego,
menos en los puntos cubiertos por la
tinta en el original, llevaba al frente
los retratos de los expedidores, deli-
cadamente marcados en colores sobre
fondo verde pálido. Como el viaje
entre el Senegal y Buenos Aires, no
obstante la detención de dos horas
en Río de Janeiro, duraba entonces,
minutos más o menos, medio día, los
príncipes musulmanes debían estar
en la gran metrópoli del Sur desde la
noche anterior.
En aquella época los medios de comu-
nicación habían progresado extraordi-
nariamente; la utopia de la supresión
del espacio, en cuanto supone una
dificultad para las relaciones
humanas, estaba cerca de convertirse
en un hecho. En este aspecto de los
adelantos materiales, como en otros
varios, el siglo XX había cumplido
con tal usura sus promesas, que era
común, sobre todo entre los físicos,
hablar del siglo XIX como de un
período de barbarie en que la huma-
nidad apenas empezaba a deletrear
el alfabeto científico. Achaque de
todos los tiempos es juzgar con cierto
desdén a los anteriores, y el comienzo
del siglo XXI distaba de ser una excep-
ción de esta ley; por el contrario, la
moda imponía una especie de aver-
sión a las tradiciones y se pintaba
con matices tan sombríos lo pasado,
que sólo algunos espíritus indepen-
dientes o paradójicos tomaban a gala
el convertirse en sus panegiristas.
Justo es confesar que los progresos
científicos e industriales, ya que no
justificasen tan excesivo orgullo, lo
explicaban en gran parte. Los motores
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Fragmentos
286
terrestres y marítimos, estos últimos,
en su mayor parte eléctricos, y
provistos de poderosos acumuladores,
con carga suficiente para el trayecto,
avanzaban sin dificultad a razón de
500 a 600 kilómetros por hora y aún
se trataba de obtener mayores veloci-
dades para hacer frente a las exigencias
del comercio y a la impaciencia de
los mismos viajeros, a muchos de los
cuales parecía demasiado largo el plazo
de 30 horas que invertía el tren expreso
de Nueva York a Buenos Aires, las dos
mayores ciudades del mundo.
Estas rapideces vertiginosas se habían
logrado mediante un ingenioso sistema
consistente en neutralizar el peso de
los vagones por medio de una serie
de electroimanes potentes colocados
en la parte inferior de cada coche y
que levantaban el plano de las ruedas
hasta la altura indispensable para que
el rozamiento y carga sobre los rieles
quedaran reducidos a poco más que
cero. De este modo la fuerza impul-
siva del motor, cualquiera que fuese
la naturaleza de éste, se invertía casi
toda en el arrastre horizontal y los
ingenieros estudiaban nuevas combi-
naciones para llegar al desiderátum de
los mil kilómetros por hora, que ya no
parecía inverosímil. Se aprovechaban
todos los manantiales de fuerza; el
mismo movimiento de los vehículos
era utilizado en gran parte por conmu-
tadores y alimentaba la energía de los
electroimanes de los vagones, grandes
como edificios de varios pisos y que
soportaban cargas inauditas; de modo
que un tren de mercancías parecía
una calle en movimiento. La radia-
ción calorífica del sol y la fuerza de
atracción lunar, manifestada en la
producción de las mareas, comen-
zaban a ser aplicadas a la industria
por medio de aparatos cada vez más
remuneradores, pero aún se obtenía
un partido relativamente escaso de
esas fuerzas inagotables, llamadas
un día a transformar por completo
la faz del mundo, reduciendo todas
las máquinas conocidas a juguetes de
niños. El alcohol, obtenido a precios
ínfimos en cantidades prodigiosas; el
petróleo, fabricado sintéticamente por
medio de la reacción de ciertos metales
sobre los hidrocarburos, y por fin,
gran número de productos explosi-
bles, habían sustituido con ventaja a la
hulla, que apenas se empleaba sino en
las pequeñas industrias. La generaliza-
ción de los motores mecánicos había
emancipado a los animales domésticos
de la esclavitud del tiro y del yugo
y sólo montaban caballos los habi-
tantes de las comarcas muy alejadas
de los centros de población. También
se había borrado todo vestigio de las
bicicletas, tan generalizadas un siglo
antes y que exigían una constante
producción de fuerza humana y la
adopción de actitudes molestas. En
cambio, era grande la variedad de
automóviles de todas clases, desde los
capaces para muchas personas, hasta
los propios para una sola, muy ligeros
y que podían replegarse de modo
que ocuparan muy poco espacio. Los
había de bolsillo, semejantes a patines
y provistos de dos ruedecillas o de una
sola central; permitían caminar hasta
20 kilómetros por hora los primeros
y más de 30 los segundos; pero eran
incómodos y únicamente los usaban
las gentes humildes. Por fin, existían
grandes máquinas voladoras, con velo-
cidades regulares (200 a 300 kilóme-
tros por hora) y se ensayaba el uso de
otras más pequeñas y de aparatos vola-
dores individuales, que hasta entonces
habían dado poco resultado y produ-
cido algunas desgracias.
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N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Fragmentos
Hecha esta digresión, que hemos
creído conveniente para explicar la
rapidez del viaje de los dos nobles
abisinios, dedicaremos algunas pala-
bras al protagonista de esta parte de
nuestro relato.
Renato de Villena, a quien había
cabido la honra de ser elegido
Intendente de la más complicada de
las ciudades del mundo para el ejer-
cicio de 2010, contaba en la actua-
lidad algo más de 50 años y figuraba
en el libro de oro de los característicos
o diferenciados superiores, en la cate-
goría número 31, sobre la cual no
había sino dos series de capacidades
geniales muy difíciles de llenar y que
de hecho estaban casi siempre en
blanco. Esta clasificación por coefi-
cientes personales habíase introdu-
cido en el segundo tercio del siglo XX,
merced a los progresos de las ciencias
antropológicas y descansaba en una
serie de datos suficientemente aproxi-
mados acerca del potencial de las
energías psíquicas de cada individuo.
La psicología experimental, enrique-
cida con un número prodigioso de
observaciones concienzudas, había
revolucionado las ciencias médicas y
permitía inducir, con una exactitud
que siglos antes hubiera pasado por
hechicería, la fuerza moral y mental
de cada sujeto de observación. La
inmensa mayoría de los sometidos
a este examen, casi tan rápido como
las mediciones externas de la antigua
antropología, era clasificada en la vasta
muchedumbre de los indiferenciados
o indiferentes, gentes de buen sentido
vulgar, útiles para las faenas y profe-
siones comunes, que no exigen facul-
tades preciosas. En cambio, los que
presentaban caracteres marcadamente
favorables, eran objeto de una vigi-
lancia particular. Desde su juventud,
un signo convencional colocado antes
de su nombre, servía de advertencia a
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LA BIBLIOTECA
Fragmentos
288
los profesores universitarios para que
les impusieran trabajos especiales sin
temor al surmenage, y en efecto, muy
rara vez desmintieron estos elegidos
a predestinados las esperanzas que
en ellos podían fundarse, con arreglo
al determinismo científico. La vigi-
lancia de que se ha hecho mención,
se refería a la conducta moral de los
característicos y no entrañaba para
ellos la más leve coacción física, ni
aun siquiera la molestia de amones-
taciones o consejos que sirvieran de
trabas a su libertad; únicamente se
anotaban ciertas observaciones en el
correspondiente registro y esto era
todo. La filiación intelectual y moral,
de capacidad y de resultados, especie
de biografía sumaria de cada persona-
lidad distinguida, era más completa
de lo que hubiera podido desear un
exigente y sabio jefe de pesquisas.
Esta alta inspección estadística y en
cierto modo policial de la corporación
de psicólogos experimentales, tuvo en
el desarrollo de la sociabilidad argen-
tina una influencia inmensa. Obser-
vaciones que al principio habían sido
aisladas y de mero interés científico, se
generalizaron pronto y entraron cada
vez más en las costumbres y en las leyes;
la corporación de antropólogos, cons-
tituida por un número fijo de miem-
bros, sometidos a rigurosas pruebas
de capacidad y espléndidamente
retribuidos, llegó a ser, de hecho, un
verdadero poder del Estado; un admi-
rable instrumento de selección. Todo
candidato a cargos públicos hubo de
someterse al examen y calificación
de ese areópago temible, que dictaba
sus fallos con una imparcialidad
pasmosa. Si el candidato, después de
un dictamen desfavorable respecto de
sus aptitudes, insistía en someterse a
la votación popular, no se le oponía
ningún veto y el pueblo decidía; pero
tantas veces se confirmaron los pronós-
ticos de aquella junta de sabios que se
llegó pronto a dos hechos difíciles de
prever un siglo antes: a presentar al
pueblo una serie de gobernantes real-
mente capaces e íntegros que elevaron
la grandeza nacional a inconcebible
altura y a que el prestigio atribuido
en otras épocas a los sacerdotes pasase
rápidamente a los médicos que, en
conjunto, soportaron con gran honor
la ruda prueba y se hicieron dignos de
su apostolado terrenal, por su abne-
gación y la rectitud de sus procederes.
La ciencia tuvo adeptos tan desintere-
sados como los más fervorosos místicos
de las religiones y, por otra parte, las
tentativas de engaño eran tan fácil-
mente desautorizadas y tan general el
desprecio que acarreaban a los culpa-
bles en tiempos de una publicidad
vastísima, que llegó a ser imposible
falsificar las reputaciones.
Había subido Renato hasta su cargo
actual, comparable a la gobernación
de un vasto imperio, después de haber
mostrado grandes aptitudes como
físico y como legislador. Se le debían
descubrimientos notables, entre ellos
la fijación de las imágenes psíquicas
por medio de la luz del polonio, que
producía impresiones diversamente
coloreadas, representativas de otras
tantas energías espirituales; algo así
como un bosquejo interesantísimo
de la fotografía del ser verdadero, y
no decimos interior, porque la exis-
tencia de la irradiación astral era ya
una verdad comprobada. Al mismo
tiempo había demostrado Renato una
vasta preparación administrativa y
financiera. De tal modo, sin embargo,
absorbían entonces los puestos del
Estado las facultades más vigorosas,
tales esfuerzos mentales imponían, que
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Fragmentos
la duración de los primeros empleos
no pasaba de un año y en este periodo
se renovaban la presidencia de la
República, la Intendencia de Buenos
Aires y las direcciones de ministerio.
Esta limitación había llegado a ser
necesaria para evitar el agotamiento
nervioso de los altos magistrados y
sobre todo la estancación y rutina
de los negocios y procedimientos. Se
vivía en permanente revolución pací-
fica, en medio de una vertiginosa serie
de ensayos y reformas y era indispen-
sable contar con cerebros muy sólidos
y firmes para que no se interrumpiese
la marcha. La palabra tradición iba
perdiendo todo prestigio y sólo entre
los indiferenciados abundaban los
llamados conservadores.
El doctor Villena se había dedicado casi
por entero a los intereses de la colecti-
vidad desde que la muerte le privó de
la dulce compañía de su esposa Irene,
con la que había pasado veinte años de
una dicha no turbada por la más leve
discordia. De tal modo armonizaban
sus caracteres que parecían creados
para comprenderse y estimarse. Fue
el suyo un amor sin arrebatos y sin
decepciones, un afecto entrañable y
sereno, que les hizo saborear toda la
felicidad que puede nacer en la tierra
de la fusión de dos cuerpos en una sola
alma. Renato había sido para Irene
la realización del hombre ideal, del
esposo y del amante en su más noble
personificación y a la vez Irene había
sido para Renato esa encarnación
superior de la belleza y la bondad que
supera las ilusiones más atrevidas de
la juventud; pues así como la vida es
con frecuencia una deforme caricatura
de los ensueños del alma, puede dar
también, siquiera sea en casos excep-
cionales, mucho más de lo que se la
pedía. Dos hijos, Augusto y Elisa,
nacieron de esta venturosa unión y
ambos colmaron de orgullo y satis-
facción a sus padres, así por las dotes
privilegiadas de su espíritu; como por
la belleza física que reunían en alto
grado. Augusto, que en el momento
en que comienza esta relación entraba
en los veinticuatro años, era uno de
los más distinguidos jóvenes de su
tiempo, ingeniero químico de gran
renombre, que había realizado descu-
brimientos de trascendencia incal-
culable sobre formación sintética de
algunos supuestos elementos simples,
abriendo vastísimos horizontes a la
ciencia. Su tesis doctoral, en vez de
un trabajo medio literario y medio
erudito de alumno aprovechado, había
sido un golpe de maestro, una eleva-
ción increíble de águila de la ciencia, la
producción por síntesis directa, de un
gluten de propiedades análogas al que
ofrece el extraído de los cereales. Este
triunfo colosal, que resolvía multitud
de problemas, no sólo químicos, sino
sociológicos, despejando casi por
completo la incógnita de la alimenta-
ción humana a precios fabulosamente
baratos, granjeó a Augusto Villena la
admiración del mundo a través del cual
cediendo a invitaciones entusiastas,
realizó viajes que fueron una serie de
ovaciones delirantes, muy superiores
por su alta significación y completa
sinceridad a las que sostenían los más
pomposos soberanos de la tierra.
Esta victoria fue amargada por la muerte
de su idolatrada madre que acaso se
doblegó al exceso de la alegría. Pero
en Augusto, de igual modo que en
Renato, el dolor se tradujo en un culto
apasionado al recuerdo de aquella mujer
adorable y en poderosa concentración
de las facultades del alma en nuevas
investigaciones y empresas. Augusto
participaba del ardiente espiritualismo
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Fragmentos
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de su padre y disintiendo en esto de
muchos de sus colegas, creía que así
como las manifestaciones orgánicas y
vitales obedecen a principios mecánicos,
el espíritu rige todas las combinaciones
de la materia, determina sus movi-
mientos y la acompaña necesariamente
en forma de voluntad y conciencia como
un aspecto eterno de la energía universal.
Íntimamente convencido, pues, de que
la muerte no es más que un episodio
de la vida, y de que los seres que se han
amado volverán a encontrarse y reco-
nocerse, cultivó en silencio su noble
pena, como se cultiva una planta de
flores preciosas y continuó sus decisivos
experimentos. Su nombre estaba inscrito
en el libro de oro en la más alta cate-
goría, con el envidiable número 33 y se
confiaba fundadamente en que aquella
vasta y noble intelectualidad preparaba
a su patria y al mundo nuevas glorias en
el terreno científico.
Elisa, cinco años más joven que su
hermano, había recibido también una
instrucción muy vasta, pero adecuada
a su temperamento artístico. Amaba la
pintura y la música y además escribía
composiciones sentimentales, en las
que se notaba la afectación propia de
su sexo. Pero si esto es un defecto, lo
compensaba con su ingenua modestia,
y con la nobleza de sus sentimientos
no dejaba, sin embargo, de presentar
algunas desigualdades de carácter;
sufría poco la contradicción y en estos
casos alardeaba de una independencia
varonil. Por lo demás, brillaba en
todos los ramos de la educación de
una joven distinguida; hablaba perfec-
tamente los cuatro idiomas de rigor en
aquella época y aunque había tenido
el buen gusto de no adquirir títulos
universitarios, sus conocimientos en
literatura hubieran honrado a más
de un profesor. Conocía, por fin, de
un modo satisfactorio las que aún
seguían siendo labores de su sexo,
cada vez más facilitadas y también más
complicadas, por los muchos inventos
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Fragmentos
mecánicos que iban emancipando
de no pocas sujeciones materiales a
la humanidad femenina. En suma,
sabía dirigir perfectamente una casa
tan vasta como la de Renato Villena,
en la que más bien sobraban que
faltaban empleados domésticos –así se
llamaba a los criados– elemento con el
que había que transigir, como un mal
menor, mientras no dieran resultados
prácticos las figuras automáticas que
ya prestaban algunos servicios y cuya
docilidad era ejemplar cuando funcio-
naban normalmente.
Capítulo 5
Los abisinios en Buenos Aires
El Intendente, prevenido por una serie
de avisos telefónicos de la aproxima-
ción y llegada de sus visitantes, dio las
previas instrucciones necesarias para
que uno de los secretarios de su palacio
los condujese a su presencia. El palacio
de Villena, verdadero museo de precio-
sidades de todo género, como las demás
moradas opulentas de aquel tiempo,
estaba situado en uno de los extremos
de la ciudad, a pocos kilómetros del
Río de la Plata, casi en el recinto de la
antigua Buenos Aires y era una vasta
construcción metálica, de 150 metros
de altura, formada por veinte pisos
cuadrados que se iban estrechando
conforme se ascendía, según el gusto
babilónico, y que presentaba en su
conjunto el aspecto de una pirámide.
El revestimiento del colosal edificio era
de aleación de aluminio y selio, metales
ligeros, poco alterables y protegidos por
capas vítreas artísticamente coloreadas,
que no sólo moderaban los efectos de la
radiación calorífica y luminosa del sol,
haciéndola casi imperceptible, sino que
porlaacertadacombinacióndelostonos,
daban a la extraña morada, rodeada de
jardines y pensiles, fantástico atractivo.
Allí, a más de la familia Villena, que se
había reservado los pisos altos, habitaba
una legión de servidores de Renato y de
operarios de Augusto, muchos de ellos
con sus respectivas familias.
Uno de los ascensores centrales
trasladó en pocos momentos a los
viajeros a las habitaciones de Renato
de Villena, que esperaba en pie a sus
visitantes en un magnífico salón.
Cambiadas las cortesías de estilo –no
muchas, pues la necesidad de utilizar
el tiempo iba simplificando notable-
mente la etiqueta–, Yezid-Bajá, que
era un respetable anciano como de
sesenta años, presentó al Intendente
varios mensajes de recomendación,
uno de ellos suscrito por el monarca
de Abisinia, y otros por influyentes
personajes de diversos Estados; pues
aunque el viaje carecía de significa-
ción oficial, siendo principalmente de
estudio, deseaban hallar todas las faci-
lidades posibles en sus investigaciones.
El príncipe Ayub, joven de veinti-
cinco años y acabado tipo de belleza
oriental, había cultivado su espíritu
con estudios muy superiores a los que
acostumbraban hacer los nobles de su
país y a la vez sobresalía en los ejer-
cicios físicos y tenía probada su intre-
pidez en más de un combate.
Ofrecióles Villena con la mayor satis-
facción sus servicios y después de
haberles tranquilizado respecto al
perjuicio que temían causarle distra-
yéndole de sus atenciones con aquella
visita, pues eran las diez de la mañana
y hasta las tres de la tarde disponía
aquel día de su tiempo, entabló con
ellos una conversación sobre varios
asuntos, empleando el idioma inglés
que, aparte del natal, era el más fami-
liar a sus interlocutores.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Fragmentos
292
–Las fugaces excursiones o, mejor diré,
trayectorias que en la noche de ayer y
en la mañana de hoy hemos tenido que
realizar por Buenos Aires –dijo Ayub–
nos han llenado de asombro, a pesar
de que hace algunos meses visitamos
Nueva York. Pasmosa fue la impresión
que nos produjo la metrópoli norte-
americana y juzgábamos insuperable
su grandeza y magnificencia; más ahora
empezamos a sospechar que no nos
engañaron los diplomáticos sudameri-
canos de varios países al decirnos que la
ciudad de las ciudades es la capital del
hemisferio Sur.
–Así es, en efecto, y no tardarán ustedes
en convencerse de esta verdad –dijo
Renato de Villena–. La lucha entre
Nueva York y Buenos Aires es antigua,
data de más de un cuarto de siglo;
pero todos los esfuerzos de los norte-
americanos y todas las violencias que
hacen sufrir a la estadística, no bastan
a destruir los hechos, por más que
los desfiguren. Admiro a los Estados
Unidos en lo mucho que tienen de
admirable; ese país representa uno de
los más prodigiosos esfuerzos que ha
realizado la humanidad; pero quisiera
ver a sus hombres menos exclusivistas,
menos obcecados en desconocer la
evidencia cuando ésta se opone a
los dictados de su amor propio. No
insistiré en esto: cada cual entiende el
patriotismo a su modo, pero siempre
deberían quedar a salvo los fueros
de la verdad. Y la verdad es que la
cadena de antiguas ciudades que hoy
forman un todo continuo desde Lynn
(Massachussets) hasta Mount-Vernon
en Virginia, se prolonga de norte a sur
en una extensión de 680 kilómetros,
con una anchura máxima de 12 de
E. a O., lo que daría, tomando estas
dimensiones como si fueran cons-
tantes, 816 mil hectáreas de super-
ficie, mientras la actual Buenos Aires,
tomando solamente lo que pudiera
llamar el casco de la ciudad y prescin-
diendo de sus expansiones, prolon-
gadas como rayos de un sol naciente,
mide 500 kilómetros de NE. a SE., y
no menos de 225 de E. a O., y abarca
una zona de diez millones de hectáreas
próximamente. Ya ustedes ven que
no hay siquiera posibilidad de discu-
sión; se trata de una diferencia de área
enorme, como de uno a diez, y sin
embargo, se quiere negar la evidencia.
Los norteamericanos aseguran que lo
que nos empeñamos en llamar Buenos
Aires es un conjunto de grupos aislados
de población, entre los que hay grandes
zonas agrícolas, mientras ellos han
reunido de hecho Nueva York, Boston,
Filadelfia, Baltimore, Washington y las
ciudades vecinas, urbanizando comple-
tamente el conjunto. Tienen razón al
decir que viven allí más aglomerados
que nosotros; puesto que la población
de esa ciudad, que puedo llamar lineal,
sube a 62 millones de habitantes, mien-
tras aquí, en un espacio casi diez veces
mayor, tenemos 80 millones en un
vasto rectángulo dos veces más largo
que ancho; pero las cifras absolutas son
en Buenos Aires mucho mayores que
en Nueva York y las relativas no nos
preocupan, ya que la comodidad, la
variedad y la belleza están de nuestra
parte. Es cierto; aquí tenemos vastí-
simas extensiones de huerta, no sólo
en la periferia, sino en el interior; pero
no se interrumpe un momento la edifi-
cación de las grandes vías, ni la de las
avenidas que circunvalan esta ciudad
inmensa; el aire es más puro, las faci-
lidades de aprovisionamiento mayores,
las perspectivas incomparablemente
más hermosas y cada grupo originario
ha conservado su individualidad, sin
menoscabo de la unidad del conjunto.
293
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Fragmentos
Hay aquí extensos barrios de calles
relativamente estrechas con altísimos
caserones de gusto norteamericano y en
que la población es tan densa como en
Nueva York; pero abundan los recintos
más desahogados, y en estos se vive con
más holgura, más luz y más higiene.
El inconveniente de las distancias se
anula con la prodigiosa abundancia de
vehículos de todo género, y en último
término, hay donde elegir. Ya tendré
el gusto de servir a ustedes de guía por
esta red y estoy seguro de que no han
de tardar en orientarse por el laberinto,
sin necesidad de hilo protector.
–Elevados desde las primeras horas de
la mañana en un aeroplano dirigible
–dijo el anciano Yezid– hemos podido
observar, como a vista de pájaro, que
ésta que no sé si llamar ciudad o vastí-
sima provincia de casas, no tiene límites
apreciables en ningún sentido, mien-
tras los de Nueva York, en el sentido
de la anchura, se percibían desde no
muy gran elevación; pero lo que no
podemos explicarnos es el hecho de
que la nación argentina, mucho menos
poblada que los Estados Unidos, haya
llegado a tener una capital que, ya
estamos persuadidos de ello, es incom-
parablemente más extensa.
–Ese fenómeno –repuso el Intendente–
obedece a dos razones principales; una
del orden físico, que es la suavidad
excepcional del clima de esta región, en
que el invierno es templado y el verano
poco riguroso, circunstancias que no
se dan en la costa oriental de Estados
Unidos; otra del orden social y econó-
mico, y es el carácter más expansivo,
más cordial de nuestro pueblo, que se
ha opuesto siempre a la organización
de los trusts o sindicatos omnipotentes
que allá lo acaparan todo. Allí hay cuan-
tiosísimas fortunas individuales, que se
trasmiten y aumentan por herencia, y
un personaje puede ser rey del trigo o
del acero o de los transportes o de la
carne; aquí no hemos querido intro-
ducir esa clase de monarcas, peores
aún que los emperadores políticos, y
hemos evitado en lo posible las grandes
diferencias de fortuna; somos más bien
usufructuarios y cedemos con placer
a la colectividad nuestro sobrante en
cuanto empezamos a sentirnos dema-
siado ricos. No somos Cresos sino
accidentalmente y de pasada; hemos
aprendido a limitar nuestras aspira-
ciones y cuando nuestros hijos están
a salvo de la pobreza, tributamos
gustosos con el resto, seguros de que la
administración pública está en buenas
manos. Así, encontrarán ustedes en
Buenos Aires una serie prodigiosa de
fundaciones y empresas de aprovecha-
miento y beneficio nacionales. Todo
argentino tiene asegurado, en el peor
de los casos, un conjunto bastante
aceptable de medios de vida, a cambio
de una modesta cooperación personal
al trabajo común, y eso que nuestra
República cuenta cerca de 200 millones
de habitantes. En los Estados Unidos
hay 450 millones y no viven, por cierto,
mejor que nosotros; pues la lucha por
la existencia es allí más ruda, por la
exageración del feudalismo industrial
y propietario. Allí alcanzan fabuloso
poderío las personalidades vigorosas y
también las favorecidas por las circuns-
tancias, pero los vencidos por la vida
y aplastados sin compasión se cuentas
por muchos millones. También aquí
tienen premio, y no escaso por cierto,
los hombres excepcionales que prestan
servicios de valía a la colectividad; pero
nos preocupamos mucho de los débiles
y no identificamos la desgracia con el
crimen. Necesitamos muchas pruebas
para definir como parásito a un ser
humano; es difícil que no hallemos
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Fragmentos
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alguna aplicación a todos los órdenes de
aptitudes, aun a los más modestos. En
suma, hemos aplicado una gran dosis
de socialismo a nuestra organización;
el Estado es aquí una máquina pode-
rosísima que no nos inspira recelos ni
aversión de ninguna especie; es el indi-
viduo gigantesco, el coloso inteligente
capaz de realizar lo que no podrían los
individuos aislados, verdaderas células
del organismo, ni siquiera las asocia-
ciones, que no pasan de ser ganglios.
Hemos preferido cultivar el cerebro y
me parece decisivo el resultado de la
experiencia. Nuestro pueblo vive feliz
y orgulloso de ser argentino, el coefi-
ciente de progreso de nuestra cifra de
habitantes es mucho mayor que en
Norte América y si allí son todavía más,
es porque nos llevaban un prodigioso
adelanto. Pero aquello se fatiga y esto
se encuentra en plena germinación.
–¿Habrán tenido ustedes que hacer
frente a la rivalidad del coloso del Norte
en más de una ocasión? –preguntó Yezid.
–Sin duda: Venezuela, Colombia
previamente desmembrada y Centro
América fueron invadidas en 1950 por
los Estados Unidos y hubieron de liber-
tarse a costa de grandes sufrimientos.
Las amenazas de absorción llegaron
a ser tan duras que se impuso la más
estrecha inteligencia entre los países
de nuestro idioma. La guerra que,
veinte años más tarde permitió a los
Estados Unidos conquistar el Canadá,
ya independiente de la Gran Bretaña,
venció las últimas resistencias locales
y entonces se echaron las bases de la
Confederación Latino Americana,
cuyo primer presidente fue un salvado-
reño de pasmosa energía, asistido por
un consejo en que figuraba un repre-
sentante de cada nación confederada.
Siguióle después un peruano, luego un
brasileño, después un mejicano, luego
un chileno. Los argentinos decliná-
bamos con empeño el honor de dirigir
la confederación, precisamente porque
éramos el alma de ella. Cada nación
se dirigía, por lo demás, con absoluta
independencia interior; la presidencia
y el Consejo Supremo se renovaban
en períodos de tres años. En 1994 fue
designado por unanimidad un presi-
dente argentino y desde hace seis años
la capital de la Confederación Latino
Americana, que antes era indetermi-
nada, es Buenos Aires, y el Consejo,
con su presidente, no dura sino dos
años. Ahora ya no estamos en el caso de
temer guerra con los Estados Unidos
ni con cualquiera otra nación o grupo
de naciones. La República Argentina
cuenta cerca de 200 millones de
habitantes a los que hay que agregar
20 millones del Uruguay, 18 del
Paraguay y 50 de Bolivia, países vincu-
lados al nuestro por tratados especiales
en una supernación, lo que nos da
300 millones de habitantes en caso
de un conflicto, más difícil cada día.
Hay además, Chile con 60 millones
de habitantes, el Perú con 65 millones,
el Brasil con 130; el Ecuador con 30;
Colombia con 45, Venezuela con 35 y
la República de Guayana con 12. Esto
da, en cifras redondas, 665 millones
para la América del Sur; pero como
además tenemos en la Confederación
a Méjico con 100 millones, a Centro
América con 25 y a varias de las
Antillas con 20 millones, resultan
hoy para la Confederación más de
800 millones de habitantes, y cada año
aumenta este número por lo menos en
veinte millones. Los Estados Unidos,
contando el Canadá, tienen, según
el censo del último trimestre –ahora
no hay descanso en estos trabajos–
606 millones de habitantes, de modo
que no saldrían bien librados en una
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Fragmentos
lucha. Además, cada día parece más
bárbaro, inútil y cruel el sacrificio de
cientos de miles de hombres, y aunque
los esfuerzos de cada contendiente se
dirigen sobre todo a privar de medios
de ataque y defensa al contrario, desba-
ratando sus máquinas de exterminio y
los choques entre ejércitos van pasando
a la historia –pues grandes masas de
hombres pueden ser aniquiladas en
momentos por la agitación vertigi-
nosa que producen los explosivos en
las capas atmosféricas– siempre se
pierden en estas contiendas muchí-
simas vidas sin provecho de nadie. Sin
las aplicaciones del radio, el polonio y
otras sustancias análogas que neutra-
lizan las más violentas proyecciones de
energía eléctrica, habría sido relativa-
mente fácil para los misántropos, los
malvados o los ambiciosos el aniquila-
miento de gran parte de la humanidad.
Por fortuna, esos cuerpos maravillosos
que así matan como salvan a distan-
cias increíbles, han servido de base a
medios de prevención y defensa que
apenas eran sospechados hace un siglo.
Ahora, pues, el objeto de la guerra no
es destruir al adversario, sino reducirle
a la impotencia, maniatarle e impo-
nerle condiciones, que consisten en la
retribución del daño causado y en un
empequeñecimiento de su persona-
lidad; en una vigorosa limadura de las
uñas y los dientes.
–Queda en pie todavía la amenaza de
Europa –observó Ayub.
–No puede inspirarnos graves recelos.
Su población crece con mucha lentitud
relativamente a la nuestra. Tiene, es
cierto, mil millones de habitantes;
pero las naciones en que se divide no
llegarán fácilmente a un acuerdo. Las
repúblicas unidas de Iberia, con sus
sesenta y cuatro millones de habitantes,
están aliadas de corazón a los intereses
sudamericanos y otro tanto sucede
con Italia, que domina las dos orillas
del Adriático. Alemania, después de
haber absorbido el antiguo imperio
austro húngaro, con más Dinamarca y
Holanda, podría inspirarnos cuidado
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Fragmentos
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con sus 320 millones de habitantes, sus
temibles aprestos guerreros y su ambi-
ción de conquistas; pero no tiene poco
que hacer con defenderse de Rusia, que
la amenaza con sus 520 millones de
súbditos ultra civilizados de los czares,
que aún mantienen su soberanía en
más de media Europa y gran parte del
Asia. La república francesa, después
de incorporarse a Bélgica, ha tratado
varias veces de organizar la confedera-
ción latina, pero bajo condiciones de
predominio que Italia y los Estados de
Iberia no han querido aceptar, y así
estas tres naciones, que juntas reuni-
rían 250 millones de habitantes, siguen
aisladas, lo que las perjudica de un
modo enorme. En cuanto a Inglaterra,
después de haber perdido sus colonias
de la India y Australia, sufrió un golpe
rudo con la separación de Irlanda y hoy
vive de hecho, ya que no de nombre,
bajo el protectorado de los Estados
Unidos, que aún le permiten explotar
una parte del África y conservar una
holgada posición mercantil. Rudo ha
sido el golpe para el orgullo británico,
pero la historia ofrece contrastes muy
curiosos y más de una metrópoli de
ayer vive hoy bajo la dependencia,
no menos real por lo indirecta, de sus
antiguas colonias.
–Nosotros los africanos –dijo Ayub–
tenemos aún mucho que sufrir de
algunas de esas naciones europeas. Los
americanos, más poderosos, os previ-
nisteis con tiempo y no estáis ya en
situación de temer vejaciones, antes
podríais imponerlas; más en África no
suceden así las cosas. Tenemos aún
a los ingleses en Egipto, El Congo y
Hotentocia; a los alemanes en Zanzíbar
y en vastas regiones del interior; a
los franceses en Berbería, Sahara, el
Senegal y Madagascar; a los italianos
en Trípoli: los españoles y portugueses
se mantienen todavía en varios puntos
de la costa. Hierve nuestra sangre al
ver que aún se nos mira como pueblos
nacidos para la servidumbre, después
de transcurrido el siglo XX, que debió
haber borrado los últimos vestigios de
colonización en el mundo entero. Si
nosotros los abisinios hemos logrado
mantener nuestra independencia, ha
sido a costa de sacrificios terribles, de
luchas incesantes, en que hemos puesto
a contribución todos los inventos
devastadores de los últimos tiempos.
Nuestro país ha sido y es el refugio de
todos los aventureros desesperados a
quienes halagan todavía las emociones
de la guerra; las puertas del único
imperio independiente del África están
abiertas de par en par a los ingenieros
que nos propongan alguna máquina
mortífera, a los arbitristas del mal y
de la destrucción. Así tenemos que
vivir y así viviremos hasta que el África
se emancipe o hasta que el último
abisinio haya caído asfixiado por un
proyectil deletéreo o hecho trizas por
un explosivo. Situación terrible, pero
necesaria cuando no tiene más que dos
soluciones, la esclavitud o la victoria.
–Pero –indicó Renato– ¿creéis en
conciencia que el continente africano
está en condiciones de figurar digna-
mente entre las sociedades libres y
progresivas?
–Lo creemos con fervor –repuso el
viejo Yezid– porque nosotros los
abisinios, cristianos desde hace quince
siglos, antes que lo fueran algunos de
los más orgullosos pueblos de Europa,
hemos sabido ir adelante sin renun-
ciar a nuestra personalidad y ésta es
precisamente la que quieren destruir
los educadores venidos de fuera. No
se trata de impulsarnos, sino de elimi-
narnos; no se nos coloca en la corriente
sino que desean ahogarnos en ella, y
297
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Fragmentos
esto no lo toleraremos jamás. Quisié-
ramos ir al progreso sin arrebatos, por
la depuración de nuestro carácter y
tipo, mas no se nos deja y Abisinia
es un campamento. Hemos conquis-
tado el Somal, el Sudán, la Nubia y
la mitad de la Arabia; nuestro imperio
tiene seis millones de kilómetros
cuadrados y cien millones de habi-
tantes y aspiramos por su medio a la
liberación del África. Nos dormimos
acariciando esta idea y cada mañana
nos levantamos más decididos a reali-
zarla. Mientras tanto, sembramos
de apóstoles el continente, nada nos
arredra, nos defendemos, estudiamos
y cultivamos la fe, la esperanza y la
cólera en nuestros corazones.
–Bueno es añadir –dijo Ayub– que no
nos faltan auxiliares poderosos y que
disponemos de una diplomacia experta
y sagaz. El Japón, dueño de la China
Oriental y de parte de Indo-China,
nos presta su cooperación poderosa;
en general, nos han sido favorables los
Estados Unidos y, por fin, las mutuas
discordias de Francia, Inglaterra y
Alemania, nos dan con frecuencia
medios de sortear la situación y aún de
obtener ventajas. Vuestra cooperación
sería completamente decisiva.
–La República Argentina en parti-
cular y la Confederación Latino
Americana en general –contestó
Villena– no aceptan el peligroso papel
de providencia terrestre y necesitan
toda su fuerza, que ciertamente es
grande, para que su progreso no se
interrumpa un solo momento. La
necesidad de crecer nos hace egoístas,
si puede llamarse egoísmo a la absten-
ción sistemática de toda violencia;
salvo el caso de agresiones que serían,
así lo espero, inmediatamente recha-
zadas. Pero confiamos en la acción de
las fuerzas vivas; creemos que lo que
debe triunfar, triunfa; el ejemplo de la
India Oriental, que ha logrado cons-
tituirse en gran república federativa
después de luchas épicas, nos hace
creer que vosotros llegareis también a
vivir tranquilos, fuertes y respetados,
sobre todo si no confundís vuestro
legítimo deseo de mantener la inde-
pendencia de Abisinia con la aspi-
ración, que juzgo peligrosa y muy
difícil, de haceros, no ya libertadores,
sino dueños del África.
(*) Fragmento del libro La Estrella del
Sur: a través del porvenir, editado por
vez primera en la Imprenta de la fábrica
La Sin Bombo, en 1904.
298
La vida de Pierre Quiroule, apodo del escritor
francés Joaquín Alejo Falconnet , ofrece singu-
lares curiosidades. Emigrado a la Argentina desde
niño,seenrolóafinesdelsigloXIXenlasfilasanar-
quistas fundando el periódico francés Le Libertè
y luego trabajó como colaborador de La protesta.
Aparentemente su pseudónimo vendría dado por
la frase “Pierre qui roule n’amasse pas mousse”
(Piedra que rueda).
Profuso autor de obras filosóficas, literarias y
científicas, Quiroule, quién además trabajó como
tipógrafoenlaimprentadelaBibliotecaNacional
a expensas de las gestiones de otro francés, su
director Paul Groussac, en el año 1914 ensayó
una célebre y fascinante utopía futurista sobre
el diseño de una ciudad anarquista americana,
con sus planos y sus formas de organización
comunal, críticas de las aglomeraciones urbanas
y las formas de vida burguesas imperantes en la
época. Una imaginación que se proponía rescatar
a la humanidad de la corrupción de sus sentidos
que acontecía en los suburbios del capitalismo
mundial y que profetizaba la redención del prole-
tariado respecto de las condiciones sufrientes
de existencia, del decadentismo moderno y del
imperio burocrático.
La ciudad anarquista americana(*)
Por Pierre Quiroule
299
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LA BIBLIOTECA
Fragmentos
1. Los cambios revolucionarios
Como Las Delicias no había experi-
mentado modificación alguna después
de la Revolución, habiendo quedado
su población tan densa como antes,
el perímetro urbano, exageradamente
dilatado, no había variado, por lo que
la ciudad seguía teniendo las mismas
necesidades siendo comunista,1
que
cuando era la capital de la monarquía.
En estas condiciones, era impres-
cindible que siguiesen funcionando
los numerosos servicios públicos
indispensables como los de las aguas
corrientes, del correo, de tracción
eléctrica a distancia, de alumbrado,
de limpieza urbana, de empedrado,
etc., sin olvidar el del ferrocarril,
sin el cual la ciudad carecería de los
productos del campo y el campo de
los productos de la ciudad.
Y al pretender, ellos también, poner en
marcha aquel gigantesco mecanismo
que acciona en la vida de las grandes
aglomeraciones humanas, los organi-
zadores comunistas sufrieron la más
cruel de las decepciones al notar cuan
incompatible con la Idea anarquista
resultaba aquella forma de labor.
Esto no era, en verdad, lo que ellos
se habían propuesto al derribar el
antiguo estado de cosas. Aspiraban
ardientemente para sí y para los
demás una vida sin compromisos ni
obligaciones, a base de libre albedrío,
sin el cual no puede haber verdadera
libertad, ni completa independencia e
integridad individuales.
Trabajar, sí, puesto que el trabajo
era necesario para asegurar a todos
el bienestar y su corolario la alegría,
fuente de concordia y de fraternal
expansión; pero no hacerlo, como
antes, encadenado a una monótona y
aburrida ocupación única, a la odiosa
labor continua y a la autómata acti-
vidad de hora fija.
Y era precisamente esto último
lo que esperaba a los comunistas,
empeñados en pedir libertad al más
perfecto instrumento de esclavitud
que imaginar se puede.
Siendo, por ejemplo, evidentemente
imposible modificar el sistema ferro-
viario existente, forzoso sería por dicha
causa guardar intacta su organización
complicada, sin la cual la circulación
de los trenes no podría efectuarse.
En las estaciones habría que conservar
el personal especial que regulariza el
movimiento de los convoyes. Es cierto
que el personal ocupado a la venta de
los boletos, los inspectores, etc., podría
suprimirse; pero los telegrafistas debe-
rían hallarse en su puesto, lo mismo
que los encargados de las señales y de
los cambios de vías.
¿Qué ventajas traería para estos indivi-
duos el sistema comunista?
Admitiendo que su trabajo fuera
aliviado en lo posible, acortando las
horas de su presencia “obligatoria”, y
que no tuviesen ya ninguna preocu-
pación en cuanto a la cuestión econó-
mica, para el presente y el futuro,
¿qué horizonte de goces superiores y
de libertad sería el suyo? Esclavos del
servicio, su vida seguiría siendo inva-
riablemente la misma. Nada habría
cambiado para ellos y la implantación
de la comuna poco beneficio les repor-
taría. Otro tanto puede decirse de los
conductores de trenes, cuyo sitio no
puede ser otro que sobre su máquina,
y del personal del servicio urbano de
tracción eléctrica, tan esclavo como el
del ferroviario.
Elmaterialrodantedelasvíasférreasno
es de duración eterna. Tanto las loco-
motoras como los coches de pasajeros
y de carga deben ser incesantemente
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Fragmentos
300
renovados, lo mismo que los puentes,
los rieles, los travesaños y los postes e
hilos telegráficos.
Pues bien. Para hacer otras máquinas
y otros vagones, cortar nuevos tirantes,
fundir otros rieles, hacer muchos
kilómetros de alambre, es necesario
en primer lugar tener hierro, y para
fundir y trabajar este hierro, poseer
altos hornos, grandes establecimientos
metalúrgicos y talleres mecánicos
apropiados. Además, para alimentar
los altos hornos, se necesita carbón,
mucho carbón, lo mismo que para
accionar las locomotoras, lo cual
implica forzosamente la posesión de
un stock enorme de hierro y de hulla,
cuya adquisición requiere que nume-
rosos productores trabajen penosa-
mente en el fondo de las minas, lejos
del sol y de la alegría que procura el
espectáculo de la naturaleza, para que
muchos otros hombres, desnudos
delante del fuego abrasador de los
altos hornos, activen durante toda su
vida la formidable hoguera, o trituren
sin cesar el fantástico bloque de metal
incandescente que centellea en la extre-
midad de las enormes pinzas, como
meteoro deslumbrador que ciega y
quema cruelmente a los obreros...
La madera de los durmientes sobre los
cuales descansa el riel, debe ser cortada
en el monte, traída de muy lejos, y
dividida en trozos iguales mediante la
sierra mecánica, lo que significa que
gran cantidad de trabajadores estarán
ocupados eternamente en derribar
árboles y cortarlos en pedazos.
Las fábricas de fuerza motriz, las usinas
y los grandes talleres, el servicio de
aguas corrientes, el de alumbrado, el
de telégrafo y teléfono, etc., necesitan
también, además de numerosos obreros
encargados del trabajo ordinario, de un
personal técnico competente que no es
posible cambiar a cada instante. Y no
hablaremos de los servicios de limpieza
de la calzada, de empedrado, etc., que
en todo tiempo requieren legiones de
activos trabajadores.
¿Quiénharía,enadelante,estostrabajos
de forzados? ¿Quién consentiría a pasar
sus días en las negras profundidades de
las minas, ahora que la naturaleza iba a
brindar por igual a todos, sol y espacio,
que todos tendrían derecho a los goces
embriagadores de la vida libre?... Sí,
¿quién iría a las entrañas de la tierra,
a sacar penosamente el combustible
indispensable para las grandes indus-
trias metalúrgicas?
¿Aquellos que lo hicieron siempre?
¡Qué sarcasmo!...
No es una razón, porque las duras
condiciones del ambiente en que
nacieron obligóles desde niños a bajar
a las galerías subterráneas como lo
hicieron sus ascendientes, para que así
sigan siempre las cosas...
¿O se cree que el minero, cuya existencia
se consume en una noche eterna; que
el conductor de tren o el “motorman”
expuestos a cada momento a mil peli-
gros; que el leñador cortando troncos;
el obrero de los altos hornos asado por
la hoguera, etc., no tienen ningún ideal,
ninguna aspiración a una vida mejor y
más bella, más sana y más humana?...
¿Puede suponerse un solo instante
siquiera, que, huyendo estos obreros
de las minas, usinas y demás presi-
dios industriales, como el preso que
se escapa de la cárcel para respirar el
aire puro y vivificante de la libertad,
haya otros hombres tan insensatos
para ir a reemplazarlos en los puestos
abandonados?...
Y, además, para dar cohesión a tan
inmenso conjunto de energías indi-
viduales, ¿no hace falta, acaso, una
fuerza directora potente que las reúna
301
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Fragmentos
juiciosa y metódicamente en vista de la
ejecución de la obra concertada?
Es innegable. Y como por otra parte
no es posible en una dirección única
abarcar el conjunto de la inmensa
labor a efectuarse, esta fuerza direc-
tora deberá forzosamente entregar
una parte de su poder en favor
de otras fuerzas directoras subal-
ternas. Entonces, cualquiera que sea
el nombre con el cual se designe a
estos delegados organizadores, que
se les llame compañeros ingenieros
o compañeros intelectuales, en vez
de jefes o capataces, su intervención
“directora” no por eso será menos
autoritaria o efectiva, por cuanto,
como siempre, tendrán que obedecer
pasivamente los dirigidos.
De ahí nacerá la mala voluntad: el
compañerismo y la solidaridad reci-
birán un golpe mortal, y falseado en
su esencia misma el nuevo estado de
cosas, en definitiva, no será sino un
reflejo del antiguo.
Como está dicho, la organización
del trabajo para la producción útil
en la ciudad de Las Delicias, y prin-
cipalmente de los diversos servicios
públicos enumerados más arriba:
tracción, luz, aguas, barrido, etc.,
dio lugar a una confusión enorme, a
pesar de la buena voluntad de todos,
quedando demostrado a los pocos
días lo irrealizable de la empresa.
Aunque se hubiese contado con un
ejército de hombres superiores, perfec-
tamente al corriente de su misión,
no habría sido posible el “normal”
funcionamiento de dichos servicios, si
se quería respetar los altos principios
de justicia e igualdad inscriptos en
los pliegues de la bandera roja y en el
corazón de los comunistas.
El caso era que, no obstante su reor-
ganización, estos servicios públicos
seguían siendo tan insuficientes y
malos como precedentemente.
Es que se había hecho una revolu-
ción formidable para sustraerse de
los efectos perniciosos de un sistema
funesto, pero este sistema, salvo modi-
ficaciones insignificantes, quedaba en
pie, perfectamente intacto, y era lógico
que produjese los mismos males.
LaRevoluciónparecíaquererdefraudar
nuevamente las grandes esperanzas
puestas en ella...
Tan amarga constatación no podía
menos que entibiar el entusiasmo de
los comunistas.
La limpieza de las calles, los trabajos
pesados y sucios, por ejemplo, estaban
hechos por voluntarios, los que se
cansaron pronto de labor tan ingrata:
había escasez de máquinas barredoras
y pasaría tiempo antes que las hubiese
en cantidad suficiente.
Los obreros, cuyo oficio era poco agra-
dable o atrayente, deseaban cambiar
de ocupación, pero como no sabían
desempeñarse en otras profesiones,
les era forzoso continuar con la suya,
siendo esto motivo de descontento
para muchos. ¿Cómo hacer para satis-
facer los unos y los otros?
Huboqueabrirlosojosantelarealidad:
sólo la organización tal como la enten-
dían y practicaban los burgueses podía
dar resultados aparentemente buenos,
siendo la sola compatible con las
gigantescas ciudades modernas.
Con el sistema comunista, esta orga-
nización no servía. Se había errado
el camino.
Pero, si tal cosa sucedía con la organi-
zación de la producción en la ex capital
de la difunta monarquía, donde no
faltaban inteligencias despejadas, ¡qué
no pasaría con la gente del campo,
por lo general poco ilustrada, con los
agricultores que debían abastecer la
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LA BIBLIOTECA
Fragmentos
302
ciudad, enviándole los productos de la
tierra, fruto de su labor!
Éstos tampoco tenían por qué regoci-
jarse exageradamente con la proclama-
ción de la comuna.
¿En qué había cambiado su triste
condición de esclavos de la tierra? En
nada. Su suerte seguía siendo la misma,
dura y poco divertida.
Ellos poseían la tierra, es cierto, pero
el método de cultura no había variado.
Era siempre el cultivo en gran escala
el que prevalecía; es decir, la siembra
de un mismo cereal o producto,
cubriendo regiones enteras, porque
eran necesarias grandes y abun-
dantes cosechas para que las ciudades
gigantes, esas devoradoras insaciables,
no conociesen el fantasma del hambre,
y esta labor monótona, sin variación
y falta de todo atractivo, no era la
más a propósito para hacer conocer al
obrero del campo la felicidad, alegría
y dulzura de vida que él se figuraría
naturalmente inherentes a la condi-
ción de hombre libre.
Y en ese caso, ¿quién podría impedir
que el campesino, dueño sin disputa del
suelo y de sus brazos, viendo que puede
vivir tranquilo y dichoso con el mínimo
de esfuerzo, y en rigor pudiendo
pasarse de la ayuda de los habitantes
de la ciudad con sólo asociarse con los
camaradas de su pueblo, para producir
únicamente lo preciso para las nece-
sidades propias –y sabemos que estas
necesidades del campesino son pocas–,
se negase a continuar la asociación
rompiendo en lo sucesivo toda relación
con ellos basada sobre la comunidad de
la producción?
¡Terrible perspectiva, de un posible
divorcio entre la ciudad y el campo!...
Estos obstáculos e imposibilidades
habían sido previstos, sin embargo,
mucho antes de la Revolución, por el
joven Super, quien habíase manifes-
tado siempre contrario a la tendencia
general que quería utilizar, en tiempo
de Anarquía, los métodos y medios
empleados por el capitalismo para
hacer frente a las necesidades de la
sociedad burguesa.
Algunos de sus compañeros fueron
del mismo parecer, pero los otros,
demasiado optimistas, y tal vez sin
ahondar convenientemente ese lado
del problema, calificaron de quimé-
ricas dichas aprensiones, prefiriendo
encarar las cosas venideras con detes-
table criterio rutinario, inconscien-
temente opuestos a las solas ideas
renovadoras de las que dependía la
salvación de la obra revolucionaria;
creyendo posible dar nueva y fecunda
vida a un organismo gangrenado cuya
supresión total debía haber sido uno de
los primeros actos de la Revolución.
Las previsiones del joven anarquista
no eran equivocadas, porque es una
gran verdad que no puede haber
salud, armonía, bienestar, higiene,
abundancia, alegría ni libertad en los
grandes centros poblados.
Es una locura, decía, que una colecti-
vidad libre persista en vivir amontonada
en un mismo punto, ensanchando más
y más la planta urbana de su residencia,
a medida que dicha colectividad crece
y se hace más numerosa; cifrando su
gloria en construir y habitar la ciudad
más grande y más poblada del mundo,
porque todo lo que hace o constituye
el esplendor de una gran metrópoli:
extensión de perímetro, altura de los
edificios, número crecido de habitantes,
actividad del comercio, riqueza de la
población, movimiento extraordinario
del tráfico callejero, etc., etc., es opuesto
a la realización del ideal anarquista, el
que consiste en agrupaciones reducidas
de seres racionales que buscan en la
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Fragmentos
asociación con sus semejantes el medio
de obtener el máximo de bienestar con
el mínimo de esfuerzo individual, y
una libertad amplia, sin restricciones,
que permita a cada uno de los miem-
bros de dicha asociación disponer de su
tiempo sin control, sea interviniendo
últimamente en las ocupaciones mate-
riales exigidas por las necesidades
económicas, sea dedicándose a las del
espíritu, no menos importantes y nece-
sarias para el normal equilibrio de las
facultades humanas.
Y bien, las grandes ciudades no pueden
ofrecer nada de esto a sus moradores.
Mas, casi se podría afirmar que ellas
han sido ideadas por los gobernantes
para conseguir lo contrario, con el
fin de transformar las mil anormali-
dades que derivan fatalmente de un
exceso de población en fuente inago-
table de dinero.
Por eso, han hecho creer a los gober-
nados que es un título de gloria para la
capital de una nación el tener muchos
millones de habitantes, como Nueva
York, París o Londres, diciéndoles que
estas capitales deben una gran parte
de su fama y prosperidad a tan colosal
reunión de individuos y propenden
a que la de su país sea tan grande o
mayor que las citadas.
El brillo ficticio de aquellas colosales
aglomeraciones humanas, les da una
aparienciaderazón,conloqueelengaño
es fácil. Y el pueblo cree, se aglomera
según la fórmula patriótica, con lo que
los dirigentes consiguen lo que desean:
recursos abundantes para mantener en
la holganza a la clase burguesa.
Sabido es que la burguesía se
compone de individuos que viven
del trabajo ajeno.
Estos individuos, que son los pará-
sitos que roen el cuerpo social, no
podrían existir o desarrollarse fuera
del recinto de las ciudades. Es preciso,
pues, que haya ciudades para alber-
garlos convenientemente, y que estas
ciudades sean grandes, porque cuanto
más grandes, más numerosos son los
servicios públicos que ellas necesitan,
los cuales exigen todo un arsenal de
ordenanzas y reglamentos que faci-
liten su buen funcionamiento. Estos
reglamentos y ordenanzas requieren,
como es de suponer, una legión de
“activos” funcionarios que velen por
su exacto cumplimiento.
Además,seprecisannumerosasoficinas
para la administración de la cosa
pública: oficinas de estudios, de soli-
citudes, de autorizaciones, despacho
de fórmulas y papel timbrado, de
informes...; otras para las contraven-
ciones y multas; otras para recauda-
ción de impuestos, etc., etc.
Cada uno de los servicios públicos de
una gran ciudad debe tener en todos los
barrios sus oficinas correspondientes y
el personal de empleados encargados
de la reglamentación e inspección de
dichos servicios. Y, naturalmente, el
parásito burgués encuentra en esas
oficinas el puesto bien remunerado,
que le permite vivir y hacer buena
figura con los demás individuos de su
clase privilegiada.
Y como estos individuos son muchos,
se necesitan muchos empleos... Es así
como hay un sinnúmero de oficinas
de reglamentación, conservación e
inspección; de construcción, pavimen-
tación, tráfico y consumo; de teatros,
paseos y trabajo; del riego, de análisis;
de higiene, asistencia, etc., etc., que
sólo sirven para dar una apariencia de
ocupación a los hijos de la burguesía.
Todo nuevo ensanche, cada nuevo
progreso, toda innovación, todo lo
que da mayor brillo o esplendor a la
ciudad moderna, son el pretexto para
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Fragmentos
304
la creación inmediata de otros tantos
nuevos servicios de estudio, inspec-
ción, reglamentación y recaudación
provistos de sus respectivos personales
de parásitos.
Además, en una gran ciudad, hay
siempre el elemento popular recalci-
trante, los descontentos, aquellos que
quieren imitar en todo a los burgueses;
es decir, vivir como éstos, a costa
de los laboriosos. Por eso, como se
comprende, los burgueses no pueden
consentirlo: ¡nada de competencia!
¡Para aquellos pillos habrá leyes penales
que fijen el castigo en que incurren por
su pretensión! ¡Espléndida ocasión para
crear nuevas profesiones liberales, como
la de juez para condenar, de escribiente
para historiar los delitos, y también de
abogado (!) para defender a los pillos!
Pero, para sostener aquel ejército de
hambrientos elegantes, se necesita
dinero, mucho dinero, y para encon-
trar ese dinero es preciso recurrir a los
impuestos, contribuciones y gabelas de
todas clases, y hacer que la población
los pague con puntualidad.
Se comprende fácilmente que en
ciudades chicas, de pocos habitantes,
los impuestos no darían lo suficiente
para alimentar tantos holgazanes.
Es por consiguiente absolutamente
necesario también desde este punto
de vista, que la ciudad sea grande,
inmensa, ilimitada, en relación a su
población, para que las bienhechoras
gabelas hagan caer una lluvia de oro en
los bolsillos de estos astutos mistifica-
dores y vividores.
En primer lugar los varios millones
de habitantes de la ciudad gigante,
necesitan comer, beber y... respirar,
funciones indispensables de la vida.
Buena oportunidad para gravar el pan,
la carne, el agua, el aire, el sol... de un
justo tributo que todos pagarán sin
regatear, aunque sólo se disfrute del
aire, del sol, del pan, del agua o de la
carne en muy pequeñas dosis y que las
dichas pequeñas dosis sean siempre de
calidad muy inferior.
Además, muchos negocios y casas de
comercio abrirán sus puertas en la gran
ciudad. Pronto, vendrán impuestos
de patente, luz y barrido; otros
impuestos por el letrero, sobre la clase
de comercio; otros sobre el número
de dependientes empleados; sobre el
capital invertido; sobre los beneficios
realizados, etc.
De cada lado de la calzada se levan-
tarán un sinnúmero de inmuebles, que
pagarán también crecidas sumas en
concepto de contribución territorial,
además de los impuestos de limpieza, de
alumbrado y otras gabelas por el estilo.
El terreno sube de precio en el centro de
la ciudad, debido a la compacta edifica-
ción y a las hermosas y bien asfaltadas
calles y avenidas, en las que se ubican
los ricos mercaderes y se radican el lujo
y los placeres. Sin tardar se construyen
rascacielos de cien pisos de altura, cuyos
dueños piensan escapar así a la explo-
tación escandalosa de los detentores
de la tierra, ganando en alto lo que no
pueden conseguir en ancho.
Entonces se tienen ciudades fantás-
ticas, ideadas por cerebros locos, como
las de Norteamérica, donde todo un
mundo vive entre las nubes.
Sin embargo, el peligro de tener que
pagar no ha sido conjurado, como lo
creyó el propietario de esas horribles
torres de hierro modernas; porque lo
que no dio al vendedor del suelo, tiene
que entregarlo con creces en forma de
impuestos, a los administradores de la
cosa pública: impuesto sobre cada piso,
sobre cada habitación, sobre el número
de personas alojadas, sobre la cantidad
de ascensores; sobre las ventanas y las
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Fragmentos
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puertas, sobre la corriente eléctrica que
da luz, calor y tracción; sobre la forma
del edificio y su arquitectura; sobre el
espacio ocupado por sus frentes y la
superficie de su base, etc., etc.
Pero el dueño del inmueble gigante
halla el modo de no sacar un solo
centavo de su bolsillo. ¿No es él, acaso,
burgués también, es decir, parásito que
se nutre del esfuerzo ajeno?... Pues,
con aumentar el precio del alquiler
a los locatarios, se resuelve sin difi-
cultad el problema, siendo en defi-
nitiva los productores quienes, como
siempre, tienen que chancelar íntegras
las contribuciones y los impuestos del
rico propietario.
Las calles, largas, y en su mayoría mal
pavimentadas y sucias, hacen el uso
del vehículo imprescindible. Nada
conviene más a nuestros parásitos, que
tienen con esto otra fuente abundante
de recursos derivados de las gabelas
de todas clases, que alcanzan a todos
los rodados, a todos los caballos, a
todas las fustas, a todas las cocherías,
etc. Esto para los coches de plaza. En
cuanto a los carros de carga, su número
tiene que aumentar forzosamente a
medida que se desarrolla la ciudad y
crece su población, cuyas necesidades
exigen un abastecimiento incesante, y
llueven reciamente también sobre éstos
las contribuciones benditas: impuesto
sobre el peso que pueden llevar,
sobre el número de yuntas que tiran;
gabelas de una clase para los vehículos
de cuatro ruedas, de otra para los de
dos, etc., sin olvidar, naturalmente, la
indispensable patente de circulación.
La ciudad es grande. Los habitantes,
que tienen relaciones entre ellos, viven
en los barrios más opuestos: de allí
el servicio de correos que facilite las
comunicaciones epistolares. Y luego,
el impuesto sobre cada carta, sobre
cada impreso, etc., y otra nube más
de funcionarios parásitos, hijos de
burgueses, tienen asegurada una exis-
tencia tranquila y bien rentada.
En una gran ciudad, el público tiene
que ocupar sus ocios en alguna cosa:
se va al café, al concierto, etc., cuando
no a las carreras u otras diversiones
sportivas. Pues bien, ¡hasta la alegría
y el descanso pagan tributo a la ley
común! El café, principalmente, ¡qué
mina de oro inagotable! Allí, cada
botella que se expende o está en los
estantes, cada vaso, cada cucharita,
cada silla, cada letra de los avisos que
adornan las paredes, paga gabela a la
comuna (léase a los burgueses). El
teatro y el hipódromo entregan un
tanto por ciento sobre el importe de
sus rentas diarias.
¡Qué decir del cigarrillo, ese compa-
ñero inseparable del trabajador y del
holgazán!, ¡qué fuente de recursos!...
Pero,sihastadelosviciosmenosnobles,
¡¡¡hasta de la prostitución!!! sacan
provecho estos honrados y virtuosos
señores administradores nuestros...
Y así es como hay en la gran ciudad un
sin fin de contribuciones y de gabelas
sobre todo lo que se ve, lo que se toca,
lo que se usa, para la mejor marcha y
administración de la cosa pública.
En cuanto a los beneficios que sacan
los contribuyentes de los tales servicios
públicos que ellos sostienen tan libe-
ralmente con su dinero, es difícil de
apreciarlos, porque no existen, o si los
hay, son tan escasos, tan ínfimos, que
ni vale la pena hablar de ellos.
En realidad, no se trata de parte de la
burguesía administradora y directora,
de atender seriamente ninguno de
estos servicios de utilidad pública.
Dichos servicios son el pretexto, el fin
es encontrar dinero para vivir bien sin
hacer nada. Teniendo asegurado el
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Fragmentos
ingresodeestedinero,lodemásimporta
poco, es de segunda importancia.
Pero, como es preciso dar siquiera una
apariencia de compensación al dinero
sustraído del bolsillo de los produc-
tores, se les ofrece un raro ramillete
de espléndidas ilusiones: ilusión de
limpieza, ilusión de empedrado, de
seguridad, de higiene, de embelle-
cimiento; ilusión de luz, etc., etc. Y
a medida que la ciudad se agranda
y que su esplendor es más brillante,
nuevas ilusiones, que se pagarán con
buenas realidades monetarias, son la
consecuencia de ese mayor grado de
progreso alcanzado por las deslum-
brantes Atenas modernas.
De ahí las quejas y protestas del contri-
buyente, escandalizado por la grosera
mistificación de que va siendo víctima.
Sí, todo es ilusión en las grandes
ciudades, todo, hasta la salud, que
no tenemos; hasta el aire que respi-
ramos, viciado por las miasmas y
pestilencias de la calzada: ¿no hemos
dicho que el barrido de la vía pública
es otra ilusión?
Y si el aire que respiramos en la
calle lleva a nuestros pulmones los
gérmenes de todas las enfermedades,
¡qué decir del que respiramos en las
“higiénicas” habitaciones construidas
con la competentísima aprobación de
las oficinas de parásitos creadas para
dicho objeto!
¿Veis estos edificios colosales que se
levantan, soberbios, muy alto por
encima de las modestas casas que
los rodean, como aplastándolas con
su mole enorme... estos edificios
estupendos que atónito contempla
el forastero, confundido ante tanta
ciencia de ingeniería y atrevidez
de concepción, y que son uno de
los principales motivos de orgullo
de las grandes ciudades actuales?...
Pues, contra ellos, cientos de puños
se levantan traduciendo en gesto de
rabia impotente la desesperación de
los desgraciados seres que viven en su
base privados de luz, de aire y de sol,
en las miserables chozas envueltas en
la fría sombra que proyecta sobre ellas
el criminal coloso, sembrador de tris-
teza, de tuberculosis y de muerte...
Y así todo...; convirtiéndose fatalmente
las grandes ciudades en receptáculos
de todas las inmundicias arrojadas por
la población, animal y humana, que
envenenan la atmósfera: ellas no son
sino un conjunto de fealdades de la
peor especie, una reunión diabólica de
todo lo que puede dañar y perjudicar
al hombre: suciedad, enfermedad,
corrupción, degeneración, delin-
cuencia, opresión, esclavitud, hambre,
miseria, aflicción, etc.
¿Era para perpetuar semejante estado
de cosas que los voluntarios de la
Anarquía habían derrumbado la
monarquía? ¿Trabajar cual un autó-
mata; vivir en malas condiciones
higiénicas; sujetarse a reglamentos
opresores, y lo más peor, estar por
presenciar la ruptura entre el elemento
agrícola y el elemento industrial?...
¡No... mil veces no!... la revolución
no podía detenerse a medio camino,
ella debía acabar su obra, proclamar
la libertad sin límite y el derecho a la
salud en la región americana eman-
cipada, organizando el trabajo sobre
bases nuevas que no aten al individuo
a un modo determinado de labor y de
vida. Y sobre todo, huir de las grandes
ciudades, derribarlas implacablemente
hasta que no quede de ellas piedra
sobre piedra, como si fueran ciudades
malditas..., y formar pequeños pueblos
que produciéndolo todo, se basten a sí
mismos. Respirar aire puro, vivir en
plena gloria del sol, para dar nuevos
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Fragmentos
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pulmones a la humanidad y rege-
nerar la especie, reconciliándola con la
alegría y la dicha de ser...
Super recordaba todas estas exaltadas
palabras con las cuales trataba de
persuadir a sus camaradas los liberta-
rios en aquellos críticos momentos, y
decidirlos a dar el paso decisivo que
completaría la obra empezada, como la
inmensa satisfacción que experimentó
cuando vio prevalecer sus ideas.
Oídas en asamblea de comunistas las
razones del joven anarquista, y las de
algunos compañeros más, partidarios
decididos de la comuna tal como aquél
la comprendía, los libertarios delibe-
raron sobre la conveniencia de adoptar
la organización propuesta.
El resultado de la deliberación que fue
de las más acaloradas, resultó completa-
mente favorable a los entusiastas nova-
tores. Por unanimidad decidióse obrar
inmediatamente en el sentido indicado.
Para hacer conocer de la población las
decisiones tomadas, se resolvió orga-
nizar numerosos mítines en todos
los barrios de la ciudad, en los que se
explicaría las graves razones que hacían
imprescindible una orientación nueva,
un cambio de rumbo que permitiría
andar con paso firme hacia la justicia
social, ya que quedaba evidenciado que
no había esperanza alguna de poder
alcanzar nunca la felicidad anhelada
siguiendo por el antiguo camino.
Se publicaría, además, un extenso
manifiesto explicativo, el que sería
distribuido profusamente durante
los mítines y fuera de ellos, en el que
se expondría claramente el por qué
se debía abandonar cuanto antes la
gran capital para dirigirse sobre los
pueblos vecinos, repartiéndose los
habitantes de Las Delicias en cada
una de las poblaciones camperas,
hasta no pasar de una cantidad deter-
minada de individuos, y formando
con el sobrante de la población
nuevos pueblos que se ubicarían en
los lugares que se designarían como
los más apropiados. El manifiesto
terminaría indicando cuáles eran los
métodos de trabajo que se pensaba
adoptar para que fuera un hecho la
independencia de cada comuna.
Las nuevas poblaciones debían orga-
nizarse de un modo distinto al actual,
según un plan que consultaría la
comodidad del abastecimiento, la
facilitación de la circulación, la conve-
niencia de la producción, la higiene
y el bienestar general, permitiendo a
cada pueblo o comuna desarrollarse
libremente, organizando su produc-
ción de manera que no tuviera nece-
sidad alguna de la ayuda de las demás,
fuera de los casos de fuerza mayor,
producidos por causas catastróficas,
en cuya circunstancia no les faltaría la
acción de la solidaridad comunista.
Así, con el trabajo libre e inteligente de
sus habitantes, las comunas nacientes
llegarían en poco tiempo a un alto
grado de progreso benéfico para todos
sus miembros, acercándose cada vez
más al ideal de perfección soñado por
los generosos utopistas.
El primer acto de los comunistas en
ese combate por la dicha, debía ser
el de entregarse enteramente, intensi-
vamente, a la cultura del suelo. De la
tierra brotaría la independencia junto
con la abundancia para la vida.
Pero como los pueblos anarquistas
no contaban con los instrumentos
mecánicos para la fabricación de las
máquinas necesarias a las muy diversas
tareas de la producción industrial, se
seguiría aprovechando los talleres y
usinas de la capital para proveer a las
comunas de las herramientas y de la
maquinaria indispensable.
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Fragmentos
Después, cuando los pueblos contaran
conmediospropiosparapoderproducir
y abastecerse en las condiciones reque-
ridas por su población, se abandona-
rían también los talleres y las usinas de
Las Delicias, no sin antes haber sacado
de ellos cuantos útiles contenían y de
desarmar y transportar a los nuevos
centros de población toda la maqui-
naria susceptible de ser adaptada a los
nuevos métodos de trabajo, garantía de
la autonomía del productor.
Durante cuatro años consecutivos se
trabajó afanosamente para poner la
comuna en estado de andar con sus
solas fuerzas. La capital había sido
evacuada casi por completo. Sólo resi-
dían todavía en ella los compañeros
ocupados en la fabricación y trans-
formación de las máquinas y demás
instrumentos de labor que sólo podían
hacerse allí por el momento.
Luego, se necesitó otros tantos años
más para dar forma aproximada a la
concepción filosófica de la comuna
anarquista, y diez años más para que
los nuevos pueblos adquiriesen las
costumbres y el aspecto que tenían
en la actualidad. Se estaba, pues, en
la aurora hermosa de una sociedad
verdaderamente libre y feliz.
2. Ojeada a la nueva sociedad
La planta urbana no estaba exage-
radamente extendida como la de
las grandes ciudades. Nadie pagaba
alquiler para habitar en los chalets
comunistas, careciendo estos últimos,
como todo lo que constituía el haber
social, de valor especulativo, por la
supresión del dinero y la abolición de
la propiedad privada. Y no habiendo
barrios centrales ni suburbios, ni calles
privilegiadas y otras abandonadas, los
que vivían en una parte de la ciudad,
nada tenían que envidiar a los que
habitaban en las otras partes, porque
en todos sus puntos hacíase sentir
igualmente la inteligente e interesada
intervención de los moradores, que se
esmeraban en dotarla de cuanto podía
contribuir a su embellecimiento y a
hacer más agradable la permanencia
en ella, por lo que tanto valía residir
en uno como en otro punto, al norte
como al sur, al este como al oeste;
siendo así que la población no se veía
en la dura necesidad de emigrar conti-
nuamente, como antes, siempre más
lejos del centro, hacia los parajes apar-
tados, sucios y faltos de todo, ni tenía
que luchar contra el encarecimiento
siempre creciente de las habitaciones
situadas en el corazón de la “city”.
Por estos motivos, y el de no existir ya
las largas distancias que separaban el
domicilio del empleo, las que debían
recorrerse diariamente, con la tortu-
rante preocupación de llegar a destino
con exactitud matemática, el servicio
de transporte rápido de pasajeros por
tracción eléctrica o vapor, era absolu-
tamente superfluo e inútil.
En verdad que se necesitaba una orga-
nización tan irracional absurda como
la de la sociedad burguesa, para que
fuera imprescindible recurrir a seme-
jante medio para asegurar el funciona-
miento de la máquina social.
La manera de comprender las cosas
en aquella época singular, era de las
más curiosas y divertidas. Así, por
ejemplo, la gente que vivía al norte de
la ciudad tenía sus ocupaciones al sur
de la misma, y la que residía al sur las
tenía al norte, pasando un par de horas
todos los días viajando en tranvía, una
a la mañana para la ida a la labor y otra
a la noche para el regreso al hogar...
Y miles de hombres, de mujeres y de
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Fragmentos
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niños, hacían diariamente el mismo
monótono y aburrido recorrido,
perdiendo un tiempo precioso que
sumado resultaría fabuloso, cuando era
tan cómodo y sencillo para los vecinos
en cada barrio hacer allí mismo el
trabajo que hubiese.
Además, no habiendo que conformarse
ahorariosimpuestosyporlotantoarbi-
trarios, puesto que las cosas hacíanse
por libre iniciativa y en cualquier
momento del día y al notar la conve-
niencia de efectuarlas, no se veía en las
calles de la ciudad anarquista, aquella
doble correntada humana que en los
grandes centros poblados desbordan de
una a otra vía, entrechocándose en la
encrucijada de los caminos, como olas
enemigas que se repelen, para correr
luego, silenciosas y frías, entre las altas
paredes de los edificios construidos a
ambos lados de la calzada.
No faltando nada a nadie, no había
harapientos al lado de bien vestidos,
ni hambrientos codeando hartos;
ni pudientes orgullosos al lado de
humildes hipócritas y rencorosos.
Los semblantes expresaban sólo senti-
mientos nobles y leales. La máscara
repulsiva de la hipocresía había caído
de todos los rostros, habiendo las caras
recuperado sus armoniosas líneas natu-
rales y humanas, deformadas durante
tanto tiempo por la burla insolente, la
blasfemia, la mentira, la simulación, el
odio, la envidia, la astucia y el egoísmo;
o marchitas por las orgías y los vicios
más degradantes.
No se veían facciones alteradas por las
injusticias sociales, por los abusos y el
engaño de los fuertes; no se veían caras
huesudas y cadavéricas, ojos muertos
o sin expresión, cuerpos arruinados
por catástrofes morales, por exceso de
trabajo y de privaciones o por enfer-
medades vergonzosas...
No se veían gesticulaciones de beodos
o de individuos trastornados por los
terribles reveses de la existencia; no se
veían niños sucios y andrajosos y famé-
licos, criándose en el arroyo; no se oían
palabras groseras o soeces que ofen-
diesen la ética del lenguaje e hiriesen
la forma amable del trato entre comu-
nistas hombres, mujeres y niños...
La corrupción de las costumbres
había desaparecido por completo.
La prostitución no era más que un
triste recuerdo de una época libertina
y depravada. El alcohol y los espiri-
tuosos habían sido desterrados como
bebida. Solamente la pasión por el
tabaco no había sido extirpada del
todo todavía; una reducida minoría,
a pesar de todo, seguía siendo esclava
del vicio de fumar, afortunadamente
el menos repugnante. Pero como no
existía venta de cigarros, los fumadores
cultivaban y cuidaban ellos mismos las
plantas de tabaco que necesitaban para
su consumo personal, con lo que sólo
se perjudicaban a sí mismos.
El cambio de forma social había
operado una transformación radical
en la mentalidad general. La abolición
de la propiedad privada y la supresión
del oro como valor representativo de
la producción, habían asestado un
golpe mortal a la delincuencia. Luego,
la desaparición de las diarias preocu-
paciones económicas individuales, y
la satisfacción que experimentaron los
comunistas con los nuevos métodos de
trabajo adoptados que simplificaban y
aliviaban la labor, reduciéndola a unas
cuantas horas diarias, influyeron pode-
rosamente para libertar los ánimos de
aquella hostilidad latente, que en la
sociedad capitalista contagiaba los
espíritus, enemistándolos por razones
de interés.
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Fragmentos
Muy contados fueron los individuos que
se mostraron reacios al nuevo estado de
cosas. Hubo, asimismo, algunos incons-
cientes que no tuvieron el menor escrú-
pulo en aprovecharse del esfuerzo ajeno,
consumiendosincontribuirenlaproduc-
ción, o simulando hacerlo, pensando
poder vivir cómodamente, como buenos
zánganos, engañando a los productores.
Esto, como es natural, no podía tole-
rarse. Pero ¿cómo hacer para obligarlos
a trabajar? ¿Tener espías, crear tribu-
nales, nombrar jueces?
Esto hubiera sido imitar el absurdo
sistema de represión inventado por
los burgueses, sistema de represión
“que hiere una vez más al robado al
pretender castigar al ladrón”.
Pero dicho sistema no resuelve nada,
ya que su acción no puede ser otra que
la de reprimir, siendo bien probado
que le es imposible impedir el delito.
Los jueces pueden mandar a presidio
al delincuente, pero lo que no podrán
hacer nunca es evitar que robe el
ladrón o asesine el criminal. Su papel
se reduce, en consecuencia, a castigar
al culpable, y con el encierro del delin-
cuente la justicia se declara satisfecha.
Pero, al aprisionarlo, ella se ve no
solamente obligada a alojarlo gratui-
tamente durante todo el tiempo de
su condena, sino que debe proveer
también a su alimentación y darle las
ropas que necesite. Y como es preciso
tener dinero para pagar los gastos de
su manutención el robado o la familia
del asesinado, conjuntamente con los
demás miembros de la sociedad que no
fueron perjudicados ni por el asesino
ni por el ladrón y por consiguiente
nada tienen que ver con ellos, deben
saldar la cuenta, una cuenta muy
larga, porque nunca acaba, aunque los
malhechores salgan en libertad, ya que
siempre hay otros para reemplazarlos.
Pero no es sólo el delincuente a quien
debe mantener el robado. ¡¡¡Tiene que
remunerar regiamente los jueces y sus
escribientes; tiene que pagar los comi-
sarios de policía y los guardianes del
orden y de la propiedad; los carceleros
y los obreros que edifican las cárceles,
y abonar también el valor del material
que se emplea para la construcción de
estas últimas!!!...
Esta manera de hacer justicia,
sangrando igualmente a las víctimas
de los delincuentes y a los que no son
víctimas de ellos, no podía convenir,
como se comprende, a los comunistas,
porque era crear al lado de algunos
parásitos dañinos, todo un ejército de
nuevos parásitos mucho más voraces y
temibles que los primeros; además de
ser en alto grado inmoral, por cuanto
deformaba cerebros, moldeándolos
para la ejecución de una obra baja y
deprimente, como lo es la de perseguir
y espiar a los hombres y condenarlos
a una vida de tortura, privándolos de
libertad y de bienestar.
No; aunque en el principio origi-
náronse no pocos incidentes desagra-
dables entre productores y no
productores, los comunistas prefi-
rieron rendir a estos últimos por
la presión moral del ejemplo, sin
emplear la violencia, y consiguiéronlo
en poco tiempo.
Los zánganos de la comuna eran cono-
cidos por todos. Por lo tanto, cuando
un compañero ocupado en un trabajo
cualquiera necesitaba de ayuda, pedíala
al parásito directamente con palabras
insinuantes y amables, diciéndole ser
cosa de corto momento, no atrevién-
dose el otro a rehusar, y con buena o
mala gana hacía lo que se le pedía.
Así, sin aparato de fuerza, sin coerción
de ninguna especie, los refractarios
acostumbrábanse poco a poco a la
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Fragmentos
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vida comunista, regenerándose con
el ejemplo ajeno y convirtiéndose
después en los más entusiastas parti-
darios de la nueva organización social,
cuando vieron cuan inmensa era la
diferencia entre la sociedad comunista
y la antigua forma social; cuando cons-
tataron que la igualdad era un hecho y
que una preocupación única y perma-
nente: el bien de todos, guiaba todos
los actos de los libertarios.
Para conseguir la suma máxima de
libertad soñada, los anarquistas debían
contar, en primer lugar, con la pose-
sión de un elemento productor de
fuerza mecánica poderoso, cuya obten-
ción no requiriese grandes esfuerzos,
sacrificios o trabajo a la colectividad,
y que, además, fuera mudable a
voluntad, adaptable a todos los usos:
calor, energía, luz, movimiento, etc., y
de manejo fácil.
La electricidad, como es sabido, reúne
en sí el conjunto de esas condiciones
preciosas, sin contar aquellas que
ignoramos. El elemento buscado,
estaba, pues, al alcance de sus manos y
los comunistas estaban desde muchos
años atrás familiarizados con él. Pero el
problema no consistía precisamente en
descubrir el fluido eléctrico ni en utili-
zarlo, sino en encontrar medios nuevos
de producirlo y tenerlo en abundante
reserva, sin recurrir al carbón, cuyo
empleo implicaba para los comunistas
estar bajo la dependencia de otras
agrupaciones, ya que en los dominios
de los hijos del Sol no había minas de
hulla, y si las hubiera habido, habrían
quedado sin explotar por considerarse
la extracción del nuevo combustible
trabajo indigno de un hombre libre.
Representando la hulla la esclavitud
para el minero y una subordinación a
otras regiones inadmisible, era preciso
eliminarla, y en vez de pedir al vapor
de agua la fuerza motriz que acciona
las máquinas generadoras del fluido
misterioso, los comunistas resolvieron
captar una parte de la fuerza prodi-
giosa que desarrollan en la superficie
del planeta los elementos naturales en
incesante movimiento: vientos, ríos,
cascadas, calor solar, etc.
Ahora, Super retrocedía con el pensa-
miento, al corto período de febril
espera, en que todas las facultades
inventivas del hombre tenían este solo
fin: domar las fuerzas de la natura-
leza para hacerlas servir a la obra de
civilización libertaria. El éxito había
sido completo, consiguiendo el genio
humano dominar plenamente las
corrientes atmosféricas y terrestres,
con cuya potente ayuda tenían asegu-
rada la producción del fluido eléctrico
en cantidad suficiente para todas las
necesidades y usos de la comuna.
Ingeniosas máquinas y aparatos
de todas formas y tamaños fueron
ideados para llegar a dicho resultado.
Gigantescos eolipilos colocados en los
puntos más altos de las colinas giraban
incesantemente accionados por el
soplo poderoso de la tempestad o el de
las más leves brisas.
Instalaciones especiales permitían
recoger directamente en los acumula-
dores la electricidad atmosférica que
grandes cometas metálicas iban a arre-
batar en la región de las nubes.
Un descubrimiento hecho por uno de
los comunistas permitía descomponer
los rayos solares en fuerza eléctrica,
obteniéndose con este procedimiento
una provisión de fluido importante
durante los días despejados.
Las caídas de agua, naturales o artifi-
ciales, y la impetuosa corriente de ríos
y arroyos movían mecanismos senci-
llísimos que tenían también el mismo
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Fragmentos
objeto: producir electricidad para apro-
visionar las baterías de acumuladores.
Paralelamente a los trabajos relacio-
nados con la producción de la elec-
tricidad, los libertarios ocupáronse
en hacer los acumuladores necesarios
para almacenar el fluido. Considerable
era su número, teniendo en cuenta los
múltiples empleos a que estaban desti-
nados. Efectivamente, cada grupo de
casas contaba con una instalación eléc-
trica independiente que las proveía de
luz, calor, etc., y también para dar la
fuerza necesaria a la extracción del agua
de consumo, cuando por falta de viento
no giraban las ruedas aéreas de los
molinos; y las instalaciones mecánicas
de los talleres, los automóviles de carga,
aeroplanos, electrocicletas y máquinas
agrícolas, necesitaban igualmente su
correspondiente dotación de receptores
de energía eléctrica. Por dicha causa, los
libertarios dieron atención preferente a
la construcción de estos aparatos, a la
de los motores y de los dínamos; siendo
así que en vista del papel importante
desempeñado por la electricidad, en las
funciones del nuevo organismo social,
ningún comunista pudo sustraerse a la
imperiosa necesidad de conocer a fondo
esta utilísima rama del saber, llegando a
ser todos ellos, en poco tiempo, gracias
a la práctica seguida de esta ciencia,
habilísimos electricistas.
La aplicación del fluido accionante se
extendía hasta el servicio de limpieza de
la ciudad, el que se efectuaba por medio
deunnuevosistemadebarredorasmecá-
nicas, que sacaban automáticamente el
polvo y las suciedades de la calzada aspi-
rándolos para recogerlos en un depósito
adecuado del que estaban provistas. Una
veintena de estas máquinas “higieniza-
doras” bastaban para el aseo de la ciudad,
delqueseencargabanlosmismosvecinos
en sus respectivos barrios.
El alumbrado público y privado
había recibido también una modifi-
cación radical. No habiendo motivo
para desconfiar del prójimo, siendo
todos los habitantes de la ciudad
anarquista, compañeros y amigos, no
eran de temer ningún asalto o agre-
sión de parte de nadie, razón que
no hacía mayormente necesaria la
iluminación permanente de las calles
durante todas las horas de la noche.
Siendo estas calles, además, siempre
limpias y conservadas en buen estado,
no se corría el peligro de enlodarse a
cada paso o de caer en ninguna zanja
abierta bajo los pies del transeúnte,
desapareciendo por lo tanto toda posi-
bilidad de percance desagradable, lo
que hizo que se adoptase el sistema
del alumbrado facultativo, teniendo
en cuenta que las sombras de la noche
tienen también su poesía y su encanto,
resultando una economía de electri-
cidad enorme para la comuna. La luz
se obtenía por medio de acumuladores
cargados para una semana y colocados
en los almacenes y depósitos, y de
distancia en distancia en los caminos.
El tránsito de los vehículos cesando
totalmente al anochecer, las vías carre-
teras no precisaban de luz artificial. En
cuanto al movimiento de peatones,
su poca importancia hacía posible la
costumbre de alumbrarse el camino
a sí mismo, en las noches obscuras,
abriendo o cerrando sucesivamente al
pasar las llaves de la corriente eléctrica,
teniendo así luz a voluntad durante
todo el tiempo que se necesitaba.
En los diversos locales comunistas
(talleres, almacenes, garajes, etc.), se
recurría al mismo procedimiento,
porque tampoco allí se hacía inútil
derroche de luz, no imitando en esto
a las tiendas o negocios de las ciudades
burguesas, donde la electricidad se
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Fragmentos
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consume inútilmente bajo las mil
formas de intensidad que el capricho
capitalista quiere darle, para mayor
provecho de los accionistas de las
compañías suministradoras del fluido;
con lo que quedaban suprimidas
las grandes usinas generadoras de
corriente a alta tensión, así como las
extensas y peligrosísimas instalaciones
urbanas con sus gruesos cables aéreos
o subterráneos.
Bastándose a sí misma, la comuna
anarquista no necesitaba ya hacer
venir de lejanas regiones las montañas
de productos de todas clases, que en el
régimen capitalista había que pedir a
los cuatro puntos cardinales del país,
o a las naciones vecinas para abastecer
las grandes ciudades.
Con esto desaparecía el comercio y
negocio de dichos productos, los que
exigían un intercambio de corres-
pondencia escrita rápido y continuo,
y un activo servicio de corretaje, que
hacía imprescindible el uso de medios
de transporte acelerados y frecuentes
para las personas y las cosas. Y no exis-
tiendo tampoco aquella masa inestable
de gente laboriosa que por motivos de
comodidad y por cuestiones econó-
micas se veían en la necesidad de
residir fuera de los grandes centros de
población, teniendo sus ocupaciones
en ellos, y cuyo diario desplazamiento,
por consiguiente, era forzoso, debían
adoptar aquel género de traslación, el
conservar por más tiempo los servicios
de ferrocarriles y los metropolitanos
eléctricos no tenían objeto.
Reducidas las transacciones y comu-
nicaciones de comuna a comuna, a un
mínimo insignificante, éstas se hacían
con entera satisfacción por medio de
electrocicletas,automóvilesyaeroplanos,
según las circunstancias o la necesidad.
En estas condiciones, el movimiento
de trenes debía disminuir en una
proporción enorme, y el material
rodante inactivo, hubiérase deterio-
rado o destruido lentamente en los
depósitos, sin contar que el trabajo
permanente que reclaman las vías para
quedar en buen estado, nunca hubiese
sido compensado por los pocos bene-
ficios obtenidos.
Y sin embargo, ¿quién hubiera pensado
que algún día el hombre podría pasarse
sin aquellos potentes y rápidos instru-
mentos de transporte que durante tanto
tiempo habían sido factor de progreso y
civilización, y relegarlos al olvido?
Es que los ferrocarriles habían hecho su
tiempo, estaban de más en la racional
organización libertaria. Conservarlos
era imposible, sin seguir las huellas
de una peligrosísima rutina. Y los
anarquistas no serían tales si fuesen
rutinarios. La locomotora debía ser
sacrificada, y lo fue.
Es así como el verdadero progreso
debe obrar, simplificando siempre más
las cosas en vez de ir complicándolas
de día en día, si queremos que vaya
resultando una hermosa realidad la
felicidad sobre la tierra.
3. Descripción de la ciudad
La Plaza de la Anarquía, como puede
verse en el plano adjunto, formaba el
punto central exacto de la ciudad. En
la parte sur estaba la Sala del Consejo
comunista, y en el lado norte el gran hall
destinadoaejerciciosfísicosyjuegosatlé-
ticos. Entre el hall y la Sala, en el costado
este, se hallaba el teatro anarquista.
Decimos que la Plaza de la Anarquía
ocupaba el centro de la ciudad. El
barrio industrial de la misma formado
por los talleres y fábricas, y el barrio de
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los almacenes y depósitos hacían alre-
dedor de dicha plaza una doble cintura
de construcciones totalmente despro-
vistas de adornos arquitectónicos.
La primera cintura estaba limitada de
un lado por la calle de la Anarquía, que
circundaba la plaza de la cual tomaba
el nombre y del otro lado por la calle
de la Actividad. Estaba compuesta por
los talleres de mecánica, electricidad,
carpintería, tipografía, relojería,
zapatería, telares, mueblería, fábricas
de vidrio, fundición, panificación,
elaboración de pastas, etc., dispuestos
en doble hilera, una con frente y
salidas sobre la primera de las calles
nombradas, la otra sobre la segunda,
además de comunicarse los talleres
por sus fondos.
Cada taller estaba perfectamente
organizado e instalado con todos los
adelantos modernos en maquinaria
y herramientas; poseía una biblio-
teca completa de las obras técnicas
especiales al arte u oficio a que estaba
destinado, y contaba además, con un
botiquín de primeros auxilios.
Unos caminitos arenosos trazados en el
césped entre plantas y flores, comuni-
caban las calles de la Actividad y de la
Anarquía acortando distancias y sepa-
raban los talleres, en los que entraban
torrentes de luz, de sol y de aire.
La segunda cintura separada de la
primera por la calle de la Actividad,
la constituían los garajes, depósitos y
almacenes, ubicados también sobre
dos líneas: con frente a los talleres, los
depósitos y garages; y lindando con la
vía de la Abundancia, los almacenes.
En los depósitos se guardaban los
productosdelatierrayderivados:trigo,
maíz, yerba, pastos, papas, harinas,
etc.; en los garages, las máquinas agrí-
colas, automóviles de carga y otros
vehículos, aeroplanos, etc.
Los almacenes de comestibles, las
panaderías, bodegas, las boticas,
droguerías y demás locales en que
se encontraban las prendas de vestir
para ambos sexos, estaban ubicados,
como queda dicho, sobre la vía de la
Abundancia, frente a la ciudad habi-
tada propiamente dicha, la que se
extendía sobre la prolongación del
cuadrado industrial y de los depósitos,
en una parte completamente aislada
del ruido del trabajo y de los incon-
venientes ocasionados por el tránsito
de los vehículos, entre las diago-
nales Armonía, Libertad, Amistad y
Humanidad, haciendo ella misma una
tercera y última cintura cuya parte
exterior lindaba con la campaña.
Esta disposición tenía por objeto
poner al alcance de la mano de los
comunistas los víveres y todas las
cosas que necesitaban, siendo que
cada lado del cuadrado contenía igual
cantidad de panaderías, almacenes,
tiendas, farmacias, bodegas, etc.,
en número suficiente para el abas-
tecimiento de su población, lo que
resultaba sumamente cómodo para
todos, puesto que tanto los que habi-
taban al Norte de la ciudad como los
que vivían al Sur, al Este o al Oeste,
tenían una distancia igual que reco-
rrer para proveerse de cuanto les hacía
falta. El área cubierta por todos estos
locales, depósitos, almacenes, talleres,
garajes, etc., no era, por lo demás,
muy considerable, aunque a primera
vista podría parecerlo. Esta super-
ficie no sería quizás, superior a diez
hectáreas, inclusas las vías de acceso y
los jardines que la hermoseaban. Y es
fácil comprenderlo.
La solución del doble problema econó-
mico y social, relativo a la posesión del
bienestar y de la libertad para todos,
consistía, según las nuevas comunas
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Fragmentos
316
anarquistas, en “bastarse a sí mismas”.
Para conseguirlo, era, pues, necesario
que cada pueblo o comuna desarro-
llara sus actividades y energías en todas
las ramas de la producción, agrícola e
industrial, para obtener de este modo
todo lo que precisaba, tanto en lo
concerniente al consumo como en lo
relativo a las demás necesidades mate-
riales e intelectuales de la existencia.
Lo más importante, naturalmente, y lo
que por consiguiente requería mayores
esfuerzos y trabajo permanente, era
la agricultura. Todos los comunistas
eran agricultores, y nada se emprendía
mientras las labores de la tierra recla-
maban la cooperación de todos.
Así reinaba la abundancia en los depó-
sitos y graneros de los comunistas, de
tal suerte que siempre quedaba un
sobrante suficiente en reserva para los
años malos o para ayudar a las comunas
vecinas castigadas por alguna catástrofe
atmosférica o calamidad pública.
Sin embargo, los trabajos agrícolas no
podían ocupar todo el tiempo de los
anarquistas. Y como éstos necesitaban
también vestirse, calzarse, etc., fabricar
sus herramientas y nuevas máquinas;
hacer sus casas, etc.; imprimir libros,
estudiar nuevos procedimientos de
producción, dedicarse a investiga-
ciones y experimentos científicos,
y también cultivar las artes agrada-
bles como la música, la escultura, la
pintura, etc., para recreo del espíritu,
el tiempo se dividía racionalmente
entre cada una de estas ocupaciones
quedando muchas horas libres para el
sueño y el descanso.
Siendo la población de las comunas
relativamente poco numerosa y senci-
llos sus gustos y costumbres, estaban
de más las grandes empresas de la
época del capitalismo con sus pode-
rosas usinas y fábricas inmensas: unos
cuantos talleres de cada clase sobraban
para la producción de todo lo que
exigía la vida comunista, teniendo en
cuenta que en todos los oficios esta
producción estaba limitada a las cosas
de utilidad general, razón por la cual,
donde antes se necesitaban verdaderos
ejércitos de obreros para alimentar el
mercado mundial, de un sinnúmero de
artículos de conveniencia muy discu-
tible, sólo eran precisos ahora pocos
individuos para proveer la ciudad anar-
quista de los objetos indispensables.
Es así, por ejemplo, como el trabajo
de imprenta había disminuido en una
proporción enorme, por la eliminación
de los diarios y revistas políticas, de la
literatura hueca, y de una multitud
de impresiones sin objeto en la nueva
organización social, como los impresos
comerciales, reclamos, etc., lo que
importaba una reducción colosal en la
fabricación del papel, de las tintas, de
las prensas, tipos movibles y linotipos,
motores y fuerza eléctrica, etc., etc. Las
obras de carpintería habían bajado en
una proporción evidentemente menor
pero no sin importancia, ya que las
casas eran de vidrio y no entraba la
madera en su fabricación.
Es verdad que las fundiciones para
viviendas ocupaban algunas energías
suplementarias, pero así y todo la
economía de tiempo y de gente era
grande, puesto que con ello se reem-
plazaba total o parcialmente varios
gremios importantes: albañiles, ladri-
lleros, pintores, carreros, etc. Y lo
mismo pasaba con los otros oficios.
En estas condiciones, las comunas
dejaban de ser tributarias unas de
otras y de las regiones lejanas, porque
encontraban en su propio territorio
los medios y recursos para desarro-
llarse libremente, y como la juventud
anarquista se criaba en los talleres y
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Fragmentos
entre las máquinas o se mezclaba con
los mayores ocupados en las faenas
del campo, cuando no estudiaba en la
escuela o no tomaba lecciones de cosas
en los cuatro puntos cardinales de la
región, el niño llegaba a hombre fami-
liarizado con el funcionamiento de la
maquinaria industrial y agrícola, estaba
al corriente de las diversas instalaciones
y métodos de producción, habiendo
adquirido poco a poco, la práctica
necesaria para todas las labores.
Es así, como el hijo de la ciudad liber-
taria sabía indistintamente manejar un
telar,imprimirunlibro,hacerunainsta-
lación eléctrica, fabricar herramientas,
accionar una panificadora, fundir
casas, etc., lo mismo que entendía de
física y de química y conocía todo lo
relacionado con los trabajos agrícolas,
agregando a esta universalidad de apti-
tudes la de “chauffeur” o conductor de
automóvil y ¡hasta la de aviador expe-
rimentado!...
Esta multiplicidad de profesiones
y diversidad de conocimientos, les
permitía colaborar útil e inteligente-
mente en casi todas las obras o trabajos
de la comuna, y como la producción
en lo relativo a las cosas de uso no
muy apremiante se hacía a medida
que éstas se iban necesitando, evitá-
base caer en el peligro de someter los
miembros de la comuna, al absurdo y
odioso sistema de producción indus-
trial intensiva adoptado en la época
del mayor desenvolvimiento y poderío
del capital, en que el trabajador era
doblemente víctima de una organiza-
ción social monstruosa, que lo tenía
esclavizado de cuerpo y de espíritu;
régimen maldito en que el oro reinaba
insolente sobre el universo, siendo
sacrificado el individuo en holocausto
a los intereses, no de la masa como se
pretendía hacerlo creer, puesto que
como unidad de dicha masa, algo de la
producción general debía pertenecerle
–y sucedía precisamente lo contrario–
pero sí a los de una ínfima minoría
de parásitos privilegiados, dueños de
la riqueza social, y que explotaban al
obrero a su capricho, sometiéndolo a
una organización del trabajo absolu-
tamente irracional y atrofiadora de las
más bellas cualidades humanas.
¿Se concibe condición más miserable
y desastrosa que la de estos pobres
parias de ambos sexos, quienes para
ganarse un jornal exiguo, siempre insu-
ficiente para conseguir las cosas más
indispensables a la vida, tenían que
desempeñar durante diez, doce, catorce
o más horas diarias, funciones o labores
extenuantes y aburridoras, muchas
veces viles, humillantes o desmoraliza-
doras, siempre las mismas, durante toda
su existencia, en húmedos y oscuros
sótanos transformados en talleres, o en
locales inadecuados, estrechos y antihi-
giénicos? Labores que consistían para la
costurera, por ejemplo, en estar sentada
accionando rápidamente con los pies
en el pedal de la máquina de coser,
desde el amanecer hasta muy entrada
la noche, encorvada sobre esta diver-
tida y agradable tarea: coser calzones
y más calzones, y, para “descansar”
abriendo ojales o atando botones en
prendas eternamente iguales, con una
retribución tan ínfima que apenas si
lo ganado superaba el gasto del hilo
usado y comprado por la obrera; para
el soplador de botellas, en dirigir deses-
peradamente el chorro de aire aspirado
sobre el vidrio en fusión, hoy, mañana
y siempre, hasta quedarse tísico y fuera
de servicio a los treinta años de edad;
para el minero en estar sepultado en las
entrañas de la tierra, para extraer peno-
samente el negro combustible, sin ver
nunca el sol ni la luz del día, ni poder
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Fragmentos
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admirar jamás los sublimes espectáculos
de la naturaleza, y expuesto a perecer de
muerte horrible en todo momento, en
alguna baja y oscura galería, herido a
traición por el siniestro grisú o ahogado
por una inundación repentina; y esto,
de padre en hijo y de generación en
generación, sin esperanza alguna de
poder escapar un día a suerte tan espan-
tosamente trágica...; para el panadero
en amasar fatigosamente la nutritiva
pasta, día tras día y noche tras noche,
hasta que la tuberculosis asesina lo
convierta en triste ruina humana, en
un cadáver ambulante; para el tipó-
grafo, en hacer invariablemente los
misinos movimientos maquinales del
brazo encima de la caja, llena de tipos,
delante de la cual está parado; para el
empleado de tranvía o de ferrocarril en
agujerear y remitir al viajero pedacitos
de papel o cartoncitos numerados; para
el “motorman” en detener el coche cada
uno o dos minutos y ponerlo en marcha
nuevamente otras tantas veces; o, como
el dependiente de comercio, estarse
tras del mostrador durante intermina-
bles horas de inactividad aburridora,
a la espera del cliente, para facilitarle
unos objetos que éste, sirviéndose a sí
mismo y sin molestar a nadie, podía
tomar directamente en los estantes
respectivos, etc., etc.; ¡esto sin hablar
de aquella “genial” división del trabajo
que hace intervenir una legión de traba-
jadores en la confección de ciertos
objetos fabriles, como la de la aguja,
entre otros, que pasa por las manos de
ciento veinte obreros diferentes antes de
ser definitivamente concluida y puesta
en venta! Métodos de labor tan irracio-
nales no podían subsistir en la sociedad
anarquista, donde el trabajo libre y
variado reemplazó al oficio único, ese
anestésico de la inteligencia y de sus
facultades creadoras.
Al revés de lo que pasaba con la
sociedad capitalista, en la que el oro era
todo y el individuo nada, en la comuna
anarquista el individuo era todo y el
oro, desposeído de su valor ficticio y
anulado como factor de riqueza social
e individual, innecesario como agente
de transacciones comerciales o remu-
nerador de servicios, había vuelto a
ocupar en la escala de los metales útiles
al hombre, el sitio que le corresponde
debajo del acero y del hierro.
Ningúnmóvilbajooegoístaguiabaalos
miembros de la sociedad anarquista. El
esfuerzo individual tenía un solo fin: el
bien de todos y las actividades de todos
combinábanse armónicamente para
hacer individualidades felices y buenas.
No se trabajaba con el afán absurdo de
amontonar, esclavizando tontamente
el presente por miedo al porvenir. Se
procuraba intensificar por todos los
medios, la alegría de vivir, alejando
de la existencia toda causa de dolor o
amargura: conservando cada una de sus
unidades tuertes, inteligentes y libres y
en pleno goce de bienestar y salud; tal
era la preocupación dominante en la
comuna anarquista.
Cuatro anchas diagonales daban
acceso desde afuera al cuadrado de
los talleres, depósitos y almacenes,
que venía a ser como el corazón de la
ciudadanarquista:alNorte,ladiagonal
Armonía; al Sur la de la Libertad; al
Este, la de la Humanidad y al Oeste,
la de la Amistad.
Estas diagonales eran, con las calles
de la Anarquía, de la Actividad y el
camino de la Abundancia, las únicas
vías “carreteras” que cruzaban la
ciudad poniéndola en comunicación
con los pueblos vecinos.
Como las nuevas concepciones de
la existencia y las necesidades de las
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Fragmentos
jóvenes ciudades, eran totalmente
distintas de las que habían prevale-
cido para la creación y desarrollo de
las inmensas ciudades de la época
de la burguesía, con su extensa y
complicada red de calles y vías de
comunicación en las que circulaban
incesantemente millares de carros y
vehículos de todas clases levantando
nubes de polvo pestilente que lo
invadía todo, penetrando hasta en las
mismas habitaciones situadas –¡colmo
de aberración!– a ambos lados de tan
asquerosos caminos, contaminando el
aire respirado por la población, librada
así al ataque de los más inmundos
agentes destructores de la salud, se
había procedido de modo completa-
mente distinto en todo y por todo.
El tránsito de las máquinas agrícolas y
otras saliendo al campo o volviendo a
su garaje o cobertizo, y el de los elec-
tromóviles de todas clases que iban y
venían trayendo o llevando cargas para
el abastecimiento de los depósitos y
almacenes, o los materiales necesitados
por los talleres, se hacía por las calles y
diagonales citadas, sin tener que pasar
por la ciudad habitada.
Esta formaba un parque inmenso
alrededor de la ciudad industrial. Sus
calles, exclusivamente destinadas a los
peatones, eran caminos arenosos que
serpenteaban a través de los jardines
contiguos a cada casa.
La disposición de las casas en la ciudad
de los hijos del Sol, distaba mucho de
semejarse a la de la ciudad burguesa:
más poética y racional era la distribu-
ción de las moradas anarquistas.
Grupos de chalets surgían de distancia
en distancia por entre las siluetas de las
palmeras gigantes que abrían sus sober-
bios parasoles sobre las finas flechas de
los puntiagudos techos, que traspa-
saban la enmarañada frondosidad de
los jazmines trepadores, en lucha rival
con los espinosos rosales.
Artísticos puentes aéreos, de cuyas
balaustradas los malvones hiedra
colgaban en guirnaldas floridas, unían
estas deliciosas moradas. Por todas
partes se admiraba un verdadero
desbordamiento de rosas de todas
clases y colores, con profusión tal, que
mezcladas con las blancas estrellitas
de los fragantes jazmines, formaban
verdaderas cascadas de flores que caían
desde los balcones hasta el suelo.
De este modo, los comunistas vivían
en una ciudad limpia, alegre y sana,
donde el aire era oxígeno puro, no
un compuesto horrible de miasmas y
podredumbres.
La ciudad anarquista no había sido
edificada antojadizamente en un sitio
cualquiera por sus fundadores, como
generalmente sucedía con las ciudades
burguesas.
Efectivamente, su primer cuidado fue
de elegir un lugar alto y pintoresco, y
resguardado de los fuertes vientos.
Encontrado el lugar, la cuestión del
agua, después, era la más importante.
Obtenida ésta de buena calidad se
procedía a la perforación de un número
suficiente de pozos semisurgentes cuya
agua era elevada a los depósitos por
mediodemolinosaviento.Cadapozoy
cada depósito servía para cuatro grupos
de seis casas, es decir, para veinticuatro
moradas; así se eliminaban las grandes
cañerías con su complicada distribu-
ción e instalación, simplificándose el
trabajo por lo que se relacionaba con
la fundición de los tubos conductores,
antes colosales, reducidos allí a caños
delgados de fácil fabricación.
Las aguas servidas eran esterilizadas
químicamente, y utilizadas después
para el riego de los cultivos.
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Fragmentos
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La población de las ciudades liberta-
rias fluctuaba entre diez y doce mil
habitantes. Se tenía mucho cuidado de
que esta última cifra no fuese excedida,
por considerar pernicioso o perjudicial
para la salud pública, la libertad indi-
vidual y el bienestar general una mayor
agrupación de personas.
Como los nacimientos superaban
mucho a las defunciones, cuando la
población había aumentado de uno
a dos mil individuos se procedía a la
elección de otro lugar para una nueva
ciudad, a una distancia no menor de
veinte kilómetros. Se perforaban pozos,
instalaban cañerías, y después de dotar
al nuevo pueblo de los talleres, depó-
sitos y almacenes indispensables, y de la
cantidaddecasasnecesariasparaalbergar
a los primeros habitantes, se efectuaba
el traslado del sobrante de población
de la ciudad-madre, al que juntábanse
elementos de las ciudades vecinas que
se hallaban en iguales condiciones,
siendo ayudado el nuevo núcleo en sus
comienzos por las diversas comunas de
que procedían sus miembros.
Hemos dicho que las moradas de la
ciudadanarquistaeraneleganteschalets
de vidrio, de una sola pieza, fundidos
en moldes gigantescos por medio de
la electricidad. Los había de varias
formas; de diferentes dimensiones y
colores, predominando el naranja, azul
oscuro, el granate y el verde.
Estos chalets tenían pared doble relle-
nado el espacio vacío con sustancias
refractarias al calor.
El mayor número de estos maravi-
llosos palacetes tenían tres piezas, dos
en la planta baja, y una en la parte
alta. Los demás sólo tenían dos. Estos
últimos estaban habitados por los
que querían aislarse y vivir solitarios;
los primeros, al contrario, servían de
morada para aquellos que necesitaban
compañía: eran para dos personas,
teniendo así cada una su dormitorio y
sirviendo la pieza restante a la vez de
comedor y de salón.
Sin embargo, había también casas
de cuatro piezas, aunque en número
reducido. Estaban destinadas a los
pocos comunistas que habían conser-
vado las costumbres matrimoniales y
familiares de antaño, y cuyos hijos,
concluido su tiempo de educación
comunista y libertaria, volvían a
reunírseles por voluntad propia y
deseaban quedar bajo el mismo techo
que sus padres. Pero conviene decir
aquí, que en la comuna anarquista, la
mujer no asociaba su existencia a la de
ningún compañero. Repudiando toda
sujeción masculina, ella tenía “home”
propio, en el que vivía sola, indepen-
diente, sin que esto, naturalmente,
implicase renunciar a los tiernos
afectos del corazón. Sustraída así a la
influencia y dominación egoísta del
macho, libertada además de las mise-
rables preocupaciones económicas, y
por consiguiente dueña de sí misma,
ella era verdaderamente libre y la
igual del hombre.
La arquitectura de estos chalets era
una combinación feliz de estilos
etrusco y japonés; tenían todos una
ancha baranda o galería circular, soste-
nida por columnas de vidrio de colores
combinados de bonito efecto decora-
tivo. La techumbre de estos pequeños
castillos encantados, estaba dispuesta
interiormente, en forma de bóveda
luminosa. De sus diminuías cúpulas
transparentes, caía de noche, de focos
eléctricos invisibles, dulce pero sufi-
ciente claridad.
Los muebles principales que ador-
naban estas viviendas, como cama,
mesa, armarios, sillones, etc., estaban
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N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Fragmentos
fundidos junto con la habitación y
formaban un solo bloque con ella.
Elegancia, solidez, impermeabi-
lidad, higiene, tales eran las princi-
pales ventajas del empleo del vidrio,
con preferencia a la madera, antes
tan empleada para la fabricación de
mueblaje recargado de molduras y de
adornos imposibles de limpiar. Con el
nuevo sistema, no se necesitaba sino
breve momento para el lavado de los
pisos, paredes y muebles, el que se
hacía con suma facilidad mediante
una sencilla esponja, quedando todo
después tan reluciente y nuevo como
el primer día.
A todas estas ventajas había que agregar
también la de una economía notable de
tiempo y de fuerza muscular. Una casa
que antes necesitaba un par de meses
para su construcción, se hacía ahora
con los nuevos procedimientos eléc-
tricos de fundición, en menos de una
semana ¡con su mobiliario completo!
Además, la abundancia de la materia
prima, su fácil extracción y manipula-
ción, que la habían hecho elegir para la
fabricación de las moradas anarquistas,
había contribuido a la eliminación de
varios oficios bastante sucios, antihi-
giénicos y muy poco atrayentes: como
hemosdicho,tantolospestilenteshornos
de ladrillos como los obreros ladrilleros
condenados a una labor ingrata y mal
remunerados, habían desaparecido, y
con ellos, los carreros encargados del
transporte de aquel pesado material, los
pintores, empapeladores y decoradores,
etc., lo cual redundaba en beneficio de
las labores agrícolas y otras ocupaciones
provechosas por la mayor disponibi-
lidad de brazos, lo que se traducía lógi-
camente por un aumento considerable
de la producción útil de la cual tan
directamente dependía la felicidad de
las nuevas comunas.
Las instituciones comunistas más
importantes se encontraban fuera del
cuadrado central de la ciudad.
Una de éstas, y ciertamente la más
simpática, era la “Pouponnière’’ o
“Cuna”, para los pequeños comunistas.
Cada sección habitada de la ciudad,
tenía la suya. En ella se asistían las
parturientas y se cuidaba y criaba a los
recién nacidos. La “Pouponnière” era,
además, una escuela permanente en la
que se enseñaba prácticamente a las
jóvenes anarquistas el arte delicado de
atender a las criaturas de tierna edad.
Cada “Cuna” componíase de nume-
rosos chalets de varias habitaciones.
Algunos de estos palacetes estaban
destinados a las parturientas. Los
demás a las cuidadoras y los infantes.
Éstos permanecían allí durante la
época de la lactancia y la de la primera
infancia, es decir, hasta los seis años
cumplidos, tanto los varones como las
niñas, de modo que, en ningún caso,
los hijos quedaban bajo la dirección o
el dominio de sus padres.
Cuatro Casas de Salud u hospitales
tenía la ciudad anarquista; una para
cada barrio o sección comunista. Éstas,
que en un principio habían tenido
dimensiones mucho más amplias
que las actuales, cuando los indivi-
duos de temperamento enfermizo
–resultado natural del duro régimen
de explotación al que fueron some-
tidos y de las privaciones y miserias
padecidas, y además muy ignorantes
en ciencia médica–, necesitaban con
frecuencia del auxilio ajeno, para
aliviar sus dolencias o restablecer su
salud quebrantada, habíanse reducido
poco a poco, hasta no contar más de
cuatro pequeños pabellones cada una,
sólo ocupados parcialmente, cuando
alguna desgracia accidental ocasionaba
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Fragmentos
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víctimas, a las que era necesario dar
cuidados especiales o efectuar una
operación quirúrgica. Los comunistas,
enriquecida su sangre por un sistema
de vida más racional y natural, reju-
venecido el organismo por su nueva
condición de hombres libres y felices,
e iniciándose sin violencia en el arte
de cuidar y conservar la propia salud,
se habían librado paulatinamente
de la casi totalidad de sus antiguas
dolencias, y cuando por casualidad,
alguna afección o enfermedad pasa-
jera, debida más a imprudencia del
paciente que a otra causa, condenaba
a inacción momentánea a alguno de
ellos, quedábase éste en su habitación
donde amigos de ambos sexos lo visi-
taban y cuidaban, haciendo obra de
solidaridad, retribuida de la misma
manera cuando ellos se hallaban en
igual situación. Pero, las más de las
veces sucedía que el enfermo ingeniá-
base para no molestar a nadie, aislán-
dose y cuidándose solo, cuando sus
dolencias no le quitaban del todo el
libre uso de piernas y de brazos.
En los casos rarísimos, en que la vida
del enfermo peligraba, se le trans-
portaba a la Casa de la salud, donde
expertos compañeros lo atendían.
Como en las comunas anarquistas el
arte de curar no servía para prolongar
indefinidamente el estado anormal del
paciente, con la criminal e indigna
intención de lucrar con sus dolores
–como antes sucedía con demasiada
frecuencia, cuando el enfermo era
hombre de fortuna, o para ensayar
con el desgraciado y pasivo organismo
del proletario indigente, indecente-
mente convertido en campo de experi-
mentos para lograr nuevas fórmulas de
curación infalible, de esas que curan
durante el solo período en que están
de moda y que explotan sin la menor
vergüenza ni pudor los gloriosos
charlatanes del oficio–, pero sí, era
empleado para devolver rápidamente
la salud al que estaba privado de ella,
y tan pronto como el convalesciente
tenía fuerzas para hacerlo, abandonaba
su lecho de dolor de la Casa de salud,
para volver a su domicilio y confiar a la
acción reconstituyente de los agentes
naturales: aire, sol, etc., la terminación
de su cura, que sólo dependía de un
suplemento de oxígeno vital.
La Casa de la salud no tenía personal
médico fijo ni enfermeros. Los médicos
y cirujanos de la comuna acudían en
gran número, cuando se necesitaban
sus servicios, turnándose de manera
que quedaban libres buena parte del
día, la que aprovechaban para tomar
parte como los demás compañeros, en
las faenas comunes y para dedicarse a
estudios u otras ocupaciones intelec-
tuales o manuales de su agrado.
Hacían de enfermeras, turnándose
también cuantas veces era necesario,
las personas que por afinidades simpa-
tizaban o estaban ligadas particular-
mente con el doliente por los lazos de
la amistad, o por los más íntimos y
dulces del amor.
Cada barrio poseía su establecimiento
de baños y natación al que acudían
diariamente los comunistas de ambos
sexos. Componíase éste de una gran
piscina, al aire libre, de aguas crista-
linas siempre renovadas. Ésta piscina
tenía más de cincuenta metros de largo
por treinta de ancho. Estaba dividida
en dos partes: una honda para los
nadadores, dotada de cuantos acceso-
rios necesita el bañista para lucir su
agilidad en los ejercicios de la nata-
ción: puentes, trapecios, argollas, etc.,
suspendidos sobre el agua; y la otra
de poca profundidad para los niños y
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aquellos que aun no sabían nadar. Una
doble hilera de corpulentos y altos
eucaliptus plantados alrededor de la
piscina, hacían de aquel sitio, uno de
los más frescos y agradables del lugar.
Enelladoopuestoalobservatorioastro-
nómico, al norte de la ciudad, estaba
situado el gran Coliseo anarquista.
Este Coliseo tenía la forma de las anti-
guas arenas romanas a cielo abierto; y
se daban en su recinto toda clase de
torneos, fiestas y juegos olímpicos;
peromásespecialmente,grandesespec-
táculos artísticos, glorificando la Vida,
la Naturaleza, el Sol, la Anarquía, la
Libertad, el Amor, la Solidaridad, etc.,
y cuyo imponente desenvolvimiento
escénico requería un marco apropiado
a su grandiosa interpretación.
Durante los meses de las grandes
labores agrícolas del año, no se cele-
braban fiestas en dicho Coliseo, pero
se formaban asociaciones o grupos de
jóvenes autores y actores de ambos
sexos, los que se reunían en las horas de
tregua para dar forma y vida a la nueva
creación teatral o para concertarse sobre
la próxima fiesta a realizar o sobre el
espectáculo atrayente proyectado.
Como estos espectáculos necesitaban
grandes y muy diversos preparativos,
tanto para armonizar el conjunto de
la interpretación como para la confec-
ción de la indumentaria necesaria, y
los ensayos de rigor, había que organi-
zarlo todo, con prudente anticipación
para estar listo cuando llegaba la tan
impacientemente deseada temporada
de los grandes festivales anuales.
El autor traía primeramente su obra
al juicio de los compañeros y compa-
ñeras, actores y comediantes, a quienes
la leía y explicaba. Si tenía acogida
favorable de parte de un número sufi-
ciente de ellos, para ser interpretada
debidamente, se aceptaba; los papeles
se repartían según la aptitud y el talento
de cada cual, y los competentes en la
materia, encargábanse de la hechura de
los trajes de los personajes, así como de
la preparación de los adornos y demás
accesorios señalados en la pieza.
Estos actores improvisados reuníanse
cuando las labores lo permitían para
proceder a los ensayos necesarios,
bajo la dirección del autor de la obra
a representar.
A veces se formaban así varios grupos
o asociaciones de actores, con otras
tantas obras o producciones teatrales
diferentes, las que permitían variar agra-
dablemente estas festividades artísticas,
que constituían hermosas y sanas diver-
sionespopularesenlasqueunamultitud
de personas de todas las edades y sexos,
tomaban parte activa y entusiasta como
figurantes de segundo orden.
4. El consejo, órgano de “gobierno”
La Sala del Consejo, ubicada al lado
del teatro comunista, no era ninguna
institución burocrática elaboradora
de decretos imperativos y compuesta
de un personal especial más o menos
parásito a estilo de las administra-
ciones públicas burguesas. Su fin era
muy diferente y mucho más útil que el
de aquéllas. Ella era el alma y cerebro
de la comuna. En ella reuníanse,
todas las noches, las fuerzas vivas de
la ciudad anarquista para deliberar en
común y tomar todas aquellas resolu-
ciones destinadas a dar cohesión a las
actividades generales.
La Sala del Consejo componíase de un
gran local que medía cincuenta metros
de largo por treinta de ancho. En el
fondo había una tribuna, desde la cual
se hablaba a los presentes. La parte que
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le hacía frente, al lado opuesto, estaba
ocupada por hileras de mesas de lectura
provistas de lo necesario para escribir.
Una gran estantería, en la que estaban
colocados los libros que formaban la
valiosa colección de la Biblioteca prin-
cipal, amueblaba ambos costados late-
rales hasta la mitad de su altura.
Para facilitar la tarea del lector,
dicha estantería estaba dividida
en numerosas secciones, cada una
de las cuales tenía un rotulo indi-
cador de su contenido: Astronomía,
Ciencias, Física, Historia, Geografía,
Literatura, Química, Viajes, etc. y el
catálogo de las obras clasificadas en
dichas secciones.
Las partes libres de las paredes estaban
ocupadas por obras de arte: pintura y
escultura, las que adornaban la Sala
con mucha esplendidez.
En el centro de esta Sala se veía una
especie de tabique de madera de dos
metros de alto por diez de largo,
pintado de negro sobre sus dos fases y
que servía de pizarra para los apuntes
de interés general.
En él se leía debajo de grandes títulos
permanentes de color llamativo,
anotaciones escritas con tiza, como las
que siguen:
Consumo
Almacén N° 2, Sud: Escasez de•	
pastas alimenticias.
Almacén N° 7, Este: Falta aceite.•	
Vestuario
Depósito N° 4, Este:•	 Faltan
sandalias.
Depósito N° 1, Oeste: Túnicas•	
escasean.
Talleres
Panificadora N° 8, Norte•	 : En mal
estado.
Fundición de casas
Sección Oeste: Se pide la•	
colaboración de 12 compañeros.
Botica
Sección Sud: Amoníaco, agotado.•	
Garages
N° 3, Sud•	 : Aeroplano N° 7,
revisar el mecanismo del aparato
ascensional.
Agricultura
Región Refugio N° 5: Viñedos:•	
Son necesarios 8 compañeros.
Región Refugio N° 13: Siega:•	
Hacen falta 15 compañeros.
Esta anotaciones se hacían en cual-
quier momento del día por los comu-
nistas cuando pasaban a proximidad
de la Sala del Consejo, o de noche
cuando iban a reunirse con los demás
compañeros. Cuando éstos, al ir en
busca de alguna cosa en los depó-
sitos o almacenes, notaban que ciertas
prendas de vestir escaseaban; o que
diferentes productos de uso industrial
o artículos alimenticios de consumo
diario agotábanse; cuando los que se
encargaban de su fabricación o reno-
vación necesitaban la colaboración de
un número determinado de ayudantes;
o cuando era preciso reemplazar una
máquina usada por otra nueva; cons-
truir o fundir una casa; fabricar un
vehículo, o bien elaborar alguna droga
necesaria; cuando, por otro lado, los
trabajos agrícolas requerían más brazos
para la roturación de la tierra, para la
siembra o la siega o para la poda de
los árboles, etc., estos compañeros lo
anotaban sobre su libreta de apuntes y
cuando entraban a la Sala del Consejo
la primera cosa que hacían era dirigirse
hacia el tabique avisador en el que
325
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Fragmentos
reproducían con tiza lo escrito en su
libreta, a continuación de los apuntes
ya hechos por los demás, en uno u
otro lado de la pizarra, según la natu-
raleza de la cosa o la clasificación que
le correspondía.
Como se ve las diversas regiones o
sitios donde había que acudir para
efectuar la labor señalada, estaban
marcados, para la mejor orientación
de los compañeros, con los números
de orden puestos en todos los talleres,
almacenes, depósitos, etc., y tenían
indicado el punto cardinal correspon-
diente a su ubicación Sud, Norte, Este
u Oeste, según el barrio al que perte-
necían. Para los trabajos del campo,
se señalaba la región con el número
del refugio o cobertizo más cercano,
habiéndolos en todos los lugares
donde, en el año, era menester hacer
alguna labor agrícola.
Pero, como todo en la comuna anar-
quista, se hacía con la mayor natura-
lidad, por propia decisión o iniciativa
personal, porque los individuos que la
componíansetomabangraninteréspor
la buena conservación de lo que cons-
tituía el patrimonio común, cuando
a un compañero le parecía necesario
efectuar alguna reparación o compos-
tura en el material en uso o si notando
alguna deficiencia o anomalía en la
fabricación, rendimiento o conserva-
ción de la cosa pública, creía prudente
remediarlo sin pérdida de tiempo, en
vez de dejar la tarea para otros señalán-
dola en la pizarra avisadora, él mismo
efectuábala en el momento si podía
hacerlo sin ayuda, o con el auxilio de
algún amigo o compañero puesto al
corriente de la novedad.
Sólo cuando la labor en la cual estaba
ocupado con anterioridad no admitía
dilación, o cuando el trabajo a ejecutar
requería la intervención de técnicos
o especialistas, caso muy raro, dado
que todos los comunistas, mujeres y
hombres, distinguíanse como hemos
dicho por su universalidad de apti-
tudes, se recurría a la pizarra para
hacerlo saber a la colectividad.
Los compañeros en busca de ocupa-
ciones se enteraban entonces de las seña-
ladasendichapizarra,ycuandoresolvían
hacer una u otra borraban los renglones
respectivos, con el propósito de darles
cumplimiento al día siguiente.
Siendo las nueve de la noche, hora a la
cual ya no se esperaba más a nadie, se
procedía a revisar el tabique avisador.
Generalmente,éstenoteníayaninguna
traza de los apuntes que llevaba un
momento antes, habiéndose adjudi-
cado los presentes el trabajo a efectuar,
sin ruido, discusiones o imposiciones
de ninguna clase.
Cuandoporcasualidadquedabaalguna
labor anotada y esta era de urgencia,
un compañero subía a la tribuna, para
comunicarlo a la asamblea, pidiendo
a los que tuviesen una labor menos
imperativamente indispensable dar
preferencia a la otra.
Muchosofrecíanseenelactoquedando
todo arreglado amistosamente en
pocos instantes.
Resuelta la cuestión del trabajo
para el día siguiente, compañeros o
compañeras turnábanse en la tribuna
para hablar de asuntos de interés
para la comuna, o daban conferen-
cias sobre ciencias, filosofía, arte u
otro tema interesante.
Cuando no había quien hiciese uso de
la palabra, los presente se sentaban a las
mesas de lectura o formaban animados
corrillos en los que el inventor expli-
caba, con abundancia de detalles, la
importancia de su descubrimiento; el
físico sobre el alcance de sus experi-
mentos de laboratorio o el resultado de
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Fragmentos
326
sus investigaciones científicas; el poeta
declamaba su última inspiración; el autor
teatral hablaba del próximo estreno; el
filósofo, sobre el porvenir de las asocia-
ciones humanas; el literato leía un capí-
tulo del nuevo libro en preparación, etc.,
buscando todos ellos interesar al audi-
torio con sus esfuerzos intelectuales, para
decidir a algunos de los oyentes a cola-
borar con ellos en la realización material
de su idea o de su obra.
5. Educación de niños y jóvenes
Las cuatro Casas de Educación de la
Ciudad libertaria, eran así como una
prolongacióndelas“Cunas”o“Poupon-
nières”, cuyos pequeños pensionistas al
cumplir seis años de edad, ingresaban,
sin excepción, a aquellos estableci-
mientos de enseñanza, donde recibían
una instrucción completa hasta los diez
y siete años, edad en que cesaba el tute-
laje de la comuna y el joven era consi-
derado miembro activo de la misma e
invitado a prestar, como tal, su ayuda al
esfuerzo colectivo.
La escuela comunista estaba situada en
el centro de la parte habitada de cada
barrio, cerca de su “Pouponnière”, y
separada de esta última por la piscina
de natación.
Cada Casa de Educación tenía cinco
categorías de alumnos: la Categoría A,
para los niños de 7 a 9 años; la B para
los de 10 a 11; la C para los de 12 a 13;
la D para los de H a 15 y la E para los
de 16 a 17. Estas escuelas eran mixtas,
es decir, para niñas y varones indistin-
tamente, siendo la instrucción dada
igual para uno y otro sexo.
La Categoría A era, por consiguiente,
la de los más pequeños, y la única en
la que los niños debían pasar tres años
consecutivos.
Estos tres años, por lo demás, no
estaban empleados en llenarles su
tierno cerebro de un mundo de mate-
rias que no hubiesen entendido. Se
buscaba, ante todo, hacerles agradable
el paso de la Cuna a la escuela, para
que no sufriesen mucho con el cambio
de régimen y de costumbres.
Para conseguirlo, las odiosas horas de
clases pasadas entre cuatro paredes frías
y desnudas, en las que el chiquillo debe
quedar inmóvil y silencioso, con el libro
que mira sin ver o lee sin comprender,
eran reemplazadas por alegres paseos
campestres cotidianos, durante los
cuales se les daba sencillas pero entre-
tenidas nociones de cosas relacionadas
con el espectáculo de la naturaleza,
mientras sus pulmones hacían buena
provisión de oxígeno vital.
En dicho período relativamente largo
de tres años, sólo se les enseñaba a leer
y escribir y los primeros elementos de
la aritmética. Pero, en cambio, hacían
mañana y tarde durante más de una
hora cada vez, ejercicios físicos sobre
la plaza de la Anarquía; concurrían dos
veces al día a la pileta de natación; y
se les daba indicaciones generales de
higiene,alasquedebíanatenerseestric-
tamente, como ser: limpieza íntima
a más de los baños acostumbrados, y
aseo y cuidado de los diversos órganos
de su individuo: boca, dientes, nariz,
orejas, manos, pies, uñas, etc.
Se les enseñaba cómo se debe caminar,
tieso el cuerpo, la cabeza erguida sin
exageración; cuál debe ser, corriendo, la
postura del cuerpo y la posición de los
brazos; en el sueño, cuál la posición de
los miembros; el declive suave que debe
tener la cama del durmiente y su orien-
tación de Sud a Norte en el sentido de
las corrientes magnéticas terrestres.
Se les decía, también, cómo deben
masticarse los alimentos para su buena
327
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Fragmentos
asimilación y el funcionamiento
regular del estómago; la manera de
respirar, por la nariz y no por la boca,
como los niños están por demás
propensos a hacerlo; los peligros que
acarrea la sucia costumbre de salivar
sin motivo, tanto para el organismo
del que escupe como para la higiene y
la salud pública.
Se tenía especial empeño, sobre todo,
en corregir o curar esas contracciones
nerviosas faciales o del cuerpo que tan
fácilmente adquieren ciertas natura-
lezas, casi siempre por autosugestión al
notarlas en los individuos que padecen
de ellas, dando el espectáculo grotesco
de aquellas muecas o contorsiones
repentinas de la cara, del cuello o de
los hombros, tan feas y ridículas, lo
que se consigue perfectamente con
paciencia y cariñosa persuasión.
Estos y muchos otros preceptos de
estética o ética individual cuya obser-
vancia habitual dignifica al hombre,
haciendo su trato grato a cuantos lo
rodean, entraban así, sin esfuerzo, en
las prácticas de los comunistas e inte-
graban definitivamente su individuo.
Los alumnos de la Categoría B, a la que
pertenecían los escolares encontrados
por el Antiguo cerca de los talleres, lo
mismo que los de las dos siguientes
C y D, a más de tener que seguir
todas las reglas de higiene personal
de la categoría primera, y vigorizar su
cuerpo con varias horas diarias de ejer-
cicios físicos, debían cumplir con un
programa de estudio abarcando natu-
ralmente mayor extensión.
Hemos visto la categoría B en la obra,
lo que nos da una idea del método
seguidoparalaenseñanzaenlasescuelas
anarquistas. A medida que los alumnos
ascendían a las categorías superiores,
esta enseñanza se hacía más honda y
compleja, siendo la explicación teórica
de la lección, invariablemente acom-
pañada de la demostración práctica,
esta última hecha primeramente por el
maestro o la maestra y luego repetida
por los discípulos.
Hemos dicho que los niños de la
Categoría A, pasaban la mayor parte
del día fuera del recinto de la escuela,
regresando a horas indeterminadas,
aunque siempre antes del anochecer.
Los alumnos de las tres categorías
siguientes, ya más grandes y razo-
nables, organizaban, por su parte,
verdaderas expediciones que duraban
varios días seguidos, a veces una o dos
semanas, en el curso de las cuales los
pequeños expedicionarios visitaban
todo el territorio de la comuna a la que
pertenecían y se internaban hasta las
comunas vecinas, con el fin de cono-
cerlas, estudiar su topografía y trabar
amistad con sus escolares, los cuales
a su turno, excursionaban en el terri-
torio de los visitantes, siendo unos y
otros acogidos y atendidos en el sitio
donde se hallaban con el mismo cariño
que se dispensaba a los nativos.
Para efectuar sus peregrinaciones con
mayor comodidad, cada escuela tenía
a su disposición uno o dos automóviles
de carga para el transporte de las provi-
siones, utensilios de cocina, platos,
carpas impermeables, instrumentos
y útiles de enseñanza, etc., necesarios
para los alumnos y sus maestros.
Estos automóviles, cuyos “chauffeurs”
eran alumnos que se turnaban cada
hora para permitir su manejo a un
mayornúmerooatodos,acompañaban
al pequeño ejercito escolar en todas sus
exploraciones. Llevaban, además, una
chalupa desarmable para facilitar el
paso de los ríos y arroyos y practicar
reconocimientos en los mismos.
Todaslasnoches,alreunirseparaentre-
garse al descanso, los expedicionarios
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Fragmentos
328
formulaban un nuevo itinerario para
el día siguiente, diferente para cada
categoría, y el programa de trabajo
relativo a las mismas.
Después de discutidas y resueltas
ambas cuestiones por los alumnos
de las clases respectivas, los acuerdos
tomados eran sometidos a los maes-
tros; quienes hacían la crítica opor-
tuna, aconsejaban las modificaciones
del caso, y finalmente daban su confor-
midad a las resoluciones adoptadas.
Este método, contribuía grandemente
a desarrollar el espíritu de iniciativa
de los niños al mismo tiempo que
los incitaba a hacer con gusto y entu-
siasmo los estudios libremente elegidos
por ellos; pero, ateniéndose siempre en
sus líneas principales, al plan integral
trazado para cada categoría.
La tarea del maestro o de la maestra se
limitaba a vigilar, aconsejar; a dar las
explicaciones pedidas por los educandos
y a extenderse en consideraciones gene-
rales sobre los temas propuestos; revisar
los deberes del día y hacer las observa-
ciones pertinentes, y encarrilar sobre la
buena vía las turbulentas actividades de
los niños a ellos confiados.
El fin de estos paseos o excursiones a
grandes distancias era dar a los niños,
sobre el lugar, lecciones de topografía
práctica, de geología, botánica, ento-
mología, zoología, así como de agri-
cultura, e iniciarlos en aquellas ramas
del saber que tienen correlación con la
tierra y el espacio.
Era, también, su objeto abrir el alma
juvenil de los pequeños comunistas a
las bellezas de la naturaleza; ponerlos
en contacto con los seres inferiores de
la creación, animales y vegetales; ense-
ñándoles que la verdadera felicidad del
hombre está íntimamente ligada a ella,
por cuanto todo lo que constituye dicha
felicidad, desde la prosaica satisfacción
del estómago hasta el goce sublime
de las más nobles y elevadas mani-
festaciones del espíritu: arte, poesía,
canto, música, junto con estas otras
radiaciones cerebrales que son las ideas
fecundas, ora palanca potente del genio
que transforma la faz del mundo, ora
verbo glorioso, vehículo admirable
del pensamiento que señala incesantes
rumbos a la civilización humana, tienen
su fuente en la Naturaleza, siendo posi-
bles todos estos factores de felicidad
solamente con ella, porque ella es la
que siempre nos inspira, y que amar la
Madre Natura es amar la Vida en su
más pura y sana expresión.
Un día entero estaba destinado al
desarrollo de cada lección. Ante todo,
los escolares debían designar el sitio
donde, por veinticuatro horas se esta-
blecía campamento, en un paraje alto,
seco y abrigado contra los vientos.
Grupos de voluntarios instalaban las
carpas, descargaban el carro, distri-
buían el equipaje de cada uno; impro-
visaban cocinas de campaña, etc.,
mientras otros desaparecían por los
alrededores en busca de algún suple-
mento en frutas o legumbres para
el menú del día, hallándolos en las
huertas vecinas, de fácil acceso, puesto
que en la comuna anarquista no había
tapias o muros de ninguna clase que las
cercasen, pudiendo el que por ventura
necesitaba proveerse de alguna cosa,
tomar libremente lo que le hacía falta,
que todo, allí, era de todos.
Durante estos preparativos, otros
escolares revisaban el mecanismo del
automóvil, sus acumuladores; ponían
grasa y aceite donde era necesario, lo
limpiaban, etc.
Cuando todo estaba listo, lo que no
requería más de una hora, los alumnos
de cada categoría se alejaban con sus
maestros respectivos, en distintas
329
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Fragmentos
direcciones, dejando en el campa-
mento sólo a los escolares indispensa-
bles para la preparación del almuerzo,
en compañía del maestro a quien
tocaba hacer de cocinero “chef”.
A mediodía todos volvían para comer,
y luego, los que habían estado de coci-
neros por la mañana, dejaban el puesto
a otros para la preparación de la cena,
incorporándose aquellos a los excur-
sionistas de la tarde.
En estas excursiones los alumnos debían
levantar el plano del lugar donde estaba
el campamento, trazar después el itine-
rario seguido, hacer el mapa de las
regiones visitadas, señalando sobre el
papel con lápices de color, los detalles
de la configuración del paisaje: ondula-
ciones del terreno, ríos, arroyos, canales
de irrigación, montes, llanos, clases
de cultivos, poblaciones, etc., apun-
tando también cuidadosamente los
datos obtenidos en la exploración de
arroyos y lagunas, los sondajes hechos,
la profundidad del agua, la composi-
ción del lecho de los ríos, su anchura,
etc.; estos últimos eran verificados con
el auxilio de la canoa plegadiza.
Otras veces, los pequeños comunistas
entraban en los “refugios” o cober-
tizos de las cercanías, tomaban picos,
azadones, horquillas, hachas, poda-
deras, rastrillos, etc., y guiados por
sus maestros, se ejercitaban en todas
aquellas labores agrícolas correspon-
dientes a la estación en curso: poda
de árboles y de plantas; aporcadero de
huertas y de sembrados; destrucción
de los insectos nocivos a los cultivos y
a los árboles; cuidados de los viñedos;
emparvado y enfardado de alfalfares;
preparación de la tierra; abono de la
misma; conservación de los canales
de irrigación; arreglo de los baches y
hoyos de los caminos; relleno y deseca-
ción de las aguas estancadas; sepultura
de los cadáveres de aves o pequeños
animales hallados en la campaña, etc.
Cuando se trataba de botánica, los
alumnos estudiaban la vegetación bajo
todas sus formas, dibujando los prin-
cipales ejemplares de la flora silvestre,
con sus colores particulares, muy espe-
cialmente las plantas y flores cuyas
propiedades medicinales o industriales
merecían ser conocidas; el maestro
explicaba cuáles eran estas propie-
dades, y el alumno las anotaba en su
libro de apuntes debajo de las figuras
correspondientes.
Los árboles también, tanto los frutales
como los de adorno y de sombra, así
como los que forman los montes, eran
objeto de un estudio detenido.
Antes de entrar en campaña, el maestro
dictaba los nombres de las diversas
especies de vegetales. El niño escribía
dichos nombres sobre largas fichas o
etiquetas blancas, las que debía colocar
sobre el tallo principal o tronco del
árbol, después de haberse dado cuenta
de la forma de sus hojas, las particulari-
dades de sus ramas, su altura y tamaño,
y demás señas características que lo
diferenciaban de sus vecinos. Luego,
el alumno agregaba sobre las fichas ya
colocadas, los datos que suministraba
el maestro relativos a la longevidad,
altura máxima, cualidades y usos de
cada especie, detalles que debían ser
reproducidos en el libro de apuntes de
los niños, para que éstos los tuviesen
presentes en los ejercicios escritos que
más tarde tendrían que hacer.
En las excursiones geológicas, los esco-
lares aprendían a conocer los materiales
que constituyen la costra terrestre;
los diversos terrenos superpuestos y
su nombre, según su composición y
posición respecto a los otros, yendo
a estudiarlos en las canteras o en las
quebradas naturales.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Fragmentos
330
El hallazgo de conchas petrificadas u
otros organismos marinos fosilizados
en lugares altos y lejos del océano,
servía para explicar a los niños cuan
formidables habían sido las convul-
siones de la naturaleza, para modificar
tan radicalmente la fisonomía de los
terrenos que los contiene, antes mar, y
hoy continente.
La huella sorprendente dejada por una
vegetaciónlujuriante,sobreelpedazode
hulla extraído de las entrañas de la tierra
vestigio antiquísimo de los imponentes
bosques que mucho antes de la apari-
ción del hombre, cubrían la tierra hasta
los polos, eran preciosos documentos
naturales que permitían comparar las
especies desaparecidas con las actuales y
reconstituir fielmente el aspecto asom-
broso del mundo, en aquella época del
dominio sin límites de las selvas impe-
netrables, dueñas absolutas de los conti-
nentes que desaparecían bajo el verde
manto de su formidable vegetación,
al mismo tiempo que dicho pedazo
de carbón daba la clave del origen de
aquellas aglomeraciones colosales del
precioso mineral en la profundidad
del suelo; y los niños comprendían
sin dificultad, por la lógica, del razo-
namiento, que las inmensas minas de
hulla explotadas durante tanto tiempo
por los hombres, no son sino cemente-
rios de árboles donde están acumulados
los restos de aquellas selvas espléndidas,
destruidas por efecto de circunstan-
cias especiales y fosilizadas por la lenta
acción de los siglos.
Y para dar mayor vigor todavía a su
demostración geológica, el maestro
argumentaba sobre la enorme cantidad
de hulla existente en una misma región,
la que alcanza a varios centenares de
metros de espesor en muchas partes,
para deducir cuán fabulosa había sido
la abundancia de árboles gigantes y de
plantas fantásticas de todas clases para
llegar a formar, después de su destruc-
ción y muerte, tamaños amontona-
mientos de negro combustible con sus
petrificadas osamentas.
Todo lo que podía contribuir a ilustrar
la historia natural del pasado, hacerla
más interesante y atrayente, como
minerales, piedras volcánicas, huesos
fósiles, pertenecientes a animales cuyas
especies ya no tienen representante
vivo en el planeta, eran también reco-
gidos y conservados para ir a enri-
quecer las colecciones existentes en los
museos de las escuelas.
Con estos testigos del período ante-
diluviano, de un significado cientí-
fico tan importante, el maestro estaba
en condición de formular hipótesis
razonables sobre la edad de la Tierra,
o mejor dicho, sobre el tiempo vero-
símilmente transcurrido desde las
diversas épocas contemporáneas de
dichos fósiles hasta nuestros días,
teniendo en cuenta el número prodi-
gioso de años necesarios para la petri-
ficación de los cuerpos organizados,
y hablando así a la imaginación del
alumno, lo inducía a retrotraer con
el pensamiento muchos centenares
de miles de años, hasta la época en
que estos organismos, entonces llenos
de vida y de actividades combativas,
pululaban victoriosos en mares y
continentes, para hacerles comprender
después cómo dicha época, por muy
lejana que sea, es reciente, sin embargo,
en relación al tiempo habido desde la
condensación de la nebulosa terrestre
en cuerpo sólido, y que en definitiva
la incalculable cantidad de siglos que
necesitó nuestro planeta para efectuar
su total evolución y transformación
en planeta habitado, hasta llegar a su
estado actual, nada representa, por
cuanto el tiempo es uno e indivisible,
331
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Fragmentos
ha sido y será de toda eternidad; resul-
tando que lo que el hombre ha compu-
tado y designado muy arbitrariamente
con los nombres de años y siglos, no es
más que la suma de las revoluciones del
planeta sobre sí mismo o la cantidad de
las vueltas que éste describe alrededor
del Sol, cosa que nada tiene que ver
con el tiempo.
Durante estas correrías por campos
y montes, ofrecíanse, a cada paso,
ocasiones de conocer las costumbres
y género de vida de los insectos, la de
algunos batracios y reptiles inofensivos,
la de los pájaros y en general de cuantos
irracionales la casualidad colocaba sobre
el camino de los escolares, poniéndolos
al alcance de su observación.
Se enseñaba a éstos a no ser injustos
o crueles con los seres inferiores,
pequeños o grandes; a respetar su vida,
ya sea su aspecto exterior agradable o
repulsivo, porque todos ellos cumplen
su misión sobre la tierra, misión útil
siempre, aunque alguna vez parezca lo
contrario; ya porque no alcanzamos a
comprenderla, o no logramos desci-
frar su significado exacto, o porque
lo hacemos juzgándolo desde el único
punto de vista de nuestra inmediata
conveniencia, idea o suposición
errónea, por cuanto la naturaleza no
obra a favor o beneficio de una parte
de la creación con perjuicio de la
otra, pero bien por la perfección del
conjunto de su obra.
Así, con mil pruebas maravillosas de
su ingeniosa industria ante los ojos,
el niño se convencía de la inteligencia
y capacidad artística hasta de los seres
más diminutos que existen en el seno
de la naturaleza.
Estas interesantes pláticas, en las que
el maestro enumeraba y describía
sucintamente las maravillas del cielo
y de la tierra, constituían agradables
e instructivos entretenimientos espiri-
tuales, que entusiasmaban a los niños,
haciendo que ellos se dedicaran con
mayor pasión a la lectura de sus libros,
en cuyos textos buscaban con avidez
el necesario complemento a la exposi-
ción oral que la precedía.
Habiendo adquirido la suma total de
los conocimientos enseñados en los
cuatro grados primeros los alumnos
llegaban finalmente a la última etapa
de la instrucción escolar y del tutelaje
comunista.
El programa de estudios de estos dos
años finales, abarcaba todas las ramas
de las ciencias exactas y positivas:
matemáticas, física, química, geome-
tría, mecánica, astronomía, anatomía
comparada, biología, higiene general
y educación sexual, filosofía, derecho
natural, etc.
Ese período escolar, como es lógico,
era el más cargado y complejo. Pero,
como los jóvenes comunistas traba-
jaban todos con la firme voluntad de
llegar airosos a la meta, este cúmulo de
materiaslosencontrababiendispuestos
para vencer en tan provechosa lid.
Sin embargo, como paréntesis nece-
sario para aliviar el cerebro de las
fatigas de una tensión demasiado
continua, los jóvenes “Quintos”, como
se les llamaba, gozaban diariamente
de varias horas de libertad completa,
las que pasaban fuera de la Casa de
Educación, empleándolas alternativa-
mente en el aprendizaje de los oficios
que más les agradara, o ensayándose
en las labores agrícolas, cuando no
preferían iniciarse en el cultivo de las
artes nobles, gala del espíritu.
Por la noche, concluida la cena,
tenían otras horas más de licencia que
les permitía asistir a los conciertos o
funciones en el teatro de la plaza de
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Fragmentos
332
la Anarquía así como a las reuniones
o asambleas nocturnas de la Sala del
Consejo, y observar allí como se resol-
vían las más importantes cuestiones
relativas a la cosa común; o aprove-
chábanlas para recorrer los depósitos
y almacenes de la ciudad, con el fin
de estudiar su organización interna
hasta en sus más pequeños detalles
y conocer las clases de mercaderías
guardadas en ellos.
