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Paz-ando
AVANCES
EN
INVESTIGACIÓN
Memoria oficial y otras
memorias: la disputa por
los sentidos del pasado
Grupo de Investigación Cyberia1
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INVESTIGACIÓN
A
mediados del siglo XX la me-
moria se convirtió en una cate-
goría significativa en el campo
de las ciencias sociales, relacionándose
indudablemente con lo que Elizabeth Je-
lin denominó “explosión de la memoria”2
,
que se manifiesta en diversidad de prác-
ticas sociales en la vida cotidiana de las
sociedades contemporáneas y van cons-
tituyendo múltiples formas de culto al pa-
sado, llegando al punto en el que como lo
afirma Traverso, “Hoy, todo se transforma
en memoria”3
.
En el ámbito académico e investigativo
el aumento de las reflexiones y debates
apropósito de la memoria permitieron am-
pliar y complejizar los desarrollos concep-
tuales propuestos por autores considera-
dos como clásicos en dicho campo teóri-
co: en la sociología Maurice Halbwachs,
en la fenomenología y la hermenéutica
Paul Ricoeur y en la historia Pierre Nora y
Jacques Le Goff.
En la actualidad, los mayores aportes
se encuentran en contextos de países que
vivieron represiones políticas en las dicta-
duras militares o guerras civiles, como lo
es el caso de España en donde se locali-
zan una importante cantidad de documen-
tos e investigaciones sobre las memorias
del periodo de la guerra civil4
, o algunos
países del Cono Sur que en el marco del
Panel Regional de América Latina (RAP)
del Social Science Research Council ade-
lantan una serie de investigaciones que
tiene como objetivo fundamental fomentar
la investigación y formación de jóvenes in-
vestigadores sobre la memoria de los pe-
riodos de dictadura y represión.
Colombia no es ajena a éste fenómeno,
por el contrario, se observa cómo desde
diversas instituciones académicas y or-
ganizaciones comunitarias se promueven
eventos, proyectos y programas tendientes
a realizar procesos de elaboración de me-
moria desde distintos enfoques teóricos y
disciplinarios, o a partir de las experiencias
vividas en el marco del conflicto social y ar-
mado y de las expectativas de futuro frente
Página anterior.
1	 Orlando Silva Briceño, profesor de la Universidad
Distrital Francisco José de Caldas. Jorge Enrique Aponte
Otálvaro, Paula Viviana Cano Jaramillo, Diego Fernan-
do Díaz Franco, Nathalia Martínez Mora, José Joaquín
Pinto Bernal, Angie Johana Pineda Ardila, licenciados en
Educación Básica con Énfasis en Ciencias Sociales, de la
Universidad Distrital.
2	 Elizabeth Jelin. Los trabajos de la memoria. Madrid:
Siglo Veintiuno editores, 2002.
3	 Enzo Traverso. “Historia y memoria: notas sobre
un debate”. En: FRANCO, Marina. LEVIN, Florencia
(Comp.) Historia reciente: perspectivas y desafíos para un
campo en construcción. Buenos Aires: Paidós, 2007, p. 67.
4	 Al respecto se hallan los desarrollos teóricos de Re-
yes Mate, o de Paloma Aguilar, quien tiene un trabajo ex-
tenso sobre las memorias de la política o las políticas de la
memoria en el contexto español.
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EN
INVESTIGACIÓN
a la situación actual. No obstante, algunas
de estas propuestas se hallan vinculadas a
una cultura de la memoria relacionada con
una forma de exaltación del pasado, que
concibe a la memoria como un mecanismo
cultural para consolidar el sentido de perte-
nencia a comunidades o grupos, anclados
en el imaginario de la identidad nacional y
que pretenden imponer un supuesto pro-
ceso de posconflicto, que desdibuja e inhi-
be otras posibles construcciones sociales
del pasado por fuera de marcos sociales
de memoria propuestos por los proyectos
de Estado Nacional, y que desconocen la
vigencia y presencia actual del conflicto en
el país.
En este contexto, el presente docu-
mento pone en discusión las categorías
de Memoria Oficial y lo que se designa
como Otras Memorias, pretendiendo re-
coger las diferentes nominaciones que
se le han dado a la memoria en oposición
a la versión oficial. Igualmente, realizar
una aproximación conceptual de dichas
categorías desde los avances teóricos
de diversos autores y presentar a mane-
ra de ejemplo, dos expresiones de otras
memorias sobre la violencia en Colombia:
la memoria gaitanista y la memoria de la
violencia en la literatura colombiana.
Así mismo, en el texto se amplía la
discusión de la relación entre memoria e
historia adelantada por el grupo de inves-
tigación CYBERIA de la Universidad Dis-
trital, en el marco de la investigación “La
primera violencia en la enseñanza de las
ciencias sociales, entre la memoria oficial
y otras memorias: el caso de seis institu-
ciones educativas en Bogotá” financiada
por el IPAZUD, que permita construir unos
criterios teóricos, para posteriormente
analizar la manera como la memoria apa-
rece en el ámbito de la enseñanza de las
ciencias sociales.
Memoria oficial
En el mundo moderno occidental, la
Historia, en su configuración como dis-
ciplina, se entendió como conocimiento
racional orientado a la constitución de
un régimen de verdad sobre el pasado,
configurándose como dispositivo de sa-
ber sobre aquello que podría ser admitido
como verdadero o falso en los discursos
del pasado y sus repercusiones sobre el
presente. De esta forma, la memoria so-
cial quedó reglada bajo los esquemas de
disciplinamiento y control, instituyendo un
sistema de regulación discursivo.
Este sistema de control y de exclusión
a su vez diseñó una narrativa común so-
bre el pasado de las naciones que vendría
a establecerse como mito fundador de la
nacionalidad. Por tal razón, se instauraron
las historias nacionales, que como discur-
sos, generaron unos dispositivos sociales
e institucionales convirtiendo una versión
de la memoria colectiva en memoria ofi-
cial y determinando sus condiciones de
utilización y circulación.
En la producción teórica sobre la me-
moria, lo oficial es entendido como los dis-
cursos sobre el pasado que se producen
desde los Estados Nacionales, buscando
la conformación de vínculos de pertenen-
cia a ellos. Elizabeth Jelin al referirse a la
memoria oficial afirma que:
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EN
INVESTIGACIÓN
…en los procesos de formación del Esta-
do –en América Latina a lo largo del siglo
XIX, por ejemplo- una de las operaciones
simbólicas centrales fue la elaboración
del gran relato de la nación. Una versión
de la historia que, junto con los símbolos
patrios, monumentos y panteones de hé-
roes nacionales, pudiera servir como nodo
central de identificación y de anclaje de la
identidad nacional5
.
Además, señala el sentido de estos
relatos al preguntar y responder por la
pretensión de dichas memorias oficiales:
“¿Para qué sirven estas memorias ofi-
ciales? Son intentos más o menos cons-
cientes de definir y reforzar sentimientos
de pertenencia, que apuntan a mantener
la cohesión social y a defender fronteras
simbólicas […] Al mismo tiempo, propor-
cionan los puntos de referencia para ‘en-
cuadrar’ las memorias de grupos y sec-
tores dentro de cada contexto nacional”6
.
Intención que implica subsumir o someter
otras posibles narrativas del pasado con-
tenidas en lógicas diferentes a la de la for-
ma de Estado Nacional.
Como proceso activo de consti-
tución de los sujetos nacionales, la
implementación social de unas prácticas
de memoria oficial requiere de agentes
o actores que dinamicen dicho proceso,
pero como en todo campo social, la me-
moria se convirtió en un campo de lucha y
los actores en protagonistas de la disputa,
con el propósito de hegemonizar el cam-
po de la memoria, siendo prevaleciente
el papel de los actores estatales quienes
lograron consolidar y poner a circular una
forma de memoria hegemónica, la histo-
ria/memoria oficial:
Se trata de actores que luchan por el po-
der, que legitiman su posición en vínculos
privilegiados con el pasado, afirmando su
continuidad o su ruptura. En estos inten-
tos, sin duda los agentes estatales tienen
un papel y un peso central para establecer
y elaborar la historia/memoria oficial. Se
torna necesario centrar la mirada sobre
conflictos y disputas en la interpretación
y sentido del pasado, y en el proceso por
el cual algunos relatos logran desplazar a
otros y convertirse en hegemónicos7
.
En un sentido parecido, Enzo Traverso
plantea la discusión acerca de la configu-
ración de una memoria oficial en términos
de memorias fuertes y memorias débiles,
al respecto expresa que: “Hay memorias
oficiales alimentadas por instituciones, in-
cluso Estados, y memorias subterráneas,
escondidas o prohibidas. La visibilidad
y el reconocimiento de una memoria de-
penden también, de la fuerza de quienes
la portan. Dicho de otra manera hay me-
morias fuertes y memorias débiles”8
. La
fuerza de una memoria, por éste autor, es
identificada por su reconocimiento públi-
co e institucional más que por el ejerció
5	 Jelin. Óp. Cit., p. 40.
6	 Ídem.
7	 Ídem.
8	 Enzo Traverso. El pasado instrucciones de uso. Historia,
memoria, política. Barcelona: Marcial Pons, 2007, p. 48.
207
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EN
INVESTIGACIÓN
que de ella realice la fuerza estatal, con-
trario a lo planteado por Jelin. Sin embar-
go, los dos comparten la idea de que las
memorias oficiales o fuertes tienen como
función la de someter o eliminar las me-
morias contra-hegemónicas o memorias
débiles.
Paul Ricoeur también parte por consi-
derar a las memorias oficiales como las
agenciadas por el Estado y sugiere que
uno de los papeles de la historia crítica en
oposición a la historia oficial, es el de se-
ñalar a la memoria oficial y a la producción
de sentido que desde allí se hace, sus ol-
vidos, omisiones y resultados de ella. Por
tanto, considera que “…lo que está en
juego en este punto es la identidad que
trata de justificar la historia oficial (…) lo
más difícil no es contar de otra manera o
dejarse contar por otros, sino contar de
otra manera los acontecimientos fundado-
res de nuestra propia identidad colectiva,
principalmente nacional”9.
Se desprende
de éste enunciado la necesidad de cons-
truir diferentes narrativas sobre el pasado
que permitan redefinir la construcción de
nuevas formas de identidad colectiva de
carácter diverso, de una identidad plural.
