La Narrativa del Conocimiento ©
Boletín de difusión del Pensamiento
Publicación virtual quincenal
Textos y Fotografías de Fernando de Alarcón
Nueva época - Vol. I No. 3 Marzo de 2011
El Idealismo Posible o La Imaginación Pragmática (2)
Es útil hablar de la felicidad a los desdichados para enseñarles a cono-
cerla. Si quienes se sienten dichosos explicaran de manera sencilla los
motivos de su satisfacción, se vería que entre la tristeza y la alegría, sólo
hay una diferencia entre la aceptación algo más sonriente e iluminada y
una esclavitud hostil y sombría; entre una interpretación estrecha y obsti-
nada y una interpretación armoniosa y amplia. Entonces se darán cuenta
de que en su corazón poseen los elementos de esa felicidad y que, a no
ser por grandes desgracias físicas, todos los poseemos.
El más feliz de los seres humanos es el que conoce mejor su felicidad,
aquel que sabe más profundamente que la felicidad está separada de la
aflicción por una idea alta, infatigable, humana y valerosa. De esta idea
es saludable hablar lo más a menudo posible, no para imponer la que se
tiene sino para hacer nacer poco a poco en el corazón de los demás el
deseo de poseer una a su vez. Esta idea es diferente para cada uno de
nosotros; pero sólo hablando de la tuya me ayudarás, sin saberlo, a ad-
quirir la mía.
Es posible que mañana se nos revele la fórmula infalible de la felicidad.
Pero no cambiará ni mejorará nada en nuestra vida moral si no vivimos
en la espera y con el deseo del mejoramiento, en el alma. Toda la moral,
la ciencia de la justicia y de la felicidad debería ser una espera, una pre-
paración tan vasta, experimentada y accesible como se pueda. Mientras
alcanzamos todas las verdades científicas, nos es dado penetrar en una
verdad más importante todavía: la verdad de nuestra alma y de nuestro
carácter. Esta vida es posible aún en el seno de los más grandes errores
materiales.
Los acontecimientos esenciales de nuestra vida física y de nuestra vida
moral se efectúan en niveles superficiales y muy profundos de nuestro
ser. En espera de la clave del enigma nos es preciso vivir, y viviendo lo
más dichosamente, lo más noblemente que se pueda, será como se viva
lo más poderosamente y se tenga más valor, independencia y perspica-
cia para desear y buscar la verdad. Suceda lo que suceda, el tiempo
consagrado al estudio no será tiempo perdido.
Importa vivir como si se estuviera siempre es vísperas del gran aconteci-
miento y prepararse para recibirlo, lo más total, íntima y ardientemente
posible que se pueda. Y la mejor manera de recogerlo un día, bajo cual-
quier forma que deba revelarse, es esperarlo desde ahora, tan vasto, tan
perfecto, tan ennoblecedor como nos sea dado imaginarlo.
Es conveniente pensar y obrar como si todo lo que le acontece a la
humanidad fuera indispensable. A menudo, lo que sucede nos parece
erróneo; pero hasta ahora ¿qué ha hecho toda la razón humana que sea
más útil que encontrar una razón superior a los errores de la naturale-
za?. Todo lo que nos sostiene, todo lo que nos asiste, procede de una
especie de justificación lenta y gradual de la fuerza desconocida que de
pronto nos pareció despiadada.
En espera de que la realidad se manifieste, es tal vez saludable que se
mantenga un ideal que se cree más hermoso que la realidad; pero des-
pués de que ésta se ha revelado al fin, se hace necesario que la flama
ideal que alimentamos con nuestros mejores deseos, no sirva ya más
que para alumbrar lealmente las bellezas menos frágiles y menos com-
placientes de la masa imponente que aplasta esos deseos. Y no creo
que en esto haya aceptación servil, fatalismo torpe u optimismo pasivo.
No se permite a ninguna alma honrada ir a buscar energía, buena volun-
tad, ilusiones o ceguedad en una región inferior a la de los pensamientos
de sus mejores horas. No se cumple verdaderamente el deber en la vida
interior si no es cumpliéndolo siempre en lo más alto del alma, en lo más
alto de su verdad propia. Y si a veces, en la existencia práctica y diaria
es lícito transigir con las circunstancias, si no siempre es oportuno ir
hasta los extremos de sí mismo. En la vida del pensamiento el deber es
ir, en todo caso, hasta el extremo de nuestro pensamiento.