Estas horas de salida concedidas a los
“Quintos”, no significaban de ningún
modo un relajamiento en el ejercicio
del tutelaje paternal de la comuna.
Pero, si ese tutelaje seguía siendo inva-
riable en estos últimos años de perma-
nencia de los escolares en las Casas de
Educación, se creía muy sensatamente
que llegado el joven a la edad en que
el espíritu empieza a adueñarse del
organismo para substituir su propia
dirección a la sugestión ajena, los
“Quintos” debían tener más amplia
facultad para disponer libremente de
su tiempo. Ejercitándoles a guiarse
solos, se procuraba no entorpecer el
normal funcionamiento de su libre
albedrío naciente.
Terminado el tiempo de su perma-
nencia en la Casa de Educación, el
“Quinto” entraba a formar parte,
como miembro activo, de la gran
familia comunista. Pero esto no
quería decir que el joven anarquista
dejaba definitivamente a un lado los
libros y el estudio. Muy al contrario,
la instrucción recibida por el alumno,
era poderoso aliciente que le impul-
saba irresistiblemente a la adquisi-
ción de nuevos conocimientos. Es
por esta razón que la juventud liber-
taria seguía instruyéndose fuera de la
escuela, en las muchas horas no dedi-
cadas a la cooperación general. Los ex
“Quintos” mujeres y hombres, conti-
nuaban frecuentando asiduamente las
salas de anatomía, anexas a los hornos
crematorios; asistían a los cursos
“libres” –si esta palabra tiene signifi-
cado en una sociedad donde no los
había “oficiales”–, dados por aquellos
sabios compañeros que descollaban
en ciertas ciencias y que vulgarizaban
en estas conferencias pedagógicas,
los resultados obtenidos por ellos
en pacientes investigaciones experi-
mentales; o dividían su tiempo entre
el salón de lectura de la Biblioteca
central, donde tenían al alcance de la
mano todas las obras que necesitaban
para satisfacer su inextinguible sed de
saber y en las que descubrían incesan-
temente horizontes desconocidos, al
consultar aquellos preciosos archivos
de la inteligencia humana, en los que
estaba guardada, imperecedera, la
expresión gráfica del pensamiento de
los espíritus geniales, grandes innova-
dores, pensadores y filósofos antiguos
y contemporáneos; y los estudios
de otro orden, no menos atrayentes
o necesarios; tomando lecciones de
pintura, escultura o de música en las
academias abiertas por el elemento
artístico de la comuna.
El personal docente de las Casas de
Educación se reclutaba del mismo
modo que el de las “Cunas” o
“Pouponnières”; es decir, que lo
formaban educadores por inclinación,
siendo completado con los alumnos
que habiendo concluido todos sus
estudios, manifestaban la voluntad de
permanecer en ellas, impulsados por
irresistible vocación.
Pero, así como las compañeras podían
en todo momento, dejar de perte-
necer a aquella institución infantil,
el maestro, en la Casa de Educación
estaba igualmente libre de abando-
narla cuando así lo tenía resuelto.
333
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Fragmentos
Hemos dicho que los compañeros
anarquistas no eran esclavos de una
profesión u oficio determinado y que
la variación en las ocupaciones, era
regla que no tenía excepciones entre
los miembros de la sociedad liber-
taria, y los maestros, como los demás
comunistas, repartían diversamente su
tiempo entre la enseñanza en la escuela
y las otras labores manuales e intelec-
tuales fuera de ella.
Esta variación en las ocupaciones de los
maestros, era tanto más fácil de reali-
zarse que, por lo reducido de la pobla-
ción, el pequeño mundo estudiantil
no era muy numeroso. Había siempre,
por este motivo, superabundancia de
educadores de uno y otro sexo, a veces
varios para cada materia o tema en
cada escuela y en cada grado, lo que les
permitía ausentarse gran parte del día
sin inconveniente alguno para la ense-
ñanza o el cuidado de los alumnos.
(*) Fragmento del libro La ciudad
anarquista americana, editado por La
protesta, en 1914.
NOTAS										
1. Quiroule utiliza la denominación genérica de “comunista” para referirse a los habitantes de las comunas
anarquistas y a todo lo relativo a este sistema. Por lo tanto tiene en su libro una significación que difiere total-
mente de la actual, que, por otra parte, es posterior a esta obra de Quiroule. - F. W.
334
En 1908, el obrero alemán Julio O. Dittrich
se permitió imaginar cómo sería la ciudad de
Buenos Aires gobernada por un régimen socia-
lista. No sólo ella estaría encuadrada en este
tipo de régimen social, sino que habría para
entonces, una “Gran Sociedad Universal” que
abarcaría a todas las naciones del mundo, excep-
tuando Inglaterra que se rehusaría a aceptar el
nuevo destino mundial. Ellas adoptarían una
legislación equivalente para todos los países,
una lengua común y pautas de trabajo, vesti-
menta y costumbres compartidas.
El relato narra la deriva de un anciano que en la
época del Centenario fue herido en una huelga,
quedando convaleciente durante cuarenta años.
De esta manera, no pudo vivir el triunfo de la revo-
lución pacífica encabezada por Alfredo Palacios
en 1925. Su hijo es ahora el responsable de trans-
mitirle aquellas gestas y los cambios producidos
por la nueva institucionalidad.
Escrito antes de la Revolución Rusa, la mirada
del autor sobre la sociedad planificada que
sobrevendría, aunque optimista, no deja de ser
premonitoria respecto a sus aspectos totalizantes
y modelizadores.
Buenos Aires en el 1950
bajo el Régimen Socialista(*)
Por Julio O. Dittrich
335
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Fragmentos
1. Las primeras impresiones
Un automóvil esperaba frente al
portón y subimos mi hijo y yo.
–Anda muy despacio, compañero –le
dijo Juan al hombre que manejaba, y
dirigiéndose a mí, y mirándome con
una sonrisa picaresca, me dijo:
–Abre bien los ojos, padre mío, porque
vas a ver muchas cosas nuevas para ti.
En efecto; lo primero que me llamó
fuertemente la atención era el poco
movimiento en las calles, a pesar de
ser las diez de la mañana.
Alguno que otro transeúnte; unos
pocos automóviles, que parecían cara-
coles comparados con los que yo había
visto antes de mi enfermedad.
–¿Por qué vamos tan despacio? –le
pregunté a mi hijo.
–Primero, porque deseo que tú veas
bien todo lo nuevo, y segundo, no
se puede ir muy rápido, porque está
prohibido.
–¡Bah!, si es por esto, antes también
era prohibido y nadie hacía caso a tal
prohibición.
–Es que ahora todo el mundo goza en
cumplir los reglamentos, porque “ley
pareja no duele”.
–Pero, ¿por qué no veo coches con
caballos, ni tranvías, ni vigilantes, ni
almacenes en las esquinas, ni vidrieras
con escaparates, ni otras muchas cosas
que antes eran a la orden del día?
–Vamos por partes, padre mío, y todo
lo sabrás; aún tenemos dos horas para
nuestra excursión, porque yo dejé
dicho en casa que nos esperasen a las
doce. Se ha reunido toda la familia,
y vamos a hacer una pequeña fiesta
en tu honor. Pero volviendo a tus
preguntas, te diré que caballos no hay
en las ciudades, y hace por lo menos
seis meses que no he visto uno con mis
ojos. Los caballos atraen moscas, y sus
excrementos en las calles son antihi-
giénicos, antiestéticos, y además estos
animales no son necesarios, porque
sobran fuerzas para arrastrar vehículos.
Tranvía tampoco hay, porque todo
el mundo vive cerca de su trabajo y
para pasearse hay muchos miles de
automóviles eléctricos. Respecto a los
vigilantes, los hay; pero tú no los ves
porque no se diferencian de los demás
ciudadanos sino por un pequeño
escudosobreelpechodesuchaquetilla.
–Pero ¿no usan armas?, pregunté yo.
–No; pero usan un corto bastón con un
emblema en la punta, y no es posible
que un hombre en su sano juicio se
resista a una orden de un hombre que
lleva los atributos de la Gran Sociedad,
de lo que a mis oídos hasta ahora no
llegó ningún caso. Por los almacenes y
vidrieras, cuya falta tú extrañas, vas a
encontrar respuesta por ti solo dentro
de un rato.
–Por lo visto bajamos por la calle
Rivadavia, dije yo.
–Sí, padre, y en seguida vamos a estar
en la gran plaza Palacios.
–¿Qué plaza dijiste?
–¡Oh! ya la verás.
Seguimos andando, y observé que
entrábamos en la plaza del Once.
Donde antes estaba la estación se eleva
una gran casa que más bien parece un
enorme bloque de piedra, pero más
alto de un lado que del otro, de modo
que el techo viene a ser un plano incli-
nado de dos a tres cuadras de largo.
–Esta es la estación de las aeronaves en
los altos y en los bajos de la línea eléc-
trica del Oeste.
–Pero, ¿cómo no veo trolley para los
coches motores?
–Hoy no se usa esta clase de espada
de Damocles. Cada coche motor lleva
sus acumuladores y los renueva en las
usinas, sobre el camino.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Fragmentos
336
–¿Pero debe ser muy costoso el
caminar así?
–Muy al contrario, baratísimo.
Primero, la electricidad cuesta poco
menos que nada desde que hemos
aprendido a aprovechar el calor solar
para producir vapor. Y como tú eres
mecánico, sabrás que teniendo vapor
cuesta muy poco el transformar una
fuerza en otra, y tener electricidad.
–Pero los acumuladores de plomo,
llenos de ácido, deben ser muy pesados;
repliqué yo.
–Hoy no se usan ni el plomo ni los
ácidos en los acumuladores eléc-
tricos. Se cargan unos recipientes de
acero forrados de ebonita, con un
gas que admite una carga eléctrica de
tal potencia, que el tren que sale del
Retiro para Nueva York renueva sus
cargas solamente unas ocho o diez
veces en el camino.
–¿Para dónde has dicho? ¿Para
Nueva York?
–Sí, padre, y en poco más de tres días
llega a su destino.
Esto era asombroso, y pensé qué
tremendos adelantos se habían hecho
en estos cuarenta años.
Nuestro automóvil seguía bajando por
Rivadavia, y yo distinguía la cúpula
del edificio del Congreso.
En lo alto flotaba una bandera inmensa
que, en el primer momento, me parecía
la de mi patria; es decir, la argentina,
porque era de color indefinido, color
característico de las banderas nacionales
de los edificios públicos en mis tiempos.
Al poco tiempo vi que la bandera era
completamente blanca, sólo interrum-
pida su blancura por la imagen de una
pequeña paloma.
Interrogué a mi hijo con la mirada.
–Aún viene lo mejor, padre mío. Un
momento más de paciencia.
Pasamos adelante, y llegamos a la
esquina de Callao.
Una inmensa plaza se extendía delante
de mi vista y en el medio una estatua.
Seguimos caminando, y a medida que
nosacercábamosalaestatua,unaextraña
emoción empezaba a invadirme.
Mi hijo, con el semblante pálido, me
contemplaba.
Vi la estatua, vi el letrero, y comprendí
inmediatamente todo.
¡Había triunfado el Partido Socialista!
Eché los brazos al cuello de mi hijo,
y lloré; es decir, lloramos de alegría
largo tiempo.
–Sí, padre mío; hemos triunfado con
nuestro ideal, y el sablazo que te partió
el cráneo no fue dado en balde. Muy
niño aún, me recuerdo de tus sabios
consejos. “Enérgico con el opresor:
amor y dulzura con el oprimido”. Y
tampoco de la gratitud nos hemos
olvidado. Mira el letrero de la estatua:
AL COMPAÑERO PALACIOS
LA GRAN SOCIEDAD
¡Oh! Hemos luchado; pero se cumplió
completamente tu pronóstico. El golpe
final fue sin sangre. Hubo una sola
víctima, que fue el héroe de esta estatua.
Llegó el gran día, y cuando todo estaba
en manos de los compañeros, nos
llegaron noticias de que algunos dipu-
tados se habían atrincherado en el
Congreso y no lo querían evacuar.
“–¡Que no haya sangre!” gritó don
Alfredo, y con él a la cabeza se fueron
unos cuantos a poner las cosas en orden.
Cuando llegaron quedaban unos pocos
diputados y algunos viejos porteros.
Se les dio la orden de retirarse.
Todo el mundo acató la orden de
salir menos un caudillo de parroquia,
337
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Fragmentos
que le decían “La Chancha”, que era
un hombre muy distinguido por su
colosal gordura.
Algunos compañeros querían expul-
sarlo a la fuerza.
“–¡Abajo las armas!” mandó el jefe,
y él en persona le puso la mano en
el hombro al rebelde, y en términos
corteses, le rogó no hacer resistencia.
Éste se puso furioso y empezó a gritar:
“–Yo soy el presidente de los diputados
y tengo catorce casas y tres estancias y
no soy un cualquiera que se echa así
no más de su querencia.”
Algunos compañeros empezaban a
amostazarse, y Palacios, para evitar
alguna escena de sangre, acabó por
tomar al hombre por un brazo y lo tiró
hacia la puerta. Lo llevó hasta la esca-
lera, y allí se volvió a retobar el hombre,
tratando de bribón y de muerto de
hambre a nuestro jefe. Éste perdió la
paciencia; empezaron a forcejear, y
abrazados los dos rodaron por las esca-
leras abajo. Un grito partió de nuestros
labios, y corrimos apresuradamente a
auxiliarlos. Pero el pobre Palacios yacía
en tierra muerto. “La Chancha” lo
había aplastado con su peso.
Era digno de mejor suerte, porque
era un buen compañero; aunque a
veces podía haber tenido un poco
más de calma.
–Vámonos ahora a casa, padre mío,
que ya nos esperan.
–Con mucho gusto, mi querido; pero,
dime todavía una cosa. ¿Por qué no
es la bandera roja la que ahora flamea
sobre los edificios públicos?
–Por varias razones. Primero, la bandera
roja es un símbolo de guerra y sangre
y tenía razón de ser cuando aún luchá-
bamos; pero después del triunfo, que
empezó a reinar el perdón y la paz
universal, era mucho más propio un
estandarte blanco. Cuando se trataba
de cambiar el color, había algunos que
opinaban en contra, porque alegaban
que ya que el color rojo nos había
llevadoaltriunfo,bienpodíamosconser-
varlo. Pero había un motivo poderoso,
además de los que te dije antes, y es que
la bandera roja se prestaba a confusión
con la inglesa, que es la única nación que
aún no forma parte del todo de la Gran
Sociedad Universal. Habría medios para
obligarlos; pero está tan opuesto a nues-
tros principios que no hay ni que pensar
en ello. Además, es solamente cuestión
de tiempo y ellos solos vendrán a soli-
citar su incorporación.
–¿Pero solamente Inglaterra falta, y
todas las demás naciones están con
nosotros?
–Sí, padre; todas o casi todas. Porque
aún hay algunos pequeños pueblos
–como el Tibet, por ejemplo– [en]
que el gran Lama tiene tal poder,
que sus pobres súbditos prefieren la
muerte antes de desobedecer a este
astuto vividor que los tiene completa-
mente atemorizados con promesas de
castigos celestes.
–Y la paloma, seguramente, ¿también
la habrán puesto como símbolo?
–Sí, padre mío; como símbolo de
paz y además para reemplazar a todas
las águilas de una y de dos cabezas,
cóndores, leones y osos, que figuraban
antes en los escudos de las naciones.
–¡Ah! ¡Qué hermoso, qué hermoso es
todo esto!
–Padre mío, hemos llegado.
Se paró el automóvil delante de una
casita con jardín al frente.
Entramos, y mi hijo me presentó a
su familia.
Todos me conocían a mí, porque
habían ido a menudo a verme en la
casa de salud; pero yo no conocía a
ninguno de ellos.
¡Qué espléndido cuadro!
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Fragmentos
338
Primero, mi nuera, rolliza y rebosando
salud; después, los cinco hijos, tres
varonesydosmujeres,unadeellascasada
y con un robusto muchacho entre los
brazos, y cuyo marido la contemplaba
orgullosamente, como quien dice: ¡Eh,
qué le parece mi mujer!
Lo que más me llamó la atención era el
color fresco y la estatura de esta gente
joven; los tres muchachos no bajaban de
seis pies de altura, y creo que en fuerzas
no le quedarían muy atrás a un torito.
Manifesté mi asombro a mi hijo, el
cual, riéndose, me dijo:
–Esto se lo deben a ti, padre, y a los
otros luchadores como tú. Antes, la
juventud, al llegar a los veinte años,
estaban gastados; los ricos por sus
vicios, y los pobres por el exceso de
trabajo y la falta de nutrición. Hoy
nadie trabaja más de cuatro horas
al día, y los jóvenes no empiezan a
aprender oficios antes de los quince
años cumplidos, y después de sus
cuatro horas de taller se divierten
jugando, siempre al aire libre, y hacen
cada ejercicio corporal, que nos entu-
siasman hasta a nosotros, que ya
somos algo viejos. Tú verás, padre
mío, cuando vayamos a las plazas de
juego qué juventud se forma. Y todo
esto lo hemos conseguido sólo con
inculcarles las máximas siguientes:
“trabajo moderado, pero con gusto;
buena nutrición, poco alcohol, ningún
tabaco; mucho ejercicio al aire libre y
muchos baños fríos”.
¡Qué juventud! pensé yo. En qué corto
tiempo han resuelto problemas que yo
mismo, que pasaba por socialista muy
optimista consideraba obra de algunos
siglos. Y esta juventud forzuda, que
parecían descendientes de Hércules
me saludaba besándome las manos.
–¡Pero, muchachos! ¿Qué hacen
ustedes? dije yo alarmado.
–Déjalos, nomás, padre mío. Ahora es
costumbre respetar mucho a los padres
y a los ancianos.
–Pero dime, mi Juan, ¿cómo han
hecho para obtener la victoria en tan
poco tiempo?
–Antes de todo, vamos a almorzar;
después, dormiremos una siesta, y
luego estoy a tus órdenes, para todo lo
que tú quieras mandar. Tengo licencia
por un mes; o más bien dicho, estoy en
comisión por un mes, a tus órdenes.
El consejo local lo ha dispuesto así, y
además te conceden automóvil para tu
uso personal, mientras dure tu conva-
lescencia y la dignidad de benemé-
rito a la Gran Sociedad. Grado que,
por lo común, no se concede a gente
abajo de los setenta años; pero que tú
lo mereces por haber sufrido durante
cuarenta años las consecuencias de la
heroica lucha por nuestros ideales.
No describiré la comida; únicamente
diré que había un buen puchero, buen
vino, muchas flores en la mesa y una
alegría sin límites, que es el mejor
condimento de las comidas.
Dormimos una siesta de un par de horas
y cuando mi hijo vino a despertarme,
ya estaba yo de pie, ansioso de saber
más sobre las nuevas instituciones.
2. Una nueva sociedad
Después de una comida sencilla, pero
buena, y en compañía de toda la
familia, Juan, sus hijos y yo nos enca-
minamos al salón de las conferencias.
–Nosotros asistimos a la primera, me
dijo mi hijo, porque es en castellano y
tú aún no entiendes el esperanto, que
es el idioma usual en todos los asuntos
públicos. Hay en este salón tres oradores.
Cada uno habla durante una hora,
término que no debe ser sobrepasado.
339
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Fragmentos
El primero empleará el idioma del país
en honor tuyo y disertará sobre las
primeras evoluciones de nuestras insti-
tuciones. Los otros dos hablarán en
esperanto: uno sobre electricidad y sus
aplicaciones, y el otro sobre astronomía.
–Pero, ¿por qué nos salen ahora por
todas partes con este idioma espe-
ranto? le dije yo.
–Tú debes saber, padre mío, que es
necesario un idioma para entenderse
entre tantas razas distintas de que se
compone la Gran Sociedad Universal,
y para no dar preferencia a un idioma
determinado, ya en uso en uno de los
países adherentes, el Gran Consejo
Central de Berna ha resuelto deci-
dirse por el esperanto. Además este
es un idioma sumamente fácil y toda
la juventud lo habla correctamente,
porque su enseñanza es obligatoria en
todas las escuelas del universo. Hasta
los ingleses, que son tan refractarios
a todo lo que no es netamente anglo-
sajón, tuvieron que aprenderlo. Porque
en nuestras relaciones con ellos, damos
por no recibido todo escrito que no
esté redactado en esperanto.
–No puedo negar que tus argumentos
son muy convincentes. Pero, dime un
poco, hijo mío, ¿de dónde sacaste tú
esta manera de expresarte? Parece que
tú entiendes de todo, y hasta estás
al tanto de cosas que antes se consi-
deraban únicamente abordables por
grandes sabios.
–Hoy todo el mundo es sabio, en rela-
ción de hace cuarenta años, y yo no
soy ninguna excepción; apenas soy un
término medio.
–Me alegro que así sea, porque daba
pena el ver la ignorancia de la juventud
obrera de mis tiempos. Pero otra cosa
que no comprendo: ¿por qué estas
jóvenes que vienen agrupadas allí están
todas vestidas iguales?
–¿Recién lo ves, padre mío? Hacía ya
tiempo que esperaba esta pregunta.
Porque deben ser de la misma edad,
más o menos. Hoy no se usan diferen-
cias en los trajes y vestidos sino dentro
de categorías que cambian según la
edad. Hasta los seis años, los niños
visten más o menos la misma ropa de
antes. A los seis empiezan a ir al colegio,
y entonces, hasta los quince años, usan
los varones pantalones hasta la rodilla y
blusa corta, y las niñas un vestido liso.
Y para evitar el rigor de las estaciones
los géneros se fabrican de tres clases:
liviano, media estación y grueso, y
para dar satisfacción a los diferentes
gustos, se fabrican estas tres clases de
géneros en todos los colores imagi-
nables. Así cada cual se viste aparen-
temente como se le da la gana; pero
siempre de acuerdo con nuestros prin-
cipios: “Que nadie debe tener lo que
no pueden tener también los demás”.
Todos los niños, mientras están en las
clases visten de blanco, ya sea invierno
o verano, naturalmente del paño apro-
piado a la estación. Así se acostumbran
desde chicos a mantenerse limpios y
ser aseados. De los quince años arriba
usan el color que más les gusta. Menos
los varones que van a los talleres, que
durante las cuatro horas de trabajo
usan trajes color verde aceituna. Así, en
todos los países adherentes a la Gran
Sociedad Universal se ha establecido la
manera de vestir siguiente: Hasta salir
de la escuela, conforme ya te he expli-
cado: después los varones usan todos el
mismo pantalón; pero de 15 a 18 años,
usan un saquito ajustado que llega
hasta la cintura; de 18 hasta 50 un saco
común como el mío, y de 50 arriba la
levita. La vestimenta está íntimamente
ajustada a la comodidad e higiene de
las personas, y además de acuerdo con
las categorías establecidas. Hasta los
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Fragmentos
340
quince años, el niño pertenece entera-
mente a su familia.
–Pero, dime, Juan mío. ¿Y aquellas
teorías de mis tiempos, que tenían
tantos partidarios entre los compañeros,
que se debía suprimir completamente
la familia y establecer el amor libre?
–Ideas poco meditadas de algunos
exaltados –me respondió mi hijo. Sacar
la vida de familia, sería suprimir de
golpe la base de toda sociedad durable.
Esta idea tiene todos los argumentos
en su contra, y en su favor sólo uno.
Que sería: que no es justo que uno
tenga mujer bonita y otro fea. Pero no
piensan que la linda cara es lo menos
durable en el matrimonio; en cambio,
la dulzura y un genio alegre son para
siempre. Pero sigamos nuestra conver-
sación anterior.
Bueno; después de los quince años,
el niño pertenece a la Sociedad, la
cual está obligada a enseñarle a ser un
miembro útil de ella. Durante tres años
es compañero aprendiz, al cabo de los
cuales se le destina, según sus aptitudes
y de acuerdo con sus inclinaciones, a
uno de los talleres o a otras labores. En
estos tres años asisten cuatro horas por
día a su trabajo. El otro tiempo que le
sobra lo emplea completamente a su
gusto. Nadie le obliga a seguir estu-
diando; pero se le dan amplias facili-
dades para perfeccionarse en toda clase
de conocimientos. Una vez siendo
compañero, es considerado mayor de
edad, y goza de todos los beneficios
de la Gran Sociedad. Puede contraer
matrimonio. Puede seguir los estu-
dios superiores. Puede pasearse por el
mundo un mes cada año.
–¿Qué entiendes tú por estudios
superiores?
–Los estudios superiores son varios;
como ser: médicos, ingenieros, arqui-
tectos, químicos y astrónomos.
–Me parece que olvidas la profesión
de abogado.
–Hoy no existe esa clase de tiburones,
me respondió él.
No pude menos de reírme, porque soy
de la misma opinión. Porque ya en
mis tiempos esta gente no servía más
que para desvalijar durante los pleitos
a vencedores y vencidos.
–El que se dedica a estudios supe-
riores tiene que asistir igualmente a
su trabajo diario, hasta que demuestre
que verdaderamente tiene aptitudes y
afición para uno de ellos. Entonces se
dedica por completo, y cuando los ha
terminado se le agrega a un estableci-
miento como médico, ingeniero u otro
ramo, sin que por esto se le considere
ni más ni menos que otros compa-
ñeros. Porque si uno nace más inteli-
gente que otro, no sería justo creerse
con más méritos por esto. Hace tantos
sacrificios un individuo algo obtuso
para ponerse al nivel de los demás,
como uno muy inteligente, con sobre-
ponerse a estos mismos. El compañero
que presta servicios verdaderamente
sobresalientes es muy querido y respe-
tado, y éste sirve de estímulo a los
demás. Además, si alguno tiene una
buena idea para inventar o perfec-
cionar algo, se le ponen a su disposi-
ción todos los elementos necesarios.
–Pero, dime, mi Juan, ¿quién hace
de sirviente?
–¿De sirviente? ¿Cómo puedes tú,
padre mío, un socialista convencido,
hacerte esta pregunta? ¿Crees tú que
hay hoy un sólo hombre sobre la tierra
que renegaría de su dignidad personal
hasta tal punto de ser lacayo de otro
hombre? ¿Crees tú que alguno que
esté en su sano juicio llevaría la cola
del vestido de una mujer, fuese quien
fuese, como antes hacían en algunos
países los cadetes militares cuando les
341
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Fragmentos
tocaba de servicio con alguna prin-
cesa? Aunque disfrazaban en este
caso el nombre de sirviente por el
de paje. Hoy, padre mío, no se sirve
sino a los enfermos, y los hijos a sus
padres. Cuando el hombre llega a los
cincuenta años entonces es jubilado.
Es decir, no tiene más obligación de
trabajar. Sin embargo, después de esta
edad les corresponde formar (siempre
por sorteo y voluntariamente) los
consejos de los diferentes ramos de
la administración y los de justicia:
es decir, para juzgar a los hombres
porque las mujeres son juzgadas por
matronas en idénticas condiciones.
Además, para nosotros no hay retiro
obligatorio, y cada cual puede servir a
sus compañeros, hasta que la muerte
pone su término forzoso. Uno de
nuestros actuales Grandes Compa-
ñeros, por ejemplo, ya está cerca de
los noventa años, y, sin embargo,
se empeña en seguir, con verdadera
abnegación, en su puesto.
–¿Quiénes,cómosellama?–interrogué
a mi hijo.
–¡Oh! Ya lo verás, padre mío. Él ha
pedido verte, y mañana le haremos
una visita. Es fácil que tú le conozcas.
Aunque en tus tiempos no era precisa-
mente de los nuestros. Le decían “El
Pelao” y era jefe de una gran repar-
tición. Además hay otro ex jefe de la
misma repartición, que demostró ya
en tus tiempos sus inclinaciones socia-
listas por los muchos asilos que fundó,
y que ocupa ahora un alto cargo en
una de nuestras dependencias. Para
las mujeres los estatutos prescriben las
mismas costumbres. Después de los
quince años deben aprender a cocinar,
remendar, cuidar niños, tener en orden
la casa y además pueden asistir a la clase
de estudios superiores, igual como los
hombres. Durante este tiempo usan
un vestido corrido, de arriba hasta
abajo, liso, con un cinturón. El corsé,
ese antiguo instrumento de tortura,
queda completamente abolido, lo
mismo que los cuellos muy ajustados.
Pasados los dieciocho años, y hasta los
cincuenta, son compañeras. Entonces
pueden contraer matrimonio, pueden
estudiar, pueden viajar un mes por
año. En fin, tienen todas las atribu-
ciones que tienen los hombres, menos
sus deberes. Porque ninguna mujer
tiene obligación de trabajar sino para
su familia, en vista que demasiado
tiene que hacer con aportar y cuidar
los nuevos ciudadanos. Sin embargo,
si alguna prefiere quedarse soltera y
dedicarse a un estudio superior, queda
completamente libre de hacer lo que
mejor le parezca. Durante este tiempo,
viste de polleras y saco ajustado al talle,
traje que antiguamente se llamaba
“tailleur”. A los cincuenta años pasa a
la categoría de matrona, y entonces es
apta para todos los cargos que corres-
ponden también a los hombres de la
misma edad. Durante este tiempo
visten pollera y levitón suelto.
–Muy bien, muy bien –dije yo–; casi
no tengo nada que observar; pero
¿y los sombreros?
–Cada cual usa el que se le da la gana,
porque todos son del mismo material,
y hay varios miles de formas distintas
y de todos los colores imaginables. Lo
que no es admitido son los adornos,
porque hoy sería por demasiado ridí-
culo el adornarse con plumas, como
antes lo hacían los indios.
En esto llegó el conferenciante, y nos
vimos obligados a guardar silencio.
Después de un corto saludo el hombre
tomó la palabra.
“Compañeros:
“Pronto van a cumplirse veinticinco
años que el pueblo argentino pertenece
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Fragmentos
342
a la Gran Sociedad Universal, y la
juventud moderna sólo toma parte en
los beneficios, y no en las luchas para
conseguir el bienestar de que ahora
disfrutamos.
“Una de las primeras obligaciones del
buen compañero es la de ser agrade-
cido, y no debemos perder la ocasión
de ensalzar a los muchos que han traba-
jado, sufrido y muerto en holocausto
de la gran causa.
“¡Cuántos obstáculos ha habido
que vencer hasta llegar al gran año
1925! Año de triunfo; pero también
de desvelos.
“¡Cuántas energías aisladas era nece-
sario encauzar para poder luchar con
éxito, y no por medio de la fuerza sino
de la persuasión!
“Era necesario acostumbrar a estos
jóvenes leones al orden, porque el caos
conduce a la ruina.
“Era indispensable, antes de entu-
siasmar las masas por nuestros ideales,
saberlas también refrenar.
“Porque no queríamos dar otra vez
un espectáculo al mundo como
cuando la gran revolución francesa,
tan espléndidamente empezada y tan
mal acabada.
“Estos gigantes habían derribado un
Capeto para que sus hijos levantaran a
otro, peor aún que el anterior.
“Hubo que enseñar al pueblo a domi-
narse a sí mismo para no caer en
excesos después del triunfo.
“Hubo que eliminar los pescadores
en río revuelto. Hubo que seleccionar
las ovejas sarnosas para no infestar a
las sanas. Hubo que calmar a los exal-
tados, porque nuestro lema no era
Venganza contra los opresores sino
Igualdad y Perdón.
“Hubo que crear lo que no existía.
“Queríamos la unión; pero no la
unión a la fuerza, conquistada sobre
sangriento campo de batalla, como
la de una confederación que nece-
sitó 500.000 cadáveres para poder
formarse, sino la unión perfecta que se
basa sobre el respeto mutuo.
“Hubo que convencer a todos aquellos
que no podían imaginarse un socialista
sino con un puñal o una bomba en la
mano, que no éramos asesinos, sino
progresistas.
“Hubo que acostumbrar al trabajo
a esta gente que nunca en su vida
habían hecho nada por sí mismos, y
cuya única misión en el mundo era dar
órdenes a sus sirvientes.
“Hubo también que acostumbrar a
aquellos proletarios que, con el entu-
siasmo de la victoria querían que en
adelante sólo los burgueses trabajasen.
“Hubo que hacerles ver que no era
posible ni decente tomar represalias
contra los vencidos y que todos éramos
hermanos.
“Hubo que convencer a aquellos que
querían a toda costa repartirse las tierras
y vivir cada uno como una especie de
reyezuelo, que esto no era posible.
“Huboqueconvencerlesqueelhombre
es un ser esencialmente sociable y el
que vive aislado, forzosamente tendría
que sucumbir de melancolía.
“Les hemos demostrado que hasta la
alta aristocracia no se aguantaba en sus
palacios y sus parques, y tenían que
mezclarse con el pueblo despreciado.
“Y aunque se mezclaban con el labio
caído y el gesto desdeñoso, no podían
hacer de menos.
“Hubo, por fin, que crear institu-
ciones que superasen a las anteriores, y
los resultados han demostrado que casi
en todo hemos acertado.
“Hubo que llamar a la realidad de la
vida a aquellos sublimes locos que
pensaban que con haber cambiado de
sistema ya estaba todo resuelto.
343
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Fragmentos
“Al principio hubo que trabajar diez
y más horas cada individuo, para que
no nos muriéramos de hambre al año
siguiente, porque durante unos meses
todo había quedado abandonado.
“Hubo que acallar a los descontentos,
demostrándoles que dentro de poco
tiempo las cosas mejorarían, porque por
el momento la mitad de las actividades
se perdían en estériles idas y vueltas.
“Hubo que consolar a los que más
sacrificios habían hecho y que, por el
momento, no se podían recompensar.
“Hubo que vigilar a estos lobos con
piel de cordero que, antes, con el
nombre de sacerdotes, explotaban y
esquilmaban al pueblo, y después, con
una mentida mansedumbre hacían
aparentar que aceptaban gustosamente
nuestras instituciones, y por dentro
hervían de rabia, acordándose de sus
templos parroquiales, que eran tantas
minas de oro y de placeres para ellos.
“¡Oh, juventud moderna! No olvidéis
nuestros sacrificios y esfuerzos, y haced
lo posible para sobrepujar en prendas
morales a vuestros padres, que esto
será nuestra más grande recompensa.
Antes de concluir quiero presentaros
un compañero, muy digno de todos
los respetos y consideraciones. Vedlo;
dijo, señalándome a mí.
“Un compañero que sufrió durante
cuarenta años por nuestra causa.
¿Y sabéis por qué fue atropellado
y herido?
“Tuvo la audacia de proclamar la
libertad de reunión durante la mani-
festación del 1° de Mayo de 1910,
porque la policía había prohibido
la reunión alegando que estorbaba
el tráfico, y esta misma policía, la
noche anterior tuvo parada la circu-
lación del trafico durante más de una
hora frente a una iglesia, y ¿sabéis
vosotros por qué?
“Se había producido el inmenso acon-
tecimiento social de que se efectuaba el
enlace de la hija de un almacenero enri-
quecido con el hijo de un diputado.
“Invito a todos los presentes a ponerse
de pie, en honor del mártir presente.”
Todos, sin excepción, se levantaron,
y muchos se adelantaron hacia mí a
besarme las manos.
Quedé tan emocionado que apenas
pude decirles:
–¡Dejadme! Es demasiado honor,
hijos míos.
3. La organización productiva
Muy temprano estuve yo de pie; pero
mi hijo ya me esperaba.
–Espero tus órdenes, padre mío. Dime
a dónde iremos hoy, y si apronto el
automóvil.
–Mira, hijo mío: por decirlo franca-
mente, prefiero ir a pie; pero, natu-
ralmente en tu compañía. Así nos
encaminamos hasta Barracas. Todo
completamentedesconocido.Multitud
de casitas, siempre con su jardín; bien
al frente, bien al fondo.
–¿Cómo se las han arreglado para
repartir las viviendas con­formando
a todos?
–¡Oh, sumamente fácil! Una vez
normalizada la situación la gran
mayoría de la gente quiso ir al campo,
donde se levantaron casas a la minuta.
Los habitantes de Buenos Aires estaban
hambrientos de sol y de aire puro.
Bienesciertoquetambiénsehanprodu-
cido casos verdadera­mente extraordi-
narios de gente que no querían salir
de los con­ventillos, alegando que una
casa sólo les iba a parecer una tumba
por su silencio. Extraña facultad del
género humano, saberse amoldar a tal
punto a la miseria, que le causa dolor
N° 9-10 | Edición Bicentenario
LA BIBLIOTECA
Fragmentos
344
el alejarse de estos focos inmundos de
enfermedades de todas clases.
En consecuencia, no faltaban habita-
ciones y cada cual eligió la que más
o menos le acomodaba, siempre de
acuerdo con el Consejo del barrio, que
señalaba a cada familia tantas piezas
como para que le tocara una para cada
dos miembros, cuya edad no alcanzara
a los 50 años, porque a toda persona
mayor de esta edad le corresponde
una pieza aparte, buscando, natural­
mente, dentro de lo posible, dar faci-
lidad para que cada uno quede cerca
de su ocupación.
–Pero, ¿cómo arreglaron el trabajo?
¿Quién administra talleres, quién paga
alosobreros?¿Quiéncompralamateria
prima para las industrias? También en
mis tiempos se hablaba de socializar la
industria, y marchar de acuerdo entre
el capital y el trabajo; pero ninguno de
nosotros se daba cabal cuenta, cómo y
de qué manera debía efectuarse.
–En verdad –respondió mi hijo–,
mucho dio que hacer; pero con la
buena voluntad se han allanado todos
los obstáculos. Hoy no hay más
pequeños talleres ni fábricas. Todo
se hace en grandes usinas, construidas
ya con este fin. Cada usina está bajo
un consejo de empleados y ex obreros
que ya pasan de cincuenta años, y el
total de la industria del país, es decir,
del pueblo 13, dependen del consejo
mayor industrial, que también está
formado por ancianos. Éste viene a
ser una especie de lo que ustedes antes
llamaban un Ministerio del Trabajo.
Este consejo tiene a su cargo la adqui-
sición de la materia prima y todo lo
relativo a las usinas y fábricas. Todo
producto listo pasa a los depósitos
anexos a las fábricas, de donde, a su
vez, es repartido al consumidor, o
enviado para donde haga falta.
No pude menos de decir a mi hijo:
–Pero tú siempre hablas de repartir sin
acordarte de que es necesario pagar a
los obreros y directores, y por lo tanto,
no es posible regalar la producción.
–Estás en un error, padre mío. Hoy no
se paga absolutamente nada; porque,
para empezar, no hay dinero.
–¡No hay dinero! ¿Qué han hecho de él?
–Todo el oro y alhajas se han fundido
y se usa este metal solamente para
dorar los artículos de metal expuestos
al aire y la lluvia para evitar su oxida-
ción y al mismo tiempo para mejor la
estética. Así, tú habrás visto que todos
los armazones de los focos eléctricos
son dorados, como también las rejas y
muchos otros objetos.
–¿Y las piedras preciosas? –pregunté yo.
–Éstas sirven de cojinetes para las
máquinas de precisión; se evita así
mucha pérdida de fuerza por roza-
mientos inútiles, y no se gastan aceites
en lubrificación.
–Pero, ¿cómo les consta que todo el
mundo trabaja?
–Precisamente para esto se han puesto
en uso las contraseñas que llamamos
“Proletarios”, en son de mofa, como
antes se decía luises de oro o napo-
leones. De estas contraseñas, cada
compañero toma diez toda vez que sale
de prestar su servicio de cuatro horas.
–¿Entonces es como si fuera dinero?
–No, padre mío, no es dinero. Es
únicamente un medio para vigilar que
todo el mundo cumpla con su deber,
sin estar direc­tamente bajo una vigi-
lancia deprimente, y que no estaría de
acuerdo con la libertad individual.
–¿Y de qué son estas contraseñas?
Seguramente de plata.
–Este metal sirve para otra cosa más
útil, que es para hacer, en liga con
otros metales, los cables trasmisores
de la energía eléctrica. Porque con
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Fragmentos
esta clase de cables, la pérdida por
irradia­ción es casi insensible. Además
es muy pesado. Nuestras contra­señas
son de una composición liviana, y
que permite su refundición con pocos
gastos. No llevan otra inscripción que
la imagen de la paloma de paz, que es
el emblema de la gran sociedad, y el
nombre del mes en que corren.
–Pero tú dices que no es dinero y,
sin embargo, pagan con ellas a sus
empleados.
–No; no es dinero, y en cuanto te haya
explicado el meca­nismo de nuestra
administración, tú opinarás igual.
Todo com­pañero abajo de cincuenta
años recibe todos los días sus diez
proletarios, excepto los domingos, que
nadie o casi nadie tra­baja, y en cuyo
día los artículos pueden retirarse sin
contra­seña. Los ancianos no necesitan
esta fórmula, porque todo lo que hay
está a su disposición. Con estas diez
tiene que arreglarse en esta forma:
Cinco para su comida.
Uno para fumar.
Uno para refrescos u otra bebida.
Uno para teatro u otras diversiones.
Uno para excursiones en tren, auto-
móviles o aeroplano y uno para flores.
–¿Y el que no fuma?
–Invierte su contraseña en otra cosa.
–¿Y la ropa con qué la paga? ¿Y con
qué mantiene su familia?
–La ropa está pagada por la sociedad,
como igualmente la manutención de
la familia; y los diez proletarios no
son otra cosa que un regulador de la
vida normal, además de ser el único
poder que empleamos para obligar a
cada cual a prestar sus cuatro horas de
servicio. Todo el mundo tiene ropa
y casa pagada por la comunidad, y
solamente el estómago del intere­sado
paga sus resistencias contra el derecho
común. Naturalmen­te no se exageran
las cosas, y si un compañero se halla
indis­puesto, bien en verdad o fingido,
no por esta deja de percibir sus prole-
tarios. Ahora bien; en cuanto el
consejo del barrio se apercibe que las
enfermedades se suceden demasiado
a menudo, va un compañero médico
y pone las cosas en orden, llegando
hasta a ser amonestado públicamente
el haragán que quiere vivir a costillas
de sus compañeros. Si la enfermedad
es algo grave, tiene inmediatamente
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Fragmentos
346
médico y medicamentos a discre­ción,
si no prefiere ingresar en uno de los
muchos hospitales. Pero si es fingida,
se le suprimen sus proletarios, y de
buena o mala gana al día siguiente va
al servicio, porque ni su misma familia
trataría de socorrerlo, porque el que
no quiere trabajar es un ladrón.
–¿Pero el que no gasta sus cinco
proletarios y los quiere acumular? –le
observé yo a mi hijo.
–Esto no sucede, porque como llevan
el nombre del mes de su circulación,
deben ser invertidos en este mismo
mes, de lo contrario, pierden comple-
tamente su valor, y como cada año
se cambia además su color tampoco
pueden guardarse de un año para
otro, y así se evita que haya avaros
entre nosotros.
–¿Y el que gasta todo en bebidas alco-
hólicas?
–Como a nadie le falta nada, es muy
raro ver a un compa­ñero hacer excesos.
Primero por la instrucción que recibe
la juventud, y segundo, porque todo
compañero debe vigilar por el bien
común, y todos, sin excepción, son
agentes del orden al servicio de la Gran
Sociedad cuando el caso lo requiere, y
así uno vigila al otro.
–Muy sabiamente dispuesto –dije
yo–. Pero otra cosa. ¿Por qué antes del
medio día casi no se ve movimiento
por las calles?
–La primera razón es que el Gran
Consejo del elemento fe­menino ha
dispuesto que las mujeres no quieren
ser menos que los hombres y quieren
también prestar sus cuatro horas de
ser­vicio. Así hay un convenio tácito
de que ninguna mujer salga a la calle
a la mañana, sino por causas excepcio-
nales, y así todas trabajan en su casa en
los quehaceres domésticos, y recién a
la tarde disponen del tiempo que les
queda para pasear y diver­tirse. ¡Oh! El
elemento femenino está hoy a la altura
de su misión y a menudo la Oficina
del Progreso recibe escritos con nota-
bles trabajos e ideas de ellas.
–¿Qué oficina es esa?
–Es una repartición que recibe, selec-
ciona y contesta todo escrito presen-
tado por los compañeros de ambos
sexos. Toda persona que cree tener una
buena idea respecto al bien común, la
redacta y la envía a esta oficina. Allí
es analizada y puesta en práctica si es
sobresaliente; queda archivada si es
prematura, o devuelta si es inaplicable.
Pero siempre, y en todos los casos, el o
la autora recibe su respuesta. El terrible
canasto queda abo­lido. Después los
resultados se publican en una revista
que se titula “Progreso Social”. El
segundo motivo del poco movimien­to
en la calle es la paralización completa
del movimiento comer­cial. Antes, una
mitad de la población corría apresura-
damente para engañar a la otra mitad,
o a lo menos para aventajarla; para ser a
su vez engañada por otros más hábiles
que ellos. Todos compraban, vendían,
falsificaban, aumentaban, hacían de
uno seis, y así por el estilo. Les iba bien,
compraban un palacete; les iba mal,
quiebra y otro palacete. Así, siempre
¿quién era el eterno pagano? El tonto
trabajador que se quebraba los dedos
y los músculos durante nueve o diez
horas diarias para ganar un zoquete
de pan para ser luego clasificado de
“elementos bajos”, o el honrado sabio
que, despreciando el vil metal, pensaba
en conquistar para la humanidad los
adelantos de la ciencia para ser tratado
después de viejo imbécil, por no saber
siquiera dejar algún centenar de miles
de pesos para sus hijos.
–Pero ¿tú dices que no hay más
movimientocomercial?–lerepliquéyo.
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N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Fragmentos
¿Cómo se las arreglan para compensar
la sobrepro­ducción de un artículo,
como, por ejemplo, los cereales en
nues­tro país?
–Como el Gran Consejo Central de
Berna dispone de todos, de allá vienen
las órdenes cuando en alguna parte falta
algo, y sin más fórmulas se envía lo nece-
sario. Además, en cada país se trata de
fabricar los artículos cuya materia prima
se encuen­tra allí mismo, para evitar
doble trabajo y doble transporte. Única-
mente con Inglaterra se hace una excep-
ción. Con ellos tenemos una especie
de tratado de intercambio comercial.
Nos­otros les enviamos trigo y carne, y
ellos nos entregan hierro y acero. Y no
es que necesitamos esto, porque bien
podríamos también nosotros trabajar en
las minas para extraer los minerales, sino
para evitar que los ingleses se mueran
de hambre por­que la Isla de la Gran
Bretaña no produce lo suficiente para
ali­mentar todo ese enjambre de aristó-
cratas, príncipes y reyes refugiados allí
después de nuestro triunfo.
–¿Pero ellos tienen a la Irlanda,
que creo que es un país muy
productivo? –dije yo.
–Irlanda no es más inglesa, padre mío.
Uno de los primeros pueblos que se
han proclamado libres del yugo fueron
ellos. Posteriormente, este pueblo tan
digno, hizo un gran acto colec­tivo de
abnegación. Al poco tiempo de haberse
establecido el sistema actual, empe-
zaban a perturbarnos los anarquistas.
No sabíamos qué hacer con ellos. No
había manera alguna de entenderse.
Criminales no eran y, por lo tanto, no
podíamos tratarlos como tales. Pero
nuestro sistema no les gustaba, porque
ellos querían descansar y no trabajar, y
ademásdecíanqueunalibertadconquis-
tada sin sangre no merecía este nombre.
En­tonces les propusimos dejarles a su
elección cualquier parte de la tierra que
ellos quisieran, y entonces nos respon-
dieron que sus deseos eran vivir todos
reunidos en Irlanda. Naturalmente,
nos pareció una pretensión exagerada.
Sin embargo, por fór­mula, se hizo la
pregunta al pueblo irlandés, y cuál no
sería la agradable sorpresa del Gran
Consejo al recibir la siguiente nota:
“Al Gran Consejo Universal:
“El pueblo irlandés tiene en honor
poder ofrecer su tierra a los intereses de
la Gran Sociedad, y pide únicamente un
año de tiempo para desalojar su país y
hallar otro lugar que goce, más o menos
del mismo clima, para habitarlo.
“No se nos agradezca nuestra acción,
porque, además de ser un deber agra-
decer la ayuda que hemos recibido en
sus tiempos del Gran Consejo, con
gusto nos alejamos de nuestros peli-
grosos vecinos.”
El Gran Consejo les propuso entonces
la Patagonia Argentina, y ellos acep-
taron en seguida. Así, ahora tenemos
toda Irlanda, o a lo menos sus habi-
tantes, aquí, en el Sur, alrededor del
Chubut. Una vez desalojada aquella
isla se enviaron allá todos los anar-
quistas del Universo y ahora mante-
nemos relaciones muy cordiales con
ellos. Únicamente que éstos no aceptan
absolutamente nada de nosotros,
porque dicen que hemos transfor­mado
al mundo en una gran cárcel modelo.
–Y los ingleses, ¿qué dicen a todo esto?
–Se conformaron, y no está lejos el día
que “malgré-tous” tendrán que soli-
citar el ser admitidos en nuestro seno.
Todo el elemento pensador y todos
los trabajadores han emigrado de allí
y se encuentran entre nosotros; así
solamente quedan allá los aristócratas
empedernidos de todo el Universo.
Gentes que han proclamado que se
harían saltar al aire, junto con toda
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Fragmentos
348
la isla, antes de ser compañeros de
los “sans-culotte”. Gente que sostiene
que todos nosotros somos unos desal-
mados ladrones, por haberles robado
sus tierras y sus palacios. Bienes que
sus padres habían conquistado a
fuerza de sacrificios heroicos (uña). Lo
gracioso es que este enjambre de prín-
cipes y gentes de sangre azul no podían
soportar el gobierno monárquico.
Hicieron una revolución e implan-
taron la república; pero copiando
casi por completo nuestro sistema;
es decir, en vez de haber un presi-
dente y ministros, el poder ejecutivo
está representado por un consejo de
ancianos. Al discutir la nueva forma de
gobierno hubo algu­nas observaciones
dignas de ser reproducidas, sobre todo
tratán­dose de gentes que todos habían
sido soberanos y habían gober­nado en
mayor o menor escala. Uno dijo que
un joven no tenía bastante experiencia
ni calma para pertenecer al consejo. Y
este mismo individuo había sido rey a
los dieciocho años. Otro dijo que era
peligroso acumular demasiado poder
en una sola per­sona, olvidando que él
enpersonahabíaclamadoquenopodía
hacer grandes obras porque una estú-
pida constitución se lo impedía. Otro
dijo que se debían examinar primero
los nuevos miembros del consejo, sin
pensar que él en su vida jamás había
pasado por ningún examen y, sin
embargo, fue, según su opi­nión, un
rey sabio y aplaudido.
No pude menos de afirmar todo lo
dicho por mi hijo. Es verda­deramente
sorprendente cómo el mundo se ha
dejado llevar tan­tos siglos por las narices
por todos estos aventureros que se
llaman testas coronadas. Todo empleo,
todo trabajo, toda profesión, por ínfima
que sea, tiene que ser aprendida, y se
trataría de loco al padre que dijese que
su hijo, que están aún en la cuna, que va
a salir un gran médico o un buen zapa-
tero. Sin embargó, hoy nacía un prín-
cipe y ya le aplaudía el pueblo ignorante
por el gran es­fuerzo heroico que había
hecho con nacer. Ya todo el mundo
sa­bía que este chico iba a ser un rey
magnánimo, ilustre, sabio, bon­dadoso,
valiente, guerrero y tutti cuanti. Esto
me hace acordar un hecho que oí en mi
juventud. En Escocia perseguían una
vez a un rey, y éste, para evadirse con
más facilidad, se disfrazó de leñero y
se mezcló con otros del mismo oficio.
Después de ponerse en seguridad les
avisaron a éstos que el que había estado
entre ellos había sido el rey.
–¡No puede ser! –exclamaban éstos.
–¡Si tenía la cara como nosotros!
Pobres pueblos engañados y vendidos
que habéis soportado leyes como la que
castigaba los delitos de lesa majestad
con fuertes penas. Mirad en una noche
serena por espacio de cinco minutos al
firmamento, y sabréis lo que quiere
decir majestad, y os convenceréis más
que nunca que este título no corres-
ponde a ningún miserable gusano en
esta tierra.
En esto llegamos a la Boca del Riachuelo.
¡Qué cambio! Todas las casillas de
madera de mis tiempos las llevó el
empuje de las nuevas instituciones.
Lindas casitas de material, todas con
su jardín, daban un aspecto magnífico
a este barrio tan abandonado antes.
Porque en mis tiempos, todo el celo de
las autoridades muni­cipales se reser-
vaba para los grandes paseos aristocrá-
ticos, y si algo se ocupaban de la Boca
y Barracas era por miedo de con­vertir
estos barrios de obreros en focos de
enfermedades infec­ciosas, que muy
bien algún día podían extenderse hasta
los barrios de la gente bien.
Llegamos donde estaban los buques.
349
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Fragmentos
El puerto estaba relativamente vacío.
Pero cerca de un gran transatlántico
con bandera inglesa se veía algún
movimiento.
Nos acercamos a un empleado, y éste,
al reconocer en mí a un miembro del
Gran Consejo, categoría que yo mismo
igno­raba aún, se puso en seguida a mis
órdenes para lo que quisiese mandar.
Le hice algunas preguntas respecto al
buque, su tripulación, lo que traía y lo
que llevaba.
–Compañero anciano, no quiero
quejarme; pero el peor ser­vicio que
puede existir es tener que lidiar con
esta gente. Toda la tripulación del
barco inglés son aristócratas y nos
miran a nosotros como la peste.
Vienen aquí a traer hierro y llevan
carne. Pero todo lo hacen con un
gesto de perdona vidas, que parece
que son ellos los que nos mantienen
a nosotros, en vez de ser todo lo
contrario. Sin embargo, no todos son
así y hay un rubio entre ellos muy
modesto. He oído decir que aquel
rubio que ahora está recostado contra
la obra muerta del buque es el lujo de
un gran soberano que en sus tiempos
era muy beli­coso y tenía en un latente
sobresalto a media humanidad.
Dirigí la mirada donde me indicaba
el empleado, y vi allí un hombre que
tenía de todo menos de matasiete, y no
pude menos de sentir compasión por
un hombre que se había criado entre el
lujo y que ahora tenía que ganar su pan,
haciendo la triste vida de marino.
Así se lo manifesté a mi hijo.
–No los compadezcas, padre mío. Este
mismo hombre tiene un hermano que
está entre nosotros; es decir, en Suiza,
y demos­tró ser un hábil electricista;
pero desde el día que abandonó su
estado social y abrazó nuestro credo,
toda su familia lo decla­ró renegado y
no quiso saber más de él. Esta gente,
antes de reconocer que son de carne
y hueso como nosotros, se dejarían
cortar en pedazos.
La carga del vapor se efectuaba de
una manera original. No se veía gente
ninguna, y todo caminaba automáti-
camente. Le pregunté al empleado que
nos hacía de cicerone, y éste nos dijo
que el vapor había llegado esa mañana
cargado y que hoy que­daría listo para
emprender nuevamente el viaje.
–¿Y el carbón para las calderas? –dije yo.
Mi hijo, notando el asombro en la
cara del empleado, le dijo que yo era
el anciano que había estado demente
durante cua­renta años, a lo que aquél
me contestó:
–Nadie pierde su tiempo actual-
mente en sacar carbón de debajo de
la tierra. Los buques son propulsados
por motores eléctricos, y las acumula-
dores se cargan en un par de horas. Y
son suficientes para un viaje de ida y
vuelta; pero por precaución se vuelven
a cargar aquí. Mas este buque no es
de los más veloces y creo que sólo
camina cuarenta y cinco millas por
hora. Por allí pueden ver los vapores
de la Gran Sociedad Universal, entre
los que hay algunos de ellos cuyo
andar normal es de ochenta millas
por hora, y otros cuyo andar sólo
es supe­rado por los aeroplanos, que
emplean, desde París hasta aquí, sólo
dieciocho horas.
–Pero debe ser terrible el esfuerzo
necesario para desarrollar estas veloci-
dades, más teniendo en cuenta que la
resistencia del agua aumenta en rela-
ción del cuadrado con la velocidad.
–No tanto como tú crees compañero
anciano, porque ahora los buques no
cortan el agua, sino ruedan sobre ella.
Mi hijo me contemplaba sonriendo, y
nos encaminamos hacia nuestro barrio.
N° 9-10 | Edición Bicentenario
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Fragmentos
350
4. Sobre la evolución histórica
del trabajo
Mi hijo me habló de una conferencia
para niños que iba a tener lugar esta
noche, y como era una de las pocas en
idioma castellano, resolvimos asistir.
Para no cansar a los niños, la verdadera
conferencia dura sola­mente media
hora, y después viene un cuento, por
lo general muy lindo.
Llegada la hora nos encaminamos
hacia la Casa del Pueblo, ex Catedral,
y al poco rato subió a la tribuna el
conferenciante.
Rara vez en mi vida he visto un hombre
que tuviera tanta bondad pintada en
su rostro, y por las manifestaciones
que le hacían conocí que era el ídolo
de la gente menor.
El hombre empezó a hablar, y los
párrafos más importantes de su
discurso fueron los siguientes:
“Mis queridos niños:
“Hoy hablaremos un poco sobre el
trabajo.
“Desde que existe el mundo ha sido
necesario trabajar, por­que la naturaleza
muy raras veces nos brinda sus dones
comple­tamente listos para el consumo.
“Así crecen las yerbas fibrosas; pero
hay que hilar y tejer las fibras para
hacer trajes.
“Crecenlosárboles;peroparahacercasas
hay que cortarlos y hacer tablones.
“Crecen las frutas; pero muchas de
ellas hay que cocerlas, y hacen falta
cacerolas y hornos.
“Además, hay animales feroces y son
necesarias armas para combatirlos.
“En fin, el trabajo es indispensable.
“Al principio, cuando aún había poca
gente sobre la Tierra, tal vez alguno
pudo haber pasado sin trabajar,
alimentándose de fruta y no usando
ropa alguna.
“Pero en el transcurso del tiempo,
el mundo se pobló, y no hubo más
remedio que ayudar a la tierra a
producir nuestro alimento.
“Naturalmente el labrar la tierra
con herramientas primitivas era un
trabajo muy penoso, y los hombres
más espabilados bus­caron la manera
de sacarle el cuerpo,
“Pronto éstos se destacaron como jefes
y alrededor de ellos se agruparon los
vividores.
“Así, el resultado final era que los
trabajos más pesados tenían que
hacerlos los demás.
“Éstos se conformaban de muy mala
gana, y los jefes se con­vencieron que
tenían que buscar algún medio para
mantener a esta gente en estado
subyugado.
“Y este medio se halló explotando el
sentimiento religioso.
“Siempre, y en los tiempos más
remotos, el hombre se incli­naba a
creer en seres superiores, que moraban
en las alturas celestes y en otra vida,
después de la muerte del cuerpo.
“Y bien pocos hay aún hoy en día
que miran con serenidad el supremo
momento de la muerte física.
“Porque nadie, absolutamente nadie,
sabe dónde irá a parar nuestro espíritu.
“Mas cuando hay una conmoción de
la Tierra, o simplemente una tormenta
fuerte, todo ser humano se encuentra
asustado, y le es forzoso reconocer que
hay alguna cosa superior a nuestro
escaso entendimiento.
“Este sentimiento, pues, fue el que
emplearon, y el primer embustero que
supo convencer a sus semejantes menos
inteli­gentes, que él había sido desig-
nado por un ser divino como su repre-
sentante, era jefe de hecho y derecho y
mandaba y dictaba leyes a su antojo.
“Así se crearon los sacerdotes.
351
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Fragmentos
“Les decían al pueblo que en esta
tierra era necesario trabajar y sufrir
para ser recompensado con exceso en
la otra vida.
“Bien es verdad que si los pueblos
hubieran sido un poco más perspi-
caces, bien hubieran podido ver que
los que tales cosas decían empezaban
por no cumplirlas ellos mismos; pero
los pue­blos eran ciegos.
“Andando los tiempos, otros jefes se
transformaron en reyes y se rodearon
de soldados; pero siempre de acuerdo
con los jefes religiosos.
“Éstos les aseguraban la sumisión del
pueblo, y en cambio, disfrutaban de
altos honores y conseguían su objeto
principal, que era: No trabajar.
“Además, supieron investirse de auto-
ridad casi igual como los reyes, y
algunas veces más aún.
“Sí, mis niños queridos, aún no hace
mucho tiempo, apenas cuarenta años,
que las autoridades municipales de
nuestra ciu­dad no podían hacer tal o
cual cosa, para no tener conflictos con
la Autoridad Eclesiástica.
“Hoy en día, gracias a los esfuerzos
de la Gran Sociedad Uni­versal, se ha
extirpado este cáncer social; pero es
necesario que vosotros, que sois el
pueblo de mañana, conozcáis a vues-
tros enemigos.
“Habíamos llegado que en los antiguos
tiempos, los jefes civi­les y los religiosos
y los demás vividores, no trabajaban.
“No solamente no trabajaban, sino
hubo algunos que, para co
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La biblioteca n° 9 10

  • 2. 1 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA 3 8 18 36 54 64 76 96 112 132 144 158 174 188 210 222 230 248 262 274 284 298 334 354 362 372 378 384 ÍNDICE Editorial Diálogos Oscar del Barco: “El poema no dice, surge en una exclamación sin sentido...”.• Por Horacio González Noé Jitrik: “La literatura dialoga secretamente, envía señas de nuestra experiencia• colectiva”. Por Sebastián Scolnik Conflictos y armonías Descodificación del Código Penal en Argentina.• Por Eugenio Raúl Zaffaroni Federalismo en el Bicentenario.• Por Natalio R. Botana Modelo regional y popular de desarrollo.• Por Enrique Martínez Notas sobre el jacobinismo argentino.• Por Eduardo Rinesi La acción como anhelo y el futuro como imposibilidad.• Por Alejandro Kaufman Imágenes y memoria Celebrar el segundo Centenario.• Por León Rozitchner ¿El porvenir sólo será un espectáculo de la memoria?• Por Héctor Schmucler Treblinka de los argentinos. Imágenes de la nación: el cine y el Bicentenario.• Por David Oubiña ¿Cómo escribir la historia?• Por Horacio González Artificios: lengua y ciudad Poesía y peronismo: un episodio en la historia de la literatura argentina.• Por Martín Prieto La construcción de la identidad lingüística argentina.• Por Ángela Di Tullio Ciudad moderna - metrópoli global.• Por Pablo Sztulwark Rurbanismo y desurbanismo.• Por Juan Molina y Vedia Discusiones Fuegos de los Centenarios. ¿La verdad no se nos escapará?• Por Javier Trímboli El Bicentenario y los usos de la historia.• Por Tomás de Tomatis Negativos sin revelar. Misceláneas de los años del Centenario.• Por Guillermo Korn Zonas francas. Risas y mediaciones.• Por María Pia López Fragmentos La Estrella del Sur: a través del porvenir• . Por Enrique Vera y González La ciudad anarquista americana.• Por Pierre Quiroule Buenos Aires en el 1950 bajo el Régimen Socialista.• Por Julio O. Dittrich El diario de Gabriel Quiroga. Opiniones sobre la vida argentina• . Por Manuel Gálvez Eurindia• . Por Ricardo Rojas Papeles sueltos Sobre• Historia de la Biblioteca Nacional de Horacio González. Por Eduardo Rinesi Las prácticas bibliotecarias en tiempos de la Revolución. Sobre• Los orígenes de la Biblioteca Pública de Buenos Aires de Alejandro Parada. Por Luis Pestarini “Idea liberal económica sobre el fomento de la biblioteca de esta capital”.• Por Juan Luis Aguirre y Tejeda
  • 3. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA 2 394 410 430 444 460 476 484 504 530 542 Inauguración de la Biblioteca Nacional.• Por Paul Groussac Papeles al día.• Investigaciones en la BN Recursos de información sobre genealogía e historias locales en Argentina.• Por Elsa Barber Biblioteca Nacional: los procesos técnicos en el Centenario.• Por Elvira Arcella, Mabel Bizzotto e Ignacio Zeballos Aproximación al archivo de Dardo Cúneo y a los sentidos de una práctica social.• Por Vera de la Fuente Algunos aspectos de la sociedad del Centenario a través del archivo personal de• Pastor Servando Obligado. Por Ana Guerra La ciudad en la obra de Francisco Felipe Fernández.• Por Alicia Gloria Rubio Los conductores de la Biblioteca Pública de Buenos Aires. Sus apodos y• seudónimos. Por René Garmón, Ana Guerra, Germán Álvarez, Daniel López, Juan Pablo Canala y Mario Tesler 1910, un año monumental. Festejos estatuarios.• Por Rosana Sagré Álbum
  • 4. 3 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Editorial El porvenir de las bibliotecas nacionales El mundo es un mundo de prácticas. Hay prácticas culturales, prácticas ideológicas, prácticas teóricas. ¿Cuánto van a cambiar las prácticas de lectura y de tratamiento de los libros a partir de nuevas realidades tecnológicas? Mencionamos un objeto sobre el que se ha declarado un interés reciente: el libro electrónico. Lo seguimos llamando “libro”. La civilización y el lenguaje son prudentes. No atri- buyen nuevos nombres livianamente. La milenaria denominación de “libro” tiene resonancias reli- giosas, antropológicas y científicas. En sus diferentes formas, se mantiene la expresión “libro”, sean las famosas tabletas de arcilla de las que hoy todos hablan (interés por los arcaísmos de Amazon: también llama “tableta” al Kindle), sean los milenarios rollos y papiros, y sobre todo éstos, pues “libro” toma su etimología precisamente del papiro, o en otros casos, de la inscripción de signos sobre pergaminos. Está en cuestión si la humanidad asiste a una gran mutación en la que se preservará esa palabra “libro”, pero para aplicarla a otro objeto y a otros procedimientos. El mundo procede por metonimias, y hay que agregar: éstas se desplazan a veces circular o erráticamente del mundo natural al mundo animal y de éste al mundo humano. El libro va del árbol a la vida, a todo ello se superpone, así como podrá superponerse con su versión electrónica en una magna hipótesis de superposición de capas de cultura histórica. En la génesis de todo nombre puede haber una práctica productiva primitiva que luego se convierte en la denominación que construye genealogías familiares, nombres propios de todo tipo. En cuanto a la palabra “libro”, la etimología puede conservar el significado de “corteza de árbol” en un dispositivo electrónico operado a la distancia por servidores digitales. No es posible hoy imaginar cómo cambiarán las prácticas de lectura con el libro electrónico. Las noticias sobre las ventas de Amazon y los nuevos productos que surgirán, con nuevas y maravillosas funciones, suponen la existencia masiva de almacenadores portátiles de textos que serán verdaderas bibliotecas ambulantes. La capacidad de almacenamiento aumentará progresivamente, así como el vínculo de servicios con la matriz proveedora, que acrecentará sus prestaciones, múltiples conectivi- dades y disponibilidad de títulos, salteando las agencias intermediarias históricas, librerías, editoriales y bibliotecas. Es cierto que son piadosos. Amazon propone distintas vinculaciones entre librerías y bibliotecas, y se verá cuáles son. La trilogía Millenium vendió un millón de copias digitales en Amazon; se trata de una obra cuya curiosidad también reside en una ardua disputa sobre el derecho de autor debido a las restricciones de la ley de cohabitación sueca, lo que revela el cambio dramático en las relaciones entre el mercado, la industria cultural y los andamiajes jurídicos existentes. El debate respecto del libro y del periódico electrónico hace tiempo está instalado. Es muy cono- cida la opinión de Umberto Eco respecto a que, al igual que la rueda, objeto irreductible e irrem- plazable de la cultura material, el libro solo admitiría algunos aderezos y apliques adicionales. La rueda admite el neumático, por ejemplo, sin modificar su estructura. Permanecería en su forma ya concluida, con variaciones no esenciales en su práctica conocida. No sabemos si es un ejemplo apro- piado para juzgar el futuro del libro. Un salto impresionante, superior al que se dio desde el papiro al códice enrollado o del copista medieval hacia la imprenta Gutemberg, está sucediendo ahora. Un salto que sólo es posible recibir con esperanza si se lo construye a partir de los legados de la conciencia lúcida y la cultura crítica. Se trata de un salto que involucra un signo diferencial en las prácticas cultu- rales, entre ellas la de la lectura como acto de organización colectiva y autoconstrucción personal. Tomemos rápidamente algunas ideas de Roger Chartier, quien afirma que la lectura puede estudiarse
  • 5. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA 4 como un acontecimiento cuasi ontológico. Pasan así a formar parte del armazón de la época las decisiones colectivas alrededor del libro y las publicaciones periódicas, así como la red de lectores, las bibliotecas, la relación entre los artículos situados a partir de decisiones editoriales en la prensa y su posterior reaparición en libros, la decisión de publicar libros con las correspondientes tensiones entre la tecnología, el mercado y la cultura, etcétera. Reflexionando sobre el porvenir digital del libro, Chartier dice: “Al menos hasta hoy, en el mundo electrónico, es la misma pantalla iluminada de la compu- tadora la que da a leer los textos, todos los textos, cualquiera sea su género o función. Se rompe así la relación que en las culturas escritas anteriores ligaba estrechamente los objetos, géneros y usos. Es ésta la relación que organiza las diferencias inmediatamente percibidas entre los diferentes tipos de publicación impresas y las expectativas de sus lectores, guiados por el orden y desorden del discurso, por la materialidad misma de los objetos que los portan. Es esta misma relación que queda visible en la coherencia de las obras, imponiendo la percepción de la entidad textual, aun al que no quiere leer más que algunas páginas. En el mundo de la textualidad digital, los discursos no están más inscriptos en los objetos que permiten clasificarlos, jerarquizarlos y recogerlos en su identidad propia. Es un mundo de fragmentos descontextualizados, yuxtapuestos, infinitamente recompuestos, sin que sea necesaria o deseable la comprensión de la relación que los inscribe en la obra de la cual fueron extraídos”. No se trata de una crítica al libro digital, sino de lo que aún le falta para situarse al nivel de comple- jidad de las grandes culturas heterogéneas de la lectura. Sí, en cambio, es una crítica a quienes presu- ponen que la civilización es una alegre continuidad de “distintos soportes” y que en cada momento aparece uno superior al otro, sustituyéndolo ante la complacencia y felicidad pública. No son así las cosas, por lo menos si los pueblos y los horizontes de constitución de la vida pública pretenden algo más que acoplarse a la “ciencia y técnica como ideología”. Lo adecuado es, y siempre fue, realizar severos esfuerzos conceptuales para despojar a los avances tecnológicos de su ideología hegemonista y culturalmente homogenizadora, para devolverles primero la condición de “instrumental” (que los laboratorios y tribus universales que los impulsan presentan con aparente ingenuidad: “son simples herramientas”) y reasignarles a partir de ella su verdadera cualidad emancipadora, al rescatarlos de ese falso instrumentalismo para darles una verdadera condición creadora de nuevas fuentes de vida, conocimiento y arte. Se convierten así en objetos no instrumentales, no dominados por “ingenieros de sistemas” por un lado, y por “gerentes de contenido”, por otro, sino por unidades experienciales donde cada uno de estos hemisferios se funde con el otro. En la historia de estas fusiones entre soportes y contenidos, formas y magnitudes, se halla la historia de la ciencia en su más cabal expresión intencional y práctica: Leonardo da Vinci, Spinoza, Einstein y Borges, para quedarnos cortos. Una expresión que ganó desde hace décadas el lenguaje vinculado a la revolución digital en la que todos participamos –revolución, por tanto, minoritariamente activa y universalmente pasiva–, es la “producción de contenidos”. Hay que llamar la atención sobre ella, así como otras descripciones de la gran mutación técnica, pues la encierran en ideas rutinarias en lugar de expandir sus verdaderos efectos liberadores. En verdad, “producir contenidos” –un “contenido Proust”, un “contenido Cortázar”, un “contenido Jauretche”–, significa una hipótesis de gerenciamiento poco capaz de preguntarse sobre las complejas relaciones entre la cultura, el pensamiento, el lenguaje y la técnica. Tan entrelazadas están que no es posible reducirlas a la mera ecuación simplificadora “forma/contenido”, sobreentendiendo que la segunda “llena” los “recipientes” que ofrece la primera.
  • 6. 5 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA La gran revolución en las comunicaciones todavía no registró su fase más elevada, que es la de construir un lenguaje civilizatorio que supere las metáforas prestadas con las que hoy habla y llegue a producir otra lengua que se parezca a la del objeto libro que conocemos desde hace siglos: donde no hay distinción entre forma y contenido, sino una ideología de las prácticas de liberación a través de las lecturas. Tanto ha triunfado esta práctica, que todos los credos despóticos o las propuestas de quitar de la acción humana sus síntomas de autonomía, también se expresan en el mundo de esos libros, tan eminente es su vigencia en las culturas y conflictos contemporáneos. Lo es porque son delicadas invenciones “definitivas”. No porque nada venga a cambiarlas, todos participaremos inevitablemente de la cultura del libro electrónico, pero es menester dejar en ella las evidencias del gran legado, gracias al que todos los frutos de la creación humana convivirán dramáticamente ante una humanidad en condiciones de emanci- parse –como siempre lo estuvo, como siempre se lo dijo, como siempre se lo comprueba a diario, en los fracasos y logros de esa percepción–, retomando las tecnologías para emanciparlas a ellas mismas de su corazón productivo y libertario, anulándoles, entonces, sus capas funcionariales que son las que primero aparecen, usándolas demasiadas veces de cabestro para nuevas jactancias de dominación. Las bibliotecas históricas, con sus prácticas sociales, no desaparecerán pero contendrán funciones nuevas, en diálogo con esas “bibliotecas ambulantes” que serán en poco tiempo más los libros y las bibliotecas digitales. Y las bibliotecas nacionales –como ésta, que en el mismo momento en que el lector está leyendo estas líneas cumple 200 años, de Mariano Moreno a Leónidas Lamborghini–, tendrán como tarea adicional pensar estas nuevas relaciones: hacer ingresar en su seno las primicias del ingenio humano y ser usinas vivientes de los nuevos nexos de lenguaje que los lectores, que la sociedad en general exigirá de los procesos automatizados de consulta, y de la consulta como acto existencial fundado en la libertad autorreflexiva, aquella que procura toda existencia que desea ser autónoma. Horacio González Director de la Biblioteca Nacional
  • 7. Una indestructible tradi- ción cultural pone al diálogo como la cumbre del método filosófico y de la conjunción entre espíritus dispuestos a la comprensión. Pero basta leer en los folios antiguos que llevan precisamente ese nombre, los diálogos de Platón, para percibir que no vienen acompañados de otra cosa que de una suave violencia interna que presupone que cuando termina un diálogo, las cosas no deben quedar como estaban en su origen. La civilización, entendida como consciente deseo de llegar a acuerdos, es un concepto promovido por la convicción de que ellos son una mutua cesión de aspectos sobrantes que se dejan inactivos en nombre de una concordancia espiritual. Pero las cosas no suelen ser así. Hay civilización porque siempre estamos preguntándonos por lo que sobra y no encaja en los diálogos. Es decir, los diálogos son tales porque contienen su propia negatividad, su imposibilidad de cierre. La vieja frase “hablando se entiende la gente” es una feliz redundancia. La sospecha aciaga de que el mundo no se compone de tales benevolencias, siempre nos obliga al consuelo de considerarnos hablantes en diálogo sempiterno. No es que no lo seamos, pero no podemos disfrazar la angustia de que no hay diálogo concluso, de que no hay diálogo que domine realmente su materia secreta e indócil: la dificultad misma de entenderse, la desconfianza de que hablando no necesariamente se entiende la gente. En estas conver- saciones que publicamos late este problema, que en su sentido más amplio, lo expresa Nietszche en su crítica a Sócrates, quizás injusta, Diálogos
  • 8. pero reveladora de un problema. Todo hablante lo sabe: llamamos al diálogo como consuelo y para ver la satisfacción oscura de lanzar hilachas inexplicables al mundo. Leyendo las respuestas de Del Barco y Jitrik, es posible comprobarlo y anunciar que esa comprobación ya nos pone en el umbral de la filosofía. En el primer caso, se trata de una conversación –si puede consi- derarse como tal un intercambio de mails que intenta salvar las distancias físicas– sostenida por el mutuo conocimiento de las reflexiones de cada uno de los hablantes que se siguen las pistas mutuamente durante décadas, y que recobran nuevos aires a partir de los más recientes ejercicios de escritura. No es que se piense siempre lo mismo, sino que todo el tiempo se vuelve sobre aquello que constituye una preocupación fundamental, aunque desde nuevas perspectivas que acompañan los viejos problemas. Como si el arte del pensamiento procediera por recurrencias que son, en sí mismas, innovaciones. El segundo caso, si bien se trata de temas diferentes a los que ocupan a Del Barco, comparte rasgos comunes: con el paso del tiempo esos problemas también retornan renovados. Se sabe de la trayectoria de Noé Jitrik como crítico literario. Sin embargo, cada vez que retoma sus reflexiones es como si agregara a ellas nuevas imágenes que trabajan desmontando las expectativas de sus interlocutores. ¿Por qué aquellos autores y sucesos a los que refiere vuelven tan distintos? No encontraremos una respuesta fácil, y quizás esa duda nos acompañe siempre, cada vez que acudamos al paciente tono con el que narra sus preocupaciones.
  • 9. 8 Entrevista Oscar del Barco: “El poema no dice, surge en una exclamación sin sentido...” Por Horacio González Puede pensarse la amistad intelectual como una ardua y sutil conversación en la que se ponen en juego las propias trayectorias. Un encuentro en el que los interlocutores se tantean, se descifran, se intuyen tratando de poner en común los signi- ficados que yacen latentes en la palabra dicha. Se empeñan en comprender lo que se dice, cómo y por qué se lo hace, sabiendoquequienhablaestambién una biografía, un recorrido teórico y una expe- riencia singular. El principio de reciprocidad no sólo actúa bajo estas exigencias, sino que también tiene como premisa interna del entendimiento la certeza de que la propia vida de quién escucha o lee es desafiada por aquello que ha sido dicho. De estos intentos, con sus momentos de incomprensión y de tenacidad, está tejida la utopía de todo diálogo. Ofrecemos en esta nota un intercambio con Oscar del Barco que no permite ser catalogado simple- mente como una entrevista. El modo apresu- rado en que se suscita, pretendiendo salvar las distancias físicas con las posibilidades que ofrece el correo electrónico, no puede soslayar los años de reflexión compartida que obran como fondo de una proximidad laboriosa. Temas filosóficos, como la Culpa y la Expiación, la Responsabilidad, la autoría individual y colectiva, se precipitan en la pregunta por el misterio de la lengua poética que alza su voz en la materia informe y sin sentido.
  • 10. 9 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos Horacio González: Querido Oscar, envuelto en la urgencia te escribo unas preguntas que me gustaría hacerte, a la manera de un reportaje –a ser excu- sado este término–, como resultado de haber concluido la lectura de tus últimos libros de poemas, Espera la piedra y Partituras. Un abrazo, H. G. 1. En Espera la piedra impresionan las imágenes infernales, una perver- sidad endemoniada que sería pavo- rosa sino no se tratara, al parecer, de una fundación del verbo a través de la sangre. Quizás un sacrificio frente al matadero de almas, al naufragio de todas las criaturas, en pos de una culpa suprema que permitiría crear el mundo otra vez. ¿Admitirías que se trata de una extrema asociación entre sangre y escritura? 2. Tus libros filosóficos El abandono de las palabras, La intemperie sin fin y Exceso y donación, presuponen una escritura poética, un acoso de preguntas y una reflexión en acto sobre el propio momento en que el filósofo reflexiona. Se deja todo en estado de incierta dona- ción: ya por existir el pensar, produce un exceso que en esencia se torna un impensable. En estas condiciones, el yo es un abismo que se retira ante cada pregunta que realiza. Es un sacrificio que ocurre en el seno de esta paradoja de la escritura, no por la sangre derra- mada, como en el realismo escatológico de De Maistre. Me viene este nombre a la cabeza, porque tu obra llega a un punto de escándalo sobre la sangre, resuelto con un pensamiento sacrifi- cial pero con una conclusión que ya sabemos: el “no matarás”, que parece brotar ahora del interior de tu poesía, que pasa por la piedra, la nada, el ruego. ¿El poema “Espera la piedra” puede ser una conclusión del “no matarás”, pero declamada por un dios asesino? 3. Algunos dijeron que en tu escrito sobre el “no matarás” subyacía una idea de culpa comprendida en términos de expiación, lo que parecería debilitar la asunción de una responsabilidad. Lo hecho, hecho está. La expiación indi- caría que alguien que lo hizo quisiera no haberlo hecho; o que alguien que imaginó que estaba bien lo hecho, quisiera compensar al mundo por haber tenido ese pensamiento extra- viado. Otra vez: exceso y donación. Pero quisiera poner este tema ante tus poemas publicados en el libro con el nombre de Dijo. En él, parecería que un poeta originario lucha para dar comienzo a las cosas. Tiene rituales, letanías, palabras de celebración, alabanzas oscuras y un canto que se da entre túmulos y alaridos. Hay un misterio que está a punto de revelarse y no encuentra cómo hacerlo a pesar de tener todas las palabras a mano. Quizás es la propia historia de Cristo que ha sido mal contada y precisa una nueva fonética, pero el que la busca cree estar diciendo lo correcto, y por primera vez. Pero el lector de Dijo percibe el elegíaco distanciamiento entre lo que ya sabe que se ha dicho y este otro plano del decir en el que parece que alguien hace el esfuerzo de rememorarlo; o bien desea hablar y no puede más que dejar un rastro de fonemas y el aura de voces que apenas se escuchan en sordina. ¿Qué le faltaría? Me gustaría preguntarte, en este punto, si Dijo serían también los poemas de una expiación (en caso de que este vocablo te resulte apro- piado) ante una fórmula de creación del mundo que precisaba de otras heridas, no las que cuentan los libros sagrados conocidos. 4. El poema “Dijo” comienza con una exclamación apagada y una confusión
  • 11. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos 10 de persona. Alguien menciona a un tercero en segunda persona singular perolohaceantecederconelpronombre de la tercera persona del singular. Es un sollozo que más bien quisiera ser un alborozo. Pero esa vacilación le permite el balbuceo. ¿Se intenta captar ese estado de balbuceo de la lengua? El balbuceo es quizás el origen del habla. Es el estadio en el que están a prueba los sonidos, las corresponden- cias, enlaces y apareamientos de letras, procurando por objetos del mundo con los que juntarse. En “Dijo” hay objetos que también están a prueba: piedras, animales, flores. Sin poder diferenciarse pero sabiendo que una diferenciación completa no satisfaría la formación del lenguaje, que reclama el equívoco entre él y el, equívoco entre la persona y lo que la señala. Confu- sión gramatical que aparece como el origen de lo sagrado. Aunque ese origen parece representar tan sólo una voz que fracasa en crear el mundo. Ezra Pound quizá sintió del mismo modo el llamado a una catarsis general del mundo, pero propuso un programaposible, aunque luego también reprobado: combatir el “cautiverio vegetal de la sangre”. Ahora me gustaría pregun- tarte si todas estas formas poéticas exigen el empleo de un yo confesional, que se convierte en toda la potencia posible del yo. Es decir, se convierte en un imposible yo, que aborda el absurdo de desatar su pasado y querer afirmarse por esta vía que disuelve lo hecho. Otra vez la expiación. El problema que se origina es de natu- raleza mitológica. El yo se disuelve en una confesión para poner su verdad irreductible, y al mismo tiempo no podría sino afirmarse como fuente de verdad. La verdad se convierte entonces en una simultánea afirma- ción y negación del yo. Confiesa para salir indemne gracias a arrasarse. ¿Tus poemas conducían a la carta que escri- biste en la sección “Carta de lectores” de La intemperie, originando la polé- mica, o ella puede permitir leer de otra manera tus poemas? Sin querer llevarte nuevamente al terreno del diferendo ya atravesado, Jorge Jinkins deduce que una posición confesional como la que sostenés puede ser tan sincera como inauténtica, pues pone el yo y lo deshace, emplea argumentos para decir que no argumenta. El problema es crucial: de alguna manera debo ser mi pasado pero no hay por qué dejarlo bajo su sello de identidad ya transcu- rrido. Apelo a los derechos del presente para revisar lo actuado, admitiendo la dificultad que tiene toda construcción de sinceridad. Desde el punto de vista de la escritura de textos, hay aquí una interesante mitología del yo como acceso a su auto anulación. ¿Admi- tirías aquí la presencia de un acervo nominalista de la literatura argentina, que proviene de Borges y sobre todo de Macedonio Fernández, cuyos textos examinaste en tus obras anteriores? 5. Volviendo una vez más a tu “Carta a La intemperie”, no para retomar la discusión, sino para seguir indagando qué discutíamos, ¿no te parece que ella es un experimento retórico absoluto? Dice sólo lo que ella es. Está vacía de historia e invoca apenas lo que sería un El problema es cuando uno está convencido, como lo estoy yo, de que es así, de que no hay nadie que sea el autor o el creador del poema, y menos que nada un yo. Todo se dice y se escribe solo, sin ningún soporte trascendente a la cosa misma, quiero decir al poema. Sé que pensarlo y vivirlo así es una locura, pero creo que es mayor locura pensar que “alguien” desde fuera del habla y sin habla, habla, o piensa o escribe.
  • 12. 11 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos arquetipo platónico de la discusión, la justicia y el sentido de cualquier esfuerzo humano, cuanto más lo polí- tico. No es habitual un documento así entre nosotros, pues estamos inmersos en “sociologías de la creencia” y “polí- ticas de la memoria”. Me pregunto si en Partituras –tu reciente libro de poemas–, no sólo encontramos la última vuelta de tuerca del “Dijo” sino también una idea de cosmos sangrante, a la manera de una Biblia rota, asimismo despedazada en pala- bras esparcidas en la página. ¿El río tipográfico de Juan L. Ortiz parece aquí haberse convertido en círculos que dispersan el verbo, como si algo hubiera estallado en el centro del universo? Estas “partituras” parecen ser textos esparcidos que conservan un débil hilo de sentido, cuyo tema sería el de la fundación del ser en una jornada de horror. ¿Estamos acertados al designar de este modo tus poemas? ¿No son, mirando a la distancia, una reflexión extrema sobre la historia del mundo, a la luz de una historia argen- tina a la que tanto pudo sugerirle la idea de pasado y presente? ¿Y ahora? ¿Se podría decir que esta misma idea de “pasado y presente” pasó de tener un alma gramsciana a tener una apela- ción a descifrar el pasado como mito visto por un presente en el que “se oyen lamentos”? En todo caso, Partituras parece llevar a un extremo la aventura poética de Leónidas Lamborghini, en el sentido de que algo se dijo en un pasado primordial, y sólo se pueden rescatar unos pocos mendrugos pavo- rosos. ¿Es aceptable presentar así tu larga tarea poético-filosófica? Oscar del Barco: Querido Horacio: vos sabés que en realidad no puedo responder a tus preguntas, complejas y hondas, porque las respuestas están ya encriptadas en las propias preguntas. Tus preguntas hilvanan tu propia respuesta. Pero no sólo me resulta imposible responder a esas preguntas a causa de la complejidad de las mismas sino, y ante todo, porque nadie es el autor de los poemas; es el propio lenguaje el que toma la “iniciativa” de las palabras, mientrasqueelautoreselprimerlector, etc. Estas aseveraciones de Mallarmé fueron y son, desde hace muchos años, mi creencia más firme en relación con el poema. Al decirlas parecen obvias, pero el problema es cuando uno está convencido, como lo estoy yo, de que es así, de que no hay nadie que sea el autor o el creador del poema, y menos que nada un yo. Todo se dice y se escribe solo, sin ningún soporte trascen- dente a la cosa misma, quiero decir al poema. Sé que pensarlo y vivirlo así es una locura, pero creo que es mayor locura pensar que “alguien” desde fuera del habla y sin habla, habla, o piensa o escribe. Si, en conse- cuencia, intentara una respuesta a tus preguntas, estaría aceptando de hecho el presupuesto implícito en ellas respecto a la existencia de un sujeto o un “yo” autor o creador del poema en su original inmanencia subjetiva de la que el poema sería una copia, y de esta manera estaría aceptando que sé Oscar del Barco
  • 13. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos 12 algo que el poema dice más allá de lo que efectivamente dice, y así dejaría de lado el hecho de que lo único que el poema dice es el propio poema. Y la verdad es que no sé nada del poema, o no sé más de lo que sabés vos y de lo que puede saber cualquiera que lo lea (“no sé” significa que no tengo ninguna explicación o clave última del poema). Una vez dicho esto, agrego que obvia- mente vos o yo o cualquiera puede decir, pensar, analizar, criticar, destruir o alabar el poema. En mi “interpre- tación” del poema de Juan L. Ortiz “Ah, mis amigos, habláis de rimas...” sostuve que mi interpretación era una de las tantas posibles. En consecuencia, y en una vía nietzscheana, pienso que todo es interpretación, sin que haya ninguna garantía de interpretación fundada en un autor. Teniendo en cuenta, para concluir con estas observaciones, que “poeta” se llama al lugar-de-manifestación donde surge eso que llamamos poesía. Ese lugar de manifestación de la poesía (es) en este caso lo que llamamos “yo”, un yo-habla y no un yo-que-habla, como si el habla fuese un atributo de algo distinto al habla, y que podría así, fundándose en esa diferencia, hablar del poema y de las circunstancias o motivaciones subjetivas en las que se produjo su manifestación. Manifes- tación que se produce, por supuesto, en lugares investidos empíricamente, y que el poema/poeta “expresa” de la misma manera que expresa lo trascen- dental en el acto de su manifestación. El trabajo del llamado “poeta” consiste en producir y sostener su apertura (y esto conlleva necesariamente el “sacri- ficio” del yo, la destitución del yo por el no-hombre) para que en eso abierto acontezca el poema. A partir de estas sucintas aclara- ciones intentaré hablar de algunas de tus preguntas. La culpa, después de la “muerte de Dios” y, en general, de la caída de los conceptos centrales de la metafísica, es inmanente; quiero decir que es nomi- nativa: llamo “culpa” a lo que vos tal vez nombrás con la palabra “sangre” (la “especie humana” como carnicería o sevicia hiperbólica); es al peso espi- ritual de esa sangre a lo que podemos llamar culpa. Claro, algunos dicen “yo no soy culpable ni responsable de lo que pasa en el mundo”, en cuyo caso, y como consecuencia lógica, deberíamos aceptar que en el mundo hay inocentes por un lado y culpables por el otro, lo que es absurdo, salvo que aceptemos un ser trascendente que funde tanto el bien como el mal. De alguna manera (aunque a algunos esta indecisión les desagrade) todos somos culpables (de olvidos, de indiferencias, de maledi- cencias, de envidias, de odios, etc.). Pero para entender esta afirmación de culpabilidad es preciso no aislar los hechos. Por ejemplo, al hecho de que un niño muera de hambre en tal o cual lugar hay que subsumirlo en lo que Robert Antelme llamó “la especie humana”. En caso contrario tanto la responsabilidad como la culpa aparecen como algo inverosímil, e incluso absurdo: ¿¡cómo voy a ser yo responsable de lo que pasa en África o –haciendo referencia al No matar que vos recordás–, de la muerte del Pupi en las sierras de Salta!? El problema es que no hay hechos aislados: si somos- con-otros, si no hay mónadas sino comunidad o “especie”, no podemos hacer del otro un otro aleatorio, un otro separado absolutamente. En este sentido, el deseo de inocencia exacer- bado puede llevar a la constitución de
  • 14. 13 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos un Dios como forma ideal destinada a eximirnos de la culpa, como fue el caso de Cristo asumiendo y redimiendo los pecados del mundo. En la idea de “culpa” están implicadas las ideas de libertad y de responsabilidad; una responsabilidad digamos ontoló- gica, quiero decir que no depende de que subjetivamente la aceptemos o no, sino que es eso que vos llamás “sangre” (hambre, frío, persecución, encierro, ¡muerte!) que clama en cada conciencia, aunque no lo sepamos. De alguna manera las guerras, los genocidios, las persecuciones y torturas pesan, siguen existiendo, y ese peso, esa carga, es lo que llamamos “culpa”. En este sentido sí veo una “extrema asociación” entre sangre negada (y no, por supuesto, en una acepción del tipo fascista) y escritura. Pienso que la “estética” de Espera la piedra y de Partituras (uso la palabra estética en el sentido que le daba Antonio Machado al decir que toda poesía implica una estética) es un levantar la palabra precisamente contra la “sangre”... Pero no se trata de hablar simple y directamente contra la “sangre” sino de algo más, de un más que es propio del orden poético... Huidobro decía que la poesía no canta a la lluvia sino que hace llover... En este sentido me refiero a una poesía –digamos– no-sangre, o que esencial- mente desconstruye la sangre... El yo, decís, es “un abismo”... Yo agregaría que no es nada de cosa, de sustancia, de ser. Pienso que la palabra “abismo” no está mal si le sacamos el “es”, vale decir que yo sería abismo, abierto, infinito... En esos poemas cuyo nombre es un oxímoron (¿cómo podría esperar una piedra? Y si no hay nadie, ¿quién o qué esperaría a la piedra?) hay, a veces, un exceso de claridad y a veces un exceso de oscuridad, ¡que deben soportarse!; podríamos decir también un exceso de manifestación, de pura presencia, y otro exceso de falta o de ocultamiento. Todo contradictorio, porque si no hay nadie, ¿de qué sería presencia la presencia y ausencia la ausencia? No entiendo lo de “dios asesino”; más bien yo diría “proclamada por un asesino”, como si la especie humana se asumiera culpable de su ser-así y se llorara ante ese ser-así, o se maldijera. Del Dios como asesino yo suprimiría la palabra Dios vaciándola de deter- minaciones; pero, si Dios fuera, por ejemplo, naturaleza, no podría ser sino asesino, y basta mirar el mundo para compren- derlo... La responsabi- lidad es incom- prensible, pero esto no quiere decir que no sea; sabemos que es, pero no sabemos qué es. Se niega con exaltación la responsabilidad porque implica –recuerdo a Blanchot– un “sumopadecimiento”.Elpadecimiento de compartir el padecimiento, en una suerte de comunidad-de-sufrimiento; me identifico no sólo de palabras sino de acto con el ejecutor, y eso me convierte realmente en el ejecutor, y eso es volverse loco. Porotrapartepiensoquenohay“expia- ción” posible de la culpa. No puede haber perdón post facto; nadie puede asumir la culpa y perdonar (cargar con los pecados, redimir, perdonar, como habría hecho Cristo). Solo la víctima podría perdonar en el instante de la victimización, pues en caso contrario el tiempo haría que se perdonara a otro: la víctima perdonaría a un otro El perdón es imposible porque el instante no pervive, de allí que el perdón tenga siempre algo de simulacro: el acto de herir pasa y es el acto lo que debe perdonarse. Así lo que se perdona es un imposible: habría que resucitar el acto...
  • 15. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos 14 que el verdugo... El perdón es impo- sible porque el instante no pervive, de allí que el perdón tenga siempre algo de simulacro: el acto de herir pasa y es el acto lo que debe perdonarse. Así lo que se perdona es un imposible: habría que resucitar el acto... Es cierto: uno (¿pero quién “uno”?) quisiera “no haber hecho” el mal; pero lo hizo y lo hace, y eso, ese mal, es ilevantableeimperdonable.Podríamos llamar “dios” a eso que idealmente asume el mal y lo redime perdo- nándolo... Éste es el tremendo mito de Cristo, un Dios que se hace hombre para rescatarnos del pecado y abrir la posibilidad de una reconci- liación eterna. Y no sólo mito de Cristo sino también de las filosofías que recurren a Dios como momento de reconcilia- ción infinita, como una asunción en el fondo absolutoria. En realidad no hay un por qué ni un para qué de los poemas, de ningún poema en cuanto poema. Más que como una expiación los consideraría como un lamento; repito, no hay expia- ción; el poema se eleva, o, si preferís, se rebaja al nivel de la queja, es un simple y mísero quejido, siempre mísero, ante lo imposible de pagar, o de expiar... El balbuceo no es un “intento” por captar... nada, no tiene intencio- nalidad. Como el poema no puede decir nada, su balbuceo es lo máximo o el extremo del habla –vos decís “el origen”–. Y si fuera posible tematizar un origen, lo que lógicamente me parece imposible, tal vez la palabra origen como vos la usás sería utilizable, pero siempre de manera vacilante. El poema “Espera la piedra” tiene mucho de blasfemia. Pero una blas- femia laica, vale decir sin un dios a quien blasfemar. Una blasfemia sin sentido, vacía, pero a la vez una suerte de insulto desconsolado arrojado hacia nada,uninsultoquenosembargacomo un llanto vuelto sobre sí mismo. Sí, una blasfemia que en última instancia, y esto puede ser una desgracia, cae sobre el propio poema... No creo en un yo, alma, sujeto, o lo que sea... Más bien pienso que el llamado “yo” (al igual que Dios, Sujeto, Alma) es (¡pero no puede ser!) ese hueco, o vacío o nada, que nunca lograremos captar o nombrar porque precisa- mente (somos) eso, y para captarlo o nombrarlo tendría que ser él mismo otro (yo: otro), un algo que por ser otro que yo, yo podría nombrar. Si a esta negación la querés llamar “expia- ción”, considerándola una supresión hiperbólica del “yo”, o mejor aún, un suicidio, tal vez la expresión sea válida. Si aceptáramos que uno es culpable (incluso de algo ignoto) es posible que para la imposible expiación (¡pero este es un tema inabarcable!) de dicha culpa recurriéramos en última instancia al suicidio (esta fue la formidable saga mítica de Jesús-Cristo, un Dios que se vacía de sí haciéndose hombre y sacrificándose para redimirnos del mal que está en el origen del hombre por haberse separado de Dios al asumirse en y por el pecado...). A mí me resulta difícil entenderlo así, pero no niego que es una posibilidad “lógica”, al menos de una extraña lógica sofística. Creo que Jinkis se equivoca a causa de unracionalismoqueleimpideentender, como diría Gorgias, que el Ser no es En realidad no hay un por qué ni un para qué de los poemas, de ningún poema en cuanto poema. Más que como una expiación los consideraría como un lamento; repito, no hay expiación; el poema se eleva, o, si preferís, se rebaja al nivel de la queja, es un simple y mísero quejido, siempre mísero, ante lo imposible de pagar, o de expiar...
  • 16. 15 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos y que el no-ser es (¡algo tan simple!); “afirmación y negación del yo”, ¡claro!, porque se trata de espacios o, valga la expresión, de lugares diferentes que ya Kant analizó in extenso: no podemos dejar de utilizar el “yo”, de decir “yo”, y, sin embargo y al mismo tiempo, de negar el yo (en realidad el enunciado se enuncia solo, no hay un quién, ni un quien, del habla, y por supuesto que esto puede resultar un hueso duro de roer, y ahí está la historia de la filosofía para demostrarlo). Se trata de una suerte de “cinta de Moebius”: hay que emplear argumentos para decir que no hay argumentos; reconozcamos, Horacio, que se trata de pura óptica (Derrida ya señalaba la paradoja de que no hay más remedio que utilizar el lenguaje de la metafísica para criticar la metafísica). Sí, al respecto mi refe- rencia, o mi inclinación más bien, sería hacia el Macedonio que afirmaba su no-almismo... Tal vez sea posible “presentar así” Partituras; pero considero tu palabra “reflexión” en el sentido de figuración (meta-fórica en cuanto llevar algo, el razonamiento, la palabra, al límite –¿límite de qué si no hay límite?–). Y tal vez me inclinaría a ver el poema como un fin, en el sentido de término, de acabamiento: “el abandono de las palabras” entendido en la completud del doble genitivo, y lo que queda son restos, de acordes, de ritmos, de pala- bras... pero pregunto, me pregunto, ¿por qué después de ese final surge otra cosa que de alguna manera continúa lo mismo en otro poema, como si la palabra renaciera de su fin, renaciera de su muerte en una especularidad lacerada, para hablar ya solamente de la muerte, o, más aun, como muerte, o, en tus palabras, de la “sangre”, como sangre...? No se trata, es obvio, de la “estética” sino de lo que puede implicar al nivel del pensamiento un poema. No hay estética, hay poemas, cuadros, música, con sus particulares “estéticas” (lo pongo entre comillas para señalar la imposibilidad de una tal hipóstasis). En otras palabras, cada uno hace lo que quiere y lo que puede. Pero la “estética” de estos poemas me parece que se inscribe en esa “sangre” de la especie, o después de la Shoa como diría Adorno, y a pesar de Adorno, universalizando la Shoa como acontecimiento de sacralidad intocable, irreferible, y sin embargo adentro nuestro, actual, vigente, llevando el lenguaje a su fin... Y a este fin sólo podemos señalarlo como sacrificio. La literatura, o mejor dicho el arte, como sacrificio secular, sin ningún dios, Estado o Partido que lo recoja en su economía (de trueque: yo te ofrezco tal sacrificio y vos me das tales dones, etc.). El sacrificio secular es sin economía, es puro-sacrificio (a distinguir del sacrificio puro; y aquí estoy haciendo una referencia al sesgo del problema del puro-amor en Fenelon), un sacrificio del “yo” (sujeto, alma o espíritu) que no puede justifi- carse. Repito lo ya dicho: en el arte no hay “yo”; luego el arte implica la extin- ción (o la muerte) de ese fundamento egológico que, a la vez, implica la muerte o el fin de la onto-teo-logía (ser-dios-razón). Hay un momento en que el llamado “artista” (al igual que el místico, el revolucionario o el erótico) toca, en un punto-real, la muerte (¡la “sangre”!), lo que Mallarmé, a quien siempre se vuelve en este tema, llamó “desaparición elocutoria del poeta”, y “desaparición” es desaparición. ¿Cómo no pensar en Hölderlin, en Artaud, en Nietzsche, en Rotkho, en Staël, en Pollock...? Si me preguntaras el por qué, la causa, de este sacrificio, de estos
  • 17. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos 16 sacrificios, la verdad es que no podría responderte, creo que son incomprensi- bles. Incluso creo que el sólo intento de comprensión lo perturba de tal manera, al intentar sometimiento a la razón, que lo vuelve extraño, incognoscible, pues sólo conocemos nuestra pertur- bación o la formalización en lengua de algo informalizable... El estupor de que no haya redención- reconciliación(ni,porsupuesto,perdón), y que seamos sólo “sangre”, muerte, nos lleva al absurdo. Lo último de lo último es que no hay: no hay más-allá-del-ser, ni último hombre, ni Dios, ni “hay”, ni “último dios”, ni Ereignis o coapro- piación, ni infinito, ni sustancia, ni esencia, ni salvación, ni acontecimiento, ¡sólo estas pocas letras que se arman y desarman en 100 mil millones de neuronas y millones de billones de sinapsis en centenares de billones de estrellas y de galaxias que flotan en el vacío sin dónde, sin para, sin qué...! Sólo letras sin nadie, nombres... huecos, vacíos, fantasmas, virtualidades, nadas. Sólo sueños sin nadie que los sueñe, pala- bras sin nadie que las pronuncie. ¿Quién ha dicho esto? “Somos” el sonido de un puñado de letras que flotan inmóviles en el infinito... ¿El infinito? “Palabras... palabras...”. El poema no dice, surge en una excla- mación sin sentido.
  • 18. 17 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos Juan L. Ortiz
  • 19. 18 Entrevista Noé Jitrik: “La literatura dialoga secretamente, envía señas de nuestra experiencia colectiva”(*) Por Sebastián Scolnik Quizáshayaalgoencomúnentreaquellasjornadas primeras de los albores de Argentina y estas horas, algo más inciertas: la dificultad de imaginar una existencia colectiva. No habrá tal perspectiva sin una literatura que la incite y la convoque. Y es que ella ha aparecido siempre en los momentos de peligro; sea bajo el esbozo de la crítica de su época o bien como promesa redentora, las ficciones cinceladas por las plumas de los escritores argen- tinos concurrían a la cita con la historia. Le hemos solicitado a Noé Jitrik la ardua tarea de trazar un esbozo de lo que ha sido el movimiento literario del país: sus pulsaciones precursoras, sus vacilaciones y sus nombres más inspiradores. Aceptando, casi con resignación pero con entu- siasta ánimo perseverante, Jitrik desgrana en este diálogo el despliegue zigzagueante de la litera- tura en su relación, problemática, con el curso de los acontecimientos políticos y sociales. Los escritores de Mayo de 1810, la Generación del 37, Lugones, Rojas, Sarmiento y el Martín Fierro, Roberto Arlt, Martínez Estrada, Borges y Jauretche son legados imprescindibles cuando nos interro- gamos sobre las posibilidades de pensar qué es Argentina en sus dilemas bicentenarios.
  • 20. 19 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos La Biblioteca: ¿Cuál es el significado de la literatura, cuál es su presente y porvenir en esto que, con cierto fervor místico, seguimos pensando como existencia colectiva? NoéJitrik:Siobservamosloscomienzos de una literatura en Argentina, la idea de existencia colectiva es un interro- gante. ¿Qué era la colectividad en la sociedad argentina hacia el final de la colonia en 1810? La presentación de la Revolución de Mayo es, en realidad, la decisión de un grupo de personas que se propone configurar una existencia colectiva y que encuentra dificultades tales como la amenaza de la anarquía y la posi- bilidad de enfrentamientos armados que se extenderán luego durante sesenta años. En rigor, la idea de exis- tencia colectiva era virtual... Por un lado, porque la realidad era más bien dispersa, y por el otro, porque había quienes intentaban darle una forma concreta y específica a dicha virtua- lidad. Este objetivo se planteó a partir de un modelo que, para los revolu- cionarios de 1810, podía reconocerse positivamente en Francia, y de forma negativa en España. Esto es lo que podríamos entender como la inten- ción que subyace a Mayo de 1810, y el motor que llevó a un determinado grupo a generar ese hecho histórico. Pero no se trataba sólo de una voluntad patriótica, sino también, forzados por las circunstancias o no, de un grupo de escritores. La mayoría de los prota- gonistas de Mayo de 1810 escribieron sus memorias. Hasta un sujeto tan imprevisible, como fue el coronel Saavedra, también lo hizo. En esas memorias personales está lo que tiende a consolidar o construir esa colecti- vidad. Una de las que más se destacan es la de Manuel Belgrano. Son tan atractivas como dramáticas: es casi el único que imprime un sesgo dramá- tico en sus escritos, que da cuenta de cualidades, tanto por su formación como por sus ideas y dramas perso- nales, y sobre todo, por el modo en que encaró el proceso que parecía irse todo el tiempo de las manos. Es más, se fue de las manos rápidamente. En diez años el país fue mostrando un aspecto muy diferente de la idea de 1810. Es a partir de ese momento que la noción de existencia colectiva empieza a problematizarse, y se inician los enfrentamientos radicales que se van a prolongar durante décadas. LB: ¿Cuál era el papel de la escritura en ese momento, y cómo podrían pensarse las diferencias respecto a las formas más contemporáneas? NJ: La escritura desempeñó en aquel momento un papel fundamental, porque ese mismo grupo que llevó adelante la revolución era ilustrado y tenía una cierta sensibilidad respecto a la literatura, tal como se entendía sobre todo en la herencia borbónica. Había un costado, que no podríamos llamar aún de literatura pero sí una manifes- tación previa que después pudo ser considerada o bien literaria, o bien popular –muy embrionaria y restrin- gida, de valor más bien testimonial– sobre la voluntad de construir algo. Se trataba de dos formas expresivas: una que tenía relación con un sector de la población poco cultivado, y otra con un sector cultivado, heredero de la cultura borbónica ilustrada. La llamada “Canción patriótica”, de López y Planes, que luego será consa- grada como himno nacional, es un claro testimonio de esa voluntad de
  • 21. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos 20 construirunanación.Ideasobresaliente para Mayo, de herencia rousseauniana, ya que fue Rousseau el primero en hablar de ese concepto, retomado por López y Planes en el Himno. Hoy ese texto puede sonar a hueco pero, sin embargo, se sigue cantando, porque por sus versos transita la voluntad de cons- truir una nación, un país, que todavía no existía pero que en la canción y en la literatura se daba por existente. Ese dar por sentado un país que todavía no existía, pero que se manifestaba por escrito, indica el papel que desempeñó la literatura en el siglo XIX. Toda ella está recorrida por esa vibración interna: conferir existencia a algo que aún no la tiene del todo. Y en eso, un concepto, el de representación, desempeña un papel fundamental. Es inequívoca la gradual tendencia a tratar de representar lo que todavía no puede ser del todo representado. En eso piensa un escritor como Esteban Echeverría. Toda su obra está atravesada por la intención, el esfuerzo y las ganas de asir una realidad, que se siente como inarmónica e inorgánica. Las escrituras que se producen en esta perspectiva son embrionarias pero tienen su lugar. En la época riva- daviana, 1823-24, los registros de aduana muestran los objetos cultu- rales que arribaban en ese momento, traídos por ese gobierno ilustrado. Era impresionante. Uno de ellos fue un libro publicado en España, llamado La Lira Argentina, que recupera la obra de 25 ó 30 poetas argentinos. Salvo uno de ellos, todos están en la misma línea poética de López y Planes. Ese que se destaca, pero que es igualmente admitido, es Bartolomé Hidalgo, que comienza lo que luego será el lenguaje gauchesco y después va hibridándose. Dichos textos forman parte de la poética general, pero el hecho de que alguien recopilara a todos estos poetas, los hiciera publicar, y que luego el volumen hubiera llegado y trascen- dido en esa remota Argentina es sin duda muy significativo. Por otro lado, en ese momento empiezan a surgir publicaciones locales. Por ejemplo, un periódico llamado La abeja argentina –nombre bastante revelador– que se ocupa de diferentes campos de la realidad, incluidos diversos discursos y nacientes preocupaciones. Publica artículos sobre ingeniería, sobre poesía, teatro, agri- cultura, navegación, industria. Es un intento de construir un país por medio de las palabras. Pero la historia indica que si se construyó el país lo hizo por otro lado. Una de las pocas cosas que quedan de ese ímpetu es el Banco de la Provincia que todavía existe. LB: Nombrás la capacidad anticipa- toria de la palabra, como una imagi- nación colectiva del país que aún no existía. Podríamos pensar en dos grandes vertientes de esa imaginación: por un lado la Generación del 37, un puñado de nombres que pensaron los dilemas de la época en clave genera- cional.Yluego,conunaimprontamuy diferente, estaría el surgimiento de un revisionismo nacionalista ligado al Centenario, encarnado por nombres como el de Lugones o Rojas... Ese dar por sentado un país que todavía no existía, pero que se manifestaba por escrito, indica el papel que desempeñó la lite- ratura en el siglo XIX. Toda ella está recorrida por esa vibración interna: conferir existencia a algo que aún no la tiene del todo. Y en eso, un concepto, el de representación, desem- peña un papel fundamental. Es inequívoca la gradual tendencia a tratar de representar lo que todavía no puede ser del todo representado.
  • 22. 21 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos NJ: A propósito de las plumas que se instalaron como imaginación colec- tiva de país, la Generación del 37 es un momento particularmente intere- sante, por ser un período de muchos cruces y perplejidades en relación con esta intención de dar fórmulas desde la palabra que sirvieran para orga- nizar el país. La idea de organización ya había aparecido en la Asamblea del año 13, es decir, desde el comienzo aunque embrionariamente. Se trata de crear instituciones a semejanza de los modelos franceses: ya el mismo nombre, asamblea, está tomado en préstamo. Hacia los años 30 estos intentosempiezanacapotar,seahogan, y entonces los jóvenes del 37, presen- tándose como generación, vuelven a replantear y reformular la posibilidad de establecer pautas para la organiza- ción y construcción del país. Esto se ve claramente en las obras de Echeverría y Alberdi, ambas inaugurales respecto a las propuestas institucionales que presentan. El mismo Alberdi es quien años después escribirá las “Bases” de la Constitución. Su excepcional cabeza funcionaba casi programáticamente. La palabra organización es impor- tante; después reaparecerá en el 80. Este término viene del pensamiento no utópico de Francia, del sector denominado “eclecticismo francés”. Echeverría recupera este término en su libro Dogma Socialista. Pero cabe aclarar que Echeverría es además un escritor, es el primer escritor que podríamos llamar moderno. Es un autor que vivió un momento de transición de la literatura francesa, y que fue casi testigo de las contiendas románticas en París. Pero, contra- riamente al modo en que muchos la presentan, su concepción literaria no es de sometimiento respecto al modelo romántico, sino más bien un impulso que el romanticismo le da para conec- tarse con estructuras muy misteriosas y secretas de la realidad argentina. Y esa manera de considerar misterioso lo que ocurre por aquí, en la pampa, las ciudades, las temporalidades propias, es un modo de pensar romántico, pero también local; es un pensamiento que intenta dar forma a la experiencia local para tratar de llegar a esa idea de orga- nización que se va dando después. El grupo del 37 tiene varios nombres notables,luegofundamentales:Alberdi, Juan María Gutiérrez, Echeverría, y las conexiones que mantienen con gente del interior del país. Buenos Aires es, en ese momento, el horno del que salen todos los panes ideológicos, esté- ticos y políticos, pero que encuentran fuera de Buenos Aires alguna gente que sobrepasa lo que la capital forjó, por ejemplo Sarmiento, que estaba conec- tado con este grupo, pero que hace una formulación novedosa. Encuentra una salida, que podemos ver como literaria en un sentido a-genérico, no some- tida a ninguna indicación de ningún tipo, con una fuerza extraordinaria y una arbitrariedad o locura expresiva enormes. Su obra es una irrupción dentro de un panorama en el cual los intentos anteriores se presentan de un modo desiderativo, pero tímidos en su formulación. Esta Generación del 37 cuenta con el Dogma Socialista de Echeverría, los escritos filosóficos de Alberdi –escritor que piensa en términos de nación–, la idea de cultura literaria de Gutiérrez –quien dice que si la independencia supuso cortar los lazos con España, para ser congruentes habría que aban- donar la lengua española y adoptar el francés;paradójicamente,añosdespués, Gutiérrez termina siendo académico
  • 23. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos 22 de la Real Academia Española–. Lo del francés no era más que una utopía lingüística disparatada... Lo que se gesta en ese período, un poco dislocadamente, se organiza mucho más en el pensamiento de Sarmiento y posteriormente en el de Alberdi, que son los que inspiran la resolución, por llamarla de algunamanera,de la anarquía, y allí empieza a crearse la posibilidad de armonizar los diferentes grupos locales anta- gónicos, cuyos enfrentamientos impedían que la idea de nación terminara por concretarse. En Sarmiento aparece la idea de que Facundo Quiroga era un sujeto reacio a cualquier cosa que viniera de la cultura. Pero es también él quien diceenelFacundo que no era así, que, al contrario, el riojano se mostraba cercano a la idea de un orden político e institucional ya en la época rivadaviana; más tarde, Facundo entra en pugna con el unita- rismo, pero al volver a Buenos Aires es sensible a la cultura porteña. En el Facundo, Sarmiento invita a navegar por conceptos, y lo que queda luego de la lectura, no son tanto las afirma- ciones más tajantes, sino esa deriva, ese ritmo que se presenta como momento fundacional de una literatura posible que no está sometida a modelos. Es el momento fundante de una litera- tura en la que los referentes están ahí pero tergiversados, en un movimiento intelectual dotado de un ritmo de la prosa que hace que aún hoy el libro sea legible, más allá de saber qué es lo que pensaban los escritores de aquella época, o de descubrir perlas ignoradas de la literatura argentina del siglo XIX, que difícilmente las haya. Luego, se intentará transformar a la fuerza, convencionalmente, estas piezas en escrituras valiosas, cuando su valor pasa, en realidad, por la turbu- lencia: es el germen de la generación de una literatura, algo que está ahí, que hay que hacer, que tiene sentido hacer para otorgar identidad a esa colectividad en plena formación. Su valor no pasa tanto por lo estético, lo poético, ni siquiera por lo que pueda desprenderse de sus páginas. Aunque es cierto que en esos textos hay nume- rosas ideas y tal vez para los sociólogos pueda ser interesante rescatarlas. LB: Si el primero es un momento de ficción respecto de la existencia colectiva, el segundo parece querer fundar una singularidad específica con el nacionalismo, el retorno a una época gauchesca y a un sujeto nacional encarnado... NJ: El desarrollo que lleva a esta pregunta es particularmente dramá- tico e interesante, porque por un lado están las ideas de la Generación del 37, pero también empieza a darse un interés por la historia, y se abre un debate interesantísimo entre Mitre y López a propósito de la Revolución de Mayo, a propósito de la biografía que Mitre escribe de Belgrano y es refu- tada por López; el debate es mediante sendos libros. Surge un interés por En el Facundo, Sarmiento invita a navegar por conceptos, y lo que queda luego de la lectura, no son tanto las afir- maciones más tajantes, sino esa deriva, ese ritmo que se presenta como momento fundacional de una literatura posible que no está sometida a modelos. Es el momento fundante de una literatura en la que los referentes están ahí pero tergiversados, en un movimiento intelectual dotado de un ritmo de la prosa que hace que aún hoy el libro sea legible, más allá de saber qué es lo que pensaban los escritores de aquella época, o de descu- brir perlas ignoradas de la lite- ratura argentina del siglo XIX, que difícilmente las haya.
  • 24. 23 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos la historia, y al mismo tiempo una atracción por la novela histórica: el propio Mitre escribe novelas román- ticas e históricas. Pero, por debajo de esa vocinglería, hay un rumor que es la literatura gauchesca que se va dando como una manifestación de otra naturaleza. Y ahí, como señaló Martínez Estrada, hay un equívoco fundamental, creer que la literatura gauchesca era la literatura de los gauchos, cuando era todo lo contrario. Justamente la palabra “gauchesca” era la que marcaba la diferencia: es una literatura culta que adopta un lenguaje artificioso, resultado de la obser- vación y la transformación de una jerga empleada por cierto sector de la población. Pero ese rumor produce algo extraordinario, una irrupción: el Martín Fierro, libro que resume el sentido que tienen estas operaciones discursivas, vistas como sólo servi- ciales: los poetas gauchescos estaban siempre apoyando una causa u otra, de ahí que en conjunto se los llama la gauchipolítica. Sin excepción, todos son partidarios de alguien: algunos rosistas, como Luis Pérez, otros anti- rrosistas como Hilario Ascasubi, pero Hernández se encarga de darle otra densidad a este lenguaje, y de allí surge el Martín Fierro. Para algunos, como Lugones o Carlos Astrada, desde el punto de vista de lo que afirma, será el poema épico nacional. Pero para otros, quienes reivindican lo indí- gena y lo gauchesco, es un texto anti- indio, anti-gaucho, reaccionario. Esas interpretaciones para mí carecen de importancia porque de lo que se trata es de una eclosión del lenguaje y la formulación de una posibilidad, que luego irá palideciendo anegada por la cultura urbana, pero que ahí está y ha dejado una enorme marca. El esquema de esa época sería: el lenguaje gauchesco es un rumor respecto de la vocinglería del lenguaje español culto, hace eclosión en el Martín Fierro y luego sufrirá una lenta desaparición coincidente con la derrota del universo rural, vencido finalmente unas décadas después por el lenguaje urbano. Entre tanto, se va dando, dentro del choque de estos dos lenguajes, la imagen de una literatura posible, un poco más desprendida de la contin- gencia. Es el mismo fenómeno que se da en el periodismo, el cual funcionó durante el siglo XIX como unipersonal y en función de una causa política inmediata. José Hernández así lo hizo en más de un periódico, sobre todo en El Río de la Plata, en el que publicaba su defensa del gaucho. Y poco a poco, hacia 1870-1880, va surgiendo un periodismo que tiende a dar noticias, y corresponde al momento en que la modernización del país empieza a consolidarse, a ser una realidad. En así que lentamente comienzan a publicarse novelas, una poesía más formalizada; aparecen sociedades de poetas, de dramaturgos. Señales que indican la posibilidad de concretar lo que previamente era sólo una voluntad. Este proceso culmina alrededor de 1880, década de triunfo del libera- lismo y consolidación de una determi- nada idea de país. Comienza a gestarse la propuesta nacionalista, que aparece en versos elementales que funcionan como manifestación de una mirada que descansa sobre una nación a la que se le atribuyen no sólo características, sino también funciones y destinos. Empieza a funcionar la idea de la “Grande Argentina” que es un título luego retomado por Lugones, y despunta también el llamado revisionismo.
  • 25. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos 24 El nacionalismo es una de las mani- festaciones de un conflicto militar e ideológico, que toma forma ya en el 80. Para algunos, según los pará- metros del liberalismo ochentista, la sociedad está ya constituida; otros la atraviesan con una mirada de reivin- dicación nacionalista, y por añadidura empiezan a llegar las nuevas ideas sociales: el socialismo, el anarquismo, todas las corrientes que acompañan el proceso de modernización del país. Una modernización puede ser un hecho mental, volitivo, pero también es un cambio estructural: la imposi- ción de una estructura económica, la recuperación del territorio nacional mediante la denominada “Conquista del Desierto” –sobre la cual no deja de hablar nuestro amigo Bayer–, la distri- bución de las tierras, la organización moderna de la producción agrícola y ganadera. Y junto con eso, el embrión de la industrialización y la necesidad de una producción rural diferente, más la inmigración y el arribo de nuevas ideas y protagonismos. Todo ello presenta alternativas literarias de otra natura- leza, nuevas o viejas según se mire. Hasta ese momento, y de forma domi- nante, la literatura estaba ligada a lo político y lo social, en el sentido de la pertenencia. Como aquella distri- bución que operaba en Europa en la Noé Jitrik
  • 26. 25 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos Edad Media, en la que uno de los here- deros era el que iba a recibir los bienes, el otro iba a ser cura, el otro militar. Más o menos el mismo esquema se da en la incipiente aristocracia argen- tina, sobre todo en las relaciones entre política y literatura que en ese período van juntas. Un ejemplo extraordinario y visible de ello es el general Lucio V. Mansilla, político, diplomático, escritor y militar. Peroconlamodernizaciónyelpronun- ciado cambio demográfico, la imagen del escritor empieza a transformarse de modo ostensible y casi violento. La literatura en sentido estricto comienza a separarse de las contingencias, y esto explica el triunfo del movimiento llamado modernismo, que es una declaración de expectativa acerca de una función diferente y autónoma de la literatura, ya no más sometida a lo que funcionaba otrora y que se admitía como si estuviera naturalizada. LB: La emergencia de la literatura nacionalista posibilitó un orden discursivo nuevo y al mismo tiempo fundó cierto periodismo. Pueden encontrarse dos orientaciones dife- rentes, surgidas también de aquel magma caótico que nombraste. Por un lado, la épica política emanada del grupo FORJA, un ensayo nacio- nalista que intentó interpretar el mundo popular proponiendo una nueva forma de inteligibilidad de ese magma que no encajaba en las clasificaciones previas. Y por otro lado, un modo de la literatura que se expresa, desde los primeros folle- tines hasta la crítica urbana, y que encuentra en la figura de Roberto Arlt un exponente significativo para la historia literaria; una suerte de nihilista urbano que, a partir de su travesía, va describiendo y propo- niendo una interpretación posible para ese mundo popular caótico. NJ: Ya estamos aquí en otro país, o mejor dicho, en el país que cono- cemos. Este momento es prepa- rado por gestiones preliminares, por ejemplo la lenta evolución de un sujeto como Lugones, quien empieza siendo socialista, luego anarquista, más tarde pasa a ser liberal y exaltador de las virtudes del 80, y poco a poco entra en una especie de esperanza o ilusión autoritaria. La ilusión de que el autoritarismo puede solucionar el caos de un intento nacionalista como fue el yrigoyenismo, expresión acen- tuadamente nacionalista a pesar de sus otras y nume- rosas facetas. Si se entiende el naciona- lismo como la operación sobre el aquí y el ahora de los problemas concretos de una sociedad, y no simple- mente una formulación anterior, anti- yrigoyenista y restauradora, no sólo del rosismo como ideal perdido de defensa del país, sino también como secuela europeizante de tendencias nacionalistas europeas. Me refiero, por ejemplo a los Irazusta, preocu- pados por lo que significaba el impe- rialismo inglés, dueño prácticamente de la economía nacional. Los Irazusta hacen la crítica de ese sistema, pero no es la misma crítica que realiza ese nacionalismo que apunta en 1910, en En toda construcción de un colec- tivo,siempresubyacelainquietud por la identidad. En cuanto a lo hispánico, creo que no se podría hablar de una identidad perdida, porque pensar que lo español era lo perdido implicaría negar un siglo de historia; la necesidad de hallar una identidad era lo que acercaba a algunos intelectuales indefectiblemente a España. Una suerte de nacionalismo restaura- cionista me parece.
  • 27. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos 26 la obra de Manuel Gálvez o de Ricardo Rojas, una especie de sueño hispani- zante como solución a la búsqueda de identidad. En toda construcción de un colectivo, siempre subyace la inquietud por la identidad. En cuanto a lo hispánico, creo que no se podría hablar de una identidad perdida, porque pensar que lo español era lo perdido impli- caría negar un siglo de historia; la necesidad de hallar una identidad era lo que acercaba a algunos inte- lectuales inde- fectiblemente a España. Una suerte de nacio- nalismo restauracionista me parece. Por otra parte está lo concreto, más bien encarnado en el yrigoyenismo, que tiene además una posición inter- nacional y diplomática arraigada en lo nacional, de resistencia, de neutra- lidad durante el conflicto bélico y con una puesta de atención sobre los problemas locales. El naciona- lismo de Lugones, por el contrario, es combativo y aristocratizante. Piensa en términos de la espada, siente que el país está desordenado, que carece de control, que la inmigración ha tergiversado todo y reina un peligro que reside en ella, tal como en cierto modo ya había sido sentido al final del 80, cuando empiezan a aparecer expresiones xenofóbicas en la pluma de escritores como Cambaceres, quien habla de inmigrantes italianos, y el propio Sarmiento que en sus últimas obras previene acerca del peligro que representaría el flujo migratorio, que él mismo, entre otros, había propi- ciado. En ese punto la contradicción histórica es casi insalvable. El yrigoyenismo promueve para esos intelectuales de algún modo un desorden. Y la reacción de gente como Lugones es totalmente contraria y derivará en la organización de estruc- turas plenamente fascistas como la Liga Patriótica, que más tarde dará lugar a la Alianza Libertadora Nacionalista, y finalmente al naciona- lismo de derecha. En el medio, después de la caída de Yrigoyen en el 30, unos jóvenes radi- cales –FORJA quiere decir Fuerza de Orientación de la Juventud Radical Argentina–, se proponen devolverle fuerza al radicalismo yrigoyenista en oposición al antipersonalismo. El grupo se plantea un programa de pensamiento, antes que de acción, en todos los órdenes, menos literario que ideológico-político. Scalabrini Ortiz, congruente con su afiliación forjista, en su libro más conocido, El hombre que está solo y espera, se pregunta por quién es el hombre argentino. Innova porque una constante en la literatura argentina es que, salvo Sarmiento y Borges, en general las expresiones más extremas acerca de la identidad vienen siempre de afuera. Son los europeos que empiezan a venir luego del Centenario y preguntan a los argentinos: “¿Ustedes qué son?”. Ocurría algo parecido a lo que sucede hoy cuando los visitantes preguntan qué es el peronismo. Son procesos que no se llegaban a entender desde una perspectiva racionalista, notoriamente fuerte en Europa, donde todos tienen al parecer muy claro lo que son. En Pero en cuanto a Sarmiento lo que hace es escribir como un torrente y lo que produce es tan fuerte y germinal, que no puede sino tener los efectos que conocemos. Un escritor como Martínez Estrada es sarmien- tino, pero no porque defienda a Sarmiento o haya escrito una biografía sobre él, sino porque tiene parecida actitud, se diría que convulsiva, tanto respecto dellenguajecomodelarealidad, una literatura que siempre está por ser descubierta gracias a su pluralidad y fuerza, al igual que la obra borgeana.
  • 28. 27 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos cambio, cuando llegan acá y ven esta ensalada, la pregunta se hace insos- layable y se transfiere a los intelec- tuales argentinos, entre los que están Martínez Estrada, Scalabrini Ortiz y una cantidad de pensadores que empiezan a razonar e indagar sobre qué es ser argentino, qué es ser porteño. Sarmiento y Borges parecen despren- derse de esta tendencia, lo que no deja de ser paradójico puesto que uno y otro pasan por ser los más europeos que ha producido Argentina. Pero Borges tiene una visión muy clara sobre el asunto: afirma que la lite- ratura argentina, para ser literatura, tiene que acompasarse con la literatura universal, no puede recluirse en una provincia, meramente orgullosa de ser tal. Eso que a veces uno siente al tomar contacto con ciertos escritores de inte- rior, que siempre están vociferando contraBuenosAires,yreivindicandolo que son por su condición de escritores del interior, aunque lo que escriben sean unos versos abominables, cuentos que no tienen ningún interés, pero eso no importa, simplemente arguyen que son desconsiderados por Buenos Aires. En Buenos Aires se considera o descon- sidera por razones muy complejas y extravagantes, y nunca se puede tener garantías de ser considerado. Lo mismo, no se puede tener garantías de consideración en el mundo para la literatura argentina, sólo por ser argen- tina. Esa posición a Borges le resultó, llegó a ser exitosísimo, se incorporó a la literatura universal sobre la cual gravitó, tal como lo había hecho en su momento Rubén Dario. Si bien era un exquisito que escribía sobre cosas rarísimas, sobre porcelanas chinas y princesas, expresa y manifiesta una fuerza de cambio impresionante que gravita sobre la literatura española. No hubiese existido la Generación del 98 en España, con sus figuras extraordina- rias, sin la presencia y la acción poética de Rubén Darío. Pero en cuanto a Sarmiento lo que hace es escribir como un torrente y lo que produce es tan fuerte y germinal, que no puede sino tener los efectos que conocemos. Un escritor como Martínez Estrada es sarmientino, pero no porque defienda a Sarmiento o haya escrito una biografía sobre él, sino porque tiene parecida actitud, se diría que convulsiva, tanto respecto del lenguaje como de la realidad, una lite- ratura que siempre está por ser descu- bierta gracias a su pluralidad y fuerza, al igual que la obra borgeana. Retomando la idea del cruce naciona- lista, es interesante para considerar la cuestión de la fuerza de la identidad y su posibilidad de gravitación en la literatura. Como ejemplo se suele mencionar a Roberto Arlt. La pregunta que surge es: ¿por qué apreciamos a Roberto Arlt? Un aprecio que no sólo es verificable sino creciente, luego de un periodo de silencio en el cual ni la crítica corriente ni la academica se ocuparon de su obra. Poco a poco fue redescubierto y entendido como una manera de ser de la literatura argen- tina, así como lo es Borges, así como lo es Sarmiento, como lo es Mansilla, o Lugones y una cantidad de escritores que pueden gustarnos más o menos. Lugones es irreemplazable, y tratar de liquidarlo es una tarea un tanto estúpida. El hecho de que haya termi- nado siendo un reaccionario no es un criterio para tratar de entender la posición de su literatura dentro de un proceso discursivo amplio, lo cual necesita de una lectura que consistiría en tratar de comprender qué revelan los escritos de los escritores para no
  • 29. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos 28 quedarnos simplemente en la admi- sión o el rechazo de lo que dicen. Todavía el comportamiento común y difundido de la lectura responde a un mecanismo de conformidad por iden- tificación; ésa es una limitación grave. Por eso la pregunta en relación con Roberto Arlt lo que nos expone es la posibilidad de entender una transgre- sión.Elprimercampoenelquepueden darse las transgresiones es el temático o de la representación. Si un escritor incorpora en su libro más elementos reconocibles de la realidad cruda y dramática, pareciera transgredir. En el caso de Arlt no se transgrede dema- siado, ya que un escritor como Manuel Gálvez había ido mucho más lejos que Arlt en cuanto a lo temático; y no sólo Gálvez. Por tanto, la transgresión de la que Arlt nos habla es de otra índole. Un primer punto es que descentra el interés de un imaginario rural para la literatura argentina, y lo ubica en un imaginario urbano. Si bien antes la ciudad también había aparecido, no sólo como escenario sino como forma mental de relaciones de enten- dimiento, de estructuras y lenguajes, Arlt le da un golpe de muerte al predo- minio de lo rural que había culminado, más o menos, por la misma época en la obra de Ricardo Güiraldes. Es el final de una manera de sentir la posi- bilidad de una literatura que encarnara la significación de ese colectivo que ya se había formado. Y eso podía signi- ficar que el colectivo contenido en ese recipiente llamado Argentina tenía sentido por lo rural, por la extensión de la que había hablado Sarmiento, o por la estructura productiva de la que el país dependía. Roberto Arlt termina con eso mediante una fuerza verbal que rescata a la ciudad ya no como el demoníaco recinto del mal, ocupado por la sangre y la enfermedad, como lo que aparecía en la literatura del 80 con Cambaceres y Martel, entre otros, sino porque la entiende, con una fuerza extraordinaria, como una estructura mental, alimentada por y que alimenta un lenguaje vigoroso aunque, y eso se recuerda siempre, desarticulado tal vez desde un punto de vista académico. LB: ¿Cómo pueden pensarse las características diferentes entre los enfoques de la ciudad que narra Arlt y la que describe Martínez Estrada? NJ: Las diferencias pueden apreciarse considerando sobre todo La cabeza de Goliat; en otras obras de Martínez Estrada se puede apreciar un plan más metafísico, con una pluralidad de posibilidades. En La cabeza de Goliat predomina un ánimo descriptivo y calificador, vinculado con una suerte de revisionismo respecto de la estruc- tura mental oligárquica, aun sin deno- minar de ese modo al predominio de esa clase. Cuando se inquieta por las construcciones de Buenos Aires, por los edificios suntuosos, por los palacios de la avenida Alvear, toma distancia crítica respecto de la mentalidad oligárquica que desplazó toda su energía hacia la exhibición de un país grandioso. Las festividades del Centenario de 1910 tienen ese carácter. Lugones celebra esta idea de país y lo escribe en unas odas a los ganados y las mieses. También surge la expresión de “Grande Argentina”, circula un orgullo de país consolidado y con identidad, pero a su vez hay mucha gente que ya está “molestando”: se hacen sentir los anarquistas, empieza el movimiento obrero, crecen los hijos de los inmigrantes y quieren ser. Se da un cambio profundo de mentalidad que
  • 30. 29 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos las estructuras de pensamiento tradi- cionales, sostenidas por una estructura rural como patrón para imaginar situa- ciones, no toleran y desprecian; en ese imaginario, los últimos que responden –Benito Lynch por ejemplo aunque muy críticamente– son desplazados por la obra de Arlt, que imagina “por” la ciudad, no como exaltación sino como modo de pensamiento. La ciudad de Arlt es siniestra, pero esa experiencia inmediata es sobrevolada por una estructura de pensamiento, una sintaxis arrebatada, una desproli- jidad análoga al desorden urbano. En términos generales la marcha de la escritura urbana es rectilínea y de cruces, pero la escritura de Arlt es urbana sin ser rectilínea, es trabucada, atravesada, ésa es su transgresión. En la crítica que se hace a la escritura de Arlt, por ejemplo de la escena de la quinta de Temperley, en Los siete locos, siempre se ha puesto el acento en los sujetos extravagantes pero no en el acceso, en la organización de la prosa. Porque la literatura no es sólo decir cosas importantes, sino sobre todo construcción de lenguaje y hallazgo de un modo de hallar sus residuos, surgidos de órdenes de realidad que pueden estar en cual- quier lugar. Eso puede verse en Arlt, siempre y cuando uno no se detenga sólo en la extravagancia de Los siete locos, o en los conflictos matrimo- niales de El amor brujo. En Arlt tenemos un punto de partida, una nueva manera de entender la narra- ción desde un imaginario diferente, que le debe mucho a la ciudad como estructura profunda y generadora. En eso consiste, me parece, un cambio que ya estaba en la vanguardia y en los primeros poemas de Borges, y que luego prosigue su camino. LB: Suele decirse que en Borges hay un movimiento transicional, entre la gauchesca y los arrabales, algo que es retomado en una especie de “caracterología” por Roberto Arlt, aunque de manera diferente, pero también centrada en personajes de submundos. Y también en Martínez Estrada hay una narración que caracteriza las figuras emergentes del peronismo, donde se configuran de formas notables y complejas... NJ: Creo que la cuestión consiste en tratar de ver los pasadizos que hay entre distintas obras; la literatura dialoga secretamente, enviándose señas. Pienso en el primer libro de Roberto Arlt, El juguete rabioso. En los últimos tramos de ese relato el protagonista empieza a vender papel. La presencia del papel dentro de un texto literario siempre sugiere algo; cuando aparece el papel, plumas o escrituras, hay algo que se revierte sobre la tarea misma y tiene alguna significación, inconsciente por supuesto. El personaje vende papel en las carnicerías, por lo tanto para hacerlo necesita caminar, desplazarse. Ese desplazamiento le permite describir lo que va viendo, hasta que llega a una carnicería, un lugar bastante ominoso, en la cual un sujeto confía en él pero a quien el protagonista traiciona. La crítica que se ha hecho sobre El juguete rabioso pone el acento en esa traición. A mí, lo de la traición me importa menos, y prefiero poner el ojo en dos datos: el personaje vende papel cami- nando y termina la venta en una carni- cería. En ese caminar, entre un punto y el otro, puede trazarse una relación con la búsqueda de referentes. ¿Cómo se cuentan situaciones que nutren una novela? Algunas maneras son pura- mente imaginarias, otras resultan de
  • 31. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos 30 desplazamientos, lo cual es frecuente en la novela realista del siglo XIX: los desplazamientos y los viajes que son el alimento de la narración. En este caso, el viaje se da en la ciudad con el obje- tivo de vender papel en una carnicería, y resulta que Borges, dentro de sus primeros poemas, tiene uno titulado “La carnicería”. El libro en que salió publicado, Fervor de Buenos Aires, es precisamente un libro de caminatas, por Villa Ortúzar, por Recoleta y otras zonas. Es decir, el sujeto poético de Borges es un caminante que también termina en una carnicería. Por lo tanto, el pasadizo secreto entre Borges y Arlt está en eso, en caminar para ver, en la mirada como el alimento de la imagina- ción literaria, y los referentes que atraen por el hecho de ser los elementos locales más estridentes, no por ello los mejores. Es como si dos escritores antagónicos hubiesen sido conducidos por la misma fuerza imaginaria. ¿Cómo se lee esto? Algunos podrán decir que lo impor- tante es el componente de la traición, como dijo Oscar Masotta. Otros dirán que lo relevante es el ultraísmo de Borges como manera de escri- tura. Todo eso a mí no me dice nada. Me dicen más las relaciones secretas que puede haber entre maneras de concebir una forma literaria que liga a escritores aparentemente situados en las antípodas, y que es lo que los hace vibrantes todavía. De allí se puede seguir sintiendo lo que han visto, propuesto e imaginado. LB: En Borges, en Martínez Estrada y en Arlt hay una expresión narra- tiva que cobra su fuerza de la crítica a su época, pero también de la imaginación que es la que la cons- tituye y alimenta. Unas veces con tonos mitológicos, otras con evoca- ciones melancólicas y a veces con sentencias nihilistas. Quizá, para pensar la experiencia de Contorno, deba partirse de esos legados. Sea como inspiraciones o como nece- sidad de establecer deslindes. ¿Cómo afrontar los dilemas de una época, sus incomodidades y aporías? Tal vez, algo de esta pregunta sobrevo- laba la creación de un grupo que necesitó inventarse para decir algo en cierto momento, y que se sintió ahogado por el dogma cultural de sus días. ¿Ves en las huellas de eso un planteamiento interesante para pensar esta época, o simplemente queda inscripto en su momento y hoy el desafío es diferente? Contorno inventó sus propios procedimientos de lenguaje, de escritura y agrupa- miento, en un momento de asfixia intelectual, cultural y política. ¿Ves algún paralelismo entre aquella asfixia y este momento? Y si fuera así, ¿hay algún tipo de correspon- dencia que llevase a realizar, ya no otra Contorno, pero sí un tipo de planteamiento de esa índole? NJ: En primer lugar creo que la formación de grupos es una constante dentro de la literatura argentina. Cada uno de esos grupos, al parecer, sintió la necesidad de dar una respuesta a una época dura, difícil, con formaciones y antecedentes muy diferentes. Hoy Contorno significó la oportu- nidad de abrir una perspectiva que se suponía teóricamente más actual, y de proponer un determinado revisionismo que diera perspectivas filosóficas más contemporáneas: el exis- tencialismoyelpensamientode Sartre, un proto-marxismo que se estaba insinuando. El propó- sito, desde esa perspectiva, era revisar valores. Ésa era nuestra actitud principal: desterrar los valores falsos, y exaltar los que creíamos valiosos.
  • 32. 31 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos evocamos a la Generación del 37, en esa línea está Contorno, pero antes está la revista Realidad, Martín Fierro, el Modernismo como agrupamiento. Son declaraciones desiderativas, libidi- nales, que afirman: “Queremos dar una nueva voz a lo que está ocurriendo”. En el caso de Contorno, la respuesta es a una parálisis intelectual que se vivía como tal y a lo mejor no era cierta. Tal vez sólo fue una estrategia para tomar distancia y poder empezar algo. Para hacer, no hay otra que matar a los padres, si no quedamos encerrados en el homenaje y sin producir nada respecto a las necesidades reales. Los integrantes de Contorno salimos de la Universidad de Buenos Aires, de la Federación Universitaria, de los centros de estudiantes, y de una rela- ción que va creciendo con una incli- nación misional: parecía que éramos nosotros quienes debíamos asumir la responsabilidad de darle palabras y pensamiento a ese momento. Contorno significó la oportunidad de abrir una perspectiva que se suponía teóricamentemásactual,ydeproponer un determinado revisionismo que diera perspectivas filosóficas más contemporáneas: el existencialismo y el pensamiento de Sartre, un proto- marxismo que se estaba insinuando. El propósito, desde esa perspectiva, era revisar valores. Ésa era nuestra actitud principal: desterrar los valores falsos, y exaltar los que creíamos valiosos. Aunque hoy mucha gente habla y retoma Contorno, no está claro a qué apunta esta revaloración. Si es por el lado de la crítica literaria, o por el revisionismo político. Porque en su devenir la revista se va inclinando desde la literatura a fenómenos cada vez más políticos. Luego hay un hueco, porque cada uno de los que conformamos la revista toma rumbos diferentes, y una recuperación desde la crítica del valor de esa revista. ¿Qué pasa ahora? Creo que ahora los agrupamientos también existen pero tienen otro carácter, mantienen otra relación con las corrientes que tran- sitan por el mundo. Por ejemplo, el papel de la creencia cada vez mayor en la digitalización de la literatura. Hay grupos que se están dedicando a eso, pero sus textos aún no cumplen el propósito que tenían los escritos de grupos anteriores. En el momento que hacíamos Contorno estaba el grupo Poesía Buenos Aires, el grupo de los surrealistas, y la llamada Generación del 40. Es una constante en la cultura argentina, que es sorpren- dente, interesante, y que tiene que ver con la emergencia del interés por la literatura y la escritura. Es casi cuanti- tativo. Saber que al último concurso de novelas se presentaron 700, es una cosa asombrosa, y ni hablar de la produc- ción de los poetas. Es notable el interés por la palabra y lo que puede suceder a través de ella, aunque eso no tiene nada que ver con lo que de ello queda. LB: Contorno, si bien tiene una idea crítica de lo existente, también ensaya, imagina y esboza una idea de un destino colectivo, y pareciera que, desde la dictadura, la literatura y la ficción pasarían a cumplir otro papel más ligado a la descripción del horror, o de crítica del presente, de denuncia, que el de imaginar un destino común. NJ: Ésa es una presencia fuerte en la literatura argentina, la necesidad de recuperar lo que fue la experiencia o los efectos de la dictadura. Eso generó una expresión muy interesante de
  • 33. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Diálogos 32 un amigo brasileño: “la literatura del duelo”. El duelo como un canal por el cual el análisis, o la recuperación de lo que puede haber sido la dictadura, pasa al campo de la imaginación lite- raria para ser interpretado. ¿Eso qué querría decir respecto de la idea de lo colectivo? Lo que está señalando es el riesgo de la destrucción de lo colec- tivo, en ese gesto se insinúa el riesgo de una pérdida, y en algunos momentos la destrucción literal de lo colectivo, ya que una tentativa de lo que pudo ser el desarrollo político fue elimi- nada brutalmente. Esa dimensión está presente en gran cantidad de libros. Es una literatura de profunda decepción en ese campo. Pero también otros recorridos litera- rios en la actualidad se evaden de esa tensión. Porque la representación o la recuperación de lo que fue la dicta- dura todavía no está terminada. Es un proceso imaginario lento, que tardará en hallarle la vuelta en realizaciones literarias, no sólo moralmente justifi- cables. Hacer con esto una obra que tenga una densidad semejante a la que pudo haber tenido El Quijote, en rela- ción a las novelas de caballería, algo que por su peso lo supere, que vaya más allá del cumplimiento de una especie de moral política. Por otro lado, hay un cambio impor- tante en relación a la idea de lo colec- tivo, de lo que puede llegar a ser: cómo se le habla a lo colectivo y qué se pretende que sea desde la litera- tura. Para el siglo XIX estaba ligado a una identidad, pero eso no está en cuestión hoy. La variante profunda en la literatura actual es que la idea de lo colectivo se ha transformado en la idea del público. La mayor parte de la producción literaria tiene en cuenta al público, y no a la formación colectiva. Es el público lo que se pone en primer lugar, y creo que es lo que se ve en las presentaciones, los debates y demás espacios relacionados con la literatura actual. Un cambio importante que corresponde a lo que pasa en otros lugares del planeta, donde la literatura también está operando esta mutación. En la pintura, por ejemplo, tienen cada vez más importancia los llamados cura- dores; son la instancia decisiva que dice qué va y qué no. En la literatura pasa con los agentes literarios, y los premios, esto indica algo. Hay una clara modifi- cación de la noción de lo colectivo. El proceso literario argentino, como el del resto del América Latina y Estados Unidos, y países nuevos, concibió la literatura “a la francesa”, es decir, dándole más importancia al lenguaje que a lo representado. Ésa es por ejemplo la lección de Flaubert; escribe sobre poca cosa, pero obsesivamente, y corrige, corrige y corrige. Es la idea de una lengua que deja de lado lo que describe, para concentrarse en la perfección. Este modo de entender el trabajo literario ha dejado de predo- minar y ha empezado a ser sustituido por la manera norteamericana de contar, guiada por un concepto de eficacia y un objetivo, penetrar en lo que se entiende como el “público” así sea muy poco definido. Eso condi- ciona, asimismo, el discurso de los editores y editoriales que, valorando lo que quiere la gente, proponen entonces esa literatura esperada por la gente... Y que no siempre es literatura. (*) Diálogo sostenido en el marco del ciclo “Legados y porvenir: Argentina en el Bicentenario”, organizado por la Biblioteca Nacional durante el 2009.
