Sociologia de la_educacion
Ana	María	Brigido
SOCIOLOGÍA
DE	LA
EDUCACIÓN
Temas	y	perspectivas	fundamentales
Brigido,	Ana	María
Sociología	de	la	educación	:	temas	y	perspectivas	fundamentales
-	1a	ed.	-	Córdoba	:	Brujas,	2006.
326	p.	;	25x17	cm.
ISBN	987-591-030-9
1.	Sociología	de	la	Educación.	I.	Título
CDD	306.43
©	Editorial	Brujas
1°	Edición.
Impreso	en	Argentina
ISBN:	987-591-030-9
Queda	hecho	el	depósito	que	marca	la	ley	11.723.
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A	Eduardo,	mis	hijos	Rodrigo,	Esteban,	Anita,	y	los	pequeños	Felicitas	y	Benjamín,	con
todo	mi	amor.
Introducción
El	 presente	 trabajo	 está	 dirigido,	 fundamentalmente,	 a	 los	 alumnos	 de	 las	 carreras	 de
educación	y	a	los	maestros	y	los	profesores	en	ejercicio.	Su	objetivo	es	poner	a	disposición	de
todos	ellos	las	herramientas	teóricas	que	proporciona	la	sociología	para	analizar	la	educación
como	 fenómeno	 y	 como	 proceso	 social.	 La	 idea	 es	 que,	 sin	 ser	 un	 experto	 en	 la	 materia	 -
puesto	 que	 el	 libro	 no	 está	 dirigido	 a	 futuros	 sociólogos-	 cualquiera	 de	 esos	 lectores
encuentre	en	él	las	claves	para	comprender	y	explicar	gran	parte	de	los	problemas	actuales	de
la	 educación,	 en	 particular	 de	 la	 que	 se	 imparte	 en	 nuestro	 sistema	 educativo,	 y	 para
descubrir	el	papel	que	juegan	sus	propias	prácticas	con	relación	a	esos	problemas.
Con	un	lenguaje	sencillo	y	comprensible,	aunque	no	exento	del	necesario	rigor	conceptual,
abordamos	los	temas	que,	a	nuestro	criterio,	son	fundamentales	en	la	disciplina,	poniendo	en
evidencia	las	diferentes	perspectivas	de	análisis	existentes,	así	como	las	posibilidades	y	las
limitaciones	de	cada	una	ellas	para	explicar	los	problemas	que	abordan.
El	primer	capítulo	está	destinado	a	precisar	qué	entiende	la	sociología	por	educación.	Para
ello	nos	remitimos	a	la	sociología	clásica,	concretamente,	al	pensamiento	de	Karl	Marx,	Max
Weber	 y	 Emile	 Durkheim	 sobre	 el	 fenómeno	 educativo.	 Esta	 sociología	 constituye	 el	 hilo
conductor	de	todo	el	libro,	puesto	que,	desde	nuestro	punto	de	vista,	en	ella	se	encuentra	el
fundamento	de	todos	los	enfoques	actuales	en	sociología	de	la	educación.
Dedicamos	el	segundo	capítulo	a	exponer	en	qué	consiste,	específicamente,	la	sociología	de	la
educación	 como	 disciplina	 científica,	 cuáles	 son	 los	 enfoques	 más	 relevantes,	 qué	 los
diferencia	y	en	qué	aspectos	del	fenómeno	educativo	pone	especial	énfasis	cada	uno	de	ellos.
El	 capítulo	 tercero	 es	 de	 carácter	 eminentemente	 conceptual;	 desarrollamos	 allí	 todo	 lo
relativo	 a	 las	 relaciones	 entre	 el	 individuo,	 la	 sociedad	 y	 la	 cultura,	 y	 los	 procesos
involucrados	 en	 la	 construcción	 de	 la	 realidad	 social:	 socialización,	 institucionalización	 y
legitimación.
Abordamos	el	análisis	sociológico	de	los	sistemas	educativos	en	el	capítulo	cuarto,	poniendo
énfasis	en	las	categorías	que	permiten	comprender	cómo	se	originan	y	se	desarrollan	estos
sistemas,	 qué	 rasgos	 los	 caracterizan,	 cómo	 se	 vinculan	 con	 la	 sociedad	 y	 qué	 funciones
cumplen.	Complementario	de	este	capítulo	es	el	número	siete,	destinado	a	explicar	la	teoría
de	Bourdieu	y	Passeron	sobre	el	sistema	de	enseñanza.	La	lectura	de	estos	dos	capítulos	se
completa	 con	 la	 del	 número	 diez,	 donde	 aplicamos	 al	 análisis	 del	 sistema	 educativo
argentino,	 su	 configuración	 actual	 y	 los	 principales	 problemas	 de	 su	 funcionamiento,	 las
categorías	definidas	en	el	capítulo	cuarto.
En	 los	 capítulos	 cinco	 y	 seis	 nos	 abocamos	 al	 análisis	 microsociológico	 de	 la	 educación;
consideramos	a	la	institución	educativa	como	formación	social	organizada	y	al	curriculum
como	 ‘expresión	 del	 conocimiento	 que	 se	 transmite	 en	 las	 escuelas’.	 Estos	 capítulos	 están
vinculados	 al	 número	 ocho,	 que	 trata	 la	 teoría	 de	 Basil	 Bernstein	 sobre	 los	 ‘mensajes	 del
código	educativo’:	el	curriculum,	la	pedagogía	y	la	evaluación.
Por	último,	destinamos	un	capítulo	especial	a	tratar	el	tema	de	la	docencia	como	profesión,	la
posición	 de	 los	 docentes	 en	 la	 sociedad	 y	 las	 contradicciones	 que	 la	 caracterizan,	 las
demandas	a	las	que	deben	responder	hoy	estos	actores	sociales	y	lo	que	ello	implica	desde	el
punto	de	vista	de	su	formación	profesional.
Cada	 capítulo	 del	 libro	 constituye	 una	 unidad	 en	 sí	 misma	 y	 se	 puede	 leer
independientemente,	pero	no	hay	que	perder	de	vista	su	vinculación	con	el	resto,	sobre	todo
con	 aquellos	 en	 los	 que	 se	 despliega	 el	 aparato	 conceptual	 que	 permite	 comprender	 cada
tema.	Consideramos	que	sin	el	uso	de	un	marco	conceptual	preciso,	el	análisis	de	la	realidad
social	no	supera	el	que	se	hace	desde	el	simple	sentido	común.	La	perspectiva	sociológica
consiste,	precisamente,	en	ir	más	allá	de	lo	que	aparece	a	simple	vista,	en	‘descubrir	la	cara
oculta	de	la	realidad’,	en	ver	aquello	que	escapa	a	la	mirada	espontánea	y	simple	del	hombre
de	la	calle.
Al	presentar	este	texto	nos	anima	una	doble	aspiración:	por	una	parte,	que	el	lector	tenga	a
su	 disposición	 un	 conjunto	 de	 herramientas	 teóricas	 que	 resultan	 indispensables	 para
estudiar	la	realidad	educativa,	y	por	otra,	que	encuentre	en	ellas	las	claves	para	comprender
y	explicar	sus	propias	prácticas	y	los	complejos	problemas	que	enfrenta	hoy	la	educación	en
nuestro	país.
A	 nuestro	 juicio,	 la	 sociología	 de	 la	 educación	 proporciona	 un	 tipo	 de	 conocimiento	 que
permite,	a	docentes	y	estudiantes,	valorar	en	toda	su	dimensión	la	enorme	importancia	de	la
educación	-para	el	individuo	y	para	la	sociedad-	y	los	ayuda	a	descubrir	qué	pueden	hacer,
desde	 su	 posición	 como	 actores	 clave	 del	 sistema	 educativo,	 para	 aportar	 principios	 de
solución	a	esos	problemas.	Esta	disciplina	nos	enseña,	además,	que	en	educación	importan,
no	 sólo	 las	 políticas	 y	 las	 grandes	 acciones	 orientadas	 por	 ellas,	 sino	 también,	 y
fundamentalmente,	las	prácticas	concretas	de	los	agentes	del	sistema	escolar;	ellas	cumplen
un	papel	de	primer	orden	en	la	configuración	de	este	sistema.
Capítulo	I
Sociología	y	educación
En	 este	 capítulo	 vamos	 a	 analizar	 la	 forma	 en	 que	 los	 máximos	 representantes	 de	 la
sociología	clásica,	Karl	Marx	(1818-1883),	Max	Weber	(1864-1920)	y	Emile	Durkheim	(1858-
1917),	reflexionaron	sobre	la	educación.	El	modo	en	que	ellos	han	abordado	este	fenómeno,
aunque	no	siempre	de	manera	explícita,	ha	dado	origen	a	esa	rama	de	la	sociología	que	hoy
conocemos	como	sociología	de	la	educación.	Afirmar	esto	equivale	a	decir	que	esta	disciplina
nace,	prácticamente,	con	la	propia	sociología,	aunque	su	institucionalización	como	tal	recién
se	produce	promediando	el	siglo	XX.
De	 ninguna	 manera	 se	 trata	 de	 agotar	 el	 rico	 y	 complejo	 pensamiento	 de	 Marx,	 Weber	 y
Durkheim.	Nuestro	objetivo	aquí	es	exponer,	de	manera	sintética	y	esquemática,	solamente
aquellos	elementos	de	su	teoría	que	resultan	relevantes	para	el	análisis	de	la	educación	desde
una	perspectiva	sociológica.	Conocer	esto	resulta	imprescindible	si	queremos	comprender	el
objeto	 de	 la	 sociología	 de	 la	 educación,	 sus	 orientaciones	 actuales,	 y	 captar	 en	 toda	 su
dimensión	 las	 propuestas	 de	 quienes	 son	 considerados	 los	 principales	 referentes	 de	 la
disciplina	hoy:	Basil	Bernstein	y	Pierre	Bourdieu.	Si	ambos	han	hecho	aportes	sustanciales	a
la	sociología	de	la	educación	es,	precisamente,	porque	han	abrevado	en	las	fuentes,	es	decir,
en	las	obras	de	Marx,	Weber	y	Durkheim.
Entre	 ellos,	 el	 único	 que	 se	 abocó	 al	 estudio	 de	 la	 educación	 de	 manera	 explícita	 fue
Durkheim,	y	lo	hizo	sobre	la	base	del	pensamiento	de	Saint	Simon	(1760-1825)	y	Augusto
Comte	(1798-1857),	quienes,	por	otra	parte,	son	los	que	sentaron	las	bases	del	pensamiento
sociológico.	Es	por	ello	que,	antes	de	abordar	a	nuestros	clásicos,	será	necesaria	una	breve
incursión	por	la	sociología	de	Saint	Simon	y	Comte,	verdaderos	paradigmas	del	positivismo	y
pilares	 ideológicos	 del	 desarrollo	 del	 sistema	 educativo	 moderno.	 Sus	 ideas	 sobre	 la
educación	 constituyen	 el	 primer	 antecedente,	 remoto	 por	 cierto,	 de	 la	 sociología	 de	 la
educación.	 Dicho	 en	 otros	 términos,	 al	 germen	 de	 esta	 disciplina	 hay	 que	 buscarlo	 en	 el
pensamiento	positivo;	consecuentemente,	su	orientación	fue,	en	los	orígenes,	positivista.
Concluiremos	 este	 capítulo	 con	 una	 breve	 referencia	 a	 dos	 sociólogos	 del	 siglo	 XX,
continuadores	de	Durkheim,	cuya	influencia	sobre	las	orientaciones	actuales	de	la	sociología
de	 la	 educación	 ha	 sido	 muy	 importante.	 Nos	 referimos	 a	 Karl	 Mannheim	 (1893-1947)	 y
Talcott	 Parsons	 (1902-1979).	 Mientras	 el	 primero	 representa,	 si	 se	 quiere,	 la	 etapa	 de
transición	entre	el	sociologismo	educativo	de	Durkheim	y	la	institucionalización	académica
de	la	sociología	de	la	educación,	se	atribuye	al	segundo	el	mérito	de	haber	impulsado	dicha
institucionalización,	 en	 el	 marco	 de	 la	 sociología	 dominante	 en	 su	 época,	 es	 decir,	 el
funcionalismo.
1.	La	educación	en	el	proyecto	positivista:	Saint	Simon	y	Comte
Saint	Simon	y	Comte	despliegan	su	pensamiento	sociológico	en	un	momento	crucial	de	la
historia	de	Europa	y,	como	no	puede	ser	de	otra	manera	tratándose	de	la	sociología,	sus	ideas
son	una	respuesta	a	las	necesidades	de	la	sociedad	de	su	tiempo.	Terminaba	el	siglo	 de	 las
luces,	 se	 disolvía	 la	 sociedad	 feudal,	 surgía	 el	 sistema	 industrial	 y	 se	 vivían	 los	 avatares
propios	de	los	cambios	políticos,	sociales	y	culturales	que	provocó	la	Revolución	Francesa.	El
ocaso	 del	 sistema	 feudal,	 firmemente	 sostenido	 por	 una	 doctrina	 teológica	 cerrada	 y
coherente,	y	la	inexistencia	de	una	doctrina	igualmente	firme	que	sirviera	de	base	al	sistema
que	 venía	 a	 remplazarlo	 (industrial	 y	 científico),	 planteó	 la	 necesidad	 de	 elaborar	 dicha
doctrina.	 El	 cometido	 de	 ésta	 era	 convertirse	 en	 el	 fundamento	 del	 reordenamiento	 que
necesitaba	 la	 sociedad	 europea.	 Saint	 Simon	 y	 Comte	 se	 propusieron	 dar	 respuesta	 a	 esta
demanda,	 y	 formularon	 los	 principios	 de	 la	 doctrina	 positiva,	 orientada	 a	 ordenar	 las
relaciones	 sociales	 y	 restaurar	 la	 cohesión	 de	 la	 sociedad.	 Ambos,	 con	 algunos	 matices,
colocaron	 a	 la	 educación	 en	 el	 centro	 de	 su	 proyecto.	 El	 positivismo	 se	 convierte	 así,	 sin
pretenderlo,	en	un	instrumento	de	legitimación	de	la	educación,	cuya	institucionalización	en
forma	de	sistema	comenzaba	a	concretarse	por	aquellos	tiempos.
Para	 Saint	 Simon,	 la	 superación	 de	 la	 crisis	 en	 que	 estaba	 sumida	 Europa,	 cuya	 causa	 él
atribuía	 a	 la	 falta	 de	 una	 doctrina	 susceptible	 de	 ejercer	 influencia	 sobre	 la	 conducta
individual,	exigía	una	profunda	reorganización	espiritual.	La	encargada	de	inculcar	aquella
doctrina	 debía	 ser	 la	 escuela;	 la	 función	 de	 ésta	 era,	 mediante	 dicha	 tarea	 de	 inculcación,
dotar	a	la	sociedad	de	la	época	de	la	cohesión	y	la	legitimidad	que	necesitaba.	Esta	idea	se
basaba,	afirma	Lerena	(1985),	en	dos	principios	centrales	que	guían	el	pensamiento	de	Saint
Simon	 sobre	 la	 educación:	 a)	 que	 la	 sociedad	 es	 una	 comunidad	 moral,	 cuya	 cohesión
descansa	en	la	adhesión	generalizada	a	un	tronco	común	de	ideas-sentimientos;	y	b)	que	es
necesaria	 una	 doctrina	 orgánica,	 unitaria,	 que	 sirva	 de	 fundamento	 al	 nuevo	 orden	 social.
Sostiene	 Saint	 Simon	 que	 “el	 lazo	 más	 fuerte	 que	 puede	 unir	 a	 todos	 los	 miembros	 de	 la
sociedad	es	la	semejanza	de	sus	principios	y	sus	conocimientos	y	esta	semejanza	sólo	puede
existir	como	resultado	de	la	enseñanza	otorgada	a	todos	los	ciudadanos”1.	En	otros	términos,
solamente	 mediante	 la	 educación	 era	 posible	 crear	 los	 hábitos	 básicos	 de	 pensamiento	 y
acción	necesarios	para	constituir	la	fuerza	cohesiva	que	la	sociedad	estaba	necesitando.
Para	comprender	mejor	la	propuesta	de	Saint	Simon	hay	que	tener	en	cuenta	su	idea	de	la
división	entre	poder	temporal	y	poder	espiritual	o	ideológico.	En	la	sociedad	industrial,	el
poder	 temporal	 es	 ejercido	 por	 los	 industriales,	 mientras	 que	 el	 poder	 espiritual	 está	 en
manos	de	los	sabios	positivos	y	le	compete,	fundamentalmente,	a	la	instrucción	pública.	La
reorganización	del	poder	espiritual	exige,	en	consecuencia,	la	reorganización	de	la	educación
de	acuerdo	a	esta	distribución	del	poder	y	según	un	plan	totalmente	nuevo.	En	este	sentido,
propone	al	rey	la	promulgación	de	una	serie	de	Ordenanzas	que	constituyen	su	plan	concreto
de	instrucción	pública.	Allí,	Saint	Simon	se	ocupa	de	la	instrucción	primaria,	que	es	donde	él
ve	los	problemas	más	urgentes.	Asocia	la	escuela	a	trabajo,	a	enseñanza	útil,	a	acceso	a	la
producción,	a	remedio	de	la	ignorancia	y	de	la	pobreza.	Dice,	entre	otras	cosas,	“el	primer
deber	del	príncipe	es	procurar	a	los	hijos	de	todos	los	ciudadanos	una	instrucción	sólida	que
garantice,	en	la	medida	de	lo	posible	a	la	clase	menos	acomodada,	el	conocimiento	de	los
principios	que	deben	servir	de	base	a	la	organización	social,	así	como	de	las	leyes	que	rigen	el
mundo	material”2.	Estos	principios	forman	parte	del	‘catecismo	nacional’	contenido	en	las
Ordenanzas.	Sostiene	Saint	Simon	que	se	debe	prohibir	en	las	escuelas	la	enseñanza	de	todo
aquello	 que	 sea	 contrario	 al	 ‘catecismo’;	 propone,	 además,	 que	 nadie	 pueda	 ejercer	 sus
derechos	ciudadanos	sin	antes	haber	aprobado	un	examen	sobre	dicho	‘catecismo’	(Lerena,
1885).
La	 escuela	 no	 es	 la	 única	 instancia	 educativa,	 también	 lo	 son	 la	 familia	 y	 la	 iglesia.	 Sin
embargo,	 la	 escuela,	 controlada	 por	 el	 Estado,	 debe	 ser	 dominante.	 Esta	 institución	 se
constituye	 así,	 desde	 la	 perspectiva	 de	 Saint	 Simon,	 en	 un	 aparato	 político	 en	 manos	 del
Estado,	 y	 las	 relaciones	 educativas	 se	 sitúan	 en	 el	 campo	 de	 las	 relaciones	 de	 dominación
ideológica.	 Este	 posicionamiento	 de	 Saint	 Simon	 respecto	 del	 fenómeno	 educativo,	 como
veremos	 en	 lo	 que	 sigue,	 será	 el	 de	 toda	 la	 sociología	 clásica,	 con	 algunas	 variantes
importantes	en	el	caso	de	Marx.
En	 la	 misma	 línea	 de	 pensamiento	 que	 Saint	 Simon,	 se	 sitúa	 su	 alumno	 y	 posterior
colaborador	Augusto	Comte,	quien	nunca	quiso	reconocer	la	deuda	intelectual	que	tenía	con
el	maestro.	Su	perspectiva	sobre	la	educación	fue	conservadora,	como	lo	es	toda	su	sociología.
La	explicación	de	esto	es	sencilla.	En	primer	lugar,	la	teoría	de	la	educación	presente	en	la
sociología	 comtiana	 es	 inseparable	 de	 sus	 ideas	 sobre	 la	 naturaleza	 de	 la	 sociedad	 y	 del
individuo,	 parte	 de	 los	 mismos	 supuestos:	 la	 sociedad	 es	 una	 realidad	 objetiva	 (no	 es	 el
resultado	 de	 la	 suma	 de	 los	 individuos	 que	 la	 componen);	 individuo	 y	 sociedad	 son
realidades	 diferentes	 y	 separadas	 (oposición	 entre	 sujeto	 y	 objeto);	 la	 sociedad	 tiene
preeminencia	absoluta	sobre	el	individuo;	en	el	individuo,	la	sociabilidad	predomina	sobre	la
individualidad	 (el	 individuo	 es	 puro	 producto	 de	 la	 sociedad).	 En	 segundo	 lugar,	 la
educación	constituye,	en	el	pensamiento	de	Comte,	una	parte	inseparable	de	su	concepción
de	la	moral	positivista,	que	es,	fundamentalmente,	anti-individualista.
A	lo	anterior	hay	que	agregar	otra	nota	distintiva	de	la	concepción	comtiana	de	la	educación,
derivada	de	su	oposición	al	racionalismo:	la	educación	no	comporta	solamente	prácticas	de
carácter	 intelectual,	 implica	 también	 elementos	 afectivos,	 es	 decir,	 intervienen	 en	 ella	 los
aspectos	 no	 racionales	 de	 la	 conducta	 humana	 (sentimientos,	 afectos,	 hábitos).	 Así,	 la
educación	que	él	llama	sistemática	(por	oposición	a	la	educación	espontánea,	que	tiene	lugar
en	 la	 familia	 durante	 los	 primeros	 años	 de	 vida	 del	 niño)	 es	 la	 clave	 del	 proceso	 de
inculcación	de	hábitos	(Lerena,	1985).
Comte	sitúa	a	la	educación	en	la	órbita	del	poder	espiritual	o	poder	teórico,	que	“tiene	por
objeto	el	gobierno	de	la	opinión,	es	decir,	el	mantenimiento	de	los	principios	que	deben	regir
las	 diferentes	 relaciones	 sociales”3.	 La	 doctrina	 positivista	 es	 la	 llamada	 a	 ejercer	 el	 poder
espiritual	en	la	sociedad	industrial,	cuya	principal	atribución	es	la	dirección	de	la	educación.
La	doctrina	positiva	viene	a	remplazar	al	catolicismo	en	una	función	que	éste	ya	no	puede
ejercer,	y	para	ello	necesita	de	la	educación.	Ésta	“constituye	siempre,	por	su	naturaleza,	la
principal	aplicación	de	todo	el	sistema	general	[de	ideas],	destinado	al	gobierno	espiritual	de
la	humanidad”4.	Se	trata	de	una	educación	universal	que	abarca	todo	el	curso	de	la	vida	y
corresponde	a	una	sociedad	gobernada	por	sabios-científicos	(los	sociólogos),	quienes	son	los
verdaderos	maestros	en	la	etapa	positiva	y	cumplen	la	función	que	competía	a	los	sacerdotes
en	la	etapa	teológica.	Así,	la	educación	ocupa	un	lugar	central	en	la	sociocracia	comtiana;	se
trata	del	gobierno	de	una	doctrina	inculcada	por	un	sistema	educativo	omnipresente,	dentro
de	una	poderosa	maquinaria	estatal,	que	prepara	al	individuo	para	el	orden	social	que	le	toca
vivir	 y	 para	 adaptarlo	 al	 destino	 particular	 que	 tendrá	 que	 asumir.	 “Para	 la	 sociología
comtiana,	el	sacerdote-maestro	es	el	ministro,	representante	o	funcionario	de	una	potencia
superior,	 que	 encarna	 la	 autoridad	 de	 esta	 última,	 la	 cual	 le	 respalda	 en	 el	 ejercicio	 de	 su
función.	Ésta	se	lleva	a	cabo	mediante	la	práctica	educativa	en	sentido	amplio,	situada	desde
luego	 más	 allá	 de	 la	 educación	 escolar.	 El	 sacerdote	 deviene	 así	 -escribe	 Comte-	 el
consagrador	necesario	de	todos	los	poderes	humanos,	sin	tener	él	mismo	necesidad	de	una
consagración	 externa,	 ya	 que	 es	 el	 órgano	 directo	 de	 la	 suprema	 autoridad.	 En	 estas
condiciones,	el	maestro	cumple	tres	funciones.	Su	triple	función	de	consejero,	consagrador	y
regulador	 se	 lleva	 a	 cabo	 siempre	 juzgando,	 es	 decir,	 según	 una	 apreciación	 siempre
respetada.	Por	otra	parte,	la	relativa	autonomía	de	la	esfera	espiritual-educativa,	hace	que	el
maestro-sacerdote-sociólogo	aparezca	colocado	a	igual	distancia	de	las	clases	inferiores	que
de	las	clases	superiores.	Desde	esa	posición	considerada	como	neutral,	la	educación	permite
al	 sacerdote	 devenir,	 en	 medio	 de	 un	 común	 asentimiento,	 el	 regulador	 normal	 de	 los
conflictos	prácticos,	debido	a	la	igual	confianza	que	inspira	naturalmente	a	los	superiores	y	a
los	inferiores	[...]	Se	trata	en	suma,	como	se	ve,	de	un	enunciado	que	incorpora	una	teoría	de
la	neutralidad	del	sistema	de	enseñanza,	de	la	del	conocimiento,	en	fin,	de	la	del	Estado”5.
La	sociología	de	la	educación	que	se	desprende	de	las	ideas	de	Saint	Simon	y	Comte	fue,	sin
ninguna	 duda,	 positivista.	 Tampoco	 quedan	 dudas	 respecto	 de	 la	 relevancia	 que	 tuvo	 el
proyecto	positivista	en	la	determinación	de	las	características	que	asumió	el	sistema	escolar
desde	sus	inicios	hasta	hoy.
2.	Karl	Marx:	educación	y	reproducción	social,	enseñanza	y	trabajo	productivo
Ubicamos	a	Marx	(1818-1883)	en	una	línea	de	pensamiento	diferente	a	la	representada	por
Saint	Simon	y	Comte.	Sus	ideas	sobre	la	educación,	desarrolladas	de	manera	desordenada
pero	persistente	en	sus	múltiples	escritos,	al	margen	de	las	posturas	dogmáticas	a	que	dieron
lugar	 bajo	 el	 influjo	 de	 sus	 intérpretes,	 son	 fundamentales	 para	 entender	 aspectos	 de	 la
educación	que	no	estaban	contemplados	en	el	proyecto	positivista	que	acabamos	de	ver	y	que
tienen	hoy	indudable	vigencia.
Aunque	 la	 educación	 no	 fue	 un	 tema	 que	 Marx	 se	 propusiera	 tratar	 de	 manera	 explícita,
ocupa	 un	 lugar	 importante	 en	 sus	 obras,	 tanto	 en	 las	 destinadas	 al	 análisis	 de	 la	 sociedad
capitalista,	 como	 en	 aquellas	 donde	 se	 refiere	 a	 la	 sociedad	 socialista.	 Marx	 aborda
prácticamente	todo	el	espectro	de	problemas	que	son	insoslayables	en	una	sociología	de	la
educación:	el	sistema	de	enseñanza;	la	gratuidad-obligatoriedad	de	la	enseñanza;	la	relación
entre	 la	 escuela,	 el	 Estado,	 el	 gobierno	 y	 la	 Iglesia;	 la	 función	 educadora	 del	 Estado;	 el
carácter	 público-privado	 de	 la	 enseñanza;	 los	 contenidos	 de	 la	 enseñanza;	 la	 división	 del
trabajo	y	la	educación;	la	cultura,	los	científicos	y	los	intelectuales;	la	infancia	y	la	educación
familiar	(Manacorda,	1969;	Lerena,	1985).
Para	 entender	 los	 planteos	 marxianos	 sobre	 la	 educación	 es	 imprescindible	 conocer	 dos
aspectos	 fundamentales	 del	 pensamiento	 de	 Marx:	 su	 concepción	 del	 hombre	 y	 sus	 ideas
sobre	el	trabajo.	El	trabajo	constituye	el	centro,	tanto	de	sus	análisis	científicos,	como	de	sus
propuestas	programáticas	para	la	educación.
Con	relación	al	hombre,	Marx	sostiene	que	es	un	ser	genérico,	dotado	de	un	potencial	humano
cuya	realización	depende	de	las	relaciones	que	entable	con	otros	hombres.	En	otros	términos,
no	hay	desarrollo	humano	fuera	de	la	sociedad.	El	núcleo	de	la	noción	de	potencial	humano
es	la	conciencia.	Ésta	consiste	en	la	posibilidad	que	tienen	los	hombres	de	ligar	pensamiento
y	 acción,	 distanciarse	 mentalmente	 de	 lo	 que	 están	 haciendo,	 elegir	 entre	 actuar	 o	 no,
analizar	 la	 propia	 acción,	 anticipar	 el	 futuro.	 La	 conciencia	 es,	 desde	 sus	 orígenes,	 un
producto	 social	 y	 seguirá	 siéndolo	 mientras	 el	 hombre	 exista.	 El	 potencial	 humano
comprende,	 además	 de	 la	 conciencia,	 capacidades	 (facultades	 y	 aptitudes)	 y	 necesidades
(deseo	de	cosas	que	no	se	pueden	obtener	de	manera	inmediata).	Por	otra	parte,	las	personas
no	pueden	existir	aisladamente;	tienen	que	relacionarse	entre	sí,	pero	también	con	el	mundo
natural.	Los	humanos	necesitan	actuar	sobre	algo	(principalmente	la	naturaleza)	y	lo	hacen
en	colaboración	con	otras	personas,	utilizando	sus	capacidades	creativas	en	el	despliegue	de
su	actividad.	Al	actuar	sobre	la	naturaleza,	los	seres	humanos	emplean	esas	capacidades	para
satisfacer	 sus	 necesidades.	 Esto	 es	 lo	 que	 llama	 Marx	 apropiación	 de	 la	 naturaleza	 por	 el
hombre.	 Las	 capacidades	 y	 necesidades	 de	 las	 personas	 configuran	 la	 forma	 en	 que	 los
humanos	se	apropian	de	la	naturaleza;	a	su	vez,	las	formas	de	apropiación	actúan	sobre	las
capacidades	 y	 las	 necesidades.	 La	 naturaleza	 humana,	 en	 consecuencia,	 no	 es	 algo
petrificado,	sino	que	depende	del	entorno	social	(Ritzer,	1993).
En	lo	que	respecta	al	trabajo,	éste	tiene	en	Marx	un	significado	diferente	al	que	se	le	asigna
habitualmente.	La	noción	de	trabajo,	inseparable	de	las	de	actividad	y	creatividad,	designa	la
actividad	conciente	y	deliberada	que	se	realiza	en	el	proceso	productivo.	La	actividad	es	el
movimiento	 implicado	 en	 los	 esfuerzos	 deliberados	 del	 hombre,	 mientras	 la	 creatividad
alude	a	su	capacidad	para	hacer	objetos	únicos.	Esta	producción	de	objetos	que	resulta	del
trabajo	constituye	la	objetivación.	Para	Marx,	el	potencial	humano	se	realiza	en	la	objetivación
de	 los	 productos,	 a	 condición	 de	 que	 esa	 objetivación	 sea	 una	 expresión	 de	 las	 capacidades
creativas	de	la	persona.	En	la	sociedad	capitalista	se	distorsiona	la	relación	del	hombre	con	la
naturaleza,	y	el	trabajo,	en	lugar	de	ser	la	expresión	de	la	capacidad	creativa	del	ser	humano,
se	reduce	a	un	medio	para	ganar	dinero	(produce	objetos	con	valor	de	cambio	en	el	mercado,
no	con	valor	de	uso).	Fuera	de	la	sociedad	capitalista,	el	trabajo	se	constituye	en	la	clave	para
comprender	 la	 realidad:	 el	 hombre	 llega	 a	 ser	 hombre	 en	 virtud	 del	 despliegue	 de	 su
actividad	en	el	trabajo,	es	decir,	merced	a	su	actividad	práctica.	A	través	de	ésta	se	produce	a
sí	mismo	y	produce	la	sociedad.
Estas	ideas	sobre	el	hombre	y	el	trabajo	constituyen	el	fundamento	de	las	reflexiones	de	Marx
sobre	la	educación.	Aborda	el	tema	de	dos	maneras	diferentes,	según	se	trate	de	sus	análisis
científicos	de	la	sociedad	capitalista,	o	de	sus	propuestas	programáticas	para	la	construcción
de	 una	 sociedad	 socialista.	 En	 uno	 y	 otro	 caso	 asigna	 a	 la	 educación	 funciones	 totalmente
diferentes.
En	el	contexto	de	su	análisis	de	la	sociedad	capitalista,	Marx	sostiene	que	la	educación	es	de
naturaleza	 clasista;	 constituye	 un	 mero	 instrumento	 ideológico	 en	 manos	 de	 la	 clase
dominante	 para	 perpetuar	 la	 relación	 de	 clases	 existente,	 es	 decir,	 para	 reproducir	 las
condiciones	(ideas,	hábitos,	formas	de	conducta)	que	la	mantienen	en	el	poder.	En	la	“Crítica
al	programa	de	Gotha”	escribe:	“¿Educación	popular	capitalista?	¿Qué	se	entiende	por	esto?
Se	cree	que	en	la	sociedad	actual	(que	es	de	la	que	se	trata),	la	educación	puede	ser	igual	para
todas	las	clases?	O	lo	que	se	exige	es	que	también	las	clases	altas	sean	obligadas	por	la	fuerza
a	conformarse	con	la	modesta	educación	que	da	la	escuela	pública,	la	única	compatible	con	la
situación	económica,	no	sólo	del	obrero	sino	también	del	campesino?	[...]	El	que	en	algunos
estados	 de	 este	 último	 país	 [los	 EEUU]	 también	 sean	 gratuitos	 los	 centros	 de	 instrucción
superior,	 sólo	 significa,	 en	 realidad,	 que	 allí	 a	 las	 clases	 altas	 se	 les	 pagan	 sus	 gastos	 de
educación	a	costa	del	fondo	de	los	impuestos	generales	...	es	por	el	contrario	el	Estado	el	que
necesita	recibir	del	pueblo	una	educación	muy	severa”6.	Como	vemos,	la	educación	tiene	una
función	conservadora	del	orden	social	existente	cuya	característica	fundamental,	en	el	modo
de	producción	capitalista,	es	la	explotación	de	la	clase	obrera	por	parte	de	la	clase	propietaria
de	los	medios	de	producción.	Es	esta	concepción	marxiana	de	la	educación	la	que	dio	lugar	a
las	 diferentes	 versiones	 de	 la	 teoría	 de	 la	 reproducción	 contemporánea,	 cuyos	 principales
exponentes	son	Althusser	(1974),	Baudelot	y	Establet	(1976),	Bowles	y	Gintis	(1981).	También
tuvo	influencia	en	la	teoría	del	sistema	de	enseñanza	de	P.	Bourdieu	y	J.	C.	Passeron	(1977),
aunque,	a	diferencia	de	los	anteriores,	estos	autores	incorporan	allí	elementos	de	la	sociología
de	Weber	y	de	Durkheim.
En	 lo	 que	 respecta	 a	 las	 propuestas	 programáticas	 de	 Marx,	 dirigidas	 al	 partido	 del
proletariado	 y	 a	 los	 movimientos	 obreros,	 con	 el	 fin	 de	 orientarlos	 para	 organizar	 la
educación	 en	 la	 sociedad	 socialista,	 debemos	 advertir	 que,	 precisamente	 por	 tratarse	 de
propuestas	programáticas,	no	han	tenido,	en	el	campo	de	la	sociología,	el	impacto	académico
que	 tuvieron	 sus	 estudios	 sobre	 la	 sociedad	 capitalista.	 Por	 el	 contrario,	 sus	 propuestas	 en
materia	 de	 educación	 (verdaderas	 ‘recomendaciones’),	 han	 ejercido	 gran	 influencia	 en	 el
campo	 pedagógico;	 han	 servido	 de	 base,	 entre	 otras	 cosas,	 a	 la	 sociopedagogía	 ideológica
europea	 de	 comienzos	 del	 siglo	 XX	 (Agulla,	 1969)	 y,	 en	 épocas	 más	 recientes,	 a	 todas	 las
corrientes	 críticas	 en	 pedagogía.	 Hay	 que	 recordar	 también,	 que	 después	 del	 triunfo	 de	 la
revolución	bolchevique,	el	sistema	de	enseñanza	de	los	países	comunistas	se	organizó	sobre
la	base	de	las	propuestas	pedagógicas	de	Marx.
No	resulta	fácil	resumir	la	visión	de	Marx	sobre	la	educación	socialista,	no	sólo	porque	su
pensamiento	 es	 muy	 complejo,	 sino	 también	 porque	 sus	 ‘recomendaciones’	 figuran	 en
múltiples	trabajos	o	se	encuentran	en	documentos	dispersos	(cartas,	registros	de	diálogos	con
Engels,	o	con	los	miembros	del	movimiento	obrero,	etc.).	Vamos	a	tratar	de	exponer	algunas
de	 las	 propuestas	 pedagógicas	 de	 Marx,	 tal	 como	 han	 sido	 sistematizadas	 por	 Manacorda
(1969).
En	 la	 sociedad	 socialista,	 sostiene	 Marx,	 la	 educación	 debe	 procurar	 el	 desarrollo	 del
‘potencial	humano’;	para	ello	es	necesario	unir	la	enseñanza	con	el	trabajo	productivo7.	Sobre	la
base	de	esta	proposición	central,	se	asientan	todas	las	propuestas	pedagógicas	marxianas.	En
El	 Capital	 escribe:	 “en	 la	 educación	 del	 porvenir	 [...]	 se	 combinará	 para	 todos	 los	 chicos	 a
partir	 de	 cierta	 edad	 el	 trabajo	 productivo	 con	 la	 enseñanza	 y	 la	 gimnasia,	 no	 sólo	 como
método	de	aumentar	la	producción	social,	sino	también	como	el	único	método	que	permite
producir	 hombres	 plenamente	 desarrollados”8.	 La	 primera	 medida	 que	 el	 proletariado
deberá	 tomar,	 una	 vez	 conquistada	 la	 democracia,	 será	 la	 siguiente:	 “Enseñanza	 pública	 y
gratuita	para	todos	los	niños.	Abolición	del	trabajo	de	los	niños	en	las	fábricas	en	su	forma
actual.	Unificación	de	la	enseñanza	con	la	producción	material”9.
En	las	instrucciones	a	los	delegados	londinenses	al	I	Congreso	de	la	Asociación	Internacional
de	Trabajadores	de	Ginebra,	Marx	sostiene	que,	dada	la	tendencia	de	la	industria	moderna	a
hacer	colaborar	en	la	producción	a	los	niños	y	adolescentes	de	ambos	sexos,	a	pesar	del	modo
horrible	como	se	realiza,	y	admitida	la	tesis	de	que	a	partir	de	los	nueve	años	cada	niño	se
debe	 convertir	 en	 un	 obrero	 productivo	 y	 cada	 adulto	 debe,	 según	 la	 ley	 general	 de	 la
naturaleza,	trabajar	tanto	con	el	cerebro	como	con	las	manos,	hay	que	subdividir	a	los	niños,
a	 efectos	 del	 trabajo,	 en	 tres	 clases	 de	 grupos	 (9-12;	 13-15	 y	 16-17),	 con	 horarios,
respectivamente,	de	2,	4	y	6	horas	diarias10.	No	se	opone	al	trabajo	infantil,	sino	a	la	forma	en
que	éste	se	realizaba.	Desde	su	punto	de	vista,	el	niño	aprende	mejor	en	una	escuela	en	la
cual	la	realidad	del	trabajo	es	el	centro,	como	lo	es	fuera	de	la	escuela.
El	 contenido	 pedagógico	 de	 la	 enseñanza	 socialista	 comprende	 tres	 cosas:	 “Primera:
enseñanza	 intelectual.	 Segunda:	 educación	 física,	 tal	 como	 se	 imparte	 en	 las	 escuelas	 de
gimnasia,	 y	 por	 medio	 de	 ejercicios	 militares.	 Tercera:	 adiestramiento	 tecnológico,	 que
transmita	los	fundamentos	científicos	generales	de	todos	los	procesos	de	producción,	y	que,
al	mismo	tiempo,	introduzca	al	niño	y	al	adolescente	en	el	uso	práctico	y	en	la	capacidad	de
manejar	los	instrumentos	elementales	de	todos	los	oficios.	Con	la	subdivisión	de	los	niños	y
de	 los	 adolescentes,	 desde	 los	 9	 a	 los	 17	 años,	 se	 debería	 redactar	 un	 programa	 gradual	 y
progresivo	de	enseñanza	intelectual,	física	y	tecnológica	[...]	La	unión	de	trabajo	productivo
remunerado,	enseñanza	intelectual,	ejercicio	físico	y	adiestramiento	politécnico,	elevará	a	la
clase	trabajadora	por	encima	de	las	clases	superiores	y	medias”11.
La	propuesta	marxiana	de	una	enseñanza	politécnica	y	una	formación	pluriprofesional,	se
contrapone	a	la	división	del	trabajo	específico	de	la	fábrica	moderna.	Además,	al	prever	una
formación	teórica	y	práctica	a	la	vez	(enseñanza	tecnológica),	Marx	se	opone	a	la	originaria
división	 entre	 trabajo	 intelectual	 y	 trabajo	 manual,	 que	 la	 fábrica	 moderna	 agrava.	 La
enseñanza	 tecnológica	 “expresa	 la	 exigencia	 de	 hacer	 adquirir	 conocimientos	 de	 fondo,	 es
decir,	las	bases	científicas	y	tecnológicas	de	la	producción,	y	la	capacidad	de	trabajar	–según
la	naturaleza-	con	el	cerebro	y	con	las	manos,	porque	esto	corresponde	a	un	total	desarrollo
humano.	En	resumidas	cuentas,	al	criterio	burgués	de	la	‘plurifuncionalidad’,	Marx	opone	la
idea	de	‘omnilateralidad’”12,	que	no	es	otra	cosa	que	la	formación	del	‘hombre	polivalente’.
El	hombre	polivalente	no	es	un	ideal	que	la	educación	debe	alcanzar;	es	el	resultado	de	la
combinación	entre	enseñanza	y	trabajo	productivo,	una	exigencia	del	movimiento	real	de	la
historia	(Lerena,	1985).
Con	respecto	a	la	relación	entre	la	escuela,	el	Estado	y	la	Iglesia,	Marx	sostiene	que	Estado	y
gobierno	son	dos	cosas	diversas,	que	la	enseñanza	puede	ser	estatal	sin	estar	bajo	el	control
del	gobierno;	“declaraba	rechazar	absolutamente	la	idea	de	una	educación	popular	a	cargo
del	 Estado	 y	 recordaba	 una	 vez	 más	 el	 ejemplo	 de	 EEUU,	 para	 observar	 que	 el	 Estado	 se
debería	 limitar	 a	 determinar	 por	 medio	 de	 leyes	 los	 medios	 de	 las	 escuelas,	 el	 nivel	 de
instrucción	 de	 los	 maestros,	 las	 materias	 de	 estudio,	 y	 a	 vigilar	 con	 sus	 inspectores	 la
observancia	 de	 estas	 disposiciones.	 Y	 repetía	 que	 esto	 no	 significa	 en	 absoluto	 ‘elegir	 al
Estado	como	educador	del	pueblo’,	porque	antes	‘se	deberían	excluir	al	gobierno	y	a	la	Iglesia
de	toda	influencia	sobre	las	escuelas’”13.
En	 lo	 relativo	 a	 los	 contenidos	 de	 la	 enseñanza,	 Marx	 defiende	 la	 objetividad,	 es	 decir,	 se
deben	 excluir	 todas	 las	 materias	 que	 admitan	 una	 interpretación	 de	 partido	 o	 de	 clase.
Únicamente	materias	tales	como	las	ciencias	naturales,	la	gramática,	etc.,	pueden	enseñarse
en	las	escuelas;	“tiende	a	excluir	de	la	enseñanza	toda	propaganda,	todo	contenido	que	no
sea	 una	 adquisición	 inmediata	 de	 saber,	 tiende	 a	 construir	 una	 enseñanza	 rigurosa	 de
nociones	técnicas”14.	Se	pronuncia	también	en	contra	de	la	pedagogía	basada	en	el	juego.	Así
como	el	trabajo	no	puede	convertirse	en	juego,	tampoco	la	enseñanza,	que	constituye	un	todo
con	el	trabajo,	puede	ser	un	simple	juego.	Hace	una	“severa	llamada	al	hecho	de	que	en	la
escuela	 no	 pueden	 enseñarse	 más	 que	 disciplinas	 que	 consistan	 en	 rigurosas	 nociones
incontrovertibles	y	que	no	den	lugar	a	conclusiones	de	tipo	personal,	como	las	matemáticas	y
la	 gramática,	 y	 su	 radical	 repudio	 de	 todo	 lo	 que	 pueda	 ser	 subjetivo	 en	 el	 proceso	 de	 la
enseñanza	-lo	cual,	téngase	bien	en	cuenta,	no	quiere	decir,	en	absoluto,	la	exclusión	de	la
validez	de	lo	que	no	es	un	concreto	aprendizaje	de	nociones	exactas;	pues	Marx,	más	bien
coloca	todo	este	proceso	de	auténtica	y	verdadera	‘educación’	en	la	misma	vida	en	donde	los
niños	vuelven	de	nuevo	junto	a	sus	padres-;	si	añadimos	estos	contenidos	que	atribuye	a	la
enseñanza	como	proceso	específico	a	alcanzar	dentro	de	un	lugar	específico,	tendremos	el
cuadro	de	una	escuela	concreta	y	exacta;	en	resumidas	cuentas,	de	un	reino	de	la	necesidad	y
no	de	la	libertad	para	los	niños,	cuyo	valor	intrínseco	y	positivo	consistirá,	precisamente,	en
esta	apropiación	de	una	totalidad	de	posibilidades	de	dominio	sobre	la	naturaleza	y	sobre	el
mismo	hombre”15.	En	la	formación	del	hombre,	Marx	reservaba	también	un	lugar	para	el
tiempo	libre	y	las	actividades	culturales	extraescolares.	“Este	reino	de	la	libertad	es	el	reino
de	 las	 vocaciones	 individuales,	 de	 las	 actividades	 desinteresadas,	 no	 productivas
inmediatamente,	que	son	para	Marx	parte	integrante	de	la	figura	humana	y,	por	tanto,	de	su
formación	o	educación”16.	Aquí	se	advierte	claramente	que	la	educación	o	formación	no	es
un	proceso	de	mera	instrucción.
3.	Max	Weber:	educación	y	dominación
Como	en	el	caso	de	Marx,	la	educación	no	fue	un	tema	específico	de	la	obra	de	Weber	(1868-
1920),	 pero	 es	 indudable	 que	 hay	 en	 ésta,	 fundamentalmente	 en	 los	 trabajos	 relativos	 a	 la
sociología	de	la	religión,	una	verdadera	teoría	de	la	educación,	aunque	no	explicitada	como
tal,	ni	totalmente	desarrollada;	ésta	forma	parte,	sin	ninguna	duda,	de	la	teoría	del	poder	y	la
dominación	desarrollada	por	Weber	cuando	analiza	el	fenómeno	religioso	y	la	iglesia	.
Las	referencias	de	Weber	a	la	educación	se	pueden	rastrear,	fundamentalmente	en	dos	de	sus
obras:	 Economía	 y	 sociedad	 (1964),	 y	 Ensayos	 sobre	 sociología	 de	 la	 religión	 (1983),
fundamentalmente	el	capítulo	dedicado	al	“Estamento	de	los	literatos”,	que	“son	y	han	sido
el	estrato	dominante	en	China,	de	modo	definitivo	desde	hace	dos	mil	años”17.
En	 esos	 textos	 Weber	 aborda	 tres	 cuestiones	 centrales	 que	 pueden	 configurar	 una	 teoría
sociológica	 sobre	 la	 educación:	 a)	 la	 homología	 estructural	 iglesia-escuela;	 b)	 los	 tipos	 de
educación;	y	c)	las	relaciones	entre	escuela	y	burocracia	(Lerena,	1985).	Aquí	vamos	a	tratar
las	dos	primeras;	entendemos	que	la	tercera	cuestión	mencionada	por	Lerena,	forma	parte	de
la	segunda.	También	haremos	referencia	al	impacto	que	tiene	la	sociología	weberiana	en	los
desarrollos	actuales	en	la	sociología	de	la	educación.
a)	La	homología	estructural	iglesia-escuela
En	 la	 sociología	 de	 Weber	 la	 escuela,	 junto	 con	 la	 familia	 y	 el	 aparato	 eclesiástico	 son
asociaciones	 de	 tipo	 hierocrático.	 Entiende	 por	 asociación	 hierocrática	 “una	 asociación	 de
dominación,	cuando	y	en	la	medida	en	que	aplica	para	la	garantía	de	su	orden	la	coacción
psíquica,	 concediendo	 o	 rehusando	 bienes	 de	 salvación	 -coacción	 hierocrática-	 [...]	 Para	 el
concepto	de	asociación	hierocrática	no	es	característica	decisiva	la	clase	de	bienes	de	salvación
ofrecidos	 -de	 este	 mundo	 o	 del	 otro,	 externos	 o	 internos-,	 sino	 el	 hecho	 de	 que	 su
administración	 pueda	 constituir	 el	 fundamento	 de	 su	 dominación	 espiritual	 sobre	 un
conjunto	de	hombres”18.	Los	bienes	que	distribuye	la	escuela	son	los	bienes	culturales	(son
bienes	de	este	mundo).	La	clave	del	planteo	weberiano	está	en	el	concepto	de	dominación.
