¿Por qué vemos el sufrimiento como un símbolo de éxito?
Durante siglos, la humanidad ha asociado el sufrimiento con el camino correcto hacia
el éxito. La creencia de que “sin dolor no hay recompensa” se ha repetido en refranes,
películas y discursos motivacionales, y aunque pueda sonar inspiradora, desde una
perspectiva crítica es profundamente cuestionable. ¿Por qué asumir que la
incomodidad, el desgaste emocional o incluso el dolor son requisitos indispensables
para alcanzar nuestras metas? El psicólogo estadounidense Tal Ben-Shahar en 2007
advirtió que “la cultura del sacrificio extremo ha normalizado el estrés y la ansiedad
como precios inevitables del éxito” Sin embargo, los datos actuales muestran otra
realidad: mientras se glorifica la lucha y la sobrecarga, aumentan las consultas
psicológicas por ansiedad, depresión, insomnio o trastornos de la autoestima (OMS,
2022). La ecuación “más sufrimiento = más éxito” no solo carece de base sólida, sino
que, en muchos casos, conduce a un daño emocional y físico crónico.
Desde la infancia, las normas sociales nos imponen un itinerario que pretende
garantizar el éxito: estudiar para conseguir un buen trabajo, encontrar a “la pareja
ideal” para formar una familia y, de ser posible, superar a los demás en todo aquellos
que sean superable. Este modelo, profundamente arraigado en la cultura, fomenta la
comparación constante, un proceso que el psicólogo Leon Festinger identificó como
uno de los principales detonantes de frustración y estrés en su manuscrito “A Theory
of Social Comparison Processes”, (1954).
Si hablamos en otros ámbitos como el afectivo, por ejemplo, se idealiza la figura de la
pareja “perfecta” según estándares estéticos o económicos, relegando a segundo
plano aspectos esenciales como la empatía, el respeto o los valores compartidos. En
lo académico y laboral, se premia a quienes sobresalen, aunque el camino esté
plagado de estrés, burnout y pérdida de bienestar. La Asociación Americana de
Psicología (APA) advierte que esta presión desde edades tempranas puede
desembocar en trastornos como ansiedad generalizada, depresión y somatizaciones
físicas, pues el cuerpo refleja el desgaste emocional acumulado (APA, 2021).
La creencia de que “quien más sufre, más merece el éxito” persiste porque se ha
romantizado el sacrificio. En la historia, este patrón aparece una y otra vez. En la
Antigua Esparta, por ejemplo, los jóvenes eran sometidos a entrenamientos militares
extremos desde los 7 años, con hambre, frío y castigos físicos, bajo la idea de que el
dolor forjaba a los mejores guerreros. En la Edad Media, algunos monjes y místicos
practicaban la autoflagelación como forma de purificación espiritual, entendiendo el
sufrimiento como un medio para alcanzar la perfección moral. En el siglo XIX, durante
la Revolución Industrial, millones de trabajadores —incluidos niños— soportaban
jornadas extenuantes en fábricas, normalizando la idea de que el trabajo duro y
doloroso era el único camino para prosperar.
En la época contemporánea, este concepto se ha reforzado con la “cultura del hustle”
o del trabajo incesante. Silicon Valley es un ejemplo claro: historias como la de Elon
Musk o Steve Jobs suelen destacar sus jornadas de 100 horas semanales y sus
sacrificios personales como prueba de su éxito. El cine y la televisión también han
contribuido a esta narrativa. Películas como En busca de la felicidad (2006) muestran
al protagonista soportando pobreza extrema, noches sin dormir y agotamiento
absoluto antes de lograr su meta, reforzando la idea de que el sufrimiento es la
antesala de la victoria. Incluso en el deporte, figuras como Michael Jordan o Serena
Williams son retratadas no solo por sus logros, sino por sus entrenamientos casi
inhumanos, alimentando la noción de que el dolor físico y mental es un precio
necesario para llegar a la cima.
