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REFLEXION TEOLOGIGO - PASTORAL
MUJER, VIH – SIDA
I. MUJER
El cristianismo heredó del judaísmo y más aún de la cultura pagana del imperio,
la consideración de la mujer como un ser débil y enfermo, incompleto, como un
“hombre incompleto”. De tal manera que la antropología cristiana se dedica a
penalizar a la mujer casi hasta nuestros días, al considerarla como un ser débil,
inferior y subordinado al hombre, de tal manera que se asocia a la mujer a una
triple inferioridad: en plano físico, religioso y moral, considerándola así como un
ser débil y enfermo por naturaleza.
Por otro lado, la enfermedad que se le atribuía hacía de la mujer incompatible
con cualquier tipo de poder sagrado. Por último, se le negó incluso el derecho a
ser sujeto legal, ya que la mujer pasaba de la tutela del padre a la del marido,
por lo que no se le reconocían los derechos civiles, es decir, era menor de edad
durante toda su vida.
Jesús de Nazaret ve a la mujer que es considerada como un ser débil, inferior y
se inclina hacia toda enfermedad que afecte a la mujer y hace de ellas
interlocutoras de su don de curación física y moral. Pecadoras, enfermas, las
mujeres buscan acercarse a él (cfr. Lc. 8,43-48). Pero, por encima de todo, las
mujeres son convocadas al discipulado y al seguimiento del Maestro
exactamente igual que los hombres, a fin de sostener y colaborar en la actividad
misionera.
La mujer cristiana podrá ser también protagonista activa de la comunidad,
siempre que sea capaz de erigirse en vencedora sobre la enfermedad y sepa
eliminar el obstáculo a la virtud y a la perfección que constituyen su propio
cuerpo.
II. REFLEXION TEOLOGICA
Metodología teológica
1º La necesidad de contrarrestar el estigma y afrontar el Vih y el Sida de una
manera teológicamente responsable empieza con la experiencia vivida,
experiencia que tiene que ser relaciona con la fe –la vida, ministerio, muerte y
resurrección de Jesucristo–, desde la cual la desesperación puede dar paso a la
esperanza, y es posible reafirmar la presencia bondadosa de Dios aún en medio
de las circunstancias más difíciles.
1
2º La metodología teológica tiene que ser viva, para mantener la tensión creativa
entre teoría y praxis. La praxis cristiana es la disposición a ser las manos de
Dios en el mundo.
3º Una metodología teológica apropiada requiere análisis crítico. La necesidad
de comprender la relación, por ejemplo, entre cultura, religión y género, o entre
conocimiento y poder, o el reto que plantea la diferencia para la educación
teológica, todo apunta a lo esencial y crítico que es el pensamiento analítico
para el quehacer teológico.
Teresa Okure(teóloga africana) afirmó que hay dos virus que son más
importantes que el Vih, siendo el primer virus aquel que estigmatiza y degrada a
las mujeres en la sociedad. Este virus hace que los hombres abusen de las
mujeres. Es el virus responsable del hecho escandaloso de que, en muchos
países de África, ser una mujer casada es la condición que acarrea el riesgo
máximo de infección por el Vih. El segundo virus que permite que el Vih y el Sida
se propaguen a una velocidad devastadora se encuentra principalmente en el
mundo desarrollado.
Claves para la lectura teológico-pastoral de la Mujer, Vih - Sida
Signo de los tiempos
Desde una perspectiva teológica, el Vih - Sida es un signo de los tiempos que
tiene como punto de partida el discernimiento de la Palabra de Dios desde la
realidad del oprimido, desde el estigmatizado, el Vih – Sida en mujeres es algo
que pasa hoy y trae marginación en ellas en nuestro tiempo y así como la
realidad desafía a la teoría, los signos de los tiempos plantean nuevos retos a la
doctrina.
Podemos decir efectivamente que, desde el punto de vista teológico, estamos
ante un signo de los tiempos, en el sentido de que tenemos entre nosotros un
elevado número de mujeres que viven con el Vih - Sida y sufren del mal que
humanamente se presenta sin remedio, que manifiesta un conjunto de
desordenes profundos de nuestra sociedad y, lo que es más importante, que
constituye una urgente llamada que nos orienta hacia el amor del prójimo y hacia
la solidaridad, siendo manos de Dios que INCLUYAN más que excluyan,
marginen y rechacen a la mujer infectada y enferma.