Por	dominación	“debe	entenderse	la	probabilidad	de	encontrar	obediencia	a	un	mandato	de
determinado	 contenido	 entre	 personas	 dadas”19.	 Ejercer	 dominio	 sobre	 alguien	 no	 es	 lo
mismo	que	ejercer	poder.	El	poder	“significa	la	probabilidad	de	imponer	la	propia	voluntad
dentro	 de	 una	 relación	 social	 aun	 en	 contra	 de	 toda	 resistencia	 y	 cualquiera	 que	 sea	 el
fundamento	 de	 esa	 probabilidad”20.	 La	 relación	 de	 dominación	 implica	 obediencia	 al
mandato	en	virtud	de	la	creencia,	por	parte	del	dominado,	en	la	legitimidad	del	dominador	y
del	mandato	que	éste	impone;	el	dominador	tiene	autoridad	sobre	el	dominado.	Es	el	caso	de
la	relación	entre	el	niño	y	sus	padres,	entre	el	alumno	y	sus	maestros.	Sin	aquella	creencia	no
es	posible	la	dominación.	Ésta	comporta	una	relación	de	reciprocidad	entre	dominadores	y
dominados	 (voluntad	 de	 ejercer	 el	 mandato	 -	 voluntad	 de	 obedecer).	 Es	 importante	 el
significado	 que	 los	 dominadores	 y	 los	 dominados	 atribuyen	 a	 la	 relación	 de	 autoridad:	 el
dominador	 tiene	 derecho	 a	 ser	 obedecido,	 el	 dominado	 siente	 el	 deber	 de	 obedecer.	 “La
voluntad	manifiesta	(mandato)	del	dominador	o	los	dominadores	lleva	la	intención	de	influir
en	 el	 comportamiento	 ajeno	 (del	 dominado	 o	 los	 dominados),	 e	 influye	 de	 hecho,	 de	 tal
suerte	que,	en	un	grado	relevante,	ese	comportamiento	se	presenta	como	si	el	contenido	del
mandato	se	hubiera	hecho,	por	sí	mismo,	norma	de	acción	para	los	dominados”21.
En	 términos	 de	 Weber,	 la	 dominación	 que	 ejerce	 la	 escuela	 comprende	 un	 conjunto	 de
imposiciones,	 cuya	 influencia	 se	 extiende	 a	 ámbitos	 que	 exceden	 los	 contenidos	 culturales
que	ella	distribuye.	“La	autoridad	de	los	padres	y	de	la	escuela	llevan	su	influencia	mucho
más	 allá	 de	 aquellos	 bienes	 culturales	 de	 carácter	 (aparentemente)	 formal	 [las	 formas	 de
lenguaje	 oral	 y	 escrito	 que	 valen	 como	 ortodoxas]	 pues	 conforma	 a	 la	 juventud	 y	 de	 esa
manera	a	los	hombres”22.	En	otros	términos,	la	función	de	la	escuela	no	se	limita	a	definir	y
delimitar	la	cultura	legítima,	sino	que	la	impone	como	tal,	y	también	crea	hábitos	de	conducta
puesto	que	conforma	a	la	juventud.	“Ortodoxia	y	heterodoxia,	dignos	e	indignos:	esa	batalla	se
da	dentro	del	ámbito	de	la	coacción	psíquica.	Ser	definido	socialmente	como	culto	o	inculto,
sano	 o	 enfermo,	 buen	 o	 mal	 hijo:	 éste	 es	 el	 juego,	 éstas	 son	 las	 categorías	 de	 la	 coacción
psíquica,	 y	 esta	 cuestión	 forma	 parte	 esencial	 de	 lo	 que	 se	 dirime	 en	 el	 sistema	 de
enseñanza”23.
¿Por	qué	la	escuela	resulta	un	eficaz	aparato	de	dominación	en	el	sentido	que	acabamos	de
describir?	 Precisamente	 porque	 el	 sistema	 escolar	 reúne	 las	 condiciones	 estructurales
necesarias	para	llevar	a	cabo	esa	función.	i)	El	fundamento	de	su	dominación	reside	en	poseer
el	monopolio	de	la	administración	de	los	bienes	culturales	de	cuya	distribución	se	encarga,
mediante	la	acción	sistemática	de	un	conjunto	de	agentes	especialmente	entrenados	para	ello
(los	funcionarios	del	sistema,	es	decir,	los	docentes).	Éstos	forman	un	cuerpo	de	especialistas
autorizados	 para	 ejercer	 el	 mandato	 (distribuir	 los	 bienes	 culturales).	 Se	 conforma	 así	 un
sistema	 relativamente	 autónomo,	 que	 ejerce	 su	 función	 con	 cierta	 independencia	 de	 la
estructura	social	más	amplia.	ii)	El	sistema	escolar	no	sólo	forma	a	los	especialistas,	sino	que
es	el	encargado	de	reclutarlos	de	acuerdo	a	pautas	que	él	mismo	se	da,	con	lo	cual	se	asegura
la	 continuidad	 de	 la	 tarea	 de	 imposición	 y	 la	 orientación	 que	 ésta	 toma.	 iii)	 Se	 ocupa	 de
regular	la	conducta	del	cuerpo	de	funcionarios,	y	con	ello,	se	garantiza	la	permanencia	en	el
sistema	solamente	de	los	que	se	someten	a	sus	reglas;	de	este	modo	asegura	la	continuidad
del	 sistema.	 iv)	 Como	 el	 sistema	 escolar	 actúa	 de	 manera	 continua	 sobre	 aquellos	 que	 se
someten	a	su	acción,	puede	crear	hábitos	y	disposiciones	que	permanecen	una	vez	concluida
la	acción	de	la	escuela.	Todo	esto	sugieren	las	ideas	de	Weber	sobre	la	escuela	como	aparato
de	coacción	psicológica.	Como	veremos,	serán	Bourdieu	y	Passeron,	en	la	segunda	mitad	del
siglo	XX,	los	encargados	de	desarrollarlas	de	manera	sistemática.
b)	Los	tipos	de	educación
Como	acabamos	de	ver,	en	Max	Weber	la	educación	se	ubica	en	el	campo	de	la	dominación
ideológica.	Esta	idea	se	completa	con	un	segundo	aspecto	de	su	teoría	de	la	educación	(que	es
siempre	 una	 prolongación	 de	 su	 sociología	 del	 poder	 y	 la	 dominación),	 referido,	 esta	 vez,
más	específicamente	a	la	relación	entre	el	sistema	educativo	y	la	estructura	social,	o	sea,	la
vinculación	de	éste	con	el	sistema	de	dominación	vigente	en	la	sociedad.	Para	Weber,	cada
sistema	educativo	se	propone	hacer	crecer	a	los	jóvenes	en	un	determinado	estilo	de	vida
impuesto	 por	 los	 grupos	 que	 detentan	 el	 poder.	 Considera,	 también,	 que	 la	 educación
siempre	fue	un	privilegio	de	un	pequeño	grupo	dotado	de	poderes	especiales,	es	decir,	de
una	elite.	A	cada	tipo	particular	de	estructura	de	dominación	corresponde	un	tipo	ideal	de
educación	de	la	elite.
Weber	 (1964)	 distingue	 tres	 tipos	 puros	 de	 dominación	 legítima,	 según	 cuál	 sea	 el
fundamento	primario	de	su	legitimación:	i)	De	carácter	racional,	que	descansa	en	la	creencia
en	la	legalidad	de	ordenaciones	estatuidas	y	de	los	derechos	de	mando	de	los	llamados	por
esas	 ordenaciones	 a	 ejercer	 la	 autoridad	 (autoridad	 legal:	 se	 obedece	 a	 las	 ordenaciones
impersonales);	ii)	De	carácter	tradicional,	que	descansa	en	la	creencia	cotidiana	en	la	santidad
de	las	tradiciones	que	rigieron	desde	tiempos	lejanos,	y	en	la	legitimidad	de	los	señalados	por
esa	tradición	para	ejercer	la	autoridad	(autoridad	tradicional:	se	obedece	a	una	persona,	el	señor
señalado	 por	 la	 tradición);	 iii)	 De	 carácter	 carismático,	 que	 descansa	 en	 la	 entrega
extracotidiana	a	la	santidad,	heroísmo	o	ejemplariedad	de	una	persona	y	a	las	ordenaciones
por	ella	creadas	o	reveladas	(llamada)	(autoridad	carismática:	se	obedece	al	caudillo)24.	A	cada
uno	 de	 estos	 tipos	 de	 dominación	 corresponde	 un	 tipo	 de	 educación	 de	 la	 elite,
respectivamente,	educación	especializada,	educación	humanista	y	educación	carismática25.	Los	tres
tipos	 de	 educación	 “constituyen	 tres	 modelos	 distintos	 de	 sistemas	 de	 educación,	 lo	 que
supone,	por	de	pronto,	tres	tipos	de	personalidad	diferentes	a	formar,	cada	uno	de	los	cuales
se	caracteriza	por	tener	una	distinta	relación	con	la	cultura,	así	como	por	corresponderle	una
diferente	 posición	 y	 papel	 social,	 las	 técnicas	 características	 de	 inculcación,	 las	 técnicas
didácticas,	son	también	diferentes	en	cada	uno	de	los	tres	tipos	o	modelos”26.	Siguiendo	a
Lerena	 (1985),	 las	 principales	 características	 de	 cada	 tipo	 se	 podrían	 esquematizar	 como
figura	en	el	Cuadro	n°	1.
Desde	el	punto	de	vista	de	Weber,	el	combate	que	se	libra	en	el	campo	educativo	y	de	la
cultura	tiene	como	protagonistas	al	hombre	cultivado	y	al	experto	(modo	de	vida	diferencial,
frente	a	saber	especializado).	Se	trata	de	dos	tipos	de	personalidad	que	tienen	una	relación
particular	con	la	cultura	(Lerena,	1985).
La	teoría	de	la	educación	presente	en	la	obra	de	Weber	ha	abierto	enormes	posibilidades	de
análisis	 en	 la	 sociología	 de	 la	 educación	 contemporánea,	 al	 punto	 de	 ser	 este	 autor	 un
referente	 ineludible	 a	 la	 hora	 de	 estudiar	 el	 fenómeno	 educativo	 desde	 la	 perspectiva
sociológica.	Sin	lugar	a	dudas,	es	Bourdieu	quien	mejor	ha	explotado	la	potencialidad	de	la
teoría	 weberiana	 sobre	 la	 educación	 y	 ha	 contribuido	 ha	 explicitar	 todo	 lo	 que	 el	 célebre
sociólogo	alemán	no	alcanzó	a	desarrollar.
No	obstante	ello,	es	posible	identificar	muchos	otros	desarrollos	actuales	en	sociología	de	la
educación	fundados	en	la	sociología	de	Weber.	Por	ejemplo,	su	teoría	de	la	acción	social	y	su
propuesta	metodológica,	basada	en	la	comprensión	y	el	análisis	comparativo,	ha	inspirado
toda	 una	 línea	 de	 investigación	 orientada	 a	 descubrir	 los	 significados	 subyacentes	 a	 las
relaciones	entre	maestro	y	alumno	y	a	la	comprensión	de	los	comportamientos	en	el	aula.	A
esto	podemos	añadir	que	su	visión	de	la	realidad	social	constituye	un	potente	instrumento
analítico	para	relacionar	estructura	y	acción	en	el	campo	de	la	educación.	Por	su	parte,	el
enfoque	weberiano	de	la	estratificación	social	ofrece	una	amplia	gama	de	posibilidades	para
explicar	la	“educabilidad”	de	los	niños	provenientes	de	diferentes	estratos	sociales.	El	tema
de	la	igualdad	de	oportunidades	ha	sido	explorado	por	muchos	autores	desde	la	perspectiva
weberiana	de	la	estratificación.
Por	último,	la	importancia	asignada	por	Weber	a	las	ideas	y	los	valores	en	la	vida	social,	lleva
a	 poner	 en	 evidencia	 la	 relevancia	 de	 las	 ideologías	 en	 educación.	 El	 mismo	 Weber	 ha
ilustrado	este	punto	en	sus	discusiones	sobre	la	lucha	entre	el	“hombre	culto”	y	el	“hombre
especializado”,	la	competencia	entre	los	“grupos	de	status”	por	el	acceso	al	conocimiento	y	el
control	de	la	educación,	y	la	influencia	de	las	ideologías	en	las	prácticas	educativas.
Cuadro	n°	1:	Los	tipos	de	educación	en	Max	Weber
4.	Emile	Durkheim:	el	análisis	científico	del	fenómeno	educativo
A	diferencia	del	resto	de	los	clásicos,	E.	Durkheim	(1858-1917)	dedicó	varias	de	sus	obras	a	la
educación27;	es	más,	es	en	éstas	donde	su	orientación	epistemológica	y	su	teoría	sociológica
general	se	expresan	de	manera	genuina.	Algunos	le	atribuyen	la	‘paternidad’	de	sociología
de	la	educación	(Agulla,	1969),	otros	se	la	niegan	(Lerena,	1985).	Al	margen	de	la	postura	que
se	 adopte	 frente	 a	 esto,	 lo	 cierto	 es	 que	 él	 fue	 el	 primero	 en	 sostener	 que	 el	 fenómeno
educativo	podía	ser	objeto	de	una	ciencia	empírica	(la	sociología,	por	cierto),	y	bautizó	a	esta
ciencia	con	el	nombre	de	‘Ciencia	de	la	educación’;	no	la	llamó	sociología	de	la	educación,	a
pesar	de	que	lo	que	hay	en	ella	es	pura	sociología.	El	gran	mérito	de	Durkheim	consiste,	por
lo	 tanto,	 en	 haber	 “desgajado	 como	 rama	 particular	 de	 la	 sociología,	 con	 el	 nombre	 de
‘ciencia	 de	 la	 educación’,	 lo	 que	 en	 sus	 predecesores	 es	 todavía,	 sin	 más,	 sociología”28.
Lamentablemente,	este	nombre	no	reflejaba	la	perspectiva	desde	la	cual	Durkheim	abordaba
el	fenómeno	educativo;	desató,	en	cambio,	una	estéril	polémica	con	los	pedagogos,	quienes	se
consideraban	 por	 aquellos	 tiempos	 los	 cultores	 de	 la	 auténtica	 ciencia	 de	 la	 educación,	 es
decir,	la	pedagogía.	No	olvidemos	que	el	apogeo	de	ésta	se	produjo,	precisamente,	en	el	siglo
XIX.
Vamos	 a	 tratar	 de	 sintetizar	 los	 principales	 aspectos	 del	 pensamiento	 durkheimiano	 sobre
esta	 ciencia	 nueva,	 que	 no	 está	 ‘hecha’	 y	 que	 él	 se	 propone	 ‘fundar’:	 la	 ‘Ciencia	 de	 la
educación’.	Pero	antes	tendremos	que	hacer	referencia	a	sus	ideas	sobre	la	educación,	todo
ello	en	el	marco	de	su	teoría	sociológica	general	(aquéllas	son	una	parte	inseparable	de	ésta)	y
de	 los	 supuestos	 acerca	 del	 hombre	 y	 la	 sociedad	 que	 constituyen	 el	 punto	 de	 partida	 de
dicha	teoría.	La	unidad	y	coherencia	de	la	sociología	de	Durkheim	exigen	tomar	en	cuenta
todo	esto.	No	debemos	olvidar	que,	al	margen	de	lo	equívoco	del	nombre,	la	‘Ciencia	de	la
educación’	fue	una	expresión	de	la	más	pura	sociología.
La	 teoría	 sociológica	 de	 Durkheim	 parte	 de	 un	 supuesto	 fundamental:	 la	 sociedad,	 que	 él
considera	una	verdadera	‘personalidad	moral’,	tiene	preeminencia	absoluta	sobre	el	individuo.
Si	 retiráramos	 de	 éste	 “todo	 lo	 que	 recibe	 de	 la	 sociedad	 caería	 en	 el	 rango	 animal.	 Si	 ha
podido	sobrepasar	el	estado	en	que	se	detuvieron	los	animales,	es,	en	primer	lugar,	porque
no	está	reducido	al	solo	fruto	de	sus	esfuerzos	personales	sino	que	coopera	regularmente	con
sus	 semejantes,	 lo	 que	 refuerza	 el	 rendimiento	 de	 la	 actividad	 de	 cada	 uno.	 Enseguida,	 y
sobre	todo,	porque	los	esfuerzos	de	una	generación	no	se	pierden	para	la	que	sigue”29.	No
admite	la	separación	entre	el	individuo	y	la	sociedad,	ambos	se	implican	mutuamente,	pero
es	siempre	la	sociedad	la	que	precede	al	individuo	y	define	las	pautas	a	las	que	éste	debe
ajustarse.	“El	antagonismo	que	demasiado	a	menudo	se	ha	admitido	entre	la	sociedad	y	el
individuo	no	corresponde	en	los	hechos	a	nada.	Lejos	de	que	ambos	términos	se	opongan	y
sólo	puedan	desarrollarse	en	un	sentido	inverso,	ellos	se	implican.	El	individuo	al	querer	la
sociedad,	se	quiere	a	sí	mismo.	La	acción	que	ella	ejerce	sobre	él,	especialmente	por	la	vía	de
la	 educación,	 no	 tiene	 por	 objeto	 y	 por	 efecto	 comprimirlo,	 disminuirlo,	 desnaturalizarlo,
sino,	por	el	contrario,	agrandarlo	y	hacer	de	él	un	ser	verdaderamente	humano.	Es	indudable
que	 sólo	 puede	 engrandecerse	 así	 haciendo	 un	 esfuerzo.	 Pero,	 precisamente,	 el	 poder	 de
hacer	 voluntariamente	 un	 esfuerzo	 es	 una	 de	 las	 características	 más	 esenciales	 del
hombre”30.
El	mecanismo	de	que	dispone	la	sociedad	para	ejercer	su	influencia	sobre	el	individuo	es	la
educación;	ésta	consiste,	según	Durkheim,	en	la	socialización	metódica	de	la	nueva	generación.
“...lejos	de	que	la	educación	tenga	por	objeto	único	y	principal	al	individuo	y	sus	intereses,
ella	es	ante	todo	el	medio	por	el	cual	la	sociedad	renueva	perpetuamente	las	condiciones	de
su	propia	existencia.	La	sociedad	sólo	puede	vivir	si	entre	sus	miembros	existe	una	suficiente
homogeneidad.	La	educación	perpetúa	y	refuerza	esa	homogeneidad	fijando	por	adelantado
en	 el	 alma	 del	 niño	 las	 similitudes	 esenciales	 que	 supone	 la	 vida	 colectiva.	 Pero,	 por	 otro
lado,	 sin	 cierta	 diversidad,	 toda	 cooperación	 sería	 imposible.	 La	 educación	 asegura	 la
persistencia	de	esa	diversidad	necesaria	diversificándose	ella	misma	y	especializándose.	Ella
consiste,	pues,	bajo	uno	u	otro	de	esos	aspectos,	en	una	socialización	metódica	de	la	joven
generación”31.	Su	principal	objetivo	es	la	formación	del	‘ser	social’;	al	que	Durkheim	define
como	 “un	 sistema	 de	 ideas,	 de	 sentimientos,	 de	 costumbres	 que	 expresan	 en	 nosotros,	 no
nuestra	personalidad,	sino	el	grupo	o	los	grupos	diferentes	de	que	formamos	parte;	tales	son
las	 creencias	 religiosas,	 las	 creencias	 y	 la	 prácticas	 morales,	 las	 tradiciones	 nacionales	 o
profesionales,	las	opiniones	colectivas	de	toda	clase”32.	Como	podemos	ver,	la	función	de	la
educación	 es	 de	 creación,	 de	 construcción	 de	 un	 ser	 nuevo,	 el	 ser	 social,	 es	 decir,	 un
individuo	capaz	de	llevar	una	vida	social	y	moral.	El	hombre	no	se	inclina	espontáneamente,
dice	 Durkheim,	 a	 someterse	 a	 una	 autoridad	 política,	 a	 respetar	 una	 disciplina	 moral,	 a
consagrarse	a	algo,	a	sacrificarse.	Es	la	propia	sociedad	la	que,	a	medida	que	se	formó	y	se
consolidó,	extrajo	de	su	propio	seno	esas	grandes	fuerzas	morales	ante	las	cuales	el	hombre
sintió	 su	 inferioridad.	 “Incluso	 esas	 cualidades	 que	 parecen,	 a	 primera	 vista,	 tan
espontáneamente	deseables,	el	individuo	sólo	las	busca	cuando	la	sociedad	lo	invita	a	ello,	y
las	busca	de	la	manera	como	ella	lo	prescribe”33.
Más	adelante	veremos	en	detalle	la	mayor	parte	de	los	temas	que	Durkheim	abordó	en	sus
trabajos	 sobre	 la	 educación:	 la	 escuela,	 la	 acción	 educativa,	 la	 relación	 pedagógica,	 la
disciplina	escolar,	los	contenidos	de	la	enseñanza,	el	papel	del	maestro,	la	función	del	Estado
en	materia	educativa.	En	este	capítulo	sólo	nos	interesa	destacar	su	planteo	sobre	la	‘Ciencia
de	 la	 educación’.	 De	 lo	 expuesto	 hasta	 ahora	 surge	 con	 claridad	 que	 la	 educación,	 para
Durkheim,	responde	a	necesidades	sociales,	y	que	ella	es	la	vía	fundamental	que	dispone	la
sociedad	 para	 perpetuarse.	 Veamos	 ahora	 las	 razones	 que	 esgrime	 Durkheim	 para	 afirmar
que	la	educación	puede	ser	objeto	de	una	ciencia	y	la	forma	en	que,	desde	su	punto	de	vista,
esta	ciencia	debe	analizar	su	objeto.
Para	que	un	conjunto	de	estudios	pueda	constituirse	en	una	ciencia,	dice	Durkheim	(1974),
deben	darse	al	menos	tres	condiciones:	“1º)	Es	preciso	que	se	refieran	a	hechos	incontestables,
realizados,	capaces	de	observación.	Una	ciencia,	en	efecto,	se	define	por	su	objeto;	supone,
como	consecuencia,	que	ese	objeto	existe,	que	puede	señalarlo	con	el	dedo,	en	cierto	modo,
señalar	 el	 lugar	 que	 ocupa	 en	 el	 conjunto	 de	 la	 realidad;	 2º)	 Es	 preciso	 que	 esos	 hechos
presenten	entre	sí	una	homogeneidad	suficiente	para	ser	clasificados	en	una	misma	categoría
[...];	 3º)	 Finalmente,	 la	 ciencia	 estudia	 esos	 hechos	 para	 conocerlos,	 y	 solamente	 para
conocerlos,	 de	 manera	 absolutamente	 desinteresada”34.	 El	 papel	 de	 la	 ciencia	 consiste	 en
expresar	lo	real,	no	en	juzgarlo.
Durkheim	advierte	luego	que	la	educación,	efectivamente,	reúne	las	condiciones	necesarias
para	ser	objeto	de	una	ciencia.	En	primer	lugar,	la	educación	que	se	aplica	en	una	sociedad	en
un	momento	determinado	de	su	evolución	es	un	conjunto	de	prácticas,	de	maneras	de	hacer,
de	 costumbres,	 que	 constituyen	 hechos	 perfectamente	 definidos	 y	 que	 tienen	 la	 misma
realidad	que	los	demás	hechos	sociales.	Como	éstos,	las	prácticas	educativas	constituyen	una
realidad	 por	 sí	 misma,	 una	 ‘cosa’	 distinta	 de	 nosotros,	 que	 se	 nos	 impone	 con	 una	 fuerza
imperativa	que	no	podemos	resistir,	y	nos	trasciende;	constituyen	verdaderas	instituciones
sociales.	“....	todas	las	prácticas	educativas,	cualesquiera	que	sean,	cualquiera	sea	la	diferencia
que	 haya	 entre	 ellas,	 tienen	 en	 común	 un	 carácter	 esencial:	 todas	 resultan	 de	 la	 acción
ejercida	 por	 una	 generación	 sobre	 la	 generación	 siguiente	 con	 el	 fin	 de	 adaptar	 a	 ésta	 al
medio	 social	 en	 el	 que	 debe	 vivir.	 Son	 pues	 todas	 modalidades	 diversas	 de	 una	 misma
especie,	dependen	de	una	misma	categoría	lógica;	pueden,	pues,	servir	como	objeto	de	una
sola	y	misma	ciencia	que	sería	la	ciencia	de	la	educación”35.
Por	 otra	 parte,	 las	 prácticas	 educativas	 correspondientes	 a	 una	 sociedad,	 no	 son	 hechos
aislados	unos	de	otros;	“para	una	misma	sociedad,	están	ligadas	a	un	mismo	sistema	cuyas
partes	contribuyen	todas	a	un	mismo	fin:	es	el	sistema	de	educación	propio	de	ese	país	en	ese
momento	 [...]	 Las	 similitudes	 que	 presenta	 su	 organización	 general	 deben	 arrastrar
necesariamente	 otras,	 de	 la	 misma	 importancia,	 en	 su	 organización	 educativa.	 En
consecuencia,	se	puede	sin	duda,	por	comparación,	separando	las	semejanzas	y	eliminando
las	diferencias,	constituir	los	tipos	genéricos	de	educación	que	corresponden	a	las	diferentes
especies	 de	 sociedades”36.	 Esta	 clasificación	 de	 los	 tipos	 de	 educación	 no	 agota,	 según
Durkheim,	 los	 problemas	 científicos	 que	 pueden	 plantearse	 con	 respecto	 a	 la	 educación.
“Una	 vez	 que	 los	 tipos	 se	 han	 establecido,	 habría	 que	 explicarlos,	 es	 decir,	 buscar	 de	 qué
condiciones	dependen	las	propiedades	características	de	cada	uno	de	ellos,	y	cómo	salieron
los	unos	de	los	otros.	Se	obtendrían	así	las	leyes	que	dominan	la	evolución	de	los	sistemas	de
educación.	 Se	 podría	 percibir	 entonces	 en	 qué	 sentido	 se	 ha	 desarrollado	 la	 educación	 y
cuáles	son	las	causas	que	han	determinado	ese	desarrollo	y	que	dan	cuenta	de	él”37.	En	una
palabra,	la	‘Ciencia	de	la	educación’	trata	de	conocer	y	explicar	el	origen	y	el	desarrollo	de	los
sistemas	de	educación.	Pero	su	cometido	no	termina	aquí.	Lo	anterior	se	refiere	al	pasado,
dice	Durkheim;	el	otro	punto	de	vista	desde	el	cual	esta	ciencia	puede	considerar	el	sistema
educativo	 tiene	 que	 ver	 con	 su	 funcionamiento.	 Las	 instituciones	 pedagógicas,	 “una	 vez
formadas,	 funcionan,	 y	 se	 podría	 investigar	 de	 qué	 manera	 funcionan,	 es	 decir,	 qué
resultados	producen	y	cuáles	son	las	condiciones	que	hacen	variar	esos	resultados”38.
En	síntesis,	la	‘Ciencia	de	la	educación’	aborda	dos	conjuntos	de	problemas,	uno	se	refiere	a
la	génesis	y	el	desarrollo	de	los	sistemas	educativos,	el	otro	a	su	funcionamiento.	Y	lo	hace
utilizando	 los	 métodos	 que	 Durkheim	 considera	 propios	 de	 la	 sociología	 positiva:
observación,	clasificación,	comparación,	explicación	causal.
La	 controversia	 con	 la	 pedagogía	 no	 se	 reduce	 a	 una	 disputa	 por	 el	 nombre.	 En	 su
argumentación,	 Durkheim	 sostiene	 que	 solamente	 la	 ‘Ciencia	 de	 la	 educación’	 puede
ocuparse	 del	 fenómeno	 educativo	 porque	 es	 la	 única	 que	 puede	 analizarlo	 íntegramente
como	fenómeno	y	como	proceso	social,	y	también,	porque	permite	explicarlo	mediante	su
vinculación	 con	 las	 formas	 sociales	 de	 las	 cuales	 emerge,	 cosa	 que	 nunca	 podrá	 hacer	 la
pedagogía.	Para	Durkheim,	la	pedagogía	no	es	una	ciencia	sino	una	“teoría	práctica”,	una
reflexión	dirigida	a	orientar	la	acción,	a	definir	el	deber	ser	de	la	educación.	Para	cumplir	este
cometido,	debe	fundar	su	reflexión	en	una	ciencia,	es	decir,	en	un	conjunto	de	estudios	que
puedan	explicar	lo	que	la	educación	es.	En	otros	términos,	para	definir	el	‘deber	ser’	de	la
educación	 y	 prescribir	 la	 acción	 correspondiente,	 la	 pedagogía	 debe	 basarse	 en	 los
conocimientos	 sobre	 el	 ser	 de	 la	 educación	 provistos	 por	 la	 ‘Ciencia	 de	 la	 educación’	 que,
como	 acabamos	 de	 ver,	 es	 pura	 sociología.	 De	 esta	 manera,	 como	 afirma	 Agulla	 (1969),
contradiciendo	 su	 propia	 concepción	 de	 la	 ciencia,	 Durkheim	 hace	 de	 la	 ‘Ciencia	 de	 la
educación’	una	ciencia	‘fundante’	de	la	pedagogía.	Ésta	queda	así	reducida	a	mera	didáctica	o
política	educativa.	Según	el	mismo	autor,	la	posición	de	Durkheim	tiene	su	explicación	en	el
hecho	de	que	sólo	ve	en	el	fenómeno	educativo	su	carácter	y	su	función	sociales.	Lo	que	hace
es,	en	suma,	un	sociologismo	pedagógico	que	recién	será	superado	bien	avanzado	el	siglo	XX.
5.	La	herencia	durkheimiana:	Karl	Mannheim	y	Talcott	Parsons
a)	Karl	Mannheim	(1893-1947)
La	 sociología	 positiva	 de	 la	 educación	 planteada	 por	 Durkheim	 en	 su	 ‘Ciencia	 de	 la
educación’,	tiene	en	K.	Mannheim	un	continuador	indiscutido.	Nació	en	Hungría,	se	doctoró
en	Filosofía	en	la	Universidad	de	Budapest	y	estuvo	estrechamente	vinculado	con	el	grupo	de
Lukacs,	 un	 crítico	 literario	 marxista.	 A	 consecuencia	 de	 esta	 relación,	 debió	 trasladarse	 a
Viena	en	1919,	y	de	allí	a	Alemania,	donde	frecuentó	el	grupo	que	se	formó	alrededor	de	Max
Weber	y	siguió	reuniéndose	después	de	la	muerte	de	éste.	Fue	profesor	de	Sociología	en	la
universidad	de	Frankfurt	hasta	1933,	momento	que	es	dejado	cesante	por	el	régimen	nazi.
Huyó	 de	 Alemania	 y	 se	 radicó	 en	 Londres,	 donde	 ocupó	 la	 cátedra	 de	 sociología	 en	 la
London	School	of	Economics,	hasta	que	obtuvo	la	cátedra	de	Teoría	de	la	Educación	en	el
Instituto	de	Educación	de	la	Universidad	de	Londres.	Incursionó	en	el	tema	de	la	educación
movilizado	por	las	inquietudes	políticas	e	intelectuales	que	despertó	en	él	la	experiencia	de
un	régimen	que	atentaba	contra	la	vida	democrática	y	la	libertad	de	las	personas,	y	tendría
graves	consecuencias	para	la	humanidad.
Si	bien	lo	que	más	se	conoce	de	él	en	sociología	de	la	educación	es	su	obra	Introducción	a	la
sociología	de	la	educación,	quizá	sus	aportes	más	interesantes	a	la	disciplina	no	se	encuentren
en	dicha	obra,	sino	en	otros	trabajos	donde	aborda	el	campo	de	la	educación	y	del	sistema	de
enseñanza	 de	 modo	 no	 sistemático.	 Desde	 su	 cátedra	 de	 Teoría	 de	 la	 Educación	 de	 la
Universidad	 de	 Londres,	 ejerció	 una	 gran	 influencia	 sobre	 los	 sociólogos	 ingleses	 de	 la
educación,	 entre	 ellos	 los	 representantes	 de	 la	 corriente	 que	 se	 conoce	 como	 ‘Nueva
sociología	de	la	educación’	(New	Directions	Sociology).
La	visión	que	Mannheim	tiene	de	la	educación	es	similar	a	la	de	Durkheim,	aunque	éste	la
enfoque	 desde	 un	 radical	 laicismo,	 y	 postule	 una	 marcada	 preponderancia	 de	 la	 sociedad
sobre	el	individuo,	mientras	que	Mannheim	lo	hace	desde	una	óptica	cristiana	(aunque	era
de	origen	judío)	y	otorga	un	rol	importante	al	individuo	(era	un	liberal).	A	pesar	de	estas
diferencias,	la	problemática	educativa	que	le	interesa	es	la	propia	de	una	sociología	positiva:
oposición	a	la	visión	idealista	de	la	educación;	crítica	al	movimiento	reformista	del	sistema	de
enseñanza;	 propuesta	 de	 medidas	 en	 materia	 de	 política	 escolar	 (Lerena,	 1985).	 Sus	 ideas
fundamentales	sobre	la	educación	se	pueden	sintetizar,	en	sus	propias	palabras,	como	sigue:
“Examinaremos	la	educación	desde	el	punto	de	vista	sociológico,	comenzando	por	especificar
algunas	de	sus	consecuencias:	i)	La	educación	no	moldea	al	hombre	en	abstracto,	sino	dentro
y	para	una	determinada	sociedad.	ii)	La	unidad	educativa	última	no	es	nunca	el	individuo,
sino	el	grupo	[...].	iii)	Los	fines	educativos	de	la	sociedad	no	se	pueden	comprender	en	forma
adecuada	 mientras	 estén	 separados	 [...]	 del	 orden	 social	 para	 el	 cual	 se	 conciben.	 iv)	 Los
códigos,	las	normas,	no	son	para	el	sociólogo	fines	en	sí	mismos,	sino	siempre	la	expresión	de
un	juego	recíproco	entre	el	individuo	y	el	grupo	[...].	v)	Estos	fines	educativos	y	su	contexto
social	se	transmiten	a	la	nueva	generación	junto	con	las	técnicas	educativas	dominantes.	A	su
vez,	las	técnicas	educativas	no	se	desarrollan	jamás	en	forma	aislada,	sino	siempre	como	una
parte	del	desarrollo	general	de	las	técnicas	sociales	[...].	vi)	Incluso	la	técnica	educativa	más
eficaz	está	condenada	al	fracaso,	a	menos	que	se	la	ponga	en	relación	con	las	restantes	formas
de	control	social”39.
Mannheim,	 como	 Durkheim,	 atribuye	 a	 la	 educación	 un	 papel	 fundamental	 en	 la
configuración	de	un	nuevo	orden	social;	sostiene	que,	así	como	gracias	a	la	prostitución	de	las
ideas	educacionales	y	la	operación	del	sistema	educativo	en	su	país	fue	posible	la	creación	del
carácter	nazi,	de	la	misma	manera,	regenerando	las	ideas	educacionales	y	haciendo	operar
nuevamente	el	sistema	educativo	con	una	educación	planificada	al	servicio	de	la	libertad	y
los	 ideales	 democráticos,	 será	 posible	 lograr	 un	 cambio	 del	 estado	 de	 cosas	 imperante
después	de	la	segunda	guerra	mundial.	Sostiene:	“Los	nazis	y	los	soviets	sabían	lo	que	podían
esperar	 de	 la	 educación,	 mientras	 que	 nosotros	 hemos	 sido	 muy	 imprecisos	 sobre	 lo	 que
deseamos	conseguir	por	medio	de	ella.	[...]	Criticamos	justamente	y	somos	hostiles	a	lo	que
Hitler	consiguió,	porque	sus	propósitos	eran	malos;	pero	tenemos,	al	menos,	su	ejemplo	para
mostrar	 qué	 muchas	 son	 las	 cosas	 que	 pueden	 hacerse	 para	 influir	 sobre	 las	 personas	 por
medio	de	la	práctica	y	la	organización	de	la	educación”40.
La	educación	es	una	técnica	social	y	un	medio	de	control	social.	Sólo	se	puede	comprender	lo
que	 es	 la	 educación	 si	 conocemos	 la	 clase	 de	 sociedad	 y	 de	 posición	 social	 para	 las	 que
educamos	a	los	alumnos.	Por	lo	tanto,	analizar	la	sociedad	e	identificar	sus	enfermedades	es
un	 requisito	 imprescindible	 para	 planificar	 los	 procesos	 educativos	 en	 función	 de	 una
sociedad	nueva	y	mejor,	libre	y	democrática.	Para	que	una	democracia	funcione	es	necesario
un	consenso	básico	sobre	valores,	un	mínimo	de	acuerdo	que	permita	controlar	los	conflictos.
Sin	una	acción	efectiva	de	la	educación	es	imposible	lograr	ese	consenso.	Como	la	educación
no	se	da	en	el	vacío,	sino	en	un	contexto	social,	la	sociología	puede	proporcionar	las	bases
científicas	para	planificar	una	educación	orientada	a	la	integración	de	los	individuos	en	una
sociedad	nueva.	Para	Mannheim,	la	contribución	principal	del	punto	de	vista	sociológico	a	la
historia	 y	 a	 la	 teoría	 de	 la	 educación	 consiste	 en	 prestar	 atención	 al	 hecho	 de	 que	 no	 se
pueden	concebir	los	objetivos	ni	las	técnicas	educativas	prescindiendo	del	contexto,	sino	que
son	algo	condicionado	socialmente.	“La	sociología	está	también	relacionada	con	el	estudio	de
la	 educación	 porque	 trata	 la	 forma	 de	 operar	 de	 la	 sociedad	 en	 general,	 y	 de	 la	 sociedad
moderna	en	particular.	Es	de	capital	importancia	reconocer	la	clase	de	influencia	que	una
sociedad	ejerce	sobre	sus	miembros	a	través	de	sus	instituciones	y	las	situaciones	que	éstas
crean”41.	 Atribuye	 particular	 importancia	 a	 la	 acción	 educativa	 de	 la	 comunidad.	 “El
principal	factor	educativo	es	la	comunidad,	el	grupo	de	personas	en	que	el	niño	vive	y	los
objetos	que	estas	personas	han	creado,	sus	relaciones,	su	cultura	y	sus	conexiones	con	una
sociedad	todavía	más	amplia.	De	esta	noción	nace	una	idea	de	educación	adaptándose	a	las
demandas	hechas	por	la	sociedad	de	la	cual	forman	parte,	e	implícito	en	este	concepto,	está	el
reconocimiento	de	influencias	deliberadas	y	generalizadas,	generadas	por	esta	sociedad”42.
Distingue	 esta	 acción	 educativa	 de	 la	 comunidad	 (o	 ‘sociedad	 educativa’)	 que	 él	 llama
‘educación	social’,	de	los	aspectos	formales,	institucionalizados	de	la	educación.	Ambos	tipos
de	educación	no	deben	ser	pensados	como	compartimientos	estancos.	Dice	al	respecto	que
estamos	tratando	a	un	tiempo	con	‘la	escuela	en	la	sociedad,	y	la	escuela	y	la	sociedad’.	Es
decir,	que	la	educación	ha	de	ser	considerada	como	una	e	indivisible,	en	la	cual	la	escolaridad
formal,	siendo	como	es	vitalmente	importante,	tiene	en	todas	partes	que	ser	relacionada	a
otros	factores	de	la	sociedad.
En	síntesis,	como	afirma	Lerena	(1985),	Mannheim	estaba	convencido	de	que	el	sistema	de
enseñanza	 estaba	 llamado	 a	 cumplir	 funciones	 cada	 vez	 más	 decisivas	 en	 la	 sociedad	 y	 a
ocupar	un	lugar	central	en	la	estructura	social:	crear	el	mínimo	de	conformidad	necesario
para	 que	 la	 continuidad	 de	 la	 vida	 social	 sea	 posible;	 actuar	 como	 órgano	 de	 selección	 y
diferenciación	 de	 los	 miembros	 de	 la	 sociedad;	 legitimar	 el	 orden	 social	 y	 la	 forma	 de
división	del	trabajo	existente.
En	 sintonía	 con	 su	 concepción	 del	 rol	 del	 sistema	 de	 enseñanza	 en	 la	 sociedad,	 y	 de	 la
sociología	 como	 la	 disciplina	 que	 podía	 crear	 las	 bases	 para	 una	 cultura	 democrática,
Mannheim	(1966)	consideraba	que	los	docentes	debían	poseer	formación	sociológica,	es	decir,
cierto	 dominio	 de	 la	 taxonomía	 sociológica,	 de	 su	 campo	 de	 trabajo	 y	 su	 metodología	 de
investigación.	 Dicha	 formación	 le	 permitiría	 al	 personal	 de	 enseñanza	 comprender	 ese
proceso	social	particular	que	es	la	práctica	educativa.	Diseñó	una	sociología	para	educadores
que	contemplaba	los	siguientes	temas:	nociones	introductorias	de	la	sociología;	estudio	del
orden	y	de	la	estructura	de	la	sociedad,	de	la	función	y	el	control	sociales,	del	cambio	social	y
la	dinámica	de	grupos.	Incluía,	además,	el	análisis	de	la	educación	formal	e	informal,	y	de	lo
que	hoy	llamamos	la	microsociología	de	la	educación.
A	más	de	cincuenta	años	de	su	muerte,	se	puede	afirmar	que	algunos	de	los	temas	tratados
por	 Mannheim	 son	 sorprendentemente	 contemporáneos,	 o	 al	 menos	 continúan
interesándonos,	tanto	en	sociología	como	en	educación	(Whitty,	1997).
b)	Talcott	Parsons	(1902-1979)
Pocos	 sociólogos	 han	 recibido	 tantas	 críticas	 y	 han	 sido	 objeto	 de	 las	 diatribas	 que	 se
dirigieron	 a	 Parsons,	 tanto	 por	 su	 pretensión	 de	 hacer	 de	 su	 teoría	 del	 sistema	 social	 una
teoría	 de	 alcance	 universal	 y	 las	 derivaciones	 políticas	 que	 se	 le	 atribuyen,	 como	 por	 las
dificultades	 de	 lectura	 que	 presentan	 sus	 obras43.	 A	 pesar	 de	 esto,	 se	 lo	 puede	 considerar
como	 el	 máximo	 exponente	 de	 la	 sociología	 en	 los	 EEUU	 a	 mediados	 del	 siglo	 XX.	 Su
influencia	ha	sido	muy	importante,	no	sólo	entre	los	que	aceptaban	sus	puntos	de	vista,	sino
también	entre	sus	detractores,	para	quienes	era	un	punto	de	referencia	ineludible	a	la	hora	de
presentar	propuestas	teóricas	alternativas.
La	importancia	de	Parsons	para	la	sociología	de	la	educación	radica,	fundamentalmente,	en
un	hecho	más	bien	de	tipo	burocrático:	se	encargó	de	crear	un	Instituto	de	investigación	en
sociología	de	la	educación	en	la	universidad	de	Harvard,	donde	ejercía	como	profesor	titular
de	Teoría	Sociológica.	Con	esto	Parsons	sustrajo	al	tratamiento	sociológico	de	la	educación	de
los	departamentos	de	pedagogía	y	le	dio	un	lugar	en	los	departamentos	de	sociología,	lo	cual
significó	 la	 institucionalización	 de	 la	 sociología	 de	 la	 educación	 como	 rama	 especial	 de	 la
sociología.	 Mientras	 la	 investigación	 sociológica	 sobre	 la	 educación	 se	 desarrolló	 en	 los
departamentos	de	pedagogía,	no	hubo	avances	en	la	disciplina	y	ésta	carecía	de	prestigio.	Se
la	 conocía	 como	 ‘Educational	 Sociology’	 y	 no	 tenía	 base	 sociológica;	 su	 marco	 teórico	 era
pedagógico	y	se	trataba	más	bien	de	una	aplicación	del	conocimiento	sociológico	al	campo	de
la	educación,	que	de	una	sociología	en	sentido	estricto.	En	las	propuestas	teóricas	de	John
Dewey	podemos	encontrar	los	primeros	desarrollos	de	esta	suerte	de	pedagogía	sociológica
que	dominó	en	los	EEUU	durante	la	primera	mitad	del	siglo	XX.	También	podemos	situar	en
esta	línea	el	trabajo	de	Lester	Ward.
Talcott	 Parsons,	 a	 diferencia	 de	 los	 anteriores,	 sitúa	 el	 estudio	 de	 la	 educación	 en	 una
perspectiva	estrictamente	sociológica.	La	publicación	en	la	Harvard	Educational	Review,	de	un
artículo	 de	 su	 autoría	 traducido	 al	 español	 con	 el	 título	 ‘La	 clase	 como	 sistema	 social’44,
sirvió,	prácticamente,	de	plataforma	de	lanzamiento	a	la	sociología	de	la	educación,	tal	como
la	conocemos	hoy.	En	él,	Parsons	analiza,	desde	una	perspectiva	estrictamente	funcionalista,
la	escuela	como	agencia	de	socialización	y	su	papel	en	la	formación	de	la	personalidad	del
joven	norteamericano.	Sostiene	que	la	escuela	representa	un	modelo	reducido	de	la	sociedad,
cuya	 función	 consiste	 en	 transmitir	 al	 joven	 los	 valores	 que	 constituyen	 las	 bases	 de	 la
sociedad	estadounidense,	y	con	ello,	le	abre	las	puertas	para	ingresar	en	el	mundo	adulto	y
convertirse	en	miembro	pleno	de	esa	sociedad.	La	escuela	y	los	profesores,	a	diferencia	de
otras	agencias	y	agentes	de	socialización,	como	la	familia	y	el	grupo	de	iguales,	representan
los	valores	universalistas	imperantes	en	la	sociedad.	La	escuela	se	encarga	de	transmitir	esos
valores,	y	al	hacerlo,	cumple	una	función	homogeneizadora	de	los	miembros	de	esa	sociedad;
cumple,	a	la	vez,	una	función	de	diferenciación,	selección	y	jerarquización	de	éstos,	sobre	la
base	 de	 su	 rendimiento	 escolar.	 En	 síntesis,	 los	 integra	 a	 la	 sociedad	 y	 los	 ubica	 en	 la
estructura	de	posiciones	propia	de	esa	sociedad.
No	es	nuestro	propósito	desarrollar	el	complejo	pensamiento	del	sociólogo	estadounidense.
Solamente	queremos	destacar	que,	al	considerar	a	la	escuela	como	un	sistema	social,	Parsons
deja	 de	 lado	 el	 proceso	 de	 interacción	 como	 unidad	 de	 análisis,	 se	 desentiende	 de	 los
intereses	y	acciones	de	los	actores	concretos,	y	ubica	en	su	lugar	el	concepto	más	complejo	de
status-rol,	 que	 constituye	 un	 componente	 estructural	 del	 sistema,	 no	 un	 aspecto	 de	 la
interacción	ni	de	los	actores.	El	status	designa	una	posición	en	el	sistema,	mientras	que	el	rol
hace	 referencia	 a	 las	 conductas	 asociadas	 a	 esa	 posición,	 es	 decir,	 se	 trata	 de	 analizar	 la
escuela	en	función	del	lugar	que	el	actor	ocupa	en	el	sistema	y	de	lo	que	le	compete	hacer
desde	esa	posición.	El	proceso	de	socialización	escolar	tiene	una	función	conservadora	del
orden	 social	 y,	 junto	 con	 el	 control	 social,	 constituyen	 los	 principales	 mecanismos	 que
permiten	 mantener	 el	 equilibrio	 del	 sistema.	 El	 análisis	 funcionalista	 se	 ocupa	 de	 cómo	 el
sistema	controla	al	actor,	no	de	la	forma	en	que	éste	crea	y	mantiene	el	sistema.
6.	Polarización	del	pensamiento	sociológico	en	el	tratamiento	de	la	educación
Como	 acabamos	 de	 ver,	 en	 la	 raíz	 del	 pensamiento	 sociológico	 siempre	 hubo	 una
determinada	concepción	de	la	educación	y	de	la	escuela,	inscripta,	por	cierto,	en	el	contexto
del	 particular	 enfoque	 epistemológico	 que	 cada	 uno	 de	 nuestros	 clásicos	 cultivaba,	 y
relacionada,	obviamente,	con	la	problemática	social	que	les	preocupaba	de	manera	especial.
Es	sobre	la	base	de	esas	concepciones	y	las	diferentes	posturas	epistemológicas	a	las	cuales
responden	que	se	construyó	la	actual	sociología	de	la	educación.	En	consecuencia,	se	dan	en
ésta	 las	 mismas	 polarizaciones,	 y	 por	 ende,	 los	 mismos	 debates	 que	 se	 producen	 en	 la
sociología	 a	 secas:	 conflicto	 vs.	 consenso;	 subjetivismo	 vs.	 objetivismo;	 individualismo	 vs.
colectivismo;	macro	vs.	micro.	Y	como	en	la	propia	sociología,	no	faltan	en	la	sociología	de	la
educación	 actual	 intentos,	 como	 el	 de	 Bourdieu	 o	 el	 de	 Bernstein,	 por	 superar	 estas
dicotomías.	 Veamos	 cómo	 se	 presenta	 una	 de	 las	 polarizaciones	 más	 significativas	 en	 el
tratamiento	sociológico	de	la	educación:	el	consenso	y	el	conflicto.	La	referencia	será	somera
ya	que	sobre	este	tema	volveremos	después.