  • 35. Argentina está crispada. Así lo anuncian los profetas de la armonía que, especialistas en lanzar al ruedo slogans de alto impacto comunicacional, diagnostican con gesto adusto y voz grave que el país se preci- pita hacia un despeñadero. Su capacidad de producir sensa- ciones y golpes de efecto se multiplica en escenas difun- didas a coro. Desde la radio, la televisión y los periódicos se nos invita a diario a ingresar decididamente al mundo de la sensatez y el diálogo para dejar definitivamente atrás el desacuerdo. Poco se advierte hasta qué punto en este enunciado reite- rado se respira un grito de guerra. Desde las veredas oponentes se proclama el conflicto como la base de toda transformación social. La dinámica agitada de los acontecimientos del presente amplía, según esta mirada, los límites de lo posible. La demo- cracia, por esta vía, se ve enriquecida: donde hay un conflicto nace un derecho, como si se tratase de una versión remozada de aquella célebre frase arrojada a los vientos de la historia. Estas miradas no parecen tan alejadas de la clásica dicotomía que caracterizó la vida del país. Civilización o barbarie fue el signo que permitía una inteligibilidad capaz de clasificar la dinámica contro- versial que se remonta a las épocas decisivas de la Revolución de Mayo. Pero lo sabemos, toda civilización está teñida de actos de barbarie, y en su reverso, toda “barbarización” puede ser portadora de nuevos para- digmas civilizatorios. Quienes leyeron la historia como una sucesión progresiva de etapas pronosticaban, apagados los fuegos de la historia, el ingreso a una nueva adultez que dejaría atrás los períodos de luchas y desencuentros. Para unos serían las revoluciones burguesas. Para otros, se trataba de la emancipación de las fuerzas laborales que conducirían el destino de la humanidad a un estadío superador de los antagonismos. De esta manera, quedaría sepultada su pre-historia. Conflictos y armonías
  • 36. Esta forma de comprender los enigmas del tiempo no fue privativa de Argentina. La tensión entre conflictos y armonías no siempre dio lugar a pensamientos singulares, capaces de advertir las formas impuras en las que se manifiesta el drama de la historia. Pero, volviendo a estas tierras más próximas, ambos polos de esta inquietud nos conducen a interro- gaciones cuyas irresoluciones se nos aparecen como aporías. ¿No supone la armonía, acaso, una utopía ilustrada que imagina una estabilidad mórbida? ¿Cómo podrían expresarse los malestares en este anhelo de una sociedad sin conflictos? Por el contrario, ¿qué ocurriría si quienes predican el conflicto como el motor de la historia dudasen de que al final del camino nos espera la felicidad augurada? Así, bajo un dilema que se debate entre una existencia sin riesgos y una vitalidad sin certidumbres, pueden pensarse estos doscientos años de un país que, más de una vez, desfiló por los abismos de su destino. El lector encontrará aquí ensayos que dan cuenta de estas dificultades. El Dr. Eugenio Zaffaroni traza un panorama del derrotero que siguió el Código Penal argentino, materialización de la Constitución Nacional que garantiza la vida ciudadana frente al poder punitivo del Estado. En esta genealogía pueden palpitarse los ritmos políticos del país. Natalio Botana revisa los fundamentos del federalismo argentino a la luz de los problemas emergidos en la democracia posdictatorial: “astenia” fiscal, sistema impositivo regresivo, disparidad de la insti- tución legislativa respecto a su representatividad, y la constitución de megalópolis que vuelven infructuosos los intentos por pensar una convivencia de largo plazo. Enrique Martínez revisa los modelos productivos sugiriendo las poten- cialidades, no siempre vislumbradas, que ofrece la integración regional para el planteo de una economía de carácter popular y solidaria. Eduardo Rinesi sigue las pistas del jacobinismo en Argentina, seña- lando la relevancia de esta forma política para comprender la historia del país y sus movimientos más significativos. Este análisis propone una disyuntiva: en la relación entre representantes y representados, en sus cercanías y lejanías, se cifran las posibilidades de una democracia más inclusiva. Finalmente, Alejandro Kaufman se pregunta por la pertinencia de la política moderna y los modos intelectuales con los que ésta se corres- pondió, a partir del surgimiento de un nuevo orden global de producción “biopolítica”. Tal disposición, inmanente a la vida contemporánea, no se detiene en los límites regulatorios de la acción estatal.
  • 37. 36 Descodificación del Código Penal en Argentina(*) Por Eugenio Raúl Zaffaroni La historia del Código Penal argentino, y sus derroteros, nos advierte acerca de las dificultades que ha padecido la idea misma de ciudadanía en el país. El código es la materialización efectiva de la garantía social respecto al poder punitivo, y su implementación resulta imprescindible para efectivizar los derechos constitucionales preser- vando la autonomía de sus ciudadanos. El Dr. Eugenio Raúl Zaffaroni traza una genea- logía de la parte “oculta”, de la que nunca se habla en la historia del derecho constitucional: los intentos, siempre truncos con arreglo a los intereses dominantes, de implementación de una normativa de este tipo en el país. La persistencia de la herencia colonial en materia de legislación penal fue sufriendo una larga cadena de modifi- caciones sucesivas, con sus avances y retrocesos. Inicialmente se trataba del disciplinamiento a gauchos y vagabundos respondiendo a los parámetros con que la criminología del siglo XX establecía la “mala vida”. Los vaivenes del Código Penal argentino pueden ponerse, como aquí se hace, en paralelo con los ritmos políticos del país, llegando en el presente, a una situación extrema que es necesario enmendar: la forma de legislar se somete al poder demagógico de los medios de comunicación sin que prevalezca ninguna racionalidad jurídica.
  • 38. 37 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías Esta tarde vengo a traerles una historia desconocida, que como toda historia no sólo trata de hechos pasados, sino de sucesosqueaúnpersistenenelpresente, que determinan y condicionan de alguna forma nuestra existencia actual, y que se proyectan hacia el futuro. Es la historia abierta de nuestra legislación y nuestra codificación penal. Una constitución no vive sin el apén- dice necesario de la ley penal, que marca y concreta el ámbito de auto- nomía que garantiza la constitución. Una constitución sin ley penal es sólo un acto de buena voluntad. A lo que quiero referirme, pues, es a la historia de cómo se quiso concretar la limitación al poder punitivo a lo largo de nuestra existencia institucional. Por cierto que es necesario hacerlo, porque cuando nos enseñan historia constitu- cional, con sus textos institucionales y acontecimientos políticos, justamente esta historia que concreta el ámbito de autonomía de cada ciudadano permanece en la oscuridad, mien- tras se muestra otra historia, la de las declaraciones, de los derechos, de los discursos en las asambleas. Pero a la hora de ver cómo se regulan y limitan esos derechos que nos enseñan, no se habla. Esa historia queda en la sombra por más que se trate también de la historia constitucional y más aun, de una parte fundamental de ella. Por lo tanto, me gustaría recorrer las grandes líneas de la historia ideológica y política de esta materialización en normas penales, que se realiza a partir de códigos, del código penal. ¿Qué es un código penal? ¿Qué es un código? Históricamente podría decirse que se llamó códigos a las recopilaciones de leyes de distintas épocas, carentes de una parte general, sin coherencia, sin una sistemática interna. Pero a partir del iluminismo y el racionalismo, incluso desde los déspotas ilustrados, surgió la necesidad de reunir toda la materia jurídica y normativa de cada rama del derecho en un único cuerpo sistemático, orgánico, en una única ley que, siguiendo el afán enciclope- dista, agrupase todas las normas de la materia de manera no contradictoria, coherente, sistemática, para facilitar su interpretación y aplicación. Éste es el concepto moderno de código surgido a la luz del iluminismo y del libera- lismo alrededor de los siglos XVIII y XIX, que comenzó a materializarse en códigos políticos y constituciones. Pero es interesante observar que la necesidad de reunir la normativa de una materia jurí- dica en un único cuerpo coherente, fue inaugurada por un código penal en tiempos del despotismo ilustrado. Fue con PietroLeopoldodi Toscana en 1786, que se sancionó el primer código penal moderno, antes incluso de los códigos polí- ticos o constituciones. Es muy interesante el fenómeno histórico: antes de codificar el derecho político se hizo patente a la razón la urgencia de codificar los límites al poder punitivo del estado. La emancipación latinoamericana es un fenómeno muy interesante respecto de esta historia que permanece en rela- tivo silencio para los no penalistas (e incluso para muchos penalistas que no han reparado suficientemente en ella). Desde los albores de la emancipa- ción, en varios países se pensó en la En realidad, en la tradición poscolonial española los primeros códigos fueron casi reproducciones del código español de 1822, que fue el código de la revolución liberal, que no tuvo casi aplicación en España –incluso los historia- dores dudan de que haya alcan- zado real vigencia allí– pero la tuvo largamente en América Latina, al punto que en Bolivia llegó a regir por 140 años.
  • 39. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 38 necesidad del código penal inmedia- tamente pegado a la constitución. Muy tempranamente, en 1826 en El Salvador y en 1831 en Bolivia con el Código Santa Cruz y en Brasil con el Código Criminal del Imperio de Brasil, se abre la codificación penal latinoamericana. En realidad, en la tradición posco- lonial española los primeros códigos fueron casi reproducciones del código español de 1822, que fue el código de la revolución liberal, que no tuvo casi aplicación en España –incluso los historiadores dudan de que haya alcanzado real vigencia allí– pero la tuvo largamente en América Latina, al punto que en Bolivia llegó a regir por 140 años. Esto prueba que nuestros movi- mientos emancipadores temprana- mente buscaron la sanción de códigos. Comprendieron la necesidad de codi- ficar la materia penal y jerarquizarla como complemento indispensable y parte de la legislación constitucional. En Argentina, como suele suceder, se dio una historia curiosa. El primer ensayo de código penal lo hizo el gobernador Dorrego, encargándoselo a un francés, Guret de Bellemare. La impresión de este documento se interrumpió sin explicación alguna y el manuscrito terminó perdiéndose sin que hasta el momento haya sido posible hallarlo. Lo pintoresco es que tampoco sabemos mucho acerca de Bellemare. Se dice que era un jurista o juez francés que luego regresó a su país, pero tampoco está muy claro qué hacía un francés en el Río de la Plata en 1829. El historiador José María Rosa dice que era un espía del gobierno francés, pero no da muchas noticias al respecto. Algunas investiga- ciones recientes aún no publicadas parece que confirmarían esta última versión. Lo cierto es que la primera tentativa de código se nos perdió. A partir de ese momento se abrió un largo interregno en el que se suspendió todo intento de codificación. En momentos políticos muy convul- sionados se sancionó en Santa Fe la Constitución de la Confederación Argentina de 1853, jurada por todos los gobernadores, menos por la provincia de Buenos Aires, que perma- neció segregada hasta 1860, año en el que su incorporación provoca una reforma a la Constitución original. En 1863 se instaló la Corte Suprema que proyectó la Ley 49, que sólo tipi- ficó delitos federales y carecía de una parte general. El gobierno de Mitre necesitaba de esta ley para “no ahorrar sangre de gauchos”, como le aconse- jaba Sarmiento, y poder reprimir los movimientos del noroeste, en los que descollaba la figura de Peñaloza. La tipificación de los delitos federales no era más que un paso precario hacia la codificación. En 1866 se le encargó la redacción de un proyecto de código penal a Carlos Tejedor, que era un destacado hombre político y profesor de Derecho Penal de la Universidad de Buenos Aires. Tejedor se dio cuenta de que no podía inventar un código y adoptó el modelo históricamente más liberal que había en Europa, que era el código de Baviera de 1813 de Anselm Von Feuerbach, contrapuesto al Code Napoleón. Como Tejedor no sabía alemán, apeló a la traducción francesa de Vatel, publi- cada en París en 1852. Desde entonces, nuestra codificación penal tiene una característica que hoy domina en toda la legislación compa- rada pero que en aquel momento era una novedad. El orden en el que se
  • 40. 39 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías establecían los delitos en la parte espe- cial, que en las viejas recopilaciones seguía al Decálogo, luego de la laiciza- ción, cuando el lugar de Dios pasó a ser ocupado por el Estado, estaba encabe- zado por los delitos contra éste, según el modelo del código napoleónico y todos los que le siguieron. Los delitos contra las personas se relegaban en esos textos a la última parte del código. Pero en Argentina, desde el origen de nuestra codificación hemos seguido el orden inverso, como resultado de la posición liberal de Feuerbach: comenzamos con los delitos contra las personas y después pasamos a los bienes jurídicos de carácter colectivo, criterio clasificatorio que hoy tiende a dominar en la codificación compa- rada, pero que en el siglo XIX era una completa rareza. Lo cierto es que en la legislación comparada de la época se contraponían los dos modelos: el de Feuerbach, que por otro lado era más técnico, frente al de Napoleón, que se asemejaba a un código militar. Tejedor eligió políticamente el primer modelo, minoritario en su época, pero liberal. Recordemos que Carlos Tejedor fue después gobernador de la provincia de Buenos Aires, casi llegó a ser presidente; fue también director de la Biblioteca Nacional, y protagonizó la última guerra civil importante del siglo XIX contra Roca en la que hubo cinco mil muertos. El profesor de Derecho Penal de la Universidad de Buenos Aires era un hombre de personalidad fuerte y había publicado un Curso, que fue el primer libro completo sobre la materia escrito en nuestro país. Por cierto, el código no tiene nada que ver con lo que sostenía en el Curso. Por fortuna, era un hombre inteligente y se percató de que no podía inventar un código. En 1866 elevó su proyecto al Ejecutivo, que nombró una comisión para revi- sarlo, cuyos integrantes, a lo largo de años, fueron renunciando, muriendo, y siendo reemplazados. Sin mostrar ningún tipo de apuro, recién en 1881 la comisión integrada finalmente por Villegas, Ugarriza y García, emitió un dictamen proponiendo otro proyecto de código penal, que seguía al código español, tributario en último análisis, del modelo del Code Napoleón. La única trascendencia que tuvo este proyecto fue que estuvo en vigencia por muy poco tiempo en la provincia de Córdoba. Como puede verse, los comisionados se tomaron su tiempo, o sea que no hubo urgencia oficial. En tanto, las provin- cias necesitaban de alguna manera ordenar mínima- mente la legisla- ción caótica que se aplicaba, que era la legislación penal española en la medida que fuera compatible con la Constitu- ción Nacional, de lo cual resul- taba una insegu- ridad tremenda, puesto que esa legislación era absolutamente incompatible con la Constitución. Ante esta situa- ción insostenible, a partir de 1876 las provincias empezaron a sancionar el proyecto Tejedor como código penal provin- cial, hasta que el Congreso Nacional sancionara el código definitivo y Creemos que el poder punitivo es plurifuncional, o sea que no se lo puede reducir simplis- tamente a una única función social, pero no por ello deja de ser un instrumento de domi- nación de las clases hegemó- nicas. No obstante, no puede confundírselo con el derecho penal, porque si bien el poder punitivo entre otras funciones cumple la de instrumento de dominación de las clases hege- mónicas, el código penal es en realidad el elemento que pone límites al poder punitivo, o sea que si bien por un lado habilita ese poder, por otro lo limita. Ese límite es la cuestión principal de la justicia.
  • 41. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 40 cumpliera con el mandato constitu- cional. La primera fue La Rioja, la segunda Buenos Aires, y luego casi todas las provincias salvo Santiago del Estero que se abstuvo, y Córdoba que tardíamente –como señalamos– sancionó el proyecto de Villegas, Ugarriza y García. Finalmente, en 1885, setenta y cinco años después de que se hubiera ido de tierra argentina el último gober- nante español, el Congreso Nacional, a desgano, tomó el proyecto Tejedor, lo arruinó un poco con algunas inter- venciones políticas, y lo sancionó sin cumplir acabadamente el mandato constitucional, pues el código de 1885 sólo regulaba los delitos de la compe- tencia ordinaria, en tanto que los delitos federales seguían siendo regidos por la Ley 49. Es decir que tuvimos dos legislaciones penales: una que legislaba los delitos federales y otra que legislaba los delitos ordina- rios; esta última era el Código Penalqueentróen vigencia en 1886. Creemos que el poder punitivo es plurifuncional, o sea que no se lo puede reducir simplistamente a una única función social, pero no por ello deja de ser un instrumento de dominación de las clases hegemónicas. No obstante, no puede confundírselo con el derecho penal, porque si bien el poder puni- tivo entre otras funciones cumple la de instrumento de dominación de las clases hegemónicas, el código penal es en realidad el elemento que pone límites al poder punitivo, o sea que si bien por un lado habilita ese poder, por otro lo limita. Ese límite es la cues- tión principal de la justicia. En aquella época las clases hegemó- nicas no tenían ningún interés en que el poder punitivo tuviera límites, porque el ejercicio de ese poder sobre lasclasespobressepracticabaalamparo de legislaciones que lo habilitaban sólo contra los sectores subordinados y que garantizaban que no alcanzaría a los dominantes. En efecto: la legislación heredada de la colonia española en cuanto a los vagos y maleantes, como también la legisla- ción agraria y de regulación –policial según la cual nadie podía desplazarse de un lugar a otro de la provincia de Buenos Aires sin una papeleta firmada por el comisario–, eran elementos que componían una legislación de segunda categoría, en la cual casi no se repara y ni siquiera se registra en la historia oficial de nuestro derecho penal. Sin embargo, fue la legislación bajo la cual se envió a muchos Martín Fierro al servicio de fronteras, y que garan- tizaba el ejercicio de poder punitivo sobre determinados sectores sociales marginales. Naturalmente excluía a los sectores altos, lo cual les resultaba a éstos bastante cómodo. De allí la falta de urgencia en sancionar un código penal. Cabe pensar que mientras en América Latina las condiciones de explotación de riquezas, especialmente minerales, imponían que hubiese límites al poder punitivo para que éste no se desbandase enlasluchashegemónicasentrelasclases criollas de poderosos, en Argentina, entonces territorio pobre, poco habi- tado, el poder se disputaba guerreando directamente y no peleándose entre ricos que se valían del poder punitivo. Cabe pensar que mientras en América Latina las condi- ciones de explotación de riquezas, especialmente mine- rales, imponían que hubiese límites al poder punitivo para que éste no se desbandase en las luchas hegemónicas entre las clases criollas de pode- rosos, en Argentina, entonces territorio pobre, poco habi- tado, el poder se disputaba guerreando directamente y no peleándose entre ricos que se valían del poder punitivo.
  • 42. 41 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías No había en nuestro país señores de ingenio, cultivos intensivos de caña, café o algodón, no teníamos una producción esclavócrata y, por cierto, tampoco habíamos tenido las mejores universidades ni la primera imprenta ni el centro de la justicia: dependíamos de Bolivia. A las clases dominantes nuestras les bastaban las leyes que les permitían enlazar gauchos molestos. Las brutales leyes españolas alguna vez alcanzaban a las clases un poco más altas, por ejemplo cuando un cura se escapaba con alguna feligresa y rompía las reglas internas de los dominantes, como hizo Rosas. Esto explica que el código de Tejedor de 1886, bastante arruinado, se sancio- nase de urgencia y casi por presión de los inversores extranjeros, pero era un instrumento bastante defectuoso. Por eso y casi de inmediato –en 1890– se designó una comisión con vistas de proyectar un nuevo código penal. Sus integrantes fueron Rivarola, Piñero y Matienzo, los tres fundadores de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y jóvenes brillantes de aquella generación. Matienzo llegó a ser candidato a vicepresidente de la República en la fórmula Justo-Matienzo (alternativa a Justo-Roca). Piñero fue interventor en algunas provincias, ministro y encargado de las relaciones con Chile en el momento crucial del conflicto de 1900. Rivarola fue un intelectual destacado, primer profesor de Ética de nuestra Facultad de Filosofía y Letras, que comenzó con un programa de ética spenceriano –terrorífico– y después empezó a leer a Kant, evolu- cionando así hacia el kantismo, hasta convertirse en una de las primeras resistencias al positivismo reinante en la época. Esta comisión de jóvenes notables elaboró un proyecto completo en 1891, que mantenía en general la estructura de Tejedor –la de Feuerbach–, a pesar de que aquí seguíamos sin poder leer a este autor. Estos jóvenes enrique- cieron además el proyecto Tejedor con los códigos de segunda generación de Europa, fundamentalmente el de la unidad italiana (el Zanardelli), el código holandés (elModderman)y en algunos puntos el código belga, que era anterior. Hay una parti- cular disposición en el proyecto de 1891 que debe tenerse en cuenta: la pena de relegación. Está copiada de la ley de relegación francesa de 1885, mediante la cual mandaban a los franceses a la Isla del Diablo, a la Guyana. Esta disposi- ción proveniente de Francia, respondía a un reclamo permanente de la policía de la ciudad de Buenos Aires. Como es sabido, a partir de la derrota de Tejedor en 1880, el roquismo comenzó a practicar lo que en términos foucaultianos llamamos disciplinamiento. Entre 1880 y 1910 se sancionaron las leyes de servicio militar obligatorio, de educación obli- gatoria y, de alguna manera, comenzó a crearse una ciudadanía de escritorio. De ese modo se le dijo a la masa inmi- gratoria que se los aceptaría siempre y cuando ingresaran a sus hijos a la educación argentina, se rompieran los Entre 1880 y 1910 se sancio- naron las leyes de servicio militar obligatorio, de educa- ción obligatoria y, de alguna manera, comenzó a crearse una ciudadaníadeescritorio.Deese modo se le dijo a la masa inmi- gratoria que se los aceptaría siempre y cuando ingresaran a sus hijos a la educación argen- tina, se rompieran los vínculos culturales de origen, y, por si la domesticación primaria no era suficiente, a los hombres se los terminaría de domesticar con el servicio militar. De este modo se rompía todo vínculo originario de pertenencia.
  • 43. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 42 vínculos culturales de origen, y, por si la domesticación primaria no era sufi- ciente, a los hombres se los terminaría de domesticar con el servicio militar. De este modo se rompía todo vínculo originario de pertenencia. También en ese período se sacó a las locas y enfermas de las calles y fueron entregadas a las monjas, en tanto que a los locos se los entregó a los médicos. ¿Pero qué hacer con los extranjeros indeseables? Se sancionó la Ley de Residencia, que aunque nació sobre todo para ser aplicada contra los anar- quistas, en aquel momento fue usada contra lo que se llamaba la mala vida, un concepto muy interesante de la criminología de la época. Los criminólogos de comienzos de siglo XX, cuando se escapaban de sus mujeres iban a hacer trabajo de campo a los prostíbulos, y luego escribían libros sobre la mala vida. Los hay sobre la mala vida en Roma, en Madrid, en Barcelona y, como no podía ser de otro modo, también tenemos La mala vida en Buenos Aires de Eusebio Gómez. Sería bueno reeditar este libro porque no tiene desperdicio. En el concepto de mala vida entraban prostitutas, gangsters, tahures, escruchantes, ladronzuelos, cafishos, curanderas, gays, monjas, etc. Todas estas figuras constituían según los autores de ese tiempo, el estado peligroso predelictual. La mala vida en Buenos Aires fue publicado en 1908 con un prólogo de José Ingenieros que tampoco tiene desperdicio. La Ley de Residencia la proyectó Miguel Cané –quien por cierto no sólo escribió Juvenilia–, y el período del disciplinamiento roquista se cerró en 1910 con la llamada Ley de Defensa Social, cuya sanción en el Congreso fue descrita por Rodolfo Moreno como una especie de campeonato de moreirismo legislativo: cada legislador tomaba la palabra para demostrar que era más duro y más valiente o macho contra los anarquistas cobardes que tiraban bombas escondiéndose. Por cierto, cuando los anarquistas querían ir de frente los ametrallaban, pero eso es un detalle. Lo cierto es que la ley se aplicó poquí- simo en ese tiempo, dado que los jueces federales le pusieron límite. Alguien llamó a los jueces los primos pobres de la oligarquía dominante, que tenía un proyecto de país, sea cual sea el juicio que merezca. Y, en verdad, esos primos pobres en alguna medida se convir- tieron en custodios del proyecto que, ideológicamente, era traicionado por la ley de 1910. Por ende, parece que dijeron “esto no”. Si bien el problema de los extran- jeros molestos estaba resuelto con la Ley de Residencia, quedaba en pie la cuestión de qué hacer con los nacio- nales molestos. En alguna época los habían deportado a Paraguay, pero al parecer los paraguayos se quejaron. El gobierno contrató a un ingeniero italiano –Castello Muratgia– para construir una colonia penal en Ushuaia, nuestra Siberia. Se hace un primer intento de pena de relegación, que fracasa (la Ley Bermejo), por lo cual en 1903 se decide reformar el Código Penal. Julio Herrera dijo de esta reforma que se le sacó lo mejor y se le dejó lo peor, pero lo cierto fue que introdujo la pena de relegación con la fórmula que estaba prevista en el proyecto de 1891, o sea, copiada textualmente de la Ley de Relegación francesa de 1885. Del proyecto de 1891 sólo se tomó en cuenta esa fórmula, de muy larga y triste historia, pero el texto en general
  • 44. 43 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías no se discutió en las Cámaras. Entre 1904 y 1906 se creó otra comisión inte- grada también por Rivarola y Piñero que retomó el trabajo de reforma y presentó un nuevo proyecto en 1906. Este proyecto durmió el sueño legisla- tivo hasta que entró en juego un perso- naje muy interesante: el senador Julio Herrera, un catamarqueño que nunca fue profesor de derecho en ningún lado, pero como senador se dedicó a estudiar el tema y en aquella época criticó el proyecto de 1906 en un libro de unas 600 páginas publicado en 1911. Sus ideas generales eran positivistas, pero la crítica al proyecto de 1906 es magní- fica, realizada por alguien que nunca fue un doctrinario, sino un hombre que se sentaba en su Catamarca a pensar y leer los libros que podía. Estamosyaen1910,añodelCentenario. Cabe aclarar que el clima general de país, de todas las cátedras de Derecho Penal, y de todos los que andaban revoloteando en torno del poder puni- tivo, era absolutamente positivista. Lombroso influyó tremendamente en nuestro país a partir de la famosa confe- rencia de Luis María Drago convertida en librito, Los hombres de presa, que se tradujo al italiano con el nombre de Il delinquente nato con prólogo del propio Cesare Lombroso, a quien quisieron traer a Buenos Aires. Lo invi- taron,perocomoelhombreestabaviejo, mandó a Enrico Ferri, quien finalmente vino en el Centenario, contándose entre los visitantes más distinguidos. Si bien Ferri terminó siendo senador fascista, en 1910 era un dirigente de primera Eugenio Zaffaroni
  • 45. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 44 línea del Partido Socialista Italiano. En consecuencia, cuando llegó a Argentina fueron los socialistas entusiasmados a recibirlo, pero se apresuró a decir que no entendía cómo podía existir un partido socialista en un país no indus- trializado, y entró así en una polémica con Juan B. Justo. Ferri dio unas cuantas conferencias en el teatro Odeón acompañado por toda la oligarquía argentina, que se emocionaba y estremecía cuando Ferri lloraba al recordar a su mamá. Era realmente impactante el poder que tenía en ese momento la ideo- logía positivista, el reduccionismo biologicista, el racismo y el peligro- sismo, como pensamiento que enca- jaba perfectamente con la ideología legitimante de nuestra oligarquía de la carne enfriada. Una minoría que tenía que tutelar a la gran mayoría que no estaba preparada todavía para ejercer la soberanía, porque aún era biológicamente inferior y necesitaba que se la orientase para que evolu- cionara sanamente y no se degene- rase. Era menester custodiarla hasta que adquiriese capacidad, con un desarrollo mental que le permitiera ejercer la soberanía y los plenos dere- chos ciudadanos. Entre 1910 y 1916 nadie se preocupó por la ley penal, mientras se ponía en marcha el penal de Ushuaia y se empe- zaba a mandar presos al fin del mundo. En 1916, un diputado conservador, Rodolfo Moreno hijo, retomó el proyecto de 1906 y consiguió que en la Cámara de Diputados se formase una comisión especial de Legislación Penal y Penitenciaria, cuya presidencia ocupó. Como era un hombre políti- camente hábil, incorporó a radicales de confianza del presidente Hipólito Yrigoyen y a socialistas. De este modo se formó una comisión plural para reiniciar la tarea codificadora en un momentopolíticocomplicado.Rodolfo Moreno era el presidente de la bancada opositora de diputados conservadores de la provincia de Buenos Aires, en el momento en que Hipólito Yrigoyen acababa de intervenir la provincia, es decir, estaba absolutamente enfrentado con el oficialismo. Sin embargo, al parecer, poseía una enorme habilidad política que le permitió generar esta comisión plural.
  • 46. 45 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías Moreno, si bien era conocedor de la materia, nunca fue un teórico, sino más bien un hombre práctico, por lo tanto fue tratando de simplificar y de configurar un proyecto en el que se eliminasen todas las definiciones teóricas. Un proyecto escueto, sobrio, redactado en un lenguaje claro y preciso que huyera de todas las discu- siones en boga. En la gestación de dicho proyecto había algunas cosas que naturalmente eran del agrado de Yrigoyen, como la abolición de la pena de muerte y el establecimiento de la condena condi- cional, que había sido incorporada por Yrigoyen en su propia plataforma polí- tica de 1916. Moreno consiguió de este modo el apoyo del Poder Ejecutivo con el que estaba políticamente enfrentado y logró que la Cámara de Diputados aprobara el proyecto, que pasó al Senado. La comisión del Senado, mayoritariamente reaccio- naria, le introdujo reformas, entre otras el mantenimiento de la pena de muerte. Pese a todo, hubo en esta cámara una intervención que queda todavía hoy en los restos de nuestro código. El senador socialista Del Valle Ibarlucea, tomando las ideas del buen juez Magnaud, introdujo en el artículo 41 –que establece la forma de cuanti- ficar la pena–, que el juez debe tener en cuenta la mayor o menor dificultad del penado para ganarse el sustento propio y de los suyos, es decir, la condición económica. Finalmente el código fue sancionado en 1921. Por primera vez se amplía íntegramente el mandato constitu- cional de sancionar un código penal único, donde hay delitos federales y delitos ordinarios con una parte general. Quedaron sólo tres o cuatro leyes penales por fuera del código. Este Código Penal de 1921, promul- gado por Hipólito Yrigoyen, sobre- vivió intacto casi cuarenta años. En ese período aparecieron algunas variables en el ejercicio del poder punitivo. En 1951, Perón firmó el decreto de cierre del penal de Ushuaia y se llevó a cabo la reforma del sistema penitenciario de Roberto Petinatto, pero el código se mantuvo con mínimas reformas de detalle, no porque hayan faltado tenta- tivas de destruirlo. En 1924, 1926 y 1928 se propusieron leyes de estado peligroso sin delito contra toda la mala vida, y luego leyes de estado peligroso post-delictual, para imponer penas más allá de las penas. Yrigoyen frenó todos estos proyectos, de los que era personalmente enemigo declarado. En 1932 hubo una fuerte tentativa de reformar el Código Penal. En el verano entre 1931 y 1932 se produjo el secuestro de un joven pertene- ciente a la Liga Patriótica, que era un movimiento de extrema derecha. Su cadáver apareció unos meses después, y como respuesta a la construcción de la víctima héroe de la época, el presi- dente Justo mandó al Senado un proyecto que agravaba todas las penas. El Senado redobló la apuesta del Poder Ejecutivo y le agregó la pena de muerte por silla eléctrica. Pocos saben que la República Argentina tuvo un proyecto con media sanción de la silla eléctrica, el último grito de la moda a comienzo de los años treinta. Hubo un famoso debate en el Senado entre el senador conservador Aran- cibia Rodríguez y Alfredo Palacios. En 1933 José Peco publicó un tomo con el debate completo. El proyecto pasó a la Cámara de Diputados, en la que continuaba Rodolfo Moreno, quien fue posteriormente gobernador de la
  • 47. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 46 provincia de Buenos Aires, embajador en Japón, y candidato a la presidencia de la República a comienzo de los años 40. Lo cierto es que esa Cámara de la Década Infame, conservadora y frau- dulenta, electa con el partido mayo- ritario proscripto, cargando todas esas taras políticas, sin embargo tuvo un resto de dignidad: no trató nunca el proyecto con media sanción del Senado. Toda desemenjanza con la realidad reciente es penosa. No faltaron, en todos esos años, proyectos para cambiar totalmente el Código: el proyecto de Coll-Gómez de 1937, positivista; el proyecto de José Peco, neopositivista; en la época peronista, el proyecto de Isidoro De Benedetti, de 1951, neopositivista también, al igual que el de Ricardo Levene (h) de 1953; y, finalmente, el proyecto normativista de 1960 de Sebastián Soler, bastante apegado al proyecto neoconservador alemán. No obstante, el Código perma- neció inalterado hasta la llegada de los gobiernos de facto. En 1963, una comisión de ignotos perso- najes proyectó una reforma de más de 150 artículos que fue sancionada por vía de decreto- ley. En 1964 el Congreso la derogó para volver al texto original. En 1967 se nombró una comisión que copió algunas cosas del proyecto Soler, y también por vía de decreto-ley (que esa dictadura comenzó a llamar leyes) incorporó una cantidad de artículos que le hicieron perder toda su fisonomía al Código Penal. El Congreso la derogó en 1973, para volver al texto original. La dictadura militar de Videla resta- bleció en 1976 la reforma de 1967, con algunos inventos totalmente desca- bellados respecto a la subversión. Fue derogada por el Congreso en 1984. Es decir, que tuvimos un grave manoseo del Código Penal por parte de los regí- menes de facto. En 1984 teníamos un código penal que más o menos había recuperado su fisonomía, y unas 60 leyes penales especiales que establecían disposi- ciones que no estaban en el Código. A partir de ese momento se inició un serio y gravísimo proceso de descodificación penal. La codificación penal es algo que preocupó muy poco a nuestros legis- ladores democráticos. A fines de los 80 del siglo pasado sucedió un hecho curioso. El Senado dio media sanción al proyecto del senador Jiménez Montilla, que es el primero y único proyecto integral de código penal que obtuvo una media sanción en nuestro Congreso Nacional. El texto es absolutamente desatinado y nadie jamás lo tomó en cuenta, realmente insólito; sin embargo el Senado le dio media sanción y llegó a la Cámara de Diputados donde, por fortuna, nunca fue tratado. De allí en más comenzó un frontalismo demagógico en el que cada problema que se suscita y que produce un efecto mediático provoca un mensaje de respuesta del Congreso mediante una ley penal. El origen de esta modalidad de frontalismo demagógico vindicativo proviene de Estados Unidos y corre ¿Qué tenemos hoy en Argentina como resultado de la banaliza- ción del sistema penal? ¿Qué tenemos como resultado de la administrativización de la solución punitiva? Lo que antes eran sanciones administrativas, se convierten en sanciones penales. Cada vez tenemos más tipos penales –hoy contamos aproximadamente con unas 200 leyes penales especiales­– además de disposiciones penales en leyes no penales, lo que los brasileños llaman normas extravagantes.
  • 48. 47 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías hoy por todo el mundo, por lo tanto, no nos creamos originales. Responde a una circunstancia particular de ese país y al cambio que provocó el abandono del modelo Roosevelt para el estado. La particularidad local es que el Procurador General y el ministerio público en los estados son elegidos por voto popular. Aprovechan esa circunstancia para generar víctimas héroes, y proyectarse mediáticamente como los custodios de la seguridad y los campeones de la lucha contra los malvados, saltando de inmediato a la política y postulándose como gober- nadores. Esta modalidad –estadual pero no federal en Estados Unidos–, a partir de 1980 con las administra- ciones republicanas, se convierte en una modalidad federal, dado que el desprestigio de las autoridades fede- rales hacia 1980 –con la derrota de Vietnam y el fracaso de la recupera- ción de los rehenes de Teherán, entre otras cosas–, hizo que los candidatos a presidente no saliesen más del Senado, sino que surgiesen entre los gobernadores de los estados. Con lo cual, a partir de Reagan, se llevó al gobierno federal la modalidad propia de los estados. A esto se agrega que el modelo de incorporación progresiva de origen keynesiano, o sea, el modelo Roosevelt, fue reemplazado por el modelo de exclusión irremediable del festival espe- culativo de la mafia del mercado, con lasconsecuenciasquetodosconocemos en la periferia del poder mundial, pero también en el centro, cuyos efectos aún no podemos predecir por completo. Tolerancia cero no es sólo el eslogan de un demagogo municipal, sino todo un proyecto político: se pasó de la inclu- sión a la exclusión, con la advertencia de que a los sumergidos no se les tolerará ni la más mínima infracción, para mantenerlos a raya fuera de las zonas de jardincitos ordenados. Esto produjo en Estados Unidos una hipertrofia increíble del sistema penal, que lo llevó al más alto índice de prisio- nización del mundo, quintuplicando la media mundial. Generó también una enorme empresa que natural- mente tiene publicidad. Dicha publi- cidad se mundializa. Este programa de prisionización es costosísimo y repre- senta un desplazamiento de inversión social, para expresarlo gráficamente, del hospital a la cárcel. Algunos comunicadores sociales adquieren enorme rating gracias a la identificación de víctimas-héroes y su consiguiente consagración en los medios. Las usan en estas campañas vindicativas, hasta que no les sirven más y las desechan. Estas son inven- ciones norteame- ricanas de los últimos treinta años, que por cierto no tienen nada que ver con la tradición ante- rior pero cunden por el mundo. Se especializan en mostrar como enemigos de la sociedad a quienes pueden obstaculizar esta ampliacióndemagógica-vindicativadel poder punitivo; deterioran la imagen de los jueces, estigmatizándolos como aliados y encubridores del crimen. Éste es el discurso que nos llega y que se expande por el mundo con conse- cuencias que inciden gravísimamente sobre la propia legislación. Si a alguien poderoso verdade- ramenteleinteresaralainsegu- ridad, los riesgos y frecuencia de victimización, lo primero que haría es una investigación seria sobre la victimización y el delito. Aún no la tenemos, a nadie le importa, y no se gasta un centavo en inves- tigar seria y científicamente lo que nos pasa con el delito. El delito es sólo un pretexto para demoler los límites que el derecho penal le puede oponer al poder punitivo.
  • 49. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 48 ¿Qué tenemos hoy en Argentina como resultado de la banalización del sistema penal? ¿Qué tenemos como resultado de la administrativización de la solución punitiva? Lo que antes eran sanciones administrativas, se convierten en sanciones penales. Cada vez tenemos más tipos penales –hoy contamos aproximadamente con unas 200 leyes penales especiales­– además de disposiciones penales en leyes no penales, lo que los brasileños llaman normas extravagantes. El proceso de descodificación en nuestro país es total, pues no sólo se trata de leyes penales especiales, sino que además estallaron bombas adentro del propio Código Penal que destru- yeron su sistema. Como vimos, un código, siguiendo la tradición enciclopédica, trata de reunir en una ley toda la normativa de una materia, pero lo hace en una forma sistemática, con una parte general coherente para facilitar la interpreta- ción. Actualmente, no sólo comienza a dejarse la mayor parte de la materia fuera del Código, sino que además se destruye su coherencia interna. Teníamos una fórmula única de cuan- tificación de la pena con algunos crite- rios básicos que funcionaron durante varios años, determinando, por un lado, la gravedad de la lesión al bien jurídico y, por otro, el grado de culpa- bilidad del sujeto. Pero ahora resulta que esto se mezcló con un sistema de agravantes y atenuantes tabulados, y tenemos el bis, el ter, y también otros criterios de calificación en leyes espe- ciales pero que afectan al Código Penal en su totalidad. En síntesis, hoy no sabemos cuál es el máximo de la pena más grave de nuestro Código, y no lo sabe nadie. Hay tres o cuatro interpretaciones posibles de la ley: se puede sostener que se halla en 25 años, pero también en 37 años o en 50 años, y el caos es tan enorme que cualquiera de ellos encontrará un fundamento legal. Todo esto parte de reformas apresu- radas, también del primer impacto de víctima-héroe con las famosas leyes Blumberg, y de la Ley 26.200 –que es posterior–, pena el genocidio y establece penas menores a todas las anteriores. Es verdad que se ha llevado a cabo un ensayo de recodificación, que es el anteproyecto publicado en 2006, y que fue descartado por toda la campaña de la entonces publicitada víctima-héroe, que asustó el Poder Ejecutivo, al Legislativo. Hoy la víctima-héroe se perdió en los vericuetos de la politi- quería, con todo su patetismo, descar- tada de modo salvaje y sin ninguna piedad por los mismos medios que la explotaron. Pero el mal legislativo está hecho y nadie lo corrige. Pienso seriamente que entre quienes manejan el poder económico, a nadie le interesa mucho el problema de la seguridad. En este punto soy un poco foucaultiano. Creo que no les interesa demasiado la prevención del delito ni la paz social, sino que lo que verdade- ramente les interesa es usar el poder punitivo de alguna manera, manipu- larlo para otras cosas. Si a alguien poderoso verdaderamente le interesara la inseguridad, los riesgos y frecuencia de victimización, lo primero que haría es una investigación seria sobre la victimización y el delito. Aún no la tenemos, a nadie le importa, y no se gasta un centavo en investigar seria y científicamente lo que nos pasa con el delito. El delito es sólo un pretexto para demoler los límites que el derecho penal le puede oponer al poder punitivo.
  • 50. 49 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías Sociológicamente hablando no existe el delito, lo que existen son delitos, conflictos, que no tienen nada en común. Nadie puede explicar qué tienen en común el libramiento de un cheque sin fondos con la viola- ción de una mujer. Lo único que tienen en común es tener una sanción correspondiente en el Código Penal, pero no puede prevenirse el delito en abstracto, porque dicha abstracción es una invención que hacemos los juristas para inventar categorías generales. En la sociedad lo que tenemos son homicidios, violaciones, libramientos de cheques sin fondo, estafas, calum- nias, conflictividades sociales dispares, con valoraciones muy diferentes, no tenemos el delito, que se inventa haciéndonos creer que la tos y el cáncer se curan con el mismo remedio. De modo que si lo que deseamos prevenir son los delitos violentos, lo primero que hay que hacer es inves- tigarlos: dónde ocurren, quiénes son los protagonistas, en qué horarios se producen, cuáles son los riesgos de victimización, y cincuenta posibles preguntas más. Con las respuestas a esa lista de interrogantes, tendremos un perfil y una distribución. Y a partir de dicho perfil y distribución empeza- remos a conocer algo del fenómeno, generando un conocimiento con el que podremos empezar a prevenirlo. ¿Cómo podemos prevenir algo que no conocemos?Porende,tengolasospecha de que a nadie con poder le interesa en serio el problema de la prevención, y no sólo en nuestra sociedad, sino en este mundo globalizado. Pero al parecer, tampoco a nadie le interesa demasiado el tema de la segu- ridad del ciudadano frente al avance del poder punitivo del estado, dado que el proceso de codificación que le pone límites es uno de los más vulne- rables, que se puede detener en cual- quier momento y por efecto de las campañas publicitarias más groseras, que bajan en intensidad cuando aparece el dengue o la gripe. No estoy sosteniendo que haya que sancionar inme- diatamente y en forma irrespon- sable el antepro- yecto de 2006. Lo redactó una comisión intere- sante integrada por los mejores penalistas del país. No coin- cido con todo el proyecto, creo que hay cosas por mejorar y que habría que investigar más profundamente la legislación penal especial para tratar de abarcarla e introducirla totalmente dentro del Código. Sin embargo, el anteproyecto de 2006 es un documento de trabajo a partir de cual se podría pensar, trabajar algún tiempo en serio, y que puede desem- peñar hoy, a principios del siglo XXI, el mismo papel del proyecto de 1891 para el código de 1921. Sólo espero que no nos tomemos 30 años. La legislación penal, a través de este proceso de descodificación, se ha vuelto inconstitucional in totum. No es inconstitucional tal o cual disposición, sino la legislación en su totalidad, lo que es extremadamente grave. Hay un mandato de certeza del derecho y del derecho penal en parti- cular que emana de la constitución. El mandato de certeza que la Constitución y las provincias le dan al Congreso Nacional, no simplemente es el de legislar en materia penal, el de hacerlo en cualquier forma. Su mandato es el de sancionar un código penal. El mandato de certeza se legitima en un código, y hace 25 años que se agudiza la descodificación, la violación del mandato de certeza de la Constitución. Lo construido a lo largo de cien años se ha venido a destruir en 25 años de democracia,deCongresosenlos que no hay proscripción, sino que son legítimamente electos.
  • 51. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 50 El derecho penal necesita un alto grado de certeza, la ley penal debe ser muy clara, pues debe aspirar a que todos seamos más o menos cons- cientes de qué es lo prohibido y qué no, qué es delito y qué no lo es. Nuestros abuelos lo sabían, pero hemos perdido sus códigos, códigos con 50 ó 60 tipos penales básicos, en los cuales, incluso en la valoración paralela en la esfera del lego, más o menos se tenía idea de lo que era delito y de lo que no lo era. Hoy los profesores de derecho penal no lo sabemos; el caos es de tal magnitud que ni siquiera podemos garantizar que tenemos en nuestras manoslostextosdetodaslasleyespenales. No se asombren, pero se dictan sentencias con leyes penales dero- gadas como resultado del caos y la confusión que existe. Los propios magistrados tienen ediciones comer- ciales del Código, llenas de papelitos y notas, porque tampoco hay una edición oficial. Nuestro Congreso transformó aquella vieja comisión especial de legislación penal y penitenciaria de Moreno en una comisión ordinaria y por lo tanto creó una comisión permanente de legislación penal. ¿Qué va a hacer una comisión de legislación penal? Pues es natural que haga leyes penales. Pero las leyes penales son excepcionales, a diferencia del resto de las leyes. Si tenemos comisiones permanentes en ambas Cámaras, terminarán por ordinarizarse las leyes penales, dando como resultado las 200 leyes penales que tenemos y las múltiples dispo- siciones penales en leyes no penales que no sabemos hasta dónde llegan, ya que carecemos de una edición completa y oficial que nos garantice una información total, y una perspec- tiva de reproducción al infinito. En síntesis, hoy nadie puede decir con seguridad que tiene toda la legisla- ción penal en sus manos. El esfuerzo realizado a lo largo de muchos años y que se concretó en un código que conservaron los gobiernos popu- lares, que mantuvo vigencia intocada durante 40 años y que nos sirvió para la coexistencia, ese código que luego manosearon los gobiernos de facto, hoy, en 25 años de democracia se ha desarmado y desbaratado. El mandato de certeza que la Constitución y las provincias le dan al Congreso Nacional, no simplemente es el de legislar en materia penal, el de hacerlo en cualquier forma. Su mandato es el de sancionar un código penal. El mandato de certeza se legi- tima en un código, y hace 25 años que se agudiza la descodificación, la violación del mandato de certeza de la Constitución. Lo construido a lo largo de cien años se ha venido a destruir en 25 años de democracia, de Congresos en los que no hay proscripción, sino que son legítimamente electos. El general Perón ordenó en 1947 la clausura del penal de Ushuaia y se tardó cuatro años en desmantelarlo. En 1955 se lo reabrió para presos políticos, que en 1956 se escaparon a Chile junto con el personal penitenciario de Chile. El penal de Ushuaia quedó vacío y hoy es un museo. Empero, el artículo 52 del Código Penal, el que servía para mandar los presos a Ushuaia, está hasta hoy en el Código, sin que nuestro Congreso se haya tomado el trabajo de derogarlo. Fue declarado inconsti- tucional por la Corte Suprema apenas en 2006, con el limitado efecto que tiene la declaración de inconstitucio- nalidad en nuestro país. De modo que sigue vigente el artículo por el cual se mandaba gente a Ushuaia aunque el
  • 52. 51 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías penal ya no exista desde hace 60 años. Hace más de cien años que un famoso autor alemán, Ernst von Beling, dijo que el derecho penal de fondo, el del código, no le toca un solo pelo al delincuente, pero el derecho procesal penal, aquél que establece el procedi- miento –esto lo digo yo– es capaz de arrancarle la cabeza al ciudadano. Efectivamente, tenemos un proceso penal precioso, sólo que la mayoría de nuestros presos no están condenados. Las penas de nuestro Código Penal no se aplican, sólo se aplican las penas de Código de Procedimientos, es decir, se aplica la pena antes de la sentencia. Esto se da en toda América Latina. Entre el 70 y el 90 por ciento de nuestros presos no están condenados, pero están procesados. En Argentina estamos cerca del 70%. Permanecen en prisión sólo los condenados a los que al momento de la condena, por tratarse de algún delito grave, les quedan algunos años que cumplir antes de volver a su casa. Por cierto que algunos son absueltos al cabo del proceso: pese a todo el esfuerzo realizado por condenarlos, no ha sido posible, quizá porque eran inocentes, pero de cualquier modo y por las dudas, ya le hicimos cumplir la pena. Es decir, tenemos invertido absolutamente todo en el sistema penal. Aunque esto es un decir, o sea, invertido conforme al discurso jurídico, pero quizá esté proyectado para que en los hechos funcione de este modo. Primero tuvimos un código procesal copiado del que tuvo España en el peor momentodelaRestauraciónborbónica y nos rigió provisoriamente mientras se mejoraban las instituciones. Como lo provisorio es lo más permanente, ese código rigió entre 1886 y 1992, o sea, 106 años. En 1992, establecimos un código que le copiamos a Italia cuando ya lo había derogado tres años antes, y ése es el que tenemos ahora. Además, hay un pequeño detalle: tenemos juicios orales pero corremos el tremendo riesgo de que en el proceso penal nos desaparezca el juicio, por efecto de una pequeña característica que le copiamos a los norteameri- canos y está difundiéndose por todo el mundo. En Estados Unidos los juicios por jurados son para la televisión, pues se resuelve de ese modo sólo el 3% de los casos (algunos dicen que el 6%). Los restantes juicios se resuelven por extor- sión. Es decir, se le impone que acepte una pena menor bajo amenaza de ir al jurado y con una defensa precaria se le imponga una pena altísima. Algo parecido tiende a pasar en América Latina, entre nosotros. Es el famoso procedimiento abreviado, la famosa negociación con la cual corremos el riesgo de suprimir el juicio y montar una máquina infernal de condenar, a través de presiones y de amenazas respecto al juicio oral. Esto se ve favorecido por la congestión de los tribunales orales y una circuns- tancia que no puedo dejar de señalar: nada hay más aburrido que ser juez de juicio oral. Siguiendo la norma buro- crática y tratando de descartar trabajo, y además por la imposibilidad mate- rial de realizar la enorme cantidad de juicios orales, el camino que se abre hacia el futuro es un gravísimo riesgo de desaparición del propio juicio. En la realidad, caminamos hacia un proceso penal sin juicio. De un sistema que pena sin condena, estamos pasando a otro que condena sin juicio. Creo que todos estos problemas son una deuda que tiene el Congreso Nacional, una deuda del Poder Legislativo para con los ciudadanos.
  • 53. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 52 El Centenario se celebró con Figueroa Alcorta, la infanta Isabel de Borbón, con todo el fasto de la oligarquía de la carne enfriada. En el norte, en México, se celebróconPorfirioDíaz,conuniformes afrancesados repletos de medallas, inte- rrumpido por el comienzo de la guerra civil más sangrienta del siglo XX. Espero que el Bicentenario nos sorprenda acompañados por los repre- sentantes de los pueblos de nuestra región y empecemos a aprender algunas cosas de ellos. Posiblemente comparándonos aprendamos un poco de humildad, de esa que muchas veces nos hace falta a los argentinos y sobre todo a los porteños. Así como ellos se preocuparon mucho antes que noso- tros por dictar códigos penales, hoy hay fuertes movimientos de renovación legislativa penal en Bolivia, Ecuador, Paraguay. ¿Y nosotros qué hacemos? Hemos detenido nuestro movimiento de codificación simplemente por el efecto mediático de una víctima-héroe. Reaccionó nuestro Congreso de una manera mucho más negativa que la de aquel Congreso de la Década Infame, que se animó a parar una iniciativa legislativa del Poder Ejecutivo con media sanción del Senado. El Congreso actual, directamente y sin ninguna iniciativa del Poder Ejecutivo, desarmó el Código Penal y, para colmo, después sancionó una ley que pena el genocidio con treinta años. Tendríamos que pensar en un Bicentenario en el que esta historia, a veces triste, se revierta y recupere los mejores momentos de luz, de trabajo creativo y responsable. A lo largo de esta historia hemos visto protagonistas en serio: dos casi llegaron a la presidencia de la República, dos fueron gobernadores de la provincia de Buenos Aires y uno de Catamarca, otros fueron ministros e interventores de provincias, uno fue candidato a vicepresidente, los dos líderes más populares del siglo pasado se interesaron personalmente por la legislación y la cuestión penal. Es decir que políticos de altísimo protagonismo se tomaron en serio a lo largo de nuestra historia la elabo- ración de la legislación y la codifica- ción penal. Hoy pareciera que ésta es una tarea subalterna. Sólo interesa el mensaje, sólo importa cómo se proyecta a través de la comunicación social, cómo se deforma la legislación a través de los medios de comunica- ción. Éste es un punto importante sobre el cual reflexionar, en esta conmemoración de los 200 años de nuestra emancipación. (*) Conferencia brindada en el marco del ciclo “Legados y porvenir: Argentina en el Bicentenario”, organizado por la Biblioteca Nacional durante el 2009.
  • 55. 54 Federalismo en el Bicentenario(*) Por Natalio R. Botana Lejos de plasmarse el federalismo consagrado constitucionalmente, Argentina ofrece un cuadro conflictivo en relación con una equitativa situa- ción entre las regiones que la componen. Como si aquella utopía alberdiana no pudiera encon- trar formas de concretarse frente a obstáculos de naturaleza muy diversa. Natalio Botana analiza las diferentes circuns- tancias que conspiran contra la institución de formas federales y republicanas desde la reanu- dación democrática de 1983: la persistencia de un sistema tributario regresivo, la irresolución crónica de la distribución fiscal (coparticipación federal), la dinámica eleccionaria recurrente que impide tomar resoluciones de largo plazo y deja en suspenso la relación entre los órdenes provinciales y el orden nacional (contradicción entre un federalismo institucional vigoroso y una situación de “astenia” fiscal), la disparidad representativa del sistema legislativo bicameral, y la concentración multitudinaria en las grandes megalópolis (“leviatanes” demográficos) cuyos movimientos inestables plantean un desafío para cualquier forma de gobierno. La precisión y el detalle del cuadro descrito, requieren tomar con seriedad aquellas tareas irresueltas en estos 200 años. Labor doblemente compleja si se tiene en cuenta que no se trata sólo de tendencias propias de un sistema nacional, sino que éste se ve inmerso en un conjunto más vasto de dinámicas globales.
  • 56. 55 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías El tema del federalismo puede ser tratado de una manera retórica –estilo abundante en los ensayos consagrados al respecto– o de un modo que exija penetrar en los problemas no resueltos enestamateria.Argentinaesenlaactua- lidad, por definición, un país regido por una constitución. Sin embargo, lo que a continuación trataré de demos- trar es que lejos de ser un régimen federal, tal cual la Constitución lo ha delineado, es más bien un régimen aquejado por muchas inconsistencias unitarias. Por eso, el federalismo no alude en Argentina a consenso insti- tucional, sino a un conflicto que atra- viesa en son de alarma un pasado de 200 años. Este conflicto empezó en 1811 con la llegada de los diputados de los cabildos del interior, que posterior- mente integraron la Junta Grande. Estos antecedentes son previos a una suerte de punto de partida del Bicentenario que celebramos y que comienza en el año 1983, unos antece- dentes más recientes marcados por el fenómeno inédito de más de un cuarto de siglo de ejercicio ininterrumpido de la democracia. Si bien la proporción de intervenciones federales a las provincias desde esa fecha ha sido mucho menor –comparada con otros períodos como, por ejemplo, el que se abre con la primera transición a la democracia con la presidencia de Hipólito Yrigoyen en 1916–, la recu- rrencia de ciertos problemas como la sobre-representación, y la sub-represen- tación de los legisladores en la Cámara de Diputados, así como la demora en resolver mediante una ley de copartici- paciónfederalladistribuciónderecursos fiscales entre la Nación y las provincias, hacen que el federalismo aparezca una y otra vez en el debate político bajo el signo de la contradicción. ¿A qué se debe esta cuestión irresuelta? Hay un primer punto a señalar, que aquellos que han nacido en democracia a veces olvidan, a diferencia de los que hemos tenido que soportar la larga noche del autoritarismo en Argentina. Desde el año 1983, el federalismo en nuestro país está envuelto por una activa vida electoral. Se vota cons- tantemente cada dos años, y a veces hay elecciones entre esos intervalos. Excepto la elección directa de presi- dente y vicepresidente, que ocurre cada cuatro años, todos los demás procesos electorales tienen lugar en el marco de la organización federal, es decir, en los 24 distritos electorales (las 23 provin- cias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires). El planteo de estos dos órdenes electorales, el de las provincias y el de la elección nacional, tal vez permita entender mejor la impronta que tiene el federalismo argentino cuyos orígenes se remontan a la fórmula centralizante que se puso en marcha, en medio de guerras exteriores e intestinas, a partir de 1853. Una impronta “alberdiana”, podríamos sugerir, que impregna la constitución argentina, con sus vicios y bondades, y que se refleja, sobre todo, en las malformaciones de nuestro régimen fiscal. Como en cual- quier fórmula federal, de las muchas conocidas en el mundo, en Argentina se planteó un conflicto entre dos órdenes de competencia y jurisdicción: el nacional y el provincial. Luego de largos procesos, plagados de violencia y dictaduras, terminó prevaleciendo entrenosotrosunainclinaciónevidente a favor del orden nacional. De aquí se deriva la contradicción, que padecemos en estos años de democracia, entre un vigoroso fede- ralismo electoral y un asténico fede- ralismo institucional. La astenia,
  • 57. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 56 como sabemos, denota una falta o decaimiento de fuerzas. Creo que esta contradicción es fuente de muchos problemas. Mientras la dimensión electoral de nuestra vida ciudadana es fuerte y enérgica, la dimensión institu- cional es mucho más débil. Se trata de una cuestión de naturaleza institucional que podría resumirse en, al menos, tres rasgos: el primero, la caída pronunciada de las provincias en el reparto de la coparticipación federal; segundo, el uso exce- sivo –mediante decretos y reso- luciones minis- teriales que van en contra de lo establecido en el artículo 75 de la Constitución Nacional–, de una política de transferencia de los recursos productivos de las provin- cias, al tesoro del gobierno nacional; y tercero, el manejo de la bolsa fiscal para distribuir favores, sanciones, premios y castigos. Según puntos de vista divergentes, estos tres puntos están en el meollo de los actuales debates públicos. Podríamos considerarlos originales y hasta inéditos, pero si regresamos por un momento a los debates de la Argentina del Centenario, veremos que los mismos argumentos eran enun- ciados por los llamados fundadores de la ciencia política en el país, como Rodolfo Rivarola, quien tendía a justi- ficar el sufragio restringido en el marco de un régimen unitario, y José Nicolás Matienzo, en ese momento una figura destacada en la Unión Cívica Radical. Ahora bien, los debates difieren según sea la provincia de que se trate. En este momento, en el cual la abundancia fiscal disminuye ostensiblemente debido a la crisis internacional y al hecho de que no pudimos acumular un fondo anticíclico como, por ejemplo, hicieron los gobiernos de Chile, los déficits presupuestarios de las provin- cias vuelven a mostrar sus dientes. Este recrudecimiento de la astenia estatal revierte sobre la situación en la que se encuentran tres provincias: Buenos Aires, Córdoba, y Santa Fe. Estos distritos, junto con la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, confi- guran la masa crítica de ciudadanos que decide quién gana y quién pierde en las elecciones. En relación con las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, esta aparente periferia, supuestamente rica y poderosa, es acaso la más perjudicada por la política fiscal. Reciben estas provincias, claro está, subsidios e inversiones de parte del Poder Ejecutivo Nacional, pero en general –y aquí reside el problema central del federalismo argentino–, desde el punto de vista material, las provincias carecen de tesoro propio. No lo tienen en relación con los recursos coparticipables –que repre- sentan en total, con las otras provin- cias, alrededor del 30 y el 32 por ciento de la recaudación nacional, el valor más bajo de las últimas décadas­–, ni tampoco con respecto a la partici- pación de los ingresos propios de las provincias en el total de los ingresos tributarios. En Argentina los ingresos propios de las provincias representan el 18 por ciento del total de la bolsa Tenemos, en los hechos, un federalismo caligráfico, como Alberdi solía calificar a las constituciones de 1819 y 1826: bellas creaciones literarias con escaso asidero en la realidad. Por este motivo, las iniqui- dades más flagrantes que debe- rían ser compensadas con una nueva ley de coparticipación federal, sobresalen en esa peri- feria rica en su economía, y pobre en lo que respecta a la capacidad fiscal para imple- mentar políticas públicas. En especial, por deber de justicia, aquellas vinculadas con la marginalidad, la pobreza y la exclusión en los conglome- rados urbanos.
  • 58. 57 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías fiscal; en Brasil, en cambio, un régimen federal como el argentino, los recursos propios de las provincias representan el 31 por ciento. Ni hablar de Estados Unidos donde los recursos propios de las provincias representan alrededor del 40 ó 45 por ciento. Esto nos da una idea acerca de cómo refracta en nuestra circunstancia el antiguo argumento de la teoría política que giraba en torno a la apariencia y la realidad. Tenemos, en los hechos, un federalismo caligráfico, como Alberdi solía calificar a las constituciones de 1819 y 1826: bellas creaciones litera- rias con escaso asidero en la realidad. Por este motivo, las iniquidades más flagrantes que deberían ser compen- sadas con una nueva ley de coparti- cipación federal, sobresalen en esa periferia rica en su economía, y pobre en lo que respecta a la capacidad fiscal para implementar políticas públicas. En especial, por deber de justicia, aquellas vinculadas con la margina- lidad, la pobreza y la exclusión en los conglomerados urbanos. Cuando se puso en funcionamiento en clave oligárquica nuestro régimen federal (recordemos la Ley 1420), gran parte de la educación primaria, escuelas normales y colegios nacionales, estaban junto con las universidades en manos del Estado nacional. Hoy lo único que queda bajo la jurisdicción del Estado nacional son las universidades nacio- nales. El resto de las estructuras educa- tivas están en manos de las provincias, es decir: son las provincias las que tienen que financiar la educación, en los dos niveles, junto con la seguridad y la salud. Por tanto, cuando hablamos de astenia, su signo más elocuente es el hecho de que en muchas de las provin- cias argentinas la educación pública no está funcionando o lo hace mal. Nos basta con repasar los conflictos severos en materia salarial, con la secuencia de enfrentamientos entre los sindicatos de maestros y los gobiernos provinciales. Ante este escenario resulta imperioso plantear la necesidad de impulsar una reforma del federalismo a través de una nueva ley de coparticipación federal. El 1994 la Constitución Nacional fue reformada. En dicha reforma hubo una cláusula transitoria, la sexta, que obligaba al Congreso a dictar una ley de coparticipación federal en un plazo máximo de tres años. En este punto el silencio parlamentario es muy elocuente: desde el año 1997 nada se ha hecho. Y es un hacer desafiante, ya que como ocurrirá ahora con la discu- siónparlamentariaentornoalproyecto presentado por el Ejecutivo en materia de organización y elección de candi- datos en los partidos políticos, este tipo de leyes requieren mayorías cali- ficadas. Son leyes-convenio que exigen el voto de la mitad más uno de los miembros de las Cámaras. Se trata de una ley convenio que por ser atinente al federalismo debe ser iniciada por el Senado, y posteriormente, requiere la adhesión o rechazo de las provincias. Es, por cierto, un desafío enorme, pero creo que si queremos asumir el Bicentenario con temple arquitectó- nico es hora de enfrentar los grandes desafíos a través de la deliberación y el consenso, dado que son leyes de este tipo las que se requieren urgentemente en Argentina, esto es, consensos de naturaleza fundacional. Ahora bien, ya lo hemos dicho, este cuadro pinta el paisaje de un conflicto que alude también a los problemas atinentes a nuestro régimen fiscal. Concibo, por consi- guiente, la necesidad de un nuevo “pacto federal”, unido a la exigencia
  • 59. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 58 de un nuevo “pacto fiscal”, dado que si hay malformaciones en el federa- lismo, seguramente también las hay en el régimen fiscal. Este problema lejos está de ser producto de la situa- ción actual, se arrastra desde hace muchos años. Veamos algunos aspectos de esta cues- tión. La bolsa fiscal es el conjunto de recursos de los que disponen el Estado y sus provincias. Pero, ¿cómo se forma dicha bolsa?, ¿qué impuestos contiene? El peso correspondiente a las ganan- cias, a las rentas financieras y al patrimonio personal sigue siendo muy bajo en Argentina en compa- ración con las sociedades más avan- zadas del mundo. En nuestro país los impuestos predominantes son el IVA (Impuesto al Valor Agregado), y otros impuestos indirectos, entre los que podríamos señalar las retenciones a las exportaciones, diversos tipos de impuestos al consumo, y desde luego el impuesto de aduana que pagan las mercaderías importadas. Todos ellos forman casi el 90 por ciento de la bolsa fiscal. Impuestos injustos y regresivos, dado que la única propor- cionalidad que admite el impuesto indirecto –léase el IVA­– es que quien habla puede consumir más que un habitante marginal y excluido en una villa miseria. Son entonces impuestos proporcionales al consumo y no progresivos en cuanto a las ganancias y rentas financieras. Todas las democracias del mundo que han alcanzado un cierto grado de madurez han tenido en algún momento de su historia un gran debate nacional cuyos efectos consistieron en que el peso de los impuestos directos, en la composición de la bolsa fiscal, sea mucho mayor que el correspondiente a los impuestos indirectos. Éste es unNatalio R. Botana
  • 60. 59 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías punto que nos cuesta trabajo entender a los argentinos. Sin impuestos directos no hay vínculo ciudadano que me permita hacer valer mis derechos por estar cumpliendo una intransfe- rible obligación personal. El pago de impuestos indirectos está condenado a perderse en el anonimato. Este intrincado asunto tiene su origen en un importante texto publicado en 1855: Sistema económico rentístico para la Confederación Argentina según su Constitución, cuyo autor fue Juan Bautista Alberdi. Es un texto liminar en el pensamiento político-económico argentino, por tener la característica de correr parejo con los famosos artículos escritos por Hamilton para defender la constitución de los Estados Unidos en 1788, y que después fueron reunidos, junto con los de Madison y Jay, en el texto conocido como El Federalista. La obsesión que tenían estos autores consistía en inventar todo desde la nada.Entre1788y1855,elfederalismo aún no existía en el mundo vaciado en el molde del Estado nacional. Lo que sí existían eran confederaciones laxas, y en el caso de Argentina, aquella Confederación establecida en el Pacto Federal de 1831 que otorgó a la Aduana de la provincia de Buenos Aires una posición hegemónica con respecto al resto del país, en tanto todos los recursos de importación y exportación revertían sólo sobre dicha Aduana. Es decir que cuando Alberdi escribe Sistema económico y rentístico..., lo hace en plena guerra civil, asumiendo las características económicas que propi- ciaron dicha guerra concluida proviso- riamente con la batalla de Pavón. Eneseentonces,elgobiernoquepresidía Urquiza, y luego su sucesor Manuel Derqui, carecía de recursos fiscales como efecto de que la provincia de BuenosAiresnohabíacedidolaAduana al servicio de todo el país. La Aduana tenía tal relevancia por el hecho de que no había, en aquellos años, otra institu- ción comparable en materia de recau- dación de impuestos. Era un sistema muy sencillo: si aumentaba el comercio –el sueño de Alberdi–, aumen- taba la riqueza; si aumentaba la riqueza, aumen- taban también los recursos fiscales. Tal fue la clave del pensamiento alberdiano:nacio- nalizar el Estado, un punto central con el que estoy completamente de acuerdo. Pero Alberdi, además deestosimpuestos indirectos, no propuso otros impuestos relevantes bajo jurisdicción nacional, y dejó la organización de los impuestos directos en poder de las provincias. Para ello estableció una fuerte restricción constitucional por la que corresponde exclusivamente al gobierno nacional percibir impuestos indirectos. Esto quedó escrito en la Constitución que a partir de 1853 tuvo nume- rosas reformas: en 1866, en 1898, en 1949, en 1957, y por fin en 1994. Sin embargo, en ninguna de ellas se tocó este principio. De tal suerte que Argentina está protagonizando, como en muchas otras cuestiones, una pieza de ficción, dado que para tener que pagar impuestos directos en todo el país, cada año invariablemente, a partir de 1932, el Congreso vota una ley de emergencia que tiene vigencia anual y es sistemáticamente prorrogada. En realidad, lo que hoy tenemos en Argentina respecto al contrato fiscal es un proceso de frágil legitimación. En lugar del círculo virtuoso de una ciudadanía fiscal, nos encon- tramos frente al círculo vicioso de gente que no opera con criterios de ciudadanía –en el sentido de que el ciudadano asume el bien general en su conducta–, sino que lo hace al modo de habitantes volcados a la defensa de sus intereses particulares.
  • 61. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 60 Sin embargo, puede afirmarse que en los últimos ocho años ha mejorado la participación de los impuestos directos, del mismo modo como mejoró durante los dos primeros gobiernos de Perón, en el curso de la llamada Revolución Libertadora y en la primera parte del gobierno de Frondizi. De todos modos, vistas las cosas desde una perspectiva atenta a la larga duración, estos factores del “mal gobierno” afectan el nervio más sensible de lo que he denominado en muchos trabajos ciudadanía fiscal, vale decir, el círculo virtuoso que debería trazarse entre el ciudadano que paga impuestos y el Estado que, sobre la base del respeto de los contratos y del ejercicio responsable de la economía, los administra y distribuye de acuerdo con criterios de transparencia. Éste es otro de los pactos fundadores de la democracia, pacto entendido en el mismo sentido del contrato social que fundamentó Jean-Jaques Rousseau. Pues el contrato social, el pacto fundado en la voluntad general del ciudadano, tiene que rehacerse y perfeccionarse todos los días. En especial el contrato fiscal, que es una de las claves de la democracia moderna. Sin él, la demo- cracia se sumerge en un pantano de conflictos irresueltos. Sin contrato fiscal, se afecta el temple reformista de la democracia que exige, precisamente, un talento muy especial para generar una confianza compartida en virtud de la cual el ciudadano y la ciudadana pagan impuestos directos al Estado. Éste, a su vez, los transforma en bienes públicos, bienes que deben ser comunes a todos, aun cuando su administración se realice en diferentes niveles. En realidad, lo que hoy tenemos en Argentina respecto al contrato fiscal es un proceso de frágil legitimación. En lugar del círculo virtuoso de una ciudadanía fiscal, nos encontramos frente al círculo vicioso de gente que no opera con criterios de ciudadanía –en el sentido de que el ciudadano asume el bien general en su conducta–, sino que lo hace al modo de habitantes volcados a la defensa de sus intereses particulares. Observamos, desde este ángulo,unespaciocruzadopordiversos actores: por un lado los rebeldes que se consideran sometidos por leyes, decretos o resoluciones que juzgan confiscatorias, y por otro, tan impor- tantes como los rebeldes aunque más silenciosos, los habitantes imbuidos de la astucia del evasor. Es la astucia del evasor activo que logra la complicidad tácita de aquel que no reclama y del Estado incapaz de controlarlo. Junto con ello, y esto no es propio de Argentina sino de la mayoría de los países, desarrollados o no, vivimos prisioneros de un conjunto de leyes que ignoramos y desconocemos. Desde que comenzó a trabajarse sobre teoría fiscal en el siglo XVIII –el gran progresista en aquella época fue Adam Smith–, siempre se señaló que la calidad del mundo fiscal es la transpa- rencia, la proximidad y sencillez de las leyes. Y lo real es que, en materia fiscal, en Argentina se vive en enjambres y laberintos, donde los que mandan son los expertos en el mundo tributario. Expertos en las modalidades de pago, y también expertos en el consejo sobre cómo eludir el pago sin infringir las vallas legales. Por consiguiente, detrás de las pasiones y entreveros electorales, que sirven como telón de fondo, hay una condición estructural de nuestra política que no atina a reformar el régimen tributario según principios de equidad aplicables a la ciudadanía y a la relación entre las provincias y el Estado nacional.
  • 62. 61 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías Éste es el gran desafío que tiene por delante la representación política en Argentina: poner en marcha lo que podríamos denominar “leyes constitutivas del Bicentenario”, dentro de las cuales la ley tributaria y fiscal es condición necesaria para llevar adelante otro tipo de leyes constitutivas en el campo de la educación, la salud, y en aquel terreno en que se disparan los dardos de la injusticia distributiva: el campo de la exclusión y la marginalidad. Al plantear estas cues- tiones, estoy hablando de derechos. No obstante, generalmente olvidamos que los derechos cuestan dinero, dado que sin respaldo material, los derechos son pura virtualidad. El respaldo material para los derechos es la obligación asumida por el ciudadano que percibe que su esfuerzo fiscal, proporcional y progresivo, es correspondido por el Estado. Además del tema fiscal, hay otro problema importante que aqueja al federalismo argentino. Desde que se pensó y puso en práctica la teoría del federalismo político, la pregunta acerca de la escala geográfica de los territorios que participaban del Pacto Federal, que en Argentina se llaman provincias –en Estados Unidos y Brasil estados, y en Suiza cantones–, inquietó a los consti- tucionalistas y legisladores. Porque el federalismo, en tanto teoría política, es una apuesta a favor del equilibrio entre las unidades que pactan esa forma de Estado y ese régimen de gobierno. Los norteamericanos y luego los suizos –Alberdi conocía el proyecto de consti- tución federal para Suiza de Pellegrino Rossi­– plantearon estos problemas y los resolvieron mediante una invención notable: establecieron dos cámaras, un Senado que representa la igualdad de todos los estados, cantones o provincias, con un mismo tipo de representación; y una Cámara de Diputados que repre- senta a toda la población por su número. Una rápida mirada sobre nuestro país nos permite comprobar que estos requi- sitos no se cumplen. La representación igualitaria del Senado se desequilibra debido al desfasaje que se advierte en la Cámara de Diputados. Dicha cámara es un recinto que alberga a provincias chicas sobre-representadas, y a provin- cias grandes sub-representadas. Es una ley que rige intocable, a pesar de ser herencia de la última dictadura militar. Parece una ley pétrea, inmodificable. Tomemos seis provincias de la región pampeana y patagónica: La Pampa, Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz, y Tierra del Fuego (aclaro que este trabajo se basa en datos censales de hace diez años).1 Estas seis provincias tienen una población en conjunto de 2.037.545 habitantes, cifra que reúne en la cámara a 30 diputados. Cada una de ellas tiene asignado un mínimo de cinco diputados. La provincia de Santa Fe por su parte, con 3.700.000 habi- tantes, está representada sólo por 19 diputados. Por su parte, la provincia de Córdoba, con una población semejante, estárepresentadapor18diputados.Pero además de esta evidente disparidad, la provincia de Buenos Aires emerge en este cuadro como un Leviatán demográ- fico que engulle cerca del 40 por ciento de la población total de la República. Feria La Salada
  • 63. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 62 Esta relación de disparidad ya existía en 1810 y atravesó todo el siglo XIX. Hacia 1910 llegaron a nuestro país variosvisitantesdenota,algunosdeellos pensadores políticos que consignaron por escrito su experiencia, como es el caso del jurista español Adolfo Posada. Observaba Posada al respecto que un estado federal requería “cierto equili- brio de fuerzas que si se rompe ha de ser en la proporción en que Prusia rompe el equili- brio alemán, no en la proporción en que Buenos Aires rompe, por el momento, el equilibro argen- tino”. En aquel momento, la Capital había sido federalizada hacía treinta años, tras episo- dios sangrientos. La distribución del número de diputados después de 1880 entre los cuatro distritos grandes (Capital Federal, provincia de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe), era razona- blemente equilibrada. Cuando Posada estuvo en el país, la provincia de Buenos Aires elegía 28 diputados, la Capital Federal 20, Córdoba 11, y Santa Fe 12. Después, a lo largo del siglo XX, esta correspondencia se quebró. La Capital Federal –me incluyo­– hoy es una ciudad congelada demográficamente. Somos hijos de la inmigración europea, y como los europeos han dejado de tener hijos, nosotros también. La ciudad de Buenos Aires tiene una población desde hace 70 años que gira alrededor de los 3.000.000 de habitantes. Cuando esta población aumenta es debido al impacto de las poblaciones marginales que aquí se trasladan. En cambio, si observamos la provincia de Buenos Aires, advertimos un espectacular ascenso. En 1914 tenía 2.000.000 de habitantes; en 1980, 10.860.000;en2001tenía13.827.000, de los cuales casi 9.000.000 viven en el llamado “Conurbano Bonaerense”. En términos electorales, la provincia de Buenos Aires arrastra casi el 38 por ciento del padrón nacional, y de esa cifra, los dos cordones que rodean la Capital Federal retienen el 22.7 por ciento. Se entiende, por lo tanto, la magnitud del poder electoral bonae- rense, y al mismo tiempo se hacen chocantes los contrastes con los tres distritos denominados grandes. La Capital Federal representa un 9.7 por ciento del padrón electoral, Córdoba el 8.73, y Santa Fe un 8.59. Es decir, las tres juntas reúnen un 27 por ciento que no alcanza a la provincia de Buenos Aires. Habría que sumar a este terceto las provincias denominadas medianas, que en rigor son pequeñas, como Mendoza con un 4 por ciento, Tucumán con un 3.52 por ciento y Entre Ríos con un 3.22 por ciento. Por consiguiente es un error hablar de distritos grandes en Argentina, dado que efectivamente hay uno solo. La provincia de Buenos Aires lleva hoy al Congreso setenta diputados, la Capital Federal veinticinco, Córdoba dieciocho, y Santa Fe diecinueve. En tanto, como ya lo entendía Sarmiento cuando se radicó en el Estado de Buenos Aires en 1854, quien tiene el poder de Buenos Aires, en términos electorales, tiene la clave del éxito electoral en el país. Pero aquí aparece una última contradicción: este poder electoral bonaerense, prin- cipal productor de las mayorías nacio- nales, descansa sobre una ostensible Por primera vez en la larga historia de la humanidad, el mundo es predominantemente urbano. Ahora bien, ¿cómo gobernar la megalópolis? Porque además de democrá- tica, Argentina es una repú- blica, y desde que la república fue pensada por los romanos, siempre interpeló la imagina- ción del legislador planteando un problema de escala. ¿Cuál es la mejor escala para que florezca la ciudadanía con sus conflictos y armonías?
  • 64. 63 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías debilidad fiscal. En el caso de tener que describir a esta provincia, lo haría con una frase orteguiana; diría que es un “gigante invertebrado”, una población enorme, con los peores contrastes de Argentina, donde se produce el choque feroz de las desigualdades. Choque que se acrecienta cuando los sectores están próximos, cuando se tocan aunque no quieran reconocerse. Mundo de habi- tantes,diríaRousseau,nodeciudadanos. Este gigante que, si bien posee esa potencia electoral, es al mismo tiempo castigado fiscalmente. La última provincia argentina reconocida como tal es Tierra del Fuego, provincia pequeña y deshabitada. Por cada uno de sus habi- tantesrecibe2.665pesos,enconceptode coparticipación federal. La provincia de BuenosAiresrecibe368pesos.Heaquíla contradicción que estalla en el escenario del Gran Buenos Aires: la brutal escisión entre ricos y pobres. Este problema de astringencia fiscal se remonta a décadas, y hace que la provincia quede directa- mente dependiente de los favores del “príncipe”, porque de lo contrario carece de capacidad de respuesta. Estamos, pues, frente a un gigantesco problema en lo que atañe a la confor- mación de la Argentina moderna. La provincia de Buenos Aires se ha colmado a partir de 1880 sin ningún plan ni polí- tica alguna de descentralización. En esta provincia se levantó la gran esfinge del sigloXXI:laMegalópolis.ElConurbano, más la Ciudad de Buenos Aires, concen- tran alrededor de 13.000.000 de habi- tantes, el Distrito Federal de México concentra alrededor de 24.000.000, San Pablo casi 23.000.000, Río de Janeiro 18.000.000, y eso sin hablar de las megalópolis chinas, indias o africanas. Por primera vez en la larga historia de la humanidad, el mundo es predomi- nantemente urbano. Ahora bien, ¿cómo gobernar la megalópolis? Porque además de democrática, Argentina es una repú- blica,ydesdequelarepúblicafuepensada por los romanos, siempre interpeló la imaginación del legislador planteando un problema de escala. ¿Cuál es la mejor escala para que florezca la ciudadanía con sus conflictos y armonías? Habría que preguntarse, por consi- guiente, si es realmente posible cons- truir un federalismo a escala humana con este desequilibrio demográfico, social y urbano. Por ejemplo, Estados Unidos tiene también megalópolis, pero mantiene cierto equilibrio entre Los Ángeles y Nueva York, entre ChicagoyHouston.AquíenArgentina, tenemos por un lado Buenos Aires y luego el país: la megalópolis y el resto. Se imponen, pues, audaces políticas de descentralización y, como comple- mento, políticas de cooperación admi- nistrativa en las grandes áreas urbanas. Concluyo. Estamos inmersos en un círculo,queesperonoseadantescosino ascendente, donde lo fiscal, lo federal y lo urbano se interpenetran. Hemos hecho un diagnóstico, y tenemos la esperanza de que frente a tal diagnós- tico podamos obrar en consecuencia. (*) Conferencia brindada en el marco del ciclo “Legados y porvenir: Argentina en el Bicentenario”, organizado por la Biblioteca Nacional durante el 2009. NOTAS 1 Véase, para los párrafos siguientes, mi ensayo “La democracia republicana en el Bicentenario”, en Natalio R. Botana (ed.) (2010), Argentina 2010. Entre la frustración y la esperanza, Buenos Aires, Taurus.
  • 65. 64 Modelo regional y popular de desarrollo(*) Por Enrique Martínez En esta última década suele hablarse, para carac- terizar la situación que atraviesa Sudamérica, de un pos-neoliberalismo. Precedida por subleva- ciones populares y por la emergencia de gobiernos que asumieron a su modo las condiciones que se abrieron a partir de tales revueltas, la hora polí- tica de la región sugiere cambios en las maneras de tratar la cuestión pública, de reconocer los plan- teos que formularon los movimientos sociales y de interpretar esas demandas con mayor grado de innovación. Sin embargo, surgen numerosos interrogantes respecto a qué formas económicas, sociales y políticas guardan relación con el desafío abierto de plantear nuevos horizontes. Enrique Martínez, presidente del Instituto NacionaldeTecnologíaIndustrial(INTI),plantea aquí la necesidad de un modelo de desarrollo con características populares, democráticas y trans- formadoras. De esta manera, lo que algunos han llamado neodesarrollismo para dar cuenta de las estructuras productivas actuales, es reexaminado bajo la hipótesis de un nuevo “modelo regional y popular de desarrollo”, un modelo de descen- tralización productiva, solidaridad tecnológica y reapropiación de los bienes comunes para resti- tuirlos a su trama comunitaria.
  • 66. 65 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías Vamos a encarar una tarea riesgosa, la de hablar sobre modelos de desarrollo. Habitualmente se habla del tema, pero se habla mal, superficialmente, en términos genéricos. Se introducen títulos vacíos de acciones, carentes de metodologías de aproximación. Noso- tros intentaremos hacer un aporte, y tratar de transmitir una mirada sobre lo que puede calificarse como el “modelo del ahora”, aquel que se necesita para tener la aspiración de una propuesta que busque mejorar la calidad de vida de la comunidad.z Lo hemos bautizado “modelo regional y popular de desarrollo”, como una pequeña metamorfosis del que hemos llamado durante muchísimo años modelo nacional y popular de desarrollo, aquel que tuvo vigencia hasta 1955. En la época de posguerra mundial, en Argentina hubo dos modelos, vincu- lados por un tercer modelo que la historia mostró como transición entre ambos. El modelo nacional y popular, y el modelo de especialización expor- tadora de los años 90, vinculado entre ellos por el desarrollismo, que en defi- nitiva fue un cambio importante del modelo nacional y popular. Si bien trató de mantener sus grandes obje- tivos, terminó siendo un puente hacia una integración en la globalización que, no por responsabilidad del desa- rrollismo, condujo a la estrategia de especialización exportadora. Elmodelonacionalypopularpuedeser caracterizado por lo que llamo los acti- vadores: ¿cuáles son las grandes herra- mientas de activación de la economía y la sociedad?, ¿cuáles los instrumentos centrales que se utilizaron?, ¿cuál era la consigna esencial que se perseguía? Más allá de las consignas políticas y los valores éticos del período, en aquel momento de posguerra hubo dos grandes activadores: el Estado productor y la sustitución de impor- taciones. Y hubo además dos instru- mentos categóricos: los aranceles, es decir, impedir la entrada de productos a los cuales se pretendía sustituir; y el crédito orientado a atender la nece- sidad de financiamiento de cualquier proyecto industrial, algo que nunca más se dio en Argentina. Los aranceles fueron un instrumento relevante, pero en realidad, los ayudó una situación mundial en la cual el comercio internacional estaba absolu- tamente bloqueado: Europa se encon- traba en proceso de reconstrucción y Estados Unidos orientaba buena parte de sus esfuerzos a reconstruir el viejo continente.Enconsecuencia,Argentina tenía demanda de alimentos y una muy baja oferta de productos que pudieran competir con aquellos que luego se susti- tuyeron. No sólo había poca oferta mundial, sino que durante el período del modelo nacional y popular hubo un bloqueo expreso de Estados Unidos –el único país que podía proveer ciertos bienes de capital– a la venta de productos a Argentina, que se encontraba inscripta en una lista negra. Esto significó que nuestro país llegara a 1955 con su proyecto de siderurgia en los papeles, sin poder concretarlo como El proceso que se dio luego, es el llamado modelo de espe- cialización exportadora, la propuesta que sostuvieron el Banco Mundial, el FMI, y todos los gurús económicos de la integración a la globali- zación, tanto para Argentina como para todos los países periféricos desde antes de la década del 90. Esta propuesta, instalada definitivamente en aquella década, sigue teniendo vigencia doctrinaria. Aún hoy continúa sosteniéndose que esta modalidad contribuye al desarrollo argentino, y que en todo caso, si hasta aquí no anduvo bien se debe a errores de aplicación.
  • 67. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 66 consecuencia de la incapacidad de conseguir tecnología para desarrollar lo que luego fue SOMISA. Hubo medidas que propiciaron la sustitución de importaciones, pero además el contexto mundial aisló al país de un modo tal que explícitamente era positivo fabricar casi cualquier cosa, dado que si no se lo fabricaba no se lo conseguía. La consigna social, más que la consigna de gobierno, se basaba en la idea de que el pleno empleo aseguraba la satisfac- ción de las necesidades básicas. Y así fue, trabajar era sinónimo de comer, y no sólo de comer sino además de contar con la posibilidad de crecer personalmente: había una movilidad social intensa. Lo concreto es que el desarrollismo se dio en condiciones mundiales que ya no están, y que según parece, no volverán, por tanto poco sentido tiene analizarlo a los efectos de trasladar algún elemento a la política de hoy. El proceso que se dio luego, es el llamado modelo de especialización exportadora, la propuesta que sostu- vieron el Banco Mundial, el FMI, y todos los gurús económicos de la inte- gración a la globalización, tanto para Argentina como para todos los países periféricos desde antes de la década del 90. Esta propuesta, instalada defi- nitivamente en aquella década, sigue teniendo vigencia doctrinaria. Aún hoy continúa sosteniéndose que esta modalidad contribuye al desarrollo argentino, y que en todo caso, si hasta aquí no anduvo bien se debe a errores de aplicación. En este modelo, el activador básico es especializarse en la exportación de lo que uno puede producir en términos competitivos, que para el caso de Argentina consiste en materias primas, tanto agrope- cuarias como mineras, entre las que despunta el petróleo.Enrique Martínez
  • 68. 67 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías El instrumento principal fue la crea- ción de un buen “clima de negocios”, es decir, garantizar que todo inversor tenía seguridad, ya que luego podría retirar sus ganancias del país. Se creyó que si eso sucedía aparecerían inver- sores a raudales, pero no se definió exactamente en qué se iban a destinar dichas inversiones. Esos inversores iban a orientarse, de forma natural, hacia aquellas actividades que significaran una ventaja de inserción de los exporta- dores en Argentina, y simultáneamente se producía una baja de aranceles para que fuera mucho más nítido aquello en lo que nuestro país se especializaba. En rigor, aquello en lo que Argentina no se especializó, se importó, mientras que pudo competir en el mercado mundial con los sectores especializados respecto al mercado mundial. Se sigue sosteniendo el modelo de la especialización,apesardequesusbene- ficios los recibe, en primera instancia, quien es protagonista del proceso, y recién después, hipotéticamente, estos protagonistas derraman las ganancias al resto de la comunidad. Los resultados de la especialización exportadora fueron: la concentración de capitales, la reducción de los actores económicos en casi todos los espacios y la pérdida de la movilidad social. Como consecuencia de ello, amplios sectores del país dejaron de tener en su imaginario la posibilidad de ser actores productivos con autonomía. No sólo dejaron de pensar en ser trabajadores –que es una desgracia y una pandemia vinculada con la concentración econó- mica y su desocupación asociada–, sino que prácticamente dejaron de pensar como se pensaba treinta años antes, en la posibilidad de iniciar emprendimientos por cuenta propia, de cubrir una producción tomando la iniciativa. La movilidad social no se refiere solamente al obrero cuyo saber real se redujo, sino también al poten- cial emprendedor que antes era natural que existiera y hoy desapareció. Abriéndonos paso a la situación actual, podríamos señalar que estamos en un mundo y en un país donde las fron- teras comerciales y financieras están abiertas, y donde resulta poco imagi- nable diseñar una propuesta de desarrollo comu- nitario que vaya a contramano de este hecho expe- rimental, casi físico. Las fron- teras comerciales y financieras se han abierto tanto por la inercia política de treinta años, como por razones tecnoló- gicas en relación a las comuni- caciones y los sistemas finan- cieros.Yoprefiero tomar esto como un dato objetivo, más que como un obstáculo, y si realmente es un obstáculo, habrá que ver cómo sortearlo y no cómo eliminarlo. Otra de las características de Argentina es que las cadenas medulares de valor están, casi en su mayoría, controladas por las transnacionales. En rigor, es sorprendente para quien mira la política y la economía como parte de un mismo fenómeno, que este concepto esté ausente en los análisis Otra de las características de Argentina es que las cadenas medulares de valor están, casi en su mayoría, controladas por las transnacionales. En rigor, es sorprendente para quien mira la política y la economía como parte de un mismo fenó- meno, que este concepto esté ausente en los análisis de todo pensamiento progresista en Argentina. Y sin embargo, es extremadamente relevante, ya que si las cadenas de valor más importantes del país, empe- zando por la producción agro- pecuaria, están controladas por quienes deciden según sus propios intereses –que no tienen por qué coincidir con los intereses del conjunto–, quedamos permanentemente frente a la obligación de rezar porque sus intereses coincidan con los nuestros.
  • 69. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 68 de todo pensamiento progresista en Argentina. Y sin embargo, es extre- madamente relevante, ya que si las cadenas de valor más importantes del país, empezando por la producción agropecuaria, están controladas por quienes deciden según sus propios intereses –que no tienen por qué coin- cidir con los intereses del conjunto–, quedamos permanentemente frente a la obligación de rezar porque sus inte- reses coincidan con los nuestros. Concretamente, hemos sido siempre un país importante en el rubro agro- pecuario, en tanto la relación entre superficie arable y número de habi- tantes es, en Argentina, mayor que en la de cualquier otro país del mundo, incluyendo Estados Unidos; esto nos muestra que definitivamente somos un país agrícola. Una generación atrás teníamos investigación y desarrollo genético que permitía producir semi- llas propias. También sistemas de labranza y máquinas cosechadoras. Se trataba, en suma, de un esquema inte- grado que culminaba en la existencia de una Junta Nacional de Granos que manejaba una serie de elementos bene- ficiosos para los productores, y había al menos, ante la presencia de capi- tales internacionales, una proporción importante de cooperativas agrarias en la exportación de granos del país. Hoy no sólo se ha concentrado la exportación en algunas empresas que producen cereales, sino que todo el paquete tecnológico de producción dejó de ser propiedad argentina, y en consecuencia, nuestro país carece de control sobre él. Las discusiones sobre el uso de herbi- cidas son absolutamente pertinentes desde el punto de vista del medio ambiente, pero antes de discutir sobre el medio ambiente debió haberse discutido cómo pudimos llegar a adoptar un modelo de producción en el cual no tenemos acceso al control tecnológico de las semillas, en el que tampoco controlamos la tecnología de los herbicidas, ni las máquinas cose- chadoras necesarias, ni buena parte del resto de la cadena que llega al consu- midor final. En todo caso, la decisión sobre si se utiliza acá buena parte de la producción primaria es una decisión que queda en manos de una transna- cional. No es un problema de sobe- ranía en términos tradicionales, sino un problema de lógica económica elemental. Si no tenemos capacidad de controlar los segmentos trascen- dentes de la cadena de valor agrope- cuaria, o la automotriz, o hasta de la venta minorista, hay una cantidad de elementos de fuga respecto a la renta- bilidad y la riqueza de Argentina, que dan como resultado que nuestro ingreso promedio por habitante disminuya. Ésa es una lógica que necesitamos evaluar inexorablemente, para entender si somos un país con un mejor destino posible, o no. Otra característica de nuestra inserción internacional exportadora es la que efectivamente se ha dado a través de los recursos naturales. No sólo a través de los granos y el petróleo, que hoy ha disminuido, sino a través de la minería que está en plena expansión. Estamos insertosinternacionalmente,apartirde la minería, en condiciones muchísimo más precarias todavía que en el caso de la agricultura, ya que sólo hacemos un agujero en la tierra, concentramos el producto, y exportamos. No contamos con ninguna producción que luego sea transformada en bienes finales. Sin que esto pueda ser separado de lo mencionado anteriormente, hay una amplia brecha interna, tanto
  • 70. 69 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías en este país como en todos los de la región. Se ha consolidado una dife- rencia de ingresos y oportunidades muy pronunciada. Y debemos señalar también que los empresarios nacio- nales se han subordinado económica- mente e ideológicamnete a las cadenas de valor transnacionalizadas, al pensar que no existe una solución posible para todos. Verdaderamente, cuando se llega a pensar esto, estamos al borde de la disgregación, o adentrándonos en ella misma. Los empresarios, inexo- rablemente, están destinados a pensar que serán ellos quienes se salven. Para pensar en términos positivos, ¿cuál es el verdadero desafío? Yo me remito al modelo nacional y popular, y postulo empezar por recuperar su objetivo primario: que todos tengan las necesidades básicas satisfechas. La primeracondiciónparaestoeseliminar los razonamientos en cascada. Lamentablemente no hemos podido aún sacarnos de encima la teoría del derrame. Por izquierda o por derecha, tendemos a tratar de aumentar la producción todo lo que se pueda en el contexto internacional; creemos que con el incremento de la producción se reducirá la desocupación y se cubrirán las necesidades del conjunto de la población. No es así, es más, estamos en un gigante laboratorio que nos lo demuestra.Hacesieteañosquevenimos creciendo a tasas chinas, y la pobreza se redujo un poco, pero también admi- tamos que existe. Y si hemos crecido el 9 por ciento durante tantos años, y la pobreza sigue existiendo en dimen- siones significativas, quiere decir que no hay una relación lineal que permita establecer que la cascada vale. En rigor, el objetivo debe ser plan- teado de forma directa: todos comen, todos se visten, y todos se cobijan en una vivienda digna. Recién después de establecer claramente estos obje- tivos, hay que pasar a discutir cómo conseguirlos, y no seguir discutiendo cómo se consigue eso a condición de crecer el 9 por ciento anual, objetivo para el cual se derrocha empeño en ir a buscar a la multi- nacional para que ponga el hiper- mercado, buscar excavadores para abrir la mina, o exploradores que encuentren un yacimiento gasífero. Hay un camino dema- siado largo e intolerable entre el yacimiento gasífero y el formo- seño que está muriéndose de hambre. Debemos encontrar una lógica que parta del objetivo a perseguir: todos comen, todos se visten, y todos se cobijan en una vivienda digna. Para conseguir esto se requiere a mi juicio, nuevos actores productivos. Una política pública debería tener una propuesta sostenida para los actuales actores productivos, pero dentro de esa política también debería jugar un papel importante la aparición de nuevos actores: productores familiares, cooperativas, municipios pequeños, ámbitos públicos. Grupos que puedan ser protagonistas de proyectos que busquen que aquellos que no trabajan, y por lo tanto no comen, trabajen y coman en forma directa. Esto tiene que estar acompañado por crédito industrial de otro cuño, un Vivimos con una lógica que admite la existencia de países ricos rodeados de países pobres, o regiones ricas, dentro de la misma frontera nacional, vinculadasconregionespobres; lugares donde se consume y gente que se muere de hambre dentro del mismo país. Una lógica no sólo perversa e inequitativa, sino insusten- table. Desde el punto de vista económico más elemental, la lógica de que alguien pueda tener una oferta permanente- mente creciente, tiene que ver con que del otro lado alguien lo demande, alguien consuma.
  • 71. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 70 crédito que sea pagable con la evolu- ción de la actividad, como fue el crédito industrial histórico. No un crédito que pregunte “cuánto tenés para hipo- tecar”, sino un crédito que se asocie. Si alguien pone un matadero de cerdos en Tucumán, que pague en función de su flujo de fondos en un tiempo razonable, y si en cierto momento los cerdos se mueren por algún motivo, esto sea tomado como razón suficiente para interrumpir el pago y continuarlo el año siguiente. Eso es lo que hizo el Banco Industrial en Argentinadurante m u c h í s i m o s años, y lo cierto es que nunca lo estafaron los pequeños,sinolos grandes amigos del poder. Además de los nuevos actores productivos y del crédito indus- trial, necesitamos saber cómo. Hay un problema de conocimiento en el mundo actual que precisa de una figura: la solidaridad tecnológica. El concepto de solidaridad tecnoló- gica no es un término que remite a la piedad, tampoco al asistencialismo. Es un concepto circular que parte de admitir que quien es capaz de trans- ferir conocimiento de una región a otra, para que en ésta última se cons- truya un tejido productivo, inexora- blemente se beneficiará. En el lugar donde se construye ese tejido produc- tivo aparecerán nuevas demandas de bienes y de conocimientos, demandas que generan un movimiento circular donde el que inicia la rueda también gana. Vivimos con una lógica que admite la existencia de países ricos rodeados de países pobres, o regiones ricas, dentro de la misma frontera nacional, vinculadas con regiones pobres; lugares donde se consume y gente que se muere de hambre dentro del mismo país. Una lógica no sólo perversa e inequitativa, sino insus- tentable. Desde el punto de vista económico más elemental, la lógica de que alguien pueda tener una oferta permanentemente creciente, tiene que ver con que del otro lado alguien lo demande, alguien consuma. ¿Cómo podemos imaginar que los ecuatorianos, los venezolanos o los bolivianos, van a relacionarse con Argentina, o los formoseños con los porteños, si tienen riquezas naturales y material humano que no pueden apro- vechar por no tener el conocimiento tecnológico adecuado? ¿Debemos suponer que ellos van a generarlo a lo largo del tiempo y que dentro de una generación los formoseños sabrán transformar la papaya en papaína? ¿O seríamuchomássensatotratardeconse- guir que los formoseños produzcan sus propias carnes, sus propias leches, vestimenta, y como consecuencia de ello, los fabricantes de equipos frigo- ríficos, equipos para industria láctea, o vestimenta, florezcan en Argentina? Obviamente, para conseguir esto, aquel vendedor cordobés que trans- porte carnes a Formosa venderá menos porque ya no será sensato hacerlo, pero podrá implementar otro proceso para poder exportar carnes al exterior. La segunda condición para tener un país mejor es contar con auto- nomía económica, social y política. La primera es condición necesaria, si Ésta es la lógica que debemos incorporar profundamente, es decir, que no debe haber nece- sidades insatisfechas dentro del propio país, como de ningún paísaliado.Deberíamospensar, dentrodenuestramiradaalargo plazo, que nuestro proyecto sólo será sustentable si los bolivianos que hoy no tienen electricidad, que son más del 60 por ciento de la población, o que no tienen capacidad de producir sus propios alimentos, puedan hacerlo. Para que eso suceda no necesitan dinero de los argentinos, sino nuestra ayuda técnica.
  • 72. 71 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías no tenemos las condiciones básicas universales satisfechas, no tendremos país. Pero podríamos llegar a tenerlas transitoriamente, por un período rela- tivamente corto de la historia, y si no contamos con autonomía econó- mica, social y política, perderemos esa condición. Se necesita entender la importancia que representa poder tomar decisiones como un mayor control sobre nuestras exportaciones de granos, sobre el aumento de la inte- gración de nuestra producción auto- motriz, sobre la producción de calzado con diseño nacional, etc. Debemos entender la importancia de poder decidir en términos productivos. La importancia de formular alianzas nacionales profundas, alianzas que no tengan como trasfondo intereses pura- mente comerciales. Es inadmisible que todavía hoy, no sólo los empresarios, sino también funcio- narios de la Cancillería, piensen que el acuerdo con Venezuela es maravilloso por el superávit de 1.000 millones de dólares por año que produjo. La maravilla no pasa por esa cifra, sino porque Venezuela es el único país del mundo que nos está comprando sistemas productivos, y lo está haciendo por generosidad política, ya que los podría haber comprado en Finlandia, en Noruega, en Alemania, o en China. Los compra en un país con poca tradi- ción, o ninguna, con dificultades a la hora de organizar a sus empresarios con poca experiencia en la transferencia de tecnología, y de capacitar a otras personas aún dentro del propio país. Debemos aprender de Venezuela, que aun intuitivamente y sin expresarlo por escrito, entendió que fortaleciendo a la Argentina como proveedora de conocimientos, también se forta- lece a sí misma. Ésta es la lógica que debemos incorporar profundamente, es decir, que no debe haber necesidades insatisfechas dentro del propio país, como de ningún país aliado. Debe- ríamos pensar, dentro de nuestra mirada a largo plazo,quenuestro proyecto sólo será sustentable si los bolivianos que hoy no tienen electricidad, que son más del 60 por ciento de la población, o que no tienen capa- cidad de producir sus propios alimentos, puedan hacerlo. Para que eso suceda no necesitan dinero de los argentinos, sino nuestra ayuda técnica. Lapolíticanodebepretenderconseguir o ampliar mercados sin haber previa- mente eliminado la pobreza. Tenemos que concentrar nuestra mente en eliminar la pobreza en Argentina y en toda nuestra región, y recién después podremos discutir cómo venderle generadores eólicos a Vietnam, cosa que está sucediendo actualmente y que me enorgullece. Pero si ese proyecto de venta de generadores eólicos se convierte en la bandera o arquetipo del desarrollo productivo argentino, estamos muertos. El modelo regional y popular de desa- rrollo,planteaporlotantotresobjetivos. Primero, necesidades básicas satisfechas como objetivo directo, en cada ciudad y en cada pueblo del país. Segundo, auto- nomía económica, social y política, es decir, capacidad de decisión en los tres planos. Tercero, solidaridad tecnológica entre regiones y naciones. Desde el 83 para acá, hemos retrocedido en participación de modo sistemático, y es un hechonoimputableapersonas, sino que es fruto del sistema tal y como se instaló. Por lo tanto, tener como meta dentro del modelo de desarrollo a la democracia participativa, es un objetivo con el mismo valor que el de satisfacer las necesi- dades básicas en todo lugar de Argentina: la democracia parti- cipativa reasegura las necesi- dades básicas satisfechas.
  • 73. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 72 En definitiva, estamos nombrando banderas conocidas. Las necesidades básicas satisfechas como objetivo directo, se resumen en la justicia social; la autonomía económica y polí- tica, están contenidas en la soberanía política y la independencia econó- mica; y la solidaridad tecnológica es la integración latinoamericana. El punto es darle sentido concreto hoy. La bandera de la justicia social en el año 2009 es que todos tengamos las necesidades básicas satisfechas, y la meta concreta es el desarrollo local a ultranza: poder estar todos trabajando en cada lugar de Argentina y la región. La independencia económica es auto- nomía económica, y no se trata de un juego de palabras. Debemos admitir como hecho objetivo, el contexto de fronteras económicas abiertas. Lo que en la década del 50 se llamaba inde- pendencia económica –en torno al reclamo del desarrollo económico al interior del país, en un contexto de países cerrados sobre sí mismos, con modelos de producción que preveían una Tercera Guerra Mundial, y que sólo comenzaron a integrarse con otra lógica luego de la caída del muro de Berlín­– hoy deberíamos calificarlo como autonomía económica. Es decir, recuperar el control nacional de las cadenas de valor críticas. Y esta meta concreta, traducida a hechos especí- ficos, significa poder exportar nues- tros granos, poder producir nuestros automóviles, y también metas mucho más modestas, como poder producir nuestro propio jabón de lavar. La soberanía política tiene dos consignas, no sólo una: la autonomía social, y la autonomía política. La autonomía social es un término que no hemos trabajado aquellos que venimos del peronismo histórico, los que hemos pensado siempre en términos de aquella democracia de masas. No hizo falta reclamar la autonomía social, porque no teníamos la democracia delegativa que vemos hoy, y que nos deteriora a cada momento. Desde el 83 para acá, hemos retrocedido en participación de modo sistemático, y es un hecho no imputable a personas, sino que es fruto del sistema tal y como se instaló. Por lo tanto, tener como meta dentro del modelo de desa- rrollo a la democracia participativa, es un objetivo con el mismo valor que el de satisfacer las necesidades básicas en todo lugar de Argentina: la democracia participativa reasegura las necesidades básicas satisfechas. La meta concreta de la autonomía política es la alianza de iguales, respetar a Uruguay, a Bolivia, a Venezuela, a Ecuador. Y finalmente la integra- ción latinoamericana tendría como consigna, en 2010, la solidaridad tecnológica con América y África. África es el escenario que marcará quién triunfa en el dominio del mundo, si el poder concentrado, o aquellos que aspiramos a una sociedad participativa y democrática. Desde el gobierno de Clinton, Estados Unidos viene trabajando en el conti- nente africano para tratar de erradicar el sida primero, y mejorar la alfabetiza- ción después, a los efectos de convertir a toda África subsahariana en el reser- vorio de trabajo barato que permita contrapesar el crecimiento chino. Imaginando que China, a pesar de la cuantiosa presencia multinacional en Oriente, termine de autonomizarse y se le escape de las manos a Estados Unidos, la diplomacia norteameri- cana imagina que el último reservorio de trabajo importante que queda en el mundo para los próximos cincuenta años es África. La alternativa a esto
  • 74. 73 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías es ayudar a los africanos a conver- tirse en ciudadanos independientes, así tengan poca tecnología propia y una gran cantidad de pandemias a resolver. Y para ello necesitan solida- ridad tecnológica, aunque son pocas las voces que se han levantado en el mundo para entenderlo. Los brasileños lo han comprendido hace tiempo, pero en términos más capitalistas que lo deseado: buscando mercados cautivos, por comunidad de lenguaje y de años de vinculación con África. Con Lula el tema ha mejorado, pero sin producir un salto cualitativo. Otra vez, quien intuitivamente, sin la claridad suficiente todavía, ha empu- jado con mucha fuerza ese tema, ha sido Venezuela, que ha promovido la cumbre África-América, que es un punto formal pero absolutamente importantecomoconcepto.SiAmérica pobre y en desarrollo se convierte en aliada de África, que tiene mezcla de pobres y no tan pobres buscando su independencia, al menos los africanos no estarán solos para contener este plan de convertirlos en el reservorio de mano de obra barata para el mundo en el siglo XXI y en el XXII. Por lo tanto, la meta concreta es la trans- ferencia de conocimientos productivos a países de menor desarrollo relativo, en la región, y en otras regiones. La llave la tienen los brasileños y los argentinos, y aunque actualmente hay más lucidez en Argentina que en Brasil respecto al tema, dado que la dominancia empre- saria sobre la relación internacional en Brasil es muy fuerte, nosotros a su vez, contamos con dominancia intelec- tual pero también sufrimos debilidad técnica y comercial: somos un país más pequeño y tenemos menos que ofrecer. En tanto, la alianza Brasil-Argentina en este punto sería importante. Éste es el modelo regional y popular, con sus tres banderas, más la cuarta de integración latinoamericana, con su traducción para 2010 y con metas concretas a perseguir. No mencio- namos la tasa de interés, ni la paridad del dólar, ni cifra macroeconómica alguna, ni el superávit fiscal, porque tampoco los mencionó Perón, ni ningún otro líder constructor de modelos de desarrollo. Primero pensaron en términos geopolíticos, en grandes líneas, y por supuesto luego atendieron los detalles. Sin despreciar ningún campo del saber, creo que para recorrer un camino primero hay saber a dónde se quiere llegar, y queremos llegar a que todos coman en todo lugar amigo del planeta. Lo demás se sumará; algunas cosas serán objetivos directos, otras, objetivos condicio- nados. Pero, en conjunto, configuran un escenario razonable e incesante para ser discutido, y para introdu- cirnos en él indagándolo con algún detalle. Se trata de poder decir algo más concreto como aspiración, algo que se parezca mínimamente a aquello que sentíamos cuando, en la década del 70, las tres banderas que postu- lábamos significaban cosas bastante concretas. Aunque tal vez algunas eran equivocadas, había una comunidad de miradas, y el desafío hoy es construir esa comunidad de perspectivas con algún fundamento. (*) Conferencia brindada en el marco del ciclo “Legados y porvenir: Argentina en el Bicentenario”, organizado por la Biblioteca Nacional durante el 2009.
  • 77. 76 Notas sobre el jacobinismo argentino(*) Por Eduardo Rinesi Resulta difícil tarea la de pensar la historia polí- tica argentina ignorando el nervio jacobino que impulsó sus capítulos más pasionales. Es sabido que, en la imaginación de sus primeros trazos nacionales, está el sello de esta impronta. ¿Pero es el jacobinismo, capaz de suscitar entusiasmos vindicadores u oposiciones tenaces, la forma adecuada para pensar el dilema de la represen- tación política? ¿Cómo remendar sus tentaciones “sustitucionistas” de aquello percibido como “pueblo”, a la hora de pensar la distancia entre representantes y representados abierta por el liberalismo democrático? Eduardo Rinesi emprende una labor tan delicada como imprescindible: pensar la persistencia del jacobinismo como problema inmanente a los acontecimientos ocurridos desde la “transición democrática” hasta el presente. La promesa de una democracia participativa, su oclusión en el pacto que da origen a la última reforma constitu- cional, la depredación de los bienes comunes y la esfera pública, y las más recientes conmociones sociales que abrieron un espacio para la formu- lación de políticas reparatorias, forman parte de una serie de sucesos que precisan de una nueva palabra política y de una organización popular capaz de sostener las transformaciones que esta época reclama.
  • 78. 77 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías I. La evocación de los procesos indepen- dentistas y de los sucesos revolucio- narios sudamericanos de hace ahora dos siglos es un tópico recurrente en los discursos de muy distintos grupos, partidos y líderes políticos de la región. Eso es por supuesto perfecta- mente lógico: las naciones y sus diri- gentes andan siempre a la búsqueda de sus propios orígenes y encuentran en ellos, y en la narrativa que construyen sobre ellos, fuentes de inspiración para pensar su propio presente y sus propios desafíos. Me gustaría comenzar presen- tando un ejemplo notorio y muy inte- resante de esto inspirado en un libro muy reciente de Elvira Narvaja de Arnoux, El discurso latinoamericanista de Hugo Chávez, porque me parece que vale la pena reparar en el modo en que el Presidente de Venezuela –como Anroux muestra muy bien en su trabajo– construye al mismo tiempo y como en paralelo, hacién- dolos apoyarse y reforzarse mutua- mente, su relato de la revolución de la Independencia de comienzos del siglo XIX y su presentación de las tareas que tiene por delante su propio gobierno. Es que las tareas iniciadas por la revolución democrática liderada por Simón Bolívar –sugieren ese relato y ese programa– no han concluido, y es ahora cuando se trata por fin de realizarlas. El discurso del presidente Chávez busca entonces reconstruir el hilo histórico que une su propia revo- lución bolivariana (que en su propio nombre lleva inscripta, desde luego, esa relación) al proceso de la revolu- ción democrática y la independencia, construir una trama que articule el pasado y el presente, hacerlos mirarse y remitirse mutuamente. Así, por ejemplo (pero estos ejemplos podrían multiplicarse al infinito), dice: “Es una necesidad imperiosa para todos los venezolanos, para todos los lati- noamericanos (...), rebuscar atrás, rebuscar en las llaves o en las raíces de nuestra propia existencia, la fórmula para salir de este (...) terrible laberinto en que estamos todos”. O también, esta vez ante la Asamblea General de las Naciones Unidas: “Lucharemos por Venezuela, por la integración lati- noamericana y por el mundo. Reafir- mamos (...) nuestra infinita fe en el hombre, hoy sediento de paz y justicia para sobrevivir como especie. Simón Bolívar, padre de nuestra Patria y guía de nuestra Revolución, juró no dar descanso a su brazo, ni reposo a su alma, hasta ver a la América libre. No demos nosotros descanso a nues- tros brazos, ni reposo a nuestras almas hasta salvar la humanidad”. Y una más, cuya intencionalidad es evidente: “Ahí está la causa de nuestra tragedia, la que hemos vivido en doscientos años: las oligarquías de estas tierras echaron a los libertadores. ¿Dónde murió San Martín, dónde murió Artigas? ¿Cómo terminó O’Higgins? Los echaron. Ellos echaron junto a los pueblos a los españoles, al imperio, pero luego las oligarquías echaron a los libertadores y por supuesto echaron a los pueblos”. “Estas tres citas pueden ser sufi- cientes para advertir un conjunto de temas (dos, para empezar) que están presentes siempre en el discurso del presidente Chávez y que determinan su modo de apropiarse del pasado y de ponerlo en vinculación con las tareas del presente. En primer lugar, ya lo dijimos, el presente se mira en el espejo del pasado y va a buscar en él inspiración. “Toma prestados sus nombres, sus vestidos, sus gritos de
  • 79. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 78 guerra”. Que no están necesariamente en la superficie, porque han sido olvi- dados o proscriptos (y por eso hay que buscar, rebuscar, desentrañar), pero que, vueltos a sacar a luz, pueden inspirar las luchas del presente porque, en lo fundamental, esas luchas siguen siendo las mismas: las luchas contra los mismos sectores del privilegio, las mismas oligarquías que ayer echaron de sus países a los libertadores y hoy se oponen a los gobiernos democrá- ticos y populares que quieren seguir su ejemplo. Y que deben hacerlo, porque, como indica Arnoux resumiendo el sentido de estos discursos de Chávez, las tareas iniciadas por la revolución democrática y la independencia (y en particular la tarea de unificar esa nación fragmentada que sigue siendo América Latina) no han concluido. En segundo lugar, el discurso de Chávez exhibe una especie de humanismo universalista, cosmopolita, universal (anclado en la historia concreta de Venezuela y de América Latina, sin duda, pero que mira a la humanidad en su conjunto) típicamente moderno. Como muestra Anroux, en efecto, no se trata sólo de inscribir las tareas de la revolución actual, y de las actuales luchas de nuestros pueblos con los poderes fácticos del mundo, en la historia más larga de la emancipa- ción latinoamericana iniciada con los procesos de la independencia, sino, mucho más radicalmente, de pensar este proceso en su conjunto como un capítulo de la historia iniciada con las grandes revoluciones democráticas modernas. Como si el ciclo iniciado con las revoluciones burguesas y luego socialistas viniera a completarse después, en esta parte del mundo, con la búsqueda de la incorporación plena de las grandes mayorías populares a los beneficios de un tipo de demo- cracia que se había soñado universal y plena pero hasta aquí sólo se había realizado parcialmente. Así, el discurso del Presidente de Venezuela se inscribe tanto en la gran matriz latinoamerica- nista forjada en los años de las guerras de la independencia cuanto en la gran tradición letrada y crítica, ilustrada, de la modernidad, y esa doble inscripción es tanto más significativa cuanto que, tanto desde una como desde la otra de estas dos tradiciones, se ha insistido en muchas oportunidades en su mutua incompatibilidad. En efecto, si por un lado la matriz racionalista europea se ha mostrado en muchas ocasiones refractaria, no digamos ya al reconoci- miento de las bondades, sino incluso a la mera aceptación del carácter histó- rico de las culturas de esta parte de la tierra, por el otro demasiadas veces los pensamientos que intentan reivin- dicar la dignidad de estas últimas han insistido en hacerlo por oposición a lo más recuperable de la tradición crítica de la modernidad, y no en el nece- sario y productivo diálogo con ella que el discurso de Chávez, como indica Arnoux, ensaya con gran interés. Es que en verdad el ideario de la eman- cipación de nuestros pueblos hunde sus raíces, o por lo menos comparte un campo común de problemas y de desafíos, con el pensamiento de los autores de los grandes textos fundadores de la tradición moderna ilustrada. Si se me permite recordar un momento, entre estos grandes textos, ese escrito fundador, decisivo, que es “¿Qué es la Ilustración?”, de Kant, me gustaría llamar la atención sobre un concepto fundamental que acuña allí el filósofo alemán: el concepto de “uso público de la razón”. ¿Qué es el uso público de la razón? Es la facultad
  • 80. 79 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías libre, autónoma y soberana de la que dispone el ciudadano que, eventual- mente disconforme, por ejemplo, con un decreto de su soberano, tiene, al mismo tiempo, el deber ineludible de cumplir ese decreto y el derecho (y también la obligación, subraya Kant, y eso a mí me parece decisivo: aunque en el modo en que las palabras se usan hoy en el empobrecido lenguaje político y mediático argentino esto suela perderse de vista, el pensamiento republicano es menos un pensamiento de los derechos que un pensamiento de las obligaciones), el derecho y la obligación –digo, entonces– de argu- mentar en contra de ese decreto que está obligado sin embargo a obedecer y de dar a conocer ese argumento suyo por medio de la prensa. ¿Para qué?, podría preguntarse. ¿De qué le sirve al ciudadano que, verbigracia, cree que no es justo un impuesto que tiene que pagar, argumentar contra esa injusticia si al mismo tiempo debe, por muy bueno que sea su argumento, suje- tarse a ella? “Razonad cuanto queráis y sobre lo que queráis”, escribe Kant, “pero obedeced”. ¿De qué sirve entonces razonar, y mostrar públicamente las consecuencias de ese razonamiento, podríamos preguntar, si de todos modos hay que obedecer aquella orden que el razonamiento puede demostrar injusta? Respondería Kant: no “sirve” de nada, no le “sirve” de nada a ese ciudadano si lo que ese ciudadano quiere es no hacer lo que considera que no es justo pedirle que haga. Muchas veces los gobiernos nos piden cosas que nos parecen injustas, pero si no los obedeciéramos la propia vida en común se volvería imposible. No es posible, insiste Kant, no obedecer. Pero si, además de obedecer, argumentamos racionalmente, en un espacio público de Eduardo Rinesi
  • 81. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 80 debates libres, sobre la injusticia de esa obligación que se nos ha impuesto y que tenemos que cumplir, habremos contri- buido al desarrollo de una opinión pública menos precaria, más infor- mada, más exigente, y tal vez en el futuro, si el soberano aspira a seguir contando con el aval de esa opinión pública, si quiere que sus leyes posi- tivas coincidan con lo que se llamaba a veces, en el lenguaje de la filosofía política contractualista del par de siglos anteriores, la ley de la opinión (que no era una ley positiva, sino una ley moral), los decretos de su voluntad sigan un camino diferente. Se ve claro que el argumento de Kant tiene un tono sumamente contenido y una vocación muy moderadamente reformista. La suya es una confianza, típicamente progre- sista, en el paulatino despliegue de una razón forjada en el diálogo y el cambio de ideas, y de ninguna manera una apuesta por una razón revolucionaria que, a partir de un contacto privile- giado con la luz de la verdad, pudiera cambiar el mundo de la noche a la mañana. Se ve también que su idea del “espacio público” es extraordina- riamente restringida. Kant no es un teórico de las masas populares dispu- tando con los poderosos en las calles y en las plazas y en las urnas, sino el de una burguesía letrada en condiciones intelectuales y materiales de dar a conocer sus argumentos a través de un puñado de diarios y revistas que consumía una muy reducida minoría de los ciudadanos de sus días, y sería sólo bastante tiempo más tarde que los espacios públicos de los países europeos empezarían a cambiar su fisonomía y sus características, y que la filosofía social y política iría por su parte tomando nota de estos cambios. Pero ni una ni otra de estas dos consi- deraciones reducen en lo más mínimo el interés del planteo del filósofo alemán, sino que nos obligan a situar ese planteo apenas como el punto de partida de un camino ascendente de progresiva inclusión de sucesivas capas de ciudadanos lectores y escritores a ese espacio público de deliberaciones y debates, a esa “opinión pública” cuya expansión, ensanchamiento y popu- larización es por lo tanto un desafío tan importante para todo gobierno democrático y un capítulo tan deci- sivamente central en la historia de la democratización de la vida política de las sociedades modernas. Quizá lo más recuperable de la tradición ilustrada europea sea precisamente esta voca- ción por, a través de la educación, de la alfabetización, de la amplificación del alcance de la cultura escrita, de la difusión de la lectura, ir “formando ciudadanos”, ir incorporando a los beneficios (a los derechos y a las obligaciones) de la ciudadanía, a la responsabilidad y a la autonomía que supone la ciudadanía, a cada vez más vastos contingentes de personas: al bajo pueblo, a las multitudes antes tan temidas, a las masas trabajadoras. A los bárbaros. De eso se trató también, por supuesto, en algunos de los grandes debates a través de los cuales se confi- guró (por muy precaria y parcialmente Quizá lo más recuperable de la tradición ilustrada europea sea precisamente esta vocación por –a través de la educación, de la alfabetización, de la amplifica- ción del alcance de la cultura escrita, de la difusión de la lectura–, ir “formando ciuda- danos”, ir incorporando a los beneficios (a los derechos y a las obligaciones) de la ciudadanía, a la responsabilidad y a la auto- nomía que supone la ciuda- danía, a cada vez más vastos contingentes de personas: al bajo pueblo, a las multitudes antes tan temidas, a las masas trabajadoras. A los bárbaros.
  • 82. 81 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías que haya sido) la faz moderna de los países de nuestra región, y ése es, por esa razón, uno de los tópicos recu- rrentes y más interesantes del discurso del presidente Chávez. Así lo indica, en efecto, Arnoux, quien subraya la fuerza que tiene en la retó- rica de Chávez el ademán pedagógico, escolar, típicamente ilustrado, del líder que es también un intelectual y que recomienda lecturas, exhorta a leer, alfabetiza y enseña mientras habla, sugiere libros y muestra su pertinencia y su utilidad en el combate político presente. Recomienda, por ejemplo, Los miserables, de Víctor Hugo: “Novela monumental, yo les recomiendo que la lean y sobre todo nosotros los que estamos metidos en esta batalla”. O recomienda el Quijote: “Yo ya comencé (...) a releerlo, vamos todos a leer el Quijote. Ésa es una obra universal (...) que además nos recoge mucho a nosotros, a Bolívar, que fue un Quijote”. Son fantásticos estos pasajes, que nos permiten ver un conjunto de tópicos fundamentales del discurso de Chávez: la dimensión épica de la acción política, el lugar del líder, que además –insisto– es un lector y un maestro, y se presenta como tal, la importancia de la alfabetización, de la lectura, de la cultura escrita, de la discusión de ideas. Es en esa discusión de ideas, y de ideas escritas, de ideas de la alta cultura letrada, que se conforma un pueblo libre. El populismo de Chávez, acaso el más arquetípico de los populismos de la hora actual en América del Sur, es hijo –y un hijo autoconsciente y militante– de la gran ilustración, de la cultura libresca y del sueño, típicamente moderno, de un ensanchamiento de los espacios públicos de deliberación y de debate que esa gran tradición letrada soñó primero en Francia y Alemania, pero enseguida también en América del Sur, dos siglos atrás. Y que es funda- mental para el argumento que quiero presentar hoy, porque es exactamente cuando existen esos espacios públicos, cuando esos espacios públicos existen y están densamente habitados de pala- bras, de discursos y de discusiones, que los gobernantes que gobiernan con un oído atento a esas discusiones pueden considerarse representativos del pueblo que las protagoniza, o incluso, como dice el presidente Chávez, una y la misma cosa que ellos. “Porque Chávez no es Chávez” –lo cito–: “Chávez es el pueblo venezolano. Vuelvo a recordar al gran Gaitán cuando dijo lo que yo de vez en cuando repito, desde que me di cuenta, desde que siento en el alma aquello mismo que dijo Gaitán un día: ‘Yo no soy yo, yo soy un pueblo’”. De nuevo es posible ver aquí la rela- ción entre el pasado y el presente: ayer –vimos antes que decía el presidente– San Martín, Artigas y O’Higgins echaron, junto al pueblo, a los espa- ñoles; hoy Chávez enfrenta, junto al pueblo, a los nuevos representantes de las fuerzas del imperialismo, a los dueños del poder político y econó- mico del mundo. Así, si en las versiones más racio- nalistas del proyecto moderno de ampliación progresiva del espacio público, de la esfera público-política, uno puede imaginar ese espacio o esa esfera como tendiendo a configurar un ámbito casi anónimo de discu- siones indulgentes y bien informadas entre sujetos autónomos y libres, que intentan determinar las mejores medidas de gobierno para alcanzar algo parecido al bien común, tratando de convencerse mutuamente sin otra coacción (como dice en más de un
  • 83. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 82 sitio ese kantiano militante que es Jürgen Habermas) que la del mejor argumento, en esta otra versión de ese mismo proyecto que aquí nos interesa, esa preocupación por la ampliación de la esfera pública política se expresa en el programa de construcción y eleva- ción de un pueblo (y de la autonomía y libertad de los sujetos que integran ese pueblo) por medio de su educación y de su involucramiento creciente en la discusión de las políticas que llevan adelante sus gobiernos, del aliento a la participación popular (“delibera- tiva y activa”, como decía una filó- sofa canadiense cuyos escritos solían citarse en algunos de los debates argentinos de los años de la “transi- ción a la democracia”) en los asuntos públicos. La idea de democracia parti- cipativa es en efecto un componente fundamental del proyecto político que expresa el presidente Chávez, y es eso lo que le permite sostener que está (como ayer los grandes líderes del proceso independentista) “junto al pueblo”, que es una y la misma cosa con el pueblo, que no hay entre él y el pueblo ninguna diferencia, ninguna distancia. Reconocemos aquí, sin duda, uno de los grandes problemas de la tradición teórico-política occi- dental: el de la legitimidad de los gobernantes y el peso que tiene en ella la cuestión de la distancia entre ellos y sus gobernados y la posibilidad de presentar como escasa o incluso nula esa distancia. Antonio Gramsci había tratado este problema usando una palabra que había tomado del viejo pensamiento militar y revolucionario: la palabra hegemonía, que no designa en su obra otro problema que éste: el de la vinculación entre –para usar sus propias palabras– “el grupo dirigente” y “los grupos dirigidos” de una cierta sociedad en un momento histórico determinado. Es sobre este problema fundamental que yo quería presentar dos o tres ideas muy generales. II. Porque a pesar de lo que dijimos hasta acá, y en contraste con lo que se nos aparece como la edificante moraleja de estas reflexiones, es necesario aceptar que algunos de los momentos más conmovedores y más fascinantes de la historia de los progresos que han realizado las sociedades de Occidente durante los últimos siglos se deben no tanto a la vinculación o conexión entre los dirigentes y los dirigidos en esas sociedades, sino exactamente a su separación, a la desvinculación de los primeros respecto a una sociedad civil en la que a veces esos dirigentes encontraban que debían todavía destruirse demasiadas resistencias para permitir el despliegue de las fuerzas progresistas de la historia, y con la que a menudo sentían que no podían contar para llevar a buen puerto ese proyecto. Al fenómeno al que ha dado lugar esa creencia y esa desconfianza puede dársele (propongo darle, acá) el nombre notorio de jacobinismo, que no deja de constituir en cierto sentido una forma extrema, radical, de mani- festación de ese artificio filosófico- político típicamente moderno que es la idea de representación. En efecto, podría decirse, me parece, que el jaco- binismo es la forma hipertrofiada de consumación de un tipo de lazo polí- tico representativo. Que el jacobinismo es la forma que asume ese lazo repre- sentativo cuando el representante, desconfiando del representado y no dispuesto a mantener con él ninguna
  • 84. 83 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías forma de aquel diálogo argumenta- tivo que el viejo Kant y toda una larga tradición recomendarían, simple- mente lo suplanta. Por su bien y en su nombre, lo reemplaza. Lo sustituye. Este sustitucionismo, cuyo modelo teórico primero encontramos en la obra enorme, fundadora de la filosofía política moderna, de Thomas Hobbes, es el que se expresa después, en efecto, en el pensamiento jacobino. Tal vez pueda decirse, como lo hace el filósofo brasileño Renato Janine Ribeiro, que el Estado Jacobino es la primera encar- nación histórica concreta del modelo diseñado por Hobbes en el Leviatán. Que el jacobinismo, que como movimiento de oposición se había levantado para condenar la separación entre el Estado y la Sociedad Civil bajo la monarquía absoluta, se convierte después, establecido en el poder, en el agente de la realización de lo esencial del proyecto hobbesiano, sostenido sobre una idea absoluta de la soberanía y de la representación. Así se desprende también de los exce- lentes trabajos del filósofo francés Lucien Jaume, que nos muestran cómo el jacobinismo, que sostiene –“rousseaunianamente”, digamos– una idea sobre la identidad absoluta entre representados y representantes que nos recuerda mucho la que vimos presentar en sus discursos populistas, democrático-radicales, al presidente actual de Venezuela impugna la idea de representación mientras está en la oposición a los poderes establecidos (que fatalmente encuentra infieles a los intereses y deseos del pueblo), pero sólo puede afirmarla, extremarla, cristalizarla, después, en el poder, porque el pueblo cuyos intereses y deseos pretende servir no es el pueblo empírico, lleno de contradicciones y dobleces, sino el sujeto de una voluntad general que sólo la virtud (palabra jacobina) de los representantes puede conocer y encaminar. Escribe Jaume: “Al rechazar el sentimiento particular y el interés particular en nombre de una comunidad transparente y virtuosa, el jacobinismo en el gobierno recha- zaba las premisas mismas del juego democrático de la opinión. Imponía y defendía una legitimidad única e indivisible, invariable e impartible”, reemplazando al todo por la parte de avanzada o de vanguardia de ese todo, a la opinión (doxa) por la opinión recta (orto-doxia) y a los ciudadanos –“hobbesianamente”, ahora– por sus representantes. Siempre me gustó el título de un artículo de Waldo Ansaldi sobre el proceso político rioplatense de 1810 a 1880: “Soñar con Rousseau y despertar con Hobbes”, se llamaba ese artí- culo. Lo leí hace muchos años y lo recuerdo mal, pero me pregunto ahora, a la luz de estos problemas que estoy tratando de plantear aquí, si ese título no acertaba a dar, más todavía que con una clave para interpretar la historia argen- tina del siglo XIX, con una clave para pensar la lógica misma de las familias de pensamiento teórico-político que estuvieron en juego en esa historia. Si ese despertar no estaba de alguna manera contenido como destino en ese sueño, si es posible despertar en otra El balance histórico de la Revolución Francesa, que es el acontecimiento o el proceso en relación con el cual la expre- sión “jacobinismo” adquiere su sentido histórico preciso, nos presenta en general al jaco- binismo como un momento de ruptura violenta con un pasado que difícilmente podría haberse dejado atrás de otra manera, y a su inevitable caída como la apertura a un tiempo nuevo que tampoco podría haberse conquistado sin ese exceso inicial.
  • 85. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 84 compañía que la de Hobbes si uno se duermesoñando con Rousseau. Si noes esa evolución, esa dialéctica, ese movi- miento de Rousseau a Hobbes lo que define la lógica misma del jacobinismo. ¿Sería eso condenable? ¿Estaría eso mal? No parece posible decirlo con tanta ligereza. De hecho, como sugería hace un momento, los movimientos jacobinos han sido muchas veces enormemente productivos, enorme- mente eficaces, y sin duda la capa- cidad de operar sobre la historia que este sistema de concentración de la soberanía y el poder importa permite a veces promover transformaciones muy notables. Nadie podría condenar eso ni dejar de alegrarse cuando esas transformaciones se producen. Pero sí me parece posible sostener que todos los avances y las transformaciones que se realizan en una sociedad de esta manera tienen la enorme fragilidad que les otorga una base de sustenta- ción tan quebrantable. ¿Qué queda de las grandes realizaciones promovidas y alcanzadas por estos grupos a la caída de los mismos? Y antes aun: ¿qué posi- bilidades tienen estos grupos de evitar esa caída si no han logrado construir (¿y cómo hacerlo sino generando esos espacios de discusión y de debate, amplificando esa esfera de la opinión pública política a la que me venía refi- riendo?) una legitimidad social que los sostenga? Sé que estoy planteando un tema enorme que no podríamos considerar acá sin incurrir en simplifi- caciones groseras. El balance histórico de la Revolución Francesa, que es el acontecimientooelprocesoenrelación con el cual la expresión “jacobinismo” adquiere su sentido histórico preciso (aunque aquí estoy tratando de volver a esa categoría, surgida de esa historia pero que podemos tratar de emancipar de ella para darle un uso diferente, una categoría no ya histórica sino teórica de alcance más general), el balance histórico, digo, de esa experiencia de la historia política francesa nos presenta en general al jacobinismo como un momento de ruptura violenta con un pasado que difícilmente podría haberse dejado atrás de otra manera, y a su inevitable caída como la apertura a un tiempo nuevo que tampoco podría haberse conquistado sin ese exceso inicial. Ese exceso jacobino, entonces, destinado a ser superado por el mismo proceso que él desencadenó, no podría ser condenado ligeramente. Pero ni es necesario confiar tan ciega- mente en que el progreso subterráneo de las fuerzas secretas de la historia justifiquen siempre, al final, los momentos en que esa “desconexión” entre dirigentes y dirigidos permitió acaso progresos más vigorosos y nota- bles, ni puede tampoco asegurarse que siempre haya sido “mejor” o más avanzado el resultado global de estos desarrollos que los puntos de arranque de los que partían. Considerando el proceso revolucionario de mayo de 1810 en el contexto de cuyo próximo bicentenario estamos proponiendo estas discusiones, Tulio Halperín Donghi ha escrito en su enorme Revolución y guerra, que el mismo constituye, con todos sus arrebatos y con todas las energías políticas que se empeñaron en el mismo, menos el escalón necesariamente doloroso hacia una etapa de superación de los obstáculos de la fase precedente de la historia que una suerte de bisagra entre dos tipos de sociedades orga- nizadas internamente, y articuladas con el resto del mundo, según sendos “pactos coloniales” entre los que no está claro que el segundo haya resul-
  • 86. 85 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías tado superador del más antiguo. Más bien –sugiere Halperín– al contrario. Así pues, si Halperín está en lo cierto, la revolución debería ser pensada como una astucia de la historia, pero no de una historia ascendente, hecha de progresos y de superaciones, sino de una historia de retrocesos y de regre- sión, y si esta mirada resulta especial- mente amarga es porque no nos deja ni siquiera la ilusión de que los excesos jacobinos de un momento determi- nado del proceso puedan ponerse después “a la cuenta”, por así decir, de algún saldo finalmente positivo de ese proceso considerado en su conjunto. Puede ser que Halperín tenga razón. Y sin embargo, ese “momento jaco- bino” de la revolución sigue titilando, sigue resplandeciendo, seductor, en el pasado. Sigue fascinándonos y emocionándonos. Porque hay sin duda algo de excitante en el jacobi- nismo. Algo de heroico. La epopeya de un hombre solo, o de un conjunto pequeño de hombres solos, separados de la sociedad a la que, sin embargo, se empeñan obstinadamente en repre- sentar, en cuyo nombre dicen actuar, presuntos detentores de la cifra de una voluntad general que no se sabría a sí misma pero cuyos arcanos, en cambio, ellos sí conocerían, la gesta épica de un puñado de hombres “adelantados a su tiempo” nos produce siempre una suerte de hechizo singular. Por lo demás, ¿no es algo bastante parecido a eso lo que le pedimos a cualquier líder político, a cualquier dirigente, a cualquier conductor: que esté, tal vez no mucho, pero al menos un poquito adelante del conjunto de los hombres a los que dirige o conduce o lidera? Al revés: ¿aceptaríamos como justo a un líder que apenas se limitara a expresar el estado de opinión de una sociedad que a veces puede ser muy conservadora, incapaz de pensar para sí misma horizontes diferentes de aquellos a los que se ha habituado? El jacobinismo nos presenta entonces en forma condensada, extrema, una diferencia, una separación, que por un lado no podemos festejar ingenua- mente ni puede resultarnos un modelo de vínculo político deseable, pero por otro no deja de interesarnos, porque tenemos la sensación de que es justo graciasaesadiferencia,aesaseparación, a ese hiato, que una sociedad puede a veces sacudirse algo de su modorra e ir planteándose nuevos desafíos. ¿Cómo resolver entonces esta tensión? ¿Qué deberíamos pedirle a un líder, a un dirigente democrático virtuoso? Yo lo diría así, muy toscamente: que esté un paso más adelante, sí, que la sociedad que pretende conducir, pero que pueda argumentar frente a esa sociedad (frente a los ciudadanos y a las organizaciones de esa sociedad) sobre la conveniencia de la dirección y el sentido en el que pretende conducirla. Que pueda persuadirla y que logre así, por la vía de la argumentación y de la persuasión, que esa sociedad experimente como suyo cada uno de los pasos que ese líder democrático pueda hacerle dar en dirección a la realización de ese programa que debe proponerle, someter a la discusión, retocar incluso –eventualmente– en el curso de esa discusión, ir mejo- rando en el camino. Que logre que esa sociedad (quiero decir: que porciones considerables de esa sociedad, puesto que las sociedades son por supuesto heterogéneas y los grupos que las componen tienen desde luego inte- reses enfrentados y no siempre articu- lables: por eso es que existe la política, por eso es que la construcción de una
  • 87. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 86 hegemonía es una tarea), sienta como suyo cada uno de esos pasos y que esté dispuesta a sostenerlos y a defenderlos cuando aparezcan las dificultades, las oposiciones y a veces también los enfrentamientos. La prolífica discur- sividad del presi- dente Chávez, el pedagogismo casi escolar que –como muestra Elvira Arnoux en el libro que mencioné al c o m i e n z o – destilan sus discursos, su carácter fuerte, p e r s i s t e n t e , confiadamente argumentativo, forma parte de un tipo de c o n d u c c i ó n política de gran estilo, perfecta- mente adecuado al proyecto de una democracia amplia y participativa como la que todo el tiempo dice promover el presi- dente de los venezolanos. III. En Argentina hemos escuchado y usado mucho, a lo largo de los últimos cinco lustros,estaspalabrasqueacabodedecir: democracia,democraciaparticipativa.Y es cierto que no faltaron, desde el inicio mismo del ciclo de lo que se llamó la “transición a la democracia”, diversas convocatorias a la participación popular en los asuntos públicos. Pero también lo es que, vistas las cosas en retrospectiva, ese aliento, ese estímulo a la participa- ción popular se nos revela menos como el núcleo del programa de los distintos gobiernos que hemos conocido en estos años que como el medio al que algunos de ellos debieron a veces recurrir para afirmarse, pero también para arrojarla por la borda inmediatamente después, apenas conseguido su objetivo. En realidad, desde el inicio de ese ciclo de la transición, tendió a primar entre nosotros no el principio democrático de la participación, sino el principio liberal de la representación. “Nos, los representantes...”, empezaba, en efecto, el “rezo laico” del preámbulo de la Constitución con el que Raúl Alfonsín solía vestir sus arengas de candidato y después de presidente, y no sería exce- sivo afirmar que en esas tres palabras estaba contenido no sólo lo esencial del programa político del viejo caudillo radical sino también lo más decisivo del tipo de gobierno que se estaba entonces fundando en Argentina, y que es el que aún tenemos: un tipo de gobierno de los representantes del pueblo, que, como dice esa misma Constitución, deliberan y gobiernan en su nombre, pero que lo hacen separados de él por ese hiato al que damos el nombre clásico de representación, y que sólo por excepción se consideran obligados a discutir con ese pueblo, a argumentar frente a ese pueblo, las razones de sus movimientos y de sus decisiones. Basterecordarelmodoenqueelmismo Alfonsín mandó a su casa, el domingo de pascuas de 1987, a una ciudadanía movilizada y activa, y la forma en que, seis años después, él y su sucesor cerraron a solas y en secreto, sin verse obligados a argumentar en público nada o casi nada, el famoso “pacto” que permitiría la reforma de aquella Constitución y la reelección de Carlos Algo de eso estuvo sin duda –y sin duda junto con muchas otras cosas más– en la base del malhumor social que se expresó en las estrepitosas jornadas de fin de 2001, en las que es posible afirmar que convergen, en curiosa coinci- dencia, una serie de líneas de protesta social que se venían desarrollando activamente, y desde hacía bastante tiempo, por parte de diversos actores sociales y políticos, con un conjunto nuevo de reclamos hijos de una serie de deci- siones del gobierno aliancista que habían herido, entre otras víscerasquizásalgomásnobles, el órgano más sensible de las clases medias argentinas.