Un Kairós
Como signo de los tiempos, el Vih – Sida es también un Kairós, desde el
momento en que constituye un reclamo a la comunidad cristiana para hacer
presente a Dios mediante el reconocimiento de la emergencia el Vih – Sida
2
como ocasión extraordinaria, como momento excepcional para ofrecer amor y
actuar efectiva y afectivamente a favor de los más directamente afectados, entre
las que destacan las mujeres infectadas con el Vih - Sida. En el fondo, habría
que reconocer que el sida es también un Kairós para la Pastoral de la Salud, ya
que se transforma en un reto y en una invitación a aceptar la precariedad de
nuestras reflexiones en torno al sufrimiento de la mujer con Vih – Sida.
La mujer con Vih – Sida = Al buen samaritano de hoy
Desde la reflexión teológica, no sólo hemos de considerar a la mujer con Vih -
Sida la presencia misma de Cristo que sufre (Mt. 25,31-46), si no que leyendo la
parábola del buen Samaritano, referente en toda acción pastoral, probablemente
podríamos imaginar a Cristo eligiendo hoy como figura central de la parábola a
una enferma de Vih – Sida, no como la necesitada de ayuda, si no como el buen
Samaritano de hoy. Recordemos que con esta parábola Jesús no sólo muestra
la actitud hacia el mal herido si no que desconcierta con el modelo propuesto al
elegir a un samaritano, con lo que supo mostrar a los que tienden fácilmente a
condenar o definirse por las apariencias, que las personas más bien se definen
por las actitudes ante el prójimo. Los samaritanos eran considerados, con
categorías semejantes a los enfermos de Sida hoy, allí donde aún no se han
superado actitudes moralizantes.
Perspectiva mesiánica
Desde la perspectiva mesiánica que Jesús propone y encarna, la enfermedad se
sitúa en el centro de la acción de Dios y de la actividad sanadora. El anuncio y la
actividad mesiánica ponen en el centro la compasión como fuerza que hace vivir
y que genera salud no sólo en el plano somático, sino también en el plano
psíquico, emotivo, relacional y espiritual.
La terapia mesiánica no se concentra sólo en los síntomas, si no que Jesús
acoge, escucha, acepta, devuelve la dignidad, reintegra a la comunidad, y la
convierte en agente en la tarea de la construcción del Reino.
La caridad intelectual
La Iglesia, desde el inicio de la pandemia, ha estado presente en este sector,
tanto la asistencia a los afectados, a los que en los primeros años se consideran
enfermos terminales, como el ejercicio de la <<caridad intelectual>>que
consiste en la aportación de reflexiones para ayudar especialmente en el
acompañamiento espiritual y pastoral, aunque se reconocen muchos límites,
aunque en los últimos años, la pandemia ha cambiado mucho.
El Vih - Sida en la mujer presenta diferentes particularidades que convierte el
tema en un reto para la teología y para la pastoral de la salud hoy: la conciencia
3
de la precariedad de la vida y del límite de los recursos sanitarios, el hecho de
que a una enferma no se le niega la verdad, la vulnerabilidad antes y después
de haberse infectado por el Vih, la especificidad de la vivencia de las infectadas.
El Sida, además, nos sitúa ante personas que, en gran mayoría, podemos
calificar de “enfermas” antes de serlo, enfermas de pobreza, enfermas de
cultura, enfermas de apoyos sociales, enfermas porque son conducidas por
muchos a una “muerte social” previa a la física, marcada por el estigma,
marginación y rechazo.
ATENCIÓN PASTORAL
1. La prevención.
Una de las responsabilidades más grandes que la comunidad cristiana tiene
ante la mujer con Vih - Sida es la de contribuir a la prevención con la Buena
Noticia de Jesús. El mensaje de Jesús es salud para la mujer y la praxis pastoral
ha de ser reflejo de ello.
La prevención debe acentuar sobre todo: La educación a la solidaridad de toda
la humanidad y al deber de distribuir de manera justa los bienes; La promoción
del principio de corresponsabilidad referido a todos los seres de la tierra,
actuales y virtuales; El reconocimiento de la dignidad de toda persona y el
compromiso por el respeto de la misma por el hecho de pertenecer a la
comunidad de la fragilidad; El compromiso por construir una Iglesia que
testimonie la igualdad entre hombre y mujer como propuesta ejemplar que
confronte a las culturas que viven tal dimensión; La educación en el valor de la
libertad como don y conquista, y por la evitación de consumo de sustancias que
anulan la posibilidad en el ejercicio de la libertad con responsabilidad.