En el agenciamiento que realiza el Es-
tado por medio de la memoria/historia
oficial, éste determina las reglas, las con-
diciones de uso e inclusive las condicio-
nes de existencia de ella, la institución de
un origen, que legitima la derrota de “los
otros”, los vencidos. A este respecto ma-
nifiesta Ricoeur que:
Esunhechoquenoexistecomunidadhistó-
rica que no haya nacido de una relación que
se puede llamar originaria con la guerra. Lo
que celebramos con el titulo de aconteci-
mientos fundadores, son en lo esencial ac-
tos de violencia legitimados luego por un
Estado de Derecho precario, legitimados en
ultimo termino por su antigüedad misma,
por su vetustez. Los mismos acontecimien-
tos significan para unos la gloria, para otros
la humillación (…) Así es que encuentran
guardados, en los archivos de la memoria
colectiva, heridas reales y simbólicas10
Las otras memorias, las memorias di-
vergentes, están presentes en la ausen-
cia, en el silenciamiento e invisibilidad de
la memoria oficial. Las heridas abiertas de
los pueblos o colectivos humanos venci-
dos o en resistencia, son la condición que
hace posible una permanente emergen-
cia de otras memorias, que con su fuerza
reivindicativa, reeditan el combate por el
sentido del pasado, la necesidad de com-
batir por la memoria.
9	 Paul Ricoeur. La lectura del tiempo pasado: Memoria
y olvido. España: Arrecife, 1998. p. 48.
10	 Paul Ricoeur. citado por Carlos Demasi. “Entre la ru-
tina y la urgencia”. En: JELIN, Elizabeth. LORENZ, Fe-
derico Guillermo. (Comp.) La escuela elabora el pasado.
Argentina: Siglo Veintiuno Editores, 2004, pp. 133-134.
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EN
INVESTIGACIÓN
Otras memorias
En la delimitación del concepto de me-
moria oficial realizado en el apartado ante-
rior, se hizo evidente, como éste, a su vez
está constituido por sus correlatos: memo-
rias (Jelín), memorias débiles (Traverzo),
historia critica (Ricoeur), que se pueden
complementar con otras denominacio-
nes, contra-memoria (Nora11
, Foucault12
),
contra-memoria crítica (Cuesta13
), memo-
rias disidentes (Gnneco y Zambrano14
),
contra-historia desde abajo (Wachtel15
),
nominaciones que permiten evidenciar la
presencia y potencia de otras memorias
en la disputa por los sentidos del pasado,
en antagonismo a la memoria oficial.
Contra - historias
El nodo central de tensión en el debate
entre memoria oficial y otras memorias es
el de la legitimidad de la historia, su uso
para oficializar un régimen de verdad so-
bre el pasado y la subordinación de la me-
moria a dicho objetivo; por ello, las postu-
lados que pretenden abrir la perspectiva
del pasado en el marco de la memoria,
y la apertura al reconocimiento social de
una multiplicidad de sentidos del pasado,
parten de tomar distancia crítica de la his-
toria y la relación y uso que ésta hace de
la memoria: “Como Memoria e Historia no
están separadas por barreras insalvables,
sino que interaccionan permanentemen-
te, surge una relación privilegiada entre
las “memorias fuertes y la escritura de la
historia. Cuanto más fuerte es la memoria
–en términos de reconocimiento público e
institucional-, más el pasado de la que es
vector deviene susceptible de ser explora-
do y elaborado como Historia”16
.
Desde hace varias décadas en el mis-
mo seno de la historia surgieron y se con-
solidaron tendencias que desde una pers-
pectiva crítica, generaron alternativas para
contrarrestar el efecto homogenizador y la
pretensión de un relato único, univoco y
excluyente sobre el pasado, en el que la
memoria es usada, tan solo como un reci-
piente de información para el historiador;
es el caso de las historias desde abajo y
particularmente la historia oral que tiene
como uno de sus objetivos, otorgarle a
la memoria colectiva un lugar alternativo
frente a la historia, en un sentido contra-
hegemónico, que haga emerger múltiples
versiones del pasado desde el lugar de
los grupos y pueblos subalternizados:
El uso que le han dado los historiadores a
la memoria parece ser, en primera instan-
11	 Pierre Nora. Les lieux de mémoire. Paris: Gallimard,
1997.
12	 Michel Foucault. Microfísica del poder. Madrid: La
piqueta. 1991.
13	 Raimundo Cuesta. Los deberes de la memoria. Barce-
lona: Octaedro, 2007.
14	 Cristóbal Gnecco y Marta Zambrano. Memorias he-
gemónicas, memorias disidentes el pasado como política
de la historia. Bogotá: Instituto Colombiano de Antropo-
logía, 2000.
15	 Nathan Wachtel. “Memoria e historia”. En: Revista
Colombiana de Antropología (Bogotá). Vol. 35, (Ene. /
Dic. 1999), pp. 70-90.
16	 TRAVERSO, Enzo. El pasado instrucciones de uso.
Óp. cit., p. 55.
209
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Paz-ando
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EN
INVESTIGACIÓN
cia, documental: busca obtener informa-
ción de testigos vivos para complemen-
tar o incluso para reemplazar los datos
proporcionados por las clásicas fuentes
escritas. Pero, de hecho, este recurso a
una nueva técnica va más allá del simple
interés por la documentación. Implica el
cuestionamiento de la historiografía oficial
que tiende a darle un lugar privilegiado a
los actores dominantes de la historia. De
lo que se trata es de salvar el mundo de la
gente común –los dominados- del olvido,
con la ayuda de testimonios orales […]
De este modo, uno de los propósitos de
la historia oral es elaborar una contra-his-
toria desde abajo, y reconstruir la versión
del “conquistado” –minorías étnicas o
culturales, mujeres o trabajadores-17
.
Las contra-historias, por tanto, se
constituyen en formas de constitución
identitaria de los colectivos sociales sub-
alternizados, que encuentran en ellas un
lugar de lucha, una opción para deslegi-
timar las historias oficiales, las versiones
hegemónicas de los “vencedores”, ha-
ciéndose necesario replantear entonces
las múltiples relaciones que se pueden
establecer entre historia y memoria:
… no hay una manera única de plantear
la relación entre historia y memoria. Son
múltiples niveles y tipos de relación. Sin
duda, la memoria no es idéntica a la histo-
ria, aun (y especialmente) en sus tergiver-
saciones, desplazamientos y negaciones,
que plantean enigmas y preguntas abier-
tas a la investigación. En este sentido la
memoria funciona como estímulo en la
elaboración de la agenda histórica. Por
su parte, la historia permite cuestionar
y probar críticamente los contenidos de
las memorias, y esto ayuda en la tarea de
narrar y transmitir memorias críticamente
establecidas y probadas18
.
Actualmente el desafío para la histo-
ria y la memoria, es el de constituir lazos
críticos que les permitan un debate fluido
sobre los sentidos que se construyen del
pasado y la disputa que se establece por
instituirlos como parte de la construcción
de las identidades de los pueblos. Así
mismo, el reto es el de abrir la memoria
como un campo fecundo, en permanente
reelaboración, que responda a las inquie-
tudes que surgen cada presente.
Memorias disidentes
Así como en el seno de la historia se
impulsa el debate de la legitimidad de
las historias y memorias oficiales, en las
perspectivas y tendencias de pensamien-
to poscolonial y decolonial se denuncia la
sujeción epistémica del pensamiento en
el continente americano a los sistemas de
conocimiento occidental, teniendo como
consecuencia que otras concepciones de
mundo y de realidad hayan sido invisibili-
zados y calificados bajo denominaciones
peyorativas, tales como, no civilizadas,
bárbaras, salvajes e irracionales.
17	 WACHTEL. Óp. cit., p. 72.
18	 Elizabeth Jelin. Los trabajos de la memoria. Óp. cit.,
p. 75.
210
Ciudad
Paz-ando
AVANCES
EN
INVESTIGACIÓN
La carga negativa atribuida por el oc-
cidente moderno a otras formas de pen-
samiento no occidentales, es producto de
la herencia colonial, en el que la Historia
jugó y juega un papel determinante en el
proceso de conquista y de imposición del
mundo simbólico que sustenta la subal-
ternización de los pueblos dominados:
La historia impuesta por los colonizado-
res no borra, simplemente, la historia de
los colonizados. Lo que la historia co-
lonial hace es mucho más perverso (y
efectivo): distorsiona, confunde, agrupa.
El colonialismo no destruye tanto como
construye; esa construcción es insidiosa
y, ciertamente, más efectiva que la simple
destrucción. El universo simbólico de las
historias conquistadas nunca es el mismo
después de la intervención de la máquina
colonial. Las disciplinas históricas profun-
dizaron este proceso19
.
Cristóbal Gnecco y Martha Zambrano
abordan el debate de historia y memoria
como un enfrentamiento directo entre los
que trabajan por la construcción colectiva
de una memoria común de los pueblos, a
los cuales su pasado les ha sido distor-
sionado por una memoria oficial instituida
o “hegemónica”, y quienes haciendo fren-
te a ésta, tratan de preservar un pasado
común, local, particular y alternativo a los
procesos históricos nacionales.
Esta tensión hace evidente una pugna
entre dos tipos de protectores del pasa-
do; por un lado, los que defienden unas
memorias hegemónicas que tienden a
estimular una dominación política enca-
minada a la aprensión y apropiación de
versiones del pasado conjuntas y ho-
mogéneas, por medio de dispositivos
legítimos como la historia en el que: “la
dominación política, requiere de la his-
toria y de la memoria,[…] expresada en
la imposición de versiones particulares o
parciales como universales y comunes en
la oclusión, exclusión y silenciamiento del
sentido vivido del pasado de los grupos
subordinado, pero también en su coloni-
zación y expropiación […] y domestica-
ción”20
, y de otra parte, aquellos que se
aferran a la construcción y conservación
de un tipo de “memorias disidentes”, que
permiten la preservación de la diversidad
en la reconstrucción del pasado, en el que
los actores de los grupos subalterniza-
dos, participan intensamente en la cons-
trucción de la memoria y la historia pues:
“en la batalla por la definición de la his-
toria también participan activamente do-
minados y subalternos con proyectos de
19	 Cristóbal Gnecco y Carolina Hernández. La historia
y sus descontentos: estatuas de piedra, historias nativas
y arqueólogos. Artículo aceptado para la publicación en
Current Anthropology. 2007, p. 2.
20	 Cristóbal Gnecco y Marta Zambrano. Memorias he-
gemónicas, memorias disidentes el pasado como política
de la historia. Óp. cit., p. 12.
211
Ciudad
Paz-ando
AVANCES
EN
INVESTIGACIÓN
contestación, inclusión y descolonización.
Esta confrontación sitúa las relaciones de
poder como terreno privilegiado para la
definición, circulación y transmutación de
la memoria”21
.
La perspectiva decolonial abre el es-
pacio a la memoria, impulsa la apertura
y expansión de distintas narrativas y sen-
tidos del pasado, favorece la diversifica-
ción de los lugares de la memoria, en el
que las huellas del pasado no solo están
en los restos arqueológicos o en los do-
cumentos de los archivos, que son tra-
dicionalmente utilizados para darle base
empírica a la disciplina histórica, si no en
otras superficies materiales y simbólicas,
como voces de otras memorias:
…la voz del pasado tan limitada a los do-
cumentos de archivo y a las excavaciones
empieza a hacerse oír desde rincones nue-
vos: la arquitectura, el cuerpo, la autobio-
grafía, el paisaje y la ritualización. De esta
manera la naturaleza del texto histórico se
amplía dramáticamente. Esta concepción
expandida no solo pone al desnudo la
hegemonía de occidente con sus dispo-
sitivos de memoria y olvido si no también
los contextos sociales en los que ocurre la
construcción de sentido histórico22
A partir de la perspectiva decolonial el
desafío que se presenta a las ciencias so-
ciales y de manera particular a la historia,
en su vínculo fundamental con la memoria,
reside en poner en suspenso los contextos
y las formas en las cuales ha sido consti-
tuida una forma oficial de la memoria. Esto
constituye un parámetro primordial para
la apertura de debates que tengan como
centro los contenidos y las prácticas tradi-
cionales de institucionalización, de un tipo
de memoria y de percepción del pasado.