El pensamiento que se eleva alienta la vida. Quienes observan y pien-
san hacen cuanto pueden para mejorar lo que no está prohibido llamar
la razón, la justicia, la belleza de la tierra, el instinto del planeta. Saben
que esto no es más que descubrir, comprender y respetar. Ante todo,
tienen confianza en la “idea del universo” y están persuadidos de que
todo esfuerzo encaminado hacia lo mejor los acerca a la voluntad secre-
ta de la vida; pero aprenden, al mismo tiempo, a sacar del fracaso de
sus generosos esfuerzos y de la resistencia de este gran mundo, un
alimento nuevo para su admiración, para su ardor, para su esperanza.
La luz es el único elemento cosa que no pierde casi nada de su valor
ante la inmensidad. Lo mismo ocurre con nuestras luces morales cuando
miramos la vida desde un poco alto. Es bueno que la contemplación nos
enseñe a desinteresarnos de todas nuestras pasiones inferiores; pero es
preciso que no debilite ni desaliente el más humilde de nuestros deseos
de verdad, de justicia y de amor.
©
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De la Fe.
Creer es lo más solemne que puede ocurrir dentro del alma de los seres
humanos. Creer es sentir dentro de uno la luz de una verdad indemos-
trable, ajena a la razón, opuesta a ella, quizá; una luz que no ha brotado
de nuestra meditación áspera y trabajosa, como la chispa que el huma-
no primitivo hacía saltar del choque de las piedras; sino que vino, con la
claridad de los espacios, sin que la esperásemos ni la llamásemos, des-
de ese manantial remoto de lo sobrehumano, en el que unos descubren
y otros presienten la huella de Dios.
Cuando el ser humano dice: “creo”, sabiendo lo que dice, es, en verdad,
el rey de todo lo creado. Creer, en lo que sea: porque el sentido divino
de la fe no está en su objeto, sino en el hecho de que la fe exista.
http://lanarrativadelconocimiento.blogspot.com Derechos reservados, 2011
El PoemaEl Poema
Tu rostro en el Sol
Entre el grato, fresco, aroma, manantial del agua clara,
aparece tu imagen en flor; qué mascarada.
Un efluvio de encanto en tu mirada,
blanca y perfumada tu piel de la alborada.
Y entre los rizos, amantes de la brisa,
se conjuga y desliza precoz tu carcajada.
Tu sonrisa es un Sol, una promesa,
que semeja el clamor de las pasiones.
Y entre las estrellas en medio del verano,
se deslizan tus ojos como un mar de encrucijadas.
Porque si el búho le canta a los luceros,
las cigarras alaban tu embeleso.
1989
“Quien no tiene toda la inteligencia de su
edad, tiene toda su desgracia.”