Un reto importante es introducir en la praxis interna de la Iglesia las
modificaciones necesarias para promover la igualdad hombre-mujer, el
compromiso de los presbíteros de incidir mediante la predicación en la
generación de sensibilidad y conciencia de responsabilidad, promover en la
catequesis una buena educación en valores en el ámbito de las relaciones, de
los efectos de la sexualidad; cuidar más el valor intrínseco de la mujer. Homilías
y catequesis que hagan referencia al Sida y a sus aplicaciones serán signo de
compromiso efectivo por generar cultura en sintonía con los valores del
evangelio.
2. La propuesta de la castidad
La castidad indica la posición interior que lleva a una persona a controlar la
propia sexualidad de manera liberadora para sí y para los demás. El termino de
castidad por tanto, no indica la voluntad de superar o negar la realidad sexual,
4
sino el deseo de controlar la organización de las pulsaciones sexuales parciales
de las que toda persona está impregnado. Ser casto, por tanto, no significa
esforzarse por intentar evitar la sexualidad, si no esforzarse por aceptarla de
manera inteligente, cualquiera que sea el estado de vida en el que se encuentra
y cualquiera que sea el equilibrio humano que se consigue realizar. Por otra
parte, el fin último de este control de la sexualidad es eminentemente positivo:
una mayor libertad. La castidad es una tarea y no un estado, partiendo de nivel
de sexualidad que cada uno ha alcanzado.
El significado cristiano de la castidad nace de la convicción de que es posible
encontrar a Dios sólo si se asume verdaderamente la humanidad sexuada.
Proponer la castidad a las mujeres con Vih - Sida y a quien no lo están, como
punto de llegada, como valor y como medida de prevención significa mucho más
que proponer la abstinencia en las relaciones. Significa sobre todo testimoniarla
al mismo tiempo que se propone, es decir, aceptar las diferencias movidos por el
verdadero amor solidario.
3. Promoción de la Justicia
La promoción de la justicia social es un factor decisivo para combatir este
problema. El sacerdote Enda McDonagh, afirma que "la primera respuesta
teológica del discípulo de Jesús y del promotor del Reino de Dios es hacer una
sociedad justa".
Durante los primero años de la epidemia del Sida, el debate sobre esta
enfermedad se centró fundamentalmente en la problemática relacionada con la
libertad. Sin embargo, de cara al futuro, el gran reto pastoral se planteaba en las
coordenadas de la justicia y de la solidaridad. Los infectados de la segunda y
tercera década son verdaderamente pobres porque, además de ser grupos
discriminados, no tienen voz. Por eso, el Vih - Sida plantea un reto que parece
inscribirse más bien en las coordenadas morales del principio de justicia.
El cuadro actual por infección en la mujer por el Vih plantea serias cuestiones
de justicia social, no podemos olvidar la doble marginación o pobreza que le toca
vivir a la mujer cuando es ella la afectada por el Vih, especialmente en algunos
lugares del mundo. La marginación social y cultural de esos colectivos dificulta,
además, su acceso a programas de prevención y de tratamiento. Como lo
mencionan los obispos reunidos en Aparecida Brasil en la V Conferencia del
Episcopado Latinoamericano, encontramos en las personas que viven con Vih y
sida y sus familias, un nuevo rostro de los excluidos, que nos llama a la
solidaridad. Encontramos en la realidad de la epidemia una invitación a frenar su
impacto.
4. Soporte emocional y espiritual
5
Creemos que un acompañamiento pastoral a las mujeres afectadas por el Vih ha
de inspirarse en el Ministerio Pascual. En él, las tres dimensiones del tiempo –
pasado, presente y futuro– se dan cita de manera muy particular e inspiradora
para la acción eclesial: el pasado que recapitula, recuerda y se hace vivo, el
presente que es inundado por la presencia amorosa del Señor y el futuro que se
proyecta y se espera.
a) Acompañar en la pacificación con el pasado. Una de las necesidades
importantes que nos encontramos en las enfermas de Sida es la de hacer la paz
con la propia historia. Es esta una de las experiencias más comunes en la etapa
final de la vida (la mirada hacia atrás), y en la enfermedad en general (dada la
misteriosa relación entre experiencia de enfermedad y sentimiento de culpa).
Puede contribuir a “curar las propias llagas” y a un proceso de reconciliación.