Al	recorrer	el	pensamiento	sociológico	sobre	la	educación	a	lo	largo	de	la	historia,	se	pone	de
manifiesto	la	clara	diferencia	de	perspectiva	con	que	la	sociología,	desde	sus	orígenes	como
disciplina	 científica,	 aborda	 el	 estudio	 de	 la	 sociedad:	 el	 consenso	 y	 el	 conflicto.	 En	 el
tratamiento	de	la	educación,	estas	perspectivas	se	traducen	en	diferentes	concepciones	sobre
la	educación	y	su	función	en	la	sociedad.	Subyace	a	cada	una	de	ellas	una	particular	postura
filosófica	sobre	el	hombre	y	la	sociedad,	cuyo	origen	se	remonta	a	la	filosofía	social	de	los
siglos	 XVII	 y	 XVIII.	 Podríamos	 decir	 que	 la	 sociología	 del	 consenso	 tiene	 sus	 raíces	 en	 el
pensamiento	de	John	Locke,	uno	de	los	padres	del	liberalismo	moderno,	mientras	que	la	del
conflicto	se	funda	en	las	ideas	de	Tomas	Hobbes.	La	primera	considera	al	hombre	como	un
ser	cooperador	y	pacífico,	incorporado	a	un	orden	social	que	es	el	producto	de	un	acuerdo
entre	individuos	razonables;	se	trata	de	un	orden	que	permite	la	realización	de	los	valores
humanos	fundamentales:	la	vida,	la	propiedad	y	la	libertad.	La	segunda	considera	al	hombre
como	 un	 ser	 dotado	 de	 razón	 al	 servicio	 de	 su	 pasión,	 es	 decir,	 de	 su	 deseo	 de	 poder	 y
bienestar	 material,	 en	 permanente	 lucha	 con	 los	 otros	 hombres	 para	 satisfacer	 esa	 pasión.
Este	hombre	está	incorporado	a	un	orden	social	que	es	producto	de	la	coacción	ejercida	por
un	estado	político	absoluto.
Esta	polarización	del	pensamiento	sociológico,	resultante	de	la	particular	postura	frente	al
hombre	y	la	sociedad	que	caracteriza	a	las	opciones	filosóficas	mencionadas,	se	manifiesta
inevitablemente	en	el	tratamiento	sociológico	de	la	educación.	Como	veremos	más	adelante,
el	análisis	de	cualquier	problema	que	se	aborda	en	sociología	de	la	educación	se	verá	afectado
por	la	adhesión	personal	del	sociólogo	a	una	u	otra	de	estas	opciones.	Por	lo	tanto,	resulta
imprescindible	conocer	los	supuestos	y	las	ideas	fundamentales	de	estos	dos	enfoques	para
poder	 comprender	 el	 tratamiento	 que	 cada	 uno	 de	 ellos	 hace	 de	 la	 educación.	 Veamos
brevemente	cuáles	son	las	ideas	más	importantes	de	la	sociología	del	consenso	y	del	conflicto,
y	su	particular	enfoque	de	la	educación.
a)	Sociología	del	consenso
Las	ideas	centrales	de	la	sociología	del	consenso,	claramente	expresadas	en	el	pensamiento	de
A.	Comte,	son	las	de	orden	y	equilibrio.	La	sociedad	es	concebida	como	un	todo,	semejante	a
un	 organismo	 biológico,	 constituido	 por	 partes	 interrelacionadas	 de	 tal	 manera,	 que	 un
cambio	en	alguna	de	ellas	provoca	cambios	en	las	restantes.	Cada	una	de	esas	partes	cumple
funciones,	es	decir,	contribuye	a	mantener	el	equilibrio	del	sistema.	Este	equilibrio	es	de	tipo
dinámico.	 Hay	 factores	 que	 pueden	 perturbarlo	 y	 conducir	 al	 sistema	 a	 una	 inestabilidad
temporaria,	pero	en	el	largo	plazo,	la	sociedad	vuelve	a	su	equilibrio	originario.	Los	cambios
provienen	 de	 fuentes	 externas	 al	 sistema	 y	 éste	 tiene	 la	 particularidad	 de	 ajustarse
paulatinamente	a	ellos.
Para	esta	sociología,	el	orden	del	sistema	social	se	logra	gracias	al	consenso	entre	los	actores
sociales	 acerca	 de	 los	 valores	 y	 las	 normas	 que	 rigen	 las	 relaciones	 en	 la	 sociedad.	 Como
resultado	 de	 esta	 concepción	 sobre	 la	 sociedad,	 la	 sociología	 del	 consenso,	 cuya	 expresión
más	cabal	es	el	funcionalismo,	se	caracteriza,	como	veremos	en	detalle	más	adelante,	por	una
visión	 conservadora	 de	 la	 sociedad.	 La	 educación,	 en	 efecto,	 cumple	 funciones
imprescindibles	para	el	mantenimiento	de	la	sociedad:	i)	Trasmisión	de	la	cultura,	o	sea,	una
función	básica	de	socialización	de	los	individuos	en	las	actitudes,	creencias,	normas	y	valores
propios	de	la	sociedad.	El	resultado	de	esto	es	la	incorporación	de	los	nuevos	miembros	a	la
sociedad	y	la	creación	de	un	consenso	general	sobre	la	legitimidad	del	orden	social	existente.
ii)	Entrenamiento	para	el	ejercicio	de	roles.	Es	decir,	prepara	al	individuo	para	incorporarse
en	la	división	funcional	del	trabajo.	Al	cumplir	estas	funciones,	la	educación	actúa	como	un
factor	de	integración	social	y	de	adaptación	individual.
La	 principal	 crítica	 que	 se	 hace	 a	 la	 sociología	 del	 consenso	 es	 que	 no	 ha	 sido	 capaz	 de
analizar	y	explicar	adecuadamente	los	fenómenos	de	la	contradicción	y	del	cambio,	a	causa
de	su	excesivo	énfasis	en	el	orden,	la	armonía	y	la	integración.
b)	Sociología	del	conflicto
Esta	 sociología	 se	 presenta	 como	 la	 antítesis	 de	 la	 sociología	 del	 consenso;	 se	 vincula,	 en
primer	 lugar,	 con	 el	 pensamiento	 de	 Karl	 Marx,	 y	 luego,	 con	 el	 de	 Max	 Weber.	 Las
diferencias	 entre	 uno	 y	 otro	 son	 muy	 importantes,	 ya	 que	 sus	 puntos	 de	 partida	 y	 sus
concepciones	 sobre	 las	 raíces	 y	 características	 del	 conflicto	 son	 diferentes.	 Marx	 vincula	 el
conflicto	a	la	organización	económica,	particularmente	a	la	propiedad	privada	de	los	medios
de	producción.	Weber,	en	cambio,	lo	vincula	con	la	distribución	del	poder.	Para	el	primero	el
conflicto	 se	 da	 entre	 clases	 sociales,	 es	 decir	 entre	 grupos	 con	 intereses	 económicos
antagónicos;	para	el	segundo,	se	da	entre	grupos	de	actores	ubicados	en	diferentes	posiciones
en	 la	 estructura	 de	 poder	 y	 cuyos	 estilos	 de	 vida	 son	 distintos.	 Marx	 acentúa	 las
consecuencias	disociadoras	del	conflicto,	Weber	le	atribuye	algunas	funciones	integradoras.
En	 Marx	 la	 lucha	 ocupa	 un	 lugar	 central	 en	 la	 explicación	 del	 conflicto,	 en	 Weber	 es	 la
competición	la	clave	explicativa.
A	 diferencia	 de	 la	 anterior,	 la	 preocupación	 central	 de	 la	 sociología	 del	 conflicto	 es	 la
explicación	 de	 los	 fenómenos	 del	 poder,	 del	 cambio	 social	 y	 de	 las	 contradicciones	 que
caracterizan	la	formación	y	la	integración	de	los	grupos	sociales,	las	organizaciones	humanas
y	la	sociedad.
Al	 tomar	 al	 conflicto	 como	 hecho	 social	 central,	 esta	 sociología	 sustituye	 las	 nociones	 de
orden	 y	 progreso	 del	 organicismo	 positivista	 por	 los	 conceptos	 de	 movimiento	 y
transformación.	 En	 vez	 de	 considerar	 el	 estado	 de	 consenso	 y	 armonía	 como	 factor	 de
progreso,	considera	la	contradicción	y	la	lucha	entre	diferentes	intereses	y	grupos	sociales
como	 factores	 de	 transformación	 de	 la	 sociedad.	 La	 dinámica	 social	 no	 se	 explica	 como
resultado	del	consenso	universal,	como	había	predicho	Comte,	sino	como	consecuencia	de	la
tensión	 entre	 lo	 tradicional	 y	 lo	 nuevo,	 lo	 normal	 y	 lo	 extraño,	 la	 reproducción	 y	 la
construcción.	En	síntesis,	la	vida	social	se	define	como	un	juego	de	fuerzas	antagónicas	y	no
como	un	estado	de	equilibrio	basado	en	la	integración	armónica.
Los	supuestos	fundamentales	de	la	teoría	del	conflicto	son	los	siguientes:	i)	El	conflicto	es	un
hecho	normal	en	las	sociedades.	Su	ausencia	es	lo	que	se	podría	considerar	inusual.	Como
resultado	 de	 la	 ubicuidad	 del	 conflicto,	 las	 sociedades	 están	 sujetas	 permanentemente	 a
cambios.	ii)	Cada	elemento	de	la	sociedad	contribuye	a	su	transformación.	iii)	El	orden	social
resulta	de	la	coacción	que	ejercen	algunos	individuos	o	grupos	sobre	otros.
La	 ubicuidad	 del	 conflicto	 se	 explica	 en	 dos	 hechos:	 primero,	 en	 que	 la	 gente	 aspira	 a
determinados	bienes	,	valores,	cosas	que	son	escasos	y,	segundo,	en	que	hay	un	disenso	básico
en	la	sociedad	con	relación	a	las	normas	y	valores	sociales.	De	esta	manera,	la	sociedad	está
integrada	de	manera	débil	y	provisoria,	y	cuando	dicha	integración	existe,	está	basada	en	la
coacción	que	ejercen	los	más	poderosos	sobre	los	que	carecen	de	poder.	El	balance	de	poder
entre	 grupos	 e	 individuos	 está	 en	 continuo	 estado	 de	 alteración,	 lo	 que	 resulta	 en	 una
constante	 inestabilidad	 social.	 El	 cambio	 social	 es	 frecuentemente	 abrupto,	 masivo	 y	 de
carácter	revolucionario.
En	 lo	 que	 respecta	 a	 la	 educación,	 la	 sociología	 del	 conflicto	 considera	 que	 la	 falta	 de
consenso	sobre	objetivos,	normas	y	valores	es	una	evidencia	de	que	el	conflicto	es	un	lugar
común	y	que	el	conflicto	social	es	intrínseco	a	la	educación	(conflicto	entre	individuos,	entre
individuos	 e	 instituciones,	 entre	 instituciones,	 y	 entre	 éstas	 y	 la	 sociedad).	 Además,	 la
estructura	 presente	 de	 la	 educación	 es	 un	 resultado	 o	 un	 producto	 de	 los	 conflictos	 en	 la
sociedad	 más	 amplia.	 En	 lo	 que	 hace	 a	 una	 de	 las	 funciones	 básicas	 de	 la	 educación,	 la
trasmisión	 de	 la	 cultura,	 según	 la	 sociología	 del	 conflicto,	 las	 escuelas	 se	 dedican
principalmente	 a	 entrenar	 al	 estudiante	 para	 consumir	 y	 producir	 bienes,	 y	 este
entrenamiento	 beneficia,	 fundamentalmente,	 a	 los	 propietarios	 y	 a	 quienes	 controlan	 el
mundo	 de	 los	 negocios.	 La	 educación	 sirve,	 de	 esta	 manera,	 a	 los	 intereses	 de	 la	 clase
dominante;	 es	 una	 fuerza	 conservadora	 que	 preserva,	 reproduciéndolo,	 el	 orden	 social
existente	y	actúa	como	un	medio	de	control	social	en	manos	de	la	clase	dominante.
1	Saint	Simon,	El	sistema	industrial.	Citado	por	Lerena,	1985,	pág.	83.
2	Saint	Simon,	El	sistema	industrial	.	Citado	por	Lerena,	1985,	pág.	87.
3	Comte,	Discurso	sobre	el	espíritu	positivo,	citado	por	Lerena,	1985,	pág.	94.
4	Comte,	Discurso	sobre	el	espíritu	positivo,	citado	por	Lerena,	1985,	pág.	95.
5	Lerena,	1985,	pág.	97
6	K.	Marx,	Crítica	al	programa	de	Gotha,	citado	por	M.	Carnoy,	1981,	pág.	16.
7	7
	Debe	quedar	claro	que	cuando	Marx	se	refiere	a	trabajo	productivo	en	este	contexto,	no	alude	a	la	práctica	del	trabajo	manual	en	las
escuelas,	sino	al	trabajo	destinado	a	producir	objetos	que	se	puedan	vender	en	el	mercado.
8	Marx,	El	Capital,	citado	por	Lerena,	1985,	pág.	107.
9	Marx	y	F.	Engels,	El	manifiesto	del	Partido	Comunista,	citado	por	Manacorda,	1969,	pág.	27.
10	Manacorda,	1969,	pág.	32.
11	Manacorda,	1969,	pág.	33.
12	Manacorda,	1969,	pág.	105.
13	Manacorda,	1969,	pág.	109.
14	Manacorda,	1969,	pág.	113.
15	Manacorda,	1969,	pág.	117-118.
16	Manacorda,	1969,	pág.	121.
17	Manacorda,	1969,	pág.	323.
18	Max	Weber,	1964,	pág.	44-45.
19	Max	Weber,	1964,	pág.	43.
20	Max	Weber,	1964,	pág.	43.
21Bendix,	1970,	pág.	278.
22	Max	Weber,	1964,	pág.	172.
23	Lerena,	1985,	pág.	147.
24	Max	Weber,	1964,	pág.	172.
25	Es	importante	recordar	aquí	el	concepto	de	tipo	ideal	o	tipo	puro	de	Weber.	Los	tipos	ideales	no	son	realidades	empíricas,	sino
constructos	teóricos,	invenciones	racionales	del	investigador	con	fines	analíticos.
26	Lerena,	1985,	pág.	150.
27	Estas	obras	son	las	siguientes:	Educación	y	sociología;	La	educación	moral;	Historia	de	la	educación	y	de	las	doctrinas	pedagógicas.	Es
importante	aclarar	que	en	el	resto	de	sus	trabajos	también	aparecen	referencias	a	la	educación,	dado	que	ésta	fue	para	Durkheim	una
preocupación	permanente.
28	Lerena,	1985	pág.	76
29	Durkheim,	1974,	pág.	22.
30	Durkheim,	1974,	pág.	23
31	Durkheim,	1974,	pág.	71
32	Durkheim,	1974,	pág.	71
33	Durkheim,	1974,	pág.	75
34	Durkheim,	1974,	pág.	40:41.
35	Durkheim,	1974,	pág.	40:41.
36	Durkheim,	1974,	pág.	43.
37	Durkheim,	1974,	pág.	45.
38	Durkheim,	1974,	pág.	45.
39	Mannheim,	Diagnóstico	de	nuestro	tiempo,	citado	por	Lerena,	1985,	pág.	175.
40	Mannheim,	1966,	pág.	27.
41	Mannheim,	1966,	pág.	29.
42	Mannheim,	1966,	pág.	41.
43	El	capítulo	que	Lerena	(1985)	dedica	a	Parsons	es	una	clara	expresión	de	crítica	exacerbada	al	sociólogo	estadounidense.
44	T.	Parsons	(1959):	‘The	school	Class	as	a	Social	System.	Some	of	its	functions	in	American	Society’,	Harvard	Educational	Review,
Vol	29,	Nº	4	[pág.	297-318]
Capítulo	II
La	sociología	de	la	educación
Acabamos	 de	 ver	 en	 el	 capítulo	 anterior	 que	 la	 sociología,	 desde	 sus	 orígenes,	 tuvo	 a	 la
educación	 como	 tema	 de	 reflexión	 privilegiado.	 La	 obra	 de	 los	 clásicos	 muestra	 esto	 de
manera	muy	clara.	Cualquiera	sea	la	vertiente	del	pensamiento	social	que	se	tome	en	cuenta,
todas	 atribuyen	 a	 la	 educación	 un	 papel	 decisivo,	 tanto	 en	 la	 trasmisión	 de	 la	 herencia
cultural	de	una	sociedad,	como	en	los	procesos	de	poder	y	de	control	sociales	vigentes	en	ella.
No	cabe	duda	de	que	la	sociología	de	la	educación	aparece	en	el	mismo	contexto	y	momento
histórico	 que	 la	 sociología.	 Como	 la	 propia	 sociología,	 su	 aparición	 responde	 a	 las
necesidades	 de	 ese	 contexto,	 y	 es,	 en	 su	 primera	 orientación,	 positiva	 (Lerena,	 1985).	 Sin
embargo,	 y	 a	 pesar	 de	 este	 lugar	 de	 privilegio	 que	 la	 educación	 ocupó	 en	 el	 pensamiento
social	 primero,	 y	 en	 el	 sociológico	 después,	 sólo	 podemos	 hablar	 de	 la	 sociología	 de	 la
educación	como	disciplina	científica	en	sentido	estricto	recién	a	mediados	del	siglo	XX.
¿Cuál	es	la	razón	que	justifica	la	existencia	de	una	sociología	de	la	educación?	La	razón	de	ser
de	esta	disciplina	radica,	en	definitiva,	en	que	educación	es	un	fenómeno	social.	Gran	parte
del	trabajo	de	Durkheim	estuvo	dirigido	a	demostrar	este	hecho,	y	a	estudiar	en	profundidad
dicho	 fenómeno.	 Desde	 su	 punto	 de	 vista,	 dado	 que	 la	 sociología	 es	 la	 única	 ciencia	 que
puede	estudiar	los	hechos	sociales,	la	verdadera	ciencia	de	la	educación	no	es	la	pedagogía,
como	 se	 sostenía	 hasta	 ese	 momento,	 sino	 la	 sociología,	 y	 se	 propuso	 crear	 esa	 disciplina
nueva	que	él	denominó	‘Ciencia	de	la	Educación’,	como	vimos	en	un	capítulo	anterior.	Su
cometido	 era	 estudiar	 a	 la	 educación	 desde	 la	 perspectiva	 sociológica,	 es	 decir,	 como
fenómeno	y	como	proceso	social.	Gracias	a	esto,	muchos	atribuyen	a	Durkheim	la	paternidad
de	la	sociología	de	la	educación,	aun	cuando	él	nunca	utilizó	este	término.
Antes	de	intentar	definir	qué	es	la	sociología	de	la	educación,	veamos	porqué	la	educación
puede	ser	considerada	un	fenómeno	social	o,	en	términos	de	Durkheim,	un	‘verdadero	hecho
social’.	 Para	 esto,	 nada	 mejor	 que	 recurrir	 a	 su	 obra	 Educación	 y	 sociología,	 donde,	 con	 la
claridad	que	lo	caracteriza,	y	sobre	la	base	de	su	concepción	sociológica	general,	define	a	la
educación	como	hecho	social1.
1.	La	educación,	un	fenómeno	social
Siguiendo	una	línea	de	argumentación	que	es	típica	en	él,	para	demostrar	que	la	educación	es
un	 hecho	 social,	 Durkheim	 comienza	 por	 examinar	 críticamente	 las	 definiciones	 de
educación	más	corrientes	en	su	época.	Entre	otras,	analiza	la	definición	que	da	Kant,	para
quien	el	objetivo	de	la	educación	consiste	en	desarrollar	en	cada	individuo	toda	la	perfección
de	que	él	es	susceptible.	Durkheim	considera	que	esta	definición	es	inadecuada,	porque	no
existe	 una	 idea	 universalmente	 válida	 de	 lo	 que	 se	 debe	 entender	 por	 perfección.	 Toma
también	la	de	Stuart	Mill,	según	la	cual	la	educación	comprende	todo	lo	que	hacemos	por
nosotros	mismos	y	todo	lo	que	los	demás	hacen	por	nosotros	con	el	fin	de	aproximarnos	a	la
perfección	 de	 nuestra	 naturaleza.	 En	 su	 más	 amplia	 acepción,	 esta	 definición	 comprende
incluso	los	efectos	indirectos	que	producen	sobre	el	carácter	y	sobre	las	facultades	del	hombre
cosas	cuyo	fin	es	muy	otro:	las	leyes	y	las	formas	de	gobierno,	las	artes	industriales,	y	hasta
los	factores	físicos	independientes	de	la	voluntad	del	hombre,	tales	como	el	clima,	el	suelo	y
la	 posición	 social.	 Para	 Durkheim,	 esta	 definición	 es	 inaceptable	 pues	 comprende	 hechos
totalmente	 diferentes	 que	 no	 pueden	 ser	 reunidos	 en	 un	 mismo	 vocablo	 sin	 crear
confusiones.	 Por	 último,	 toma	 la	 definición	 pragmática	 de	 James	 Mill:	 el	 objeto	 de	 la
educación	 es	 hacer	 del	 individuo	 un	 instrumento	 de	 felicidad	 para	 sí	 mismo	 y	 para	 sus
semejantes.	 Según	 Durkheim,	 esto	 también	 es	 inaceptable	 pues	 la	 felicidad	 es	 una	 cosa
esencialmente	subjetiva	que	cada	uno	aprecia	a	su	manera;	por	lo	tanto,	la	definición	deja
indeterminado	el	objetivo	de	la	educación,	y	de	hecho,	la	educación	misma.
Luego	de	este	examen,	Durkheim	concluye	que	las	definiciones	precedentes	tienen	algo	en
común:	 parten	 del	 supuesto	 de	 que	 hay	 una	 educación	 ideal,	 perfecta,	 que	 vale
indistintamente	 para	 todos	 los	 hombres	 y	 todas	 las	 épocas.	 Este	 supuesto	 le	 parece
inadmisible	y	entiende	que	ha	sido	refutado	por	la	historia.	Ésta	demuestra	algo	indiscutible:
la	educación	ha	variado	infinitamente	según	las	épocas,	según	los	países	y	hasta	según	los
grupos	 sociales.	 Para	 justificar	 su	 postura,	 Durkheim	 escribe:	 “En	 las	 ciudades	 griegas	 y
latinas	 la	 educación	 formaba	 al	 individuo	 para	 que	 se	 subordinara	 ciegamente	 a	 la
colectividad,	para	que	se	convirtiera	en	la	cosa	de	la	sociedad.	Hoy	se	esfuerza	para	hacer	de
él	una	personalidad	autónoma.	En	Atenas	se	trataba	de	formar	espíritus	delicados,	alertas,
sutiles,	enamorados	de	la	mesura	y	de	la	armonía,	capaces	de	gustar	la	belleza	y	las	alegrías
de	 la	 especulación	 pura;	 en	 Roma	 se	 quería	 ante	 todo	 que	 los	 niños	 se	 convirtieran	 en
hombres	de	acción,	apasionados	por	la	gloria	militar,	indiferentes	en	lo	que	concierne	a	las
letras	 y	 a	 las	 artes.	 En	 la	 edad	 media	 la	 educación	 era,	 por	 sobre	 todo,	 cristiana;	 en	 el
Renacimiento	toma	un	carácter	más	laico	y	literario;	hoy	tiende	a	ocupar	en	ella	el	lugar	que
antaño	ocupaba	el	arte”2.
Un	 segundo	 error	 del	 supuesto	 subyacente	 a	 las	 definiciones	 analizadas	 anteriormente,	 es
que	 conducen	 a	 una	 concepción	 absurda	 sobre	 los	 sistemas	 educativos.	 Durkheim	 dice	 al
respecto:	 “Si	 comenzamos	 así	 a	 preguntarnos	 cuál	 debe	 ser	 la	 educación	 ideal,	 hecha
abstracción	de	toda	consideración	de	tiempo	y	lugar,	es	que	admitimos	implícitamente	que
un	sistema	educativo	no	tiene	nada	de	real	por	sí	mismo.	Sólo	se	ve	en	él	un	conjunto	de
prácticas	y	de	instituciones	que	se	han	organizado	lentamente,	con	el	correr	del	tiempo,	que
son	 solidarias	 de	 todas	 las	 demás	 instituciones	 sociales,	 que	 las	 expresan,	 y	 que,	 en
consecuencia,	como	la	propia	estructura	de	la	sociedad,	no	pueden	ser	cambiadas	a	voluntad,
sino	 que	 parecen	 ser	 un	 puro	 sistema	 de	 conceptos	 realizados;	 en	 ese	 sentido,	 el	 mismo
parece	derivar	únicamente	de	la	lógica.	[...]	Pero,	de	hecho,	cada	sociedad	considerada	en	un
momento	determinado	de	su	desarrollo,	tiene	un	sistema	de	educación	que	se	impone	a	los
individuos	 con	 una	 fuerza	 generalmente	 irresistible.	 Es	 vano	 creer	 que	 podemos	 educar	 a
nuestros	 hijos	 como	 queremos.	 Hay	 costumbres	 que	 estamos	 obligados	 a	 aceptar;	 si	 nos
apartamos	de	ellas,	se	vengan	en	nuestros	hijos.	[...]	Hay,	pues,	en	cada	momento	histórico,
un	 tipo	 regulador	 de	 educación	 del	 que	 no	 podemos	 apartarnos	 sin	 chocar	 con	 vivas
resistencias	que	sirven	para	contener	las	veleidades	de	disidencia”3.
Durkheim	concluye	su	argumentación	tratando	de	demostrar	que	la	educación	es	un	hecho
social,	y	lo	es	porque	comparte	con	ellos	ciertas	características	que	permiten	diferenciarlos	de
otro	 tipo	 de	 fenómenos:	 es	 supraindividual	 y	 es	 coactiva.	 Veamos	 en	 qué	 consisten	 estas
características.
En	primer	lugar,	la	educación,	como	todos	los	fenómenos	sociales,	es	supraindividual,	existe
fuera	de	las	conciencias	individuales	y	no	pertenece	a	ninguna	de	ellas	en	particular,	sino	que
pertenece	 a	 la	 sociedad.	 Toda	 sociedad,	 dice	 Durkheim,	 produce	 fenómenos	 nuevos,
diferentes	 de	 los	 que	 se	 engendran	 en	 las	 conciencias	 individuales.	 Los	 hechos	 sociales
residen	 en	 la	 misma	 sociedad	 que	 los	 produce	 y	 no	 en	 sus	 partes;	 son,	 en	 este	 sentido,
exteriores	 a	 las	 conciencias	 individuales.	 Son	 cosas	 que	 tienen	 su	 existencia	 propia.	 El
individuo	las	encuentra	completamente	formadas,	y	no	puede	hacer	que	no	sean,	o	que	sean
de	 otra	 manera	 de	 lo	 que	 son;	 está	 pues	 obligado	 a	 tenerlas	 en	 cuenta,	 y	 le	 es	 difícil	 (no
decimos	 imposible)	 modificarlas	 porque,	 en	 grados	 diversos,	 participan	 de	 la	 supremacía
material	 y	 moral	 que	 la	 sociedad	 tiene	 sobre	 sus	 miembros.	 Claro	 está	 que	 el	 individuo
interviene	en	su	génesis,	pero	para	que	exista	un	hecho	social,	es	preciso	que	muchos	hayan,
por	lo	menos,	combinado	su	acción,	y	que	de	esta	combinación	se	haya	engendrado	algún
producto	nuevo.	Y	como	esta	síntesis	se	realiza	fuera	de	nosotros,	pues	entran	en	ella	una
pluralidad	 de	 conciencias,	 tiene	 necesariamente	 por	 efecto	 el	 fijar,	 el	 instituir	 fuera	 de
nosotros,	determinadas	maneras	de	obrar	y	determinados	juicios,	que	no	dependen	de	cada
voluntad	particular	tomada	separadamente.	Para	Durkheim,	las	costumbres	y	las	ideas	que
definen	el	tipo	de	educación	propio	de	una	sociedad	en	un	determinado	momento	no	son
producidas	 por	 cada	 individuo	 en	 particular.	 “Son	 el	 producto	 de	 la	 vida	 en	 común	 y
expresan	 las	 necesidades	 de	 la	 misma.	 Son	 incluso,	 en	 su	 mayor	 parte,	 obra	 de	 las
generaciones	 anteriores.	 Todo	 el	 pasado	 de	 la	 humanidad	 ha	 contribuido	 a	 hacer	 ese
conjunto	de	máximas	que	dirigen	la	educación	de	hoy;	toda	nuestra	historia	ha	dejado	allí	sus
rastros,	e	incluso	la	historia	de	los	pueblos	que	nos	han	precedido.	Del	mismo	modo	que	los
organismos	 superiores	 llevan	 en	 sí	 como	 un	 eco	 de	 toda	 la	 evolución	 biológica	 cuya
culminación	constituyen.	Cuando	se	estudia	históricamente	la	manera	como	se	han	formado
y	 desarrollado	 los	 sistemas	 de	 educación,	 se	 ve	 que	 ellos	 dependen	 de	 la	 religión,	 de	 la
organización	política,	del	grado	de	desarrollo	de	las	ciencias,	del	estado	de	la	industria,	etc.	Si
se	 les	 separa	 de	 todas	 esas	 causas	 históricas,	 se	 vuelven	 incomprensibles.	 ¿Cómo	 puede	 el
individuo,	por	lo	tanto,	pretender	reconstruir,	por	el	solo	esfuerzo	de	su	reflexión	privada,	lo
que	no	es	obra	del	pensamiento	individual?	No	se	encuentra	frente	a	una	tabla	rasa	sobre	la
que	puede	edificar	lo	que	quiere	sino	a	realidades	existentes	que	no	puede	crear	ni	destruir	ni
transformar	a	voluntad.	Sólo	puede	actuar	sobre	ellas	en	la	medida	en	que	ha	aprendido	a
conocerlas,	en	que	sabe	cuáles	son	su	naturaleza	y	las	condiciones	de	que	dependen;	y	sólo
puede	 llegar	 a	 saberlo	 si	 entra	 en	 su	 escuela,	 si	 comienza	 por	 observarlas,	 como	 el	 físico
observa	la	materia	bruta	y	el	biólogo	los	cuerpos	vivos”4.
En	 segundo	 lugar,	 la	 educación	 es	 coactiva.	 Consiste,	 según	 Durkheim,	 en	 un	 esfuerzo
continuo	para	imponer	a	los	niños	maneras	de	ver,	de	sentir	y	de	obrar,	a	las	cuales	ellos	no
podrían	 haber	 llegado	 espontáneamente.	 Desde	 los	 primeros	 momentos	 de	 su	 vida	 les
obligamos	a	comer,	a	beber,	a	dormir	a	determinadas	horas;	a	la	limpieza,	al	sosiego,	a	la
obediencia;	más	tarde	les	hacemos	fuerza	para	que	tengan	en	cuenta	a	los	demás,	para	que
respeten	 los	 usos	 y	 las	 convenciones;	 los	 coaccionamos	 para	 que	 trabajen,	 etc.	 Si	 con	 el
tiempo	 dejan	 de	 sentir	 esta	 coacción,	 es	 porque	 poco	 a	 poco	 han	 desarrollado	 hábitos	 y
tendencias	internas	que	la	hacen	inútil,	pero	que	sólo	la	reemplazan	porque	derivan	de	ella.
Esta	presión	permanente	que	sufre	el	niño	es	la	presión	misma	del	medio	social	que	tiende	a
moldearlo	a	su	imagen	y	del	cual	los	padres	y	los	maestros	no	son	más	que	los	representantes
y	los	intermediarios.
Finalmente,	 Durkheim	 propone	 su	 propia	 definición	 de	 educación,	 que	 condensa	 toda	 su
argumentación	 anterior	 y	 expresa	 una	 perspectiva	 puramente	 sociológica	 sobre	 ella:	 “la
educación	 es	 la	 acción	 ejercida	 por	 las	 generaciones	 adultas	 sobre	 las	 que	 no	 están	 aun
maduras	para	la	vida	social.	Tiene	por	objeto	suscitar	y	desarrollar	en	el	niño	determinado
número	de	estados	físicos,	intelectuales	y	morales	que	reclaman	de	él,	por	un	lado	la	sociedad
política	en	su	conjunto,	y	por	otro,	el	medio	especial	al	que	está	particularmente	destinado”5.
La	educación	es,	en	definitiva,	la	socialización	metódica	de	la	nueva	generación;	consiste	en
la	acción	ejercida	por	una	generación	adulta	sobre	una	generación	joven,	y	la	finalidad	de
esta	acción	es	la	formación	del	‘ser	social’.	Por	ser	social	Durkheim	entiende	el	“sistema	de
ideas,	de	sentimientos	y	de	hábitos	que	expresan	en	nosotros,	no	nuestra	personalidad,	sino
el	grupo	o	los	grupos	diferentes	de	que	formamos	parte;	tales	son	las	creencias	religiosas,	las
creencias	 y	 las	 prácticas	 morales,	 las	 tradiciones	 nacionales	 o	 profesionales,	 las	 opiniones
colectivas	de	toda	clase”6.
Si	 bien	 la	 razón	 de	 ser	 de	 la	 sociología	 de	 la	 educación	 reside	 en	 que	 la	 educación	 es	 un
fenómeno	social,	como	acabamos	de	demostrar	siguiendo	a	Durkheim,	se	pueden	esgrimir
algunas	otras	razones	por	las	cuales	la	educación	es	un	objeto	de	estudio	privilegiado	de	la
sociología	y	se	ubica	en	el	centro	del	debate	social.	Primero,	el	contenido	de	la	educación,	es
decir,	lo	que	se	trasmite	de	una	generación	a	otra,	está	constituido	por	los	aspectos	centrales
de	 la	 cultura	 de	 una	 sociedad.	 Segundo,	 y	 muy	 ligado	 a	 lo	 anterior,	 las	 instituciones
educativas	son	el	ámbito	y	el	medio	fundamental	de	la	trasmisión	de	esa	cultura.	Por	último,
esa	 trasmisión	 implica	 una	 relación	 entre	 generaciones,	 una	 generación	 joven,	 todavía
inmadura	para	la	vida	social,	y	una	generación	adulta	que	ejerce	una	acción	sobre	la	primera.
En	estas	relaciones	se	condensan	las	tensiones	del	cambio	social,	aspecto	fundamental	de	las
relaciones	entre	educación	y	sociedad.	En	suma,	la	educación,	además	de	ser	un	factor	clave
para	el	desarrollo	de	la	vida	social,	juega	un	papel	central	en	el	proceso	de	control	social	y	en
la	estructura	de	poder	de	una	sociedad,	temas	que	no	pueden	resultar	indiferentes	en	ningún
análisis	de	la	sociedad,	cualquiera	sea	la	postura	ideológica	que	se	adopte.
2.	¿Qué	es	la	sociología	de	la	educación?
Tanto	los	planteos	de	Durkheim	sobre	la	educación,	como	los	desarrollos	que	se	producen	en
la	 primera	 mitad	 de	 siglo	 XX,	 a	 los	 cuales	 hicimos	 alusión	 en	 el	 capítulo	 anterior,	 son	 la
expresión	de	un	cierto	sociologismo	que	condicionó,	en	cierta	medida,	la	consolidación	de	la
sociología	de	la	educación	como	disciplina	científica.	Por	sociologismo	entendemos	aquí	una
postura	que,	desde	la	sociología,	quiere	dar	cuenta	de	toda	la	realidad;	en	su	versión	extrema,
implica	 una	 consideración	 reduccionista	 del	 fenómeno	 educativo	 a	 una	 sola	 de	 sus
dimensiones,	 la	 social,	 ignorando	 que,	 por	 tratarse	 de	 un	 fenómeno	 complejo,	 está
constituido	por	múltiples	dimensiones	y	puede	ser	abordado	desde	diferentes	perspectivas:
psicológica,	biológica,	pedagógica,	filosófica,	económica,	etc.
Promediando	el	siglo	XX,	el	progreso	de	la	propia	sociología	y	un	conjunto	de	cambios	que	se
producen	 en	 el	 campo	 de	 la	 educación,	 crearon	 las	 condiciones	 para	 superar	 ese
reduccionismo	 y	 despejaron	 el	 camino	 para	 consolidar	 el	 status	 de	 la	 sociología	 de	 la
educación	 como	 disciplina	 científica.	 En	 lo	 que	 respecta	 a	 la	 sociología,	 en	 esa	 época	 ésta
acentúa	 las	 exigencias	 teóricas	 y	 metodológicas,	 siguiendo	 en	 gran	 parte	 el	 modelo	 de	 las
ciencias	 naturales,	 y	 se	 aleja	 de	 las	 cuestiones	 aplicadas	 a	 las	 cuales	 se	 dedicaba,	 en	 gran
parte,	 la	 ‘sociología	 educativa’.	 En	 lo	 que	 hace	 al	 campo	 de	 la	 educación,	 los	 pedagogos
comienzan	a	desilusionarse	de	los	aportes	que	podía	prestarles	esta	sociología	porque	no	se
cumplieron	las	esperanzas	puestas	en	ella.	Se	estaba	lejos	de	lograr	la	perfección	social	por	la
que	 aquella	 decía	 que	 trabajaba	 y	 tampoco	 proporcionaba	 soluciones	 a	 los	 problemas
pedagógicos	concretos.	Las	nuevas	orientaciones	de	la	sociología	eran	consideradas	por	los
pedagogos	 como	 un	 saber	 elitista,	 metodológicamente	 refinado	 y	 enredado	 en	 teorías
inaplicables	(Alonso	Hinojal,1980).
Pero	 los	 cambios	 que	 acabamos	 de	 señalar	 no	 son	 el	 único	 factor	 que	 contribuye	 a	 la
institucionalización	de	la	sociología	de	la	educación	como	una	rama	especial	de	la	sociología.
Esta	institucionalización	se	produce	en	un	contexto	y	una	sociedad	concretos,	los	EEUU	de	la
posguerra.	El	país	del	norte	se	encontraba	sumido	en	una	lucha	competitiva	por	el	logro	de	la
hegemonía	política	y	militar	a	nivel	mundial.	Tener	en	cuenta	este	hecho	permite	entender
porqué	esta	disciplina	se	desarrolla	fundamentalmente	en	ese	país,	y	dentro	de	la	orientación
funcionalista	 predominante	 en	 la	 sociología	 norteamericana.	 Ese	 desarrollo	 implicó	 una
fenomenal	producción	de	conocimientos	científicos,	como	resultado	de	la	gran	cantidad	de
recursos	que	se	destinaban	a	la	investigación	en	este	campo.	Se	podría	afirmar	que	la	figura
de	T.	Parsons	ocupa	el	lugar	más	destacado	en	esta	etapa	de	evolución	de	la	sociología	de	la
educación.	 Como	 vimos	 en	 el	 capítulo	 anterior,	 todos	 los	 desarrollos	 posteriores	 lo	 han
tenido	como	punto	de	referencia,	ya	sea	para	seguir	su	orientación	teórica,	o	para	fundar	un
nuevo	enfoque	a	partir	de	las	críticas	a	sus	planteos.
En	lo	que	sigue	vamos	a	tratar	de	precisar	el	objeto	de	la	sociología	de	la	educación	tal	como
se	la	entiende	hoy,	es	decir,	como	una	sociología	especial.	Esto	implica	considerarla	como	una
disciplina	 empírica,	 cuyo	 interés	 primordial	 es	 el	 conocimiento	 de	 la	 realidad	 educativa
desde	una	perspectiva	particular,	la	sociológica.	Por	tratarse	de	una	disciplina	empírica,	es
imposible	extraer	de	ella	soluciones	a	los	problemas	prácticos	de	la	educación	(porque	no	es
una	ciencia	aplicada)	y	tampoco	podemos	buscar	en	ella,	ni	los	objetivos	ni	los	fines	de	la
educación	 (porque	 no	 es	 una	 ciencia	 normativa).	 Esto	 no	 supone	 que	 la	 sociología	 de	 la
educación	se	desentienda	de	los	problemas	prácticos,	ni	que	ignore	la	cuestión	política	de	los
objetivos	 y	 los	 fines	 de	 la	 educación.	 Pero	 supone	 también,	 entender	 que	 la	 educación	 se
constituye	 en	 un	 objeto	 de	 conocimiento,	 y	 como	 tal,	 es	 un	 problema	 sociológico,	 no	 un
problema	social.	Tener	clara	la	diferencia	entre	lo	social	y	lo	sociológico	es	fundamental	para
comprender	qué	es	la	sociología	de	la	educación.
¿Qué	podemos	decir	sobre	el	objeto	de	la	sociología	de	la	educación?	Para	responder	a	esta
pregunta	hay	que	aclarar	primero	qué	es	la	educación	para	la	sociología.	El	pensamiento	de
los	 clásicos	 desarrollados	 en	 el	 capítulo	 anterior,	 y	 particularmente	 las	 ideas	 de	 Durkheim
expuestas	en	los	párrafos	precedentes,	nos	dan	la	clave	para	hacer	dicha	aclaración.	Para	la
sociología,	 educación	 quiere	 decir	 formación	 de	 hábitos,	 de	 disposiciones	 básicas,	 que
determinan	 la	 forma	 en	 que	 cada	 uno	 de	 nosotros	 piensa,	 siente	 y	 actúa.	 Este	 proceso	 de
formación	de	hábitos	y	disposiciones	se	puede	llevar	a	cabo	de	dos	maneras:	una	intencional,
consciente	o	explícita,	y	otra	tácita,	latente,	no	intencional,	no	consciente.	Algunos	autores,
como	 Agulla	 (1969)	 designan	 con	 el	 concepto	 de	 ‘educación’	 a	 la	 primera	 y	 con	 el	 de
‘socialización’	 a	 la	 segunda.	 Pero	 los	 sociólogos,	 con	 Durkheim	 a	 la	 cabeza,	 no	 hacen	 esta
distinción,	utilizan	indistintamente	uno	u	otro	término.	La	educación	que	más	le	interesa	a	la
sociología	es	esta	última,	es	decir,	la	socialización	en	términos	de	Durkheim.	Más	adelante
volveremos	sobre	estos	conceptos	y	precisaremos	mejor	las	diferencias	entre	las	dos	maneras
de	 ‘educar’	 que	 acabamos	 de	 señalar.	 Por	 ahora,	 el	 siguiente	 ejemplo	 puede	 servir	 para
ilustrar	esa	diferencia:	“...	quienes	estudian	para	ingenieros	de	caminos,	canales	y	puertos	en	las
instituciones	 correspondientes	 -de	 las	 que	 las	 aulas	 constituyen	 uno	 solo	 de	 los	 espacios
significativos-,	aprenden	cosas	mucho	más	decisivas	que	a	hacer	caminos,	canales	y	puertos,	y
ello	en	virtud	de	sutiles	procesos,	los	cuales,	desde	luego,	que	no	aparecen	reflejados	en	el
plan	de	estudios,	porque	están	situados	en	la	frontera	de	la	conciencia	de	quienes	intervienen
en	esos	procesos”7.
Desde	el	punto	de	vista	de	Agulla8,	el	punto	de	partida	para	la	delimitación	del	ámbito	de	la
sociología	 de	 la	 educación	 no	 está	 dado	 por	 el	 contexto	 sobre	 el	 cual	 se	 desarrolla	 la
investigación,	como	afirman	algunos	autores,	sino	por	el	tipo	de	problemas	que	analiza	y	la
perspectiva	 desde	 la	 cual	 los	 analiza.	 Como	 toda	 disciplina	 científica,	 la	 sociología	 de	 la
educación	no	estudia	relaciones	reales	entre	cosas,	sino	relaciones	teóricas	entre	conceptos,
que	son	los	que	definen	la	perspectiva	de	análisis.	Por	lo	tanto,	esta	disciplina	puede	aplicar
su	perspectiva	al	estudio	de	la	educación,	como	fenómeno	y	como	proceso	social,	cualquiera
sea	el	ámbito	en	donde	ella	tenga	lugar:	la	escuela,	la	familia,	la	iglesia,	el	grupo	de	pares,	etc.
Esto	 implica	 ver	 a	 la	 educación	 como	 un	 tipo	 particular	 de	 relación	 social,	 orientado	 a	 la
formación	 de	 un	 habitus9,	 es	 decir,	 a	 la	 adquisición	 de	 ese	 conjunto	 de	 disposiciones	 de
percepción,	de	pensamiento,	de	sentimiento	y	de	acción,	a	la	que	hacíamos	alusión	en	un
párrafo	anterior.	El	desarrollo	del	habitus	en	el	sujeto	es	el	resultado	de	una	actividad,	un	tipo
de	práctica	social	concreta,	la	educativa,	que	puede	ser	llevada	a	cabo	por	diferentes	agentes
(padres,	 maestros,	 sacerdotes,	 amigos,	 etc.).	 Cuando	 esta	 actividad	 se	 institucionaliza,
adquiere	un	carácter	formal	y	se	le	asigna	un	objetivo	explícito:	la	inculcación	sistemática,
continua	y	duradera,	en	todo	o	en	parte,	de	los	elementos	fundamentales	de	la	cultura	de	una
sociedad.	Este	es,	precisamente,	el	cometido	de	los	sistemas	educativos.	Para	la	sociología,
estos	 sistemas	 son	 el	 instrumento	 esencial	 para	 la	 conservación	 y	 la	 reproducción	 de	 la
cultura,	y	a	partir	de	esto,	para	la	legitimación	del	orden	social	existente	en	una	determinada
sociedad.
El	 punto	 de	 partida	 propuesto	 por	 Agulla	 para	 definir	 el	 objeto	 de	 la	 sociología	 de	 la
educación	 “presenta	 una	 serie	 de	 ventajas	 -tanto	 teóricas	 como	 prácticas-,	 ya	 que,	 por	 un
lado,	permite	extraer	con	posterioridad	la	problemática	de	esta	disciplina	y,	por	el	otro,	evita
caer	 en	 arbitrariedades	 en	 cuanto	 a	 la	 delimitación	 del	 ámbito	 de	 la	 sociología	 de	 la
educación.	[...]	Las	definiciones	concentradas	sobre	el	fenómeno	educativo	como	fenómeno
social,	por	cierto	son	más	generales	pero	también	más	válidas.	Por	ello	hemos	preferido	en
esta	oportunidad	apoyarnos	en	ellas	para	buscar	una	síntesis	que	pueda	ser	de	utilidad.	En
consecuencia,	 entendemos	 por	 sociología	 de	 la	 educación	 la	 sociología	 especial	 que	 analiza	 y
explica	la	socialización	y	la	educación	como	fenómenos	y	como	procesos	sociales,	del	mismo	modo	que
las	relaciones	entre	la	educación	y	la	sociedad,	tanto	en	el	pasado	como	en	el	presente.	No	obstante	la
generalidad	 de	 esta	 definición,	 creemos,	 ella	 puede	 orientar,	 tanto	 la	 teoría	 sobre	 la
educación	como	la	investigación	social	en	el	campo	educativo”10.	Podríamos	completar	esta
definición	con	la	que	da	A.	M.	Eichelbaum	de	Babini	(1991),	según	la	cual	la	sociología	de	la
educación	tiene	por	objeto	el	estudio	científico	de	la	educación	como	fenómeno	y	como	proceso	social	en
contextos	 sociales	 de	 diferente	 amplitud.	 Por	 último,	 y	 desde	 una	 perspectiva	 diferente,	 que
acentúa	 el	 papel	 fundamental	 que	 cumple	 la	 educación	 en	 la	 reproducción	 de	 la	 cultura,
tenemos	 la	 definición	 que	 da	 Lerena	 (1985),	 quien	 afirma	 que	 la	 sociología	 de	 la	 educación
estudia	las	relaciones	entre	el	proceso	de	reproducción	de	un	particular	universo	cultural,	llevado	a
cabo	 por	 el	 sistema	 educativo,	 y	 el	 proceso	 de	 reproducción	 de	 una	 sociedad	 dada.	 Es	 importante
aclarar	que	la	idea	de	sistema	educativo	que	sostiene	Lerena	no	se	limita	al	sistema	escolar,
sino	que	abarca	el	conjunto	de	agencias	de	socialización	que	funcionan	en	la	sociedad.	Desde
su	 punto	 de	 vista,	 el	 objeto	 de	 la	 sociología	 de	 la	 educación	 sitúa	 a	 esta	 disciplina	 en	 el
contexto	de	una	especialidad	más	amplia,	la	sociología	de	la	cultura.	Dicho	objeto	es,	según
él,	un	patrimonio	compartido	por	los	sociólogos	que	estudian	la	educación;	las	divergencias
comienzan	 más	 allá	 de	 esto	 y	 se	 traducen	 en	 diferentes	 corrientes	 u	 orientaciones	 con
distintas	 preocupaciones	 teóricas	 y	 diversas	 propuestas	 metodológicas,	 como	 veremos	 más
adelante.
A	 partir	 de	 los	 enunciados	 anteriores	 queda	 perfectamente	 claro	 que	 el	 campo	 de
investigación	de	la	sociología	de	la	educación	no	se	reduce	a	los	problemas	de	la	escuela,	sino
que	abarca	cualquier	ámbito	donde	tiene	lugar	un	proceso	educativo	(o	de	socialización)	e
incluye,	de	manera	particular,	la	problemática	relativa	a	la	compleja	relación	que	se	da	entre
este	proceso	y	la	sociedad	en	su	conjunto.	Si	revisamos	la	propuesta	de	Durkheim	sobre	la
‘Ciencia	de	la	Educación’	desarrollada	en	el	capítulo	anterior,	advertiremos	hasta	qué	punto
lo	 que	 hoy	 entendemos	 por	 sociología	 de	 la	 educación	 ya	 estaba	 presente	 en	 aquella
propuesta.
