Jesús sabía que su predicación del Reino de Dios le podía acarrear la muerte, dado que las autoridades judías lo veían como un blasfemo. En la Última Cena, Jesús interpretó su inminente muerte violenta como una entrega y sacrificio por la salvación de la humanidad, instituyendo la Eucaristía para conmemorarlo. Jesús afrontó su destino con esperanza en Dios y solidaridad con los más necesitados.