Voltaire
La CitaLa Cita
De mi
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El más feliz de los seres humanos es el que conoce mejor su felicidad, aquel que sabe más profundamente que la felicidad está separada de la aflicción por una idea alta, infatigable, humana y valerosa. De esta idea es saludable hablar lo más a menudo posible, no para imponer la que se tiene sino para hacer nacer poco a poco en el corazón de los demás el deseo de poseer una a su vez. Esta idea es diferente para cada uno de nosotros; pero sólo hablando de la tuya me ayudarás, sin saberlo, a ad- quirir la mía. Es posible que mañana se nos revele la fórmula infalible de la felicidad. Pero no cambiará ni mejorará nada en nuestra vida moral si no vivimos en la espera y con el deseo del mejoramiento, en el alma. Toda la moral, la ciencia de la justicia y de la felicidad debería ser una espera, una pre- paración tan vasta, experimentada y accesible como se pueda. Mientras alcanzamos todas las verdades científicas, nos es dado penetrar en una verdad más importante todavía: la verdad de nuestra alma y de nuestro carácter. Esta vida es posible aún en el seno de los más grandes errores materiales. Los acontecimientos esenciales de nuestra vida física y de nuestra vida moral se efectúan en niveles superficiales y muy profundos de nuestro ser. En espera de la clave del enigma nos es preciso vivir, y viviendo lo más dichosamente, lo más noblemente que se pueda, será como se viva lo más poderosamente y se tenga más valor, independencia y perspica- cia para desear y buscar la verdad. Suceda lo que suceda, el tiempo consagrado al estudio no será tiempo perdido. Importa vivir como si se estuviera siempre es vísperas del gran aconteci- miento y prepararse para recibirlo, lo más total, íntima y ardientemente posible que se pueda. Y la mejor manera de recogerlo un día, bajo cual- quier forma que deba revelarse, es esperarlo desde ahora, tan vasto, tan perfecto, tan ennoblecedor como nos sea dado imaginarlo. Es conveniente pensar y obrar como si todo lo que le acontece a la humanidad fuera indispensable. A menudo, lo que sucede nos parece erróneo; pero hasta ahora ¿qué ha hecho toda la razón humana que sea más útil que encontrar una razón superior a los errores de la naturale- za?. Todo lo que nos sostiene, todo lo que nos asiste, procede de una especie de justificación lenta y gradual de la fuerza desconocida que de pronto nos pareció despiadada. En espera de que la realidad se manifieste, es tal vez saludable que se mantenga un ideal que se cree más hermoso que la realidad; pero des- pués de que ésta se ha revelado al fin, se hace necesario que la flama ideal que alimentamos con nuestros mejores deseos, no sirva ya más que para alumbrar lealmente las bellezas menos frágiles y menos com- placientes de la masa imponente que aplasta esos deseos. Y no creo que en esto haya aceptación servil, fatalismo torpe u optimismo pasivo. No se permite a ninguna alma honrada ir a buscar energía, buena volun- tad, ilusiones o ceguedad en una región inferior a la de los pensamientos de sus mejores horas. No se cumple verdaderamente el deber en la vida interior si no es cumpliéndolo siempre en lo más alto del alma, en lo más alto de su verdad propia. Y si a veces, en la existencia práctica y diaria es lícito transigir con las circunstancias, si no siempre es oportuno ir hasta los extremos de sí mismo. En la vida del pensamiento el deber es ir, en todo caso, hasta el extremo de nuestro pensamiento. El pensamiento que se eleva alienta la vida. Quienes observan y pien- san hacen cuanto pueden para mejorar lo que no está prohibido llamar la razón, la justicia, la belleza de la tierra, el instinto del planeta. Saben que esto no es más que descubrir, comprender y respetar. Ante todo, tienen confianza en la “idea del universo” y están persuadidos de que todo esfuerzo encaminado hacia lo mejor los acerca a la voluntad secre- ta de la vida; pero aprenden, al mismo tiempo, a sacar del fracaso de sus generosos esfuerzos y de la resistencia de este gran mundo, un alimento nuevo para su admiración, para su ardor, para su esperanza. La luz es el único elemento cosa que no pierde casi nada de su valor ante la inmensidad. Lo mismo ocurre con nuestras luces morales cuando miramos la vida desde un poco alto. Es bueno que la contemplación nos enseñe a desinteresarnos de todas nuestras pasiones inferiores; pero es preciso que no debilite ni desaliente el más humilde de nuestros deseos de verdad, de justicia y de amor. © Banco de Historia VisualBanco de Historia Visual De la Fe. Creer es lo más solemne que puede ocurrir dentro del alma de los seres humanos. Creer es sentir dentro de uno la luz de una verdad indemos- trable, ajena a la razón, opuesta a ella, quizá; una luz que no ha brotado de nuestra meditación áspera y trabajosa, como la chispa que el huma- no primitivo hacía saltar del choque de las piedras; sino que vino, con la claridad de los espacios, sin que la esperásemos ni la llamásemos, des- de ese manantial remoto de lo sobrehumano, en el que unos descubren y otros presienten la huella de Dios. Cuando el ser humano dice: “creo”, sabiendo lo que dice, es, en verdad, el rey de todo lo creado. 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