Recordar el pasado puede ayudar a dar un nuevo sentido al presente curando
las relaciones, allí donde estás pueden ser sanadas. Entendemos que
acompañar con la escucha tiene un valor nunca suficientemente subrayado.
b) Ayudar a vivir los valores en el presente. Allí donde más que descubrir nuevos
valores lo que se da es una sensación de haber perdido la confianza en lo que
se creía, el agente de pastoral aún tiene el reto de acompañar empáticamente,
en medio de la impotencia experimentada al no poder anular las causas del
sufrimiento, por un camino hacia la paciencia, entendida como un nuevo modo
de experimentarse a sí mismo y como una actitud libre ante lo inevitable.
Desde el punto de vista de la fe, un importante reto dentro de la Iglesia es la
necesidad de purificar el lenguaje sobre el sufrimiento para poder ser testigos de
un Dios de vivos y no de muerte y sacrificios.
c) Infundir esperanza.
Las enfermas de Sida viven la esperanza como una fuerza interior que da
sentido y densidad al presente, un presente herido, pero en el que se descubren,
con frecuencia, nuevos valores y relaciones que permiten vivir con dignidad en la
precariedad de las condiciones a las que ven reducidas muchas de ellas. En el
fondo, así es la esperanza también por todo cristiano.
En efecto, la esperanza no se limita a indicar la meta de la fe, sino que es la
fuerza interior de la fe que hace que las mujeres caminen con Dios y se
empeñen a trabajar por su Reino.
5. La empatía
6
Adoptar la actitud empática con la mujer y el mundo del Vih-Sida nos podría
llevar a: Realizar programas de prevención y de asistencia con y desde la óptica
de los más vulnerables y afectados; vernos más iguales los unos a los otros,
reconociendo nuestra misma condición humana y aprendiendo de nuestra
vulnerabilidad y de nuestras cicatrices como sanadores heridos que somos;
trabajar por transformar la realidad desde abajo, desde las actitudes y
estructuras que generan el caldo del cultivo de la vulnerabilidad al Vih;
Comprender los significados únicos de las experiencias de los afectados e
identificar los recursos con que cuentan para promover al máximo de salud
física, psicológica, emocional, relacional y espiritual posible.
6. Invitación de nuestros Obispos
Hemos querido asumir la enseñanza de esta la V Conferencia del Episcopado
Latinoamericano, que nos pide como prioridad fomentar una pastoral con
personas que viven con el Vih- Sida, en su amplio contexto y en sus
significaciones pastorales: que promueva el acompañamiento comprensivo,
misericordioso y la defensa de los derechos de las personas infectadas; que
implemente la información, promueva la educación y la prevención, con criterios
éticos, principalmente entre las nuevas generaciones, para que despierte la
conciencia de todos a contener esta pandemia. (Aparecida #421)
Los obispos mexicanos, reunidos en su 85 Asamblea Plenaria dieron a conocer
un documento mediante el cual proponen vincular las enseñanzas de la V
Conferencia del CELAM en Aparecida, para enfrentar con justicia y solidaridad
cristianas, el problema de las personas que sufren por el virus del Sida, a través
de la Comisión Episcopal para la Pastoral Social, impulsamos la creación de la
campaña Esperanza de Vihda, con la que la Iglesia católica quiere contribuir a la
lucha contra la estigma y la discriminación, en el marco de otras acciones como
el impulso a la conformación de la REDFE, red conformada por organizaciones
basadas en la fe cristiana con trabajo en Vih y Sida en México.
La campaña Esperanza de Vihda, está dirigida en primer lugar hacia dentro de la
misma Iglesia Católica, para generar en la mente y el corazón de los católicos
sentimientos y acciones de solidaridad, respeto e inclusión a favor de todas las
personas que viven y conviven con Vih y Sida.
Es nuestro reto ofrecer respuestas a quienes necesitan ayuda en su búsqueda y
profundización del verdadero sentido y valor de sus vidas, a pesar del dolor
físico, psicológico y social que experimentan frente al Vih. En este sentido,
hemos de reconocer que nuestra comunidad de fe a pesar de su capacidad en
este aspecto de su misión, no ha respondido al máximo posible a este desafío
de desarrollar una pastoral integral en favor de las personas afectadas por la
pandemia.
7
Conclusión
1º Más allá de los deberes de los que nos gobiernan, más allá de las filantropías,
y de las filosofías que mueven a los hombres y mujeres de buena voluntad, en la
lucha contra el Vih-Sida, a nosotros los cristianos nos debe mover nuestra fe que
nos permite ver en cada enferma y portadora de Vih a una hija de Dios, creada a
su imagen y semejanza, y más aún que nos permite reconocer al mismo Cristo
encarnado en ella.