Del mismo modo, se busca favorecer pro-
cesos de reconstrucción del pasado des-
de miradas propias, incluyentes y con una
presencia constante de múltiples luchas,
que fortalezcan y nutran constantemente
estos trabajos de memoria.
La literatura como lugar
de otras memorias
El papel de la historia anclada en sus
referentes disciplinares, como se ha se-
ñalado anteriormente, es el principal lugar
de tensión en la discusión con la memo-
ria, sosteniendo una constante tensión
con otras formas de hacer historia o de
narrar el pasado. En contraste, las otras
memorias, cuyos fines se orientan hacia
la recuperación de elementos excluidos
del relato predominante instaurado por
las tendencias tradicionales de investiga-
ción histórica y de las formas de hacerla
pública, ponen en cuestión nuevamente
uno de los aspectos más discutidos y re-
currentes en la producción historiográfica,
tal y como, el de la naturaleza de la narra-
tiva en dicha producción. Presentándose,
de igual modo, dicha tensión al interior
de la historiografía, así lo evidencia Peter
Burke: “en la historiografía al igual que la
historia parece repetirse – con variantes-.
21	 Ídem.
22	 Ibíd. p. 13.
212
Ciudad
Paz-ando
AVANCES
EN
INVESTIGACIÓN
Mucho antes de nuestra época, en el pe-
riodo de la Ilustración, la hipótesis de que
la historia escrita habría de ser una narra-
ción de acontecimientos fue ya objeto de
ataques. Entre sus atacantes se contaban
Voltaire y el teórico social escocés Jhon
Millar”23
.
Las pugnas y debates acaecidos por
la forma de narratividad o la ausencia de
ésta en el modo de escribir la historia, ha
conllevado a ampliar la gama de posibili-
dades desde las que el historiador con-
fronta y expone los múltiples recursos y
referentes que utiliza y ha generado por
lo menos dos formas de abordar el que-
hacer histórico: el análisis estructural y la
descripción de los acontecimientos.
Uno de los debates entre tales tenden-
cias se sitúa en el lugar de la literatura,
quizá por ello, cuando Burke se ubica en
esta discusión, señala cómo los histo-
riadores han considerado el papel de la
narrativa en la dimensión literaria como
una opción fútil o poco seria para la his-
toria, pues la historia “No se interesa por
la cuestión de si se ha de escribir o no
en forma narrativa, sino por el problema
de en qué forma narrativa se ha de escri-
bir”24
. Además, el uso del juego temporal
aportado por la narrativa literaria, repre-
senta en este escenario un reto para los
historiadores, en tanto que, el tiempo es
un factor de la intimidad de la historia y en
cierta forma es el elemento que le da la
estructura al relato y a la explicación histó-
rica, mientras que en el terreno de la litera-
tura, la descomposición de la continuidad
temporal se constituye en una dimensión
compleja pero innovadora, lo que permi-
tiría elucidar nuevas posibilidades para la
narración histórica.
Como lo resalta Burke, algunos escri-
tores modernos han descollado sus vir-
tudes en el campo literario de acuerdo a
sus experimentos, tales como la posibili-
dad de hacer más inteligibles las guerras
civiles y otros conflictos25
; Así mismo, se
da la necesidad para los narradores his-
tóricos de hacerse visibles en sus relatos
“no por complacencia consigo mismos
sino a modo de advertencia al lector de
que no son omniscientes o imparciales y
que también son posibles otras interpre-
taciones además de la suya”26
; llamando
la atención a que “un nuevo tipo de narra-
ción podría abordar mejor que el antiguo
las demandas de los historiadores estruc-
turales, dando una sensación mejor del
fluir del tiempo que la que suelen dar por
lo general sus análisis”27
. No obstante,
con cierto recelo los historiadores transi-
tan hoy por el campo de la literatura.
23	 Peter Burke. “Historia de los Acontecimientos y Re-
nacimiento de la Narración”. En: BURKE, Peter y otros.
Formas de hacer historia. Madrid:Alianza Editorial. 1993,
p. 287.
24	 Ibíd. p. 293.
25	 Ibíd. p. 295.
26	 Ibíd. p. 296.
27	 Ibíd. p. 297.
213
Ciudad
Paz-ando
AVANCES
EN
INVESTIGACIÓN
Este desplazamiento invita a plantear
una relación diferente entre literatura y la
historia. Ya que no se trata de un estado
de subordinación donde el papel de la
literatura se limita a su uso instrumental,
es decir, como herramienta para la histo-
riografía. Reside en un vínculo equilibrado
de complementariedad, buscando difu-
minar la línea que separa estos discursos
narrativos que comparten un mismo refe-
rente, el ser en el tiempo.
El encuentro con este referente busca
el acto de representar la percepción de
realidad y dar sentido simbólico a la tem-
poralidad. Hayden White retomando a Paul
Ricoeur afirma que: “las narrativas históri-
cas se parecen a las narrativas ficcionales,
pero esto nos dice más sobre las ficciones
que sobre las historias. Lejos de ser la an-
títesis de la narrativa histórica, la narrativa
ficcional es su complemento y aliado en
el esfuerzo humano universal por reflexio-
nar sobre el misterio de la temporalidad”28
.
Esta perspectiva ubica a la literatura como
expresión y representación plausible de la
realidad, desarrollando versiones sobre el
acontecer humano; de esta forma encon-
tramos en las manifestaciones literarias
(y artísticas en general) la posibilidad de
materializar las percepciones temporales,
que se convierten en activadores del re-
cuerdo y por ello son lugares materiales
de la memoria, que al pasar al escenario
de lo público se convierten en referentes
de una memoria colectiva.
De esta forma se asume la literatura
como lugar de memoria, pues ésta cuenta
con la posibilidad de convertirse en un re-
ferente tangible y simbólico, representado
en unas condiciones de mixtura entre lo
real y lo ficcional. La relación que la lite-
ratura guarda con la memoria es posible
determinarla principalmente de acuerdo a
un eje transversal: el tiempo, ya que del
sentido del pasado que logre representar
una obra literaria, se constituye en una
posibilidad de evocar a través de ella.
Una particularidad del acto de recor-
dar mediante la literatura es la co-presen-
cia de los momentos, que dentro de la
estructura temporal (pasado-presente-fu-
turo) brindan la posibilidad de recrear me-
diante una opción estética. Es así como,
el sentido del pasado logra presentizarse,
tal como lo afirma Pablo Dema siguiendo
los postulados de Ricoeur:
La imagen mental que es un recuerdo no
se confunde con un producto de la imagi-
nación (el cual es producto del fantasear)
sino que es la presentización de algo que
ocurrió realmente. La memoria nunca
abandona su vocación de fidelidad y le
desagrada que la verdad que busca se
confunda con lo imaginario. Pero al mis-
mo tiempo que es del pasado, el recuerdo
se actualiza, es parte del ahora en el que
comparece en la mente. Pero sigue sien-
do del pasado a la vez que está presente
como imagen actual29
.
28	 Hayden White. El Contenido de la Forma. Narrativa,
Discurso y Narrativa Histórica. Buenos Aires: Ediciones
Paidós. 1992, p. 190.
29	 Pablo Dema. “El relato literario y la memoria co-
lectiva”. En: Revista Borradores-Vol. VIII-IX año 2008.
Universidad Nacional de Rio Cuarto: http://www.unrc.
edu.ar/publicar/borradores/Vol8-9/pdf/Elrelatoliterario-
ylamemoriacolectiva.pdf. p 2.
214
Ciudad
Paz-ando
AVANCES
EN
INVESTIGACIÓN
Otras memorias
sobre la violencia en Colombia
Memoria gaitanista de la violencia
Para la reconstrucción de la memoria
gaitanista sobre de La Violencia, se esta-
bleció como marco de referencia tempo-
ral el periodo comprendido entre 1945 a
1948, debido a que es durante este pe-
riodo cuando el movimiento gaitanista
se consolida, con la primera candidatura
presidencial de Gaitán y se debilita por la
muerte de su líder en 1948. Además de
ello, los documentos en los cuales los gai-
tanistas narran hechos de violencia, loca-
lizados en el diario Jornada y el archivo
personal de Jorge Eliécer Gaitán, se cen-
tran en estos tres años.
El movimiento gaitanista ubica el inicio
de la Violencia en Colombia en el año de
1945, cuando sus seguidores son vícti-
mas de las autoridades civiles, militares y
eclesiásticas; por lo cual, durante el perio-
do 1945-1948 no hablan de una Violencia
bipartidista, sino de Violencia oficial en
contra de un movimiento popular. Ello se
encuentra disperso en las denuncias que
los seguidores de Gaitán envían a través
de cartas y telegramas, algunas veces
publicados en el órgano de difusión pe-
riodístico del movimiento, otras en sus
reportajes. Denuncias que dan cuenta de
hechos de “Violencia Oficial” en los once
departamentos, las cuatro intendencias y
en las seis comisarías en las que se en-
contraba dividido el país para la época.
Los relatos de los seguidores del
movimiento gaitanista sobre choques o
ataques, entre colectividades políticas y
fuerzas institucionales; se esfuerzan por
presentar a los gaitanistas como víctimas,
caracterizando el periodo de 1945-1948,
no cómo momento de gestación de la
tensión social para la ulterior explosión del
conflicto armado, entre grupos irregulares
de los dos partidos, (como tradicional-
mente se caracteriza), sino cómo un pro-
ceso de persecución oficial al movimiento
gaitanista. De esta forma el discurso y la
memoria gaitanista, emergen como fuen-
tes generadoras de debate para la histo-
riografía de La Violencia en Colombia en-
tre los años de 1945-1948.
Por lo tanto, la labor de analizar y des-
cribir el discurso gaitanista sobre hechos
de violencia, se constituye en un esfuerzo
por reconstruir otras memorias, en pro de
la construcción del espacio público para
la discusión entre los distintos actores en
busca de la reconciliación. En nuestro país
ello no ha sido posible debido a que:
Ni siquiera hay un esfuerzo de recupera-
ción de la memoria de las victimas iden-
tificando sus nombres, un sitio para en-
terrarlas, un monumento para recordarlas.