En	síntesis,	de	lo	dicho	anteriormente	se	podría	concluir	lo	siguiente:	1º)	Por	tratarse	de	una
sociología	especial,	el	área	de	trabajo	de	la	sociología	de	la	educación	es	un	área	propia	de	la
sociología,	de	manera	que	sus	problemas	se	tratan	como	problemas	sociológicos,	y	no	como
problemas	 de	 la	 práctica	 pedagógica,	 ni	 como	 problemas	 sociales.	 2º)	 El	 marco	 teórico	 de
referencia,	 es	 decir,	 el	 aparato	 conceptual	 que	 fija	 la	 perspectiva	 de	 análisis	 de	 esa
problemática,	 es	 sociológico.	 Esto	 implica	 que	 quien	 pretenda	 hacer	 investigación	 en
sociología	de	la	educación,	debe	previamente	conocer	y	manejar	adecuadamente	ese	marco
conceptual.	 3º)	 Los	 métodos	 y	 técnicas	 de	 investigación	 que	 utiliza	 la	 sociología	 de	 la
educación	son	los	mismos	que	utiliza	la	sociología,	y	la	elección	de	los	más	adecuados	para
un	caso	concreto	depende	del	marco	teórico	adoptado	para	la	investigación.
Para	 cerrar	 este	 punto	 nos	 parece	 necesario	 dejar	 planteada	 una	 cuestión	 de	 orden
epistemológico	que	no	podemos	desarrollar	aquí,	pero	es	motivo	de	discusión	en	el	campo	de
las	ciencias	de	la	educación.	Actualmente	se	insiste	mucho	en	el	trabajo	interdisciplinario.
Esto	debe	ser	bienvenido	en	la	medida	en	que	implique	un	trabajo	conjunto	en	el	cual	cada
uno	 haga	 aportes	 sustanciales	 desde	 su	 propia	 disciplina.	 Lo	 que	 ocurre	 con	 frecuencia	 es
que,	en	lugar	de	interdisciplina,	lo	que	se	produce	es	una	confusión	entre	disciplinas	que	se
dedican	al	análisis	del	mismo	fenómeno,	pero	desde	distintos	ángulos.	A	nuestro	criterio,	y	a
pesar	de	las	dificultades	que	ello	implica,	es	necesario,	por	no	decir	imprescindible,	que	se
procure	precisar	de	manera	lo	más	clara	posible	cuál	es	la	perspectiva	específica	de	cada	una
de	 las	 disciplinas	 que	 estudian	 el	 fenómeno	 educativo.	 A	 ello	 está	 ligado	 el	 futuro	 de	 las
ciencias	de	la	educación	en	su	conjunto.	En	lo	que	a	la	sociología	de	la	educación	se	refiere,
ese	futuro	dependerá,	en	gran	medida,	de	la	estrecha	colaboración	que	se	pueda	lograr	entre
sociólogos	de	la	educación	y	educadores	conscientes	de	la	perspectiva	sociológica.	Pero	para
evitar	 las	 confusiones	 que	 ya	 se	 registraron	 en	 el	 pasado,	 es	 importante	 definir	 con	 total
claridad	 la	 especificidad	 del	 análisis	 sociológico	 de	 la	 educación.	 Esta	 es	 la	 tarea	 que	 nos
proponemos	realizar	a	lo	largo	de	este	texto,	confiamos	en	que	podremos	lograr	este	objetivo.
3.	La	sociología	de	la	educación	y	los	debates	teóricos	en	la	sociología
Teniendo	 en	 cuenta	 el	 pensamiento	 de	 los	 clásicos,	 podemos	 afirmar	 sin	 temor	 a
equivocarnos,	 que	 el	 interés	 por	 la	 educación	 no	 es	 un	 añadido	 que	 vino	 después,	 o	 algo
exterior	y	posterior	a	la	sociología.	La	forma	en	que	Marx,	Durkheim	y	Weber	consideraron	al
fenómeno	 educativo	 era	 una	 expresión	 clara	 de	 los	 puntos	 de	 vista	 que	 cada	 uno	 de	 ellos
sostenía	sobre	el	hombre,	la	sociedad	y	la	vinculación	entre	ambos.	Las	orientaciones	de	la
sociología	y	los	debates	a	que	dio	lugar	su	pensamiento	se	producen	también	en	la	sociología
de	la	educación.	En	consecuencia,	identificamos	en	ésta,	como	en	aquélla,	diversos	enfoques
vinculados	a	los	paradigmas	que	se	han	desarrollado	a	partir	de	los	clásicos;	las	diferencias
entre	 esos	 enfoques	 se	 ubican	 tanto	 en	 el	 plano	 epistemológico	 como	 en	 el	 teórico.	 La
orientación	 a	 la	 que	 adhiere	 cada	 uno	 de	 ellos	 afecta	 de	 manera	 directa	 la	 forma	 en	 que
abordan	 el	 estudio	 del	 fenómeno	 educativo.	 Dado	 que	 esto	 es	 así,	 antes	 de	 estudiar	 las
particularidades	 de	 esos	 enfoques,	 nos	 parece	 importante	 ubicarlos	 en	 el	 contexto	 más
general	de	las	cuestiones	epistemológicas	y	teóricas	que	marcan	las	principales	diferencias
entre	ellos,	y	los	elementos	que	tienen	en	común.
Tomaremos	tres	criterios	para	llevar	a	cabo	la	caracterización	a	la	que	nos	referíamos	en	el
párrafo	anterior:	i)	supuestos	que	sostienen	acerca	de	los	fundamentos	del	orden	social;	ii)
supuestos	acerca	de	la	naturaleza	de	la	sociedad	y	la	relación	de	ésta	con	el	individuo;	iii)
derivaciones	 de	 orden	 metodológico	 que	 se	 resultan	 de	 la	 postura	 que	 se	 adopte	 frente	 al
punto	ii).	Según	el	primer	criterio,	distinguimos	dos	orientaciones,	el	consenso	y	el	conflicto;
de	acuerdo	al	segundo,	otras	dos,	el	objetivismo	y	el	subjetivismo,	y	en	función	del	tercero,
tenemos	 el	 holismo	 y	 el	 individualismo	 metodológicos.	 La	 Figura	 nº	 1	 presenta
esquemáticamente	cómo	se	ubican	los	diferentes	enfoques	en	sociología	de	la	educación	de
acuerdo	 a	 los	 criterios	 mencionados.	 En	 todos	 los	 casos	 se	 trata	 de	 posturas	 polares,	 que
admiten	diferentes	matices.	Por	razones	obvias,	estos	matices	no	se	reflejan	en	Figura	nº	1;
todo	esquema	presenta	un	panorama	extremadamente	simplificado	de	la	cuestión.
Figura	nº	1:	Enfoques	en	sociología	de	la	educación	y	los	debates	actuales	en	la	disciplina
a)	 Consenso	 y	 conflicto.	 Tal	 como	 hemos	 visto	 en	 el	 capítulo	 anterior,	 el	 pensamiento
sociológico	se	divide,	desde	sus	orígenes,	en	dos	orientaciones	que	corren	paralelas,	según	la
idea	que	se	adopte	acerca	de	los	fundamentos	del	orden	social.	Como	no	puede	ser	de	otra
manera	 pues	 se	 trata	 de	 sociología,	 en	 la	 sociología	 de	 la	 educación	 se	 reproduce	 esta
polarización.	 La	 sociología	 del	 conflicto	 representa	 lo	 que	 se	 conoce	 como	 pensamiento
crítico	en	la	disciplina,	muy	ligado	al	marxismo	y	a	la	Escuela	de	Frankfurt.	Es	crítico	desde
dos	puntos	de	vista:	el	metodológico	y	el	político.	En	lo	metodológico,	crítica	significa	una
reflexión	acerca	de	las	condiciones	del	conocimiento	de	los	fenómenos	sociales;	en	lo	político,
crítica	se	refiere	al	desenmascaramiento	de	las	estructuras	sociales	que	dominan	y	esclavizan
a	los	seres	humanos,	en	las	que	se	utilizan	la	ciencia	y	la	tecnología	como	instrumentos	al
servicio	de	esas	estructuras	opresoras.	Según	Alonso	Hinojal	(1980),	dos	rasgos	importantes
caracterizan	 al	 pensamiento	 crítico:	 primero,	 la	 convicción	 de	 que	 no	 son	 suficientes	 los
criterios	 lógicos	 para	 el	 conocimiento;	 cuentan	 también	 los	 intereses	 que	 afectan	 su
constitución;	 segundo,	 el	 intento	 de	 superar	 la	 dicotomía	 entre	 teoría	 y	 praxis.	 El
pensamiento	 crítico	 no	 admite	 la	 existencia	 de	 la	 teoría	 por	 un	 lado,	 sin	 efectos	 sociales
prácticos,	 y	 de	 la	 praxis	 por	 otro,	 sin	 asistencia	 de	 la	 teoría,	 y	 por	 lo	 tanto	 de	 carácter
irracional.
b)	Objetivismo	y	subjetivismo.	Ambos	sostienen	posturas	contrastantes	respecto	a	la	naturaleza
del	 objeto	 de	 estudio	 de	 la	 sociología	 y,	 en	 coherencia	 con	 esto,	 respecto	 de	 las	 opciones
metodológicas	válidas	para	analizar	ese	objeto.	A	diferencia	de	las	corrientes	objetivistas,	las
subjetivistas	(o	interpretativas,	como	les	llaman	algunos),	consideran	que	el	mundo	social	no
es	 un	 mundo	 dado,	 construido	 y	 objetivo,	 que	 se	 impone	 al	 ser	 humano,	 sino	 que	 es	 una
realidad	que	los	individuos	construyen	gracias	al	proceso	de	interacción	en	la	vida	de	todos
los	días.	En	este	proceso	de	construcción	del	mundo	social	adquieren	particular	importancia
los	 significados,	 el	 sentido	 que	 los	 actores	 atribuyen	 a	 sus	 acciones	 ordinarias.	 Los
significados	 no	 pueden	 ser	 explicados	 por	 ningún	 fenómeno	 exterior,	 como	 ocurre	 en	 las
ciencias	de	la	naturaleza,	sino	que	deben	ser	interpretados.	Es	clara	la	oposición	de	este	punto
de	vista	con	el	que	sostenía	Durkheim,	un	típico	representante	del	objetivismo.	Durkheim
decía	que	el	objeto	de	la	sociología	son	los	hechos	sociales,	y	que	éstos	son	cosas,	similares	a
las	 cosas	 de	 la	 naturaleza,	 por	 lo	 tanto,	 exteriores	 a	 los	 individuos	 y	 perfectamente
observables.	Estos	hechos	solamente	pueden	ser	explicados	mediante	otros	hechos	sociales;
nunca	 podemos	 encontrar	 su	 explicación	 en	 las	 conciencias	 individuales,	 porque	 no	 le
pertenecen	al	individuo	sino	a	la	sociedad.
c)	 Derivaciones	 metodológicas.	 El	 hecho	 de	 adoptar	 una	 de	 estas	 concepciones	 contrastantes
sobre	 la	 naturaleza	 de	 la	 sociedad	 (objetivista	 o	 subjetivista)	 tiene	 consecuencias
metodológicas	 casi	 obvias.	 El	 subjetivismo	 rechaza	 el	 modelo	 de	 las	 ciencias	 naturales
adoptado	por	el	objetivismo;	privilegia	los	métodos	cualitativos	sobre	los	cuantitativos;	busca
preferentemente	 los	 datos	 de	 tipo	 simbólico,	 especialmente	 los	 linguísticos,	 y	 el	 foco	 de
análisis	se	dirige	al	micronivel.	Como	resultado	de	lo	anterior,	el	subjetivismo	no	acepta	la
validez	general	de	los	enunciados	científicos,	ni	la	pretendida	objetividad	de	los	resultados
de	 la	 investigación	 que	 defiende	 el	 objetivismo.	 Éste,	 por	 su	 parte,	 se	 interesa	 por	 los
fenómenos	de	carácter	estructural,	por	lo	que	tiene	lugar	a	nivel	de	la	sociedad	global	o	de	las
grandes	unidades	sociales	que	se	pueden	distinguir	en	ella.	La	prueba	empírica	se	basa	en
datos	estadísticos	y	en	estrategias	cuantitativas	de	verificación	de	hipótesis.
4.	Enfoques	actuales	en	sociología	de	la	educación
Los	 enfoques	 actualmente	 más	 relevantes	 en	 sociología	 de	 la	 educación	 responden,
naturalmente,	a	las	corrientes	o	teorías	fundamentales	del	pensamiento	sociológico.	Por	lo
tanto,	aceptan	los	mismos	supuestos	sobre	el	hombre	y	la	sociedad	que	sostiene	cada	una	de
ellas,	utilizan	el	mismo	marco	conceptual	y	adoptan	similares	estrategias	metodológicas	en	la
investigación.	 En	 lo	 que	 sigue	 vamos	 a	 tratar	 de	 caracterizar	 los	 diferentes	 enfoques	 en
función	 de	 los	 principales	 supuestos11	 que	 les	 sirven	 de	 punto	 de	 partida,	 los	 aspectos
distintivos	de	su	marco	teórico	y	su	manera	particular	de	analizar	el	fenómeno	educativo.	No
pretendemos	hacer	un	desarrollo	exhaustivo	de	estos	temas	y,	mucho	menos,	dar	cuenta	de
los	matices	que	se	producen	dentro	de	cada	enfoque.	Se	trata	únicamente	de	presentar,	de
modo	general,	sus	rasgos	más	sobresalientes.
Es	 necesario	 advertir	 que	 el	 surgimiento	 y	 el	 desarrollo	 de	 cada	 uno	 de	 estos	 enfoques,	 o
teorías	 como	 prefieren	 llamarlos	 algunos,	 no	 es	 independiente	 de	 la	 problemática	 social	 y
educativa	 del	 contexto	 social	 en	 el	 cual	 emergen,	 ni	 de	 la	 evolución	 teórica	 de	 la	 propia
sociología	en	ese	contexto.	Por	otra	parte,	el	hecho	de	que	puedan	coexistir	perspectivas	de
análisis	tan	distintas	es	una	muestra	irrefutable	del	pluralismo	teórico	y	metodológico	que
caracteriza	a	la	sociología	contemporánea.
4.1.	Funcionalismo	estructural
Este	enfoque,	actualmente	muy	criticado	y	“pasado	de	moda”,	es	el	que	más	ampliamente	se
ha	usado	en	los	estudios	sociológicos	de	la	educación	y	ha	dominado	este	campo	desde	1950
hasta	fines	de	la	década	del	sesenta.	Sus	raíces	intelectuales	están	en	los	trabajos	de	Spencer,
Comte	y	Durkheim,	entre	otros.	Como	sabemos,	de	todos	ellos,	el	más	significativo	para	la
sociología	de	la	educación	es	Durkheim.
Para	entender	la	importancia	de	este	enfoque	en	aquel	momento	y	su	posterior	desarrollo	(lo
que	ha	llevado	a	hablar	de	‘los	funcionalismos’	más	que	de	un	enfoque	unitario	y	uniforme,
debido	a	la	heterogeneidad	de	los	planteos	a	que	dio	lugar)	es	necesario	tener	en	cuenta	la
particular	situación	histórico-política	de	los	EEUU	en	ese	momento	y	la	situación	de	la	propia
teoría	sociológica.	Veamos	sintéticamente	ambas	cosas.
A	comienzos	de	la	década	del	cincuenta,	los	EEUU	de	la	posguerra	estaban	empeñados	en
lograr	la	hegemonía	mundial,	para	lo	cual	se	requería	una	superioridad	tecnológica	que	debía
traducirse	 en	 superioridad	 económica,	 política	 y	 militar.	 El	 modelo	 de	 sociedad	 que
predominaba	era	el	de	una	‘sociedad	meritocrática,	de	expertos	y	democrática’.	Lo	primero
implicaba	la	creencia	en	que	el	mérito	y	el	esfuerzo	personal	son	los	factores	decisivos	en	el
logro	de	una	posición	en	la	estructura	social;	lo	segundo	implicaba	otorgar	al	conocimiento
científico	 y	 su	 aplicación	 tecnológica	 un	 lugar	 clave	 en	 el	 logro	 del	 progreso	 social	 y
económico,	 en	 el	 marco	 de	 una	 economía	 de	 mercado,	 altamente	 competitiva;	 lo	 tercero
suponía	 la	 valoración	 de	 los	 principios	 básicos	 de	 la	 vida	 democrática.	 Para	 lograr	 la
realización	de	todos	estos	ideales	y	principios,	era	necesario	desarrollar	un	educación	formal
que	respondiera	a	las	exigencias	que	planteaba	tal	modelo.	En	consecuencia,	se	puso	en	el
sistema	educativo	una	confianza	sin	límites	y	se	volcó	un	enorme	esfuerzo	financiero	en	el
desarrollo	 de	 la	 educación	 y	 la	 investigación	 científica.	 Se	 produce	 con	 esto	 una	 gran
expansión	 de	 la	 educación	 y	 una	 creciente	 demanda	 de	 mayor	 formación	 sistemática	 por
parte	de	sectores	cada	vez	más	amplios	de	la	población.
En	 lo	 que	 respecta	 a	 la	 teoría	 sociológica,	 esta	 disciplina	 adquirió	 en	 los	 EEUU	 un	 matiz
marcadamente	empirista,	debido,	en	parte,	a	su	afán	por	lograr	un	status	científico,	como	ya
lo	habían	logrado	la	economía	y	la	ciencia	política.	Esta	sociología	ingresa	en	el	campo	de	la
educación	y	da	lugar	a	una	considerable	producción	de	conocimiento	científico.	Como	vimos
antes,	el	trabajo	de	Parsons	tuvo	gran	importancia	para	la	institucionalización	de	la	sociología
de	la	educación	como	disciplina	científica.
Veamos	 ahora	 cuáles	 son	 los	 rasgos	 distintivos	 del	 funcionalismo,	 siguiendo	 las	 pautas	 en
función	de	las	cuales	nos	hemos	propuesto	caracterizar	los	distintos	enfoques.
a)	Supuestos	fundamentales
El	 punto	 de	 partida	 del	 enfoque	 estructural-funcional	 es	 la	 consideración	 de	 la	 sociedad
como	un	sistema.	Como	todo	sistema,	la	sociedad	sólo	puede	ser	comprendida	en	términos
de	 las	 interrelaciones	 entre	 sus	 partes;	 cada	 una	 de	 éstas	 opera	 para	 asegurar	 el
mantenimiento	 del	 equilibrio	 y	 la	 integridad	 del	 sistema.	 La	 modificación	 de	 una	 de	 ellas
produce	cambios	en	las	restantes.	Para	asegurar	la	supervivencia	de	la	sociedad,	es	necesario
que	se	satisfagan	ciertos	‘requisitos	funcionales’;	estos	requisitos	son	el	mantenimiento	de	las
pautas	y	el	manejo	de	las	tensiones,	la	adaptación,	el	logro	de	fines	y	la	integración.	En	lo	que
respecta	 al	 cambio,	 el	 funcionalismo	 sostiene	 que	 el	 sistema	 social	 tiende	 a	 mantener	 un
estado	 de	 equilibrio	 dinámico	 y	 a	 adaptarse	 suave	 y	 fluidamente	 al	 cambio.	 Las
perturbaciones	 pueden	 conducir	 a	 una	 inestabilidad	 temporaria,	 pero	 en	 el	 largo	 plazo	 la
sociedad	retorna	a	su	equilibrio	original.	Además,	el	cambio	proviene	de	fuentes	externas	al
sistema;	dichas	fuentes	son,	por	una	parte,	el	crecimiento	y	la	diferenciación	estructural,	y
por	otra,	las	innovaciones	e	invenciones	que	llevan	a	cabo	los	miembros	de	la	sociedad.	Por
último,	un	supuesto	clave	del	funcionalismo	es	que	existe	un	consenso	general	acerca	de	las
normas	y	los	valores	que	rigen	la	convivencia	en	el	sistema.	Este	consenso	ayuda	a	convertir	a
la	sociedad	en	una	totalidad	unida	y	cohesiva.
Respecto	de	la	educación,	los	funcionalistas	suponen	que	existe	una	íntima	relación	entre	ésta
y	 la	 sociedad.	 Como	 cualquier	 otra	 institución	 social,	 la	 educación	 cumple	 funciones;	 un
cambio	en	la	educación	provoca	cambios	en	la	sociedad	y	viceversa.	Hay	consenso	respecto
de	las	normas	y	valores	educacionales.	Por	otra	parte,	la	educación	es	meritocrática,	lo	cual
implica	que	el	proceso	de	selección	social	que	opera	la	educación	está	basado	en	la	capacidad
y	el	esfuerzo	personal,	no	en	características	adscriptas	al	individuo,	como	el	sexo,	la	raza,	el
origen	social	o	la	religión.
b)	Marco	teórico
La	 noción	 clave	 de	 este	 enfoque	 es	 la	 de	 sistema	 social,	 entendido	 como	 un	 conjunto
complejo	de	elementos	en	interacción	e	interdependencia	mutuas.	El	sistema	tiene	límites
definidos	que	lo	distinguen	de	su	entorno.	El	sistema	social	es,	además,	un	sistema	abierto,
por	lo	tanto,	recibe	influencias	de	ese	entorno	y,	a	su	vez,	actúa	sobre	él.	La	educación	es
percibida	como	un	sistema	de	esta	naturaleza.
Todos	 los	 fenómenos	 deben	 ser	 analizados	 en	 términos	 de	 la	 estructura	 de	 la	 sociedad,	 es
decir,	de	la	organización	de	las	partes	que	componen	el	sistema,	y	de	las	relaciones	entre	esas
partes.	 Estas	 ‘partes’	 o	 elementos	 que	 componen	 la	 sociedad	 pueden	 ser	 pensadas	 como
instituciones	 (familia,	 escuelas),	 como	 roles	 sociales	 (madre,	 padre,	 maestro,	 trabajador,
administrador),	 o	 como	 prácticas	 o	 costrumbres	 sociales.	 El	 modo	 en	 que	 estas	 partes	 se
adaptan	 unas	 a	 otras	 es	 similar	 a	 la	 adaptación	 que	 se	 produce	 entre	 las	 partes	 de	 un
organismo	viviente.
El	proceso	de	socialización	(educación)	constituye	el	mecanismo	social	por	excelencia	para	el
cumplimiento	de	los	requisitos	funcionales	y	con	ello,	para	asegurar	la	supervivencia	de	la
sociedad.	Dicho	proceso	consiste	en	el	entrenamiento	de	los	recién	llegados	para	que	puedan
convertirse	 en	 miembros	 plenos	 de	 esa	 sociedad	 y	 puedan	 participar	 en	 ella	 como	 tales
(adaptación	y	diferenciación	social).	En	general,	los	funcionalistas	piensan	que	la	educación
es	 funcional	 a	 la	 sociedad;	 las	 funciones	 que	 le	 asignan	 -trasmisión	 de	 la	 cultura,
entrenamiento	 para	 el	 ejercicio	 de	 roles,	 selección	 social,	 integración,	 innovación-	 son
indispensables	para	el	mantenimiento	del	orden	social	existente.
La	educación	es	vista	como	un	sistema	social	cuyas	partes	constitutivas	están	unidas	por	la
interdependencia	interaccional.	Se	analiza	cada	parte	del	sistema	en	función	del	todo	para
determinar	si	es	funcional	o	disfuncional.	Un	elemento	es	funcional	cuando	contribuye	a	la
operación	y	al	equilibrio	del	sistema.	Este	esquema	es	aplicado	por	los	funcionalistas	para
analizar	tanto	el	nivel	microsociológico	de	la	educación,	o	sea	la	escuela	o	la	clase,	como	las
relaciones	entre	la	educación	y	la	sociedad	global,	es	decir	el	nivel	macrosociológico.
Otro	concepto	fundamental	de	este	enfoque	es	el	de	función.	Función	es	toda	consecuencia
observable	 de	 la	 acción	 de	 cualquier	 unidad	 del	 sistema	 social	 que	 contribuye	 al
mantenimiento	 del	 equilibrio	 del	 sistema.	 Existen	 funciones	 manifiestas	 y	 latentes.	 Las
funciones	manifiestas	son	aquellas	consecuencias	buscadas	deliberadamente.	Las	latentes,	en
cambio,	se	producen	sin	ser	perseguidas	de	manera	conciente.
c)	Temas	de	interés
Dos	tópicos	generales	son	los	focos	centrales	de	interés	de	los	funcionalistas:	por	un	lado,	las
pautas	de	acción	que,	según	su	concepción,	constituyen	los	componentes	estructurales	de	la
sociedad,	y	por	otro,	las	funciones	que	cumplen	las	organizaciones	sociales	para	satisfacer	las
necesidades	societales.
Los	sociólogos	funcionalista	se	han	interesado,	básicamente,	por	las	funciones	manifiestas	de
la	educación.	i)	Trasmisión	de	la	cultura,	es	decir,	la	trasmisión	de	conocimientos,	actitudes,
valores	y	normas,	lo	cual	asegura	la	continuidad	sociocultural	y	la	adquisición,	por	parte	de
los	 individuos,	 del	 sentido	 de	 la	 herencia	 social.	 ii)	 Selección	 social:	 al	 entrenar	 para	 el
ejercicio	 de	 roles,	 la	 educación	 asigna	 a	 las	 personas	 a	 determinadas	 posiciones	 en	 la
estructura	 social.	 Esta	 selección	 se	 lleva	 a	 cabo	 en	 base	 a	 las	 habilidades,	 los	 talentos	 y	 el
esfuerzo	 individual,	 por	 lo	 tanto,	 es	 meritocrática.	 iii)	 Entrenamiento	 para	 el	 ejercicio	 de
roles:	al	cumplir	con	esta	función	la	educación	asegura	la	provisión	de	personal	capacitado
para	ocupar	diferentes	posiciones	laborales.	iv)	Innovación:	la	investigación	que	se	realiza	en
las	instituciones	educativas	es	la	responsable	de	la	producción	de	nuevos	conocimientos;	esta
función	es	esencial	para	la	adaptación	de	la	sociedad	a	su	entorno	y	para	el	logro	de	mayor
eficiencia.	v)	Integración:	la	educación	provee	las	experiencias	compartidas	necesarias	para
crear	un	sentido	de	identidad	cultural	entre	los	miembros	de	la	sociedad	(lenguaje,	historia,
normas	 y	 valores,	 etc.).	 Junto	 a	 estas	 funciones	 manifiestas,	 la	 educación	 cumple	 también
funciones	latentes;	son	todas	aquellas	consecuencias	observables	de	la	acción	educativa	que
no	son	buscadas	explícitamente.
Además	 de	 los	 temas	 mencionados,	 los	 funcionalistas	 han	 estudiado	 las	 relaciones	 del
sistema	 escolar	 con	 otras	 unidades	 del	 sistema	 social,	 como	 la	 estructura	 económica,	 la
política,	la	estratificación	social,	la	familia.	Desde	el	punto	de	vista	de	la	vida	interna	de	las
escuelas,	su	interés	central	se	dirige	a	los	aspectos	organizativos,	la	división	del	trabajo	y	los
diferentes	roles	que	se	ejercen	dentro	de	ella.	Algunos	funcionalistas,	cuya	orientación	es	más
psicologista,	 se	 han	 interesado	 por	 la	 relación	 entre	 educación	 y	 personalidad,	 y	 las
patologías	de	los	conjuntos	escolares.
4.1.1	Los	funcionalismos
Decíamos	antes	que	el	enfoque	funcionalista	no	era	unitario	ni	uniforme,	sino	que	se	podían
distinguir	diferentes	tendencias	dentro	de	él,	lo	cual	inducía	a	hablar	de	‘los	funcionalismos’.
Alonso	Hinojal	(1980)	hace	un	interesante	análisis	de	la	evolución	histórica	del	funcionalismo
en	 sociología	 de	 la	 educación,	 desde	 la	 década	 del	 cincuenta	 hasta	 fines	 de	 los	 setenta.
Diferencia	 tres	 tendencias	 en	 el	 análisis	 sociológico	 de	 la	 educación:	 i)	 el	 funcionalismo
tecnoeconómico,	denominado	así	debido	a	las	dos	líneas	interpretativas	que	lo	caracterizan,
la	 tecnológica,	 que	 nace	 en	 los	 años	 cincuenta	 y	 se	 ha	 debilitado	 paulatinamente,	 y	 la
económica,	 que	 aparece	 a	 fines	 de	 la	 década	 del	 cincuenta	 y	 aún	 subsiste,	 más	 o	 menos
modificada,	 conocida	 como	 la	 teoría	 del	 capital	 humano;	 ii)	 El	 funcionalismo	 reformista,
desarrollado	a	mediados	de	la	década	del	sesenta,	muy	ligado	al	debate	y	las	investigaciones
sobre	la	igualdad	o	desigualdad	de	oportunidades,	que	aún	continuaba	dentro	y	fuera	de	los
EEUU	al	momento	en	que	él	escribe	su	libro;	y	c)	el	funcionalismo	crítico,	que	apareció	un
poco	más	tarde	y	se	mantiene	hasta	hoy.	Aquí	Alonso	Hinojal	incluye	algunos	autores	que	no
todos	 aceptan	 calificar	 como	 funcionalistas;	 esta	 inclusión	 constituye	 el	 aspecto	 más
discutible	de	su	análisis.
a)	Funcionalismo	tecnoeconómico.
La	 línea	 tecnológica,	 representada	 entre	 otros	 por	 Burton	 Clark,	 hace	 hincapié	 en	 la
importancia	 de	 la	 educación	 para	 garantizar	 la	 formación	 de	 la	 ‘sociedad	 de	 expertos’
reclamada	 por	 la	 era	 tecnocrática.	 Según	 esta	 línea	 de	 interpretación,	 la	 expansión	 de	 la
educación	 a	 toda	 la	 población	 y	 el	 desarrollo	 de	 la	 educación	 superior,	 son	 los	 requisitos
fundamentales	para	asegurar	el	progreso	de	la	sociedad.
Esta	 idea	 tuvo	 enorme	 repercusión	 política,	 no	 sólo	 en	 los	 países	 industrializados,	 sino
también	en	aquellos	que	estaban	en	vías	de	desarrollo.	En	éstos	se	atribuyó	a	la	educación	un
papel	fundamental	en	la	transformación	de	las	viejas	estructuras	sociales	que	actuaban	como
un	obstáculo	para	el	desarrollo	del	proceso	de	modernización.	La	sociología	de	la	educación
se	 centraba	 en	 cuatro	 sectores	 de	 interés:	 las	 relaciones	 educación-sociedad,	 la	 educación
como	institución,	la	educación	como	organización	social	y	la	educación	en	otras	instituciones
como	las	económicas,	militares	y	religiosas.
La	segunda	línea	de	este	enfoque,	la	económica,	es	un	resultado	de	concebir	a	la	educación
como	algo	instrumental	y	dependiente	respecto	de	la	economía.	Su	expresión	paradigmática
es	la	teoría	del	‘Capital	Humano’.	Ésta	justifica	la	inversión	en	educación	y	la	expansión	de
los	sistemas	escolares	porque	son	una	‘industria’	decisiva	de	la	sociedad	industrial.	La	década
del	sesenta	se	caracterizó	por	el	auge	de	este	enfoque,	que	lleva	a	un	tratamiento	económico
de	la	educación,	a	la	insistencia	en	la	planificación	para	garantizar	que	la	educación	responda
adecuadamente	a	los	requerimientos	económicos	de	la	sociedad,	y	a	la	asignación	de	mayor
presupuesto	para	el	área	con	el	objeto	de	asegurar	la	capacitación	de	los	recursos	humanos
necesarios.	 El	 trabajo	 de	 T.	 W.	 Schultz,	 “Investment	 in	 Human	 Capital”,	 publicado	 en	 la
American	Economic	Review	en	1961	tuvo	una	gran	repercusión	y	penetró	rápidamente	en	las
políticas	de	los	gobiernos	y	en	las	tareas	de	planificación	tan	en	boga	en	esa	década.
b)	Funcionalismo	reformista.
Una	 vez	 consolidado	 el	 planteo	 de	 la	 educación	 al	 servicio	 de	 la	 economía,	 comienza,	 a
mediados	de	la	década	del	sesenta,	el	gran	debate	sobre	la	desigualdad	social	y	el	papel	que
juega	 la	 educación	 con	 respecto	 a	 ella.	 El	 problema	 de	 la	 relación	 entre	 la	 educación	 y	 la
estratificación	 social	 se	 convierte	 en	 el	 gran	 tema	 de	 la	 sociología	 de	 la	 educación.	 La
investigación	 está	 dirigida	 a	 descubrir	 en	 qué	 medida	 la	 igualdad	 de	 oportunidades	 en
educación	contribuye	a	reducir	las	desigualdades	sociales.	La	producción	de	conocimiento	en
esta	etapa	es	abundante.	Es	la	época	de	los	grandes	informes	a	nivel	nacional,	generalmente
encargados	a	la	comunidad	académica	por	los	gobiernos,	no	sólo	en	los	EEUU,	sino	también
en	 otros	 países.	 Uno	 de	 los	 más	 conocidos	 es	 el	 Coleman	 Report,	 cuyos	 resultados	 dieron
lugar	 a	 numerosas	 críticas	 y	 debates,	 tanto	 teóricos	 como	 metodológicos,	 durante	 mucho
tiempo.	 Otro	 estudio	 igualmente	 polémico	 fue	 el	 de	 C.	 Jenks	 (1972),	 titulado	 Inequality,	 a
Reassessment	of	the	Effect	of	Family	and	Schooling	in	America,	que	llevó	a	poner	en	duda	el	papel
de	la	escuela	como	factor	de	igualación	social,	y	sugirió,	en	definitiva,	que	todas	las	reformas
escolares	 destinadas	 a	 igualar	 las	 oportunidades	 y	 suprimir	 las	 disparidades	 sociales,	 no
darían	los	resultados	esperados.	Con	esto	decayó	considerablemente	el	optimismo	puesto	en
la	 educación	 como	 factor	 de	 desarrollo	 y	 como	 promotor	 de	 la	 igualdad	 social.	 Todas	 las
investigaciones	 realizadas	 en	 esta	 época	 se	 llevaron	 a	 cabo	 dentro	 del	 marco	 teórico
funcionalista,	 utilizando	 sofisticados	 métodos	 cuantitativos	 para	 verificar	 las	 hipótesis
sometidas	a	contrastación	empírica.	En	esta	línea	de	investigación	merecen	destacarse,	entre
muchos	otros,	los	trabajos	de	R.	Boudon,	los	estudios	encarados	por	la	OCDE,	los	de	T.	Husen,
etc.
c)	Funcionalismo	crítico.
Aquí	 Alonso	 Hinojal	 incluye	 autores	 con	 una	 orientación	 teórica	 que	 sigue,	 en	 líneas
generales,	el	pensamiento	de	Weber	y	Durkheim,	y	manifiestan	una	particular	preocupación
por	los	conflictos	sociales	y	culturales	que	se	desencadenan	a	fines	de	la	década	del	sesenta,
sobre	 todo	 en	 las	 universidades.	 Entre	 ellos	 figuran	 P.	 Bourdieu	 y	 Randall	 Collins.	 Desde
nuestro	 punto	 de	 vista,	 no	 corresponde	 considerar	 funcionalista	 a	 Bourdieu	 y,	 de	 hecho,
como	se	puede	observar	en	la	Figura	nº	1,	lo	ubicamos	,junto	a	Bernstein,	al	margen	de	los
enfoques	tradicionales	en	sociología.
El	trabajo	de	Randall	Collins	(1979)	se	inscribe	en	la	tradición	weberiana,	tanto	en	lo	que	se
refiere	a	la	teoría	de	la	estratificación	social,	como	en	lo	que	respecta	al	papel	que	le	asigna	a
la	 educación	 en	 la	 estructura	 de	 poder	 y	 dominación	 de	 la	 sociedad.	 Collins	 adopta	 una
posición	“conflictivista”	o	crítica	en	el	estudio	de	la	educación.	Para	él,	el	desarrollo	de	la
educación	 en	 los	 EEUU	 no	 se	 produce	 en	 respuesta	 a	 las	 necesidades	 tecnológicas	 de	 la
economía,	sino	que	es	un	resultado	de	la	acción	competitiva	de	los	grupos	de	status	en	busca
de	 riqueza,	 poder	 y	 prestigio.	 La	 educación	 trasmite	 los	 componentes	 culturales	 de	 esos
grupos	 y	 con	 ello	 contribuye,	 no	 sólo	 a	 definir	 quiénes	 están	 dentro	 de	 ellos,	 sino	 a
perpetuarlos	en	esa	posición.
4.2.	Sociología	marxista	de	la	educación:	reproducción,	correspondencia	y	resistencia
Se	trata	de	una	perspectiva	claramente	ubicada	en	la	corriente	conflictivista	en	sociología.	La
orientación	 objetivista	 del	 enfoque	 marxista	 puede	 ser	 puesta	 en	 tela	 de	 juicio,	 dado	 el
componente	dialéctico	del	pensamiento	de	Marx,	pero	se	puede	sostener	en	su	versión	más
ortodoxa,	 que	 afirma	 la	 supremacía	 de	 la	 estructura	 sobre	 la	 superestructura	 y	 la
determinación	de	la	conciencia	por	parte	de	aquélla.
La	orientación	marxista	representa	la	postura	exactamente	opuesta	al	funcionalismo,	y	como
ocurre	 con	 éste,	 no	 constituye	 una	 posición	 única	 ni	 monolítica.	 Hay	 variaciones	 entre
autores	que	suponen	diferentes	lecturas	o	interpretaciones	del	pensamiento	de	Marx.	Aquí
vamos	a	tratar	de	identificar	aquellos	rasgos	que	son	más	o	menos	comunes	a	todos	los	que
comparten	esta	perspectiva.	Podríamos	afirmar	que	los	sociólogos	marxistas	son,	ante	todo,
actores	comprometidos	en	la	transformación	de	la	sociedad	capitalista,	a	la	que	consideran
básicamente	 injusta	 y	 alienante.	 Ese	 cambio	 está	 dirigido	 a	 imponer	 las	 condiciones
necesarias	 para	 el	 desarrollo	 de	 una	 sociedad	 socialista,	 de	 la	 que	 se	 hace	 una	 defensa
dogmática.	Además,	y	también	en	claro	contraste	con	el	funcionalismo,	acusado	de	defender
el	 statu	 quo,	 la	 sociología	 es	 concebida	 como	 parte	 de	 la	 praxis,	 no	 como	 una	 actividad
políticamente	neutra.
a)	Supuestos	fundamentales
El	enfoque	marxista	comparte	con	la	sociología	del	conflicto,	de	la	cual	es	su	fuente	principal,
los	supuestos	sobre	la	naturaleza	del	hombre	y	la	sociedad	propios	de	esa	sociología.	Como
ya	nos	hemos	ocupado	de	ese	tema,	no	vamos	a	repetirlo	aquí.	Sólo	agregaremos	algunos
supuestos,	especialmente	los	que	se	refieren	a	la	educación.
Para	el	marxismo	el	rasgo	fundamental	de	la	vida	social	no	es	el	consenso	sino	el	conflicto,	y
concretamente,	el	conflicto	de	clases,	es	decir,	la	lucha	entre	grupos	con	intereses	económicos
opuestos,	los	capitalistas	de	un	lado,	y	los	trabajadores	del	otro.	La	función	de	la	educación	es
la	reproducción	de	la	división	capitalista	del	trabajo.	Mediante	una	formación	diferencial	de
trabajadores	y	capitalistas,	asegura	la	reproducción	de	las	condiciones	objetivas	y	subjetivas
necesarias	para	mantener	esa	división.	El	conflicto	de	clases,	propio	de	la	sociedad	capitalista,
tiene	su	contrapartida	en	la	educación.	La	clase	dominante	usa	la	educación	para	legitimar
las	desigualdades	sociales.	El	cambio	educativo	no	es	posible	sin	un	cambio	de	la	estructura
social.	Por	lo	tanto,	las	reformas	educativas	destinadas	a	corregir	las	desigualdades	sociales
no	 pueden	 servir	 a	 ese	 objetivo	 si	 no	 cambia	 previamente	 el	 sistema	 de	 relaciones	 de
producción	y	la	desigualdad	inherente	al	mismo.
b)	Marco	teórico
Todo	el	instrumental	teórico	de	este	enfoque	está	basado	en	los	conceptos	marxistas	de	clase,
lucha	de	clases,	ideología,	división	social	del	trabajo,	alienación,	superestructura,	estructura,
plusvalía,	 reificación,	 contradicción,	 etc.	 Una	 parte	 importante	 de	 este	 marco	 teórico
constituye	una	crítica	a	la	visión	funcionalista	en	sociología,	la	cual,	según	los	marxistas,	con
su	 pretendido	 conocimiento	 objetivo	 y	 científico	 de	 la	 realidad,	 ha	 impedido	 el
descubrimiento	de	las	cosas	tal	cual	son.	En	consecuencia,	la	sociología	marxista	se	propone
‘desmitificar’	un	conocimiento	que	sólo	ha	servido	para	legitimar	las	desigualdades	propias
de	la	sociedad	capitalista,	con	sus	secuelas	de	opresión,	alienación	e	injusticia.
La	sociedad	es	definida	como	un	conjunto	de	relaciones	de	producción;	éstas	constituyen	la
estructura	 de	 la	 sociedad.	 En	 el	 modo	 de	 producción	 capitalista,	 dichas	 relaciones	 se
establecen	 entre	 los	 propietarios	 de	 los	 medios	 de	 producción,	 los	 capitalistas,	 y	 el
proletariado,	cuya	única	propiedad	es	su	fuerza	de	trabajo.
La	educación	forma	parte	de	la	‘superestructura’	de	la	sociedad,	y	como	tal,	es	un	resultado
de	 la	 ‘estructura’,	 es	 decir,	 de	 las	 relaciones	 de	 producción.	 La	 educación	 en	 la	 sociedad
capitalista	 constituye	 un	 ‘aparato	 ideológico	 del	 estado’	 cuya	 función	 es	 reproducir	 las
condiciones	técnicas	y	sociales	del	modo	de	producción	capitalista,	y	asegurar	de	esta	manera
su	continuidad;	es	un	instrumento	de	la	clase	dominante	para	perpetuar	las	condiciones	que
hacen	posible	la	dominación.	En	síntesis,	la	educación	en	estas	sociedades,	cumple	la	función
de	 reproducir	 mentalidades	 y	 conductas	 apropiadas	 para	 asegurar	 la	 división	 social	 del
trabajo,	 trasmite	 la	 ideología	 de	 la	 clase	 dominante	 y	 legitima	 las	 desigualdades	 sociales
características	 del	 modo	 de	 producción	 capitalista.	 Es,	 en	 consecuencia,	 una	 fuerza
conservadora.	 Para	 cambiarla	 es	 necesario	 cambiar	 las	 bases	 del	 orden	 social	 existente,	 es
decir,	suprimir	la	propiedad	privada	de	los	medios	de	producción.
Los	 dos	 trabajos	 de	 investigación	 considerados	 clásicos	 en	 la	 sociología	 marxista	 de	 la
educación,	el	de	Baudelot	y	Establet	en	Francia	y	el	de	Bowles	y	Gintis	en	los	EEUU,	tratan	de
proporcionar	 evidencia	 empírica	 para	 probar	 el	 carácter	 reproductor	 de	 la	 escuela	 en	 las
sociedades	capitalistas	y	la	estrecha	correspondencia	entre	las	relaciones	sociales	propias	del
modo	de	producción	capitalista	y	las	relaciones	sociales	en	la	educación.	A	los	primeros	se	los
identifica	 con	 la	 ‘teoría	 de	 la	 reproducción’	 y	 a	 los	 segundos	 con	 la	 ’teoría	 de	 la
correspondencia’.
La	 teoría	 de	 la	 reproducción	 se	 asocia	 con	 el	 trabajo	 de	 L.	 Althusser	 (1974),	 que	 abrió	 las
puertas	al	análisis	la	escuela	como	aparato	ideológico	del	estado	y	el	papel	que	le	compete	en
la	reproducción	de	las	relaciones	de	producción	y	de	los	actores	del	capitalismo.	Desde	su
punto	de	vista,	la	reproducción	de	la	fuerza	de	trabajo	no	tiene	lugar	en	la	empresa	sino	en	la
escuela.	Para	que	esa	fuerza	sea	efectivamente	reproducida	es	necesario	asegurar,	no	sólo	su
supervivencia	 material,	 sino	 su	 supervivencia	 técnica,	 es	 decir,	 crear	 las	 competencias,
destrezas,	actitudes,	etc.,	más	o	menos	diferenciadas,	que	se	requieren	según	la	complejidad
de	la	división	del	trabajo;	ésta	es	la	principal	función	que	cumple	la	escuela	en	la	sociedad
capitalista.	Althusser	destacó	de	manera	particular	la	existencia	material	de	las	ideologías	en
las	prácticas	y	los	rituales	escolares.
Inspirada	en	la	visión	de	Althusser,	la	investigación	de	Baudelot	y	Establet	(1976)	sobre	el
sistema	educativo	francés	muestra	que,	bajo	las	apariencias	de	una	escuela	única,	se	dan	en
Francia	dos	redes	escolares	diferentes,	una	destinada	a	los	hijos	de	obreros	(la	red	primaria-
profesional),	que	prepara	para	los	trabajos	manuales	y	los	puestos	de	menor	jerarquía	en	la
producción,	 y	 otra,	 destinada	 a	 los	 hijos	 de	 la	 burguesía	 (la	 red	 secundaria	 superior),	 que
prepara	para	los	cargos	de	mando	y	gerenciales.
Bowles	 y	 Gintis	 (1981),	 con	 su	 investigación	 sobre	 el	 sistema	 educativo	 de	 los	 EEUU,	 dan
lugar	a	lo	que	se	conoce	como	‘teoría	de	la	correspondencia’	en	sociología	de	la	educación.	En
ese	trabajo	muestran	que	la	escuela	americana	tiene	una	estructura	estratificada,	similar	a	la
de	las	fábricas,	y	desarrolla	en	los	hijos	de	los	obreros	las	aptitudes	necesarias	para	ejecutar
las	órdenes	emanadas	de	la	jerarquía,	mientras	que	los	miembros	de	las	clases	dominantes
reciben	 la	 preparación	 adecuada	 para	 impartir	 órdenes	 y	 desempeñarse	 en	 lo	 cargos
gerenciales	de	las	empresas.	La	correspondencia	se	basa	en	una	serie	de	principios	que,	en
líneas	generales	sostienen	lo	siguiente.	i)	La	división	del	trabajo	productivo	se	refleja	en	las
líneas	 de	 autoridad	 vigentes	 en	 las	 escuelas.	 ii)	 La	 alienación	 del	 trabajador	 respecto	 del
producto	y	del	proceso	de	su	trabajo	tienen	su	correspondencia	en	la	alienación	del	alumno
respecto	del	contenido	y	el	método	de	su	aprendizaje,	y	su	motivación	mediante	un	sistema
de	recompensas	extrínsecas.	Esa	alienación	se	traduce	en	la	falta	de	control	del	alumno	sobre
el	 contenido	 del	 aprendizaje	 y	 en	 su	 falta	 de	 implicación	 con	 su	 aprendizaje.	 iii)	 La
fragmentación	del	trabajo	en	el	campo	de	la	producción	se	refleja	en	la	fragmentación	que
resulta	 de	 la	 competencia	 escolar	 y	 de	 la	 clasificación	 y	 evaluación	 meritocráticas.	 iv)	 La
diferenciación	 en	 niveles	 dentro	 del	 sistema	 educativo	 se	 refleja	 en	 los	 dos	 niveles	 de	 la
estructura	ocupacional	que	están	llamados	a	alcanzar	los	estudiantes.
Bajo	 la	 influencia	 del	 pensamiento	 de	 A.	 Gramsci	 se	 desarrolla	 una	 tercera	 línea	 de
investigación	 en	 la	 sociología	 de	 la	 educación	 marxista,	 conocida	 como	 ‘teoría	 de	 la
resistencia’.	En	algún	sentido,	esta	corriente	se	podría	considerar	más	como	una	pedagogía
crítica	que	como	una	expresión	de	la	perspectiva	sociológica.	En	realidad,	pareciera	que	está	a
mitad	 de	 camino	 entre	 una	 y	 otra,	 según	 sea	 el	 aspecto	 de	 la	 misma	 que	 se	 considere:	 la
prescripción	de	líneas	de	acción	para	crear	la	contrahegemonía	en	las	instituciones	escolares
(H.	Giroux,	1992;	M.	Apple	1986,	1987),	o	la	investigación	de	cómo	y	bajo	qué	condiciones	se
produce	 la	 resistencia	 a	 la	 ideología	 dominante	 en	 el	 interior	 de	 dichas	 instituciones	 (P.
Willis,	1988).