  • 88. 87 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías Menem como presidente. Si es posible afirmar, como se ha afirmado muchas veces, que con este pacto culmina el ciclo de la “transición a la democracia”, lo es en el doble sentido de que, con él, ese ciclo “llega a su fin”, y también de que lo hace con la afirmación definitiva del tipo de lógica que lo había presi- dido. Una lógica que tiene entonces algo de jacobina (en efecto: había un cierto jacobinismo en Alfonsín, y en eso radica tal vez, al mismo tiempo, su mayor encanto y su mayor debilidad), y a partir de cuya consolidación, de cuya afirmación como pura lógica formal, como pura distancia entre representantes y representados, pudo desplegarse después, durante la década siguiente, un programa de devasta- ción del patrimonio colectivo y de las capacidades estatales desplegado por unos equipos gubernamentales abso- lutamente alejados (revolucionarios al revés, fanáticos jacobinos de derecha) de la deliberación y el contralor públicos y apenas plebiscitados cada tanto por una ciudadanía que cada dos años recuperaba por un día (sin mayores fervores ni grandes alterna- tivas: también hay que decirlo) un pedacito de la soberanía que el tipo de sistema de gobierno consolidado entre nosotros le había arrebatado. El libera- lismo de Alfonsín, el fervor desmante- lador de Menem y el conservadurismo de Fernando de la Rúa constituyen distintas inflexiones de un tipo de gobierno de los representantes del que se ha ausentado por completo la idea de que es necesario para esos represen- tantes desplegar ante los ciudadanos argumentos, discutir con esos ciuda- danos sus líneas de gobierno, construir consensos y legitimidad a partir de la participación informada del pueblo. Distintas inflexiones de ese tipo de gobierno que se presentan por cierto en un formato cada vez más pobre, cada vez más carente de alma, de contenido espiritual y de programa: porque si en Alfonsín o en Menem la distancia entre gobernantes y gobernados era la que permitía a los primeros desplegar desde la cima del poder un tal o cual proyecto que eventualmente sometían menos de lo deseable a la discusión y al control de la ciudadanía (y por eso hablábamosenesosdoscasosdeformas distintas de jacobinismo), durante los años del gobierno de la Alianza era la idea misma de que pudiera tenerse un proyecto que no coincidiera punto por punto con el acatamiento a los dictados de los poderes fácticos lo que había desaparecido. Algo de eso estuvo sin duda –y sin duda junto con muchas otras cosas más– en la base del malhumor social que se expresó en las estrepitosas jornadas de fin de 2001, en las que es posible afirmar que convergen, en curiosa coincidencia, una serie de líneas de protesta social que se venían desarrollando activamente, y desde hacía bastante tiempo, por parte de diversos actores sociales y políticos, con un conjunto nuevo de reclamos hijos de una serie de decisiones del gobierno aliancista que habían herido, entre otras vísceras quizás algo más nobles, el órgano más sensible de las clases medias argentinas. Sobre todo esto se ha escrito bastante y será nece- sario escribir bastante más, porque no es fácil tener la sensación de que del conjunto de análisis del estallido decembrino con los que contamos surja una interpretación verosímil y completa de su naturaleza y de sus (insisto: diversas y compuestas) carac- terísticas. Quizá baste sugerir aquí que, en cuanto a los acontecimientos
  • 89. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 88 mismos de ese agitado fin de 2001 (y a los discursos e interpretaciones que los acompañaron y les dieron un sentido), parecen haber confluido allí dos grandes corrientes, dos grandes impulsos: por un lado, entonces, el que provenía de una fuerte politicidad previa de los sectores más afectados por la reforma operada durante la década que se cerraba, que hacía tiempo que venían expresando su disconformidad ysusreclamos;delotro,elqueprovenía de una notoria pulsión “anti-política” que expresaba (por mucho que alguna de sus consignas haya podido ser recogida y levantada como bandera, después, por este o aquel grupo más o menos libertario) el sentido común de la derecha televisiva más previsible y más convencional. Pero no importa. O sí, pero no acá. Lo que acá me interesa subrayar es que después del estallido, después de las plazas y del “¡Que se vayan todos!” y de los muertos y del derrumbe del gobierno de la Alianza y de las idas y venidas en la cumbre del poder, aparecen en la escena pública argentina lo que me parece que pueden conside- rarse dos grandes demandas. Empiezo por la que en cierto sentido parecía dominante y más urgente: una fuerte demandadeorden,unafuertedemanda (sostenida por una parte sustancial de la ciudadanía) de que alguien viniera para poner las cosas sobre sus pies y de que volviera a presidir la vida diaria de los argentinos una mínima sensa- ción de previsibilidad y de estabilidad. Que se normalizaran las cosas. “Antes un final terrible que un terror sin fin”. El senador Eduardo Duhalde –al cabo de diversas peripecias ungido por la Asamblea Legislativa, de acuerdo a los procedimientos establecidos por la Constitución Nacional, como presi- dente provisional de Argentina– supo leer bien esa demanda de orden y de normalización, y fue capaz de atenderla con un éxito considerable. El gobierno de Duhalde tiene en ese sentido algo de restaurador: se trató de un restaura- cionismo conservador-popular soste- nido sobre una decidida disposición a hacer todas las concesiones nece- sarias a los factores reales del poder económico y financiero nacional e internacional y una no menos deci- dida (y experimentada) sabiduría para sofocar, con medidas no por apenas paliativas menos importantes ni menos reclamadas, los focos más urgentes del extendido incendio social. A seis meses de haber asumido Duhalde, la casa estaba en orden, la emergencia social empezaba a controlarse y la clase media, pasado ya el cuarto de hora de su entusiasmo cívico de fin del año anterior, volvía a preocuparse por lo que más le interesaba: sus dólares. Simplificación excesiva, sin duda, y posiblemente injusta. Porque ni todos los miembros de esa famosa “clase media” (sea lo que sea lo que esa equívoca categoría permita designar) estaban obsesionados con sus dólares, ni esta obsesión, en los casos en los que en efecto se verifi- caba, era la única que esos sujetos expresaban en el espacio público, ni dejaban de oírse todavía –en algunos casos con cierta intensidad– los ecos más democratizadores de los aconte- cimientos de diciembre. En los que no había habido una sola voz, sino muchas (que convergieron, que se encontraron, que coagularon, por así decir, en un momento de fuerte crispación: así lo recuerda el “Piquete y cacerola, la lucha es una sola” que muchos corearon en la Plaza), ni tampoco un solo espíritu, sino
  • 90. 89 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías muchos. Por lo menos dos (aunque esta distinción sólo puede ser analí- tica: estos dos impulsos marchaban a menudo juntos y mezclados): por un lado, una especie de reacción airada, indignada y llena de urgencia, contra la política. Por otro lado, sin embargo (y creo que sería parcial no reconocerlo) había habido en aquellas jornadas decembrinas, y en varias de las que las prepararon y en muchas de las que las siguieron, otro tipo de aprendizaje: el de una intensificación de las discusiones y de los debates, el de un fuerte desarrollo de instan- cias diferentes de participación, el de una horizontalización de diversas relaciones y el de la aparición de relaciones nuevas. A esto me refería cuando aludía a un segundo tipo de demandas, que después de diciembre de 2001 comienza a actuar sobre el espacio político argentino junto con la demanda de orden ya indicada. Se trata, ahora, de una demanda de democratización, de una demanda de participación, de una demanda de ampliación de la esfera pública de las discusiones. En cierto sentido, se trata de un retorno a aquellas incum- plidas promesas del inicio del ciclo de la “transición”, en que se articulaban el discurso liberal de la representa- ción con el discurso democrático de la participación deliberativa y activa de los ciudadanos en los problemas de la comunidad. Después de que ese ciclo hubiera llegado a su final con el triunfo pleno de aquel principio de la distinción y la separación por sobre este principio de la democracia (ésta es la culminación, querría insistir, de la odisea alfonsinista y la condición de posibilidad para el despliegue de la política menemista que siguió), lo que se oía ahora en las calles argen- tinas (en algunas calles argentinas: en la boca de algunos de sus ciudadanos más movilizados) era un pedido de más de esa democracia proclamada y luego relegada o traicionada u olvi- dada, y del conjunto de valores que le estaban asociados. Y que en cierto sentido vuelven al centro de la escena con el ascenso al poder de Néstor Kirchner. En efecto, parece posible afirmar que en Kirchner, más o menos inesperadamente electo para suceder a Duhalde en el año 2003, convergen dos fuerzas, dos impulsos. Que Kirchner, por así decir, recibe al mismo tiempo dos legados, está atento al mismo tiempo a dos tipos de voces que le llegan de los confusos meses Simón Bolívar
  • 91. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 90 de crisis y de desconcierto que viene a cerrar su presidencia. Por un lado, Kirchner es un heredero de Duhalde. No (o no sólo) en el sentido más evidente y más elemental, y ya muchas veces señalado, de que es tributario (de que su elección, al menos, es deudora) de la constancia de los votos duhaldistas de la provincia de Buenos Aires, sino en el sentido más profundo de que es heredero de la voluntad ordenancista y reorganizadora de su antecesor. Voluntad que éste había ejercitado en una clave conservadora- popular (restauracionista, habíamos sugerido) y que Kirchner ejercitará en cambio en una clave populista más de avanzada, pero siempre exigido por la necesidad de garantizar el funcio- namiento “normal” (la expresión, de hecho, aparece en sus primeros discursos: “normalidad”, un “país normal...”) de unas instituciones que a esa altura de las cosas ya nadie, o casi nadie, quería ver tan dramáticamente sacudidas o trastrocadas otra vez, y la capacidad del Estado (un Estado cuya centralidad y cuya fuerza Kirchner intentó empeñosamente recomponer) de fijar reglas de juego a los actores sociales y económicos. Por otro lado, Kirchner hereda también el clima de movilización democrática (más o menos silvestre, anárquica, aluvional: lo que se quiera) que recién presentábamos como el mejor lado de la confusa amalgama de fuerzas que había derrumbado, un año y medio antes, al gobierno de Fernando de la Rúa. Y esa herencia también se expresa en su retórica (una especie de democratismo mayoritarista, plebeyo y altivo), en su gestualidad (que consistía en evitar ciertas solemnidades y ciertas media- ciones –por ejemplo, para escándalo de los periodistas: la de los periodistas– y en actuar una cercanía que no necesa- riamente se expresaba, después, en una apertura de canales efectivos de partici- pación popular en los asuntos públicos) y en varias de sus muy importantes medidas de gobierno. Medidas de avanzada, muchas de ellas, orientadas a una sociedad que en algunos casos –es verdad– las estaba reclamando, incluso exigiendo a través de algunas de sus organizaciones más activas, pero que en otros casos ni las exigía ni las esperaba ni las imaginaba. Medidas de avanzada que en muchos casos, en efecto, la sorprendieron, nos sorpren- dieron, porque no las sospechábamos ni estaban anunciadas en el clima de las discusiones anteriores ni en el módico programa de gobierno con el que Kirchner asumió el gobierno, ni en las expectativas de una sociedad que estuvo durante esos años, como solíamos decir, a la derecha de sus gobernantes. Corresponde llamar de nuevo jacobinos, entonces, a estos gobernantes, a estos dirigentes que durante los años de la presidencia Kirchner estuvieron, en efecto, a la izquierda de la sociedad, o por lo menos de la mayoría de la sociedad a la que gobernaban; corresponde incluir al capítulo kirchnerista en la historia más larga del jacobinismo argentino que aquí he tratado de insinuar. Con sus indudables méritos: haber puesto una serie de temas del más alto interés en la “agenda”,comosedice,deunasociedad bastante más conservadora que sus Corresponde llamar de nuevo jacobinos, entonces, a estos gobernantes, a estos dirigentes quedurantelosañosdelapresi- dencia Kirchner estuvieron, en efecto, a la izquierda de la sociedad, o por lo menos de la mayoría de la sociedad a la que gobernaban; corresponde incluir al capítulo kirchne- rista en la historia más larga del jacobinismo argentino que aquí he tratado de insinuar.
  • 92. 91 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías gobernantes, y haber llevado adelante una serie de medidas muy importantes (entre muchas otras digo sólo dos, de naturaleza muy distinta: la eliminación de la ignominia de las AFJP y la elimi- nación de la ignominia del cuadro de Videla exhibido en un edificio público del Estado nacional) en una sociedad que, como decía, no parecía exigirlas y tal vez ni siquiera imaginarlas. Pero si estas medidas son sin duda importantes, y si la decisión de adop- tarlas es sin duda loable, esa sorpresa que representaron para nosotros (y que no se vincula sólo al hecho de que no las esperábamos, sino también al hecho de que no fueron integradas, ni antes ni durante ni después, por medio de un discurso consistente, a un programa o a un relato que una sociedad movilizada pudiera discutir), esa sorpresa y esa falta de una discur- sividad que les diera su lugar y su sentido, digo entonces, constituye un problema serio. El kirchnerismo tiene el mérito de haber tomado esas y otras medidas muy relevantes, pero el demérito importante de no haber contribuido gran cosa a ensanchar los espacios en los que esa sociedad pudiera discutir esas medidas, y discu- tiéndolas legitimarlas y volverlas más estables, más seguras, más perdurables. De no haber sido capaz de decir bien lo que estaba haciendo bien. Porque no es exactamente cierto que mejor que decir sea hacer: es necesario hacer y al mismo tiempo decir lo que se hace, y por qué y para qué se lo hace, y poner a discutir esos discursos, esas justifica- ciones, esos proyectos en los que lo que se hace cobra sentido, porque si no lo que se hace corre el riesgo de licuar ese sentido o de perderlo. El decir no es lo contrario del hacer: el decir (y el hacer circular y discutir lo que se dice) es una de las dimensiones fundamen- tales, decisivas, del hacer, sin la cual a las cosas que se hacen, mucho más a veces que a las palabras que se dicen, puede llevár- selas el viento. Kirchner hizo mucho pero no siempre dijo bien eso que hacía, y al no hacerlo, al no articular sus medidas de gobierno en algo así como un programa, no creó tampoco las mejores condiciones para que la ciudadanía pudiera discutir, apoyar, mejorar, corregir ese programa. Se dirá que no puede reprochársele a un gobierno que no se ocupe de movilizar a un montón de gente grande que debería movili- zarse por sí sola. Es cierto. Pero no es menos cierto que cuando un equipo gobernante actúa (incluso bien o hasta muy bien, como yo diría que, sin entrar en mayores detalles, es el caso) sin involucrar activamente a la sociedad en el debate sobre las políticas que impulsa, puede quizá llevar adelante grandes cambios, pero también ver cómo toda esa estantería de cambios es sacudida después, de la noche a la mañana, por no haber creado bases más firmes para sostenerla. Cuando Kirchner entregó la presi- dencia a su sucesora, unos cuantos esperábamos que ésta (dueña de una oratoria mejor que la de su marido y heredera de una situación general bastante menos apremiante) pudiera encarar, junto al reto de profundizar el camino del crecimiento económico y la reforma social, el doble desafío de presentaralaciudadanía,organizadoen un discurso consistente, un programa Kirchner hizo mucho pero no siempre dijo bien eso que hacía, y al no hacerlo, al no articular sus medidas de gobierno en algo así como un programa, no creó tampoco las mejores condiciones para que la ciuda- danía pudiera discutir, apoyar, mejorar, corregir ese programa.
  • 93. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 92 de gobierno, y de favorecer la discu- sión pública de ese programa: de –para resumir esto en dos palabras– volver más democrático el liberalismo demo- crático argentino. Esto no ocurrió. Más bien, enfrentada casi al inicio de su gestión al fuerte rechazo de las corporaciones camperas a la decisión de modificar las alícuotas de las reten- ciones a las exportaciones agrarias, la Presidenta se vio llevada a ensayar un tipo de discurso y a plantear un tipo de problemas muy distintos. Que nos vuelven a situar frente a los grandes temas del inicio mismo del ciclo de la “transición”, y en primer lugar, entre ellos, frente a uno sobre el que ya hablamos: el de la representación, que la Presidenta presentó muchas veces, durante los meses que duró el conflicto, contrastando la legitimidad del poder de los representantes del pueblo con la ilegitimidad de los reclamos sectoriales de los dirigentes de las corpo- raciones. Esa distinción había sido uno de los tópicos centrales del discurso alfonsinista, y reapareció con mucha fuerza en los que desgranó Cristina Fernández a lo largo del año pasado: sólo los representantes del pueblo pueden deliberar, decidir y ejecutar las medidas de gobierno. “Los ciuda- danos no deliberan ni gobiernan sino a través de sus representantes”, como reza aquella Constitución Nacional cuyo preámbulo Alfonsín recitaba de memoria, y como podía leerse en las paredes de lona de una de las carpas instaladas en la Plaza del Congreso, en apoyo del gobierno, en las semanas más calientes del conflicto. Todo el poder a los representantes. Y a quienes no estaban de acuerdo con las decisiones de esos representantes, la Presidenta les pediría que “se constituyan como partido político y en las próximas elec- ciones reclamen el voto del pueblo”. Así, una cierta entonación “liberal” organizaba el discurso presidencial en los tramos más duros del conflicto. Tanto que un amigo con el que escu- chamos en Plaza de Mayo la arenga que acabo de citar me preguntó –medio en broma, medio en serio–: “Che: ¿noso- tros no estábamos en contra de esto?”. Cierto: ¿no le pedíamos algo más que eso, nosotros (“nosotros”: los que le reprochábamos a Alfonsín su “libe- ralismo”), a la democracia? ¿No le pedíamos a la democracia que no fuera sólo “representación”, sino también “participación”? ¿Qué era entonces lo quevolvíaatractivoeldiscurso“liberal”, representativista, de la Presidenta? Pues lo mismo que había vuelto atractivo, en su momento, el liberalismo represen- tativista de Alfonsín: lo odioso de los poderes contra los que se levantaba. El liberalismo político, que es bastante menos que lo que queremos como ideario organizador de nuestra demo- cracia, es también una suerte de piso mínimo, de resguardo último contra las pretensiones de los grupos corpora- tivos de interés. A los que, por cierto, el discurso de la Presidenta –como antes el de Alfonsín– situaba del lado de los responsables de una historia terrorífica El liberalismo político, que es bastante menos que lo que queremos como ideario orga- nizadordenuestrademocracia, es también una suerte de piso mínimo, de resguardo último contra las pretensiones de los grupos corporativos de interés. Alosque,porcierto,eldiscurso de la Presidenta –como antes el de Alfonsín– situaba del lado de los responsables de una historia terrorífica que no debía repetirse: si el domingo de la Semana Santa del 87, Alfonsín había dicho que “el pasado” había estado a punto de alcanzarnos otra vez, ahora Cristina Fernández decía que había vuelto a ver “el rostro de un pasado que pareciera querer volver”.
  • 94. 93 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías que no debía repetirse: si el domingo de la Semana Santa del 87, Alfonsín había dicho que “el pasado” había estado a punto de alcanzarnos otra vez, ahora Cristina Fernández decía que había vuelto a ver “el rostro de un pasado que pareciera querer volver”. Así, ambos discursos sitúan a las corporaciones del lado del autoritarismo y del pasado, e identifican a las instituciones de la democracia liberal como su conjuro. No está mal, si es para empezar. Pero sería imperdonable que no hubiéramos aprendido la lección de aquella Semana Santa y de lo que siguió, que no hubié- ramos entendido que sin el aliento a la participación democrática del pueblo, las propias instituciones de la represen- tación liberal peligran. La lucha contra las corporaciones no pueden darla solos los representantes del pueblo, por muy virtuosos que sean. Primero, porque si en efecto son virtuosos no les intere- sará ganar ese combate sin el pueblo. Segundo, porque sin el pueblo no tienen posibilidades de ganar. Y esto la Presidenta lo sabe. Al menos lo dice, lo que no es poco. Dice (dijo, en otro de los discursos que desgranó en medio del conflicto) “sola no puedo”, y este reco- nocimiento, el reconocimiento de que la lucha contra los intereses particulares a los que se enfrenta sólo puede librarla con lo que en ese mismo discurso llamó “la fuerza del pueblo” de su lado, es tal vez lo mejor y lo más democrático que haya dicho en estos años. Se trata ahora de saber cómo se organiza y se potencia esa “fuerza del pueblo” que se trata de movilizar, pero que hasta ahora no se ha movilizado en la medida suficiente para darle a este gobierno un aspecto diferente al de un liberalismo político de avanzada. “Jacobino”, decíamos. “pre-gramsciano”, ha escrito –me parece que en un sentido similar– Edgardo Mocca. Esto es: que aún no ha querido o no ha encontrado el modo de movilizar activamente a una sociedad civil que es espesa, densa y contradic- toria, y en la que este gobierno tiene la tarea pendiente de tratar de forjar lo que el autor de los Cuadernos de la cárcel llamaba, como recordábamos hace un rato, una hegemonía. Eso es, en efecto, lo que falta, y en esa falta medran la retórica empresarial de los De Narváez, los Reutemann y los Tinelli, la despreocupada insolencia de los Biolcatti y los Llambías, el fascismo elemental de los De Ángeli y los Grondona, el oportunismo grosero de los Buzzi, los Solá y los Cobos, la jactancia de dedito en alto de Clarín. Ideologías miserables y miserabilistas que tocan fibras profundas de una sensibilidad popular que es sin duda más compleja que todo esto pero que contiene a todo esto, y que es tarea de las dirigencias políticas que quieren para este pueblo otro futuro, menos indigno, interpelar, activar, comprometer en un sentido diferente. Acusando recibo del golpe electoral de junio, el gobierno ha iniciado un largamente reclamado “diálogo” con los dirigentes de los partidos políticos y de las corpora- ciones de la producción. Desde luego, y está bien. Pero ese gesto (sin duda importante, por mucho que la irres- ponsabilidad opositora se empeñe en declararlo ya acabado) no puede agotar el tipo de diálogo que el gobierno debe proponer, y que debe incluir cuanto antes (porque es lo único que puede salvarlo de terminar sus días como rehén de los peores intereses sectoriales) la convocatoria a una conversación muy amplia con los ciudadanos y sus organizaciones. Con las organizaciones movilizadas y críticas de la sociedad civil, que el gobierno
  • 95. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 94 debe promover y tratar de convertir en los sujetos activos y potentes de las transformaciones que promueve, y a las que para ello debe convencer. Y para convencer hay que argumentar, y para argumentar hay que usar (como este gobierno puede usar, tal vez mejor que ningún otro de los que tuvimos en los últimos tiempos) la palabra. Hay por eso que devolver el valor a la palabra, reconquistar la dignidad de la palabra y volver a hacer de ella el instru- mento de las necesarias argumentaciones a través de las cuales el gobierno debe validar el sentido de las políticas que desarrolla, y en las que una ciudadanía movilizada y crítica pueda volver a encontrar el sentido de lo que el gobierno de sus representantes está intentando o pretendiendo o proponiendo hacer. En eso me parece que radica la gracia, el interés y la importancia del tipo de uso de la palabra que caracteriza el arte oratorio y el estilo de conducción del presidente Chávez que analiza Elvira Arnoux en el libro que mencioné al comienzo. Es necesario, en síntesis (para el gobierno, desde ya, y también para los grupos que, no integrándolo, no apuestan tampoco, como otros, a la destrucción de los últimos resortes de la vida democrática argentina), es necesario, digo, volver a argumentar, a discutir ideas, a poner planes y proyectos en el campo de una discu- sión pública posible. Hay que volver a argumentar, a argumentar en público, a argumentar políticamente. Eso es lo que no hizo el vicepresidente Julio Cobos, por ejemplo, cuando en cierta célebre intervención parlamentaria reemplazó, como criterio legitimador de una deci- sión política fundamental, la argu- mentación política por la apelación a la voz (privada, y por privada inim- pugnable) del corazón; eso es lo que no hacen los representantes corpora- tivos de los ricos más ricos de este país cuando reemplazan, en sus previsibles y rústicos discursos, la argumentación política por el dictado del puro interés particular. Recuperar la palabra, la argumentación y la política es hoy una tarea fundamental, porque es recu- perar, frente a esos particularismos y a esa privatización de los sentidos, la idea misma de lo público, de la repú- blica como cosa pública. (*) Conferencia brindada en el marco del ciclo “Legados y porvenir: Argentina en el Bicentenario”, organizado por la Biblioteca Nacional durante el 2009.
  • 97. 96 La acción como anhelo y el futuro como imposibilidad(*)(**) Por Alejandro Kaufman Las convulsiones que conocimos a principios del siglo XXI permitieron repensar la realidad contem- poránea. El ensayo que presentamos aquí parte de aquellas jornadas dramáticas para reflexionar tanto sobre sus efectos sobre el presente, como sobre aquello que obra como fundamento de las subjetivi- dades colectivas y que tales sucesos desnudaron en su crudeza más radical. Alejandro Kaufman denomina esta forma de vida como “producción de un orden biopolítico”. En él se despliegan núcleos inma- nentes, ligados al consumo, al poder de las marcas y el mercado, que no sólo prescinden de las formas políticas modernas, sino de todo su aparato de legiti- mación discursivo y cultural. De esta manera, la vida actual se despliega a partir de la subordinación de las poblaciones –también declaradas sobras a ser gestio- nadas–, a poderes técnico-administrativos cada vez más abstractos: nuevos modos del control social que proceden por regulaciones tecnológicas y disposi- ciones mediáticas. Las consecuencias de estas formas de gobierno ponen en cuestión los imaginarios con los que se pensó la política y la función intelectual durante el ciclo de las naciones. ¿Cómo nombrar aquello que efectivamente ocurre si no disponemos de las palabras adecuadas para hacerlo? ¿Qué hacer con aquellas ideas, tan significa- tivas en nuestra historia, que se revelan incapaces de dar cuenta de la complejidad de esta época? Bajo el peso de estas interrogaciones, Kaufman presenta los dilemas y aporías que envuelven las posibilidades del tiempo por venir.
  • 98. 97 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías El título puede parecer enigmático, pero lo que intenta es dejar planteada una contradicción: la política supone un compromiso y un propósito desti- nados a una proyección en el tiempo, y hoy vemos una imposibilidad de tal proyección, dado que el futuro no resulta hospitalario respecto de lo que estamos en condiciones de producir como sentido. Este oxímoron se plantea a partir de la suposición voluntaria y enunciativa de que estamos situados en una posición política respecto de un futuro que no es el que podíamos pensar hace algunos años. El intento de discutirlo pretende despejar ciertas palabras que en lugar de acompañarnos pueden resultar obstáculos en lugar de producir una apertura. Cuando uno dice Bicentenario, historia, cultura, nación, pueblo, todas esas palabras son tomadas por nosotros, metodológica- mente, dentro del juego como si fuesen obstáculos. Que sean obstáculos no significa que pueda prescindirse de esos términos, ni que se los desdeñe, sino que son problemáticos, traen consigo una carga, una biblioteca, una serie de determinaciones que están cristalizadas. Por lo tanto, la idea de indagar sobre lo político es cercana a la necesidad de discutir la institución. Cuando uno refiere a la institución para hablar de la política es que opta por utilizar un términodiferenteyalternativoanación, pueblo, país y cultura. Asimismo, la palabra institución problematiza la idea misma de historia, de legado y herencia. Pero la noción de institu- ción también puede significar una diversidad de cuestiones. Uno habla de instituir, destituir, constituir, como distintos momentos de la idea de insti- tución, tratando de hacer referencia a algo distinto de lo que referimos habi- tualmente con la palabra institución, en el sentido de las estructuras jurídico políticas que definen la vida colectiva, las representaciones, el Estado. No queremos referirnos a eso, sino a una cuestión que en la realidad requiere un cierto número de metáforas. Por ejemplo, Deleuze usó la palabra rizoma, y la postuló como término que remite a la institución, a la forma en que se desenvuelve una subjetividad, o la forma en que se constituye en deseo y, como consecuencia, el pensamiento y la acción. Otros usan diferentes pala- bras, por ejemplo Simone Weil utiliza la palabra raíz, no en el sentido de un fundamento, sino en el de una unión o relación con el suelo, con el pasado, que no necesariamente es una relación jerárquica ni de autoridad, sino vincu- lada con el habitar. Raíz es una palabra que quedó en algún lugar de la memoria del pensamiento francés, y que seguramente debe tener implí- citas relaciones con el hecho de que luego se haya hablado de rizoma, y que, por su parte, la idea de rizoma haya ejercido un efecto polémico respectodelaidea de fundamento. La idea de raíz no supone necesaria- mente la noción de fundamento, en el sentido filosófico, sino que remite a la necesidad de describir un vínculo. Entonces, cuando hablamos de insti- tución tratamos de pensar en una cuestión vincular, en aquello que nos hace relacionarnos entre nosotros. Y una de las preguntas que se nos aparecen es en qué medida dentro de esos espacios discur- sivos hay cabida para ir más allá de ciertos límites. En qué medida ese mismo momento de discusión, en tanto super- ficie de inscripción y de susten- tabilidad de una vida común, habilita y permite pronunciar ciertas palabras o establece ciertos límites. En este sentido, hayunaimposibilidadrespecto del futuro, hay un futuro que se nos presenta esquivo, aún cuando lo imaginemos.
  • 99. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 98 También al intentar hablar de los vínculos, las palabras se vuelven trai- cioneras y se ingresa a una lógica de cierto idealismo filial, amistoso, comu- nitario, utópico. Por lo cual, la idea de lo vincular por lo general remite enseguida a la imagen de un estado de paz y concordia, cuando en realidad lo vincular supone también lo contrario. Suponelaguerra,elconflicto,lascondi- ciones a partir de las cuales un grupo de sujetos pueden desenvolver una vida. La experiencia vital no es aérea, se desenvuelve siempre en alguna super- ficie; necesita de algún espacio para asentarse. Aunque se deslice por él de forma rizomática, necesita una super- ficie de contacto. Por lo tanto, hablar de institución es indagar sobre cómo se constituye esa superficie de contacto. Son temas de vieja tradición en la discusión crítica argentina. Cuando se habla de la pampa, se habla de una superficie de contacto que se suponía vacía. El tema del vacío es lo que en la institución argentina se intenta definir: la superficie de contacto como algo restringido y aglutinado, concentrado en un espacio de privilegio. Eso es la vida urbana argentina, una vida aglu- tinada que define ciertas condiciones sobre el desarraigo, en tanto esa agluti- nación está producida en razón de que el conjunto de la superficie de inscrip- ción vital dentro del país no es habi- table. Ante la falta de sustentabilidad, se producen esos desplazamientos que derivan en aglutinación. Estas son cuestiones situadas en un límite, en un borde de lo que se puede decir o pensar en términos de lo que se llama la esfera pública, un punto actual de incendiaria discusión. Cuando hablamos de política, de inte- lectuales, de esfera pública, de palabras y superficies de inscripción, estamos tocando temas actuales e inmediatos acerca de los cuales presenciamos intensos intercambios. Y una de las preguntas que se nos aparecen es en qué medida dentro de esos espacios discursivos hay cabida para ir más allá de ciertos límites. En qué medida ese mismo momento de discusión, en tanto superficie de inscripción y de sustentabilidad de una vida común, habilita y permite pronunciar ciertas palabras o establece ciertos límites. En este sentido, hay una imposibilidad respecto del futuro, hay un futuro que se nos presenta esquivo, aún cuando lo imaginemos. Hubo un rasgo de interferencia en esto que estamos discutiendo, produ- cido por algunas reflexiones que carac- terizan el periodo actual como un momento político e intelectual que no piensa en el futuro, donde no hay orga- nizado un conjunto de proyecciones, no surge plan ni proyecto alguno. Se nos impone que hablar de política es hablar de proyectos, de promesas: los grandes temas nacionales, las impor- tantes acciones colectivas, etcétera. Y precisamente, una cuestión que ha atravesado estos años es la suspen- sión de la idea de proyecto entendido como defecto. Lo interesante de que no haya proyecto, es que todo discurso proyectual se convierte de inmediato en impostura, porque no puede dar cuenta de las condiciones a partir de las cuales ese futuro se va a producir. Entonces, política e institución, la definición de los vínculos, las condi- ciones de habitabilidad de un colec- tivo o territorio, suponen algún tipo de definición respecto al futuro. Hoy, el futuro puede ser definido como un estado de imposibilidad, en tanto no hay una articulación entre lo que se hace y lo que se piensa, ni lo que se
  • 100. 99 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías puede esperar respecto del porvenir. Hay viejísimas tradiciones respecto a la posibilidad de habitar el presente, de sustraerse de una descripción imagi- naria acerca del futuro. A la vez, la idea de que el futuro puede estar planifi- cado es un fenómeno moderno. En rigor, ¿cuáles son las tramas que se nos interponen con respecto a un futuro? Esas tramas están colocadas en la más imperiosa actualidad. Ella tiene una intensidad que dispone una serie de variables respecto de las cuales cual- quier proyección hacia el futuro tiene que rendirle cuentas. ¿Quién está en condiciones de producir ese discurso? ¿Quién está en condiciones de definir, de una manera eficaz, un modo que acople lo que se dice y lo que se hace con aquello que ocurra? No hablo ni de una utopía, ni de una promesa, ni de una decepción, ni de una mentira. Hay una conciencia colectiva que requiere una promesa, sólo para luego denostarla, descalificarla, ya que sabe de antemano que esa promesa es falaz. Cuando decimos promesa desig- namos un enunciado político-cultural del tipo: “esto que estamos haciendo producirá mayor justicia social”; “esto que estamos haciendo generará un mayor bienestar colectivo”, etcétera. Esta es la condición por la cual los últimos años han estado definidos por una política del juego. Estamos organizados alrededor de una intere- sante forma de sustentabilidad de la existencia, porque tiene su eficacia. Buena parte de la política global de las últimas décadas está relacionada con el juego. La política de posguerra por ejemplo, es decir, la Guerra Fría, fue en buena medida una enorme gestión del juego y el azar. Existía la capacidad de destruir el mundo completamente, sin ninguna posibilidad de estar en una metasituaciónquepermitieraexaminar esta polaridad. Todos esos años, hasta el término de la Guerra Fría, repre- sentan el periodo de implantación de la política del juego, en la que se presentan algunos parámetros lógicos, a los cuales se deja funcionar por sí solos, sin la intervención de voluntad humana alguna, y sin siquiera un anclaje deseante. Se cae en un automatismo, en una entrega fatal a un azar fuera del alcance de la voluntad. Ante este pano- rama, la política ya no se proyecta, en tanto no hay futuro –tema que supervive desde la década del sesenta, la oblite- ración del futuro por el Apocalipsis nuclear,unacues- tión que sigue presente y no ha sido superada–, y se ha deslizado a una posición más lateral: no estamos en la Guerra Fría, no está por ocurrir una estrategia relacionada con el juego de la destrucción, aunque las condi- ciones por las cuales eso podría ocurrir siguen estando presentes, y hasta cierto punto intactas. La imposibilidad colectiva de producir una proyección genera una crisis de la cultura y de la política, porque el discurso cuya dimensión intrínseca estaba destinada a la proyección, la promesa y el futuro, perdió toda su eficacia. Entonces lo que se produce es La imposibilidad colectiva de producir una proyección genera una crisis de la cultura y de la política, porque el discurso cuya dimensión intrínseca estaba destinada a la proyección, la promesa y el futuro, perdió toda su eficacia. Entonces lo que se produce es una experiencia de la actualidad permanente, un estado de presente continuo. Cuando hablamos de las socie- dades mediáticas, estamos nombrando mucho más que un ordenamiento regulatorio libre, monopólico, diverso, representacional o inma- nente; estamos hablando de una experiencia colectiva de la instantaneidad y la inmediatez permanente.
  • 101. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 100 unaexperienciadelaactualidadperma- nente, un estado de presente continuo. Cuando hablamos de las sociedades mediáticas, estamos nombrando mucho más que un ordenamiento regulatorio libre, monopólico, diverso, represen- tacional o inma- nente; estamos hablando de una experiencia colectiva de la instantaneidad y la inmediatez permanente. Ese estado de instantaneidad nos acompaña y se convierte en una superficie de inscrip- ción de la existencia, en un orden del habitar. Habitamos una nueva dimen- sión que no es la tierra, tampoco el aire, sino que es bien material –consume energía, contamina el ambiente– y forma parte de la producción biopolítica. Aunque las palabras de que disponemos no den cuenta de la forma en que vivimos, estamos atravesados por un conjunto de instrumentos y discursos, y cualquier descripción de la vida contemporánea nos permite ver que habitamos entre esas tramas. Ya no hay calle como tal, se ha dispersado o desvanecido. Las calles están ocupadas y atravesadas por cámaras, celulares, redes informáticas, sensores, GPS, regímenes cartográficos en tiempos y escalas reales. El transporte público y privado también está regulado por sistemas informáticos satelitales que indican el destino de los vehículos. Hay una experiencia colectiva que tiene un profundo rasgo de instantaneidad y actualidad, que no se vive como verdad, pero donde sí está depositada una utopía, una promesa. Una promesa inmanente, no formalizada explíci- tamente en relatos a los que se pueda adherir o rechazar. Ese proyecto pres- cinde de los relatos políticos, no tiene necesidad de ser presentado en las plata- formas electorales. En rigor, hay una inconmensurabilidad entre la produc- ción biopolítica y los discursos y relatos políticos que poseemos como sujetos en relación a nuestra experiencia. Este mismo tema fue planteado, por la Escuela de Frankfurt, como una incongruencia o incompatibilidad entre la moral y la vida. La ética y las distin- ciones normativas no se adecuaban ni articulaban con la vida efectiva exis- tente, transitaban en discrepancia, no en el sentido de que las vidas transcu- rrieran por canales indiferentes a las normas, sino por la misma inaplicabi- lidad de las normas legales y morales. Esta inconmensurabilidad nosotros la hemos vivido de una forma extraordi- naria, aunque no dicha. En la medida en que se da un proyecto inmanente, eficaz, que realiza una serie de acciones respecto de las cuales no podemos tener conciencia, es decir, no podemos diri- mirlas y unificarlas en un relato, perci- bimos que nuestro lenguaje, nuestros proyectos y discusiones, están despla- zados. Esto mismo es lo que produce descreimiento y pérdida de la confianza. Los fenómenos financieros, inflacio- narios, la apatía y los dispositivos de control son motivo de una queja sin fin respecto de las condiciones de la vida en común, es decir, respecto de la institución. No tienen que ver con un fenómeno subjetivo, o una suerte de crueldad de quienes producen los discursos políticos, sino que provienen de ese carácter de discrepancia. Aún no hay un relato que plantee esta inaplicabilidad. En la medida en que tampoco, en el orden intelectual Hay una experiencia colectiva que tiene un profundo rasgo deinstantaneidadyactualidad, que no se vive como verdad, pero donde sí está depositada una utopía, una promesa. Una promesa inmanente, no formalizada explícitamente en relatos a los que se pueda adherir o rechazar.
  • 102. 101 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías o crítico, en el plano universitario, cultural o artístico, pueda ser encon- trado un cierto orden de la verdad que dé cuenta de lo que nos está ocurriendo, encontramos en ello, en esa vacancia, un problema. Más aún cuando aquellos que se definen a sí mismos como intelectuales, críticos o académicos, convierten su tarea de reflexión en una confirmación del modo en que la realidad es descripta en los medios y en el sentido común. Nos viene a la mente Cromañón, en tanto esta tragedia no fue sólo un acontecimiento puntual que tuvo lugar el 31 de diciembre de 2004, sino que fue un analizador. Al hablar de insti- tución, hablamos también de analiza- dores, de acontecimientos o discursos que ponen en evidencia una serie de tramasquehabitualmentenossoninac- cesibles. Y lo que puso Cromañón en evidencia, como fenómeno abarcador de la sociedad y la vida en común, es la inaplicabilidad de las normas, la inconmensurabilidad entre las modali- dades normativas con que la vida en común se define, y el modo en que se desenvuelve de manera efectiva. Por eso lo que ocurrió, enseguida, fue el arrasamiento de una enorme cantidad de espacios culturales que se clausu- raron simplemente por la inaplicabi- lidad de las normas. Los ámbitos que no pueden satisfacer el cumplimiento de esas normas son aquellos que no forman parte del régimen global de producción biopolítica. Dicho régimen se desarrolla a partir de las grandes corporaciones multinacionales de la sociedad del espectáculo y la indus- tria cultural, que en nuestro país se manifiestan por ejemplo a través de los viajes aéreos y de los multicines. Nuestras posibilidades de vida urbana, en la Ciudad de Buenos Aires, no son congruentes con el régimen de produc- ción biopolítica, con sus criterios de riesgo y seguridad, criterios de espec- tacularidad y prestación de servicios, formas de habitar y transitar la ciudad. En ese punto hay una tasa de ganancia determinada, una cierta concentración económica, una determinada articula- ción discursiva: cuando uno se sienta en Mc Donald’s a comer una hambur- guesa, no sólo come la hamburguesa sino que está embebido en una trama institucional con sus signos particu- lares. Mc Donald’s es una de las más poderosas y firmes instituciones del mundo contemporáneo, sobre la cual hay numerosas referencias bibliográ- ficas a propósito de lo que es un modelo social: un modelo de educación juvenil, de promoción de una sociedad meri- tocrática, un modelo antropológico acerca de las costumbres alimentarias, del uso del tiempo, y de los criterios sobre el riesgo y la seguridad en la ciudad, tanto respecto a un incendio, como a un robo, como al estado de conservación de la comida. Es decir, es un mundo completo que además se inspira en una serie de tradiciones polí- ticas tardías y totalitarias, esto es una interpretación, entre las que podrían estar las juventudes comunistas, las juventudes nazis, y los boy scouts. Hay una parodia, una traslación irónica pero con fines muy concretos, de esas prácticas juveniles y culturales, a una configuración meritocrática funcional a la ciudad biopolítica. Ese es un lugar educativo, entre sus paredes hay una pedagogía. Cuando los chicos salen de la escuela y entran a Mc Donald’s a festejar su cumpleaños o a pasar la tarde del sábado con los padres, ése es el lugar que les está mostrando cuál es el mundo del futuro. El mundo del futuro no está
  • 103. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 102 en la escuela, está en el cumpleaños de Mc Donald’s, ése es el lugar que enseña cómo se hace una carrera, cómo se consigue un trabajo, cuáles son las relaciones laborales, cuál es el concepto de basura, qué es lo que se conserva, qué se desecha, qué se come, cómo se instala el marco de una conversación. Tenemos ahí una condición ejem- plar que parece funcionar. Cada tanto hay conflictos, alguien muere por una hamburguesa en mal estado y entonces se lo indemniza. Y ese es el punto, ese discurso pedagógico de Mc Donald’s es el que establece los criterios de riesgo, las reparaciones respecto a una damni- ficación, y cuáles son los parámetros normativos y procedimentales de los que se dispone ante cualquier problema que ocurra. Esta dinámica funciona con éxito, dado que hay una enorme inversión cultural política y económica destinada a tal lógica. El problema decisivo respecto de esta lógica es que es ahí donde se produce la riqueza. Entonces, cuando hablamos de insti- tución y política, estamos hablando en términos de cómo se organiza efectiva- mente la vida común, y de algo que allí sucede y es tomado desde un rango de ejemplaridad. La manera en que esto procede va más allá de si uno concurre o no al lugar, y esto se vio claramente en el momento de la catástrofe social de 2002, cuando miles de personas, durante meses enteros, recorrían la calle para comer de la basura. Es importante no olvidarlo, porque es de allí de donde hemos salido. La idea de una política orientada hacia un futuro tiene que ubicarse respecto de ese momento, un momento en el cual hubo semejante humillación colectiva y daño efec- tuado sobre miles de personas. Es algo que queda grabado en la memoria, y es curioso que no haya una temati- zación de la memoria del hambre y la pobreza, de la catástrofe. Estamos satu- rados de temas de la memoria dentro de los cuales esta cuestión no aparece, y al mismo tiempo, todo lo que ha ocurrido durante estos años remite a ese momento, en el cual se instaló una cierta forma de definir lo destituyente. Cabe aclarar que lo destituyente no remite ni se reduce sólo a la institución estatal o política en el sentido constitu- cional, aunque sea cierto que también abarca esos terrenos. Lo destituyente es la disipación de las condiciones efec- tivas de la existencia colectiva. Y esto requiere una iniciativa favorable a una visión de lo concreto. Que millones de personas pasen de comer a no comer de un día para el otro, sin que haya forma de resolver esa cuestión en lo inmediato, y que tenga que transcurrir un largo tiempo ese acontecimiento terrible, supone la disipación de las condiciones de la existencia. Algo que en otros momentos ocurre sólo en el caso de que se produzca un terremoto o una guerra. La destitución que se produjo no es del gobierno, eso es secundario, los gobiernos constantemente se instituyen y destituyen de todas las maneras posi- bles. Destituyente es un término que remite a un momento de un proceso: una revolución, por ejemplo la de Mayo, o también los momentos de modificaciones constitucionales que pueden ser destituyentes respecto a un orden anterior. Un gesto destituyente es, por ejemplo, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, es desti- tuyente respecto a una serie de insti- tuciones monopólicas. La institución y destitución forman parte de la lucha política y social: uno intenta quitar a otro el dominio sobre el colectivo. Pero la persistencia del término, la
  • 104. 103 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías cristalización de la palabra destituyente remite a una modalidad colectiva que es negativa. Una modalidad destruc- tiva de las condiciones comunes de la existencia. Al no remitir a otro orden de cosas, no es revolucionaria sino de predominio destructivo. La discusión que se dio en 2001 y 2002 era que el instinto intelectual y político demuchosactores,anteunadestitución, esperaba algún tipo de cambio. La expectativa que uno tiene frente a un orden cíclico, o que se presenta como alternante, es que cuando cae cierto orden político y jurídico llegue otro orden estatal, político y jurídico. Respecto a lo instituyente es que lo que se presenta como alternativa insti- tucional, en el sentido fuerte de la palabra, consiga modificar las formas de vida colectiva. Pero frente a las formas estatales de la vida colectiva no se eleva otra forma estatal de juridi- cidad, sino que aparece como alterna- tiva un orden desnudo de producción biopolítica. Hay un poderoso imaginario colec- tivo en Argentina, instalado durante varios años, y cuya historia habrá que definir. Esta tarea será improbable si antes no logramos despejar ciertas palabras que nos llevan a hablar siempre de otra cosa. Por ejemplo, se habla de la historia de los golpes militares como si fueran instituyentes, cuando en realidad lo fueron muy débilmente. Hay un lenguaje de la historiografía y del análisis crítico- político que deja pasar una dimensión esencial de lo ocurrido en la historia argentina. El golpe del 76 fue débil- mente instituyente de sí mismo, fue un acontecimiento horrendo que produjo efectos terribles, y que no tuvo la capacidad de sostenerse. Desde el punto de vista de la identidad polí- tica y la configuración discursiva, se sucedían los presidentes uno tras otro sin terminar de configurar una escena estable. Las dictaduras atroces no funcionan así, sino que constituyen e instituyen, establecen discursos, adhesiones, configuraciones estatales e institucionales estables, como fue el caso de Pinochet o tantos otros. Si uno mira hacia atrás, los golpes mili- tares en Argentina, muchos de ellos han tenido un alto nivel de inconsistencia e incapacidad de darse a sí mismos una superficie de inscripción estable. Esto ocurrió con el onganiato, que llegó con unas pretensiones desmesuradas, un ideologismo y una idea de organiza- ción que no duró mucho. En ese ciclo de golpes puede observarse que a los procesos mili- tares les ocurría lo mismo que a las instituciona- lidades democrá- ticas, las cuales venían siendo acosadas también por movimientos de resistencia. Un rasgo notable- mente anómalo con respecto a la dictadura del 76 es que las Madres de Plaza de Mayo aparecieron inme- diatamente y empezaron a dar vueltas y cuestionar todo lo que estaba ocurriendo desde el mismísimo principio, e incluso de un modo ingenuo, dado que no tenían información de lo que en efecto estaba pasando, simplemente preguntaban dónde estaban sus hijos. Ahí hay algo significativo, haber percibido qué era lo que había del otro lado. El discurso de la dictadura se presentaba como benéfico, cris- tiano,humanista,democratista, no instalaba un régimen autori- tario en el mismo sentido de lo que ellos estaban planteando, aunque por supuesto desen- volvieron prácticas atroces. No tengo intención de relativizar nada de lo que ocurrió, hechos delomáshorribles,sólotratode pensar cómo hablamos de eso, y cómo ya se está produciendo una historia reciente respecto de esos acontecimientos que no termina de ser congruente con lo efectivamente acontecido.
  • 105. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 104 Eldiscursodeladictadurasepresentaba como benéfico, cristiano, humanista, democratista, no instalaba un régimen autoritario en el mismo sentido de lo que ellos estaban planteando, aunque por supuesto desenvolvieron prácticas atroces. No tengo intención de relati- vizar nada de lo que ocurrió, hechos de lo más horribles, sólo trato de pensar cómo hablamos de eso, y cómo ya se está produciendo una historia reciente respecto de esos acontecimientos que no termina de ser congruente con lo efectivamente acontecido. En tanto, lo que ocurría era la instau- ración en la conciencia colectiva del régimen de producción biopolítica, que a veces recibe la denominación de neoli- beralismo, de modo que no representa lo que verdaderamente es. Porque no es unaideologíaniunacuestiónquepueda resolverse mediante el procedimiento electoral. A ese tipo de instituciona- lidad, a ese modo de vivir y producir riqueza, de reproducir un orden econó- mico y social, le resulta del todo indis- tinto lo que suceda en relación con la representación política, dado que tiene su propia forma de “representación política” en el consumo. Cuando decimos “neoliberalismo”, se nos escapa como arena entre las manos aquello que es necesario decir. Hay instalado en nuestra conciencia colectiva un deseo o anhelo. Ese tipo de impulsos subjetivos son los que determinan la acción colectiva, que en buena parte de las ocasiones se manifiesta de manera pasiva. Por ejemplo, aceptando golpes de Estado neoliberales, injusticias, fenómenos de endeudamiento, etc. Es decir, golpes que creaban las condiciones de mejor desenvolvimiento de un régimen de producción biopolítica, de un régimen deconsumoydeproducciónquedejara a buena parte de la población en la indigencia, ignorada frente a la posibi- lidad de aumentar la tasa de ganancia. Esto sigue estando vigente, y en los procesos estatal-institucionales de tipo democrático, en el sentido jurídico, se manifiesta en fenómenos de apatía, de retracción, de indiferencia y de acti- tudes destituyentes, de contrariedad con cualquier orden vigente, con cual- quiera que esté gestionando el Estado. El modo en que se ha producido en Argentina una habilitación para plan- tear que el político y la política son actores maléficos, perversos, corruptos, que se benefician a sí mismos frente a Alejandro Kaufman
  • 106. 105 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías toda ocasión, ha sido instalado como una manifestación de ese mismo régimen de producción biopolítica. No se manifiesta por la defensa de los ideales jurídico-políticos neolibe- rales, sino de esta otra manera. Para esto contribuyó la dictadura del 76, también hubo actores mediáticos y estatales que alimentaron un anhelo respecto a cuál es la posibilidad que existe de sustentar la existencia colec- tiva en este país de una forma más eficaz, anhelo que remite directamente al empresariado. El capital concentrado es el claro ideal de una amplia parte de nuestra pobla- ción, e incluso dudaría cuánto cada uno de nosotros somos menos ajenos a esa ideología de lo que solemos creer. Haría esa pregunta, no en un sentido intencional o moral, sino con el objeto de confirmar que aún estamos en un estado embrionario respecto a las pers- pectivas de pensar sobre este contexto, y de interrogarnos sobre qué es lo que realmente estamos discutiendo. Una de las consecuencias que aparecen es vernos involucrados en un debate sobre la actualidad más inmediata. ¿Cómo nos relacionamos efectivamente con esta discusión? La crítica que ataca el hecho de que la escena actual no presente ningún proyecto es una crítica verificable en tanto no hay proyecto ni promesa. En ese sentido, uno de los gestos inte- lectuales y políticos que ha habido en los últimos tiempos ha sido el de valorar las actitudes “realizativas” en el presente, valorar las acciones concretas que producen modificaciones. Frente a esta posición se ha producido una reac- ción de intensidad opositora inusitada. Una de las cuestiones que es esencial respecto de la conformación del fenó- meno llamado kirchnerismo –hoy una palabra obturadora, estigmatizante, de difícil sustentación–, es que carecemos de un discurso afirmativo sobre lo que está ocurriendo. En rigor, porque lo que está ocurriendo es módico, esta- blece un límite a lo peor que podría ocurrir. Limitar no es poco, ni algo que no valga la pena hacer. Se trata de un gesto político similar a los que han aparecido en la posguerra, hace setenta años. Cualquier discurso proyectual, prometedor, que establezca cualquier tipo de perspectiva más o menos ideal, es inverosímil y, por tanto, la acción política se limita a ciertos logros puntuales. Es lo que pasa con la lucha por los derechos humanos: un discurso que sólo tiene sentido en relación al horror, es decir, la función que cumple el horror en el régimen de producción biopolítica. Su consecuencia es redu- cirnos a un orden minimalista. La vigencia de los derechos humanos de ninguna manera se puede conseguir luchando por los derechos humanos, ni luchando por los derechos humanos se puede lograr la equidad, superar la miseria y el hambre. Los problemas actuales no tienen que ver con los derechos humanos, sino con lo social y lo político en su dimensión más radical. Porque la tortura y la desapari- ción suponen la supresión de lo social y lo político, es decir, cuando está suprimida la posibilidad de la palabra y la libertad, y lo único mejor que nos puede pasar es que no nos torturen ni nos maten. Ese es un momento donde el espacio de la lucha política se reduce a la demanda puntual para que nos dejen de torturar y asesinar. Con la lucha contra la pobreza, tal como se plantea en el orden político actual, sucede algo similar. Cuando uno lucha contra la pobreza no está solicitando un mundo utópico, ni
  • 107. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 106 socialista, ni democrático, ni convi- vencial, sino que está luchando sólo para que la gente deje de morir de hambre, que es el rango del horror en la institucionalidad democrática. La pobreza es un borde dramático y extremo, respecto del cual una lucha es módica, y en definitiva, no es tan sustantivamente diferente que la formulemos en términos socialdemó- cratas, reformistas, o peronistas, o a la manera caritativa y católica como lo hacen los agro-productores. Ahora bien, qué es el peronismo, cómo ha actuado en el orden del régimen de producción biopolítica y en torno a la vida en común. Por un lado, es módico lo que ha producido: evitar los males mayores, algo muy similar a lo que hace la lucha por los derechos humanos cuando contribuye a la interrupción de la tortura y la desaparición. Ha logradodignificar la vida en común, nada menos, pero lejos de una transformación profunda, como bien se sabe. Quienes hemos mantenido alguna relación con el pero- nismo, ha sido en forma consecuente con el límite desde el cual se le podía pedir otra cosa. En tanto el peronismo había partido de un piso de dignifica- ción de la vida colectiva, podría ser la referencia para otra cosa. Pero ¿por qué podía este movimiento ser referente de otra cosa más que de sí mismo? Porque suponía un vínculo. Cuando pensamos en las formas efectivas del vínculo en Argentina, las formas en que se ha producido la subjetividad, en el sentido político, pensamos en el discurso y la práctica que afirmaba que todo aquél que participara en ellos iba a colaborar con una acción dirigida al módico bien. Eso es lo que han tenido en común los distintos momentos del gobierno peronista. Es más que conocida la frase de Perón “no es que seamos tan buenos, sino que los otros son tan malos...”. Definitivamente había una clara conciencia de lo que se estaba haciendo, en un mundo con un futuro imposible, al organizar una forma de vida colectiva que pudiera ascender respecto de un infierno, y pudiera estar adscripta a una condi- ción de mejor habitabilidad o convi- vencialidad. Es algo que no inflama los espíritus desde una perspectiva idealista ni romántica, no remite a una utopía, pero constituye sustentación de la existencia colectiva, arraigo. Sólo es posible tener una consideración crítica hacia un discurso de esa natu- raleza si se prescinde de una posición negativista y destructiva, resentida, y si se admite que la destructividad es una condición esencial de la vida colec- tiva de esta época, la cual está some- tida a un riesgo mortal y apocalíptico radical. Vida colectiva en la cual la trama compleja de los asuntos urbanos y jurídicos que articulan la vida en común se encuentra en constante riesgo de gran dolor y destrucción, inabordable para los sujetos, y que sólo puede ser enfrentado mediante formas procedimentales y administrativas. El administrativismo, que tanto denos- tamos cuando lo pensamos ideológica- mente, no es una mera opción política o cultural; es una condición esencial de la existencia en común. Sin una actitud administrativista no podríamos tomar La manera en que el régimen de producción biopolítica nos ha sometido a una condición de dependencia de una serie de circunstancias abstractas y sustentadas por un orden técnico-administrativo –que se está incrementando cada vez más, punto en el que se debería discutir el tema de lo político– es de tal magnitud que va dejando bajo un rango de indiscernibilidad las condi- ciones subjetivas del deseo, de la voluntad y la autonomía.
  • 108. 107 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías agua. La manera en que el régimen de producciónbiopolíticanoshasometido a una condición de dependencia de una serie de circunstancias abstractas y sustentadas por un orden técnico- administrativo –que se está incremen- tando cada vez más, punto en el que se debería discutir el tema de lo político– es de tal magnitud que va dejando bajo un rango de indiscernibilidad las condiciones subjetivas del deseo, de la voluntad y la autonomía. Por lo tanto, si esto no es visto como problema, ni tampoco se ve su inconmensurabi- lidad respecto de los discursos de la política, tampoco podrán discernirse cuáles son los límites reales que tienen los discursos de la política para dar cuenta de aquello que proponen. Al mismo tiempo, se ve que los discursos políticos sólo ofrecen un bien menor o un mal menor, un orden de cosas que establezca un límite para aquello que podría suceder. Y lo que podría suceder es catastrófico. Aquello que se instituye no tiene una forma jurídico-política clara, es más bien una trama ligada a las empresas, al mercado, al consumo, a una serie de acontecimientos fluidos, que se tras- ladan de modo desarraigado, que no necesitan de las poblaciones ni de las institucionespolíticasnidelosdiscursos culturales, aunque pueden articularse con todos ellos, permeándolos de maneras transversales y fluctuantes. En estos días transitamos la discusión sobre la ley de los medios de comuni- cación. Dicha ley lo único que puede hacer es destituir a una forma de poder, que es Clarín y todas sus demás exten- siones, articulaciones y semejantes. Pero sobre el futuro no puede decirnos mucho, porque efectivamente, a pesar de la desarticulación de Clarín, más adelante habrá otros monopolios que no estén inscriptos en lo que permite o deja de permitir una ley, sino en las condiciones técnicas y administrativas por las cuales se produce la sustenta- bilidad del vínculo colectivo. Y esto es ineludible, mucho más si no se percibe su gravitación. No estamos sumidos en la impotencia, ni todo da lo mismo, pero cualquiera de las variables que se presenten posee muy corto alcance y poca capacidad de prever lo que va a ocurrir. Porque la iniciativa de lo que va a ocurrir no reside en las estructuras jurídico-políticas, ni en el sujeto colec- tivo, sino en el régimen de producción biopolítica. Régimen estrechamente vinculado con el capital y con las condiciones a partir de las cuales es posible producir innovación, crear formas para la vida en común, que se vuelven ineludibles, ineluctables e inmodificables. Uno puede ejercer una contracultura o una crítica contra esos fenómenos; puede también resistirse, o ejercer contraposiciones, pero para ello se precisa un debate sobre qué es lo que está ocurriendo. Entonces, desde hace varios años, tenemos un panorama de sujetos atrapados dentro de lo que se supone que es el discurso jurídico-político, que proceden por medio de la discur- sividad proyectual y prometedora. Discursos imposibles de argumentar y sostener en forma práctica y que operan sólo para tranquilizar concien- cias que no desean verse involucradas con las estigmatizaciones. El modelo neoliberal, agrario-empre- sarial y socialmente organizado por formas existenciales, no se articula con estructuras jurídico-políticas a causa de falencias o por falta de imaginación, sino simplemente porque no existe una lógica de esos devenires económico- políticos que la demanden. No hay
  • 109. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías 108 interés en constituir este tipo de estruc- turación, en el sentido más sustancial y estratégico del término. Al contrario, los actores que se ven beneficiados por otras entidades políticas que definen su existencia, la sostienen a lo largo de décadas –como es el caso del pero- nismo y el radicalismo, dos palabras que son muy poco útiles para pensar la Argentina actual. En lugar de pero- nismo tendríamos que decir: imagi- nario colectivo alrededor de la equidad y la justicia social; y en lugar de radica- lismo: imaginario colectivo alrededor del acceso gratuito y universal al saber o a la profesionalidad. Se trata de dos modalidades altamente consistentes, o estrictamente hablando, de verdaderas instituciones del país. Si alguien quiere destruir la educación pública, no puede hacerlo, para ello debería matar o encarcelar con brutalidad a cente- nares de personas. Un ministro cayó en dos días por su intento de denigrar el régimen universitario y educativo. La pregunta por la institución es ¿dónde está el poder, dónde está aquella fuerza que nos impide modi- ficar una determinada circunstancia o nos establece un límite? En el caso de la educación pública hay un límite deci- sivo. La educación es una demanda tan clara y establecida, que diversas comu- nidades, como por ejemplo las confe- sionales que establecen articulaciones con la educación pública, o cualquier otro actor, no necesitan hacer dema- siado para disponer de una estructura educativa proliferante, dado que ya se posee una trama ideológica y procedi- mental sobre la cual instalarse. Noso- tros crecemos, nos constituimos como sujetos en relación con ese proyecto, y lo mismo ocurre con la experiencia de los trabajadores y el ámbito social. Esas son las más claras instituciones en Argentina, y también lo son aquellas que desisten de cualquier interés por la legitimidad o sustentabilidad de lo jurídico-político a favor del auge de la privatización. Hay una creencia bastante generali- zada, implícita, acerca de que podría no haber institución jurídica o polí- tica, sino más bien sólo una suerte de estamento corporativo-administrativo que regulara y gestionara los asuntos, y que sobre todo se ocupara de la seguridad simbolizada en la reja y la aplicación de la pena de muerte sobre los pobres. La misma lógica sobre la que se aplicó el country, el shopping, la lógica de una ciudad consumista que se vuelve indiferente a las instituciones jurídico-políticas. Dentro de la discusión intelec- tual y política, los promotores de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual han (hemos) actuado en el sentido de intervenir en el presente con el objeto de establecer límites respecto de lo que puede ocurrir, y con eso se han (¿nos hemos?) conformado. Debido a una experiencia trágica, brutal y dolorosa de la que somos sobrevivientes, se ha instalado el uso de una serie de símbolos y lenguajes en relación a un presente respecto del cual se intuye que lo mejor que se puede hacer es establecer límites en relación a lo peor que podría ocurrir. Por eso es módico, mediocre, imper- fecto, y los intelectuales que se expresan (nos expresamos) en forma adherente tampoco pretenden (pretendemos) proyectar el futuro. Ésta es precisa- mente una de las críticas de las que el colectivo de la Carta abierta ha sido objeto desde sectores del progresismo. Por eso también es difícil la crítica, porque tampoco ella es muy rele- vante ni importa demasiado. La crítica
  • 110. 109 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Conflictos y armonías termina siendo enunciada como una cuestión moral, porque en el fondo nadie sabe cómo podrían modificarse aquellas cosas con las que no estamos de acuerdo. Hay una condición ineluc- table, de tal nivel de impermeabilidad a la intervención, que todo lo que se pueda hacer desde la política es una acción de salvamento, de derechos humanos, de tipo humanitario: que no haya tanta violencia, ni tanta crueldad, ni tanta injusticia, ni tantos pobres. Es algo muy cristiano, y no está mal que sea así, pero habría que reivindicarlo de manera más explícita para desenvolver una crítica mejor definida contra los falsos cristianos que hay en esta época: aquellos que se denominan como tales y reivindican la realidad, y los que no se reivindican como tales y se hacen llamar de izquierda pero razonan en rigor de la misma manera moralista. Toda discusión política sobre la Ciudad de Buenos Aires no debería hacer omisión de la aglutinación demográfica, el principal tema de fondo. Sin la resolución de este tema, no hay una salida deseable respecto a este colectivo que formamos a la vera del Río de la Plata. No hay forma de resolver el problema habita- cional de la ciudad, si no se desaglu- tina el fenómeno demográfico de Argentina. Esto lo sabe la derecha y ante ello actúa represivamente, y el progresismo intenta atenuarlo, pero respecto de su propio discurso se vuelve inconsecuente. Estamos frente a un problema de lenguaje, y las “cartas abiertas” han hecho una propuesta efectiva sobre el lenguaje, pero queda todavía mucho por hacer si quieren ser sometidas a un análisis por fuera de lo que han signifi- cadocomoaccionespolíticasconcretas. Su valor no consiste en haber produ- cido cambios relacionados con lo que enunciaron, sino en haber formulado un actitud de prestigio moral, inte- lectual y cultural a favor de algo que fue denostado con odio e injusticia. Atravesamos un contexto de coacción, establecido por una forma literaria que desciende desde el periodismo y los grandes medios de comunicación, una forma racista y estigmatizadora, que postula como “negros” a aque- llos que se posicionan en una política populista. En el terreno del acuerdo y del consenso no hay interlocución posible respecto de la protección del sector más marginado de la población. Para ello no hay disponibles opciones que prescindan de la abnegación y la esperanza, a pesar de todo. (*) Conferencia brindada en el marco del ciclo “Legados y porvenir: Argentina en el Bicentenario”, organizado por la Biblioteca Nacional durante el 2009. (**)Paraunareformulaciónyampliación de lo aquí expuesto, cfr.: “Políticas para un futuro imposible”, Pensamiento de los confines N° 25, Buenos Aires, noviembre de 2009; “Expectativa de una inquietud política”, Nombres N° 24, Córdoba, 2010; “¿Reparar el mundo? Notas sobre la supervivencia”, Pensamiento de los confines N° 26, Buenos Aires, 2010.
  • 111. Lo sabemos, pues frecuen- temente nos ha sido adver- tido: la lectura de la historia resulta productiva cuando se la emprende desde las exigen- cias del presente. Bajo esta sentencia, tan cara a la tradi- ción de la crítica, solemos pensar las facultades de la memoria. Ella procede por selección arbitraria de las imágenes del pasado. Recordar es también olvidar. Pero, ¿qué ocurre cuando esas imágenes fijan nuestra percepción de los sucesos acaecidos, cristalizando íconos que retornan como estereotipos? ¿Cuándo podemos determinar efectiva- mente que el presente es soberano sobre el pasado y puede escoger en él nuevas fuentes de inspiración? ¿Cuándo logra recordar la memoria y cuándo se pierde en un ejercicio de mera reiteración conmemorativa? Rara vez nos encontramos con la sensación de estar siendo parte de la historia, y cuando lo hacemos, experimentamos la felicidad inédita de sentirnos protagonistas de una época e intérpretes de fuerzas preté- ritas subterráneas. Son circunstancias de convulsiones personales y colectivas, en las que nace un nuevo calendario que difumina las secuencias temporales. Pero tales instantes sublimes brotan efímeros sin que logremos afirmar todo su potencial. En un ciclo donde el recuerdo se impone como obligación, resulta fundamental reabrir una “imaginación creadora” capaz de recobrar la osadía de ensayar nuevas posibilidades de vida. Los artículos que presentamos aquí, cada uno a su manera, retoman la hebra de estas intuiciones. Como si fueran incisivas dagas del pensamiento que se introducen en los aspectos más hondos y enig- máticos de nuestro ser actual. Imágenes y memoria
  • 112. La distancia entre el tiempo histórico y el tiempo de la experiencia personal resulta inconmensurable. ¿Cómo saldar esa distancia y fundir la propia vida en el flujo de la historia? No es posible ensayar una respuesta certera a este interrogante sin abordar los fundamentos mitológicos más profundos que nos vienen dados. Como sugiere León Rozitchner, la Ley paterna, el cristianismo y el capitalismo financiero forman una tríada que borra la materia- lidad afectiva originaria. Héctor Schmucler parte de preocupaciones parecidas: no podrá percibirse críticamente el pasado si no se pone en juego la propia sensibilidad en esa búsqueda. Sólo así, recuperando la fragilidad de la experiencia personal, es posible aventurar nuevos sentidos para una memoria que se nos ofrece como espectáculo. David Oubiña piensa las imágenes con las que se construye la memoria. Ellas se erigen como el fondo en el que una nación se percibe a sí misma. Sin embargo, el cine no pudo resolver su vínculo con el horror. ¿Cómo mostrar su relación con aquello inenarrable? Luego de los campos de exterminio este dilema permanece abierto; también para el cine argentino en su desafío por narrar los crímenes de la dictadura. Horacio González, finalmente, parte de la pregunta sobre cómo la historia puede pensarse a sí misma. Si ella se refiere a un conjunto de textos que pueden considerarse fundadores, no menos cierto es que esos textos se ven compelidos a ocultar la violencia de origen con la que se crea todo Estado. El Plan de operaciones de Mariano Moreno, y la discusión que suscitó respecto a su autoría, nos propor- cionan un documento emblemático de esta tensión entre la historia y sus formas de escritura.
  • 113. 112 Celebrar el segundo Centenario(*) Por León Rozitchner ¿Qué se conmemora cuando se habla del Bicentenario? ¿A qué alude esa palabra, tan evidente y a la vez tan encubridora? ¿Es ésta una fecha que nos interpela o, por el contrario, se presenta como una celebración formal y ajena a nuestra experiencia cotidiana? LeónRozitchnerproponeabordarestaspreguntas bajo el supuesto de que en ellas hay un conflicto más hondo que yace excluido de las conside- raciones más habituales: la existencia de una temporalidad de la historia (el tiempo abstracto, teológico,estatalydelarazónmodernaoccidental) y un tiempo vivido (afectivo, imaginario, simbó- lico,arcaicoycorporal).Estasdosdimensionesdel tiempo, su faz mórbida y cronológica y su reverso vivo, son inconmensurables. Sólo en fugaces y extrañas ocasiones ambas logran fusionarse en un tiempo único, el tiempo revolucionario, que funda un nuevo calendario haciendo vivir toda la historia de la humanidad en ese acontecimiento. De eso se trata, entonces, el desafío: hacer propio el tiempo de la historia. Y esta exigencia precisa desmontar todas las formas de sujeción que se remontan al fundamento originario de la vida: la imposición de la Ley patriarcal, la mitología cristiana y el capitalismo dinerario. Todos estos modos someten la existencia sin-tiempo de la infancia ligada al cuerpo materno. En el artículo que entregamos aquí se condensan reflexiones que recuperan la cualidad más inci- siva de la filosofía: su capacidad crítica de hundir las raíces del pensamiento en los núcleos más profundos de nuestro ser para restituir un cuerpo colectivo despojado del terror y la sumisión.
  • 114. 113 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria Hablar sobre el Bicentenario lleva a preguntarnos por la distancia que el tiempo nos plantea en el campo polí- tico.Parapoderacercarmeunpocomás prefiero hablar del Centenario, es decir de la última parte del Bicentenario, esa que de alguna manera nos incluye al mismo tiempo a todos los argentinos en el tiempo de la historia. Uno se pregunta qué pasa con este festejo al cual el Estado nos convoca, la invitación a celebrar el Bicentenario de la independencia respecto a España, y el inicio de una aventura que se llama la Nación Argentina, en esta fracción terrestre que nosotros consideramos como patria. Centenario es una cifra, evoca cien años. Siempre la medida del tiempo está dada desde la temporalidad vivida, en este caso también humana, por más que la abstracción numé- rica la convierta en “objetiva” y se olvide del espacio: como si el tiempo fuera puramente tiempo. Pero uno se pregunta: ¿qué nos pasa con la proxi- midad consciente pero vivenciada al Bicentenario, del que nos sentimos tan distantes? ¿Esto a lo que el Estado nos convoca tiene realmente reso- nancia, penetra en mí como algo que integre ese tiempo que, como se dice, “me es propio”, en el tiempo de su historia? Participar y celebrar, de eso se trata. Por lo que uno percibe esta resonancia social no es muy intensa, y más bien entra a formar parte de una especie de formalismo de la evocación respecto a ciertos acontecimientos que sucedieron hace 200 años. Así evocado ese acontecimiento revolu- cionario no afecta ni condiciona mi memoria. Y puesto que nos convoca al cumplir doscientos años, intentaría tratar de entender qué es lo que nos ha pasado después de que ese hecho que conmemoramos sucediera, y para volver a darle vida borrar esa distancia en nuestro presente. Ese acontecimiento, sin embargo, se sigue sucediendo incesantemente puesto que ha determinado desde allí el nacimiento de la nación, y el nuestro dentro de ella, y es aquello que nos lleva a pensar el problema del tiempo. Hablo del tiempo en este sentido: el compromiso del tiempo personal vivido, amojonado entre el nacimiento y la muerte, y la reper- cusión que ese cuerpo siente respecto del tiempo histórico del Centenario. Todo tiempo es tiempo sentido, el que funda la memoria. ¿A qué me convoca el Centenario, qué es lo que repercute de ese tiempo en mí tiempo, es decir en mi memoria? La memoria nos convoca puesto que es ella la que retiene el devenir del tiempo. Como dije antes, el Centenario es ante todo una medida del tiempo histó- rico. El tiempo de la historia, si debo sentirlo para compartirlo, se confunde y se funde al principio con el propio nacimiento; pero nuestro nacimiento no es al principio el nacimiento al tiempo de la historia. El tiempo de la historia todavía no existe para el niño aunque hemos nacido en una “época” histórica: el niño vive en el sin-tiempo. El sentimiento del tiempo se abre poco a poco desde que uno nace, el tiempo anterior a nuestra existencia aparecerá sólo cuando lo pensamos, y entonces ese pasado nos es ajeno: aparece como un tiempo remoto. Es gris y penum- broso, tiempo muerto: el tiempo vivo vive del que nosotros le prestamos con nuestro cuerpo desde que nacemos. Al principio el tiempo entonces tampoco pertenece al tiempo abstracto de los festejos patrios, que nos es comple- tamente externo. Éste se mide por
  • 115. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 114 decenas de años, centenas sobre todo (centenarios, siglos) y después milenios: un tiempo irreductible por lo distante de nuestra experiencia, tanto que ni siquierapodemosimaginarlo.Eltiempo vivido se resiste a incluirse en el tiempo pasado como si le fuera heterogéneo. Esto se explica si comprendemos que la estruc- tura del sujeto está constituida por estratos que pueden actuali- zarse siguiendo el derrotero de su propio desarrollo, o en cambio puede vivirse cada uno separado de los otros, o afir- mados al mismo tiempo pese a moverse cada uno de ellos en tiempos distintos. Cada tiempo –el arcaico, el afectivo, el imaginario, el simbólico– conserva siempre la marca de su origen y corres- ponde a experiencias distintas en la medida en que prolongan o se distan- cian del cuerpo. Dos tiempos simultáneos y opuestos Alprincipiohayentoncesdostiempos, sin común medida: el tiempo de la historia y el tiempo propio vivido. La historia nos es ex–tempo-ránea. Y de algún modo es como si esta medida del tiempo reclamara la aproximación de los sujetos al tiempo de la historia, porque también participamos de una fracción de ese tiempo que nos incluye, y que incluye necesariamente a aquellos que nos antecedieron. Ese tiempo pasado se aprende por lo que nos cuentan o nos imaginamos en las personas o en las cosas que vemos. Hay que expandir el sentir del cuerpo para sentirlo en nuestro cuerpo. Sólo mucho más adelante, en momentos destellantes y efímeros, ambos tiempos confluyen y se funden en uno: es el acontecimiento “revo- lucionario” donde el tiempo indi- vidual y el tiempo social se unifican poniendo en juego simultáneamente todos los estratos. Por eso san Agustín nos dice del tiempo: “si nadie me pregunta lo sé, pero si trato de explicár- selo a quien me lo pregunta, no lo sé” (Conf. xi, 14). Cuando no lo pienso sí lo sé; cuando lo pienso, no lo sé. Son dos tiempos y dos vivencias distintas del tiempo, tajantemente separadas: uno sin conciencia, con el afecto originario y absoluto de la infancia arcaica, otro con el concepto que abre en la conciencia el puro pensamiento. Porque si hay dos tiempos, y están tajantemente separados, entonces puede haber dos muertes: la finita del cuerpo, la infinita del alma. Dios, intemporal e infinito como Agustín lo siente, está dentro de uno puesto que convirtió al dios trascendente judío en dios inmanente cristiano y le dio como residencia el lugar interno de la madre, ocupando su espacio al desplazarla. Y así el sin-tiempo arcaico del acogimiento sensible vivido con la madre se convierte en tiempo patriarcal abstracto, infinito y divino. Entonces el tiempo finito de la historia humana queda como un momento fugaz e insensato del tránsito de lo infinito a lo infinito. Es la promesa realizada de la bienaven- turanza salvadora que nos promete el santo si nos hacemos cristianos. Siqueremossalvarnosimagina- riamente de la muerte debemos conservar intacta y separada la experiencia del sin-tiempo arcaico, cuando para el recién nacido el tiempo no existía y era a su manera “eterno”, pero para mantenerlo y reafirmarlo en el tiempo fugaz de la vida finita que la muerte devora. Para poder creer ya adultos que somos eternos nos debe acompañar el sentimiento arcaico del sin-tiempo, como si el final de la vida nos estu- viera esperando convertido en tiempo infinito.
  • 116. 115 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria A partir de aquí uno vuelve a interro- garse sobre la proximidad del tiempo sensible cuya cercanía buscamos. Hay tiempos que asustan, por ejemplo el que Pascal tenía presente cuando de pronto, mirando al cielo y las estre- llas exclamaba angustiado: “los espacios infinitos me aterran”. Los espacios infi- nitos nos revelan el tiempo infinito, la esencia temporal de su existencia espacial: la unidad indisoluble e inso- portable del tiempo y del espacio, del cuerpo y del pensamiento. Esto es lo que aterra: cuando el tiempo infinito pensado nos penetra hasta el estrato más sensible y finito del cuerpo y sentimos que somos mortales. Y como ya sabemos, la apuesta pascaliana no afecta al sentimiento: sólo se debate en el estrato del cálculo abstracto. No es para menos, porque ese espacio infi- nito también es medible bajo medidas humanas finitas. Cuando se habla de años luz, se está hablando de años, de medidas del tiempo de la vida humana con la cual se trata de comprender las dimensiones cósmicas para, de alguna manera, hacer que la carne sienta lo infinito, incluirlo en la propia perspec- tiva subjetiva abriendo un sentimiento para que el tiempo infinito tenga que ver con el tiempo finito de la propia vida. Que lo logre o no, todo depende del contacto que mantengan entre sí los distintos estratos: de la escisiones que vive el sujeto. Si queremos salvarnos imaginaria- mente de la muerte debemos conservar intacta y separada la experiencia del sin-tiempo arcaico, cuando para el recién nacido el tiempo no existía y era a su manera “eterno”, pero para mante- nerlo y reafirmarlo en el tiempo fugaz de la vida finita que la muerte devora. Para poder creer ya adultos que somos eternos nos debe acompañar el senti- miento arcaico del sin-tiempo, como si el final de la vida nos estuviera espe- rando convertido en tiempo infinito. Al decir años-luz, aunque evidente- mente es inconmensurable e infinita la relación que señala con el tiempo humano, estamos igualmente impli- cados en esa temporalidad infinita, pero al menos nos permite distanciarla y convertirla en abstracta: el tiempo científico es un tiempo insensible. Pero eso no les pasa a los astronautas que en sus naves espaciales, atentos sólo al cálculo abstracto, están profesio- nalmente comprometidos sólo en el tiempo abstracto finito, anodinamente apasionado de un partido de futbol que la TV les acerca mientras navegan en los espacios infinitos: “dos tiempos” de 45 minutos cada uno. Borran la distancia que separa al tiempo finito del tiempo infinito. El tiempo cien- tífico congela el tiempo finito de nuestra propia vida sin permitir que se prolongue y se verifique en el mundo humano ese tiempo abso- luto, el sin tiempo de nuestra prema- turación arcaica: Dios por un lado, la ciencia por el otro. Y justa- mente,porformar parte nuestro tiempo finito de esa temporalidad infinita es posible que un Lévi-Strauss pueda decir –para horror y consuelo de un destino del que nadie está a salvo– que la Tierra comenzó sin nosotros, Frente a esa inconmensura- bilidad del tiempo infinito, la vida que fue separada del cuerpo, la distancia mayor que con él así abrimos hace que el instante de la propia vida en su fugacidad sea también impen- sable. Pero si postulamos que nosotros también formamos parte de un tiempo homo- géneo con el del Centenario que rememoramos, es porque queremos, a diferencia de Hegel, donde el movimiento –el tiempo– que ponía en juego la dialéctica del Ser y la Nada venía desde afuera, afirmamos en cambio un tiempo que viene desde adentro de nuestra propia experiencia del cuerpo.
  • 117. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 116 y va a terminar sin nosotros. Algunos entienden entonces que el tiempo de “la estructura”, por ser tan abstracto, escapa al círculo de la dialéctica hege- liana: se convierte en un tiempo lineal nuevamente donde lo infinito está tanto atrás, en el origen, y que lo encontra- remos en el término de la vida humana: en el sujeto, como soporte de determinaciones externas, nunca coinciden en el mismomomento, y entonces lo infinito nunca puede afectarnos. Sabemos del tiempo, pero no lo sentimos. El falso infinito de la linealidad del tiempo abstracto vence a la circu- laridad donde lo finito y lo infinito del saber abso- luto hegeliano se conciliaban en la conciencia abstracta de cada sujeto como un saber sin sentimiento. O más bien que venció, “superó” al sentimiento: el saber racional de la conciencia subjetiva coincide con la razón de la Idea. Frente a esa inconmensurabilidad del tiempo infinito, la vida que fue sepa- rada del cuerpo, la distancia mayor que con él así abrimos hace que el instante de la propia vida en su fugacidad sea también impensable. Pero si postu- lamos que nosotros también formamos parte de un tiempo homogéneo con el del Centenario que rememoramos, es porque queremos, a diferencia de Hegel, donde el movimiento –el tiempo– que ponía en juego la dialé- ctica del Ser y la Nada venía desde afuera, afirmamos en cambio un tiempo que viene desde adentro de nuestra propia experiencia del cuerpo. Apropiarnos del tiempo de la historia Incluir nuestro tiempo individual en el tiempo social es una difícil tarea que nadie nos enseña. Para lograr aproxi- marse y hacer propio el tiempo de la historia en el tiempo personal uno, en algún momento, acudió también a ciertas astucias imaginarias que nos acercan a comprender y hacer que esa temporalidad se imbrique en la propia vida. Por ejemplo, cuando Osvaldo Bayer me contaba que su abuela había muerto a los cien años, de pronto se me ocurrió pensar que entonces del BicentenariodenuestraIndependencia nos separan sólo dos unidades de “abuela de Bayer”. Es decir, son nada más que dos vidas completas, a las cuales con el desarrollo de la medi- cina hoy podemos aspirar casi todos a una. Pero al mismo tiempo revela una continuidad material del tiempo de las generaciones que se van (nos van) sucediendo: yo hijo y tú padre, tu madre es mi abuela, y la madre de tu abuela es mi bisabuela, y así etc.) Los cuerpos que se unen engendran la materia del tiempo. Yo mismo podría decir que dentro de poco tiempo podría llegar a ocupar con mi propia vida un centenario de la vida histórica. Aquí, evidentemente, la relación con la historia y su decurso deja de ser para- lela: produce una aproximación un tanto inquietante. Y si reflexionamos con esa unidad de medida “abuela de Bayer”, podemos pensar que de la conquista de América nos separan Por lo tanto, esta convocatoria que celebra el Bicentenario de la independencia argen- tina plantea un desafío: que esta distancia se acorte y se aproxime, para que deje de ser un cómputo cuantitativo que me lleve a equiparar la medida de mi vida con un siglo y concebir mi tiempo vital como fracción substancial del tiempo de la historia, comprendiendo entonces que el sujeto forma parte de ese tiempo. Que tenemos corporal y temporal- mente su propia substancia. Y que ese sujeto disminuido y humillado que es uno pueda aspirar a ser núcleo donde se debate la verdad histórica.
  • 118. 117 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria sólo cinco vidas de “abuela de Bayer”. Pensemos lo que Marx decía: todos los cuerpos humamos, cada uno de noso- tros, tenemos un cuerpo común que es la Naturaleza. ¿La historia es un tiempo homogéneo con el tiempo del decurso del sujeto, tienen ambos una misma substancia? La conquista de América se aproxima de este modo también a nosotros, y esa cercanía nos permite comprender que somos contemporá- neos de la historia pasada y hacer que en un punto, en el de nuestra propia vida, ambas coincidan. Y justamente esta búsqueda de la contemporaneidad de la historia pasada hace que el tiempo de la historia se aproxime. Quizá hasta nos desafíe a ser un poco partícipes de ella, sobre todo teniendo presente algo mucho más magno, el hecho de que nos separan nada más que veinte vidas de “abuela de Bayer” del adveni- miento del cristianismo y de la cultura cristiana: esa historia donde el tiempo finito se hizo tiempo infinito, pero sin espacio. La historia puede anclar en la experiencia del cuerpo: de cierta manera somos sus con-temporáneos. Eso es lo que a uno le ha permitido atreverse a tomar a un autor como San Agustín, y discutir mano a mano con él aunque nos separen 1700 años, como si fuera nuestro contempo- ráneo, perdiendo esa desmesura de la grandeza que marca la distancia de los siglos, de tan separados que estamos. Un intento de aproximar la historia a los cuerpos ciudadanos Por lo tanto, esta convocatoria que celebra el Bicentenario de la inde- pendencia argentina plantea un desafío: que esta distancia se acorte y se aproxime, para que deje de ser un cómputo cuantitativo que me lleve a equiparar la medida de mi vida con un siglo y concebir mi tiempo vital como fracción substancial del tiempo de la historia, comprendiendo entonces que el sujeto forma parte de ese tiempo. Que tenemos corporal y temporal- mente su propia substancia. Y que ese sujeto disminuido y humillado que es uno pueda aspirar a ser núcleo donde se debate la verdad histórica. Hasta acá todo es bastante simple y evidente. Lo que trato de explicarme es: ¿cómo hacer para mostrar que el tiempo de la historia, en el grano menudo que ella va desarrollando, está presente corporalmente también en mí? Tratar de pensar esa distancia que estamos viviendo muchos de nosotros, y que relega la celebración al ámbito de los colegios donde se canta el himno patrio, o las ceremonias del Estado y desfiles militares cuando el calendario las tiñe de rojo. ¿No será necesario reflexionar un poco más para tratar de pensarnos con el tiempo de la historia, para pensar que el tiempo histórico adviene como condición de nuestra propia vida? Heidegger escribió Ser y tiempo. Esa frase señala una distancia que coloca por un lado al Ser y por otro lado al Tiempo, aunque nos diga que es para franquearla y tender un puente. Pero el problema es que somos por esencia espiritual seres temporales y, por lo tanto, tenemos que tratar de que esa “y” no represente distanciamiento sino inclusión pese a la distancia. Porque esa distancia es segunda pero no primera: hay dos tiempos en el tiempo y ambos son históricos. Somos seres temporales y en ese sentido participamos de una temporalidad particular que es desde el comienzo la del espacio temporal de la historia. Por lo tanto, esta temporalidad
  • 119. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 118 es distinta a las otras temporalidades que podemos juzgar, que se producen y suceden en los múltiples modos –físico, biológico– del tiempo del mundo: tiempos simultáneos. El animal no sabe que va a morir, no sabe del tiempo y, como diría Borges, es inmortal: el tiempo no aparece para él como una condición que limitaría su acción y su vida. Borges cree que el animal “no sabe” que muere (como si no lo sintiera). Y en ese sentido, uno piensa también: ¿no hay formas de inclusióndeltiempoqueenvezdeabrir el tiempo –el hecho de que el hombre, por una especie de misterio-, tiene un tiempo finito que le ha sido dado por vivir– en realidad lo cierra? Efectiva- mente, es realmente un misterio que haya una porción de materia dentro de esa infinitud o inconmensurabi- lidad que abarca lo que denominamos cosmos; y que aparezca en este planeta, fracción minúscula de toda esa inmen- sidad, una porción de esa materia que sea “yo mismo”, esa materia animada por la vida en un cuerpo, el mío, que puede decir “yo”. Este lugar del “yo” inaugura la posibilidad de incluir el tiempo desde una dimensión más honda, que no está presente en aquella proposición cuasi abstracta que nos hace el Estado, el cual habla de un tiempo que dudo que corresponda a la temporalidad que cada uno vive íntimamente como vida propia. Pero es igualmente cierto que uno en tanto sujeto está múltiplemente determi- nado, y es relativo a la historia, y por lo tanto relativo también al Estado. ¿Dónde se origina el tiempo? En ese sentido, uno se pregunta: ¿cuál es entonces el origen de esta tempo- ralidad?, ¿cómo temporalizar nuestra propia subjetividad, nuestra propia corporalidad, como para sentirnos más partícipes del tiempo de la historia? Porque las distancias siguen sobreagre- gándose en las formas que el Estado regula nuestra relación con la historia. La historia de la independencia que unohaescuchado,leídooaprendidoen la escuela, señala más bien la apertura de una distancia incolmable. Frente a los hombres que realizaron la hazaña el ciudadano entra en una relación de reverencia, y por lo tanto de sepa- ración humillada. La gloria inmortal de los grandes patriotas convierte en esplendor divino todo lo que toca. Uno continúa preguntándose: ¿cómo llega el tiempo a poder constituirse como tal, puesto que sabemos que el tiempo en su origen es subjetivo, y que nosotros somos su medida? Las varas del cuerpo no son como las varas del lienzo que la lógica del intercambio de mercancías remite al equivalente general: ninguna vida humana equi- vale a algo, y no por no ser nada sino por ser alguien. El niño nace sin conciencia del tiempo, el niño es en el tiempo, y más todavía, dado que no hay conciencia de ese tiempo y en su primera etapa está en confusión, en unidad y simbiosis con lo materno: vive a su manera un tiempo glorioso y absoluto con el cual se confunde. Se funda al con-fundirse con la madre. Vive una vida que ha sido llamada después como “la vida feliz”, la vida a la cual todos los autores que hablan del futuro se refieren como Paraíso perdido: el primer presente que será la medida sentida de todo futuro. Es decir, hay un lugar en que el sin-tiempo inaugura la propia vida en nuestro ser; una pre-maturación que es propia del hombre dentro de las inmensas espe-
  • 120. 119 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria cies de animales y que hace que viva intensamente algo que no correspon- derá luego al tiempo “objetivo” de la realidad adulta, y que sin embargo va a ser determinante para todo el resto de su vida, esa que luego será computable en segundos, minutos, horas, años y hasta siglos. El niño está fuera del tiempo en el tiempo. El fundamento del tiempo humano es la des-mesura. La vida feliz Nosotros nacemos al tiempo desde el sin-tiempo. Porque esta figura primera donde formamos una unidad con la madre es una unidad autosuficiente, donde el acogimiento ensoñado materno, tanto para el niño como para ella, no requería de ningún inter- cambio determinado por las leyes del valor o por las leyes del Estado. Simple- mente es una unidad que se realiza por el hecho mismo del estar el uno formando parte todavía del otro, sepa- rándose en el espacio del otro donde se había gestado y al que sigue unido, en un nivel de tal cercanía que resulta ser el más heterogéneo y distante que podamos sentir y pensar respecto del tiempo del hombre adulto frente a las condiciones del Estado, de la política, y de la historia. Por eso esta etapa primera es presen- tada, aun por aquellos autores que relegan lo materno, como la “vida feliz”, el “paraíso perdido” origi- nario. San Agustín sostenía que todos los hombres, antes de ingresar en la memoria que está como fundamento de la vida, en el origen, hemos tenido una vida feliz; y aun Marx añoraba “la atracción eterna del momento que no volverá nunca más”, refiriéndose en este caso a los niños y hombres de Grecia, ya que los griegos eran niños normales, a diferencia de los nuestros. Hay en estos autores una referencia a la niñez que está marcada con letra inde- leble, y al mismo tiempo se encuentra encubierta: un mundo feliz anterior a este mundo que buscan a tientas. Pero no van a encontrar a ningún filósofo racionalista que plantee el lugar de lo materno como el origen de la inolvi- dable felicidad histórica del hombre. Por el contrario, un Lacan llega a decir ensusprimerostrabajosquelalactancia es un estado “natural” que vive la madre con el hijo, y que la historia y la cultura que allí desaparece se inicia para el infante luego del destete: con el comienzo del estadio del espejo y el cuerpo hecho pedazos: “morcélé”, para decirlo en lengua franca. Es muy extraño todo esto. Hay un intento de relegar lo materno y no ver que también es histórico desde el comienzo de la gestación misma y que esa existencia sin-tiempo va a permanecer para siempre, pero sin conciencia, como su fundamento imborrable. En rigor, podríamos seguir diciendo: si éste es el comienzo que se nos ofrece como derrotero en el campo de la historia a través del Estado (y del mito religioso que lo acompaña), ¿qué es lo que tuvo que pasar para que ese momento originario haya quedado como insignificante, sin palabras, pese a ser la madre la primera en enseñarlas? Porque, como sabemos, la reflexión teo-filosófica comienza con el Verbo, y eso es el comienzo del cristianismo: el Verbo inserta el espíritu en el cuerpo natural del hombre, la lengua materna que crea las primeras significaciones sonoras no existe. El pensamiento sólo nace con el Verbo, que es siempre del padre. Por lo tanto, hay simultáneamente una
  • 121. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 120 separación entre una historia temporal sin-tiempo que el niño vive como momento absoluto, previo al tiempo que va a ir madurando en la prematu- ración de su cuerpo, y hay una historia temporal con-tiempo (puesto que es social y adulta la historia que la madre vive con el hijo). El primer tiempo es el que se inicia con el nacimiento en el hijo; el segundo tiempo es el que simultáneamente la madre prolonga el tiempo de las generaciones anteriores en su propia historia. La lengua materna El “éxtasis” del tiempo que la madre vive con el niño es actualidad pura, no se abre en los tres éxtasis del tiempo –presente, pasado y futuro– de la feno- menología. De todos modos, aunque la madre sea el lugar de ese acogimiento primero donde el tiempo sólo existe como “duración” y no como “tiempo” contable, sin embargo ese momento va a ser deter- minante para el desarrollo de la vida del niño en el cual se abrirá su propio tiempo para cuando sea grande. Por ejemplo, en las culturas patriar- cales como es la nuestra el advenimiento del lenguaje no tiene génesis histórica que lo haya creado. El lenguaje es aquello que hace que el hombre sea hombre, por lo tanto no sería producto de la creación humana, se dice, porque la lengua aún no exis- tiría como tampoco el hombre que la hable para poder crearla. El naci- miento del hombre y el nacimiento de la lengua son simultáneos: un círculo sin entrada ni salida. A lo sumo, como diría Heidegger, es el Ser quien habla en el habla. Hay un Ser que luego de darnos a luz la madre aparece hablando en nosotros y abriendo, a través de la palabra, el espacio del tiempo que el cuerpo le ofrece como el Da sensible al Sein espiritual: la apertura de un presente que se distingue del pasado sin tiempo del cual viene, y se abre hacia el futuro al cual tiende. En ese sentido, estos tres llamados éxtasis del tiempo no son comparables con el éxtasis que el niño ha vivido con la madre en el sin-tiempo que la mística adulta acoge como su elemento. ¿Había o no había “habla” materna irreductible a la palabra paterna? Eso es lo que trataremos de comprender para llegar después al problema del Estado y del sujeto dentro del Estado. ¿La “celebración” del habla materna no es previa a la celebración del Bicentenario? Celebrar a la madre como unas Pascuas. Vertical y horizontal: la historia del acceso a la historia Si el lenguaje aparece con la palabra patriarcal, con una lengua ya consti- tuida, parecería que en la relación con la madre no hubo génesis de la palabra en su habla, como si la madre no hubiera sido el lugar donde se elabo- raron las primeras significaciones, aunque éstas se producen sin repre- sentación ni signos, sin expresiones verbales orgánicamente constituidas como lengua plena y codificada. La El problema aparece cuando nos preguntamos por qué la lengua materna, ésta que es el lugar que podemos pensar como originario de aquello que luego se convertirá en palabra, no es rescatado como lo que está en el origen de la cultura, puesto que cuando la madre habla con el niño lo hace sobre fondo de un lenguaje ya cons- tituido que tiene muchos mile- niosde historiahumanapasada, evocada en los gorjeos primeros de la invención de las lenguas.
  • 122. 121 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria primera atribución de una cualidad a una cosa que el niño hace desde el comienzo mismo de su cercanía es con el cuerpo pleno de la madre. Según Freud, y reinterpretando a su manera la lógica clásica, este primer distingo constituye un “juicio” de atribución, aunque al experimentarlo el niño no use aún las palabras. Es lo que señala como comienzo mismo de la capacidad judicativa: la relación que distingue una cualidad de otra. Juicio de alguien que valora su relación con cualidades sentidas, sin palabras ni premisas, no apofántico todavía. Afirma que el origen del pensamiento es una especie de tanteo motor: es el cuerpo el que piensa en el espacio absoluto del cuerpo materno. Este tanteo motor señala justamente que un cuerpo se expande y se extiende al palpar el cuerpo de la madre donde las primeras atribuciones de sentido aparecen. Vemos que las primeras relaciones de sentido se producen en ese cuerpo a cuerpo, donde los olores, los sabores, las saliencias y entradas, las rugosidades y suavidades untuosas, entre otros factores, van constituyendo las primeras relaciones de sentido que luego la madre termina, a través de su habla, sintetizando a través del sonido. Si esto es así, ¿qué podemos pensar en el origen, para oponer a una lengua que nosotros consideramos segunda, esta “lengua” primera, labios cálidos y sonoros que un cuerpo susurra y resume, que ha sido olvidada por no estar en el tiempo adulto de la instancia social, teológica, estatal o política, y por lo tanto tampoco histórica? La madre utiliza “fonemas” que son traídos de su contexto lingüístico, pero primero utilizados como meras modulaciones sonoras que celebran la aparición de un sentido, sin enun- ciados todavía. Sin embargo, el sonido allí envuelve las cualidades y es como si comenzara a sintetizarlas al conver- tirlas en un sonido expresivo que hace aparecer significadas a las cualidades sentidas a través de la coalescencia de imágenes y afectos que convergen en la voz modulada para construirlas e integrarlas y formar con ellas designa- ciones unitarias. Los gorjeos del niño convocan esta coalescencia de sensa- ciones e impresiones que va perci- biendo y que comienzan a incluirse en una organización corporal que también se va construyendo. El problema aparece cuando nos preguntamosporquélalenguamaterna, ésta que es el lugar que podemos pensar como originario de aquello que luego se convertirá en palabra, no es resca- tado como lo que está en el origen de la cultura, puesto que cuando la madre habla con el niño lo hace sobre fondo de un lenguaje ya constituido que tiene muchos milenios de historia humana pasada, evocada en los gorjeos primeros de la invención de las lenguas. Las madres ya son madres de niños que nacieron sin habla en el origen de la historia, como siguen naciendo todos los niños todavía, y que con ellas la aprenden. El origen humano e histó- rico de la palabra vuelve a recrearse en cada nacimiento. Si esa experiencia o esa propedéutica que introduce al niño en la cultura no existiera, el niño nunca hablaría. Tampoco habría habido esa infancia de la humanidad a la cual Marx se refería. Lengua y creación histórica Tendríamos que hablar entonces de una lengua que no comienza a partir del puro Espíritu o del puro pensamiento.
  • 123. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 122 Si para muchos la palabra aparece como si no tuviera origen es porque tenemos una explicación cultural-mitológica para este ocultamiento que coincide con lo absoluto de ese primer surgimiento necesariamente perdido, porque las voces no han dejado huellas ni en barro ni en piedras. El sonido es el extremo límite cuasi inmaterial de la materia, y por eso el origen de las lenguas no handejadorastros. En aquellos desa- rrollos históricos donde lo sensible y lo imaginario todavíanoestaban tan colonizados por el poder que actualmente vivimos, había un reconocimiento sagrado hacia la figura materna, como ocurre con los calendarios de otras culturas pasadas que conservan la imagen de las diosas generadoras primeras de la vida humana, por más que luego otros dioses las sustituyeran. Las primeras luchas de clases lo fueron entre clases de dioses: dioses contra diosas. ¿Qué ha pasado en nuestra cultura para que de pronto esta historia de luchas y treguas y desplaza- mientos haya desaparecido? ¿Por qué se produjo un corte tan brutal entre la materia y el espíritu cuando surgió esta nueva cronología, exclusión del cuerpo que nunca existió en ninguna otra reli- gión y cultura como la que existe entre nosotros con el cristianismo? Todas las culturas tienen su crono- logía, su modo de ordenar el tiempo y su desarrollo en función de los ciclos vitales: las diosas de la tierra, genera- doras de vida, fueron todas madres. Pero al ser retomadas por el cristia- nismo se las sustituye con el naci- miento espiritual de Cristo, un niño que nace para cumplir un destino de muerte, y queda excluida y desapa- rece la figura de la madre tierra como engendradora y fuente de la vida, cuyos distintos momentos se van suce- diendo y vuelven cada año a repetirse y celebrarse para que vida terrenal siga habiendo. Es cierto que el cristianismo también festeja un renacimiento, pero no el renacimiento de la tierra y del hombre, no la aparición de los primeros brotes de vida en la prima- vera, sino la muerte y el renacimiento de Cristo en el reino de Dios, es decir, en la infinitud celeste sin cuerpo ni tierra. En vez de ofrecernos el lugar materno y acogedor que ritma el tiempo de la vida de todos lo viviente, de pronto aparece una madre virgen que engendra un hijo que va al muere para ser divino. Este corte brutal aparece separando radicalmente a la palabra de la historia material y humana de su surgimiento: al principio era el Verbo, atributo de un dios abstracto. Y también apare- cerá luego una sola lengua originaria como lengua perfecta: la indoeuropea de la raza aria. Ante esta fractura radical, nos preguntamos: ¿tendrá esto algo que ver con lo que nos estamos planteando con el Bicentenario, dado que es desde el nacimiento y muerte de Cristo donde aparece la cuenta del tiempo como puro tiempo eterno sin espacio, sin carne y sin materia, y por lo tanto, simultáneamente, el desprecio de la materia, del cuerpo y de la tierra, mientras que nosotros lo feste- jamos luego de dos mil años, es decir En tanto, podríamos seguir diciendo que al inaugurar cada año nuestro –aunque no estamosenunaculturaagrícola, aunque no seamos peruanos ni bolivianos–,deberíamospensar que la tierra ha sido el funda- mento, aquel que encontraron también los primeros conquis- tadores al llegar a América. Esta tierra, despreciada, que no podía ser el sostén del espí- ritu cristiano, significa que también la madre terrenal, en tanto gestadora, fue desechada como lugar originario del sentido histórico y terrenal donde se produce la creación de la palabra humana.
  • 124. 123 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 22 vidas vivas y fecundas de unidades “abuela de Bayer? ¿O festejamos la reconquista de un espacio terrenal que fue colonizado por la Cruz, la Espada y el Estado cristianos? A partir de esa cronología mitológica sin embargo estamos viviendo una situación histórica en la que nunca ha sido destruida hasta tal punto la natu- raleza, ni el hombre ha sido convocado a la acumulación amonedada, infinita y abstracta, del tiempo de la vida ajena consumido a través del capital finan- ciero, como para distinguir ahora dos muertes simultáneas: la muerte finita del cuerpo humanizado y la muerte del espíritu, que las jerarquiza y da como sacrificable a la primera por desvalori- zada frente a la segunda, que sería la muerte más temible, la más verdadera. En tanto, podríamos seguir diciendo que al inaugurar cada año nuestro –aunque no estamos en una cultura agrícola, aunque no seamos peruanos ni bolivianos–, deberíamos pensar que la tierra ha sido el fundamento, aquel que encontraron también los primeros conquistadoresalllegaraAmérica.Esta tierra, despreciada, que no podía ser el sostén del espíritu cristiano, signi- fica que también la madre terrenal, en tanto gestadora, fue desechada como lugar originario del sentido histórico y terrenal donde se produce la creación de la palabra humana. El tiempo arcaico infantil funda el infinito cristiano adulto Porque esa vida feliz del acogimiento materno, sentida con la intensidad de las primeras marcas, casi sin imágenes todavía, casi puro afecto, resonará indeleble para siempre desde los reco- vecos del cuerpo, porque para el niño fue lo más cierto. La vida luego necesa- riamente la frustra. Pero la religión se apodera de este acontecimiento magno originario y convierte en tiempo infi- nito al sin tiempo de la infancia e invalida y desprecia, ya adultos, la finitud del tiempo verdadero que nos fue dado. El ordo materno se trans- forma en orden despótico. Cuando la palabra patriarcal, el Verbo, suplanta a la primera lengua de la madre, la impronta materna queda congelada, su ordo amoris queda sin poder desa- rrollarse ni verificarse en la realidad adulta de la historia. La edad adulta, es cierto, frustra necesariamente en todos lo que quedará para siempre insatisfecho. Pero la insatisfacción de una experiencia arcaica alucinada no significa necesariamente que su matriz amorosa no pueda enderezarse al prolongarse en el tiempo real de la historia. El ordo amoris sin-tiempo de la madre crea con su acogimiento amoroso una matriz diferente, un orden afectivo como premisa para el pensamiento: eso es lo que debería mantenerse en las relaciones sociales cuando se abren al tiempo. Por eso la palabra paterna que congela la lengua materna sin prolongarla será siempre persecutoria: amenaza nuestro propio fundamento. Las premisa materna de su silogismo, que la razón patriarcal relega con la amenaza de muerte, queda radiada de las conclusiones racionales pensadas: es la tragedia del Edipo griego la que narra las vicisi- tudes de este enfrentamiento, pero comprendida desde el Freud judío y no desde el Lacan cristiano. Para la religión judía Dios nunca es inma- nente; pese a lo que san Agustín creía, en lo más íntimo del hombre judío no reside Dios-Padre sino la diosa- madre. En el cristianismo, en cambio,
  • 125. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 124 lo materno enmudece: el habla es del Ser y no de la Cosa. San Agustín, una vez convertido al catolicismo, busca que esa madre sea el lugar de engen- dramiento espiritual con Dios padre. Y entonces nos describe la sagrada concepción cristiana: el espíritu del Dios paterno penetra en el útero de la madre para engendrar al hijo con su cuerpo de palabras. San Agustín llamará a Dios su “padre adoptivo”, y entonces también tenemos que llamar a la Virgen María nuestra madre adoptiva. Sólo cuando el Verbo paterno usurpa el lugar de la madre y la desplaza por la amenaza del terror en lo más profundo de nuestra carne enamorada, sólo entonces la razón deja de preguntarse por el origen de las lenguas, y las convierte en increadas: no se interrogan por su origen histó- rico, la lingüística sólo las compara. ¿Cómo convertir a la razón del racio- nalismo en inmanente, puesto que nosotros somos los que pensamos? Al yo pienso cartesiano le falta la historia subjetiva del acceso al pensa- miento. Creo que esto marca la crisis terminal en la que se debate la razón moderna. Su comprensión depende del código –la matriz– que se activa en el lector que la lee, del estrato subje- tivo del aparato psíquico que al pensar ponemos en juego. Por eso podríamos extender lo que Freud dice del pensa- miento patriarcal: de ese silogismo, cuyas raíces son arcaicas, la conciencia conoce sólo sus conclusiones pero no las premisas que lo hicieron posible. (Ver Freud: El malestar en la cultura). Pensemos ¿Qué pasa en nuestra cultura cristiana con aquello que tenemos de materno? ¿Por qué la madre arcaica pudo quedar contenida, sin desarrollo, congelada y sustituida por dios-padre en nuestro propio fundamento? En este primer acceso a la vida, que nos ha marcado con su felicidad completa, ordo amoris sin intercambio ni equivalencia, la madre vive con el niño una relación de amor recíproco, y en el darse, era ella toda la que se daba extendiendo desde lasimbiosisnuestroprimermundo.Sin esa unidad primera, relación amorosa donde la gestación se prolonga en el acogimiento, nosotros no hubiéramos existido. Porque si hubiera faltado esa madre cobijante en el origen, la vida hubiera sido imposible. Como hubiera sido imposible pensar también el origen de la historia humana. Se trataba de una relación en la que el niño, ya vimos, estaba fuera del tiempo. Porque el tiempo no existía como tiempo regulado por el desarrollo adulto de los fenómenos de la vida. Ésa es una regulación que transcurre a medida que las cosas van transformán- dose y el ritmo de las necesidades y del deseo aparece señalando el decurso que luego puede ser desarrollado como una imbricación de causalidad de un fenó- menoconotro.Eneseprimermomento aún no existía el tiempo como tiempo, y creo que podemos pensar que ese tiempo, que quedó congelado, podría ser prolongado y desplegarse en el tiempo vital histórico. En ningún lado está dicho que aquello que comenzó con la madre tuviera que negar y oponerse al desarrollo del pensamiento. Hemos visto que el pensamiento tiene su origen carnal, imaginario, sensible y afectivo en la madre. Porque también es cierto que en el patriarcado, y sobre todo en el cristiano, el ordo amoris de la madre fue suplantado por la ley abso- luta del padre.
  • 126. 125 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria Si volvemos a la compresión de la filosofía, todos los atributos que se refieren a la divinidad materna negada se afirman en cualidades abstractas atribuidas ahora a dios-padre. Abso- lutos y sin-tiempo fueron su bondad y su amor de madre para el niño. Todas estas cualidades sensibles y afectivas que luego desarrolla el pensamiento sobre el fondo de la negación de lo materno, es un intento de darle una expresión racional, patriarcal y por lo tanto viril, a aquello que corresponde al goce amoroso femenino tan temido. Historia pasada y presente Creo que tenemos que recuperar esta historia en función de la celebración patria, para que el festejo del aniver- sario no sea sólo una aproximación meramente formal, sino que implique un compromiso más profundo en el que la cercanía corporal con los fenó- menos políticos y sociales pueda ser nuevamente puesta en juego. Para ello, no nos queda otra que volver a pensar desde aquello que caracteriza nuestra cultura cristiana. ¿Cómo fue esta cultura cristiana modificando nuestra historia? ¿Qué ha pasado en el último centenario que hemos vivido? Simón Rodríguez, el maestro de Simón Bolivar, afirmaba que con la inde- pendencia de España nuestros países habían realizado sólo la revolución política. Y proponía que para darle término era necesaria otra revolución: la revolución económica, que para él significaba la recuperación material de la tierra para todos: el cuerpo común de la patria. Esta segunda revolución es lo que se está intentando en Latinoamérica. Porque frente a la miseria que se vive, y al sometimiento y a los regímenes de los que hemos estado participando, hay algo que quedó pendiente en la independencia americana y que nos sigue sometiendo: como si la perma- nencia de las categorías que orga- nizaron el sistema colonial español siguieran manteniéndose en el poder del que festejamos habernos liberado. Decía, entonces, que esa segunda revolución está sostenida, como colec- tivo humano, por los pueblos que se rebelan en Latinoamérica, que no son precisamente aquellos cuya población está dada por la inmigración europea, sino por los pueblos ab-orígenes que fueron despojados de la tierra con la invasión genocida española. Porque los inmigrantes europeos que vinieron a la Argentina, como nuestros padres y abuelos, venían de lugares donde reinaba la dominación extrema en la Europa occidental y cristiana; venían para poder sobrevivir, vivir una vida que satisficiera las necesidades perentorias mínimas. Esos pueblos hambreados que llegaban de Italia y España sobre todo, que vivieron bajo el dominio de la Cruz durante tantos siglos, al llegar a Latinoamérica trajeron su propio pasado como fundamento de nuestro propio futuro: la mitología cristiana en la cual fueron constituidos como sujetos. Estos levantamientos, regulados por la democracia y en este caso mayoritarios, que nunca hemos conseguido tener en nuestro país, solamente vistos en Bolivia, en Perú, y que habian rena- cido en Colombia primero y luego Venezuela, han despertado un empuje que viene desde muy abajo, desde aque- llas poblaciones que después de cinco siglos de oprobio, en su patriarcalismo han mantenido viva la relación con lo materno, es decir con la tierra. Y por
  • 127. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 126 eso la diosa materna es lo que inmedia- tamente aparece presente en todas las declaraciones y reivindicaciones, que no intentan apro- piarse sólo de un bien económico, sino re-apropiarse de una cultura que descansa en aquel funda- mento mater-ial originario. Nosotros hemos perdido esa relación con lo materno, y sobre todo con esta tierra de la cual fuimos republica- namente expro- piados. Los únicos dueñosdelatierra, los únicos que pueden procla- marla a través de categorías cristianas, son los terratenientes. Como decía Sarmiento, la historia de Argentina parecería estar escrita por vacas. Es evidente que en nosotros la pertenencia a la tierra casi ha desaparecido: y al desaparecer esta pertenencia se borra también aquel imaginario que permitiría prolongar las primeras impresiones de esa “vida feliz” que está en el pasado, y que podrían aparecer como posible en un proyecto futuro que las tome como punto de partida. El cristianismo como tecnología de dominación En rigor, con el cristianismo se da una intensificación de la tecnología de dominación sobre los hombres. Ninguna cultura, hasta ahora, ha llegado a penetrar tan profundamente como la cultura cristiana, para dominar lo materno, lo ab-origen en nosotros mismos. La figura de Cristo es aquella que, pese a las múltiples imágenes que han podido desarrollarse en la televi- sión y los medios en general, no ha podido ser suplantada: la globalización del dominio del capital la acompaña. La supervivencia y la magnitud que ha tenido su figura como condenado a muerte, modelo identificatorio de salvación para los hombres, desde un cuerpo de madre y de padre excluidos, es incomparable. Llegará el momento en que los billetes de banco lo tengan como el anverso, la otra cara comple- mentaria del valor cuantificado. Creoqueestodebesertomadobastante en serio porque, de no hacerlo, no llegaremos tampoco a comprender lo que leemos en el campo de la filosofía. No podemos entender lo que ella nos expone cuando habla de una razón, de un pensamiento y una palabra que no tienen origen, ausencia que nos lleva a lo que se ha llamado “crisis del racionalismo”, que surge precisamente en el límite, en la indagación sobre el sostén de la palabra, o sobre el sostén de nuestros cuerpos que hablan. ¿Es posible rememorar un aniversario, por lo tanto un tiempo histórico, que ha sido suplantado por una figura fundamental –el Estado–, sin recordar ni rememorar lo que Marx dice del Estado? En La cuestión judía, Marx dice claramente que el cristianismo es la premisa del Estado: primero del Estado cristiano, luego del Estado monár- quico, luego del Estado revolucionario francés, y luego también del mismo Estado norteamericano, donde queda encubierta la premisa cristiana que lo fundamente en la separación entre el hombre y el ciudadano. Ya no es nece- Algo del origen se ha perdido, y pienso que la rememora- ción de un centenario, no nos remite a la temporalidad histó- rica externa, sino que también tendría que actualizar y vivi- ficar en nosotros el lugar del propio acceso a la historia del cual hemos sido separados. Podemos pensar la posibilidad de convertirnos en un punto donde el sentido del tiempo quevivimospuedamodificarse, adquiriendo así un sentido más próximo a los cuerpos, a la tierra, y al campo humano en el cual vamos implicándonos a medida que pasa el tiempo luego de la infancia.
  • 128. 127 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria sario reclamar la libertad de cultos ni de pensamiento: todos los ciudadanos son ya cristianos. Y entonces el mito cristiano sigue siendo el fundamento del Estado porque en su imaginario mítico todos los hombres siguen siendo cristianos. No se trata de volver sólo a la crítica de los mitos, o a la crítica de la religión, sino de intentar hacer la experiencia, aunque sea imaginaria, sobre qué significa nuestra pertenencia a un Estado que proclama, y nos pide nuevamente, rememorar y festejar el Bicentenario. No hablo del Estado que tiene nombre y apellido, sino del Estado argentino, conglomerando en él todos los institutos y organizaciones que dependen o se relacionan con él. Hablo también de las instituciones privadas, y por lo tanto de la familia. ¿Qué significa esto que dice Marx? En primer lugar, que se ha tornado invisible para nuestra propia subje- tividad el corte que nos ha hecho pasar al pensamiento y la conciencia sin poder acceder a aquello que hizo posible dicho acceso. Es como si dijé- ramos que en el llegar a la cultura, a la palabra, a la historia, se explica sólo su desarrollo horizontal. Pero lo que no se explica en este tránsito es el acceso del sujeto a la historia, que es también una historia particular, vertical para el caso, que la historiografía determina horizontalmente para todos. El acceso tiene una historia, que incluye el origen materno que ha sido excluido de la historia que conocemos, y al excluir el momento absoluto del sin-tiempo experimentado por el niño en la apertura del tiempo, es como si nosotros también nos descolocáramos y desalojáramos de nuestra propia capa- cidad corporal, sintiente, pulsional, el lugar en que se gesta toda pasión y todo sentimiento y todo concepto político. La crítica del Estado no implica simplemente una crítica al Estado burgués, una crítica a las relaciones económicas, sino que para poder pensar la posibilidad de una modifi- cación, una movilización que nos dé cuenta de por qué ese Estado –que se consiguió hace 200 años con la revo- lución que llevaron a cabo grupos argentinos, en su ambición e intento de configurar una sociabilidad distinta– quedó castrado desde su origen en un desarrollo que contiene en sí y despliega las mismas carac- terísticas de todos los Estados que conocemos y existen sobre todo en el mundo llamado desarrollado. Algo del origen se ha perdido, y pienso que la rememoración de un centenario, no nos remite a la temporalidad histó- rica externa, sino que también tendría que actualizar y vivificar en nosotros el lugar del propio acceso a la historia del cual hemos sido separados. Podemos pensar la posibilidad de convertirnos en un punto donde el sentido del tiempo que vivimos pueda modifi- carse, adquiriendo así un sentido más próximo a los cuerpos, a la tierra, y al campo humano en el cual vamos implicándonos a medida que pasa el tiempo luego de la infancia. Por estas razones, el maridaje de nuestra patria con la “madre patria” hoy se nos aparece como claramente contradictorio. O es madre, y nosotros somos hijos de nuestra propia tierra, o es padre, y entonces somos hijos de la patria España; hay matrimonio y patrimonio. La “madre” unida aquí a la patria, creo que es un relente de culturas anteriores, más bien origi- narias, que no nos corresponden a nosotros que fuimos colonizados por Europa. En el desarrollo poscolonial lo materno ha quedado convertido en
  • 129. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 128 in-significante. La patria debe, para significar algo, recuperarse sobre el fondo de lo materno, que es primero: inclusión material y simbólica al mismo tiempo. En cada nuevo nacimiento de un suelo liberado para sus habitantes la historia roza el origen del nacimiento de los hombres a la historia. Nación e igualdad inmaterial jurídica Esto también corresponde a la idea de nación que nosotros tenemos, que es también contradictoria. En un nivel, se nos presenta como si formalmente existiera el comunismo en los Estados, porque todos somos argentinos. En tanto nuestra integración a la nación se la define como igualdad jurídica, todos formamos parte de un comu- nismo formal que nos define como sujetos abstractos, sujetos determi- nados por el mito cristiano, radical- mente escindidos en cuerpo y espíritu. Con la patria compartimos entonces dos tiempos que siempre se oponen y nunca se unen: como hombres reales cada uno vive el tiempo finito de nuestra mísera y despreciada mate- rialidad cristiana, que la amenaza de muerte del terror convoca; como ciudadanos libres, el falso infinito de una universalidad abstracta del cuerpo de palabras espirituales y la simbo- logía que el estado y la religión han impuesto. Este formalismo, planteado a nivel jurídico, es el que defiende el nacionalismo de derecha, en el cual se incluyen los valores de los “héroes deLeón Rozitchner
  • 130. 129 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria la patria”, y también la Virgen generala a la que encomiendan nuestros mili- tares. Pero cuando se trata de volver al fundamento terrestre de esta patria, ahí desaparece todo tipo de relación, de integración o reconocimiento. Imperan las contundentes y mortíferas relaciones materiales de dominio. Los que habitualmente van a morir por la patria no son los propietarios de la tierra, ni los ubicados en el poder económico, sino que la patria manda a morir a sus hijos más jóvenes y más pobres, como sucedió en la guerra de las Malvinas: los mandan al muere de la primera muerte, la del cuerpo, para salvar de la segunda muerte, la espiritual, a la patria físicamente meta- física. Se trataba de una población dominada por el terror, es decir, que había perdido su soberanía; y cuando digo soberanía, hablo de los cuerpos que ocupan un territorio formando un cuerpo común que podríamos llamar el cuerpo común terrenal de la patria. ¿Cuál es el tiempo que ahora cele- bramos con el Bicentenario? En última instancia, lo que define a la patria es una división geográfica, material y terrenal, bien demarcada, fuera de la cualnotenemossushabitanteslosdere- chos que poseemos dentro de ella. La recuperación de la tierra como cuerpo común de los hombres, esta tierra donde mi individualidad se despliegue, no está ceñida solamente a los límites del despliegue de mi cuerpo que roza con la piel de los otros, sino que se da en el despliegue de mi cuerpo dentro de un cuerpo común conformado con los otros y del cual formo parte. Vivimos colectivamente y engendramos más vida pensando en una integración donde todos los cuerpos humanos puedan incluirse como iguales. Esta igualdad ha desaparecido completa- mente del concepto de patria, y ha sido suplantada por la propiedad privada y las relaciones de mercado. La patria ha sido comercializada, ha sido convertida en un bien económico que algunos seres, justamente apoyándose en este corte brutal, hacen posible que exista sólo como patria espiritual para todos y como patria material para unos pocos. La patria tiene dos tiempos dife- rentes: el finito de su terrenalidad o el infinito situado en un más allá sin materia, el reino del Dios cristiano para el caso. ¿Cuál feste- jamos? Porque previamente fuimos prepa- rados en todo occidente para que esto exista, en la medida en que nosotros, subjetivamente, en nuestra propia mismidad, estamos escindidos de nuestro propio cuerpo. Si hemos sido separados de nuestra corporalidad, de ese origen materno que nos empuja a la vida, ¿qué podemos hacer sino aceptar la adecuación a un Todo inmaterial que la niega rompiendo el vínculo con lo que tenemos de más originario: el cuerpo engendrador, acogedor y enso- ñado de la madre? Todaculturapatriarcaldebepasarnece- sariamente por un rito de iniciación donde el terror aparece haciendo sentir la amenaza de la desaparición La patria tiene dos tiempos diferentes: el finito de su terre- nalidad o el infinito situado en un más allá sin materia, el reino del Dios cristiano para el caso. ¿Cuál festejamos? Porque previamente fuimos prepa- rados en todo occidente para que esto exista, en la medida en que nosotros, subjetivamente, en nuestra propia mismidad, estamos escindidos de nuestro propio cuerpo. Si hemos sido separados de nuestra corpora- lidad, de ese origen materno que nos empuja a la vida, ¿qué podemos hacer sino aceptar la adecuación a un Todo inma- terial que la niega rompiendo el vínculo con lo que tenemos de más originario: el cuerpo engendrador, acogedor y enso- ñado de la madre?
  • 131. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 130 y la muerte para separarlo al hijo del ordo amoris materno. Los ritos de iniciación así lo exigen para pasar de un predominio a otro: del acogimiento ensoñado de la madre a la inclusión aterrada y persecutoria del padre. Faltaría analizar las diferencias entre esas culturas patriarcales aborígenes y su profundización, mucho más sofisti- cada, lograda a través del cristianismo, al sustituir el lugar de la madre por un lugar trascendente donde la muerte ha ocupado, en lo más profundo de cada uno, el lugar de vida que desde nuestro nacimiento lo llenaba ella. El Estado que se constituyó en occi- dente tuvo una característica funda- mental: se cristianizó a la población del imperio primero por orden y mando del emperador romano y luego de su disolución por el Papa: la conversión o la muerte. Lo mismo ocurre cuando se evangeliza a los aborígenes que vivían en América. Esta evangelización la realiza, en el origen, una religión que aborrece a la materia como lugar del pecado. Entonces, ¿qué hacer con la materia que sin embargo constituye el elemento de la vida? Lo infinito del tiempo espiritual cristiano desacraliza la materia perecedera, finita y pasajera de los cuerpos de los pueblos anti- guos, que pueden ser aniquilados. Está escrito: si matamos a otro ser humano que no es cristiano no cometemos un asesinato, porque no es un semejante espiritual y eterno en su alma como somos nosotros. Esta “materia bruta” que es toda la naturaleza, sin espíritu cristiano, sólo finita, es la que el capi- talismo ha encontrando en su última etapa financiera para desarrollar una acumulación numeraria infinita de la riqueza producida por el trabajo vivo. El desprecio por el cuerpo vivo y pere- cedero es la premisa que fundamenta la acumulación amonedada infinita del trabajo muerto del capitalismo. La materia que nosotros conocemos, dijimos, el primer encuentro con el nivel material, fue el cuerpo de la madre. No es materia natural ni bruta, sino una materialidad ensoñada donde el sueño y la vigilia no se diferencian, donde circula también el pensamiento residual rebelde que quedó para noso- tros restringido a la neurosis, a la psicosis o a las pesadillas. Nosotros somos hombres muy despiertos, alertas y en estado de vigilia, y el corte brutal que mantenemos con los sueños marca la distancia radical entre esa materia que sigue viviendo mientras dormimos y esta concepción necesaria de la vigilia paranoicaparavivirenestemundocapi- talista, en la que tenemos que despojar de sentido materno a la materia para poder “conectarnos” con ella. El terror es una cuestión político-teoló- gica fundamental, y por eso resalté, en su momento, la importancia que tuvo en nuestro país la aparición de un presidente que asumía el poder y que obligaba al jefe del ejército a bajar del Colegio Militar el retrato del prin- cipal organizador de la masacre terro- rista. De esa manera, con aquel acto se mostraba al desnudo el fundamento del Estado que él mismo, quien dio la orden, iba a asumir como mandatario electo. Lo considero un acto fundador, modelo de aquello que todo represen- tante político enfrenta: la amenaza y los límites que amenazan su ejercicio. Se trata de un poder concentrado, donde el capital compró todo: los medios de comunicación, el ejército, la policía, la economía, la naturaleza, y media- tizó como contables las relaciones humanas. El capital termina haciendo posible que todo tenga precio, y ése es el esquema de la mercancía univer-
  • 132. 131 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria salizada, complemento de la univer- salidad espiritual cristiana. Pero la mercancía no es más que el reflejo objetivado de cada uno de nosotros, que espeja nuestro corte: la mercancía se divide entre valor de uso y valor de cambio, entre lo racional y lo corporal; ese corte que ya está presente en noso- tros mismos. Si nuestra subjetividad no tuviera al fetiche del mito cris- tiano como matriz estructurante no podríamos tener relaciones fetichistas contables con los seres y las cosas. Es fundamental abrir algún espacio, algún camino, que no sé cuál es, para habilitar ese lugar que está presente en todos pero totalmente coartado, para que pueda emerger y hacer posible una sociedad diferente donde cada espacio del cuerpo escindido deje de vivir, en cada estrato de su configuración psíquica, dos tiempos contradictorios al mismo tiempo. En definitiva: ¿cómo hacer posible que el tiempo histórico del Bicentenario convoque el tiempo histórico originario de nuestro acceso a la vida y los unifique en el cuerpo de cada ciudadano? (*) Conferencia brindada en el marco del ciclo “Legados y porvenir: Argentina en el Bicentenario”, organizado por la Biblioteca Nacional durante el 2009.
  • 133. 132 ¿El porvenir sólo será un espectáculo de la memoria?(*) Por Héctor Schmucler Las conmemoraciones entrañan riesgos. La evocación de un acontecimiento histórico puede hacer de tal suceso un acto vacío y rutinario, capaz de nombrar todo y no decir nada; o puede, por el contrario, significar una oportunidad para una reelaboración de las circunstancias presentes. En esta última hipótesis se inscriben las sutiles reflexiones de Héctor Schmucler que ofrecemos aquí. ¿Qué rememoramos con cada recordación? Habitualmente se habla, en el campo de las teorías críticas, de la necesidad de interrogar lo acaecido desde las preguntas contemporá- neas. Sin embargo, esta formulación es tan cierta como conflictiva. ¿Cómo podemos delimitar el campo de lo actual y aquello que pertenece al terreno de lo pretérito? ¿Cuándo toma la palabra la experiencia, y cuándo somos hablados por un pasado que persiste? En épocas en que el recuerdo se impone como un deber, como un “tema” obligado que obtura las posibilidades de una revi- sión crítica, es necesario hacer pasar por la propia vida sensible la voluntad de pensar los dilemas irresueltos de una historia que se nos ofrece como espectáculo de la memoria.
  • 134. 133 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria Resulta atrayente que a esta serie de exposiciones, a las que hoy agrego la mía, se las haya anunciado como “ciclo de charlas gratuitas”. Tal vez, y como muchas veces ocurre, el llamarlo así apenas fue un hecho secundario para los organizadores: sólo se trataba de describir una actividad propiciada por la Biblioteca Nacional y los requisitos económicos para el acceso a la misma. La propuesta que nos convoca, en realidad, tiene un nombre oficial, rigu- roso y relevante: “Legados y porvenir. Argentina en el Bicentenario”. El seña- lamiento de que se trata de un ciclo de charlas gratuitas, sin embargo, habilita enlaimaginaciónunespaciosemántico en el que se entretejen significaciones sólo aparentemente contradictorias. Al menos en mi experiencia, los dos enunciados me llevaron a pensar tanto en la idea de legado y en la de Bicente- nario (esa referencia que nos envuelve), como en las dimensiones que puede alcanzar la “gratuidad de las charlas”: algo así como hablar, gratuitamente, de los 200 años de la Patria. Empezaré por esto último. Hago de cuenta que nos hemos reunido un grupo de amigos para charlar. Porque sólo se “charla” amistosamente. Con un contrincante no se charla. Menos con un enemigo. Se charla por pasa- tiempo y, aunque todos sabemos que hay charlas imborrables, la versión corriente del término parece cargada de banalidad. Cuando se dicta una conferencia, en cambio, casi siempre se establece algo que separa a quien la pronuncia de aquellos a los que se les habla. Esta distancia magistral se refleja en el valor curricular que adquiere ejercer de conferenciante: para una historia de vida intelectual hay una marcada distancia entre participar en una “charla gratuita” y dar una confe- rencia en la Biblioteca Nacional. Y esta distancia, curricularmente hablando, se expresa en número de puntos. Sé bien además, y el riesgo no es menor, que si esto que les estoy diciendo a manera de charla alguien lo transcribe, y luego se publica, no habrá miseri- cordia: al escrito se lo juzgará como una conferencia. Hablábamos del valor curricular de una conferencia. Cuando, como en mi caso –y por la simple y modesta razón de que a los jubilados ningún nuevo dato curricular nos modifica el sueldo mensual– he dejado de sostener la obli- gada y sistemática lucha por engrosar el currículum, me resulta fácil preferir las “charlas gratuitas”. No estamos hablando, por cierto, de la connota- ción que el lenguaje vulgar (cargado de jerarquíasmercantiles)hacepesarsobre gratuito:insustancial,caprichosamente lúdico, exento de cualquier obligación de demostrar algo. Una charla gratuita suele entenderse como un decir falto de rigor, sin método de análisis que garantice algún tipo de verdad. Mi favor por lo gratuito apunta en una dirección totalmente contraria: pienso en la posibilidad de una reflexión sin para qué previamente establecido, en la resistencia a un instrumentalismo sofocante que suele confundirse con la voluntad de establecer verdades obligatorias. Charla, entonces, como diálogo más que como disertación sorda. La charla gratuita anhela más de un participante y encuentra allí, en la creación desplegada en el diálogo, la posibilidad de saber. El charlar gratuito se codea con lo lúdico: se expande en el maravilloso juego de la imaginación humana. Las llamadas “charlas de café”, paradigma de la gratuidad, segu- ramente generan más verdades que lo que suele afirmarse: es un disparador
  • 135. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 134 de la palabra que acumula conoci- miento; incorpora la experiencia del otro tanto como el afecto que merodea el intercambio. Porque parece desti- nado al olvido, prescinde de palabras que se quieren memorables. Y, para- dójicamente, en la charla gratuita todo adquiere valor. Voy a hablar ahora de los legados. En el final de El rey Lear –tal vez la tragedia de Shakespeare que más puede ayudarnos para pensar la polí- tica– se expone sabiamente la relación entre la vida y el juego del poder: “Preciso es que nos sometamos a la carga de estas amargas épocas. Decir lo que sentimos, no lo que deberíamos decir”. La marcha fúnebre que acom- paña la salida de escena de los últimos actores, los pocos que sobreviven, no es un mero recurso de la retórica teatral: a la hora de la muerte, parece sugerir la tragedia, cuando ya nada nos compensará en este mundo, la verdad se muestra sin condiciones; “decir lo que sentimos, no lo que deberíamos decir”. En nuestros días, y quién sabe desde cuándo, la política, en cambio, parece consistir en decir lo oportuno en el momento oportuno. El rey Lear comienza con la escena en la que el monarca, que ha optado por retirarse del manejo directo de su reino, ofrece a sus tres hijas entregarles los territorios sobre los que hasta ese momento ejercía su soberanía. La dimensión de cada parte, ofrece, será proporcional a la magnitud del amor que cada una pueda expresarle, aun cuando en el sentimiento del padre la menor fuera la preferida. Las dos mayores, empujadas por el botín en juego, proclaman con palabras contun- dentes un inconmensurable e incom- partible amor por el rey, su padre. En cambio Cordelia, la menor, no tiene palabras que puedan dar cuenta de la sinceridad de su cariño. Cordelia, en realidad, no tiene nada que decir porque su amor es el que naturalmente une a la hija con el padre. Las huecas expresiones de sus hermanas atenazan su lengua. Cuando Lear la interroga: “¿Qué podéis decir para lograr un tercio más opulento aun que el de vues- tras hermanas?”, Cordelia responde: “Nada” Y el rey: “¿Nada?” Cordelia: “Nada”. Inútil resulta la valiente sinceridad de Cordelia, que argumenta sobre la evidente falsedad de los dichos de sus hermanas y el legítimo cariño que tiene por su padre. El rey enfurece desconcertado: “Tan joven y tan poco tierna”. “Tan joven, mi señor, y así de franca”, corrige Cordelia. Entre este comienzo y las palabras iniciales se desliza el conocido drama: mentiras, traiciones y crímenes alimentan el camino desenfrenado por el poder. Goneril y Regan, las hijas mayores, no escatiman crueldad hacia su padre, ciego, a su vez, para ver su propia desmedida arbitrariedad, para mirar más allá de la oscuridad que con frecuencia paraliza el pensar y el sentir del que ejerce el poder. Cordelia dice lo que siente y pierde el cuidado del padre-rey. Morirá al final, como también mueren sus hermanas, como muere Lear después de que la locura lo condena a palpar la realidad cuándo ésta parece pertenecer a otro mundo. Eterno ciclo el de la ceguera del poder que imposibilita saber de sí mismo tanto como incapacita para reconocer al otro. Vivimos pronunciando pala- bras “adecuadas”, las que debemos decir, las que podemos decir sin que el orden aceptado (cualquier orden) quede amenazado con el derrumbe. Para la política, en los días que corren, lo trágico está proscripto. ¿Cómo
  • 136. 135 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria decir lo que sentimos, cómo negarnos a decir “lo que deberíamos decir”? Decir lo que sentimos es siempre la posibilidad del riesgo, de la distancia, del castigo, de la marginación; a veces de la muerte. El legado puede ser la propia muerte. Piénsese en Sócrates. Pero, ¿qué es un legado? ¿Cómo reco- nocerlo como tal si generalmente llega a nosotros subrepticiamente? En la historia los legados suelen ser inde- mostrables. Los instituimos nosotros de acuerdo a lo que la memoria optó por conservar del pasado. En todo caso, ¿qué nos obliga a aceptarlo como legado? Un legado llega a nosotros y puede ser sorprendente: nos ha acompañado desde largo tiempo y de pronto lo descubrimos. Sólo entonces se convierte en legado. Irrumpe en nuestra vida. Nos coloca en otra situa- ción. El Bicentenario, ¿es un legado en sí mismo, o es sólo la ocasión de reconocer los legados que nos amarran a algún destino común? Estamos a punto de construir un objeto-fetiche llamado “bicentenario”. ¿Qué nos hace vivir y pensar en algo llamado bicente- nario? ¿Atrás está la Patria? Desde que el recuerdo lo permite, no ha cesado la pregunta por lo que encierra la palabra “patria”. ¿Está la patria antes o después que la hemos nombrado? ¿La patria nos ha legado algo durante estos 200 años o la suma de estos legados configura algo que hoy llamamos Patria? ¿O creemos construir una patria con la suma heteróclita de legados? En todo caso resulta difícil demostrar que un único legado nos es ofrecido a todos. Sea como sea, ese legado nos llega sin testamento que nos instruya sobre su uso. La evocación al poema de René Char que Hannah Arendt comentó con reiterada intensidad, es precisa: como al poeta, lo que aparece en nues- tras manos nos asombra. El legado, en el mejor de los casos, está allí, en bruto. Todo su valor depende de cuánto nos enseña para el presente, empezando por el hecho de que sólo desde el presente podemos ofrecerle algún sentido. Pero, podríamos preguntarnos: ¿en qué sentido estamos obligados a aceptar ese legado? Sin testamento, sin una tradición que envuelva el legado y como parte de esa tradición, la herencia se nos impone coercitivamente, aceptar la herencia porque no es imaginable otra opción. Una herencia inevitable se codea con el miedo a las consecuencias del rechazo. Pero el legado es también una forma cons- titutiva de la memoria. La memoria es un legado inapelable, tanto como la lengua a la que nacemos. Ningún otro legado es menos externo que la lengua, ninguno se nos muestra como menos prepotente, ninguno nos acom- paña de manera más permanente. El legado del Bicentenario es plural: las diversas lenguas que habi- taron en los conglo- merados humanos que poblaron un territorio que se habría de llamar Argentina. La doxa que nos habla de nuestros antepa- sados, como si ellos nos ofrecieran un legado que se nos ofrece, es tan frágil como cualquier doxa. ¿Quiénes son nuestros antepasados comunes? Lenguas múlti- ples de antepasados que difícilmente No es virtuoso repetir la insus- tancialidad de las retóricas temerosas. Criticar el pasado no significa borrarlo. Nuestro recuerdo histórico, aunque nos resulte ingrato, no prescinde de los mismos valores en los que se sostienen esos legados que nos han sido otorgados. Los legados cubren nuestra memoria. La memoria para nosotros, para nuestra vida colectiva, no es simplemente la recordación. No es sólo el pasado, sino la latencia de ese pasado en el presente. El pasado late, inevi- tablemente, en el presente. El legado es nuestra memoria y el presente lo solicita como un alimento primitivo.
  • 137. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 136 se encuentren. Somos –y seguramente no podríamos ser de otra manera– el resultado de mil leches maternas que en algún momento se pretendió aglu- tinar en una común fuente nutricia: la Patria. Nada nos predestinaba al camino que hemos recorrido, así como resulta impensable ilusionarnos con que el lugar al que hemos llegado es otro que aquel en el que nos encontramos. Es cierto que podemos, tal vez debemos, cuestionarlo, revisar el trayecto recorrido por quienes construyeron esta morada. Es posible, tal vez necesario, una crítica impiadosa de nuestras palabras, de esas que se han hecho naturaleza en nuestra vida cotidiana, pero antes debemos reconocer las palabras que hemos heredado y ante las cuales podemos mostrar nuestro asombro, la infinita distancia que mantienen con el habla que algunos quisiéramos encontrar en la raíz de nuestra imaginación. No es virtuoso repetir la insus- tancialidad de las retóricas teme- rosas. Criticar el pasado no significa borrarlo. Nuestro recuerdo histó- rico, aunque nos resulte ingrato, no prescinde de los mismos valores en los que se sostienen esos legados que nos han sido otorgados. Los legados cubren nuestra memoria. La memoria para nosotros, para nuestra vida colectiva, no es simplemente la recordación. No es sólo el pasado, sino la latencia de ese pasado en el presente. El pasado late, inevitable- mente, en el presente. El legado es nuestra memoria y el presente lo soli- cita como un alimento primitivo. El concepto mismo de memoria se vuelve un poco mediocre si no es portadora de una experiencia que atra- viese la mera recordación. El legado es vivencia (conflictiva o exaltante) en el presente. No existen legados olvidados. Pero, ¿en qué sentido el pasado se nos actualiza para vivir en el presente? La memoria, no es vano repetirlo, es una manera de vivir el presente o se trans- forma en un “archivo muerto” a la espera de que alguien, alguna vez, lo descubra para el presente de entonces. El Bicentenario tal vez no sea otra cosa queunamarcarecordatoriadeltiempo. Quedará, si queda, el recuerdo de su celebración.Hitodereferencia.Sedirá, alguna vez: “En el Bicentenario...”. Todo parece encaminado a constituir un tiempo de balance. En cualquier caso, el Bicentenario, que sin duda es más que el 25 de Mayo, exigirá el gesto de pensar en el tiempo reco- rrido, en las continuidades y rupturas, en las pocas armonías y los frecuentes conflictos y desgarros. El Bicentenario, propiamente, será referido, ensalzado o criticado, después; cuando él mismo sea pasado. La celebración del Bicentenario parece expresar la voluntad de reconocer y aprender de 200 años conjuntados en una historia que, llena de antago- nismos, fue amasando el rostro multi- facético de una nación. Un rostro atravesado de arrugas, de lozanías, y de colores diversos. Pero, ¿dónde está retratado ese rostro? ¿Se celebra el 25 de mayo de 1810 o la construc- ción iconográfica que instaló el Cente- nario, allá en 1910? ¿No estaremos atentos a recordar durante todo el año quevieneelcentenariodelCentenario? Aunque en 1826 (no antes) se insta- lara en la Constitución el nombre de República Argentina, la Nación fue durante décadas apenas una idea que tomó diversas formas y diversos nombres de acuerdo a coyunturales alianzas de desiguales intereses. Tal vez no sea casual que aquella consti- tución que la bautizaba nunca haya entrado en vigencia.
  • 138. 137 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria El primer centenario que celebraba al Mayo de 1810, pasó a ser un símbolo y el año 1910 tuvo nombre propio: fue, sigue siendo, el año del Centenario. Entre otras cosas, para esas celebra- ciones se constituyó el núcleo de icono- grafía de la patria, la que porfía en acompañarnos. La patria, en la imagen impuesta, eran las mieses, las cabezas de ganado que se multiplicaban sin medida. Pero también eran representaciones pictográficas del origen. Dos cuadros realizados por el famoso pintor chileno Pedro Subercaseaux, –aunque no son los únicos– resultan paradigmáticos: “El Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810” y “Mariano Moreno en su mesa de trabajo”. Se quiso decir algo con esas construcciones. En adelante, y hasta ahora,labúsquedadelaverdadhistórica, de los hechos que la memoria debería recuperar, serán discusiones y variables de aquello que se quiso instalar en el Centenario. Me detendré un momento en la imagen del Cabildo Abierto. Allí se resume, según algunos estudiosos, una manera de interpretar lo que ocurrió en mayo de 1810 en Buenos Aires y los cruzados caminos del porvenir. En el cuadro, algunos participantes aparecen de pie, otros sentados; sobresale la figura de Juan José Paso, en decidido gesto, haciendo la defensa jurídica de lo que allí estaba ocurriendo. Paso, adelantado, y Castelli que dirige la mano hacia él, como presentándolo o lanzándolo a la verdad del momento. En la otra fila aparece, dubitativo, Mariano Moreno. Entre el gesto dubitativo de Moreno y el énfasis de Paso, entre esta solvencia y decisión de Paso y la duda de Moreno, se ha querido ver el destino de nuestro país. Nacimos entre dudas y afirmaciones. La memoria, sin embargo, al menos la memoria más difundida, rescata un Moreno brioso, resuelto a consolidar Héctor Schmucler
  • 139. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 138 la Revolución que auspiciaba en lucha implacable contra sus rivales. ¿Por qué, entonces, Subercaseaux lo pintó con gesto dubitativo en el momento mismo enquesedecidíaunsaltotanaudazcomo incierto? Allí, en la tensión del cuadro, la imagi- nación interroga sobre anuncios incomprobables: sufogosavoluntad que alentaba un camino sin contemplaciones era tal vez la forma de pasar por encima de las dudas. Allí está el escenario donde la Revoluciónsehizo posible, donde diversas memo- rias y otras tantas convicciones echaron a rodar un destino que no estaba escrito de antemano. Recupero la e v o c a c i ó n shakespeariana: ¿cuánta violencia hace falta para desanudar las dudas? En la mitología argentina, llena de frases que la tradición repite, Saavedra otorga dimensiones descomunales a los hechos: “Se necesitaba tanta agua para apagar tanto fuego”. Las aguas inconmensurables del océano guardan para siempre el secreto de la muerte de Moreno. Dudas y secretos especta- cularizan nuestra memoria. Ya había muerto Mariano Moreno cuando su esposa, en Buenos Aires, envía la primera de las varias cartas que, sin ser leídas, quedarán en Londres, en inútil espera. Entre otras cosas, las cartas relatan cómo el “morenismo” moría en la ciudad de Mayo. La trama se cierra con un relato que seguramente no resistiría ningún intento de verifi- cación; en los días del incierto viaje, la esposa de Moreno habría recibido un cofre con un velo negro, guantes negros y abanico negro. La iconografía de Moreno no habla de derrota. El cuadro pintado por Subercaseaux, el que consagra su memoria, es el de un luchador que ninguna noche abate: en su escri- torio, tal vez con la luz de un candil, Moreno medita y escribe. Traza el libreto de la historia. Realizados en 1909, en preparación de los fastos del Centenario, la gloria, la firmeza, el coraje y una fe en la razón que no ofrece titubeos, debían estar presentes en esos cuadros que cons- truían un pasado acorde con esta Patria que pretendía mostrarse magnífica ante el mundo y autocelebratoria para sus dueños. Era la culminación de un proyecto de país que había obtenido su concreción orgánica en los últimos treinta años y que, para ser lo que había llegado a ser y que se proyectaba a un futuro majestuoso, necesitaba tener un pasado. Ese pasado fue lo que se mandó pintar, ahí estaban los dos íconos: el Cabildo Abierto y Moreno. Veintiocho años después, en 1938, Ceferino Carnacini desplegó su imagi- nación histórica en el cuadro más reproducido en los ámbitos educativos e institucionales: “El pueblo quiere saber de qué se trata” instalaba la presencia popular en una página que parecía escrita por inalcanzables héroes que daban su nombre a calles y plazas de Argentina. De ahora en más (ya estábamos en 1938) habrá cabildantes Nuestras preguntas al Bicen- tenario se acomodan a nuestra particular visión del presente. Si fuera aceptable esta especie de hipótesis, si llegamos a lo que somos (cualquiera sea la descripción de lo que somos) por causas más o menos perci- bibles y que variarán según la descripción del presente, podremos aprender para mantener o cambiar el rumbo. Aun podríamos proponernos hacer todo de nuevo. Lo imposible, lo indeseable, es pretender que lo que ocurrió puede ahuecarse. En algún lugar, la experiencia de lo vivido (que algunos podrán llamar “experiencia histórica”) persiste, aunque ni nos duela ni nos alegre. Es impensable renunciar al barro que nos forma. Reconocerlo es el mejor punto de partida para no sorprendernos ante el espejo.
