Hermanos, reciban esta exhortación con amor firme: Si usted no ha creído, cállese; no hable de lo que no sabe, no suponga ni repita rumores piadosos. Vaya primero a Dios, póngase de rodillas y pídale que produzca en usted el fruto de la fe; oiga su Palabra, porque la fe viene por el oír (Romanos 10:17).
Pero si ha creído, hable: ¿Quién dio la boca al hombre? (Éxodo 4:11). No como una cacatúa que repite eslóganes, sino con razón. Glorifique a Cristo como Señor en su corazón y esté siempre preparado para dar razón de su esperanza, 1 Pedro 3:15), con paciencia (2 Timoteo 2:24–25), con amor (1 Corintios 13), y con doctrina sana (Tito 2:1).
Hable El Evangelio auténtico con claridad y sobriedad, sin adornarlo ni diluirlo; no haga de su anécdota el centro, haga de Cristo crucificado y resucitado El Mensaje. Recuerde: “Creí, por tanto hablé” (2 Corintios 4:13); El Rey lo ha constituido embajador (2 Corintios 5:20) y le autoriza para ser su boca.
Que sus palabras no sean gritos para vencer discusiones, sino verdad con mansedumbre que convence conciencias; no espuma emocional, sino Gracia sazonada con sal (Colosenses 4:6) que edifica y llama al arrepentimiento. Estudie La Escritura, ore por denuedo (Confianza para controlar su nerviosismo), viva de manera coherente y entonces hable en Su Nombre: Corto o largo, en público o en privado, con uno o con multitudes, pero hable lo que ha creído. Cuando la fe es real, la boca no se calla y el cielo respalda ese testimonio.