La	 ‘teoría	 de	 la	 resistencia’	 se	 aparta	 de	 los	 supuestos	 estructuralistas	 y	 funcionalistas	 del
marxismo	 ortodoxo	 representado	 por	 Althusser.	 Por	 otra	 parte,	 refuta	 los	 planteos	 de	 la
reproducción,	 entre	 otras	 cosas,	 porque	 no	 ofrecen	 ninguna	 alternativa	 para	 el	 cambio	 y
dejan	sin	explicar	muchos	fenómenos	que	se	producen	fundamentalmente	en	el	ámbito	de
las	escuelas.	La	teoría	de	la	resistencia	pone	el	acento	en	lo	que	ocurre	dentro	de	las	escuelas,
y	 sostiene	 que	 no	 hay	 una	 correspondencia	 sencilla	 entre	 las	 estructuras	 económicas	 y	 las
instituciones	educativas.	Se	preocupa	por	descubrir	la	forma	en	que	surge	la	hegemonía	y	los
mecanismos	 mediante	 los	 cuales	 ella	 es	 producida	 en	 las	 escuelas,	 entre	 otros,	 las
interacciones	curriculares,	pedagógicas	y	evaluativas.	Se	interesa,	también,	por	los	conflictos
y	 las	 contradicciones	 que	 se	 producen	 en	 la	 escuela.	 Según	 Bonal	 (1998),	 la	 teoría	 de	 la
resistencia	constituye	un	planteamiento	teórico	menos	cerrado	y	pesimista	que	el	de	la	teoría
de	 la	 reproducción	 y	 es	 un	 marco	 de	 referencia	 válido	 para	 el	 análisis	 del	 cambio	 en
educación.	 Pero	 señala,	 también,	 que	 todavía	 no	 ha	 desarrollado	 el	 nivel	 de	 investigación
empírica	necesario	para	verificar	sus	hipótesis.
c)	Temas	de	interés
En	 la	 perspectiva	 marxista	 más	 ortodoxa,	 con	 diferentes	 matices,	 el	 tema	 de	 interés
predominante	es	la	relación	entre	educación	y	sociedad.	En	general,	el	análisis	se	centra	en
una	crítica	al	sistema	educativo	en	las	sociedades	capitalistas	y	la	visión	que	de	éste	tiene	la
‘sociología	burguesa’.	Especial	importancia	se	asigna	al	análisis	del	conflicto	en	la	educación,
el	 cual	 es	 visto	 como	 un	 reflejo	 de	 la	 lucha	 entre	 capitalistas	 y	 proletarios	 en	 el	 campo
económico.	Además,	gran	parte	de	la	producción	intelectual	de	la	sociología	marxista	de	la
educación	está	destinada	a	refutar	los	hallazgos	de	investigación	de	la	‘sociología	burguesa’,
objetando	 sus	 puntos	 de	 partida,	 la	 metodología	 utilizada	 y	 su	 pretendida	 neutralidad
científica.	En	definitiva,	podríamos	decir	que	los	temas	de	interés	propios	de	la	sociología	de
la	 educación	 marxista	 son,	 en	 gran	 medida,	 los	 mismos	 que	 interesan	 a	 los	 funcionalistas,
pero	enfocados	desde	la	orilla	opuesta.
4.3.	Interaccionismo	simbólico
Esta	corriente	tiene	su	origen	en	el	pensamiento	de	George	Herbert	Mead	y	se	desarrolló	en
la	Universidad	de	Chicago,	de	allí	el	nombre	de	Escuela	de	Chicago	con	que	se	la	designa.	El
fundamento	del	enfoque	interaccionista	se	encuentra	en	las	lecciones	de	Mead,	publicadas
póstumamente	 bajo	 el	 título	 de	 Mind,	 Self	 and	 Society,	 obra	 traducida	 al	 español	 como
Espíritu,	persona	y	sociedad	(1953).
Aunque	 Mead	 no	 era	 sociólogo,	 su	 importancia	 para	 la	 sociología,	 y	 en	 particular	 para	 la
sociología	de	la	educación,	reside	en	el	papel	que	le	asigna	al	proceso	de	interacción	en	el
desarrollo	de	la	personalidad.	Para	Mead,	la	fragilidad	biológica	propia	del	ser	humano	al
nacer,	lo	obliga	a	interactuar	y	cooperar	con	otros	para	asegurar	su	supervivencia.	En	este
proceso	 de	 interacción	 se	 van	 seleccionando	 y	 fijando	 aquellas	 conductas	 que	 facilitan	 la
cooperación,	 y	 por	 lo	 tanto,	 la	 supervivencia,	 mientras	 que	 son	 descartadas	 las	 respuestas
inadecuadas.
Cuando	en	la	sociología	de	la	educación	se	trata	el	tema	de	la	socialización,	la	referencia	al
pensamiento	de	Mead	es	ineludible.	A	él	se	deben	los	conceptos	de	‘otro	significante’	y	‘otro
generalizado’;	 la	 división	 del	 ‘self’	 (sí	 mismo)	 en	 ‘yo’	 y	 ‘mi’,	 para	 diferenciar	 los	 aspectos
individuales	 y	 los	 sociales	 de	 la	 personalidad;	 los	 estadios	 del	 juego	 y	 el	 deporte	 en	 el
desarrollo	de	la	personalidad,	y	muchos	otros	conceptos	relativos	al	proceso	de	socialización.
Como	ocurre	casi	siempre	en	nuestra	disciplina,	hay	diferentes	versiones	del	interaccionismo.
Es	imposible	ingresar	en	esta	cuestión	porque	podría	ser	objeto	de	un	libro	completo.	Uno	de
los	referentes	del	interaccionismo	en	sociología	de	la	educación	es	Charles	Cooley,	para	quien
sociedad	y	personalidad	son	dos	aspectos	del	mismo	proceso,	ya	que	la	personalidad	es	un
producto	de	la	interacción	con	otras	personalidades.	A	él	debemos	la	distinción	entre	grupo
primario	y	grupo	secundario,	y	las	ideas	de	‘yo	espejo’	y	de	‘profecía	que	se	autorrealiza’,
entre	otros	conceptos	muy	empleadas	en	sociología	de	la	educación.
a)	Supuestos	fundamentales
Para	 los	 interaccionistas,	 el	 ser	 humano	 al	 nacer	 es	 asocial	 pero	 tiene	 las	 potencialidades
necesarias	 para	 convertirse	 en	 ser	 social.	 La	 noción	 de	 potencialidad	 implica	 la	 capacidad
para	aprender	significados	a	través	de	la	interacción	con	otros	y	de	la	comunicación	simbólica
con	ellos.	El	hombre	es	un	ser	maleable	y	está	sujeto	a	las	influencias	de	la	sociedad;	ésta
conforma	su	carácter	social.	Gracias	al	proceso	de	socialización,	el	individuo	puede	llegar	a
desarrollarse	plenamente	como	persona.
Otro	supuesto	básico	del	interaccionismo	se	refiere	a	la	naturaleza	de	las	respuestas	del	ser
humano.	Éste	no	se	limita	a	responder	mecánicamente	a	estímulos	externos,	sino	que	todas
sus	 respuestas	 son	 interpretativas.	 La	 conducta	 depende	 de	 numerosos	 factores
interpretativos,	no	es	reducible	a	respuestas	fijas	a	esos	estímulos;	es	intencional	y	está	en
gran	medida	pautada.
Por	otra	parte,	los	seres	humanos	crean	símbolos,	responden	a	símbolos	y	usan	símbolos	para
modificar	 la	 conducta.	 Los	 símbolos	 sirven	 para	 organizar	 el	 mundo	 en	 una	 entidad
comprensible.	 Los	 símbolos	 y	 sus	 respectivos	 significados	 son	 aprendidos	 y	 compartidos	 a
través	 de	 la	 interacción	 con	 otros.	 Los	 símbolos	 tienen	 un	 papel	 central	 en	 la	 vida	 social,
porque	el	ser	humano	no	se	limita	a	responder	a	los	símbolos,	sino	que	los	usa	para	estimular
la	conducta	de	los	otros.
Para	los	interaccionistas,	el	pensamiento	(interpretación)	es	el	proceso	por	el	cual	los	seres
humanos	resuelven	problemas.	Este	proceso	interpretativo	está	vinculado	a	una	evaluación
de	 los	 cursos	 de	 acción	 y	 de	 sus	 posibles	 resultados.	 El	 individuo	 imagina,	 anticipa	 las
respuestas	del	otro	a	conductas	particulares	y	su	comportamiento	se	adecua	a	esa	respuesta
imaginada.
Como	consecuencia	de	estos	supuestos,	el	interaccionismo	es	un	enfoque	cuyas	orientaciones
se	 podrían	 resumir	 de	 la	 siguiente	 manera:	 i)	 En	 general,	 es	 un	 enfoque	 que	 se	 limita	 a
describir	lo	que	ocurre,	y	según	algunos	de	sus	críticos,	privilegia	el	statu	quo,	 no	 propone
ningún	cambio.	ii)	La	base	del	orden	social	es	el	consenso	entre	los	miembros	de	la	sociedad
sobre	el	significado	de	los	símbolos,	las	reglas	y	las	normas;	gracias	a	este	consenso	general,	la
sociedad	 se	 mantiene	 unida.	 Por	 esto	 se	 lo	 acusa,	 como	 al	 funcionalismo,	 de	 sostener	 una
visión	conservadora	de	la	realidad	social.	iii)	El	individuo	ocupa	el	lugar	central,	en	tanto
portador	de	los	significados	que	aseguran	la	cohesión	social.
b)	Marco	teórico
La	unidad	básica	de	la	vida	social	en	el	marco	teórico	interaccionista	es	el	acto	social;	éste	se
refiere	a	la	relación	entre	dos	personas.	La	vida	del	individuo	consiste	en	innumerables	actos
y	encuentros	con	otros	actores.	La	vida	social	es	un	proceso	en	el	cual	los	individuos	están
constantemente	adaptándose	a	relaciones	cambiantes.
Para	que	un	ser	humano	pueda	actuar	socialmente	debe	dominar	los	símbolos.	Éstos	tienen
un	significado	que	les	es	asignado	mediante	acuerdo	social	y	debe	ser	aprendido	por	cada
miembro	 de	 la	 sociedad;	 no	 es	 innato.	 Los	 significados	 compartidos	 sirven	 para	 guiar	 la
conducta	 del	 individuo	 en	 cada	 situación.	 Los	 interaccionistas	 intentan	 descubrir	 todos
aquellos	significados	e	interpretaciones	que	preceden	al	acto	social.
Las	ideas	de	‘rol’	y	‘juego	de	roles’	son	de	fundamental	importancia	en	el	interaccionismo.
Un	 rol	 social	 consiste	 en	 todas	 aquellas	 conductas	 que	 desempeña	 un	 individuo	 en	 una
situación	particular.	A	cada	rol	va	asociado	un	conjunto	de	expectativas	que	son	compartidas,
y	 le	 corresponde	 siempre	 un	 rol	 recíproco.	 Por	 ejemplo,	 el	 rol	 de	 maestro	 carece	 de
significado	sin	su	rol	recíproco,	el	de	alumno.	Sin	embargo,	los	roles	y	sus	correspondientes
expectativas	se	caracterizan	por	un	cierto	grado	de	flexibilidad;	hay	un	rango	de	conductas
posibles	 que	 pueden	 ajustarse	 a	 las	 expectativas	 de	 un	 rol	 particular.	 Esto	 implica	 que	 la
gente	 puede	 variar	 en	 alguna	 medida	 en	 el	 desempeño	 de	 sus	 roles.	 El	 grado	 de	 ajuste	 o
respuesta	de	un	actor	a	una	expectativa	de	rol	particular	es	materia	de	evaluación	y	sanción
por	parte	de	los	otros	actores.	El	individuo	necesita	conocer	a	los	otros,	interactuar	con	ellos,
para	poder	predecir	lo	que	ellos	esperan	de	él	en	una	situación	concreta.	Tal	conocimiento	le
permite	‘anticipar’	con	mayor	grado	de	certidumbre	la	reacción	de	los	otros,	y	gracias	a	ello,
guiar	su	propio	desempeño	de	rol	de	manera	exitosa.
El	hecho	de	compartir	significados,	definiciones	de	la	situación	y	expectativas	de	rol,	hace
que	los	comportamientos	sean	relativamente	predecibles.	Sin	embargo,	esta	predictibilidad
no	es	total.	Cuando	el	grado	de	impredecibilidad	es	muy	grande,	el	actor	puede	enfrentar
dificultades	para	trazar	su	curso	de	acción.	Parte	de	la	interacción	social	se	ha	vuelto,	con	el
tiempo,	 completamente	 pautada	 y	 rutinizada.	 En	 estos	 casos,	 la	 predictibilidad	 del
comportamiento	es	mayor	y	también	lo	es	la	seguridad	del	actor	en	su	desempeño,	lo	cual
asegura	una	cierta	eficiencia	en	las	relaciones	humanas.	Dicha	eficiencia	puede	ser	afectada
por	la	existencia	de	‘conflictos	de	roles’.	Un	individuo	enfrenta	un	‘conflicto	de	rol’	cuando
debe	ejercer	roles	cuyas	demandas	son	contradictorias.	Por	ejemplo,	para	una	mujer	puede
presentarse	 un	 conflicto	 entre	 su	 rol	 de	 madre	 y	 su	 rol	 como	 profesional.	 Otro	 tipo	 de
conflicto	 se	 presenta	 cuando	 las	 expectativas	 de	 un	 mismo	 rol	 son	 definidas	 de	 manera
diferente	por	los	actores.	Por	ejemplo,	un	maestro	puede	definir	el	rol	de	alumno	de	manera
distinta	que	el	propio	alumno.
Otro	concepto	interaccionista	importante,	sobre	todo	en	educación,	es	el	de	‘sí	mismo’	(self	).
En	el	desarrollo	del	sí	mismo	la	sociedad	juega	un	papel	fundamental,	pues	actúa	como	un
‘espejo’.	El	individuo	se	ve	a	sí	mismo	como	lo	ven	los	otros;	ajusta	sus	propias	conductas	a
las	respuestas	que	recibe	de	los	otros.	El	concepto	de	sí	mismo	que	desarrolla	el	individuo	es
importante	 en	 educación	 porque	 tiene	 una	 fuerte	 relación	 con	 el	 desempeño	 escolar	 del
alumno.
La	 adopción	 de	 un	 rol	 se	 refiere	 a	 la	 anticipación	 de	 las	 respuestas	 de	 otros	 que	 están
asociadas	 con	 un	 acto	 social	 específico.	 El	 individuo	 aprende	 a	 anticipar	 reacciones	 a	 la
conducta	 y	 se	 comporta	 de	 acuerdo	 con	 esto.	 La	 adopción	 de	 roles	 es	 un	 proceso	 central
porque	ayuda	a	relacionar	todos	los	roles	a	otros	roles	en	una	situación	dada.	La	adopción	del
rol	 es	 facilitada	 por	 la	 presencia	 de	 modelos	 de	 rol	 según	 los	 cuales	 el	 individuo	 intenta
pautar	la	conducta.	Si	estos	modelos	de	rol	son	importantes	para	los	individuos,	se	convierten
en	 ‘otros	 significantes’.	 Para	 los	 interaccionistas,	 los	 maestros	 son	 modelos	 de	 rol	 y,	 en
algunos	casos,	se	constituyen	en	‘otros	significantes’	para	los	alumnos.
c)	Temas	de	interés
En	lo	que	respecta	a	la	educación,	los	interaccionistas	están	especialmente	interesados	en	la
conducta	de	los	miembros	que	actúan	en	la	escuela.	Se	ve	a	la	escuela	como	un	marco	en	el
cual	tiene	lugar	la	acción	social.	Recíprocamente,	la	organización	y	los	procesos	de	la	escuela
son	 los	 productos	 de	 las	 acciones	 e	 interacciones	 de	 sus	 miembros.	 El	 marco	 teórico
interaccionista	 es,	 fundamentalmente,	 un	 sistema	 para	 ver	 las	 relaciones	 personales	 entre
educadores	y	estudiantes.	La	escuela	es	un	lugar	donde	interactúan	personalidades,	que	están
sujetas	 a	 cambios	 continuos.	 Dentro	 de	 la	 escuela	 cada	 miembro	 ocupa	 una	 posición,	 o
posiciones,	a	las	cuales	se	asigna	un	cierto	número	de	roles.	El	individuo	percibe	normas	o
expectativas	de	rol	sostenidas	individual	o	colectivamente	por	otros	miembros,	a	través	de	los
atributos	o	conductas	de	éstos.	La	respuesta	de	los	otros	sirve	para	reforzar	o	desafiar	esta
concepción.
En	la	escuela	todos	los	miembros	están	constantemente	evaluando	las	acciones	de	los	otros	y
modificando	 su	 propia	 conducta	 de	 acuerdo	 a	 esta	 evaluación.	 Personalidades,	 relaciones
entre	 miembros,	 pautas	 de	 interacción,	 roles,	 expectativas	 y	 una	 variedad	 de	 factores
comunicativos	 adicionales,	 son	 parte	 de	 la	 visión	 interaccionista	 de	 la	 educación	 y	 las
escuelas.	Debido	a	que	éstas	son	vistas	como	implantadas	en	la	comunidad	y	la	sociedad,	y	no
como	 entidades	 aisladas,	 los	 interaccionistas	 incluyen	 en	 su	 conceptualización	 sobre	 las
escuelas,	 influencias	 familiares	 y	 otras	 influencias	 externas	 tales	 como	 valores	 religiosos,
presiones	económicas,	etc.	Sin	embargo,	el	énfasis	ha	sido	puesto,	hasta	ahora,	en	la	clase	y	la
conducta	de	la	escuela.
En	síntesis,	el	enfoque	interaccionista	aspira	a	interpretar	el	fenómeno	educativo	en	términos
de	 procesos	 en	 la	 escuela,	 tales	 como	 juego	 de	 roles,	 comunicación,	 reacción	 a	 la	 tensión,
toma	de	decisiones,	búsqueda	de	status,	y	fenómenos	simbólicos	similares.	No	le	interesa	ver
la	educación	como	un	todo,	o	como	un	fenómeno	intercultural;	es	una	actividad	simbólica	en
la	 cual	 los	 participantes	 constantemente	 hacen	 gestos	 ante	 los	 que	 otros	 reaccionan.	 Estos
gestos	son	simbólicos	pues	se	refieren	a	algo	distinto	del	gesto	mismo,	es	decir,	son	gestos
socialmente	 significativos.	 La	 escuela	 está	 llena	 de	 significados	 para	 los	 participantes	 y	 la
educación	es	percibida	como	un	proceso	por	el	cual	los	participantes	llegan	a	compartir	estos
significados.	Quizá	el	interés	central	de	los	sociólogos	interaccionistas	de	la	educación	está	en
la	pregunta:	¿cómo	se	adquieren	estos	significados	compartidos	en	la	escuela?
Ya	que	la	escuela	es	considerada	como	una	colección	de	actores	que	juegan	roles,	el	sociólogo
de	 la	 educación	 está	 interesado	 en	 el	 juego	 de	 roles	 que	 tiene	 lugar	 allí.	 Los	 tres	 roles
principales	que	identifica	son	el	de	maestro,	el	de	alumno	y	el	de	administrador.	Se	espera
que	los	miembros	se	conformen	a	la	definición	social	del	rol,	o	de	los	roles,	que	se	les	asignan.
Ellos	deben	aprender	sus	roles	educacionales	y	el	modo	en	que	adquieren	ese	aprendizaje	es
de	 gran	 interés	 para	 los	 interaccionistas.	 También	 resulta	 importante	 la	 evaluación	 que	 se
hace	 de	 la	 medida	 en	 que	 los	 actores	 se	 conforman	 a	 las	 expectativas	 sociales	 de	 sus
respectivos	roles.	Debido	a	que	los	conflictos	de	roles	son	frecuentes	en	la	escuela,	ellos	la	ven
impregnada	de	situaciones	en	las	cuales	los	conflictos	de	rol	son	endémicos.
Otro	tópico	particularmente	interesante	es	la	influencia	de	las	experiencias	escolares	sobre	el
desarrollo	del	autoconcepto	del	estudiante,	lo	que	se	conoce	como	‘efecto	Pigmalion’,	según
el	 cual,	 las	 percepciones	 que	 el	 maestro	 tiene	 de	 los	 estudiantes	 se	 relacionan	 con	 el
autoconcepto	del	alumno	y	con	su	rendimiento	académico.	Hay	una	clase	de	profecía	que	se
autorrealiza	en	educación,	que	sostiene	que	los	resultados	se	producen	sobre	la	base	de	las
predicciones.	 En	 otras	 palabras,	 si	 el	 maestro	 considera	 que	 un	 estudiante	 carece	 de
capacidad	 y	 espera	 de	 él	 un	 bajo	 rendimiento,	 actuará	 de	 manera	 tal	 que	 provocará	 en	 el
alumno	un	comportamiento	acorde	a	esa	percepción.	Este	interés	por	los	autoconceptos	y	las
profecías	que	se	autorrealizan	está	relacionado	al	proceso	de	‘etiquetamiento’	que	se	lleva	a
cabo	con	frecuencia	en	las	escuelas.	Un	estudiante	que	recibe	el	‘rótulo’	de	indisciplinado,
por	ejemplo,	terminará	justificando	esta	‘etiqueta’	con	su	conducta.	A	los	interaccionistas	les
interesa	 determinar	 a	 quién	 se	 le	 coloca	 la	 etiqueta,	 cómo,	 quién	 la	 coloca	 y	 qué	 efectos
tienen	 las	 diferentes	 clases	 de	 etiqueta	 sobre	 la	 conducta	 y	 la	 carrera	 académica	 del
estudiante.
Todos	estos	temas	tienen	que	ver,	en	definitiva,	con	los	dos	problemas	centrales	que	investiga
el	 interaccionismo:	 por	 un	 lado,	 la	 socialización,	 o	 sea	 la	 forma	 en	 que	 los	 seres	 humanos
adquieren	 los	 modos	 de	 conducta,	 los	 valores,	 las	 normas	 y	 las	 actitudes	 del	 grupo;	 y	 por
otro,	 la	 personalidad,	 definida	 en	 términos	 de	 la	 organización	 de	 pautas	 persistentes	 de
conducta.	 Las	 cuestiones	 básicas	 que	 incorporan	 estos	 dos	 temas	 centrales	 son:	 cómo	 la
interacción	entre	los	miembros	conforma	la	estructura	social	y	cómo	ésta,	en	tanto	sistema	de
interacción,	influye	en	los	‘sí	mismos’	individuales.
Como	la	unidad	básica	de	la	interacción	social	es	el	acto	social,	y	éste	remite	a	la	relación
entre	dos	personas,	el	punto	focal	de	interés	está	constituido	por	la	relación	actor-reactor,
presente	 en	 todas	 las	 facetas	 del	 proceso	 de	 socialización	 y	 en	 el	 desarrollo	 de	 la
personalidad.	 A	 su	 vez,	 el	 interjuego	 de	 personalidades	 con	 relación	 a	 deseos,	 actitudes,
sentimientos	 es	 una	 preocupación	 permanente	 para	 los	 interaccionistas.	 Sus	 teorías	 están
asociadas	 con	 organizaciones	 grupales	 y	 procesos	 que	 influyen	 en	 la	 formación	 de	 la
personalidad.
Para	el	interaccionismo	es	claro	que	la	educación	está	íntimamente	involucrada	en	el	proceso
de	socialización;	pone	el	acento	en	el	análisis	de	la	forma	en	que	este	proceso	ocurre	en	las
escuelas,	 en	 cómo	 maestros	 y	 alumnos	 son	 socializados	 en	 sus	 respectivos	 roles,	 y	 en	 la
manera	en	que	esto	influye	en	la	personalidad	de	los	actores.	En	general,	los	interaccionistas
se	dedican	al	estudio	de	microprocesos;	reducen	su	análisis	a	la	escuela	o	a	la	clase.	Entienden
que	 su	 enfoque	 no	 es	 adecuado	 para	 la	 investigación	 de	 problemas	 relativos	 a	 la	 relación
entre	la	educación	y	estructuras	sociales	más	abarcativas.
4.4.	Etnometodología
Este	enfoque	nace	con	H.	Garfinkel	alrededor	de	los	años	cuarenta.	Los	primeros	trabajos	se
desarrollan	en	la	Universidad	de	California,	al	margen	de	la	sociología	‘oficial’	y	enfrentada
con	ésta,	tanto	desde	el	punto	de	vista	teórico,	como	metodológico.	Dichos	trabajos	adquieren
mayor	 difusión	 en	 la	 década	 del	 sesenta,	 cuando	 comienzan	 a	 circular	 las	 primeras
publicaciones.	 Con	 el	 tiempo,	 este	 enfoque	 cobró	 importancia	 y	 se	 desarrolló	 en	 varias
direcciones,	 de	 modo	 que	 ya	 no	 podemos	 hablar	 de	 una	 única	 etnometodología,	 sino	 de
diversas	 variantes	 de	 ella	 que	 abarcan	 distintas	 líneas	 de	 investigación,	 no	 siempre
compatibles.
H.	 Garfinkel	 y	 sus	 colaboradores	 usaron	 la	 etnometodología	 más	 como	 una	 práctica	 y	 un
método	 didáctico	 en	 las	 clases	 de	 la	 universidad,	 que	 como	 una	 teoría.	 El	 primer	 estudio
etnometodológico	 en	 sociología	 de	 la	 educación,	 The	 Educational	 Decision	 Makers,	 fue
realizado	por	Cicourel	y	Kitsuse	en	1963.	Gracias	a	esta	obra,	y	a	otro	trabajo	más	sofisticado
pero	 también	 más	 representativo	 del	 enfoque	 etnometodológico,	 Language	 and	 School
Performance,	publicado	en	1974,	Cicourel	puede	ser	considerado	el	principal	etnometodólogo
en	sociología	de	la	educación.
Los	 fundamentos	 de	 esta	 corriente	 se	 encuentran	 en	 la	 fenomenología	 de	 Husserl,	 en	 los
procesos	de	producción	de	significados	lingüísticos	de	Wittgenstein,	y	en	la	fenomenología
social	de	Alfred	Schutz.	De	Husserl	toman	la	idea	de	que	la	construcción	del	conocimiento	de
la	realidad	parte	de	la	conciencia	del	que	conoce;	en	la	conciencia,	sujeto	y	objeto	coinciden.
De	 Wittgenstein	 adoptan	 su	 concepción	 de	 que	 las	 operaciones	 intelectuales	 y	 el	 lenguaje
están	 íntimamente	 conectados	 con	 la	 experiencia	 en	 el	 interior	 de	 un	 contexto	 social	 y
cultural	precisos.	El	lenguaje	no	presenta	características	unívocas	y	coherentes;	desempeña
funciones	 diversas	 en	 el	 ámbito	 de	 prácticas	 y	 procedimientos	 dispares,	 regulados	 por
distintas	reglas	que	no	están	dadas	de	una	vez	para	siempre,	sino	que	son	construidas	en	cada
situación	 sobre	 la	 base	 de	 la	 acción	 cotidiana.	 Por	 último,	 con	 Schutz	 coinciden	 en	 que	 el
mundo	intersubjetivo,	la	realidad	social,	se	construye	en	la	experiencia	de	la	vida	cotidiana.
La	 tarea	 de	 la	 sociología	 es	 describir	 las	 estructuras	 con	 las	 cuales	 se	 construye	 el	 mundo
social,	 observando	 cómo	 interactúan	 los	 individuos	 en	 dicho	 mundo	 mediante	 la
comunicación,	 los	 símbolos,	 los	 signos,	 las	 instituciones	 sociales	 y	 el	 conjunto	 de	 los
conocimientos	preconstituidos	sobre	la	base	de	las	experiencias	precedentes.	Por	lo	tanto,	la
fuente	de	reflexión	sociológica	es	la	vida	cotidiana,	lo	que	aparece	como	obvio	e	irrelevante;	a
partir	 de	 allí	 deben	 descubrirse	 las	 ‘reglas’	 inconscientes	 y	 no	 declaradas	 que	 presiden	 el
mundo	de	la	vida	cotidiana.
Sobre	 estas	 bases	 los	 etnometodólogos	 definen	 su	 objeto	 de	 análisis.	 Este	 objeto	 no	 está
constituido	 por	 los	 hechos	 sociales,	 sino	 por	 los	 ‘procesos’	 a	 través	 de	 los	 cuales	 los
‘miembros’	de	la	sociedad	estructuran	los	comportamientos	en	la	interacción	social.	Se	trata
de	buscar	un	sentido	y	un	significado	a	las	acciones	de	la	vida	cotidiana,	considerada	como
un	proceso	llevado	cabo	por	los	sujetos	sociales	en	el	interior	de	un	contexto	determinado	y
preciso.	Como	dicen	Schwartz	y	Jacobs	(1984),	la	etnometodología	se	referiría	más	que	a	una
disciplina,	a	un	tema.	El	tema	sería	la	‘metodología’	que	utiliza	la	gente	común	y	corriente	en
la	vida	cotidiana	cuando	razona	acerca	de	la	sociedad.
a)	Supuestos	fundamentales
Los	etnometodólogos	sostienen,	en	primer	lugar,	que	no	existe	un	orden	social	por	encima	y
fuera	de	las	conciencias	individuales.	Las	normas,	los	valores,	las	instituciones,	que	según	la
sociología	tradicional	sirven	para	organizar	la	conducta	individual	y	ejercer	coacción	sobre
ella,	no	son	una	realidad	clara	y	cierta,	ni	siquiera	para	quienes	dicen	compartirlas.	El	orden
social	 no	 está	 determinado	 por	 factores	 extrínsecos,	 sino	 que	 es	 producido	 continuamente
por	 los	 ‘miembros’	 sociales	 durante	 sus	 interacciones,	 y	 presenta	 características	 siempre
diferentes	según	las	situaciones.	La	interacción	es	posible	solamente	porque	los	actores	evitan
interrogarse	sobre	aquello	que	dan	por	sobreentendido.	Lo	que	mantiene	unida	a	la	sociedad
no	es	un	conjunto	específico	de	normas	y	valores	compartidos,	sino	esta	dimensión	tácita	de
la	vida	social.
En	segundo	lugar,	el	sentido	de	la	acción	social	solamente	puede	ser	comprendido	dentro	del
contexto	 en	 el	 cual	 ella	 es	 producida.	 A	 diferencia	 de	 los	 interaccionistas,	 los
etnometodólogos	suponen	que	no	hay	un	consenso	entre	los	miembros	del	grupo	sobre	los
significados	de	la	acción.	Los	individuos	actúan	como	si	los	significados	fueran	compartidos.
Los	‘miembros’	producen	acciones	y	significados	relevantes	en	sí	mismos.	El	resultado	de	la
acción	 humana	 es	 fruto	 de	 los	 procedimientos	 que	 la	 constituyen.	 Debido	 a	 esto,	 lo	 que
permite	comprender	y	dar	sentido	al	producto	final	es	el	análisis	de	esos	procedimientos.
Por	último,	cada	individuo	hace	su	propia	construcción	de	la	realidad	social,	de	modo	que
existen	tantas	realidades	sociales	como	miembros	posee	la	sociedad.	Esto	plantea	problemas
al	investigador	pues	no	habría	modo	de	conocer	esta	multiplicidad	de	realidades	sociales.	La
tarea	de	la	ciencia	es	estudiar	cómo	los	individuos	construyen	la	realidad	y	la	manifiestan	en
la	 interacción;	 pero	 los	 resultados	 de	 la	 ciencia	 sufren,	 a	 su	 vez,	 el	 condicionamiento	 del
contexto	social	y	operativo	en	el	cual	trabajan	los	científicos.	Por	lo	tanto,	no	habría	ninguna
posibilidad	 de	 obtener	 un	 conocimiento	 objetivo	 y	 universalmente	 válido	 de	 la	 realidad
social.
b)	Marco	teórico
Es	 difícil	 hablar	 de	 un	 marco	 teórico	 en	 la	 etnometodología	 pues	 la	 mayoría	 de	 los
etnometodólogos	 no	 ven	 su	 enfoque	 como	 una	 teoría,	 sino	 más	 bien	 como	 un	 método	 de
interpretación.	 Algunos	 de	 los	 rasgos	 fundamentales	 de	 ese	 marco	 teórico	 serían	 los
siguientes:
	Todos	los	individuos	en	la	sociedad	tienen	sus	propias	definiciones	de	la	realidad.	Las
realidades	individuales	son	un	producto	de	la	interpretación	que	el	individuo	hace	de	sus
encuentros	 sociales	 (interacción)	 previos.	 La	 pertenencia	 al	 grupo	 juega	 un	 rol
importante	en	la	construcción	de	la	realidad	individual.	Nuestra	pertenencia	a	grupos
tales	 como	 la	 comunidad,	 la	 sociedad	 y	 las	 organizaciones,	 determina	 nuestra
interpretación	 de	 la	 realidad.	 Las	 definiciones	 de	 la	 realidad	 son	 flexibles	 y	 cambian
durante	la	vida,	a	medida	que	cambia	nuestra	pertenencia	a	los	diferentes	grupos.
	 La	 realidad	 individual	 es	 ‘la	 realidad’.	 Los	 etnometodólogos	 consideran	 que	 los
individuos	 tienen	 ‘pequeñas	 teorías’	 o	 realidades	 particulares	 que	 son	 altamente
subjetivas;	éstas	se	reflejan	en	las	explicaciones	que	los	individuos	dan	del	mundo	social.
Cada	uno	intenta	convertir	en	real	para	los	otros	actores,	su	propia	realidad	subjetiva.
Esos	intentos	se	ponen	de	manifiesto	en	el	lenguaje	y	en	la	conducta	expresada	por	los
participantes	sociales.
	El	individuo	está	casi	constantemente	intentando	encuentros	con	otros	individuos.	Estos
encuentros	 son	 situaciones	 de	 interacción	 social	 referidas,	 a	 veces,	 a	 ‘producciones
locales’,	y	constituyen	acontecimientos	complejos	que	poseen	diferentes	facetas.	Una	de
esas	facetas	es	la	construcción	de	la	realidad.	Los	individuos	construyen	la	realidad	social
a	 través	 de	 sus	 acciones	 en	 los	 encuentros	 y	 dan	 explicaciones	 de	 su	 percepción	 de	 la
realidad;	ésta	es,	en	parte,	una	explicación	de	su	propia	conducta.
	Las	reglas	y	las	prácticas,	o	los	métodos,	que	usan	los	miembros	para	explicar	la	realidad,
interpretar	 la	 interacción	 y	 tomar	 decisiones,	 son	 fundamentales	 para	 los
etnometodólogos	porque	son	los	medios	por	los	cuales	los	‘miembros’	establecen	pautas
de	conducta	racional	en	los	encuentros.
	 La	 conciencia	 individual	 (la	 realidad)	 es	 empleada	 por	 los	 ‘miembros’	 para	 producir
efectos	 intencionales	 en	 las	 situaciones	 sociales.	 En	 los	 encuentros	 los	 esfuerzos	 del
individuo	 por	 aplicar	 su	 definición	 de	 la	 realidad	 puede,	 o	 no,	 ser	 una	 actividad
consciente,	 pues	 su	 realidad	 le	 es	 tan	 familiar	 que	 puede	 tener	 dificultades	 para
reconocerla.
Otros	 aspectos	 a	 tener	 en	 cuenta	 en	 el	 enfoque	 etnometodológico	 son,	 por	 una	 parte,	 la
unidad	 de	 análisis	 de	 su	 investigación	 y,	 por	 otra,	 los	 conceptos	 clave	 que	 utilizan	 para
estudiarla.	La	unidad	de	análisis	no	es	el	individuo,	sino	la	interacción	‘situada’.	Lo	que	se
trata	de	estudiar	es	la	vida	cotidiana,	y	más	precisamente,	la	forma	en	que	los	‘miembros’
atribuyen	 significado	 a	 la	 realidad	 social	 y	 la	 organizan	 mentalmente.	 Para	 ello	 utilizan
cuatro	 conceptos	 clave,	 de	 difícil	 traducción	 al	 español,	 cuyo	 contenido	 no	 es	 fácilmente
comprensible:	 contextualidad	 (contextuality),	 expresiones	 de	 índice	 o	 indexicalidad
(indexicality),	propiedad	reconocida	del	sentido	común	(glossing)	y	reflexividad	(reflexity).
La	“contextualidad”	significa	que	las	modalidades	de	desenvolvimiento	y	las	características
de	la	interacción	social,	sólo	son	comprensibles	y	explicables	dentro	del	contexto	situacional
en	el	cual	se	manifiestan.	La	interacción	social	nunca	se	presenta	de	la	misma	manera,	por	lo
tanto,	sus	características	y	modalidades	de	interpretación	son	diversas,	no	clasificables	y	no
comparables.	Lo	único	que	permanece	relativamente	objetivo,	constante	y	no	problemático,
son	las	‘reglas’	mediante	las	cuales	se	explican	los	significados.	La	actividad	del	sociólogo	se
limita	a	registrar	las	descripciones	que	cada	‘miembro’	social	hace	del	proceso	de	interacción,
del	 modo	 con	 el	 cual	 ha	 comprendido,	 interpretado,	 decodificado	 los	 símbolos	 y	 se	 ha
conformado	 o	 ha	 reaccionado	 a	 la	 interacción	 misma.	 Como	 resultado	 de	 esto,	 la
investigación	 etnometodológica	 termina	 en	 lo	 particular	 y	 en	 lo	 único,	 es	 decir,	 en	 un
relativismo	absoluto.
Las	 ‘indexicalidad’	 es	 un	 concepto	 derivado	 de	 la	 lingüística,	 donde	 significa	 que	 las
proposiciones	tienen	significados	que	difieren	en	función	del	contexto	(Ritzer,	1999).	Alude	a
que	el	significado	de	los	actos,	los	gestos,	los	símbolos,	las	frases,	las	palabras,	etc.,	depende
exclusivamente	del	contexto	en	el	que	están	insertos.	Todas	las	expresiones	son	expresiones
de	índice	(o	indicativas).	Su	significado	varía	de	una	interacción	a	otra	y	depende,	ya	sea	de
la	 persona	 que	 recibe	 el	 mensaje,	 o	 de	 la	 persona	 que	 pronuncia	 la	 palabra.	 No	 existen
expresiones	 cuyo	 significado	 sea	 unívoco	 o	 universal;	 su	 función	 semántica	 depende	 del
contexto,	 o	 mejor	 del	 significado	 que	 les	 atribuyen	 los	 miembros	 que	 participan	 en	 la
relación.	 Un	 observador	 externo	 no	 puede	 descubrir	 ese	 significado.	 La	 consideración	 del
carácter	indicativo	de	las	expresiones	en	la	interacción	subraya	la	importancia	del	lenguaje
como	 elemento	 fundamental	 en	 el	 estudio	 de	 las	 relaciones	 sociales	 y	 como	 elemento	 de
realización	práctica	en	la	construcción	de	la	realidad	social	que	lleva	a	cabo	cada	individuo.
La	 ‘reflexividad’	 es	 la	 práctica	 a	 través	 de	 la	 cual	 los	 individuos	 hacen	 explicables	 y
razonables	sus	experiencias	de	todos	los	días.	La	acción	humana	está	privada	de	cualquier
sentido	que	no	sea	el	común;	pero	en	cuanto	sentido	común,	la	acción	social	está	dotada	de
características	‘vistas	sin	ser	notadas’,	no	problemáticas,	no	perceptibles	a	priori	y	difíciles	de
expresar	 verbalmente.	 El	 carácter	 reflexivo	 de	 las	 prácticas	 de	 explicación,	 justificación,
coherencia,	 comprensibilidad	 (en	 una	 palabra,	 racionalidad)	 indica	 cómo	 los	 sujetos
producen,	después	que	han	actuado,	una	explicación	de	su	acción.	Más	que	‘aplicadas’,	las
propiedades	racionales	son	‘invocadas’	y	usadas	para	describir,	explicar,	justificar	a	posteriori
la	racionalidad,	la	coherencia,	etc.,	de	las	propias	acciones.	El	concepto	de	reflexividad,	de
por	sí	complejo	y	difícil	de	entender,	introduce	un	elemento	más	de	complicación,	porque	los
instrumentos	 utilizados	 para	 describir,	 explicar,	 justificar,	 etc.,	 las	 propias	 acciones
pertenecen	a	la	misma	realidad	que	pretenden	explicar.	Como	dice	Garfinkel	(1967),	se	trata
de	querer	explicar	un	sueño	mediante	otro	sueño;	se	entra	así	en	un	círculo	vicioso	en	el	cual
es	imposible	una	comprensión	y	una	explicación	no	falsificada	de	los	hechos.
El	término	“glossing”,	que	literalmente	significa	clarificación,	dilucidación,	es	muy	difícil	de
comprender.	 Según	 Cortelazzi	 (1988),	 con	 este	 concepto	 los	 etnometodólogos	 designan	 el
conjunto	 de	 los	 medios	 gracias	 a	 los	 cuales	 la	 comunicación	 puede	 ser	 llevada	 adelante	 a
pesar	de	la	‘indexicalidad’	del	lenguaje.	En	la	práctica	cotidiana,	los	individuos	interactúan
continuamente	sin	explicar	ni	profundizar	los	significados	de	las	acciones	ejecutadas	y	de	las
palabras	 dichas,	 ni	 requiriendo	 a	 los	 otros	 comportarse	 de	 este	 modo.	 ¿Cómo	 es	 posible,
entonces,	 la	 interacción	 y	 la	 comunicación,	 si	 el	 lenguaje	 es	 indicativo?	 La	 sociología
tradicional	 responde	 a	 esta	 cuestión	 haciendo	 referencia	 a	 las	 expectativas	 de	 conducta
compartidas	por	los	sujetos,	de	acuerdo	a	las	normas	y	las	reglas	sociales	aprendidas	en	el
proceso	de	socialización.	La	etnometodología,	en	cambio,	niega	relevancia	e	influencia	a	las
normas	 y	 reglas	 sociales	 autónomas	 y	 extrínsecas	 a	 los	 individuos	 que	 participan	 en	 una
interacción	 social	 específica.	 La	 comunicación	 es	 posible,	 afirman,	 gracias	 a	 que	 todos	 los
miembros	 de	 una	 colectividad	 utilizan	 ‘estructuras	 formales’	 en	 su	 razonamiento	 práctico
cotidiano.	 Con	 el	 término	 ‘estructuras	 formales’	 designan	 las	 actividades	 cotidianas	 en
cuanto	 realizaciones	 prácticas	 ‘situadas’	 de	 cada	 grupo	 particular.	 La	 propiedad	 de	 dichas
estructuras	constituye,	por	lo	tanto,	el	conjunto	de	los	conocimientos	y	las	expectativas	de
fondo	 que	 los	 miembros	 usan	 como	 esquemas	 de	 referencia	 para	 interpretar	 las	 acciones
sociales.
Es	 importante	 aclarar	 aquí	 cuál	 es	 el	 sentido	 que	 los	 etnometodólogos	 dan	 al	 término
‘miembro’.	Schwartz	y	Jacobs	dicen	al	respecto:	“Al	considerar	el	razonamiento	sociológico
como	 actividad	 que	 tiene	 lugar	 en	 situaciones	 prácticas,	 no	 cabe	 la	 distinción	 entre
razonamiento	 lego	 y	 razonamiento	 profesional.	 Todos	 y	 cada	 uno	 de	 los	 métodos	 que	 la
gente	 utiliza	 para	 aprender	 algo	 acerca	 de	 su	 sociedad,	 son	 métodos	 ‘del	 pueblo’,	 en	 el
sentido	de	que	son	sensibles	a	los	requerimientos	y	los	beneficios	de	las	situaciones	cotidianas
de	 esa	 sociedad.	 Con	 esto	 presente,	 conviene	 estudiar	 competencias	 que	 son	 comunes	 en
diferentes	circunstancias	sociales.	Si	se	utiliza	el	idioma	inglés	es	necesario	proporcionar	las
habilidades	que	implica	el	hablar	este	idioma	a	una	serie	de	‘personas’	ordinarias	para	poder
discutir.	A	fin	de	hablar	acerca	de	competencias	que	van	vinculadas	a	situaciones	prácticas,
Garfinkel	 utilizó	 el	 término	 ‘miembro’	 como	 variable	 simulada.	 Del	 mismo	 modo	 que	 en
matemáticas	 infinito	 no	 es	 un	 número	 como	 otros,	 pero	 debe	 leerse	 como	 si	 lo	 fuera,	 el
‘miembro’	 no	 es	 una	 persona	 (ni	 un	 grupo	 de	 personas	 son	 ‘miembros’),	 pero	 tiene	 las
funciones	sintáctica	y	semántica	de	una	cuando	se	habla	acerca	de	competencias.	Con	riesgo
de	 simplificar	 excesivamente	 varios	 problemas	 complejos,	 el	 lector	 podría	 comprender	 el
término	‘miembro’	como	alguien	que	posee	conjuntos	de	competencias	y	las	muestra	en	los
escenarios	naturales	cuando	enfrenta	problemas	prácticos	en	la	vida	diaria”12.
c)	Temas	de	interés
La	 investigación	 etnometodológica	 se	 dirige	 al	 micronivel,	 o	 sea,	 a	 los	 fenómenos	 de	 los
pequeños	 grupos,	 y	 se	 concentra,	 principalmente,	 en	 el	 análisis	 del	 comportamiento	 en	 el
interior	de	las	organizaciones	y	de	las	instituciones	más	o	menos	rígidamente	reglamentadas.
El	lenguaje	ocupa	un	lugar	de	privilegio	en	esta	investigación.	Es	estudiado	no	sólo	como	un
recurso	 que	 permite	 investigar	 la	 vida	 social,	 sino	 también	 como	 un	 objeto	 interaccional,
influido	 por	 los	 condicionamientos	 sintácticos	 y	 semánticos,	 y	 por	 las	 propiedades	 de
interacción	entre	el	que	habla	y	el	que	escucha.
Como	 para	 los	 etnometodólogos	 el	 proceso	 de	 interacción	 es	 básicamente	 un	 proceso	 de
interpretación	 de	 significados,	 este	 proceso	 es	 investigado	 de	 manera	 especial.	 Parten	 del
supuesto	de	que	los	significados	no	son	compartidos,	sino	que	son	negociados	en	el	proceso
de	 interacción.	 Tratan	 de	 estudiar,	 entonces,	 cómo	 los	 participantes	 llegan	 a	 supuestos
acuerdos	 sobre	 los	 significados	 mediante	 el	 uso	 del	 lenguaje,	 y	 el	 rol	 de	 las	 reglas,	 la
negociación	 de	 las	 reglas	 y	 la	 naturaleza	 de	 las	 reglas	 en	 el	 uso	 del	 lenguaje.	 Todo	 este
análisis	se	hace	dentro	del	contexto	en	el	cual	se	produce	el	proceso	de	interacción,	ya	que	la
acción,	según	los	etnometodólogos,	sólo	tiene	sentido	dentro	de	un	contexto.
Otro	 proceso	 sometido	 a	 análisis	 es	 el	 de	 construcción	 de	 la	 realidad	 que	 emerge
constantemente	 de	 la	 actividad	 de	 los	 actores	 para	 llevar	 a	 cabo	 su	 vida	 cotidiana.	 Las
actividades	 de	 la	 vida	 cotidiana	 son	 las	 más	 difíciles	 de	 estudiar,	 pues	 los	 sujetos	 tienen
grandes	 problemas	 para	 explicar	 detalladamente	 sus	 conductas	 habituales.	 Los
etnometodólogos	tratan	de	ver,	además,	cómo	esta	permanente	construcción	de	la	realidad
llevada	a	cabo	por	los	actores	está	condicionada	por	la	pertenencia	a	diferentes	grupos.	Para
ello	ponen	el	acento,	no	en	la	realidad	construida,	sino	en	los	métodos	que	llevan	a	los	grupos
y	a	los	miembros	individuales	de	los	grupos,	a	diferentes	construcciones	de	la	realidad.
Llevados	al	campo	de	la	educación,	estos	intereses	específicos,	se	traducen	en	un	estudio	de
lo	que	ocurre	dentro	de	la	escuela	y	de	la	clase	en	materia	de	negociación	de	significados
entre	maestro	y	alumnos,	construcción	de	la	realidad	por	parte	de	estos	actores,	conceptos
usados	por	los	docentes	para	categorizar	a	sus	alumnos,	etc.
Es	 importante	 notar	 que,	 además	 de	 insistir	 en	 un	 campo	 de	 investigación	 particular,	 la
etnometodología	 se	 caracteriza	 también	 por	 la	 utilización	 de	 estrategias	 y	 técnicas	 de
investigación	 propias.	 Se	 niegan	 a	 explicar	 la	 vida	 cotidiana	 mediante	 conceptos	 que	 no
pertenezcan	al	universo	conceptual	de	la	vida	cotidiana.	La	investigación	nunca	puede	dar
por	descontados	los	criterios	de	análisis,	lo	que	obliga	al	investigador	a	analizar	y	describir
continuamente	la	manera	en	que	él	mismo	procede.	Y	esto	porque	es	necesario	diferenciar	el
mundo	de	sentido	común,	entendido	como	objeto	de	investigación,	del	mundo	de	sentido
común	 entendido	 como	 recurso	 para	 la	 explicación	 de	 los	 hechos	 sociales.	 Veamos	 ahora
cuáles	son	las	técnicas	más	usadas	por	los	etnometodólogos.
	Los	informes,	que	consisten	en	el	análisis	del	modo	en	que	un	‘miembro’	social	describe	el
significado	de	la	situación	de	la	cual	forma	parte.	Informar	no	es	lo	mismo	que	relatar,
significa	revelarse	a	sí	mismo	y	a	los	otros,	a	través	de	un	proceso	de	autoconciencia	y	de
autoanálisis,	cuáles	han	sido	los	mecanismos	de	comprensión,	percepción,	interpretación,
reacción,	etc.,	de	los	mensajes	contenidos	en	la	relación.