2º Y las infectadas por el Vih y las enfermas de Sida dejándose querer y cuidar,
nos recuerdan que se puede ser agente evangelizador desde la “cátedra del
sufrimiento y marginación” siendo fermento de amor en medio del dolor y
convirtiéndose en verdaderas catedrales para el encuentro con Jesucristo aquí y
ahora.
8

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  • 1. REFLEXION TEOLOGIGO - PASTORAL MUJER, VIH – SIDA I. MUJER El cristianismo heredó del judaísmo y más aún de la cultura pagana del imperio, la consideración de la mujer como un ser débil y enfermo, incompleto, como un “hombre incompleto”. De tal manera que la antropología cristiana se dedica a penalizar a la mujer casi hasta nuestros días, al considerarla como un ser débil, inferior y subordinado al hombre, de tal manera que se asocia a la mujer a una triple inferioridad: en plano físico, religioso y moral, considerándola así como un ser débil y enfermo por naturaleza. Por otro lado, la enfermedad que se le atribuía hacía de la mujer incompatible con cualquier tipo de poder sagrado. Por último, se le negó incluso el derecho a ser sujeto legal, ya que la mujer pasaba de la tutela del padre a la del marido, por lo que no se le reconocían los derechos civiles, es decir, era menor de edad durante toda su vida. Jesús de Nazaret ve a la mujer que es considerada como un ser débil, inferior y se inclina hacia toda enfermedad que afecte a la mujer y hace de ellas interlocutoras de su don de curación física y moral. Pecadoras, enfermas, las mujeres buscan acercarse a él (cfr. Lc. 8,43-48). Pero, por encima de todo, las mujeres son convocadas al discipulado y al seguimiento del Maestro exactamente igual que los hombres, a fin de sostener y colaborar en la actividad misionera. La mujer cristiana podrá ser también protagonista activa de la comunidad, siempre que sea capaz de erigirse en vencedora sobre la enfermedad y sepa eliminar el obstáculo a la virtud y a la perfección que constituyen su propio cuerpo. II. REFLEXION TEOLOGICA Metodología teológica 1º La necesidad de contrarrestar el estigma y afrontar el Vih y el Sida de una manera teológicamente responsable empieza con la experiencia vivida, experiencia que tiene que ser relaciona con la fe –la vida, ministerio, muerte y resurrección de Jesucristo–, desde la cual la desesperación puede dar paso a la esperanza, y es posible reafirmar la presencia bondadosa de Dios aún en medio de las circunstancias más difíciles. 1
  • 2. 2º La metodología teológica tiene que ser viva, para mantener la tensión creativa entre teoría y praxis. La praxis cristiana es la disposición a ser las manos de Dios en el mundo. 3º Una metodología teológica apropiada requiere análisis crítico. La necesidad de comprender la relación, por ejemplo, entre cultura, religión y género, o entre conocimiento y poder, o el reto que plantea la diferencia para la educación teológica, todo apunta a lo esencial y crítico que es el pensamiento analítico para el quehacer teológico. Teresa Okure(teóloga africana) afirmó que hay dos virus que son más importantes que el Vih, siendo el primer virus aquel que estigmatiza y degrada a las mujeres en la sociedad. Este virus hace que los hombres abusen de las mujeres. Es el virus responsable del hecho escandaloso de que, en muchos países de África, ser una mujer casada es la condición que acarrea el riesgo máximo de infección por el Vih. El segundo virus que permite que el Vih y el Sida se propaguen a una velocidad devastadora se encuentra principalmente en el mundo desarrollado. Claves para la lectura teológico-pastoral de la Mujer, Vih - Sida Signo de los tiempos Desde una perspectiva teológica, el Vih - Sida es un signo de los tiempos que tiene como punto de partida el discernimiento de la Palabra de Dios desde la realidad del oprimido, desde el estigmatizado, el Vih – Sida en mujeres es algo que pasa hoy y trae marginación en ellas en nuestro tiempo y así como la realidad desafía a la teoría, los signos de los tiempos plantean nuevos retos a la doctrina. Podemos decir efectivamente que, desde el punto de vista teológico, estamos ante un signo de los tiempos, en el sentido de que tenemos entre nosotros un elevado número de mujeres que viven con el Vih - Sida y sufren del mal que humanamente se presenta sin remedio, que manifiesta un conjunto de desordenes profundos de nuestra sociedad y, lo que es más importante, que constituye una urgente llamada que nos orienta hacia el amor del prójimo y hacia la solidaridad, siendo manos de Dios que INCLUYAN más que excluyan, marginen y rechacen a la mujer infectada y enferma. Un Kairós Como signo de los tiempos, el Vih – Sida es también un Kairós, desde el momento en que constituye un reclamo a la comunidad cristiana para hacer presente a Dios mediante el reconocimiento de la emergencia el Vih – Sida 2