  • 140. 139 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria en los balcones que parecen responder a presuntas demandas de la multitud reunida. “El pueblo quiere saber de qué se trata”, luce como el cuadro fundante de la democracia argentina, la apari- ción del pueblo como partícipe de la construcción del país. No importa que algunos historiadores (seguramente con razón) sostengan que es poco verosímil que hubiera gente en los balcones, y que esa multitud no llegaba a dos centenas; que los paraguas eran usados sólo por los muy poderosos y no por el pueblo y que en realidad no llovía, sólo estaba nublado. El cuadro quedó como un eco de algo de debía haber sucedido, de una memoria que sigue alimentando la escena original de la Patria. Un espectáculo necesario para que la memoria persista. Es así como fuimos produciendo a partir de cierta iconografía, nuestra memoria del Mayo de 1810. Tal vez sea exagerado, pero vale la pena pensar si nuestra memoria de 1810 es mucho más que el recuerdo y la presencia de la iconografía que se consolida en el primer centenario. El Bicentenario puede ser la ocasión de reflexionar sobre nuestra historia que hoy se muestra con 200 años de antigüedad o mirarnos a cien años de cuando, al cumplir el centenario de 1810, se dibujó la Patria. El Bicentenario nos interroga, según se enuncia en la convocatoria a estas charlas. Me gustaría afirmar que, tal vez, ante la magnitud del tiempo que se nos cuelga en la mochila, nos inte- rrogamos nosotros mismos, perplejos o ilusionados, sobre los altibajos del camino que nos trajo hasta aquí. Y en este “aquí” surgen las preguntas posi- bles. Qué vemos en este aquí, en este presentequealamaneradeuncaleidos- copio presenta formas multiplicadas, a veces tan caprichosas que no atinamos a preverlas. Nuestras preguntas al Bicentenario se acomodan a nuestra particular visión del presente. Si fuera aceptable esta especie de hipótesis, si llegamos a lo que somos (cualquiera sea la descripción de lo que somos) por causas más o menos percibibles y que variarán según la descripción del presente, podremos aprender para mantener o cambiar el rumbo. Aun podríamos proponernos hacer todo de nuevo. Lo imposible, lo inde- seable, es pretender que lo que ocurrió puede ahuecarse. En algún lugar, la experiencia de lo vivido (que algunos podrán llamar “experiencia histórica”) persiste, aunque ni nos duela ni nos alegre. Es impensable renunciar al barro que nos forma. Reconocerlo es el mejor punto de partida para no sorprendernos ante el espejo. Mientras tanto, hasta ahora, a pocas semanas de concluir el año 2009, ninguna conmoción atraviesa la cotidianidad de los argentinos. El Bicentenario, por ahora, es un puro deber. Es posible que el primer centenario conmoviera por lo menos a un sector de la población. Todo se estaba plas- mando y junto a las riquezas inauditas del “granero del mundo” bullía una sociedad injusta y conflictiva que se preparaba, sin saberlo, para tejer una historia a veces ilusionada y atravesada por dolores, desesperanza y sangrientas afirmaciones del poder. En el aire, con todo, podían resonar los versos de Rubén Darío: “¡Argentina, tu hora ha llegado!”. Y el canto a las mieses y los ganados de Lugones, que también se preparaba para proclamar unos años más tarde que “había llegado la hora de la espada”. Seguimos fluctuando entre Paso afirmativo y rotundo del cuadro de
  • 141. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 140 Subercaseaux y Moreno dubitativo del mismo cuadro. Tal vez nunca sepamos por qué el pintor chileno describió así el rostro de Moreno y tampoco sepamos exactamente el porqué de la presencia privilegiada de Paso. Multi- plicadas circularán, seguramente, estas preguntas en la reflexión sobre esta Argentina que el año próximo, simbólicamente, cumplirá 200 años. Si prescindimos de pensar que hay un destino manifiesto que marca el devenir nacional, deberemos hacernos responsables de ser la Patria. Nada nos obliga a ser nada; sin testamento, tenemos un legado en nuestras manos: nosotros mismos. Ésta es la realidad sobre la cual debe- ríamos reflexionar, con modestia que no nos disminuye sino que nos exige ser sobrios: no destinados a ninguna grandeza, decidir si queremos ser algo. Los legados, creo, no nos prescriben ningún porvenir conocible, salvo que, como recién sugería, aceptemos un presunto destino (que sin duda sería de grandeza). El porvenir, al cual también alude el anuncio de estas charlas, no tran- sita por la generación de condiciones favorables para nuestros hijos y nues- tros nietos y bisnietos. Tampoco en una abstracta construcción de algo llamado patria. El riesgo de apostar al porvenir radica en dejar al presente entre paréntesis. No somos responsa- bles del porvenir sino en el vivir de hoy. Ningún presente se justifica en la fuga hacia el futuro. Resulta un tanto doméstico, pero aun en las diserta- ciones más relevantes resulta necesario recordar que sólo vivimos el presente, donde se juega el pasado y el futuro. Seguramente lo que hagamos hoy condicionará el porvenir, pero noso- tros vivimos hoy, por lo tanto nuestra obligación de decir lo que se siente y no lo que se “debería decir” es impos- tergable. No hay más memoria que la de hoy. Siempre es presente encar- nado; fracasa cuando parece destinada a ser evocada como espectáculo. Hace cuarenta años Guy Debord alertó sobre lo que llamó “sociedad del espec- táculo” en cuanto rasgo predominante del existir contemporáneo. La realidad- espectáculo. No es que la realidad pase en el espectáculo, parece sugerir Debord, sino que vivimos para el espectáculo, en el espectáculo. Nuestra relación con los medios masivos y las más sofisticadas tecnologías contempo- ráneas, es íntima. Estamos lejos de ser meros receptores; tenemos la ilusión de ser actores, parte de la realidad espectacular. El lenguaje de los medios masivos es parte de nuestro lenguaje, y su retórica es la nuestra. Si una cámara se acerca a alguien para pedirle su palabra, el interpelado no requiere un aprendizaje especial: ya lo tiene. Hace años que los periodistas no necesitan decirle a nadie que sea breve. Todos lo saben; se es breve o no se aparece. Ser actor es aparecer. Ser breve es la clave: el espectáculo mediático nos moldea. El espectáculo se ha vuelto naturaleza. Tanto que para algunos se está produ- ciendo una especie de hiperdemocrati- zación de los bienes culturales, del uso de la técnica. En este acto de hiperde- mocratización, en el que somos parte de este gran espectáculo que se monta en realidad al margen de nosotros, lo que dejamos a un lado es la vida. El espectáculo, en la especulación de Guy Debord, ya no como duplicación de la vida, sino como el vivir en el cual nos reconocemos como espectadores de nuestro propio espectáculo. Entonces, ¿el porvenir sólo será un espectáculo de la memoria? Esta memoria que sólo
  • 142. 141 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria es tal si se hace vida presente, acción, quedará para las cámaras, quedará en algunas celebraciones, quedará en las habituales consignas escolares: “La Patria cumple doscientos años”. La Patria espectacularizada. ¿Quedará así, o seremos capaces de hacer el esfuerzo de alejarnos de esa “patria” y entrar en nosotros, cueste lo que cueste, para una vez más decir lo que sentimos y no aquelloquenosincorporaalespectáculo? Enfrentamos la enorme dificultad de no saber, desde el futuro, qué significa lo que estamos haciendo hoy. Sólo puede saber lo que en el futuro sabrá de lo que está haciendo hoy, quien considere que está cumpliendo un papel prede- terminado. Pero generalmente quienes actúan de esta manera carecen de capa- cidad para preguntárselo. Un marchar de autómata, incapacitado para dete- nerse a pensar qué está haciendo. Los portadores de la “banalidad del mal” en el decir de Hannah Arendt. Nos queda la exigente posibilidad de pensarnos a nosotros mismos. Toda responsa- bilidad presente tal vez encuentre su principio de acción en ese acto que nos proyecta más allá de una inmediatez vacua: interrogarnos por el pasado, por todo aquello que en su momento no nos atrevimos a preguntarnos. No podemos saber, desde la historia, qué estamos haciendo. Esta charla gratuita que ejercemos como en una reunión de amigos, ¿qué va a significar mañana? Lo más previsible es que no signifique nada, nada de nada, como la enorme mayoría de las cosas que efectuamos. Pero no lo sabemos, y el no saberlo nos obliga a ser responsables de cada palabra. Sabemos que no vivimos bajo la mirada de la historia. Napoleón imaginaba que la historia lo contemplaba, sentía que estaba escribiéndola. Tal vez tenía razón aunque era él, Napoleón, ante- rior a la historia. A veces creemos que la historia nos está mirando, que nos observa para controlar si cumplimos su mandato. Nuestra confianza en ella, nos enajena como hombres. Como si, en alguna parte, la historia ya estuviera escrita, hecha. Por el contrario, no creo que ninguna historia nos espera. En cambio, el pasado nos acom- paña, a pesar nuestro, aunque no nos libera de la responsabilidaddel presente. Nada nos determina, pero en el pasado pueden encontrarse las huellas de lo que hoy somos. Sólo con coraje una mirada hacia el pasado puede reconocer el origen de los rastros que marcan nuestro mundo, no distintos a los que descubrimos en nuestro propio cuerpo. No podemos perdonarle nada al pasado si queremos aprender. Y constantemente estamos a punto de aprender: el aprendizaje es inminente y siempre es tiempo. No podemos renunciar a ser lo que somos en donde estamos. Ninguna historia absolverá nuestros actos, porque de éstos se hará la historia. Los legados se nos vienen encima, no los elegimos. Se nos ofrecen y es imperioso recibirlos puesto que el legado se nos aparece como un don. Pero también, como el don, el legado nos es ajeno. No es fácil reconocerlo. Si podemos hacerlo nuestro es porque, llegado del pasado, guarda jirones de aquello pretérito que queda alojado en el presente y que está entrañablemente en nosotros. Enfrentamos la enorme difi- cultad de no saber, desde el futuro, qué significa lo que estamos haciendo hoy. Sólo puede saber lo que en el futuro sabrá de lo que está haciendo hoy, quien considere que está cumpliendo un papel predeterminado. Pero gene- ralmente quienes actúan de esta manera carecen de capa- cidad para preguntárselo. Un marchar de autómata, incapa- citado para detenerse a pensar qué está haciendo.
  • 143. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 142 El legado del Bicentenario, rigurosa- mente, es esto que estamos recorriendo entre todos, un camino que ya se ha transitado. En ese sentido, y aunque suene exagerado, diría que también somos responsables de ese pasado en tanto lo estamos prolongando. Es imposible despegarse de él. La posibi- lidad de rechazar el legado es sólo una figuración imaginaria. Somos, irrenun- ciablemente, ese legado. Si insisto en una interrogación persistente, aguda y arriesgada, es porque necesitamos ver, buscar a fondo qué hay en él, qué se nos pasó inadvertido y hoy reclama a nuestras puertas. (*) Conferencia brindada en el marco del ciclo “Legados y porvenir: Argentina en el Bicentenario”, organizado por la Biblioteca Nacional durante el 2009.
  • 145. 144 Treblinka de los argentinos. Imágenes de la nación: el cine y el Bicentenario(*) David Oubiña Las formas de representación de la historia del país no suceden de manera independiente de las imágenes que de él se han producido. Ellas están tramada por sus acontecimientos cinematográ- ficos que, en su poder narrativo, marcan cada pensamiento sobre el pasado. La mirada del cine asigna un sentido y puede, en este acto, consti- tuirse tanto en potencialidad para una memoria inquieta como en su reverso cristalizado que obstruye tal búsqueda. David Oubiña nos ofrece en este escrito una intuición de Argentina a partir de los modos en los que el cine la ha expresado. Nos propone problematizar aquel límite que no ha podido atravesarse: la imposibilidad de mostrar el horror de la última dictadura, un hecho inimaginable e irrepresentable que se transformó en un punto ciego para cualquier imagen. Una abundante discusión de la crítica cinematográfica, nacida a partir de los campos de exterminio de la Segunda Guerra Mundial, es reseñada aquí como parte de un intento por dar cuenta de esta dificultad, advirtiendo que, sin franquear este umbral de lo intolerable, no podrán elaborarse colectiva- mente los efectos que aquellos agujeros negros comportan en nuestro presente.
  • 146. 145 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria Quisiera que este texto sirva como modesto homenaje a mi madre, cuya familia sufrió las persecuciones y los campos de concentración en Polonia, durante la Segunda Guerra Mundial. En Argentina, en la época de la dicta- dura militar, en los años 70, mi madre vivió con miedo, como todos; pero, en su caso, el miedo adquiría un sentido suplementario, porque era la compro- bación horrorizada de que la historia sucede una vez como tragedia y luego se repite también como tragedia. I Una imagen puede darse por satis- fecha en el mero reconocimiento de los objetos o puede, en cambio, hacerlos legibles. Observar es (debería ser) una asignación de sentido. En el docu- mentalProfitMotiveandtheWhispering Wind (El incentivo de la ganancia y el viento susurrante, 2007), John Gianvito recorre la historia de las luchas políticas y sociales en Estados Unidos a lo largo de cuatro siglos; pero lo hace exclu- sivamente a través de una impresio- nante acumulación de lápidas y placas conmemorativas. No hay personas, no hay entrevistas, no hay acciones, no hay locución. Sólo la enumeración de monumentos mortuorios. Para que se entienda: durante 58 minutos, la pelí- cula no hace más que enhebrar una sucesión de imágenes que se mantienen en la pantalla el tiempo necesario para leer un nombre, unas fechas y un breve epitafio que deja constancia de una lucha inclaudicable. Inspirado en el libro del historiador Howard Zinn, La otra historia de los Estados Unidos (A People’s History of the United States, 1980), Gianvito muestra una historia de Norteamérica a partir de aquellas luchas populares que fueron supri- midas y olvidadas en los libros tradi- cionales: los indios, los negros, las mujeres, los pacifistas, los libertarios, los anarquistas. Profit Motive and the Whispering Wind es uno de los films más apasionada- mente políticos que se hayan realizado en los últimos años porque, a través de la simple observación, logra extraer de la imagen su dimensión profunda- mente cuestionadora. Al comienzo, un epígrafe dictamina: “Una memoria extensa es la idea más radical en America [The long memory is the most radical idea in America]” (Claire Spark Loeb). En efecto: el cine puede convertirse, a veces, en la forma más poderosa de la memoria. Lo repito y lo subrayo: sólo a veces. De una manera paradójica, esas escasas oportunidades en que las imágenes nos permiten ver, también dejan en evidencia hasta qué punto las películas no sirven usual- mente para esos fines sino, al contrario, para ocultar. Como si ese vínculo con la memoria que se advierte en Gianvito fuera una habilidad que el cine hubiera dejado de lado, un camino poco explo- rado que permanece como virtualidad o como latencia, y que sólo se ilumina de manera esporádica en la mirada de algunos cineastas. Mientras veía la película de Gianvito, pensaba cómo podría hacerse una historia de Argentina con materiales similares. ¿Qué lápidas se mostra- rían? ¿Qué nombres deberían resca- tarse? ¿Qué historia olvidada surgiría de allí? Los primeros films argumen- tales argentinos se realizaron en la época del primer Centenario y fueron películas históricas. En algún caso, el tema es previsible. La Revolución de Mayo (Mario Gallo, 1909) estre- nada el 24 de mayo de 1910 tenía
  • 147. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 146 por objeto, precisamente, conme- morar los acontecimientos que habían tenido lugar un siglo antes. Resulta curioso, no obstante, que el otro film que disputa el título de primera pelí- cula argumental sea El fusilamiento de Dorrego (Mario Gallo, 1909). Pero si se piensa detenida- mente, la imper- tinencia de este film en el inicio mismo del cine argentino es sólo aparente, ya que la conspiración contra Dorrego fue un punto de inflexión clave en la historia de la violencia política en nuestro país. “Ése –dijo José Hernández– es el tronco genealó- gico de todas las desgracias que hasta ahora vienen afligiendo a nuestra patria. De allí parten nuestros males. La sangre del coronel Dorrego fue la primera que se derramó alevosamente en nuestra guerra civil”. Curiosamente, Hernández coincide en este punto con Sarmiento, quien –erigiéndose en portavoz de la Generación del 37– afirmó que el fusilamiento de Dorrego había sido el gran error de los antiguos unitarios ya que eso había allanado el camino para el “despotismo sangui- nario” de Rosas: “Así se gobierna hoy la República –escribió–, ¡como las reses del matadero!”.1 Ese documental sobre Argentina que Gianvito podría haber realizado, ¿debería comenzar acaso con una imagen de la tumba de Dorrego? ¿Y cómo seguiría? Quizá debería visitar –si es que todavía existe– la tumba de Baigorrita, el último cacique ranquel muerto durante la Campaña al Desierto (1878). O el sepulcro de Cosme Budislavich, primer mártir del movi- miento obrero en Argentina (1901). Debería mostrar la sepultura mexicana de Simón Radowitzky (1956) o la lápida de Raquel Liberman, la mujer que se enfrentó a la Zwi Migdal (1935). Deberían verse, también, las tumbas de los obreros metalúrgicos muertos durante la Semana Trágica (1919), las fosas en donde yacen los huelguistas de la Patagonia Rebelde (1920-1921) y la lápida de Severino di Giovanni en el cementerio de Chacarita (1931). Debería mostrarnos la cárcel en la que fue fusilado el general Valle (1956) y el aeropuerto de Trelew en donde fueron capturados los militantes que escaparon del penal de Rawson (1972). Obvia- mente, los nombres suprimidos de esa historia podrían variar de acuerdo a la perspectiva ideológica del cineasta. Ése no sería, por cierto, un problema. En cambio, la pregunta que habría que hacerse es si realmente sería posible completar esa película. Hay un hecho indudable: forzosamente el recorrido de la cámara se interrumpiría frente a los miles de desaparecidos de la última dictadura militar. ¿Habría que ver las fosas comunes? ¿Los NN? ¿Qué lápidas mostrar? ¿Cómo dar cuenta de la dimensión que ha adquirido la repre- sión política durante los años 70 en la memoria colectiva? En Poder y desaparición, Pilar Calveiro sostiene: “No puede haber campos de concentracion en cualquier sociedad o en cualquier momento de una sociedad; la existencia de los campos, a su vez, cambia, remodela, reformatea a la sociedad misma”.2 Los campos de concentración, las torturas, los desapa- recidos constituyen un momento Los campos de concentración, las torturas, los desaparecidos constituyen un momento dife- rencial que pone distancia entre el Proceso y las otras dictaduras militares en nuestro país. Más allá de toda la docu- mentación que ha podido reco- gerse, el terrorismo de Estado de los años 70 parece resistirse a los films. Sin duda porque, en gran medida, esos crímenes resultan inimaginables. Pero, también, porque el cine no ha sabido mostrar eso.
  • 148. 147 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria diferencial que pone distancia entre el Proceso y las otras dictaduras militares en nuestro país. Más allá de toda la documentación que ha podido reco- gerse, el terrorismo de Estado de los años 70 parece resistirse a los films. Sin duda porque, en gran medida, esos crímenes resultan inimaginables. Pero, también, porque el cine no ha sabido mostrar eso. II Es cierto que, a partir de 1983 se han hecho muchos films sobre la repre- sión, la tortura, las desapariciones: Los días de junio (Alberto Fischerman, 1985), La noche de los lápices (Héctor Olivera, 1986), Sentimientos. Mirta, de Liniers a Estambul (Jorge Coscia y Guillermo Saura, 1987), La amiga (Jeanine Meerapfel, 1989), Sur (Fernando Solanas, 1989), entre otros. Digamos que, desde La historia oficial (Luis Puenzo, 1986) para acá, el cine argentino ha vuelto una y otra vez sobre la cuestión. Claro que el film de Puenzo ocultaba más de lo que mostraba y que su única preocu- pación era dar una respuesta rápida al problema para archivarlo entre los cajones de un pasado deshonroso. Ahí estaban ya todos los elementos nece- sarios para instalar la versión oficial sobre los hechos: la teoría de los dos demonios, la inmaculada inocencia de la protagonista que nunca supo lo que sucedía y el papel secun- dario desempeñado por las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Vista hoy, ni siquiera parece una película de denuncia. Se podría decir, en cambio, que películas como Garage Olimpo (Marco Becchis, 1999) y Crónica de una fuga (Adrián Caetano, 2006) sí se han enfrentado al problema que significa mostrar el horror. Esos films muestran. Incluso, muestran dema- siado. Son películas sobre la tortura. Pero entonces habría que entender la frase en su sentido más literal: pelí- culas sobre la tortura, a propósito de la tortura. Películas en las cuales la tortura es el tema. Sin embargo, ¿en qué medida logran desentrañar el aspecto intolerablemente humano de las desapariciones más allá de la exhi- bición morbosa del sufrimiento? Esto sucede, incluso, en los documen- tales realizados por hijos de desapa- recidos, como Papá Ivan (María Inés Roqué, 2000), Los rubios (Albertina Carri, 2003) o M (Nicolás Prividera, 2007). ¿Qué es lo que ha quedado para ellos? Aun cuando las pers- pectivas de Roqué, de Carri y de Prividera difieren notable- mente en varios puntos, sus pelí- culas intentan hacer el duelo frente a esa ausencia. No son retratos del ausente, son la puesta en escena de una ausencia. Funcionan como recordatorios sobre la imposibilidad del cine para dar cuenta de lo que es irreparable. Tal como reconoce María Inés Roqué en Papá Iván: “Yo pensé que esta película iba a ser una tumba, pero me doy cuenta de que no lo es, que nunca es suficiente”. Siempre hay algo que se escapa, algo que no se logra capturar y que perma- nece irreductible afuera del plano. Eso que resulta inimaginable cuando se intenta leer el libro Nunca más no ha sido, en efecto, mostrado por el cine. Siemprehayalgoqueseescapa, algo que no se logra capturar y que permanece irreductible afuera del plano. Eso que resulta inimaginable cuando se intenta leer el libro Nunca más no ha sido, en efecto, mostrado por el cine. No pretendo desca- lificar a unas películas como si fueran culpables por no haber sabido mostrar.
  • 149. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 148 No pretendo descalificar a unas pelí- culas como si fueran culpables por no haber sabido mostrar. Mis preferen- cias personales incluyen Las veredas de Saturno (Hugo Santiago, 1989), El ausente (Rafael Filippelli, 1988), incluso Un muro de silencio (Lita Stantic, 1992); aunque aceptaría que tampoco estos films consiguen mostrar. Quiero decir: cada uno se inclinará por determinadas obras en desmedro de otras. Pero ése no es el punto. El problema que me interesa plantear es de un orden más amplio. No tiene que ver con algunos casos particulares sino con una dimensión más general y, quizá, más medular. Tal vez allí, este medio de la visibilidad total que es el cine encuentra su límite. Como si ante el horror (el verdadero horror, no el que provoca el cine gore), las películas se enfrentaran a su punto ciego. Tal vez eso sea inevitable. Pero, entonces, toda la suerte del cine se juega en el modo en que las películas se hacen cargo de eso. Cuando Jacques Rivette desprecia Kapo (Gillo Pontecorvo, 1959) y hace el elogio de Noche y niebla (Alain Resnais, 1955), explica que la fuerza del film de Resnais “procede en menor medida de los documentos que del montaje, de la ciencia con la que se ofrecen a nuestra mirada los crudos hechos, reales, por desgracia, en un movimiento que es justamente el de la conciencia lúcida, y casi impersonal, que no puede aceptar comprender y admitir el fenómeno. Se han podido ver en otras ocasiones documentos más atroces que los recogidos por Resnais; ¿pero a qué no puede acostumbrarse el hombre? Ahora bien, uno no se acos- tumbra a Noche y niebla; es porque el cineasta juzga lo que muestra, y es juzgado por la manera en que lo muestra”.3 El film fue realizado en un momento en que todavía era necesario demostrar que los campos de concen- tración habían existido. Si Resnais acierta es porque encuentra la forma apropiada: la oscilación entre el blanco y negro y el color, entre el pasado y el presente no pretende establecer una separación entre dos momentos sino que, al contrario, posee el efecto de una sobreimpresión. Uno encima del otro, uno transparentando al otro. En el inicio mismo del film queda establecido ese procedimiento: una panorámica comienza sobre un prado apacible y concluye sobre la cerca inconfundible, coronada de alambres de púas, mientras la voz en off comenta: “Aun un campo verde, aun un paisaje tranquilo pueden conducirnos a un campo de concentra- ción”. Estamos parados, literalmente, sobre millones de cadáveres. Puesto que el cine es un medio prepa- rado para registrar la apariencia de las cosas, hay siempre, de manera inevi- table, una concesión al espectáculo. Se me dirá: ésa es su naturaleza. Tal vez. Pero entonces los cineastas impres- cindibles son aquellos que aceptan hacerse cargo de ese pecado original y comprenden que hacer películas es un intento por dar respuestas concretas a una actividad innoble. Es que, como dice Didi-Huberman, “Todo acto de imagen es arrancado de la impo- sible descripción de una realidad”.4 Hacemos imágenes porque el todo no se deja ver. Pero, por eso mismo, en vez de celebrar una mirada satisfecha consigo misma, una imagen auténtica se sostiene sobre la tensión entre lo que un plano muestra y lo que inevi- tablemente debe obturar para poder mostrar algo.5 Exhibir no es lo mismo que hacer ver. Exhibir no prueba nada. Todas las imágenes exhiben, pero sólo los grandes cineastas hacen ver.
  • 150. 149 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria El interrogante que el Holocausto plantea al cine es, en efecto, ¿cómo hacer ver eso que resulta inconcebible hasta la abstracción con un medio que parece condenado a lo concreto, a los detalles y a la superficie? ¿Cuál es la imagen que haría ver esa paradoja si el cine tiende a ser inevitablemente aser- tivo y categórico? Las películas siempre parecen mostrar los hechos sin nece- sidad de mediaciones. El Holocausto, eso que “nunca debió suceder pero sucedió”, posee en el recuerdo un estatuto que tiende a escaparse de los parámetros con que suele definirse la imagen en cine.6 Es algo imposible y sin embargo cierto, algo cuya misma irrealidad es paradójicamente su condi- ción de existencia. Por eso una película como Shoah (Claude Lanzmann, 1985) es lo opuesto de La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993) o La vida es bella (Roberto Benigni, 1998), que no se plantean ninguna pregunta y que sólo piensan en el Holocausto como excusa para una historia emotiva y conmovedora.7 Los espectadores de Benigni y de Spielberg son engañados (o se dejan engañar) por la ilusión de que todo eso sucedió en otro momento y en otro sitio. No los toca. No les compete. Si Shoah resulta infinitamente más valiosa es porque nunca clausura la cuestión, nunca cede al consuelo falso, nunca olvida el horror; por el contrario, todos sus esfuerzos están destinados a restituirle su naturaleza conflictiva e irresuelta, su distancia imposible y su cercanía también imposible, su difi- cultad para ser transmitido y su nece- sidad imperiosa de ser transmitido. El film de Lanzmann es un film crispado porque entiende que no se trata de disolver la tensión sino de vivir en ella. Es que, como sostiene Giorgio Agamben, “en este caso el testimonio vale en lo esencial por lo que falta en él; contiene, en su centro mismo, algo que es intestimoniable (...) Los ‘verda- deros’ testigos, los ‘testigos integrales’ son los que no han testimoniado ni hubieran podido hacerlo (...) Los que lograron salvarse, como seudotes- tigos, hablan en su lugar, por delega- ción: testimonian de un testimonio que falta”.8 La estructura misma de los testimonios sobre el exterminio está determinada por eso que Agamben deno- mina la “aporía de Auschwitz”: “Por una parte, en efecto, lo que tuvo lugar en los campos les parece a los supervi- vientes lo único verdadero y, como tal, abso- lutamente inol- vidable; por otra, esta verdad es, en la misma medida, inimaginable, es decir,irreductible a los elementos reales que la constituyen. Unos hechos tan reales que, en comparación con ellos, nada es igual de verdadero; una realidad tal que excede necesa- riamente sus elementos factuales”.9 Sobre el Holocausto, nunca habremos visto lo suficiente, nunca sabremos lo suficiente. Ésa es la famosa línea de diálogo que Marguerite Duras escribió para Hiroshima mon amour. En el film de Alain Resnais, el amante japonés desmiente una y otra vez a la actriz francesa que dice haberlo visto todo: “Tú no has visto nada en Hiroshima”, responde él como en una letanía. ¿Cómo representar el horror, entonces? ¿Cómo dar cuenta del Mal que es, por definición, lo irrepresentable? ¿Cómo representar eso que, inelucta- blemente, se escapa a la repre- sentación? Sin duda se trata de algo imposible, pero eso no debería ser una interdicción a priori sino la consecuencia necesaria de un renovado intento por representar. Para el cine, no es tanto una capitu- lación sino una forma de rein- troducir esa tensión conflictiva entre lo que se muestra y lo que no se muestra como función constitutiva del plano.
  • 151. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 150 ¿Cómo representar el horror, entonces? ¿Cómo dar cuenta del Mal que es, por definición, lo irrepresentable? ¿Cómo representar eso que, ineluctablemente, se escapa a la representación? Sin duda se trata de algo imposible, pero eso no debería ser una interdicción a priori sino la consecuencia necesaria de un renovado intento por representar. Para elcine,noestantounacapitulaciónsino una forma de reintroducir esa tensión conflictiva entre lo que se muestra y lo que no se muestra como función constitutiva del plano. Normalmente, el cine no se plantea estas cuestiones porque sólo trabaja con una de las dimensiones posibles de la imagen. Cuando Godard critica a Spielberg no lo hace (sólo) por motivos ideológicos sino cinematográficos. O mejor: lee la ideología en la forma del film: “No basta con odiar al fascismo, no basta con querer atacar a Hitler. Si hago un pésimo film sobre Hitler no ataco a Hitler, no estoy realmente en contra de Hitler”. El problema de Spielberg o el de Benigni es que el Holocausto aparece como un tema que se comu- nica mediante las imágenes pero nunca como un problema formal. Por eso sus planos son siempre apodícticos, demasiado seguros de lo que afirman, demasiado satisfechos de sí mismos. Son imágenes obscenas, como las de la publicidad o la pornografía. III Eso que ocurrió (que sabemos que ocurrió) es irreductible para las imágenes del cine. Pero, entonces, es preciso definir si lo irrepresentable es lo que no se puede o lo que no se debe representar, es decir: si se trata de una incapacidad o de una prohibición. Ése es el debate que se planteó entre Lanzmann y Godard a propósito del modo en que el cine debía acer- carse al exterminio. Tal como definió Didi-Huberman los términos de esa polémica: “Godard y Lanzmann creen que la Shoah nos pide pensar de nuevo toda nuestra relación con la imagen, y tienen mucha razón. Lanzmann cree que ninguna imagen es capaz de ‘decir’ esta historia y por eso es por lo que filma, incansablemente, la palabra de los testigos. Godard, por su parte, cree que todas las imágenes, desde entonces, no nos ‘hablan’ más que de eso (pero decir que ‘hablan de eso’ no es decir que ‘lo dicen’), y es por lo que, incansa- blemente, revisita toda nuestra cultura visual condicionado por esta cues- tión”.10 Lanzmann renuncia al archivo porque afirma que “las imágenes reales son falsas”, son “imágenes sin imagi- nación”. No hay archivos y no puede haberlos. El exterminio también fue eso. Por ese motivo, el Holocausto no debe mostrarse. Las imágenes, dice, siempre filtran el horror y, por el solo hecho de ser imágenes –aun las imágenes más horrorosas–, nos protegen de él. Hacen que resulte más tolerable. De ahí que cualquier exhibi- ción de la masacre sería una concesión al espectáculo, a la curiosidad morbosa y al voyeurismo. Lanzmann llega al extremo de proponer la destruc- ción de un eventual “film maldito” que mostrase la aniquilación desde adentro de una cámara de gas. Dijo el cineasta: “Spielberg ha escogido reconstruir. Ahora bien, reconstruir es, en cierto modo, fabricar archivos. Y si yo hubiese encontrado un film ya existente –un film secreto, porque estaba estrictamente prohibido cual- quier filmación– rodado por un SS que mostrase cómo tres mil judíos,
  • 152. 151 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria hombres, mujeres, niños, morían juntos, asfixiados en una cámara de gas del crematorio II de Auschwitz, si yo hubiera encontrado eso, no solamente no lo hubiese mostrado, sino que lo hubiese destruido. No soy capaz de decir por qué. Es evidente”.11 Para Lanzmann, el exterminio fue planifi- cado mediante una racionalidad tan perfecta como demoníaca; tan perfecta y demoníaca que, incluso, planificó la desaparición de sus huellas. No puede haber imágenes del exterminio pero además, si las hubiera (y éste es el borde peligroso del razonamiento), lo mejor sería destruirlas porque siempre resultarían parciales y, por lo tanto, decepcionantes, engañosas, falsas. Según el cineasta, las imágenes sobre el exterminio le quitarían su carácter de excepción radical. Para Godard, en cambio, la cuestión es justamente la opuesta. Hay que mostrar. Y cuando Marguerite Duras sugiere que, al fin y al cabo, “Shoah ha mostrado”, Godard la interrumpe y dice rápidamente: “No mostró nada”.12 El problema del cine es que no supo mostrar los campos de exterminio. Es lo que el realizador sostiene a propósito de sus Historia(s) del cine: “Todo se había acabado. Todo se terminó en el momento en que no se filmaron los campos de concentración. En ese instante, el cine faltó totalmente a su deber (...) Al no filmar los campos de concentración, el cine ha dimitido”.13 Todas las imágenes del cine cargan con ese fracaso y aluden a él. Por eso la función del montaje, en el film de Godard, consiste en forzar los planos para extraer de ellos eso que no se vio en su momento. Historia(s) del cine atrae y obliga a convivir, en una vecindad imposible, a aquellas imágenes que nuestra historia había mantenido separadas. Al hacerlas colisionar, hace surgir paralelismos imprevisibles, deri- vaciones impensadas, relaciones contra natura. El montaje permite entender lo que no podría advertirse en cada uno de los planos por separado. Al ver un plano documental de una escuadra de bombarderos sobreimpreso a la bandada de pájaros asesinos en el film de Hitchcock, al ver el rostro de felicidad de Elizabeth Taylor (en A Place in the Sun) junto a los rostros de los cadáveres de Buchenwald, al ver el fusilamiento de un soldado que se mezcla con Gene Kelly y Leslie Caron bailando junto al Sena, entendemos que las imágenes estaban incompletas y que necesitaban cruzarse David Oubiña
  • 153. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 152 con otras para descubrir todo su sentido. Una imagen sirve, entonces, justamente, para mostrar aquello que no puede (que, de otra manera, no podría) ser visto. Por eso, cuando Godard dice imagen, en realidad dice montaje: esa unidad doble que surge del cruce o la superpo- sición de imágenes y que tiene la capa- cidad de hacerlas pensar, obteniendo (como si se tratara de una anamnesis audiovisual) eso que ellas supieron pero olvidaron. Es cierto que, en la postura de Godard, hay algo de redentor y que su concep- ción de la imagen se recorta sobre un horizonte de revelación. Aunque también debería señalarse que, cuando Lanz- mann se opone a la lógica de la prueba (no hay nada que probar, las imágenes no demostrarían nada, lo que sucedió es inimaginable), contradice su propia práctica: su film encuentra, por reduc- ción al absurdo, una forma de testi- moniar que eso impensable no era realmente impensable puesto que pudo ser concebido y llevado a cabo. Lanzmann lo ha dicho: “El punto de partida del film fue (...) la desapari- ción de las huellas: no queda más que un vacío, y era necesario hacer un film a partir de ese vacío”.14 Es preciso imaginar, dar imágenes a eso que los nazis pretendieron volver invisible. Sin duda, se trata de no fetichizar la imagen; pero confinar el exter- minio al plano de lo irrepresentable o de lo indecible es –como sostiene Agamben– concederle el prestigio de la mística. Más bien habría que pensar que si el Holocausto puede ser defi- nido como excepcional no es por su carácter único sino, justamente, por su valor ejemplar: una experiencia trau- mática capaz de revelar un sustrato general que, de otro modo, no hubiera sido advertido. Ya en 1963, Godard había dicho: “El único film verdadero que habría que hacer sobre los campos –que nunca ha sido hecho y nunca lo será porque resultaría intolerable– consistiría en filmar un campo desde el punto de vista de los torturadores, con todos sus problemas cotidianos. ¿Cómo meter un cadáver de 2 metros en un cajón de 50 centímetros? ¿Cómo evacuar diez toneladas de brazos y piernas en un vagón de tres toneladas? ¿Cómo quemar a cien mujeres con combus- tible suficiente sólo para diez? Habría que mostrar también a los meca- nógrafos haciendo el inventario de todo en sus máquinas de escribir. Lo que sería insoportable no es el horror que se desprendería de tales escenas sino, en cambio, su aspecto perfec- tamente normal y humano”.15 Si, en un sentido, el mundo de los campos puede funcionar como el nuestro es porque no se trata de algo enteramente diferente. Es sólo su reverso. IV ¿Cómo filmar, entonces, las torturas, los NN, los vuelos de la muerte? El riesgo es que la dictadura militar se reconozcasólocomoeltemadealgunas películas de fines de siglo, así como “la explotación rural” fue un tópico reite- Es preciso imaginar, dar imágenes a eso que los nazis pretendieron volver invi- sible. Sin duda, se trata de no fetichizar la imagen; pero confinar el exterminio al plano de lo irrepresentable o de lo indecible es –como sostiene Agamben– concederle el pres- tigio de la mística. Más bien habría que pensar que si el Holocausto puede ser definido como excepcional no es por su carácter único sino, justa- mente, por su valor ejemplar: una experiencia traumática capaz de revelar un sustrato general que, de otro modo, no hubiera sido advertido.
  • 154. 153 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria rado en las películas del género social- folcklórico a fines de la década del 30 o “la brecha generacional” fue una obsesión para la Generación del 60. El riesgo es que el Proceso se convierta en un telón de fondo para ambientar una historia cualquiera como ha suce- dido con el franquismo en el cine español, la guerra de Vietnam en el cine norteamericano o la Resistencia en el cine francés. El riesgo es que todo ese momento oscuro de nuestra historia se fije en la memoria colectiva como un lugar común, es decir, como una forma del olvido. Ese riesgo ya se había planteado en el final de Noche y niebla: “Estamos nosotros, que miramos sinceramente estas ruinas como si el viejo monstruo concen- tracionario hubiese muerto bajo los escombros; nosotros, los que fingimos recuperar la esperanza ante esta imagen que se aleja, como si nos curásemos de la peste de los campos; nosotros, que aparentamos creer que todo esto proviene de un único tiempo y país, y que no pensamos en mirar a nuestro alrededor ni oímos que se grita sin fin”. En efecto, si el exterminio queda confinado al estatuto de accidente monstruoso, entonces se elimina la posibilidad de que pueda ser pensado. Lo monstruoso pertenece al orden de la naturaleza y por lo tanto no es susceptible de ser procesado por la razón. El movimiento de la represen- tación debe demostrar que esa alte- ridad radical del exterminio no es sino el otro lado (el reverso) de lo propio.16 Nunca estaremos lo suficientemente lejos de él porque vive con nosotros. En Lo que queda de Auschwitz, un testigo relata un partido de fútbol que tuvo lugar durante una pausa del trabajo. Se podría pensar que ahí emerge un rasgo de humanidad en medio del infierno. Pero, como afirma Agamben: “Ese momento de normalidad, es el verdadero horror del campo. Podemos pensar, tal vez, que las matanzas masivas han terminado, aunque se repitan aquí y allá, no demasiado lejos de nosotros. Pero ese partido no ha acabado nunca, es como si todavía durase, sin haberse inte- rrumpido nunca. Representa la cifra perfecta y eterna de la ‘zona gris’, que no entiende de tiempo y está en todas partes. De allí proceden la angustia y la vergüenza de los supervivientes (...) Mas es también nuestra vergüenza, la de quienes no hemos conocido los campos y que, sin embargo, asistimos, no se sabe cómo, a aquel partido, que se repite en cada uno de los partidos de nuestros estadios, en cada trans- misión televisiva, en todas las formas de normalidad cotidiana. Si no llegamos a comprender ese partido, si no logramos que termine, no habrá nunca esperanza”.17 Indudablemente soy injusto al decir que el cine argentino no ha sabido filmar la dictadura militar. Aquí y allá, hay películas honestas e, incluso, aquí y allá, hay algunas imágenes sabias en algunas películas honestas. Ya lo he mencionado al comienzo: los ejemplos pueden variar pero, desde 1983 para acá, cada uno podría enumerar lo que ha aprendido en cada caso. No se trata, entonces, de convertirse en fiscal y levantar el dedo para criticar a las películas; pero hay también un riesgo en pensar que ya hemos visto todo cuando, en verdad, la tarea recién ha comenzado. Agamben sostiene que, más allá de la utilidad y la necesidad de los procesos celebrados en Nuremberg, quizás ellos fueron “los responsables de la confusión intelectual que ha impedido pensar Auschwitz durante decenios” porque “contribuyeron a difundir la
  • 155. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 154 idea de que el problema había quedado ya superado”.18 El derecho no agotaba el problema sino que, al contrario, ese problema puso en tela de juicio al derecho. Si ha sido necesario dictar sentencia, es porque la justicia se ha ausentado. Y en cierta forma, lo mismo puede decirse de los films ya que, en este caso, la posibilidad de mostrar los sucesos no hace más que evidenciar de manera extrema la distancia que nos separa de ellos. Ya sabemos que una imagen no es justa sino justo una imagen. La verdad no posee consistencia jurídica ni estética. Circula por carriles más intangibles y evanescentes. André Bazin ironizaba sobre los documentales etnográficos que se jactan de mostrar a la feroz tribu de caníbales: el hecho de que los cineastas no han sido devo- rados y han regresado para mostrarnos la película prueba que los caníbales no eran tan feroces o bien que el film no es tan verdadero como pretende. Nosotros también podemos decir que se nos ha mostrado; pero, aun así, todavía no hemos visto nada real- mente. Todavía no hemos compren- dido lo que significa ver eso. Sí, claro: hemos visto las picanas, el submarino, los tabicamientos; hemos visto las violaciones, los secuestros, el síndrome de Estocolmo; hemos visto la ESMA, la Mansión Seré; hemos visto los vuelos de la muerte; hemos visto las fosas comunes. Pero, en cierto sentido, aun las imágenes más honestas, las más auténticas, las más valientes no logran evitar ese destino un poco tranquili- zador del memorial o el monumento. Como si las muertes del Proceso fueran hechos aislados –inhumanos pero aislados– que permanecen confinados en un momento de nuestra historia y no lo que realmente son: el reverso apenas oculto o disimulado de nuestra experiencia cotidiana. El pasado aún no ha pasado. Ni siquiera es un pasado para nosotros. Es lo que afirma Pilar Calveiro: “La acción del terror no acabó el día que cayó el gobierno militar. Hay un efecto a futuro, un efecto que perdura en la memoria de la sociedad (...) Ese efecto de terror dife- rido, que los militares se han encargado de refrescar con cierta periodicidad, de maneras abiertas o solapadas, cuando amenazan ‘lo volveríamos a hacer’, es quizás uno de los mayores logros del dispositivo concentracionario”.19 En vez de celebrarse a sí misma, una imagen auténtica se sostiene sobre la tensión entre lo que muestra y lo que inevitablemente debe obturar para poder mostrar algo.20 No hay imagen que pueda dar cuenta del horror y, sin embargo, resulta imprescindible obstinarse en dar cuenta del horror. Aun –o sobre todo– cuando se trata de una empresa destinada al fracaso. En esa misma dirección habría que leer la conocida sentencia de Adorno que suele malinterpretarse: no como una interdicción sobre la poesía luego de Auschwitz sino como un rechazo a estetizar el sufrimiento de las víctimas.21 Cualquier imagen plena resultaría inmediatamente falsa, porque la verdad sólo puede intuirse en la medida en que permanezca incom- pleta, es decir, mientras siga gravitando sobre nuestro presente. Allí radica la dimensión genuinamente constructiva de la memoria: hacer que el pasado Aunlasimágenesmáshonestas, las más auténticas, las más valientes no logran evitar ese destino un poco tranquili- zador del memorial o el monu- mento. Como si las muertes del Proceso fueran hechos aislados –inhumanos pero aislados– que permanecen confinados en un momento de nuestra historia y no lo que realmente son: el reverso apenas oculto o disimulado de nuestra expe- riencia cotidiana.
  • 156. 155 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria pueda formular nuevos interrogantes sobre el destino de una comunidad. Quizás, entonces, cuando se celebre el tercer centenario, los que vengan después de nosotros podrán decir que algo han aprendido. Hay una dife- rencia fundamental entre creer que ya se ha mostrado y saber que nunca se terminará de mostrar aunque, precisa- mente por eso (precisamente porque nunca se puede mostrar), es necesario seguir intentando. No puedo imaginar un objetivo más elevado para el cine argentino de los próximos cien años. (*) Conferencia brindada en el marco del ciclo “Legados y porvenir: Argentina en el Bicentenario”, organizado por la Biblioteca Nacional durante el 2009. NOTAS 1. José Hernández, Vida del Chacho, Buenos Aires, Editorial Coyoacán, 1962, p. 34 y Domingo Faustino Sarmiento, “El general Fray Félix Aldao”, en Obras completas de Sarmiento, volumen VII, Buenos Aires, Luz del día, 1949, p. 262. 2. Pilar Calveiro, Poder y desparición. Los campos de concentración en Argentina, Buenos Aires, Colihue, 2004, p. 148. 3. Jacques Rivette, “De l’abjection”, Cahiers du cinéma nº 120, junio de 1961. 4. Georges Didi-Huberman, Imágenes pese a todo. Memoria visual del Holocausto, Barcelona, Paidós, 2004, p. 185. 5. Véase Serge Daney, “El travelling de Kapo”, en Perseverancia. Reflexiones sobre el cine, Buenos Aires, El Amante, 1998. Daney, al igual que Rivette, opone el film de Pontecorvo a Noche y niebla, de Alain Resnais. En otro lugar, se refiere al concepto de Blanchot sobre la “escritura del desastre” para referirse a esos “tres manuscritos” de Resnais, “esos tres testigos irrecusables de nuestra modernidad” que son Noche y niebla (1956), Hiroshima mon amour (1958) y Muriel (1963). El cine de Resnais en los años 60 aparece así como el gran “sismógrafo”, aquel que encontró la forma para contar el acontecimiento fundante de nuestra modernidad (Véase Serge Daney, “Resnais y la escritura del desastre”, en Cine, arte del presente, Buenos Aires, Santiago Arcos, 2004). 6. Tomo la referencia del exterminio como “lo que nunca debió suceder pero sucedió” de Silvia Schwarzböck, “La memoria frente al espectador: cómo representar en el cine lo que nunca debiera haber sucedido”, en Pablo Dreizik (comp.), La memoria de las cenizas, Buenos Aires, Dirección Nacional de Patrimonio, Museos y Artes, 2001. 7. Escribe Raúl Beceyro sobre la película de Spielberg: “Los judíos de Schindler, que son los judíos de Spielberg, se salvaron. Aunque parezca inconcebible, La lista de Schindler, que supuestamente habla del asesinato de seis millones de judíos, tiene un happy end. Y el final es feliz no sólo porque los judíos se salvan (porque los judíos del film se salvan) sino porque a causa de ese escamoteo, los espectadores salen contentos de ver el film, sin ningún conflicto, porque el film los ha resuelto todos” (Raúl Beceyro, “Los límites. Sobre La lista de Schindler”, Punto de vista nº 49, agosto de 1994, p. 9). Lo mismo podría predicarse sobre La vida es bella, aun cuando el protagonista tenga un final más desgraciado que los prisioneros de Spielberg. El padre del film de Benigni puede morir satisfecho porque ha logrado proteger a su pequeño hijo de los infortunios: su simulacro es tan eficaz que ha logrado borrar la experiencia terrible del campo de prisioneros y ha convertido al exterminio en un mundo de pura ficción. Como si nada de eso hubiera existido. Por cierto, para el niño, nada de eso ha existido y la vida sigue siendo bella. 8. Giorgio Agamben, Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo (Homo Sacer III), Valencia, Pre-textos, 2005, p. 34 9. Ibid., pp. 8-9. Huyssen también trabaja sobre el funcionamiento necesariamente contradictorio de la memoria: para él, ningún monumento singular podría dar cuenta del Holocausto en su totalidad pero, además, eso tampoco sería deseable puesto que fijaría el recuerdo del horror en una única imagen estática y, en última instancia, decepcionante. Véase Andreas Huyssen, “Monuments and Holocaust. Memory in a Media Age”, en Twilight Memories. Making Time in a Culture of Amnesia, Londres, Routledge, 1995.
  • 157. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 156 10. Georges Didi-Huberman, Imágenes pese a todo. Memoria visual del Holocausto, op. cit., pp. 186-187. Sobre esta polémica, véase también, Libby Saxton, “Anamnesis and Bearing Witness: Godard / Lanzmann”, en Michael Temple, James Williams y Michael Witt (eds.), Forever Godard, Londres, Black Dog Publishing, 2004. El problema es que, como dice Rancière, el enfrentamiento entre los cineastas terminó convirtiéndose en un debate teológico en el que se opuso el verbo a la imagen: “un judaísmo de la palabra” contra “un catolicismo impuro del ícono”. La temática de lo irrepresentable deviene así “una especie de confiscación ético-religiosa de los procedimientos artísticos” (Jacques Rancière, “Las poéticas contradictorias del cine”, Pensamiento de los confines nº 17, diciembre de 2005, p. 17). A propósito de esta oposición estético-teológica, véase, por ejemplo, Jean-Michel Frodon, “Le fameux débat Lanzmann-Godard: le parti des mots contre le parti des images”, Le Monde, Supplément Télévision, 28 de junio de 1999 y Gérard Wajcman, “‘Saint Paul’ Godard versus ‘Moïse Lanzmann’, le match”, L’Infini nº 65, 1999. 11. Citado en Georges Didi-Huberman, Imágenes pese a todo. Memoria visual del Holocausto, op. cit., p. 145. Sobre los problemas de la representación de lo abyecto, véase también Julia Kristeva, Powers of Horror. An Essay on Abjection, Nueva York, University of Columbia Press, 1982. 12. Marguerite Duras y Jean-Luc Godard, “2 o 3 choses qu’ils se sont dites”, en Jean-Luc Godard par Jean-Luc Godard, tome II (1984-1998), París, Cahiers du cinéma, 1998, p. 146. 13. Jean-Luc Godard, “Le cinéma n’a pas su remplir son rôle”, en Jean-Luc Godard par Jean-Luc Godard, tome II (1984-1998), op. cit., p. 336. 14. Citado en Libby Saxton, “Anamnesis and Bearing Witness: Godard / Lanzmann”, en op. cit., p. 375. 15. Jean-Luc Godard, “Feu sur Les Carabiniers”, en Jean-Luc Godard par Jean-Luc Godard, tome I (1950-1984), París, Cahiers du cinéma, 1998, p. 239. 16. O, como sostiene Jean-Luc Nancy: aunque no se trata de determinar una estricta necesidad histó- rica del nazismo, es importante “sustraerlo desde el principio del estatuto de accidente monstruoso acaecido en la historia y a la historia, porque así se lo excluye de toda posibilidad de pensamiento” (Jean-Luc Nancy, La representación prohibida, Buenos Aires, Amorrortu, 2006, p. 35. Sobre la categoría de lo monstruoso, la historia y la naturaleza, véase Marina Warner, No Go the Bogeyman: Scaring, Lulling and Making Mock, Londres, Chatto & Windus, 1998 y Mary Russo, The Female grotesque. Risk, Excess and Modernity, Londres, Routledge, 1995. 17. Giorgio Agamben, Lo que queda de Auschwitz, op. cit., p. 25. 18. Ibid., p. 18. 19. Pilar Calveiro, Poder y desparición. Los campos de concentración en Argentina, op. cit., p. 158. 20. Véase nota 5. 21. Véase Theodor Adorno, “La crítica de la cultura y la sociedad”, en Prismas, Barcelona, Ariel, 1962.
  • 159. 158 ¿Cómo escribir la historia?(*) Por Horacio González El Bicentenario se nos ofrece como una impres- cindible oportunidad para examinar los modos de pensar la historia. Tal indagación es parte fundamental de los enigmas que atraviesan como fantasmas el discurrir de los pueblos. Y si bien es cierto que la historia se compone de hechos, no menos cierto es que tales hechos refieren a textos. Gran problema para Argentina, puesto que uno de sus textos fundadores, El Plan de operaciones, resulta una inagotable fuente controversial. Si los estados emergen de una violencia fundante, su devenir ulterior se produce bajo la marca de la simulación de aquellos cruentos procedimientos que conviven como su sombra secreta. Contro- versia, entonces, alrededor de un texto vindica- torio de aquella violencia a niveles extremos. Horacio González reflexiona, a partir del debate sobre la redacción del “Plan”, acerca de la autoría de los documentos históricos, el papel de los “peritos caligráficos” en la determina- ción de la veracidad de tales pliegos y la relación entre escritura y tiempo histórico. ¿Es posible la tarea del historiador? ¿Bajo qué condiciones una escritura puede enfrentar el dilema de la historia? ¿Cómo capturar el sentido de los acon- tecimientos a través del lenguaje? ¿Es la escri- tura una forma de confiscación de la vitalidad del tiempo? Revisar los rastros de los textos de la historia pone nuestra existencia colectiva en estado de deliberación e incertidumbre.
  • 160. 159 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria Desde los primeros historiadores, Tucídides, Heródoto, hasta los historiadores que hoy nos gusta leer, encontramos un problema inherente a la materia histórica: la historia es un acto de lectura, el acto de un lector. Puesto que a pesar de que intuimos ser parte de la historia, cuya facti- cidad no ponemos en duda, también la leemos. Hay un estado de la historia que se nos aparece en forma de escritura, al igual que las novelas, una carta íntima o un e-mail, y por lo tanto es posible juzgar el modo en que se escribe la historia, y hacer una pregunta aun más interesante: ¿quién escribe la historia? Frente a la historia, seremos muchas cosas, pero también somos alguien que la lee y puede preguntarse quién la escribe. Ésa es la pregunta que puede imaginar el historiador respecto de la certeza o incerteza de los documentos que maneja, es decir, de aquello que testi- monia lo ocurrido. Se supone que hay hechos, sucesos que pueden ser recortados antes de cualquier escritura o hipótesis, como forma bruta de la realidad, como forma primera que nos lleva a una suerte de empirismo salvaje de lo histórico: un ocurrir originario. Para decirlo de una manera más acep- table: los documentos de la historia son pensados en general bajo la forma de una autoría, que aun siendo colectiva, no nos permite dudar del hecho de la existencia de sujetos de la autoría de los documentos de la historia, autores de los restos o mendrugos de los acon- tecimientos que llegan hasta nosotros bajo forma de textos. Frente a una historia tan amplia como la del género humano, con una autoría a priori indiscernible, ella se nos escaparía en miles de situaciones diversas a no ser que acudamos a aquello sin lo cual nuestra vida no sería pensable: auto- rías singulares, individuales, personas que realizan identificaciones de los sucesos a la escala de la vida humana. ¿Pero cómo tener certeza sobre los documentos del pasado, desgajados de la experiencia vital que les dio origen? De tanto en tanto, documentos de autoria asegurada, caen al acervo indi- ferenciado de la producción colectiva de los hechos y se convierten –por así decirlo– en una episteme. ¿Quién escribió el Plan de operaciones de Moreno o a él atribuido? Eviden- temente esta discusión, dentro de la historiografía argentina, es muy rica precisamente por la incerteza sobre su autoría. Es tan interesante atribuirle la autoría a los documentos como suponer que los documentos tienen un vacío que nos lleva de la certeza de un autor, a la idea de una escritura realizada bajo el signo de lo incierto, de distinta índole. Esta discusión que no cesa, sobre un Plan de operaciones redactado en 1810, en el que se promete toda clase de medidas atípicas e incluso sanguinarias contra los enemigos, forma parte de aquello que ejemplifica lo que afecta íntimamente al régimen de la historia. Se trata de la pregunta sobre quién escribe los docu- mentos, y qué relación guardan esos documentos con los hechos ocurridos bajo su permanencia, su sombra, su influencia, su capacidad de definir el orden de los acontecimientos. Esta pregunta nos lleva inevitablemente a la relación entre los pensamientos y las cosas. Si hay incerteza en un documento, podemos pensar que ella se extiende a todo el régimen histórico, y creer que la historia, de una manera incierta, hace temblar nuestra propia presencia en el mundo social, político,
  • 161. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 160 administrativo. La duda y el debate sobre la autoría representan el estado real de los documentos. Ante el debate no sabemos bien cómo acudir a reservas del lenguaje inme- diatas que adviertan claramente la presencia de dudas sobre el origen de los documentos. Por ejemplo, si nos referimos al Yo acuso de Émile Zola no podemos imaginarelmismo sentimiento. Está claro que alre- dedor de ese texto hay un sinnú- mero de aclara- ciones posteriores del propio autor que reafirman lo escrito y su texto, que posee una vocación de dirigirse hacia la humanidad, se sostiene sobre un tono excelso que no deja lugar a dudas sobre su remisión a una autoría. Sin embargo, un “plan de operaciones” nos deja siempre el senti- miento de estar escrito por un sujeto colectivo: la época. El Yo acuso introduce un elemento interesante en la historia puesto que es una historia ideada por un individuo que se atribuye a sí mismo la capa- cidad de tomar en sus manos el punto enunciativo originario, es alguien que acusa, alguien que es “yo”, firmado por Émile Zola. Y además, un “yo” que en el escrito desafía a quienes quieran llevarlo al juzgado. Zola acusa a tres generales, un coronel, y al mismo tiempo a los peritos calí- grafos que habían fraguado la docu- mentación por la cual el capitán Dreyfus estaba siendo enviado a juicio, acusado como espía de Alemania. En rigor, se da una íntima relación entre quien escribe sobre la historia, y el escritor que sabe que de algún modo la historia lo contempla, lo vigila, lo contiene. En esa relación, el primer problema de interés es el del vivir común: no hay ningún problema teórico, filosófico o historiográfico que no nazca como un problema común a nuestras vidas con la de los demás. Ese género de cuestiones pertene- cientes al sujeto colectivo no podría tener validez si no contara con aquella reserva última que genéricamente llamamos “nuestras vidas”, y ese plural, es precisamente nuestro último consuelo de poder afectar a una vida que es la nuestra, algo que siempre deseamos, y ponemos en duda, puesto que descreemos de que nuestra vida sea tan importante como para que en ella repercuta un asunto de la huma- nidad. Pero ante ese escepticismo está el “Yo acuso”, que establece una capa- cidad de reaseguro para los historia- dores que, desde ese momento, ya no pueden dudar sobre quienes escriben los documentos. En este caso, Émile Zola lo escribió de una forma deno- dada, pensando letra por letra, anti- cipándose incluso a la posibilidad de ser juzgado, sabiendo que estaba inter- viniendo en el nudo mismo de una cuestión política injusta, pero no una injusticia que podía afectar a millones, no una gran matanza, ni una heca- tombe, un holocausto, sino una injus- ticia translúcida que afectaba a un solo hombre, un capitán del ejército que además era judío. Escribía así desde un universal categórico, lo que afecta a un hombre los afecta a todos. Y ahí estaba el núcleo de la cuestión francesa por excelencia, se juzgaba al judío no por razones administrativas ni de seguridad Ese género de cuestiones perte- necientes al sujeto colectivo no podría tener validez si no contara con aquella reserva última que genéricamente llamamos “nuestras vidas”, y ese plural, es precisamente nuestro último consuelo de poder afectar a una vida que es la nuestra, algo que siempre deseamos, y ponemos en duda, puesto que descreemos de que nuestra vida sea tan importante como para que en ella repercuta un asunto de la humanidad.
  • 162. 161 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria estatal, sino por un trasfondo social- mente oscuro que Zola se ve desti- nado a denunciar: pueden juzgarme, llevarme a tribunales, pero estoy seguro de que los generales mintieron y los peritos calígrafos también. Desde allí la cuestión caligráfica adquiere gran interés, ya que Zola los presenta como peritos que han mentido. Apunta sobre ellos y los ataca más que a los generales, señalán- donos que para este tipo de problemas históricos era más importante atacar a los calígrafos por haber sido quienes fraguaron su juicio respecto a docu- mentos incriminatorios. Es decir que el documento llamado Yo acuso tiene la misma complejidad, aun siendo de un autor muy claro, que la que tiene el llamado Plan de operaciones de Mariano Moreno. Si ponemos en primer lugar a la historia sobre la hipótesis de que se trata de un problema de peritajes, vemos que ella exige peritajes de conceptos. Pero además de este juicio a los conceptos, también es preciso para la historia que alguien juzgue a los peritos. Poner en duda el supuesto de un peritaje neutral, introducir la idea de que en medio del peritaje podemos cesar el juicio crítico, es el valor del Yo acuso, valor presente en la historia intelectual del siglo XIX y del siglo XX. Éste es el juicio a los que enjuician la escritura de la historia. Los que hicieron el peritaje al Plan de operaciones descubrieron que no se trataba de la letra de Moreno, sino de un espía de una corte que se adjudicó falsamente la autoría del político. En un caso tenemos una historia regida por un documento que probable- mente sea lo que un espía le adjudica a Mariano Moreno, y por otro lado están los peritos caligráficos del presente para decirnos que no es la letra de Moreno. Tenemos entonces a la historia bajo una cierta capacidad de aparecer incierta en su autoría, y además con la exigencia de que haya peritos caligráficos que auxilien al historiador. En el Yo acuso contamos con la idea de enjuiciamiento a los peritos caligráficos, que serían aquellos a quienes nosotros reclama- ríamos que nos dijesen la verdad sobre la escritura de Moreno. En rigor, la historia bajo el peritaje caligrá- fico nos remonta a un sentimiento profundamente antiguo, arcaico. La escritura lleva a la investigación de la identidad, y lleva también a la falsificación de la identidad. Hoy, este problema lo reco- rremos en una época en que el puño y letra se defiende pobremente ante los demás artificios de escritura, sobre todo desde la existencia de operaciones mecá- nicas sobre la escritura, por no hablar de las informáticas (no en vano, escritores importantes, entre ellos Borges, reser- varon un último quejido de desapro- bación ante la máquina de escribir, un quejido modesto y pudoroso). Creo que la crítica, ante el avance de las susti- tuciones mecánicas e informáticas, en competencias de la identidad antigua, debe ser pudorosa en su manifestación, es decir: aceptando que alguien tiene que hablar en contra de eso, alguien que debe tener un recóndito sentimiento de justicia pero de comprensión también respecto a la humanidad que espera la novedad científica y tecnológica. Creo que la crítica, ante el avance de las sustituciones mecánicas e informáticas, en competencias de la iden- tidad antigua, debe ser pudo- rosa en su manifestación, es decir: aceptando que alguien tiene que hablar en contra de eso, alguien que debe tener un recóndito sentimiento de justicia pero de comprensión también respecto a la huma- nidad que espera la novedad científica y tecnológica.
  • 163. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 162 Las artes arcaicas de la identidad, como los efluvios tecnológicos, remiten a la posición ética del historiador frente al documento. Si estamos mediana- mente acertados en la indicación de este contraste, el Plan de operaciones es un documento central de la historia argentina, un documento que tiene por objetivo señalar la presencia de la violencia en la historia, en tanto sostiene que no hay operaciones sin violencia. Además se habla de una violencia explícita, se menciona la sangre, y la historia aparece como algo incómodo para una nación. Pero hay también la sangre de la inautenticidad o no del escrito. Lasnacionessefundanbajounrégimen de disimulo, de encubrimiento; son un lugar de convivencia gracias a esas artes de la simulación. No se invoca a una nación por parte de personas que, aun destinadas a producir altos grados de violencia y derramamiento de sangre, lo hagan para decir que de eso se trata: de producir guerras y matanzas. Hay un núcleo de violencia sanguinaria fundante, y sin embargo las naciones no son sólo así, si no sería impúdico sentirse parte de ellas. Son también otro movimiento que acom- paña la violencia, el que señala que no es correcto explicitar la veta interna de conformación de las naciones a través de actos de crueldad y sacrificio. Supongamos que la del Plan de operaciones era una violencia justa, una violencia fundadora, casi de carácter mítico, como suele decirse. Sin embargo, una nación no puede tomar ese documento como bandera, un documento en el que hay una jactancia en el derramamiento de arroyos de sangre. Por más que la causa sea justa, las naciones tienen su justicia, y los textos que sostienen el empleo de la violencia son siempre documentos laterales. Predomina la idea de que son necesarios los otros documentos, los de condena a los crímenes de guerra, por eso el libro de Alberdi, inocente como es, tiene fuerte autoría y argumenta- ción aunque completamente ingenua, ya que no hay ninguna historia que se desarrolle como él la describe. Es el documento de un utopista que ni siquiera tiene lo que han tenido mucho utopistas, como por ejemplo Tomás Moro, quien nombra y describe la violencia de la historia, y lo hace con un grito de sarcasmo respecto de una sociedad que así como está vive desti- nada a la violencia. Por más que el libro de Alberdi sea ingenuo, nos gusta leerlo, y de ningún modo puede descartarse la idea de que en historia nos guste leer algo, aunque sepamos que no sea cierto. Y al mismo tiempo, nos produce un sentimiento de profunda incomodidad leer aquello que sentimos que es cierto, locali- zado en la certeza de la mortandad y la inmolación. De modo que el lector es aquel que elige entre su comodidad para lo correcto y aceptable, o su incomodidad frente a los temas de la condición tremenda de los humano. Cuando a cierta hora del día queremos sentirnos incómodos, efectivamente leemos lo que la historia promete como vindicta, el Plan de operaciones de Moreno; si queremos sentirnos más cómodos, aunque irreales, leemos el Yo acuso, donde un individuo pudo torcer con riesgo, pero buenamente, una historia, o leemos a Alberdi, gene- roso y abstracto, pero que nos causa el gusto por las pasiones fértiles. Cuando nos sentimos abrumados por tener que leer lo que no nos gusta y que es real, leemos lo que nos gusta aunque sea irreal. Ésa es la condena del lector
  • 164. 163 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria en general, y también la condena del lector de la historia, es decir, del que también debe escribirla como histo- riador novato o avezado. La ética es un conjunto de justifica- ciones y autojustificaciones que actúan en manuales de historia y en socavón de nuestra conciencia, el reverso de esos manuales. Justificaciones en tanto pensamos que tienen validez universal; auto justificaciones en tanto preferimos que esas normas de validez universal pasen también por aquello que ligeramente imaginamos que nos conviene aceptar para nuestro propio placer, nuestra conveniencia o fines que no atinamos a reconocer del todo en nuestra conciencia. En ese sentido, la ética del historiador presupone también partir de la pregunta sobre quién escribe los documentos, contra quién se escriben los mismos, y si hay un régimen de validez en la autoría que afecte en definitiva el acto de escribir la historia. Si no se sabe decir, al cabo, si ocurrieron o no los hechos, de nada vale leer bien los documentos. O vale, sí, si nos desprendemos de los hechos. ¿Estamosdispuestosahacerlo?No,pero igual debemos hacer esa pregunta. Lograr una respuesta adecuada de la relación entre autoría discernible y autoría indiscernible es la tarea del historiador. Se equivoca el historiador acostumbrado al juego de la histo- riografía argentina, que por el hecho de que algunos digan que el Plan de operaciones de Moreno no pudo haber sido escrito por él, afirman su autoría sin bases ciertas; pero también se equi- vocan los que condenan absolutamente la autoría de Moreno porque acaso nos daría un Moreno prácticamente asesino. Reincidimos, una nación se funda necesariamente en la violencia, pero odia tener que decirlo, y el Plan de operaciones de Moreno pone en crisis esa idea, ya que en este documento se proclama la violencia como elemento inmanente a la fundación de la nación. Ahora bien, este texto era reservado, clandestino y circulaba en las entre- telas últimas del Estado. Surge otro problema: ¿hay documentos clandes- tinos, minutas de reuniones sigilosas del Estado que no estén destinadas al conocimiento público? La pregunta por cómo se escribe la historia incluye un nuevo problema: ¿puede haber en la historia algo desco- nocido por el espíritu entusiasta y optimista que cree que todo lo que ha ocurrido pasa indefectiblemente a la visibilidad? Los partidarios de una historia cíclica suponen que la historia es muy conocida, basta esperar su nuevo paso. Los partidarios de una historia abierta, sin autor y sin sujeto –hipótesis que circula desde las últimas décadas del siglo XX–, se complacen en ver la historia como aquello que pone a los hombres frente a un enorme capricho, que los convierte en sus juguetes. La gran frase de Marx en el 18 Brumario –“los hombres hacen la historia”–, reconduce al mismo problema.Siguiendoestepensamiento, la historia puede ser totalmente cono- cida por el historicista, pero la frase de Marx concluye: “los hombres hacen la historia, pero no en condiciones cono- cidas por ellos”. Ésta es la frase que toma Tulio Halperin Donghi, y de allí la dificultad de su lectura, dado que ha cumplido con el propósito de regir una escritura de la historia a partir de esta paradoja: nunca se conocen enteramente las consecuencias de las acciones realizadas por los hombres. Marx en el 18 Brumario hace el último esfuerzo,comogranhistoriadorquefue, para escribir una historia que dé cuenta
  • 165. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 164 de la superficialidad del conocimiento de los hombres respecto de sus acciones que determinan los procesos históricos. Sin embargo, más adelante, instala una utopía, la posibilidad de una sociedad en la cual todos los hombres saben efec- tivamente lo que hacen. Este conjunto de problemas puede ser conjugado bajo la forma del peritaje caligráfico de la historia, es decir: ¿es posible saber lo que hacen los hombres?, ¿es posible que haya un perito caligrá- fico que en el tramo final nos diga que nuestra historia estaba falsificada, que no pertenecía a autorías verídicas y atra- vesaba senderos equivocados? El historicista diría que no, dado que el recorrido realizado posee una validez interna que se auto certifica. El moralista diría que sí, que es posible analizar enormes tramos de la historia humana bajo la lupa de una prédica y una pastoral. En este caso, ¿cuál de los dos tiene razón? Cuando el historicista habla, intenta aceptar todo lo humano, incluso sus momentos más agrios y violentos, pero luego no puede evitar trasladar la imaginación a un momento liberado, donde el conocimiento perfecto de las acciones permi- tiría –según él– evitar la violencia, hacer reinar a la justicia, y finalmente terminar, quizá, con la idea misma de historia, dado que se liquidaría su hilo pasional, su incerteza documental. Recurro ahora a En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, un documento asombroso de la expresión novelística y memorística que revela todas las complejas operaciones que es necesario efectuar para evitar el Yo acuso y al mismo tiempo profundizar el pensamiento sobre el mismo problema. El tema o el problema de Proust es la pregunta por cómo escribir el tiempo, cómo evitar que se escape algo de los hechos primitivos y originarios que ocurren en un plano que llamamos “el tiempo”, un lugar pasible de modificaciones en las que no puedo intervenir, en tanto me modifico cada vez que lo hago. En ese río interminable de las vidas, la escritura pasa a ser parte del flujo y ya no puede hablar más, o bien da un paso al costado de ese flujo indeterminado y abrupto, que avanza a borbotones, y desde ese costado puede nombrar algo de ella. Así se produce entonces el enigma: ¿hay algo afuera del tiempo histórico? Para fusionar historia y tiempo, Proust escribió En busca del tiempo perdido, y el resultado está a la vista: una gran dificultad en la lectura. Cuando se termina un párrafo, lleno de subordinadas, alegorías y desnudamientos de operaciones sigilosas de la memoria, se genera una gran felicidad en el lector, dado que se comprueba la felicidad profunda de la lectura, la del lector histórico, al comprobar que el tiempo y la escritura pueden fusionarse en un solo punto. Un tema presente también en Macedonio Fernández, donde la escritura podía apresurarse y recibir la idea del tiempo en un lugar donde la escritura ya se había anticipado, o al contrario, la escritura retrasada corría la carrera del tiempo y el lector podía pedir al escritor que no escribiera tan rápido porque el lector no lo alcanzaba, o que acelerara el escrito, porque el lector ya había avanzado sobre el abismo. Para esto, la escritura necesita Borges y Proust son dos maes- tros de historiadores. En sus obras se disuelve el yo para dar lugar a una gran coreografía entre tiempo y lenguaje, en el que se encuentran y desen- cuentran. Y luego el lector, que siente la felicidad ante el logro de esa fusión, se ve rozado por una literatura que se hace necesaria al capturar al tiempo y el tiempo se hace necesario al provocar la forma más quebradiza posible de una escritura que, sin embargo, no termina por disolverse en la temporalidad.
  • 166. 165 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria servirse de más instrumentos de los que cuenta el profesional, instrumentos de la memoria, con sus puntos y comas, son sus subordinadas y sintaxis. ¿Cómo se consigue esto, si el punto y coma, el signo de admiración, precisan de la frase estática o bien la convierten en tal? Proust da una enseñanza a toda la historiografía, y sobre todo a la fran- cesa que culmina en Foucault, autor de textos que ya están devorados por el flujo de la memoria y el olvido, intentando desbordarla para dirigirse a un lector que descubre el intento de fusionar tiempo y escritura, de escribir el tiempo que de algún modo es refutarlo. Porque esa fusión implica restituir al hombre en la naturaleza, tema real del riesgo de este tipo de acceso a la memoria. Ése es también el tema íntimo e interno de la litera- tura de Borges, pero él lo resuelve con otra escritura que simula ser limpia y clara; lo consigue. Borges y Proust son dos maestros de historiadores. En sus obras se disuelve el yo para dar lugar a una gran coreo- grafía entre tiempo y lenguaje, en el que se encuentran y desencuentran. Y luego el lector, que siente la felicidad ante el logro de esa fusión, se ve rozado por una literatura que se hace nece- saria al capturar al tiempo y el tiempo se hace necesario al provocar la forma más quebradiza posible de una escri- tura que, sin embargo, no termina por disolverse en la temporalidad. Esa dialéctica, de disolución y emer- gencia sobre el tiempo, es también el drama de la escritura del perito cali- gráfico. En Proust no hay peritos, pero de algún modo el yo, que nunca se comprueba, es un yo también partidario del capitán Dreyfus. Sin embargo para Zola es fácil la idea del yo, por eso tenemos en esta rela- ción Zola-Proust, dos literaturas, dos posiciones del perito caligráfico, dos formas yoicas y dos formas de la memoria totalmente incompati- bles, donde la novela se convierte en expansión del artículo Yo acuso apare- cido en el periódico. Hoy vivimos una política degradada, no hay acusaciones que tengan el fuerte sello del Yo acuso, porque en Argentina, como en otros países, se piensa que los problemas políticos no tienen ninguna relación con la pregunta sobre cómo escribir la historia. En consecuencia, la historia se nos presenta como narra- ción de un autor, de un personaje, que cree que la historia no le atañe. Este punto nos lleva al modo en que Marx se convierte en historiador, no sólo en el 18 Brumario, sino en El capital donde señala y aísla la idea de que la historia también habla de aquellos que dicen ser indiferentes a sus hechos. Este gesto de desafectación lo puede ejercer un individuo o también un colectivo social. “De ustedes la historia está escrita”, esta frase de Marx va dedi- cada a los alemanes, a quienes supone riéndose de El capital como libro de historia, creyendo que anuncia un horizonte nefando que los alcanzaría. El marxismo es, finalmente y desde el punto de vista histórico, la inminencia del estallido de una teoría en nombre de casos de la historia. El príncipe de Maquiavelo es un libro enteramente de casos, ejemplificador, en el que se sostiene la tesis de que los hombres hacenlahistoriay,engeneral,larealizan bajo formas abominables que hay que elogiar. Esta paradoja de Maquiavelo nos lleva a una paradoja mayor; a preguntarnos si él creía efectivamente lo que escribía, o si sólo lo escribía por sentirse frente a una obligación que rebasaba su agrado o desagrado.
  • 167. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 166 Volviendo a Marx, en su obra encon- tramos un despliegue histórico en ciertos capítulos, y en otros la teoría de la reproducción de un signo, al que llama mercancía. Signo que los alemanes desestimaban dado su contexto histórico en el cual el capi- talismo no había llegado a asentarse definitivamente. “De ustedes habla la historia”. La frase apunta, en primer lugar, a una ética de la responsabilidad, a un hacerse cargo de que el capitalismo va a llegar. Pero qué diríamos los hombres del presente ante el “de fabula narratur”, a quién se lo diríamos, qué les está por llegar a los argentinos en la historia del presente. Marx nos habla de sustituciones. Lo que debería ser en la escala de los hombres diáfano, es sustituido por algo malo, por un fetiche. La mercancía es ese fetiche: es el Mal, y esa proposición lleva sus alcances a una historia de la escala de la humanidad, y funda lo que tantos vieron como el humanismo marxista. Ahora bien, “de fabula narratur” está dirigido a aquellos incautos que creen que no serán alcanzados por el Mal. Emile Zola
  • 168. 167 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria En la escritura de la historia hay una suerte de vaticinio, que está en los escritos de los grandes historia- dores, Ranke o Michelet, y que en el segundo aparece bajo una pregunta muy profunda: ¿es posible que los hombres contemporáneos vivan algo parecido a lo que vivieron los del pasado? Podemos concebir que los hombres del pasado nos arrojan una piedra con un mensaje de salvación: “compréndannos porque si no, no van a poder imaginar su verdadera vida; no somos meros objetos calcifi- cados de la historia”. Michelet dice: “Podré escribir la historia si al pasar frente a esta abadía del siglo XII puedo sentir yo mismo lo que sentían los parroquianos, ese sentimiento que llevaba a los campesinos a obedecer las campanas de la iglesia”. ¿Acaso no es un acto de desesperación ese intento? De ahí viene una escritura que necesita muñirse de los instrumentos simbó- licos necesarios para sostener que no sería digno escribir sobre aquellos hombres, si no se sintiera lo que ellos sintieron. A lo que inmediatamente puede responderse que haría mejor la historia un marxista más primario o elemental. No podemos abocarnos al sentimiento de hombres de otras épocas, imposible de reconstruir, sino ver las fuerzas productivas y el modo en que engloba lo que después se llamó el contexto histórico social. Si intentáramos sentir lo que sintieron los hombres del pasado, quedaríamos detenidos en devaneos que nos llevaría años resolver, sin poder extraer de ellos ningún tipo de escritura. Lo historiadores argentinos, de algún modo, acataron ese sentimiento de Michelet y llamaron a eso, siguiendo a la historiografía francesa, “histo- riar las mentalidades”. La historia de las mentalidades es una historia de larga duración, cambia sobre mojones que resisten cambiar. Este tipo de escritura lleva la historia a la ficción, pues también este tipo de historia ya provenía de la ficción, concretamente de la idea del tiempo perdido y recobrado de Proust, y es allí donde se introduce un problema narrativo fundamental. ¿Tenemos derecho a hacer ficción de la historia, o es preferible hacer una ficción oculta? Creo que ése es el partido que toma Groussac con su libro sobre Liniers, quien termina diciendo “yo soy Liniers”, aunque lo haga oculta- mente. Sin embargo nos hace creer la existencia de cierta vivacidad en los documentos, que lleva a postular que la sentimentalidad política de los hombres de principios del siglo XIX es muy similar a la de los hombres de principios del siglo XX. Pero si dijéramos que cada año aparece una sentimentalidad diferente, que cada diez años o menos emerge una nueva subjetividad, que cada nuevo invento de Bill Gates, o nueva forma de relacionarse por Internet daría como fruto una nueva subjetividad, como en los últimos años se sostiene, estaríamos frente a una humanidad mucho más interesante, que a partir de cada adelanto tecnológico produce una nueva subjetividad. ¿Pero más interesante realmente? Me temo que las cosas no sean exac- tamente así. Hay un núcleo de hipó- tesis de sentimentalidad que atraviesa los medios de producción, las innova- ciones tecnológicas y que, sin ser ente- ramente calcáreo, mantiene ciertas resistencias frente al cambio. Ésa es la gran hipótesis de Lévi-Strauss, quien incluso exagerando, dice que el pensamiento es como una piedra
  • 169. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 168 en su relación con el tiempo, es decir: siempre se piensa lo mismo y se esta- blece el mismo arte combinatorio. Leemos en el Liniers de Groussac el capítulo de la negociación del marqués de Sassenay, el hombre enviado por Napoleón a la ciudad que en esa época era reconocida como una factoría dominada por la elite mercantil contrabandista. A esa factoría llega el marqués de Sassenay a hablar con Liniers que permanece en el Fuerte, y que sabe que debe reci- birlo dado que fue él mismo quien escribió una carta de su puño y letra a Napoleón, infor- mándole que era un francés quien estaba gobernando el Río de la Plata luego de haber triunfado contra los ingleses. Pero ya se habían enra- recido las cosas, Liniers no está seguro de recibirlo y lo trata fríamente. Groussac cree que su problema en la vida intelectual argentina, al verse como un extranjero al frente de la Biblioteca Nacional, es igual que el de Liniers. Cree que tiene que pensar, llegar a experimentar en carne propia, lo mismo que Liniers sintió aquella noche ante la llegada del enviado de Napoleón. “De fabula narratur” es suponer que hay momentos de la conciencia humana, de la conciencia colectiva y social, que permiten una idea del tiempo que puede ser entendida, en su lento y trabajoso andar, afir- mando que los hombres no dejan de parecerse entre época y época. Es posible entonces un Marx vaticinante, en tanto no era posible ser Marx sin dejar deslizar la idea de que había una historia resuelta al final del camino. Es imposible desentenderse de que toda historia escrita no puede dejar de hablar de la conciencia crítica de cualquier forma de la humanidad. Los libros de historia, si no precisan esto, son sólo libros menores. Cuando un escritor que no es novelista toma categorías de la novela, de la narración teatral o la ficción, se abren diversas entradas al tema. Una es el acompa- ñamiento a pie de página, con cierta pretensión de brillo literario, sobre un tema del cual la literatura es mera anexión u ornamentación, colocada desde fuera del problema. Esto es lo que actualmente ocurre respecto a la escritura historiográfica académica. Otra de las vías posibles para establecer la relación entre ficción e historia es el ingenio, la invención de palabras que vienen a suplantar conceptos ya instalados, como lo hace el histo- riador Alain Rouquié, que en lugar de nombrar a una oligarquía terrateniente agro-exportadora, los llama los “baron beef”, o barones del bife. En el caso de Marx con Shakespeare, no es fácil saber si se trata de meros aderezos de pie de página, o si intervienen revul- sivamente al interior de la teoría. Está muy presente en Shakespeare la idea del hombre dramático, de la locura y de que la historia ya está escrita pero en líneas secretas. ¿Por qué seguimos leyendo Macbeth o Hamlet? Porque de algún modo, no les hicimos caso a los necios quecreenquelosgrandestextosnoestán escritos para ellos, es decir, aquellos que no leen de verdad. Una de las grandes hipótesis de lectura de Martínez Estrada es que se puede leer de muchas maneras, Una de las grandes hipótesis de lectura de Martínez Estrada es que se puede leer de muchas maneras, pero quien lee los grandes textos sin revolcarse en el suelo, sin que le pase nada como si se tratase de la reproducción de momentos arcaicos ya inviables, si alguien al leer no siente lo invariante, el hecho de que los problemas no han cambiado, es un necio y no está leyendo. Este tipo de autores que intentan introducir nuevos conceptos de lectura, de relación con grandes fórmulas narrativas de carácter “eterno” pueden ser tratados como locos.
  • 170. 169 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria pero quien lee los grandes textos sin revolcarse en el suelo, sin que le pase nada como si se tratase de la reproduc- ción de momentos arcaicos ya inviables, si alguien al leer no siente lo invariante, el hecho de que los problemas no han cambiado, es un necio y no está leyendo. Este tipo de autores que intentan intro- ducir nuevos conceptos de lectura, de relación con grandes fórmulas narrativas de carácter “eterno” pueden ser tratados como locos. Marx toma la idea del viejo topo apare- cida en Hamlet, en el momento en que aparece el rey, y Hamlet hijo le dice: “Hascavadobien,viejotopo”.Marx,sin mencionar que es de Hamlet, termina el 18 Brumario diciendo que la revolución es el viejo topo, y que finalmente se va a aclarar esta historia, tan parecida a una pesadilla, en la que los muertos hablan por los vivos, las personas se creen romanas en lugar de francesas, todo está mal; todo ocurre en términos de una sustitución. La pesadilla acabará cuando los hombres pongan la historia sobre sus manos y digan: “Ésta es mi verdadera historia, basta de fantasmas”; y en ese momento, los hombres podrán hablar como el padre de Hamlet, “has hozado bien, viejo topo, has hecho bien tu tarea subterránea”; hasta que podamos ver la luz, deberemos cruzar el mundo de pesadillas para, de una vez, tener la historia en nuestras manos. ¿Ésta es sólo una metáfora que acompaña la teoría? El modo en que el mundo metafórico ingresa al mundo real, y la forma en que las palabras escapan a nuestro control, es un problema que aparece al leer los Horacio González
  • 171. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria 170 diarios, al leer historia, en cualquier conversación de amigos. No existe otra manera de conversación que ésta, sucia, en la que el viejo topo actúa permanen- temente hasta que alguna vez –parafra- seamos a Marx–, podamos vaticinar el momento en que los hombres por fin se detendrán a ver lo que hicieron, momento terrible en el cual dejarán de hacer falta los historiadores. La idea del viejo topo es la idea de una promesa, de que todo lo que ocurre es pesadilla: “La historia no es más que una pesadilla en la que los muertos no hacen más que ocupar la conciencia de los vivos”, pero al mismo tiempo, al tener que explicar qué es lo que hacen los muertos, el 18 Brumario es un libro de historia de la humanidad, el libro que indica el modo en que el pasado interviene siempre. Cuando Groussac afirmaba que, en su época, imaginaba salir a la calle con el capote de Liniers, estaba señalando el modo en que los hechos se repiten a lo largo de la historia, y la necesidad de romper con dicha recurrencia. En historia, las categorías están estili- zadas, los hombres pasan a pertenecer a categorías históricas, por lo tanto ni siquiera precisamos imaginar entera- mente su vida. Por último, la forma de escritura de la historia que nos queda nombrar, es la de la hipóstasis, aquella que cosifica los hechos históricos y los coloca en un molde equivocado. La hipóstasis es una figura del cristianismo, apare- cida en Plotino para interpretar los tres rostros del misterio, Dios padre, Hijo, y el Espíritu Santo; al igual que la Sagrada Trinidad de la Revolución Francesa: libertad, igualdad, frater- nidad. Muchos hombres discutieron con vistas a discernir cuál de las tres es la verdadera, la que incluye a las otras dos, pero Plotino nos dice que no debemos elegir ninguna dado que las tres son una unidad inseparable. En la idea de hipóstasis remitida al mundo laico, se da bajo otro rostro el mismo problema: la indagación si sobre la base de una invariante las figuras son mutables, o si precisamos siempre, en el pensamiento crítico que las figuras, a la manera de Plotino (Dios padre, Hijo y Espíritu Santo), vayan mutando, repre- senten funciones diferentes siendo, sin embargo, una la manifestación de la otra, aunque nunca enteramente. En el Facundo se presenta una trinidad hecha sobre la base de la hipóstasis. Dicho en términos de la filosofía exis- tencial, yo soy el otro respecto de aquél problema del cual no puedo hacerme el zonzo. Facundo comienza diciendo que va a hablar de Rosas, aunque después no se dedique tanto a Rosas. Más bien lo enfrenta desde el propio Facundo. Sarmiento finge admitir que lo que escribió carece de rigor cien- tífico, y tiene la prudencia de pedir perdón y explicar que su escritura fue rápida por estar inserta en una época de lucha política con Rosas, y que más adelante, cuando el libro sea olvidado, se dedicará a corregir e introducir las estadísticas de rigor. No pensaba real- mente así, pues dice todo esto para defender sus hipóstasis, un elemento limítrofe de la escritura histórica. Entonces, la tercera figura de la hipós- tasis es el Doctor Francia, ministro de Paraguay. El primer capítulo va de Facundo a Rosas, y luego de Rosas al Doctor Francia, una figura que es presentada por Sarmiento como un personaje siniestro, aquel que cerraba la tríada que, en lugar de estar conformada por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, se componía por Facundo, Rosas, y el mencionado Doctor Francia.
  • 172. 171 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Imágenes y memoria Uno va y viene del Facundo porque presenta el mismo misterio o compli- cación que la religión cristiana. No sabemos si nos habla de Facundo, de Rosas, o del Doctor Francia, los tres “fanáticos” del período de la Independencia. Para Sarmiento, dicha época, requería de una gran escritura que mostrara de qué modo el Mal estaba presente en todos lados, y que cada uno de ellos era el rostro del otro. Años después, poco antes de la muerte de Sarmiento, Alberdi, con quien por momento se odiaban, introdu- cirá el cuarto elemento. Le dirá: “El Facundo es usted, el título del libro debió llamarse Faustino, no hace más que escribir sobre usted porque es un déspota, un unitario que quiere apode- rarse de las provincias y es un asesino por que mató a Chacho Peñaloza”. Luego de decirle todo esto, podemos pensar que es como si señala explícita- mente: “Usted es la cuarta figura”. ¿Acaso puede escribirse así la historia? Un historiador diría que no, pero si asumimos una diversidad de posi- ciones éticas dentro de la escritura, no se resuelve el problema de la historia sin pasar por estos problemas. En cierta reunión donde se encuen- tran Sarmiento y Alberdi ya viejos, Sarmiento toma la iniciativa, y dice: “A mis brazos doctor Alberdi”. (*) Conferencia brindada en el marco del ciclo “Legados y porvenir: Argentina en el Bicentenario”, organizado por la Biblioteca Nacional durante el 2009.
  • 173. La teoría del artificio no fue escrita por nadie y quizás todos escriben a su manera esas teorías. Se trata, ni más ni menos, que de la hipótesis de que la acción humana depende de ella misma, es su propia autora y su propio rastro, su forma y su fondo, su manifestación y su consecuencia; todo está en uno y sin dejar otra constancia que la acción misma en su mero ser. ¿Pero si todo fuera eso? ¿Si todo fuera así? ¿Sólo habría energía sin reflexión ni estilo? El mundo sería puro arrojo vital; nadie podría volver sobre sus pasos para saber lo que ha sido, lo que pudo ser, la diferencia entre lo ocurrido y lo que se esperaba. Por eso, hay algo más. Está el artificio. Volver sobre la experiencia es el artificio, la construcción luego de la materia bruta, la forma de la creación que se asume y contempla, meditada o no. Y si no lo es, igual se coloca como acto intencional que otro podrá pensar. Los actos premeditados tienen mala fama, pero son la esencia de la realidad y la cultura. Muchas veces surge la equi- valencia del artificio con la artimaña, el disimulo o el ardid. Pero la literatura y el pensamiento político viven de ellos, no por lo que tienen de enredo, sino por lo que suponen de creación incesante de realidades. Se crea sobre lo ya dado. Pero lo ya dado quizás fue un antiguo artificio que logró engañarnos haciéndonos creer que era espontánea vitalidad irredenta. Jorge Luis Borges y Ezequiel Martínez Estrada, fueron quienes más provocaron las fuerzas del artificio con la potencialidad del vivir sin nombre, Artificios: lengua y ciudad
  • 174. la pura fuerza del destino. Ambos pensaron situaciones únicas y maravillosas, capturadas por los signos y mecanismos de las culturas. Signos a veces terroríficos, como en Borges, o despó- ticos, como en Martínez Estrada. Borges lo hizo para saludar con ironía estos mecanismos y convertirlos en un juego más de las posibilidades de la existencia. Martínez Estrada buscó llamar la atención respecto del hecho de que en los artificios las existencias naufragaban. Pero entre ambas posibilidades se sigue jugando hoy la apuesta de los pensamientos que quieran transformar las cosas trasformándose a sí mismos. En esta sección presentamos un conjunto de elaboraciones sobre los dos grandes artificios de la creación humana: la lengua y la ciudad. Martín Prieto reflexiona sobre la relación de la poesía con el pero- nismo y lo hace recurriendo a dos nombres que, en opciones ideoló- gicas diferentes, vieron atravesada su obra por el rumor de la calle: Lamborghini y Fernández Moreno. Ángela Di Tullio interviene en la polémica sobre la lengua de los argentinos retomando los encendidos debates que antagonizaron respecto al carácter de lo que puede considerarse como materia prima de la nación. Pablo Sztulwark y Juan Molina y Vedia piensan la ciudad como espacio fundamental de la convivencia colectiva que, sometido a las variaciones del vértigo de le época, reclama nuevos modos de ser habitado. Lengua y ciudad, entonces, como los artificios legados y las ficciones por venir.
  • 175. 174 Poesía y peronismo: un episodio en la historia de la literatura argentina(*) Por Martín Prieto Los acontecimientos políticos suelen modificar las percepciones y las sensibilidades culturales de su época. Sin embargo, la emergencia del peronismo en la década del 40, no logró conmover, hasta años más tarde, las expresiones estéticas en el campo de la poesía. Quizá por tratarse de un fenómeno de difícil inteligibilidad inmediata, reacio a las grillas clasificatorias, o bien por la perplejidad frente a tal conmoción, la literatura no pudo volverse rápida- mente permeable a las transformaciones en curso. No se trata de la presencia, evidente, del fenómeno político peronista en el ambiente cultural de aquel entonces. Existía sí, como sabemos, una polariza- ción que alineaba a uno y otro lado, distribuyendo posiciones en la escena. Sin embargo, apologetas y detractores permanecían indiferentes por cuanto más allá de sus referencias temáticas, las formas y la materia poética no se veían cuestionadas en sus modos por la aparición del mundo plebeyo, aunque incorporase su habla en el canon poético. Bajo estas intuiciones, Martín Prieto recoge las discusiones de las distintas corrientes de la poesía del período, encontrando en ellas núcleos inva- riantes (la idea respecto a su función, las métricas y los estilos) que no cedían al llamado de otras formas expresivas. César Fernández Moreno y Leónidas Lamborghini, a uno y otro lado ideo- lógico, dan cuenta de una mutación política y social produciendo una experimentación radical en el carácter poético argentino.
  • 176. 175 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad A mediados de los años 50 surge en América Latina un movimiento de poetas sin manifiestos, revistas, lide- razgos evidentes y, ni siquiera, un nombre común: antipoetas, existen- ciales, circunstanciales, coloquiales, fueron algunas de las maneras en las que se designó a sus integrantes y por extensión a sus obras. Los más desta- cados: el chileno Nicanor Parra, el uruguayo Mario Benedetti, el nicara- güense Ernesto Cardenal, los argen- tinos César Fernández Moreno y Leónidas Lamborghini. Pero esa poesía antipoética, circunstancial, histórica, se cruza en Argentina con una circuns- tancia extraordinaria y nacional: el peronismo. Por cierto, ya en los años 40, ya fuera por adhesión o rechazo, se escribió y publicó en la Argentina abundante obra poética peronista –o antiperonista– pero siempre según las convenciones poéticas (enveje- cidas casi inmediatamente de haber sido formuladas) del neorromanti- cismo y otras formulaciones tibias y no desestabilizantes de ese modelo. De esta manera, el fervor peronista de José María Castiñeiras de Dios, por ejemplo, es formalmente tan anacrónico y políticamente tan inútil como el fervor antiperonista de Silvina Ocampo: ninguno logra dar cuenta, en términos formales, de esa novedad, de esa revolución que el peronismo estaba significando en las estructuras sociales, económicas, políticas y cultu- rales de la Nación. La particularidad de los “antipoetas” argentinos es que, más allá de sus adhesiones políticas –que además son fuertes: el peronismo de Lamborghini, el antiperonismo de FernándezMoreno–lograndarcuenta, formalmente hablando, en Argentino hasta la muerte y en El solicitante descolocado, de esa novedad política, social, económica y cultural, produ- ciendo una fusión fugaz, o una ilusión de esa fusión, entre las series política y literaria: como si el siglo XIX sucediera otra vez. Cuando crucé unos correos con Sergio Pastormerlo sobre esta misma exposi- ción, de la que leí una versión preli- minar en un congreso en La Plata, él me planteó sus expectativas en relación con el trabajo que, esperaba él, pudiera serles útil a los alumnos de la carrera de Letras–yamuchosprofesorestambién, agrego yo– y a los lectores en general, que estudian, sin fisuras ni cuestiona- mientos, el relato de Pierre Bourdieu acerca del “proceso de autonomización literaria” y se imaginan que eso es algo que avanza incontinenti hasta quién sabe qué alturas. Dice Pastormerlo: “una especie de escalera al cielo de la literatura pura”. Espero no defraudar las expectativas de Sergio, a quien dedico esta exposición. La poesía argentina después de las vanguardias. Los cuarentistas apostrofan la poesía martinfierrista como ultramarina y son apostro- fados como reaccionarios. Silvina Ocampo ve morir ciudadanos triste- mente asesinados por la policía En primer lugar, para ir entrando en materia, habría que hacer algunas precisiones, así sea sucintas, en rela- ción con la historia de la poesía argen- tina después de las vanguardias. Y en el primer lugar de ese primer lugar, a la reacción contra-vanguardista de los años 40, la de los poetas naciona- listas y elegíacos que le reclamaban al martinfierrismo haber sido demasiado sensible a lo que ellos llamaban la retó- rica “ultramarina”.
  • 177. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 176 Y a esa “retórica ultramarina” de los vanguardistas, los cuarentistas opusieron una poesía de temática nacional, interiorista y, sobre todo, seria, frente al humorismo, el sarcasmo y la polémica, que eran algunas de las notas destacadas del martinfie- rrismo. Fueron, como señaló Luis Soler Cañas, “los jóvenes serios” (una autocalificación parecida a la que unos años después haría Juan José Sebreli en relación con los contornistas) y esa seriedad, en los cuarentistas, se mani- festó tanto en el “tono” de sus poemas (preponderantemente elegíaco), como en su forma y prosodia, dejando de lado la experimentación con la metáfora de los martinfierristas (y volviendo a la más apocada compa- ración) y también la experimentación con los versos libres o blancos, que atraviesa un período importante de la poesía argentina, desde el Lugones del Lunario sentimental de 1909 hasta Oliverio Girondo, para abrevar, otra vez, en las formas fijas y en los metros tradicionales, sobre todo el endecasí- labo y el octosílabo. En el prólogo a la primera gran anto- logía poética grupal, realizada sobre el filo de la década, David Martínez apos- trofó a cada uno de los poetas seleccio- nados con notas que se proyectaron sobre toda la generación: elegíaca, pura de forma y fondo, sobria y conte- nida, habitada de un mundo de suges- tivos pretéritos. Unos años después, los poetas de Poesía Buenos Aires, no tardarán en ponerle un nombre polí- tico a los cuarentistas, que también los califica estéticamente: reaccionarios. Y tal vez el “emblema” de ese reac- cionarismo político y estético de los cuarentistas lo podamos encontrar en la obra poética de Silvina Ocampo, compuesta casi exclusivamente por cuartetas endecasílabas pareadas o abrazadas y algunos sonetos, práctica- mente exenta de riesgos formales, que echa mano a un vocabulario muchasMartín Prieto
  • 178. 177 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad veces lujoso, pero de una suntuosidad ya comprobadamente poética desde el Modernismo, y cuyos temas son los comunes a la poesía de la época: evocaciones de la infancia perdida, himnos a la patria, y la Antigüedad como fuente de inspiración, o como pretexto. En noviembre de 1945, en una revista titulada Antinazi, Ocampo publicó un singular poema llamado “Esta primavera de 1945, en Buenos Aires”, cuya evidente referencia es la revolución del 17 de octubre de 1945. Desaparecen entonces la abstracción y el irrealismo –“Vi morir a ciuda- danos tristemente, / asesinados por la policía”–, y cae la máscara neutral, apolítica, que también fue señalada como una marca generacional: “¡Oh, desolada confusión del día / que ha transformado en odio la armonía / de un territorio plácido y profundo!”. Pero tal vez lo más importante sea la inadecuación entre el asunto tratado –“la turba histérica” que avanzaba hacia la Casa Rosada–, y el vocabulario elegido por Ocampo: “esa triste gente / que escribía palabras en la acera”, además de una especie de inversión retórica y política que es otorgarles, en el poema, nobleza humana a los animales (los caballos inocentes) mientras que, “por afuera”, el discurso propiamente político, le daba, al revés, condición animal al nuevo sujeto polí- tico peronista, según se desprende de la campaña partidaria de la Unión Democrática de 1946, en la que, como señala Andrés Avellaneda en El habla de la ideología, se cristaliza la oposi- ción entre un signo positivo, el de la cultura entendida como inteligencia, evolución y armonía, y uno negativo, el de la no-cultura, representada por el instinto, lo primitivo y, directa- mente, lo animal. Américo Ghioldi, citado por Avellaneda, describe las dos facciones políticas en pugna: de un lado, la vitalidad primitiva, la fuerza toda del primitivo que es lo próximo o lo cercano al animal (ellos) y del otro el ideal de cultura, los progresos de la inteligencia, la presencia del libro, los movimientos esclarecidos, las acciones dirigidas por el juicio y el pensamiento (nosotros). Los cuarentistas, como señaló el crítico Carlos R. Giordano, sintieron aguda- mente la extrema gravedad de la época, pero no entendieron los términos del problema. Mi hipótesis es que tampoco los enten- dieron los poetas cronológicamente sucesivos, es decir, los invencionistas y los surrealistas. Los invencionistas. La neurosis del historiador. Edgar Bayley, en la línea de Echeverria y Mitre, pero mejor. Los poetas del espíritu nuevo. La elecciónobjetiva,elcorrelatoobjetivo y la melancolía de Flaubert. Mayor fuerza reactiva que propositiva El invencionismo argentino afinca, sobre todo, en la revista Poesía Buenos Aires, una publicación, podríamos decir así, programáticamente progra- mática, en la que no había número que no tuviera, sobre todo en la forma de editoriales, o notas liminares, algún texto en el que se explicitara cuál era la novedad que la revista venía a signi- ficar en el mapa de la poesía argentina, menos en dimensión “histórica” que esencialista y radical. No qué debe ser la poesía “hoy” –y ojo, ese hoy era extremadamente atractivo en términos ideológicos, políticos, culturales y aun: vitales– sino, directamente, qué es la poesía y qué es un poeta en notas que remiten de modo implícito a las que
  • 179. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 178 fue construyendo la tradición román- tica y simbolista, la del poeta como “un pequeño dios” que encuentra su origen en la teoría romántico-simbolista de las correspondencias verticales, entre el cielo y la tierra, las corresponden- cias baudelerianas que sólo pueden ser “interceptadas” por un poeta que, de este modo, no es un ser enteramente terrestre(recordemoslaimagenextraor- dinaria del albatros de Baudelaire: divino en el cielo y en el suelo cómico, ridiculizado por cualquiera). Recién en el número 13-14, de 1953, Poesía Buenos Aires, al presentar un “panorama de la nueva poesía argen- tina”, acompaña la muestra con un texto que tiene, finalmente, el valor de un manifiesto, o por lo menos el valor histórico de un manifiesto o, mejor dicho, el valor que un historiador espera que tenga un mani- fiesto, en tanto cumpla con ese esquema imaginario de vínculos verti- cales y hori- zontales que permitan no sólo su ubica- ción neurótica, por parte del historiador, sino, a partir de allí, el deve- lamiento de ese “valor” que la nueva agrupación de poetas viene a imponer a un estado de poesía determinado. Creo que en este “cambio” entre los manifiestos esencialistas del 50 y el manifiesto programático del 53 es decisiva la presencia de Edgar Bayley, posible- mente uno de los máximos teóricos de poesía que tuvo la Argentina, tal vez el único. Estoy pensando en su libro Realidad interna y función de la poesía, que publicó en Rosario en la Editorial Vigil a principios de los 60 y que cumple con ser la primera manifestación argen- tina de un poeta y crítico a la vez, de un poeta no solamente “inspirado” sino también vigilante de la tradición y de su propia obra. Posiblemente algunas de las reflexiones de Esteban Echeverría, acerca de cómo debía ser la poesía nacional, y el “Prólogo” a las Rimas de Bartolomé Mitre, en la cual su autor polemiza con la idea de la función utilitaria de la poesía defendida por Sarmiento en los Viajes sean los antecedentes nacionales de esta intervención de Bayley. Aunque ni en Echeverría ni en Mitre anidara el espíritu crítico que sí puede leerse en Bailey y que tiene ese doble alcance: hacia fuera, en tanto es un testigo crítico del “estado” de la poesía histórica y contemporánea, y hacia adentro en tanto todo poeta es, a su vez, su primer crítico. Entonces, la figura de Bayley es deter- minante en esta nueva configuración programática de Poesía Buenos Aires. Y es esa “función crítica” la que actúa como una criba y propone un corte radical en ese panorama, en ese índice de la poesía argentina contempo- ránea, que no es inclusivo y que, al revés, como en el martinfierrismo o en el contornismo, se arma a partir de oposiciones. En primer lugar, contra la generación del 40, la gene- ración precedente, a la que llama, sin medias tintas, “reaccionaria”, y, direc- tamente, no la reconoce “dentro de los dominios de la poesía” por, entre otras cosas, el uso de “formas retóricas clásicas concebidas apriorísticamente, es decir, como ejercitación verbal”, lo que, según Aguirre y Espiro, supone una “actitud superficial” y un “artificioso retorno a épocas donde estas formas eran expresión natural En definitiva lo que define a un poeta no es su sensación parti- cular (porque todos tenemos miedo, todos estamos o estuvimos o estaremos solos, todos sentimos alguna vez la desesperante melan- colía del amor no correspondido), sino el modo en que es capaz de convertir esa sensación o expe- riencia común a todos, en un objetoparticularenelquedespués los lectores son capaces de “reco- nocer” su propia experiencia.
  • 180. 179 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad y legítima”. Pero también, en esa impugnación, caen los poetas reunidos en el grupo MADI, a quienes los une con Poesía Buenos Aires la idea de una poesía como una “proposición inven- tada” que rechace “toda injerencia de los fenómenos de expresión, represen- tación y significación”. Es decir una poesía no expresiva, no representativa ni significativa. Para Poesía Buenos Aires ésta es una poesía “en estado de teoría, del mayor interés”. Pero los poemas MADI son, en cambio, un fracaso, en tanto “se limitan a presen- tarnos una sucesión –en el mejor de los casos ordenada– de imágenes, pala- bras, conceptos inventados, y nada más”. Y también cae en la volteada invencionista el proyecto surrealista al que le cabe, como a los MADI, un reconocimiento “por la contribución al esclarecimiento de la conciencia poética”, pero una acusación limita- toria: “favorecer, en nombre del auto- matismo, el absurdo, la vacuidad, la nulidad de la expresión”. Hechas las impugnaciones, queda, finalmente, el programa de la revista, al que los autores titulan “Poetas del espíritu nuevo”, citando implícita- mente el título de una conferencia del francés Guillaume Apollinaire, “El espíritu nuevo y los poetas”, de 1917, poniendo de este modo en el centro de la escena a un poeta emble- mático de la vanguardia europea, significativamente soslayado por los vanguardistas argentinos del 22. La idea de “invención” de Bayley se apoya en una frase de Apollinaire del prólogo a Las tetas de Tiresias, de 1917, donde Apollinaire dice: “Cuando el hombre ha querido imitar la marcha, creó la rueda, que no se parece en nada a una pierna”. Es decir, hay una nece- sidad interior (la marcha, en este caso) que el poema viene a satisfacer, pero el producto o eso con que se satisface esa necesidad interior (la rueda) no se parece en nada (salvo en que “anda”) a lo que habitualmente satisface esa necesidad. El concepto de “elección objetiva” que utiliza Bayley para describir esa idea de invención, no puede sino recordarnos al de “correlato objetivo”, de T. S. Eliot, cuando Eliot dice que un poema no es “la emoción en sí misma” que le da lugar sino un grupo de palabras que aproximada- mente pueden producir en el lector una emoción lo más parecida posible a esa que le dio origen al poema. Digamos: la melancolía de Flaubert, convertida en un enorme aparato retórico que se llama La educación sentimental al final del cual el lector se vincula emocio- nalmente con el autor a través de esa misma “sensación” y no entonces la poesía sentimental, confesional, refe- rencial de los estados de ánimo (estoy solo, te quiero, tengo miedo). Porque, en definitiva lo que define a un poeta no es su sensación particular (porque todos tenemos miedo, todos estamos o estuvimos o estaremos solos, todos sentimos alguna vez la desesperante melancolía del amor no correspon- dido), sino el modo en que es capaz de convertir esa sensación o experiencia común a todos, en un objeto particular enelquedespuésloslectoressoncapaces de “reconocer” su propia experiencia. Volviendo al invencionismo, Poesía Buenos Aires se declara heredera directa de otro movimiento de vanguardia que había pasado desapercibido en Argentina: el creacionismo del chileno Vicente Huidobro. Así como el inven- cionismo habla del “poema inven- tado”, el creacionismo define al “poema creado”comounpoema“enelquecada parte constitutiva y todo el conjunto
  • 181. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 180 presentan un hecho nuevo, indepen- diente del mundo externo, desligado de toda otra realidad que él mismo”, y para el que “la poesía no debe imitar los aspectos de las cosas, sino seguir las leyes constructivas que constituyen su esencia y que les confiere la indepen- dencia de todo lo que es”. De este modo, y apoyándose en esa tradición, el invencionismo pretende introducir –ya veremos si lo consigue– un giro retórico en la poesía argentina, reemplazando la metáfora por la imagen. ¿Por qué? Porque la metáfora responde, por más alejados que estén sus polos, a un tipo de relación entre uno y otro, que es el que la metá- fora viene precisa- mente a develar. En términos composi- tivos, “tus cabellos de oro”, que ya es un clisé, no es dife- rente al “hombre que se crucifica al abrir de par en par una ventana”, de Girondo, en tanto ambas son referen- ciales y es posible restablecer esos dos términos reunidos por el poeta en uno solo, a partir de eso en común que tienen ambos (el color, en el pelo y en el oro, los brazos abiertos en Cristo y en el señor que abre la ventana). En algún punto una metáfora sigue siendo una comparación reducida a la que le faltan los nexos, según esta secuencia: tus pelos tan amarillos como el oro: tus pelos como el oro, tus pelos de oro. La imagen, en cambio, no responde a nada exterior y es, exactamente, la figura propiciatoria de la libertad absoluta, como ese verso de Bayley que dice “la perla de las islas favoritas”, que es una imagen, y no una metáfora, en tanto no es una transcrip- ción en palabras de algo preexistente, o real anterior. Pero, si vemos el poema completo nos encontramos con que esa imagen no es lo absoluto del poema, sino su fuga. El poema sigue, digamos así, anclado en el mundo referencial: son las ocho y media de la mañana de un fin de semana (de este fin de semana) llueve. Y la imagen abre un punto de fuga. Yo creo que ése es el límite del invencionismo, según podemos verlo en la misma muestra que acompaña la presentación de 1953 en los poemas de Bayley, Raúl Gustavo Aguirre, Mario Trejo, Alberto Vanasco. Y esta comprobación avisa que el programa de Poesía Buenos Aires tuvo mayor fuerza reactiva –“contra los supuestos formales de la poesía, contra las maneras tenidas por prestigiosas, contra las convenciones literarias”– que propositiva porque, de hecho, los poemas más representativamente inventivos de Poesía Buenos Aires son, en su ejecución, algo –o mucho– menos que las demasiado exigentes premisas en las que se apoyaban. Una idea de la poesía común a (casi) todos. Movimientos ascendentes y descendentes.Untriángulodefuerzas que –aparentemente– se repelen. El prejuicio de lo sublime Sin embargo, y más allá de la imposi- ción, como decíamos, de un “valor”, los invencionistas –y también los Es que tanto los surrealistas comolosinvencionistas,críticos declarados y fervorosos de la poética cuarentista, compar- tieron sin embargo con ella una idea de la poesía, aunque su ejecución y su retórica fuesen diferentes: sentimientos la mayoría de las veces elevados, temas esencialmente poéticos también (el amor, la muerte, la infinitud o la finitud, el desaso- siego), una elección léxica guiada por una poeticidad anterior. En lugar de que una palabra cualquiera, al formar parte de un poema, se convierta en poética, o, mejor dicho, en vez de que un poema sea lo que defina una condición poética o la emergencia o manifesta- ción de la poesía, son las pala- bras, poéticas de antemano, las que le otorgan a un poema su condición. Esto es algo que se ve en todos los movimientos “descendentes” en poesía.
  • 182. 181 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad surrealistas argentinos, compañeros del invencionismo en su impugnación a los neorrománticos de la genera- ción del 40– tampoco dieron el paso adelante que la época reclamaba en cuanto a la renovación absoluta de un repertorio de temas y por lo tanto de diccionario y por lo tanto de una retó- rica que fuera no digamos un “reflejo” pero sí que tomara en cuenta la revo- lución social, política y económica que partió en dos la historia política, social y económica de la República Argentina a partir de, digamos, 1943, o 1945, o 1947, y frente a la cual tanto la obra de los cuarentistas como la de los surrealistas e invencionistas parecía ser inmune, como no lo fue ningún otro cuerpo social del país. Es que tanto los surrealistas como los invencionistas, críticos declarados y fervorosos de la poética cuaren- tista, compartieron sin embargo con ella una idea de la poesía, aunque su ejecución y su retórica fuesen dife- rentes: sentimientos la mayoría de las veces elevados, temas esencialmente poéticos también (el amor, la muerte, la infinitud o la finitud, el desaso- siego), una elección léxica guiada por una poeticidad anterior. En lugar de que una palabra cualquiera, al formar parte de un poema, se convierta en poética, o, mejor dicho, en vez de que un poema sea lo que defina una condición poética o la emergencia o manifestación de la poesía, son las palabras, poéticas de antemano, las que le otorgan a un poema su condi- ción. Esto es algo que se ve en todos los movimientos “descendentes” en poesía. El movimiento ascendente otorga valor de palabra poética a lo que está afuera del diccionario poético, y el movimiento descendente, al revés, se refugia en las palabras que ya tienen valor poético. El Modernismo, por ejemplo, amplía el diccionario: estan- ques, cisnes, princesas, toros blancos, nenúfares y todas las plantas acuá- ticas que se puedan imaginar. Y el posmodernismo (Enrique Banchs, por caso) usa esas palabras que ya están cubiertas de una pátina de poeticidad, aunque es eso lo que, al revés, las hace menos poéticas. Pasa igual con las vanguardias, ya no con la vanguardia argentina, sino con la vanguardia en general de los años 10 y 20. El modo en que la vanguardia amplía el diccio- nario poético, a partir de esa especie de proclama antirromántica que es la vanguardia, y que puede sinteti- zarse en eso que dice Apollinaire en “El espíritu de lo nuevo”, en rela- ción a que los poetas ya no son sola- mente “los hombres de lo bello”, sino también “los hombres de lo verda- dero”, y lo verdadero, dice Apollinaire, sucede tanto en la naturaleza como en los hechos más simples (una mano que registra un bolsillo, un fósforo que se prende por frotación, el olor de los jardines después de la lluvia). En cualquier lado, dice Apollinaire, puede emerger “un hecho juzgado sublime”. Y esa ampliación del mundo poético supone también una ampliación del diccionario que en los vanguardistas es sobre todo tecnológico: autos, aviones, motores, electricidad. No es necesario nombrar a todos los movimientos y micromovimientos descendentes en relación con las vanguardias históricas a lo largo del siglo XX, entre ellos, el surrealismo. Y ese es el reclamo que les hacen los invencionistas a los surrea- listas: que han cambiado un método por un diccionario. El surrealismo es, en su origen, un método de compo- sición que en sus primeras manifes- taciones da también un diccionario
  • 183. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 182 nuevo, una ampliación léxica, que luego los surrealistas descendentes convierten en fin. Y ese concepto de lo descendente es lo que reúne a ese triángulo de fuerzas que en apariencia se repelen, que se arma entre los años 40 y 50 en la poesía argentina: cuarentistas, surrealistas e invencionistas. Porque esa repulsión entre unas y otras fuerzas no puede ocultar lo que sin embargo tienen en común: el valor que tienen para todos las palabras poéticas ya consa- gradas como tales por la tradición a la que responde cada una de ellas: la palabra román- tica, la palabra surrealista, la palabra creacio- nista. Consecuen- temente, tienen en comúnunafiliación entusiasta a una tradición poética culta y prestigiosa y el funcionamiento de nombres de esa tradición que funcionan como talismanes o escudos protectores de “la novedad” que cada uno de ellos viene a representar: Rainer Maria Rilke, para los neorrománticos, André Breton para los surrealistas, Apollinaire y Huidobro para los invencionistas. Y los tres, además, se encuentran amparados por un prejuicio común: el prejuicio de lo sublime. Es verdad que, como recor- darán muchos de ustedes (eso espero), Oliverio Girondo abría los Veinte poemas con un epígrafe que decía “ningún prejuicio más ridículo que el prejuicio de lo sublime”, y que ese epígrafe se encuentra respaldado por el manifiesto del espíritu nuevo de Apollinaire que decía que el “descubrimiento poético” no necesariamente tenía que estar condi- cionado por un hecho juzgado como sublime de antemano. Pero también es verdad que el mismo Apollinaire refuerza después el valor que su poética viene a proponer, que es el valor de lo nuevo, como un valor al que también lo raya o lo toca la condición de sublime: la “novedad sublime”, dice Apollinaire. ¿Qué quiere decir esto? Que cambia el valor (y el valor de la vanguardia es la novedad, lo nuevo) pero no cambia la condición de lo poético, que sigue siendo lo sublime. Al revés, Apollinaire viene a decir que lo nuevo también puede ser sublime, o que lo sublime sólo se encuentra en lo nuevo. Pero sigue apoyándose en esa condición de poesía alta a la que responden los románticos y a la que responderán los surrealistas y los invencionistas también. El triángulo es, en fin, por la disputa de valores diferentes. Pero todo englo- bado en una búsqueda que es común, que es la búsqueda de lo sublime. Silvina Ocampo, igual que Alfonso Sola González. Los poetas que bajan del Olimpo. La política, obligatoria En 1954 Antonio Monti publica un volumen titulado Antología poética de la Revolución Justicialista, que marca el modelo de la literatura peronista oficial: elegías a Eva Perón, a Perón, al caballo de Perón, cantos celebratorios a todo lo que incluye la liturgia peronista, incluido el aguinaldo o los aumentos de sueldo.Comoenestacuartetaoctosílaba No se trata acá de pensar el vínculo literatura y peronismo a partir de apoyos o rechazos –que es una idea que está en boga hoy (por ejemplo, la revista Ñ de hace unos meses está dedicada a la literatura neoperonista, entendiendo a ésta como la que practican los escritores cívica, política y elec- toralmente neoperonistas)–, en tanto sería “peronista” la literatura de Sola González y “antiperonista” la de Ocampo: al revés, ninguna de las dos es una cosa ni la otra en tanto ninguna de las dos es formal y, por lo tanto ideológicamente sensible a la conmoción que el peronismo estaba importando, en esos mismos años, en el mismo cuerpo de la literatura argentina, más allá de las valo- raciones y más allá de los “posi- cionamientos” de los escritores en el campo intelectual en su relación con la política.
  • 184. 183 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad de Luis Gorosito Heredia: “Pero ya hay pan, ya florecen / casitas en el desierto. / Ya cantan madres y niños / al son de los buenos sueldos”, que funciona como una aparente contrapunto con la poesía antiperonistaoficial(aquelemblemático poema de Silvina Ocampo). Aparente porque si Silvina Ocampo hubiese sido evitista hubiera escrito una elegía como la de Alfonso Sola González que está incluida en la antología de Monti (“Eva Perón ha muerto. / Preguntádselo a la patria. / Los crespones dirán en las puertas, / en las calles, en lo desme- surado y / querido de la Patria, que ha muerto / Eva Perón. Y nada más. Vendrán los nuevos días; los / tractores, los obreros que ofrecen / su pan a Dios. Los Ejércitos. La Patria”). Y si Sola González hubiese sido antiperonista habría escrito un poema como el de Silvina Ocampo en la revista Antinazi, porque el valor que importa en esos poemas no está vinculado directamente con las divergentes inclinaciones de sus autores en el campo de la política, sino con una comunión en el de los valores de la poesía: otra vez, el valor de lo sublime,aunqueunoloencuentreenlas almas nobles que lloran la muerte de la Capitana, y la otra, en las almas, nobles también, de los caballos. Es decir, que no se trata acá de pensar el vínculo lite- ratura y peronismo a partir de apoyos o rechazos –que es una idea que está en boga hoy (por ejemplo, la revista Ñ de hace unos meses está dedicada a la literatura neoperonista, entendiendo a ésta como la que practican los escri- tores cívica, política y electoralmente neoperonistas)–, en tanto sería “pero- nista” la literatura de Sola González y “antiperonista” la de Ocampo: al revés, ninguna de las dos es una cosa ni la otra en tanto ninguna de las dos es formal y, por lo tanto ideológicamente sensible a la conmoción que el peronismo estaba importando, en esos mismos años, en el mismo cuerpo de la literatura argen- tina, más allá de las valoraciones y más allá de los “posicionamientos” de los escritores en el campo intelectual en su relación con la política. Pero es en esos mismos años, fines de los 40, principios de los 50, que empiezan a escribirse y a darse a conocer nuevos poemas que potencian buena parte de las enseñanzas inven- cionistas y surrealistas –sobre todo en lo que hace a una voluntad de corte con el pasado y a la libertad expresiva, entendida como libertad de formas, y al giro retórico que habían promovido los invencionistas–, promoviendo un cambio radical en el vocabulario, una ampliación del diccionario, que recién se hace permeable a las palabras comunes, bajas, e inmediatamente, a los sentimientos y realidades, bajos también y comunes, que son desig- nados por esas palabras. De manera que la poesía hiperculta y sublime en la que coincidieron los combatientes de los años 40 y 50 es ahora porosa, abierta, si no es directamente reempla- zada por un potente arsenal retórico proveniente de la prosa, ni siquiera literaria o artística, sino periodística, publicitaria, comercial. Los poetas, escribirá Nicanor Parra en 1954, bajaron del Olimpo: “Señoras y señores/Éstaesnuestraúltimapalabra. / –Nuestra primera y última palabra– / Los poetas bajaron del Olimpo”. El libro de Parra se llama Poemas y antipoemas y el concepto “antipoema”, no inventado por Parra, pero sí difun- dido por él con un sentido muy neta- mente antinerudiano (y anti, entonces, todo lo que abarcaba el nombre y la obra de Pablo Neruda, romántica, vanguardista y surrealista a la vez:
  • 185. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 184 Neruda es grande porque concentra, en su obra, en la poesía chilena, el disputado triángulo de la poesía argen- tina de los años 40 y 50: romántico, vanguardista, surrealista y sublime, todo a la vez), encuentra en América Latina muy rápida propagación en las obras, de entre otros, el nicara- güense Ernesto Cardenal, el uruguayo Mario Benedetti y los argentinos César Fernández Moreno y Leónidas Lamborghini. Estos, en conjunto, acaban conformando un movimiento, sin manifiestos, revistas, ni estandartes, también conocido por el nombre de “poesía conversacional” o “comuni- cacional”, debido a su permeabilidad al lenguaje coloquial y, en Argentina, fue llamado por el mismo Fernández Moreno “existencial”, en razón de su aspecto “circunstancial, momentáneo, histórico, perecedero, contempo- ráneo”. Como vemos, ninguna de las definiciones es del todo incluyente ni del todo impertinente y puede decirse entonces que valen las cuatro. Ahora bien: ese movimiento latino- americano toma en Argentina carac- terísticas muy particulares, porque la circunstancia y el momento histó- rico, en Argentina y a mediados de la década del 50 tienen sobre todo valor político: el de la revolución peronista. Y Argentino hasta la muerte, de César Fernández Moreno, y Al público, de 1957, y sus distintas sucesiones –Las patas en las fuentes (1965), El solicitante descolocado (1971), entre muchas otras proyecciones y reescrituras de la misma matriz– son, desde perspec- tivas ideológicas contrapuestas, los grandes poemas del peronismo, en tanto son los grandes poemas infil- trados por esa novedad que significó el peronismo, produciendo, en la historia de la literatura argentina, un cimbronazo en relación con la idea de la progresiva autonomización de la serie literatura en relación con las series política, ideológica, cultural, en tanto, otra vez, para hablar de litera- tura se vuelve obligatorio hablar de política, y para hablar de política es conveniente hacerlo –como casi no se ha hecho hasta ahora, salvo en un ensayo de Tulio Halperin Donghi, quien de una manera muy compleja, en el epílogo a su estudio La República imposible (1930-1945) encuentra en un extenso poema de Paco Urondo de 1965-1967, la clave del fracaso del programa radical en la política argentina– desde la concentración de sentidos que proponen los poetas. Por eso, tal vez, los historiadores de la política y de la ideología argentina que quieran volver a visitar el período de los dos primeros gobiernos peronistas, deban abandonar,porunmomento,losarchivos de los diarios y de la televisión e incur- sionar en esos dos grandes poemas de Fernández Moreno y de Lamborghini. Fernández Moreno vincula a la clase media con la Generación del 80. Lamborghini ve a Perón como una mujer. Poesía y menemismo. Poesía y kirchnerismo Argentino hasta la muerte es un poema extraordinario que funciona como una suerte de epicedio, de canto a la muerte de la clase media que, imagina FernándezMorenoalcalordelahistoria y de la política, supone la emergencia del peronismo en los años 50. La clave antiperonista del poema, claro, hay que buscarla antes que en ninguna otra parte, en su epígrafe, que es un verso de Carlos Guido y Spano, de 1895, que dice: “¡Que me importan los desaires / con que me trata la suerte! / Argentino
  • 186. 185 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad hasta la muerte, / he nacido en Buenos Aires”. Es decir, que todo el disvalor que significaba para la clase dominante argentina del 37 en adelante –aunque tal vez también desde Rivadavia en adelante– “ser argentino”, frente a ser europeo (sobre todo inglés, o francés) reviertecomovalorafinesdelsigloXIX, ante la amenaza inmigratoria. Y es con ese valor de la Generación del 80 con el que traza un paralelo Fernández Moreno a mediados del siglo XX: la migración interna (los cabecitas negras) cumple el rol de la amenaza y la clase media el de la clase amenazada; en ambos casos, la reacción es conser- vadora de un valor anterior, que no se pierde: haber nacido en Buenos Aires, ser argentino (es decir, porteño, según se entiende a la nacionalidad en Buenos Aires) desde “antes”, que es un modo de decir desde “siempre”. Esa marca de pérdida no es la única de antipe- ronismo en el poema de Fernández Moreno, quien también se decide a veces a ser explícito, no elusivo, aunque delicado: “no crean en lo general en el general / crean en lo particular en el particular”. Y también, decididamente no delicado: “Eviten a Evita”, verso que desaparecerá en algunas ediciones del poema, menos, entiendo, como una autocensura del poeta que como una manifestación de una idea que sostiene Fernández Moreno y que las sucesivas ediciones de sus poemas no hacen sino confirmar: los poemas “son quizá tan inestables como una conver- sación, cambian solos todo el tiempo”. Por cierto, no son éstas las pautas que nos indican que Fernández Moreno es un poeta peronista: al contrario, no lo es en absoluto, si nos guiáramos apenas por su inclinación o enraizamiento político e ideológico. Y sí lo es si enten- demos que Fernández Moreno fue, como pocos, sensible a lo que signi- ficó el peronismo, porque la materia y la forma de ese poema de 1954 son mucho más parecidas al peronismo que las de cualquiera de los poemas de los poetas peronistas que incluye Monti en la Antología de la Revolución Justicialista en ese mismo 1954. Leónidas Lamborghini
  • 187. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 186 Queda pendiente para otra exposición un estudio sobre la obra de Leónidas Lamborghini, de quien aparentemente es más fácil decir que es un poeta pero- nista –por el asunto de muchos de sus poemas, como “Eva Perón en la hoguera”, por sus propias manifesta- cionespúblicas–,perodequienhayque decir de inmediato que da el caso del poeta peronista no popular, del poeta peronista cuya obra es sobre todo valo- rada, desde hace medio siglo, por una renovada elite sensible e hiperculta, dispuesta a celebrar la complejidad compositiva, la parodia, la intertex- tualidad y aun la ilegibilidad gráfica de muchos de sus poemas que a veces hasta obligan a ser leídos en voz alta, deletreados, hasta comprender que esa dificultad es, también, un sentido. Por otra parte, desde sus mismos poemas, Lamborghini mantiene con el peronismo un vinculo díscolo, muy complejo, como en el hermosísimo El letrista proscripto, que suena como una especie de tango: “De bolas tristes tango / de bolas melancólicas / mujer, / mujer querida / me dijo chau me dijo / que se iba. / Templando el bandoneón / que hay en mi corazón / cantar / la pena honda / de no poder”. Hay en este poema una inversión: la forma es la del discurso amoroso y aun su propia idea, como si Lamborghini fuese un Pascual Contursi un poco tartamudo, parafra- seando, a su manera, La noche triste, de 1927: “Percanta que me amuraste en lo mejor de mi vida...”, aunque el sustrato del poema –y ahí la inver- sión– no sea simplemente amoroso, sino político, en tanto quien abandona a quien lleva la voz cantante del poema no es una mujer, una percanta, sino Juan Domingo Perón –tratado en el poema, entonces, como una mujer–, y la inversión lleva de lo intimo a lo público, de lo amoroso a lo político, de la mujer abandonista al general Perón. La mujer que abandona al trabajador peronista es Perón. Y el obrero pero- nista, el letrista proscripto, dice “Ella se fue / solo quedé / patria en remate / llorando”, y dice también: “Todo lo diera / porque volvieras / no sé qué haría / loco por vos / me arrastraría / día tras día / como un mendigo / de tu amor”, para terminar entonando (en 1957, no en 1973), la Marcha Peronista con el tiempo verbal inver- tido también, en pasado: ‘qué grande eras / cuánto valías / mi general’ / quedamos sin su amor / que nos juró / temblequeando y sin / fe / la vida rota / ‘Gran conductor / eras primer’. Ésa es la base –inestable todavía, con elementos poéticos, formales, políticos e ideológicos siempre en mutación– sobre la que se construyen, siguiendo el vínculo entre poesía y peronismo, los dos grandes poemas del menemismo de la poesía argentina contemporánea: “Tomas para un documental”, de D. G. Helder y Poesía civil, de Sergio Raimondi Otra vez, como en el pero- nismo, no se trata de adjetivar “mene- mista” para implicar una adscripción a una política, sino de percibir cómo esas obras fueron, más que ninguna otra, sensibles a la contrarrevolución (o revolución liberal, como se prefiera) que importó el menemismo en la sociedad y en la política argentinas. Ése también será el motivo de otra exposi- ción. Y también, claro está, el vínculo entre poesía y kirchnerismo. Primero habrá que ver, más allá del idéntico entusiasmo de publicistas y detrac- tores, cuál es el verdadero movimiento –político, ideológico, económico, social, cultural– que el kircherismo importa en la historia argentina para poder precisar qué obras serán
  • 188. 187 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad aquellas a las que los historiadores del futuro –si tienen el entusiasmo por la poesía que los contemporáneos casi no tienen– deberán remitirse para tomarle el pulso a la sociedad de hoy. A simple vista postulan, como kirch- neristas, todos los poetas que firman las proclamas de Carta Abierta (desde el premio Cervantes Juan Gelman hasta los setentistas Jorge Boccanera, Daniel Freidemberg, Javier Cófreces, Tamara Kamenszain, Vicente Muleiro) y también los más jóvenes Martín Gambarotta, Alejandro Rubio y Martín Rodríguez. En un reportaje reciente de este último al anterior, Rubio apuesta a que dentro de tres décadas él –y Gambarotta y Diego Sánchez– serán rotulados como escri- tores kirchneristas y que la particu- laridad de la literatura kirchnerista será la de la revancha, la del “espíritu revanchista llevado a todos los niveles de la escritura y del objeto literario”. Dos objeciones a la hipótesis autoce- lebratoria de Rubio: la primera, que el kirchnerismo no sea visto a futuro, como espera Rubio, como revancha sino como desarrollo económico capi- talista común, con su consecuente porcentaje de excluidos, aunque éstos sean reivindicados políticamente; la segunda, que aun si fuera visto como revancha (de los excluidos, de los pobres,delosmarginadoshastahoy)tal vez –como en el caso de Lamborghini y de Fernández Moreno con respecto al peronismo histórico y de Raimondi y D. G. Helder con respecto al mene- nismo– no sean los entusiastas sino los perplejos quienes mejor sepan captar el espíritu de una época. (*) Conferencia brindada en el marco del ciclo “Legados y porvenir: Argentina en el Bicentenario”, organizado por la Biblioteca Nacional durante el 2009.
  • 189. 188 La construcción de la identidad lingüística argentina Por Ángela Di Tullio Puede pensarse una nación como la síntesis entre territorio y lengua. Ambos componentes son problemáticos si tomamos en cuenta, en Argentina, las sangrientas batallas que hubo sobre el primero, y las incesantes querellas sobre el segundo. Ángela Di Tullio repasa en este ensayo las discusiones acerca de la constitución de una lengua oficial, entre quienes proclamaban la soberanía de un “idioma nacional” y aque- llos que pretendían proteger el lenguaje de toda erosión que pudiera procurarle el habla popular. Lengua autónoma y plebeya o hispanismo aris- tocratizante administrado eran los tópicos, con grados y matices, de una discusión que involucró a los encumbrados nombres de letras del país. Mucho ha pasado respecto a aquellas reyertas iniciales. Sin embargo, el lenguaje sigue siendo un campo conflictivo. No sólo por el desafío de pluralizar la lengua dando lugar a aquellas hablas minoritarias que resisten su estandarización y a las voces que forjan sus propias tonalidades, sino también porque la mayor parte de la factoría global contemporánea utiliza el lenguaje como su materia prima básica. El dilema, quizás hoy, sería menos resguardar el lenguaje de sus “conta- minaciones” semióticas que de su mediatización: reencontrar una relación entre palabra y expe- riencia parece ser la tarea más delicada de una época en la que la circulación de discursos escapa a las posibilidades de su resignificación.
  • 190. 189 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad Introducción En 1900, Lucien Abeille, un ignoto profesor francés que enseñaba en el Colegio Nacional y en la Escuela de Guerra, arriesga un nombre propio para designar nuestra manera de hablar: el de Idioma nacional de los argentinos, como anticipo del defini- tivo, Idioma de los argentinos, aún no totalmente formado. En realidad, la fórmula idioma nacional (o su versión más afectiva, idioma patrio) ya había aparecido en varios momentos en el currículum escolar como susti- tuto eufemístico de Castellano desde 1852. Pero esta vez el nombre tiene un referente distinto, puesto que con él se pretendía designar una diferencia dentrodelorbehispanohablanteycate- gorizarla no como dialecto, término peyorativo, sino con el reservado a las lenguas de cultura: “idioma”. El autor confía en que su tesis sería acogida con entusiasmo por los argentinos, que –decía– mostraban una especial debilidad por todo lo “nacional”. Sin embargo, Ernesto Quesada y Miguel Cané, dos intelectuales orgánicos del roquismo, reaccionaron inmediata- mente contra la propuesta. El contun- dente rechazo respondía a la voluntad de preservar la unidad lingüística y cultural pero, sobre todo, de impedir las derivaciones que la tesis pudiera tener en una comunidad que aún no había demostrado su capacidad de asimilar al extranjero: las lenguas inmi- gratorias y un aluvión inmigratorio habían desatado una paranoia cultural y lingüística, por lo que la política educativa del Centenario se centró en el afianzamiento de los valores tradi- cionales: historia patria y castellano castizo. La pertenencia de la República Argentina al mundo hispánico era la garantía de inserción en la cultura, la civilización y el progreso. El libro de Abeille ha interesado a la crítica casi exclusivamente por la enunciación de la tesis rupturista. Sin embargo, representa también un intento –lleno de lagunas y errores, por cierto, pero más explícito que algunos vagos enunciados previos– de dar cuenta de una diferencia, definida a través de rasgos concretos del “idioma nacional”. La reacción hipernormativa que le sigue se dirige precisamente a borrar esa diferencia. En las Notas al castellano en la Argentina (1903), Ricardo Monner Sans, el “campeón del castellano en la Argentina” –o, en la designación de Borges, el “virrey encubierto”– ejerce su función de censor contra los atropellos que en el país sufría “el sin rival romance” tanto por parte de los “cultos”, que lo deforman con sus galicismos, como del pueblo ignorante. La gramática queda asociada a la ideo- logía ultramon- tana, hispanizante, hipernormativa del severo maestro, y a la tradición de la queja sobre la manera de hablar de los argentinos como déficit o “problema”. Buenos Aires representa Babel –o, más exactamente, Gringópolis–y entre sus habitantes se cuentan las “personas que hablan al tuntún” (Capdevila, Despeñaderos del habla), los orilleros, La identidad lingüística argen- tina en singular no es más que una generalización que esconde múltiples respuestas, más valo- rativas que descriptivas, más ideológicas (en sentido amplio) o incluso políticas que estric- tamente lingüísticas, todas difícilmente descontextuali- zables de las circunstancias (históricas, grupales, discur- sivas) de su producción. Como se advierte, esta extensa serie discursiva no queda circuns- cripta a una intrascendente cuestión lingüística o cultural, sino que se entrecruza con las diferentes interpretaciones del nacionalismo, con rechazos al “verbo de la democracia” y a la movilidad social y con defini- ciones de la literatura nacional.
  • 191. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 190 que dan rienda suelta al “instinto bajero” (Américo Castro, La peculiaridad lingüística rioplatense) o los “escritores- masa”, que carecen del buen gusto de los distinguidos verdaderos (Amado Alonso en “El problema argentino de la lengua”, primer capítulo de El problema de la lengua en América), una prédica tal vez no ajena a las reacciones negativas de inseguridad, abundancia de clichés, miedo al ridículo, que los mismos filólogos advierten. Más afortunado que el contenido de la obra, el nombre de Idioma de los argentinos se convierte en punto de referencia de réplicas condenatorias o de contrarréplicas que adscriben a la idea como realidad, posibilidad o esperanza. En 1927, Borges recupera la designa- ción en la conferencia El idioma de los argentinos: aunque descrea de su exis- tencia, la alienta como esperanza y como táctica distanciadora de los hispanistas, pero también de los promotores del lunfardo u orillero. Frente a estas posiciones, prefiere insertarse en la tradición de los escritores argentinos que no se desviaron de la oralidad. En la Aguafuerte porteña homó- nima (1930), Arlt se refiere burlo- namente a la pretensión de Ricardo Monner Sans de recuperar las riendas para encauzar la lengua de Buenos Aires. Vicente Rossi seguirá creyendo en su realidad; en sus Folletos Lenguaraces, pelea contra los “corregidores” del Instituto de Filología, Américo Castro y Amado Alonso, dispuestos a seguir imponiendo su “vasallaje” y a desco- nocer el “lenguaje rioplatense”. Baste esta apretadísima presentación para mostrar que la identidad lingüís- tica argentina en singular no es más que una generalización que esconde múltiples respuestas, más valorativas que descriptivas, más ideológicas (en sentido amplio) o incluso políticas que estrictamente lingüísticas, todas difícilmente descontextualizables de lascircunstancias(históricas,grupales, discursivas) de su producción. Como se advierte, esta extensa serie discur- siva no queda circunscripta a una intrascendente cuestión lingüística o cultural, sino que se entrecruza con las diferentes interpretaciones del nacionalismo, con rechazos al “verbo de la democracia” y a la movilidad social y con definiciones de la litera- tura nacional. Un pasado de grandeza Comenzaré, entonces, con algunos antecedentes. La “cuestión del idioma” fue una pieza fundamental en el programa de ruptura con España y con el pasado colonial que emprende la Generación del 37: la tarea era borrar esas huellas, incluso en la lengua. Aunque con diferencias personales y cronológicas, todos los miembros coin- cidían en la necesidad de modificar la lengua heredada de la metrópoli hasta hacerla propia, en consonancia con la nueva realidad política. No se daban mayores precisiones, sin embargo, del alcance de esta modifi- cación. Como en algunos momentos Echeverría y Alberdi plantearon La labor de modernización, que significaba la intelectualización del léxico, la simplificación de la sintaxis y nuevas pautas estilísticas, cercanas a las prác- ticas del periodismo, abría las puertas al préstamo, sin mira- mientos no sólo hacia la norma- tiva académica sino incluso por la unidad de la lengua. A partir de la distinción entre culturas avanzadas y culturas retrógadas, que se extendía a las lenguas respectivas, era lícito admitir los galicismos necesarios, pero no las expre- siones consideradas propias de la “chusma” ignorante.
  • 192. 191 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad la idea de la “emancipación de la lengua”, aparecen como defensores del “nacionalismo lingüístico”, que propone elevar la lengua vernácula o el dialecto a la categoría de lengua oficial del estado independiente. La lengua se asociaba así con el espí- ritu de la nación (según la noción de Kultur del historicismo alemán) o, en otra interpretación, con el Estado (de acuerdo con la idea de civilisation del iluminismo francés). Los vagos plan- teos de la Generación del 37 se nutrían de ambas tradiciones. Más concreto, Sarmiento no vacila en fundamentar la escisión ortográfica en la diferencia fonológica existente entre el español peninsular y el americano: el seseo, rasgo propio de la “pronunciación nacional, aquella que se observa en la parte culta de la sociedad, no a la individual, que está sujeta a vicios de organización, hábitos provinciales, ignorancia” (O. C., IV, p. 159). Con propósito denigratorio Echeverría y Mármol ponen en boca de los parti- darios de Rosas el voseo, el che y otros rasgos de la oralidad rioplatense: “–Che, negra bruja, salí de aquí antes de que te pegue un tajo. –¿A que no te animás, Matasiete?” (El Matadero); “–Che, te he andado buscando por todas partes –le dijo (Mercedes Rosas) a su hermana Agustina... ¿Y qué se ha hecho que no se le ve en ninguna parte? –¿Qué, se va, coman- dante Cuitiño?” (Amalia). La lengua no se concebía como un tesoro que había que preservar en su pureza, sino como un instrumento eficaz y poderoso para la vida republi- cana. La labor de modernización, que significaba la intelectualización del léxico, la simplificación de la sintaxis y nuevas pautas estilísticas, cercanas a las prácticas del periodismo, abría las puertas al préstamo, sin mira- mientos no sólo hacia la normativa académica sino incluso por la unidad de la lengua. A partir de la distinción entre culturas avanzadas y culturas retrógadas, que se extendía a las lenguas respectivas, era lícito admitir los galicismos necesarios, pero no las expresiones consideradas propias de la “chusma” ignorante. Como en otros aspectos de la vida cultural y política, las ideas lingüísticas de la Generación del 37 cristalizaron como ideario básico de la Generación del 80, aunque modalizado frente a una realidad menos urgente y compro- metida. “Ser argentino ya era cosa fácil”, decía Cané. Los miembros de este selecto grupo exhibían su refina- miento no sólo en el conocimiento de las lenguas extranjeras, sino también en la reflexión sobre la propia; se deleitan con los recursos de la oralidad, con los secretos de la etimología, con la sono- ridad de la modalidad rioplatense, como declara Mansilla: “Los americanos del Sud poseemos, después del italiano, la más bella lengua del mundo; es menos suave, pero más enérgica, más sonora y tiene una elasticidad sin par” (Entre nos, p. 316). También a Cané le complace escuchar su propia lengua, mientras conjetura la impresiónquelecausaríaainterlocutor, el poeta Núñez de Arce, miembro de la Real Academia Española: “un castellano del porvenir, ágil, vivo, un español americano, en una palabra, listo siempre a jinetear, sin estribos, la mismísima gramática” (Prosa ligera, p. 30).
  • 193. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 192 Sin embargo, en su misión diplomá- tica en Colombia percibe la corrección del hablar bogotano, que el filólogo Rufino J. Cuervo había contribuido a limpiar de “locuciones vulgares y otras adulteraciones” con su popu- larísima obra Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano (En viaje, p. 329), cuyo desconocimiento consi- derará injustificable en Abeille. La experiencia colombiana producirá un claro cambio con respecto a su valora- ción de la modalidad rioplatense, que consigna así: “Las primeras impresiones positiva- mentedesagradablesquesentírespecto a la manera con que hablamos y escribimos nuestra lengua, fue cuando las exigencias de mi carrera me llevaron a habitar, en el extran- jero, países donde también impera el idioma castellano” (“La cuestión del idioma”, Prosa ligera, p. 61). Cané atribuye la molestia a su forma- ción literaria casi exclusivamente francesa y al escaso contacto con la literatura española. Argentina carecía de gramáticos y filólogos de la talla de Bello, Cuervo, Cano, Baralt y otros, pero contaba con el ejemplo de corrección y casticismo de su amigo y maestro, Juan María Gutiérrez. El famoso rechazo al nombramiento de la Academia en 1876 demostraba que seguía defendiendo los ideales de la Generación del 37 como republi- cano, americano y estudioso; pero este gesto –señala Cané– de ningún modo, significaba “sancionar los barbarismos y galicismos de que nuestro lenguaje hablado y escrito rebosa y que los argentinos debíamos regirnos por la gramática del vení vos y tomá” (íb., p. 63). Lucien Abeille y la reducción al absurdo En 1900 se publica en París El idioma nacional de los argentinos de Lucien Abeille, que plantea la tesis de la formación de una lengua autónoma del español. La obra está dedicada a Carlos Pellegrini, y va precedida por una nota en la que el filólogo clásico y celtólogo Louis Duvau respalda el trabajo de su compatriota. Además, contiene una copiosa lista de las “prin- cipalesfuenteslingüísticasyfilológicas” consultadas en las “Memorias de la Sociedad Lingüística de París”, como prueba de que el autor conocía las autoridades de la lingüística histórico- comparativa (por ejemplo, Meillet, Ernout, Saussure) y de la romanística en particular. Todo permite anticipar un tratamiento y una solución al problema que la gramática española no estaba en condiciones de ofrecer, como plantea el autor en el Prefacio. También las circunstancias parecían propicias: un libro publicado en París por un profesor francés, que, provisto de los métodos más modernos de una ciencia prestigiosa, pretende demostrar que Argentina ya cuenta con una lengua autónoma, tesis, por otra parte, ya enunciada vagamente por la Generación del 37. El antihis- panismo, aún vigente, contribuía al poco predicamento de que gozaban los gramáticos. De hecho, tanto Bello en el Prólogo a su Gramática como Cuervo en El Castellano en América se habían lamentado de la escasa preocu- pación de los argentinos por erradicar los galicismos y los vulgarismos, lo que justificaba los temores de los gramá- ticos sobre el futuro del español. La posibilidad de una fragmentación, que se asociaba a la evolución del latín, se
  • 194. 193 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad veía potenciada por la insólita propor- ción de inmigrantes en relación con la población nativa como factor que agravaba la tendencia centrífuga. Sin embargo, a pesar de que todo permitía suponer el éxito de la tesis, el libro no tuvo una buena acogida. Al contrario, la reacción fue fulminante; el medio intelectual lo condenó casi unánime- mente. Todos contra Abeille, que se queda solo con el tácito respaldo de Pellegrini. ¿Por qué tanta saña? Pasemos a revisar someramente los contenidos de la obra. En el aparato conceptual de Abeille la lengua expresa tanto el concepto de nación como el de raza. Por una parte, una nación que carece de idioma propio es una nación incompleta; a la Argentina le corres- ponde, entonces, el idioma nacional como derecho inalienable. Por la otra, si las lenguas evolucionan, como orga- nismos vivos, siguiendo los cambios que se producen en las razas que las hablan, la lengua de Argentina no podía seguir manteniendo las caracte- rísticas que identificaban a la raza espa- ñola, puesto que se estaba formando una nueva raza como producto de la mezcla con los pueblos extranjeros. Además, dado que también inciden sobre la lengua las relaciones políticas, comerciales y literarias que se esta- blecen entre los pueblos, la decidida preferencia de Argentina por Francia, y no por España, explicaba el progresivo acercamiento del idioma argentino al francés y el correlativo distanciamiento del español. Abeille ve con buenos ojos el cambio lingüístico; no como signo de dete- rioro, de acuerdo con la interpretación de los gramáticos normativos, sino como factor de progreso: “la pureza de la lengua es un mito, algo ficticio”, declara entusiasta. Las mezclas y toda forma de mestizaje lingüístico son factores positivos; al galicismo sintác- tico le atribuye la claridad de la frase. En el idioma de los argentinos las fuerzas revolucionarias triunfan sobre las conservadoras; así lo demuestran el neologismo en el léxico, la analogía en la gramática y el cambio foné- tico. Si bien Abeille pretende ejempli- ficar la claridad de la sintaxis de la nueva lengua con textos de conspicuos polí- ticos e intelec- tuales (Pellegrini, Mitre, Avellaneda, Sarmiento, Cané, Zeballos), las alte- raciones fonéticas revelan fuentes menos prestigiosas, que acogen formas no estandarizadas, como las variantes rurales: pion, tiatro, escrebir, pacencia, rair. El vocabulario se renueva por los préstamos, que en el idioma nacional provienen de las lenguas indígenas y de las lenguas europeas; pero también se acrecienta por un mecanismo más delicado, la catacresis, que añade nuevas acepciones a palabras ya existentes. Así, mientras que en el español pitar es “sonar el pito” aquí también significa “fumar”; extensiones (o reducciones) similares alteran los significados de agarrar, cobija, boliche, arrear. Abeille entiende estos cambios semánticos como “actos emancipadores del lenguaje”. El profesor francés explicar el voseo como simplificación debida a la reducción del diptongo y al cambio En el aparato conceptual de Abeille la lengua expresa tanto el concepto de nación como el de raza. Por una parte, una nación que carece de idioma propio es una nación incompleta; a la Argentina le corresponde, entonces, el idioma nacional como derecho inalienable. Por la otra, si las lenguas evolu- cionan, como organismos vivos, siguiendo los cambios que se producen en las razas que las hablan, la lengua de Argentina no podía seguir manteniendo las características que identificaban a la raza española, puesto que se estaba formando una nueva raza como producto de la mezcla con los pueblos extranjeros.