	 La	 entrevista	 en	 profundidad	 que,	 como	 los	 informes,	 implica	 la	 creación	 de	 una	 nueva
situación	 que	 introduce	 elementos	 perturbadores	 para	 la	 comprensión	 de	 la	 situación
precedente,	y	son	ellas	mismas	situaciones	a	someter	al	análisis.	Mediante	la	entrevista	el
investigador	 hace	 emerger	 del	 entrevistado	 aquellas	 áreas	 problemáticas	 de	 la	 vida
cotidiana	 y	 de	 la	 situación	 relacional	 que,	 sin	 esta	 solicitud,	 difícilmente	 habrían	 sido
evidenciadas.
	La	observación	participante,	en	la	cual	el	observador,	sin	dar	a	conocer	su	rol	de	tal,	toma
parte	regularmente	de	la	actividad	desarrollada	por	los	miembros	del	grupo	observado.
Participa	 sin	 hipótesis	 preliminares	 y	 se	 comporta	 como	 un	 extraño	 que	 se	 quiere
integrar.
	 La	 interpretación	 documental,	 que	 implica	 un	 “esfuerzo	 por	 identificar	 un	 patrón
subyacente	 tras	 una	 serie	 de	 apariencias	 tales	 que	 se	 considere	 que	 cada	 apariencia	 se
refiere	 al	 patrón	 subyacente,	 es	 una	 expresión	 o	 un	 documento	 de	 él”13.	 Con	 esto	 se
intenta	 buscar	 los	 factores	 y	 los	 procesos	 que	 originan	 los	 aspectos	 visibles	 de	 una
relación.
	Los	experimentos	etnometodológicos,	cuyo	mecanismo	de	fondo	consiste	en	quebrar	el	juego
e	intentar	luego	armarlo	nuevamente	para	ver	cómo	se	encastran	entre	sí	los	diferentes
pedazos,	o	sea,	romper	las	reglas	de	sentido	común	y	obligar	a	la	persona	a	reconstruir	la
situación	de	partida	para	evidenciar	las	prácticas	inconscientes	y	no	percibidas	sobre	las
cuales	se	funda	la	normalidad.
4.5.	La	New	Directions	Sociology	o	‘Nueva	sociología	de	la	educación’
Esta	corriente	nace	en	Inglaterra,	a	comienzos	de	la	década	del	setenta.	Podemos	decir	que	la
aparición	de	la	obra	de	Michael	Young	en	1971,	Knowledge	and	Control,	constituye	el	punto	de
partida	 de	 este	 enfoque.	 El	 surgimiento	 de	 este	 “nuevo	 paradigma”	 ha	 estimulado	 la
controversia	 en	 el	 campo	 de	 la	 sociología	 de	 la	 educación,	 sobre	 todo	 por	 sus	 críticas	 a	 la
sociología	tradicional,	y	ha	generado	nuevas	ideas	y	temas	de	investigación,	hasta	entonces
poco	explorados	en	la	materia.
No	 se	 pueden	 entender	 completamente	 los	 planteos	 teóricos	 de	 esta	 corriente	 sin	 hacer
referencia	al	contexto	en	el	cual	se	desarrolla.	De	este	contexto	importan,	fundamentalmente,
dos	cosas:	por	un	lado,	la	tradición	sociológica	británica,	y	por	otro,	la	problemática	educativa
de	 Inglaterra	 a	 fines	 de	 la	 década	 del	 sesenta.	 Con	 relación	 a	 lo	 primero,	 la	 tradición
sociológica	británica,	hay	que	tener	en	cuenta	que	la	sociología	de	la	educación	en	ese	país
está	 muy	 ligada	 al	 pensamiento	 de	 Karl	 Mannheim,	 sobre	 todo	 a	 su	 sociología	 del
conocimiento.	La	‘nueva	sociología	de	la	educación’	se	confunde,	prácticamente,	con	ella;	en
realidad,	pretende	ser	una	sociología	del	conocimiento	escolar.	Los	sociólogos	británicos	se
han	 planteado,	 con	 mayor	 insistencia	 que	 sus	 colegas	 americanos,	 los	 problemas
epistemológicos	que	presenta	el	positivismo	lógico	y	han	sido	más	receptivos	a	los	enfoques
que	se	preocupan	por	descubrir	las	bases	sociales	y	filosóficas	del	conocimiento,	problemas
especialmente	 importantes	 para	 la	 ‘nueva	 sociología	 de	 la	 educación’.	 Con	 respecto	 a	 lo
segundo,	 la	 problemática	 educativa	 de	 aquel	 país,	 debemos	 recordar	 que	 a	 fines	 de	 los
sesenta,	Inglaterra	enfrenta	el	fracaso	de	las	políticas	reformistas	destinadas	a	disminuir	las
desigualdades	 educativas.	 Esas	 políticas,	 que	 se	 habían	 inspirado,	 en	 gran	 parte,	 en	 los
estudios	 macroestructurales	 característicos	 de	 la	 sociología	 tradicional,	 no	 dieron	 los
resultados	esperados.	Esto	llevó	a	cuestionar,	no	sólo	las	políticas,	sino	también	el	paradigma
de	investigación	en	el	cual	se	fundaban.
El	 punto	 de	 partida	 de	 la	 ‘nueva	 sociología	 de	 la	 educación’	 es	 la	 crítica	 a	 la	 sociología
‘tradicional’	de	corte	funcionalista.	El	cuestionamiento	se	dirige	tanto	a	los	supuestos	teóricos
como	a	las	estrategias	metodológicas	de	esa	sociología.	La	investigación	convencional,	dicen
los	‘nuevos’	sociólogos,	ha	estado	dominada	por	un	modelo	de	sociedad	de	mercado,	en	el
cual	la	educación	relaciona	la	demanda	con	la	provisión	de	talentos,	y	analiza	el	problema
referido	a	las	barreras	y	obstáculos	a	la	movilidad	de	esos	talentos.	Se	trata	de	un	modelo	que
acepta,	sin	ningún	tipo	de	cuestionamiento,	que	la	capacidad	individual	y	los	antecedentes
familiares	juegan	un	rol	fundamental	en	la	determinación	del	éxito	escolar,	y	conduce	a	la
conclusión	 de	 que	 los	 alumnos	 provenientes	 de	 hogares	 de	 clase	 media	 tienen	 más
probabilidad	 de	 éxito	 escolar,	 debido	 a	 que	 en	 su	 proceso	 de	 socialización	 primaria	 han
desarrollado	las	capacidades	cognitivas	y	lingüísticas,	y	los	valores,	actitudes	y	aspiraciones
que	concuerdan	con	las	exigencias	de	la	educación	formal.	A	criterio	de	estos	autores,	lo	que
ha	 hecho	 la	 sociología	 anterior	 es	 aceptar	 sin	 discusión	 los	 criterios	 de	 evaluación	 de	 las
escuelas,	 y	 a	 partir	 de	 allí,	 ha	 procedido	 a	 explicar	 el	 éxito	 o	 el	 fracaso	 de	 diferentes
individuos	 en	 su	 intento	 por	 alcanzar	 las	 metas	 fijadas	 por	 la	 escuela.	 La	 validez	 de	 estas
explicaciones	 no	 ha	 sido	 puesta	 en	 duda,	 debido	 al	 supuesto	 de	 que	 existe	 una	 estrecha
relación	entre	la	competencia,	tal	como	es	definida	en	las	escuelas,	y	la	competencia	o	el	éxito
ocupacional	en	la	vida	posterior,	y	que	esta	relación	depende	de	lo	que	realmente	se	aprende
en	las	escuelas.	Por	lo	tanto,	estas	explicaciones	funcionan	como	una	‘ideología’	que	legitima
el	 orden	 establecido	 y	 desvían	 la	 atención	 de	 lo	 que	 debería	 ser	 problemático,	 esto	 es,	 el
contexto	y	la	definición	de	éxito	escolar,	y	la	forma	en	que	son	legitimados.	En	definitiva,	la
sociología	 funcionalista	 no	 tiene	 en	 cuenta	 aspectos	 cruciales	 de	 la	 perspectiva	 sociológica
sobre	 la	 educación,	 como	 son	 los	 métodos	 de	 selección,	 organización	 y	 evaluación	 del
conocimiento	y	los	principios	en	los	cuales	se	fundamentan.	Las	estrategias	metodológicas
son	cuestionadas	por	los	sociólogos	‘interpretativos’,	porque	consideran	que	los	intentos	de
medición	de	fenómenos	tales	como	el	rendimiento	escolar	o	el	desempeño	académico	de	los
alumnos	no	son	válidos.	Lo	importante	de	esos	fenómenos,	dicen,	es	su	significación,	y	ésta
sólo	 puede	 captarse	 mediante	 el	 informe	 de	 los	 participantes,	 que	 tiene	 carácter	 único	 e
irrepetible	porque	está	ligado	a	un	contexto	determinado.	Por	lo	tanto,	no	se	puede	medir	ni
generalizar	(Young,	1971).
a)	Supuestos	fundamentales
Los	pilares	sobre	los	que	se	apoya	la	‘nueva	sociología	de	la	educación’	son	la	fenomenología
social	de	A.	Schutz,	la	etnometodología	y,	en	menor	medida	porque	se	trata	de	un	enfoque
no	crítico,	el	interaccionismo	simbólico.	De	la	fenomenología	social	toma	la	idea	de	que	la
realidad	no	es	algo	dado,	que	existe	fuera	de	la	conciencia	individual	y	se	le	impone,	sino	que
los	individuos	la	construyen	permanentemente	en	un	proceso	de	negociación	de	significados
en	 la	 vida	 cotidiana.	 En	 este	 proceso	 crean	 ‘objetivaciones’	 que	 les	 permiten	 explicar	 sus
mundos.	Los	conceptos	de	inteligencia,	clase	social,	raza,	organización,	son	ejemplos	de	tales
objetivaciones	 y	 son	 vistos	 por	 los	 fenomenólogos	 como	 elementos	 de	 sentido	 común	 que
sirven	 a	 los	 individuos	 para	 comprender	 la	 conducta	 de	 los	 otros.	 La	 realidad	 de	 la	 vida
cotidiana,	 tema	 central	 para	 la	 investigación	 fenomenológica,	 es	 una	 realidad	 que	 cada
participante	 comparte	 con	 otros	 de	 una	 manera	 que	 se	 da	 por	 sobreentendida,	 que	 no	 se
pone	en	duda	ni	se	discute.	La	tarea	del	investigador	es	descubrir	los	supuestos	subyacentes	a
los	significados	de	la	vida	cotidiana.
A	partir	de	estas	ideas,	la	‘nueva	sociología	de	la	educación’	define	los	elementos	de	la	vida
escolar	de	manera	totalmente	diferente	a	la	tradicional.	El	aprendizaje,	por	ejemplo,	es	visto
como	el	producto	de	negociaciones	sobre	significados	que	se	dan	entre	maestro	y	alumnos.	El
aprendizaje	 cognitivo	 no	 es	 la	 adquisición	 de	 competencia	 o	 racionalidad	 en	 un	 sentido
objetivo,	sino	la	adquisición	de	un	conjunto	de	reglas	y	procedimientos	para	interpretar	el
mundo.	 Las	 escuelas	 no	 son	 vistas	 como	 un	 lugar	 donde	 se	 adquieren	 conocimientos,
habilidades,	 etc.,	 sino	 como	 organizaciones	 donde	 los	 maestros,	 gracias	 al	 poder	 que	 les
otorga	 la	 institución,	 intentan	 imponer	 a	 los	 alumnos	 determinadas	 definiciones	 de	 la
realidad,	 porque	 consideran	 irrelevante	 para	 el	 auténtico	 aprendizaje	 el	 conocimiento	 de
sentido	común	que	posee	el	alumno.	Para	estos	sociólogos,	como	para	los	fenomenólogos,	el
supuesto	de	que	el	conocimiento	escolar	es	intrínsecamente	superior	o	más	racional	que	el
conocimiento	de	sentido	común,	es	inaceptable.	El	curriculum,	por	su	parte,	es	considerado
como	 uno	 de	 los	 mecanismos	 de	 “distribución	 social”	 del	 conocimiento.	 Las	 materias,
disciplinas	 y	 programas	 son	 conjuntos	 de	 significados	 que	 forman	 la	 base	 de	 las
comprensiones	intersubjetivas	del	mundo	de	los	educadores	(Brigido,	1987).
De	la	etnometodología,	la	‘nueva’	sociología	de	la	educación	toma	el	relativismo	extremo	en
el	estudio	de	los	fenómenos	sociales.	Esta	exigencia	deriva	de	uno	de	los	supuestos	centrales
de	 aquel	 enfoque:	 la	 idea	 de	 que	 todos	 los	 individuos	 en	 la	 sociedad	 tienen	 su	 propia
definición	 de	 la	 realidad,	 y	 que	 las	 realidades	 individuales	 son	 un	 resultado	 de	 la
interpretación	que	cada	uno	hace	de	sus	encuentros	sociales	previos.	Esas	definiciones	son
flexibles	 y	 cambian	 a	 medida	 que	 cambia	 la	 pertenencia	 a	 esos	 grupos.	 Otro	 elemento
etnometodológico	 presente	 en	 la	 ‘nueva’	 sociología	 tiene	 que	 ver	 con	 la	 importancia
asignada	al	lenguaje,	concebido	como	un	objeto	interaccional,	sobre	el	que	influyen	no	sólo
los	 condicionamientos	 semánticos	 y	 sintácticos,	 sino	 también	 las	 propiedades	 de	 la
interacción	entre	el	que	habla	y	el	que	escucha.	Pero	la	influencia	más	clara	de	este	enfoque
sobre	 la	 ‘nueva’	 sociología	 se	 advierte	 en	 el	 rechazo	 de	 los	 supuestos	 y	 los	 métodos	 de	 la
sociología	tradicional.	En	lo	que	respecta	a	la	educación,	esto	se	pone	de	manifiesto,	sobre
todo,	en	su	tratamiento	del	problema	de	la	evaluación	del	aprendizaje	de	los	alumnos.	La
situación	de	evaluación	es	un	fenómeno	social	construido,	en	el	cual	interesa	la	interacción
entre	el	que	evalúa	y	el	que	es	evaluado.	Nada	se	considera	como	dado:	ni	los	conceptos	y
procedimientos	del	primero,	ni	la	comprensión	lingüística	y	los	niveles	de	rendimiento	del
segundo.	 De	 lo	 que	 se	 trata	 en	 el	 proceso	 de	 evaluación	 es	 de	 descubrir	 los	 supuestos
subyacentes	a	todas	esas	conductas.
Del	 interaccionismo	 simbólico,	 la	 ‘nueva’	 sociología	 de	 la	 educación	 toma	 la	 idea	 de
‘definición	de	la	situación’	y	el	interés	por	el	análisis	microsocial,	pero	rechaza	los	aspectos
metodológicos	de	ese	enfoque.	Como	los	interaccionistas,	los	‘nuevos’	sociólogos	insisten	en
la	 naturaleza	 social	 del	 aprendizaje	 escolar	 y	 en	 la	 clase	 como	 un	 trabajo	 en	 grupo,	 pero
sostienen	que	el	aprendizaje	no	depende	de	las	capacidades	intelectuales	y	las	motivaciones
del	 individuo,	 sino	 que	 es	 un	 producto	 de	 las	 ‘negociaciones’	 sobre	 significados	 entre
maestros	y	alumnos.
b)	Temas	de	interés
Teniendo	 en	 cuenta	 que	 la	 ‘nueva’	 sociología	 de	 la	 educación	 es,	 prácticamente,	 una
sociología	del	conocimiento	que	se	trasmite	en	las	escuelas,	no	puede	sorprender	que	el	tema
central	de	investigación	para	este	enfoque	sea	el	curriculum,	entendido	como	la	expresión	de
los	 principios	 que	 gobiernan	 la	 organización	 del	 conocimiento,	 y	 todos	 los	 problemas
asociados	a	esto:	el	proceso	de	interacción	en	la	clase;	las	categorías	que	maestros	y	alumnos
utilizan	 para	 guiar	 y	 dar	 significado	 a	 sus	 acciones;	 el	 contenido	 real	 y	 oculto	 de	 la
enseñanza.	 Para	 Young	 (1971),	 el	 curriculum	 es	 un	 instrumento	 de	 control	 social.	 Control
implica	 imposición	 de	 significados.	 La	 sociología	 de	 la	 educación	 debe	 explorar	 los
significados	 impuestos	 o	 compartidos	 por	 los	 actores	 de	 la	 vida	 escolar,	 y	 sus	 posibles
congruencias	 y	 discrepancias	 con	 los	 significados	 y	 actividades	 no	 escolares.	 La	 idea	 de
conocimiento	se	refiere	a	‘conjuntos	de	significados	socialmente	constituidos	o	construidos’.
Esta	idea	implica	someter	a	investigación	los	significados	compartidos	que	habitualmente	se
dan	por	sentados,	o	sea,	que	se	admiten	como	conjuntos	de	suposiciones	incuestionables.
Una	 sociología	 del	 conocimiento	 escolar	 debería	 explorar,	 según	 Young	 (1971),	 la
estratificación	 social	 del	 conocimiento,	 es	 decir,	 sus	 bases	 sociales,	 la	 forma	 en	 que	 se
relacionan	los	curricula	con	la	estructura	de	poder	de	la	sociedad,	las	funciones	sociales	que	se
asignan	 al	 conocimiento	 en	 diferentes	 contextos	 sociales,	 etc.	 Otro	 tema	 a	 investigar	 se
relaciona	 con	 la	 distribución	 del	 conocimiento,	 es	 decir,	 qué	 tipo	 de	 conocimientos	 está
disponible	para	qué	tipo	de	miembros	en	la	sociedad,	y	la	influencia	que	sobre	esto	ejercen
los	 grupos	 de	 control	 involucrados.	 Asociada	 a	 la	 estratificación	 del	 conocimiento	 se
encuentra	la	cuestión	de	la	especialización,	que	se	refiere	a	las	limitaciones	que	ciertos	grupos
encuentran	 para	 acceder	 a	 determinados	 ámbitos	 del	 saber.	 Desde	 esta	 perspectiva,	 las
características	y	contenido	de	los	curricula	están	influidos	por	los	valores	e	intereses	de	los
grupos	de	control	involucrados;	éstos	definen	en	qué	medida	cada	tipo	de	conocimiento	está
disponible	para	diferentes	grupos.	También	es	de	interés	la	cuestión	relativa	a	la	‘apertura’
del	 conocimiento,	 es	 decir,	 el	 grado	 en	 que	 están	 relacionadas	 las	 diferentes	 áreas	 de
conocimiento.	Siguiendo	a	Bernstein,	Young	clasifica	los	curricula	en	dos	grandes	grupos:	i)
curriculum	de	‘colección’,	donde	los	contenidos	se	encuentran	aislados	entre	sí	y	los	límites
entre	 las	 diferentes	 áreas	 de	 conocimiento	 están	 perfectamente	 definidos;	 y	 ii)	 curriculum
integrado,	 en	 el	 cual	 los	 contenidos	 se	 encuentran	 relacionados	 entre	 sí,	 sin	 que	 existan
límites	precisos	entre	los	pertenecientes	a	diferentes	áreas.	Los	límites	entre	las	disciplinas	se
diluyen	y	éstas	tienden	a	desaparecer.
4.6.	Otros	temas	de	investigación	y	nuevos	desafíos	a	la	sociología	de	la	educación
En	la	década	del	ochenta,	de	la	mano	de	los	movimientos	feministas	de	reivindicación	de	los
derechos	de	la	mujer,	emerge	uno	de	los	temas	descuidado	por	los	enfoques	establecidos	en
la	sociología	de	la	educación:	el	del	papel	de	la	escuela	en	la	reproducción	de	las	relaciones
de	género.	Para	la	investigación	de	este	tema	se	recurre,	en	general,	al	modelo	aplicado	por	la
teoría	de	la	reproducción,	pero	en	este	caso	la	clase	social,	que	es	la	variable	central	en	dicho
modelo,	es	remplazada	por	el	género.	La	característica	distintiva	de	esta	investigación	es	que
se	enmarca	en	la	lucha	política	de	los	movimientos	feministas	y	se	constituye,	la	mayoría	de
las	 veces,	 en	 una	 denuncia	 política	 y	 académica	 de	 la	 discriminación	 de	 la	 mujer	 (Bonal,
1998).
El	otro	tema	que	comienza	a	cobrar	relevancia	a	fines	del	siglo	pasado,	esta	vez	impulsado
por	 los	 problemas	 que	 genera	 en	 el	 primer	 mundo	 la	 creciente	 afluencia	 de	 inmigrantes
provenientes	 de	 países	 pobres,	 pertenecientes	 a	 etnias	 y	 culturas	 diversas,	 es	 el	 de	 la
discriminación	 racial	 y	 la	 educación	 multicultural.	 Para	 los	 países	 centrales	 constituye	 un
verdadero	 problema	 político	 incorporar	 estos	 grupos	 a	 sociedades	 donde	 se	 observa	 un
resurgimiento	 del	 racismo,	 junto	 a	 la	 aparición	 de	 movimientos	 sociales	 antirracistas.	 El
fenómeno	más	reciente	del	terrorismo	internacional	que	afecta	de	manera	particular	a	estos
países,	 no	 hace	 más	 que	 añadir	 mayor	 complejidad	 a	 una	 situación	 de	 por	 sí	 complicada.
Entre	otras	formas	de	intervención	pública	orientadas	a	asegurar	la	convivencia	y	preservar
los	 valores	 democráticos	 en	 este	 contexto,	 la	 escuela	 aparece	 como	 el	 instrumento	 más
idóneo.	 Para	 que	 pueda	 cumplir	 sus	 nuevas	 funciones	 se	 hace	 necesario	 revisar	 los
contenidos	 de	 la	 enseñanza,	 impulsar	 iniciativas	 de	 innovación	 pedagógica	 y	 formar	 a	 los
maestros	a	fin	de	que	puedan	dar	respuesta	a	los	problemas	que	supone	desarrollar	su	tarea
en	las	condiciones	descriptas.	En	este	marco,	la	investigación	en	sociología	de	la	educación
produce	contribuciones	interesantes14.
Con	 relación	 a	 los	 nuevos	 desafíos	 a	 la	 sociología	 de	 la	 educación,	 nos	 parece	 interesante
remitir	 al	 lector	 al	 desarrollo	 que	 hace	 Bonal	 (1998,	 Cap.	 5)	 del	 escenario	 actual	 de	 la
disciplina.	Allí	sostiene	que	las	líneas	de	investigación	hoy	en	desarrollo	abarcan	tres	ámbitos
de	trabajo:	i)	el	económico	(aquí	se	destacan	trabajos	recientes	que	ilustran	la	redefinición
teórica	y	empírica	de	la	relación	entre	educación	y	empleo,	y	del	nuevo	papel	económico	de
la	educación);	ii)	el	político	(plantea	la	importancia	de	la	sociología	de	la	política	educativa	y
las	posibilidades	que	ésta	ofrece	para	superar	los	enfoques	economicistas	sobre	la	educación,
a	la	vez	que	permite	un	análisis	dinámico	del	fenómeno	educativo);	y	iii)	el	cultural,	(alude	a
la	 importancia	 que	 tiene	 la	 redefinición	 o	 reorientación	 del	 discurso	 educativo	 oficial	 en
cuestiones	 tales	 como	 la	 igualdad	 de	 oportunidades	 o	 la	 calidad	 de	 la	 educación,	 y	 sus
consecuencias	sobre	la	investigación	en	sociología	de	la	educación).
5.	Hacia	la	superación	de	las	dicotomías:	Pierre	Bourdieu	y	Basil	Bernstein
El	desarrollo	reciente	de	la	teoría	sociológica	muestra	un	creciente	interés	entre	los	sociólogos
por	superar	las	polarizaciones	a	que	dieron	lugar	las	diferentes	concepciones	sobre	el	hombre
y	la	sociedad	que	constituyen	el	punto	de	partida	de	cada	uno	de	los	enfoques	propios	de	la
sociología	en	general,	y	de	la	sociología	de	la	educación	en	particular.	Este	interés	también	se
observa	 entre	 los	 referentes	 de	 la	 sociología	 de	 la	 educación	 actual,	 donde	 se	 destacan	 P.
Bourdieu	y	B.	Bernstein,	quienes	orientaron	gran	parte	de	su	trabajo	a	construir	modelos	de
análisis	integradores,	capaces	de	eliminar	dos	dilemas	centrales	de	la	teoría	sociológica:	por
un	lado,	objetivismo	vs.	subjetivismo;	y	por	otro,	macro	vs.	micro.	Ambos	autores	sostienen
que,	 para	 dar	 cuenta	 de	 la	 complejidad	 del	 mundo	 social,	 hay	 que	 abandonar	 estas
dicotomías,	o	falsos	dilemas	como	los	llama	Bernstein	(1990),	y	crear	un	aparato	conceptual
capaz	de	unir	los	dos	términos.	La	teoría	de	P.	Bourdieu	intenta	superar	la	oposición	entre
objetivismo	 y	 subjetivismo,	 mientras	 que	 la	 de	 B.	 Bernstein	 procura	 unir	 lo	 micro	 con	 lo
macro.	En	capítulos	posteriores	desarrollaremos	en	detalle	los	principales	aportes	de	ambos
al	análisis	del	fenómeno	educativo.	En	este	apartado	solamente	queremos	hacer	referencia,
de	 manera	 muy	 general	 y	 sintética,	 a	 este	 aspecto	 clave	 de	 sus	 respectivas	 teorías:	 la
integración	de	paradigmas	que	hasta	hace	poco	se	planteaban	como	opuestos.
a)	Pierre	Bourdieu	(1930-2002)
Sostiene	 Bourdieu	 (1998)	 que	 su	 trabajo	 está	 guiado	 por	 la	 firme	 intención	 de	 superar	 la
oposición	entre	objetivismo	y	el	subjetivismo.	Desde	su	punto	de	vista,	el	objetivismo,	cuyo
principal	exponente	es	Durkheim,	al	centrarse	en	las	estructuras	objetivas,	ignora	el	proceso
social	mediante	el	cual	los	actores	participan	en	la	construcción	de	esas	estructuras	y	sobre	la
base	 de	 las	 cuales	 ellos	 actúan.	 A	 su	 vez,	 el	 subjetivismo,	 con	 el	 interaccionismo	 y	 la
fenomenología	 a	 la	 cabeza,	 representa	 el	 mundo	 social	 basándose	 en	 los	 procesos	 de
percepción,	pensamiento	y	acción	de	los	actores,	ignorando	las	estructuras	objetivas	en	las
cuales	esos	procesos	se	producen.	Los	primeros	ignoran	la	acción	y	el	agente;	los	segundos
ignoran	las	estructuras	objetivas.
Para	 evitar	 este	 dilema,	 Bourdieu	 pone	 el	 acento	 en	 las	 prácticas,	 a	 las	 que	 considera	 un
producto	de	la	relación	dialéctica	entre	la	estructura	y	la	acción	(Ritzer,	1999).	Propone	dos
conceptos	fundamentales	para	lograr	su	objetivo,	el	de	habitus	y	el	de	campo.	El	habitus	es	el
producto	 de	 la	 internalización	 de	 las	 estructuras.	 Comprende	 los	 esquemas	 mentales	 o
cognitivos	mediante	los	cuales	los	agentes	producen	sus	prácticas	y	luego	las	perciben	y	las
evalúan.	 El	 hábitus	 es	 producido,	 estructurado,	 por	 el	 mundo	 social	 y,	 a	 su	 vez,	 es	 un
estructurador	 de	 ese	 mundo.	 Bourdieu	 lo	 describe	 como	 un	 sistema	 de	 disposiciones
estructuradas	y	estructurantes,	constituido	por	las	prácticas	y	constantemente	orientado	al
cumplimiento	 de	 fines	 prácticos	 (Bourdieu	 y	 Wacquant,	 1995).	 El	 habitus	 se	 manifiesta	 en
todas	nuestras	prácticas,	funciona	de	manera	inconsciente	y	escapa	al	control	de	la	voluntad
del	 agente.	 Se	 adquiere	 de	 manera	 tácita	 durante	 el	 proceso	 de	 socialización,	 gracias	 a	 la
acción	sistemática	y	duradera	de	diferentes	agentes:	familia,	escuela,	etc.
El	 concepto	 de	 campo	 alude	 a	 “una	 red	 o	 configuración	 de	 relaciones	 objetivas	 entre
posiciones.	 Estas	 posiciones	 se	 definen	 objetivamente	 en	 su	 existencia	 y	 en	 las
determinaciones	 que	 imponen	 a	 sus	 ocupantes,	 ya	 sean	 agentes	 o	 instituciones,	 por	 su
situación	actual	y	potencial	en	la	estructura	de	la	distribución	de	las	diferentes	especies	de
poder	(o	de	capital)	-cuya	posesión	implica	el	acceso	a	las	ganancias	específicas	que	están	en
juego	 dentro	 del	 campo-	 y,	 de	 paso,	 por	 sus	 relaciones	 objetivas	 con	 las	 demás	 posiciones
(dominación,	subordinación,	homología,	etc.)”15.	Debe	quedar	claro	que,	para	Bourdieu,	las
relaciones	que	definen	un	campo	son	relaciones	entre	posiciones,	no	entre	individuos;	existen
separadas	de	la	conciencia	o	la	voluntad	colectiva	y	ejercen	coacción	sobre	la	conducta	de	los
ocupantes	 de	 esas	 posiciones.	 En	 el	 mundo	 social	 se	 pueden	 distinguir	 diferentes	 campos,
según	el	tipo	de	capital	que	está	en	juego.	Cada	campo	tiene	su	lógica	de	funcionamiento
propio	y	genera	entre	los	agentes	involucrados	la	creencia	en	la	importancia	de	lo	que	está	en
juego	y	en	las	ventajas	que	implica	participar	en	el	juego.
A	 partir	 de	 estos	 conceptos,	 Bourdieu	 construye	 su	 propuesta	 teórica,	 cuya	 orientación	 él
define	 como	 ‘estructuralismo-constructivista	 o	 constructivismo-estructuralista’.	 Esto	 da
cuenta	 de	 su	 esfuerzo	 por	 vincular	 ambos	 mundos,	 el	 objetivo	 y	 el	 subjetivo,	 aunque	 a
menudo	se	sostiene	que	en	su	obra	hay	un	sesgo	marcadamente	estructuralista	(Ritzer,	1999).
b)	Basil	Bernstein	(1924-2001)
Sobre	la	base	de	la	sociología	durkheimiana	y	de	algunos	elementos	de	la	sociolingüística,
Bernstein	(1990)	construye	una	teoría	de	la	reproducción	cultural	cuya	principal	característica
es	que	puede	operar	en	varios	niveles:	institucional	(macro);	interaccional	(micro);	y	de	la
conciencia	del	sujeto	(subjetivo).	Los	conceptos	propios	de	una	teoría	de	este	tipo,	dice	su
autor,	deben	ser	capaces	de	mantener	unidos	los	diferentes	niveles,	permitir	“leer	lo	macro
en	lo	micro	y	lo	micro	en	lo	macro”16.
Los	conceptos	centrales	de	la	propuesta	de	Bernstein	son	los	siguientes:	código,	clasificación	y
enmarcamiento.	Sólo	vamos	a	referirnos	brevemente	a	ellos;	en	otro	capítulo	de	este	texto
serán	 objeto	 de	 una	 exposición	 más	 detallada.	 Debemos	 aclarar	 que	 no	 es	 sencillo
comprender	el	pensamiento	de	Bernstein,	no	sólo	porque	es	bastante	complejo,	sino	también
porque	su	manera	de	expresarlo	es	considerablemente	complicada.
El	 código	 se	 define	 como	 un	 principio	 regulador	 de	 las	 experiencias	 del	 sujeto	 que	 se
adquiere	 tácitamente	 durante	 el	 proceso	 de	 socialización.	 Un	 código	 no	 se	 enseña	 ni	 se
aprende,	se	adquiere	de	manera	latente	a	través	del	habla.	Una	vez	adquirido,	el	código	se
constituye	 en	 un	 dispositivo	 de	 posicionamiento	 del	 sujeto;	 regula	 lo	 que	 uno	 piensa,	 el
modo	de	ser,	y	cómo	se	ocupa	el	lugar	en	el	que	se	está.	Quien	posee	el	código	puede	generar
en	toda	ocasión,	de	manera	espontánea,	lo	que	vale	como	conducta	aceptable	en	un	contexto
determinado.
El	 código	 es	 un	 principio	 de	 selección	 e	 integración,	 dice	 Bernstein	 (1990);	 selecciona	 e
integra	significados,	contextos	y	realizaciones.	En	el	nivel	micro	el	código	selecciona	e	integra
significados	relevantes,	contextos	evocadores	y	formas	de	su	realización.	Al	pasar	del	nivel
micro	 (interaccional),	 al	 nivel	 macro	 (institucional),	 los	 significados	 se	 transforman	 en
prácticas	 discursivas,	 los	 contextos	 en	 prácticas	 organizacionales	 y	 las	 realizaciones	 en
prácticas	de	transmisión.	Si	nos	trasladamos	ahora	al	nivel	subjetivo,	tenemos	lo	mismo,	pero
bajo	 la	 forma	 de	 orientación	 del	 sujeto	 hacia	 los	 significados,	 prácticas	 interactivas
especializadas	y	producciones	textuales,	respectivamente.
La	 adquisición	 del	 código	 implica,	 para	 Bernstein,	 tener	 la	 posibilidad	 de	 identificar
(‘reconocimiento’)	los	significados	que	son	relevantes	en	un	contexto	determinado	y	poder
comportarse	adecuadamente	en	ese	contexto	(‘realización’).	En	otros	términos,	implica	haber
incorporado	la	‘regla	de	reconocimiento’	y	la	‘regla	de	realización’.	La	socialización	exitosa	se
traduce,	 en	 definitiva,	 en	 que	 el	 sujeto	 es	 capaz	 de	 tener	 la	 conducta	 que	 se	 considera
apropiada,	legítima,	en	un	contexto	determinado,	gracias	al	dominio	de	esas	reglas,	las	cuales
son	 inherentes	 a	 las	 diferentes	 modalidades	 del	 código.	 Bernstein	 alude	 a	 la	 conducta
apropiada	 en	 términos	 de	 ‘producciones	 textuales’;	 es	 el	 ‘texto’	 correcto	 en	 un	 sistema	 de
interacción	concreto,	es	decir,	en	un	contexto.
El	concepto	de	clasificación	es	tomado	por	Bernstein	de	la	obra	de	Durkheim	sobre	la	división
del	trabajo	en	la	sociedad.	Se	vincula	con	el	poder:	poder	para	definir	categorías	y	establecer
los	 límites	 y	 las	 relaciones	 entre	 ellas.	 La	 clasificación	 expresa	 los	 “límites	 o	 aislamientos
entre	categorías	(agencias,	agentes,	recursos,	discursos)	creados,	mantenidos	y	reproducidos
por	el	principio	de	la	distribución	del	poder	de	la	división	social	del	trabajo;	principio	que
regula	 el	 posicionamiento	 de	 las	 categorías	 en	 una	 división	 del	 trabajo	 dada”17.	 Estas
categorías	 pueden	 ser	 agencias,	 agentes,	 discursos,	 prácticas.	 Como	 la	 clasificación	 es	 una
función	de	la	distribución	del	poder,	la	fuerza	de	la	clasificación	refleja	los	principios	de	la
división	del	trabajo	y	la	naturaleza	de	la	jerarquía;	establece,	en	el	nivel	objetivo,	el	orden	y
quién	es	el	dueño	de	ese	orden,	tanto	dentro	de	un	contexto	como	entre	diferentes	contextos.
El	 concepto	 de	 enmarcamiento	 viene	 del	 interaccionismo	 simbólico	 y	 se	 relaciona	 con	 el
control	 social.	 En	 toda	 división	 social	 del	 trabajo,	 las	 relaciones	 sociales	 que	 generan	 una
determinada	forma	de	contexto	comunicativo,	están	sometidas	a	control.	“El	enmarcamiento
se	refiere	al	principio	que	regula	las	prácticas	comunicativas	de	las	relaciones	sociales	dentro
de	la	reproducción	de	los	recursos	discursivos,	es	decir,	entre	transmisores	y	adquirentes”18.
Provee	el	modo	de	realización	de	un	discurso;	regula	la	forma	en	que	un	mensaje	será	hecho
público	y	la	naturaleza	de	las	relaciones	que	son	inherentes	a	ese	mensaje;	provee,	en	síntesis,
las	 reglas	 de	 realización.	 Éstas	 regulan	 la	 creación	 y	 producción	 de	 las	 relaciones	 internas
especializadas	de	un	contexto	determinado.
Por	 ahora	 creemos	 que	 basta	 con	 estas	 referencias	 para	 tener	 una	 aproximación	 a	 lo	 que
Bernstein	se	propone	respecto	de	la	integración	de	los	niveles	micro	y	macro.	A	partir	de	los
tres	 conceptos	 expuestos	 en	 los	 párrafos	 anteriores,	 él	 desarrolló	 una	 serie	 de	 modelos	 de
análisis	que	aplica,	primero,	al	proceso	de	transmisión	cultural	en	la	familia,	y	más	tarde,	al
que	se	produce	en	las	instituciones	del	sistema	educativo	formal,	fundamentalmente	las	de
nivel	primario	y	secundario.	Sobre	esto	último	volveremos	más	adelante.
1	Encontramos	una	exposición	detallada	sobre	los	hechos	sociales	y	la	forma	en	que	deben	ser	abordados	científicamente	en	Durkheim
(1985).
2	Durkheim,	1966,	pág.	9.
3	Durkheim,	1966,	pág.	10-11.
4	Durkheim,	1966,	pág.	11-12.
5	Durkheim,	1966,	pág.	16.
6	Durkheim,	1966,	pág.	17.
7	Lerena,	1985,	pág.	232	(las	cursivas	están	en	el	original).
8	J.	Carlos	Agulla	fue	un	pionero	de	la	sociología	de	la	educación	en	la	Argentina.	En	1969	publicó	una	obra	destinada	íntegramente	a
definir	el	objeto	y	la	problemática	de	esta	disciplina,	Sociología	de	la	educación.	Su	enfoque	se	enmarca	dentro	del	funcionalismo
imperante	por	ese	tiempo	en	la	sociología.
9	El	concepto	de	habitus	fue	adoptado	por	Bourdieu	(1981)	de	la	sociología	de	Durkheim.
10	Agulla,	Juan	Carlos,	1969,	pág.111-113.
11	Entendemos	por	‘supuestos’	el	conjunto	de	ideas	sobre	el	hombre	y	la	sociedad	cuya	validez	no	se	pone	en	tela	de	juicio,	se	admite
sin	 discusión	 como	 premisas	 de	 orden	 filosófico	 que	 sirven	 de	 base	 y	 punto	 de	 partida	 a	 la	 investigación.	 No	 son	 afirmaciones
hipotéticas,	sino	verdades	admitidas.
12	Schwartz	y	Jacobs,	1984,	pág.	271.
13	13
	Ritzer,	1999,	pág.	290.
14	Quienes	estén	interesados	en	la	temática	del	género,	del	racismo	y	la	educación	multicultural	pueden	consultar	la	bibliografía	citada
por	Bonal	(1998),	y	sus	comentarios	acerca	de	las	producciones	más	relevantes.
15	Bourdieu	y	Wacquant,	1995,	pág.	64.
16	Bernstein,	1990,	pág	29.
17	Bernstein,	1990,	pág.	146.
18	Bernstein,	1993,	pág.	48.
Capítulo	III
Transformación	del	individuo	en	un	ser	social
y	construcción	de	la	realidad	social
Cualquiera	 sea	 el	 supuesto	 sobre	 el	 hombre	 y	 la	 sociedad	 que	 sostengan	 y	 la	 orientación
teórica	que	adopten,	los	sociólogos	coinciden	en	dos	cuestiones	fundamentales:	por	un	lado,
que	la	sociología	estudia	la	vida	social	humana,	los	grupos,	las	sociedades;	y	por	otro,	que
hacer	sociología	implica	‘poner	entre	paréntesis’	nuestras	interpretaciones	personales	de	la
realidad	y	las	evidencias	de	sentido	común,	para	mirar	cómo	y	en	qué	medida	las	fuerzas
sociales	determinan	nuestras	vidas	y	nuestras	concepciones	más	profundas	sobre	el	mundo
en	que	vivimos	(Giddens,	1995a).	Aprender	sociología	ayuda	a	descubrir	la	‘cara	oculta	de	la
realidad’	(Berger,	1967),	a	ver	lo	que	está	por	detrás	de	lo	que	aparece,	a	desnaturalizar	y
cuestionar	 lo	 que	 se	 presenta	 como	 obvio	 a	 la	 mirada	 cotidiana.	 Por	 esto	 la	 sociología	 es
considerada	una	ciencia	subversiva	y	el	sociólogo	no	puede	eludir	la	autoreflexión.
Los	 temas	 que	 vamos	 a	 desarrollar	 en	 este	 capítulo	 son	 fundamentales	 para	 iniciar	 ese
proceso	 de	 ‘desnaturalización’	 de	 lo	 dado,	 propio	 de	 la	 perspectiva	 sociológica.	 Ésta	 nos
ayudará	a	descubrir,	en	primer	lugar,	que	el	hombre	no	es	un	ser	social,	sino	que	se	hace	social
en	 virtud	 de	 procesos	 que	 la	 sociedad	 pone	 en	 funcionamiento	 con	 ese	 fin;	 y	 en	 segundo
lugar,	que	la	sociedad,	si	bien	se	nos	presenta	como	una	realidad	dada	(preexiste	al	individuo
y	 lo	 sobrevive),	 debe	 su	 existencia	 a	 la	 continua	 interacción	 entre	 los	 miembros	 que	 la
constituyen,	en	el	marco	de	una	determinada	cultura	que,	a	su	vez,	es	creada,	mantenida	y
recreada	por	esa	interacción.
Tres	premisas	de	la	sociología	de	Marx	expresan	esta	dialéctica	de	la	sociedad	de	manera	muy
clara:	 la	 sociedad	 es	 un	 producto	 humano;	 la	 sociedad	 es	 una	 realidad	 objetiva;	 el	 hombre	 es	 un
producto	social.	Sobre	la	base	de	estas	premisas	desarrollaremos	gran	parte	de	los	temas	de
este	capítulo.	Como	veremos	más	adelante,	cada	una	de	ellas	corresponde	a	uno	de	los	tres
momentos	dialécticos	en	que	se	produce	la	construcción	de	la	realidad	social:	externalización,
objetivación	e	internalización.	Una	visión	completa	sobre	dicha	realidad,	es	decir,	una	visión
que	 abandone	 las	 miradas	 reduccionistas	 propias	 del	 objetivismo	 y	 el	 subjetivismo,	 exige
considerar	los	tres	momentos	(Berger	y	Luckmann,	1968).
1.	Elementos	constitutivos	de	la	vida	social:	individuo,	cultura	y	sociedad
Antes	de	abordar	el	tema	central	de	este	capítulo,	haremos	una	breve	revisión	de	algunos
conceptos	de	la	sociología	relacionados	con	los	elementos	constitutivos	de	la	vida	social	y	la
forma	en	que	ellos	se	vinculan	entre	sí:	el	individuo,	la	sociedad	y	la	cultura.	Los	tres	forman
parte	 de	 una	 única	 realidad,	 la	 realidad	 social,	 que	 solamente	 se	 puede	 descomponer	 con
fines	analíticos.	Hay	que	tener	en	cuenta	que	todas	las	ciencias	del	hombre	trabajan	con	estos
elementos;	lo	que	difiere	es	la	perspectiva	desde	la	cual	lo	hacen.
Las	 modernas	 ciencias	 del	 hombre	 han	 demostrado	 que	 el	 ser	 humano	 es,	 entre	 los	 seres
vivos,	el	que	nace	más	indefenso	y	el	más	inmaduro	desde	el	punto	de	vista	biológico.	Los
sociólogos	 asignan	 a	 esta	 peculiaridad	 de	 la	 naturaleza	 biológica	 del	 hombre	 una	 gran
importancia,	 ya	 que	 determina	 la	 dependencia	 de	 éste	 respecto	 de	 otros	 hombres	 para	 su
desarrollo	 como	 persona	 humana.	 Si	 a	 un	 bebé	 se	 lo	 aísla	 físicamente,	 no	 tiene	 ninguna
posibilidad	de	subsistir;	si	se	satisfacen	sus	necesidades	físicas	y	fisiológicas,	pero	se	lo	priva
de	afecto	y	de	contacto	con	otros	individuos	de	su	especie,	no	puede	desarrollarse	como	un
ser	 normal.	 De	 esta	 manera,	 la	 convivencia	 con	 otros	 seres	 humanos	 se	 convierte	 en	 un
imperativo,	no	sólo	para	el	desarrollo	de	sus	estructuras	biológicas	y	sus	facultades	mentales,
sino	 también	 para	 el	 de	 su	 personalidad	 psicológica	 y	 social.	 La	 convivencia	 humana,	 la
‘situación	social’	en	la	que	un	individuo	es	‘arrojado’	al	nacer,	es	para	él	lo	que	el	agua	es
para	el	pez.	A	esa	situación	social	el	hombre	la	encuentra	ya	hecha,	no	tiene	posibilidad	de
elegirla,	y	por	algún	tiempo,	tampoco	puede	modificarla,	al	menos	voluntaria	y	activamente,
aunque	sí	puede	hacerlo	‘pasivamente’	y	de	hecho	lo	hace,	pues	el	mero	hecho	de	que	un
nuevo	miembro	se	incorpore	a	la	situación,	trae	aparejados	inevitablemente	algunos	cambios.
Cuando	él	se	convierta	en	un	‘actor	social’,	para	lo	cual	deberá	aprender	las	pautas	culturales
propias	de	su	sociedad,	su	papel	será	diferente.
Otra	verdad	de	Perogrullo	es	que,	si	bien	la	situación	social,	la	‘sociedad’,	es	indispensable
para	el	desarrollo	del	ser	humano,	la	vida	social	no	es	posible	sin	la	presencia	de	individuos
socializados,	es	decir,	de	personas	que	ya	han	incorporado	las	pautas	sociales	y	desarrollado
los	hábitos	de	conducta	(roles)	que	su	situación	les	exige.	Aparentemente	nos	encontramos
aquí	frente	al	eterno	dilema	del	huevo	y	la	gallina,	o	sea,	qué	es	lo	primero,	si	el	individuo
socializado,	o	la	situación	social.	Éste	no	es	un	dilema	que	a	la	sociología	le	interese	dirimir,	y
tampoco	podría	hacerlo	porque	a	las	ciencias	fácticas	no	les	compete	este	tipo	de	cuestiones.
Cualquiera	que	sea	la	forma	en	que	el	dilema	sea	resuelto,	lo	empíricamente	válido	es	que	la
persona	(el	individuo	socializado)	y	la	sociedad	no	son	dos	entidades	independientes,	sino
dos	términos	de	una	misma	realidad.
El	 tercer	 elemento	 constitutivo	 de	 la	 realidad	 social	 es	 la	 cultura.	 Todo	 lo	 que	 el	 hombre
aprende	como	miembro	de	las	diferentes	estructuras	sociales	en	las	que	participa	forma	parte
de	la	cultura	(desde	las	cosas	aparentemente	más	naturales,	como	el	control	de	esfínteres,	el
cuidado	del	propio	cuerpo,	la	alimentación,	etc.,	hasta	el	respeto	por	determinados	símbolos,
el	cumplimiento	de	las	normas	y	la	adhesión	a	un	sistema	de	valores).	El	único	ser	capaz	de
crear	 cultura	 es	 el	 ser	 humano;	 pero	 no	 el	 ser	 humano	 aislado,	 sino	 junto	 a	 otros,
participando	en	un	proceso	de	interacción	continuo.	La	cultura	se	presenta	para	el	sociólogo
como	un	aparato	normativo,	es	decir,	como	un	conjunto	de	normas	(usos,	costumbres,	leyes)
que	regulan	el	proceso	de	interacción	social	y,	en	medida	variable,	la	conducta	individual.
Comprende	también	la	totalidad	de	los	conocimientos	y	creencias	(ideas)	que	permiten	a	la
persona	 definir	 la	 realidad	 (física,	 social,	 espiritual),	 y	 que	 dan	 sentido	 y	 contenido	 a	 las
relaciones	sociales.	Sin	esas	reglas	que	rigen	los	comportamientos,	y	sin	esas	ideas	sobre	la
realidad,	todo	proceso	de	interacción	humana	es	impensable.	La	cultura	es,	en	definitiva,	un
producto	de	la	interacción	humana;	no	forma	parte	de	nuestra	herencia	genética,	sino	que	se
adquiere,	se	aprende,	y	se	trasmite	de	una	generación	a	otra	en	el	curso	de	la	vida	social;	es
de	 naturaleza	 simbólica	 y	 es	 compartida,	 total	 o	 parcialmente,	 por	 los	 miembros	 de	 una
misma	sociedad.
La	 vida	 social	 implica,	 por	 lo	 tanto,	 individuos	 socializados,	 relaciones	 sociales	 entre	 esos
individuos	 y	 una	 cultura,	 es	 decir,	 un	 conjunto	 de	 normas,	 creencias	 y	 conocimientos
compartidos	 (en	 medida	 variable	 según	 las	 sociedades),	 producidos	 durante	 el	 proceso	 de
interacción,	 que	 se	 han	 estructurado	 y	 se	 trasmiten	 de	 una	 generación	 a	 otra	 mediante	 el
proceso	 de	 socialización.	 Veamos	 en	 qué	 consiste	 este	 proceso,	 para	 desarrollar	 luego	 la
forma	en	que	se	lo	define	desde	diferentes	perspectivas.
