Carl Rogers enfatiza que la buena vida es un proceso que se centra en la autenticidad y la comprensión empática dentro de la relación terapéutica. Propone que la naturaleza humana es inherentemente bondadosa y que, con un ambiente de aceptación incondicional, las personas pueden alcanzar su verdadero potencial. La congruencia entre las experiencias internas y el comportamiento del individuo es fundamental para su desarrollo personal y emocional.