  • 195. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 194 en la posición del acento; así, en el presente del indicativo se diferen- cian aprietas / apretás, comienzas / comenzás, pierdes / perdés, entiendes / entendés, sientes / sentís, duermes / dormís y similares, y en el imperativo, las parejas sirve / serví, corrige / corregí, pide / pedí, aunque los principios de la economía le fallan para di / decí, haz / hacé y pon / poné, para los que tiene que recurrir al proceso contrario, la paragoge. En ningún momento rela- ciona estas parejas con sus respectivos pronombres: tú y vos, ni las explica históricamente a partir de su diferente procedencia latina (segunda persona del singular y del plural, respectiva- mente), ni advierte la mezcla de para- digmas propia del español americano, tanto en el voseo verbal como en el pronominal. Abeille reconoce la creciente aproxi- mación del argentino al francés sobre todo en la sintaxis. Así ambos pueblos comparten la necesidad de claridad y un alto grado de abstracción que se expresa a través de la preferencia por la oración simple, con un orden de palabras directo, frente al español, que acumula subordinadas y que tiende a la inversión. El autor confiesa incluso su participación personal en el arraigo del galicismo en sus estudiantes: “Durante los siete años que he dictado una cátedra de francés en el Colegio Nacional, cuántas veces he comprobado que los alumnos al hacer una traducción del francés al idioma nacional, conservaban en su idioma la misma construcción francesa...Y al oír estas traducciones me preguntaba si era necesario corregirlas dándoles el giro castellano, o dejarlas pasar favoreciendo así la evolución del Argentino” (p. 285).Ángela Di Tullio
  • 196. 195 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad Sin embargo, reconoce que esta libertad le estaría vedada en el español por ser una lengua ya formada, en la que las fuerzas conservadoras preva- lecen sobre las revolucionarias. Nada dice con respecto a la posibilidad de introducir cambios similares en el francés. El idioma de los argentinos, entonces, se ubica en una relación jerárquica con respecto a las lenguas de cultura, como corresponde a la variante B en una situación de diglosia. En efecto, para Abeille el trabajo lingüístico estaba claramente compartimentalizado: “Así, la evolución de la lengua será eficazmente ayudada: arriba, los letrados introducirán cambios sintácticos; abajo, el pueblo llevará a cabo los cambios en el vocabulario y las alteraciones en fonética, hasta que llegada a su apogeo, la evolu- ción armonize (sic), en un conjunto propio, todos los elementos prepa- rados por la selección, y semejante a una chispa eléctrica los cristalice en un todo homogéneo o IDIOMA ARGENTINO” (p. 426). Como se ve, la retórica campea en el texto, en particular cuando se trata de exaltar las bondades de la joven república, de la nueva raza, de su ideología progresista y de la lengua que se está forjando. Abeille concluye su demostración afir- mando que el idioma nacional de los argentinos no es el castellano puro; tampoco lo define como un dialecto, o patois, propio de una comunidad inculta y no de una nación indepen- diente. Aunque todavía no ha llegado a ser una lengua propia, lo reconoce como una etapa en el proceso de su constitución. Una respuesta contundente Un gramático argentino, Juan Selva, comenta acerca de la acogida que se le había dispensado en Francia al libro de Abeille: “En 1900, el Congreso de filólogos que se reunió en París con motivo de la gran exposición universal que allá se celebraba, llegó a aplaudir y a aprobar, sin profundizarlo por cierto, y acaso sin leerlo, el libro El idioma argentino, presentado por el Doctor Abeille” (Evolución del habla. Estudios filológicos, p. 36) Probablemente no ser leído haya sido también el destino del libro en Argentina, tanto entre los defensores como entre los detractores. Los que lo mencionan no parecen haber ido más allá del capítulo inicial; prácticamente nadie alude a los datos lingüísticos. Los que evidente- mente lo leyeron muy bien fueron Ernesto Quesada y Miguel Cané, dos “agentes cultu- rales ubicados en la cumbre de la pirá- mide social e inte- lectual porteña” (Terán, 2000: 9). En el ya citado artículo, “La cuestión del idioma” (1900), en el que Cané apoya el aniquilar al francés con todos los recursos de la argumentación: ironía, sarcasmo, refutación, reducción al absurdo. Aunque al principio parece concederle al contrincante el bene- ficio de reconocer su erudición, inmediatamente la acota a Francia y a divulgadores de escaso relieve, El supuesto privilegio de tener una lengua propia se reduce, en última instancia, a no tener unabuenaliteratura,y,sinella, tampoco cultura, progreso, civilización. La magnitud del problema se agravaba por la circunstancia de que era un país de inmigración, por lo que reclamaba “una condena- ción” ejemplar.
  • 197. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 196 en contraposición con los lingüistas alemanes y con el colombiano Cuervo; así demuestra que él está en condi- ciones de discutir porque conoce los textos autorizados. Cané explota los flancos débiles y alerta sobre los riesgos, molesto sobre todo por el entusiasmo del francés, que interpreta como obsecuencia patriotera. Con elegante ironía y sutil desdén, el polemista va refutando algunos datos y advirtiendo sobrelasconsecuenciasdelapropuesta. Se burla, por ejemplo, de la etimología del neologismo “atorrante”, que según Abeille provenía del latín torrare, pero que emergía en la Argentina de 1884. No oculta su desdén por los ingre- dientes del Argentino: “idioma que se formará sobre una base de español, con mucho italiano, un poco de francés, una migaja de quichua, una narigada de guaraní, amén de una sintaxis toba” (p. 70). Elsupuestoprivilegiodetenerunalengua propia se reduce, en última instancia, a no tener una buena literatura, y, sin ella, tampoco cultura, progreso, civiliza- ción. La magnitud del problema se agravaba por la circunstancia de que era un país de inmigración, por lo que reclamaba “una condena- ción” ejemplar. Ésta es precisa- mente la tarea que acomete Quesada con su ensayo “El criollismo en la literatura argen- tina” (1902). Su objetivo es doble: por una parte, desmontar la identificación entre literatura argentina y literatura criollista; por la otra, presentar como íntimamente relacionados la tesis de Abeille y el criollismo, a los que impugna conjuntamente, tanto por sus defectos intrínsecos como por sus efectos demagógicos. La literatura gauchesca, que había cerrado su ciclo con el Martín Fierro, era remedada en una literatura de baja calidad que adoptaba los signos externos de lo autóctono. Los folle- tines de Eduardo Gutiérrez, como Juan Moreira, Hormiga Negra y otros, exageraban los rasgos de la lengua gauchesca, a lo que se sumaban otras publicaciones escritas en variedades subestándar como el slang orillero, jergas especiales como el lunfardo, lenguas inmigratorias como el coco- liche. Costa Álvarez define así esta “literatura” criollista: “Llamo criollismo a la escuela que se propone despertar, fomentar o crear en nosotros el amor a la patria con toda clase de recursos, inclusive los antiliterarios, que son la negación de la belleza en la forma y de la moral en el fondo” (1922, p. 90). La popularidad de esta literatura signi- ficaba un peligro para el español como “lenguaje literario”, como advierte alarmado Quesada: “En un país como el nuestro, donde ideas y costumbres andan en revuelta confusión, es deber de los cultores de las letras tratar de salvar el lenguaje literario –el cual, precisamente, es el depósito del espíritu de la raza, de su genio mismo- de la contami- nación y corrupción de aquel entre- vero de gentes y de idiomas; de ahí que sea menester que, sobre nuestro cosmopolitismo, se mantenga incó- lume la tradición nacional, el alma El criollismo implicaba la pérdida del monopolio sobre la lengua escrita y, derivativa- mente, sobre la lengua literaria “nacional”; era necesario recu- perar los espacios perdidos e imponer la estricta jerarquía del lugar que a cada uno le correspondía.
  • 198. 197 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad de los que nos dieron patria, el sello genuinamente argentino, la pureza y gallardía de nuestro idioma” (en A. Rubione (ed.) 1983, pp. 228-230). Aunque Abeille sólo había citado obras de autores cultos, aparece asociado a la literatura criollista; de hecho, los cambios fonéticos que enumera, propios de variedades subestándar, podían dar pie para pensar que había tenido en cuenta estas obras. Quesada explota esta posibilidad para acentuar el peligro de la tesis de la lengua autóc- tona, sobre todo, al señalar el éxito de la literatura criollista entre los inmi- grantes. La estrategia de insinuar que el cocoliche podía llegar a convertirse en el referente del idioma argentino si no se ponía las cosas en su lugar es el resorte básico de su argumentación. El peligro debía ser conjurado a través de una cruzada en defensa de los valores de la lengua literaria, la raza, la tradi- ción. Nobleza obliga; en su categórica respuesta a la denuncia de Quesada, Cané expresa su sorpresa por la infor- mación que le brinda, sobre todo la referida al cocoliche: “No puedo cerrar esta carta sin volver al cocoliche. Me fascina, me atrae, me hipnotiza” (Rubione, p. 238). El criollismo impli- caba la pérdida del monopolio sobre la lengua escrita y, derivativamente, sobre la lengua literaria “nacional”; era nece- sario recuperar los espacios perdidos e imponer la estricta jerarquía del lugar que a cada uno le correspondía. La condena a la obra disolvente de Abeille recae también sobre los que pretenden registrar la lengua que efec- tivamente se usa. Quesada se refiere al lingüista alemán Rodolfo Lenz como “el Abeille chileno”; además de su condición de extranjero, se hacía sospechoso de “pruritos neopatrioteros y simpatías populacheras” (Criollismo, nota70)porocuparsedelhablapopular para sus estudios científicos. A su vez, Lenz, prestigioso lingüista autor del clásico La oración y sus partes, después de un viaje a la Argentina, comentará que aquí se habla en cocoliche y que el voseo es el tratamiento general: “En Buenos Aires he oído hace pocos años conversaciones entre redactores de diarios y diputados que se decían: ‘Sentate (=¡sentadte!), che (=hombre), y servite otro poquito’. En todas las familias argentinas, aun entre gente culta, los niños entre sí y con sus padres se vosean así” (p. 260). Asimismo, será juzgada con severidad la labor de los lexicógrafos que recogen los barbarismos u otras formas propias del vulgo, como los diccionarios de argentinismos de Garzón y Segovia, Zeballos la considera “obra estéril de curiosidad y de desocupados”. También la critican Costa Álvarez y Leopoldo Lugones, que pretenden la estandarización del español de Argentina, pero sobre la base de la lengua de los cultos. Tobías Garzón, profesor del Colegio Monserrat, en el prólogo de su Diccionario Argentino, publicado en Barcelona el añodel Centenario, explica así el objetivo inicial de su trabajo: “Comencé a formar un vocabulario de barbarismos, pero resultaron tantos y tan generalizados en el país (y me refiero al lenguaje de la gente culta) que empezó a repugnarme el nombre de barbarismos dado a este inmenso caudal de voces... Pero no fue esto solo. Empecé a darme cuenta de que una multitud de términos usados en la República Argentina
  • 199. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 198 no constaban en el Diccionario de la Lengua. Había además otros muchos que tenían muy distinto significado en la península...”. Como Zeballos e incluso como Quesada, Garzón adhiere a la postura de Ricardo Palma en su reproche a la Academia española por su desinterés en acoger los americanismos y atender sólo a los regionalismos peninsulares, a pesar de la evidente diferencia demo- gráfica entre ambas zonas. Igualmente, Lisandro Segovia observa la insuficiencia del Diccionario Académico en la “falta de muchos millares de voces, acepciones, prover- bios, frases y modismos que usamos los argentinos”. Por eso, las recoge en su Diccionario de argentinismos, neologismos y barbarismos (1911), consciente de la importante función social que cumple el diccionario: no sólo ayudar a hablar y a escribir, sino también a interpretar la cláusula de una ley, de un contrato, de un testa- Vicente Quesada
  • 200. 199 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad mento. Atiende también al valor que puede revestir su obra para asimilar lingüísticamente al extranjero y a su hijo en un “país que marcha a la cabeza de América Latina y le auguran un porvenir no lejano de extraordi- naria riqueza y esplendor”. En un artículo publicado en la revista Nosotros en 1923 (“Evolución del idioma nacional”), Quesada declaraba satisfecho que la batalla estaba defi- nitivamente ganada gracias al cambio de actitudes, menos hostiles hacia España, y también a una correcta polí- tica lingüística desplegada en la escuela y en la prensa: “La lengua oficial de un país es única- mente la enseñada en sus escuelas, usada en sus funciones públicas, y empleada en sus libros y periódicos; es, a la vez, hablada por un deter- minado número de personas, pero, las cuales, comparadas con el resto de la población, sólo constituyen una verdadera minoría” (p. 10). La construcción del Estado requiere la unidad lingüística como una de sus condiciones de existencia. La educación pública era la encargada de difundir la única variante admi- sible, que se decantaba de la buena literatura y de los consejos de los gramáticos. El ideal monoglósico prevé una lengua única, sin diferen- cias dialectales marcadas, aunque sí con la debida separación entre los dos sociolectos, la lengua del vulgo y la lengua culta, que seguía mantenién- dose como posesión exclusiva de los verdaderos distinguidos. Quesada es categórico: “A las razas que progresan corresponden idiomas que se enriquecen y prosperan”. La labor destructiva de los cambios de abajo es reparada por la labor creativa de los de arriba: la creación lingüística no es obra del pueblo, sino de los cultos. Como cada grupo de la escala social tiene el lenguaje que le corresponde, no puede salvarse la frontera entre la lengua de la gente decente y la de la chusma y su lengua plebeya. Es igualmente dura la condena de la cursiparla, usada por los grupos poco cultos que aspiraban a imitar a los de arriba. También Leopoldo Lugones sostiene una postura aristocratizante en rela- ción con la formación del idioma, que no atribuye a la acción del pueblo sino a la de los cultos: “Todo idioma es obra de cultura realizada por los cultos”. El intelectual se va apartando progresivamente del “verbo de la democracia”, al que acusa de captar la aprobación del pueblo mediante recursos demagógicos y, por lo tanto, corruptos. La desintegración de la patria comienza con la desintegra- ción del idioma, sobre todo por la influencia perniciosa de la inmigra- ción cosmopolita, por lo que es nece- sario defenderlo de hibridaciones destructoras. Éste será el objetivo de su labor de formación ciudadana con la Didáctica y, como hombre de cultura, de dar fundamento científico al castellano usual en su Diccionario etimológico (Didáctica, p. 221-2). Los guardianes de la lengua La construcción de la lengua del Estado requiere la labor de los gramá- ticos, que serán los encargados del trabajo técnico –eliminar el plurimor- fismo previo a la estandarización– y de una función ideológica: la exalta- ción del castellano como único objeto digno de ser estudiado y preservado
  • 201. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 200 en toda su pureza de la incuria de los hablantes desaprensivos. Los espacios privilegiados de su actividad son los que mencionaba Quesada: la escuela, la prensa y el libro. Invirtiendo la relación entre lengua hablada y escrita, la escrita se convierte en la norma a la que debía ajustarse la hablada. Por ejemplo, la escuela se propuso regularizar la pronunciación de los grupos consonánticos cultos: do(c)tor, hi(m)no, di(g)no, o(b)sesión, a(p)titud, protec(c)ión, in(s)cri(p)to y similares, así como en las termina- ciones: -a(d)o: casa(d)o, cansa(d)o, cuña(d)o. También había que erra- dicar vulgarismos como esperemén, sientensén, diganmelón, y las acentua- ciones incorrectas en palabras como intérvalo, epígrama, telégrama, périto, cólega, méndigo, convertidas en esdrú- julas por ultracorrección. En buena medida, la escuela logrará estos objetivos, pero no va a cumplir con la principal tarea que se le enco- mienda: la de erradicar el vos de las aulas. Sin embargo, el “vulgar, arcaico, antilógico, inexistente” voseo amplió su uso, aunque mantenido a raya en la lengua escrita. Al ejemplo de Chile, que había obedecido los consejos de Bello, se oponía la rebeldía de Argen- tina, que seguía emperrada en esa “ignominiosa fealdad”. La gramática normativa reinará en la escuela secun- daria. Desde fines del siglo XIX, la defensa de la gramática queda a cargo de un grupo de gramáticos espa- ñoles, como Monner Sans, Atienza y Medrano, García Velloso, Vera y González, Vélez de Aragón y, más tarde, Avelino Herrero Mayor, que van ocupando estos espacios privilegiados: son profesores y directivos en colegios secundarios, redactan los manuales de lengua, además de ser correctores de los principales periódicos porteños. La apología del castellano –“lengua majestuosa, grave, rica”– se establece frente a otras lenguas, de acuerdo con la tradición humanística, –“el sin rival romance”, “encanto y admiración de extrañas gentes”, “lengua envidiada”– y más a menudo en relación con las deficiencias de la modalidad local. Así, las Notas al castellano en la Argentina de 1903 de Ricardo Monner Sans, un catalán que llega a la Argentina en 1889, constituye un texto básico de la ideología estandarizante que se instala como reacción a la obra de Abeille. Va precedida por una introducción de Estanislao Zeballos, otro hombre fuerte del régimen roquista, que avala la obra del español y la ubica en el contexto de los estudios del español en América. El gramático fustiga las disidencias (barbarismo,arcaísmo,neologismo)que desvían la modalidad local del español castizo, que, sin embargo, resiste a los embates que recibe en Buenos Aires. El español de Argentina aparece caracteri- zado negativamente con todo el énfasis de su malhumor hispánico: “Cuando en calles y plazas, en teatros y paseos, en casinos y en hogares se oyen conversaciones arlequinadas con retazos de diversos idiomas; cuando en cátedra se profieren dislates y, en obra gramatical, un día de texto, se le advierte al niño que en el hogar debe hablar mal para no ponerse en pugna con los padres que barba- rizan, llega uno a convencerse de la briosidad de una lengua que no ha sucumbido al peso de tan rudos golpes” (pp. 47-48). Para corregir los errores presenta su fichero ordenado de los términos que se apartan del uso peninsular y los juzga
  • 202. 201 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad de acuerdo con criterios muy estrictos. No admite nuevos significados en las palabras conocidas; le escandaliza, por ejemplo, la ampliación del significado de agarrar, sustituto del imprescindible coger, por lo que intenta convencer sobre la diferencia entre agarrar, asir y coger. Evidentemente, las catacresis, que tanto entusiasmaban a Abeille, le disgustan a MonnerSans;poreso,rechazapararsepor “ponerse de pie”, negocio por “tienda” o disparar por “huir”, entre otras muchas. Comoesdeprever,tambiénsancionacon máxima severidad todo galicismo léxico o sintáctico; así, califica como “galicismo empalagoso” coraje por “valor”, como “galicismo insoportable e inadmisible” tener lugar o como “galicismo antipá- tico” aprovisionar, entre otros muchos que reciben su condena. Admite, en cambio, términos que carecen de un correlato castizo, como choclo, churrasco, caudillaje, cardal, platense, pucho, pintu- rería, tambo, hispanoamericano e incluso llega a preferir la expresión argentina a la peninsular en aguatero o tata, esta última como modo de contrarrestar el afemi- nado galicismo papá. La preservación de la lengua es la misión del “campeón del español” que no ceja en su infatigable corrección de las defi- ciencias del español hablado y escrito en Argentina. Como no olvida el intento de Abeille, no pierde ocasión en denun- ciar el disparate de pensar que podían crear una lengua propia por un naciona- lismo mal entendido: “¡Crear un nuevo idioma! ¡Ahí es nada! ¡Se han detenido Uds. a pensar lo que significa, lo que representa tamaña invención, los cono- cimientos que son necesarios, no nece- sarios, indispensables, para la formación de una lengua!” (MEC); por eso reclama medidas más enérgicas para que la escuela cumpla su misión de “perfeccio- namiento del habla argentina”: “Mientras en la propia escuela primaria suenen en labios docentes el vos, el vení, el paráte, el deber por “ejercicio”... y tanto y tanto aporreo del idioma, que pregonando va, si no se quiere molesta ignorancia, censurable indiferencia, probaría el desgano con que la Superioridad mira los asuntos del lenguaje. ¡Irri- tante desvío, señores, siendo como es el idioma el reflejo del alma popular! ¡Criminal desatención!... ¿por qué no castigar con mano fuerte los aten- tados contra el lenguaje? ¿Por qué permitirle al bárbaro que enseñe lo que ignora pervirtiendo el alma y el cerebro de las inteligencias que se le confían?” (p. 155) Monner Sans denuncia el escaso afán normativo de las autoridades educa- tivas y de los maestros, poco afectos a la gramática. Pero la cólera del gramá- tico se exacerba con el uso del vos, al que tildaba en Notas de “inaguantable vulga- ridad”, de arcaico y de “antilógico”. La condena general al voseo se basaba en tres argumentos: uno social, otro histórico –el no haber seguido la tendencia que se impuso en el español peninsular– y otro lógico. Esta última calificación proviene de la diferencia entre el vos clásico español, coheren- temente construido con la segunda persona del plural (Vos os engañáis en vuestra sospecha), y el paradigma híbrido del voseo americano (Vos te engañás con tu sospecha), resultante de la mezcla entre formas del singular y del plural, tanto en el voseo pronominal como en el verbal. Por eso mismo, los inspectores del Consejo Nacional de Educación, que debían ocuparse de perseguir el voseo en las escuelas, justi- ficaban su labor aduciendo que el vos no existía en la gramática:
  • 203. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 202 “Alvisitaralgunasescuelas,hehallado maestros que decían a sus alumnos: sentate o parate. Este defecto debió ser corregido hace tiempo. El maestro tiene plena libertad para dirigirse al alumno empleando el pronombre tú o usted, pero debe hablar siempre en castellano” (N. Trucco. MEC, julio de 1909, Nº 439, p. 90). Otros gramáticos añadirán argu- mentos similares para condenar al vos; así A. Herrero Mayor le achaca la pérdida del tratamiento de confianza en plural: “Cuando nos dirigimos a dos amigos a quienes tratamos de vos, decimos si es de uno: Vos sos mi amigo, mas cuando nos dirigimos a los dos decimos: Ustedes son mis amigos, con lo que ha desaparecido la confianza... El vosotros mantiene la confianza” (Diálogo argentino de la lengua, p. 58). En realidad, la pérdida del trata- miento de confianza en el plural no se debe al tan denostado voseo, sino a la pérdida del vosotros, común a todo el español de América. Arturo Capdevila, el más decidido detractor del voseo, al que califica de “mancha, ignominiosa fealdad, viruela”, recurre a una supuesta evidencia histórica: atribuye al rosismo la reimplantación del voseo como triunfo del populismo: “¡Victoria oscura de la barbarie sobre la cobardía!” (Babel y el castellano). La representación del gramático rezongón, el “corregidor” que inti- mida con sus preceptos y sanciones, es un motivo recurrente en Borges, Arlt, Rossi, quienes lo asocian al malhumor, al inmovilismo, a una reacción hispa- nizante colonialista. La queja sobre lo mal que se habla y se escribe en la Argentina se convierte en un tópico que justifica la ideología estandariza- dora; Monner Sans se previene así de todo contagio: “[Apenas llegado], al momento advertílasincorreccionesdellenguaje, así en lo que se hablaba como en lo que se escribía. Al escuchar tanto aporreo al heredado lenguaje, juréme a mí mismo apercibirme a la defensa, rezando cada noche una jaculatoria al protector del idioma cervantino, para que me librara del contagio” (1917, p. 146). La tradición de la queja, principal fundamento del discurso gramatical normativo, se difunde a través de una amplia serie de libros, como El castellano en América. Su evolución, Crecimiento del habla (1925) y Guía del buen decir de Juan Selva; Problemas del idioma de A. Herrero Mayor; Defendamos nuestro hermoso idioma de J. Cantarell Dart; Coloquios sobre el lenguaje argentino (1945) de Lázaro Schallman; Despeñaderos del habla de Arturo Capdevila (1954), entre muchos otros. Gana también espacios en los medios de comunicación tanto escrita –Barbaridades que se nos escapan al hablar (1924) de Monner Sans– como radiofónica –Diálogo argentino de la lengua (50 lecciones para hablar y escribir correctamente) de Avelino Herrero Mayor–, seguidos por una larga serie de epígonos hispanófilos. La prolifera- ción de las gramáticas se justifica por las “especiales condiciones del país”. Como prólogo a las Notas, Estanislao Zeballos elogia la denodada labor de Monner Sans contra la incorrec- ción y las pretensiones nacionalistas. Menciona entre los predecesores, a
  • 204. 203 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad Octavio Pico, que “describía las fiestas de antruejo, que carnaval le parecía italianismo innecesario para quienes tienen, además, en su rico idioma, carnestolendas, de clásico abolengo” (p. 6). Preocuparse por un italianismo tan arraigado como carnaval indica una clara voluntad de contrarrestar la presencia inmigratoria, en un medio que, según Zeballos, “carece de las aptitudes para la asimilación intelec- tual del extranjero”, y lo peor es que es el que termina por asimilar al nativo. Buenos Aires es Gringópolis, la confu- sión babélica y el desbarajuste. Los hablantes se expresan sin el necesario cuidado, con expresiones tuntúnicas, que muestran la pereza mental del porteño, como los evaluativos positivo fenómeno y negativo macana. El uso de la lengua indica la condición social y el grado de cultura del hablante, y se asocia también a la moral: el lenguaje correcto va unido a la buena conducta, según Lugones. Capdevilaextraelasconsecuencias:“Así como la mala crianza aísla, así como la suciedad en el vestir separa, todo lo que conspire contra el buen hablar será también razón de confinamiento y soledad” (“Desazones idiomáticas argentinas”, Cuadernos del idioma, p. 31). El buen hablante, sin embargo, no se confunde con el redicho o afec- tado. La finura aparente de algunos no puede ocultar el mal gusto; la lengua permitirá reconocer a los verdaderos distinguidos de quienes aspiran a serlo y se exceden en la imitación. Es que la distinción no se compra en la tienda, recuerda Capdevila a los enriquecidos que llegaron en el último aluvión inmi- gratorio (Despeñaderos, p. 87). El mal gusto se pone de manifiesto en expre- siones cursis como mi esposa (por la más directa mi mujer), “el cómico aló y el ‘salivoso’ chau” (Herrero Mayor) o por el anglicismo sintáctico Automóvil Club o Plaza Hotel (J. Selva). Otra forma de afectación será luego blanco de la sátira de Adolfo Bioy Casares en su Breve diccionario del argen- tino exqui- sito (1978) que, más moderno, se espe- cializa en declara- ciones de políticos y gobernantes, tan afectos en esos tiempos a las finezas de fractura, infra- estructura, curricular, redimensionar. Borges vs. Castro La causa antihispánica era compartida por un amplio sector de los intelec- tuales, que veían con resquemor la presencia de lingüistas españoles en la dirección del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires desde su creación en 1924 por la firma de un convenio entre el decano de la Facultad, Ricardo Rojas, y Ramón Menéndez Pidal, director del Centro de Estudios Históricos de Madrid. Así llegan, entre otros, Américo Castro en 1924 y como director permanente, a partir de 1927, Amado Alonso. El año anterior, cuando la Gaceta Literaria de Madrid había planteado que el meri- diano cultural y lingüístico que debía acatar la América hispanohablante era el de Madrid, los colaboradores del periódico Martín Fierro rechazaron unánimemente la pretensión, encabe- zados por el director, Evar Méndez: Los hablantes se expresan sin el necesario cuidado, con expresiones tuntúnicas, que muestran la pereza mental del porteño, como los evalua- tivos positivo fenómeno y negativo macana. El uso de la lengua indica la condición social y el grado de cultura del hablante, y se asocia también a la moral:ellenguajecorrectovaunidoa la buena conducta, según Lugones.
  • 205. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 204 “... el deshispanismo argentino, la transformación del idioma, la dife- renciación espiritual, nuestra actual constitución étnica, la orientación no-española de la cultura del Plata. Todo ello parece ‘ingratitud histórica’ e insulto máximo a los españoles; pero desatenderaesaverdadnopruebasino incomprensión, voluntaria ceguera, estrechez mental o torpe tozudez...” (Salas, revista Martín Fierro, agosto 31-noviembre 15 de 1927, Nº 44-45, p. 475). En esta polémica la opinión de Borges fue deliberadamente breve. Expresa desde el inicio su opinión a través de enfáticos signos de exclamación: “La sedicente juventud nos invita a esta- blecer ¡en Madrid! el meridiano inte- lectual de esta América”. Entre los diversos factores (musicales, políticos, culturales) que demuestran la impo- sibilidad de la pretensión, menciona uno lingüístico: “una ciudad cuya sola invención es el galicismo –a lo menos, en ninguna otra ciudad de él” (Ibíd., N° 42, junio de 1927, p. 357). En 1941 se publica La peculiaridad lingüística rioplatense de Américo Castro, que dicta un diagnóstico muy negativo sobre la lengua hablada y escrita en Argentina. Esta obra es una versión hiperbólica de “El problema argentino de la lengua”, dedicado a Borges, “compañero en estas preocupa- ciones”, primer capítulo de El problema de la lengua en América de Amado Alonso. Aunque Alonso destacaba los factores que incidían en el “desbarajuste lingüístico” de Buenos Aires, Castro iba más allá, porque pretendía explicar los resortes más profundos de la historia cultural, y para ello se basaba no sólo en la obra de su compatriota, sino también encitasdeArturoCapdevila,A.Herrero Mayor y E. Larreta. La severidad del juicio recaía sobre las actitudes excesi- vamente permisivas hacia los errores, como la falta de sanción social, el escaso interés por la corrección, el pudor por mostrarse culto, la ausencia de una minoría que impusiera su autoridad, el “instinto bajero” que se complacía en las expresiones plebeyas hasta elevarlas a la categoría de literarias. El libro provocó la reacción de encono ante lo que se consideraba como una ofensa al sentimiento nacional, infligida por un extranjero y, además, español, como se expresa, por ejemplo, en dos artículos publicados en la revista La Carreta de octubre de 1941, firmados por Luis Pinto –“Américo Castro, ‘Corregidor’ de Lengua...”– y por Vicente Rossi, “A los Encomenderos Idiomáticos de los Pueblos del Plata”. En ambos se acusa al filólogo de querer reimplantar el vasallaje impuesto desde España, por lo que se insta a los argentinos a rechazar la injerencia de una autoridad externa que desconoce su idiosincrasia y la de su lengua. Desde otro ángulo, La Nación (14 de septiembre de 1941) destaca la falta de perspectiva general que Castro muestra sobre la sociedad argentina: “El prestigioso filólogo comete el error de espantarse por el escándalo del idioma plebeyo (...) . La Argentina posee, en la realidad discreta de sus dignas reservas, un perfil nada plebeyo, sino al contrario tan fino y señorial como el que apunta en los escritores de la calidad de los que D. Américo Castro cita, quienes no son –como él piensa– tan diferentes al medio y su expresión, sino la expre- sión de lo mejor del medio”. Evidentemente, La peculiaridad lingüís- tica rioplatense también irritó a Borges.
  • 206. 205 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad En “Las alarmas del Doctor Castro”, publicado en Sur, Borges hostigará con feroz sarcasmo, al ocasional enemigo para destruir su tesis. Las estrategias que emplea en el ataque las había expuesto en el “Arte de injuriar” (Historia de la eternidad, 1933). No parece azaroso que en su teorización sobre el género mencione entre los términos denigra- torios que el polemista esgrime para denostar a su oponente el de doctor: “Doctor es otra aniquilación” (O. C., p. 420). Alarmas, a su vez, sugiere aspa- viento, malhumor, rezongo, las acti- tudes que en El idioma de los argentinos endilga a los hispanistas. Borges no intenta arduas discusiones gramaticales que pudieran probar la superior corrección o calidad de la “lengua vernácula de la charla porteña” sobre otras. Demuestra la falacia de identificar la lengua de Buenos Aires con sus parodias gauchescas o arraba- leras, que el ensayista comparaba con el español estándar peninsular. A la pretendida superioridad de la penin- sular concede, con la objetividad de un observador imparcial, como único argumento la intensidad de la voz: “He viajado por Cataluña, por Alicante, por Andalucía, por Castilla; he vivido un par de años en Valldemosa y uno en Madrid; tengo gratísimos recuerdos de esos lugares; no he observado jamás que los espa- ñoles hablaran mejor que nosotros. (Hablan en voz más alta, eso sí, con el aplomo de quienes ignoran la duda)” (O. C., p. 654). El corolario obligado es desmentir esa superioridad y afirmar la del español de Argentina, ilustrado con una estrofa del Martín Fierro que opone a las torpezas estilísticas de Castro. Aunque el artículo de Borges fue inter- pretado como una falacia ad hominem, o una burla gratuita e irrespetuosa, sin embargo, no parece ajeno al hecho de que en la obra de Castro se deslizan acusaciones veladas contra Borges y su posición frente a la lengua: “Hay argen- tinos, incluso con relieve intelectual, que declaran ser su lengua el ‘argentino’, aunque no insistan mucho en ello al expresarse con la pluma” (p. 16). Borges no se detiene a explicar que escribir en argentino no significa convertirse en gaucho o en compadrito, ni tampoco hacerse español, sino, más bien, mantener el tono de la oralidad porteña en su modalidad culta. Es el matiz que
  • 207. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 206 pretende transmitir, siguiendo a escri- tores como Sarmiento y Mansilla: “El tono de su escritura fue el de su voz; su boca no fue la contradic- ción de su mano. Fueron argentinos con dignidad: su decirse criollos no fue una arrogancia orillera ni un malhumor. Escribieron el dialecto usual de sus días: ni recaer en espa- ñoles ni degenerar en malevos fue su apetencia... Dijeron bien en argen- tino: cosa en desuso” (El idioma de los argentinos, p. 29). También se adivina una solapada refe- renciaaBorgescuandoCastro,enojado, se queja del recurso al humor, que evidencia una preocupación mayor por la forma que por el contenido. Explí- citamente, a Borges sólo lo menciona una vez, en una lista en que reúne escri- tores de diferente laya, que concluye en un genérico “y cien más” (p. 122). Retomando estas alusiones y elusiones, Borges concluye su ilustración del arte de injuriar con la aniquilación total: “En la página 122, el doctor Castro ha enumerado algunos escritores cuyo estilo es correcto; a pesar de la inclu- sión de mi nombre en este catálogo, no me creo del todo incapacitado para hablar de estilística” (O. C., p. 657). También Roberto Arlt recupera el nombre “El idioma de los argentinos” en su Aguafuerte porteña para discutir con un hispanista, el ya mencionado Monner Sans. A diferencia de Borges, Arlt dice escribir “en porteño” –que identifica con un léxico– y se apoya en una genealogía diferente: “Escribo en un ‘idioma’ que no es propiamente el castellano, sino el porteño. Sigo toda una tradición: Fray Mocho, Félix Lima, Last Reason...Y es acaso por exaltar el habla del pueblo, ágil, pintoresca y variable, que inte- resa a todas las sensibilidades. Este léxico, que yo llamo idioma, primará en nuestra literatura a pesar de la indignación de los puristas, a quienes no leen ni leerá nadie (Aguafuertes porteñas, p. 369). Conclusiones ¿De qué se discute cuando se plan- tean estas polémicas sobre la lengua? Básicamente de “mitos acerca de la lengua” relativos al carácter más lógico, más bello o más difícil de una lengua, o de los efectos de un dialecto sobre la pureza de la lengua o de la (im) pericia de los hablantes de un cierto sector social. Muchos de estos “mitos” circulan en los textos comentados. De hecho, son las cuestiones vinculadas a la valoración –más que de la estructura interna de la lengua– lo que suscita el interés de académicos, intelec- tuales, políticos y gran público; cada uno, desde su perspectiva particular. Algunas parecen depender de gustos, más o menos legitimados; otras, de factores sociales y políticos implícitos; un tercer grupo, de cómo se entienda la “unidad de la lengua” y qué alcance se les reconozcan a las diferencias. En nuestro recorrido hemos recono- cido una línea dominante trazada por la defensa de los rasgos del hablado en Argentina frente a una normativa que desconocía la valoración de los hablantes nativos y que sólo admitía como legítima la opción del español peninsular: Sarmiento propone una ortografía que daba lugar al seseo,
  • 208. 207 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad rasgo compartido por todas las moda- lidades habladas en América; Borges la reconoce en un matiz, el de la oralidad porteña, que se reconoce en un tono, en algunas selecciones léxicas y en las connotacionesqueseasocianconciertas palabras; Arlt la identifica con el voca- bulario propio de Buenos Aires. Los marcadores de “argentinidad” cambian a través del tiempo. El lingüista alemán Fritz Krüge, que fue profesor en la Universidad de Cuyo, escribió un libro sobre “el argentinismo es de lindo” (Era de linda...; Está de alto... Me cayó de mal...). Sin embargo, esta construc- ción hoy ha perdido vigencia entre los jóvenes, sustituida por el prefijo re-: Era re-linda, Está re-alto; Me cayó re-mal. La entonación de la frase resulta más cercana a la de ciertos dialectos del italiano que a la del español penin- sular, e incluso el italiano parece haber favorecido la tendencia a la duplicación pronominal, como en ¿La viste a mi mamá? o en ¿No lo invitaste a Tomás?, prácticamente obligatoria cuando se hace referencia a personas consideradas familiares para el interlocutor. Ahora bien, la suma de los rasgos, ¿define la identidad lingüística argen- tina o, mejor aun, las varias identidades lingüísticas argentinas: la rioplatense, muy cercana a la uruguaya, la del noroeste, vinculada a la del español andino, la cuyana, similar a la del español de Chile y la del nordeste, que comparte muchos rasgos con el de Paraguay? Creo que no basta, por más puntuales y específicos que se describan. Como hemos visto, la iden- tidad lingüística es una construcción elaborada por intelectuales, hecha de reflexiones sobre la lengua y sus componentes, pero también de valores afectivos, como los prejuicios y los mitos antes mencionados, y también de ciertas acciones glotopolíticas, normativas o antinormativas. BIBLIOGRAFÍA Abeille, Lucien (1900), Idioma nacional de los argentinos, París, Libraire Emile Bouchon. Alonso, Amado (1935), El problema de la lengua en la Argentina, Madrid, Espasa Calpe. — (1943), Castellano, español, idioma nacional, Buenos Aires, Losada. Arlt, Roberto (1991), “El idioma de los argentinos”, en Aguafuertes porteñas. Obra Completa II, Buenos Aires, Planeta. Bauer, Laurie & Peter Trudgill (ed.) (1998), Language Myths, Londres, Penguin Books. Bello, Andrés (1970), Gramática de la Lengua Castellana, Buenos Aires, Sopena. Blanco, Imelda, M. Eugenia Contursi y Fabiola Ferro (2003), “La enseñanza de la gramática y los medios de comunicación”, Comfer, www.comfer.gov.ar/publi/pdf Bioy Casares, Adolfo (1978), Breve diccionario del argentino exquisito, Buenos Aires, Emecé. Borges, Jorge Luis (1984), Obras completas, Buenos Aires, Emecé. — (1928), El idioma de los argentinos, Madrid, Alianza, 1998. — y E. Clemente (1963), El lenguaje de Buenos Aires, Buenos Aires, Emecé. Cané, Miguel (1919), Prosa ligera, Buenos Aires, Administración General, Casa Vaccaro. — (1895) En viaje, Buenos Aires, Estrada. Capdevila, Arturo (1928), Babel y el castellano, Buenos Aires, Losada. — (1952), Despeñaderos del habla, Buenos Aires, Losada. — (1965), “Desazones idiomáticas argentinas”, Cuadernos del idioma, 21-38. Carricaburo, Norma (1999), El voseo en la literatura argentina, Madrid, Arco/Libros. Castro, Américo (1941), La peculiaridad lingüística rioplatense y su sentido histórico, Buenos Aires, Losada. Costa Álvarez, Arturo (1922), Nuestra lengua, Buenos Aires, Sociedad Editorial Argentina. Di Tullio, Ángela L. (2003), Políticas lingüísticas e inmigración. El caso argentino, Buenos Aires, Eudeba. Garzón, Tobías (1910), Diccionario argentino, Barcelona, Imprenta Elzeviriana de Borrás y Mestre. Herrero Mayor, Avelino (1954), Diálogo argentino de la Lengua. 50 lecciones para hablar y escribir correctamente, Buenos Aires, Hachette.
  • 209. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 208 Lugones, Leopoldo (1949), Antología de la prosa, Buenos Aires, Ediciones Centurión. Mansilla, Lucio V. (1928), Entre Nos (Causeries del jueves), Buenos Aires, El Ateneo. Monitor de la Educación Común, publicación del Consejo Nacional de Educación. Monner Sans, Ricardo (1917), Notas al castellano en la Argentina, prólogo de E. Zeballos, Buenos Aires, Cabaut y Co. Prieto, Adolfo (1988), El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna, Buenos Aires, Sudamericana. Quesada, Ernesto (1923), “Evolución del idioma nacional”, en Nosotros, enero de 1923, n° 164, 7-31, y 165, 175-207. Rossi, Vicente (1927), Folletos Lenguaraces, Montevideo, Río de la Plata. Revista Martín Fierro (1924-1927), Buenos Aires, CEAL, Serie Ediciones Facsimilares/1, 1980. Rubione, Alfredo (ed.) (1983), En torno al criollismo. Textos y polémica, Buenos Aires, CEAL. — (1993), “El discurso ‘nacional’ como utopía lingüística”, en SyC 4, pp. 93-103. — (1997), “Disciplinar la voz. Política lingüística y canon literario en la Argentina (1884-1936)”, en SyC 8, 145-154. Sarmiento, Domingo F. (1948), Obras Completas (52 volúmenes), Buenos Aires, Luz del Día. Salas, Horacio (1995), Revista Martín Fierro, edición facsimilar, estudio preliminar, Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes. Sastre, Marcos (1858), Lecciones de Gramática Castellana, Buenos Aires, Igon Hermanos, 1885. Segovia, Lisandro (1912), Diccionario de argentinismos, neologismos y barbarismos. Buenos Aires, Coni. Selva, Juan (1916), Guía del buen decir. Estudio de las transgresiones gramaticales más comunes, Buenos Aires, El Ateneo. — (1944), Evolución del habla. Estudios filológicos, Buenos Aires, El Ateneo. Terán, Oscar (2000), Vida intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo (1880-1910). Derivas de la cultura científica, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica. Viñas, David e Ismael et. al., Contorno (2007), edición facsimilar, Ediciones Biblioteca Nacional.
  • 211. 210 Ciudad moderna - metrópoli global(*) Por Pablo Sztulwark El pensamiento político y cultural no puede pres- cindir, a la hora de ensayar sus más profundas incisiones, de la ciudad como lugar de expe- rimentación. En ella, en el modo de ocupar su espacialidad, se expresan formas de vida, con sus costumbres, pero también con sus inflexiones irreversibles. En el artículo que presentamos a continuación, Pablo Sztulwark expone las diferencias entre los modosenlosquefueconcebidalaciudadmoderna y la metrópoli global. La primera, esbozada bajo el paradigma de la planificación y el diseño de estructuras estandarizadas que responde a nece- sidades previamente concebidas: el plan urbano que trazaba y prescribía las maneras de habitar el lugar. Las ciudades de hoy, bajo el imperio de las imágenes globales y las tecnologías del marketing que configuran el territorio a partir de la desagre- gación de los lazos colectivos: el autoencierro y la producción de ambientes homogéneos consti- tuidos tras la promesa de un mundo que luego el mercado invita a consumir. Sin embargo, y pese a los moldes imaginados en las agencias publicitarias, la ciudad es un espacio vivo que reclama ser concebido como tal. En ella, si se la logra imaginar como desafío de religar lo heterogéneo, se cifran las posibilidades del pueblo por venir.
  • 212. 211 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad I. Ciudad y cultura Tal vez la ciudad sea una de las cons- trucciones más complejas e impresio- nantesdelaespeciehumana.Perocomo estamos de alguna manera habituados a ella, perdemos de vista esa impresio- nante complejidad. Si hiciéramos un ejercicio de imaginación y pudiéramos cambiar de escala, es decir, si nos alejáramos de nuestro punto de vista habitual y cambiáramos de velocidad acelerando el tiempo, tomaríamos conciencia visual de tamaña obra colectiva. Si esto sucediera, veríamos a la ciudad como una urdimbre que se está haciendo y re-haciendo, que crece y se altera con el latir de la vida. Aquí intentaremos pensar acerca de esta construcción cultural. ¿Por qué convocamos esta primera imagen al pensar la ciudad? Porque nos interesa preguntarnos, en las páginas que siguen, por la ciudad y su estatuto. Pero sobre todo por la ciudad en tanto que construcción cultural. Sin embargo, existen múltiples formas de aproximarnos a la ciudad, inclu- sive en su dimensión de construcción cultural y colectiva. Por eso mismo, vale precisar ahora de qué (tipo de) ciudad hablaremos y qué problema- tización nos interesa exponer en las notas posteriores. Si bien las estrategias de problema- tización son infinitas, mi lugar de enunciación es el de arquitecto y la interrogación parte de allí. Pero discurso arquitectónico no equivale a discurso técnico sobre la ciudad, aunque lo contenga. Más bien, pensar la ciudad desde esta mirada requiere transformar, tanto a la ciudad como a la arquitectura, en términos insepara- bles de la cultura. En otras palabras, si entendemos por cultura la producción, apropiación y circulación del patri- monio simbólico de una formación social, la ciudad y su construcción material y simbólica pertenecen al conjunto que recorta esta definición. Ahora bien, si partimos de esta defi- nición de cultura, no podemos dejar de interpelar a la ciudad como parte integrante de una construcción mate- rial de sentido. Pero, ¿qué significa esto respecto del eje que buscamos tratar? Por un lado, que la ciudad es el universo en el que se despliega la vida del hombre, y la especificidad de lo humano se juega en la construcción de artificios (en este caso, la ciudad) que instituyen sentido. Por otro lado, si la lucha cultural es la lucha por el sentido, la ciudad no está excluida de ese campo o más bien forma parte de él en tanto que generadora de sentido. Volvamos sobre este asunto. Primero, la ciudad es una producción cultural. Segundo, también “desborda” de cultura la pregunta por la ciudad porque su objeto es el habitar humano. Tercero, tratándose del habitar humano, no estamos ante una cuestión sencilla y suscep- tible de ser resuelta en clave técnica. Por el contrario, nos enfrentamos a una interroga- ción que convoca una variedad de problemas, una multiplicidad de conceptos y una serie de perspectivas difíciles de clasi- ficar si pensamos un proyecto urbano. Cuarto, cuando nos topamos con un problema arquitectónico-urbano –y aquí ¿En qué hacemos foco cuando miramosconlosojosdelaterri- torialización y la desterritoria- lización? Hacemos foco en el habitar como habitar humano que se apropia de un espacio y lo convierte en territorio poblado de sentido. Pero esa operación implica una apro- piación material y simbólica. Por eso mismo y en tanto que efecto de esa ocupación que instituye sentido, el espacio se transforma en terreno intensa- mente humano.
  • 213. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 212 las categorías sin duda son difíciles de separar– inevitablemente nos topamos con un problema sobre el habitar humano que pone en cuestión los saberes previos y en consecuencia es necesario revisarlos a la luz de cada proyecto. Planteada esta definición, regresemos sobre la imagen de la ciudad como urdimbre colectiva. Al imaginarla de esta manera, lo hacemos tomando como eje las operaciones de territo- rialización y desterritorialización de una cultura.1 Es decir, como estrate- gias de apropiación y subjetivación del territorio. Pero, ¿en qué hacemos foco cuando miramos con los ojos de la territorialización y la desterritorializa- ción? Hacemos foco en el habitar como habitar humano que se apropia de un espacio y lo convierte en territorio poblado de sentido. Pero esa operación implica una apropiación material y simbólica. Por eso mismo y en tanto que efecto de esa ocupación que insti- tuye sentido, el espacio se transforma en terreno intensamente humano. Ahora bien, la ocupación no está hecha de una vez y para siempre sino que su temporalidad –en rigor, su histori- cidad– se teje al ritmo de la apropia- ción y la re-apropiación del espacio que siempre es continua. Entonces, la tarea es constante pero, además, esa constancia no consiste en la repetición de un procedimiento, en la aplicación de una regla técnica o en la puesta en juego de un saber especifico. Más bien, cuando decimos ocupar decimos rela- ción singular, subjetiva y situada con el espacio. Por otra parte, el habitantePablo Sztulwark
  • 214. 213 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad de ese mundo no es un mero receptor pasivo o un consumidor indiferen- ciado sino una subjetividad que resulta de un hacer. De esta manera, pensar la construcción de ciudad –en tanto que ocupación material y simbólica de un espacio– exige problematizar la lucha por la asignación de sentido de ese espacio. Y allí, dicho sea de paso, reside centralmente la esencia cultural de la ciudad. Si comenzamos este aparatado con una imagen, terminemos con otra al servicio del mismo problema que buscamosrodear.Entonces,podríamos pensar la ciudad a través del lenguaje. Sin ir muy lejos, sabemos que una lengua no se agota en sus reglas sintác- ticas. Tampoco en su condición de instrumento de comunicación. En tanto que sujetos hablantes, nosotros somos lenguaje y eso nos constituye como sujetos. Respecto de la ciudad, ésta también puede ser vista de esa manera cuando es analizada como formas de pensar, sentir y actuar que dan lugar y son experiencia humana. En estos términos, es posible retratarla en un doble juego: el hombre habita la ciudad pero también es habitado por ella. En definitiva, la ciudad produce (y además es) sus habitantes. II. La ciudad como relato Si partimos de esta definición de ciudad, el pensamiento urbano tiene un objeto y una tarea: pensar la huma- nización que produce, la subjetividad que forja y el mundo que inventa ese artificio que venimos llamando ciudad. Además, el pensamiento urbano no se agota en la descripción del mundo material sino que está centrado en el análisis de los relatos culturales, políticos, artísticos, sociales, etc. que hospedan vida y por eso construyen mundos humanos. Al leer la ciudad desde esta perspec- tiva, dejamos de interpelarla exclusi- vamente como un objeto material. Entonces, se nos convierte en la superficie de emergencia de los relatos y cada ficción es un medio a partir del cual se construye y constituye. Siguiendo al pensador contempo- ráneo Olivier Mongin en La condición urbana, hasta podríamos señalar que si los relatos ficcionales son “la imagen mental de los espacios que finalmente se confunden con él”, la ciudad es –nada más y nada menos– que la materialización de esos mundos. Ahora bien, antes de avanzar, es momento de introducir una definición de ficción sobre la que volveremos una y otra vez en los apartados sucesivos: las ficciones son configuraciones que organizan y dan consistencia al lazo social. Es decir, no se trata de mentiras, ardides o engaños sino, por el contrario, del medio específico en el que se desa- rrolla y contiene la vida humana. Para avanzar en esta definición, deten- gámonos en una situación que tiene valor de concepto y puede esclarecer la noción de ficción. Hace algún tiempo, mientras caminaba por la ciudad, me topé con un cartel en una obra que comenzaba. A la manera de las actuales gigantografías, el anuncio informaba sobre la construcción y venta de un edificio en torre en un barrio céntrico de la ciudad de Buenos Aires. El cartel contenía una imagen. Un edificio de fondo, y en un primer plano, hombres, mujeres, niños y viejos que lo miraban y señalaban, parecía que con alegría. El letrero, además, tenía una leyenda: Aquí se va a construir un sueño, y nos exponía ante una tensión. Allí donde se iba a
  • 215. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 214 construir algo material (un edificio de hierro, cemento, vidrio, madera, etc.), en realidad, se estaba exponiendo una ficción sobre el habitar humano. Todavía recuerdo el impacto que me causó aquel cartel. Pero más allá del impacto, lo central es el problema que dibujóeseanuncio. Es evidente que la vida humana no transcurre exclusivamente en el plano de lo material y lo concreto. Eso lo sabemos. Inclusive cuando pensamos desde la arqui- tectura, también pensamos la vida ensusdimensiones simbólicaseimagi- narias porque, en rigor, no hay vida humana por fuera de alguna ficción o relato. Terminada la obra unos años después, otro cartel llamó esta vez mi atención. En la entrada para coches, sobre la reja, se leía: Señor conductor: por razones de seguridad, al entrar, apague las luces externas de auto y encienda la internas. III. La ciudad moderna Presentadas algunas definiciones que son nuestro punto de partida cuando nos interrogamos acerca de la ciudad, detengámonos ahora en las produc- ciones ficcionales tanto de la ciudad nación como de la metrópoli global. Por otra parte y en este contrapunto, tendremos mucho que pensar en rela- ción con las ficciones y la tarea del arquitecto en nuestras condiciones. Comencemos, entonces, por la ciudad nación en tanto que ciudad moderna. No hay duda de que la ficción moderna por excelencia está dominada por el Estado y sus instituciones. Tal es así que René Lourau, por mencionar a un destacado pensador anti-institucional de la segunda mitad del siglo XX, cuando describe el funcionamiento de las instituciones modernas, subraya que el Estado es –nada más y nada menos que– el inconsciente. Más allá de cómo leamos esta interesante afirma- ción de Lourau, el relato moderno se organizó bajo un paradigma basado en la planificación en general y la urbana en relación con el eje que estamos considerando, pero en rigor su diná- mica no se agota allí. Por el contrario, la lógica de la ciudad moderna está constituida por una dinámica donde el mercado asigna, el Estado regula y el urbanista proyecta. Por lo tanto, pensar la ficción moderna acerca de la ciudad implica pensar el vínculo entre Estado y Mercado. Es decir, la restric- ción estatal sobre el mercado que éste no introduciría por sí mismo. Claro que esta ficción era posible, tendríamos que agregar, en una sociedad discipli- naria, es decir, trabajada y marcada, siguiendoelanálisisdeMichelFoucault en Vigilar y castigar, por la vigilancia jerárquica, la sanción normalizadora y el procedimiento del examen. Pero esta restricción obviamente no excluyó la posibilidad de una alianza entre Estado y Mercado sino que en todo caso la enmarcó. Y esa alianza adoptó una forma específica que se manifiesta en esa dinámica mercantil y los edificios públicos y los monu- mentos son la representación y garantía de ese pacto. La lógica de la ciudad moderna está constituida por una diná- mica donde el mercado asigna, el Estado regula y el urbanista proyecta. Por lo tanto, pensar la ficción moderna acerca de la ciudadimplicapensarelvínculo entre Estado y Mercado. Es decir,larestricciónestatalsobre el mercado que éste no intro- duciría por sí mismo. Claro que esta ficción era posible, tendríamos que agregar, en una sociedad disciplinaria, es decir, trabajada y marcada, siguiendo el análisis de Michel Foucault en Vigilar y castigar, por la vigilancia jerárquica, la sanción normalizadora y el procedi- miento del examen.
  • 216. 215 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad Por lo tanto, si el mercado es el objeto a regular, el plan del urbanista consiste en imponer restricciones donde el mercado no las ponía. En una sociedad disciplinaria, como decíamos, esta ficción es posible y esa alianza podía dar respuesta a las nece- sidades del habitar. Es decir, el relato moderno incluía la ilusión de que la ciudad administraba la lógica del derecho y la necesidad. Recordemos la frase: “donde hay una necesidad, hay un derecho”. La ciudad moderna, entonces, nace atravesada por ese relato y este atra- vesamiento se observa pero funda- mentalmente se vive en una serie de operaciones: desde la higiene, a partir del desarrollo de pulmones verdes, las calles y arterias (obsérvese el lenguaje) que intentan resolver la circulación de personas y bienes, hasta la demo- cratización de los espacios adminis- trada por esa lógica de las necesidades y derechos. Ahora bien, si el mercado asignaba era porqueencontrabalosmecanismospara convertir en mercancía los productos de lo urbano. Entonces, la ciudad capi- talista (moderna) también producía su lenguaje y su sentido. Si la ciudad es capitalista deberá encontrar los meca- nismos de puesta en valor de cambio, es decir su conversión en mercancía, y lo hace a través de la estandardización y la producción de tipos mensurables y clasificables. A su vez estandarizar y racionalizar nos imponen hacer coin- cidir una forma de vida con un tipo espacial constructivo. Para precisar esta cuestión, los avisos clasificados –en tanto que lenguaje de la ficción mercantil moderna– nos dan una pista para deconstruir esa producción de sentido. Aunque puede resonar viejo en tanto que exponente de otra época, el aviso clasificado en el diario resalta las cualidades estan- dardizadas del producto. A saber: dos ambientes, cocina, balcón, etc. Sobre la vida posible allí, no hay “lugar”. Y tal es así que todos nos enfrentamos, alguna vez, con la frustración que un aviso de este tipo nos produjo al buscar una vivienda. Después de describir someramente esta ficción, surgen algunas preguntas y problemas centrales para el pensa- miento urbano. Por ejemplo, ¿cómo un plan –el que sea, inclusive el “mejor”– puede contenerelcarácter multiforme de la vida? ¿Es posible disponerunamate- rialidad planificada estable donde la vida va signifi- cando y resigni- ficando los lugares constantemente? Si la tempora- lidad urbana nos muestra que la ciudad no está hecha sino que se está haciendo todo el tiempo, no hay plan capaz de enmarcar los espacios practicados por la vida que también hacen ciudad. Sin embargo, esta tensión entre plan y vida puede ser interpelada de formas distintas. Por un lado, en clave de plan, como lo hizo la tradición arquitectó- nica moderna. La ciudad planificada es esa instancia propia del urbanismo que codifica, que intenta proporcionar identidad y que ofrece un lugar para cada cosa. Pero en la medida en que no hay plan capaz de contenerlo todo, La ciudad planificada es esa instancia propia del urba- nismoquecodifica,queintenta proporcionar identidad y que ofrece un lugar para cada cosa. Pero en la medida en que no hay plan capaz de contenerlo todo, siempre deja por fuera la situación urbana. Es decir, los lugares practicados y por eso marcados espontáneamente que también hacen ciudad. Si el plan es una vía de “ingreso” al problema de la ciudad, las situaciones urbanas son otra suplementaria que, dicho sea de paso, piensan lo que el plan no lee porque no puede planificarlo.
  • 217. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 216 siempre deja por fuera la situación urbana. Es decir, los lugares practi- cados y por eso marcados espontá- neamente que también hacen ciudad. Si el plan es una vía de “ingreso” al problema de la ciudad, las situa- ciones urbanas son otra suplemen- taria que, dicho sea de paso, piensan lo que el plan no lee porque no puede planificarlo. Entonces, si cuando pensamos la vida urbana en términos de plan hacemos eje en la tradición, la geografía, la historia, los hábitos arquitectónicos, las pautas de uso del espacio, la articulación de funciones urbanas, sociales y económicas, etc., es decir, en los lugares susceptibles de ser planificados; cuando hacemos eje en las situaciones urbanas, nos concen- tramos en la tensión, siempre compleja y cambiante, entre los lugares prede- terminados por el plan y los recorridos que “profanan”, es decir, instalan otros usos de esos lugares.2 Pero la mirada moderna leyó a la ciudad en términos de una estructura estable de lugares sometida a las diná- micas mercantiles. Es decir, cuando el urbanista moderno pensó a la ciudad la pensó como una estructura de lugares predeterminados en el marco de la cual se desarrolla la vida en sus necesidades materiales y simbólicas. Así mirada, la ciudad y sus formas de ocupación existen donde fueron establecidas, ya sea por el urbanista, el funcionario o la institución. Sin ir muy lejos, esta operación de marca- ción de la ciudad puede ser analizada en relación con los sitios instituidos como relevantes por el plan urbano. Para una mirada planificada, los sitios relevantes de la ciudad están definidos por el plan. Si esto puede ser cierto, también es cierto que una ciudad marca como relevantes otros espacios, tanto de manera colec- tiva como individual. Por ejemplo, la Plaza de Mayo no fue la misma después del 17 de octubre de 1945, tampoco sus fuentes. Pero también una esquina o una trayectoria por el barrio pueden ser decisivas porque son inseparables de una biografía amorosa o familiar. ¿Qué queremos decir con esto? En principio, que la vida siempre tensiona esa estructura. Y en tiempos modernos, el fracaso de esos lugares y su procesamiento operó como condición de posibilidad de las intervenciones arquitectónicas y urba- nísticas que actualizaban la estructura. Bajo este esquema, el relato moderno construyó un lugar a su medida para aquello que “espontáneamente” no encontraba su lugar en la estructura. IV. Ficciones contemporáneas En la medida en que la vida social, cultural y económica se ha transfor- mado, la vida urbana también lo ha hecho. Pero, ¿en qué consiste esta alteración y qué es necesario pensar en el campo del pensamiento urbano como consecuencia de esta altera- ción? Entre otras cuestiones, la ciudad actual es –además de una ciudad de lugares– una ciudad de flujos. En otros términos, la ciudad contempo- ránea altera radicalmente su estatus porque está atravesada por una condi- ción heterogénea que la tensiona y la constituye. Por un lado, es una ciudad de lugares (la tradición, la geografía, la historia, los hábitos arquitectónicos, las pautas de uso del espacio, la articu- lación de funciones urbanas, sociales y económicas, etc.), como la ciudad moderna. Por otro lado, también es una ciudad de flujos (los capitales
  • 218. 217 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad globales, las redes dinámicas de información, los movimientos hacia los puntos de mayor rentabilidad, y quizá lo más importante, los flujos de imágenes propios de la sociedad del espectáculo). Si esto es así, no hay forma de pensar la ciudad global sin dar cuenta del vínculo entre lugares y flujos.3 Ahora bien, dialogar con esta tensión nos intima a pensar, entre otras cosas, los límites del plan urbano. Como en la ciudad moderna, a éste se le escapaba el carácter multiforme de la vida, seña- lamos antes; en la ciudad global, es inevitablemente incapaz de contener la temporalidad del flujo, la velocidad del flujo de capitales y la imposición de los regímenes de sentido cambiantes. Justamente por eso, la ciudad global pone en cuestión el relato moderno sobre lo urbano en la medida en que éste piensa desde la estructura y la estructura –si bien puede procesar el cambio en clave de actualización de lo planificado– no tiene chance de plani- ficar la dimensión flujo porque –no está de más destacarlo– resulta implanifi- cable. Si tenemos en cuenta este esce- nario, surgen algunas interrogaciones cuando revisamos el estatuto actual de la ciudad. ¿Cómo pensar la ciudad contemporánea y global cuando las configuraciones heredadas del habitar humano urbano están en continua alteración? Por otro lado, si no estamos ante alteraciones menores y parciales sino frente a una serie compleja de cambios que transforman el estatuto de lo urbano, ¿se vuelven imposibles aque- llas formas de construir ciudad y vida que venimos describiendo? Además, si pensamos las ficciones de la ciudad contemporánea, también tendremos que considerar: ¿qué tipo de relato es fruto de la sociedad del espectáculo que convierte las situaciones urbanas en escenas? ¿Y cuál es el papel de las imágenes como operadores ficcionales que, asimismo, impactan vívidamente en la fisonomía urbana? Vayamos por parte. Primero, las lógicas modernas, basadas en la satisfacción de necesidades preexistentes, parecen incapaces de competir con los sueños y las imágenes que nos ofrecen las ficciones contem- poráneas. Segundo, como la sociedad del espectáculo no está marcada por necesidades sino por deseos, el marketing se erige como el relato por excelencia de los seres deseantes instituidos por esa sociedad. Tercero, y teniendo en cuenta lo previo, estamos en presencia de un nuevo régimen productor de sentido. Y cuarto, cuando el mercado era el objeto privilegiado de regulación, la operatoria estatal imponía restricciones vía la planificación. Pero en nuestras condiciones epocales resulta difícil imaginar que una operación equivalente sea posible y sobre todo eficaz frente a las máquinas de seducción de la sociedad del espectáculo. A la luz de este planteo, el cartel que antes mencionamos se resignifica: “Aquí se va a construir un sueño”, ahora puede ser entendido y comprendido bajo este descarnado sentido. En rigor, somos parte de una lógica en la que el imperio La ciudad contemporánea altera radicalmente su estatus porque está atravesada por una condición heterogénea que la tensionaylaconstituye.Porun lado, es una ciudad de lugares (la tradición, la geografía, la historia, los hábitos arqui- tectónicos, las pautas de uso del espacio, la articulación de funciones urbanas, sociales y económicas, etc.), como la ciudad moderna. Por otro lado, también es una ciudad de flujos(loscapitalesglobales,las redes dinámicas de informa- ción, los movimientos hacia los puntos de mayor rentabilidad, y quizá lo más importante, los flujos de imágenes propios de la sociedad del espectáculo).
  • 219. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 218 de la imagen configura sentido. Pero tan relevante como esta operatoria es la genealogía de esas imágenes ficcionales: se trata de imágenes producidas en otros lugares e importadas de laboratorios culturales, es decir, arquitectura del espectáculo. ¿Qué tipo de arquitectura es ésta? Por un lado, una arquitectura que separa prácticas de vida e imágenes de esa vida. Asimismo, esta oposi- ción es un efecto de los mundos que arma el marketing urbano cuando se desentiende de la problematización de las vidas reales y se refugia en las imágenes. Inclu- sive, más que dejar de lado, la imagen es una configuración exterior y previa construida en otro sitio del que se desenvuelve la vida real. En segundo lugar y justamente por eso, la subjetividad que resulta de ese dispositivo ficcional es la del espectador y no la del habitante. En definitiva, cómo alguien podría ocupar activa- mente un lugar diseñado independien- temente y a pesar de su vida. De esta manera, la ficción contempo- ránea invierte la operación del relato moderno. Si la ciudad mercantil producía sus espacios, objetos e imágenes por la demanda del habitar a partir de la lectura de las necesidades preexistentes, la ciudad contempo- ránea crea un producto para –luego– instituir el mundo que lo necesite. De esto se deriva, entre otras cuestiones, que el objeto de estas ficciones no son las necesidades (preexistentes) sino las imágenes que recrean deseos y sueños. Ahora bien, el flujo de las imágenes que componen esos deseos y sueños es necesariamente segmentado. Es decir, si la sociedad de masas hacía de la estandarización su regla de inter- cambio de mercancías, el marketing (en una sociedad intensamente frag- mentada a nivel social, cultural y espacialmente) nos ofrece un mundo a medida (del consumidor) cuando divide y clasifica en segmentos ABC1, ABC2. Y por eso mismo, le brinda a cada quien un mundo. Los barrios cerrados, los barrios cerrados urbanos autosuficientes (torres) y hasta cualquier edificio pequeño hoy intentan construir un sueño a medida. Si consideramos una de estas situaciones, el sueño de la vida verde y segura da lugar a un “barrio” cuyo reverso es la destitución de la vida social y urbana.4 ¿Qué implica esto? Primero, un proceso de segmentación de la ciudad que limita, impide, corta los intercambios entre heterogéneos, es decir, diluye la misma condición urbana porque desalienta los inter- cambios. Segundo, la expulsión de la dimensión barrial está acompañada de la instalación de una escenografía de imágenes carentes de vida urbana.5 Una vez más, la imagen sobrepasa las prácticas. Si pensamos históricamente esta tendencia en la organización del espacio, se produce una ruptura en la forma de concebir la relación entre espacio público y privado en la medida en que la ciudad ya no es una “casa” que podamos ocupar con confianza, ni la casa es una “ciudad” que produzca insumos para la sociabi- lidad colectiva. Cuando esto sucede, la correlación entre ciudad y casa Ahora bien, el flujo de las imágenes que componen esos deseos y sueños es necesaria- mente segmentado. Es decir, si la sociedad de masas hacía de la estandarización su regla de intercambio de mercancías, el marketing (en una sociedad intensamente fragmentada a nivel social, cultural y espacial- mente) nos ofrece un mundo a medida (del consumidor) cuando divide y clasifica en segmentos ABC1, ABC2. Y por eso mismo, le brinda a cada quien un mundo.
  • 220. 219 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad –como la pensó el renacentista León Batista Alberti– se disuelve porque el contacto entre ambos espacios tiende a reducirse cada vez más. Un ejemplo del quiebre de este inter- cambio entre lo público y lo privado se registra en las modalidades en que hoy se proyecta (es, decir, se piensa) ese contacto. Mientras hace 30 años, cuando un arquitecto proyectaba una casa en la ciudad, la parte pública de la misma (living, estar) daba invariable- mentealacalle.Yentonces,lasventanas se abrían y se veía desde adentro el afuera y desde afuera el adentro, hoy ya no es tan así. En aquel contexto, la casa como ámbito privado, no termi- naba en sus funciones privadas sino que ofrecía enlaces con lo público, cosa que la casa bunker y su fachada como pared lo más ciega posible, rechaza. Es decir, hoy la dimensión pública de la casa prácticamente ha desaparecido. Ahora bien, al mismo tiempo que la casa búnker rompe (o al menos, diluye) el vínculo con el afuera vía el arsenal técnico que “protege de la inse- guridad”, se intenta reproducir y se extiende al espacio público la misma operación a partir, por ejemplo, del cercamiento con rejas de las plazas y los parques en la ciudad. De esta manera, el problema es recortado en clave de inseguridad y las compensaciones van en esa dirección. Sobre la posibilidad de ocupar ese espacio que ha sido desocupado, poco y nada, mas bien casi se ha reducido a espacio de circu- lación, y sólo en algunos pocos lugares controlados en lugares de encuentro. Es la misma condición urbana la que está en discusión. Como consecuencia del proceso que venimos describiendo, la ciudad –en esa lucha– va alterando su fisonomía y el mundo de lugares se transforma en territorio de no-lugares, es decir, en escenografías donde la historia, las pautas culturales y las prácticas son impuestas desde afuera de las situa- ciones urbanas pero, al mismo tiempo, bajo la extraña sensación de que somos libres y las elegimos. Una última cuestión. Al problematizar esta alteración de la ciudad surge la pregunta por el pensamiento arquitec- tónico que –de algún modo– acompaña a la ciudad que adquiere esa fiso- nomía. En prin- cipio, se trata de una arquitectura quetomadistancia del problema de la relación entre lo público y lo privado. Y por eso, se abstiene de convertir a ese espacio en objeto de pensamiento. De esta manera, hoy la arquitectura urbana reflexiona sobre lo que hace (y no sobre lo que deja de hacer). Entonces, se centra cada vez más en los objetos de colección, se desentiende de la dinámica urbana y así pierde el registro intensamente político que caracterizó al pensamiento arqui- tectónico moderno. V. Ciudad contemporánea y política Si partimos de la ciudad contempo- ránea y su complejidad específica, ¿qué implicaría pensarla en clave política? En principio, será necesario leer uno de los problemas más relevantes que la atraviesan: el paisaje urbano de la ciudad contemporánea está cada vez más segmentado, lo que, asimismo, Comoconsecuenciadelproceso que venimos describiendo, la ciudad –en esa lucha– va alte- rando su fisonomía y el mundo de lugares se transforma en territorio de no-lugares, es decir, en escenografías donde la historia, las pautas culturales y las prácticas son impuestas desde afuera de las situaciones urbanas pero, al mismo tiempo, bajo la extraña sensación de que somos libres y las elegimos.
  • 221. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 220 frena –si no se interviene sobre esta cuestión– el encuentro y la integración de términos socialmente heterogéneos. Pero pensar políticamente esta segmen- tación no es sinónimo de arquitec- tura social o vivienda social solamente (aunque también merece ser incluido como tema en la agenda política del pensamiento arquitectónico) porque nos volve- ríamos a centrar en un segmento de la ciudad y nuestro problema es justa- mente la segmen- tación. Si la ciudad está fragmentada y la sociabilidad resulta impo- sible es –además de todo lo que sabemos sobre la cuestión social– porque nos acostumbramos a pensarla en sus partes (más ricas o más pobres, en este punto da lo mismo) y no como escenario de encuentros y desencuentros poderosos, inesperados y contingentes que la renuevan permanentemente. Y por eso, crean vida urbana. Teniendo en cuenta este contexto caracterizado tanto por la segmenta- ción como por un pensamiento urbano fascinado por los objetos de colección, se torna cada vez más complejo pensar una política para la ciudad. Si bien existen políticas de capitales, polí- ticas sociales, políticas culturales, etc. sobre la ciudad, con esto no alcanza para pensar la ciudad. Además y sobre todo, sin la arquitectura como sitio de pensamiento autónomo es impo- sible delinear una política para la ciudad. ¿Por qué? Porque hoy pensar la ciudad demanda pensar el abismo entre la lógica de los lugares y la lógica de los flujos. En otros términos, ése es el espacio de la política de la ciudad. Pero por otra parte, dar cuenta de ese espacio nos impulsa a centrarnos en su propia dinámica y no en las narraciones acerca de los movimientos del capital, las políticas sociales, los avances de la tecnología, etc., que, más temprano que tarde, nos distancian de la ciudad como objeto de pensamiento. Pero, ¿qué implicaría pensar una política para la ciudad? Obviamente no es posible ensayar una respuesta a esta pregunta en un par de párrafos pero, desde esta perspectiva, pensar esa política implica pensar a la ciudad desde la macro y la micropolítica. Si el pensamiento arquitectónico moderno la pensó exclusivamente desde el plan macropolítico, hoy (si no nos olvi- damos de que nuestro problema es la segmentación) es necesario también pensarla desde la micropolítica. ¿Por qué? Porque si la tarea de nuestra gene- ración, definida no en términos etarios sino como aquellos que compartimos un mismo problema, es trabajar para la multiplicación de encuentros entre heterogéneos, será clave indagar en diversas escalas las formas de poten- ciar, fomentar, profundizar ese tipo de experiencias que solamente suceden en el marco de la ciudad. Finalmente, que la ciudad se vuelva objeto de pensamiento requiere de un cambio de posición del arquitecto. Entonces, pensar desde la ciudad significa una sola cosa (en la ciudad contemporánea): en un contexto de segmentación y hoy más que nunca, nuestra tarea consiste en producir liga- duras que recreen la vida urbana. Para que esto suceda habrá que suspender la fascinación por los objetos bellos Porque hoy pensar la ciudad demanda pensar el abismo entre la lógica de los lugares y la lógica de los flujos. En otros términos, ése es el espacio de la política de la ciudad. Pero por otra parte, dar cuenta de ese espacio nos impulsa a centrarnos en su propia diná- mica y no en las narraciones acerca de los movimientos del capital, las políticas sociales, los avances de la tecnología, etc., que, más temprano que tarde, nos distancian de la ciudad como objeto de pensamiento.
  • 222. 221 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad y participar en la lucha cultural por el sentido, percibir las formas de lo urbano y sus modulaciones perma- nentes. En las palabras de Luis Fernández-Galiano: “La sociedad del espectáculo nos arrastra a todos, y en las aguas turbulentas de ese río que nos lleva, quizá sólo podamos aspirar a mantener los ojos bien abiertos”. (*) Este artículo se basa en las ideas expuestas en “Ficciones de lo habitar. Sobre arquitectura, ciudad y cultura” en Ficciones de lo habitar, Buenos Aires, Nobuko, 2009, pp. 19-45 y en la conferencia brindada en el marco del ciclo “Legados y porvenir: Argentina en el Bicentenario”, organizado por la Biblioteca Nacional durante el 2009. NOTAS 1. Sobre las categorías de territorialización y desterritorialización recomendamos la lectura de Mil mesetas de Gilles Deleuze. 2. Para precisar la noción de profanación, vale leer de Giorgio Agamben: “Elogio de la profanación” en Profanaciones, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2005, pp. 97-119. 3. Esta distinción fue trabajada con Ignacio Lewkowicz en “Ciudad y situaciones urbanas” en Arquitectura plus de sentido. Notas ad hoc, Buenos Aires, Kliczkowski, 2002, pp. 107-123. 4. Cuando analizamos la forma en que se regula la relación con el afuera en los barrios cerrados (rejas, cámaras de seguridad, alambrados, etc.), resulta difícil no traer al recuerdo el modo en que el territorio fue instituido en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Con esto no queremos trazar una compa- ración que resulta impertinente en términos históricos. Más bien, buscamos subrayar qué tipo de operación implica esta modalidad de organización social, en especial, en relación con el espacio. 5. Otro analizador de esta tendencia se registra en el turismo y el tipo de vínculo que construye con el espacio. Por un lado, la industria-flujo turística disuelve el sentido de los lugares y los constituye en no-lugares atrave- sados por el flujo. Por el otro lado, los suprime como lugares cuando los transforma en espectáculo, es decir, en sitios pre-codificados y por eso fuera del “circuito” de la experiencia urbana.
  • 223. 222 Rurbanismo y desurbanismo(*) Por Juan Molina y Vedia Resultaría una tarea ímproba la de reflexionar sobreelpresentesinadvertirladimensiónproble- mática y vital que representa la ciudad. Ella fue objeto del pensamiento a lo largo del tiempo, fundamentalmente a partir de las revoluciones burguesas. Lugar de alienaciones y resistencias, de orden y de conflictos, espacio territorial ligado a formas productivas y a derroteros políticos, geografía del terror y de la imaginación. Todo ello sucede en la ciudad y sus pliegues. JuanMolinayVediaretomalasutopíasmodernas, socialistas y anarquistas, que obran como fondo de su pensamiento sobre las ciudades y sus trans- formaciones, desde el siglo XX y sus guerras, hasta las más recientes formas que organizan el territorio social alrededor de los flujos mercan- tiles. Sea la sociedad fabril, o se trate de la más reciente ciudad de las telecomunicaciones y las marcas, Molina y Vedia recupera los desafíos del pensamiento emancipador para advertir las trampas que hay en la idea misma de urbanidad cuando, en lugar de ofrecerse como espacio para una experiencia común, se presenta como un sitio que reagrupa y ordena la imaginación bajo el signo del despotismo mediático. Si el mito de los utopistas consistía en “desurbanizar”, quizá la fantasía de hoy radique en “demediatizar” los vínculos entre los habitantes de la metrópoli.
  • 224. 223 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad I. Desurbanismo Respecto al problema de la ciudad y el urbanismo, en el año 1943 mi padre, Mario Molina y Vedia, escribió un texto –aúninédito–tituladoRurbanismo,rural y urbano unidos, en el que sostenía que el urbanismo era ya una deformación del pensamiento sobre el territorio, puesto que es algo que abarca a las ciudades y a los lugares a los cuales la ciudad está ligada. Luego, asistí a algunos cursos, aunque todavía no estudiaba arquitec- tura, en los que estaban Ernesto Vautier y Fermín Bereterbide, dos personajes relacionados con los movimientos fabianos,movimientossocialistasingleses de fin del siglo XIX –en los que partici- paba, por ejemplo, Bernard Shaw– y en los cuales se seguían ideas de William Morris y otros autores. La creencia de que la ciudad era autosuficiente y que el urbanismo era una cosa que podía estu- diarsesinpensarenelcampo,suponeuna simplificación extremadamente abusiva, que me recuerda a la polémica que se dio en la URSS antes del descabezamiento del movimiento constructivista ejecu- tado por Stalin. Dentro de los construc- tivistas había un grupo que se llamaba a sí mismo desurbanistas. Plantearon una cantidad de trabajos en los que buscaban pensar el territorio. Allí aparecía la idea de flujos que tiene cierta relación con el planteo de Los tres establecimientos humanos de Le Corbusier: la idea de organización del territorio a lo largo de un flujo, con sus puntos de condensa- ción, algunos más concentrados, otros menos, articulados como totalidad. II. Poder y territorio Frente a la idea de patrimonio y la solemnidad del Centenario, me parece importante agregar este tema, ya que en 1910 la celebración ni siquiera se concentró en toda la ciudad de Buenos Aires, sino en la Avenida de Mayo y algunos lugares particulares. Otro hecho que tiene una significación clarísima respecto a la relación entre territorio y poder es la concentración del poder en un punto. La Generación del 80, y su conquista del desierto, es el origen del trabajo de organización del territorio a partir del poder. La campaña del desierto que condujo Roca y produjo ese monumento que perturba considerablemente a Osvaldo Bayer, fue financiada durante diez años por una colección de capitales reunidos en los bancos de Londres y de París. Fue un geógrafo francés quien en 1932, en Mendoza, estudió la financiación: durante diez años hubo gente juntado capital para promover que Roca realizara la “conquista”. Es decir, la imagina- ción militar tiene que ver con el hecho concreto de producir un genocidio en el que participaron algunos parientes míos: el general De Vedia mató indios en el Chaco. Mis abuelas me decían que él leía a Voltaire, que era un tipo bueno, que era imposible que hubiera matado indios en el Chaco. Pero la ciudad de Resistencia no se llama así por casualidad, y el primer gobernador del Chaco fue Julio de Vedia, el abuelo de mi abuelo, que era arquitecto y anarquista. Todo viene bastante confundido en esta historia. Mi abuelo don Julio, el anar- quista, había hecho una utopía urbana enorme, completa- mente dibujada, y su sociedad feliz, que era completamente delirante, tenía un principio: para que la gente fuera feliz, una población no tenía que conocer a la que estaba al lado ni saber de qué se trataba. Había advertido el peligro de que dos poblaciones se relacio- naran porque siempre hay una que quiere liquidar a la otra. Despuésdedosmilañossellama a eso intercambio desigual.
  • 225. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 224 III. Poder, mercados y guerras Volviendo al tema, la idea del rurba- nismo y de los desurbanistas soviéticos, era conflictiva respecto de la decisión de Stalin de concentrar poder para enta- blar la lucha contra Hitler. Alemania también estaba concentrando el poder que, como producto de la masividad moderna, se transforma en una super- vivencia del más fuerte. Los ingleses habían conseguido más mercado antes que los alemanes y entonces a éstos les costaba mucho más esfuerzo, por haber llegado tarde al reparto. Era compren- sible, en ese contexto, la idea de la Bauhaus: darle calidad a los objetos que producían, competir desde esa singula- ridad contra aquel que llegó primero al mercado. Y en esto se basa el genocidio de la Primera Guerra Mundial. Si pensamos alrededor de la tragedia de la guerra, hay que saber que se debe incorporar la memoria dolida sobre todos los soldados que fueron muertos, y no sólo sobre a algunos. Cuando uno hace la cons- cripción se da de cuenta que lo tiran y lo ponen al frente, que nadie te pregunta para quién vas a pelear, sino que te acomodan y tenés que tirar para donde te lo ordenan. Las víctimas del genocidio están por encima de las divisiones de los bandos. Esto mismo lo comprendió Borges vagamente en su poema sobre las Malvinas: entendió que los enfrentamientos entre dos bandos son en realidad una Gestalt, una unidad, y que las dos partes parti- cipan igualmente de eso. IV. Ciudades y comercio En el libro Las ciudades invisibles de Italo Calvino, la relación entre Marco Polo y el Khan de China, y todo lo que sucede en el relato, tiene por fondo la aparición del comercio de las telas que venían de Flandes, pasaban por Venecia, e iban para Oriente. Es decir que la ciudad como sistema de puntos necesitó del comercio y las rutas, o el lugar que marca el flujo, es el puente entre los puntos: pueblos que intercam- bian productos, y crean el comercio. Mi abuelo don Julio, el anarquista, había hecho una utopía urbana enorme, completamente dibujada, y su sociedad feliz, que era completamente delirante, tenía un principio: para que la gente fuera feliz, una población no tenía que conocer a la que estaba al lado ni saber de qué se trataba. Había advertido el peligro de que dos poblaciones se relacionaran porque siempre hay una que quiere liquidar a la otra. Después de dos mil años se llama a eso intercambio desigual. Al parecer, cuando entre los humanos hay dos sociedades que intercambian productos, hay un momento en que una toma predominio sobre la otra, y termina por exterminarla. Hay unos dibujos antiquísimos de la historia universal, provenientes de China, en que aparece un puente curvo de madera con dos bandos luchando con espadas sobre él. En Las ciudades invisibles, el ir y volver de Marco Polo a China trataría el tema del poder a partir de la relación entre las ciudades, entre los territorios o entre las naciones. Enlainfancia,lanaciónerauna especie de ficción donde todo estaba en orden y armonía, con los próceres en sus lugares. Eso decía el Billiken. Recién muchodespuésunoseenteraba de que determinado prócer le había cortado la cabeza a otro prócer que estaba al lado; que uno había fusilado a este otro; y lo que realmente había suce- dido en la historia nadie nos lo había contado. En los bicen- tenarios corremos peligro de repetir esa ficción.
  • 226. 225 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad V. Coexistencias y fisuras El siglo XIX es el de las naciones modernas. Cuando estudié en el secundario no me daba cuenta de que por ejemplo Italia era posterior a Argentina respecto a su organización nacional, y que la constitución de un Estado como punto regulador de los tránsitos comerciales, entre otras cosas, está íntimamente unida a la guerra. Esta lectura de Calvino me lleva por caminos al parecer pesimistas. Sin embargo, yo estoy molesto con el pesi- mismo. Una sinfonía no puede evitar una guerra, pero por suerte las guerras no han conseguido evitar las sinfonías. Si bien la historia universal es una historia de matanzas sin fin, hay otras cosas como la música, que han ocurrido al mismo tiempo. Beethoven no esperó la paz universal para escribir sus sinfo- nías. Porque la coexistencia del bien y del mal es imposible de evitar. No creo que se pueda tomar el Palacio de Invierno, desarmar las bases norteame- ricanas de armas, desarmar Las Vegas, o hacer que Hollywood sea otra cosa; no me siento con fuerzas para imaginar cómo podría desarmarse todo eso. Se trata, más bien, de descubrir algunas fisuras donde pueda haber paraísos. Creo que vivimos en un infierno, y que sólo es posible crear algunos paraísos en las fisuras, con la intención optimista de que pueda participar de esas fisuras la mayor cantidad de gente, y no caer en la creencia de que debe salvarse uno solo. Hoy los testigos de Jehová me tiraron un aviso por la puerta de calle, que dice: “¿Cómo puede usted sobrevivir al fin de este mundo?”. Te invitan a un lugar para explicarte la forma de sobrevivir al fin del mundo que ya se viene. Ésta es una idea que habría que elaborar, la del paraíso y el infierno, ya que no hay uno sin el otro. El diablo en realidad es un ángel que se fue al descenso. Es decir, de la misma materia están hechos los corruptos y los sensatos, las sinfonías y las matanzas. VI. Imaginarios En la infancia, la nación era una especie de ficción donde todo estaba en orden y armonía, con los próceres en sus lugares. Eso decía el Billiken. Recién mucho después uno se enteraba de que determinado prócer le había cortado la cabeza a otro prócer que estaba al lado; que uno había fusilado a este otro; y lo que realmente había El diario. Mayo de 1910
  • 227. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad 226 sucedido en la historia nadie nos lo había contado. En los bicentenarios corremos peligro de repetir esa ficción. Elmundoimaginarioocupahoyunlugar inmensoenlageneraciónjoven.Hayuna potenciadelainformaciónquedominael inconsciente, lo que se piensa y lo que se quiere,esunapotenciaquellegaacualquier lugar. Hoy un niño ni siquiera piensa en treparse a un árbol, porque no concibe el mundo exterior, ve el árbol dentro de la pantalla televisiva que no puede traspa- sarse.Anteestoyosientomuchanostalgia, sobretodocuando recuerdomiinfancia dondeelparaísoera el potrero. La niñez es una conjunción de ignorancia con inocencia, y lo que le sobra a la gentequehablapor televisión todo el tiempo sobre cues- tiones políticas, es justamenteesapose de saberlo todo, sin ignorancia ni inocencia. Saben que para cualquier discurso alcanza con meter tres o cuatro porcentajes, datos numéricos que dan forma a lo que están diciendo a través de una máscara de seriedad absoluta. Hay una falta de duda en los programas llamados políticos que es alarmante por su falsedad. La masividad de los medios de comuni- cación hace que la fabricación de objetos sea muy secundaria respecto a la fabri- cación de todo el aparato que hace que ese objeto sea consumido por alguien: lo que cuesta hacer un dentífrico es una suma infinitamente menor a la que se necesita para convencer a la gente de que use ése y no otro. El noventa por ciento de los jóvenes que hoy trabajan en Buenos Aires, lo hacen en la rama de fabricación de sueños, en publicidades de todo tipo. Fabricar el sueño para el objetoesinvertirelprogramadelaépoca de la necesidad, en el cual se investigaba qué hacía falta y se daba marcha a una investigación para poder fabricarlo. Hoy no importa que algo sea necesario, sino que alguien consiga hacerle creer a toda la gente que se lo está perdiendo. ¿Por qué a nadie se le ocurrió cobrar por las horas perdidas de su vida frente al televisor? Cuando uno cree que está llevándose algo gratis, el que es gratis es uno. La gente no se da cuenta de que es ella misma gratis, y uno sube al tren de Retiro a las 6 de la tarde en un vagón que parece una sala de terapia intensiva, donde todos tienen La Razón gratis, y están viendo una noticia sobre Mirtha Legrand al mismo tiempo. También es extraordinaria la idea que circula en los supermercados: todos los productos tienen una raya que te dice qué parte es gratis o te dicen que te apures el martes porque el jueves ya no habrá descuento. Arman una vida en la que te introducen y mantienen alterado para que no te pierdas nada de lo que te ofrecen. Esa fabricación de sueños afecta tanto la experiencia de las grandes ciudades como la vida de una ciudad-pueblo. Tanto a Buenos Aires como a Río Gallegos. Las pantallas aparecen en todos lados, los programas son los mismos. El mundo está globalizado, pero cuando Marco Polo se iba a China ya estaba en el primer paso de lo que la globalización significa la recta final. VII. Arquitectura y ciudad prefabricada Aristóteles, en su libro Política, decía que la ciudad es diversidad, y es la diversidad El noventa por ciento de los jóvenes que hoy trabajan en Buenos Aires, lo hacen en la rama de fabricación de sueños, en publicidades de todo tipo. Fabricar el sueño para el objeto es invertir el programa de la época de la necesidad, en el cual se investigaba qué hacía falta y se daba marcha a una investigación para poder fabri- carlo. Hoy no importa que algo sea necesario, sino que alguien consiga hacerle creer a toda la gente que se lo está perdiendo.
  • 228. 227 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Artificios: lengua y ciudad lo que hace al carácter y calidad urbana, no la unificación. El urbanismo de algunas épocas pretendía dibujar en un plano a una sociedad ideal en la que el viento llevaba el humo para un lugar, las viviendas estaban en otro, la recrea- ción del cuerpo y el espíritu estaban en otro, donde los chicos para ir a la escuela no tenían que cruzar ninguna calle, de modoqueelniñoibaamoriratropellado cuando terminara la escuela sin haber aprendido a cruzar la calle. Creo que la manera de adaptarse a la ciudad es disce- poleana, o a la manera de Macedonio Fernández, estar en un lugar donde lo imprevisto aparece todo el tiempo. Al término de la Segunda Guerra, a pesar de haberla ganado, Churchill perdió las elecciones frente a los socialistas. Éstos hicieron dieciséis new towns desde 1945 hasta 1957, y ya en los años 50 los jóvenes se negaban a vivir en las new towns porque eran demasiado perfectas. Había un tintorero japonés al que mi vieja le llevaba la ropa que decía “pelfeto no hay”. Ese japonés era un filósofo. Muchas veces, siendo proyec- tista de arquitectura, uno armaba un proyecto en el que le habían encon- trado un defecto, entonces se rompía la cabeza noches y noches para resolver ese defecto, y terminaba arruinándolo todo. Lo mismo ocurría con las manchas: si uno las dejaba eran sólo un manchón; si intentaba sacarlo se hacía cada vez peor. La belleza no se hace por la falta de defectossinoporlaprimacíadevirtudes. Y los sistemas de premios que se usan actualmente son todo lo contrario, son paraformarrebañosdeturistas,hacerlos fotografiar a todos lo mismo. Una guía que habla por un micrófono hace que la gente no pueda vivir la ciudad, ya que va escuchando por unos auriculares un discurso prefabricado que le dice lo que tiene que ver. El punto máximo de todo eso es el parque temático, un lugar donde está previsto todo lo que tenés que ver y sentir. El individualismo termina en eso, en los rebaños. Mientras los tipos creen ser individuales en realidad son un rebaño, y el típico personaje de esta época es el turista. Pero mucho peor es la ciudad que arma el paisaje del Caminito para inventar al turismo idiota. O en la Patagonia, donde las estancias se trans- forman en lugares turísticos para que los alemanes vean cómo un tipo esquila a una oveja. Turistas que son hombres y mujeres que parecen haber perdido todo el sentido de la vida. (*) Conferencia brindada en el marco del ciclo “Legados y porvenir: Argentina en el Bicentenario”, organizado por la Biblioteca Nacional durante el 2009. Juan Molina y Vedia
  • 229. No decimos nada nuevo si situamos el relato histórico como objeto controversial. Si decimos que nada hay, en ese plano, que se presente despojado de polémicas o deducido de un conjunto de datos empíricos vacantes de interpretación. Y aunque no sea nuevo hay que decirlo, para presentar una serie de ensayos que encuentran su animación en la idea de que es necesario rasgar, con instrumentos precisos, ciertas imágenes que circulan como datos del sentido común o se postulan derivadas de una descripción objetiva. Ensayos escritos en momentos de una conmemoración, la del Bicentenario, que puso en primer plano los debates sobre el relato que esta nación se merecía. Aunque los rituales y las narraciones, las expresiones artísticas y los espectáculos remitían a la historia que transcurrió en estos 200 años, se podría advertir que entre sus núcleos polémicos más intensos estaba la valoración realizada sobre los años del Centenario. El Bicentenario fue más una ocasión para pensar acerca de los modos de conmemorar efectuados un siglo atrás que para discutir la Revolución de Mayo y sus dilemas –quizá porque en ciertos puntos fundamentales las polémicas están saldadas. Los artículos que componen esta sección retoman esa cuestión, atentos a la nece- sidad de auscultar aquello que habitaba a la vera de las narra- ciones dominantes en y sobre 1910: el conflicto, la diferencia, la traducción, lo popular. Discusiones
  • 230. Los textos, las muestras, los documentos, el arte, son invocados –como han sido en las distintas realizaciones ligadas al Bicentenario– para reponer lo social en la forja de los acontecimientos. Para evitar que los hechos se presenten privados de su real encarnadura. Comparten este espíritu los artículos que presentamos, pero lo hacen desde estra- tegias bien distintas. Javier Trímboli interviene en las polémicas alrededor del carácter de las conmemoraciones centenarias con una incisiva prosa, por momentos irónica, por otros encendida, que se propone refutar las miradas complacientes con aquellos sucesos. Un artículo cuyas derivas difícilmente naveguen las aguas de la indiferencia. Tomás de Tomatis retoma el hilo de las discusiones históricas contextualizándolas tanto en sus genealogías como en sus dilemas contemporáneos: el refugio en las tradiciones jerárquicas y discipli- narias, la producción editorial asociada a las técnicas de merca- dotecnia y los medios masivos de comunicación que sustituyen las argumentaciones por el efectismo consignista. Guillermo Korn recupera las narraciones críticas de aquella época, elaboradas en la fina prosa de los diarios de Juan Bialet Massé y Rafael Barret, como así también las opciones escogidas por el nacio- nalismo y la “gauchipolítica” rioplatense. María Pia López fija su atención en el mundo plebeyo y en la traducción como el arte de pensar las posibilidades de una nación inclusiva a partir de la pregunta por los tonos capaces de componer, en la diferencia que los vuelve reversibles, los modos culturales heterogéneos.
  • 231. 230 Fuegos de los Centenarios. ¿La verdad no se nos escapará? Por Javier Trímboli La presencia del Bicentenario reaviva una serie de imaginarios y discusiones. Toda evocación trae consigo un conjunto de sensibilidades complejas y en ocasiones contradictorias. Entre la vindica- ción y el rechazo se abre un abanico de matices que no siempre logra afirmarse en la dinámica polémica del antagonismo. El artículo que ofrecemos aquí se plantea como un contendiente radical delasmiradascomplacientes acerca del Centenario argentino. Su autor, Javier Trímboli, se propone ensayar una incisión en los consensos respecto a aquella época. Consensos que, según su mirada, se sostuvieron sobre la amalgama del liberalismo tradicional y el progre- sismo emergente de la reanudación democrática de 1983. Y lo hace apelando a los recursos más variados: la documentación histórica, el posicio- namiento político y la ironía descarnada e irre- verente. Bajo el prisma de estos estilos, Trímboli analiza las aseveraciones del campo historiográ- fico y cultural, que en sus voces más renombradas, excluyen del análisis de aquellos acontecimientos los conflictos de clase y los desgarramientos sociales en pos de un ánimo reconciliatorio. Y bien, hay ciertos textos cuyas resonancias no pueden pasar desapercibidas en la escena intelec- tual. Creemos estar, por su ánimo controversial, frente a uno de ellos.
  • 232. 231 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones Cuando el Bicentenario parecía lejano, José Nun imaginó que podía ser “un gran momento de entusiasmo colec- tivo, de efervescencia de la sociedad, que la hace revisar sus valores y normas, que la hace cuestionar lo que daba por descontado, que desrutiniza su cotidianidad y altera la mecánica de su reproducción”. Un festival, decía sirviéndose de Durkheim, que nos permitiera “quebrar definitivamente la secuencia de las innumerables crisis que hemos venido padeciendo y que todavía sufrimos”. En 2005 Nun hablaba como político –era secretario de Cultura de la Nación– y como académico de vasta trayectoria. El vati- cinio que, es evidente, tenía mucho de apuesta, quedó escrito en un libro, Debates de Mayo. Nación, cultura y política, que él mismo compila. Antes, esas palabras las había pronunciado en la apertura de un encuentro de intelec- tuales y académicos que tuvo lugar en la Biblioteca Nacional, el 19 y 20 de mayo de ese año. El origen también de los artículos compilados. Si el pasaje citado de la intervención de Nun exuda un tono optimista es, en primer lugar, porque el diagnóstico que lo acompaña señala que en Argen- tina se acababa de librar una guerra. “Creo que muchas veces no se toma conciencia de que nosotros mismos estamos saliendo, apenas saliendo, de una guerra política, social y económica que ha sido más larga que la Guerra de los Treinta Años y que ha reducido a la Argentina a un país para 20 millones de habitantes y no para los casi 38 que somos”. Luego de lo vivido, luego también de la fenomenal crisis de 2001, se explica fácil el entusiasmo que envuelve a esas páginas. De hecho, esas jornadas y el libro hoy merecen ser vistos como testimonio de los primeros años del gobierno de Néstor Kirchner, cuando una convocatoria salida desde una secretaría oficial lograba reunir a un amplio espectro de intelectuales y académicos, poco acostumbrados a compartir un espacio de esta índole. Los 200 años de la Revolución, pero también –lo sabemos mejor hoy– lo que se había dejado atrás, podían lograr que Natalio Botana y Horacio González, Jorge Myers y Eduardo Rinesi, José Pablo Feinmann e Hilda Sábato convinieran en afrontar juntos una empresa reflexiva. Si el diálogo estaba sucediendo, la presunción era que se sostendría, e incluso se haría más profundo, en las cercanías del Bicentenario. Pero, al menos así entendido, el festival no sucedió. Porque en la propuesta de Nun era pieza fundamental la dispo- sición de la sociedad a pensarse en sus fundamentos, a través de la mediación de sus “hombres de letras”. Y si, final- mente, ni el entusiasmo ni la eferves- cencia escasearon, lo que alimentó la movilización social del 25 de mayo y de los días previos, fue de otro orden. Encuantoanuestraexperienciacomún –esa que tenía que ser revisada sin dobleces–, desde la sociedad y desde el Estado se dispararon evocaciones del pasado que, lejos de producir el espec- táculo de un armonioso concierto, si directamente no se ignoraron, recono- cieron puntos de irreductible discre- pancia. Incluso un encuentro modesto como el celebrado en 2005, hoy es imposible que se realice, asaltados unos y otros por imágenes del pasado y del presente contrastantes. Así las cosas, me interesa detenerme en una lectura de la experiencia argentina que cobró definición en estos últimos años, cuando, entre otras vicisitudes, se tornó evidente que la figura de la
  • 233. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones 232 guerra mentada por Nun no había conocido final. Lectura que sobrevoló especialmente los días que rodearon a los festejos del Bicentenario, y que porta con una carga importante de novedad que, a la vez, es difícil no registrar como la variación de algo ya escuchado. En 2009, año que contó entre sus más importantes best-sellers al libro ¡Pobre patria mía! de Marcos Aguinis, tiene lugar una publi- cación significa- tiva en relación con el asunto que nos ocupa. Si ¡Pobre patria mía! se sostiene en la tan poco precisa comparación entre lo que éramos antes y lo que somos ahora –antes, los valores; ahora, su negación– en Mirando el Bicentenario. Reflexiones sobre el Bicentenario y Memorabilia, uno de sus autores, Luis Alberto Romero, le da mayor nitidez a lo que en el best-seller era sólo impreciso. En el recorrido que su texto propone –de un centenario a otro–, el momento que se erige más ajeno a claroscuros y nubarrones es justamente el que le da inicio, 1910. El cuadro que delinea este historiador tiene como piedra prin- cipal “la prosperidad económica que todos admiraban” y, como si advirtiera las críticas que podría despertar el uso del pronombre indefinido “todos”, refuerza el argumento señalando que “los espectaculares resultados econó- micos” no eran beneficiosos sólo para sus “sectores altos” sino para la sociedad en su conjunto. El “derrame”, ésta es la palabra elegida, “se aprecia sobre todo en las ciudades. En infi- nidad de centros urbanos medianos y pequeños, directamente vinculados con su contorno agropecuario. En las capitales provinciales –con sus edifi- cios públicos, su teatros de ópera y sus parques– y especialmente en las grandes ciudades, como Buenos Aires”. Tan ventajoso es el efecto del “derrame de beneficios” que en la Buenos Aires imaginada por Romero “residieron y gastaron sus rentas las elites, trabajaron los jornaleros y peones, prosperaron los comerciantes y artesanos y vivieron dignamente los empleados públicos o los educadores. También los obreros de las industrias, establecidas para abas- tecer un acrecido mercado interno”. ¿Conocen los muñequitos Little People de Fisher Price? Vienen con un DVD que cuenta episodios de sus vidas sin sobresaltos, que transcurren en una ciudad de cuento. Muy parecido. Así las cosas, claro está, el ascenso social, lejos de ser una quimera, era una posi- bilidad sólida. De todas formas este relato propone un actor destacado, casi descollante: el Estado. Porque a la prosperidad económica, Luis Alberto Romero no la encuentra hija del accionar espon- táneo del mercado, sino resultado de la acción estatal que se mostró suma- mente eficiente a la hora de adecuar sus políticas a “las tendencias de la economía mundial”. Aunque en este retrato la direccionalidad del derrame no parece ser tema de su interés, es posible suponer que el sistema educa- tivo –otra de las “grandes empresas del Estado” que hizo de “los edifi- cios escolares, verdaderos palacios”–, constituye una muestra ejemplar de esa circulación fluida y, entonces, en cierta forma dirigida, de riquezas. Pero no se trata sólo de descubrir que Tan ventajoso es el efecto del “derrame de beneficios” que en la Buenos Aires imaginada por Romero “residieron y gastaron sus rentas las elites, trabajaron los jornaleros y peones, pros- peraron los comerciantes y artesanos y vivieron digna- mente los empleados públicos o los educadores. También los obreros de las industrias, establecidas para abastecer un acrecido mercado interno”.
  • 234. 233 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones los ganados y las mieses necesitaron de la acción meritoria del Estado, pues este actor también sobresale en el plano que se le suele atribuir como más propio: “había logrado encauzar, hasta donde era posible, la conflicti- vidad política”. Arduo es entender una afirmación como ésta, que pretende interpretar signos de una realidad pretérita, si se desliga la voluntad de saber de la fabulación. Ante semejante postal es lógico que el clima dominante subrayado por Romeropara1910seadeoptimismo.Y los diagnósticos de signo contrario –se refiere a los libros de Agustín Álvarez, Joaquín V. González y Carlos Octavio Bunge–, en última instancia no hacen más que señalar las bondades de la situación, en la medida en que “fueron patrocinados y generosamente retri- buidos por el Estado nacional”, que así daba muestras de amplitud de criterios y de fomento de la diversidad de ideas. Si hay algún manchón en esta varia- ción sobre esa coyuntura, éste podría nacer de la relación entre “la amplitud de la brecha que por entonces separaba a los sectores populares de la elite” y los trabajadores que, “conducidos por lo anarquistas”, “estuvieron a punto de malograr los festejos del Centenario”, adjetivados como magníficos. Pero el manchón se diluye, porque Romero no pone en contacto una situación con otra, el problema no adquiere relevancia y de lo reluciente que es el cuadro compuesto se vuelve difícil adivinar por qué y cómo se saldrá de él. Pero, ¡ay!, se saldrá. Aunque la simplificación en esta lectura del pasado se evidencia en cada línea, quiero detenerme en el uso que este escritor hace de la noción de “sociedad aluvial”. Escribe Luis Alberto Romero sobre los inmigrantes que arriban masi- vamente al puerto de Buenos Aires: “Año a año llega a la Argentina un cuarto de millón de inmigrantes, y aunque muchos se volvieron, otros tantos se quedaron y se incorporaron a la masa de trabajadores. Con flexibi- lidad y capacidad de adaptación fueron a los lugares donde había empleos y buenos salarios, ya fuera en la ciudad o en el campo”. Para concluir, pocos renglones más adelante: “José Luis Romero llamó ‘aluvial’ a esta sociedad que durante una década estuvo reha- ciéndose permanentemente”. Aluvial: muchos. ¿Le parece, Luis Alberto, que con esta figura apenas se quiso producir un sinónimo? En su clásico libro Las ideas políticas en la Argentina, José Luis Romero presenta de este modo a la “era aluvial”: “El primer signo de esta era que se inicia es, en el campo político y social, un nuevo divorcio entre las masas y las minorías (...). El sistema institucional establecido y puesto en vigor por los grupos liberales dejó de ser, poco a poco, adecuado a la realidad”. Lo aluvial resal- taba de inmediato el desajuste existente, en el período que se inicia en 1880, entre un Estado nacido para gobernar una “gran aldea”, incluso para regular los conflictos al interior de las clases dominantes, y la irrupción de masas y relaciones sociales del todo nuevas, para las que la legislación y las instituciones no ofrecían cauce suficiente. Para este historiador, el desacople entre el Estado que interpretaba casi estrictamente a las minorías y la flamante sociedad nacida de las migraciones estuvo en el origen de la particular conflictividad política del siglo XX argentino. La “Advertencia a la primera edición” está fechada en junio de 1946, la irrupción del peronismo es la preocupación que la acompaña. La noción de “sociedad aluvial” permite ponerle otra luz a esa situación que
  • 235. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones 234 Luis Alberto Romero –¿un hijo díscolo o solamente desatento?– describe como un juego tonto, que ganan los que tienen “flexibilidad y capacidad de adaptación”, y así obtienen el premio de interpretar felizmente su papel. Luis Alberto no quiere renunciar a la palabrita “aluvial” –patrimonio del apellido, cosa que nos recuerda cada vez que puede–, pero deja prolijamente de lado su densidad, para dar una pincelada inofensiva a la estampa sin grietas que está trazando. ¿Por qué no repasa los libros de su padre que guarda con venerable respeto? ¿Obede- cerá esta simplifi- cación fenomenal a que este escrito tiene por finalidad la divulgación o la enseñanza de las jóvenes gene- raciones a las que, vale decir, consideraría poco menos que estú- pidas? El precio y las características del libro en cues- tión impiden sacar una conclusión por este lado. Con la ayuda de un término acuñado por otro historiador, podemos decir que Luis Alberto Romero –a la vanguardia de una parte de nuestra intelectualidad y opinión pública– encuentra en la experiencia política y social que rodea al Centenario el “foco de positividad” de la entera parábola argentina. Desde ese punto encumbrado, lo que inevi- tablemente siguió fue la caída. No reviste mayor interés reparar en los escalones que marcan ese descenso, poco valor interpretativo encierran, son olvidables incluso para Romero que seguramente se verá obligado a pulirlos. Es difícil, por ejemplo, que la clave de bóveda que elige para explicar el período 1955-1976 –algo así como una guerra entre corporaciones– resista una mirada que no provenga de un becario, reverente o pícaro. Porque justamente lo que se vuelve estridente en el escrito es la caída. Empezó siendo, hacia 1914, un giro en el rumbo, “no categórico pero significativo: digamos de 30 grados”, para después sí desbarrancarse: “Les habría sorprendido saber, a los invitados extranjeros, que la Argentina cien años después no celebraría su prosperidad sino que se lamentaría de su miseria”. En el medio, si algo bueno hubo fue porque continuó con las políticas de 1910 o porque se trató de un resto aún vivo de ese entonces. En la revista Viva de Clarín, del 16 de mayo, en la principal entrevista del número especial sobre los 200 años, leemos a Romero: “Voy a decir una trivialidad, pero la Argentina fue un país espectacular entre las últimas décadas del siglo XIX y mediados del siglo XX. Yo alcancé a conocer un pedacito en la década del 60...”. Era cantado que usted, que tiene la oportunidad de ingresar con sus ideas en los baños de miles de familias burguesas, no iba a desaprovechar la oportunidad. ¡Mejor afuera que adentro! Lo decimos por él, no por nosotros que seguimos con la revista en las rodillas, colorados por prestarle atención a lo que nos dice. Más generoso que sus colegas, amigos y conmilitones, Romero no se abstiene de casi nada: tan pertinente encuentra la figura de la caída que en un artículo aparecido en la revista Ñ del diario Clarín, del sábado 24 de abril de este año, luego de señalar que “la que Más generoso que sus colegas, amigosyconmilitones,Romero no se abstiene de casi nada: tan pertinente encuentra la figura de la caída que en un artículo aparecido en la revista Ñ del diario Clarín, del sábado 24 de abril de este año, luego de señalar que “la que hoy nos toca vivir” es “una Argentina deca- dente”, subraya que “el meollo del desafío de la hora está en la reconstrucción de un Estado capaz de pensar políticas esta- tales o políticas nacionales”. Para rematar y que no queden dudas: “Un Estado como el que tenían los hombres del Cente- nario”. Que nadie se confunda, no se trata de cualquier Estado sino precisamente de ése.
  • 236. 235 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones hoy nos toca vivir” es “una Argentina decadente”, subraya que “el meollo del desafío de la hora está en la recons- trucción de un Estado capaz de pensar políticas estatales o políticas nacionales”. Para rematar y que no queden dudas: “Un Estado como el que tenían los hombres del Centenario”. Que nadie se confunda, no se trata de cualquier Estado sino precisamente de ése. Es Tulio Halperin Donghi quien usa la expresión “foco de positividad”, y lo hace para referirse al modo en que el primer revisionismo, el de los años 30, había mirado al pasado rosista. Porque, a su entender, esa empresa política y cultural producía una narrativa deca- dentista de la historia argentina, en la medida en que encontraba en los años del gobierno de Rosas aquellas polí- ticas virtuosas que luego no habían sido sino olvidadas por los responsables de los sucesivos gobiernos. Enfriado el siglo XIX, en un tablero de otras dimensiones, estas intervenciones de LuisAlbertoRomeroparecensituarnos frente a una nueva visión decadentista del pasado. Mientras que la del primer revisionismo estaba alimentada por la crisis del 30 –por lo tanto, con los signos de agotamiento de una forma de ligarse con la economía mundial– y por la añoranza de un Estado que, suponían, había sabido situarse por encima de las clases de la sociedad bonaerense; esta otra no hace sino cele- brar ese vínculo, pero lo que cuestiona acerbamente son las formas sociales y políticas, el Estado, que no permiten hacer uso eficaz de las oportunidades, tan abiertas en 1910 como en 2010. En aquel entonces aprovechadas, en éste desperdiciadas. El mismo día en que se publica en Ñ el artículo de Luis Alberto Romero, en el diario La Nación se hace un elogio más preciso de una política de Estado del Centenario. Se trata de uno de los clásicos artículos de opinión del diario de los Mitre, en este caso firmado por Alejandro Poli Gonzalvo. Si no se conocen, los presentamos. Destaca los programas policiales llevados adelante por Ramón L. Falcón, un señero cuadro de ese Estado, cosa que de ningún modo ignora Romero que, en Mirando el Bicentenario, si bien opta por no mencionar esas políticas, sobre él sólo indica que fue “asesinado en 1909 por un terrorista anar- quista”. El elogio de Poli Gonzalvo desemboca en una celebración de la nación del Centenario, para recomendarle a la de nuestros días que siga sus pasos, por empezar en materia policial. ¡Tanto esfuerzo invertido en desmarcarse de mitologías para terminar enredados a una narración anquilosada! Porque si la fracción de nuestra intelectualidad a la que está ligado Romero tuvo un enemigo, ése fue el esencialismo, al que buscó detrás de decenas de máscaras pero al que encontró sin falta tras la del revisionismo. Allí denunció una lectura de la historia y una posición ante la cultura dominadas brutalmente por la política. Y, ahora, como si fueran sus discípulos –sólo formales, Romero, no sume un nuevo motivo para su pesar–, atan cada consideración sobre el pasado a un precipitado juicio político sobre Porque si la fracción de nuestra intelectualidad a la que está ligado Romero tuvo un enemigo, ése fue el esen- cialismo, al que buscó detrás de decenas de máscaras pero al que encontró sin falta tras la delrevisionismo.Allídenunció una lectura de la historia y una posición ante la cultura domi- nadas brutalmente por la polí- tica. Y, ahora, como si fueran sus discípulos –sólo formales, Romero, no sume un nuevo motivo para su pesar–, atan cada consideración sobre el pasado a un precipitado juicio político sobre el presente.
  • 237. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones 236 el presente. ¡Triste destino! Más de un esfuerzo hicieron por inaugurar un nuevo tiempo para nuestra vida pública, haciendo tabla rasa de las tradiciones culturales agitadas por la política, y terminan aupados en una de ellas. Creían haber conquistado una novia virgen y los descubrimos con una momia. No se desesperen, hay cosas peores. Ahora bien, esta convergencia entre el liberalismo y una parte de quienes parti- ciparon activamente en la renovación de la universidad a principios de los 80, se estaba perfilando desde hace décadas. Pero, claro, nunca con tantos pelos y señales. Quizá desde el momento en que un libro como El orden conservador de Natalio Botana fue recibido con entu- siasmo por intelectuales que venían de trayectorias políticas y teóricas ligadas al marxismo. Publicado en 1977, este libro desliga la política de las fuerzas de la sociedad. Si apenas cinco años antes, a Tulio Halperin Donghi en Revolución y Guerra, le era imposible hacer historia política desentendiéndose del accionar de los sectores populares, Natalio Botana produce un análisis del sistema político nacido en 1880 en el que apenas llegan voces que no sean las de sus propios constructores. No llama la atención, entonces, que La Nación lo comente en su edición del 24 de diciembre de 1977 –recomendación oportuna para dejar un buen regalo en el arbolito de Navidad–, señalando que “el Dr. Natalio Botana define y ubica a los hombres que en circunstancias críticas de la vida argentina tuvieron la responsabilidad de conducir, de resolver y de pensar en el futuro de la Nación”. Para completar: “Son –como señala el autor– los que ‘implantaron un sistema de dominación, lo conservaron, lo defendieron y hasta lo reformaron’”. Por obra de esta reseña, diciembre de 1977 parece una fecha más, inscripta en la normalidad de la vida de una sociedad. El primer número de la revista Punto de Vista, de 1978, también le hace lugar al libro de Botana y con argumentos que no desentonan. Donde La Nación remarcaba a “hombres de la talla de Joaquín V. González e Indalecio Gómez”, Punto de Vista descubre con cierta sorpresa a “notables reformadores”. Para concluir con el vaticinio del rol que le corresponde: “El libro de Botana demuestra que la interrogación sobre la legitimidad, no en términos éticos sino sociológicos, puede proporcionar una perspectiva útil a la historiografía política”. 1910 se normaliza gracias a El orden conservador, sacándose de encima cualquier huella de dramaticidad social. En la misma senda, el artículo que publican en 1980 Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo, “La Argentina del Centenario: campo intelectual, vida literaria y temas ideológicos”, ostentoso por sus novedades teóricas, produce un efecto similar. Después de todo, sus temas principales, “la constitución de la ideología de artista”, “la profesio- nalización del escritor”, “la cuestión de la identidad nacional”, aproxima nuestra experiencia a la que, gustan suponer, fue la de las modernidades occidentales. Parecía un juego de niños, al menos para las capas medias, lo que ocurría en 1910, en comparación con lo que estaban viviendo en 1977. Sólo el miedo puede llevar a encontrar normalidad en el Centenario, sólo la inmensa desorientación explica que se Parecía un juego de niños, al menos para las capas medias, lo queocurríaen1910,encompa- ración con lo que estaban viviendo en 1977. Sólo el miedo puede llevar a encontrar normalidad en el Centenario, sólo la inmensa desorienta- ción explica que se encuentre en esa coyuntura el punto al que amarrarse y conjurar un presente ominoso.
  • 238. 237 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones encuentre en esa coyuntura el punto al que amarrarse y conjurar un presente ominoso. Otro de los tantos desatinos escritos en esos años. Y, por supuesto, ¿cómo no sentir miedo en 1978 cuando, tal como señala Pilar Calveiro, el campo de concentración producía efectos que se ramificaban en la sociedad toda? El seudónimo con el que se firma la reseña de El orden conservador en Punto de Vista nos recuerda el peligro que acecha. Entre paréntesis: ¿de qué sentía miedo Natalio Botana? Como aconseja el poema de Urondo, tengamos piedad. No obstante ya esté aquí presente la fascinación por la experiencia del libe- ralismo argentino, que marcó a buena parte de la producción cultural e historiográfica de las décadas posdicta- toriales, el asunto no se llegaba a plan- tear con la contundencia y, a la vez, la transparencia que hoy se le imprime. Se prefirió el tono mesurado, asép- tico, de cientista. Tomemos entonces otra medida, abordemos otra relación posible. De vuelta en Debates de Mayo, el libro compilado por Nun en 2005, cuando la guerra parecía haber alcan- zado una tregua y esta nueva mirada decadentista sobre nuestro pasado no terminabadedefinirse.NatalioBotana, Lilia Ana Bertoni e Hilda Sábato fueron invitados a tomar la palabra y luego a escribir sobre 1910; se trata del capítulo en que la jornada y el libro pretenden ceñirse sobre esa coyuntura. Botana nos advierte que el suyo va a ser un abordaje de la “historia política”. ¿Qué le resulta fundamental entonces deresaltarsobre1910ylapolítica?Que se encuentran en discusión ideas de las tendencias que llama “reformista” y “regeneracionista”, con exponentes ambas tanto dentro del régimen como en la oposición. Convencidos de que hay que transformar un orden polí- tico signado por el “caciquismo”, de un lado Joaquín V. González y Juan B. Justo, del otro Roque Sáenz Peña e Hipólito Yrigoyen, ponen en movi- miento estrategias diversas para dar lugar a esa transformación. Una vuelta de tuerca a El orden conservador. A Botana le sobra oficio para que suene verosímil y significativo, pero sobre lo que acontecía en 1910 no agrega mucho más. En su escritura, el cruce entre la ciencia política y la historia de las ideas oficia de antídoto contra acontecimientos, sucesos ciertos. ¿Qué hace Lilia Ana Bertoni ante 1910? No mucho más que renovar sus credencialesantiesencialistas,alertando sobre el nacionalismo cultural que, de la mano de Gálvez, Rojas y Ramos Mejía, se le ocurre estaba agriando los esplendores de las celebraciones y de una prosperidad que era vía segura para el ascenso social. Hilda Sábato también hace gala de su fe multicul- turalista y pluralista, pero nombra un poco más; apretado, en pocas líneas, menciona a la Ley de Residencia, a manifestaciones obreras que buscan su derogación en 1910, a la represión estatal y a jóvenes que hacen destrozos de locales anarquistas. ¡Así profesora que pasó todo esto! ¡Siga contando! Pero cambia de tema. Porque lo que le interesa a Hilda Sábato es mostrar que el modelo de nacionalidad, soste- nido en un fuerte relato sobre nuestros orígenes, no fue sólo impuesto desde el Estado, sino que era compartido por amplios sectores de la sociedad. Desde, previsiblemente, los sectores movi- lizados por el oficialismo, hasta los anarquistas de Ideas y figuras que, para criticar la represión, apelan al relato nacional. Ésta es su preocupación, no lo otro. Para finalizar aclarando que depende de nosotros si en el futuro
  • 239. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones 238 triunfa el esencialismo nacionalista o una visión pluralista. Muy lindos los objetivos, muy bien intencionadas las ideas, pero en la maniobra nos hizo ver algunas cosas que nos interesaron mucho más que estas paparruchadas, perdón, que estas opiniones. Sucede, en efecto, que a los tres los convocan mucho más las ideas y la interpreta- ción que lo efectivamente sucedido, como si a ellos no les correspondiera hablar de esas cosas demasiado fácticas, demasiado reales. Ahora bien, quizá valga sospechar que no se tomaron muy en serio la invi- tación a participar de ese encuentro, que se contentaron con garabatear un punteo una hora antes de salir para la Biblioteca, suponiendo que se lo llevaría el viento. El susto de 2001 estaba cerca pero tampoco tanto para olvidar lo que los venía distanciando, desde hace tiempo, de los anfitriones. Además, dado el perfil del encuentro, en una de ésas supusieron que quedaría mejor hablar de ideas que de 1910. Probablemente algo de esto haya inter- venido en el carácter vago, tan general de sus ponencias. Pero en los días previos al 25 de mayo de 2010, Canal Encuentro emitió un programa que tiene a los historiadores como prota- gonistas estelares, un documento que permite entrever el funcionamiento de una corporación, con las lealtades que la atraviesan, su búsqueda de legitima- ción pública, con sus discusiones más o menos soterradas y sus genuflexiones. Maravilloso. Por su propia elección, el programa lleva por título Los caminos de la Revolución. 200 años después y, claro, tiene como tema principal la Revolución de Mayo. Ahora sí se visten con sus mejores prendas, dispuestos a dar lo mejor que tienen. ¿Con qué nos encontramos? Por ejemplo, con la proeza discursiva que llevan adelante Hilda Sábato y Luis Alberto Romero que les permite tomar por varios minutos la palabra –también, lamenta- blemente, ponerle el tono al programa– sin referirse a ningún acontecimiento, a ningún hombre o mujer de carne y hueso, incluso a ningún libro de aquel entonces. Sábato: “El pueblo aparece como la fuente de soberanía, la fuente de poder y muy pronto las normas establecieron que ese pueblo estaba compuesto por ciudadanos y que los ciudadanos eran individuos libres e iguales entre sí y, a su vez, que eran titulares de derechos políticos y civiles. Por supuesto que en la práctica esto fue bastante más complicado pero, en todo caso, las formas representativas de gobierno implican que se desarrollaron formas necesarias de relación entre gobernantes y gobernados. Canales, redes que implicaron una participación política muy amplia”. ¡Benditos ciuda- danos y bendita práctica! Y Romero duplica la apuesta: “Tanto el radica- lismo como el peronismo, que son nuestras dos grandes expresiones polí- ticas democráticas, se presentaron a sí mismos como la expresión auténtica del pueblo y de la nación. Quien no era radical o peronista no era un adver- sario, sino alguien que estaba fuera de la nación. Esos son caminos diferentes pero todos concurrieron para crear una matrizculturalypolíticaintoleranteque me parece ha sido decisiva en la política argentina del siglo XX”. ¡Glup! Detrás de tan sesuda apreciación general, ¿qué queda de la revolución? Apenas lo que alcanzan a recuperar algunos de los otros participantes, migajas. Como si no hubiera nada nuevo que contar, como si ya no quedara aspecto que estudiar, como si ya hubieran sido transitados todos los archivos.
  • 240. 239 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones “El mirador del Bicentenario”: cree Romero –y, con él, una porción significativa de intelectuales e histo- riadores– ver el pasado desde la altura privilegiada de un mirador. Nos invitan a que allí nos situemos y echemos una mirada a través de sus ojos. Cuadros muy amplios, hechos de ideas y palabras elevadas. Mucho más que de historiador, esta mirada impermeable ante los hechos es de ideólogo. Romero es presentado, en el programa de Encuentro, por un “joven” historiador: “Él me ha ense- ñado sobre todo el valor que tienen las ideas como guías de viaje. En este Festejos del Centenario
  • 241. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones 240 maremágnum que es la vida, uno tiene que guiarse por alguna cosa y la guía son las ideas”. Quizá sea cierto lo del maremágnum, además dio en la tecla, pero no se deja engañar, no se puede confiar tanto en las ideas, menos en un país como el nuestro con la marca jesuita en el orillo. El recurso por las ideas es la manera que han encontrado para faltar al motivo teológico que, según Adorno, lo llevaba a Benjamin a “llamar a las cosas por su nombre”. ¿No será demasiado? ¿Botana leyendo a Adorno? ¿Bertoni subrayando un libro de Benjamin ofuscada por su aban- dono de la dialéctica? ¿Tiene Romero en secreto, entre sus textos favoritos, Verdad y mentira en sentido extramoral? Al decir suelto de cuerpo cosas de este tipo, ¿no nos estará tomando el pelo el inconfesable nietzscheano? “En el siglo XX la Argentina desarrolló una idea de nacionalidad enfermiza y casi diría peligrosa. (¿En 1910 también? ¡Nombres, Romero, por favor!). Se abandonaron los principios liberales de la Constitución de 1853 (¿Tan sencillo? ¿Quién los abandonó? Mejor, ¿alguien alguna vez los hizo propios? Su padre era lector de Martínez Estrada, busque bien en la biblioteca) y se adoptó la idea de que la Argentina debía tener una nacionalidad única, basada en una unidad cultural que se llamó ser nacional”. (Nada a favor del ser nacional, pero no todo es lo mismo, Luis Alberto, discierna por favor). A la invitación a hablar sobre 1910, responde con lo mismo que usa para referirse a 1810: con ideología y, vale aclarar, con una ideología ya incapaz de recoger o producir conocimientos. ¡Hacíafaltatantaaguaparaapagartanto fuego! En la base de la nueva lectura decadentista del pasado argentino se encuentra esta negación de la historia. El festival, tal como lo imaginó José Nun, no existió pero, dados algunos caminos que viene recorriendo nuestra sociedad, hoy una lectura del pasado como ésta no encuentra un territorio sencillo para imponerse. No pocos de los obstáculos que se interpo- nían entre lo sucedido en el Centenario y nosotros fueron removidos. Incluso en Debates de Mayo, nos encontramos con un artículo de Fernando Devoto que desentona con la lectura de sus colegas. Muy cerca del archivo, Devoto recorre el mes de mayo de 1910. Entre otras piezas, recoge esta descripción de un periodista italiano: “Durante las fiestas de mayo no había en Buenos Aires otra cosa que cortejos que desfi- laban por horas cantando el Himno Nacional; de este modo, no educado en participar del sagrado fuego nativo por el himno y la bandera, caminar por la calle se había convertido en una into- lerable molestia y un odioso tormento, porque los renuentes eran silbados y amenazados hasta que su dura cabeza no se descubría”. Si en este caso, quizá no más que un detalle, la violencia quedó atrapada en gestos previos, a través de una carta que Gregorio Soler le envía a Julio A. Roca, nos enteramos de que durante esos días se produjeron una serie de “asaltos”. Soler se refiere al que arrasó con “un boliche de imprenta que publicaba el diarucho La Protesta” y, según cree, el gobierno nacional estaría detrás de estos incidentes. Devoto completa: los asaltos también fueron al periódico La Vanguardia y a una biblioteca y dos locales de orga- nizaciones judías. Una carta del Club Israelita, dirigida a Figueroa Alcorta, hacía esfuerzos por mostrar que ningún vínculo los unía al anarquismo, buscando poner límite a lo que, nos deja intuir, habían vivido miembros
  • 242. 241 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones de su comunidad durante esos días. Si de asaltos se trata, hay uno al menos que no señala Devoto, pero que vuelve hasta nosotros en una oración de una crónica escrita por Rafael Barrett y que fue reeditada en 2008. Este anar- quista de origen español y que residía en Paraguay, en uno de los escritos que conforman El terror argentino, publicado por primera vez en 1910, se refiere a los dandys porteños que si hubieran estado en la Roma de Nerón, lo habrían acompañado en su pasión incendiaria, tanto era el desagrado que les producía la realidad popular surgida en Buenos Aires. “Hoy os tenéis que contentar con pegar fuego a las tablas del circo de Frank Brown”. En el librito que Dardo Cúneo le dedica en 1944 a quien fuera un célebre payaso, se puede apreciar algo similar a la vergüenza pero también a la incomprensión: ¿por qué una carpa que alojaba un espectáculo ingenuo –con permiso oficial para instalarse en la esquina de Florida y Córdoba– fue destruida por obra de “patotas”? No indaga, Cúneo, continuar con su empresa encomiástica. El historiador inglés Daniel James, en un artículo de la segunda mitad de la década de 1980, menciona el episodio para trazar una sugestiva y precisa comparación con la ocupación del espacio urbano por parte de los sectores populares en las jornadas de octubre de 1945. Horacio Salas, en su libro El Centenario, acom- paña la narración del suceso por las crónicas periodísticas de los grandes diarios de la época, que primero alen- taron y luego disculparon al incendio realizado por “indios bien”. Evidentemente, Rafael Barrett escribió esta crónica en los primeros días de mayo –el incendio de la carpa fue el 4–, porque si a la información aportada por Devoto, le sumamos lo que sobre esos días escribe el líder anarcosindicalista Sebastián Marotta, confirmamos que el de Frank Brown no fue el único asalto que terminó en incendio, no se confor- maron con esas tablas. “Para dar cuenta de los diarios y locales obreros formose una muchedumbre de gente adinerada, diputados, empleados de gobierno, sirvientes, policías y militares (...). Sus primeros pasos fueron dirigidos hacia La Protesta, en la calle Libertad 837. Una vez frente al diario anarquista, la multitud, frenéticamente exaltada destrozó las puertas con los machetes de los vigilantes y, segura de que no hallaría resistencia, atacó las inermes máquinas de imprenta, los muebles, las máquinas de escribir, los libros, etcétera. Luego, prendiole fuego”. El lunes 16, con el respaldo del estado de sitio, una multitud de similares caracte- rísticas quiso diri- girse a Barracas y a la Boca con idén- ticos fines. Pero antes de llegar se enteraron de que los obreros de esos populosos barrios estaban dispuestos a hacerles frente. Natalio Botana, otro de los autores de Mirando al Bicentenario, señala que entre 1910 y 1916 “el ambiente social y cultural, político y económico, era –qué duda cabe– hospitalario”. Es cierto que se refiere a los visitantes oficiales extranjeros, no Después de más de un cuarto de siglo de producción inte- lectual e historiográfica sin restricciones a la libertad de expresión, por lo tanto, con la vigencia de condiciones que son las que se reclaman en pos de los avances del conocimiento y de la cultura, ¿cómo entender que se desatiendan estos datos que son parte de 1910? Si, con Nietzsche, es inevitable que algo del pasado sufra cada vez que se lo interpreta, ¿por qué la predilección por sacrificar esta zona? Sin sonrojos, se le sobre- imprime que “la nacionalidad de 1910 era plural, tolerante y liberal, no excluía a nadie y ponía en primer término las ideas de ley y patria”.
  • 243. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones 242 al común de las gentes. ¿Cómo explicar una afirmación como ésta? ¿Estupidez? ¿Desprecio de clase que se continúa e incluso sobreactúa? Una y otra cosa en dosis generosas. Salvadora Medina de Onrubia, familiar de Botana, conocía muy bien a Marotta, incluso se conserva el relato de cómo juntos, en la multitud, resistieron la embestida de la policía montada, los cosacos, en el cementerio de la Chacarita, en enero de 1919. En el libro de Marotta, El movimiento sindical argentino, la virulencia del ataque contra los trabajadores y los sectores populares en 1910 no es muy distinta a la que tiene lugar en 1919. Incluso en la hora de la interpretación, cuando Devoto parece querer poner paños fríos al cuadro de situación que ha planteado –“Incluidos y excluidos los hay en todos los casos”–, en una misma constelación coloca a esas dos fechas. Hay otro incendio que está presente en esa coyuntura. Nos enteramos de él por la película El último malón, estrenada en 1917, que documenta y ficcionaliza lo que había sucedido en 1904 en la localidad de San Javier, en el límite con el Chaco. La película, muy difícil de ver durante décadas, conoce una nueva vida ya que fue restaurada por los investigadores a cargo del Museo del Cine. Sobre las condiciones de trabajo a las que eran sometidos los pobladores indígenas, Juan Bialet Massé ha dejado un testimonio difícilmente refutable, contemporáneo al levantamiento. Sobre la última parte de la película, el típico cartel nos dice: “Por espacio de dos horas el pueblo estuvo expuesto a la saña del indio que correteaba por las calles”. Pero la batalla se define con la derrota de quienes habitaban en los bordes del poblado. En ese momento “la valerosa juventud sanjavierina sale a perseguir a los fugitivos”. Y, mientras en algunas estancias siguen los enfren- tamientos y algunos indígenas curan sus heridas, “los vecinos del pueblo pusieron fuego a la toldería”. A través de una toma cenital, vemos arder ahora una maqueta. La escena es trabajosa, lo que refuerza la impresión de que no podía faltar. Este fuego también sobre- vuela el Centenario. Como se sabe, en El juicio del siglo, Joaquín V. González remarcó la exis- tencia en la trayectoria histórica argen- tina de una “ley del odio” o “ley de la discordia”, que viene amenazando con malograr la enorme vitalidad de la sociedad. “Acaso más que en ninguno de sus contemporáneos, la pasión de partido, las querellas domésticas, los odios de facción, la ambición de gobierno o de predominio personal, constituyen una de las fuerzas más permanentes y decisivas en el dina- mismo general de todo el país”.  De este escrito, publicado por primera vez en el número especial que La Nación le dedicó al Centenario, y en sintonía con esa “ley del odio”, se puede desprender, por ejemplo, el enfrenta- miento entre Roca y Figueroa Alcorta, que hizo que el primero no estuviera en Argentina para las celebraciones. Pero no hay lugar para estos asaltos e incendios, porque la preocupación de Joaquín V. González es por el indis- ciplinado funcionamiento de la elite política. Quien sí va a referirse al odio de clase es el Partido Socialista, a través de un manifiesto difundido en mayo de 1909, luego de la repre- sión del 1º de mayo, a cargo del jefe de policía, coronel Ramón L. Falcón, que dejó un número incierto de muertos. “Su patriotismo les permite pedir a los patrones extranjeros que manden sus peones argentinos a votar por las facciones de la política criolla (...) Pero
  • 244. 243 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones les hace mirar con odio tanta altiva reclamación obrera, toda tendencia política genuinamente popular y, en su incapacidad para comprender el movimiento obrero, y adaptar a él sus actividades de clase gobernante, no encuentra argumento mejor que acusarlos de extranjero”. Este docu- mento es reproducido extensamente por José Luis Romero en Las ideas en la Argentina del siglo XX, cuya primera edición es de 1965, en el capítulo “El espíritu del centenario”. Marc Bloch hacía suyo un proverbio árabe: “Los hombres se parecen más a su tiempo que a su padre”. Y a Luis Alberto le tocó un tiempo signado por el miedo, de gran conservadurismo, pero también, convengamos, se supo adaptar a él e interpretarlo con esmero. Después de este breve recorrido, ¿cómo entender la aparición de una lectura del pasado que deja de lado, ya sin ambigüedades, cada uno de estos sucesos? Después de más de un cuarto de siglo de producción intelectual e historiográfica sin restricciones a la libertad de expresión, por lo tanto, con la vigencia de condiciones que son las que se reclaman en pos de los avances del conocimiento y de la cultura, ¿cómo entender que se desatiendan estos datos que son parte de 1910? Si, con Nietzsche, es inevitable que algo del pasado sufra cada vez que se lo interpreta, ¿por qué la predilección por sacrificar esta zona? Sin sonrojos, se le sobreimprime que “la nacionalidad de 1910 era plural, tolerante y liberal, no excluía a nadie y ponía en primer término las ideas de ley y patria”. En la entrevista que Verónica Gago le hace a Beatriz Sarlo en 2009, a propó- sito de la publicación de su libro La ciudad vista, esta crítica señala: “En La modernidad periférica (de 1988) tenía la idea de que la modernidad triunfante de los 20 podía venir, este libro, en cambio, no tiene idea de ningún regreso. La Argentina no tiene regreso. No va a volver a lo que fue. No hay ninguna restauración. El cambio ha sido tan brutal que no queda ningún fundamento sobre el cual restaurar”. No es lo mismo los 20 que el 10, pero el movi- miento se empa- renta, la caída. Se trata de la inmensa desilusión que atraviesa a lo que Sarlo denomina en la misma entre- vista como “la franja del progre- sismo argentino”. ¡Menos mal que no estamos en sus pellejos! Funda- mentalmente, desilusión con la experiencia demo- crática iniciada en 1983, a la que habían apostado con énfasis. Desilusión ante la expec- tativa de que Argentina se reencontrara con la modernidad que imaginan alguna vez fue. Se podría suponer que un sueño de esas características habría salido direc- tamente maltrecho de los años de la dictadura, pero no, todo lo contrario. Tampoco se vio dañado por el ocaso de la primavera democrática e, incluso, la decepción ni siquiera tuvo estos acentos pesarosos y decadentes durante los gobiernos de Menem y de la Alianza. El hoy severísimo Romero, poco antes de las jornadas de diciembre de 2001, dejó escrito en la reedición de uno de sus libros que más ha rodado, Breve historia contemporánea de la Argentina, Contra lo que las jornadas de 2001 pensaron de sí mismas, incluso quizá contra lo que el kirchnerismo piensa de sí mismo, ambas situaciones encadenadas han hecho reapa- recer a las clases. Desde ya, poco tiene esto que ver con los manuales ortodoxos, esta vuelta está mucho más ligada al odio que al amor, a la desi- dentificación que a la identi- ficación. Como expresión del momento en el que parecen haber hecho agua los univer- sales que organizaron los años de la posdictadura, se revela imposible su uso y se buscan otras palabras.
  • 245. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones 244 que “a diferencia de los sindicatos, los partidos políticos gozan de una salud excelente”. Puesto en intelectual, no contento con haber trazado una imagen del siglo XX en la que se borran los conflictos, lo que subraya en 2001 es fundamentalmente la normalidad de la experiencia política iniciada en 1983. De la página 297 a la 308, deliciosas. La nueva lectura decadente del pasado argentino tuvo que esperar para revelarse que se produjera la crisis de 2001 y la salida que se puso en movimiento desde 2003 con el kirchnerismo. La de las clases quizá haya sido una de las expulsiones discursivas fundamen- tales, nacida de los años del último gobierno militar, y uno de los pilares que apuntaló los posicionamientos y las producciones culturales y políticas de la larga posdictadura. Un texto con no pocas virtudes, me refiero nuevamente a “La Argentina del Centenario...” de Altamirano y Sarlo aborda El diario de Gabriel Quiroga de Manuel Gálvez –donde queda marca contundente de los asaltos referidos–, refiriéndose a la ideología esteticista, a la xenofobia, al nacionalismo, pero lo que está fuera de su horizonte es pensarlo en clave de una intensificada enemistad de clase. Desde El orden conservador hasta La ciudad vista, se señalaron cuestiones de la vida política y económica, de la arquitectura, de las ideas y de las instituciones, pero pres- cindiendo, o dejando muy de costado, el sesgo que le diera lugar a las clases y a su enemistad. Incluso quienes quisimos discutir con esta “franja del progresismo argentino”, nos vimos afectados por esa expulsión. Contra lo que las jornadas de 2001 pensaron de sí mismas, incluso quizá contra lo que el kirchnerismo piensa de sí mismo, ambas situaciones encadenadas han hecho reaparecer a las clases. Desde ya, poco tiene esto que ver con los manuales ortodoxos, esta vuelta está mucho más ligada al odio que al amor, a la desidentificación que a la identifi- cación. Como expresión del momento en el que parecen haber hecho agua los universales que organizaron los años de la posdictadura, se revela imposible su uso y se buscan otras palabras.Javier Trímboli
  • 246. 245 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones A la vanguardia como siempre, Romero protagoniza en el libro Mirando al Bicentenario una serie de enredos en esta dirección que son todo un regalo. Por empezar, comparte la autoría del mismo con Natalio Botana, George Clemenceau, Rosendo Fraga. No importa que uno de ellos haya muerto hace casi un siglo, en pie de igualdad se colocan los cuatro autores, en estricto orden alfabético. No se trata sólo de la reedi- ción del clásico libro de Clemenceau, eso no los conformaría; en Mirando al Bicentenario lo que refulge es fraterni- zación, la posibilidad de ser parte de aquel momento dorado. Sus mismos nombres y apellidos, rodeando a la ilustre visita de 1910, nos recuerdan también otras épocas, la de sus padres o familiares cercanos. Encantador. A un panegirista de la clase media y de la ciudadanía, como venía siendo Romero, el guardarropa de la historia le tenía reservado smoking, galera y bastón. No cree entonces nece- sario poner siquiera comillas para decirnos que “Carlos O. Bunge temía la mezcla con las razas inferiores”. La identificación fluye con tanta natura- lidad que él pasa a temer lo mismo. O, al referirse a la “irritación” de las elites tradicionales con el peronismo: “No se lamentaron de la instaura- ción del comunismo, sino de la deca- dencia de la cultura”. Diagnóstico entonces compartido, que se refuerza por el hecho de que, así nos lo dice, los sectores medios, a diferencia de la “oleada de recién llegados”, (las comi- llas son sólo mías) habían apreciado sin mengua “la tradición cultural de las elites”. Luis Alberto Romero funciona como la prenda de recon- ciliación entre esas clases medias y las elites. En el reverso de la proleta- rización de los 70 –¿la habrá imagi- nado Romero? Sarlo seguro que sí–, ahora se trata de la aristocratización. Rendido ante la autoridad de esa tradición y con el fin de incluirse del todo en ese “foco de positividad”, bien podría Romero sumarse a algunas de las fotos que trae el libro, con la ines- timable ayuda del photoshop. Reco- mendación: junto a la infanta Isabel y a un toro de noble raza, en la Estancia San Juan, de Leonardo Pereyra Iraola, secretario de la Sociedad Rural Argentina; con un libro en la mano y la pipa, para guardar algún parecido con el padre. Esperemos eso sí que no se haya pescado el mal francés que hacía estragos entre los de su clase. ¡Qué decadentes! Mientras que Mirando al Bicentenario nos permite ver la posición de clase deseada, La ciudad vista subraya la desafección, aquello que ya no se quiere siquiera ver. Dice Sarlo en la entrevista referida: “Las arquitecturas que quedan enfrentando el barrio Charrúa, después del Polideportivo de San Lorenzo, son realmente arquitec- turas de pesadilla. Y las llamo arqui- tecturas porque no hay otra forma de llamarlas: son autoconstrucciones que representan una tipología monstruosa, en la cual es muy difícil que se implante una buena sociedad”. Verónica Gago le repregunta, señalándole que se trata de construcciones similares a las que abundan en El Alto de La Paz. Pero no hay caso, obsesionada como se había mostrado en el libro por la casa de cuatro pisos de Carabobo y Castañares, no tiene ninguna inten- ción de dar marcha atrás. “Ominosa barraca” llamaron desde la prensa, en sintonía con prestigiosas capas de la opinión pública, al circo de Frank Brown en 1910, antes de hacerlo
  • 247. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones 246 arder. ¿Qué quiere que le diga, Sarlo? Uno realmente tiene serias sospechas de que se pueda construir una buena sociedad sobre la base de la arquitec- tura de las Lomas de San Isidro, de Coronel Díaz y Santa Fe, de Caballito, de Ayres del Pilar, de Palermo Soho. O, como a usted le gusta tanto, de Berlín. El listado podría ser larguí- simo, infinito. Eso sí, si fuera uno de los vecinos de la casa de Carabobo y Castañares, “especie de precaria mons- truosidad”, tomaría recaudos ante sus palabras. Es cierto que son sólo eso, palabras, nada que ver con los hechos, pero nunca se sabe. Llegados a este punto, donde el festival imaginado por Nun se transformó en esto otro más inquietante, se impone no obstante la impresión de que no hay mucho más que discutir. Quizá sea pasajera. La desilusión que a unos los embarga con la experiencia demo- crática argentina es nuestro contento. Moderado, de baja intensidad, pero contento al fin.