Todo parecería como si el único muerto
reconocible por su nombre fuera Gaitán,
o como si todos los demás, los 200.000,
se diluyeran en él. Gaitán, símbolo de la
215
Ciudad
Paz-ando
AVANCES
EN
INVESTIGACIÓN
unidad del pueblo en la plaza, en la acción
política, es también el símbolo de la uni-
dad en la muerte. En cierto modo, la me-
moria de Gaitán personifica, y al mismo
tiempo anula, la memoria de los demás30
.
Los gaitanistas al ser parte un movi-
miento populista en pugna por el poder,
entendieron el fenómeno de la Violencia
1945-1948 como un proceso de elimina-
ción sistemática de sus cuadros organi-
zativos, llevado a cabo por los dirigentes
y simpatizantes de las fuerzas contendo-
ras en la dinámica electoral: el liberalismo
oficial, el partido conservador oficial y el
disidente. En esta dinámica no solo se-
rian responsables de la violencia los an-
tes citados, sino que al estar el oficialismo
conservador en el poder, serán también
incriminados los miembros de las fuerzas
militares y de la iglesia.
De esta forma, la publicación de la de-
nuncias en diario Jornada era promovida
como herramienta de legitimación de la
oposición del gaitanismo al gobierno na-
cional y al oficialismo liberal, en la medida
en que respalda las acciones directas no
violentas llevadas a cabo por Gaitán para
denunciar las mismas, tales como mar-
chas, mítines y memoriales de agravios,
ante el gobierno. En este proceso la mayor
parte de las comunicaciones eran la ante-
sala para la realización de marchas multi-
tudinarias en contra de la Violencia o para
la realización de comicios electorales, en
donde el gaitanismo se presentaba como
sector disidente del partido liberal. Por esta
razón, las denuncias no solo pueden ser
analizadas como hechos fácticos, sino
también como componentes esenciales
del proyecto de salvación, promovido por
el discurso populista del gaitanismo, de-
mandas inmersas en una dinámica de es-
trategias políticas en aras del acceso del
movimiento al poder del Estado.
Desde el punto de vista de Laclau31
se
puede afirmar que para consolidar su en-
trada a la esfera del Estado, el gaitanismo
diseñó como movimiento populista, una
estrategia de construcción de equivalen-
cias entre demandas particulares sobre
hechos de violencia, homogenizando las
demandas a través de la publicación en
una primera instancia de las particulares
(telegramas), la consolidación de los pun-
tos en común entre éstas (reportajes) y
la constitución de referentes simbólicos
generales (pueblo perseguido, barbarie
oligárquica), a través de los memoriales
expuestos por Jorge Eliécer Gaitán al go-
bierno nacional. Ello permitió la inserción
de un componente dentro del discurso de
salvación del movimiento gaitanista: la eli-
minación de la confrontación armada en-
tre facciones políticas y fuerzas oficiales.
En este contexto la memoria gaitanista
reporta una periodización de la Violencia
distinta a la de la historiografía tradicional.
Mientras que para la historia la Violencia
en Colombia inicia en 1948 antecedida por
un clima de gestación de tensión social de
1930 a 1948, para el movimiento gaitanis-
ta la Violencia en Colombia inicia en 1945
30	 Ibíd. p. 96.
31	 Ernesto Laclau. La razón populista. Buenos Aires:
Fondo de Cultura Económica. 2005.
216
Ciudad
Paz-ando
AVANCES
EN
INVESTIGACIÓN
como fenómeno de persecución de secto-
res institucionales a sus seguidores.
La dinámica de producción de los rela-
tos sobre la Violencia por parte de los gai-
tanistas, se relaciona con la constitución
de una línea divisoria entre la población,
a la que sus demandas no son atendidas,
y las fuerzas oficiales. En este proceso se
pretende constituir el gaitanismo como
movimiento que encarna la representa-
ción total de sectores descontentos con la
administración conservadora, donde los
seguidores de Gaitán serán la garantía de
la reconstrucción del orden social perdido
a causa del conservatismo.
Memoria de la violencia en la literatura
La literatura como forma narrativa se
convierte en superficie de emergencia de
otras memorias, de otras formas de per-
cepción y expresión, que presenta de ma-
nera tangible en el escenario de lo públi-
co, otra posibilidad para la construcción
de la memoria colectiva. Justamente “La
indagación por la memoria nos conduce
a sus usos sociales y a los modos en que,
en la sociedad la memoria se torna en un
campo de conflictos y resistencias, en es-
cenario de dolor y perdida, en conjunto
social frente a la irrupción generalizada de
la violencia”32
. De esta manera, se conci-
be a la literatura como marco en el cual se
configura una construcción de narrativas
que operan desde diferentes niveles de
realidad que: “… implica ver por un lado,
el esquema dentro del cual encuadran su
visión de la realidad, y por otro, el grado
de complejidad de las técnicas y recursos
32	 Pilar Riaño Alcalá, Suzanne Lacy y Olga Cristina
Agudelo. Arte, memoria y violencia, reflexiones sobre la
ciudad. Medellín: Corporación Región, 2003. p 7.
33	 Laura Restrepo. Niveles de realidad en la literatura
de la “violencia” colombiana. p 127. En: Once Ensayos
sobre la violencia. Fondo Editorial CEREC Publicado por
Centro Gaitán, 1985.
34	 Obras pictóricas como la de DéboraArango se constitu-
yen en representativas frente a las imágenes plasmadas sobre
la época denominada como “la violencia en Colombia”.
narrativos que utilizan para plasmar tal vi-
sión de la realidad”33
.
El periodo denominado por el relato his-
tórico hegemónico como la Violencia en Co-
lombia, generó gran conmoción e impacto
en los habitantes tanto del escenario urba-
no como rural, ocasionando una gran pro-
ducción de trabajos en el campo artístico
que expresan diversas formas de percibir la
Violencia; los géneros literarios, la pintura34
y
el cine son muestra de dichas percepciones
de la realidad a nivel macrosocial.
En un momento inicial, la literatura se
presenta como herramienta narrativa pri-
maria. Los testigos directos de la Violencia
acuden masivamente a ésta como medio
que les permite manifestar sus vivencias
y testimonios, aunque literariamente sus
obras no sean resaltadas debido a la au-
sencia y desconocimiento del uso de téc-
nicas literarias.
El tardío movimiento de la literatura en
nuestro país revela la dificultad que pre-
sentan los autores que para la época, re-
curren al uso de géneros literarios como la
novela, sin tener en cuenta la importancia
e influencia de adquirir un fortalecimiento
crítico frente a los acontecimientos y a su
217
Ciudad
Paz-ando
AVANCES
EN
INVESTIGACIÓN
relación con la ruta artística; ello no resta
valor a su aporte para la construcción de
la memoria colectiva:
Con la “Violencia” parece suceder algo
diferente: a partir de su misma irrupción
desata un fenómeno literario colectivo; in-
mediatamente comienzan a escribirse pan-
fletos y novelas que le siguen los pasos a
su desarrollo denunciando, dando voces de
alarma, rindiendo testimonio. Es innegable
que, desde un punto de vista estrictamente
literario es deficiente por lo general, esta li-
teratura inicial de la “Violencia”; pero tam-
bién es evidente que tiene el gran interés de
ser una respuesta literaria masiva que sur-
ge a la luz de los propios acontecimientos
plasmándolos en vivo; quizás por primera
vez en Colombia la literatura, en forma
generalizada, se integraba a la realidad,
desenvolviéndose paralelamente con los
hechos. Los primeros novelistas de la “Vio-
lencia” son actores directos en ésta, juegan
en ella el papel de testigos presenciales y
la juzgan a través de sus obras35
.
Recurrir a las formas narrativas de la
literatura fue un foco que permitió a mu-
chos autores manifestarse frente al fenó-
meno de la Violencia, caracterizándose
éste como uno de los temas más retoma-
dos en la producción literaria. Algunas de
las obras que podemos reseñar son las
siguientes: “9 de abril” de Pedro Gómez
Corena, “Los olvidados” de Alberto Lara
Santos, “La calle 10” de Manuel Zapata
Olivella, “el día del odio” de José Oso-
rio Lizarazo, “El cristo de espaldas” de
Eduardo Caballero Calderón y “Las gue-
rrillas del llano” de Eduardo Franco Isaza,
entre otras y que evidencian una significa-
tiva producción en el contexto del proce-
so de la Violencia en Colombia
Al proponerse en el ámbito de lo pú-
blico, el resultado de esta oleada de pro-
ducciones literarias, revela masivamente
multiplicidad de relatos sobre la Violencia,
sus sentidos y significados que se expre-
san a partir de la experiencia vivida. El pa-
pel del arte encarnado en la obra literaria
tiene una carga de carácter simbólico que
interpretado a través de la acción creativa,
y al ponerse en juego con los sucesos emi-
nentemente violentos desde el rol de quien
observa, generan pautas que activan y re-
crean el uso de la memoria colectiva.
De esta fase inicial o narrativa primaria
se pasa progresivamente a una reelabora-
ción artística donde la literatura existente
presenta una visión crítica de los diversos
acontecimientos violentos, amplia lo ane-
cdótico y testimonial hacia un juego esté-
tico y reflexivo, proponiendo una manera
recreada del fenómeno que actúa como
fuente de inspiración.
Es de resaltar que esta clasificación no
es excluyente sino que intenta destacar
35	 Laura Restrepo. “Niveles de realidad en la literatura
de la ‘violencia’ colombiana”. p. 125. En: Once Ensayos
sobre la violencia, Bogotá: Fondo Editorial Cerec. Centro
Gaitán, 1985.
218
Ciudad
Paz-ando
AVANCES
EN
INVESTIGACIÓN
las características y condiciones tempora-
les en las cuales se crea una producción
expresiva ya que en la literatura de la vio-
lencia36
se escribe casi al mismo tiempo
de ocurridos los hechos, mientras que en
la literatura sobre la violencia37
se prolon-
ga la experiencia y la percepción, el escri-
tor no vive en la misma época sino que es
después de lo sucedido que se elabora,
“lentamente, los escritores se despojan
de los estereotipos, el anecdotismo, su-
peran el maniqueísmo y tornan hacia una
reflexión más crítica de los hechos, vis-
lumbrando una nueva opción estética y
en consecuencia, una nueva manera de
aprehender la realidad”38
.
Así entonces, se presenta un momento
de ruptura en que emerge la necesidad
de nutrir esas subjetividades, que al tener
en cuenta esas otras dimensiones y refe-
rentes históricos amplían el espectro para
la construcción de una más compleja ela-
boración y reelaboración artística.
El arte actúa allí como dispositivo y
campo dinámico para la construcción de
las representaciones sociales y activador
de la memoria, incluyendo elementos que
con frecuencia son excluidos en los insu-
mos que conforman la memoria instituida.
Es necesario establecer, en este punto, la
salvedad frente a la posibilidad de eviden-
ciar en algunos discursos literarios, la ten-
dencia hacia la reproducción de la memo-
ria oficial. Ello se refleja en el control que
se puede ejercer sobre los discursos que
circulan y que son manipulados con el fin
de instaurar una única versión de realidad
con pretensión de verdad.
