Un científico de Arizona llevó a cabo un experimento en el que un condenado a muerte participó creyendo que estaba perdiendo sangre, cuando en realidad no se le había hecho daño. El condenado, bajo la influencia de su mente, sufrió un paro cardíaco debido a su creencia de que estaba perdiendo sangre. Este experimento demostró cómo la mente puede influir en el cuerpo y la importancia de filtrar lo que pensamos.