2.	Socialización	y	educación
Podríamos	decir	que	el	proceso	de	socialización	constituye	el	núcleo	de	la	sociología	de	la
educación;	conocer	la	naturaleza	de	este	proceso	y	cómo	se	produce	nos	permite	explicar	la
forma	 en	 que	 un	 individuo	 se	 incorpora	 a	 la	 sociedad	 y,	 también,	 de	 qué	 manera	 ésta
garantiza	su	propia	existencia.
Según	Dubet	y	Martucelli	(1996),	la	socialización	designa	el	doble	movimiento	por	el	cual
una	sociedad	se	dota	de	actores	capaces	de	asegurar	su	integración	y	de	individuos,	de	sujetos
susceptibles	 de	 producir	 una	 acción	 autónoma.	 De	 entrada,	 ella	 se	 define	 por	 una	 tensión
ubicada	 en	 el	 centro	 de	 diversos	 debates	 sociológicos	 que	 movilizan,	 a	 la	 vez,	 las
representaciones	 del	 actor	 y	 las	 representaciones	 del	 sistema	 social.	 Sobre	 la	 base	 de	 un
acuerdo	inicial,	que	sostiene	que	la	acción	humana	es	producto	de	la	socialización	y	que	el
individuo	se	afirma	a	sí	mismo	a	medida	que	se	diferencia	socialmente,	se	pueden	distinguir
dos	conjuntos	de	posturas	teóricas	sobre	la	socialización.	Uno	la	define	como	interiorización
normativa	 y	 cultural,	 y	 afirma	 la	 reversibilidad	 de	 la	 subjetividad	 de	 los	 actores	 y	 la
objetividad	del	sistema.	El	otro	privilegia	el	tema	de	la	disociación	entre	el	actor	y	el	sistema.
Cada	 uno	 de	 ellos	 sostiene	 representaciones	 diferentes	 del	 individuo	 y	 su	 capacidad	 de
autonomía	frente	a	la	acción	de	la	sociedad.
En	otras	palabras,	hay	diferentes	respuestas	a	la	pregunta	acerca	de	qué	es	la	socialización,
que	parten	de	un	acuerdo	básico:	la	socialización	es	el	mecanismo	del	que	se	vale	la	sociedad
para	producir	y	reproducir,	de	manera	continua,	su	propia	existencia;	gracias	a	él	la	sociedad
‘fabrica’	sus	miembros.	La	expresión	‘miembro	de	la	sociedad’	alude	al	individuo	socializado,
cualquiera	sea	el	término	que	se	utilice	para	nombralo:	‘ser	social’	(Durkheim);	‘actor	social’
(Weber	 y	 los	 que	 adoptan	 su	 perspectiva);	 ‘agente	 social’	 (Bourdieu);	 ‘persona	 social’	 (los
funcionalistas).	Como	podemos	advertir,	el	término	que	se	usa	en	cada	caso,	no	es	un	mero
rótulo;	 expresa	 una	 forma	 de	 concebir	 al	 individuo	 en	 la	 sociedad	 (y	 a	 la	 sociedad	 en	 el
individuo)	y,	por	lo	tanto,	una	manera	de	ver	el	proceso	que	le	permite	llegar	a	formar	parte
de	ella.	A	partir	de	aquí	comienzan	las	divergencias	y	los	debates.
No	vamos	a	adoptar	aquí	una	respuesta	particular	a	la	pregunta	planteada	al	comienzo;	nos
interesa	solamente	exponer	esas	respuestas	con	algún	detalle	y	establecer	qué	las	diferencian.
Nos	interesa	también	caracterizar	el	proceso	de	socialización,	ver	si	se	puede	distinguir	del
proceso	de	educación	y	determinar	qué	ventajas	tiene,	o	no,	hacer	tal	distinción.
Cuando	 en	 sociología	 abordamos	 el	 tema	 de	 la	 socialización,	 partimos	 de	 un	 supuesto
fundamental:	 el	 hombre	 no	 nace	 social,	 sino	 que	 se	 hace,	 y	 logra	 este	 ‘hacerse	 social’
solamente	si	tiene	oportunidad	de	entrar	en	contacto	con	otros	hombres	y	establecer	algún
tipo	de	relación	con	ellos	(verbal,	gestual,	virtual,	la	que	sea).	El	estudio	científico	de	niños
que	han	vivido	aislados	durante	sus	primeros	años	de	vida	demuestra	que	el	desarrollo	de	la
totalidad	de	las	estructuras	biológicas	del	hombre	se	ve	afectado,	de	manera	irreversible,	por
ese	aislamiento.	Esos	niños	mostraban,	en	el	momento	de	ser	descubiertos,	un	deterioro	físico
e	intelectual	que	resultó	imposible	de	revertir,	a	pesar	del	tratamiento	especial	al	que	fueron
sometidos.	 No	 lograron	 desarrollar	 el	 lenguaje,	 ni	 pudieron	 adquirir	 destrezas	 motoras
elementales,	 ni	 aprendieron	 una	 serie	 de	 hábitos	 sociales	 que	 un	 niño,	 en	 condiciones
normales,	adquiere	a	los	dos	o	tres	años	de	edad.
No	 es	 necesario	 acudir	 a	 estos	 casos	 extremos	 para	 advertir	 la	 importancia	 que	 tiene	 la
convivencia	para	el	desarrollo	humano.	Cada	uno	de	nosotros	ha	tenido	oportunidad	de	leer,
por	lo	general	en	la	crónica	policial,	acerca	de	niños	que	han	sufrido	algún	tipo	de	privación.
Dicha	 crónica	 da	 cuenta,	 con	 frecuencia,	 de	 la	 forma	 en	 que	 esa	 privación	 afecta	 el
comportamiento	del	individuo	en	cuestión.	Por	otra	parte,	todos	podemos	observar	a	diario
las	diferencias	en	las	conductas	de	niños	provenientes	de	ambientes	sociales	distintos,	es	más,
a	partir	de	esas	conductas	podemos	predecir,	con	cierto	grado	de	certidumbre,	a	qué	estrato
social	 pertenecen.	 Estas	 experiencias	 cotidianas	 pueden	 servir	 para	 hacernos	 tomar
conciencia	de	la	forma	en	que	la	convivencia	humana	afecta	el	modo	en	que	el	individuo	se
comporta,	 sus	 actitudes	 frente	 a	 diferentes	 circunstancias	 y	 hechos,	 su	 manera	 de	 ver	 las
cosas,	su	lenguaje,	sus	preferencias,	su	modo	de	vestir,	etc.,	etc.	Al	nacer	somos	‘arrojados’,
como	les	gusta	decir	a	algunos	filósofos,	en	un	medio	social	determinado.	Este	medio	no	es
indiferente	para	nadie	porque,	de	alguna	manera,	lo	‘marca’	a	uno	de	manera	inconfundible
para	 toda	 su	 vida,	 y	 lo	 que	 es	 más	 importante	 aún,	 condiciona	 nuestras	 posibilidades
objetivas	 de	 acceder	 a	 todo	 tipo	 de	 bienes	 sociales	 (educación,	 trabajo,	 ingresos,	 poder,
prestigio,	etc.)	y	disponer	de	mejores	oportunidades	en	la	sociedad.
Con	estas	referencias	sólo	pretendemos	destacar	algo	que	todos	experimentamos	a	diario	sin
reflexionar	en	ello:	la	importancia	que	tiene	la	sociedad	para	cada	uno	de	nosotros.	El	ser
humano	es	el	resultado	de	una	doble	trasmisión,	la	biológica,	que	forma	parte	de	la	herencia
genética,	y	la	social,	que	se	da	gracias	a	la	convivencia.	Es	precisamente	mediante	el	proceso
de	socialización	que	adquirimos	la	herencia	social,	es	decir,	aprendemos	la	cultura	y	al	mismo
tiempo	 vamos	 madurando	 socialmente,	 lo	 cual	 nos	 permite	 reducir	 nuestra	 dependencia
inicial,	 incorporar	 los	 valores	 y	 las	 metas	 de	 la	 sociedad	 y	 llegar	 a	 comportarnos	 como	 la
sociedad	 espera	 que	 lo	 hagamos.	 La	 sociedad,	 por	 su	 parte,	 se	 asegura	 con	 esto	 su	 propia
supervivencia.
De	lo	anterior	podemos	deducir	dos	características	definitorias	del	proceso	de	socialización.
Una,	 que	 la	 socialización	 es	 un	 proceso	 social	 general,	 que	 tiene	 lugar	 cada	 vez	 que
interactuamos	con	otros,	cualquiera	sea	el	carácter	de	esta	interacción	y	el	ámbito	en	el	que
tenga	lugar	(la	familia,	la	escuela,	el	club,	el	colectivo,	la	cancha	de	football,	etc.,	etc.),	y	se
produce	durante	toda	la	vida.	Otra,	que	el	principal	resultado	de	este	proceso	es	una	cierta
‘adaptación’	del	individuo	a	la	vida	social,	es	decir,	le	permite	participar	activamente	en	ella
de	 acuerdo,	 dentro	 de	 márgenes	 aceptables	 pero	 variables,	 a	 las	 pautas	 vigentes	 en	 esa
sociedad.
Nos	preguntamos	ahora	si	socializar	a	un	individuo	es	lo	mismo	que	educarlo.	¿Por	qué	los
sociólogos	usan	indistintamente	ambos	términos	para	referirse	al	proceso	de	formación	del
‘ser	social’,	el	‘actor	social’,	la	‘persona	social’?	Hemos	visto	al	estudiar	los	clásicos	que	ellos
no	hacían	ninguna	distinción	entre	socialización	y	educación.	En	general,	tampoco	la	hacen
los	sociólogos	de	la	educación	contemporáneos.	¿Es	importante	hacer	esta	distinción?	¿Qué
ventajas	nos	aporta	hacerla?
Agulla	 (1969)	 sostiene	 que,	 desde	 un	 punto	 de	 vista	 analítico,	 es	 importante	 distinguir	 el
proceso	 de	 socialización	 del	 proceso	 de	 educación.	 En	 su	 opinión,	 esta	 ambigüedad
terminológica,	que	debemos	fundamentalmente	a	Durkheim,	ha	conducido	a	la	sociología	de
la	 educación	 a	 un	 callejón	 sin	 salida.	 Considera	 que	 una	 explicación	 adecuada	 de	 la
formación	 de	 la	 ‘persona	 social’	 exige	 distinguir	 ambos	 procesos	 y	 establecer	 claramente
cuáles	son	las	diferencias	entre	ellos.	Agulla	intenta	mostrar	que	el	proceso	educativo	tiene
algunas	peculiaridades	que	no	se	dan	en	el	proceso	de	socialización,	y	destaca	la	importancia
que	 tiene,	 siempre	 desde	 un	 punto	 de	 vista	 estrictamente	 analítico,	 tener	 en	 cuenta	 esas
peculiaridades.
Hemos	 dicho	 antes	 que	 Agulla,	 al	 menos	 en	 la	 obra	 citada1
	 ,	 adopta	 una	 perspectiva
puramente	 funcionalista.	 Desde	 allí	 define	 a	 la	 educación	 como	 un	 proceso	 especial	 de
formación	de	la	‘persona	social’,	dado	por	la	comunicación	de	contenidos	culturales,	de	un
educador	 a	 un	 educando	 (relación	 educativa),	 con	 vistas	 al	 logro	 de	 un	 objetivo	 o	 un	 fin
determinado.	El	resultado	de	este	proceso	es	la	transformación	de	la	‘persona	social’	en	una
dirección	determinada,	la	que	fijan	los	fines	definidos	por	el	sistema	educativo,	o	los	que	se
propone	 la	 agencia	 educativa	 de	 que	 se	 trate	 (familia,	 escuela,	 iglesia).	 En	 consecuencia,
según	 esta	 definición,	 para	 que	 exista	 un	 proceso	 educativo	 (y	 no	 un	 mero	 proceso	 de
socialización)	deben	darse	determinadas	condiciones.
	Ejercicio	de	los	roles	de	educador	y	educando,	es	decir,	se	debe	poder	identificar	quién	es
el	 que	 enseña	 y	 quién	 el	 que	 aprende.	 Esto	 no	 ocurre	 en	 la	 socialización;	 aquí	 cada
individuo	 desempeña	 ambos	 roles,	 ninguno	 de	 los	 participantes	 en	 la	 situación	 se
propone	ejercer	una	influencia	determinada	sobre	el	otro,	las	influencias	son	recíprocas.
	Quien	ejerce	el	rol	de	educando	es	un	ser	‘socialmente	inmaduro’,	por	lo	general	niños,
adolescentes	 o	 jóvenes,	 que	 se	 disponen	 (o	 son	 obligados)	 a	 adquirir	 determinados
contenidos	 culturales	 que	 se	 consideran	 necesarios.	 Más	 específicamente,	 la	 relación
educativa	es	una	relación	entre	alguien	que	sabe	algo,	y	alguien	que	no	sabe,	es	decir,	es
una	relación	asimétrica	desde	este	punto	de	vista.	El	que	sabe	tiene	sobre	el	otro	un	cierto
poder,	dado	por	su	dominio	de	determinados	contenidos,	y	una	cierta	autoridad,	dada	no
sólo	 por	 lo	 que	 sabe,	 sino	 también	 por	 la	 función	 que	 la	 sociedad	 le	 asigna,	 es	 decir,
porque	ejerce	un	mandato	institucional.
	Es	un	proceso	institucional,	donde	se	da,	como	hemos	dicho,	una	función	manifiesta	de
enseñar	y	aprender.	Es	decir,	a	un	actor	concreto	que	ocupa	la	posición	de	maestro	la
institución	le	asigna	la	función	de	comunicar	contenidos	culturales	(enseñar),	y	a	otro,
que	 ocupa	 la	 posición	 de	 alumno,	 le	 asigna	 la	 función	 de	 adquirir	 esos	 contenidos
(aprender).	 La	 comunicación	 y	 el	 aprendizaje	 de	 esos	 contenidos	 es	 consciente,
intencional,	y	está	orientada	al	logro	de	un	conjunto	definido	de	objetivos.
Según	Agulla,	estas	serían	las	características	que	permiten	identificar	a	la	educación	como
fenómeno	y	como	proceso	social.	Por	lo	tanto,	siempre	que	se	dan	estas	condiciones	podemos
hablar	 de	 una	 relación	 educativa	 (desde	 la	 perspectiva	 sociológica).	 Esa	 relación	 adquiere
diferentes	formas	según	el	momento	histórico	(no	era	lo	mismo	en	la	Edad	Media	que	en	la
Edad	Moderna),	según	la	sociedad	de	que	se	trate	(la	educación	en	Argentina	es	diferente
que	en	China),	según	la	clase	social	(la	educación	de	las	clases	altas	no	es	la	misma	que	la	de
las	clases	bajas)	y	según	el	espacio	geográfico	en	que	se	da	(no	es	igual	en	las	zonas	rurales
que	en	las	urbanas).	Para	Agulla	estas	serían	las	variables	diferenciales	del	proceso	educativo,
es	decir,	los	factores	que	condicionan	la	relación	educativa,	y	por	lo	tanto,	el	desarrollo	del
proceso.	El	Cuadro	nº	1	resume	lo	que	acabamos	de	afirmar.
Cuadro	nº	1:	Características	diferenciales	de	los	procesos	de	socialización	y	de	educación
Al	 definir	 a	 la	 educación	 de	 esta	 manera,	 Agulla,	 dentro	 de	 la	 misma	 orientación	 que
Durkheim,	se	aparta	de	éste	en	varios	sentidos.	En	primer	lugar,	distingue	la	educación	de	la
socialización;	una	es	un	proceso	especial,	la	otra	un	proceso	general,	no	intencional,	latente.
Segundo,	 la	 sociedad	 como	 tal	 no	 cumple	 funciones	 educativas;	 como	 la	 educación	 es	 un
proceso	 intencional	 y	 voluntario,	 solamente	 educan	 personas	 concretas	 a	 quienes	 se	 ha
asignado	ese	papel	en	determinadas	instituciones:	los	maestros,	los	padres,	los	sacerdotes,	etc.
Tercero,	la	educación	no	es	la	acción	ejercida	por	una	generación	sobre	otra,	como	sostenía
Durkheim.	Para	Agulla,	el	concepto	de	generación	no	es	apropiado	en	este	caso	porque	se
trata	de	una	categoría	histórica	y	no	sociológica,	y	además,	porque	una	generación	no	cumple
su	función	social	de	forma	manifiesta	sino	latente.
Nos	parece	pertinente	exponer	aquí	la	distinción	que	hace	Mannheim	(1966)	entre	educación,
instrucción	 y	 enseñanza.	 Desde	 su	 punto	 de	 vista,	 la	 confusión	 entre	 estos	 términos	 es
frecuente	y	da	lugar	a	confusiones	en	la	discusión.	Para	Mannheim,	la	instrucción	representa
únicamente	 la	 transmisión	 de	 información;	 aquí	 el	 énfasis	 se	 pone	 sobre	 la	 materia	 o	 la
cuestión	que	presenta	el	instructor,	y	se	parte	del	supuesto	de	que	éste	domina	el	contenido
de	lo	que	se	propone	transmitir.	El	concepto	de	instrucción	nada	dice	acerca	de	la	relación
entre	el	que	transmite	y	el	que	recibe,	ni	sobre	lo	que	éste	hace	con	el	contenido	que	recibe.
La	enseñanza,	por	su	parte,	hace	hincapié	en	la	relación	entre	dos	personas:	el	maestro	y	el
alumno.	Implica	que	el	maestro	se	interesa	por	el	proceso	de	aprendizaje	de	sus	alumnos	y	la
necesidad	de	que	éstos	aprendan,	que	traten	de	seguir	lo	que	se	les	enseña,	de	forma	que	el
maestro	 pueda	 estar	 seguro	 de	 que	 el	 contenido	 ha	 sido	 efectivamente	 entendido	 y
aprendido.	 “Es	 de	 esperar	 que	 la	 importancia	 en	 este	 intercambio	 recaiga,	 ahora,	 sobre	 el
maestro,	lo	que	tiene	que	decir	y	cómo	lo	dice,	y	también	sobre	el	alumno,	su	desarrollo	en
comprender	 y	 su	 iniciativa	 mental	 para	 captar	 y	 transformar	 cuanto	 se	 le	 presenta”2
	 .	 La
educación	alude	a	un	proceso	en	el	cual	“una	personalidad	actúa	sobre	la	otra	con	el	fin	de
modificar	el	desarrollo	de	esta	última.	Es	decir	que	el	proceso	no	es	solamente	consciente,
sino	deliberado,	para	el	educador	que	tiene	la	intención	claramente	advertida,	de	dar	forma	y
modificar	el	desarrollo	del	alumno”3
	.	Como	podemos	apreciar,	la	educación	comprende	una
relación	entre	dos	personalidades	y	un	espectro	de	influencias	más	amplio,	que	van	más	allá
de	 la	 mera	 instrucción	 o	 de	 la	 pura	 enseñanza.	 La	 sociología	 se	 ocupa	 estrictamente	 del
análisis	y	la	explicación	del	proceso	educativo,	no	de	la	instrucción	o	de	la	enseñanza;	esto	le
compete	a	otras	disciplinas.
3.	Diferentes	perspectivas	sobre	el	proceso	de	socialización
Decíamos	antes	que	la	pregunta	sobre	qué	es	el	proceso	de	socialización	se	puede	responder
de	 varias	 maneras.	 Según	 la	 corriente	 de	 pensamiento	 a	 la	 cual	 adhieran,	 los	 sociólogos
consideran	 al	 proceso	 de	 socialización	 como	 proceso	 de	 ‘internalización’,	 ‘interiorización’,
‘aprendizaje’,	 ‘adquisición’,	 etc.,	 de	 la	 cultura.	 Más	 allá	 del	 término	 que	 se	 emplee,	 la
socialización,	en	realidad,	implica	todo	eso.	Es	un	proceso	complejo	que	nos	afecta	a	todos	de
manera	 continua	 desde	 el	 momento	 del	 nacimiento	 hasta	 la	 muerte	 y	 se	 da	 cada	 vez	 que
establecemos	un	contacto	o	una	comunicación	con	otros.	La	socialización	es	el	recurso	del
que	se	vale	la	sociedad	para	que	incorporemos	sus	pautas,	las	aceptemos	y	nos	comportemos
de	 acuerdo	 a	 ellas.	 Sin	 este	 aprendizaje,	 cada	 uno	 de	 nosotros	 no	 podría	 desarrollarse
plenamente	como	persona	humana,	ni	actuar	en	la	sociedad.
Los	diferentes	tipos	de	respuesta	a	la	pregunta	planteada	están	asociados	de	manera	estrecha
a	las	dos	grandes	orientaciones	del	pensamiento	sociológico	que	hemos	visto	en	un	capítulo
anterior:	el	objetivismo	y	el	subjetivismo.	En	su	versión	extrema,	estas	orientaciones	implican
una	visión	reduccionista	que	no	da	cuenta	de	toda	la	realidad	social.
3.1.	Perspectiva	objetivista
Este	punto	de	vista	está	representado	por	el	funcionalismo	durkheimiano.	Conviene	acudir	a
las	palabras	de	Durkheim	para	adquirir	una	idea	exacta	de	cómo	se	considera	el	proceso	de
socialización	desde	esta	perspectiva	(recordemos	que	para	él	educación	y	socialización	son
sinónimos).	Dice	Durkheim:
“la	educación	es	la	acción	ejercida	por	las	generaciones	adultas	sobre	las	que	no	están	aún	maduras	para	la	vida	social.
Tiene	 por	 objeto	 suscitar	 y	 desarrollar	 en	 el	 niño	 determinado	 número	 de	 estados	 físicos,	 intelectuales	 y	 morales	 que
reclaman	 de	 él,	 por	 un	 lado,	 la	 sociedad	 política	 en	 su	 conjunto,	 y	 por	 el	 otro,	 el	 medio	 especial	 al	 que	 está
particularmente	 destinado	 [...]	 De	 la	 definición	 que	 precede	 resulta	 que	 la	 educación	 consiste	 en	 una	 socialización
metódica	de	la	joven	generación.	En	cada	uno	de	nosotros,	puede	decirse,	existen	dos	seres	que,	aunque	sean	inseparables
salvo	 por	 abstracción,	 no	 dejan	 de	 ser	 distintos.	 Uno	 está	 hecho	 de	 todos	 los	 estados	 mentales	 que	 sólo	 se	 refieren	 a
nosotros	mismos	y	a	los	acontecimientos	de	nuestra	vida	personal:	es	el	ser	individual.	El	otro	es	un	sistema	de	ideas,	de
sentimientos	y	de	hábitos	que	expresan	en	nosotros,	no	nuestra	personalidad,	sino	el	grupo	o	los	grupos	diferentes	de	que
formamos	 parte;	 tales	 son	 las	 creencias	 religiosas,	 las	 creencias	 y	 las	 prácticas	 morales,	 las	 tradiciones	 nacionales	 o
profesionales,	las	opiniones	colectivas	de	toda	clase.	Su	conjunto	forma	el	ser	social.	Construir	ese	ser	en	cada	uno	de
nosotros,	 tal	 es	 el	 fin	 de	 la	 educación.	 [...]	 ...dicho	 ser	 social	 no	 sólo	 no	 ha	 sido	 totalmente	 hecho	 en	 la	 constitución
primitiva	 del	 hombre;	 tampoco	 ha	 resultado	 de	 un	 desarrollo	 espontáneo.	 Espontáneamente,	 el	 hombre	 no	 estaba
inclinado	a	someterse	a	una	autoridad	política,	a	respetar	una	disciplina	moral,	a	consagrarse	a	algo	y	a	sacrificarse.	[...]
Es	la	propia	sociedad	que,	a	medida	que	se	fue	formando	y	consolidando,	fue	sacando	de	su	propio	seno	esas	grandes
fuerzas	 morales	 ante	 las	 cuales	 el	 hombre	 sintió	 su	 inferioridad.	 [...]	 La	 sociedad	 se	 encuentra	 pues,	 en	 cada	 nueva
generación,	en	presencia	de	una	tabla	casi	rasa	sobre	la	cual	debe	construir	con	nuevos	esfuerzos.	Es	necesario	que,	por
las	vías	más	rápidas,	agregue,	al	ser	egoísta	y	asocial	que	acaba	de	nacer,	otro	capaz	de	llevar	una	vida	moral	y	social.	Tal
es	la	obra	de	la	educación,	y	percibimos	toda	su	grandeza.	[...]	En	el	hombre	-al	contrario	de	los	animales-	las	aptitudes
de	toda	clase	que	supone	la	vida	social	son	demasiado	complejas	para	poder	encarnarse,	de	algún	modo,	en	nuestros
tejidos	y	materializarse	bajo	la	forma	de	predisposiciones	orgánicas.	De	ahí	que	no	puedan	trasmitirse	de	una	generación
a	 otra	 por	 vía	 de	 la	 herencia.	 La	 trasmisión	 se	 hace	 por	 la	 educación.	 [...]	 En	 tanto	 que	 mostramos	 la	 sociedad
moldeando,	 de	 acuerdo	 a	 sus	 necesidades,	 a	 los	 individuos,	 podría	 parecer	 que	 éstos	 sufrirán,	 en	 consecuencia,	 una
insoportable	tiranía.	Pero,	en	realidad,	ellos	mismos	están	interesados	en	esa	sumisión;	porque	el	nuevo	ser	que	la	acción
colectiva,	 por	 medio	 de	 la	 educación,	 edifica	 así	 en	 cada	 uno	 de	 nosotros,	 representa	 aquello	 que	 hay	 de	 mejor	 en
nosotros,	lo	que	hay	en	nosotros	de	propiamente	humano.	El	hombre,	en	efecto,	no	es	un	hombre	sino	porque	vive	en
sociedad”4	.
Desde	el	punto	de	vista	de	Durkheim,	una	socialización	exitosa	implica	la	interiorización	de
las	pautas,	las	normas	y	los	valores	que	son	significativos	para	la	sociedad.	Del	texto	citado,	se
desprenden	las	ideas	durkheimianas	fundamentales	sobre	el	proceso	de	socialización:	i)	El
individuo	desempeña	un	papel	pasivo	en	ese	proceso;	recibe	la	acción	que	otros	ejercen	sobre
él.	Esta	recepción	es	posible	gracias	a	la	predisposición	que	todo	ser	humano	tiene	hacia	la
socialidad.	ii)	Es	un	proceso	que	comienza	en	el	momento	en	que	el	individuo	nace,	y	dura
toda	su	vida.	iii)	El	agente	encargado	de	la	trasmisión	de	la	cultura	es	la	‘sociedad’,	a	través
de	las	‘generaciones	que	están	maduras	para	la	vida	social’.	La	sociedad	es	una	realidad	por	sí
misma,	independiente	de	los	individuos	que	la	componen,	y	se	impone	a	éstos	de	manera
inevitable.	iv)	El	individuo	se	encuentra	siempre	subordinado	a	la	sociedad	y	determinado
por	ella.	Al	querer	lo	que	la	sociedad	quiere,	el	hombre	se	quiere	a	sí	mismo;	sin	la	existencia
de	la	sociedad,	el	ser	humano	queda	reducido	a	la	condición	de	animal.	v)	El	resultado	del
proceso	de	socialización	es	la	adaptación	del	individuo	a	la	vida	del	grupo,	o	los	grupos,	de
los	cuales	forma	parte.	Debe	aceptar	las	pautas	de	la	sociedad	y	comportarse	de	acuerdo	a
ellas,	de	lo	contrario,	el	único	que	se	perjudica	es	él,	ya	que	debe	sufrir	las	consecuencias	de
su	conducta	antisocial.	vi)	La	importancia	de	los	valores	y	sus	implicaciones	de	tipo	moral.
Los	 valores	 tienen	 una	 existencia	 objetiva,	 trascienden	 las	 conciencias	 individuales	 y
determinan	todas	las	relaciones	sociales.
Lo	 que	 más	 impacta	 de	 la	 concepción	 durkheimiana	 es	 el	 determinismo.	 Si	 pensamos	 en
nuestra	 experiencia	 social,	 no	 podemos	 dejar	 de	 reconocer	 la	 enorme	 influencia	 que	 la
sociedad	ejerce	sobre	nuestro	comportamiento:	la	forma	en	que	hablamos,	lo	que	nos	gusta,
lo	que	queremos,	lo	que	pensamos	y	sentimos,	etc.,	etc.,	está	condicionado	en	gran	medida
por	los	grupos	a	los	cuales	pertenecemos	(la	familia,	los	amigos,	la	escuela,	el	trabajo,	etc.).	Ni
siquiera	 la	 percepción	 sensorial	 y	 el	 producto	 de	 nuestra	 imaginación,	 algo	 que	 pareciera
totalmente	subjetivo,	escapa	al	condicionamiento	social.	Sin	duda,	Durkheim	ha	puesto	en
evidencia	hechos	indiscutiblemente	válidos,	pero	se	ha	quedado	con	un	aspecto	de	la	verdad,
ya	que	no	ha	tenido	en	cuenta,	al	menos	explícitamente,	la	posibilidad	que	tiene	la	persona
humana	de	crear,	de	innovar,	de	desviarse	de	las	pautas	establecidas,	en	suma,	de	ejercer	su
libertad.
3.2.	Perspectiva	subjetivista
Encontramos	 en	 el	 interaccionismo	 simbólico,	 y	 también	 en	 la	 fenomenología	 social,	 la
expresión	 más	 clara	 de	 esta	 postura	 teórica.	 Al	 contrario	 de	 la	 perspectiva	 objetivista,
interaccionitas	 y	 fenomenólogos	 insisten	 en	 el	 papel	 activo	 del	 sujeto	 en	 el	 proceso	 de
socialización:	 la	 fenomenología,	 al	 considerar	 que	 la	 sociedad	 es	 una	 construcción	 social	 y
afirmar	que	la	acción	social	responde	a	la	intencionalidad	del	sujeto,	y	no	exclusivamente	al
condicionamiento	 de	 las	 estructuras;	 el	 interaccionismo,	 por	 su	 parte,	 al	 insistir	 en	 la
posibilidad	que	tiene	el	individuo	de	interpretar	los	significados	y	los	signos,	de	crear	otros
nuevos,	y	de	optar	por	dar	una	respuesta	diferente	a	la	esperada	o	pautada.	Ambos	admiten
la	 autonomía	 del	 actor	 frente	 a	 la	 estructura	 y	 su	 capacidad	 para	 actuar	 de	 acuerdo	 al
significado	 que	 cada	 uno	 le	 otorga	 a	 la	 situación.	 En	 una	 palabra,	 el	 paradigma
interaccionista	 permite	 rechazar	 la	 discutible	 conclusión	 del	 objetivismo,	 según	 la	 cual,	 el
condicionamiento	 estructural	 puede	 llevar	 al	 actor	 a	 actuar	 en	 contra	 de	 sus	 propias
disposiciones	e	intereses.
El	 proceso	 de	 socialización	 constituye	 un	 tema	 fundamental	 para	 el	 interaccionismo.	 Los
principales	aportes	en	este	sentido	se	deben	a	George	Mead	(1953).	Su	obra	póstuma,	Espíritu,
Persona	y	Sociedad,	es	un	punto	de	referencia	ineludible	a	la	hora	de	abordar	esta	temática.	La
importancia	 de	 Mead	 para	 la	 formulación	 de	 una	 teoría	 sociológica	 del	 proceso	 de
socialización	 reside	 en	 su	 concepción	 de	 la	 ‘persona’	 (self)	 y	 el	 ‘espíritu’	 (mind)	 como
emergentes	sociales,	y	sus	ideas	sobre	el	mecanismo	mediante	el	cual	se	constituyen,	es	decir,
la	interacción	comunicativa	mediante	el	gesto	vocal	y	el	lenguaje.
En	el	pensamiento	de	Mead,	la	persona	es	una	pura	abstracción	sin	la	sociedad.	Pero	a	su	vez,
la	sociedad	no	puede	existir	sin	las	personas.	Según	Mead,	la	persona	en	cuanto	tal	es	lo	que
hace	 posible	 la	 sociedad	 distintivamente	 humana.	 Es	 verdad	 que	 cierta	 clase	 de	 actividad
cooperativa	precede	a	la	persona.	Es	preciso	que	haya	alguna	organización	indefinida	en	que
los	distintos	organismos	trabajen	juntos	y	que	exista	esa	clase	de	cooperación	en	la	que	el
gesto	 del	 individuo	 pueda	 convertirse	 para	 él	 en	 un	 estímulo	 de	 la	 misma	 clase	 que	 el
estímulo	para	la	otra	forma,	a	fin	de	que	la	conversación	de	gestos	pueda	incorporarse	a	la
conducta	del	individuo.	Tales	condiciones	están	presupuestas	en	el	desarrollo	de	la	persona.
Pero	cuando	la	persona	se	ha	desarrollado,	entonces	se	obtiene	una	base	para	la	evolución	de
una	 sociedad	 distinta	 en	 su	 carácter	 de	 la	 sociedad	 animal.	 El	 principio	 básico	 para	 la
organización	social	humana	es	el	de	la	comunicación	que	implica	participación	en	el	otro.
Esto	requiere	la	aparición	del	otro	en	la	persona,	la	identificación	del	otro	con	la	persona,	 la
obtención	de	la	conciencia	a	través	del	otro.	Esta	participación	es	posibile	gracias	al	tipo	de
comunicación	 que	 el	 animal	 humano	 está	 en	 condiciones	 de	 llevar	 a	 cabo,	 un	 tipo	 de
comunicación	distinta	del	que	tiene	lugar	entre	otras	formas	que	no	poseen	ese	principio	en
sus	sociedades.
Ahora	 bien,	 dada	 la	 dependencia	 mutua	 entre	 la	 ‘persona’,	 el	 self,	 y	 la	 sociedad	 ¿cómo	 se
explica	la	formación	de	la	persona?	Para	Mead,	la	persona	es,	en	primer	lugar,	un	resultado	de
la	 convivencia	 humana;	 ella	 surge	 de	 la	 experiencia	 social,	 del	 proceso	 de	 interacción	 con
otros,	 de	 las	 relaciones	 del	 individuo	 con	 ellos	 y	 con	 la	 situación	 que	 se	 crea	 durante	 ese
proceso.	La	característica	básica	de	la	persona	es	la	posibilidad	de	constituirse	en	objeto	de
pensamiento	o	de	reflexión	para	sí	misma,	es	decir,	de	observarse	a	sí	misma	de	la	misma
manera	que	pueden	observarla	otros.	Y	esto	puede	ocurrir	solamente	porque	la	sociedad	ha
desarrollado	gradualmente	en	el	individuo	la	capacidad	para	asumir	el	papel	del	otro	y	de
orientar	su	comportamiento	en	función	de	las	expectativas	del	otro.
Veamos	 cómo	 se	 produce	 ese	 desarrollo.	 Mead	 divide	 analíticamente	 a	 la	 persona	 en	 dos
componentes,	el	Yo	y	el	Mí.	El	Yo	representa	las	características	espontáneas,	únicas,	naturales
de	cada	individuo;	es	el	que	genera	las	respuestas	libres	y	sin	trabas	a	las	conductas	de	los
otros.	El	Mi	en	cambio,	actúa	como	un	censor	del	Yo;	es	el	componente	social	de	la	persona,	el
encargado	 de	 controlar	 las	 respuestas	 del	 Yo.	 Representa	 las	 demandas	 de	 la	 sociedad
internalizadas	 por	 el	 individuo	 y	 la	 conciencia	 que	 éste	 tiene	 de	 esas	 demandas.	 El	 Yo	 se
desarrolla	primero;	el	Mí	lleva	más	tiempo,	porque	supone	el	aprendizaje	de	las	expectativas
y	las	reglas	de	la	sociedad.
Para	 Mead	 hay	 una	 gran	 diferencia	 entre	 las	 demandas	 y	 expectativas	 de	 aquellos	 con
quienes	 el	 individuo	 tiene	 una	 relación	 personal	 estrecha,	 y	 cuyos	 juicios	 son	 importantes
para	él,	y	las	demandas	impersonales	de	la	sociedad.	Las	primeras	son	las	demandas	del	‘otro
significante’,	 las	 segundas	 corresponden	 a	 las	 demandas	 del	 ‘otro	 generalizado’.	 El	 ‘otro
generalizado’	 es	 un	 concepto	 que	 designa	 los	 valores	 y	 las	 reglas	 morales	 reinantes	 en	 la
cultura	 en	 la	 cual	 el	 niño	 se	 está	 desarrollando	 (Giddens,	 1995).	 El	 ‘otro	 significante’,	 en
cambio,	es	un	concepto	que	alude	a	una	persona	concreta	(no	es	una	abstracción),	aquella	que
se	ocupa	de	manera	directa	del	cuidado	del	niño	y	tiene	para	él	una	significación	afectiva
particular	(los	padres,	en	condiciones	de	socialización	normales,	o	una	enfermera	si	el	niño
está	hospitalizado	por	un	tiempo	prolongado,	etc.).	El	niño	aprende	primero	a	responder	a
las	 demandas	 del	 otro	 significante	 y,	 paulatinamente,	 a	 medida	 que	 sus	 procesos	 de
interacción	se	hacen	más	complejos	y	se	alejan	paulatinamente	del	círculo	de	sus	contactos
primarios,	aprende	a	responder	a	las	demandas	del	otro	generalizado.
El	desarrollo	de	la	persona	se	produce	en	etapas.	La	primera	es	la	etapa	de	la	imitación.	Aquí
el	niño	copia,	imita	lo	que	hacen	los	adultos.	Por	ejemplo,	la	niña	juega	con	las	cacerolas	que
su	madre	utiliza	para	cocinar;	el	niño	lo	hace	con	las	herramientas	mientras	su	padre	repara
el	 auto,	 etc.	 Aún	 no	 tiene	 una	 concepción	 real	 de	 sí	 mismo	 como	 ser	 independiente	 y
separado	del	otro.	La	segunda	etapa	es	la	del	juego:	el	niño	actúa	creativamente	adoptando
los	roles	de	los	otros.	Él	pretende	que	es	el	papá,	el	médico	o	el	cartero;	dicho	de	otra	forma,
juega	 los	 roles	 de	 cualquiera	 de	 estos	 personajes,	 pero	 es	 conciente	 de	 que	 él	 es	 alguien
diferente	de	su	padre,	el	médico	o	el	cartero.	Aquí	comienza	a	verse	a	sí	mismo	como	un
objeto	social.	Es	en	esta	etapa	que	se	inicia	el	desarrollo	del	Mi;	pero	todavía	no	ve	este	juego
de	roles	como	una	necesidad	social,	simplemente	se	limita	a	jugar	los	roles	de	la	vida	social.
La	tercera	etapa,	que	Mead	denomina	etapa	del	deporte,	corresponde	al	verdadero	desarrollo
del	Mí.	El	niño	asume	(más	que	juega)	el	rol	del	otro	en	una	situación	social,	teniendo	real
conciencia	de	la	importancia	de	él	para	el	grupo	y	de	la	del	grupo	para	él.	La	analogía	con	el
deporte	 hace	 alusión	 a	 una	 conducta	 compleja	 que	 requiere	 la	 participación	 en	 un	 juego
organizado,	sujeto	a	reglas,	donde	el	jugador	debe	ajustar	permanentemente	su	conducta	a
las	necesidades	del	equipo	y	a	las	situaciones	específicas	que	surgen	en	el	juego.	Sobre	todo,
debe	respetar	ese	conjunto	impersonal	de	demandas	y	expectativas	que	constituyen	las	reglas
del	juego.	En	este	momento	se	puede	afirmar	que	el	niño	está	respondiendo	a	las	demandas
del	otro	generalizado,	es	decir,	de	la	comunidad	organizada,	en	definitiva,	de	la	sociedad.	De
esta	manera	la	sociedad	ejerce	control	sobre	la	conducta	de	sus	miembros,	un	control	que	es
necesario	 para	 la	 supervivencia	 de	 la	 misma	 sociedad;	 ésta	 se	 crea	 por	 la	 colaboración	 de
todos,	 pero	 no	 está	 fundada	 apriorísticamente	 sobre	 una	 solidaridad	 general,	 existente	 de
hecho,	como	pensaba	Durkheim.	Como	en	el	deporte,	las	reglas	de	la	vida	social	deben	ser
conocidas,	compartidas	y	respetadas	por	todos,	de	lo	contrario	el	juego	no	funciona.
Sobre	la	base	de	la	‘persona’	(self),	emerge	el	‘espíritu’	(mind),	 la	 inteligencia	 reflexiva	 del
animal	humano.	Ésta	se	define	como	la	capacidad	para	reflexionar	sobre	la	propia	conducta
en	términos	de	sus	consecuencias	futuras,	sobre	la	base	de	la	experiencia	pasada.	La	función
del	‘espíritu’	es	valorar	las	líneas	alternativas	de	comportamiento	que	se	pueden	asumir	en
cada	situación;	representa	la	capacidad	de	individualizar	y	definir	los	aspectos	a	los	cuales
puede	referirse	la	conducta	a	través	del	uso	de	los	símbolos,	especialmente	lingüísticos,	sobre
los	que	se	funda	la	interacción.
Para	Mead,	el	lenguaje	juega	un	papel	crucial	en	la	formación	de	la	‘persona’	y	del	‘espíritu’;
es	 el	 medio	 por	 el	 cual	 los	 individuos	 pueden	 indicarse	 mutuamente	 cómo	 serán	 sus
reacciones	a	los	objetos,	y	de	ahí,	cuáles	son	las	significaciones	que	se	atribuyen	a	esos	objetos.
No	 es	 un	 mero	 sistema	 de	 reflejos	 condicionados.	 La	 conducta	 racional	 involucra	 siempre
una	 referencia	 reflexiva	 a	 la	 persona.	 El	 lenguaje	 es	 el	 mecanismo	 por	 excelencia	 de	 la
comunicación	 simbólica;	 le	 permite	 al	 individuo	 señalar	 a	 los	 otros,	 y	 a	 sí	 mismo,	 las
significaciones	de	las	cosas,	en	base	a	lo	cual	cada	uno	puede	prever	los	cursos	de	acción	más
adecuados	 y	 evaluar	 sus	 resultados.	 La	 comunicación	 simbólica	 es	 posible	 porque	 el
significado	 de	 los	 símbolos	 es	 compartido	 por	 los	 individuos	 socializados	 en	 un	 mismo
contexto	cultural.	Esto	supone	que	el	símbolo	genera	en	el	otro	las	mismas	representaciones,
actitudes	y	reacciones	que	genera	en	uno	mismo.
Del	planteo	de	Mead	se	desprende	claramente	que	el	proceso	de	socialización	es	un	proceso
donde	el	individuo	tiene	un	papel	activo:	él	interpreta	el	significado	de	la	situación	que	se
crea	por	el	proceso	de	interacción.	Al	hacerlo,	no	se	limita	a	responder	a	las	expectativas	de
rol	 correspondientes	 a	 esa	 situación	 y	 conformarse	 a	 ellas,	 sino	 que	 crea	 activamente	 sus
propios	esquemas	de	respuesta	(roles)	y	recrea	de	esta	manera	la	situación.	Por	lo	tanto,	no
hay	un	determinismo	cultural	y	social	de	la	conducta	como	afirma	el	objetivismo.	Las	normas
y	valores,	si	bien	son	compartidos,	no	son	mecánicamente	eficaces	en	la	determinación	de	la
conducta.	 Para	 el	 subjetivismo,	 el	 comportamiento	 humano	 no	 es	 un	 mero	 reflejo	 de	 la
estructura	 social,	 sino	 un	 resultado	 de	 la	 forma	 en	 que	 el	 sujeto	 interpreta	 la	 situación	 y
responde	a	ella.
3.3.	Perspectiva	integradora
Hemos	visto	que	tanto	el	objetivismo	como	el	subjetivismo	acentúan	un	aspecto	del	proceso
de	socialización	y,	al	hacerlo,	dejan	de	lado	facetas	importantes	del	mismo,	lo	que	da	lugar,
en	ambos	casos,	a	la	afirmación	de	verdades	parciales.	Un	intento	por	superar	las	limitaciones
de	estos	enfoques	se	encuentra	en	la	obra	de	P.	Berger	y	T.	Luckmann	(1968),	La	construcción
social	de	la	realidad.	En	este	trabajo,	que	se	puede	considerar	clásico	y	de	lectura	obligatoria	en
sociología,	 los	 autores	 hacen	 una	 descripción	 fenomenológica	 de	 la	 forma	 en	 que	 se
construye	el	mundo	social,	integrando	los	puntos	de	vista	de	Durkheim,	Weber	y	Marx,	del
interaccionismo	simbólico	-en	especial	la	visión	de	G.	Mead-	y	de	la	fenomenología	social	de
A.	 Schutz.	 La	 cita	 que	 sigue	 expresa	 claramente	 el	 pensamiento	 de	 los	 autores	 sobre	 este
punto:
“ya	que	la	sociedad	existe	como	realidad	tanto	objetiva	como	subjetiva,	cualquier	comprensión	teórica	adecuada	de	ella
debe	abarcar	ambos	aspectos.	Como	ya	sostuvimos	anteriormente,	estos	aspectos	reciben	su	justo	reconocimiento	si	la
sociedad	 se	 entiende	 en	 términos	 de	 un	 continuo	 proceso	 dialéctico	 compuesto	 de	 tres	 momentos:	 externalización,
objetivación	 e	 internalización.	 En	 lo	 que	 se	 refiere	 a	 los	 fenómenos	 de	 la	 sociedad,	 estos	 momentos	 no	 deben	 concebirse
como	si	ocurrieran	en	una	secuencia	temporal:	más	bien	los	tres	caracterizan	simultáneamente	a	la	sociedad	y	a	cada
sector	de	ella,	de	manera	que	cualquier	análisis	que	se	ocupe	sólo	de	uno	o	de	dos	de	ellos	no	llena	su	finalidad.	Lo	mismo
puede	afirmarse	del	miembro	individual	de	la	sociedad,	que	externaliza	simultáneamente	su	propio	ser	y	el	mundo	social
y	lo	internaliza	como	realidad	objetiva”5	.
Para	 Berger	 y	 Luckmann	 es	 claro	 que	 el	 hombre	 no	 nace	 social,	 lo	 que	 posee	 es	 una
predisposición	 hacia	 la	 socialidad,	 gracias	 a	 la	 cual	 puede	 convertirse	 en	 miembro	 de
sociedad.	Existe	en	la	vida	de	todo	individuo	una	secuencia	temporal	en	el	curso	de	la	cual
cada	uno	de	nosotros	es	inducido	a	participar	en	la	dialéctica	de	la	sociedad.
“El	punto	de	partida	de	este	proceso	lo	constituye	la	internalización:	la	aprehensión	o	interpretación	inmediata	de	un
acontecimiento	objetivo	en	cuanto	expresa	significado,	o	sea,	en	cuanto	es	una	manifestación	de	los	procesos	subjetivos
de	otro	que,	en	consecuencia,	se	vuelven	significativos	para	mí	[...]	Más	exactamente,	la	internalización,	en	este	sentido
general,	constituye	la	base,	primero,	para	la	comprensión	de	los	propios	semejantes	y,	segundo,	para	la	aprehensión	del
mundo	 en	 cuanto	 realidad	 significativa	 y	 social.	 [...]	 Esta	 aprehensión	 no	 resulta	 de	 las	 creaciones	 autónomas	 de
significado	por	individuos	aislados,	sino	que	comienza	cuando	el	individuo	‘asume’	el	mundo	en	que	ya	viven	otros.	Por
cierto	que	el	‘asumir’	es	de	por	sí,	en	cierto	sentido,	un	proceso	original	para	todo	organismo	humano,	y	el	mundo,	una
vez	 ‘asumido’,	 puede	 ser	 creativamente	 modificado	 o	 (menos	 probablemente)	 re-creado.	 Sea	 como	 fuere,	 en	 la	 forma
compleja	 de	 la	 internalización,	 yo	 no	 sólo	 ‘comprendo’	 los	 procesos	 subjetivos	 momentáneos	 del	 otro:	 ‘comprendo’	 el
mundo	en	que	él	vive,	y	ese	mundo	se	vuelve	mío”6	.