Sin embargo, confundir dolor con progreso es un error peligroso: no todo sacrificio es
productivo, y no todo camino más difícil es necesariamente el mejor. En ocasiones,
esta glorificación del sufrimiento lleva a aceptar trabajos abusivos, relaciones tóxicas o
metas inalcanzables, bajo la idea de que el malestar es señal de que “vamos por el
buen camino”. De hecho, numerosos estudios muestran que el rendimiento óptimo se
logra en estados de motivación y bienestar, no de agotamiento crónico (Seligman &
Csikszentmihalyi, Positive Psychology, 2000).
Redefinir el éxito es, por tanto, una necesidad urgente. El verdadero éxito no debería
medirse por la capacidad de soportar sufrimiento, sino por la habilidad de construir una
vida coherente con nuestros valores y bienestar. Encontrar un trabajo en el que nos
sintamos valorados, mantener relaciones afectivas sanas o contar con tiempo para
cuidar de nuestra salud mental son formas de éxito tanto o más válidas que alcanzar
un reconocimiento público. El psiquiatra Viktor Frankl, sobreviviente del Holocausto,
escribió que “la felicidad no se persigue; debe surgir como la consecuencia de
dedicarse a una causa más grande que uno mismo” (El hombre en busca de sentido,
1946). Esto implica que el sentido de nuestra vida no se mide por la cantidad de
sufrimiento que hemos soportado, sino por la calidad de aquello que construimos y por
el significado que le damos.
Mientras la narrativa tradicional ha exaltado el sacrificio extremo como condición para
alcanzar el éxito, la psicología positiva propone un enfoque radicalmente diferente.
Esta corriente, impulsada por Martin Seligman y Mihaly Csikszentmihalyi a finales de
los años 90, sostiene que las personas alcanzan su máximo potencial no en estados
de privación y dolor, sino cuando experimentan emociones positivas, sentido de
propósito, relaciones saludables y un equilibrio entre retos y habilidades. El concepto
de flow —descrito por Csikszentmihalyi— explica que la productividad y la creatividad
florecen cuando la persona está plenamente inmersa en una actividad que le resulta
significativa, sin que ello implique sufrimiento innecesario.
La psicología positiva no niega el valor del esfuerzo ni la existencia de momentos
difíciles, pero rechaza la glorificación del sufrimiento como fin en sí mismo. En lugar de
medir el mérito por el desgaste, propone medirlo por la capacidad de crear valor y
bienestar de forma sostenible. Bajo este paradigma, el éxito no se resume en aguantar
más que otros, sino en vivir de manera plena, auténtica y con propósito.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la depresión y la ansiedad cuestan
a la economía mundial aproximadamente 1 billón de dólares al año en pérdida de
productividad (OMS, 2022). Además, el Informe de Bienestar Laboral Global de Gallup
(2023) revela que el 59% de los trabajadores experimenta un nivel significativo de
estrés diario, y que el burnout crónico ha aumentado en más de un 25% en la última
década. La misma encuesta indica que los empleados con mejor salud mental y
equilibrio vida-trabajo no solo son más felices, sino también un 21% más productivos
que aquellos atrapados en dinámicas de agotamiento extremo.
Estos datos confirman que la ecuación “más sufrimiento = más éxito” es insostenible a
nivel humano y económico. Mantener un modelo que glorifica el desgaste no solo
destruye la salud individual, sino que reduce el rendimiento colectivo.
Es hora de dejar de ver el sufrimiento como una medalla de honor. El éxito personal
radica en identificar aquello que nos hace bien, nos respeta como seres humanos y
nos permite vivir con dignidad y paz interior. La felicidad y la realización no deberían
medirse por cuánto dolor hemos soportado, sino por la calidad de vida que hemos
logrado construir y por la capacidad de disfrutar de los pequeños logros que
verdaderamente nos importan. Recuerda, al final, el verdadero éxito está en vivir de
forma que podamos decir, con honestidad, que hemos sido felices en nuestros propios
términos.