  • 249. 248 El Bicentenario y los usos de la historia Por Tomás de Tomatis El combate por la historia tuvo hitos memorables. Célebreseinsoslayablespolémicasqueobrancomo sombra de toda reflexión sobre la práctica histo- riográfica. Nacida del erudito documentalismo de Bartolomé Mitre y de la búsqueda de fuentes hete- rodoxas para la construcción del relato histórico de Vicente Fidel López, y hundida en el clásico debate entre la tradición liberal y el revisionismo histórico, cuyos coletazos percibimos aún en estos tiempos, la historiografía sigue parapetándose en una oposición que no logra renovar sus lenguajes clásicos. Acosados por las técnicas mercantiles de la producción editorial y por la agitación televi- siva, los historiadores profesionales se refugian en la tradición aséptica de la elite ilustrada mientras que sus oponentes, los revisionistas, no advierten hasta qué punto sus observaciones fueron estan- darizadas para el formato mediático. Unos y otros deambulan entre el rencor y la adaptación a un exitismo cuyos efectos lucen desproblematizados. Bajo estas preocupaciones, Tomás de Tomatis analiza los recientes festejos del Bicentenario a partir de las expresiones del grupo Fuerza Bruta, y delaexposiciónEllaberinto,parquetemáticodelas antinomiasargentinasdelosartistasDanielSantoro y Francis Estrada. En ellas, el autor encuentra una originalidad dada por la combinatoria de los materiales de la historia y las escenificaciones elaboradas con recursos y montajes asombrosos capaces de sugerir una nueva imaginación histó- rica que de cuenta de los dilemas contemporáneos.
  • 250. 249 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones En su no tan olvidado libro Combates por la historia, Lucien Febvre había practicado una severa crítica a los volúmenes de Oswald Spengler, La decadencia de Occidente, y los poste- rioresdeToynbee,Estudiodelahistoria. Los que comenzamos estudios univer- sitarios hacia comienzos de los años 60, aún recibíamos los ecos del fervor con el que se habían leído ambos ensayos históricos. En Argentina, personas de disímil orientación ideológica, los citaban con entusiasmo. Un encum- brado intelectual de época, Ernesto Quesada, de simpatías bismarckianas, había sido amigo personal de Spengler. El diario La Nación se congratulaba con Toynbee. Pero los dos historia- dores y ensayistas, el alemán y el inglés, llamaban la atención por los grandes panoramas históricos que ofrecían, por la idea de que toda forma histórica aparecía y declinaba bajo los mismos ritmos, casi equiparables a los ciclos biológicos, pero sobre todo, en el caso de Spengler, por la audacia de sus comparaciones –recuerdo una entre la música contrapuntística y la inven- ción del cheque en los intercambios financieros–. Todo esto ponía ante un mayor desafío a la historia tradicional, incapaz de crear grandes metáforas culturales y solicitar audaces cotejos de hechos de apariencia antagónica, no por su significado específico sino por el contraste de su forma. Febvre recuerda algunos ejemplos del estilo spengleriano: la relación entre la geometría euclidiana y las ciudades griegas, entre el teléfono y el sistema bancario de crédito... Cuando apareció Foucault, muchos percibieron un aire familiar en los pases mágicos que contenía Las palabras y las cosas, por ejemplo, entre el sistema dinerario y las clasificaciones botánicas. ¿Entonces también había hecho Spengler una historia “epistemológica”? Lo que Febvre quería proponer era una gran perplejidad respecto al modo en que Spengler (y Toynbee) habían inte- resado al denominado gran público y también a los especialistas. Esos grandes frescos narrativos, repletos de ingenio y seducción, rebosaban por el lado de una filosofía de la historia atractiva pero falaz. Era la filosofía de la historia que había escrito un profeta vanidoso, amigo de las espectaculari- dades, que coqueteó con el nazismo y luego se apartó contrariado, “incom- prendido”. No residía ahí el alma de la historia hecha por los historiadores. El modelo de Febvre –autor de un gran estudio sobre Rabelais, Problemas de la incredulidad en el siglo XVI, que no podía ser leído sin que le abriera defi- nitivamente los ojos a cualquier estu- diante de la calle Viamonte al 400–, es la gran investigación de Fernand Braudel, El mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. En sus memorias de historiador, publi- cadas hace muy poco, también Tulio Halperín Donghi menciona la fuerte y duradera impresión que significó la salida de ese libro para todo aquel que decidiera abrazar la carrera de historiador. Aún hasta hoy, Jacques Rancière lo toma como objeto de reflexión en cuanto a la percepción de la materia histórica, entre el tiempo de las cosas y el tiempo de las vidas. Es lógico que la gran corriente de ideas de la historiografía francesa, cuyo numen trágico podría ser Marc Bloch –fusilado por los nazis en 1944 y autor de un impresionante testamento de historiador que se leía con fervor también en las carreras de historia de nuestras universidades–, se viera desa- fiada por ensayos como los de Spengler
  • 251. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones 250 y Toynbee, que sin dejar de exhibir una gran erudición, tenían el gesto carac- terístico de los escritores que saben enlazar repentinamente con una gran corriente de pensamientos oscuros, el “malestar en la cultura”, lo que en este caso significaría la búsqueda de satis- facciones más primitivas que las que provee el complejo mundo civiliza- torio y tecnológico. Pero sabiendo que ese primitivismo –una “filosofía de la historia” que simula grandeza intelec- tual, accesible pero ficticia– no es sino una adecuación en nivel superior a los mismos inconvenientes civilizatorios que se quieren superar. Ciertos libros se lanzan con coberturas tomadas de la tradición intelectual, pero vendrían a sustituir los verdaderos combates por el conocimiento con pobres analgésicos decadentistas, sibi- linos o moralizantes. Ésta es la esencia de la crítica de Febvre a Spengler y Toynbee en el terreno del “debate de los historiadores”. No es concebible un país sin la actuación enfática del mencionado debate. En los años 80 en Alemania tuvo lugar asimismo un mentado debate entre historiadores y filósofos, en el que estaba en juego un juicio sobre los años del nazismo desde el punto de vista de la ética del historiador. Mientras Nolte, no sin condenar al nazismo, lo hacía parte de una vasta reacción contra el bolcheviquismo, situando en el campo de un verosímil histórico, Habermas respondía que era necesaria una ética cuyo carácter argu- mental fuera diferente, para que todo enunciado histórico surgiera de la certeza de un corte entre una historia bárbara y una historia reconstruc- tiva. Sin una polémica similar, poco tiempo después en nuestro país, Tulio Halperín Donghi escribió un artículo en un libro colectivo llamado –si no me engaño–, Historia y ficción, en el que afirmaba que no es posible que las imágenes de la historia nacional carguen con el mismo ejercicio valora- tivo si no se realiza una cesura radical con eje en el significado que tienen los años de terror. Sean unos u otros los debates, no son los habituales, pues cargan con la dificultad de preguntarse si hay una asignación valorativa específica que ante hechos de desmesura inhumana, el sentimiento del historiador deba asumir un punto de vista de resguardo de premisas fundadoras de las bases Tomás de Tomatis
  • 252. 251 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones mínimas de la socialidad, sin las cuales ésta se hundiría en la salvajismo. La práctica de la historia adquiriría un sentido no menos metodólogico, pero estudiaría el modo en que todo mundo histórico se pone cíclicamente al margen de las condiciones que lo identifican como garante de la exis- tencia colectiva. Los debates de la historiografía argentina fueron otros. Sólo en las últimas décadas apareció el llamado a pensar una historia a escala de la humanidad, de su superviencia y los focos que la someten a suplicio. Sería una historia transpolítica. Pero tampoco de la “vida material” o la “vida cotidiana”. Sino explícitamente del cimiento moral asociativo de las comunidades nacionales enfrentadas a la extinción de su acuerdo profundo de coexistencia en la diversidad. Recordemos las viejas, ancianas plumas en debate: Mitre y Vicente Fidel López. El primero creyó resolver la cuestión del canon histórico nacional con una vocación documentalista, encuestas a protagonistas, veneración de archivos, y conjunción proclamada y activa entre construcción del Estado y aparato historiográfico. Enfrentado al mismo problema, Vicente Fidel López encaró relatos que se originaban en tradiciones orales y que estaban volcados a una propensión no menos que sutil hacia una dramaturgia de la historia, en la que se hacían sobresalir sus aspectos trágicos, llamados sin más “filosóficos”. Si Mitre no conseguía ser un Taine, tampoco era desdeñable su tarea, dicho esto con la advertencia respecto a sus facciosos compromisos políticos. En cuanto a López, no se guardaba de mayores estridencias al querer buscar como egregio antece- dente suyo las peripecias historiadoras de un Tucídides. Esta polémica sigue su curso y se reabre de tanto en tanto, pues en su extremo arquetípico, lo sigue siendo en cuanto al uso del docu- mento, de las tradiciones orales y de la invocación a ciertos tramos de una filosofía de la historia para contener la rebeldía de los hechos. No tenemos hoy algo parecido, y quizás ya es tarde para que cualquier cosa que lo sea se haga presente. Es cierto que en su momento se trenzaron Mitre con Saldías; Groussac con Ramos Mejía pero especialmente con Norberto Piñero; Levene con su reivindicación del morenismo republicano significaba en sí mismo una polémica desde un sector del liberalismo historiográfico con los ya afiatados síntomas de la reivindica- ción de Rosas; y el inquieto Halperín mostraba sus preocupaciones agarrán- doselas tardíamente contra el “revisio- nismo histórico”, mientras Milcíades Peña había tomado socarronamente de punto a Jorge Abelardo Ramos, que a su manera había creado miles de nuevos lectores de la historia con su estilo abierto, desafiante y arrebatado. Sus grandes bocetos especulativos, si bien no estaban urgidos por los debates del presente, dejaban de ser penetrantes aún en su ingenioso forzamiento. Pero nada de eso existe hoy. No ha desaparecido el historiador profesional, universitario, autor de obras que ni son escasas ni dejan de ir más allá de los lectores de cenáculo –como en su momento Revolución y guerra de Halperín–, ni desaparecieron las esca- ramuzas aisladas, como las que tienen como protagonista a la gran vocación de polemista de Norberto Galasso, que ha puesto el canon de la izquierda nacional a disposición de nuevas camadas de lectores, como por otro lado fue siempre la intención del revisionismo histórico, que desde los años 40 había triunfado
  • 253. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones 252 ante una nueva sociedad lectora, al punto que en un viaje de Arnold Toynbee a la Argentina, un periodista le realiza la inopinada pregunta al historiador que había intentado comparar las civiliza- ciones japonesa, minoica y helénica: “¿Qué opina usted del revisionismo histórico?”. No, no parece haber concluido todo. Hay histo- riadores, carreras de historia y libros que ejercen la historiadelahisto- riografía, como la atinada enciclo- pedia escrita por Fernando Devoto y Nora Pagano. ¿Pero no corres- ponderían estos movimientos, que no son escasos, a un fin de época en materia de escri- tura de la historia, en coincidencia con la aparición de las memorias de Halperín? En el mencionado libro de recensión de la historiografía argentina, se señala el momento en que también el revisionismo histórico ve la necesidad de crear una escritura y un nivel de problematización adecuado a las lecturas masivas, evitando los escollos eruditos de investigaciones a la Saldías o a lo Ernesto Quesada: eran los libros de Dardo Corvalán Mendilaharzu. Pongamos estos hechos meramente conjeturados en el bastidor o a la luz de lo que fue y está siendo la conme- moración del Bicentenario de la Nación Argentina. Hubo decisiones sobre la historia muy fundamentales, pero vaciadas en el molde de atrac- tivos espectáculos de masas y sugestivas exposiciones artísticas. En el primer caso mencionamos el espectáculo del grupo Fuerza Bruta en las calles de Buenos Aires el día 25 de mayo; en el segundo caso, la exposición “El labe- rinto, parque temático de las antino- mias argentinas”, de Daniel Santoro y Francis Estrada. En ambos, hay un proyecto historiográfico junto a deci- siones teatrales, plásticas, audiovisuales y museísticas. ¿Ha triunfado el “revisio- nismo histórico”, al fin, en estas nuevas formas representacionales? En primer lugar, habría que ver si estas puestas en escena basadas en cuadros vivos, diado- ramas, juegos de parque de diversiones, fusión de altas tecnologías de trans- porte, desfile de alegorías y cuadros animados, pueden trasladar conceptos historiográficos a formas de represen- tación que tienen cierta semejanza con las festspiele (aunque en lo que vimos en el Bicentenario, el aspecto de la repre- sentación colectiva está implícito; es la historia nacional la que ocurre en una escena urbana masiva). La respuesta no permite imaginar que la traslación de la tesis revisionista, o la más amplia, de carácter latinoameri- canista-indigenista, se verifica sin más en los medios teatrales. En el caso de Fuerza Bruta, éstos acentúan el hecho histórico a través de la representación de la fuerza empírica del sufrimiento, el acoso físico de las fuerzas de la naturaleza, el fragor de la batalla, el simulacro fabril con desenlace artís- tico, la guerra con sus muertos-vivos. Un paralelogramo de fuerzas materiales alegorizadas (el agua, el aire, el fuego y la tierra –el pavimento urbano–), sostuvo una dramaturgia de maquinaria y cuerpos que ponían al ocurrir histó- rico en una dimensión este- tizada, espiritualizada. La historia estuvo en una escala de segunda naturaleza tecno- lógica y coreográfica, con un alegorismo directo, “brutal”, pero, al mismo tiempo, los camiones militares, las auto- bombas de bomberos, los soldados actuales haciendo de soldados antiguos, y soldados reales haciendo de trabaja- dores del espectáculo, pusieron a ese entretenimiento en una desafiante continuidad con las condicionesdeproducciónque lohabíangenerado.Elrealismo pedagógico masivo, la herencia del circo, de la televisión y de la plaza medieval, creaba miniaturas emotivas con utile- rías de dimensiones portuarias e ingenierías de precisión. La tecnología se encontró con el arte y la imaginación histórica.
  • 254. 253 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones La historia nacional aparece como una sucesión de cuadros de violencia y consternación. Los soldados de Malvinas son espectros desfilando; las madres de la plaza, sonámbulos bajo la lluvia uniforme; el ejército de los Andes, cuerpos golpeados, no por la batalla sino por la nieve. Simulacros del tormento colectivo replicados en la coreografía de grupos electrógenos, grandes mangueras y tractores en las avenidas sorteando también nume- rosas dificultades que se oponen a las configuraciones urbanas y a la propia muchedumbre de asistentes. Un paralelogramo de fuerzas mate- riales alegorizadas (el agua, el aire, el fuego y la tierra –el pavimento urbano–), sostuvo una dramaturgia de maquinaria y cuerpos que ponían al ocurrir histórico en una dimensión estetizada, espiritualizada. La historia estuvo en una escala de segunda natu- raleza tecnológica y coreográfica, con un alegorismo directo, “brutal”, pero, al mismo tiempo, los camiones mili- tares, las autobombas de bomberos, los soldados actuales haciendo de soldados antiguos, y soldados reales haciendo de trabajadores del espectáculo, pusieron a ese entretenimiento en una desa- fiante continuidad con las condiciones de producción que lo habían gene- rado. El realismo pedagógico masivo, la herencia del circo, de la televisión y de la plaza medieval, creaba miniaturas emotivas con utilerías de dimensiones portuarias e ingenierías de precisión. La tecnología se encontró con el arte y la imaginación histórica. Hubo peligro y seguridad, simbología y maniobra eléctrica, el gas como arte y la danza como despliegue operario, el aire como artificio fabril y los actores como cortejos sangrientos. Espejos de una historia de esperanza y violencia. Las fuerzas productivas y las relaciones de producción se tornan estructuras y superestructuras, que se alternan y confunden entre sí. Lo que vimos fue el otro yo, el complemento y la negación del desfile militar, con elementos del desfile militar. Su verdadera ejecución y crítica, hecha por actores soldados y soldados actores, por nieves de aerosol y estruendos. La puesta en escena por el grupo Fuerza Bruta fue un Carnaval trágico, fantasmas de la historia argen- tina desfilando, arlequines del pasado que retornaban escénicamente suje- tados por cables y arneses. Sin duda, era visible el énfasis lati- noamericanista y el desfile en sí mismo no se podía privar de su inhe- rente característica festiva, murguera. El cuadro de la batalla de Obligado no tuvo un tratamiento “ideológico”, y los cuadros de la inmigración o de las caracterologías culturales del país, estuvieron formulados con tino, en un sentido de promisión despojada de vulgaridad y ternurismo. ¿Es necesario decir frente a este espectáculo de esce- nificación histórica que faltó “aseso- ramiento historiográfico”? No parece una pregunta adecuada, no porque no haya habido historiadores invo- lucrados en el proyecto, sino porque la naturaleza de lo que se ponía en práctica pertenecía a otro género, el de la historia, sin duda, pero some- tida a condiciones de representación cuyas características obedecían a leyes escénicas propias y a decisiones artís- ticas vinculadas al arte industrial y a las narraciones masivas: alegorías con grandes soportes tecnológicos. En cuanto a la experiencia de “El labe- rinto” puesto en escena por Santoro y Estrada, se trata de otra perspectiva para el relato histórico, esta vez basada en el concepto de antinomia. El espectador
  • 255. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones 254 de esta muestra inspirada en los juegos de los parques de diversiones, se ve desa- fiado por un material documental de fuentes historiográficas genuinas –textos adecuados, imágenes que tienen una fuerte graduación arquetípica–, y expe- rimenta en las antinomias cierta perple- jidad de lo irresoluble, de la necesidad de superarlas o de inscribirse en alguna de ellas. Es conocida la obra de Daniel Santero; en ella, las imágenes augustas están rajadas por la parodia, como una blasfemia colegial sobre las esfinges nacionales. Un cofre a ser revisto por el arte y la literatura para indagar en el fondo último de nuestros pensamientos sobre la beatitud y la guerra. Santoro toma el peronismo como un depósito de ruinas, como un museo destro- zado, peligroso y momificado. El pasado se congela, siniestro, bajo el rostro del candor. El pensamiento museístico se basa en la imposibi- lidad de preservar la vida si se la restituyese a su verdadera fuente. De este incordio sale la idea de museo, y su terribleatractivoes sólo ése, el objeto nítido, preser- vado incólume pero abstraído de su mundo verda- dero. Un museo puede ser peor que una caverna amenazadora, una misa negra, una orgía de funámbulos. Pero luce tierno, con galas de docencia. No podemos imaginar nada a partir de un museo. Pero es posible aceptar, tolerantemente, que de un objeto arrancado de su ámbito vital, se pueda nuevamente reconstruir un mundo. Esa esperanza la posibilita el museo, con tal que no indaguemos demasiado en el obstáculo desvitalizado que presupone. Santoro solicita esta situación simulando respeto, pero corriendo el velo naïf para que surjan las garras de acero del bombardeo, el incendio y la muerte. Santoro lucha por la representación en el interior de los cuadros –así en su tratamiento de la obra de Berni– intentando que éstos mismos la anulen, como lo hubiera querido un Foucault en el interior arrasador de Las meninas. Arte surrealista de mario- netas y una visión pseudo-exótica de la escritura china, deliberadamente pensada para crear una lengua cripto- peronista vecina al ideograma, son las propuestas conocidas de Santoro. Le agrega a esto un aire de oscura fran- cachela, burla a los críticos y obten- ción de la gloria artística a través de la mezcla clásica entre los íconos de la ingenuidad y el despertar de la historia a lo infausto. Los objetos cotidianos y rituales congelan su flujo vital y quedan en muerte para una próxima resurrec- ción. Es el reconocido valor revolucio- nario del pensamiento kitsch cuando se asume como tal, resultando de ello una suma de objetos puros y contras- tantes entre sí, dando un surrealismo inocente o un infantilismo surrealista. Quizás una masonería cristiana de resurrección. Junto a este juego, Santoro nos provee unasimbologíaesoterista.Laiconografía peronista se convierte en un enigma parael intérpretepolíticoy parael histo- riador social. En “Evita castiga al niño gorila”, una suerte de cabildo esotérico, pictórico-metafísico, se conmociona al espectador con un sentimiento de duda El poder onírico y hermético de estas imágenes sólo puede hacerse tolerable porque lleva a la comprensión artís- tica de los mitos del lenguaje que pugnamos por sofocar, a fin de que la reflexión pueda soportarse. Santoro lleva a reflexionar de otro modo, en dirección a lo insoportable. Pero la tranquilidad que nos concede proviene de su atre- vida combinación de imagi- nación infantil y agonía de las imágenes: por un lado sobre- representadas, por otro lado, arruinadas por la dificultad con que las soñamos.
  • 256. 255 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones y espanto. El poder de las figuras este- reotipadas, basadas en un tierno juego de castigos, pone a la historia argentina en su límite, bajo un decorado greco- romano y un pensamiento que coagula en un acto de apariencia inocente las palabras que en Argentina alumbraron trincheras tajantes. El poder onírico y hermético de estas imágenes sólo puede hacerse tolerable porque lleva a la comprensión artística delosmitosdellenguajequepugnamos por sofocar, a fin de que la reflexión pueda soportarse. Santoro lleva a reflexionar de otro modo, en dirección a lo insoportable. Pero la tranquilidad que nos concede proviene de su atre- vida combinación de imaginación infantil y agonía de las imágenes: por un lado sobre-representadas, por otro lado, arruinadas por la dificultad con que las soñamos. El resultado sería una representa- ción intensificada que puede llegar en ciertos casos a la enceguecedora alegoría cristiana (Leonardo Favio) o a la fábula totémica de la antropofagia de textos (Osvaldo Lamborghini). En “El laberinto” de las antinomias argentinas, obra del Bicentenario reali- zada en conjunto con Francis Estrada, no se abandonan estas figuraciones. Se produce la intención de reanimar cinematográficamente ciertas fotografías y postales del pasado, introduciendo actores que, a la manera de un espiri- tualismo de las tecnologías, se sumergen estáticamente en fotografías antiguas y luego hacen el viraje hacia el cine, representando uno de los personajes. La fotografía se redime con la tensión hacia una forma cinematográfica a la que no puede alcanzar. No se puede decir que estas y otras tantas escenas lúdico-históricas, postulando la conti- nuidad imagen-vida, no contaran con asesoramiento historiográfico, como indica el programa de mano de la expo- sición. En este sentido hay precisiones, agudezas, hallazgos. Pero la significa- ción del conjunto de la obra es el de producir, como en el caso de Fuerza Bruta, un sentimiento de afloramiento del material histórico a través de una brusca actualización. En un caso, con sentimiento de vida y muerte; en el otro, con sentimiento de juego y reflexión. De este último modo, ¿reflexión sobre qué? Sobre el propio tema de las antinomias, que está dispuesto de manera irresoluble. Es cierto que una vitrina presenta un libro de Borges y un par de alpar- gatas. ¿Pero es para realizar la opción binaria? No, ese tipo de maniqueísmo podrá ser materia para el arte, su cualidad represen- tativa y su ingenio plástico. Pero no es materia de la reflexión política. Esta última niega la materia artís- tica, pero ella se hace ineluctable para permitir, con su propio pensa- miento irremisible (los dos objetos, libro y alpargata, materializan un aforismo nacional que es una mítica célula enterrada de las luchas culturales), que la reflexión social, civil o política decida por sí misma qué hace con eso. Creemos que el laberinto está para producir el golpe físico de la ence- rrona histórica y encontrar los caminos No sabemos si ya se ha consu- mado íntegramente la auto- gestión total de la función intelectual por parte de los medios de comunicación, es decir, si ya está madura en éstos la producción de sus propios conocimientos, peda- gogías y lenguajes por parte de los llamados “intelectuales de los medios”. Tal vez no; tal vez sí y no nos dimos cuenta. ¿Saben ellos que no precisa- rían más del intelectual clásico y aún fingen que sí, llamando a “doctores” que se sienten complacidos por ese trato fingidamente respetuoso y dispensan así el modo en que implícitamente se desprecia sus lenguajes y se los obliga a hablar en módulos de tiempo prefigurados de antemano?
  • 257. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones 256 imaginarios y fácticos para escapar de ella. Chocados por los objetos de esa vitrina, somos solicitados a pensar sobre la base de cuestiones nuevas bajo el signo del miedo a la repetición histórica. Quizás un ensayo histórico bien encami- nado, sabedor de que explora los límites de la lengua del historiador, podría exponer estos mismos sentimientos. En el escrito de Lucien Febvre que mencionamos al comenzar este artículo, la crítica a Spengler y Toynbee se refería a una manera ilegítima de procurar el interés público, aguzando el trata- miento de temas histórico con distintos golpes de efecto: imaginación lite- raria y resonancia profética. Eran los años 40; aún los medios de comunicación no habían interfe- rido bruscamente en el camino de los proyectos más exigentes de escritura, pues sus actividades laterales de divul- gación, lenguajes masivos, educa- ción popular, trabajo con las leyendas here- dadas y conquista de amplias porciones del público no contaban con tecnologías y conoci- mientos especializados en el moldea- miento de la subjetividad general. No sabemos si ya se ha consumado íntegramente la autogestión total de la función intelectual por parte de los medios de comunicación, es decir, si ya está madura en éstos la producción de sus propios conocimientos, peda- gogías y lenguajes por parte de los llamados “intelectuales de los medios”. Tal vez no; tal vez sí y no nos dimos cuenta. ¿Saben ellos que no precisarían más del intelectual clásico y aún fingen que sí, llamando a “doctores” que se sienten complacidos por ese trato fingidamente respetuoso y dispensan así el modo en que implícitamente se desprecia sus lenguajes y se los obliga a hablar en módulos de tiempo prefigu- rados de antemano? Esta encrucijada es una fuente de malestar, equivalente al célebre “malestar en la cultura”, famoso y equívoco concepto al que ya nos referimos en este artículo. ¿Qué sería ahora? Nos parece que no sería lo mismo que aquella situación en la que se deseaba un retorno a las fuentes primitivas del placer renegando de la “cultura”, aunque fuera ésta –según la tesis que surge del notorio promotor de estos pensamientos– la esfera que efectivamente permite trabajar la conciencia crítica en términos de su felicidad postulada e imposible y de su culpa secreta pero también honrosa. En las magníficas reflexiones de antro- pología filosófica en las que Freud sostiene la paradoja del malestar cultural, se lee desde una sospecha de lo humano fundado en la metáfora de la “bestia salvaje” que no respeta a los seres de su propia especie pero que se debate entre la agresividad y la crea- ción fantástica de un Eros que sirva de genérica promesa feliz. “Quién recuerde los horrores de las grandes migraciones, de las irrupciones de los hunos, de los mogoles bajo Gengis Khan y Tamerlán, de la conquista de Jerusalén por los píos cruzados y aun las crueldades de la última Guerra Mundial, tendrá que inclinarse humil- demente ante la realidad de esta concepción”, escribe Freud, compro- En términos de nuestro problema sobre la narración de lahistoriaenlasculturasnacio- nales que son reconstituidas por el malestar y la “miseria psicológica” de las corrientes subterráneas de insatisfacción social que no atinan a servirse de medios emancipadores y se enroscan en sus oscuros infor- tunios, diremos que ni se trata de “elevar el nivel” –pecado intelectualista– ni de tomar inspiración en el evangelismo apócrifo de los medios de comunicación que gozan de la autocreencia –y la realidad– de un engarce inmediato con el público general.
  • 258. 257 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones bando la existencia de una condición humana propensa a la agresión y a la sevicia. Pero no sería este escrito una propuesta de consuelo moral sino una invitación al trabajo en torno al tema de la “miseria psicológica de las masas”, cuestión que representa el estrato en que se halla una humanidad que en su crueldad, desea superarla y sabe que es necesaria la construcción de grandes ámbitos culturales en los que sin embargo siente el malestar de un ahogo pulsional, que los grandes “sentimientos oceánicos” de las reli- giones sólo pueden comentar sin atinar a conocer el remedio para esa herida esencial de las civilizaciones. En términos de nuestro problema sobre la narración de la historia en las culturas nacionales que son recons- tituidas por el malestar y la “miseria psicológica” de las corrientes subte- rráneas de insatisfacción social que no atinan a servirse de medios emanci- padores y se enroscan en sus oscuros infortunios, diremos que ni se trata de “elevar el nivel” –pecado intelec- tualista– ni de tomar inspiración en el evangelismo apócrifo de los medios de comunicación que gozan de la auto- creencia –y la realidad– de un engarce inmediato con el público general. El asunto, aún en su rápida generaliza- ción, nos permite volver a la “querella de los historiadores”, ya no a la que motivó el diferendo entre Habermas y Nolte respecto a continuidad efec- tiva de la historia alemana luego del horror, sino a la que escinde a los historiadores académicos y a la escri- tura de la historia frente al rostro de las “psicologías colectivas”, o para mentar un concepto más adecuado, de las necesidades pedagógicas de dispositivo comunicacional, en su disputa sigilosa con la fuentes clásicas del saber. No es el problema que percibía Lucien Febvre sino su amplificación en la era en que los medios de masa producen seriadamente sus propios “conte- nidos”, ya que es ésa la denominación que emplean para forjar el cierre en una proposición totalista del sentido: medios-contenido. Las viejas universi- dades no hablan así, pues, ajenas a las culturas audiovisuales de masas, no son un medio que espera un contenido, sino que esa distinción nunca tiene forma fija. La tradición dialéctica es la máxima encarnación del problema y su imposible resolución le da vida a la Universidad, aunque ésta no lo crea y se dirija hacia los medios con un futuro “contenido” ofrecido por mediadores: profesores que comprenden su propia insatisfacción y adecuan sus instru- mentos de trabajo para las nuevas fábricas pedagógicas de la humanidad. Hace unos años, en medio de esta disputa que ya tiene la edad en que los medios de masas descubrieron que pueden regir las lenguas del conoci- miento con sus propios manuales de procedimiento, Beatriz Sarlo sugirió en un artículo en La Nación las carac- terísticas del dilema entre la historia profesional universitaria y la historia para los públicos filigranados por los medios masivos de comunicación. Esta escisión genera un dilema educa- cional irresuelto cuya responsabi- lidad –citamos– “no puede cargarse por completo ni a la historia masiva, que ocupa la esfera pública como empleada o socia del mercado, habla sus lenguas y es escuchada por eso, ni a la historia académica que sigue un programa que casi ha dado de baja la producción de relatos”. Se sobre- entiende aquí que sería necesaria una mediación que, agreguemos, ni puede dejar a la historia académica
  • 259. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones 258 reposando tranquilamente sobre sus ya corroídos cimientos, ni puede aceptar la regencia dictaminadora que emana naturalmente de la hipótesis genérica del divulgacionismo televisivo. Enfrentarse o confrontarse con este trance general de las sociedades contem- poráneas exige nuevos conocimientos y tratos con la materia problemá- tica de los medios y de la propia crisis ostensible de los aparatos pedagógicos here- dados. Es posible comprender que el malestar de la historia académica no puede resol- verse con los pasos que hasta ahora ha dado un sector ponderable de sus miembros, ya sea intentando un divulgacionismo carente de drama- ticidad, ya sea, acaso por imperio de lo anterior, retrocediendo hacia las fuentes de un orden social confinado, como lo era la Argentina del Centenario, supuesto dominio de armonías sociales que repre- sentan menos una realidad de época que una hipótesis general de bajas calorías sobre el modo en que procede la historia y su relato real. ¿Cómo procede? Arriesgamos la idea de que lo hace en la discordancia del suceder efectivo con sus oscuros detritus de miedo, amenaza y repre- sión que equivalen a los “horrores de las grandes migraciones, de las irrup- ciones de los hunos, de los mogoles bajo Gengis Khan y Tamerlán...”, etc., etc., de los que hablaba Freud. Incluso podemos ver sofocadamente todo esto en párrafos como los que escribe Joaquín V. González –en un libro que se ha citado abundantemente durante este año del Bicentenario–, en los que alude a la “opinión gobernante del país”, que empleó desmedidamente la violencia sanguinaria por cuestiones políticas y que ahora se siente “ofen- dida por las formas violentas y agre- sivas que a veces ha animado en su propaganda [al movimiento obrero] en su lucha por la elevación efectiva de la clase en el conjunto de la vida económica y social del país”. Este tramo de El juicio del siglo, una inocentada bien escrita en 1910 por un caballero ilustrado, daba paso a una consideración sobre las luchas obreras que, en su vocación de aceptarlas y ofrecerles un proyecto integracionista, podría ser una prefiguración del muy posterior peronismo. ¿No se podría ver aquí un momento de reconocimiento del conflicto social, que aunque “cien- tífico” y “natural”, merecería cien años después que los historiadores del “orden conservador” –no ironizamos aquí: un Henri Pirenne lo era, incluso lo era un Trotsky en su Historia de la Revolución Rusa–, abrieran su caja de herramientas hacia la contracara del orden? Sólo desde allí, desde la revuelta, parece verse mejor el orden, y no tanto a la inversa, que entraña siempre mentalidad represiva. Loprimerofundalaescrituradelosliber- tarios, lo segundo, la de los comedidos y enjundiosos. Preferimos la primera; no necesitamos condenar la otra. De modo que podemos conje- turar que el refugio en el canon liberal ilustrado, desnutrido incluso de algunas de sus carac- terísticas más interesantes, es una de las tantas, pero no de las más interesantes posibili- dades que se le presentan al historiador carcomido por la acción de la neoparla mediá- tica y sus anexiones de prácti- camente todos los documentos y testimonios de la cultura universal (incluso del cine, que le es tan próximo pero es su contrario). Si se desmontaran una a una las piezas de ese liberalismo ordenancista, que supo contener turbias insinua- ciones de racismo inauguradas por el último Sarmiento y que tentaron en cierto momento a Ingenieros, se vería que albergaba potencialidades culturales, éticas y literarias que estaban por encima de los límites que en principio le proponía la ecuación que aunaba la teoría individualista con el biologismo positivista.
  • 260. 259 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones Un historiador en su salsa puede tenerle miedo al desorden, como Hobbes, pero debe actuar, como hizo el propio autor del Leviatán, desde su propio miedo, su desarreglo concep- tual, su propia ferocidad sofocada, su penuria moral, su desencontrado sino existencial. Pero en verdad, éste no es el mayor problema, sino el de resolver con recursos intelectualmente más gráciles y penetrantes la encru- cijada cultural de la época. Esto es, la tragedia del idioma intelectual del legado clásico ante la emergencia de los lenguajes comunicacionales de masas y sus requerimientos educativos, sus planteos de comprensión inmediata. La cuestión rebalsó los horizontes en los que podía ser “gramscianamente” comprendida, en aquel magno traduc- torado entre culturas intelectuales y sentido común popular. Cuando Lucien Febvre se incomoda con los profetas que se vestían de historiadores –y que no eran otros que los herederos de una tradición de escritura que tenía su alcurnia, tanto en Inglaterra como en Alemania, más allá de sus derivaciones ideológicas–, estaba aludiendo a la forma que en ese momento tenía el conflicto entre las escrituras con dramaturgia estetizante incluida, y las escrituras del dominio intelectual e investigativo tal como se practicaban en Francia, en la célebre escuela de la revista Annales. ¿Pero ésta no derivó, al cabo de muchas peripecias relacionadas con la hipó- tesis divulgacionista, en trabajos colectivos como la “historia de la vida privada”, donde historiadores como Paul Veyne y George Duby mostraron que también se las arreglaban con los desafíos del “gran público”, entendido acá, claro, como un público de alcance transversal pero con educación lectora proveniente de los tiempos pre-televi- sivos? No obstante, esa obra se propone un aguijón astuto de convivencia con el magma cultural de las sociedades comunicacionales, coincidiendo el tema de la “vida privada” tratado con dignidad clásica, y el mismo interés de las culturas televisivas por ese candente asunto, por cierto, tratado allí con estilos de fuerte compromiso con neuróticas chabacanerías. De modo que podemos conjeturar que el refugio en el canon liberal ilustrado, desnutrido incluso de algunas de sus características más interesantes, es una de las tantas, pero no de las más intere- santes posibilidades que se le presentan al historiador carcomido por la acción de la neoparla mediática y sus anexiones de prácticamente todos los documentos y testimonios de la cultura universal (incluso del cine, que le es tan próximo pero es su contrario). Si se desmon- taran una a una las piezas de ese libera- lismo ordenancista, que supo contener turbias insinuaciones de racismo inauguradas por el último Sarmiento y que tentaron en cierto momento a Ingenieros, se vería que albergaba potencialidades culturales, éticas y literarias que estaban por encima de los límites que en principio le proponía la ecuación que aunaba la teoría indivi- dualista con el biologismo positivista. Por el momento, la adopción de la herál- dica liberal del canon republicano abstracto no significa más que la nostalgia por el ejercicio profesional de la historia, acosado por izquierdas universitarias –influidas más de lo que suelen reconocer por los populismos mediáticos–, y sitiado por la fuerte repercusión de la historia escrita por profesores del espacio académico –al que abandonan para adoptar las consignas de la escritura periodística y las retóricas expansivistas de los medios
  • 261. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones 260 de comunicación–. Es señalable el éxito de un libro de Jorge Lanata, suerte de especulación sobre el carácter nacional a lo largo de la historia, presentado con los clichés de la “gnosis periodística” que es habitual en sus programas, pero producido con materia prima provista por estudiantes de historia (ésta es un conjetura totalmente verosímil), lo que hace de ese libro una mixtura exótica de apela- ciones moralistas con innecesarias e inesperadas erudi- ciones. Prueba de la falta de calibra- miento y armoni- zación con que la industria cultural del libro-express arroja los resul- tados de sus nuevas inversiones hacia el creciente público lector de tópicos de la historia. Este público quizá no sea el primer escalón de lo que luego será un interés elaborado, sino que plantea el dilema de que tal vez sea una estación definitiva de la ontología lectural de un país. Sobre lo cual habrá que establecer nuevas hipótesis de trabajo intelectual, antes que reacomodamientos originados en las mercadotecnias de las nuevas fórmulas de edición. Por otro lado, en la esfera pública de la comunicación de masas es evidente cierto triunfo de las antiguas posiciones del “revisionismo histórico”, tal como en su momento lo había entrevisto Halperín Donghi, que le atribuyó a esta corriente un rasgo triunfal pero precisamente a partir de la crisis de decadencia nacional de la que era parte y que no podía juzgar, sino más bien ofrecerlelospintorescospuntosdevista de una oligarquía menor y marginada. Pero esta corriente historiográfica politizante y de trinchera, sostenida por ensayistas que poseen un acervo irónico de gran calibre para exorcizar a la historia académica fundada por Mitre y sus ramificaciones universi- tarias, es la que mejor ha encontrado su puente de plata para proceder a sus traducciones mediáticas. ¿Puede interpretarse el Bicentenario y sus hipótesis historiográficas a la luz de estos avatares del pólemos de la historia nacional argentina? Si bien no hubo grandes libros como en 1910 –hoy recordamos los de Lugones, M. Gálvez, Ricardo Rojas, J. V. González; A. Gerchunoff, P. Groussac, Rubén Darío,RafaelBarret,etc.–,nopodemos prejuzgar. Los lectores futuros dirán si nuestra opinión es tacaña con el presente. No hubo tampoco un monu- mentalismo ostensible. Prácticamente todas las esculturas memorables de la ciudad datan de esa fecha de 1910. Sin embargo, hubo un gran debate que, de alguna manera tácito, surgió del modo en que se conmemoraba y de las decisiones artísticas, audiovi- suales y escénicas que se ponían en juego. A diferencia de hace un siglo –cuando se festejó, digamos así, con la conciencia de la nación instalada, pero omitiendo irresponsablemente el fiero montaje estatalista de una exclusión social–, hoy quedan de estos festejos un conjunto de memorias sobre una práctica artística con materiales de la historia y, esencialmente, un debate sobre el lenguaje apropiado para tratar elpasado,laviolencia,lasluchassociales y la existencia misma del oscuro tejido moral que mantiene –y en vilo–, el hilván imaginario de la nación. A diferencia de hace un siglo –cuandosefestejó, digamos así, con la conciencia de la nación instalada, pero omitiendo irresponsablemente el fiero montaje estatalista de una exclusión social–, hoy quedan de estos festejos un conjunto de memorias sobre una prác- tica artística con materiales de la historia y, esencialmente, un debate sobre el lenguaje apro- piado para tratar el pasado, la violencia, las luchas sociales y la existencia misma del oscuro tejido moral que mantiene –y en vilo–, el hilván imaginario de la nación.
  • 262. 261 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones No es poco, pero no es lo que hay, o no podría ser nunca lo que hay, porque lo que hay nunca es una materia dispo- nible a la entera posibilidad de lo que cualquier tiempo presente puede saber. Lo que hay siempre es poco. Lo que hay siempre es escaso. Lo real siempre se halla en estado de rareza. Pero este Bicentenario aún debe dar la forma más elaborada de esta cosecha, que no es otra que la de reabrir el pasado a fin de dotar al presente de mejor calidad cognosci- tiva en materia de justicia, memorial, lenguaje vivo y debate público. Las naciones son un plebiscito coti- diano, si es que preferimos decirlo con el viejo aserto renaniano. Los histo- riadores, por su parte, deben tener un trato con la verdad en tanto verdad- problema, o verdad-incerteza, antes que con una variante del neoconser- vadurismo historiográfico que lleva a la verdad a despojarse de las formas activas del mito por un acto tajante de la cuchilla liberal. Toda cuchilla tiene sus incisiones, y el modo liberal de hacerlas es la literalidad supina, estilo menor que muchas veces abarca a los contrincantes del área nacional- popular. El tajo que pone a los fenó- menos ante capas de significaciones cambiantes, incompletas o parado- jales, por no decir dialécticas, es la adecuada incitación a la lectura reno- vada que hay que hacer. La prueba de fuego de este tipo de lectura es el desafío que ofrece la obra de Martínez Estrada, que tiene pegada en su dorso o en su contrafrente, la de Jauretche. No se puede leer hoy a uno o a otro separadamente, porque se los enten- dería parcialmente, o no se los enten- dería. Las grandes lecturas vienen en duplas, cada nombre es verso y reverso del otro nombre. ¿Cada retrato es también así? Quizás: porque la política de retratos –que también acompañó este Bicentenario–, no está concluida ni nunca lo estará. En la Galería de los Patriotas de la Casa de Gobierno faltan José Carlos Mariátegui y Toussaint-Louberture.Peroesosretratos llevan a la rastra otros rostros, cuya ubicación imaginaria –los de Alberdi, Sarmiento, Hernández, etc.– se hallan ahora en trincheras fijas, inadecuadas. Todo rostro de la historia debe estar en sus trincheras móviles. Van y vienen. A muchos los tuvimos, es necesario que vengan otra vez de distinta manera. No nos equivocamos al pensar que estamos en el momento crítico para renovar las escrituras de la historia, reconsiderar los nuevos públicos y disputarlos a las hipótesis que los amasan con las pobres mitologías comunicacionales de nuestro tiempo. El país recorrió un camino compli- cado y fértil en este sentido, y el modo en que las artes teatrales, pictóricas y audiovisuales tomaron el tema, no puede ser y no fue un apéndice de las inflexiones y abluciones mediáticas, sino otra cosa que habrá que definir en el seno de nuevos trabajos históricos. Ellos: porque apuestan a tratar una materia que así se llama, porque desean convivir con la fugacidad y la perdura- bilidad de las cosas, y porque quieren agitar con autonomía de carácter y sin la prisión de las interpretaciones lite- rales, las aguas del presente.
  • 263. 262 Negativos sin revelar. Misceláneas de los años del Centenario Por Guillermo Korn Frente a la magnificencia de los fastos del Centenario se erigía, como un murmullo silen- ciado, un conjunto de voces que señalaban el acontecer del pulso social oscurecido por la luminosidad de los festejos. Notas de viajes, observaciones agudas y comprometidas y retratos fotográficos, registraban los padecimientos del mundo popular en contraposición con los osten- tosos brillos de las elites y sus oropeles. Las narraciones del catalán Juan Bialet Massé, quién examinó la realidad del mundo laboral en las provincias argentinas, o las crónicas de Rafael Barret que manifestaban una sofisticada indigna- ción frente a las penurias de la vida urbana, dan cuentanosólodelosplieguesinternosdeArgentina agraria y exportadora, sino también de la capa- cidad de la escritura para expresar lo intolerable que fue soslayado en la cultura letrada de la época. Otras miradas, reunidas en torno a una forja de cuño nacionalista, se propusieron una empresa de modelización de un pueblo al que imaginaban a salvo del peligro de las muchedumbres. Guillermo Korn recupera estas voces de viajeros y observadores extranjeros, de poetas naciona- listas y cultores de la “gauchipolítica”, como “negativos sin revelar” que precisan ser revisi- tados para encontrar en ellos una comprensión más plural a la hora de la rememoración.
  • 264. 263 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones Los viajes del doctor “La crítica es amarga; pero los hechos no son de quien los relata, sino de quien los produce”. Bialet Massé, Informe sobre el estado... Un catalán –republicano para más datos– engrosaba su legajo: era médico, abogado, constructor. Juan Bialet Massé reunía antecedentes suficientes para viajar por perdidos rincones y sumar páginas y páginas de observaciones (más de 1.200) sobre las condiciones del trabajo de los obreros en las provincias argentinas. Lleva a cuestas, sobre su espalda, el dinamómetro como cruz, su fe en lo que define como socialismo nacional y como catecismo su creencia en la ciencia, en la mecánica y en las fuerzas de la historia. También ostenta con orgullo sus treinta años de oficios: fue albañil, molinero, picapedrero y otros más que se relacionan “con el arte de la construcción”. El registro de ese viaje se editó en tres volúmenes en 1904. Y la trascen- dencia fue mayor que la que original- mente podía preverse en los reiterados “V. E.” donde hacía confluir al ministro del Interior y al presidente. La prosa empleada por Bialet Massé en el Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de la República lo hace un gran libro que supera –con holgura– al mero destino burocrático. “Quisiera tener el talento descrip- tivo de un Zola, para presentar, palpitantes y vivos, los sufrimientos y necesidades de este pueblo, tan abnegado”, dice. Su postura es tan original como la posición que tiene sobre los indígenas; porque decir que el “terror pánico al ejército de línea” era semejante al de tres décadas atrás –vale decir al que elevó a presidente al general Roca– lo coloca en el lugar del aguafiestas que señala las fallas de su propia clase dirigente. Al igual que los indios, los criollos son reivindi- cados como mejores trabajadores que los extranjeros que llegaban a estas tierras. Los trabajadores podrán “ser un pueblo fuerte y brillante el día que los ricos encuentren la ventaja en cuidarlo”. Incluir, ésa es la consigna: facilitando el acceso del criollo y del indio a la propiedad de las tierras, recomendando la enseñanza del idioma nacional o dando garantías de protección desde el Estado. El tercer volumen suma recorridos por provincias que habían quedado fuera del esquema inicial. La inclu- sión de fotografías modifica el carácter del texto. Se ven prensas, alambi- ques, moledoras, baterías de tachos, laboratorios, hornos, calderas, vistas generales de casas modelo, estableci- mientos o carros donde se arrumban montones de cañas de azúcar. Las fotos funcionan como prueba de lo que el texto dice, pero por lo mismo la descripción pierde dramatismo. La imagen idealiza aquellas condiciones que el texto denuncia. La crudeza se estetiza y se atenúa la gravedad de la denuncia cuando al autor se le suma Rosich, S. C. en la firma de las fotos. Si Bialet Massé al comenzar el libro elogiaba el ritmo cinematográfico, sobre la marcha va deteniendo la proyección y las imágenes se congelan haciendo moroso el tiempo narrativo. El socialista catalán se configura como un autor que pide disculpas por la “forma y el lenguaje”, que duda y revisa sus escritos previos por consi- derarlos ingenuos, que supone más
  • 265. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones 264 necesitados de la ley a los patrones que a los obreros, a pesar de que en sus caracterizaciones habla de “ricos roñosos”, “patanes enriquecidos” y de “perros rabiosos de codicia”. Incluso cuando comenta alguna protesta de trabajadores arriesga: “si no fuera por la misión que desempeñaba, les había de enseñar cómo se hace una huelga justa e invencible”. El Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de la República postulaunavozinesperada.Einaudible. El cronista en la calle “¿No sería chocante a la decencia pública que pasearan por la Avenida de Mayo los obreros vestidos de arpi- llera, descalzos y sin sombrero?” Bialet Massé, Informe... Un hombre es despedido de su empleo. Deberá buscar ahora –y seguimos en 1904– otro lugar donde ganar unos pesos, pero no es tarea sencilla. La ciudad se hace hostil y las noti- cias –se sabe– corren como reguero de pólvora. Se dice que hubo golpes de puño entre el dueño de El Correo Español y el cronista. Para colmo de males, los rumores no cesan. Que el cronista había venido a la Argentina arruinado por el juego, otros dicen que llegó convocado por dos primos que vivían en el país, que en Bilbao era un señorito, que su conducta siempre era escandalosa, que en sus duelos contaba como padrinos con Valle Inclán y Ramiro de Maetzu, que era amigo de Baroja, que en 1902 un periódico anotició su suicidio, que había sido pederasta, que había fundado la Unión Matemática Argentina para encubrir sus actividades en la Liga Republicana española de Buenos Aires. Lo que parece cierto es que la crónica que Rafael Barrett llegó a publicar disgustó a López Gomara –director del diario de la colonia española en Buenos Aires–, quien lo acusó de abusar de su confianza. Al fin y al cabo, debía estar agradecido a esta ciudad que le permitió tomar distancia de los agravios que recibió en el viejo continente. Barrett hablaba en la crónica sobre “chiquillos extenuados, descalzos, medio desnudos” que “con el hambre y la ciencia de la vida retratados en sus rostros graves, corren sin alientos, cargados de Prensas, corren, débiles bestias espoleadas, a distribuir por la ciudad del egoísmo la palabra hipó- crita de la democracia y del progreso, alimentada con anuncios de rema- tadores. Pasan obreros envejecidos y callosos, la herramienta a la espalda. Son machos fuertes y siniestros, duros Guillermo Korn
  • 266. 265 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones a la intemperie y al látigo. Hay en sus ojos un odio tenaz y sarcástico que no se marcha jamás. La mañana se empina poco a poco, y descubre cosas sórdidas y sucias amodorradas en los umbrales, contra el quicio de las puertas. Los mendigos espantan a las ratas y hozan en los montones de inmundicias. Una población harapienta surge del abismo, y vaga y roe al pie de los palacios unidos los unos a los otros en la larga perspec- tiva, gigantescos, mudos, cerrados de arriba abajo, inatacables, inaccesibles”. Airado, continúa el relato: “Allí están guardados los restos del festín de anoche: la pechuga trufada que deshace su pulpa exquisita en el plato de China, el champaña que aban- dona su baño polar para hervir relám- pagos de oro en el tallado cristal de Bohemia. Allí descansan en nidos de tibios terciopelos las esmeraldas y los diamantes; allí reposa la ociosidad y sueña la lujuria, acariciadas por el hilo de Holanda y las sedas de Oriente y los encajes de Inglaterra; allí se ocultan las delicias y los tesoros todos del mundo. Allí, a un palmo de distancia, palpita la felicidad. Fuera de allí, el horror y la rabia, el desierto y la sed, el miedo y la angustia y el suicidio anónimo. “Un viejo se acercó despacio a mi portal. Venía oblicuamente, escu- driñando el suelo. Un gorro pesado, informe, le cubría, como una costra, el cráneo tiñoso. La piel de la cara era fina y repugnante. La nariz abultada, roja, chorreante, asomaba sobre una bufanda grasienta y endurecida. Ropa sin nombre, trozos recosidos atados con cuerdas al cuerpo miserable, peleaban con el invierno. Los pies parecían envueltos en un barro indestructible. Se deslizó hasta mí; no pidió limosna. Vio una lata donde se había arrojado la basura del día, y sacando un gancho comenzó a revolver los desperdicios que despedíanunhedormortal.Contemplé aquellas manos bien dibujadas, en que sonreía aún el reflejo de la juventud y de la inteligencia; contemplé aquellos párpados de bordes sanguinolentos, entre los cuales vacilaba el pálido azul de las pupilas, un azul de témpano, un azul enfermo, extrahumano, fatí- dico. El viejo –si lo era– encontró algo... una carnaza a medio quemar, a medio mascar, manchada con la saliva de algún perro. Las manos la tomaron cuidadosamente. El desdichado se alejó... Creí observar, adivinar... que su apetito no esperaba... “¡También América! Sentí la infamia de la especie en mis entrañas. Sentí la ira implacable subir a mis sienes, morder mis brazos. Sentí que la única manera de ser bueno es ser feroz, que el incendio y la matanza son la verdad, que hay que mudar la sangre de los odres podridos. Comprendí, en aquel instante, la grandeza del gesto anarquista, y admiré el júbilo magnífico con que la dinamita atruena y raja el vil hormiguero humano”.1 Así describía a “Buenos Aires”. Esa tierra prometida acogió menos de un año a Barrett pero fue el lugar en el que consolidó su criticismo militante y donde afianzó su escritura, llevándose una correspon- salía para cubrir la revolución que se gestaba en Paraguay. De allí llegarán sus denuncias sobre Lo que son los yerbales, con sus formas de esclavitud “Sentí la infamia de la especie en mis entrañas. Sentí la ira implacable subir a mis sienes, morder mis brazos. Sentí que la única manera de ser bueno es ser feroz, que el incendio y la matanza son la verdad, que hay que mudar la sangre de los odres podridos. Comprendí, en aquel instante, la grandeza del gesto anarquista, y admiré el júbilo magnífico con que la dinamita atruena y raja el vil hormiguero humano”.
  • 267. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones 266 encubierta. También desde allí remi- tirá un texto, en julio de 1910, donde denuncia y analiza El terror argentino, la aplicación de la ley social y la Ley de Residencia: “No hay bienestar colec- tivo. Hay bienestar de una clase, cuyo dogma forzoso es la propiedad”. ¡Cuerpo a tierra! “Ya quisiera que nosotros, los alemanes, también imitáramos de vez en cuando algo de este vigor original y edificante y no tuviéramos siempre tantas contemplaciones”. Von der Goltz, Impresiones de mi viaje... El hombre está echado sobre el suelo húmedo sin tener en cuenta que su uniforme de trabajo empieza a mancharse con el rocío de la mañana. Está tumbado boca abajo, con su cuerpo exten- dido y sus brazos tensionados. Como en una flexión dobla sus codos y el peso del cuerpo cae sobre sus puños apretados sobre la gramilla. Sus botas, de cáñamo, parecen suspen- didas en el aire. Sobre su pecho pende la cruz de malta. A lo lejos dos infantes observan la posición del general. La mayoría no lo mira. Están atentos en sus posiciones. La cabeza de un soldado asoma, casi saliéndose del marco de la fotografía, tras haberle dejado su posición al visitante para que controle su trabajo, “como si fuese el instructor de ellos” dice Caras y Caretas. “El general Von der Goltz, verificando la puntería hecha por los soldados de infantería de la Escuela de Tiro”, explica el epígrafe. En todo caso Wilhem Leopold Colmar von der Goltz, que había llegado a Argentina el 14 de mayo de 1910 en representación del emperador Guillermo II, anota en su libreta de viaje sobre su paso por Campo de Mayo: “El desarrollo de fuerzas es tanto más seguro como que las aptitudes físicas y mentales del pueblo argentino son excelentes. Se ven en las tropas, generalmente, soldados de figura esbelta, continente marcial, de estatura más que mediana y cuerpo flexible, capaces de perma- necer erguidos sin esfuerzo alguno”. Seguramente no estaba pensando en quien oficiaba como edecán en su visita. Von der Goltz –de haber vivido veinte años más– se hubiera sorprendido de que aquel hombre rechoncho y culón, admirador del espíritu prusiano, el coronel José Félix Uriburu, llegara a presidente de aquel lejano país. Pero paradojas del destino, el mariscal alemán tuvo su momento de admiración por la nación que visitó en su centenario. En Impresiones de mi viaje por Argentina cuenta que en la desembocadura del Riachuelo, “se hallaba anclado un barco bien grande que, como me relataron con sonrisas elocuentes, se iba poblando poco a poco con esa chusma carne de presidio que la policía iba cazando aquí y allá. Me señalaban además que, cuando el buque estaba lleno, comenzaba un viaje de turismo a Tierra del Fuego y allí se los desembarcaba”. El emba- jador imperial, que se enteró de su ascenso por comunicación telegráfica En Impresiones de mi viaje por Argentina cuenta que en la desembocadura del Riachuelo, “se hallaba anclado un barco bien grande que, como me rela- taron con sonrisas elocuentes, seibapoblandopocoapococon esa chusma carne de presidio que la policía iba cazando aquí y allá. Me señalaban además que, cuando el buque estaba lleno, comenzaba un viaje de turismo a Tierra del Fuego y allí se los desembarcaba”.
  • 268. 267 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones –había llegado como embajador plenipotenciario–, era tan diestro con las armas como con la ironía y la moraleja: “Entonces sí que ahí en Tierra del Fuego podían hacer todo el alboroto que quisieran. Se habló en esos días de una huelga general que iba a comenzar con perturbaciones de las numerosas líneas de tranvías eléc- tricos, indispensables para el trans- porte en una ciudad extendida. Pero antes que comenzara la huelga, ya iban apostados soldados atrás y adelante de los vehículos, con fusil cargado y, de anteriores experiencias se sabía demasiado bien que esos guardias no dudaban mucho en apretar el gatillo. De modo que las perturbaciones fueron dejadas para más adelante y hasta hoy no se pusieron en práctica. Pero tal vez la medida más adecuada del jefe de Policía de Buenos Aires fue que, antes del día clave, hizo detener a un importante número de agitadores anarquistas y los encerró, poniéndolos sobre aviso de que, ante la menor perturbación de la fiesta del cente- nario abriría las puertas de la cárcel y dejaría todo lo demás en manos de la población exasperada”.2 En Ushuaia no sólo había entonces presos polí- ticos y sociales, también penados mili- tares, como Juan Grimaldo, el “210”, condenado a presidio indeterminado porque había intentado abofetear a un cabo, doce años atrás, cuando recién llegado de España se había engan- chado en el ejército. El poeta sin rostro “El iniciador, el Adán, es Bartolomé Hidalgo, montevideano”. Jorge Luis Borges, 1950 Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas compartieron el estrado de los naciona- listas –al que alguna vez dejaban subir a Manuel Gálvez– desde donde arengaban a una expectante clase dirigente. Había matices que distinguían sus prédicas, pero también coincidencias. El Lugones más demócrata (el que rindió home- naje al “Centenario de la patria” con
  • 269. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones 268 cuatro libros: Odas seculares, Prometeo, Didáctica y Piedras liminares) coincidirá con el autor de Eurindia en proponer cambios en la educación como forma de integrar a los inmigrantes. Rojas critica el cosmopolitismo dominante y apela a la historia nacional, Lugones recrea mitos fundadores. Tiempo después propone revalorizar –en sus conferencias del Teatro Odeón– el carácter heroico del gaucho a partir del indudable valor literario del Martín Fierro. Rojas encuentra “el origen de la civilización en la pampa” en este libro, como en el Facundo, “ambos definitivos en la historia de nuestra cultura intelectual”.3 Así el creador de la historia lite- raria argentina ubica al texto de Hernández por encima de todas las obras previas. Casi cincuenta años antes, Sarmiento establecía una secuencia de autores que fundaba Bartolomé Hidalgo, a quien define como el “creador del género gauchipolítico”.4 En la misma serie intentaba colarse el sanjuanino. Mitre le dirá por carta a Hernández: “Hidalgo será siempre su Homero, porque fue el primero”.5 Atrás quedaba la machacona descalifica- ción del padre Castañeda que apelaba al “mal color” del poeta, a su aspecto moro. El sesgo de clase lo introduce Lugones cuando destaca el oficio de “rapabarbas”, o de “rapista”, como dice Rojas. El autor de La restauración nacionalista se anima a recrear su figura en un juego creativo: “vestido de chiripá sobre su calzoncillo abierto de cribas; calzadas las espuelas en la bota sobada del caballero gaucho; terciada, al cinturón de fernandinas, la hoja labrada del facón...”. Su imaginación tiene límites. Porque en la pluma de Rojas, Hidalgo queda relegado a ser un mero repetidor de la gauchesca extendida. El montevideano ni funda los cielitos ni es tan novedoso, dice. La crítica se dirige a quienes le atri- buyen autorías que no le pertenecen. Su arte es ingenuo y realista; sus cielitos son simples y rústicos, apenas un eslabón en una saga que se realza con Hernández, puntal de la Historia de la literatura argentina. No entiende Rojas, o entiende pero es fundamental para su proyecto conso- lidar al Martín Fierro en desmedro de sus antecedentes, que Bartolomé Hidalgo tiene –en tanto creador– un carácter doblemente espectral. Porque más allá de que no se conozca un solo retrato del poeta artiguista,6 su figura es fantasmagórica porque asume la condición coral de la crea- ción colectiva; voz que resume lo anónimo y que en su nombre aúna las que confluyen en él. Habrá que esperar que Borges, en otra coyuntura y desde otra lectura diga que “Hidalgo sobrevive en los otros, Hidalgo es de algún modo los otros”.7 En la coyuntura del Centenario, los escritores nacionalistas prefieren una tradición ya recortada, un homenaje a la nación constituida sin la Banda Oriental. Y también, lo popular con menos énfasis. Y continúa Lugones su comen- tario sobre la Fuente de las Nereidas: “Señorita, gracias a Ud. encuentro posibles las mujeres de talento. Que talento tiene usted”. Caras y Caretas también elige destacar que la obra fue concluida “con felicidad y talento viril” que “tanto que decir dio, por ser sin duda su progenitor una dama argentina, mujer al fin débil, pero fuerte y de carácter tan firme y decidido que su obra será y es ejemplo de perse- verancia, de trabajos vencidos con empeño robusto, y de una inteligencia tan poderosa como nutrida de sabios cono- cimientos”. Los adjetivos que se emplean en la crónica no parecen azarosos para quien socialmente era enjuiciada por una sexualidad ambigua.
  • 270. 269 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones Piedra y camino “Cada uno ve en una obra de arte lo que de antemano está en su espí- ritu; el ángel o el demonio están siempre combatiendo en la mirada del hombre. Yo no he cruzado el océano con el objeto de ofender el pudor de mi pueblo”. Lola Mora Fotos imposibles: no puede compararse la multitud que se agolpó frente a la Fuente de las Nereidas, con la que no hubo en el Monumento a la Bandera. Porque si en 1903 se sumaron a los curiosos, diputados, senadores, perso- nalidadescomoelintendenteCasares,el ministro Joaquín V. González, Ernesto delaCárcovayCarlosThays,enRosario no hubo nadie. Claro, esta obra encar- gada a Lola Mora quedó en proyecto. La Comisión Pro-Monumento, en el clima del Centenario, contrató a la artista tucumana para construir el monumento que debía terminarse en julio de 1911, poco antes de que se cumplieran cien años del momento en que Belgrano enarboló la bandera a orillas del Paraná, para molestias del Triunvirato. Frente a la Fuente de las Nereidas las críticas aludían a los modos de la artista: que ofendía la moral al usar panta- lones para moverse por los andamios, o inquietaba las buenas costumbres, transfiriendo en el desnudo de sus escul- turas su deliberada libertad sexual. Ésta aparece aludida aun en los comentarios elogiosos. “La impresión dejada por esa fuente es de obra de varón, diré ensa- yando la frase corriente que me propor- ciona una antítesis afortunada. Su resolución, su gallardía, son varoniles, así se entremezcla, embelleciéndolas, cubierta molicie femenil que es como la armonía flotante del conjunto”. Y continúa Lugones su comentario sobre la Fuente de las Nereidas: “Señorita, gracias a Ud. encuentro posibles las mujeres de talento. Que talento tiene usted”.8 Caras y Caretas también elige destacar que la obra fue concluida “con felicidad y talento viril” que “tanto que decir dio, por ser sin duda su progenitor una dama argentina, mujer al fin débil, pero fuerte y de carácter tan firme y decidido que su obra será y es ejemplo de perseverancia, de trabajos vencidos con empeño robusto, y de una inteli- gencia tan poderosa como nutrida de sabios conocimientos”.9 Los adjetivos que se emplean en la crónica no parecen azarosos para quien socialmente era enjuiciada por una sexualidad ambigua. Por lo mismo, si el primer destino para las Nereidas era la Plaza de Mayo, luego se pensó que mejor sería instalarla en Mataderos o Parque de los Patricios, donde los vecinos miembros de la curia no se la cruzaran a diario. Finalmente
  • 271. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones 270 se decidió emplazarla en Parque Colón, a metros de la Casa de Gobierno, en dirección al río. Eso será por unos años, hasta su destierro en la Costanera Sur. En cambio, alguien propondrá que las estatuas que Dolores Candelaria Mora Vega llegó a realizar para el Monumento a la Bandera tengan su destino definitivo en el fondo del río Paraná. La figura central del proyecto es una mujer que algunos encuentran inspirada en “La libertad guiando al pueblo”, de Delacroix. Antes de eso la revista P.B.T. publicaba una humorada en forma de poema. Allí se aludía a una escultora: Pura. No es nece- sario ser dema- siado intuitivo para suponer que esos versos tenían otra destinataria: “Es que yo he sospechado, / y perdona si soy muy mal pensado / que serán tus relieves seductores, / sin duda, esculturales, / como afirman los mismos escultores, / pero opino que no son naturales, / y, al decirte a ti esto / agregar considero innecesario / que a retractarme siempre estoy dispuesto / si puedes demostrarme lo contrario”.10 Un mes después en las páginas de Caras y Caretas se promovía a Luisa Isella, una “escultora llamada a tener éxito”. Su foto y la de unos rubicundos niños marmolados, se rodean de un texto que ensalza la “suavidad de las formas, una buena técnica”, su sencillez y el buen gusto “que caracteriza su labor”.11 En tanto David Peña, integrante de la Comisión Pro-Monumento –desde su revista Atlántida– dirá que el proyecto de Lola Mora no guarda “unidad en el concepto ni hay verdad ni propiedad en el conjunto”. Y refuerza su embes- tida: no “hay una sola traducción de los vuelos patrióticos y poéticos” de un Sarmiento, un Avellaneda o un Andrade en el proyecto. El autor de Juan Facundo Quiroga propone que la Comisión acuerde con la escultora “alterar fundamentalmente el monu- mento. Ganarían en ello la autora, el arte, el país”. El juicio del dramaturgo es lapidario: “El monumento, como concepción, es irresistible a la crítica”.12 Con el paso del tiempo, las estatuas esculpidas en mármol de Carrara que la artista mandó desde Italia al puerto de Rosario no encontrarán el destino previsto. Y los inconvenientes se suceden: las críticas arrecian, las obras no pueden retirarse de la Aduana, el dinero destinado a la obra escasea y el entusiasmo se apaga. En 1925, se rescindirá el contrato con la escultora, tras el fallo de la Comisión Municipal de Bellas Artes en el que expresa: “su más formal desacuerdo con el levan- tamiento del monumento proyectado, pues en forma concluyente, él no cons- tituye una ‘obra de arte’ en la verdadera acepción de la palabra, sino un conglo- merado de figuras de pésima concep- ción, no ejecutado por artistas, sino por ineptos oficiales marmoleros”.13 Las piezas de la obra escultórica siguieron un periplo semejante al resto de la obra de Lola Mora: el olvido o el exilio. Así el destrozado monumento a Aristóbulo del Valle –antes de inaugu- rarlo– fue abandonado en un corralón municipal y separado de la figura que la completaba; las Nereidas mudadas al sur de la ciudad, las piezas desti- El modo hegemónico en que nos llega el relato del Cente- nario disimula contrastes. No aparece mucho más que una narración donde sobran entu- siasmos generalizados y fiesta cívica, economía próspera y sociedad integrada, republi- canismo y homogeneidades. Como si quisiese cumplir con aquello que decía el aviso del jabón Reuter: “Nunca necesi- tará la república presentarse más pulcra e higiénica, ante propios y extraños, que para la conmemoración de su primer centenario como nación libre e independiente”.
  • 272. 271 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones nadas al Congreso Nacional peregri- nando mil kilómetros hasta su lugar definitivo en la provincia de Jujuy. Contrapuntos “Estamos de acuerdo: con los Abeille, los dramas criollos, el lunfardo, etc., vamos rectamente a la barbarie; hay que resistir activa y pasivamente”. Miguel Cané, en carta a Ernesto Quesada, 8 de octubre de 1900 Los fastos no podían ocultar las grietas que por todos lados resquebrajaban el cerrado círculo por el que velaba periódicamente el autor de Juvenilia. Claroscuros.Ymenosmetafóricamente: contradicciones del orden oligárquico. Aunque esa nitidez no explica todas las tensiones que dibujan un mapa hetero- géneo, listo algunas grageas. El penalista italiano Enrique Ferri acusa al socialismo, para beneplácito de algunos, de ser “una flor artificial” aunque poco después el dirigente Juan B. Justo es censurado por afirmar que los gobernantes locales negaban los problemas sociales “cerrando los ojos y tapándose los oídos ante las más urgentes y claras demandas”.14 Algunos viajeros (Jules Huret, Adolfo Posada, Georges Clemenceau, hasta la casi desconocida Cesarina Lupati Guelfi) dejan registro de la Penitenciaría Nacional y del Hospicio de las Mercedes como instituciones modelo, pero olvidan mencionar la presencia amenazante del barco- prisión con destino final en el Penal de Ushuaia, si se empañaban los festejos. A la vera del asombro por la multitud que participó de los festejos del Centenario, con hombres subidos a los árboles de la Plaza de Mayo incluso, se escriben líneas que sugieren que “esto es un delirio tremens de entusiasmo y de psicología de las multitudes”15 o en forma de versos: “si estábamos estrechos /en esta villa / vamos a estar
  • 273. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones 272 ahora / como en capilla. / Trae dinero la gente / para gastarlo, / en tanto hacemos fuerza / por conservarlo”.16 Otro 25 de mayo, un par de años antes del Centenario, la protesta de la plateaseacallóreciéncuando el payaso Frank Brown trocó su vestido con los colores nacionales por otro menos irritativo a la sensibilidad patriotera. Pero el silencio fue casi total cuando su carpa fue quemada para evitar las funciones para el populacho y que no se afeara el centro.17 El siguiente ejemplo sirve de broche final: los propietarios de un conven- tillo aportan a la conmemoración el regalo de un mes de alquiler para sus inquilinos, éstos en compensación les entregan un pergamino y dos medallas de oro. Fotos en Caras y Caretas, la familia unida y final feliz: los intercam- bios de dones terminan en un asado para todos ofrecido por los dueños de la casona de la calle Venezuela.18 Tres años antes hubo una huelga de inqui- linos generada por el hacinamiento, la especulación y los caros alquileres. El modo hegemónico en que nos llega el relato del Centenario disi- mula contrastes. No aparece mucho más que una narración donde sobran entusiasmos generalizados y fiesta cívica, economía próspera y sociedad integrada, republicanismo y homoge- neidades. Como si quisiese cumplir con aquello que decía el aviso del jabón Reuter: “Nunca necesitará la república presentarse más pulcra e higiénica, ante propios y extraños, que para la conmemoración de su primer centenario como nación libre e independiente”. NOTAS 1. “Buenos Aires”, fue publicado en El Correo Español, y forma parte de Moralidades actuales, Montevideo, O. M. Bertani, 1910. 2. En Impresiones de mi viaje por Argentina, publicado en Berlín, en 1911 (citado y traducido por Osvaldo Bayer, en Exilio, en coautoría con Juan Gelman, Buenos Aires, Legasa, 1984). 3. En Historia de la literatura argentina, “Los gauchescos”, vol. II, Buenos Aires, Losada, 1948. 4. En carta a Vicente Fidel López, del 25 de enero de 1946, recopilada en sus Viajes, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1981. 5. Carta de Mitre fechada en Buenos Aires, 14 de abril de 1879. 6. “El primer poeta de la patria no tiene rostro; es sólo voz que canta y opina”, dice Ángel Rama en Los gauchipolíticos rioplatenses, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1982. 7. Jorge Luis Borges, Aspectos de la literatura gauchesca, Montevideo, Número, 1950. 8. Leopoldo Lugones, “La fuente de Lola Mora”, en La Tribuna, 27 de mayo de 1903, reproducida en Las primeras letras de Leopoldo Lugones, Buenos Aires, Centurión, 1963. 9. En “Inauguración de la Fuente de Lola Mora”, Caras y Caretas N° 243, 30 de mayo de 1903. 10. Vicente Nicolau Roig, “A una escultora”, en P.B.T. N° 287, mayo de 1910. 11. Caras y Caretas N° 611, 18 de junio de 1910. 12. En “Crónica del Centenario”, Atlántida N° 5, mayo de 1911. 13. Tomo esta cita del sitio web: http://www.museodelaciudad.org.ar/exhibiciones-el-arquitecto-y-la-obra.htm. 14. En el número extraordinario del 25 de mayo de 1910, del diario La Nación. 15. “Psicología de las multitudes”, por El de verde gabán (seudónimo del periodista español Eduardo López Bago), en P.B.T. N° 287, mayo de 1910. 16. En “Comenzó Cristo a padecer”, por Julio S. Canata, en P.B.T. N° 287, mayo de 1910. 17. “Un acto imprevisto que no por su violencia no deja de ser simpático”, dirá La Prensa. Puede ampliarse con el escrito de Javier Trímboli sobre el suceso: en http://www.escritoresdelmundo.com/2010/06/4-de-mayo-de- 1910-por-javier-trimboli.html. 18. “La conmemoración del centenario en un conventillo”, en Caras y Caretas N° 615, 16 de julio de 1910.
  • 275. 274 Zonas francas. Risas y mediaciones Por María Pia López Contra toda tentación progresista que percibe la historia como un desarrollo conclusivo, capaz de unificar linealmente los mundos culturales hete- rogéneos, a lo largo de la historia de las naciones ha surgido el problema de la discrepancia. Una diferencia que emerge en el propio acto de cono- cimiento y en el ejercicio de la expresión. Toda palabra dicha es reinterpretada y sometida a un (violento) proceso de reapropiación que despoja las pretensiones originales y los significados ensa- yados por sus autores. Por esta vía, la traducción se convierte en un arte capaz de traficar, de un punto a otro, de una forma cultural a un incierto destino de arribo, con la lengua y las percepciones. Las teorías contemporáneas de la recepción preten- dieron resolver este dilema bajo la idea de una traslaciónquesuponíaun“receptor”pasivo,ajeno a desvíos ni tensiones, sin advertir que la cultura es en sí misma la pregunta por estas derivaciones “impuras” del original. María Pia López piensa la Argentina bajo la pers- pectiva de la traducción como ejercicio inaugural. En Sarmiento, voraz traductor, en Estanislao del Campo que utiliza recursos del humor para hacer pasarlaaltaculturaalmundopopular,enLeopoldo Lugones que realiza el movimiento inverso y en las escenificaciones teatrales se juega una cuestión política primordial: la posibilidad de pensar una forma comunitaria inclusiva capaz de tomar como propia la disidencia de las tonalidades en el habla y las múltiples formas de la vida colectiva.
  • 276. 275 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones “...elFaustodeEstanislaoDelCampo registra el ingreso franco de perso- najes y habla popular a la diversión mundana de los salones burgueses”. Ángel Rama, Los gauchipolíticos rioplatenses. “Pero, tal vez, hay otra lectura posible que corre por debajo y deja flotando su halo de ambigüedad: ¿quién ríe de quién en el Fausto de Del Campo? ¿Acaso habría que descartar del todo que la reída sea esa misma culturosa sociedad? ¿Reída por Del Campo a través de sus dos paisanos, protago- nistas de una parodia que, urgido, había empezado a escribir a partir de los cuchicheos con Gutiérrez? ¿Se sintió él también devorado por lo foráneo?”. Leónidas Lamborghini, Risa y tragedia en los poetas gauchescos. ¿Qué leemos cuando leemos el Fausto de Estanislao del Campo? Leemos en la risa, en el humor disparado por una traducción que, como tal, no deja de presentarse a la vez como desventurada y como feliz. El acto de la traducción conlleva la felicidad del enlace entre lo heterogéneo y la desventura de una inadecuación profunda entre el objeto primero y el que resulta. Mucho se ha pensadoalrededordeeseproblemaenla cultura argentina, precisamente por el carácter postrero de esa cultura respecto de otras. Sarmiento se describía a sí mismo como un traductor voraz, capaz de dar cuenta de un libro tras otro, en plazos ínfimos y con aprendizajes auto- didactas. Al hacerlo, como se puede percibir en las páginas no exentas de arrogancia de Recuerdos de provincia, situaba la traducción como hecho de lectura y la lectura como una apropia- ción violenta, imprudente, creadora.1 Sarmiento narra escenas de captura, en la que un país dirime sus fuerzas cultu- rales como potencia de medirse con otras fuerzas. Como combate, juego, selección. Son felices esos actos porque alivian la deuda de una cultura que se va definiendo como receptora. La idea de recepción, por el contrario, ancla la experiencia del lector en la fórmula del respeto, de los pasos medidos, de la contención. A lo sumo, tolera desvíos y señala autonomías precarias. Es cierto que las múltiples deudas y las escasas autonomías no se saldan por la rauda declaración de una lengua propia, ni con la premura del cazador de ideas que atraviesa las obras nacidas en otros territorios con las pinzas dispuestas para la captura inmediata. Sin embargo, algunas ideas y palabras predisponen más y mejor a esa búsqueda. El que traduce tiene un poder en sus manos, una posibilidad en sus pala- bras. Pone a disposición de un mundo algo nacido en otro: no poca genero- sidad orienta ese gesto, aunque el que lo realice se invista de un prestigio o una propiedad, como ocurre cuando de la traducción se derivan políticas de posesión de una bibliografía, un autor, una escuela. El Fausto de Del Campo escenifica el juego de la traducción. Fallida, despla- zada, mostrando cómo de lo serio brotan los hilos del humor cuando se lo cruza con otra serie culturalmente hetero- génea.2 Un gaucho, el Pollo, traduce. Otro, Laguna, escucha. Varias historias resultan: la representada en el “tiatro del Colón”, la que se lee en las quejas del diálogo, la que se inscribe en una representación de los personajes como gauchos. Esas dos series se sacan chispas humorísticas porque son, sin dudas, heterogéneas. Estamos ante una de las formas del teatro dentro del teatro: una
  • 277. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones 276 obra de la alta cultura vuelta a repre- sentar en el plano de una representación de la cultura popular. Para aprehender su sentido, conviene situarla en un más amplio panorama de la relación entre la gauchesca y el mundo teatral. Con el supuesto de que en muchos sentidos lo popular, en el siglo XIX, encon- traba su lengua en la gauchesca. Ángel Rama sostiene que el teatro nacional r i o p l a t e n s e encontró el cauce de una creación singular con el Juan Moreyra. En esa obra se dio el pasaje de la panto- mima al teatro, produciendo un tipo de actuación y una lengua que ya no consistían en traducciones sino en una producción autónoma. Por lo mismo, recién ahí se encontraría con un público real. Eso, a fines del siglo en el que el Pollo le narraba sus descubri- mientos a Laguna. En el siglo siguiente, Lugones dictaría sus conferencias en el teatro Odeón, en las que produjo la fundacional interpretación del Martín Fierro como la obra clave de la literatura argentina, pero no sólo como hecho literario sino como piedra basal de una autonomía nacional que haría de la Argentina una colectividad capaz de dar cuenta de los valores más profundos de la historia de la humanidad. El poeta se enorgullecía, al final de esas conferencias, de su labor de mediador y traductor, de haber producido un enlace entre la poesía del pueblo y la sensibi- lidad culta de la “clase superior”. Los escenarios teatrales como ámbitos de puestas singulares: traducciones que se dirimen y circulan en distintos sentidos. La de El payador de Lugones puede percibirse como la inversa respectodeladelFaustodeDelCampo: si éste interpreta una obra de la alta cultura en la lengua de la gauchesca; el otro convierte a una obra que proviene de esa tradición en el objeto de una legitimación necesaria para la alta cultura. No hay menos fuerza inter- pretativa en uno que en otro. Ni se revelan menos propicios los esfuerzos de la traducción. Como si los uniera la idea de una cultura nacional capaz de forjarse sobre una tensión entre lenguas antes que sobre la primacía de una de ellas. Porque son inversas es posible entender el radical desprecio con el que el lector de Hernández trata al Fausto: “es una parodia, género de suyo pasajero y vil”.3 En los mismos años en que Lugones homenajeaba al país con esas confe- rencias, Nicolás Granada había escrito sus Cartas gauchas. La ficción narrativa de esos poemas consistía en las cartas que un gaucho enviaba a su mujer desde la ciudad que estaba visitando, Buenos Aires, durante los festejos del Centenario.Granada,quehabíaescrito ¡Al campo!, en estas Cartas afirma la idea de una nobleza ligada al mundo rural, que permitiría una redención de una ciudad tomada por el esnobismo y por la viveza. Azorado asistente a los festejos y a los oropeles, es un más asombrado narrador de las innova- ciones técnicas urbanas y una ingenua víctima del cuento del tío. Como no podía ser de otro modo en un texto imbuido del clima del Centenario, el final es feliz, y alguien que pertenece a ambos mundos restituye lo perdido en una trapisonda. Los escenarios teatrales como ámbitos de puestas singulares: traducciones que se dirimen y circulan en distintos sentidos. La de El payador de Lugones puede percibirse como la inversa respecto de la del Fausto de Del Campo: si éste inter- preta una obra de la alta cultura en la lengua de la gauchesca; el otro convierte a una obra que proviene de esa tradición en el objeto de una legitimación necesaria para la alta cultura. No hay menos fuerza interpre- tativa en uno que en otro.
  • 278. 277 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones El escrito de Granada es una ficción de reconciliación. Mientras el Fausto pone enescenaunadistanciairónica,enlaque la risa se expande tanto sobre el desco- nocimiento del que relata como sobre el objeto relatado, las Cartas gauchas crean la burla a partir de un único plano, el que hace a la ingenuidad del hombre de campo. Es su nobleza la que lo vuelve hombre de una sola pieza y por tanto incapaz de comprender argucias y astu- cias de la vida urbana. Le podría haber correspondido el nombre del film que le era contem- poráneo: Nobleza gaucha. En éste se narraba la historia de un hombre de campo que viajaba a Buenos Aires a rescatar a su china raptada. Un italiano funge, en la película, de guía para una ciudad que asombra por sus trenes y sus ascensores. La ciudad, en estas obras, es fuente de amenaza y de corrosión. Frente a ella, el campo aparece como reservorio de los valores en riesgo. No es ése el caso del Fausto. Los prota- gonistas creados por Del Campo no son losestancierosdeeconomíasflorecientes, sino los hombres abrumados por la falta de dinero y la guerra que transcurre en el Paraguay. Son los gauchos que descienden de aquellos que hablaban en la voz de Bartolomé Hidalgo, y no aquellos que se han reconvertido a la economía ganadera y exportadora posterior al roquismo. La gauchesca de Hidalgo está atrás, pero también desviada: derrotados en las luchas polí- ticas los gauchos devienen comentaristas de un espectáculo teatral.4 Lugones describía, en El payador, al estanciero que de día enlaza ganado en el campo y de noche asiste a la función del Colón. A una función que degusta porque ya pertenece a ese mundo y tiene las disposiciones culturales para comprender lo que sucede. El gaucho de Granada va al teatro y resalta su rabia por las “farsas y fingimientos”. En esa imagen está la remisión al Fausto. En Lugones hay un pasado mortífero que impide, ya, cualquier encuentro con la ironía del recién llegado a un mundo cultural. Quiero decir: en El payador se deja asentada la extinción del gaucho, con una mezcla de lamento y de festejo: es la víctima sacrificial necesaria, adobe para el edificio nacional y derrotado por la fuerza del progreso. En Granada se omite esa constatación: el gaucho está incólume y en él se atesoran los valores profundos de la nación. Son dos modos de interpretar la Argentina del Centenario. Uno, decreta la recuperación simbólica y literaria de lo extinto, reconociendo el carácter María Pia López
  • 279. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones 278 dramático de esa desaparición –a la vez que la considera necesaria “para el bien del país”. El otro, constituye la ficción de su permanencia, sin lograr rasgar el carácter paródico con el que ese supuesto sepresenta.Elprimeroessolemneyporta la solemnidad de la tragedia. El segundo arrastra una gravedad que es la de una estatuaria sin carne o la de una forma sin vida. El gaucho en uno es fantasma; y en el otro, enunciación plana. Sin dudas, es el espectro de El payador el que no deja de resultar interesante y provocativo. Y por ello, ha merecido las más tenaces discusiones y críticas. Es clara la operación que hace el poeta de Lunario sentimental, cuando toma al poema de Hernández como clave de la nación: legitima el Estado cuya violenta constitución había denun- ciado el Martín Fierro. A la vez, repone un problema sobre el cual había escrito a propósito de la idea de conmemo- ración durante el Centenario. En Piedras liminares imaginó un Templo del Himno, como la forma más propicia de una memoria colectiva. Tal templo debía ser construido con materiales del país y realizado por manos creyentes. Ahí estaba el centro del problema o el decreto de imposi- bilidad. Sin redención obrera, o bajo las conocidas condiciones de explota- ción y conflictividad social, los traba- jadores no creerían en la nación a la que estaban homenajeando. Por lo tanto, el templo resultaría, como las iglesias contemporáneas, frío artificio. La idea no debe pasar desapercibida –encontró sus formas más explícitas en el modo en que Niemeyer encaró la construcción de Brasilia, como una aventura mística y una experiencia en la cual se probaban las condiciones igualitarias del comunismo–, porque supone un trato de lo popular que tiene fuertes aristas críticas respecto del presente de ese texto. El templo es imposible en el contexto del Centenario, con ley de resi- dencia, estado de sitio, persecución sindical, hacinamiento en conven- tillos y desventuras laborales que un Bialet Massé había dejado clara- mente asentadas seis años antes. Lugones dice, en realidad, que hay sólo dos modos plenos de la conme- moración. El templo, cuyas dificul- tades ya glosamos, y el poema. Tres años después, con las conferencias que luego constituirían El payador,
  • 280. 279 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones convierte al poema de Hernández en la memoria de la nación. Lo popular irredento en la existencia de la clase obrera, se redime en el plano lite- rario y simbólico. Nación va a ser el nombre de ese desplazamiento hacia la cultura –de esa espiritualización–, ante una realidad que no dejaba de ser inicua y fracturada y que, por lo tanto, volvía problemática la narra- tiva de su integridad. De esa fractura persistente da cuenta el Fausto. Distancia cultural, social, polí- tica. Cuando se va de noche al teatro, después de realizar las tareas viriles en el campo, lo que resulta no es el disfrute del ocio, sino el choque con un tipo de lógica, la de la representa- ción, que se desconoce. La risa es reve- lación de esa distancia.5 La insistencia en esa diferencia que implica ver lite- ralidad allí donde hay representación y suponer realidad en la ficción, puede leerse como impugnación a una polí- tica que va desplegándose en el teatro de la representación y en la construc- ción de un orden simbólico que se presenta como superación u olvido de las desigualdades reales. Todo eso, en el terreno de la media- ción o de la traducción. Como tal, puede ser juzgada –como en cierto modo hace Rama– por lo que desva- nece de nitidez o se pierde de aristas conflictivas. Pero también puede ser valorada por lo que inaugura en ese mismo terreno. La idea de nación conlleva esa dimensión de mediación cultural: entre clases, sectores, etnias, colectivos. Entre todos aquellos cuyos tonos difieren, cuyos dialectos son heterogéneos, cuyos mundos valora- tivos y comprensivos hasta pueden ser antagónicos. Lo nacional, en su mejor momento –cuando se resuelve como inclusión-, se constituye como mediación entre tonos.6 Y en su peor rostro, se presenta como exclusión y negación de los modos expresivos y culturales subalternos. En la conmemoración del Bicentenario de la Revolución de Mayo, hubo Teatro Colón y hubo calle. En uno se repro- dujo la escena inicial como si la repe- tición sacralizara la continuidad de una historia y la persistencia de un conjunto de valores.Enlacalle, por el contrario, la memoriafueritua- lizada mediante formas de experi- mentación teatral y la postulación de un relato capaz de reconocer lo heterogéneo en la misma constitu- ción de la nación. La conexión ardua de la cuestión nacional con la cuestión indígena fue planteada en el espacio público. Quizás más para decre- tarla resuelta que para reconocer que hay una disidencia constitutiva, que no puede dejar de producir antagonismos o conflictos. Es en estos modos, en que la nación es pensada como mediación y traduc- ción, y la experimentación formal es puesta al servicio de la forja de una tradición, en los que se juegan promi- sorios senderos de la cultura argentina. También en esos cruces se dirimen las posibilidades de las instituciones que resguardan y atesoran los bienes cultu- rales, de interpelar un tipo de vínculo con el mundo popular en el que no pueden resultar eximidas de la risa ante su propia solemnidad. En la calle, por el contrario, la memoria fue ritualizada mediante formas de experi- mentación teatral y la postu- lación de un relato capaz de reconocer lo heterogéneo en la misma constitución de la nación.Laconexiónarduadela cuestión nacional con la cues- tión indígena fue planteada en el espacio público. Quizás más para decretarla resuelta que para reconocer que hay una disidencia constitutiva, que no puede dejar de producir anta- gonismos o conflictos.
  • 281. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Discusiones 280 NOTAS 1. Silvia Molloy analiza el cuantioso número de traducciones que se atribuye el autor de Facundo (doce libros en un mes, en un idioma que recién aprende): “Es notorio que Sarmiento tendía a la exageración. En este caso particular, sin embargo, sospecho que lo que dice es en esencia cierto. Quizá sí haya hojeado, aunque muy por encima, la mayoría de estos volúmenes –el tiempo no le habría permitido otra cosa–, armando una traducción de lo que leía (o, dado su deficiente conocimiento de la lengua extranjera, de lo que creía leer), una traducción que es artefacto textual, simulacro del original, libro diferente. Por muy ‘correcta’ que a Sarmiento le haya pare- cido su manera de leer, sin duda tenía conciencia de que leer es modificar. Así, describe su práctica de la lectura como un ‘traducir el espíritu europeo al espíritu americano, con los cambios que el diverso teatro requería’” (Acto de presencia. La escritura autobiográfica en Hispanoamérica, Fondo de cultura económica, 1996). Están, ya, todos los temas que nos interesan en este artículo: la traducción, el teatro, la mediación, la diferencia. 2. El buen Sarmiento decía: dos culturas. La del campo y la de la ciudad. El teatro está identificado con la vida urbana. La lógica de la representación es la de la ciudad, la de la ciudadanía y la del espectáculo teatral. (Eduardo Rinesi, Ciudades, teatros y balcones, Paradiso, 1994). 3. ¿Y si la parodia es una parodia anticipada de la operación lugoniana? ¿No es por eso que el poeta está obli- gado a refutar a Del Campo, porque tiene que enlazar gauchesca y teatro del modo inverso y no puede hacerlo si esa risa no deja de producir ecos? Lugones, demasiado cerca de Laguna, para no sentirse inquieto. 4. Escribe Ángel Rama: “también los temas registran una transformación aunque algo más degradada. De ser actores de los sucesos históricos, estos gauchos pasarán a ser sus testigos y luego todavía menos: simples contem- pladores de espectáculos”. En este sentido, el Fausto hereda los Diálogos de Hidalgo, en los que el gaucho Ramón Contreras narra las Fiestas mayas (Los gauchipolíticos rioplatenses, CEAL, 1982). Josefina Ludmer analiza esos encadenamientos para mostrar la radical inversión que supone la aparición del poema de Del Campo: “Fausto se constituye por exclusión de lo político. Transforma definitivamente la fiesta política en puramente cultural y cambia así la representación del sistema de relaciones del gaucho con la ciudad, y por lo tanto el vínculo y la alianza de las dos culturas en el género. Los efectos de la despolitización son múltiples: el texto se autonomiza y transforma su relación con la coyuntura, el contexto y el conjunto del sistema de referencias” (El género gauchesco. Un tratado sobre la patria, Sudamericana, 1988). 5. Julio Schvartzman recuerda la crítica de José Hernández a Del Campo, pero para relativizarla: “la versión del Pollo de la ópera de Gounod no implica, necesariamente, candor ni ignorancia. Puede leerse, más bien, como un sistema de equivalencias populares que ponen, sutil e irónicamente, a ras de tierra, las imágenes sublimadas de la alta cultura”. (Prólogo a Tres poemas gauchescos, Clarín, 2001). En el mismo sentido, corre la interpretación de Leónidas Lamborghini que funciona de epígrafe para este artículo (Risa y tragedia en los poetas gauchescos, Emecé, 2008). 6. Esta idea, como muchas otras que recorren este ensayo, proviene de Mijail Bajtin y su potente interpretación de la cultura popular.
  • 283. Los textos futuristas no nos hablan tanto de aquello que imaginan, aunque también lo hacen, sino que nos ofrecen la posibilidad de comprender los contextos culturales en los que se sitúa su escritura. Son expresiones utópicas con altas dosis de incerteza. A pesar de ello, logran convertirse en un ejercicio intelectual consis- tente para investigar cómo el autor escapa de los condicionantes culturales de su entorno. En la ficción que supone los tiempos veni- deros se manifiesta una confianza en el futuro; unas veces bajo la forma de hipótesis especulativas, otras, como ferviente deseo redentor. Pero, como decíamos, encontramos en estas elucubra- ciones los ensayos de unas vidas que buscaban sustraerse de un orden asfixiante. Huir hacia adelante como modo de huir del tiempo aquí y ahora. En esos trayectos se vislumbran las marcas conspirativas de la marcha de la historia. Aquí publicamos fragmentos de libros. En el fragmento hay un poder iluminador. Pertenece a una obra, pero también tiene el potencial de subvertir todo orden. No se trata, por lo tanto, de la parte de un todo, sino que en él mismo puede verificarse todo un universo virtual. La sección comprende tres textos futuristas, un ensayo y un relato testimonial de principios del siglo XX, todos escritos en el marco (o bajo el condicionante) del Centenario argentino. En Estrella del Sur, Enrique Vera y González concibe un 2010 (nos concibe) como un país poblado por 200 millones de habi- tantes, solidario, organizado y predecible, regido por funcionarios eficientes y probos. En esta construcción ilusoria, si bien se nota Fragmentos
  • 284. la influencia de los valores con que se pensaba por aquellos años, también hay una extraña ironía, quizás un pesimismo propio del argentino de todos los tiempos. Julio O. Dittrich relata la Buenos Aires de 1950, pero lo hace en 1908. Se trata, en esta proyección, de una ciudad socialista inserta en un mundo políticamente unido bajo un mismo sistema, excepto Inglaterra que sigue ejerciendo su misantropía política. Un anciano queda en estado de coma durante 40 años y su hijo le cuenta los drásticos cambios producidos. El relato aparentemente idealista, deviene en alerta frente a la idea del totalitarismo, lo que le brinda una fuerza premonitoria notable. PierreQuiroule­–untipógrafodelaBibliotecaNacionalenlosañosde Paul Groussac– en La ciudad anarquista americana llega a plasmar, en 1914, una crítica muy lograda de las formas de organización urbana y sus modos de edificación que corrompen a sus habitantes. El autor, de origen francés, predice alucinantemente los fenómenos sociales que sobrevendrán en esos conglomerados humanos. El sincretismo entre europeísmo e indigenismo se despunta en Eurindia, de Ricardo Rojas. Las teorías contemporáneas del posco- lonialismo creen hallar en sus formulaciones novedades radicales respecto al pensamiento social. Puede que las haya, pero sin dudas, el poeta nacionalista –a quien se le achacaría el calificativo de sustancialista– anticipa con una prosa delicada y decidida las potencialidades del pensamiento latinoamericano. Una perspectiva singular que pretende una nueva universalidad. Si denunciar la represión de los obreros es, en todo momento, un acto riesgoso, hacerlo en los festejos del Centenario puede parecer un extravío de la razón. En el Diario de Gabriel Quiroga, Manuel Gálvez pergeña un denunciante, nunca más solitario, que asume su condición a sabiendas que puede ser encarcelado. Cargando el riesgo con pasión, se constituye en medio y mensaje de las peripecias de un país al que ama escéptica y profundamente.
  • 285. 284 La Estrella del Sur A través del porvenir(*) Por Enrique Vera y González El intendente de la ciudad de Buenos Aires en 2010 tiene a su cargo está la tarea de recibir a un extraño emir proveniente de los confines de ultramar. ¿Cómo es esta ciudad del futuro? Convulsionada por la dinámica de las inven- ciones en el campo científico, en los medios de comunicación y de locomoción, y en las huma- nidades, por caso la psicología y la antropología que permiten medir con exactitud las fuerzas morales, físicas y espirituales, Buenos Aires vive una revolución pacífica en la que se van suce- diendo reformas graduales, a manos de expertos funcionarios del Estado, capaces de dejar atrás el conservadurismo de la tradición. Una ciudad abierta al mundo, vertiginosa pero prede- cible, perteneciente a un país habitado por 200 millones de argentinos cuyo bienestar futuro está garantizado por la labor comunitaria y recíproca. Argentina colaborará en la emancipación afri- cana solicitada por el visitante, sólo a condición de que esa descolonización sea pacífica. Esta ficción utópica, plagada de imaginación e ironía, fue escrita por el español Enrique Vera y González en 1904. Su futurismo, sazonado por cierta candidez, permite recrear la atmósfera cultural de aquella época.
  • 286. 285 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos Capítulo 4 La llegada A principios del mes de mayo del año 2010 de la Era Cristiana, el Intendente de Buenos Aires, Sr. Renato de Villena, recibió la visita del ras Ayub y de Yezid-Bajá, emir de Kordofán y pariente del Sultán de Abisinia. Viajaba el emir de Kordofán de incógnito, acompañando a su sobrino el príncipe imperial Ayub, a quien el muy poderoso y magnífico monarca de Abisinia, Etiopía, Sudán y Nubia, quería preparar a las tareas del gobierno, haciéndole conocer las maravillas de la civilización universal. El soberano, por su parte, no había querido salir nunca de sus vastos dominios, en que se hallaba muy a gusto y que ensanchaba cuanto le era posible, aprovechando las rivalidades de Francia e Inglaterra que, muy decaídas de su antiguo esplendor y sin poder acallar sus rivalidades, luchaban penosamente por mantener su predo- minio en la mitad septentrional del África, mientras en el Sur y el Centro de este continente surgían imperios y repúblicas potentes, aferradas aún al tipo de gobierno militar que tendía a desaparecer en el resto del mundo, aunque todavía se conservaran vesti- gios de aquel sistema en algunos países de Asia y Europa. El Intendente había tenido conoci- miento de esa visita por un despacho telegráfico que le fue dirigido en la mañana anterior desde San Luis del Senegal y que, en señal de deferencia, había sido escrito por los citados perso- najes y reproducía exactamente su carácter de letra. Estas reproducciones autográficas por medio de corrientes de electricidad modificadas por el selenio, eran de uso muy frecuente y tenían un significado especialmente amistoso. El despacho, escrito en un papel impregnado de ciertos agentes químicos que dejaban paso a la electri- cidad en toda la extensión del pliego, menos en los puntos cubiertos por la tinta en el original, llevaba al frente los retratos de los expedidores, deli- cadamente marcados en colores sobre fondo verde pálido. Como el viaje entre el Senegal y Buenos Aires, no obstante la detención de dos horas en Río de Janeiro, duraba entonces, minutos más o menos, medio día, los príncipes musulmanes debían estar en la gran metrópoli del Sur desde la noche anterior. En aquella época los medios de comu- nicación habían progresado extraordi- nariamente; la utopia de la supresión del espacio, en cuanto supone una dificultad para las relaciones humanas, estaba cerca de convertirse en un hecho. En este aspecto de los adelantos materiales, como en otros varios, el siglo XX había cumplido con tal usura sus promesas, que era común, sobre todo entre los físicos, hablar del siglo XIX como de un período de barbarie en que la huma- nidad apenas empezaba a deletrear el alfabeto científico. Achaque de todos los tiempos es juzgar con cierto desdén a los anteriores, y el comienzo del siglo XXI distaba de ser una excep- ción de esta ley; por el contrario, la moda imponía una especie de aver- sión a las tradiciones y se pintaba con matices tan sombríos lo pasado, que sólo algunos espíritus indepen- dientes o paradójicos tomaban a gala el convertirse en sus panegiristas. Justo es confesar que los progresos científicos e industriales, ya que no justificasen tan excesivo orgullo, lo explicaban en gran parte. Los motores
  • 287. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 286 terrestres y marítimos, estos últimos, en su mayor parte eléctricos, y provistos de poderosos acumuladores, con carga suficiente para el trayecto, avanzaban sin dificultad a razón de 500 a 600 kilómetros por hora y aún se trataba de obtener mayores veloci- dades para hacer frente a las exigencias del comercio y a la impaciencia de los mismos viajeros, a muchos de los cuales parecía demasiado largo el plazo de 30 horas que invertía el tren expreso de Nueva York a Buenos Aires, las dos mayores ciudades del mundo. Estas rapideces vertiginosas se habían logrado mediante un ingenioso sistema consistente en neutralizar el peso de los vagones por medio de una serie de electroimanes potentes colocados en la parte inferior de cada coche y que levantaban el plano de las ruedas hasta la altura indispensable para que el rozamiento y carga sobre los rieles quedaran reducidos a poco más que cero. De este modo la fuerza impul- siva del motor, cualquiera que fuese la naturaleza de éste, se invertía casi toda en el arrastre horizontal y los ingenieros estudiaban nuevas combi- naciones para llegar al desiderátum de los mil kilómetros por hora, que ya no parecía inverosímil. Se aprovechaban todos los manantiales de fuerza; el mismo movimiento de los vehículos era utilizado en gran parte por conmu- tadores y alimentaba la energía de los electroimanes de los vagones, grandes como edificios de varios pisos y que soportaban cargas inauditas; de modo que un tren de mercancías parecía una calle en movimiento. La radia- ción calorífica del sol y la fuerza de atracción lunar, manifestada en la producción de las mareas, comen- zaban a ser aplicadas a la industria por medio de aparatos cada vez más remuneradores, pero aún se obtenía un partido relativamente escaso de esas fuerzas inagotables, llamadas un día a transformar por completo la faz del mundo, reduciendo todas las máquinas conocidas a juguetes de niños. El alcohol, obtenido a precios ínfimos en cantidades prodigiosas; el petróleo, fabricado sintéticamente por medio de la reacción de ciertos metales sobre los hidrocarburos, y por fin, gran número de productos explosi- bles, habían sustituido con ventaja a la hulla, que apenas se empleaba sino en las pequeñas industrias. La generaliza- ción de los motores mecánicos había emancipado a los animales domésticos de la esclavitud del tiro y del yugo y sólo montaban caballos los habi- tantes de las comarcas muy alejadas de los centros de población. También se había borrado todo vestigio de las bicicletas, tan generalizadas un siglo antes y que exigían una constante producción de fuerza humana y la adopción de actitudes molestas. En cambio, era grande la variedad de automóviles de todas clases, desde los capaces para muchas personas, hasta los propios para una sola, muy ligeros y que podían replegarse de modo que ocuparan muy poco espacio. Los había de bolsillo, semejantes a patines y provistos de dos ruedecillas o de una sola central; permitían caminar hasta 20 kilómetros por hora los primeros y más de 30 los segundos; pero eran incómodos y únicamente los usaban las gentes humildes. Por fin, existían grandes máquinas voladoras, con velo- cidades regulares (200 a 300 kilóme- tros por hora) y se ensayaba el uso de otras más pequeñas y de aparatos vola- dores individuales, que hasta entonces habían dado poco resultado y produ- cido algunas desgracias.
  • 288. 287 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos Hecha esta digresión, que hemos creído conveniente para explicar la rapidez del viaje de los dos nobles abisinios, dedicaremos algunas pala- bras al protagonista de esta parte de nuestro relato. Renato de Villena, a quien había cabido la honra de ser elegido Intendente de la más complicada de las ciudades del mundo para el ejer- cicio de 2010, contaba en la actua- lidad algo más de 50 años y figuraba en el libro de oro de los característicos o diferenciados superiores, en la cate- goría número 31, sobre la cual no había sino dos series de capacidades geniales muy difíciles de llenar y que de hecho estaban casi siempre en blanco. Esta clasificación por coefi- cientes personales habíase introdu- cido en el segundo tercio del siglo XX, merced a los progresos de las ciencias antropológicas y descansaba en una serie de datos suficientemente aproxi- mados acerca del potencial de las energías psíquicas de cada individuo. La psicología experimental, enrique- cida con un número prodigioso de observaciones concienzudas, había revolucionado las ciencias médicas y permitía inducir, con una exactitud que siglos antes hubiera pasado por hechicería, la fuerza moral y mental de cada sujeto de observación. La inmensa mayoría de los sometidos a este examen, casi tan rápido como las mediciones externas de la antigua antropología, era clasificada en la vasta muchedumbre de los indiferenciados o indiferentes, gentes de buen sentido vulgar, útiles para las faenas y profe- siones comunes, que no exigen facul- tades preciosas. En cambio, los que presentaban caracteres marcadamente favorables, eran objeto de una vigi- lancia particular. Desde su juventud, un signo convencional colocado antes de su nombre, servía de advertencia a
  • 289. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 288 los profesores universitarios para que les impusieran trabajos especiales sin temor al surmenage, y en efecto, muy rara vez desmintieron estos elegidos a predestinados las esperanzas que en ellos podían fundarse, con arreglo al determinismo científico. La vigi- lancia de que se ha hecho mención, se refería a la conducta moral de los característicos y no entrañaba para ellos la más leve coacción física, ni aun siquiera la molestia de amones- taciones o consejos que sirvieran de trabas a su libertad; únicamente se anotaban ciertas observaciones en el correspondiente registro y esto era todo. La filiación intelectual y moral, de capacidad y de resultados, especie de biografía sumaria de cada persona- lidad distinguida, era más completa de lo que hubiera podido desear un exigente y sabio jefe de pesquisas. Esta alta inspección estadística y en cierto modo policial de la corporación de psicólogos experimentales, tuvo en el desarrollo de la sociabilidad argen- tina una influencia inmensa. Obser- vaciones que al principio habían sido aisladas y de mero interés científico, se generalizaron pronto y entraron cada vez más en las costumbres y en las leyes; la corporación de antropólogos, cons- tituida por un número fijo de miem- bros, sometidos a rigurosas pruebas de capacidad y espléndidamente retribuidos, llegó a ser, de hecho, un verdadero poder del Estado; un admi- rable instrumento de selección. Todo candidato a cargos públicos hubo de someterse al examen y calificación de ese areópago temible, que dictaba sus fallos con una imparcialidad pasmosa. Si el candidato, después de un dictamen desfavorable respecto de sus aptitudes, insistía en someterse a la votación popular, no se le oponía ningún veto y el pueblo decidía; pero tantas veces se confirmaron los pronós- ticos de aquella junta de sabios que se llegó pronto a dos hechos difíciles de prever un siglo antes: a presentar al pueblo una serie de gobernantes real- mente capaces e íntegros que elevaron la grandeza nacional a inconcebible altura y a que el prestigio atribuido en otras épocas a los sacerdotes pasase rápidamente a los médicos que, en conjunto, soportaron con gran honor la ruda prueba y se hicieron dignos de su apostolado terrenal, por su abne- gación y la rectitud de sus procederes. La ciencia tuvo adeptos tan desintere- sados como los más fervorosos místicos de las religiones y, por otra parte, las tentativas de engaño eran tan fácil- mente desautorizadas y tan general el desprecio que acarreaban a los culpa- bles en tiempos de una publicidad vastísima, que llegó a ser imposible falsificar las reputaciones. Había subido Renato hasta su cargo actual, comparable a la gobernación de un vasto imperio, después de haber mostrado grandes aptitudes como físico y como legislador. Se le debían descubrimientos notables, entre ellos la fijación de las imágenes psíquicas por medio de la luz del polonio, que producía impresiones diversamente coloreadas, representativas de otras tantas energías espirituales; algo así como un bosquejo interesantísimo de la fotografía del ser verdadero, y no decimos interior, porque la exis- tencia de la irradiación astral era ya una verdad comprobada. Al mismo tiempo había demostrado Renato una vasta preparación administrativa y financiera. De tal modo, sin embargo, absorbían entonces los puestos del Estado las facultades más vigorosas, tales esfuerzos mentales imponían, que
  • 290. 289 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos la duración de los primeros empleos no pasaba de un año y en este periodo se renovaban la presidencia de la República, la Intendencia de Buenos Aires y las direcciones de ministerio. Esta limitación había llegado a ser necesaria para evitar el agotamiento nervioso de los altos magistrados y sobre todo la estancación y rutina de los negocios y procedimientos. Se vivía en permanente revolución pací- fica, en medio de una vertiginosa serie de ensayos y reformas y era indispen- sable contar con cerebros muy sólidos y firmes para que no se interrumpiese la marcha. La palabra tradición iba perdiendo todo prestigio y sólo entre los indiferenciados abundaban los llamados conservadores. El doctor Villena se había dedicado casi por entero a los intereses de la colecti- vidad desde que la muerte le privó de la dulce compañía de su esposa Irene, con la que había pasado veinte años de una dicha no turbada por la más leve discordia. De tal modo armonizaban sus caracteres que parecían creados para comprenderse y estimarse. Fue el suyo un amor sin arrebatos y sin decepciones, un afecto entrañable y sereno, que les hizo saborear toda la felicidad que puede nacer en la tierra de la fusión de dos cuerpos en una sola alma. Renato había sido para Irene la realización del hombre ideal, del esposo y del amante en su más noble personificación y a la vez Irene había sido para Renato esa encarnación superior de la belleza y la bondad que supera las ilusiones más atrevidas de la juventud; pues así como la vida es con frecuencia una deforme caricatura de los ensueños del alma, puede dar también, siquiera sea en casos excep- cionales, mucho más de lo que se la pedía. Dos hijos, Augusto y Elisa, nacieron de esta venturosa unión y ambos colmaron de orgullo y satis- facción a sus padres, así por las dotes privilegiadas de su espíritu; como por la belleza física que reunían en alto grado. Augusto, que en el momento en que comienza esta relación entraba en los veinticuatro años, era uno de los más distinguidos jóvenes de su tiempo, ingeniero químico de gran renombre, que había realizado descu- brimientos de trascendencia incal- culable sobre formación sintética de algunos supuestos elementos simples, abriendo vastísimos horizontes a la ciencia. Su tesis doctoral, en vez de un trabajo medio literario y medio erudito de alumno aprovechado, había sido un golpe de maestro, una eleva- ción increíble de águila de la ciencia, la producción por síntesis directa, de un gluten de propiedades análogas al que ofrece el extraído de los cereales. Este triunfo colosal, que resolvía multitud de problemas, no sólo químicos, sino sociológicos, despejando casi por completo la incógnita de la alimenta- ción humana a precios fabulosamente baratos, granjeó a Augusto Villena la admiración del mundo a través del cual cediendo a invitaciones entusiastas, realizó viajes que fueron una serie de ovaciones delirantes, muy superiores por su alta significación y completa sinceridad a las que sostenían los más pomposos soberanos de la tierra. Esta victoria fue amargada por la muerte de su idolatrada madre que acaso se doblegó al exceso de la alegría. Pero en Augusto, de igual modo que en Renato, el dolor se tradujo en un culto apasionado al recuerdo de aquella mujer adorable y en poderosa concentración de las facultades del alma en nuevas investigaciones y empresas. Augusto participaba del ardiente espiritualismo
  • 291. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 290 de su padre y disintiendo en esto de muchos de sus colegas, creía que así como las manifestaciones orgánicas y vitales obedecen a principios mecánicos, el espíritu rige todas las combinaciones de la materia, determina sus movi- mientos y la acompaña necesariamente en forma de voluntad y conciencia como un aspecto eterno de la energía universal. Íntimamente convencido, pues, de que la muerte no es más que un episodio de la vida, y de que los seres que se han amado volverán a encontrarse y reco- nocerse, cultivó en silencio su noble pena, como se cultiva una planta de flores preciosas y continuó sus decisivos experimentos. Su nombre estaba inscrito en el libro de oro en la más alta cate- goría, con el envidiable número 33 y se confiaba fundadamente en que aquella vasta y noble intelectualidad preparaba a su patria y al mundo nuevas glorias en el terreno científico. Elisa, cinco años más joven que su hermano, había recibido también una instrucción muy vasta, pero adecuada a su temperamento artístico. Amaba la pintura y la música y además escribía composiciones sentimentales, en las que se notaba la afectación propia de su sexo. Pero si esto es un defecto, lo compensaba con su ingenua modestia, y con la nobleza de sus sentimientos no dejaba, sin embargo, de presentar algunas desigualdades de carácter; sufría poco la contradicción y en estos casos alardeaba de una independencia varonil. Por lo demás, brillaba en todos los ramos de la educación de una joven distinguida; hablaba perfec- tamente los cuatro idiomas de rigor en aquella época y aunque había tenido el buen gusto de no adquirir títulos universitarios, sus conocimientos en literatura hubieran honrado a más de un profesor. Conocía, por fin, de un modo satisfactorio las que aún seguían siendo labores de su sexo, cada vez más facilitadas y también más complicadas, por los muchos inventos
  • 292. 291 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos mecánicos que iban emancipando de no pocas sujeciones materiales a la humanidad femenina. En suma, sabía dirigir perfectamente una casa tan vasta como la de Renato Villena, en la que más bien sobraban que faltaban empleados domésticos –así se llamaba a los criados– elemento con el que había que transigir, como un mal menor, mientras no dieran resultados prácticos las figuras automáticas que ya prestaban algunos servicios y cuya docilidad era ejemplar cuando funcio- naban normalmente. Capítulo 5 Los abisinios en Buenos Aires El Intendente, prevenido por una serie de avisos telefónicos de la aproxima- ción y llegada de sus visitantes, dio las previas instrucciones necesarias para que uno de los secretarios de su palacio los condujese a su presencia. El palacio de Villena, verdadero museo de precio- sidades de todo género, como las demás moradas opulentas de aquel tiempo, estaba situado en uno de los extremos de la ciudad, a pocos kilómetros del Río de la Plata, casi en el recinto de la antigua Buenos Aires y era una vasta construcción metálica, de 150 metros de altura, formada por veinte pisos cuadrados que se iban estrechando conforme se ascendía, según el gusto babilónico, y que presentaba en su conjunto el aspecto de una pirámide. El revestimiento del colosal edificio era de aleación de aluminio y selio, metales ligeros, poco alterables y protegidos por capas vítreas artísticamente coloreadas, que no sólo moderaban los efectos de la radiación calorífica y luminosa del sol, haciéndola casi imperceptible, sino que porlaacertadacombinacióndelostonos, daban a la extraña morada, rodeada de jardines y pensiles, fantástico atractivo. Allí, a más de la familia Villena, que se había reservado los pisos altos, habitaba una legión de servidores de Renato y de operarios de Augusto, muchos de ellos con sus respectivas familias. Uno de los ascensores centrales trasladó en pocos momentos a los viajeros a las habitaciones de Renato de Villena, que esperaba en pie a sus visitantes en un magnífico salón. Cambiadas las cortesías de estilo –no muchas, pues la necesidad de utilizar el tiempo iba simplificando notable- mente la etiqueta–, Yezid-Bajá, que era un respetable anciano como de sesenta años, presentó al Intendente varios mensajes de recomendación, uno de ellos suscrito por el monarca de Abisinia, y otros por influyentes personajes de diversos Estados; pues aunque el viaje carecía de significa- ción oficial, siendo principalmente de estudio, deseaban hallar todas las faci- lidades posibles en sus investigaciones. El príncipe Ayub, joven de veinti- cinco años y acabado tipo de belleza oriental, había cultivado su espíritu con estudios muy superiores a los que acostumbraban hacer los nobles de su país y a la vez sobresalía en los ejer- cicios físicos y tenía probada su intre- pidez en más de un combate. Ofrecióles Villena con la mayor satis- facción sus servicios y después de haberles tranquilizado respecto al perjuicio que temían causarle distra- yéndole de sus atenciones con aquella visita, pues eran las diez de la mañana y hasta las tres de la tarde disponía aquel día de su tiempo, entabló con ellos una conversación sobre varios asuntos, empleando el idioma inglés que, aparte del natal, era el más fami- liar a sus interlocutores.
  • 293. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 292 –Las fugaces excursiones o, mejor diré, trayectorias que en la noche de ayer y en la mañana de hoy hemos tenido que realizar por Buenos Aires –dijo Ayub– nos han llenado de asombro, a pesar de que hace algunos meses visitamos Nueva York. Pasmosa fue la impresión que nos produjo la metrópoli norte- americana y juzgábamos insuperable su grandeza y magnificencia; más ahora empezamos a sospechar que no nos engañaron los diplomáticos sudameri- canos de varios países al decirnos que la ciudad de las ciudades es la capital del hemisferio Sur. –Así es, en efecto, y no tardarán ustedes en convencerse de esta verdad –dijo Renato de Villena–. La lucha entre Nueva York y Buenos Aires es antigua, data de más de un cuarto de siglo; pero todos los esfuerzos de los norte- americanos y todas las violencias que hacen sufrir a la estadística, no bastan a destruir los hechos, por más que los desfiguren. Admiro a los Estados Unidos en lo mucho que tienen de admirable; ese país representa uno de los más prodigiosos esfuerzos que ha realizado la humanidad; pero quisiera ver a sus hombres menos exclusivistas, menos obcecados en desconocer la evidencia cuando ésta se opone a los dictados de su amor propio. No insistiré en esto: cada cual entiende el patriotismo a su modo, pero siempre deberían quedar a salvo los fueros de la verdad. Y la verdad es que la cadena de antiguas ciudades que hoy forman un todo continuo desde Lynn (Massachussets) hasta Mount-Vernon en Virginia, se prolonga de norte a sur en una extensión de 680 kilómetros, con una anchura máxima de 12 de E. a O., lo que daría, tomando estas dimensiones como si fueran cons- tantes, 816 mil hectáreas de super- ficie, mientras la actual Buenos Aires, tomando solamente lo que pudiera llamar el casco de la ciudad y prescin- diendo de sus expansiones, prolon- gadas como rayos de un sol naciente, mide 500 kilómetros de NE. a SE., y no menos de 225 de E. a O., y abarca una zona de diez millones de hectáreas próximamente. Ya ustedes ven que no hay siquiera posibilidad de discu- sión; se trata de una diferencia de área enorme, como de uno a diez, y sin embargo, se quiere negar la evidencia. Los norteamericanos aseguran que lo que nos empeñamos en llamar Buenos Aires es un conjunto de grupos aislados de población, entre los que hay grandes zonas agrícolas, mientras ellos han reunido de hecho Nueva York, Boston, Filadelfia, Baltimore, Washington y las ciudades vecinas, urbanizando comple- tamente el conjunto. Tienen razón al decir que viven allí más aglomerados que nosotros; puesto que la población de esa ciudad, que puedo llamar lineal, sube a 62 millones de habitantes, mien- tras aquí, en un espacio casi diez veces mayor, tenemos 80 millones en un vasto rectángulo dos veces más largo que ancho; pero las cifras absolutas son en Buenos Aires mucho mayores que en Nueva York y las relativas no nos preocupan, ya que la comodidad, la variedad y la belleza están de nuestra parte. Es cierto; aquí tenemos vastí- simas extensiones de huerta, no sólo en la periferia, sino en el interior; pero no se interrumpe un momento la edifi- cación de las grandes vías, ni la de las avenidas que circunvalan esta ciudad inmensa; el aire es más puro, las faci- lidades de aprovisionamiento mayores, las perspectivas incomparablemente más hermosas y cada grupo originario ha conservado su individualidad, sin menoscabo de la unidad del conjunto.
  • 294. 293 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos Hay aquí extensos barrios de calles relativamente estrechas con altísimos caserones de gusto norteamericano y en que la población es tan densa como en Nueva York; pero abundan los recintos más desahogados, y en estos se vive con más holgura, más luz y más higiene. El inconveniente de las distancias se anula con la prodigiosa abundancia de vehículos de todo género, y en último término, hay donde elegir. Ya tendré el gusto de servir a ustedes de guía por esta red y estoy seguro de que no han de tardar en orientarse por el laberinto, sin necesidad de hilo protector. –Elevados desde las primeras horas de la mañana en un aeroplano dirigible –dijo el anciano Yezid– hemos podido observar, como a vista de pájaro, que ésta que no sé si llamar ciudad o vastí- sima provincia de casas, no tiene límites apreciables en ningún sentido, mien- tras los de Nueva York, en el sentido de la anchura, se percibían desde no muy gran elevación; pero lo que no podemos explicarnos es el hecho de que la nación argentina, mucho menos poblada que los Estados Unidos, haya llegado a tener una capital que, ya estamos persuadidos de ello, es incom- parablemente más extensa. –Ese fenómeno –repuso el Intendente– obedece a dos razones principales; una del orden físico, que es la suavidad excepcional del clima de esta región, en que el invierno es templado y el verano poco riguroso, circunstancias que no se dan en la costa oriental de Estados Unidos; otra del orden social y econó- mico, y es el carácter más expansivo, más cordial de nuestro pueblo, que se ha opuesto siempre a la organización de los trusts o sindicatos omnipotentes que allá lo acaparan todo. Allí hay cuan- tiosísimas fortunas individuales, que se trasmiten y aumentan por herencia, y un personaje puede ser rey del trigo o del acero o de los transportes o de la carne; aquí no hemos querido intro- ducir esa clase de monarcas, peores aún que los emperadores políticos, y hemos evitado en lo posible las grandes diferencias de fortuna; somos más bien usufructuarios y cedemos con placer a la colectividad nuestro sobrante en cuanto empezamos a sentirnos dema- siado ricos. No somos Cresos sino accidentalmente y de pasada; hemos aprendido a limitar nuestras aspira- ciones y cuando nuestros hijos están a salvo de la pobreza, tributamos gustosos con el resto, seguros de que la administración pública está en buenas manos. Así, encontrarán ustedes en Buenos Aires una serie prodigiosa de fundaciones y empresas de aprovecha- miento y beneficio nacionales. Todo argentino tiene asegurado, en el peor de los casos, un conjunto bastante aceptable de medios de vida, a cambio de una modesta cooperación personal al trabajo común, y eso que nuestra República cuenta cerca de 200 millones de habitantes. En los Estados Unidos hay 450 millones y no viven, por cierto, mejor que nosotros; pues la lucha por la existencia es allí más ruda, por la exageración del feudalismo industrial y propietario. Allí alcanzan fabuloso poderío las personalidades vigorosas y también las favorecidas por las circuns- tancias, pero los vencidos por la vida y aplastados sin compasión se cuentas por muchos millones. También aquí tienen premio, y no escaso por cierto, los hombres excepcionales que prestan servicios de valía a la colectividad; pero nos preocupamos mucho de los débiles y no identificamos la desgracia con el crimen. Necesitamos muchas pruebas para definir como parásito a un ser humano; es difícil que no hallemos
  • 295. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 294 alguna aplicación a todos los órdenes de aptitudes, aun a los más modestos. En suma, hemos aplicado una gran dosis de socialismo a nuestra organización; el Estado es aquí una máquina pode- rosísima que no nos inspira recelos ni aversión de ninguna especie; es el indi- viduo gigantesco, el coloso inteligente capaz de realizar lo que no podrían los individuos aislados, verdaderas células del organismo, ni siquiera las asocia- ciones, que no pasan de ser ganglios. Hemos preferido cultivar el cerebro y me parece decisivo el resultado de la experiencia. Nuestro pueblo vive feliz y orgulloso de ser argentino, el coefi- ciente de progreso de nuestra cifra de habitantes es mucho mayor que en Norte América y si allí son todavía más, es porque nos llevaban un prodigioso adelanto. Pero aquello se fatiga y esto se encuentra en plena germinación. –¿Habrán tenido ustedes que hacer frente a la rivalidad del coloso del Norte en más de una ocasión? –preguntó Yezid. –Sin duda: Venezuela, Colombia previamente desmembrada y Centro América fueron invadidas en 1950 por los Estados Unidos y hubieron de liber- tarse a costa de grandes sufrimientos. Las amenazas de absorción llegaron a ser tan duras que se impuso la más estrecha inteligencia entre los países de nuestro idioma. La guerra que, veinte años más tarde permitió a los Estados Unidos conquistar el Canadá, ya independiente de la Gran Bretaña, venció las últimas resistencias locales y entonces se echaron las bases de la Confederación Latino Americana, cuyo primer presidente fue un salvado- reño de pasmosa energía, asistido por un consejo en que figuraba un repre- sentante de cada nación confederada. Siguióle después un peruano, luego un brasileño, después un mejicano, luego un chileno. Los argentinos decliná- bamos con empeño el honor de dirigir la confederación, precisamente porque éramos el alma de ella. Cada nación se dirigía, por lo demás, con absoluta independencia interior; la presidencia y el Consejo Supremo se renovaban en períodos de tres años. En 1994 fue designado por unanimidad un presi- dente argentino y desde hace seis años la capital de la Confederación Latino Americana, que antes era indetermi- nada, es Buenos Aires, y el Consejo, con su presidente, no dura sino dos años. Ahora ya no estamos en el caso de temer guerra con los Estados Unidos ni con cualquiera otra nación o grupo de naciones. La República Argentina cuenta cerca de 200 millones de habitantes a los que hay que agregar 20 millones del Uruguay, 18 del Paraguay y 50 de Bolivia, países vincu- lados al nuestro por tratados especiales en una supernación, lo que nos da 300 millones de habitantes en caso de un conflicto, más difícil cada día. Hay además, Chile con 60 millones de habitantes, el Perú con 65 millones, el Brasil con 130; el Ecuador con 30; Colombia con 45, Venezuela con 35 y la República de Guayana con 12. Esto da, en cifras redondas, 665 millones para la América del Sur; pero como además tenemos en la Confederación a Méjico con 100 millones, a Centro América con 25 y a varias de las Antillas con 20 millones, resultan hoy para la Confederación más de 800 millones de habitantes, y cada año aumenta este número por lo menos en veinte millones. Los Estados Unidos, contando el Canadá, tienen, según el censo del último trimestre –ahora no hay descanso en estos trabajos– 606 millones de habitantes, de modo que no saldrían bien librados en una
  • 296. 295 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos lucha. Además, cada día parece más bárbaro, inútil y cruel el sacrificio de cientos de miles de hombres, y aunque los esfuerzos de cada contendiente se dirigen sobre todo a privar de medios de ataque y defensa al contrario, desba- ratando sus máquinas de exterminio y los choques entre ejércitos van pasando a la historia –pues grandes masas de hombres pueden ser aniquiladas en momentos por la agitación vertigi- nosa que producen los explosivos en las capas atmosféricas– siempre se pierden en estas contiendas muchí- simas vidas sin provecho de nadie. Sin las aplicaciones del radio, el polonio y otras sustancias análogas que neutra- lizan las más violentas proyecciones de energía eléctrica, habría sido relativa- mente fácil para los misántropos, los malvados o los ambiciosos el aniquila- miento de gran parte de la humanidad. Por fortuna, esos cuerpos maravillosos que así matan como salvan a distan- cias increíbles, han servido de base a medios de prevención y defensa que apenas eran sospechados hace un siglo. Ahora, pues, el objeto de la guerra no es destruir al adversario, sino reducirle a la impotencia, maniatarle e impo- nerle condiciones, que consisten en la retribución del daño causado y en un empequeñecimiento de su persona- lidad; en una vigorosa limadura de las uñas y los dientes. –Queda en pie todavía la amenaza de Europa –observó Ayub. –No puede inspirarnos graves recelos. Su población crece con mucha lentitud relativamente a la nuestra. Tiene, es cierto, mil millones de habitantes; pero las naciones en que se divide no llegarán fácilmente a un acuerdo. Las repúblicas unidas de Iberia, con sus sesenta y cuatro millones de habitantes, están aliadas de corazón a los intereses sudamericanos y otro tanto sucede con Italia, que domina las dos orillas del Adriático. Alemania, después de haber absorbido el antiguo imperio austro húngaro, con más Dinamarca y Holanda, podría inspirarnos cuidado
  • 297. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 296 con sus 320 millones de habitantes, sus temibles aprestos guerreros y su ambi- ción de conquistas; pero no tiene poco que hacer con defenderse de Rusia, que la amenaza con sus 520 millones de súbditos ultra civilizados de los czares, que aún mantienen su soberanía en más de media Europa y gran parte del Asia. La república francesa, después de incorporarse a Bélgica, ha tratado varias veces de organizar la confedera- ción latina, pero bajo condiciones de predominio que Italia y los Estados de Iberia no han querido aceptar, y así estas tres naciones, que juntas reuni- rían 250 millones de habitantes, siguen aisladas, lo que las perjudica de un modo enorme. En cuanto a Inglaterra, después de haber perdido sus colonias de la India y Australia, sufrió un golpe rudo con la separación de Irlanda y hoy vive de hecho, ya que no de nombre, bajo el protectorado de los Estados Unidos, que aún le permiten explotar una parte del África y conservar una holgada posición mercantil. Rudo ha sido el golpe para el orgullo británico, pero la historia ofrece contrastes muy curiosos y más de una metrópoli de ayer vive hoy bajo la dependencia, no menos real por lo indirecta, de sus antiguas colonias. –Nosotros los africanos –dijo Ayub– tenemos aún mucho que sufrir de algunas de esas naciones europeas. Los americanos, más poderosos, os previ- nisteis con tiempo y no estáis ya en situación de temer vejaciones, antes podríais imponerlas; más en África no suceden así las cosas. Tenemos aún a los ingleses en Egipto, El Congo y Hotentocia; a los alemanes en Zanzíbar y en vastas regiones del interior; a los franceses en Berbería, Sahara, el Senegal y Madagascar; a los italianos en Trípoli: los españoles y portugueses se mantienen todavía en varios puntos de la costa. Hierve nuestra sangre al ver que aún se nos mira como pueblos nacidos para la servidumbre, después de transcurrido el siglo XX, que debió haber borrado los últimos vestigios de colonización en el mundo entero. Si nosotros los abisinios hemos logrado mantener nuestra independencia, ha sido a costa de sacrificios terribles, de luchas incesantes, en que hemos puesto a contribución todos los inventos devastadores de los últimos tiempos. Nuestro país ha sido y es el refugio de todos los aventureros desesperados a quienes halagan todavía las emociones de la guerra; las puertas del único imperio independiente del África están abiertas de par en par a los ingenieros que nos propongan alguna máquina mortífera, a los arbitristas del mal y de la destrucción. Así tenemos que vivir y así viviremos hasta que el África se emancipe o hasta que el último abisinio haya caído asfixiado por un proyectil deletéreo o hecho trizas por un explosivo. Situación terrible, pero necesaria cuando no tiene más que dos soluciones, la esclavitud o la victoria. –Pero –indicó Renato– ¿creéis en conciencia que el continente africano está en condiciones de figurar digna- mente entre las sociedades libres y progresivas? –Lo creemos con fervor –repuso el viejo Yezid– porque nosotros los abisinios, cristianos desde hace quince siglos, antes que lo fueran algunos de los más orgullosos pueblos de Europa, hemos sabido ir adelante sin renun- ciar a nuestra personalidad y ésta es precisamente la que quieren destruir los educadores venidos de fuera. No se trata de impulsarnos, sino de elimi- narnos; no se nos coloca en la corriente sino que desean ahogarnos en ella, y
  • 298. 297 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos esto no lo toleraremos jamás. Quisié- ramos ir al progreso sin arrebatos, por la depuración de nuestro carácter y tipo, mas no se nos deja y Abisinia es un campamento. Hemos conquis- tado el Somal, el Sudán, la Nubia y la mitad de la Arabia; nuestro imperio tiene seis millones de kilómetros cuadrados y cien millones de habi- tantes y aspiramos por su medio a la liberación del África. Nos dormimos acariciando esta idea y cada mañana nos levantamos más decididos a reali- zarla. Mientras tanto, sembramos de apóstoles el continente, nada nos arredra, nos defendemos, estudiamos y cultivamos la fe, la esperanza y la cólera en nuestros corazones. –Bueno es añadir –dijo Ayub– que no nos faltan auxiliares poderosos y que disponemos de una diplomacia experta y sagaz. El Japón, dueño de la China Oriental y de parte de Indo-China, nos presta su cooperación poderosa; en general, nos han sido favorables los Estados Unidos y, por fin, las mutuas discordias de Francia, Inglaterra y Alemania, nos dan con frecuencia medios de sortear la situación y aún de obtener ventajas. Vuestra cooperación sería completamente decisiva. –La República Argentina en parti- cular y la Confederación Latino Americana en general –contestó Villena– no aceptan el peligroso papel de providencia terrestre y necesitan toda su fuerza, que ciertamente es grande, para que su progreso no se interrumpa un solo momento. La necesidad de crecer nos hace egoístas, si puede llamarse egoísmo a la absten- ción sistemática de toda violencia; salvo el caso de agresiones que serían, así lo espero, inmediatamente recha- zadas. Pero confiamos en la acción de las fuerzas vivas; creemos que lo que debe triunfar, triunfa; el ejemplo de la India Oriental, que ha logrado cons- tituirse en gran república federativa después de luchas épicas, nos hace creer que vosotros llegareis también a vivir tranquilos, fuertes y respetados, sobre todo si no confundís vuestro legítimo deseo de mantener la inde- pendencia de Abisinia con la aspi- ración, que juzgo peligrosa y muy difícil, de haceros, no ya libertadores, sino dueños del África. (*) Fragmento del libro La Estrella del Sur: a través del porvenir, editado por vez primera en la Imprenta de la fábrica La Sin Bombo, en 1904.