La narrativa configurada a través de la
literatura acerca de la Violencia se cons-
tituye en una multiplicidad de versiones
que permanecen en lucha constante con
la memoria reproducida desde los relatos
denominados como oficiales y que pese a
su condición de materialidad, aún se man-
tienen en escenarios ocultos.
36	 “Literatura de la violencia, la llamamos así cuando
hay un predominio del testimonio, de la anécdota sobre
el hecho estético. En ésta novelística no importan los pro-
blemas del lenguaje, el manejo de los personajes o la es-
tructura narrativa, sino los hechos, el contar sin importar
el cómo. Lo único que motiva es la defensa de una tesis”.
Augusto Escobar Mesa. Literatura y violencia en la línea
del fuego, Bogotá: Ediciones Fundación Universidad
Central, 1997. P. 116.
37	 “Literatura sobre la violencia. A- En esta novelística,
la experiencia vivida o contada por otros, el drama his-
tórico queda sujeto a la reflexión que se realice sobre él
mismo, a la mirada crítica sobre la violencia que actúa
como reguladora y a la vez como factor dinámico”. Ibíd.
p. 126.
38	 Ibíd. p. 114.


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  • 1. 203 Ciudad Paz-ando AVANCES EN INVESTIGACIÓN Memoria oficial y otras memorias: la disputa por los sentidos del pasado Grupo de Investigación Cyberia1
  • 2. 204 Ciudad Paz-ando AVANCES EN INVESTIGACIÓN A mediados del siglo XX la me- moria se convirtió en una cate- goría significativa en el campo de las ciencias sociales, relacionándose indudablemente con lo que Elizabeth Je- lin denominó “explosión de la memoria”2 , que se manifiesta en diversidad de prác- ticas sociales en la vida cotidiana de las sociedades contemporáneas y van cons- tituyendo múltiples formas de culto al pa- sado, llegando al punto en el que como lo afirma Traverso, “Hoy, todo se transforma en memoria”3 . En el ámbito académico e investigativo el aumento de las reflexiones y debates apropósito de la memoria permitieron am- pliar y complejizar los desarrollos concep- tuales propuestos por autores considera- dos como clásicos en dicho campo teóri- co: en la sociología Maurice Halbwachs, en la fenomenología y la hermenéutica Paul Ricoeur y en la historia Pierre Nora y Jacques Le Goff. En la actualidad, los mayores aportes se encuentran en contextos de países que vivieron represiones políticas en las dicta- duras militares o guerras civiles, como lo es el caso de España en donde se locali- zan una importante cantidad de documen- tos e investigaciones sobre las memorias del periodo de la guerra civil4 , o algunos países del Cono Sur que en el marco del Panel Regional de América Latina (RAP) del Social Science Research Council ade- lantan una serie de investigaciones que tiene como objetivo fundamental fomentar la investigación y formación de jóvenes in- vestigadores sobre la memoria de los pe- riodos de dictadura y represión. Colombia no es ajena a éste fenómeno, por el contrario, se observa cómo desde diversas instituciones académicas y or- ganizaciones comunitarias se promueven eventos, proyectos y programas tendientes a realizar procesos de elaboración de me- moria desde distintos enfoques teóricos y disciplinarios, o a partir de las experiencias vividas en el marco del conflicto social y ar- mado y de las expectativas de futuro frente Página anterior. 1 Orlando Silva Briceño, profesor de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Jorge Enrique Aponte Otálvaro, Paula Viviana Cano Jaramillo, Diego Fernan- do Díaz Franco, Nathalia Martínez Mora, José Joaquín Pinto Bernal, Angie Johana Pineda Ardila, licenciados en Educación Básica con Énfasis en Ciencias Sociales, de la Universidad Distrital. 2 Elizabeth Jelin. Los trabajos de la memoria. Madrid: Siglo Veintiuno editores, 2002. 3 Enzo Traverso. “Historia y memoria: notas sobre un debate”. En: FRANCO, Marina. LEVIN, Florencia (Comp.) Historia reciente: perspectivas y desafíos para un campo en construcción. Buenos Aires: Paidós, 2007, p. 67. 4 Al respecto se hallan los desarrollos teóricos de Re- yes Mate, o de Paloma Aguilar, quien tiene un trabajo ex- tenso sobre las memorias de la política o las políticas de la memoria en el contexto español.
  • 3. 205 Ciudad Paz-ando AVANCES EN INVESTIGACIÓN a la situación actual. No obstante, algunas de estas propuestas se hallan vinculadas a una cultura de la memoria relacionada con una forma de exaltación del pasado, que concibe a la memoria como un mecanismo cultural para consolidar el sentido de perte- nencia a comunidades o grupos, anclados en el imaginario de la identidad nacional y que pretenden imponer un supuesto pro- ceso de posconflicto, que desdibuja e inhi- be otras posibles construcciones sociales del pasado por fuera de marcos sociales de memoria propuestos por los proyectos de Estado Nacional, y que desconocen la vigencia y presencia actual del conflicto en el país. En este contexto, el presente docu- mento pone en discusión las categorías de Memoria Oficial y lo que se designa como Otras Memorias, pretendiendo re- coger las diferentes nominaciones que se le han dado a la memoria en oposición a la versión oficial. Igualmente, realizar una aproximación conceptual de dichas categorías desde los avances teóricos de diversos autores y presentar a mane- ra de ejemplo, dos expresiones de otras memorias sobre la violencia en Colombia: la memoria gaitanista y la memoria de la violencia en la literatura colombiana. Así mismo, en el texto se amplía la discusión de la relación entre memoria e historia adelantada por el grupo de inves- tigación CYBERIA de la Universidad Dis- trital, en el marco de la investigación “La primera violencia en la enseñanza de las ciencias sociales, entre la memoria oficial y otras memorias: el caso de seis institu- ciones educativas en Bogotá” financiada por el IPAZUD, que permita construir unos criterios teóricos, para posteriormente analizar la manera como la memoria apa- rece en el ámbito de la enseñanza de las ciencias sociales. Memoria oficial En el mundo moderno occidental, la Historia, en su configuración como dis- ciplina, se entendió como conocimiento racional orientado a la constitución de un régimen de verdad sobre el pasado, configurándose como dispositivo de sa- ber sobre aquello que podría ser admitido como verdadero o falso en los discursos del pasado y sus repercusiones sobre el presente. De esta forma, la memoria so- cial quedó reglada bajo los esquemas de disciplinamiento y control, instituyendo un sistema de regulación discursivo. Este sistema de control y de exclusión a su vez diseñó una narrativa común so- bre el pasado de las naciones que vendría a establecerse como mito fundador de la nacionalidad. Por tal razón, se instauraron las historias nacionales, que como discur- sos, generaron unos dispositivos sociales e institucionales convirtiendo una versión de la memoria colectiva en memoria ofi- cial y determinando sus condiciones de utilización y circulación. En la producción teórica sobre la me- moria, lo oficial es entendido como los dis- cursos sobre el pasado que se producen desde los Estados Nacionales, buscando la conformación de vínculos de pertenen- cia a ellos. Elizabeth Jelin al referirse a la memoria oficial afirma que:
  • 4. 206 Ciudad Paz-ando AVANCES EN INVESTIGACIÓN …en los procesos de formación del Esta- do –en América Latina a lo largo del siglo XIX, por ejemplo- una de las operaciones simbólicas centrales fue la elaboración del gran relato de la nación. Una versión de la historia que, junto con los símbolos patrios, monumentos y panteones de hé- roes nacionales, pudiera servir como nodo central de identificación y de anclaje de la identidad nacional5 . Además, señala el sentido de estos relatos al preguntar y responder por la pretensión de dichas memorias oficiales: “¿Para qué sirven estas memorias ofi- ciales? Son intentos más o menos cons- cientes de definir y reforzar sentimientos de pertenencia, que apuntan a mantener la cohesión social y a defender fronteras simbólicas […] Al mismo tiempo, propor- cionan los puntos de referencia para ‘en- cuadrar’ las memorias de grupos y sec- tores dentro de cada contexto nacional”6 . Intención que implica subsumir o someter otras posibles narrativas del pasado con- tenidas en lógicas diferentes a la de la for- ma de Estado Nacional. Como proceso activo de consti- tución de los sujetos nacionales, la implementación social de unas prácticas de memoria oficial requiere de agentes o actores que dinamicen dicho proceso, pero como en todo campo social, la me- moria se convirtió en un campo de lucha y los actores en protagonistas de la disputa, con el propósito de hegemonizar el cam- po de la memoria, siendo prevaleciente el papel de los actores estatales quienes lograron consolidar y poner a circular una forma de memoria hegemónica, la histo- ria/memoria oficial: Se trata de actores que luchan por el po- der, que legitiman su posición en vínculos privilegiados con el pasado, afirmando su continuidad o su ruptura. En estos inten- tos, sin duda los agentes estatales tienen un papel y un peso central para establecer y elaborar la historia/memoria oficial. Se torna necesario centrar la mirada sobre conflictos y disputas en la interpretación y sentido del pasado, y en el proceso por el cual algunos relatos logran desplazar a otros y convertirse en hegemónicos7 . En un sentido parecido, Enzo Traverso plantea la discusión acerca de la configu- ración de una memoria oficial en términos de memorias fuertes y memorias débiles, al respecto expresa que: “Hay memorias oficiales alimentadas por instituciones, in- cluso Estados, y memorias subterráneas, escondidas o prohibidas. La visibilidad y el reconocimiento de una memoria de- penden también, de la fuerza de quienes la portan. Dicho de otra manera hay me- morias fuertes y memorias débiles”8 . La fuerza de una memoria, por éste autor, es identificada por su reconocimiento públi- co e institucional más que por el ejerció 5 Jelin. Óp. Cit., p. 40. 6 Ídem. 7 Ídem. 8 Enzo Traverso. El pasado instrucciones de uso. Historia, memoria, política. Barcelona: Marcial Pons, 2007, p. 48.