  • 3. como ocasión extraordinaria, como momento excepcional para ofrecer amor y actuar efectiva y afectivamente a favor de los más directamente afectados, entre las que destacan las mujeres infectadas con el Vih - Sida. En el fondo, habría que reconocer que el sida es también un Kairós para la Pastoral de la Salud, ya que se transforma en un reto y en una invitación a aceptar la precariedad de nuestras reflexiones en torno al sufrimiento de la mujer con Vih – Sida. La mujer con Vih – Sida = Al buen samaritano de hoy Desde la reflexión teológica, no sólo hemos de considerar a la mujer con Vih - Sida la presencia misma de Cristo que sufre (Mt. 25,31-46), si no que leyendo la parábola del buen Samaritano, referente en toda acción pastoral, probablemente podríamos imaginar a Cristo eligiendo hoy como figura central de la parábola a una enferma de Vih – Sida, no como la necesitada de ayuda, si no como el buen Samaritano de hoy. Recordemos que con esta parábola Jesús no sólo muestra la actitud hacia el mal herido si no que desconcierta con el modelo propuesto al elegir a un samaritano, con lo que supo mostrar a los que tienden fácilmente a condenar o definirse por las apariencias, que las personas más bien se definen por las actitudes ante el prójimo. Los samaritanos eran considerados, con categorías semejantes a los enfermos de Sida hoy, allí donde aún no se han superado actitudes moralizantes. Perspectiva mesiánica Desde la perspectiva mesiánica que Jesús propone y encarna, la enfermedad se sitúa en el centro de la acción de Dios y de la actividad sanadora. El anuncio y la actividad mesiánica ponen en el centro la compasión como fuerza que hace vivir y que genera salud no sólo en el plano somático, sino también en el plano psíquico, emotivo, relacional y espiritual. La terapia mesiánica no se concentra sólo en los síntomas, si no que Jesús acoge, escucha, acepta, devuelve la dignidad, reintegra a la comunidad, y la convierte en agente en la tarea de la construcción del Reino. La caridad intelectual La Iglesia, desde el inicio de la pandemia, ha estado presente en este sector, tanto la asistencia a los afectados, a los que en los primeros años se consideran enfermos terminales, como el ejercicio de la <<caridad intelectual>>que consiste en la aportación de reflexiones para ayudar especialmente en el acompañamiento espiritual y pastoral, aunque se reconocen muchos límites, aunque en los últimos años, la pandemia ha cambiado mucho. El Vih - Sida en la mujer presenta diferentes particularidades que convierte el tema en un reto para la teología y para la pastoral de la salud hoy: la conciencia 3
  • 4. de la precariedad de la vida y del límite de los recursos sanitarios, el hecho de que a una enferma no se le niega la verdad, la vulnerabilidad antes y después de haberse infectado por el Vih, la especificidad de la vivencia de las infectadas. El Sida, además, nos sitúa ante personas que, en gran mayoría, podemos calificar de “enfermas” antes de serlo, enfermas de pobreza, enfermas de cultura, enfermas de apoyos sociales, enfermas porque son conducidas por muchos a una “muerte social” previa a la física, marcada por el estigma, marginación y rechazo. ATENCIÓN PASTORAL 1. La prevención. Una de las responsabilidades más grandes que la comunidad cristiana tiene ante la mujer con Vih - Sida es la de contribuir a la prevención con la Buena Noticia de Jesús. El mensaje de Jesús es salud para la mujer y la praxis pastoral ha de ser reflejo de ello. La prevención debe acentuar sobre todo: La educación a la solidaridad de toda la humanidad y al deber de distribuir de manera justa los bienes; La promoción del principio de corresponsabilidad referido a todos los seres de la tierra, actuales y virtuales; El reconocimiento de la dignidad de toda persona y el compromiso por el respeto de la misma por el hecho de pertenecer a la comunidad de la fragilidad; El compromiso por construir una Iglesia que testimonie la igualdad entre hombre y mujer como propuesta ejemplar que confronte a las culturas que viven tal dimensión; La educación en el valor de la libertad como don y conquista, y por la evitación de consumo de sustancias que anulan la posibilidad en el ejercicio de la libertad con responsabilidad. Un reto importante es introducir en la praxis interna de la Iglesia las modificaciones necesarias para promover la igualdad hombre-mujer, el compromiso de los presbíteros de incidir mediante la predicación en la generación de sensibilidad y conciencia de responsabilidad, promover en la catequesis una buena educación en valores en el ámbito de las relaciones, de los efectos de la sexualidad; cuidar más el valor intrínseco de la mujer. Homilías y catequesis que hagan referencia al Sida y a sus aplicaciones serán signo de compromiso efectivo por generar cultura en sintonía con los valores del evangelio. 2. La propuesta de la castidad La castidad indica la posición interior que lleva a una persona a controlar la propia sexualidad de manera liberadora para sí y para los demás. El termino de castidad por tanto, no indica la voluntad de superar o negar la realidad sexual, 4