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¿Por qué vemos el sufrimiento como un símbolo de éxito?

  • 1. ¿Por qué vemos el sufrimiento como un símbolo de éxito? Durante siglos, la humanidad ha asociado el sufrimiento con el camino correcto hacia el éxito. La creencia de que “sin dolor no hay recompensa” se ha repetido en refranes, películas y discursos motivacionales, y aunque pueda sonar inspiradora, desde una perspectiva crítica es profundamente cuestionable. ¿Por qué asumir que la incomodidad, el desgaste emocional o incluso el dolor son requisitos indispensables para alcanzar nuestras metas? El psicólogo estadounidense Tal Ben-Shahar en 2007 advirtió que “la cultura del sacrificio extremo ha normalizado el estrés y la ansiedad como precios inevitables del éxito” Sin embargo, los datos actuales muestran otra realidad: mientras se glorifica la lucha y la sobrecarga, aumentan las consultas psicológicas por ansiedad, depresión, insomnio o trastornos de la autoestima (OMS, 2022). La ecuación “más sufrimiento = más éxito” no solo carece de base sólida, sino que, en muchos casos, conduce a un daño emocional y físico crónico. Desde la infancia, las normas sociales nos imponen un itinerario que pretende garantizar el éxito: estudiar para conseguir un buen trabajo, encontrar a “la pareja ideal” para formar una familia y, de ser posible, superar a los demás en todo aquellos que sean superable. Este modelo, profundamente arraigado en la cultura, fomenta la comparación constante, un proceso que el psicólogo Leon Festinger identificó como
  • 2. uno de los principales detonantes de frustración y estrés en su manuscrito “A Theory of Social Comparison Processes”, (1954). Si hablamos en otros ámbitos como el afectivo, por ejemplo, se idealiza la figura de la pareja “perfecta” según estándares estéticos o económicos, relegando a segundo plano aspectos esenciales como la empatía, el respeto o los valores compartidos. En lo académico y laboral, se premia a quienes sobresalen, aunque el camino esté plagado de estrés, burnout y pérdida de bienestar. La Asociación Americana de Psicología (APA) advierte que esta presión desde edades tempranas puede desembocar en trastornos como ansiedad generalizada, depresión y somatizaciones físicas, pues el cuerpo refleja el desgaste emocional acumulado (APA, 2021). La creencia de que “quien más sufre, más merece el éxito” persiste porque se ha romantizado el sacrificio. En la historia, este patrón aparece una y otra vez. En la Antigua Esparta, por ejemplo, los jóvenes eran sometidos a entrenamientos militares extremos desde los 7 años, con hambre, frío y castigos físicos, bajo la idea de que el dolor forjaba a los mejores guerreros. En la Edad Media, algunos monjes y místicos practicaban la autoflagelación como forma de purificación espiritual, entendiendo el sufrimiento como un medio para alcanzar la perfección moral. En el siglo XIX, durante la Revolución Industrial, millones de trabajadores —incluidos niños— soportaban jornadas extenuantes en fábricas, normalizando la idea de que el trabajo duro y doloroso era el único camino para prosperar. En la época contemporánea, este concepto se ha reforzado con la “cultura del hustle” o del trabajo incesante. Silicon Valley es un ejemplo claro: historias como la de Elon Musk o Steve Jobs suelen destacar sus jornadas de 100 horas semanales y sus sacrificios personales como prueba de su éxito. El cine y la televisión también han contribuido a esta narrativa. Películas como En busca de la felicidad (2006) muestran al protagonista soportando pobreza extrema, noches sin dormir y agotamiento absoluto antes de lograr su meta, reforzando la idea de que el sufrimiento es la antesala de la victoria. Incluso en el deporte, figuras como Michael Jordan o Serena Williams son retratadas no solo por sus logros, sino por sus entrenamientos casi inhumanos, alimentando la noción de que el dolor físico y mental es un precio necesario para llegar a la cima. Sin embargo, confundir dolor con progreso es un error peligroso: no todo sacrificio es productivo, y no todo camino más difícil es necesariamente el mejor. En ocasiones, esta glorificación del sufrimiento lleva a aceptar trabajos abusivos, relaciones tóxicas o