  • 5. 207 Ciudad Paz-ando AVANCES EN INVESTIGACIÓN que de ella realice la fuerza estatal, con- trario a lo planteado por Jelin. Sin embar- go, los dos comparten la idea de que las memorias oficiales o fuertes tienen como función la de someter o eliminar las me- morias contra-hegemónicas o memorias débiles. Paul Ricoeur también parte por consi- derar a las memorias oficiales como las agenciadas por el Estado y sugiere que uno de los papeles de la historia crítica en oposición a la historia oficial, es el de se- ñalar a la memoria oficial y a la producción de sentido que desde allí se hace, sus ol- vidos, omisiones y resultados de ella. Por tanto, considera que “…lo que está en juego en este punto es la identidad que trata de justificar la historia oficial (…) lo más difícil no es contar de otra manera o dejarse contar por otros, sino contar de otra manera los acontecimientos fundado- res de nuestra propia identidad colectiva, principalmente nacional”9. Se desprende de éste enunciado la necesidad de cons- truir diferentes narrativas sobre el pasado que permitan redefinir la construcción de nuevas formas de identidad colectiva de carácter diverso, de una identidad plural. En el agenciamiento que realiza el Es- tado por medio de la memoria/historia oficial, éste determina las reglas, las con- diciones de uso e inclusive las condicio- nes de existencia de ella, la institución de un origen, que legitima la derrota de “los otros”, los vencidos. A este respecto ma- nifiesta Ricoeur que: Esunhechoquenoexistecomunidadhistó- rica que no haya nacido de una relación que se puede llamar originaria con la guerra. Lo que celebramos con el titulo de aconteci- mientos fundadores, son en lo esencial ac- tos de violencia legitimados luego por un Estado de Derecho precario, legitimados en ultimo termino por su antigüedad misma, por su vetustez. Los mismos acontecimien- tos significan para unos la gloria, para otros la humillación (…) Así es que encuentran guardados, en los archivos de la memoria colectiva, heridas reales y simbólicas10 Las otras memorias, las memorias di- vergentes, están presentes en la ausen- cia, en el silenciamiento e invisibilidad de la memoria oficial. Las heridas abiertas de los pueblos o colectivos humanos venci- dos o en resistencia, son la condición que hace posible una permanente emergen- cia de otras memorias, que con su fuerza reivindicativa, reeditan el combate por el sentido del pasado, la necesidad de com- batir por la memoria. 9 Paul Ricoeur. La lectura del tiempo pasado: Memoria y olvido. España: Arrecife, 1998. p. 48. 10 Paul Ricoeur. citado por Carlos Demasi. “Entre la ru- tina y la urgencia”. En: JELIN, Elizabeth. LORENZ, Fe- derico Guillermo. (Comp.) La escuela elabora el pasado. Argentina: Siglo Veintiuno Editores, 2004, pp. 133-134.
  • 6. 208 Ciudad Paz-ando AVANCES EN INVESTIGACIÓN Otras memorias En la delimitación del concepto de me- moria oficial realizado en el apartado ante- rior, se hizo evidente, como éste, a su vez está constituido por sus correlatos: memo- rias (Jelín), memorias débiles (Traverzo), historia critica (Ricoeur), que se pueden complementar con otras denominacio- nes, contra-memoria (Nora11 , Foucault12 ), contra-memoria crítica (Cuesta13 ), memo- rias disidentes (Gnneco y Zambrano14 ), contra-historia desde abajo (Wachtel15 ), nominaciones que permiten evidenciar la presencia y potencia de otras memorias en la disputa por los sentidos del pasado, en antagonismo a la memoria oficial. Contra - historias El nodo central de tensión en el debate entre memoria oficial y otras memorias es el de la legitimidad de la historia, su uso para oficializar un régimen de verdad so- bre el pasado y la subordinación de la me- moria a dicho objetivo; por ello, las postu- lados que pretenden abrir la perspectiva del pasado en el marco de la memoria, y la apertura al reconocimiento social de una multiplicidad de sentidos del pasado, parten de tomar distancia crítica de la his- toria y la relación y uso que ésta hace de la memoria: “Como Memoria e Historia no están separadas por barreras insalvables, sino que interaccionan permanentemen- te, surge una relación privilegiada entre las “memorias fuertes y la escritura de la historia. Cuanto más fuerte es la memoria –en términos de reconocimiento público e institucional-, más el pasado de la que es vector deviene susceptible de ser explora- do y elaborado como Historia”16 . Desde hace varias décadas en el mis- mo seno de la historia surgieron y se con- solidaron tendencias que desde una pers- pectiva crítica, generaron alternativas para contrarrestar el efecto homogenizador y la pretensión de un relato único, univoco y excluyente sobre el pasado, en el que la memoria es usada, tan solo como un reci- piente de información para el historiador; es el caso de las historias desde abajo y particularmente la historia oral que tiene como uno de sus objetivos, otorgarle a la memoria colectiva un lugar alternativo frente a la historia, en un sentido contra- hegemónico, que haga emerger múltiples versiones del pasado desde el lugar de los grupos y pueblos subalternizados: El uso que le han dado los historiadores a la memoria parece ser, en primera instan- 11 Pierre Nora. Les lieux de mémoire. Paris: Gallimard, 1997. 12 Michel Foucault. Microfísica del poder. Madrid: La piqueta. 1991. 13 Raimundo Cuesta. Los deberes de la memoria. Barce- lona: Octaedro, 2007. 14 Cristóbal Gnecco y Marta Zambrano. Memorias he- gemónicas, memorias disidentes el pasado como política de la historia. Bogotá: Instituto Colombiano de Antropo- logía, 2000. 15 Nathan Wachtel. “Memoria e historia”. En: Revista Colombiana de Antropología (Bogotá). Vol. 35, (Ene. / Dic. 1999), pp. 70-90. 16 TRAVERSO, Enzo. El pasado instrucciones de uso. Óp. cit., p. 55.
  • 7. 209 Ciudad Paz-ando AVANCES EN INVESTIGACIÓN cia, documental: busca obtener informa- ción de testigos vivos para complemen- tar o incluso para reemplazar los datos proporcionados por las clásicas fuentes escritas. Pero, de hecho, este recurso a una nueva técnica va más allá del simple interés por la documentación. Implica el cuestionamiento de la historiografía oficial que tiende a darle un lugar privilegiado a los actores dominantes de la historia. De lo que se trata es de salvar el mundo de la gente común –los dominados- del olvido, con la ayuda de testimonios orales […] De este modo, uno de los propósitos de la historia oral es elaborar una contra-his- toria desde abajo, y reconstruir la versión del “conquistado” –minorías étnicas o culturales, mujeres o trabajadores-17 . Las contra-historias, por tanto, se constituyen en formas de constitución identitaria de los colectivos sociales sub- alternizados, que encuentran en ellas un lugar de lucha, una opción para deslegi- timar las historias oficiales, las versiones hegemónicas de los “vencedores”, ha- ciéndose necesario replantear entonces las múltiples relaciones que se pueden establecer entre historia y memoria: … no hay una manera única de plantear la relación entre historia y memoria. Son múltiples niveles y tipos de relación. Sin duda, la memoria no es idéntica a la histo- ria, aun (y especialmente) en sus tergiver- saciones, desplazamientos y negaciones, que plantean enigmas y preguntas abier- tas a la investigación. En este sentido la memoria funciona como estímulo en la elaboración de la agenda histórica. Por su parte, la historia permite cuestionar y probar críticamente los contenidos de las memorias, y esto ayuda en la tarea de narrar y transmitir memorias críticamente establecidas y probadas18 . Actualmente el desafío para la histo- ria y la memoria, es el de constituir lazos críticos que les permitan un debate fluido sobre los sentidos que se construyen del pasado y la disputa que se establece por instituirlos como parte de la construcción de las identidades de los pueblos. Así mismo, el reto es el de abrir la memoria como un campo fecundo, en permanente reelaboración, que responda a las inquie- tudes que surgen cada presente. Memorias disidentes Así como en el seno de la historia se impulsa el debate de la legitimidad de las historias y memorias oficiales, en las perspectivas y tendencias de pensamien- to poscolonial y decolonial se denuncia la sujeción epistémica del pensamiento en el continente americano a los sistemas de conocimiento occidental, teniendo como consecuencia que otras concepciones de mundo y de realidad hayan sido invisibili- zados y calificados bajo denominaciones peyorativas, tales como, no civilizadas, bárbaras, salvajes e irracionales. 17 WACHTEL. Óp. cit., p. 72. 18 Elizabeth Jelin. Los trabajos de la memoria. Óp. cit., p. 75.
  • 8. 210 Ciudad Paz-ando AVANCES EN INVESTIGACIÓN La carga negativa atribuida por el oc- cidente moderno a otras formas de pen- samiento no occidentales, es producto de la herencia colonial, en el que la Historia jugó y juega un papel determinante en el proceso de conquista y de imposición del mundo simbólico que sustenta la subal- ternización de los pueblos dominados: La historia impuesta por los colonizado- res no borra, simplemente, la historia de los colonizados. Lo que la historia co- lonial hace es mucho más perverso (y efectivo): distorsiona, confunde, agrupa. El colonialismo no destruye tanto como construye; esa construcción es insidiosa y, ciertamente, más efectiva que la simple destrucción. El universo simbólico de las historias conquistadas nunca es el mismo después de la intervención de la máquina colonial. Las disciplinas históricas profun- dizaron este proceso19 . Cristóbal Gnecco y Martha Zambrano abordan el debate de historia y memoria como un enfrentamiento directo entre los que trabajan por la construcción colectiva de una memoria común de los pueblos, a los cuales su pasado les ha sido distor- sionado por una memoria oficial instituida o “hegemónica”, y quienes haciendo fren- te a ésta, tratan de preservar un pasado común, local, particular y alternativo a los procesos históricos nacionales. Esta tensión hace evidente una pugna entre dos tipos de protectores del pasa- do; por un lado, los que defienden unas memorias hegemónicas que tienden a estimular una dominación política enca- minada a la aprensión y apropiación de versiones del pasado conjuntas y ho- mogéneas, por medio de dispositivos legítimos como la historia en el que: “la dominación política, requiere de la his- toria y de la memoria,[…] expresada en la imposición de versiones particulares o parciales como universales y comunes en la oclusión, exclusión y silenciamiento del sentido vivido del pasado de los grupos subordinado, pero también en su coloni- zación y expropiación […] y domestica- ción”20 , y de otra parte, aquellos que se aferran a la construcción y conservación de un tipo de “memorias disidentes”, que permiten la preservación de la diversidad en la reconstrucción del pasado, en el que los actores de los grupos subalterniza- dos, participan intensamente en la cons- trucción de la memoria y la historia pues: “en la batalla por la definición de la his- toria también participan activamente do- minados y subalternos con proyectos de 19 Cristóbal Gnecco y Carolina Hernández. La historia y sus descontentos: estatuas de piedra, historias nativas y arqueólogos. Artículo aceptado para la publicación en Current Anthropology. 2007, p. 2. 20 Cristóbal Gnecco y Marta Zambrano. Memorias he- gemónicas, memorias disidentes el pasado como política de la historia. Óp. cit., p. 12.