  • 299. 298 La vida de Pierre Quiroule, apodo del escritor francés Joaquín Alejo Falconnet , ofrece singu- lares curiosidades. Emigrado a la Argentina desde niño,seenrolóafinesdelsigloXIXenlasfilasanar- quistas fundando el periódico francés Le Libertè y luego trabajó como colaborador de La protesta. Aparentemente su pseudónimo vendría dado por la frase “Pierre qui roule n’amasse pas mousse” (Piedra que rueda). Profuso autor de obras filosóficas, literarias y científicas, Quiroule, quién además trabajó como tipógrafoenlaimprentadelaBibliotecaNacional a expensas de las gestiones de otro francés, su director Paul Groussac, en el año 1914 ensayó una célebre y fascinante utopía futurista sobre el diseño de una ciudad anarquista americana, con sus planos y sus formas de organización comunal, críticas de las aglomeraciones urbanas y las formas de vida burguesas imperantes en la época. Una imaginación que se proponía rescatar a la humanidad de la corrupción de sus sentidos que acontecía en los suburbios del capitalismo mundial y que profetizaba la redención del prole- tariado respecto de las condiciones sufrientes de existencia, del decadentismo moderno y del imperio burocrático. La ciudad anarquista americana(*) Por Pierre Quiroule
  • 300. 299 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 1. Los cambios revolucionarios Como Las Delicias no había experi- mentado modificación alguna después de la Revolución, habiendo quedado su población tan densa como antes, el perímetro urbano, exageradamente dilatado, no había variado, por lo que la ciudad seguía teniendo las mismas necesidades siendo comunista,1 que cuando era la capital de la monarquía. En estas condiciones, era impres- cindible que siguiesen funcionando los numerosos servicios públicos indispensables como los de las aguas corrientes, del correo, de tracción eléctrica a distancia, de alumbrado, de limpieza urbana, de empedrado, etc., sin olvidar el del ferrocarril, sin el cual la ciudad carecería de los productos del campo y el campo de los productos de la ciudad. Y al pretender, ellos también, poner en marcha aquel gigantesco mecanismo que acciona en la vida de las grandes aglomeraciones humanas, los organi- zadores comunistas sufrieron la más cruel de las decepciones al notar cuan incompatible con la Idea anarquista resultaba aquella forma de labor. Esto no era, en verdad, lo que ellos se habían propuesto al derribar el antiguo estado de cosas. Aspiraban ardientemente para sí y para los demás una vida sin compromisos ni obligaciones, a base de libre albedrío, sin el cual no puede haber verdadera libertad, ni completa independencia e integridad individuales. Trabajar, sí, puesto que el trabajo era necesario para asegurar a todos el bienestar y su corolario la alegría, fuente de concordia y de fraternal expansión; pero no hacerlo, como antes, encadenado a una monótona y aburrida ocupación única, a la odiosa labor continua y a la autómata acti- vidad de hora fija. Y era precisamente esto último lo que esperaba a los comunistas, empeñados en pedir libertad al más perfecto instrumento de esclavitud que imaginar se puede. Siendo, por ejemplo, evidentemente imposible modificar el sistema ferro- viario existente, forzoso sería por dicha causa guardar intacta su organización complicada, sin la cual la circulación de los trenes no podría efectuarse. En las estaciones habría que conservar el personal especial que regulariza el movimiento de los convoyes. Es cierto que el personal ocupado a la venta de los boletos, los inspectores, etc., podría suprimirse; pero los telegrafistas debe- rían hallarse en su puesto, lo mismo que los encargados de las señales y de los cambios de vías. ¿Qué ventajas traería para estos indivi- duos el sistema comunista? Admitiendo que su trabajo fuera aliviado en lo posible, acortando las horas de su presencia “obligatoria”, y que no tuviesen ya ninguna preocu- pación en cuanto a la cuestión econó- mica, para el presente y el futuro, ¿qué horizonte de goces superiores y de libertad sería el suyo? Esclavos del servicio, su vida seguiría siendo inva- riablemente la misma. Nada habría cambiado para ellos y la implantación de la comuna poco beneficio les repor- taría. Otro tanto puede decirse de los conductores de trenes, cuyo sitio no puede ser otro que sobre su máquina, y del personal del servicio urbano de tracción eléctrica, tan esclavo como el del ferroviario. Elmaterialrodantedelasvíasférreasno es de duración eterna. Tanto las loco- motoras como los coches de pasajeros y de carga deben ser incesantemente
  • 301. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 300 renovados, lo mismo que los puentes, los rieles, los travesaños y los postes e hilos telegráficos. Pues bien. Para hacer otras máquinas y otros vagones, cortar nuevos tirantes, fundir otros rieles, hacer muchos kilómetros de alambre, es necesario en primer lugar tener hierro, y para fundir y trabajar este hierro, poseer altos hornos, grandes establecimientos metalúrgicos y talleres mecánicos apropiados. Además, para alimentar los altos hornos, se necesita carbón, mucho carbón, lo mismo que para accionar las locomotoras, lo cual implica forzosamente la posesión de un stock enorme de hierro y de hulla, cuya adquisición requiere que nume- rosos productores trabajen penosa- mente en el fondo de las minas, lejos del sol y de la alegría que procura el espectáculo de la naturaleza, para que muchos otros hombres, desnudos delante del fuego abrasador de los altos hornos, activen durante toda su vida la formidable hoguera, o trituren sin cesar el fantástico bloque de metal incandescente que centellea en la extre- midad de las enormes pinzas, como meteoro deslumbrador que ciega y quema cruelmente a los obreros... La madera de los durmientes sobre los cuales descansa el riel, debe ser cortada en el monte, traída de muy lejos, y dividida en trozos iguales mediante la sierra mecánica, lo que significa que gran cantidad de trabajadores estarán ocupados eternamente en derribar árboles y cortarlos en pedazos. Las fábricas de fuerza motriz, las usinas y los grandes talleres, el servicio de aguas corrientes, el de alumbrado, el de telégrafo y teléfono, etc., necesitan también, además de numerosos obreros encargados del trabajo ordinario, de un personal técnico competente que no es posible cambiar a cada instante. Y no hablaremos de los servicios de limpieza de la calzada, de empedrado, etc., que en todo tiempo requieren legiones de activos trabajadores. ¿Quiénharía,enadelante,estostrabajos de forzados? ¿Quién consentiría a pasar sus días en las negras profundidades de las minas, ahora que la naturaleza iba a brindar por igual a todos, sol y espacio, que todos tendrían derecho a los goces embriagadores de la vida libre?... Sí, ¿quién iría a las entrañas de la tierra, a sacar penosamente el combustible indispensable para las grandes indus- trias metalúrgicas? ¿Aquellos que lo hicieron siempre? ¡Qué sarcasmo!... No es una razón, porque las duras condiciones del ambiente en que nacieron obligóles desde niños a bajar a las galerías subterráneas como lo hicieron sus ascendientes, para que así sigan siempre las cosas... ¿O se cree que el minero, cuya existencia se consume en una noche eterna; que el conductor de tren o el “motorman” expuestos a cada momento a mil peli- gros; que el leñador cortando troncos; el obrero de los altos hornos asado por la hoguera, etc., no tienen ningún ideal, ninguna aspiración a una vida mejor y más bella, más sana y más humana?... ¿Puede suponerse un solo instante siquiera, que, huyendo estos obreros de las minas, usinas y demás presi- dios industriales, como el preso que se escapa de la cárcel para respirar el aire puro y vivificante de la libertad, haya otros hombres tan insensatos para ir a reemplazarlos en los puestos abandonados?... Y, además, para dar cohesión a tan inmenso conjunto de energías indi- viduales, ¿no hace falta, acaso, una fuerza directora potente que las reúna
  • 302. 301 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos juiciosa y metódicamente en vista de la ejecución de la obra concertada? Es innegable. Y como por otra parte no es posible en una dirección única abarcar el conjunto de la inmensa labor a efectuarse, esta fuerza direc- tora deberá forzosamente entregar una parte de su poder en favor de otras fuerzas directoras subal- ternas. Entonces, cualquiera que sea el nombre con el cual se designe a estos delegados organizadores, que se les llame compañeros ingenieros o compañeros intelectuales, en vez de jefes o capataces, su intervención “directora” no por eso será menos autoritaria o efectiva, por cuanto, como siempre, tendrán que obedecer pasivamente los dirigidos. De ahí nacerá la mala voluntad: el compañerismo y la solidaridad reci- birán un golpe mortal, y falseado en su esencia misma el nuevo estado de cosas, en definitiva, no será sino un reflejo del antiguo. Como está dicho, la organización del trabajo para la producción útil en la ciudad de Las Delicias, y prin- cipalmente de los diversos servicios públicos enumerados más arriba: tracción, luz, aguas, barrido, etc., dio lugar a una confusión enorme, a pesar de la buena voluntad de todos, quedando demostrado a los pocos días lo irrealizable de la empresa. Aunque se hubiese contado con un ejército de hombres superiores, perfec- tamente al corriente de su misión, no habría sido posible el “normal” funcionamiento de dichos servicios, si se quería respetar los altos principios de justicia e igualdad inscriptos en los pliegues de la bandera roja y en el corazón de los comunistas. El caso era que, no obstante su reor- ganización, estos servicios públicos seguían siendo tan insuficientes y malos como precedentemente. Es que se había hecho una revolu- ción formidable para sustraerse de los efectos perniciosos de un sistema funesto, pero este sistema, salvo modi- ficaciones insignificantes, quedaba en pie, perfectamente intacto, y era lógico que produjese los mismos males. LaRevoluciónparecíaquererdefraudar nuevamente las grandes esperanzas puestas en ella... Tan amarga constatación no podía menos que entibiar el entusiasmo de los comunistas. La limpieza de las calles, los trabajos pesados y sucios, por ejemplo, estaban hechos por voluntarios, los que se cansaron pronto de labor tan ingrata: había escasez de máquinas barredoras y pasaría tiempo antes que las hubiese en cantidad suficiente. Los obreros, cuyo oficio era poco agra- dable o atrayente, deseaban cambiar de ocupación, pero como no sabían desempeñarse en otras profesiones, les era forzoso continuar con la suya, siendo esto motivo de descontento para muchos. ¿Cómo hacer para satis- facer los unos y los otros? Huboqueabrirlosojosantelarealidad: sólo la organización tal como la enten- dían y practicaban los burgueses podía dar resultados aparentemente buenos, siendo la sola compatible con las gigantescas ciudades modernas. Con el sistema comunista, esta orga- nización no servía. Se había errado el camino. Pero, si tal cosa sucedía con la organi- zación de la producción en la ex capital de la difunta monarquía, donde no faltaban inteligencias despejadas, ¡qué no pasaría con la gente del campo, por lo general poco ilustrada, con los agricultores que debían abastecer la
  • 303. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 302 ciudad, enviándole los productos de la tierra, fruto de su labor! Éstos tampoco tenían por qué regoci- jarse exageradamente con la proclama- ción de la comuna. ¿En qué había cambiado su triste condición de esclavos de la tierra? En nada. Su suerte seguía siendo la misma, dura y poco divertida. Ellos poseían la tierra, es cierto, pero el método de cultura no había variado. Era siempre el cultivo en gran escala el que prevalecía; es decir, la siembra de un mismo cereal o producto, cubriendo regiones enteras, porque eran necesarias grandes y abun- dantes cosechas para que las ciudades gigantes, esas devoradoras insaciables, no conociesen el fantasma del hambre, y esta labor monótona, sin variación y falta de todo atractivo, no era la más a propósito para hacer conocer al obrero del campo la felicidad, alegría y dulzura de vida que él se figuraría naturalmente inherentes a la condi- ción de hombre libre. Y en ese caso, ¿quién podría impedir que el campesino, dueño sin disputa del suelo y de sus brazos, viendo que puede vivir tranquilo y dichoso con el mínimo de esfuerzo, y en rigor pudiendo pasarse de la ayuda de los habitantes de la ciudad con sólo asociarse con los camaradas de su pueblo, para producir únicamente lo preciso para las nece- sidades propias –y sabemos que estas necesidades del campesino son pocas–, se negase a continuar la asociación rompiendo en lo sucesivo toda relación con ellos basada sobre la comunidad de la producción? ¡Terrible perspectiva, de un posible divorcio entre la ciudad y el campo!... Estos obstáculos e imposibilidades habían sido previstos, sin embargo, mucho antes de la Revolución, por el joven Super, quien habíase manifes- tado siempre contrario a la tendencia general que quería utilizar, en tiempo de Anarquía, los métodos y medios empleados por el capitalismo para hacer frente a las necesidades de la sociedad burguesa. Algunos de sus compañeros fueron del mismo parecer, pero los otros, demasiado optimistas, y tal vez sin ahondar convenientemente ese lado del problema, calificaron de quimé- ricas dichas aprensiones, prefiriendo encarar las cosas venideras con detes- table criterio rutinario, inconscien- temente opuestos a las solas ideas renovadoras de las que dependía la salvación de la obra revolucionaria; creyendo posible dar nueva y fecunda vida a un organismo gangrenado cuya supresión total debía haber sido uno de los primeros actos de la Revolución. Las previsiones del joven anarquista no eran equivocadas, porque es una gran verdad que no puede haber salud, armonía, bienestar, higiene, abundancia, alegría ni libertad en los grandes centros poblados. Es una locura, decía, que una colecti- vidad libre persista en vivir amontonada en un mismo punto, ensanchando más y más la planta urbana de su residencia, a medida que dicha colectividad crece y se hace más numerosa; cifrando su gloria en construir y habitar la ciudad más grande y más poblada del mundo, porque todo lo que hace o constituye el esplendor de una gran metrópoli: extensión de perímetro, altura de los edificios, número crecido de habitantes, actividad del comercio, riqueza de la población, movimiento extraordinario del tráfico callejero, etc., etc., es opuesto a la realización del ideal anarquista, el que consiste en agrupaciones reducidas de seres racionales que buscan en la
  • 304. 303 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos asociación con sus semejantes el medio de obtener el máximo de bienestar con el mínimo de esfuerzo individual, y una libertad amplia, sin restricciones, que permita a cada uno de los miem- bros de dicha asociación disponer de su tiempo sin control, sea interviniendo últimamente en las ocupaciones mate- riales exigidas por las necesidades económicas, sea dedicándose a las del espíritu, no menos importantes y nece- sarias para el normal equilibrio de las facultades humanas. Y bien, las grandes ciudades no pueden ofrecer nada de esto a sus moradores. Mas, casi se podría afirmar que ellas han sido ideadas por los gobernantes para conseguir lo contrario, con el fin de transformar las mil anormali- dades que derivan fatalmente de un exceso de población en fuente inago- table de dinero. Por eso, han hecho creer a los gober- nados que es un título de gloria para la capital de una nación el tener muchos millones de habitantes, como Nueva York, París o Londres, diciéndoles que estas capitales deben una gran parte de su fama y prosperidad a tan colosal reunión de individuos y propenden a que la de su país sea tan grande o mayor que las citadas. El brillo ficticio de aquellas colosales aglomeraciones humanas, les da una aparienciaderazón,conloqueelengaño es fácil. Y el pueblo cree, se aglomera según la fórmula patriótica, con lo que los dirigentes consiguen lo que desean: recursos abundantes para mantener en la holganza a la clase burguesa. Sabido es que la burguesía se compone de individuos que viven del trabajo ajeno. Estos individuos, que son los pará- sitos que roen el cuerpo social, no podrían existir o desarrollarse fuera del recinto de las ciudades. Es preciso, pues, que haya ciudades para alber- garlos convenientemente, y que estas ciudades sean grandes, porque cuanto más grandes, más numerosos son los servicios públicos que ellas necesitan, los cuales exigen todo un arsenal de ordenanzas y reglamentos que faci- liten su buen funcionamiento. Estos reglamentos y ordenanzas requieren, como es de suponer, una legión de “activos” funcionarios que velen por su exacto cumplimiento. Además,seprecisannumerosasoficinas para la administración de la cosa pública: oficinas de estudios, de soli- citudes, de autorizaciones, despacho de fórmulas y papel timbrado, de informes...; otras para las contraven- ciones y multas; otras para recauda- ción de impuestos, etc., etc. Cada uno de los servicios públicos de una gran ciudad debe tener en todos los barrios sus oficinas correspondientes y el personal de empleados encargados de la reglamentación e inspección de dichos servicios. Y, naturalmente, el parásito burgués encuentra en esas oficinas el puesto bien remunerado, que le permite vivir y hacer buena figura con los demás individuos de su clase privilegiada. Y como estos individuos son muchos, se necesitan muchos empleos... Es así como hay un sinnúmero de oficinas de reglamentación, conservación e inspección; de construcción, pavimen- tación, tráfico y consumo; de teatros, paseos y trabajo; del riego, de análisis; de higiene, asistencia, etc., etc., que sólo sirven para dar una apariencia de ocupación a los hijos de la burguesía. Todo nuevo ensanche, cada nuevo progreso, toda innovación, todo lo que da mayor brillo o esplendor a la ciudad moderna, son el pretexto para
  • 305. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 304 la creación inmediata de otros tantos nuevos servicios de estudio, inspec- ción, reglamentación y recaudación provistos de sus respectivos personales de parásitos. Además, en una gran ciudad, hay siempre el elemento popular recalci- trante, los descontentos, aquellos que quieren imitar en todo a los burgueses; es decir, vivir como éstos, a costa de los laboriosos. Por eso, como se comprende, los burgueses no pueden consentirlo: ¡nada de competencia! ¡Para aquellos pillos habrá leyes penales que fijen el castigo en que incurren por su pretensión! ¡Espléndida ocasión para crear nuevas profesiones liberales, como la de juez para condenar, de escribiente para historiar los delitos, y también de abogado (!) para defender a los pillos! Pero, para sostener aquel ejército de hambrientos elegantes, se necesita dinero, mucho dinero, y para encon- trar ese dinero es preciso recurrir a los impuestos, contribuciones y gabelas de todas clases, y hacer que la población los pague con puntualidad. Se comprende fácilmente que en ciudades chicas, de pocos habitantes, los impuestos no darían lo suficiente para alimentar tantos holgazanes. Es por consiguiente absolutamente necesario también desde este punto de vista, que la ciudad sea grande, inmensa, ilimitada, en relación a su población, para que las bienhechoras gabelas hagan caer una lluvia de oro en los bolsillos de estos astutos mistifica- dores y vividores. En primer lugar los varios millones de habitantes de la ciudad gigante, necesitan comer, beber y... respirar, funciones indispensables de la vida. Buena oportunidad para gravar el pan, la carne, el agua, el aire, el sol... de un justo tributo que todos pagarán sin regatear, aunque sólo se disfrute del aire, del sol, del pan, del agua o de la carne en muy pequeñas dosis y que las dichas pequeñas dosis sean siempre de calidad muy inferior. Además, muchos negocios y casas de comercio abrirán sus puertas en la gran ciudad. Pronto, vendrán impuestos de patente, luz y barrido; otros impuestos por el letrero, sobre la clase de comercio; otros sobre el número de dependientes empleados; sobre el capital invertido; sobre los beneficios realizados, etc. De cada lado de la calzada se levan- tarán un sinnúmero de inmuebles, que pagarán también crecidas sumas en concepto de contribución territorial, además de los impuestos de limpieza, de alumbrado y otras gabelas por el estilo. El terreno sube de precio en el centro de la ciudad, debido a la compacta edifica- ción y a las hermosas y bien asfaltadas calles y avenidas, en las que se ubican los ricos mercaderes y se radican el lujo y los placeres. Sin tardar se construyen rascacielos de cien pisos de altura, cuyos dueños piensan escapar así a la explo- tación escandalosa de los detentores de la tierra, ganando en alto lo que no pueden conseguir en ancho. Entonces se tienen ciudades fantás- ticas, ideadas por cerebros locos, como las de Norteamérica, donde todo un mundo vive entre las nubes. Sin embargo, el peligro de tener que pagar no ha sido conjurado, como lo creyó el propietario de esas horribles torres de hierro modernas; porque lo que no dio al vendedor del suelo, tiene que entregarlo con creces en forma de impuestos, a los administradores de la cosa pública: impuesto sobre cada piso, sobre cada habitación, sobre el número de personas alojadas, sobre la cantidad de ascensores; sobre las ventanas y las
  • 306. 305 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos
  • 307. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 306 puertas, sobre la corriente eléctrica que da luz, calor y tracción; sobre la forma del edificio y su arquitectura; sobre el espacio ocupado por sus frentes y la superficie de su base, etc., etc. Pero el dueño del inmueble gigante halla el modo de no sacar un solo centavo de su bolsillo. ¿No es él, acaso, burgués también, es decir, parásito que se nutre del esfuerzo ajeno?... Pues, con aumentar el precio del alquiler a los locatarios, se resuelve sin difi- cultad el problema, siendo en defi- nitiva los productores quienes, como siempre, tienen que chancelar íntegras las contribuciones y los impuestos del rico propietario. Las calles, largas, y en su mayoría mal pavimentadas y sucias, hacen el uso del vehículo imprescindible. Nada conviene más a nuestros parásitos, que tienen con esto otra fuente abundante de recursos derivados de las gabelas de todas clases, que alcanzan a todos los rodados, a todos los caballos, a todas las fustas, a todas las cocherías, etc. Esto para los coches de plaza. En cuanto a los carros de carga, su número tiene que aumentar forzosamente a medida que se desarrolla la ciudad y crece su población, cuyas necesidades exigen un abastecimiento incesante, y llueven reciamente también sobre éstos las contribuciones benditas: impuesto sobre el peso que pueden llevar, sobre el número de yuntas que tiran; gabelas de una clase para los vehículos de cuatro ruedas, de otra para los de dos, etc., sin olvidar, naturalmente, la indispensable patente de circulación. La ciudad es grande. Los habitantes, que tienen relaciones entre ellos, viven en los barrios más opuestos: de allí el servicio de correos que facilite las comunicaciones epistolares. Y luego, el impuesto sobre cada carta, sobre cada impreso, etc., y otra nube más de funcionarios parásitos, hijos de burgueses, tienen asegurada una exis- tencia tranquila y bien rentada. En una gran ciudad, el público tiene que ocupar sus ocios en alguna cosa: se va al café, al concierto, etc., cuando no a las carreras u otras diversiones sportivas. Pues bien, ¡hasta la alegría y el descanso pagan tributo a la ley común! El café, principalmente, ¡qué mina de oro inagotable! Allí, cada botella que se expende o está en los estantes, cada vaso, cada cucharita, cada silla, cada letra de los avisos que adornan las paredes, paga gabela a la comuna (léase a los burgueses). El teatro y el hipódromo entregan un tanto por ciento sobre el importe de sus rentas diarias. ¡Qué decir del cigarrillo, ese compa- ñero inseparable del trabajador y del holgazán!, ¡qué fuente de recursos!... Pero,sihastadelosviciosmenosnobles, ¡¡¡hasta de la prostitución!!! sacan provecho estos honrados y virtuosos señores administradores nuestros... Y así es como hay en la gran ciudad un sin fin de contribuciones y de gabelas sobre todo lo que se ve, lo que se toca, lo que se usa, para la mejor marcha y administración de la cosa pública. En cuanto a los beneficios que sacan los contribuyentes de los tales servicios públicos que ellos sostienen tan libe- ralmente con su dinero, es difícil de apreciarlos, porque no existen, o si los hay, son tan escasos, tan ínfimos, que ni vale la pena hablar de ellos. En realidad, no se trata de parte de la burguesía administradora y directora, de atender seriamente ninguno de estos servicios de utilidad pública. Dichos servicios son el pretexto, el fin es encontrar dinero para vivir bien sin hacer nada. Teniendo asegurado el
  • 308. 307 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos ingresodeestedinero,lodemásimporta poco, es de segunda importancia. Pero, como es preciso dar siquiera una apariencia de compensación al dinero sustraído del bolsillo de los produc- tores, se les ofrece un raro ramillete de espléndidas ilusiones: ilusión de limpieza, ilusión de empedrado, de seguridad, de higiene, de embelle- cimiento; ilusión de luz, etc., etc. Y a medida que la ciudad se agranda y que su esplendor es más brillante, nuevas ilusiones, que se pagarán con buenas realidades monetarias, son la consecuencia de ese mayor grado de progreso alcanzado por las deslum- brantes Atenas modernas. De ahí las quejas y protestas del contri- buyente, escandalizado por la grosera mistificación de que va siendo víctima. Sí, todo es ilusión en las grandes ciudades, todo, hasta la salud, que no tenemos; hasta el aire que respi- ramos, viciado por las miasmas y pestilencias de la calzada: ¿no hemos dicho que el barrido de la vía pública es otra ilusión? Y si el aire que respiramos en la calle lleva a nuestros pulmones los gérmenes de todas las enfermedades, ¡qué decir del que respiramos en las “higiénicas” habitaciones construidas con la competentísima aprobación de las oficinas de parásitos creadas para dicho objeto! ¿Veis estos edificios colosales que se levantan, soberbios, muy alto por encima de las modestas casas que los rodean, como aplastándolas con su mole enorme... estos edificios estupendos que atónito contempla el forastero, confundido ante tanta ciencia de ingeniería y atrevidez de concepción, y que son uno de los principales motivos de orgullo de las grandes ciudades actuales?... Pues, contra ellos, cientos de puños se levantan traduciendo en gesto de rabia impotente la desesperación de los desgraciados seres que viven en su base privados de luz, de aire y de sol, en las miserables chozas envueltas en la fría sombra que proyecta sobre ellas el criminal coloso, sembrador de tris- teza, de tuberculosis y de muerte... Y así todo...; convirtiéndose fatalmente las grandes ciudades en receptáculos de todas las inmundicias arrojadas por la población, animal y humana, que envenenan la atmósfera: ellas no son sino un conjunto de fealdades de la peor especie, una reunión diabólica de todo lo que puede dañar y perjudicar al hombre: suciedad, enfermedad, corrupción, degeneración, delin- cuencia, opresión, esclavitud, hambre, miseria, aflicción, etc. ¿Era para perpetuar semejante estado de cosas que los voluntarios de la Anarquía habían derrumbado la monarquía? ¿Trabajar cual un autó- mata; vivir en malas condiciones higiénicas; sujetarse a reglamentos opresores, y lo más peor, estar por presenciar la ruptura entre el elemento agrícola y el elemento industrial?... ¡No... mil veces no!... la revolución no podía detenerse a medio camino, ella debía acabar su obra, proclamar la libertad sin límite y el derecho a la salud en la región americana eman- cipada, organizando el trabajo sobre bases nuevas que no aten al individuo a un modo determinado de labor y de vida. Y sobre todo, huir de las grandes ciudades, derribarlas implacablemente hasta que no quede de ellas piedra sobre piedra, como si fueran ciudades malditas..., y formar pequeños pueblos que produciéndolo todo, se basten a sí mismos. Respirar aire puro, vivir en plena gloria del sol, para dar nuevos
  • 309. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 308 pulmones a la humanidad y rege- nerar la especie, reconciliándola con la alegría y la dicha de ser... Super recordaba todas estas exaltadas palabras con las cuales trataba de persuadir a sus camaradas los liberta- rios en aquellos críticos momentos, y decidirlos a dar el paso decisivo que completaría la obra empezada, como la inmensa satisfacción que experimentó cuando vio prevalecer sus ideas. Oídas en asamblea de comunistas las razones del joven anarquista, y las de algunos compañeros más, partidarios decididos de la comuna tal como aquél la comprendía, los libertarios delibe- raron sobre la conveniencia de adoptar la organización propuesta. El resultado de la deliberación que fue de las más acaloradas, resultó completa- mente favorable a los entusiastas nova- tores. Por unanimidad decidióse obrar inmediatamente en el sentido indicado. Para hacer conocer de la población las decisiones tomadas, se resolvió orga- nizar numerosos mítines en todos los barrios de la ciudad, en los que se explicaría las graves razones que hacían imprescindible una orientación nueva, un cambio de rumbo que permitiría andar con paso firme hacia la justicia social, ya que quedaba evidenciado que no había esperanza alguna de poder alcanzar nunca la felicidad anhelada siguiendo por el antiguo camino. Se publicaría, además, un extenso manifiesto explicativo, el que sería distribuido profusamente durante los mítines y fuera de ellos, en el que se expondría claramente el por qué se debía abandonar cuanto antes la gran capital para dirigirse sobre los pueblos vecinos, repartiéndose los habitantes de Las Delicias en cada una de las poblaciones camperas, hasta no pasar de una cantidad deter- minada de individuos, y formando con el sobrante de la población nuevos pueblos que se ubicarían en los lugares que se designarían como los más apropiados. El manifiesto terminaría indicando cuáles eran los métodos de trabajo que se pensaba adoptar para que fuera un hecho la independencia de cada comuna. Las nuevas poblaciones debían orga- nizarse de un modo distinto al actual, según un plan que consultaría la comodidad del abastecimiento, la facilitación de la circulación, la conve- niencia de la producción, la higiene y el bienestar general, permitiendo a cada pueblo o comuna desarrollarse libremente, organizando su produc- ción de manera que no tuviera nece- sidad alguna de la ayuda de las demás, fuera de los casos de fuerza mayor, producidos por causas catastróficas, en cuya circunstancia no les faltaría la acción de la solidaridad comunista. Así, con el trabajo libre e inteligente de sus habitantes, las comunas nacientes llegarían en poco tiempo a un alto grado de progreso benéfico para todos sus miembros, acercándose cada vez más al ideal de perfección soñado por los generosos utopistas. El primer acto de los comunistas en ese combate por la dicha, debía ser el de entregarse enteramente, intensi- vamente, a la cultura del suelo. De la tierra brotaría la independencia junto con la abundancia para la vida. Pero como los pueblos anarquistas no contaban con los instrumentos mecánicos para la fabricación de las máquinas necesarias a las muy diversas tareas de la producción industrial, se seguiría aprovechando los talleres y usinas de la capital para proveer a las comunas de las herramientas y de la maquinaria indispensable.
  • 310. 309 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos Después, cuando los pueblos contaran conmediospropiosparapoderproducir y abastecerse en las condiciones reque- ridas por su población, se abandona- rían también los talleres y las usinas de Las Delicias, no sin antes haber sacado de ellos cuantos útiles contenían y de desarmar y transportar a los nuevos centros de población toda la maqui- naria susceptible de ser adaptada a los nuevos métodos de trabajo, garantía de la autonomía del productor. Durante cuatro años consecutivos se trabajó afanosamente para poner la comuna en estado de andar con sus solas fuerzas. La capital había sido evacuada casi por completo. Sólo resi- dían todavía en ella los compañeros ocupados en la fabricación y trans- formación de las máquinas y demás instrumentos de labor que sólo podían hacerse allí por el momento. Luego, se necesitó otros tantos años más para dar forma aproximada a la concepción filosófica de la comuna anarquista, y diez años más para que los nuevos pueblos adquiriesen las costumbres y el aspecto que tenían en la actualidad. Se estaba, pues, en la aurora hermosa de una sociedad verdaderamente libre y feliz. 2. Ojeada a la nueva sociedad La planta urbana no estaba exage- radamente extendida como la de las grandes ciudades. Nadie pagaba alquiler para habitar en los chalets comunistas, careciendo estos últimos, como todo lo que constituía el haber social, de valor especulativo, por la supresión del dinero y la abolición de la propiedad privada. Y no habiendo barrios centrales ni suburbios, ni calles privilegiadas y otras abandonadas, los que vivían en una parte de la ciudad, nada tenían que envidiar a los que habitaban en las otras partes, porque en todos sus puntos hacíase sentir igualmente la inteligente e interesada intervención de los moradores, que se esmeraban en dotarla de cuanto podía contribuir a su embellecimiento y a hacer más agradable la permanencia en ella, por lo que tanto valía residir en uno como en otro punto, al norte como al sur, al este como al oeste; siendo así que la población no se veía en la dura necesidad de emigrar conti- nuamente, como antes, siempre más lejos del centro, hacia los parajes apar- tados, sucios y faltos de todo, ni tenía que luchar contra el encarecimiento siempre creciente de las habitaciones situadas en el corazón de la “city”. Por estos motivos, y el de no existir ya las largas distancias que separaban el domicilio del empleo, las que debían recorrerse diariamente, con la tortu- rante preocupación de llegar a destino con exactitud matemática, el servicio de transporte rápido de pasajeros por tracción eléctrica o vapor, era absolu- tamente superfluo e inútil. En verdad que se necesitaba una orga- nización tan irracional absurda como la de la sociedad burguesa, para que fuera imprescindible recurrir a seme- jante medio para asegurar el funciona- miento de la máquina social. La manera de comprender las cosas en aquella época singular, era de las más curiosas y divertidas. Así, por ejemplo, la gente que vivía al norte de la ciudad tenía sus ocupaciones al sur de la misma, y la que residía al sur las tenía al norte, pasando un par de horas todos los días viajando en tranvía, una a la mañana para la ida a la labor y otra a la noche para el regreso al hogar... Y miles de hombres, de mujeres y de
  • 311. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 310 niños, hacían diariamente el mismo monótono y aburrido recorrido, perdiendo un tiempo precioso que sumado resultaría fabuloso, cuando era tan cómodo y sencillo para los vecinos en cada barrio hacer allí mismo el trabajo que hubiese. Además, no habiendo que conformarse ahorariosimpuestosyporlotantoarbi- trarios, puesto que las cosas hacíanse por libre iniciativa y en cualquier momento del día y al notar la conve- niencia de efectuarlas, no se veía en las calles de la ciudad anarquista, aquella doble correntada humana que en los grandes centros poblados desbordan de una a otra vía, entrechocándose en la encrucijada de los caminos, como olas enemigas que se repelen, para correr luego, silenciosas y frías, entre las altas paredes de los edificios construidos a ambos lados de la calzada. No faltando nada a nadie, no había harapientos al lado de bien vestidos, ni hambrientos codeando hartos; ni pudientes orgullosos al lado de humildes hipócritas y rencorosos. Los semblantes expresaban sólo senti- mientos nobles y leales. La máscara repulsiva de la hipocresía había caído de todos los rostros, habiendo las caras recuperado sus armoniosas líneas natu- rales y humanas, deformadas durante tanto tiempo por la burla insolente, la blasfemia, la mentira, la simulación, el odio, la envidia, la astucia y el egoísmo; o marchitas por las orgías y los vicios más degradantes. No se veían facciones alteradas por las injusticias sociales, por los abusos y el engaño de los fuertes; no se veían caras huesudas y cadavéricas, ojos muertos o sin expresión, cuerpos arruinados por catástrofes morales, por exceso de trabajo y de privaciones o por enfer- medades vergonzosas... No se veían gesticulaciones de beodos o de individuos trastornados por los terribles reveses de la existencia; no se veían niños sucios y andrajosos y famé- licos, criándose en el arroyo; no se oían palabras groseras o soeces que ofen- diesen la ética del lenguaje e hiriesen la forma amable del trato entre comu- nistas hombres, mujeres y niños... La corrupción de las costumbres había desaparecido por completo. La prostitución no era más que un triste recuerdo de una época libertina y depravada. El alcohol y los espiri- tuosos habían sido desterrados como bebida. Solamente la pasión por el tabaco no había sido extirpada del todo todavía; una reducida minoría, a pesar de todo, seguía siendo esclava del vicio de fumar, afortunadamente el menos repugnante. Pero como no existía venta de cigarros, los fumadores cultivaban y cuidaban ellos mismos las plantas de tabaco que necesitaban para su consumo personal, con lo que sólo se perjudicaban a sí mismos. El cambio de forma social había operado una transformación radical en la mentalidad general. La abolición de la propiedad privada y la supresión del oro como valor representativo de la producción, habían asestado un golpe mortal a la delincuencia. Luego, la desaparición de las diarias preocu- paciones económicas individuales, y la satisfacción que experimentaron los comunistas con los nuevos métodos de trabajo adoptados que simplificaban y aliviaban la labor, reduciéndola a unas cuantas horas diarias, influyeron pode- rosamente para libertar los ánimos de aquella hostilidad latente, que en la sociedad capitalista contagiaba los espíritus, enemistándolos por razones de interés.
  • 312. 311 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos Muy contados fueron los individuos que se mostraron reacios al nuevo estado de cosas. Hubo, asimismo, algunos incons- cientes que no tuvieron el menor escrú- pulo en aprovecharse del esfuerzo ajeno, consumiendosincontribuirenlaproduc- ción, o simulando hacerlo, pensando poder vivir cómodamente, como buenos zánganos, engañando a los productores. Esto, como es natural, no podía tole- rarse. Pero ¿cómo hacer para obligarlos a trabajar? ¿Tener espías, crear tribu- nales, nombrar jueces? Esto hubiera sido imitar el absurdo sistema de represión inventado por los burgueses, sistema de represión “que hiere una vez más al robado al pretender castigar al ladrón”. Pero dicho sistema no resuelve nada, ya que su acción no puede ser otra que la de reprimir, siendo bien probado que le es imposible impedir el delito. Los jueces pueden mandar a presidio al delincuente, pero lo que no podrán hacer nunca es evitar que robe el ladrón o asesine el criminal. Su papel se reduce, en consecuencia, a castigar al culpable, y con el encierro del delin- cuente la justicia se declara satisfecha. Pero, al aprisionarlo, ella se ve no solamente obligada a alojarlo gratui- tamente durante todo el tiempo de su condena, sino que debe proveer también a su alimentación y darle las ropas que necesite. Y como es preciso tener dinero para pagar los gastos de su manutención el robado o la familia del asesinado, conjuntamente con los demás miembros de la sociedad que no fueron perjudicados ni por el asesino ni por el ladrón y por consiguiente nada tienen que ver con ellos, deben saldar la cuenta, una cuenta muy larga, porque nunca acaba, aunque los malhechores salgan en libertad, ya que siempre hay otros para reemplazarlos. Pero no es sólo el delincuente a quien debe mantener el robado. ¡¡¡Tiene que remunerar regiamente los jueces y sus escribientes; tiene que pagar los comi- sarios de policía y los guardianes del orden y de la propiedad; los carceleros y los obreros que edifican las cárceles, y abonar también el valor del material que se emplea para la construcción de estas últimas!!!... Esta manera de hacer justicia, sangrando igualmente a las víctimas de los delincuentes y a los que no son víctimas de ellos, no podía convenir, como se comprende, a los comunistas, porque era crear al lado de algunos parásitos dañinos, todo un ejército de nuevos parásitos mucho más voraces y temibles que los primeros; además de ser en alto grado inmoral, por cuanto deformaba cerebros, moldeándolos para la ejecución de una obra baja y deprimente, como lo es la de perseguir y espiar a los hombres y condenarlos a una vida de tortura, privándolos de libertad y de bienestar. No; aunque en el principio origi- náronse no pocos incidentes desagra- dables entre productores y no productores, los comunistas prefi- rieron rendir a estos últimos por la presión moral del ejemplo, sin emplear la violencia, y consiguiéronlo en poco tiempo. Los zánganos de la comuna eran cono- cidos por todos. Por lo tanto, cuando un compañero ocupado en un trabajo cualquiera necesitaba de ayuda, pedíala al parásito directamente con palabras insinuantes y amables, diciéndole ser cosa de corto momento, no atrevién- dose el otro a rehusar, y con buena o mala gana hacía lo que se le pedía. Así, sin aparato de fuerza, sin coerción de ninguna especie, los refractarios acostumbrábanse poco a poco a la
  • 313. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 312 vida comunista, regenerándose con el ejemplo ajeno y convirtiéndose después en los más entusiastas parti- darios de la nueva organización social, cuando vieron cuan inmensa era la diferencia entre la sociedad comunista y la antigua forma social; cuando cons- tataron que la igualdad era un hecho y que una preocupación única y perma- nente: el bien de todos, guiaba todos los actos de los libertarios. Para conseguir la suma máxima de libertad soñada, los anarquistas debían contar, en primer lugar, con la pose- sión de un elemento productor de fuerza mecánica poderoso, cuya obten- ción no requiriese grandes esfuerzos, sacrificios o trabajo a la colectividad, y que, además, fuera mudable a voluntad, adaptable a todos los usos: calor, energía, luz, movimiento, etc., y de manejo fácil. La electricidad, como es sabido, reúne en sí el conjunto de esas condiciones preciosas, sin contar aquellas que ignoramos. El elemento buscado, estaba, pues, al alcance de sus manos y los comunistas estaban desde muchos años atrás familiarizados con él. Pero el problema no consistía precisamente en descubrir el fluido eléctrico ni en utili- zarlo, sino en encontrar medios nuevos de producirlo y tenerlo en abundante reserva, sin recurrir al carbón, cuyo empleo implicaba para los comunistas estar bajo la dependencia de otras agrupaciones, ya que en los dominios de los hijos del Sol no había minas de hulla, y si las hubiera habido, habrían quedado sin explotar por considerarse la extracción del nuevo combustible trabajo indigno de un hombre libre. Representando la hulla la esclavitud para el minero y una subordinación a otras regiones inadmisible, era preciso eliminarla, y en vez de pedir al vapor de agua la fuerza motriz que acciona las máquinas generadoras del fluido misterioso, los comunistas resolvieron captar una parte de la fuerza prodi- giosa que desarrollan en la superficie del planeta los elementos naturales en incesante movimiento: vientos, ríos, cascadas, calor solar, etc. Ahora, Super retrocedía con el pensa- miento, al corto período de febril espera, en que todas las facultades inventivas del hombre tenían este solo fin: domar las fuerzas de la natura- leza para hacerlas servir a la obra de civilización libertaria. El éxito había sido completo, consiguiendo el genio humano dominar plenamente las corrientes atmosféricas y terrestres, con cuya potente ayuda tenían asegu- rada la producción del fluido eléctrico en cantidad suficiente para todas las necesidades y usos de la comuna. Ingeniosas máquinas y aparatos de todas formas y tamaños fueron ideados para llegar a dicho resultado. Gigantescos eolipilos colocados en los puntos más altos de las colinas giraban incesantemente accionados por el soplo poderoso de la tempestad o el de las más leves brisas. Instalaciones especiales permitían recoger directamente en los acumula- dores la electricidad atmosférica que grandes cometas metálicas iban a arre- batar en la región de las nubes. Un descubrimiento hecho por uno de los comunistas permitía descomponer los rayos solares en fuerza eléctrica, obteniéndose con este procedimiento una provisión de fluido importante durante los días despejados. Las caídas de agua, naturales o artifi- ciales, y la impetuosa corriente de ríos y arroyos movían mecanismos senci- llísimos que tenían también el mismo
  • 314. 313 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos objeto: producir electricidad para apro- visionar las baterías de acumuladores. Paralelamente a los trabajos relacio- nados con la producción de la elec- tricidad, los libertarios ocupáronse en hacer los acumuladores necesarios para almacenar el fluido. Considerable era su número, teniendo en cuenta los múltiples empleos a que estaban desti- nados. Efectivamente, cada grupo de casas contaba con una instalación eléc- trica independiente que las proveía de luz, calor, etc., y también para dar la fuerza necesaria a la extracción del agua de consumo, cuando por falta de viento no giraban las ruedas aéreas de los molinos; y las instalaciones mecánicas de los talleres, los automóviles de carga, aeroplanos, electrocicletas y máquinas agrícolas, necesitaban igualmente su correspondiente dotación de receptores de energía eléctrica. Por dicha causa, los libertarios dieron atención preferente a la construcción de estos aparatos, a la de los motores y de los dínamos; siendo así que en vista del papel importante desempeñado por la electricidad, en las funciones del nuevo organismo social, ningún comunista pudo sustraerse a la imperiosa necesidad de conocer a fondo esta utilísima rama del saber, llegando a ser todos ellos, en poco tiempo, gracias a la práctica seguida de esta ciencia, habilísimos electricistas. La aplicación del fluido accionante se extendía hasta el servicio de limpieza de la ciudad, el que se efectuaba por medio deunnuevosistemadebarredorasmecá- nicas, que sacaban automáticamente el polvo y las suciedades de la calzada aspi- rándolos para recogerlos en un depósito adecuado del que estaban provistas. Una veintena de estas máquinas “higieniza- doras” bastaban para el aseo de la ciudad, delqueseencargabanlosmismosvecinos en sus respectivos barrios. El alumbrado público y privado había recibido también una modifi- cación radical. No habiendo motivo para desconfiar del prójimo, siendo todos los habitantes de la ciudad anarquista, compañeros y amigos, no eran de temer ningún asalto o agre- sión de parte de nadie, razón que no hacía mayormente necesaria la iluminación permanente de las calles durante todas las horas de la noche. Siendo estas calles, además, siempre limpias y conservadas en buen estado, no se corría el peligro de enlodarse a cada paso o de caer en ninguna zanja abierta bajo los pies del transeúnte, desapareciendo por lo tanto toda posi- bilidad de percance desagradable, lo que hizo que se adoptase el sistema del alumbrado facultativo, teniendo en cuenta que las sombras de la noche tienen también su poesía y su encanto, resultando una economía de electri- cidad enorme para la comuna. La luz se obtenía por medio de acumuladores cargados para una semana y colocados en los almacenes y depósitos, y de distancia en distancia en los caminos. El tránsito de los vehículos cesando totalmente al anochecer, las vías carre- teras no precisaban de luz artificial. En cuanto al movimiento de peatones, su poca importancia hacía posible la costumbre de alumbrarse el camino a sí mismo, en las noches obscuras, abriendo o cerrando sucesivamente al pasar las llaves de la corriente eléctrica, teniendo así luz a voluntad durante todo el tiempo que se necesitaba. En los diversos locales comunistas (talleres, almacenes, garajes, etc.), se recurría al mismo procedimiento, porque tampoco allí se hacía inútil derroche de luz, no imitando en esto a las tiendas o negocios de las ciudades burguesas, donde la electricidad se
  • 315. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 314 consume inútilmente bajo las mil formas de intensidad que el capricho capitalista quiere darle, para mayor provecho de los accionistas de las compañías suministradoras del fluido; con lo que quedaban suprimidas las grandes usinas generadoras de corriente a alta tensión, así como las extensas y peligrosísimas instalaciones urbanas con sus gruesos cables aéreos o subterráneos. Bastándose a sí misma, la comuna anarquista no necesitaba ya hacer venir de lejanas regiones las montañas de productos de todas clases, que en el régimen capitalista había que pedir a los cuatro puntos cardinales del país, o a las naciones vecinas para abastecer las grandes ciudades. Con esto desaparecía el comercio y negocio de dichos productos, los que exigían un intercambio de corres- pondencia escrita rápido y continuo, y un activo servicio de corretaje, que hacía imprescindible el uso de medios de transporte acelerados y frecuentes para las personas y las cosas. Y no exis- tiendo tampoco aquella masa inestable de gente laboriosa que por motivos de comodidad y por cuestiones econó- micas se veían en la necesidad de residir fuera de los grandes centros de población, teniendo sus ocupaciones en ellos, y cuyo diario desplazamiento, por consiguiente, era forzoso, debían adoptar aquel género de traslación, el conservar por más tiempo los servicios de ferrocarriles y los metropolitanos eléctricos no tenían objeto. Reducidas las transacciones y comu- nicaciones de comuna a comuna, a un mínimo insignificante, éstas se hacían con entera satisfacción por medio de electrocicletas,automóvilesyaeroplanos, según las circunstancias o la necesidad. En estas condiciones, el movimiento de trenes debía disminuir en una proporción enorme, y el material rodante inactivo, hubiérase deterio- rado o destruido lentamente en los depósitos, sin contar que el trabajo permanente que reclaman las vías para quedar en buen estado, nunca hubiese sido compensado por los pocos bene- ficios obtenidos. Y sin embargo, ¿quién hubiera pensado que algún día el hombre podría pasarse sin aquellos potentes y rápidos instru- mentos de transporte que durante tanto tiempo habían sido factor de progreso y civilización, y relegarlos al olvido? Es que los ferrocarriles habían hecho su tiempo, estaban de más en la racional organización libertaria. Conservarlos era imposible, sin seguir las huellas de una peligrosísima rutina. Y los anarquistas no serían tales si fuesen rutinarios. La locomotora debía ser sacrificada, y lo fue. Es así como el verdadero progreso debe obrar, simplificando siempre más las cosas en vez de ir complicándolas de día en día, si queremos que vaya resultando una hermosa realidad la felicidad sobre la tierra. 3. Descripción de la ciudad La Plaza de la Anarquía, como puede verse en el plano adjunto, formaba el punto central exacto de la ciudad. En la parte sur estaba la Sala del Consejo comunista, y en el lado norte el gran hall destinadoaejerciciosfísicosyjuegosatlé- ticos. Entre el hall y la Sala, en el costado este, se hallaba el teatro anarquista. Decimos que la Plaza de la Anarquía ocupaba el centro de la ciudad. El barrio industrial de la misma formado por los talleres y fábricas, y el barrio de
  • 316. 315 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos los almacenes y depósitos hacían alre- dedor de dicha plaza una doble cintura de construcciones totalmente despro- vistas de adornos arquitectónicos. La primera cintura estaba limitada de un lado por la calle de la Anarquía, que circundaba la plaza de la cual tomaba el nombre y del otro lado por la calle de la Actividad. Estaba compuesta por los talleres de mecánica, electricidad, carpintería, tipografía, relojería, zapatería, telares, mueblería, fábricas de vidrio, fundición, panificación, elaboración de pastas, etc., dispuestos en doble hilera, una con frente y salidas sobre la primera de las calles nombradas, la otra sobre la segunda, además de comunicarse los talleres por sus fondos. Cada taller estaba perfectamente organizado e instalado con todos los adelantos modernos en maquinaria y herramientas; poseía una biblio- teca completa de las obras técnicas especiales al arte u oficio a que estaba destinado, y contaba además, con un botiquín de primeros auxilios. Unos caminitos arenosos trazados en el césped entre plantas y flores, comuni- caban las calles de la Actividad y de la Anarquía acortando distancias y sepa- raban los talleres, en los que entraban torrentes de luz, de sol y de aire. La segunda cintura separada de la primera por la calle de la Actividad, la constituían los garajes, depósitos y almacenes, ubicados también sobre dos líneas: con frente a los talleres, los depósitos y garages; y lindando con la vía de la Abundancia, los almacenes. En los depósitos se guardaban los productosdelatierrayderivados:trigo, maíz, yerba, pastos, papas, harinas, etc.; en los garages, las máquinas agrí- colas, automóviles de carga y otros vehículos, aeroplanos, etc. Los almacenes de comestibles, las panaderías, bodegas, las boticas, droguerías y demás locales en que se encontraban las prendas de vestir para ambos sexos, estaban ubicados, como queda dicho, sobre la vía de la Abundancia, frente a la ciudad habi- tada propiamente dicha, la que se extendía sobre la prolongación del cuadrado industrial y de los depósitos, en una parte completamente aislada del ruido del trabajo y de los incon- venientes ocasionados por el tránsito de los vehículos, entre las diago- nales Armonía, Libertad, Amistad y Humanidad, haciendo ella misma una tercera y última cintura cuya parte exterior lindaba con la campaña. Esta disposición tenía por objeto poner al alcance de la mano de los comunistas los víveres y todas las cosas que necesitaban, siendo que cada lado del cuadrado contenía igual cantidad de panaderías, almacenes, tiendas, farmacias, bodegas, etc., en número suficiente para el abas- tecimiento de su población, lo que resultaba sumamente cómodo para todos, puesto que tanto los que habi- taban al Norte de la ciudad como los que vivían al Sur, al Este o al Oeste, tenían una distancia igual que reco- rrer para proveerse de cuanto les hacía falta. El área cubierta por todos estos locales, depósitos, almacenes, talleres, garajes, etc., no era, por lo demás, muy considerable, aunque a primera vista podría parecerlo. Esta super- ficie no sería quizás, superior a diez hectáreas, inclusas las vías de acceso y los jardines que la hermoseaban. Y es fácil comprenderlo. La solución del doble problema econó- mico y social, relativo a la posesión del bienestar y de la libertad para todos, consistía, según las nuevas comunas
  • 317. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 316 anarquistas, en “bastarse a sí mismas”. Para conseguirlo, era, pues, necesario que cada pueblo o comuna desarro- llara sus actividades y energías en todas las ramas de la producción, agrícola e industrial, para obtener de este modo todo lo que precisaba, tanto en lo concerniente al consumo como en lo relativo a las demás necesidades mate- riales e intelectuales de la existencia. Lo más importante, naturalmente, y lo que por consiguiente requería mayores esfuerzos y trabajo permanente, era la agricultura. Todos los comunistas eran agricultores, y nada se emprendía mientras las labores de la tierra recla- maban la cooperación de todos. Así reinaba la abundancia en los depó- sitos y graneros de los comunistas, de tal suerte que siempre quedaba un sobrante suficiente en reserva para los años malos o para ayudar a las comunas vecinas castigadas por alguna catástrofe atmosférica o calamidad pública. Sin embargo, los trabajos agrícolas no podían ocupar todo el tiempo de los anarquistas. Y como éstos necesitaban también vestirse, calzarse, etc., fabricar sus herramientas y nuevas máquinas; hacer sus casas, etc.; imprimir libros, estudiar nuevos procedimientos de producción, dedicarse a investiga- ciones y experimentos científicos, y también cultivar las artes agrada- bles como la música, la escultura, la pintura, etc., para recreo del espíritu, el tiempo se dividía racionalmente entre cada una de estas ocupaciones quedando muchas horas libres para el sueño y el descanso. Siendo la población de las comunas relativamente poco numerosa y senci- llos sus gustos y costumbres, estaban de más las grandes empresas de la época del capitalismo con sus pode- rosas usinas y fábricas inmensas: unos cuantos talleres de cada clase sobraban para la producción de todo lo que exigía la vida comunista, teniendo en cuenta que en todos los oficios esta producción estaba limitada a las cosas de utilidad general, razón por la cual, donde antes se necesitaban verdaderos ejércitos de obreros para alimentar el mercado mundial, de un sinnúmero de artículos de conveniencia muy discu- tible, sólo eran precisos ahora pocos individuos para proveer la ciudad anar- quista de los objetos indispensables. Es así, por ejemplo, como el trabajo de imprenta había disminuido en una proporción enorme, por la eliminación de los diarios y revistas políticas, de la literatura hueca, y de una multitud de impresiones sin objeto en la nueva organización social, como los impresos comerciales, reclamos, etc., lo que importaba una reducción colosal en la fabricación del papel, de las tintas, de las prensas, tipos movibles y linotipos, motores y fuerza eléctrica, etc., etc. Las obras de carpintería habían bajado en una proporción evidentemente menor pero no sin importancia, ya que las casas eran de vidrio y no entraba la madera en su fabricación. Es verdad que las fundiciones para viviendas ocupaban algunas energías suplementarias, pero así y todo la economía de tiempo y de gente era grande, puesto que con ello se reem- plazaba total o parcialmente varios gremios importantes: albañiles, ladri- lleros, pintores, carreros, etc. Y lo mismo pasaba con los otros oficios. En estas condiciones, las comunas dejaban de ser tributarias unas de otras y de las regiones lejanas, porque encontraban en su propio territorio los medios y recursos para desarro- llarse libremente, y como la juventud anarquista se criaba en los talleres y
  • 318. 317 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos entre las máquinas o se mezclaba con los mayores ocupados en las faenas del campo, cuando no estudiaba en la escuela o no tomaba lecciones de cosas en los cuatro puntos cardinales de la región, el niño llegaba a hombre fami- liarizado con el funcionamiento de la maquinaria industrial y agrícola, estaba al corriente de las diversas instalaciones y métodos de producción, habiendo adquirido poco a poco, la práctica necesaria para todas las labores. Es así, como el hijo de la ciudad liber- taria sabía indistintamente manejar un telar,imprimirunlibro,hacerunainsta- lación eléctrica, fabricar herramientas, accionar una panificadora, fundir casas, etc., lo mismo que entendía de física y de química y conocía todo lo relacionado con los trabajos agrícolas, agregando a esta universalidad de apti- tudes la de “chauffeur” o conductor de automóvil y ¡hasta la de aviador expe- rimentado!... Esta multiplicidad de profesiones y diversidad de conocimientos, les permitía colaborar útil e inteligente- mente en casi todas las obras o trabajos de la comuna, y como la producción en lo relativo a las cosas de uso no muy apremiante se hacía a medida que éstas se iban necesitando, evitá- base caer en el peligro de someter los miembros de la comuna, al absurdo y odioso sistema de producción indus- trial intensiva adoptado en la época del mayor desenvolvimiento y poderío del capital, en que el trabajador era doblemente víctima de una organiza- ción social monstruosa, que lo tenía esclavizado de cuerpo y de espíritu; régimen maldito en que el oro reinaba insolente sobre el universo, siendo sacrificado el individuo en holocausto a los intereses, no de la masa como se pretendía hacerlo creer, puesto que como unidad de dicha masa, algo de la producción general debía pertenecerle –y sucedía precisamente lo contrario– pero sí a los de una ínfima minoría de parásitos privilegiados, dueños de la riqueza social, y que explotaban al obrero a su capricho, sometiéndolo a una organización del trabajo absolu- tamente irracional y atrofiadora de las más bellas cualidades humanas. ¿Se concibe condición más miserable y desastrosa que la de estos pobres parias de ambos sexos, quienes para ganarse un jornal exiguo, siempre insu- ficiente para conseguir las cosas más indispensables a la vida, tenían que desempeñar durante diez, doce, catorce o más horas diarias, funciones o labores extenuantes y aburridoras, muchas veces viles, humillantes o desmoraliza- doras, siempre las mismas, durante toda su existencia, en húmedos y oscuros sótanos transformados en talleres, o en locales inadecuados, estrechos y antihi- giénicos? Labores que consistían para la costurera, por ejemplo, en estar sentada accionando rápidamente con los pies en el pedal de la máquina de coser, desde el amanecer hasta muy entrada la noche, encorvada sobre esta diver- tida y agradable tarea: coser calzones y más calzones, y, para “descansar” abriendo ojales o atando botones en prendas eternamente iguales, con una retribución tan ínfima que apenas si lo ganado superaba el gasto del hilo usado y comprado por la obrera; para el soplador de botellas, en dirigir deses- peradamente el chorro de aire aspirado sobre el vidrio en fusión, hoy, mañana y siempre, hasta quedarse tísico y fuera de servicio a los treinta años de edad; para el minero en estar sepultado en las entrañas de la tierra, para extraer peno- samente el negro combustible, sin ver nunca el sol ni la luz del día, ni poder
  • 319. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 318 admirar jamás los sublimes espectáculos de la naturaleza, y expuesto a perecer de muerte horrible en todo momento, en alguna baja y oscura galería, herido a traición por el siniestro grisú o ahogado por una inundación repentina; y esto, de padre en hijo y de generación en generación, sin esperanza alguna de poder escapar un día a suerte tan espan- tosamente trágica...; para el panadero en amasar fatigosamente la nutritiva pasta, día tras día y noche tras noche, hasta que la tuberculosis asesina lo convierta en triste ruina humana, en un cadáver ambulante; para el tipó- grafo, en hacer invariablemente los misinos movimientos maquinales del brazo encima de la caja, llena de tipos, delante de la cual está parado; para el empleado de tranvía o de ferrocarril en agujerear y remitir al viajero pedacitos de papel o cartoncitos numerados; para el “motorman” en detener el coche cada uno o dos minutos y ponerlo en marcha nuevamente otras tantas veces; o, como el dependiente de comercio, estarse tras del mostrador durante intermina- bles horas de inactividad aburridora, a la espera del cliente, para facilitarle unos objetos que éste, sirviéndose a sí mismo y sin molestar a nadie, podía tomar directamente en los estantes respectivos, etc., etc.; ¡esto sin hablar de aquella “genial” división del trabajo que hace intervenir una legión de traba- jadores en la confección de ciertos objetos fabriles, como la de la aguja, entre otros, que pasa por las manos de ciento veinte obreros diferentes antes de ser definitivamente concluida y puesta en venta! Métodos de labor tan irracio- nales no podían subsistir en la sociedad anarquista, donde el trabajo libre y variado reemplazó al oficio único, ese anestésico de la inteligencia y de sus facultades creadoras. Al revés de lo que pasaba con la sociedad capitalista, en la que el oro era todo y el individuo nada, en la comuna anarquista el individuo era todo y el oro, desposeído de su valor ficticio y anulado como factor de riqueza social e individual, innecesario como agente de transacciones comerciales o remu- nerador de servicios, había vuelto a ocupar en la escala de los metales útiles al hombre, el sitio que le corresponde debajo del acero y del hierro. Ningúnmóvilbajooegoístaguiabaalos miembros de la sociedad anarquista. El esfuerzo individual tenía un solo fin: el bien de todos y las actividades de todos combinábanse armónicamente para hacer individualidades felices y buenas. No se trabajaba con el afán absurdo de amontonar, esclavizando tontamente el presente por miedo al porvenir. Se procuraba intensificar por todos los medios, la alegría de vivir, alejando de la existencia toda causa de dolor o amargura: conservando cada una de sus unidades tuertes, inteligentes y libres y en pleno goce de bienestar y salud; tal era la preocupación dominante en la comuna anarquista. Cuatro anchas diagonales daban acceso desde afuera al cuadrado de los talleres, depósitos y almacenes, que venía a ser como el corazón de la ciudadanarquista:alNorte,ladiagonal Armonía; al Sur la de la Libertad; al Este, la de la Humanidad y al Oeste, la de la Amistad. Estas diagonales eran, con las calles de la Anarquía, de la Actividad y el camino de la Abundancia, las únicas vías “carreteras” que cruzaban la ciudad poniéndola en comunicación con los pueblos vecinos. Como las nuevas concepciones de la existencia y las necesidades de las
  • 320. 319 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos jóvenes ciudades, eran totalmente distintas de las que habían prevale- cido para la creación y desarrollo de las inmensas ciudades de la época de la burguesía, con su extensa y complicada red de calles y vías de comunicación en las que circulaban incesantemente millares de carros y vehículos de todas clases levantando nubes de polvo pestilente que lo invadía todo, penetrando hasta en las mismas habitaciones situadas –¡colmo de aberración!– a ambos lados de tan asquerosos caminos, contaminando el aire respirado por la población, librada así al ataque de los más inmundos agentes destructores de la salud, se había procedido de modo completa- mente distinto en todo y por todo. El tránsito de las máquinas agrícolas y otras saliendo al campo o volviendo a su garaje o cobertizo, y el de los elec- tromóviles de todas clases que iban y venían trayendo o llevando cargas para el abastecimiento de los depósitos y almacenes, o los materiales necesitados por los talleres, se hacía por las calles y diagonales citadas, sin tener que pasar por la ciudad habitada. Esta formaba un parque inmenso alrededor de la ciudad industrial. Sus calles, exclusivamente destinadas a los peatones, eran caminos arenosos que serpenteaban a través de los jardines contiguos a cada casa. La disposición de las casas en la ciudad de los hijos del Sol, distaba mucho de semejarse a la de la ciudad burguesa: más poética y racional era la distribu- ción de las moradas anarquistas. Grupos de chalets surgían de distancia en distancia por entre las siluetas de las palmeras gigantes que abrían sus sober- bios parasoles sobre las finas flechas de los puntiagudos techos, que traspa- saban la enmarañada frondosidad de los jazmines trepadores, en lucha rival con los espinosos rosales. Artísticos puentes aéreos, de cuyas balaustradas los malvones hiedra colgaban en guirnaldas floridas, unían estas deliciosas moradas. Por todas partes se admiraba un verdadero desbordamiento de rosas de todas clases y colores, con profusión tal, que mezcladas con las blancas estrellitas de los fragantes jazmines, formaban verdaderas cascadas de flores que caían desde los balcones hasta el suelo. De este modo, los comunistas vivían en una ciudad limpia, alegre y sana, donde el aire era oxígeno puro, no un compuesto horrible de miasmas y podredumbres. La ciudad anarquista no había sido edificada antojadizamente en un sitio cualquiera por sus fundadores, como generalmente sucedía con las ciudades burguesas. Efectivamente, su primer cuidado fue de elegir un lugar alto y pintoresco, y resguardado de los fuertes vientos. Encontrado el lugar, la cuestión del agua, después, era la más importante. Obtenida ésta de buena calidad se procedía a la perforación de un número suficiente de pozos semisurgentes cuya agua era elevada a los depósitos por mediodemolinosaviento.Cadapozoy cada depósito servía para cuatro grupos de seis casas, es decir, para veinticuatro moradas; así se eliminaban las grandes cañerías con su complicada distribu- ción e instalación, simplificándose el trabajo por lo que se relacionaba con la fundición de los tubos conductores, antes colosales, reducidos allí a caños delgados de fácil fabricación. Las aguas servidas eran esterilizadas químicamente, y utilizadas después para el riego de los cultivos.
  • 321. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 320 La población de las ciudades liberta- rias fluctuaba entre diez y doce mil habitantes. Se tenía mucho cuidado de que esta última cifra no fuese excedida, por considerar pernicioso o perjudicial para la salud pública, la libertad indi- vidual y el bienestar general una mayor agrupación de personas. Como los nacimientos superaban mucho a las defunciones, cuando la población había aumentado de uno a dos mil individuos se procedía a la elección de otro lugar para una nueva ciudad, a una distancia no menor de veinte kilómetros. Se perforaban pozos, instalaban cañerías, y después de dotar al nuevo pueblo de los talleres, depó- sitos y almacenes indispensables, y de la cantidaddecasasnecesariasparaalbergar a los primeros habitantes, se efectuaba el traslado del sobrante de población de la ciudad-madre, al que juntábanse elementos de las ciudades vecinas que se hallaban en iguales condiciones, siendo ayudado el nuevo núcleo en sus comienzos por las diversas comunas de que procedían sus miembros. Hemos dicho que las moradas de la ciudadanarquistaeraneleganteschalets de vidrio, de una sola pieza, fundidos en moldes gigantescos por medio de la electricidad. Los había de varias formas; de diferentes dimensiones y colores, predominando el naranja, azul oscuro, el granate y el verde. Estos chalets tenían pared doble relle- nado el espacio vacío con sustancias refractarias al calor. El mayor número de estos maravi- llosos palacetes tenían tres piezas, dos en la planta baja, y una en la parte alta. Los demás sólo tenían dos. Estos últimos estaban habitados por los que querían aislarse y vivir solitarios; los primeros, al contrario, servían de morada para aquellos que necesitaban compañía: eran para dos personas, teniendo así cada una su dormitorio y sirviendo la pieza restante a la vez de comedor y de salón. Sin embargo, había también casas de cuatro piezas, aunque en número reducido. Estaban destinadas a los pocos comunistas que habían conser- vado las costumbres matrimoniales y familiares de antaño, y cuyos hijos, concluido su tiempo de educación comunista y libertaria, volvían a reunírseles por voluntad propia y deseaban quedar bajo el mismo techo que sus padres. Pero conviene decir aquí, que en la comuna anarquista, la mujer no asociaba su existencia a la de ningún compañero. Repudiando toda sujeción masculina, ella tenía “home” propio, en el que vivía sola, indepen- diente, sin que esto, naturalmente, implicase renunciar a los tiernos afectos del corazón. Sustraída así a la influencia y dominación egoísta del macho, libertada además de las mise- rables preocupaciones económicas, y por consiguiente dueña de sí misma, ella era verdaderamente libre y la igual del hombre. La arquitectura de estos chalets era una combinación feliz de estilos etrusco y japonés; tenían todos una ancha baranda o galería circular, soste- nida por columnas de vidrio de colores combinados de bonito efecto decora- tivo. La techumbre de estos pequeños castillos encantados, estaba dispuesta interiormente, en forma de bóveda luminosa. De sus diminuías cúpulas transparentes, caía de noche, de focos eléctricos invisibles, dulce pero sufi- ciente claridad. Los muebles principales que ador- naban estas viviendas, como cama, mesa, armarios, sillones, etc., estaban
  • 322. 321 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos fundidos junto con la habitación y formaban un solo bloque con ella. Elegancia, solidez, impermeabi- lidad, higiene, tales eran las princi- pales ventajas del empleo del vidrio, con preferencia a la madera, antes tan empleada para la fabricación de mueblaje recargado de molduras y de adornos imposibles de limpiar. Con el nuevo sistema, no se necesitaba sino breve momento para el lavado de los pisos, paredes y muebles, el que se hacía con suma facilidad mediante una sencilla esponja, quedando todo después tan reluciente y nuevo como el primer día. A todas estas ventajas había que agregar también la de una economía notable de tiempo y de fuerza muscular. Una casa que antes necesitaba un par de meses para su construcción, se hacía ahora con los nuevos procedimientos eléc- tricos de fundición, en menos de una semana ¡con su mobiliario completo! Además, la abundancia de la materia prima, su fácil extracción y manipula- ción, que la habían hecho elegir para la fabricación de las moradas anarquistas, había contribuido a la eliminación de varios oficios bastante sucios, antihi- giénicos y muy poco atrayentes: como hemosdicho,tantolospestilenteshornos de ladrillos como los obreros ladrilleros condenados a una labor ingrata y mal remunerados, habían desaparecido, y con ellos, los carreros encargados del transporte de aquel pesado material, los pintores, empapeladores y decoradores, etc., lo cual redundaba en beneficio de las labores agrícolas y otras ocupaciones provechosas por la mayor disponibi- lidad de brazos, lo que se traducía lógi- camente por un aumento considerable de la producción útil de la cual tan directamente dependía la felicidad de las nuevas comunas. Las instituciones comunistas más importantes se encontraban fuera del cuadrado central de la ciudad. Una de éstas, y ciertamente la más simpática, era la “Pouponnière’’ o “Cuna”, para los pequeños comunistas. Cada sección habitada de la ciudad, tenía la suya. En ella se asistían las parturientas y se cuidaba y criaba a los recién nacidos. La “Pouponnière” era, además, una escuela permanente en la que se enseñaba prácticamente a las jóvenes anarquistas el arte delicado de atender a las criaturas de tierna edad. Cada “Cuna” componíase de nume- rosos chalets de varias habitaciones. Algunos de estos palacetes estaban destinados a las parturientas. Los demás a las cuidadoras y los infantes. Éstos permanecían allí durante la época de la lactancia y la de la primera infancia, es decir, hasta los seis años cumplidos, tanto los varones como las niñas, de modo que, en ningún caso, los hijos quedaban bajo la dirección o el dominio de sus padres. Cuatro Casas de Salud u hospitales tenía la ciudad anarquista; una para cada barrio o sección comunista. Éstas, que en un principio habían tenido dimensiones mucho más amplias que las actuales, cuando los indivi- duos de temperamento enfermizo –resultado natural del duro régimen de explotación al que fueron some- tidos y de las privaciones y miserias padecidas, y además muy ignorantes en ciencia médica–, necesitaban con frecuencia del auxilio ajeno, para aliviar sus dolencias o restablecer su salud quebrantada, habíanse reducido poco a poco, hasta no contar más de cuatro pequeños pabellones cada una, sólo ocupados parcialmente, cuando alguna desgracia accidental ocasionaba
  • 323. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 322 víctimas, a las que era necesario dar cuidados especiales o efectuar una operación quirúrgica. Los comunistas, enriquecida su sangre por un sistema de vida más racional y natural, reju- venecido el organismo por su nueva condición de hombres libres y felices, e iniciándose sin violencia en el arte de cuidar y conservar la propia salud, se habían librado paulatinamente de la casi totalidad de sus antiguas dolencias, y cuando por casualidad, alguna afección o enfermedad pasa- jera, debida más a imprudencia del paciente que a otra causa, condenaba a inacción momentánea a alguno de ellos, quedábase éste en su habitación donde amigos de ambos sexos lo visi- taban y cuidaban, haciendo obra de solidaridad, retribuida de la misma manera cuando ellos se hallaban en igual situación. Pero, las más de las veces sucedía que el enfermo ingeniá- base para no molestar a nadie, aislán- dose y cuidándose solo, cuando sus dolencias no le quitaban del todo el libre uso de piernas y de brazos. En los casos rarísimos, en que la vida del enfermo peligraba, se le trans- portaba a la Casa de la salud, donde expertos compañeros lo atendían. Como en las comunas anarquistas el arte de curar no servía para prolongar indefinidamente el estado anormal del paciente, con la criminal e indigna intención de lucrar con sus dolores –como antes sucedía con demasiada frecuencia, cuando el enfermo era hombre de fortuna, o para ensayar con el desgraciado y pasivo organismo del proletario indigente, indecente- mente convertido en campo de experi- mentos para lograr nuevas fórmulas de curación infalible, de esas que curan durante el solo período en que están de moda y que explotan sin la menor vergüenza ni pudor los gloriosos charlatanes del oficio–, pero sí, era empleado para devolver rápidamente la salud al que estaba privado de ella, y tan pronto como el convalesciente tenía fuerzas para hacerlo, abandonaba su lecho de dolor de la Casa de salud, para volver a su domicilio y confiar a la acción reconstituyente de los agentes naturales: aire, sol, etc., la terminación de su cura, que sólo dependía de un suplemento de oxígeno vital. La Casa de la salud no tenía personal médico fijo ni enfermeros. Los médicos y cirujanos de la comuna acudían en gran número, cuando se necesitaban sus servicios, turnándose de manera que quedaban libres buena parte del día, la que aprovechaban para tomar parte como los demás compañeros, en las faenas comunes y para dedicarse a estudios u otras ocupaciones intelec- tuales o manuales de su agrado. Hacían de enfermeras, turnándose también cuantas veces era necesario, las personas que por afinidades simpa- tizaban o estaban ligadas particular- mente con el doliente por los lazos de la amistad, o por los más íntimos y dulces del amor. Cada barrio poseía su establecimiento de baños y natación al que acudían diariamente los comunistas de ambos sexos. Componíase éste de una gran piscina, al aire libre, de aguas crista- linas siempre renovadas. Ésta piscina tenía más de cincuenta metros de largo por treinta de ancho. Estaba dividida en dos partes: una honda para los nadadores, dotada de cuantos acceso- rios necesita el bañista para lucir su agilidad en los ejercicios de la nata- ción: puentes, trapecios, argollas, etc., suspendidos sobre el agua; y la otra de poca profundidad para los niños y
  • 324. 323 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos aquellos que aun no sabían nadar. Una doble hilera de corpulentos y altos eucaliptus plantados alrededor de la piscina, hacían de aquel sitio, uno de los más frescos y agradables del lugar. Enelladoopuestoalobservatorioastro- nómico, al norte de la ciudad, estaba situado el gran Coliseo anarquista. Este Coliseo tenía la forma de las anti- guas arenas romanas a cielo abierto; y se daban en su recinto toda clase de torneos, fiestas y juegos olímpicos; peromásespecialmente,grandesespec- táculos artísticos, glorificando la Vida, la Naturaleza, el Sol, la Anarquía, la Libertad, el Amor, la Solidaridad, etc., y cuyo imponente desenvolvimiento escénico requería un marco apropiado a su grandiosa interpretación. Durante los meses de las grandes labores agrícolas del año, no se cele- braban fiestas en dicho Coliseo, pero se formaban asociaciones o grupos de jóvenes autores y actores de ambos sexos, los que se reunían en las horas de tregua para dar forma y vida a la nueva creación teatral o para concertarse sobre la próxima fiesta a realizar o sobre el espectáculo atrayente proyectado. Como estos espectáculos necesitaban grandes y muy diversos preparativos, tanto para armonizar el conjunto de la interpretación como para la confec- ción de la indumentaria necesaria, y los ensayos de rigor, había que organi- zarlo todo, con prudente anticipación para estar listo cuando llegaba la tan impacientemente deseada temporada de los grandes festivales anuales. El autor traía primeramente su obra al juicio de los compañeros y compa- ñeras, actores y comediantes, a quienes la leía y explicaba. Si tenía acogida favorable de parte de un número sufi- ciente de ellos, para ser interpretada debidamente, se aceptaba; los papeles se repartían según la aptitud y el talento de cada cual, y los competentes en la materia, encargábanse de la hechura de los trajes de los personajes, así como de la preparación de los adornos y demás accesorios señalados en la pieza. Estos actores improvisados reuníanse cuando las labores lo permitían para proceder a los ensayos necesarios, bajo la dirección del autor de la obra a representar. A veces se formaban así varios grupos o asociaciones de actores, con otras tantas obras o producciones teatrales diferentes, las que permitían variar agra- dablemente estas festividades artísticas, que constituían hermosas y sanas diver- sionespopularesenlasqueunamultitud de personas de todas las edades y sexos, tomaban parte activa y entusiasta como figurantes de segundo orden. 4. El consejo, órgano de “gobierno” La Sala del Consejo, ubicada al lado del teatro comunista, no era ninguna institución burocrática elaboradora de decretos imperativos y compuesta de un personal especial más o menos parásito a estilo de las administra- ciones públicas burguesas. Su fin era muy diferente y mucho más útil que el de aquéllas. Ella era el alma y cerebro de la comuna. En ella reuníanse, todas las noches, las fuerzas vivas de la ciudad anarquista para deliberar en común y tomar todas aquellas resolu- ciones destinadas a dar cohesión a las actividades generales. La Sala del Consejo componíase de un gran local que medía cincuenta metros de largo por treinta de ancho. En el fondo había una tribuna, desde la cual se hablaba a los presentes. La parte que
  • 325. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 324 le hacía frente, al lado opuesto, estaba ocupada por hileras de mesas de lectura provistas de lo necesario para escribir. Una gran estantería, en la que estaban colocados los libros que formaban la valiosa colección de la Biblioteca prin- cipal, amueblaba ambos costados late- rales hasta la mitad de su altura. Para facilitar la tarea del lector, dicha estantería estaba dividida en numerosas secciones, cada una de las cuales tenía un rotulo indi- cador de su contenido: Astronomía, Ciencias, Física, Historia, Geografía, Literatura, Química, Viajes, etc. y el catálogo de las obras clasificadas en dichas secciones. Las partes libres de las paredes estaban ocupadas por obras de arte: pintura y escultura, las que adornaban la Sala con mucha esplendidez. En el centro de esta Sala se veía una especie de tabique de madera de dos metros de alto por diez de largo, pintado de negro sobre sus dos fases y que servía de pizarra para los apuntes de interés general. En él se leía debajo de grandes títulos permanentes de color llamativo, anotaciones escritas con tiza, como las que siguen: Consumo Almacén N° 2, Sud: Escasez de• pastas alimenticias. Almacén N° 7, Este: Falta aceite.• Vestuario Depósito N° 4, Este:• Faltan sandalias. Depósito N° 1, Oeste: Túnicas• escasean. Talleres Panificadora N° 8, Norte• : En mal estado. Fundición de casas Sección Oeste: Se pide la• colaboración de 12 compañeros. Botica Sección Sud: Amoníaco, agotado.• Garages N° 3, Sud• : Aeroplano N° 7, revisar el mecanismo del aparato ascensional. Agricultura Región Refugio N° 5: Viñedos:• Son necesarios 8 compañeros. Región Refugio N° 13: Siega:• Hacen falta 15 compañeros. Esta anotaciones se hacían en cual- quier momento del día por los comu- nistas cuando pasaban a proximidad de la Sala del Consejo, o de noche cuando iban a reunirse con los demás compañeros. Cuando éstos, al ir en busca de alguna cosa en los depó- sitos o almacenes, notaban que ciertas prendas de vestir escaseaban; o que diferentes productos de uso industrial o artículos alimenticios de consumo diario agotábanse; cuando los que se encargaban de su fabricación o reno- vación necesitaban la colaboración de un número determinado de ayudantes; o cuando era preciso reemplazar una máquina usada por otra nueva; cons- truir o fundir una casa; fabricar un vehículo, o bien elaborar alguna droga necesaria; cuando, por otro lado, los trabajos agrícolas requerían más brazos para la roturación de la tierra, para la siembra o la siega o para la poda de los árboles, etc., estos compañeros lo anotaban sobre su libreta de apuntes y cuando entraban a la Sala del Consejo la primera cosa que hacían era dirigirse hacia el tabique avisador en el que
  • 326. 325 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos reproducían con tiza lo escrito en su libreta, a continuación de los apuntes ya hechos por los demás, en uno u otro lado de la pizarra, según la natu- raleza de la cosa o la clasificación que le correspondía. Como se ve las diversas regiones o sitios donde había que acudir para efectuar la labor señalada, estaban marcados, para la mejor orientación de los compañeros, con los números de orden puestos en todos los talleres, almacenes, depósitos, etc., y tenían indicado el punto cardinal correspon- diente a su ubicación Sud, Norte, Este u Oeste, según el barrio al que perte- necían. Para los trabajos del campo, se señalaba la región con el número del refugio o cobertizo más cercano, habiéndolos en todos los lugares donde, en el año, era menester hacer alguna labor agrícola. Pero, como todo en la comuna anar- quista, se hacía con la mayor natura- lidad, por propia decisión o iniciativa personal, porque los individuos que la componíansetomabangraninteréspor la buena conservación de lo que cons- tituía el patrimonio común, cuando a un compañero le parecía necesario efectuar alguna reparación o compos- tura en el material en uso o si notando alguna deficiencia o anomalía en la fabricación, rendimiento o conserva- ción de la cosa pública, creía prudente remediarlo sin pérdida de tiempo, en vez de dejar la tarea para otros señalán- dola en la pizarra avisadora, él mismo efectuábala en el momento si podía hacerlo sin ayuda, o con el auxilio de algún amigo o compañero puesto al corriente de la novedad. Sólo cuando la labor en la cual estaba ocupado con anterioridad no admitía dilación, o cuando el trabajo a ejecutar requería la intervención de técnicos o especialistas, caso muy raro, dado que todos los comunistas, mujeres y hombres, distinguíanse como hemos dicho por su universalidad de apti- tudes, se recurría a la pizarra para hacerlo saber a la colectividad. Los compañeros en busca de ocupa- ciones se enteraban entonces de las seña- ladasendichapizarra,ycuandoresolvían hacer una u otra borraban los renglones respectivos, con el propósito de darles cumplimiento al día siguiente. Siendo las nueve de la noche, hora a la cual ya no se esperaba más a nadie, se procedía a revisar el tabique avisador. Generalmente,éstenoteníayaninguna traza de los apuntes que llevaba un momento antes, habiéndose adjudi- cado los presentes el trabajo a efectuar, sin ruido, discusiones o imposiciones de ninguna clase. Cuandoporcasualidadquedabaalguna labor anotada y esta era de urgencia, un compañero subía a la tribuna, para comunicarlo a la asamblea, pidiendo a los que tuviesen una labor menos imperativamente indispensable dar preferencia a la otra. Muchosofrecíanseenelactoquedando todo arreglado amistosamente en pocos instantes. Resuelta la cuestión del trabajo para el día siguiente, compañeros o compañeras turnábanse en la tribuna para hablar de asuntos de interés para la comuna, o daban conferen- cias sobre ciencias, filosofía, arte u otro tema interesante. Cuando no había quien hiciese uso de la palabra, los presente se sentaban a las mesas de lectura o formaban animados corrillos en los que el inventor expli- caba, con abundancia de detalles, la importancia de su descubrimiento; el físico sobre el alcance de sus experi- mentos de laboratorio o el resultado de
  • 327. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 326 sus investigaciones científicas; el poeta declamaba su última inspiración; el autor teatral hablaba del próximo estreno; el filósofo, sobre el porvenir de las asocia- ciones humanas; el literato leía un capí- tulo del nuevo libro en preparación, etc., buscando todos ellos interesar al audi- torio con sus esfuerzos intelectuales, para decidir a algunos de los oyentes a cola- borar con ellos en la realización material de su idea o de su obra. 5. Educación de niños y jóvenes Las cuatro Casas de Educación de la Ciudad libertaria, eran así como una prolongacióndelas“Cunas”o“Poupon- nières”, cuyos pequeños pensionistas al cumplir seis años de edad, ingresaban, sin excepción, a aquellos estableci- mientos de enseñanza, donde recibían una instrucción completa hasta los diez y siete años, edad en que cesaba el tute- laje de la comuna y el joven era consi- derado miembro activo de la misma e invitado a prestar, como tal, su ayuda al esfuerzo colectivo. La escuela comunista estaba situada en el centro de la parte habitada de cada barrio, cerca de su “Pouponnière”, y separada de esta última por la piscina de natación. Cada Casa de Educación tenía cinco categorías de alumnos: la Categoría A, para los niños de 7 a 9 años; la B para los de 10 a 11; la C para los de 12 a 13; la D para los de H a 15 y la E para los de 16 a 17. Estas escuelas eran mixtas, es decir, para niñas y varones indistin- tamente, siendo la instrucción dada igual para uno y otro sexo. La Categoría A era, por consiguiente, la de los más pequeños, y la única en la que los niños debían pasar tres años consecutivos. Estos tres años, por lo demás, no estaban empleados en llenarles su tierno cerebro de un mundo de mate- rias que no hubiesen entendido. Se buscaba, ante todo, hacerles agradable el paso de la Cuna a la escuela, para que no sufriesen mucho con el cambio de régimen y de costumbres. Para conseguirlo, las odiosas horas de clases pasadas entre cuatro paredes frías y desnudas, en las que el chiquillo debe quedar inmóvil y silencioso, con el libro que mira sin ver o lee sin comprender, eran reemplazadas por alegres paseos campestres cotidianos, durante los cuales se les daba sencillas pero entre- tenidas nociones de cosas relacionadas con el espectáculo de la naturaleza, mientras sus pulmones hacían buena provisión de oxígeno vital. En dicho período relativamente largo de tres años, sólo se les enseñaba a leer y escribir y los primeros elementos de la aritmética. Pero, en cambio, hacían mañana y tarde durante más de una hora cada vez, ejercicios físicos sobre la plaza de la Anarquía; concurrían dos veces al día a la pileta de natación; y se les daba indicaciones generales de higiene,alasquedebíanatenerseestric- tamente, como ser: limpieza íntima a más de los baños acostumbrados, y aseo y cuidado de los diversos órganos de su individuo: boca, dientes, nariz, orejas, manos, pies, uñas, etc. Se les enseñaba cómo se debe caminar, tieso el cuerpo, la cabeza erguida sin exageración; cuál debe ser, corriendo, la postura del cuerpo y la posición de los brazos; en el sueño, cuál la posición de los miembros; el declive suave que debe tener la cama del durmiente y su orien- tación de Sud a Norte en el sentido de las corrientes magnéticas terrestres. Se les decía, también, cómo deben masticarse los alimentos para su buena
  • 328. 327 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos asimilación y el funcionamiento regular del estómago; la manera de respirar, por la nariz y no por la boca, como los niños están por demás propensos a hacerlo; los peligros que acarrea la sucia costumbre de salivar sin motivo, tanto para el organismo del que escupe como para la higiene y la salud pública. Se tenía especial empeño, sobre todo, en corregir o curar esas contracciones nerviosas faciales o del cuerpo que tan fácilmente adquieren ciertas natura- lezas, casi siempre por autosugestión al notarlas en los individuos que padecen de ellas, dando el espectáculo grotesco de aquellas muecas o contorsiones repentinas de la cara, del cuello o de los hombros, tan feas y ridículas, lo que se consigue perfectamente con paciencia y cariñosa persuasión. Estos y muchos otros preceptos de estética o ética individual cuya obser- vancia habitual dignifica al hombre, haciendo su trato grato a cuantos lo rodean, entraban así, sin esfuerzo, en las prácticas de los comunistas e inte- graban definitivamente su individuo. Los alumnos de la Categoría B, a la que pertenecían los escolares encontrados por el Antiguo cerca de los talleres, lo mismo que los de las dos siguientes C y D, a más de tener que seguir todas las reglas de higiene personal de la categoría primera, y vigorizar su cuerpo con varias horas diarias de ejer- cicios físicos, debían cumplir con un programa de estudio abarcando natu- ralmente mayor extensión. Hemos visto la categoría B en la obra, lo que nos da una idea del método seguidoparalaenseñanzaenlasescuelas anarquistas. A medida que los alumnos ascendían a las categorías superiores, esta enseñanza se hacía más honda y compleja, siendo la explicación teórica de la lección, invariablemente acom- pañada de la demostración práctica, esta última hecha primeramente por el maestro o la maestra y luego repetida por los discípulos. Hemos dicho que los niños de la Categoría A, pasaban la mayor parte del día fuera del recinto de la escuela, regresando a horas indeterminadas, aunque siempre antes del anochecer. Los alumnos de las tres categorías siguientes, ya más grandes y razo- nables, organizaban, por su parte, verdaderas expediciones que duraban varios días seguidos, a veces una o dos semanas, en el curso de las cuales los pequeños expedicionarios visitaban todo el territorio de la comuna a la que pertenecían y se internaban hasta las comunas vecinas, con el fin de cono- cerlas, estudiar su topografía y trabar amistad con sus escolares, los cuales a su turno, excursionaban en el terri- torio de los visitantes, siendo unos y otros acogidos y atendidos en el sitio donde se hallaban con el mismo cariño que se dispensaba a los nativos. Para efectuar sus peregrinaciones con mayor comodidad, cada escuela tenía a su disposición uno o dos automóviles de carga para el transporte de las provi- siones, utensilios de cocina, platos, carpas impermeables, instrumentos y útiles de enseñanza, etc., necesarios para los alumnos y sus maestros. Estos automóviles, cuyos “chauffeurs” eran alumnos que se turnaban cada hora para permitir su manejo a un mayornúmerooatodos,acompañaban al pequeño ejercito escolar en todas sus exploraciones. Llevaban, además, una chalupa desarmable para facilitar el paso de los ríos y arroyos y practicar reconocimientos en los mismos. Todaslasnoches,alreunirseparaentre- garse al descanso, los expedicionarios
  • 329. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 328 formulaban un nuevo itinerario para el día siguiente, diferente para cada categoría, y el programa de trabajo relativo a las mismas. Después de discutidas y resueltas ambas cuestiones por los alumnos de las clases respectivas, los acuerdos tomados eran sometidos a los maes- tros; quienes hacían la crítica opor- tuna, aconsejaban las modificaciones del caso, y finalmente daban su confor- midad a las resoluciones adoptadas. Este método, contribuía grandemente a desarrollar el espíritu de iniciativa de los niños al mismo tiempo que los incitaba a hacer con gusto y entu- siasmo los estudios libremente elegidos por ellos; pero, ateniéndose siempre en sus líneas principales, al plan integral trazado para cada categoría. La tarea del maestro o de la maestra se limitaba a vigilar, aconsejar; a dar las explicaciones pedidas por los educandos y a extenderse en consideraciones gene- rales sobre los temas propuestos; revisar los deberes del día y hacer las observa- ciones pertinentes, y encarrilar sobre la buena vía las turbulentas actividades de los niños a ellos confiados. El fin de estos paseos o excursiones a grandes distancias era dar a los niños, sobre el lugar, lecciones de topografía práctica, de geología, botánica, ento- mología, zoología, así como de agri- cultura, e iniciarlos en aquellas ramas del saber que tienen correlación con la tierra y el espacio. Era, también, su objeto abrir el alma juvenil de los pequeños comunistas a las bellezas de la naturaleza; ponerlos en contacto con los seres inferiores de la creación, animales y vegetales; ense- ñándoles que la verdadera felicidad del hombre está íntimamente ligada a ella, por cuanto todo lo que constituye dicha felicidad, desde la prosaica satisfacción del estómago hasta el goce sublime de las más nobles y elevadas mani- festaciones del espíritu: arte, poesía, canto, música, junto con estas otras radiaciones cerebrales que son las ideas fecundas, ora palanca potente del genio que transforma la faz del mundo, ora verbo glorioso, vehículo admirable del pensamiento que señala incesantes rumbos a la civilización humana, tienen su fuente en la Naturaleza, siendo posi- bles todos estos factores de felicidad solamente con ella, porque ella es la que siempre nos inspira, y que amar la Madre Natura es amar la Vida en su más pura y sana expresión. Un día entero estaba destinado al desarrollo de cada lección. Ante todo, los escolares debían designar el sitio donde, por veinticuatro horas se esta- blecía campamento, en un paraje alto, seco y abrigado contra los vientos. Grupos de voluntarios instalaban las carpas, descargaban el carro, distri- buían el equipaje de cada uno; impro- visaban cocinas de campaña, etc., mientras otros desaparecían por los alrededores en busca de algún suple- mento en frutas o legumbres para el menú del día, hallándolos en las huertas vecinas, de fácil acceso, puesto que en la comuna anarquista no había tapias o muros de ninguna clase que las cercasen, pudiendo el que por ventura necesitaba proveerse de alguna cosa, tomar libremente lo que le hacía falta, que todo, allí, era de todos. Durante estos preparativos, otros escolares revisaban el mecanismo del automóvil, sus acumuladores; ponían grasa y aceite donde era necesario, lo limpiaban, etc. Cuando todo estaba listo, lo que no requería más de una hora, los alumnos de cada categoría se alejaban con sus maestros respectivos, en distintas
  • 330. 329 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos direcciones, dejando en el campa- mento sólo a los escolares indispensa- bles para la preparación del almuerzo, en compañía del maestro a quien tocaba hacer de cocinero “chef”. A mediodía todos volvían para comer, y luego, los que habían estado de coci- neros por la mañana, dejaban el puesto a otros para la preparación de la cena, incorporándose aquellos a los excur- sionistas de la tarde. En estas excursiones los alumnos debían levantar el plano del lugar donde estaba el campamento, trazar después el itine- rario seguido, hacer el mapa de las regiones visitadas, señalando sobre el papel con lápices de color, los detalles de la configuración del paisaje: ondula- ciones del terreno, ríos, arroyos, canales de irrigación, montes, llanos, clases de cultivos, poblaciones, etc., apun- tando también cuidadosamente los datos obtenidos en la exploración de arroyos y lagunas, los sondajes hechos, la profundidad del agua, la composi- ción del lecho de los ríos, su anchura, etc.; estos últimos eran verificados con el auxilio de la canoa plegadiza. Otras veces, los pequeños comunistas entraban en los “refugios” o cober- tizos de las cercanías, tomaban picos, azadones, horquillas, hachas, poda- deras, rastrillos, etc., y guiados por sus maestros, se ejercitaban en todas aquellas labores agrícolas correspon- dientes a la estación en curso: poda de árboles y de plantas; aporcadero de huertas y de sembrados; destrucción de los insectos nocivos a los cultivos y a los árboles; cuidados de los viñedos; emparvado y enfardado de alfalfares; preparación de la tierra; abono de la misma; conservación de los canales de irrigación; arreglo de los baches y hoyos de los caminos; relleno y deseca- ción de las aguas estancadas; sepultura de los cadáveres de aves o pequeños animales hallados en la campaña, etc. Cuando se trataba de botánica, los alumnos estudiaban la vegetación bajo todas sus formas, dibujando los prin- cipales ejemplares de la flora silvestre, con sus colores particulares, muy espe- cialmente las plantas y flores cuyas propiedades medicinales o industriales merecían ser conocidas; el maestro explicaba cuáles eran estas propie- dades, y el alumno las anotaba en su libro de apuntes debajo de las figuras correspondientes. Los árboles también, tanto los frutales como los de adorno y de sombra, así como los que forman los montes, eran objeto de un estudio detenido. Antes de entrar en campaña, el maestro dictaba los nombres de las diversas especies de vegetales. El niño escribía dichos nombres sobre largas fichas o etiquetas blancas, las que debía colocar sobre el tallo principal o tronco del árbol, después de haberse dado cuenta de la forma de sus hojas, las particulari- dades de sus ramas, su altura y tamaño, y demás señas características que lo diferenciaban de sus vecinos. Luego, el alumno agregaba sobre las fichas ya colocadas, los datos que suministraba el maestro relativos a la longevidad, altura máxima, cualidades y usos de cada especie, detalles que debían ser reproducidos en el libro de apuntes de los niños, para que éstos los tuviesen presentes en los ejercicios escritos que más tarde tendrían que hacer. En las excursiones geológicas, los esco- lares aprendían a conocer los materiales que constituyen la costra terrestre; los diversos terrenos superpuestos y su nombre, según su composición y posición respecto a los otros, yendo a estudiarlos en las canteras o en las quebradas naturales.
  • 331. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 330 El hallazgo de conchas petrificadas u otros organismos marinos fosilizados en lugares altos y lejos del océano, servía para explicar a los niños cuan formidables habían sido las convul- siones de la naturaleza, para modificar tan radicalmente la fisonomía de los terrenos que los contiene, antes mar, y hoy continente. La huella sorprendente dejada por una vegetaciónlujuriante,sobreelpedazode hulla extraído de las entrañas de la tierra vestigio antiquísimo de los imponentes bosques que mucho antes de la apari- ción del hombre, cubrían la tierra hasta los polos, eran preciosos documentos naturales que permitían comparar las especies desaparecidas con las actuales y reconstituir fielmente el aspecto asom- broso del mundo, en aquella época del dominio sin límites de las selvas impe- netrables, dueñas absolutas de los conti- nentes que desaparecían bajo el verde manto de su formidable vegetación, al mismo tiempo que dicho pedazo de carbón daba la clave del origen de aquellas aglomeraciones colosales del precioso mineral en la profundidad del suelo; y los niños comprendían sin dificultad, por la lógica, del razo- namiento, que las inmensas minas de hulla explotadas durante tanto tiempo por los hombres, no son sino cemente- rios de árboles donde están acumulados los restos de aquellas selvas espléndidas, destruidas por efecto de circunstan- cias especiales y fosilizadas por la lenta acción de los siglos. Y para dar mayor vigor todavía a su demostración geológica, el maestro argumentaba sobre la enorme cantidad de hulla existente en una misma región, la que alcanza a varios centenares de metros de espesor en muchas partes, para deducir cuán fabulosa había sido la abundancia de árboles gigantes y de plantas fantásticas de todas clases para llegar a formar, después de su destruc- ción y muerte, tamaños amontona- mientos de negro combustible con sus petrificadas osamentas. Todo lo que podía contribuir a ilustrar la historia natural del pasado, hacerla más interesante y atrayente, como minerales, piedras volcánicas, huesos fósiles, pertenecientes a animales cuyas especies ya no tienen representante vivo en el planeta, eran también reco- gidos y conservados para ir a enri- quecer las colecciones existentes en los museos de las escuelas. Con estos testigos del período ante- diluviano, de un significado cientí- fico tan importante, el maestro estaba en condición de formular hipótesis razonables sobre la edad de la Tierra, o mejor dicho, sobre el tiempo vero- símilmente transcurrido desde las diversas épocas contemporáneas de dichos fósiles hasta nuestros días, teniendo en cuenta el número prodi- gioso de años necesarios para la petri- ficación de los cuerpos organizados, y hablando así a la imaginación del alumno, lo inducía a retrotraer con el pensamiento muchos centenares de miles de años, hasta la época en que estos organismos, entonces llenos de vida y de actividades combativas, pululaban victoriosos en mares y continentes, para hacerles comprender después cómo dicha época, por muy lejana que sea, es reciente, sin embargo, en relación al tiempo habido desde la condensación de la nebulosa terrestre en cuerpo sólido, y que en definitiva la incalculable cantidad de siglos que necesitó nuestro planeta para efectuar su total evolución y transformación en planeta habitado, hasta llegar a su estado actual, nada representa, por cuanto el tiempo es uno e indivisible,
  • 332. 331 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos ha sido y será de toda eternidad; resul- tando que lo que el hombre ha compu- tado y designado muy arbitrariamente con los nombres de años y siglos, no es más que la suma de las revoluciones del planeta sobre sí mismo o la cantidad de las vueltas que éste describe alrededor del Sol, cosa que nada tiene que ver con el tiempo. Durante estas correrías por campos y montes, ofrecíanse, a cada paso, ocasiones de conocer las costumbres y género de vida de los insectos, la de algunos batracios y reptiles inofensivos, la de los pájaros y en general de cuantos irracionales la casualidad colocaba sobre el camino de los escolares, poniéndolos al alcance de su observación. Se enseñaba a éstos a no ser injustos o crueles con los seres inferiores, pequeños o grandes; a respetar su vida, ya sea su aspecto exterior agradable o repulsivo, porque todos ellos cumplen su misión sobre la tierra, misión útil siempre, aunque alguna vez parezca lo contrario; ya porque no alcanzamos a comprenderla, o no logramos desci- frar su significado exacto, o porque lo hacemos juzgándolo desde el único punto de vista de nuestra inmediata conveniencia, idea o suposición errónea, por cuanto la naturaleza no obra a favor o beneficio de una parte de la creación con perjuicio de la otra, pero bien por la perfección del conjunto de su obra. Así, con mil pruebas maravillosas de su ingeniosa industria ante los ojos, el niño se convencía de la inteligencia y capacidad artística hasta de los seres más diminutos que existen en el seno de la naturaleza. Estas interesantes pláticas, en las que el maestro enumeraba y describía sucintamente las maravillas del cielo y de la tierra, constituían agradables e instructivos entretenimientos espiri- tuales, que entusiasmaban a los niños, haciendo que ellos se dedicaran con mayor pasión a la lectura de sus libros, en cuyos textos buscaban con avidez el necesario complemento a la exposi- ción oral que la precedía. Habiendo adquirido la suma total de los conocimientos enseñados en los cuatro grados primeros los alumnos llegaban finalmente a la última etapa de la instrucción escolar y del tutelaje comunista. El programa de estudios de estos dos años finales, abarcaba todas las ramas de las ciencias exactas y positivas: matemáticas, física, química, geome- tría, mecánica, astronomía, anatomía comparada, biología, higiene general y educación sexual, filosofía, derecho natural, etc. Ese período escolar, como es lógico, era el más cargado y complejo. Pero, como los jóvenes comunistas traba- jaban todos con la firme voluntad de llegar airosos a la meta, este cúmulo de materiaslosencontrababiendispuestos para vencer en tan provechosa lid. Sin embargo, como paréntesis nece- sario para aliviar el cerebro de las fatigas de una tensión demasiado continua, los jóvenes “Quintos”, como se les llamaba, gozaban diariamente de varias horas de libertad completa, las que pasaban fuera de la Casa de Educación, empleándolas alternativa- mente en el aprendizaje de los oficios que más les agradara, o ensayándose en las labores agrícolas, cuando no preferían iniciarse en el cultivo de las artes nobles, gala del espíritu. Por la noche, concluida la cena, tenían otras horas más de licencia que les permitía asistir a los conciertos o funciones en el teatro de la plaza de
  • 333. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 332 la Anarquía así como a las reuniones o asambleas nocturnas de la Sala del Consejo, y observar allí como se resol- vían las más importantes cuestiones relativas a la cosa común; o aprove- chábanlas para recorrer los depósitos y almacenes de la ciudad, con el fin de estudiar su organización interna hasta en sus más pequeños detalles y conocer las clases de mercaderías guardadas en ellos. Estas horas de salida concedidas a los “Quintos”, no significaban de ningún modo un relajamiento en el ejercicio del tutelaje paternal de la comuna. Pero, si ese tutelaje seguía siendo inva- riable en estos últimos años de perma- nencia de los escolares en las Casas de Educación, se creía muy sensatamente que llegado el joven a la edad en que el espíritu empieza a adueñarse del organismo para substituir su propia dirección a la sugestión ajena, los “Quintos” debían tener más amplia facultad para disponer libremente de su tiempo. Ejercitándoles a guiarse solos, se procuraba no entorpecer el normal funcionamiento de su libre albedrío naciente. Terminado el tiempo de su perma- nencia en la Casa de Educación, el “Quinto” entraba a formar parte, como miembro activo, de la gran familia comunista. Pero esto no quería decir que el joven anarquista dejaba definitivamente a un lado los libros y el estudio. Muy al contrario, la instrucción recibida por el alumno, era poderoso aliciente que le impul- saba irresistiblemente a la adquisi- ción de nuevos conocimientos. Es por esta razón que la juventud liber- taria seguía instruyéndose fuera de la escuela, en las muchas horas no dedi- cadas a la cooperación general. Los ex “Quintos” mujeres y hombres, conti- nuaban frecuentando asiduamente las salas de anatomía, anexas a los hornos crematorios; asistían a los cursos “libres” –si esta palabra tiene signifi- cado en una sociedad donde no los había “oficiales”–, dados por aquellos sabios compañeros que descollaban en ciertas ciencias y que vulgarizaban en estas conferencias pedagógicas, los resultados obtenidos por ellos en pacientes investigaciones experi- mentales; o dividían su tiempo entre el salón de lectura de la Biblioteca central, donde tenían al alcance de la mano todas las obras que necesitaban para satisfacer su inextinguible sed de saber y en las que descubrían incesan- temente horizontes desconocidos, al consultar aquellos preciosos archivos de la inteligencia humana, en los que estaba guardada, imperecedera, la expresión gráfica del pensamiento de los espíritus geniales, grandes innova- dores, pensadores y filósofos antiguos y contemporáneos; y los estudios de otro orden, no menos atrayentes o necesarios; tomando lecciones de pintura, escultura o de música en las academias abiertas por el elemento artístico de la comuna. El personal docente de las Casas de Educación se reclutaba del mismo modo que el de las “Cunas” o “Pouponnières”; es decir, que lo formaban educadores por inclinación, siendo completado con los alumnos que habiendo concluido todos sus estudios, manifestaban la voluntad de permanecer en ellas, impulsados por irresistible vocación. Pero, así como las compañeras podían en todo momento, dejar de perte- necer a aquella institución infantil, el maestro, en la Casa de Educación estaba igualmente libre de abando- narla cuando así lo tenía resuelto.
  • 334. 333 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos Hemos dicho que los compañeros anarquistas no eran esclavos de una profesión u oficio determinado y que la variación en las ocupaciones, era regla que no tenía excepciones entre los miembros de la sociedad liber- taria, y los maestros, como los demás comunistas, repartían diversamente su tiempo entre la enseñanza en la escuela y las otras labores manuales e intelec- tuales fuera de ella. Esta variación en las ocupaciones de los maestros, era tanto más fácil de reali- zarse que, por lo reducido de la pobla- ción, el pequeño mundo estudiantil no era muy numeroso. Había siempre, por este motivo, superabundancia de educadores de uno y otro sexo, a veces varios para cada materia o tema en cada escuela y en cada grado, lo que les permitía ausentarse gran parte del día sin inconveniente alguno para la ense- ñanza o el cuidado de los alumnos. (*) Fragmento del libro La ciudad anarquista americana, editado por La protesta, en 1914. NOTAS 1. Quiroule utiliza la denominación genérica de “comunista” para referirse a los habitantes de las comunas anarquistas y a todo lo relativo a este sistema. Por lo tanto tiene en su libro una significación que difiere total- mente de la actual, que, por otra parte, es posterior a esta obra de Quiroule. - F. W.
  • 335. 334 En 1908, el obrero alemán Julio O. Dittrich se permitió imaginar cómo sería la ciudad de Buenos Aires gobernada por un régimen socia- lista. No sólo ella estaría encuadrada en este tipo de régimen social, sino que habría para entonces, una “Gran Sociedad Universal” que abarcaría a todas las naciones del mundo, excep- tuando Inglaterra que se rehusaría a aceptar el nuevo destino mundial. Ellas adoptarían una legislación equivalente para todos los países, una lengua común y pautas de trabajo, vesti- menta y costumbres compartidas. El relato narra la deriva de un anciano que en la época del Centenario fue herido en una huelga, quedando convaleciente durante cuarenta años. De esta manera, no pudo vivir el triunfo de la revo- lución pacífica encabezada por Alfredo Palacios en 1925. Su hijo es ahora el responsable de trans- mitirle aquellas gestas y los cambios producidos por la nueva institucionalidad. Escrito antes de la Revolución Rusa, la mirada del autor sobre la sociedad planificada que sobrevendría, aunque optimista, no deja de ser premonitoria respecto a sus aspectos totalizantes y modelizadores. Buenos Aires en el 1950 bajo el Régimen Socialista(*) Por Julio O. Dittrich
  • 336. 335 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 1. Las primeras impresiones Un automóvil esperaba frente al portón y subimos mi hijo y yo. –Anda muy despacio, compañero –le dijo Juan al hombre que manejaba, y dirigiéndose a mí, y mirándome con una sonrisa picaresca, me dijo: –Abre bien los ojos, padre mío, porque vas a ver muchas cosas nuevas para ti. En efecto; lo primero que me llamó fuertemente la atención era el poco movimiento en las calles, a pesar de ser las diez de la mañana. Alguno que otro transeúnte; unos pocos automóviles, que parecían cara- coles comparados con los que yo había visto antes de mi enfermedad. –¿Por qué vamos tan despacio? –le pregunté a mi hijo. –Primero, porque deseo que tú veas bien todo lo nuevo, y segundo, no se puede ir muy rápido, porque está prohibido. –¡Bah!, si es por esto, antes también era prohibido y nadie hacía caso a tal prohibición. –Es que ahora todo el mundo goza en cumplir los reglamentos, porque “ley pareja no duele”. –Pero, ¿por qué no veo coches con caballos, ni tranvías, ni vigilantes, ni almacenes en las esquinas, ni vidrieras con escaparates, ni otras muchas cosas que antes eran a la orden del día? –Vamos por partes, padre mío, y todo lo sabrás; aún tenemos dos horas para nuestra excursión, porque yo dejé dicho en casa que nos esperasen a las doce. Se ha reunido toda la familia, y vamos a hacer una pequeña fiesta en tu honor. Pero volviendo a tus preguntas, te diré que caballos no hay en las ciudades, y hace por lo menos seis meses que no he visto uno con mis ojos. Los caballos atraen moscas, y sus excrementos en las calles son antihi- giénicos, antiestéticos, y además estos animales no son necesarios, porque sobran fuerzas para arrastrar vehículos. Tranvía tampoco hay, porque todo el mundo vive cerca de su trabajo y para pasearse hay muchos miles de automóviles eléctricos. Respecto a los vigilantes, los hay; pero tú no los ves porque no se diferencian de los demás ciudadanos sino por un pequeño escudosobreelpechodesuchaquetilla. –Pero ¿no usan armas?, pregunté yo. –No; pero usan un corto bastón con un emblema en la punta, y no es posible que un hombre en su sano juicio se resista a una orden de un hombre que lleva los atributos de la Gran Sociedad, de lo que a mis oídos hasta ahora no llegó ningún caso. Por los almacenes y vidrieras, cuya falta tú extrañas, vas a encontrar respuesta por ti solo dentro de un rato. –Por lo visto bajamos por la calle Rivadavia, dije yo. –Sí, padre, y en seguida vamos a estar en la gran plaza Palacios. –¿Qué plaza dijiste? –¡Oh! ya la verás. Seguimos andando, y observé que entrábamos en la plaza del Once. Donde antes estaba la estación se eleva una gran casa que más bien parece un enorme bloque de piedra, pero más alto de un lado que del otro, de modo que el techo viene a ser un plano incli- nado de dos a tres cuadras de largo. –Esta es la estación de las aeronaves en los altos y en los bajos de la línea eléc- trica del Oeste. –Pero, ¿cómo no veo trolley para los coches motores? –Hoy no se usa esta clase de espada de Damocles. Cada coche motor lleva sus acumuladores y los renueva en las usinas, sobre el camino.
  • 337. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 336 –¿Pero debe ser muy costoso el caminar así? –Muy al contrario, baratísimo. Primero, la electricidad cuesta poco menos que nada desde que hemos aprendido a aprovechar el calor solar para producir vapor. Y como tú eres mecánico, sabrás que teniendo vapor cuesta muy poco el transformar una fuerza en otra, y tener electricidad. –Pero los acumuladores de plomo, llenos de ácido, deben ser muy pesados; repliqué yo. –Hoy no se usan ni el plomo ni los ácidos en los acumuladores eléc- tricos. Se cargan unos recipientes de acero forrados de ebonita, con un gas que admite una carga eléctrica de tal potencia, que el tren que sale del Retiro para Nueva York renueva sus cargas solamente unas ocho o diez veces en el camino. –¿Para dónde has dicho? ¿Para Nueva York? –Sí, padre, y en poco más de tres días llega a su destino. Esto era asombroso, y pensé qué tremendos adelantos se habían hecho en estos cuarenta años. Nuestro automóvil seguía bajando por Rivadavia, y yo distinguía la cúpula del edificio del Congreso. En lo alto flotaba una bandera inmensa que, en el primer momento, me parecía la de mi patria; es decir, la argentina, porque era de color indefinido, color característico de las banderas nacionales de los edificios públicos en mis tiempos. Al poco tiempo vi que la bandera era completamente blanca, sólo interrum- pida su blancura por la imagen de una pequeña paloma. Interrogué a mi hijo con la mirada. –Aún viene lo mejor, padre mío. Un momento más de paciencia. Pasamos adelante, y llegamos a la esquina de Callao. Una inmensa plaza se extendía delante de mi vista y en el medio una estatua. Seguimos caminando, y a medida que nosacercábamosalaestatua,unaextraña emoción empezaba a invadirme. Mi hijo, con el semblante pálido, me contemplaba. Vi la estatua, vi el letrero, y comprendí inmediatamente todo. ¡Había triunfado el Partido Socialista! Eché los brazos al cuello de mi hijo, y lloré; es decir, lloramos de alegría largo tiempo. –Sí, padre mío; hemos triunfado con nuestro ideal, y el sablazo que te partió el cráneo no fue dado en balde. Muy niño aún, me recuerdo de tus sabios consejos. “Enérgico con el opresor: amor y dulzura con el oprimido”. Y tampoco de la gratitud nos hemos olvidado. Mira el letrero de la estatua: AL COMPAÑERO PALACIOS LA GRAN SOCIEDAD ¡Oh! Hemos luchado; pero se cumplió completamente tu pronóstico. El golpe final fue sin sangre. Hubo una sola víctima, que fue el héroe de esta estatua. Llegó el gran día, y cuando todo estaba en manos de los compañeros, nos llegaron noticias de que algunos dipu- tados se habían atrincherado en el Congreso y no lo querían evacuar. “–¡Que no haya sangre!” gritó don Alfredo, y con él a la cabeza se fueron unos cuantos a poner las cosas en orden. Cuando llegaron quedaban unos pocos diputados y algunos viejos porteros. Se les dio la orden de retirarse. Todo el mundo acató la orden de salir menos un caudillo de parroquia,
  • 338. 337 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos que le decían “La Chancha”, que era un hombre muy distinguido por su colosal gordura. Algunos compañeros querían expul- sarlo a la fuerza. “–¡Abajo las armas!” mandó el jefe, y él en persona le puso la mano en el hombro al rebelde, y en términos corteses, le rogó no hacer resistencia. Éste se puso furioso y empezó a gritar: “–Yo soy el presidente de los diputados y tengo catorce casas y tres estancias y no soy un cualquiera que se echa así no más de su querencia.” Algunos compañeros empezaban a amostazarse, y Palacios, para evitar alguna escena de sangre, acabó por tomar al hombre por un brazo y lo tiró hacia la puerta. Lo llevó hasta la esca- lera, y allí se volvió a retobar el hombre, tratando de bribón y de muerto de hambre a nuestro jefe. Éste perdió la paciencia; empezaron a forcejear, y abrazados los dos rodaron por las esca- leras abajo. Un grito partió de nuestros labios, y corrimos apresuradamente a auxiliarlos. Pero el pobre Palacios yacía en tierra muerto. “La Chancha” lo había aplastado con su peso. Era digno de mejor suerte, porque era un buen compañero; aunque a veces podía haber tenido un poco más de calma. –Vámonos ahora a casa, padre mío, que ya nos esperan. –Con mucho gusto, mi querido; pero, dime todavía una cosa. ¿Por qué no es la bandera roja la que ahora flamea sobre los edificios públicos? –Por varias razones. Primero, la bandera roja es un símbolo de guerra y sangre y tenía razón de ser cuando aún luchá- bamos; pero después del triunfo, que empezó a reinar el perdón y la paz universal, era mucho más propio un estandarte blanco. Cuando se trataba de cambiar el color, había algunos que opinaban en contra, porque alegaban que ya que el color rojo nos había llevadoaltriunfo,bienpodíamosconser- varlo. Pero había un motivo poderoso, además de los que te dije antes, y es que la bandera roja se prestaba a confusión con la inglesa, que es la única nación que aún no forma parte del todo de la Gran Sociedad Universal. Habría medios para obligarlos; pero está tan opuesto a nues- tros principios que no hay ni que pensar en ello. Además, es solamente cuestión de tiempo y ellos solos vendrán a soli- citar su incorporación. –¿Pero solamente Inglaterra falta, y todas las demás naciones están con nosotros? –Sí, padre; todas o casi todas. Porque aún hay algunos pequeños pueblos –como el Tibet, por ejemplo– [en] que el gran Lama tiene tal poder, que sus pobres súbditos prefieren la muerte antes de desobedecer a este astuto vividor que los tiene completa- mente atemorizados con promesas de castigos celestes. –Y la paloma, seguramente, ¿también la habrán puesto como símbolo? –Sí, padre mío; como símbolo de paz y además para reemplazar a todas las águilas de una y de dos cabezas, cóndores, leones y osos, que figuraban antes en los escudos de las naciones. –¡Ah! ¡Qué hermoso, qué hermoso es todo esto! –Padre mío, hemos llegado. Se paró el automóvil delante de una casita con jardín al frente. Entramos, y mi hijo me presentó a su familia. Todos me conocían a mí, porque habían ido a menudo a verme en la casa de salud; pero yo no conocía a ninguno de ellos. ¡Qué espléndido cuadro!
  • 339. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 338 Primero, mi nuera, rolliza y rebosando salud; después, los cinco hijos, tres varonesydosmujeres,unadeellascasada y con un robusto muchacho entre los brazos, y cuyo marido la contemplaba orgullosamente, como quien dice: ¡Eh, qué le parece mi mujer! Lo que más me llamó la atención era el color fresco y la estatura de esta gente joven; los tres muchachos no bajaban de seis pies de altura, y creo que en fuerzas no le quedarían muy atrás a un torito. Manifesté mi asombro a mi hijo, el cual, riéndose, me dijo: –Esto se lo deben a ti, padre, y a los otros luchadores como tú. Antes, la juventud, al llegar a los veinte años, estaban gastados; los ricos por sus vicios, y los pobres por el exceso de trabajo y la falta de nutrición. Hoy nadie trabaja más de cuatro horas al día, y los jóvenes no empiezan a aprender oficios antes de los quince años cumplidos, y después de sus cuatro horas de taller se divierten jugando, siempre al aire libre, y hacen cada ejercicio corporal, que nos entu- siasman hasta a nosotros, que ya somos algo viejos. Tú verás, padre mío, cuando vayamos a las plazas de juego qué juventud se forma. Y todo esto lo hemos conseguido sólo con inculcarles las máximas siguientes: “trabajo moderado, pero con gusto; buena nutrición, poco alcohol, ningún tabaco; mucho ejercicio al aire libre y muchos baños fríos”. ¡Qué juventud! pensé yo. En qué corto tiempo han resuelto problemas que yo mismo, que pasaba por socialista muy optimista consideraba obra de algunos siglos. Y esta juventud forzuda, que parecían descendientes de Hércules me saludaba besándome las manos. –¡Pero, muchachos! ¿Qué hacen ustedes? dije yo alarmado. –Déjalos, nomás, padre mío. Ahora es costumbre respetar mucho a los padres y a los ancianos. –Pero dime, mi Juan, ¿cómo han hecho para obtener la victoria en tan poco tiempo? –Antes de todo, vamos a almorzar; después, dormiremos una siesta, y luego estoy a tus órdenes, para todo lo que tú quieras mandar. Tengo licencia por un mes; o más bien dicho, estoy en comisión por un mes, a tus órdenes. El consejo local lo ha dispuesto así, y además te conceden automóvil para tu uso personal, mientras dure tu conva- lescencia y la dignidad de benemé- rito a la Gran Sociedad. Grado que, por lo común, no se concede a gente abajo de los setenta años; pero que tú lo mereces por haber sufrido durante cuarenta años las consecuencias de la heroica lucha por nuestros ideales. No describiré la comida; únicamente diré que había un buen puchero, buen vino, muchas flores en la mesa y una alegría sin límites, que es el mejor condimento de las comidas. Dormimos una siesta de un par de horas y cuando mi hijo vino a despertarme, ya estaba yo de pie, ansioso de saber más sobre las nuevas instituciones. 2. Una nueva sociedad Después de una comida sencilla, pero buena, y en compañía de toda la familia, Juan, sus hijos y yo nos enca- minamos al salón de las conferencias. –Nosotros asistimos a la primera, me dijo mi hijo, porque es en castellano y tú aún no entiendes el esperanto, que es el idioma usual en todos los asuntos públicos. Hay en este salón tres oradores. Cada uno habla durante una hora, término que no debe ser sobrepasado.
  • 340. 339 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos El primero empleará el idioma del país en honor tuyo y disertará sobre las primeras evoluciones de nuestras insti- tuciones. Los otros dos hablarán en esperanto: uno sobre electricidad y sus aplicaciones, y el otro sobre astronomía. –Pero, ¿por qué nos salen ahora por todas partes con este idioma espe- ranto? le dije yo. –Tú debes saber, padre mío, que es necesario un idioma para entenderse entre tantas razas distintas de que se compone la Gran Sociedad Universal, y para no dar preferencia a un idioma determinado, ya en uso en uno de los países adherentes, el Gran Consejo Central de Berna ha resuelto deci- dirse por el esperanto. Además este es un idioma sumamente fácil y toda la juventud lo habla correctamente, porque su enseñanza es obligatoria en todas las escuelas del universo. Hasta los ingleses, que son tan refractarios a todo lo que no es netamente anglo- sajón, tuvieron que aprenderlo. Porque en nuestras relaciones con ellos, damos por no recibido todo escrito que no esté redactado en esperanto. –No puedo negar que tus argumentos son muy convincentes. Pero, dime un poco, hijo mío, ¿de dónde sacaste tú esta manera de expresarte? Parece que tú entiendes de todo, y hasta estás al tanto de cosas que antes se consi- deraban únicamente abordables por grandes sabios. –Hoy todo el mundo es sabio, en rela- ción de hace cuarenta años, y yo no soy ninguna excepción; apenas soy un término medio. –Me alegro que así sea, porque daba pena el ver la ignorancia de la juventud obrera de mis tiempos. Pero otra cosa que no comprendo: ¿por qué estas jóvenes que vienen agrupadas allí están todas vestidas iguales? –¿Recién lo ves, padre mío? Hacía ya tiempo que esperaba esta pregunta. Porque deben ser de la misma edad, más o menos. Hoy no se usan diferen- cias en los trajes y vestidos sino dentro de categorías que cambian según la edad. Hasta los seis años, los niños visten más o menos la misma ropa de antes. A los seis empiezan a ir al colegio, y entonces, hasta los quince años, usan los varones pantalones hasta la rodilla y blusa corta, y las niñas un vestido liso. Y para evitar el rigor de las estaciones los géneros se fabrican de tres clases: liviano, media estación y grueso, y para dar satisfacción a los diferentes gustos, se fabrican estas tres clases de géneros en todos los colores imagi- nables. Así cada cual se viste aparen- temente como se le da la gana; pero siempre de acuerdo con nuestros prin- cipios: “Que nadie debe tener lo que no pueden tener también los demás”. Todos los niños, mientras están en las clases visten de blanco, ya sea invierno o verano, naturalmente del paño apro- piado a la estación. Así se acostumbran desde chicos a mantenerse limpios y ser aseados. De los quince años arriba usan el color que más les gusta. Menos los varones que van a los talleres, que durante las cuatro horas de trabajo usan trajes color verde aceituna. Así, en todos los países adherentes a la Gran Sociedad Universal se ha establecido la manera de vestir siguiente: Hasta salir de la escuela, conforme ya te he expli- cado: después los varones usan todos el mismo pantalón; pero de 15 a 18 años, usan un saquito ajustado que llega hasta la cintura; de 18 hasta 50 un saco común como el mío, y de 50 arriba la levita. La vestimenta está íntimamente ajustada a la comodidad e higiene de las personas, y además de acuerdo con las categorías establecidas. Hasta los
  • 341. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 340 quince años, el niño pertenece entera- mente a su familia. –Pero, dime, Juan mío. ¿Y aquellas teorías de mis tiempos, que tenían tantos partidarios entre los compañeros, que se debía suprimir completamente la familia y establecer el amor libre? –Ideas poco meditadas de algunos exaltados –me respondió mi hijo. Sacar la vida de familia, sería suprimir de golpe la base de toda sociedad durable. Esta idea tiene todos los argumentos en su contra, y en su favor sólo uno. Que sería: que no es justo que uno tenga mujer bonita y otro fea. Pero no piensan que la linda cara es lo menos durable en el matrimonio; en cambio, la dulzura y un genio alegre son para siempre. Pero sigamos nuestra conver- sación anterior. Bueno; después de los quince años, el niño pertenece a la Sociedad, la cual está obligada a enseñarle a ser un miembro útil de ella. Durante tres años es compañero aprendiz, al cabo de los cuales se le destina, según sus aptitudes y de acuerdo con sus inclinaciones, a uno de los talleres o a otras labores. En estos tres años asisten cuatro horas por día a su trabajo. El otro tiempo que le sobra lo emplea completamente a su gusto. Nadie le obliga a seguir estu- diando; pero se le dan amplias facili- dades para perfeccionarse en toda clase de conocimientos. Una vez siendo compañero, es considerado mayor de edad, y goza de todos los beneficios de la Gran Sociedad. Puede contraer matrimonio. Puede seguir los estu- dios superiores. Puede pasearse por el mundo un mes cada año. –¿Qué entiendes tú por estudios superiores? –Los estudios superiores son varios; como ser: médicos, ingenieros, arqui- tectos, químicos y astrónomos. –Me parece que olvidas la profesión de abogado. –Hoy no existe esa clase de tiburones, me respondió él. No pude menos de reírme, porque soy de la misma opinión. Porque ya en mis tiempos esta gente no servía más que para desvalijar durante los pleitos a vencedores y vencidos. –El que se dedica a estudios supe- riores tiene que asistir igualmente a su trabajo diario, hasta que demuestre que verdaderamente tiene aptitudes y afición para uno de ellos. Entonces se dedica por completo, y cuando los ha terminado se le agrega a un estableci- miento como médico, ingeniero u otro ramo, sin que por esto se le considere ni más ni menos que otros compa- ñeros. Porque si uno nace más inteli- gente que otro, no sería justo creerse con más méritos por esto. Hace tantos sacrificios un individuo algo obtuso para ponerse al nivel de los demás, como uno muy inteligente, con sobre- ponerse a estos mismos. El compañero que presta servicios verdaderamente sobresalientes es muy querido y respe- tado, y éste sirve de estímulo a los demás. Además, si alguno tiene una buena idea para inventar o perfec- cionar algo, se le ponen a su disposi- ción todos los elementos necesarios. –Pero, dime, mi Juan, ¿quién hace de sirviente? –¿De sirviente? ¿Cómo puedes tú, padre mío, un socialista convencido, hacerte esta pregunta? ¿Crees tú que hay hoy un sólo hombre sobre la tierra que renegaría de su dignidad personal hasta tal punto de ser lacayo de otro hombre? ¿Crees tú que alguno que esté en su sano juicio llevaría la cola del vestido de una mujer, fuese quien fuese, como antes hacían en algunos países los cadetes militares cuando les
  • 342. 341 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos tocaba de servicio con alguna prin- cesa? Aunque disfrazaban en este caso el nombre de sirviente por el de paje. Hoy, padre mío, no se sirve sino a los enfermos, y los hijos a sus padres. Cuando el hombre llega a los cincuenta años entonces es jubilado. Es decir, no tiene más obligación de trabajar. Sin embargo, después de esta edad les corresponde formar (siempre por sorteo y voluntariamente) los consejos de los diferentes ramos de la administración y los de justicia: es decir, para juzgar a los hombres porque las mujeres son juzgadas por matronas en idénticas condiciones. Además, para nosotros no hay retiro obligatorio, y cada cual puede servir a sus compañeros, hasta que la muerte pone su término forzoso. Uno de nuestros actuales Grandes Compa- ñeros, por ejemplo, ya está cerca de los noventa años, y, sin embargo, se empeña en seguir, con verdadera abnegación, en su puesto. –¿Quiénes,cómosellama?–interrogué a mi hijo. –¡Oh! Ya lo verás, padre mío. Él ha pedido verte, y mañana le haremos una visita. Es fácil que tú le conozcas. Aunque en tus tiempos no era precisa- mente de los nuestros. Le decían “El Pelao” y era jefe de una gran repar- tición. Además hay otro ex jefe de la misma repartición, que demostró ya en tus tiempos sus inclinaciones socia- listas por los muchos asilos que fundó, y que ocupa ahora un alto cargo en una de nuestras dependencias. Para las mujeres los estatutos prescriben las mismas costumbres. Después de los quince años deben aprender a cocinar, remendar, cuidar niños, tener en orden la casa y además pueden asistir a la clase de estudios superiores, igual como los hombres. Durante este tiempo usan un vestido corrido, de arriba hasta abajo, liso, con un cinturón. El corsé, ese antiguo instrumento de tortura, queda completamente abolido, lo mismo que los cuellos muy ajustados. Pasados los dieciocho años, y hasta los cincuenta, son compañeras. Entonces pueden contraer matrimonio, pueden estudiar, pueden viajar un mes por año. En fin, tienen todas las atribu- ciones que tienen los hombres, menos sus deberes. Porque ninguna mujer tiene obligación de trabajar sino para su familia, en vista que demasiado tiene que hacer con aportar y cuidar los nuevos ciudadanos. Sin embargo, si alguna prefiere quedarse soltera y dedicarse a un estudio superior, queda completamente libre de hacer lo que mejor le parezca. Durante este tiempo, viste de polleras y saco ajustado al talle, traje que antiguamente se llamaba “tailleur”. A los cincuenta años pasa a la categoría de matrona, y entonces es apta para todos los cargos que corres- ponden también a los hombres de la misma edad. Durante este tiempo visten pollera y levitón suelto. –Muy bien, muy bien –dije yo–; casi no tengo nada que observar; pero ¿y los sombreros? –Cada cual usa el que se le da la gana, porque todos son del mismo material, y hay varios miles de formas distintas y de todos los colores imaginables. Lo que no es admitido son los adornos, porque hoy sería por demasiado ridí- culo el adornarse con plumas, como antes lo hacían los indios. En esto llegó el conferenciante, y nos vimos obligados a guardar silencio. Después de un corto saludo el hombre tomó la palabra. “Compañeros: “Pronto van a cumplirse veinticinco años que el pueblo argentino pertenece
  • 343. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 342 a la Gran Sociedad Universal, y la juventud moderna sólo toma parte en los beneficios, y no en las luchas para conseguir el bienestar de que ahora disfrutamos. “Una de las primeras obligaciones del buen compañero es la de ser agrade- cido, y no debemos perder la ocasión de ensalzar a los muchos que han traba- jado, sufrido y muerto en holocausto de la gran causa. “¡Cuántos obstáculos ha habido que vencer hasta llegar al gran año 1925! Año de triunfo; pero también de desvelos. “¡Cuántas energías aisladas era nece- sario encauzar para poder luchar con éxito, y no por medio de la fuerza sino de la persuasión! “Era necesario acostumbrar a estos jóvenes leones al orden, porque el caos conduce a la ruina. “Era indispensable, antes de entu- siasmar las masas por nuestros ideales, saberlas también refrenar. “Porque no queríamos dar otra vez un espectáculo al mundo como cuando la gran revolución francesa, tan espléndidamente empezada y tan mal acabada. “Estos gigantes habían derribado un Capeto para que sus hijos levantaran a otro, peor aún que el anterior. “Hubo que enseñar al pueblo a domi- narse a sí mismo para no caer en excesos después del triunfo. “Hubo que eliminar los pescadores en río revuelto. Hubo que seleccionar las ovejas sarnosas para no infestar a las sanas. Hubo que calmar a los exal- tados, porque nuestro lema no era Venganza contra los opresores sino Igualdad y Perdón. “Hubo que crear lo que no existía. “Queríamos la unión; pero no la unión a la fuerza, conquistada sobre sangriento campo de batalla, como la de una confederación que nece- sitó 500.000 cadáveres para poder formarse, sino la unión perfecta que se basa sobre el respeto mutuo. “Hubo que convencer a todos aquellos que no podían imaginarse un socialista sino con un puñal o una bomba en la mano, que no éramos asesinos, sino progresistas. “Hubo que acostumbrar al trabajo a esta gente que nunca en su vida habían hecho nada por sí mismos, y cuya única misión en el mundo era dar órdenes a sus sirvientes. “Hubo también que acostumbrar a aquellos proletarios que, con el entu- siasmo de la victoria querían que en adelante sólo los burgueses trabajasen. “Hubo que hacerles ver que no era posible ni decente tomar represalias contra los vencidos y que todos éramos hermanos. “Hubo que convencer a aquellos que querían a toda costa repartirse las tierras y vivir cada uno como una especie de reyezuelo, que esto no era posible. “Huboqueconvencerlesqueelhombre es un ser esencialmente sociable y el que vive aislado, forzosamente tendría que sucumbir de melancolía. “Les hemos demostrado que hasta la alta aristocracia no se aguantaba en sus palacios y sus parques, y tenían que mezclarse con el pueblo despreciado. “Y aunque se mezclaban con el labio caído y el gesto desdeñoso, no podían hacer de menos. “Hubo, por fin, que crear institu- ciones que superasen a las anteriores, y los resultados han demostrado que casi en todo hemos acertado. “Hubo que llamar a la realidad de la vida a aquellos sublimes locos que pensaban que con haber cambiado de sistema ya estaba todo resuelto.
  • 344. 343 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos “Al principio hubo que trabajar diez y más horas cada individuo, para que no nos muriéramos de hambre al año siguiente, porque durante unos meses todo había quedado abandonado. “Hubo que acallar a los descontentos, demostrándoles que dentro de poco tiempo las cosas mejorarían, porque por el momento la mitad de las actividades se perdían en estériles idas y vueltas. “Hubo que consolar a los que más sacrificios habían hecho y que, por el momento, no se podían recompensar. “Hubo que vigilar a estos lobos con piel de cordero que, antes, con el nombre de sacerdotes, explotaban y esquilmaban al pueblo, y después, con una mentida mansedumbre hacían aparentar que aceptaban gustosamente nuestras instituciones, y por dentro hervían de rabia, acordándose de sus templos parroquiales, que eran tantas minas de oro y de placeres para ellos. “¡Oh, juventud moderna! No olvidéis nuestros sacrificios y esfuerzos, y haced lo posible para sobrepujar en prendas morales a vuestros padres, que esto será nuestra más grande recompensa. Antes de concluir quiero presentaros un compañero, muy digno de todos los respetos y consideraciones. Vedlo; dijo, señalándome a mí. “Un compañero que sufrió durante cuarenta años por nuestra causa. ¿Y sabéis por qué fue atropellado y herido? “Tuvo la audacia de proclamar la libertad de reunión durante la mani- festación del 1° de Mayo de 1910, porque la policía había prohibido la reunión alegando que estorbaba el tráfico, y esta misma policía, la noche anterior tuvo parada la circu- lación del trafico durante más de una hora frente a una iglesia, y ¿sabéis vosotros por qué? “Se había producido el inmenso acon- tecimiento social de que se efectuaba el enlace de la hija de un almacenero enri- quecido con el hijo de un diputado. “Invito a todos los presentes a ponerse de pie, en honor del mártir presente.” Todos, sin excepción, se levantaron, y muchos se adelantaron hacia mí a besarme las manos. Quedé tan emocionado que apenas pude decirles: –¡Dejadme! Es demasiado honor, hijos míos. 3. La organización productiva Muy temprano estuve yo de pie; pero mi hijo ya me esperaba. –Espero tus órdenes, padre mío. Dime a dónde iremos hoy, y si apronto el automóvil. –Mira, hijo mío: por decirlo franca- mente, prefiero ir a pie; pero, natu- ralmente en tu compañía. Así nos encaminamos hasta Barracas. Todo completamentedesconocido.Multitud de casitas, siempre con su jardín; bien al frente, bien al fondo. –¿Cómo se las han arreglado para repartir las viviendas con­formando a todos? –¡Oh, sumamente fácil! Una vez normalizada la situación la gran mayoría de la gente quiso ir al campo, donde se levantaron casas a la minuta. Los habitantes de Buenos Aires estaban hambrientos de sol y de aire puro. Bienesciertoquetambiénsehanprodu- cido casos verdadera­mente extraordi- narios de gente que no querían salir de los con­ventillos, alegando que una casa sólo les iba a parecer una tumba por su silencio. Extraña facultad del género humano, saberse amoldar a tal punto a la miseria, que le causa dolor
  • 345. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 344 el alejarse de estos focos inmundos de enfermedades de todas clases. En consecuencia, no faltaban habita- ciones y cada cual eligió la que más o menos le acomodaba, siempre de acuerdo con el Consejo del barrio, que señalaba a cada familia tantas piezas como para que le tocara una para cada dos miembros, cuya edad no alcanzara a los 50 años, porque a toda persona mayor de esta edad le corresponde una pieza aparte, buscando, natural­ mente, dentro de lo posible, dar faci- lidad para que cada uno quede cerca de su ocupación. –Pero, ¿cómo arreglaron el trabajo? ¿Quién administra talleres, quién paga alosobreros?¿Quiéncompralamateria prima para las industrias? También en mis tiempos se hablaba de socializar la industria, y marchar de acuerdo entre el capital y el trabajo; pero ninguno de nosotros se daba cabal cuenta, cómo y de qué manera debía efectuarse. –En verdad –respondió mi hijo–, mucho dio que hacer; pero con la buena voluntad se han allanado todos los obstáculos. Hoy no hay más pequeños talleres ni fábricas. Todo se hace en grandes usinas, construidas ya con este fin. Cada usina está bajo un consejo de empleados y ex obreros que ya pasan de cincuenta años, y el total de la industria del país, es decir, del pueblo 13, dependen del consejo mayor industrial, que también está formado por ancianos. Éste viene a ser una especie de lo que ustedes antes llamaban un Ministerio del Trabajo. Este consejo tiene a su cargo la adqui- sición de la materia prima y todo lo relativo a las usinas y fábricas. Todo producto listo pasa a los depósitos anexos a las fábricas, de donde, a su vez, es repartido al consumidor, o enviado para donde haga falta. No pude menos de decir a mi hijo: –Pero tú siempre hablas de repartir sin acordarte de que es necesario pagar a los obreros y directores, y por lo tanto, no es posible regalar la producción. –Estás en un error, padre mío. Hoy no se paga absolutamente nada; porque, para empezar, no hay dinero. –¡No hay dinero! ¿Qué han hecho de él? –Todo el oro y alhajas se han fundido y se usa este metal solamente para dorar los artículos de metal expuestos al aire y la lluvia para evitar su oxida- ción y al mismo tiempo para mejor la estética. Así, tú habrás visto que todos los armazones de los focos eléctricos son dorados, como también las rejas y muchos otros objetos. –¿Y las piedras preciosas? –pregunté yo. –Éstas sirven de cojinetes para las máquinas de precisión; se evita así mucha pérdida de fuerza por roza- mientos inútiles, y no se gastan aceites en lubrificación. –Pero, ¿cómo les consta que todo el mundo trabaja? –Precisamente para esto se han puesto en uso las contraseñas que llamamos “Proletarios”, en son de mofa, como antes se decía luises de oro o napo- leones. De estas contraseñas, cada compañero toma diez toda vez que sale de prestar su servicio de cuatro horas. –¿Entonces es como si fuera dinero? –No, padre mío, no es dinero. Es únicamente un medio para vigilar que todo el mundo cumpla con su deber, sin estar direc­tamente bajo una vigi- lancia deprimente, y que no estaría de acuerdo con la libertad individual. –¿Y de qué son estas contraseñas? Seguramente de plata. –Este metal sirve para otra cosa más útil, que es para hacer, en liga con otros metales, los cables trasmisores de la energía eléctrica. Porque con
  • 346. 345 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos esta clase de cables, la pérdida por irradia­ción es casi insensible. Además es muy pesado. Nuestras contra­señas son de una composición liviana, y que permite su refundición con pocos gastos. No llevan otra inscripción que la imagen de la paloma de paz, que es el emblema de la gran sociedad, y el nombre del mes en que corren. –Pero tú dices que no es dinero y, sin embargo, pagan con ellas a sus empleados. –No; no es dinero, y en cuanto te haya explicado el meca­nismo de nuestra administración, tú opinarás igual. Todo com­pañero abajo de cincuenta años recibe todos los días sus diez proletarios, excepto los domingos, que nadie o casi nadie tra­baja, y en cuyo día los artículos pueden retirarse sin contra­seña. Los ancianos no necesitan esta fórmula, porque todo lo que hay está a su disposición. Con estas diez tiene que arreglarse en esta forma: Cinco para su comida. Uno para fumar. Uno para refrescos u otra bebida. Uno para teatro u otras diversiones. Uno para excursiones en tren, auto- móviles o aeroplano y uno para flores. –¿Y el que no fuma? –Invierte su contraseña en otra cosa. –¿Y la ropa con qué la paga? ¿Y con qué mantiene su familia? –La ropa está pagada por la sociedad, como igualmente la manutención de la familia; y los diez proletarios no son otra cosa que un regulador de la vida normal, además de ser el único poder que empleamos para obligar a cada cual a prestar sus cuatro horas de servicio. Todo el mundo tiene ropa y casa pagada por la comunidad, y solamente el estómago del intere­sado paga sus resistencias contra el derecho común. Naturalmen­te no se exageran las cosas, y si un compañero se halla indis­puesto, bien en verdad o fingido, no por esta deja de percibir sus prole- tarios. Ahora bien; en cuanto el consejo del barrio se apercibe que las enfermedades se suceden demasiado a menudo, va un compañero médico y pone las cosas en orden, llegando hasta a ser amonestado públicamente el haragán que quiere vivir a costillas de sus compañeros. Si la enfermedad es algo grave, tiene inmediatamente
  • 347. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 346 médico y medicamentos a discre­ción, si no prefiere ingresar en uno de los muchos hospitales. Pero si es fingida, se le suprimen sus proletarios, y de buena o mala gana al día siguiente va al servicio, porque ni su misma familia trataría de socorrerlo, porque el que no quiere trabajar es un ladrón. –¿Pero el que no gasta sus cinco proletarios y los quiere acumular? –le observé yo a mi hijo. –Esto no sucede, porque como llevan el nombre del mes de su circulación, deben ser invertidos en este mismo mes, de lo contrario, pierden comple- tamente su valor, y como cada año se cambia además su color tampoco pueden guardarse de un año para otro, y así se evita que haya avaros entre nosotros. –¿Y el que gasta todo en bebidas alco- hólicas? –Como a nadie le falta nada, es muy raro ver a un compa­ñero hacer excesos. Primero por la instrucción que recibe la juventud, y segundo, porque todo compañero debe vigilar por el bien común, y todos, sin excepción, son agentes del orden al servicio de la Gran Sociedad cuando el caso lo requiere, y así uno vigila al otro. –Muy sabiamente dispuesto –dije yo–. Pero otra cosa. ¿Por qué antes del medio día casi no se ve movimiento por las calles? –La primera razón es que el Gran Consejo del elemento fe­menino ha dispuesto que las mujeres no quieren ser menos que los hombres y quieren también prestar sus cuatro horas de ser­vicio. Así hay un convenio tácito de que ninguna mujer salga a la calle a la mañana, sino por causas excepcio- nales, y así todas trabajan en su casa en los quehaceres domésticos, y recién a la tarde disponen del tiempo que les queda para pasear y diver­tirse. ¡Oh! El elemento femenino está hoy a la altura de su misión y a menudo la Oficina del Progreso recibe escritos con nota- bles trabajos e ideas de ellas. –¿Qué oficina es esa? –Es una repartición que recibe, selec- ciona y contesta todo escrito presen- tado por los compañeros de ambos sexos. Toda persona que cree tener una buena idea respecto al bien común, la redacta y la envía a esta oficina. Allí es analizada y puesta en práctica si es sobresaliente; queda archivada si es prematura, o devuelta si es inaplicable. Pero siempre, y en todos los casos, el o la autora recibe su respuesta. El terrible canasto queda abo­lido. Después los resultados se publican en una revista que se titula “Progreso Social”. El segundo motivo del poco movimien­to en la calle es la paralización completa del movimiento comer­cial. Antes, una mitad de la población corría apresura- damente para engañar a la otra mitad, o a lo menos para aventajarla; para ser a su vez engañada por otros más hábiles que ellos. Todos compraban, vendían, falsificaban, aumentaban, hacían de uno seis, y así por el estilo. Les iba bien, compraban un palacete; les iba mal, quiebra y otro palacete. Así, siempre ¿quién era el eterno pagano? El tonto trabajador que se quebraba los dedos y los músculos durante nueve o diez horas diarias para ganar un zoquete de pan para ser luego clasificado de “elementos bajos”, o el honrado sabio que, despreciando el vil metal, pensaba en conquistar para la humanidad los adelantos de la ciencia para ser tratado después de viejo imbécil, por no saber siquiera dejar algún centenar de miles de pesos para sus hijos. –Pero ¿tú dices que no hay más movimientocomercial?–lerepliquéyo.
  • 348. 347 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos ¿Cómo se las arreglan para compensar la sobrepro­ducción de un artículo, como, por ejemplo, los cereales en nues­tro país? –Como el Gran Consejo Central de Berna dispone de todos, de allá vienen las órdenes cuando en alguna parte falta algo, y sin más fórmulas se envía lo nece- sario. Además, en cada país se trata de fabricar los artículos cuya materia prima se encuen­tra allí mismo, para evitar doble trabajo y doble transporte. Única- mente con Inglaterra se hace una excep- ción. Con ellos tenemos una especie de tratado de intercambio comercial. Nos­otros les enviamos trigo y carne, y ellos nos entregan hierro y acero. Y no es que necesitamos esto, porque bien podríamos también nosotros trabajar en las minas para extraer los minerales, sino para evitar que los ingleses se mueran de hambre por­que la Isla de la Gran Bretaña no produce lo suficiente para ali­mentar todo ese enjambre de aristó- cratas, príncipes y reyes refugiados allí después de nuestro triunfo. –¿Pero ellos tienen a la Irlanda, que creo que es un país muy productivo? –dije yo. –Irlanda no es más inglesa, padre mío. Uno de los primeros pueblos que se han proclamado libres del yugo fueron ellos. Posteriormente, este pueblo tan digno, hizo un gran acto colec­tivo de abnegación. Al poco tiempo de haberse establecido el sistema actual, empe- zaban a perturbarnos los anarquistas. No sabíamos qué hacer con ellos. No había manera alguna de entenderse. Criminales no eran y, por lo tanto, no podíamos tratarlos como tales. Pero nuestro sistema no les gustaba, porque ellos querían descansar y no trabajar, y ademásdecíanqueunalibertadconquis- tada sin sangre no merecía este nombre. En­tonces les propusimos dejarles a su elección cualquier parte de la tierra que ellos quisieran, y entonces nos respon- dieron que sus deseos eran vivir todos reunidos en Irlanda. Naturalmente, nos pareció una pretensión exagerada. Sin embargo, por fór­mula, se hizo la pregunta al pueblo irlandés, y cuál no sería la agradable sorpresa del Gran Consejo al recibir la siguiente nota: “Al Gran Consejo Universal: “El pueblo irlandés tiene en honor poder ofrecer su tierra a los intereses de la Gran Sociedad, y pide únicamente un año de tiempo para desalojar su país y hallar otro lugar que goce, más o menos del mismo clima, para habitarlo. “No se nos agradezca nuestra acción, porque, además de ser un deber agra- decer la ayuda que hemos recibido en sus tiempos del Gran Consejo, con gusto nos alejamos de nuestros peli- grosos vecinos.” El Gran Consejo les propuso entonces la Patagonia Argentina, y ellos acep- taron en seguida. Así, ahora tenemos toda Irlanda, o a lo menos sus habi- tantes, aquí, en el Sur, alrededor del Chubut. Una vez desalojada aquella isla se enviaron allá todos los anar- quistas del Universo y ahora mante- nemos relaciones muy cordiales con ellos. Únicamente que éstos no aceptan absolutamente nada de nosotros, porque dicen que hemos transfor­mado al mundo en una gran cárcel modelo. –Y los ingleses, ¿qué dicen a todo esto? –Se conformaron, y no está lejos el día que “malgré-tous” tendrán que soli- citar el ser admitidos en nuestro seno. Todo el elemento pensador y todos los trabajadores han emigrado de allí y se encuentran entre nosotros; así solamente quedan allá los aristócratas empedernidos de todo el Universo. Gentes que han proclamado que se harían saltar al aire, junto con toda
  • 349. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 348 la isla, antes de ser compañeros de los “sans-culotte”. Gente que sostiene que todos nosotros somos unos desal- mados ladrones, por haberles robado sus tierras y sus palacios. Bienes que sus padres habían conquistado a fuerza de sacrificios heroicos (uña). Lo gracioso es que este enjambre de prín- cipes y gentes de sangre azul no podían soportar el gobierno monárquico. Hicieron una revolución e implan- taron la república; pero copiando casi por completo nuestro sistema; es decir, en vez de haber un presi- dente y ministros, el poder ejecutivo está representado por un consejo de ancianos. Al discutir la nueva forma de gobierno hubo algu­nas observaciones dignas de ser reproducidas, sobre todo tratán­dose de gentes que todos habían sido soberanos y habían gober­nado en mayor o menor escala. Uno dijo que un joven no tenía bastante experiencia ni calma para pertenecer al consejo. Y este mismo individuo había sido rey a los dieciocho años. Otro dijo que era peligroso acumular demasiado poder en una sola per­sona, olvidando que él enpersonahabíaclamadoquenopodía hacer grandes obras porque una estú- pida constitución se lo impedía. Otro dijo que se debían examinar primero los nuevos miembros del consejo, sin pensar que él en su vida jamás había pasado por ningún examen y, sin embargo, fue, según su opi­nión, un rey sabio y aplaudido. No pude menos de afirmar todo lo dicho por mi hijo. Es verda­deramente sorprendente cómo el mundo se ha dejado llevar tan­tos siglos por las narices por todos estos aventureros que se llaman testas coronadas. Todo empleo, todo trabajo, toda profesión, por ínfima que sea, tiene que ser aprendida, y se trataría de loco al padre que dijese que su hijo, que están aún en la cuna, que va a salir un gran médico o un buen zapa- tero. Sin embargó, hoy nacía un prín- cipe y ya le aplaudía el pueblo ignorante por el gran es­fuerzo heroico que había hecho con nacer. Ya todo el mundo sa­bía que este chico iba a ser un rey magnánimo, ilustre, sabio, bon­dadoso, valiente, guerrero y tutti cuanti. Esto me hace acordar un hecho que oí en mi juventud. En Escocia perseguían una vez a un rey, y éste, para evadirse con más facilidad, se disfrazó de leñero y se mezcló con otros del mismo oficio. Después de ponerse en seguridad les avisaron a éstos que el que había estado entre ellos había sido el rey. –¡No puede ser! –exclamaban éstos. –¡Si tenía la cara como nosotros! Pobres pueblos engañados y vendidos que habéis soportado leyes como la que castigaba los delitos de lesa majestad con fuertes penas. Mirad en una noche serena por espacio de cinco minutos al firmamento, y sabréis lo que quiere decir majestad, y os convenceréis más que nunca que este título no corres- ponde a ningún miserable gusano en esta tierra. En esto llegamos a la Boca del Riachuelo. ¡Qué cambio! Todas las casillas de madera de mis tiempos las llevó el empuje de las nuevas instituciones. Lindas casitas de material, todas con su jardín, daban un aspecto magnífico a este barrio tan abandonado antes. Porque en mis tiempos, todo el celo de las autoridades muni­cipales se reser- vaba para los grandes paseos aristocrá- ticos, y si algo se ocupaban de la Boca y Barracas era por miedo de con­vertir estos barrios de obreros en focos de enfermedades infec­ciosas, que muy bien algún día podían extenderse hasta los barrios de la gente bien. Llegamos donde estaban los buques.
  • 350. 349 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos El puerto estaba relativamente vacío. Pero cerca de un gran transatlántico con bandera inglesa se veía algún movimiento. Nos acercamos a un empleado, y éste, al reconocer en mí a un miembro del Gran Consejo, categoría que yo mismo igno­raba aún, se puso en seguida a mis órdenes para lo que quisiese mandar. Le hice algunas preguntas respecto al buque, su tripulación, lo que traía y lo que llevaba. –Compañero anciano, no quiero quejarme; pero el peor ser­vicio que puede existir es tener que lidiar con esta gente. Toda la tripulación del barco inglés son aristócratas y nos miran a nosotros como la peste. Vienen aquí a traer hierro y llevan carne. Pero todo lo hacen con un gesto de perdona vidas, que parece que son ellos los que nos mantienen a nosotros, en vez de ser todo lo contrario. Sin embargo, no todos son así y hay un rubio entre ellos muy modesto. He oído decir que aquel rubio que ahora está recostado contra la obra muerta del buque es el lujo de un gran soberano que en sus tiempos era muy beli­coso y tenía en un latente sobresalto a media humanidad. Dirigí la mirada donde me indicaba el empleado, y vi allí un hombre que tenía de todo menos de matasiete, y no pude menos de sentir compasión por un hombre que se había criado entre el lujo y que ahora tenía que ganar su pan, haciendo la triste vida de marino. Así se lo manifesté a mi hijo. –No los compadezcas, padre mío. Este mismo hombre tiene un hermano que está entre nosotros; es decir, en Suiza, y demos­tró ser un hábil electricista; pero desde el día que abandonó su estado social y abrazó nuestro credo, toda su familia lo decla­ró renegado y no quiso saber más de él. Esta gente, antes de reconocer que son de carne y hueso como nosotros, se dejarían cortar en pedazos. La carga del vapor se efectuaba de una manera original. No se veía gente ninguna, y todo caminaba automáti- camente. Le pregunté al empleado que nos hacía de cicerone, y éste nos dijo que el vapor había llegado esa mañana cargado y que hoy que­daría listo para emprender nuevamente el viaje. –¿Y el carbón para las calderas? –dije yo. Mi hijo, notando el asombro en la cara del empleado, le dijo que yo era el anciano que había estado demente durante cua­renta años, a lo que aquél me contestó: –Nadie pierde su tiempo actual- mente en sacar carbón de debajo de la tierra. Los buques son propulsados por motores eléctricos, y las acumula- dores se cargan en un par de horas. Y son suficientes para un viaje de ida y vuelta; pero por precaución se vuelven a cargar aquí. Mas este buque no es de los más veloces y creo que sólo camina cuarenta y cinco millas por hora. Por allí pueden ver los vapores de la Gran Sociedad Universal, entre los que hay algunos de ellos cuyo andar normal es de ochenta millas por hora, y otros cuyo andar sólo es supe­rado por los aeroplanos, que emplean, desde París hasta aquí, sólo dieciocho horas. –Pero debe ser terrible el esfuerzo necesario para desarrollar estas veloci- dades, más teniendo en cuenta que la resistencia del agua aumenta en rela- ción del cuadrado con la velocidad. –No tanto como tú crees compañero anciano, porque ahora los buques no cortan el agua, sino ruedan sobre ella. Mi hijo me contemplaba sonriendo, y nos encaminamos hacia nuestro barrio.
  • 351. N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos 350 4. Sobre la evolución histórica del trabajo Mi hijo me habló de una conferencia para niños que iba a tener lugar esta noche, y como era una de las pocas en idioma castellano, resolvimos asistir. Para no cansar a los niños, la verdadera conferencia dura sola­mente media hora, y después viene un cuento, por lo general muy lindo. Llegada la hora nos encaminamos hacia la Casa del Pueblo, ex Catedral, y al poco rato subió a la tribuna el conferenciante. Rara vez en mi vida he visto un hombre que tuviera tanta bondad pintada en su rostro, y por las manifestaciones que le hacían conocí que era el ídolo de la gente menor. El hombre empezó a hablar, y los párrafos más importantes de su discurso fueron los siguientes: “Mis queridos niños: “Hoy hablaremos un poco sobre el trabajo. “Desde que existe el mundo ha sido necesario trabajar, por­que la naturaleza muy raras veces nos brinda sus dones comple­tamente listos para el consumo. “Así crecen las yerbas fibrosas; pero hay que hilar y tejer las fibras para hacer trajes. “Crecenlosárboles;peroparahacercasas hay que cortarlos y hacer tablones. “Crecen las frutas; pero muchas de ellas hay que cocerlas, y hacen falta cacerolas y hornos. “Además, hay animales feroces y son necesarias armas para combatirlos. “En fin, el trabajo es indispensable. “Al principio, cuando aún había poca gente sobre la Tierra, tal vez alguno pudo haber pasado sin trabajar, alimentándose de fruta y no usando ropa alguna. “Pero en el transcurso del tiempo, el mundo se pobló, y no hubo más remedio que ayudar a la tierra a producir nuestro alimento. “Naturalmente el labrar la tierra con herramientas primitivas era un trabajo muy penoso, y los hombres más espabilados bus­caron la manera de sacarle el cuerpo, “Pronto éstos se destacaron como jefes y alrededor de ellos se agruparon los vividores. “Así, el resultado final era que los trabajos más pesados tenían que hacerlos los demás. “Éstos se conformaban de muy mala gana, y los jefes se con­vencieron que tenían que buscar algún medio para mantener a esta gente en estado subyugado. “Y este medio se halló explotando el sentimiento religioso. “Siempre, y en los tiempos más remotos, el hombre se incli­naba a creer en seres superiores, que moraban en las alturas celestes y en otra vida, después de la muerte del cuerpo. “Y bien pocos hay aún hoy en día que miran con serenidad el supremo momento de la muerte física. “Porque nadie, absolutamente nadie, sabe dónde irá a parar nuestro espíritu. “Mas cuando hay una conmoción de la Tierra, o simplemente una tormenta fuerte, todo ser humano se encuentra asustado, y le es forzoso reconocer que hay alguna cosa superior a nuestro escaso entendimiento. “Este sentimiento, pues, fue el que emplearon, y el primer embustero que supo convencer a sus semejantes menos inteli­gentes, que él había sido desig- nado por un ser divino como su repre- sentante, era jefe de hecho y derecho y mandaba y dictaba leyes a su antojo. “Así se crearon los sacerdotes.
  • 352. 351 N° 9-10 | Edición Bicentenario LA BIBLIOTECA Fragmentos “Les decían al pueblo que en esta tierra era necesario trabajar y sufrir para ser recompensado con exceso en la otra vida. “Bien es verdad que si los pueblos hubieran sido un poco más perspi- caces, bien hubieran podido ver que los que tales cosas decían empezaban por no cumplirlas ellos mismos; pero los pue­blos eran ciegos. “Andando los tiempos, otros jefes se transformaron en reyes y se rodearon de soldados; pero siempre de acuerdo con los jefes religiosos. “Éstos les aseguraban la sumisión del pueblo, y en cambio, disfrutaban de altos honores y conseguían su objeto principal, que era: No trabajar. “Además, supieron investirse de auto- ridad casi igual como los reyes, y algunas veces más aún. “Sí, mis niños queridos, aún no hace mucho tiempo, apenas cuarenta años, que las autoridades municipales de nuestra ciu­dad no podían hacer tal o cual cosa, para no tener conflictos con la Autoridad Eclesiástica. “Hoy en día, gracias a los esfuerzos de la Gran Sociedad Uni­versal, se ha extirpado este cáncer social; pero es necesario que vosotros, que sois el pueblo de mañana, conozcáis a vues- tros enemigos. “Habíamos llegado que en los antiguos tiempos, los jefes civi­les y los religiosos y los demás vividores, no trabajaban. “No solamente no trabajaban, sino hubo algunos que, para co