  • 3. metas inalcanzables, bajo la idea de que el malestar es señal de que “vamos por el buen camino”. De hecho, numerosos estudios muestran que el rendimiento óptimo se logra en estados de motivación y bienestar, no de agotamiento crónico (Seligman & Csikszentmihalyi, Positive Psychology, 2000). Redefinir el éxito es, por tanto, una necesidad urgente. El verdadero éxito no debería medirse por la capacidad de soportar sufrimiento, sino por la habilidad de construir una vida coherente con nuestros valores y bienestar. Encontrar un trabajo en el que nos sintamos valorados, mantener relaciones afectivas sanas o contar con tiempo para cuidar de nuestra salud mental son formas de éxito tanto o más válidas que alcanzar un reconocimiento público. El psiquiatra Viktor Frankl, sobreviviente del Holocausto, escribió que “la felicidad no se persigue; debe surgir como la consecuencia de dedicarse a una causa más grande que uno mismo” (El hombre en busca de sentido, 1946). Esto implica que el sentido de nuestra vida no se mide por la cantidad de sufrimiento que hemos soportado, sino por la calidad de aquello que construimos y por el significado que le damos. Mientras la narrativa tradicional ha exaltado el sacrificio extremo como condición para alcanzar el éxito, la psicología positiva propone un enfoque radicalmente diferente. Esta corriente, impulsada por Martin Seligman y Mihaly Csikszentmihalyi a finales de los años 90, sostiene que las personas alcanzan su máximo potencial no en estados de privación y dolor, sino cuando experimentan emociones positivas, sentido de propósito, relaciones saludables y un equilibrio entre retos y habilidades. El concepto de flow —descrito por Csikszentmihalyi— explica que la productividad y la creatividad florecen cuando la persona está plenamente inmersa en una actividad que le resulta significativa, sin que ello implique sufrimiento innecesario. La psicología positiva no niega el valor del esfuerzo ni la existencia de momentos difíciles, pero rechaza la glorificación del sufrimiento como fin en sí mismo. En lugar de medir el mérito por el desgaste, propone medirlo por la capacidad de crear valor y bienestar de forma sostenible. Bajo este paradigma, el éxito no se resume en aguantar más que otros, sino en vivir de manera plena, auténtica y con propósito. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la depresión y la ansiedad cuestan a la economía mundial aproximadamente 1 billón de dólares al año en pérdida de productividad (OMS, 2022). Además, el Informe de Bienestar Laboral Global de Gallup (2023) revela que el 59% de los trabajadores experimenta un nivel significativo de estrés diario, y que el burnout crónico ha aumentado en más de un 25% en la última
  • 4. década. La misma encuesta indica que los empleados con mejor salud mental y equilibrio vida-trabajo no solo son más felices, sino también un 21% más productivos que aquellos atrapados en dinámicas de agotamiento extremo. Estos datos confirman que la ecuación “más sufrimiento = más éxito” es insostenible a nivel humano y económico. Mantener un modelo que glorifica el desgaste no solo destruye la salud individual, sino que reduce el rendimiento colectivo. Es hora de dejar de ver el sufrimiento como una medalla de honor. El éxito personal radica en identificar aquello que nos hace bien, nos respeta como seres humanos y nos permite vivir con dignidad y paz interior. La felicidad y la realización no deberían medirse por cuánto dolor hemos soportado, sino por la calidad de vida que hemos logrado construir y por la capacidad de disfrutar de los pequeños logros que verdaderamente nos importan. Recuerda, al final, el verdadero éxito está en vivir de forma que podamos decir, con honestidad, que hemos sido felices en nuestros propios términos.