  • 5. sino el deseo de controlar la organización de las pulsaciones sexuales parciales de las que toda persona está impregnado. Ser casto, por tanto, no significa esforzarse por intentar evitar la sexualidad, si no esforzarse por aceptarla de manera inteligente, cualquiera que sea el estado de vida en el que se encuentra y cualquiera que sea el equilibrio humano que se consigue realizar. Por otra parte, el fin último de este control de la sexualidad es eminentemente positivo: una mayor libertad. La castidad es una tarea y no un estado, partiendo de nivel de sexualidad que cada uno ha alcanzado. El significado cristiano de la castidad nace de la convicción de que es posible encontrar a Dios sólo si se asume verdaderamente la humanidad sexuada. Proponer la castidad a las mujeres con Vih - Sida y a quien no lo están, como punto de llegada, como valor y como medida de prevención significa mucho más que proponer la abstinencia en las relaciones. Significa sobre todo testimoniarla al mismo tiempo que se propone, es decir, aceptar las diferencias movidos por el verdadero amor solidario. 3. Promoción de la Justicia La promoción de la justicia social es un factor decisivo para combatir este problema. El sacerdote Enda McDonagh, afirma que "la primera respuesta teológica del discípulo de Jesús y del promotor del Reino de Dios es hacer una sociedad justa". Durante los primero años de la epidemia del Sida, el debate sobre esta enfermedad se centró fundamentalmente en la problemática relacionada con la libertad. Sin embargo, de cara al futuro, el gran reto pastoral se planteaba en las coordenadas de la justicia y de la solidaridad. Los infectados de la segunda y tercera década son verdaderamente pobres porque, además de ser grupos discriminados, no tienen voz. Por eso, el Vih - Sida plantea un reto que parece inscribirse más bien en las coordenadas morales del principio de justicia. El cuadro actual por infección en la mujer por el Vih plantea serias cuestiones de justicia social, no podemos olvidar la doble marginación o pobreza que le toca vivir a la mujer cuando es ella la afectada por el Vih, especialmente en algunos lugares del mundo. La marginación social y cultural de esos colectivos dificulta, además, su acceso a programas de prevención y de tratamiento. Como lo mencionan los obispos reunidos en Aparecida Brasil en la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano, encontramos en las personas que viven con Vih y sida y sus familias, un nuevo rostro de los excluidos, que nos llama a la solidaridad. Encontramos en la realidad de la epidemia una invitación a frenar su impacto. 4. Soporte emocional y espiritual 5
  • 6. Creemos que un acompañamiento pastoral a las mujeres afectadas por el Vih ha de inspirarse en el Ministerio Pascual. En él, las tres dimensiones del tiempo – pasado, presente y futuro– se dan cita de manera muy particular e inspiradora para la acción eclesial: el pasado que recapitula, recuerda y se hace vivo, el presente que es inundado por la presencia amorosa del Señor y el futuro que se proyecta y se espera. a) Acompañar en la pacificación con el pasado. Una de las necesidades importantes que nos encontramos en las enfermas de Sida es la de hacer la paz con la propia historia. Es esta una de las experiencias más comunes en la etapa final de la vida (la mirada hacia atrás), y en la enfermedad en general (dada la misteriosa relación entre experiencia de enfermedad y sentimiento de culpa). Puede contribuir a “curar las propias llagas” y a un proceso de reconciliación. Recordar el pasado puede ayudar a dar un nuevo sentido al presente curando las relaciones, allí donde estás pueden ser sanadas. Entendemos que acompañar con la escucha tiene un valor nunca suficientemente subrayado. b) Ayudar a vivir los valores en el presente. Allí donde más que descubrir nuevos valores lo que se da es una sensación de haber perdido la confianza en lo que se creía, el agente de pastoral