  • 9. 211 Ciudad Paz-ando AVANCES EN INVESTIGACIÓN contestación, inclusión y descolonización. Esta confrontación sitúa las relaciones de poder como terreno privilegiado para la definición, circulación y transmutación de la memoria”21 . La perspectiva decolonial abre el es- pacio a la memoria, impulsa la apertura y expansión de distintas narrativas y sen- tidos del pasado, favorece la diversifica- ción de los lugares de la memoria, en el que las huellas del pasado no solo están en los restos arqueológicos o en los do- cumentos de los archivos, que son tra- dicionalmente utilizados para darle base empírica a la disciplina histórica, si no en otras superficies materiales y simbólicas, como voces de otras memorias: …la voz del pasado tan limitada a los do- cumentos de archivo y a las excavaciones empieza a hacerse oír desde rincones nue- vos: la arquitectura, el cuerpo, la autobio- grafía, el paisaje y la ritualización. De esta manera la naturaleza del texto histórico se amplía dramáticamente. Esta concepción expandida no solo pone al desnudo la hegemonía de occidente con sus dispo- sitivos de memoria y olvido si no también los contextos sociales en los que ocurre la construcción de sentido histórico22 A partir de la perspectiva decolonial el desafío que se presenta a las ciencias so- ciales y de manera particular a la historia, en su vínculo fundamental con la memoria, reside en poner en suspenso los contextos y las formas en las cuales ha sido consti- tuida una forma oficial de la memoria. Esto constituye un parámetro primordial para la apertura de debates que tengan como centro los contenidos y las prácticas tradi- cionales de institucionalización, de un tipo de memoria y de percepción del pasado. Del mismo modo, se busca favorecer pro- cesos de reconstrucción del pasado des- de miradas propias, incluyentes y con una presencia constante de múltiples luchas, que fortalezcan y nutran constantemente estos trabajos de memoria. La literatura como lugar de otras memorias El papel de la historia anclada en sus referentes disciplinares, como se ha se- ñalado anteriormente, es el principal lugar de tensión en la discusión con la memo- ria, sosteniendo una constante tensión con otras formas de hacer historia o de narrar el pasado. En contraste, las otras memorias, cuyos fines se orientan hacia la recuperación de elementos excluidos del relato predominante instaurado por las tendencias tradicionales de investiga- ción histórica y de las formas de hacerla pública, ponen en cuestión nuevamente uno de los aspectos más discutidos y re- currentes en la producción historiográfica, tal y como, el de la naturaleza de la narra- tiva en dicha producción. Presentándose, de igual modo, dicha tensión al interior de la historiografía, así lo evidencia Peter Burke: “en la historiografía al igual que la historia parece repetirse – con variantes-. 21 Ídem. 22 Ibíd. p. 13.
  • 10. 212 Ciudad Paz-ando AVANCES EN INVESTIGACIÓN Mucho antes de nuestra época, en el pe- riodo de la Ilustración, la hipótesis de que la historia escrita habría de ser una narra- ción de acontecimientos fue ya objeto de ataques. Entre sus atacantes se contaban Voltaire y el teórico social escocés Jhon Millar”23 . Las pugnas y debates acaecidos por la forma de narratividad o la ausencia de ésta en el modo de escribir la historia, ha conllevado a ampliar la gama de posibili- dades desde las que el historiador con- fronta y expone los múltiples recursos y referentes que utiliza y ha generado por lo menos dos formas de abordar el que- hacer histórico: el análisis estructural y la descripción de los acontecimientos. Uno de los debates entre tales tenden- cias se sitúa en el lugar de la literatura, quizá por ello, cuando Burke se ubica en esta discusión, señala cómo los histo- riadores han considerado el papel de la narrativa en la dimensión literaria como una opción fútil o poco seria para la his- toria, pues la historia “No se interesa por la cuestión de si se ha de escribir o no en forma narrativa, sino por el problema de en qué forma narrativa se ha de escri- bir”24 . Además, el uso del juego temporal aportado por la narrativa literaria, repre- senta en este escenario un reto para los historiadores, en tanto que, el tiempo es un factor de la intimidad de la historia y en cierta forma es el elemento que le da la estructura al relato y a la explicación histó- rica, mientras que en el terreno de la litera- tura, la descomposición de la continuidad temporal se constituye en una dimensión compleja pero innovadora, lo que permi- tiría elucidar nuevas posibilidades para la narración histórica. Como lo resalta Burke, algunos escri- tores modernos han descollado sus vir- tudes en el campo literario de acuerdo a sus experimentos, tales como la posibili- dad de hacer más inteligibles las guerras civiles y otros conflictos25 ; Así mismo, se da la necesidad para los narradores his- tóricos de hacerse visibles en sus relatos “no por complacencia consigo mismos sino a modo de advertencia al lector de que no son omniscientes o imparciales y que también son posibles otras interpre- taciones además de la suya”26 ; llamando la atención a que “un nuevo tipo de narra- ción podría abordar mejor que el antiguo las demandas de los historiadores estruc- turales, dando una sensación mejor del fluir del tiempo que la que suelen dar por lo general sus análisis”27 . No obstante, con cierto recelo los historiadores transi- tan hoy por el campo de la literatura. 23 Peter Burke. “Historia de los Acontecimientos y Re- nacimiento de la Narración”. En: BURKE, Peter y otros. Formas de hacer historia. Madrid:Alianza Editorial. 1993, p. 287. 24 Ibíd. p. 293. 25 Ibíd. p. 295. 26 Ibíd. p. 296. 27 Ibíd. p. 297.
  • 11. 213 Ciudad Paz-ando AVANCES EN INVESTIGACIÓN Este desplazamiento invita a plantear una relación diferente entre literatura y la historia. Ya que no se trata de un estado de subordinación donde el papel de la literatura se limita a su uso instrumental, es decir, como herramienta para la histo- riografía. Reside en un vínculo equilibrado de complementariedad, buscando difu- minar la línea que separa estos discursos narrativos que comparten un mismo refe- rente, el ser en el tiempo. El encuentro con este referente busca el acto de representar la percepción de realidad y dar sentido simbólico a la tem- poralidad. Hayden White retomando a Paul Ricoeur afirma que: “las narrativas históri- cas se parecen a las narrativas ficcionales, pero esto nos dice más sobre las ficciones que sobre las historias. Lejos de ser la an- títesis de la narrativa histórica, la narrativa ficcional es su complemento y aliado en el esfuerzo humano universal por reflexio- nar sobre el misterio de la temporalidad”28 . Esta perspectiva ubica a la literatura como expresión y representación plausible de la realidad, desarrollando versiones sobre el acontecer humano; de esta forma encon- tramos en las manifestaciones literarias (y artísticas en general) la posibilidad de materializar las percepciones temporales, que se convierten en activadores del re- cuerdo y por ello son lugares materiales de la memoria, que al pasar al escenario de lo público se convierten en referentes de una memoria colectiva. De esta forma se asume la literatura como lugar de memoria, pues ésta cuenta con la posibilidad de convertirse en un re- ferente tangible y simbólico, representado en unas condiciones de mixtura entre lo real y lo ficcional. La relación que la lite- ratura guarda con la memoria es posible determinarla principalmente de acuerdo a un eje transversal: el tiempo, ya que del sentido del pasado que logre representar una obra literaria, se constituye en una posibilidad de evocar a través de ella. Una particularidad del acto de recor- dar mediante la literatura es la co-presen- cia de los momentos, que dentro de la estructura temporal (pasado-presente-fu- turo) brindan la posibilidad de recrear me- diante una opción estética. Es así como, el sentido del pasado logra presentizarse, tal como lo afirma Pablo Dema siguiendo los postulados de Ricoeur: La imagen mental que es un recuerdo no se confunde con un producto de la imagi- nación (el cual es producto del fantasear) sino que es la presentización de algo que ocurrió realmente. La memoria nunca abandona su vocación de fidelidad y le desagrada que la verdad que busca se confunda con lo imaginario. Pero al mis- mo tiempo que es del pasado, el recuerdo se actualiza, es parte del ahora en el que comparece en la mente. Pero sigue sien- do del pasado a la vez que está presente como imagen actual29 . 28 Hayden White. El Contenido de la Forma. Narrativa, Discurso y Narrativa Histórica. Buenos Aires: Ediciones Paidós. 1992, p. 190. 29 Pablo Dema. “El relato literario y la memoria co- lectiva”. En: Revista Borradores-Vol. VIII-IX año 2008. Universidad Nacional de Rio Cuarto: http://www.unrc. edu.ar/publicar/borradores/Vol8-9/pdf/Elrelatoliterario- ylamemoriacolectiva.pdf. p 2.
  • 12. 214 Ciudad Paz-ando AVANCES EN INVESTIGACIÓN Otras memorias sobre la violencia en Colombia Memoria gaitanista de la violencia Para la reconstrucción de la memoria gaitanista sobre de La Violencia, se esta- bleció como marco de referencia tempo- ral el periodo comprendido entre 1945 a 1948, debido a que es durante este pe- riodo cuando el movimiento gaitanista se consolida, con la primera candidatura presidencial de Gaitán y se debilita por la muerte de su líder en 1948. Además de ello, los documentos en los cuales los gai- tanistas narran hechos de violencia, loca- lizados en el diario Jornada y el archivo personal de Jorge Eliécer Gaitán, se cen- tran en estos tres años. El movimiento gaitanista ubica el inicio de la Violencia en Colombia en el año de 1945, cuando sus seguidores son vícti- mas de las autoridades civiles, militares y eclesiásticas; por lo cual, durante el perio- do 1945-1948 no hablan de una Violencia bipartidista, sino de Violencia oficial en contra de un movimiento popular. Ello se encuentra disperso en las denuncias que los seguidores de Gaitán envían a través de cartas y telegramas, algunas veces publicados en el órgano de difusión pe- riodístico del movimiento, otras en sus reportajes. Denuncias que dan cuenta de hechos de “Violencia Oficial” en los once departamentos, las cuatro intendencias y en las seis comisarías en las que se en- contraba dividido el país para la época. Los relatos de los seguidores del movimiento gaitanista sobre choques o ataques, entre colectividades políticas y fuerzas institucionales; se esfuerzan por presentar a los gaitanistas como víctimas, caracterizando el periodo de 1945-1948, no cómo momento de gestación de la tensión social para la ulterior explosión del conflicto armado, entre grupos irregulares de los dos partidos, (como tradicional- mente se caracteriza), sino cómo un pro- ceso de persecución oficial al movimiento gaitanista. De esta forma el discurso y la memoria gaitanista, emergen como fuen- tes generadoras de debate para la histo- riografía de La Violencia en Colombia en- tre los años de 1945-1948. Por lo tanto, la labor de analizar y des- cribir el discurso gaitanista sobre hechos de violencia, se constituye en un esfuerzo por reconstruir otras memorias, en pro de la construcción del espacio público para la discusión entre los distintos actores en busca de la reconciliación. En nuestro país ello no ha sido posible debido a que: Ni siquiera hay un esfuerzo de recupera- ción de la memoria de las victimas iden- tificando sus nombres, un sitio para en- terrarlas, un monumento para recordarlas. Todo parecería como si el único muerto reconocible por su nombre fuera Gaitán, o como si todos los demás, los 200.000, se diluyeran en él. Gaitán, símbolo de la
  • 13. 215 Ciudad Paz-ando AVANCES EN INVESTIGACIÓN unidad del pueblo en la plaza, en la acción política, es también el símbolo de la uni- dad en la muerte. En cierto modo, la me- moria de Gaitán personifica, y al mismo tiempo anula, la memoria de los demás30 . Los gaitanistas al ser parte un movi- miento populista en pugna por el poder, entendieron el fenómeno de la Violencia 1945-1948 como un proceso de elimina- ción sistemática de sus cuadros organi- zativos, llevado a cabo por los dirigentes y simpatizantes de las fuerzas contendo- ras en la dinámica electoral: el liberalismo oficial, el partido conservador oficial y el disidente. En esta dinámica no solo se- rian responsables de la violencia los an- tes citados, sino que al estar el oficialismo conservador en el poder, serán también incriminados los miembros de las fuerzas militares y de la iglesia. De esta forma, la publicación de la de- nuncias en diario Jornada era promovida como herramienta de legitimación de la oposición del gaitanismo al gobierno na- cional y al oficialismo liberal, en la medida en que respalda las acciones directas no violentas llevadas a cabo por Gaitán para denunciar las mismas, tales como mar- chas, mítines y memoriales de agravios, ante el gobierno. En este proceso la mayor parte de las comunicaciones eran la ante- sala para la realización de marchas multi- tudinarias en contra de la Violencia o para la realización de comicios electorales, en donde el gaitanismo se presentaba como sector disidente del partido liberal. Por esta razón, las denuncias no solo pueden ser analizadas como hechos fácticos, sino también como componentes esenciales del proyecto de salvación, promovido por el discurso populista del gaitanismo, de- mandas inmersas en una dinámica de es- trategias políticas en aras del acceso del movimiento al poder del Estado. Desde el punto de vista de Laclau31 se puede afirmar que para consolidar su en- trada a la esfera del Estado, el gaitanismo diseñó como movimiento populista, una estrategia de construcción de equivalen- cias entre demandas particulares sobre hechos de violencia, homogenizando las demandas a través de la publicación en una primera instancia de las particulares (telegramas), la consolidación de los pun- tos en común entre éstas (reportajes) y la constitución de referentes simbólicos generales (pueblo perseguido, barbarie oligárquica), a través de los memoriales expuestos por Jorge Eliécer Gaitán al go- bierno nacional. Ello permitió la inserción de un componente dentro del discurso de salvación del movimiento gaitanista: la eli- minación de la confrontación armada en- tre facciones políticas y fuerzas oficiales. En este contexto la memoria gaitanista reporta una periodización de la Violencia distinta a la de la historiografía tradicional. Mientras que para la historia la Violencia en Colombia inicia en 1948 antecedida por un clima de gestación de tensión social de 1930 a 1948, para el movimiento gaitanis- ta la Violencia en Colombia inicia en 1945 30 Ibíd. p. 96. 31 Ernesto Laclau. La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. 2005.
