Cicerón acusa a Catilina de abusar de la paciencia del Senado romano y del pueblo con su conspiración para derrocar al gobierno. Aunque el Senado y el cónsul son conscientes de los planes de Catilina, aún no han tomado medidas para detenerlo. Cicerón argumenta que, siguiendo el ejemplo de figuras históricas como Escipión el Africano y Servilio Ahala, los cónsules deberían ejecutar a Catilina para proteger a la república de sus peligrosos actos sedicios