En el siglo XIX, el ballet evolucionó hacia el virtuosismo técnico y las coreografías más complejas. El primer gran ballet romántico fue La Sílfide en 1832, que introdujo el uso del tutú y el baile de puntas. Otras obras maestras incluyen Giselle de 1841 y Coppelia de 1870. A finales del siglo, el coreógrafo Marius Petipa creó obras magistrales como El lago de los cisnes, La bella durmiente y El cascanueces con música de Tchaikovsky.
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