aún tiene el reto de acompañar empáticamente, en medio de la impotencia experimentada al no poder anular las causas del sufrimiento, por un camino hacia la paciencia, entendida como un nuevo modo de experimentarse a sí mismo y como una actitud libre ante lo inevitable. Desde el punto de vista de la fe, un importante reto dentro de la Iglesia es la necesidad de purificar el lenguaje sobre el sufrimiento para poder ser testigos de un Dios de vivos y no de muerte y sacrificios. c) Infundir esperanza. Las enfermas de Sida viven la esperanza como una fuerza interior que da sentido y densidad al presente, un presente herido, pero en el que se descubren, con frecuencia, nuevos valores y relaciones que permiten vivir con dignidad en la precariedad de las condiciones a las que ven reducidas muchas de ellas. En el fondo, así es la esperanza también por todo cristiano. En efecto, la esperanza no se limita a indicar la meta de la fe, sino que es la fuerza interior de la fe que hace que las mujeres caminen con Dios y se empeñen a trabajar por su Reino. 5. La empatía 6
  • 7. Adoptar la actitud empática con la mujer y el mundo del Vih-Sida nos podría llevar a: Realizar programas de prevención y de asistencia con y desde la óptica de los más vulnerables y afectados; vernos más iguales los unos a los otros, reconociendo nuestra misma condición humana y aprendiendo de nuestra vulnerabilidad y de nuestras cicatrices como sanadores heridos que somos; trabajar por transformar la realidad desde abajo, desde las actitudes y estructuras que generan el caldo del cultivo de la vulnerabilidad al Vih; Comprender los significados únicos de las experiencias de los afectados e identificar los recursos con que cuentan para promover al máximo de salud física, psicológica, emocional, relacional y espiritual posible. 6. Invitación de nuestros Obispos Hemos querido asumir la enseñanza de esta la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano, que nos pide como prioridad fomentar una pastoral con personas que viven con el Vih- Sida, en su amplio contexto y en sus significaciones pastorales: que promueva el acompañamiento comprensivo, misericordioso y la defensa de los derechos de las personas infectadas; que implemente la información, promueva la educación y la prevención, con criterios éticos, principalmente entre las nuevas generaciones, para que despierte la conciencia de todos a contener esta pandemia. (Aparecida #421) Los obispos mexicanos, reunidos en su 85 Asamblea Plenaria dieron a conocer un documento mediante el cual proponen vincular las enseñanzas de la V Conferencia del CELAM en Aparecida, para enfrentar con justicia y solidaridad cristianas, el problema de las personas que sufren por el virus del Sida, a través de la Comisión Episcopal para la Pastoral Social, impulsamos la creación de la campaña Esperanza de Vihda, con la que la Iglesia católica quiere contribuir a la lucha contra la estigma y la discriminación, en el marco de otras acciones como el impulso a la conformación de la REDFE, red conformada por organizaciones basadas en la fe cristiana con trabajo en Vih y Sida en México. La campaña Esperanza de Vihda, está dirigida en primer lugar hacia dentro de la misma Iglesia Católica, para generar en la mente y el corazón de los católicos sentimientos y acciones de solidaridad, respeto e inclusión a favor de todas las personas que viven y conviven con Vih y Sida. Es nuestro reto ofrecer respuestas a quienes necesitan ayuda en su búsqueda y profundización del verdadero sentido y valor de sus vidas, a pesar del dolor físico, psicológico y social que experimentan frente al Vih. En este sentido, hemos de reconocer que nuestra comunidad de fe a pesar de su capacidad en este aspecto de su misión, no ha respondido al máximo posible a este desafío de desarrollar una pastoral integral en favor de las personas afectadas por la pandemia. 7
  • 8. Conclusión 1º Más allá de los deberes de los que nos gobiernan, más allá de las filantropías, y de las filosofías que mueven a los hombres y mujeres de buena voluntad, en la lucha contra el Vih-Sida, a nosotros los cristianos nos debe mover nuestra fe que nos permite ver en cada enferma y portadora de Vih a una hija de Dios, creada a su imagen y semejanza, y más aún que nos permite reconocer al mismo Cristo encarnado en ella. 2º Y las infectadas por el Vih y las enfermas de Sida dejándose querer y cuidar, nos recuerdan que se puede ser agente evangelizador desde la “cátedra del sufrimiento y marginación” siendo fermento de amor en medio del dolor y convirtiéndose en verdaderas catedrales para el encuentro con Jesucristo aquí y ahora. 8