  • 14. 216 Ciudad Paz-ando AVANCES EN INVESTIGACIÓN como fenómeno de persecución de secto- res institucionales a sus seguidores. La dinámica de producción de los rela- tos sobre la Violencia por parte de los gai- tanistas, se relaciona con la constitución de una línea divisoria entre la población, a la que sus demandas no son atendidas, y las fuerzas oficiales. En este proceso se pretende constituir el gaitanismo como movimiento que encarna la representa- ción total de sectores descontentos con la administración conservadora, donde los seguidores de Gaitán serán la garantía de la reconstrucción del orden social perdido a causa del conservatismo. Memoria de la violencia en la literatura La literatura como forma narrativa se convierte en superficie de emergencia de otras memorias, de otras formas de per- cepción y expresión, que presenta de ma- nera tangible en el escenario de lo públi- co, otra posibilidad para la construcción de la memoria colectiva. Justamente “La indagación por la memoria nos conduce a sus usos sociales y a los modos en que, en la sociedad la memoria se torna en un campo de conflictos y resistencias, en es- cenario de dolor y perdida, en conjunto social frente a la irrupción generalizada de la violencia”32 . De esta manera, se conci- be a la literatura como marco en el cual se configura una construcción de narrativas que operan desde diferentes niveles de realidad que: “… implica ver por un lado, el esquema dentro del cual encuadran su visión de la realidad, y por otro, el grado de complejidad de las técnicas y recursos 32 Pilar Riaño Alcalá, Suzanne Lacy y Olga Cristina Agudelo. Arte, memoria y violencia, reflexiones sobre la ciudad. Medellín: Corporación Región, 2003. p 7. 33 Laura Restrepo. Niveles de realidad en la literatura de la “violencia” colombiana. p 127. En: Once Ensayos sobre la violencia. Fondo Editorial CEREC Publicado por Centro Gaitán, 1985. 34 Obras pictóricas como la de DéboraArango se constitu- yen en representativas frente a las imágenes plasmadas sobre la época denominada como “la violencia en Colombia”. narrativos que utilizan para plasmar tal vi- sión de la realidad”33 . El periodo denominado por el relato his- tórico hegemónico como la Violencia en Co- lombia, generó gran conmoción e impacto en los habitantes tanto del escenario urba- no como rural, ocasionando una gran pro- ducción de trabajos en el campo artístico que expresan diversas formas de percibir la Violencia; los géneros literarios, la pintura34 y el cine son muestra de dichas percepciones de la realidad a nivel macrosocial. En un momento inicial, la literatura se presenta como herramienta narrativa pri- maria. Los testigos directos de la Violencia acuden masivamente a ésta como medio que les permite manifestar sus vivencias y testimonios, aunque literariamente sus obras no sean resaltadas debido a la au- sencia y desconocimiento del uso de téc- nicas literarias. El tardío movimiento de la literatura en nuestro país revela la dificultad que pre- sentan los autores que para la época, re- curren al uso de géneros literarios como la novela, sin tener en cuenta la importancia e influencia de adquirir un fortalecimiento crítico frente a los acontecimientos y a su
  • 15. 217 Ciudad Paz-ando AVANCES EN INVESTIGACIÓN relación con la ruta artística; ello no resta valor a su aporte para la construcción de la memoria colectiva: Con la “Violencia” parece suceder algo diferente: a partir de su misma irrupción desata un fenómeno literario colectivo; in- mediatamente comienzan a escribirse pan- fletos y novelas que le siguen los pasos a su desarrollo denunciando, dando voces de alarma, rindiendo testimonio. Es innegable que, desde un punto de vista estrictamente literario es deficiente por lo general, esta li- teratura inicial de la “Violencia”; pero tam- bién es evidente que tiene el gran interés de ser una respuesta literaria masiva que sur- ge a la luz de los propios acontecimientos plasmándolos en vivo; quizás por primera vez en Colombia la literatura, en forma generalizada, se integraba a la realidad, desenvolviéndose paralelamente con los hechos. Los primeros novelistas de la “Vio- lencia” son actores directos en ésta, juegan en ella el papel de testigos presenciales y la juzgan a través de sus obras35 . Recurrir a las formas narrativas de la literatura fue un foco que permitió a mu- chos autores manifestarse frente al fenó- meno de la Violencia, caracterizándose éste como uno de los temas más retoma- dos en la producción literaria. Algunas de las obras que podemos reseñar son las siguientes: “9 de abril” de Pedro Gómez Corena, “Los olvidados” de Alberto Lara Santos, “La calle 10” de Manuel Zapata Olivella, “el día del odio” de José Oso- rio Lizarazo, “El cristo de espaldas” de Eduardo Caballero Calderón y “Las gue- rrillas del llano” de Eduardo Franco Isaza, entre otras y que evidencian una significa- tiva producción en el contexto del proce- so de la Violencia en Colombia Al proponerse en el ámbito de lo pú- blico, el resultado de esta oleada de pro- ducciones literarias, revela masivamente multiplicidad de relatos sobre la Violencia, sus sentidos y significados que se expre- san a partir de la experiencia vivida. El pa- pel del arte encarnado en la obra literaria tiene una carga de carácter simbólico que interpretado a través de la acción creativa, y al ponerse en juego con los sucesos emi- nentemente violentos desde el rol de quien observa, generan pautas que activan y re- crean el uso de la memoria colectiva. De esta fase inicial o narrativa primaria se pasa progresivamente a una reelabora- ción artística donde la literatura existente presenta una visión crítica de los diversos acontecimientos violentos, amplia lo ane- cdótico y testimonial hacia un juego esté- tico y reflexivo, proponiendo una manera recreada del fenómeno que actúa como fuente de inspiración. Es de resaltar que esta clasificación no es excluyente sino que intenta destacar 35 Laura Restrepo. “Niveles de realidad en la literatura de la ‘violencia’ colombiana”. p. 125. En: Once Ensayos sobre la violencia, Bogotá: Fondo Editorial Cerec. Centro Gaitán, 1985.
  • 16. 218 Ciudad Paz-ando AVANCES EN INVESTIGACIÓN las características y condiciones tempora- les en las cuales se crea una producción expresiva ya que en la literatura de la vio- lencia36 se escribe casi al mismo tiempo de ocurridos los hechos, mientras que en la literatura sobre la violencia37 se prolon- ga la experiencia y la percepción, el escri- tor no vive en la misma época sino que es después de lo sucedido que se elabora, “lentamente, los escritores se despojan de los estereotipos, el anecdotismo, su- peran el maniqueísmo y tornan hacia una reflexión más crítica de los hechos, vis- lumbrando una nueva opción estética y en consecuencia, una nueva manera de aprehender la realidad”38 . Así entonces, se presenta un momento de ruptura en que emerge la necesidad de nutrir esas subjetividades, que al tener en cuenta esas otras dimensiones y refe- rentes históricos amplían el espectro para la construcción de una más compleja ela- boración y reelaboración artística. El arte actúa allí como dispositivo y campo dinámico para la construcción de las representaciones sociales y activador de la memoria, incluyendo elementos que con frecuencia son excluidos en los insu- mos que conforman la memoria instituida. Es necesario establecer, en este punto, la salvedad frente a la posibilidad de eviden- ciar en algunos discursos literarios, la ten- dencia hacia la reproducción de la memo- ria oficial. Ello se refleja en el control que se puede ejercer sobre los discursos que circulan y que son manipulados con el fin de instaurar una única versión de realidad con pretensión de verdad. La narrativa configurada a través de la literatura acerca de la Violencia se cons- tituye en una multiplicidad de versiones que permanecen en lucha constante con la memoria reproducida desde los relatos denominados como oficiales y que pese a su condición de materialidad, aún se man- tienen en escenarios ocultos. 36 “Literatura de la violencia, la llamamos así cuando hay un predominio del testimonio, de la anécdota sobre el hecho estético. En ésta novelística no importan los pro- blemas del lenguaje, el manejo de los personajes o la es- tructura narrativa, sino los hechos, el contar sin importar el cómo. Lo único que motiva es la defensa de una tesis”. Augusto Escobar Mesa. Literatura y violencia en la línea del fuego, Bogotá: Ediciones Fundación Universidad Central, 1997. P. 116. 37 “Literatura sobre la violencia. A- En esta novelística, la experiencia vivida o contada por otros, el drama his- tórico queda sujeto a la reflexión que se realice sobre él mismo, a la mirada crítica sobre la violencia que actúa como reguladora y a la vez como factor dinámico”. Ibíd. p. 126. 38 Ibíd. p. 114. 