Una	 vez	 que	 el	 individuo	 ha	 llegado	 a	 este	 grado	 de	 internalización	 recién	 puede
considerárselo	miembro	de	una	sociedad.	A	este	proceso	ontogenético	Berger	y	Luckmann	lo
llaman	 socialización	 y	 lo	 definen	 como	 la	 inducción	 amplia	 y	 coherente	 de	 un	 individuo	 en	 el
mundo	objetivo	de	una	sociedad	o	en	un	sector	de	él.	Este	proceso	de	‘inducción’	comienza	con	el
nacimiento	y	dura	toda	la	vida;	se	distinguen	en	él	dos	etapas	claramente	diferenciables,	la
socialización	primaria	y	la	socialización	secundaria.
a)	Socialización	primaria
Por	 las	 condiciones	 en	 que	 se	 produce,	 esta	 etapa	 de	 la	 socialización	 del	 individuo	 es
fundamental.	El	niño	al	nacer	se	encuentra	con	una	estructura	social	próxima,	generalmente
su	familia.	Pero,	además,	se	encuentra	con	un	mundo	social	objetivo,	es	decir,	una	estructura
social	más	amplia	a	la	cual	debe	incorporarse.	La	socialización	primaria	se	desarrolla	en	la
estructura	social	próxima	y	tiene	las	siguientes	características:
	Mediatización	del	mundo	por	el	‘otro	significante’.	El	primer	contacto	del	niño	con	el
mundo	 social	 no	 se	 produce	 de	 manera	 directa,	 sino	 a	 través	 de	 la	 estructura	 social
doméstica	en	la	cual	es	colocado	al	nacer.	Aquí	juegan	un	papel	fundamental	los	‘otros
significantes’,	que	se	encargan	de	mediatizar	el	mundo	para	él	y	lo	modifican	en	el	curso
de	 esa	 mediatización.	 Éstos	 seleccionan	 aspectos	 del	 mundo	 según	 la	 posición	 que
ocupan	 dentro	 de	 la	 estructura	 social	 y	 también	 en	 virtud	 de	 sus	 idiosincrasias
individuales,	 biográficamente	 arraigadas.	 El	 mundo	 social	 aparece	 ‘filtrado’	 para	 el
individuo	a	partir	de	esta	doble	selección.	De	esa	manera	el	niño	de	clase	baja	no	sólo
‘internaliza’	el	mundo	social	con	una	perspectiva	de	clase	baja,	sino	que	lo	‘internaliza’
con	la	coloración	idiosincrásica	que	le	han	dado	sus	padres	(o	cualquier	otro	individuo
encargado	de	su	socialización	primaria).
	Importancia	de	los	factores	afectivos.	La	socialización	primaria	comporta	una	gran	carga
emocional.	 Hay	 una	 adhesión	 emocional	 a	 los	 ‘otros	 significantes’	 y	 una	 verdadera
identificación	con	ellos.	Sin	esa	identificación,	la	internalización	sería	muy	difícil,	o	casi
imposible.	Al	identificarse	con	los	otros	significantes,	no	sólo	acepta	sus	roles	y	actitudes,
el	mundo	de	ellos,	sino	que	se	identifica	a	sí	mismo.	La	primera	imagen	que	el	niño	tiene
de	sí	mismo	es	la	imagen	que	los	‘otros	significantes’	tienen	de	él.	El	niño	se	ve	como	lo
ven	los	‘otros	significantes’,	se	define	a	sí	mismo	como	lo	definen	ellos.	Esta	es	la	idea	del
yo	como	entidad	refleja	que	Berger	y	Luckmann	toman	del	interaccionismo.	Él	llega	a	ser
lo	que	los	‘otros	significantes’	lo	consideran.	Este	proceso	no	es	mecánico	ni	unilateral;
implica	 una	 dialéctica	 entre	 la	 “identidad	 objetivamente	 atribuida	 y	 la	 identidad
subjetivamente	asumida”.
	 Inevitabilidad	 del	 mundo	 social.	 De	 la	 misma	 manera	 que	 nadie	 puede	 elegir	 a	 sus
padres,	el	niño	no	tiene	ninguna	posibilidad	de	elegir	a	sus	‘otros	significantes’,	no	tiene
más	alternativa	que	aceptar	los	que	le	tocaron,	tal	como	ellos	son.	También	se	ve	obligado
a	aceptar	las	reglas	de	juego	que	imponen	los	adultos.	Por	lo	tanto,	el	mundo	social	que	le
presentan	los	‘otros	significantes’	es	el	único	que	existe	para	él;	no	puede	concebir	otro,
es	el	mundo.	Por	eso	el	mundo	de	la	infancia	se	implanta	con	tanta	fuerza	en	la	conciencia
del	 sujeto.	 Como	 dicen	 Berger	 y	 Luckmann,	 la	 socialización	 primaria	 logra	 lo	 que
(retrospectivamente,	 por	 supuesto)	 puede	 considerarse	 como	 el	 más	 importante	 truco
para	inspirar	confianza	que	la	sociedad	le	juega	al	individuo	con	el	fin	de	dar	apariencias
de	necesidad	a	lo	que,	de	hecho,	es	un	montón	de	contingencias	y	así	volver	significativo
el	accidente	de	su	nacimiento.
	Relevancia	del	lenguaje.	Por	medio	del	lenguaje	el	niño	internaliza	las	definiciones	de	la
realidad	 que	 se	 han	 institucionalizado.	 Además	 aprende	 los	 rudimentos	 del	 aparato
legitimador,	es	decir,	el	por	qué	las	cosas	son	lo	que	son	y	por	qué	hay	que	comportarse
de	una	manera	y	no	de	otra.
	Definición	social	y	condicionamiento	biológico	de	las	secuencias	del	aprendizaje.	Cada
sociedad	define	qué	debe	aprender	un	niño	a	una	edad	determinada.	Define	también	qué
aprendizajes	son	apropiados	para	los	niños	y	cuáles	para	las	niñas;	qué	cosas	aprende	un
niño	de	clase	alta	y	cuáles	uno	de	clase	baja,	etc.	Pero,	además,	la	definición	social	de	esas
secuencias	 está	 condicionada	 biológicamente.	 Para	 ciertos	 aprendizajes	 cuenta	 la
madurez	neuromotora	y	psicológica	del	individuo.	Por	ejemplo,	no	se	puede	exigir	a	un
niño	de	un	año	que	se	comporte	en	la	mesa	como	uno	de	cuatro,	ni	que	use	los	cubiertos,
porque	sencillamente	no	puede	hacerlo.
	Formación	dentro	de	la	conciencia	del	‘otro	generalizado’.	Al	comienzo	el	niño	asocia	los
roles	 y	 las	 actitudes	 a	 la	 persona	 del	 ‘otro	 significante’.	 A	 medida	 que	 crece,	 los	 va
abstrayendo	progresivamente	hasta	convertirlos	en	roles	y	actitudes	en	general.	Berger	y
Luckmann	 ilustran	 esto	 con	 un	 ejemplo:	 en	 la	 internalización	 de	 normas	 existe	 una
progresión	que	va	desde	“mamá	está	enojada	conmigo	ahora	porque	derramé	la	sopa”,
hasta	 “mamá	 se	 enoja	 conmigo	 cada	 vez	 que	 derramo	 la	 sopa”.	 A	 medida	 que	 ‘otros
significantes’	adicionales	(padre,	abuela,	hermana	mayor,	etc.)	apoyan	la	actitud	negativa
de	 la	 madre	 con	 respecto	 a	 derramar	 la	 sopa,	 la	 generalidad	 de	 la	 norma	 se	 extiende
subjetivamente.	El	paso	decisivo	viene	cuando	el	niño	reconoce	que	todos	 se	 oponen	 a
que	derrame	la	sopa	y	la	norma	se	generaliza	como	“Uno	no	debe	derramar	la	sopa”,	en
la	que	‘uno’	es	él	mismo	como	parte	de	la	generalidad	que	incluye,	en	principio,	todo
aquello	de	la	sociedad	que	resulta	significativo	para	el	niño.	Esta	abstracción	de	los	roles	y
actitudes	de	otros	significantes	concretos	se	denomina	‘otro	generalizado’.	Su	formación
en	la	conciencia	significa	que	ahora	el	individuo	se	identifica	no	sólo	con	otros	concretos,
sino	con	una	generalidad	de	otros,	o	sea,	con	una	sociedad.	Solamente	en	virtud	de	esta
identificación	generalizada	logra	estabilidad	y	continuidad	su	propia	autoidentificación.
La	socialización	primaria	concluye	cuando	el	individuo	ha	logrado	la	formación,	dentro
de	 su	 conciencia,	 del	 ‘otro	 generalizado’.	 A	 esta	 altura	 ya	 es	 miembro	 efectivo	 de	 la
sociedad	y	está	en	posesión	subjetiva	de	un	Yo	y	un	mundo.	Al	mismo	tiempo	que	se
produce	el	establecimiento	subjetivo	de	una	realidad	coherente	y	continua	(la	sociedad),
se	 cristaliza,	 en	 el	 mismo	 proceso	 de	 internalización,	 la	 identidad	 de	 la	 persona.	 Esta
cristalización	 se	 corresponde	 con	 la	 internalización	 del	 lenguaje.	 Éste	 constituye	 el
contenido	más	importante	y	el	instrumento	por	excelencia	de	la	socialización.
b)	La	socialización	secundaria
El	 individuo	 puede	 iniciar	 esta	 etapa	 cuando	 ha	 formado	 en	 su	 conciencia	 el	 concepto	 de
‘otro	 generalizado’.	 Ninguna	 sociedad,	 y	 menos	 aún	 las	 sociedades	 modernas	 con	 gran
división	 del	 trabajo	 y	 distribución	 del	 conocimiento,	 puede	 prescindir	 de	 la	 socialización
secundaria.	 Este	 tipo	 de	 socialización	 correspondería	 a	 lo	 que	 vimos	 como	 proceso	 de
educación	 en	 Agulla.	 Berger	 y	 Luckmann	 la	 definen	 como	 la	 internalización	 de	 submundos
institucionales	 o	 basados	 sobre	 instituciones.	 El	 alcance	 y	 las	 características	 de	 este	 proceso
dependen	 de	 la	 complejidad	 de	 la	 división	 del	 trabajo	 y	 la	 distribución	 concomitante	 del
conocimiento	especializado.
“Podemos	 decir	 que	 la	 socialización	 secundaria	 es	 la	 adquisición	 del	 conocimiento	 específico	 de	 roles,	 estando	 éstos
directa	o	indirectamente	arraigados	en	la	división	del	trabajo.	[...]	La	socialización	secundaria	requiere	la	adquisición	de
vocabularios	específicos	de	roles,	lo	que	significa,	por	lo	pronto,	la	internalización	de	campos	semánticos	que	estructuran
interpretaciones	y	comportamientos	de	rutina	dentro	de	un	área	institucional.	Al	mismo	tiempo	también	se	adquieren
comprensiones	tácitas,	evaluaciones	y	coloraciones	afectivas	de	estos	campos	semánticos.	Los	submundos	internalizados
en	la	socialización	secundaria	son	generalmente	realidades	parciales	que	contrastan	con	el	mundo	de	base	adquirido	en
la	socialización	primaria.	Sin	embargo,	también	ellos	constituyen	realidades	más	o	menos	coherentes,	caracterizadas	por
componentes	normativos	y	afectivos	a	la	vez	que	congnoscitivos”7	.
A	 diferencia	 de	 la	 socialización	 primaria,	 en	 el	 proceso	 de	 socialización	 secundaria	 pierde
importancia	la	figura	del	otro	significante,	la	carga	emocional	disminuye	y	el	mundo	que	se
internaliza	 aparece	 con	 una	 inevitabilidad	 subjetiva	 mucho	 menor.	 Las	 secuencias	 del
aprendizaje	no	están	condicionadas	biológicamente,	sino	que	se	establecen	en	términos	de	las
propiedades	intrínsecas	del	conocimiento	que	ha	de	adquirirse,	o	en	función	de	los	intereses
creados	 de	 quienes	 manejan	 el	 cuerpo	 de	 conocimiento	 correspondiente.	 En	 este	 caso,	 se
otorga	prestigio	a	determinados	roles	y	se	hace	más	difícil	el	acceso	a	su	ejercicio.
Las	realidades	que	se	internalizan	en	la	socialización	secundaria	no	son	experimentadas	por
el	sujeto	como	algo	familiar	e	inevitable,	por	lo	tanto,	para	hacerlas	familiares,	es	necesario
acudir	a	técnicas	pedagógicas	específicas.	Estas	técnicas	permiten	al	maestro	hacer	que	los
contenidos	sean	vívidos,	relevantes	e	interesantes.	Dicen	Berger	y	Luckmann	que	cuanto	más
logren	 estas	 técnicas	 volver	 subjetivamente	 aceptable	 la	 continuidad	 entre	 los	 elementos
originarios	del	conocimiento	(incorporados	durante	la	socialización	primaria)	y	los	elementos
nuevos,	más	prontamente	adquirirán	estos	últimos	el	acento	de	realidad	que	caracteriza	a	los
primeros.	La	adquisición	de	una	segunda	lengua,	por	ejemplo,	muestra	claramente	cómo	el
nuevo	aprendizaje	se	construye	sobre	la	base	de	la	realidad	familiar	de	la	lengua	materna.
Antes	de	llegar	a	pensar	en	otro	idioma,	cada	elemento	de	éste	se	traduce	continuamente	a	la
lengua	propia.
Berger	y	Luckmann	afirman	que	debido	a	la	gran	complejidad	estructural	de	las	sociedades
modernas	existen	sistemas	sumamente	diferenciados	de	socialización	secundaria,	ajustados	a
los	 requerimientos	 diferenciales	 de	 las	 diversas	 categorías	 de	 elencos	 institucionales.	 “La
distribución	institucionalizada	de	tareas	entre	la	socialización	primaria	y	la	secundaria	varía
de	acuerdo	con	la	complejidad	de	la	distribución	social	del	conocimiento.	En	tanto	resulte
relativamente	 sencilla,	 el	 mismo	 organismo	 institucional	 puede	 pasar	 de	 la	 socialización
primaria	 a	 la	 secundaria,	 y	 realizar,	 en	 gran	 medida,	 la	 segunda.	 En	 los	 casos	 de	 gran
complejidad,	tendrán	que	crearse	organismos	especializados	en	socialización	secundaria,	con
un	plantel	exclusivo	y	especialmente	adiestrado	para	las	tareas	educativas	de	que	se	trate”8
	.
4.	Construcción	y	mantenimiento	del	orden	social
El	 desarrollo	 social	 de	 un	 individuo	 sólo	 es	 posible	 dentro	 de	 un	 contexto	 de	 orden	 y
estabilidad;	ambos	son	prerrequisitos	indispensables,	no	sólo	para	el	desarrollo	de	la	persona
social,	sino	también	para	el	desarrollo	de	la	propia	identidad	psicológica.	El	ser	humano	se
identifica	a	sí	mismo	en	relación	a	los	otros,	dentro	de	las	coordenadas	espacio-temporales	en
las	 cuales	 encuentra	 su	 lugar	 en	 el	 mundo,	 distingue	 las	 etapas	 de	 su	 propia	 biografía
personal	y,	en	definitiva,	define	y	da	sentido	a	las	situaciones	que	le	toca	vivir.	Pero	ese	orden
y	esa	estabilidad	no	forman	parte	del	orden	natural	de	las	cosas	ni	derivan	de	las	leyes	de	la
naturaleza,	sino	que	son	una	creación	humana,	un	resultado	de	la	actividad	conjunta	de	los
hombres,	de	la	interacción	pasada	y	presente	entre	individuos	socializados,	cualquiera	sea	el
nombre	 con	 que	 se	 los	 designe:	 persona	 social,	 ser	 social,	 actor,	 etc.	 Siguiendo	 a	 Berger	 y
Luckmann	vamos	a	describir	fenomenológicamente	los	procesos	por	los	cuales	se	constituye
y	se	mantiene	el	orden	social,	esa	realidad	objetiva	que	nos	vemos	obligados	a	‘internalizar’,
‘asumir’,	 ‘incorporar’,	 si	 queremos	 desarrollarnos	 como	 verdaderos	 seres	 humanos.	 Estos
procesos	son	la	institucionalización	y	la	legitimación.
4.1	El	proceso	de	institucionalización
La	 experiencia	 de	 la	 vida	 cotidiana	 nos	 enseña	 que,	 a	 pesar	 de	 las	 posibilidades	 de
variabilidad	 casi	 infinitas	 del	 comportamiento	 individual,	 los	 miembros	 de	 una	 misma
formación	social,	que	han	sido	socializados	en	las	pautas	culturales	propias	de	esa	formación,
saben,	en	líneas	generales,	qué	respuestas	deben	dar	y	cuáles	deben	esperar	de	sus	semejantes
en	diferentes	situaciones.	Cada	uno	conoce	qué	le	corresponde	hacer	como	padre,	como	hijo,
como	cliente	de	un	banco,	como	profesional,	etc.,	etc.	En	definitiva,	el	comportamiento	de
cada	uno	de	los	‘actores’	de	la	vida	social	es	relativamente	previsible,	y	es	esta	previsibilidad,
en	definitiva,	la	que	posibilita	la	convivencia	humana.
Se	 puede	 constatar,	 también,	 que	 el	 orden	 social	 es	 previo	 a	 la	 existencia	 de	 cada	 uno	 de
nosotros,	que	no	hemos	participado	en	su	construcción	y	que,	además,	se	nos	impone	y	tiene
la	 capacidad	 de	 actuar	 sobre	 nosotros	 llegando	 incluso	 a	 modificar	 nuestras	 respuestas
biológicas	 instintivas,	 a	 tal	 punto	 que	 hasta	 la	 satisfacción	 de	 nuestras	 necesidades	 vitales
básicas	 se	 lleva	 a	 cabo	 siguiendo	 las	 pautas	 sociales	 establecidas.	 Basta	 con	 observar	 las
rutinas	y	los	gustos	asociados	con	la	alimentación,	por	ejemplo,	para	constatar	este	hecho.
Berger	y	Luckmann	sostienen	que	la	génesis	del	orden	social	está	en	la	actividad	humana
pasada	y	su	existencia	en	cualquier	momento	del	tiempo	depende	de	que	esa	actividad	siga
produciéndolo.	Esta	producción	es	posible	gracias	a	que	el	ser	humano	está	dotado	de	ciertas
características	biológicas	que	no	posee	ningún	otro	animal	vivo.	Ellos	destacan	las	siguientes:
i)	 La	 apertura	 al	 mundo	 y,	 por	 lo	 tanto,	 a	 la	 convivencia.	 El	 hombre	 no	 puede	 concebirse
dentro	de	una	‘esfera	cerrada	de	interioridad	estática’,	sino	que	se	externaliza	en	actividad,	al
punto	 de	 convertir	 a	 esa	 actividad	 en	 objeto	 de	 su	 propia	 reflexión.	 ii)	 Plasticidad	 de	 la
estructura	de	los	instintos.	El	ser	humano	no	tiene	respuestas	fijas	a	los	estímulos	externos,
como	 ocurre	 con	 los	 animales;	 gracias	 a	 esa	 plasticidad	 puede	 elaborar	 respuestas
adaptativas.	 iii)	 Organismo	 inestable.	 Esto	 exige	 al	 ser	 humano,	 para	 poder	 desarrollarse,
organizar	un	contorno	relativamente	estable	a	su	comportamiento.	Estos	hechos,	derivados
de	la	constitución	biológica	del	hombre,	son	el	presupuesto	necesario	para	la	producción	del
orden	social,	es	decir,	para	la	institucionalización.
El	paso	previo	a	la	institucionalización	es	la	‘habituación’	del	comportamiento.	El	hombre
tiene	 la	 capacidad	 de	 transformar	 sus	 respuestas	 en	 hábitos	 de	 conducta,	 en	 rutinas,	 que,
como	todo	hábito,	implican	la	posibilidad	de	ejecutar	una	acción	en	el	futuro,	de	la	misma
manera,	 con	 idéntico	 significado	 y	 con	 gran	 economía	 de	 esfuerzo.	 La	 ventaja	 de	 esta
habituación	reside	en	que	las	acciones	siguen	siendo	significativas	para	el	individuo,	y	al	no
requerir	 de	 él	 una	 actividad	 reflexiva	 para	 llevarlas	 a	 cabo,	 deja	 abierto	 el	 camino	 para	 la
deliberación	y	la	innovación.	Cuando	una	acción	se	convierte	en	hábito,	para	ejecutarla	no	es
necesario	definir	cada	situación	de	nuevo,	paso	por	paso;	tampoco	es	necesario	tomar	una
serie	de	decisiones,	por	lo	tanto,	quedan	liberadas	las	energías	para	tomar	aquellas	decisiones
que	sean	necesarias	en	circunstancias	determinadas.	Gran	parte	de	la	actividad	humana	está
habitualizada,	lo	cual	proporciona	un	contexto	de	estabilidad	al	comportamiento.	Pensemos,
como	ejemplo,	en	lo	que	hacemos	en	un	día	cualquiera	de	nuestra	vida	cotidiana.	Desde	que
nos	levantamos	ejecutamos	automáticamente	una	serie	de	actos	(higienizarnos,	saludar	a	la
familia,	desayunar,	tomar	el	colectivo,	comenzar	el	trabajo,	ejecutar	las	tareas	específicas	al
mismo,	etc,)	sin	pensar	en	cada	momento	en	definir	la	situación,	en	decidir	el	curso	de	acción
a	seguir	en	cada	caso.	Son	precisamente	estos	procesos	de	habituación	los	que	anteceden	a	la
institucionalización.	Empíricamente,	dicen	Berger	y	Luckmann,	la	parte	más	importante	de
la	 habituación	 de	 la	 actividad	 humana	 se	 desarrolla	 en	 la	 misma	 medida	 que	 su
institucionalización.	 La	 cuestión	 es,	 por	 tanto,	 saber	 cómo	 surgen	 las	 instituciones.	 La
institución	aparece	cada	vez	que	se	da	una	tipificación	recíproca	de	acciones	habitualizadas	por
tipos	de	actores.	Dicho	de	otra	forma,	toda	tipificación	de	esa	clase	es	una	institución.	Lo	que
hay	que	destacar	es	la	reciprocidad	de	las	tipificaciones	institucionales	y	la	tipicalidad	no	sólo
de	 las	 acciones	 sino	 también	 de	 los	 actores	 en	 las	 instituciones.	 Las	 tipificaciones	 de	 las
acciones	 habitualizadas	 que	 constituyen	 las	 instituciones	 siempre	 se	 comparten,	 son
accesibles	 a	 todos	 los	 integrantes	 de	 un	 determinado	 grupo	 social,	 y	 la	 institución	 misma
tipifica	 tanto	 a	 los	 actores	 individuales	 como	 a	 las	 acciones	 individuales.	 La	 institución
establece	que	‘las	acciones	del	tipo	X	sean	realizadas	por	actores	del	tipo	X’.	Así,	por	ejemplo,
la	 institución	 del	 matrimonio	 en	 Argentina	 establece	 que	 los	 cónyuges	 deben	 ser	 dos
individuos	adultos,	o	menores	autorizados	por	sus	padres,	uno	varón	y	otro	mujer	(todavía
no	 se	 acepta	 el	 matrimonio	 entre	 personas	 del	 mismo	 sexo,	 y	 la	 unión	 civil	 entre
homosexuales	 no	 rige	 en	 todos	 los	 distritos	 del	 país),	 que	 deben	 cohabitar,	 velar	 por	 el
bienestar	y	la	educación	de	la	prole,	etc.	Estas	tipificaciones	incluyen	aspectos	formales	(edad
para	casarse),	y	aspectos	informales	(por	ejemplo,	despedida	de	soltero,	tipo	de	vestimenta
para	la	ceremonia	del	casamiento,	rituales	en	los	festejos,	etc.)	compartidos	por	los	miembros
de	 esta	 sociedad	 (reciprocidad)	 y	 accesibles	 a	 todos	 (no	 son	 ocultos).	 No	 toda	 acción
habitualizada	 llega	 a	 institucionalizarse.	 Generalmente	 se	 institucionalizan	 aquellas
actividades	que	se	refieren	a	cuestiones	fundamentales	para	la	subsistencia	del	grupo	o	de	la
sociedad	en	su	conjunto	(procreación,	producción	y	distribución	de	bienes,	transmisión	de	la
cultura,	etc.).
a)	Las	instituciones
¿Qué	son	las	instituciones?	En	sociología,	las	instituciones	constituyen	conjuntos	de	normas	que
rigen	actividades	consideradas	básicas	para	la	supervivencia	del	grupo9	.	Su	función	es	someter	el
comportamiento	individual	al	control	social.	Esto	implica	que	dichas	normas	se	convierten	en
pautas	 previamente	 definidas	 que	 canalizan	 el	 comportamiento	 en	 una	 dirección
determinada,	 en	 oposición	 a	 las	 muchas	 otras	 que	 podrían	 darse	 teóricamente.	 Una
institución,	por	lo	tanto,	prescribe	la	forma	en	que	deben	hacerse	las	cosas.	Es	una	norma
social	operativa,	válida	para	un	determinado	grupo	social,	que	reúne	tres	condiciones:	i)	Es
aceptada	 por	 un	 gran	 número	 de	 miembros;	 ii)	 muchos	 de	 los	 que	 la	 aceptan	 la	 cumplen
efectivamente,	 es	 decir,	 la	 han	 incorporado	 a	 sus	 rutinas	 de	 comportamiento,	 la	 han
‘internalizado’;	y	iii)	está	sancionada,	aprobada,	o	sea,	se	espera	que	algunos	miembros	del
sistema	se	guíen	por	la	norma	en	circunstancias	adecuadas.
En	la	vida	social	concreta	la	institucionalización	nunca	es	total.	Esto	implica	que	la	norma
institucionalizada	 nunca	 va	 a	 ser	 aceptada	 por	 la	 totalidad	 de	 los	 miembros	 de	 un	 grupo,
sobre	todo	si	se	trata	de	grupos	muy	numerosos	y	socialmente	heterogéneos.	Además,	puede
ocurrir	que	se	acepte	la	norma	general,	pero	que	se	rechacen	algunos	aspectos	parciales	de	la
misma.	En	lo	que	respecta	a	la	internalización	por	parte	de	cada	miembro	individual,	ésta	es
cuestión	de	grados.	Todos	los	miembros	del	grupo	no	llegan	a	incorporar	la	norma	de	igual
manera.	Por	otra	parte,	hay	algunas	pautas	que	son	más	fuertes	que	otras.	Por	ejemplo,	la
protección	y	cuidado	de	los	hijos	es,	actualmente,	una	expectativa	de	comportamiento	más
fuerte	 que	 la	 expectativa	 de	 que	 la	 esposa	 se	 ocupe	 de	 las	 tareas	 domésticas	 y	 el	 marido
sostenga	económicamente	el	hogar.	Por	último,	la	medida	en	que	una	norma	está	sancionada
es	difícil	de	establecer	en	sistemas	complejos.
Toda	institución	tiene	tres	características	fundamentales:	historicidad,	control	y	objetividad.
La	historicidad	hace	alusión	al	hecho	de	que	las	instituciones	se	han	ido	conformando	gracias
a	la	acción	conjunta	y	continua	de	los	actores	sociales	durante	un	cierto	período	de	tiempo,
transcurrido	el	cual,	se	han	consolidado	y,	como	consecuencia	de	ello,	resultan	difíciles	de
cambiar	 rápidamente.	 El	 control	 se	 refiere	 a	 que	 las	 instituciones	 son	 pautas	 consideradas
obligatorias	por	los	miembros	del	(o	los)	grupo(s)	social(es).	El	resultado	de	esto	es	que	las
instituciones	 dirigen	 el	 comportamiento	 en	 una	 dirección	 determinada.	 Por	 último,	 la
objetividad	implica	que	las	instituciones	son	experimentadas	por	los	actores	como	si	tuvieran
realidad	propia,	similar	a	un	‘objeto’,	como	algo	externo	al	individuo	y	que	ejerce	coacción
sobre	su	conducta.
Berger	y	Luckmann,	coincidiendo	en	esto	con	Durkheim,	afirman:
“Un	 mundo	 institucional	 se	 experimenta	 como	 realidad	 objetiva,	 tiene	 una	 historia	 que	 antecede	 al	 nacimiento	 del
individuo	y	no	es	accesible	a	su	memoria	biográfica.	Ya	existía	antes	que	él	naciera,	y	existirá	después	de	su	muerte.	Esta
historia	 de	 por	 sí,	 como	 tradición	 de	 las	 instituciones	 existentes,	 tiene	 un	 carácter	 de	 objetividad.	 La	 biografía	 del
individuo	 se	 aprehende	 como	 un	 episodio	 ubicado	 dentro	 de	 la	 historia	 objetiva	 de	 la	 sociedad.	 Las	 instituciones,	 en
cuanto	facticidades	históricas	y	objetivas,	se	enfrentan	al	individuo	como	hechos	innegables.	Las	instituciones	están	ahí,
fuera	de	él,	persistentes	en	su	realidad,	quiéralo	o	no,	no	puede	hacerlas	desaparecer	a	voluntad.	Resisten	a	todo	intento
de	cambio	o	evasión;	ejercen	sobre	él	un	poder	de	coacción,	tanto	de	por	sí,	por	la	fuerza	pura	de	su	facticidad,	como	por
medio	de	mecanismos	de	control	habitualmente	anexos	a	las	más	importantes.	La	realidad	objetiva	de	las	instituciones	no
disminuye	si	el	individuo	no	comprende	el	propósito	o	el	modo	de	operar	de	aquéllas.	Por	experiencia,	grandes	sectores
del	mundo	social	pueden	resultarle	incomprensibles,	quizá	oprimentes	en	su	opacidad,	pero	siempre	reales.	Dado	que	las
instituciones	 existen	 como	 realidad	 externa,	 el	 individuo	 no	 puede	 comprenderlas	 por	 introspección:	 debe	 ‘salir’	 a
conocerlas,	 así	 como	 debe	 aprender	 a	 conocer	 la	 naturaleza.	 Esto	 sigue	 siendo	 válido	 aunque	 el	 mundo	 social,	 como
realidad	 de	 producción	 humana,	 sea	 potencialmente	 comprensible	 como	 no	 puede	 serlo	 el	 mundo	 natural.	 [...]	 Tiene
importancia	reconocer	que	la	objetividad	del	mundo	institucional,	por	masiva	que	pueda	parecerle	al	individuo,	es	una
objetividad	de	producción	y	construcción	humanas.	El	proceso	por	el	que	los	productos	externalizados	de	la	actividad
humana	 alcanzan	 el	 carácter	 de	 objetividad	 se	 llama	 objetivación.	 El	 mundo	 institucional	 es	 actividad	 humana
objetivada,	así	como	lo	es	cada	institución	de	por	sí.	En	otras	palabras,	a	pesar	de	la	objetividad	que	caracteriza	al	mundo
social	 en	 la	 experiencia	 humana,	 no	 por	 eso	 adquiere	 un	 status	 ontológico	 separado	 de	 la	 actividad	 humana	 que	 lo
produjo.	[...]	...es	importante	destacar	que	la	relación	entre	el	hombre,	productor,	y	el	mundo	social,	su	producto,	es	y
sigue	siendo	dialéctica.	Vale	decir,	que	el	hombre	(no	aislado,	por	supuesto,	sino	en	sus	colectividades)	y	su	mundo	social
interactúan.	El	producto	vuelve	a	actuar	sobre	el	productor.	La	externalización	y	la	objetivación	son	momentos	de	un
proceso	 dialéctico	 continuo.	 El	 tercer	 momento	 de	 este	 proceso	 es	 la	 internalización	 (por	 la	 que	 el	 mundo	 social
objetivado	vuelve	a	proyectarse	en	la	conciencia	durante	la	socialización)”110	.
Esto	remite,	nuevamente,	a	las	tres	premisas	de	Marx	que	citábamos	antes:	la	sociedad	es	un
producto	humano;	la	sociedad	es	una	realidad	objetiva;	el	hombre	es	un	producto	social.
b)	Los	roles
Las	 normas	 operativas	 que	 conforman	 el	 mundo	 institucional	 y	 existen	 como	 realidad
objetiva	 se	 ‘realizan’	 o	 ‘se	 ponen	 en	 acto’	 en	 los	 roles	 que	 los	 individuos	 ejercen	 en	 los
diferentes	grupos	de	los	que	forman	parte.	En	otros	términos,	las	normas	se	aplican	a	actores
concretos	ubicados	en	diferentes	posiciones	sociales.	Para	cada	posición	están	definidas	en	la
sociedad	un	conjunto	de	expectativas	y	formas	de	comportamiento	(roles)	que	constituyen
verdaderas	rutinas	conocidas	y	aceptadas	(en	diferente	grado)	por	todos	los	integrantes	del
grupo.	Por	lo	tanto,	el	contenido	de	una	posición	social	es	enteramente	normativo.	Así,	el	que
ocupa	la	posición	de	maestro	en	una	escuela	debe	responder	a	una	serie	de	expectativas	que
están	 fijadas	 para	 esa	 posición	 (se	 espera	 que	 un	 maestro	 enseñe,	 evalúe	 a	 sus	 alumnos,
corrija	 las	 tareas	 de	 los	 niños,	 planifique	 las	 actividades	 de	 su	 clase,	 informe	 a	 los	 padres
acerca	del	desempeño	escolar	de	sus	hijos,	etc.).	Es	decir,	se	espera	que	él	cumpla	con	sus
‘obligaciones’	como	maestro,	y	a	la	vez,	el	maestro	espera	que	el	resto	de	los	miembros	de	la
escuela	(alumnos,	directivos,	padres,	etc.)	se	comporten	de	determinada	manera	respecto	de
él.	En	una	palabra,	el	maestro	se	considera	con	determinados	‘derechos’	en	tanto	maestro.	La
posición	 en	 un	 sistema	 social	 implica,	 por	 lo	 tanto,	 un	 conjunto	 de	 ‘obligaciones’	 y	 de
‘derechos’.	Las	obligaciones	están	determinadas	por	las	normas	que	se	aplican	a	la	persona
que	 ocupa	 una	 posición	 determinada,	 mientras	 que	 los	 derechos	 están	 determinados	 por
normas	que	se	aplican	a	las	personas	que	entran	en	interacción	con	ella.	Siguiendo	con	el
ejemplo	anterior,	lo	que	constituyen	obligaciones	para	el	maestro,	significan	derechos	para
los	 alumnos,	 los	 directivos	 y	 los	 padres.	 Y	 a	 la	 inversa,	 las	 obligaciones	 de	 éstos,	 implican
derechos	para	el	maestro.	Una	posición	social	contiene,	por	lo	tanto,	dos	aspectos:	los	roles	y
los	status.	De	hecho,	la	participación	en	una	estructura	social	supone	que	todos	los	actores
conocen	y	aceptan	(en	diferente	grado,	por	supuesto)	sus	propios	derechos	y	obligaciones,	y
los	 derechos	 y	 obligaciones	 que	 corresponden	 al	 resto	 de	 los	 participantes	 que	 están	 en
interacción	 con	 él.	 Si	 esto	 no	 se	 da,	 el	 proceso	 de	 interacción	 no	 es	 posible	 pues	 los
comportamientos	serían	totalmente	impredecibles,	nadie	estaría	en	condiciones	de	anticipar
la	respuesta	del	otro	y	en	consecuencia,	de	producir	la	propia.
Los	roles	representan	el	orden	institucional;	su	origen	está	en	el	proceso	de	habituación	y
objetivación	 que	 constituye	 la	 institucionalización.	 Ellos	 posibilitan	 la	 existencia	 de	 las
instituciones	 en	 la	 experiencia	 real	 de	 los	 individuos;	 representan	 nexos	 institucionales	 de
comportamiento	y	garantizan	la	cooperación,	sin	la	cual	la	vida	social	no	es	posible.	El	rol	de
maestro	 tiene	 relación	 con	 otros	 roles	 cuya	 totalidad	 abarca	 la	 institución	 educativa.	 El
maestro,	al	desempeñarse	en	cuanto	tal,	representa	la	institución	educativa.	Como	dicen	muy
bien	 Berger	 y	 Luckmann,	 la	 institución	 se	 manifiesta	 únicamente	 a	 través	 de	 la
representación	en	roles	desempeñados.	Con	su	conjunto	de	acciones	‘programadas’,	ella	se
asemeja	al	libreto	no	escrito	de	una	obra	teatral.	La	realización	de	la	obra	depende	de	que
actores	de	carne	y	hueso	desempeñen	reiteradamente	los	roles	prescritos.	Decir	que	los	roles
representan	las	instituciones	implica	decir	que	posibilitan	que	ellas	existan,	una	y	otra	vez,
como	presencia	real	en	la	experiencia	de	individuos	concretos.
4.2.	El	proceso	de	legitimación
Hasta	ahora	hemos	visto	cómo,	gracias	a	la	externalización	de	la	actividad	humana	en	una
situación	 de	 interacción	 continua,	 se	 van	 creando	 rutinas	 de	 comportamiento	 (hábitos
sociales,	es	decir,	roles)	que	paulatinamente	adquieren	una	realidad	objetiva	y	se	le	imponen
al	 sujeto	 como	 algo	 externo	 y	 coercitivo.	 Este	 mundo	 institucional	 creado	 por	 las
generaciones	pasadas	debe	ser	incorporado	(internalizado)	por	las	nuevas	generaciones	para
asegurar	la	continuidad	de	la	vida	social.	Esta	internalización	se	logra	mediante	el	proceso	de
socialización.	Gracias	a	él	esa	realidad	objetiva	constituida	por	las	instituciones,	se	convierte
en	realidad	subjetiva	para	los	nuevos	miembros	de	la	sociedad.	Pero	junto	a	la	socialización
surge	la	necesidad	de	legitimar	ese	mundo	institucional	a	fin	de	garantizar	su	aceptación	por
parte	 de	 individuos	 que	 no	 han	 participado	 en	 su	 construcción.	 En	 suma,	 el	 proceso	 de
socialización	es	inseparable	del	de	legitimación	(Van	Haecht,	1999).
La	 necesidad	 de	 legitimación	 del	 orden	 social	 se	 plantea,	 entonces,	 cuando	 éste	 debe
trasmitirse	 a	 las	 nuevas	 generaciones,	 es	 decir,	 cuando	 hay	 que	 socializar	 a	 los	 nuevos
miembros	 de	 la	 sociedad.	 Al	 llegar	 a	 este	 punto,	 afirman	 Berger	 y	 Luckmann,	 el	 carácter
autoevidente	 de	 las	 instituciones	 ya	 no	 puede	 mantenerse	 por	 medio	 de	 los	 propios
recuerdos	y	habituaciones	del	individuo.	La	unidad	de	historia	y	biografía	se	quiebra.	Para
restaurarla	y	así	volver	inteligibles	ambos	aspectos	de	ella,	deben	ofrecerse	‘explicaciones’	y
‘justificaciones’	 de	 los	 elementos	 salientes	 de	 la	 tradición	 institucional.	 Veamos	 en	 qué
consiste	y	qué	funciones	cumple	el	proceso	de	legitimación.
Según	Berger	y	Luckmann,	la	legitimación	es	un	proceso	de	‘objetivación	de	significado	de	segundo
orden’	que	consiste	en	la	explicación	y	justificación	del	orden	institucional.	Dicho	en	otros	términos,
la	 legitimación	 produce	 nuevos	 significados	 que	 sirven	 para	 integrar	 los	 ya	 atribuidos	 a
procesos	institucionales	dispares.	Explicar	el	mundo	institucional	significa	atribuirle	validez
congnoscitiva	 a	 sus	 significados	 objetivados.	 Justificar	 ese	 mundo	 significa	 adjudicarle
dignidad	normativa	a	sus	imperativos	prácticos.	La	legitimación	comporta,	por	lo	tanto,	dos
componentes,	 uno	 cognitivo	 y	 otro	 normativo.	 El	 primero	 precede	 al	 segundo,	 o	 sea	 que,
antes	 de	 aceptar	 y	 cumplir	 una	 norma,	 el	 individuo	 debe	 conocer	 la	 estructura	 a	 la	 cual
corresponde	 dicha	 norma,	 es	 decir,	 los	 ‘roles’	 que	 definen	 lo	 que	 debe	 o	 no	 debe	 hacerse
dentro	de	esa	estructura.
“La	legitimación	no	es	sólo	cuestión	de	‘valores’:	siempre	implica	también	‘conocimiento’.	Por	ejemplo,	una	estructura	de
parentesco	no	se	legitima	sólo	por	la	ética	de	sus	tabúes	del	incesto	en	particular;	primero	debe	haber	‘conocimiento’	de
los	‘roles’	que	definen	tanto	las	‘buenas’	como	las	‘malas’	acciones	dentro	de	la	estructura.	Por	ejemplo,	el	individuo	tal
vez	 no	 busque	 esposa	 dentro	 de	 su	 clan,	 pero	 antes	 debe	 ‘conocerse’	 a	 sí	 mismo	 como	 miembro	 de	 ese	 clan.	 Este
‘conocimiento’	lo	recibe	a	través	de	una	tradición	que	‘explica’	lo	que	son	los	clanes	en	general	y	su	clan	en	particular.
Esas	‘explicaciones’	(que	típicamente	constituyen	una	‘historia’	y	una	‘sociología’	de	la	colectividad	en	cuestión	y	que	en
el	caso	de	los	tabúes	del	incesto	probablemente	también	contengan	una	‘antropología’)	constituyen	tanto	instrumentos	de
legitimación	como	elementos	éticos	de	la	tradición.	La	legitimación	no	sólo	indica	al	individuo	por	qué	debe	realizar	una
acción	y	no	otra;	también	le	indica	por	qué	las	cosas	son	lo	que	son.	En	otras	palabras,	el	‘conocimiento’	precede	a	los
‘valores’	en	la	legitimación	de	las	instituciones”11	.
En	 el	 proceso	 de	 legitimación,	 Berger	 y	 Luckmann	 distinguen	 analíticamente	 diferentes
niveles.	Estos	niveles	se	superponen	empíricamente.
	 Un	 primer	 nivel,	 de	 carácter	 incipiente,	 aparece	 cuando	 se	 trasmite	 un	 sistema	 de
objetivaciones	lingüísticas	de	la	experiencia	humana.	El	hecho	de	dar	el	nombre	a	una
cosa	implica,	de	por	sí,	una	explicación	legitimadora.	Cuando	un	niño	aprende	que	otro
niño	es	su	primo,	este	dato	informativo	no	sólo	legitima	una	relación	de	parentesco,	sino
que	legitima	también,	inmediata	e	inherentemente,	el	comportamiento	que	se	debe	tener
con	respecto	a	‘primos’	que	se	incorpora	junto	con	la	designación.	Las	respuestas	de	los
adultos	a	los	por	qué	de	los	niños	adquieren	por	lo	general	la	forma	de	‘así	es’,	o	‘así	se
hacen	 las	 cosas’.	 Los	 adultos	 no	 nos	 esforzamos	 demasiado	 por	 explicitar	 las	 razones,
entre	 otras	 cosas,	 porque	 no	 nos	 hemos	 detenido	 a	 pensar	 en	 ellas	 ya	 que	 las
consideramos	evidentes	por	sí	mismas,	las	hemos	incorporado	de	esa	manera,	en	suma,
las	 hemos	 ‘naturalizado’.	 Este	 nivel	 de	 legitimación	 es	 preteórico,	 pero	 constituye	 el
fundamento	 de	 conocimiento	 autoevidente	 sobre	 el	 que	 descansan	 todas	 las
explicaciones	posteriores.
	 En	 el	 segundo	 nivel	 aparecen	 explicaciones	 que	 contienen	 proposiciones	 teóricas	 en
forma	rudimentaria.	Aquí	podemos	hallar	diversos	esquemas	explicativos	que	se	refieren
a	grupos	de	significados	objetivados.	Se	trata	de	esquemas	sumamente	pragmáticos	y	se
relacionan	 directamente	 con	 acciones	 concretas;	 se	 expresan,	 generalmente,	 mediante
máximas,	 dichos	 y	 cuentos	 populares.	 El	 niño	 aprende	 dichos	 como	 éste:	 ‘al	 que	 da	 y
quita	le	sale	una	jorobita’;	o	cuentos	como	el	de	Caperucita	Roja	o	Pinocho,	orientados	a
que	extraiga	máximas	concretas	de	conducta	y	las	incorpore	como	válidas.
	 El	 tercer	 nivel	 contiene	 teorías	 explícitas	 mediante	 las	 cuales	 se	 legitima	 un	 sector
institucional	 en	 términos	 de	 un	 cuerpo	 de	 conocimiento	 diferenciado.	 En	 este	 nivel	 la
legitimación	comienza	a	trascender	el	campo	de	la	aplicación	pragmática	y	a	perfilarse
como	‘teoría	pura’,	cuya	trasmisión	está	a	cargo	de	personal	especializado.
	El	cuarto	nivel	está	constituido	por	los	universos	simbólicos.	Éstos	se	conciben	como	la
matriz	de	todos	los	significados	objetivados	socialmente,	y	subjetivamente	reales;	toda	la
sociedad	histórica	y	la	biografía	de	un	individuo	se	ven	como	hechos	que	ocurren	dentro
de	ese	universo.	La	legitimación	se	produce	por	medio	de	totalidades	simbólicas	que	no
pueden,	 de	 ningún	 modo,	 experimentarse	 en	 la	 vida	 cotidiana.	 En	 este	 nivel	 de
legitimación	 se	 integran	 todos	 los	 sectores	 del	 orden	 institucional	 en	 un	 marco	 de
referencia	general	que	constituye	un	universo	en	el	sentido	literal	de	la	palabra,	porque
ya	es	posible	concebir	que	toda	la	experiencia	humana	se	desarrolla	dentro	de	aquél.
A	partir	de	lo	expuesto,	podemos	afirmar,	con	Van	Haecht	que	“el	modelo	de	análisis	de	la
construcción	de	la	realidad	social	propuesto	por	Berger	y	Luckmann	abunda	en	recursos	que
nos	ayudan	a	captar	cómo	los	actores	sociales	realizan	una	obra	intersubjetiva	de	puesta	en
orden	del	mundo	y	de	incesante	construcción-reconstrucción	de	este	mundo.	Nos	enseña	que
lo	social	procede,	primero,	de	la	cognición,	sólo	después	de	lo	normativo.	Formar	parte	de	la
sociedad	significa	compartir	su	‘saber’,	es	decir,	convivir	con	su	orden”.12
5.	Las	agencias	de	socialización
Se	denominan	agencias	de	socialización	a	todos	los	grupos	o	unidades	sociales	en	el	seno	de
los	cuales	se	produce	el	proceso	de	socialización.	En	un	sentido	general,	entonces,	todas	las
formaciones	 sociales	 en	 las	 cuales	 el	 individuo	 participa	 constituyen	 agencias	 de
socialización,	puesto	que	estamos	hablando	de	un	proceso	general	que	se	produce	cada	vez
que	 tiene	 lugar	 un	 proceso	 de	 interacción.	 Aquí	 no	 vamos	 a	 considerar	 todas	 esas
posibilidades;	nos	vamos	a	ocupar	solamente	de	aquellas	formaciones	sociales	a	las	cuales	la
sociología	 les	 atribuye	 un	 papel	 preponderante	 en	 la	 transmisión	 de	 pautas	 culturales:	 la
familia,	la	escuela,	la	iglesia,	los	grupos	de	pares	y	los	medios	de	comunicación	de	masas.
Teniendo	en	cuenta	la	distinción	que	hicimos	antes	entre	proceso	de	educación	y	proceso	de
socialización,	 podríamos	 decir	 que,	 si	 bien	 todas	 ellas	 son	 agencias	 de	 socialización
(transmiten	de	manera	latente	las	pautas	culturales),	únicamente	la	escuela,	la	familia	y	la
iglesia	son,	también,	agencias	de	educación	(cumplen	idéntica	tarea,	pero	de	manera	explícita
y	 con	 objetivos	 definidos).	 En	 uno	 y	 otro	 caso	 dejamos	 de	 lado	 la	 multiplicidad	 de
organizaciones	de	distintos	tipos	(recreativas,	solidarias,	vecinales,	profesionales,	etc.)	en	las
cuales	un	individuo	puede	participar.	Todas	ellas	contribuyen	a	que	éste	amplíe	su	campo	de
experiencia	social,	adquiera	mayor	independencia,	y	con	ello,	a	que	madure	socialmente.
Es	importante	advertir	que	hoy	todas	las	agencias	de	socialización	no	actúan	en	la	misma
dirección,	 es	 decir,	 los	 significados	 (normas,	 pautas,	 valores,	 etc.)	 que	 intentan	 inculcar
pueden	 ser	 contradictorios	 entre	 sí.	 Esto	 da	 lugar	 a	 lo	 que	 Van	 Haecht	 (1999)	 llama
‘socialización	en	pedazos’.	En	esta	socialización,	la	articulación	entre	la	legitimación	de	los
significados	 y	 la	 legitimidad	 de	 las	 agencias	 que	 los	 transmiten	 se	 vuelve	 cada	 vez	 más
problemática.	Esto	es	particularmente	válido	para	el	caso	de	la	escuela,	que	es	la	que	tiene	a
su	cargo	la	mayor	parte	de	la	educación,	es	decir,	la	socialización	programada,	en	el	sentido
de	 que	 se	 trata	 de	 la	 organización	 institucionalizada	 de	 la	 asimilación	 de	 los	 niños	 a	 la
sociedad	global,	a	la	familia	y	a	los	grupos	a	los	que	éstos	van	a	pertenecer.	En	un	momento
en	 el	 que	 su	 acción	 es	 cuestionada	 desde	 diferentes	 ámbitos,	 sobre	 todo	 desde	 el	 de	 la
producción	económica,	que	le	reprocha	su	ineficacia	para	satisfacer	sus	demandas,	la	escuela
se	ve	vigorosamente	invitada	a	reprecisar	sus	expectativas	y	sus	principios	de	valoración,	dice
Van	Haecht	(1999).
5.1.	La	familia
A	 pesar	 de	 los	 cambios	 que	 ha	 sufrido	 la	 estructura	 de	 la	 familia	 en	 los	 últimos	 tiempos
(virtual	desaparición	de	la	familia	ampliada,	al	menos	en	las	zonas	urbanas,	disminución	del
número	 de	 miembros	 de	 la	 familia	 nuclear,	 familias	 uniparentales	 y,	 más	 recientemente,
familias	 constituidas	 por	 parejas	 del	 mismo	 sexo	 dispuestas	 a	 adoptar	 hijos),	 y	 el
debilitamiento,	cuando	no	el	abandono,	de	algunas	de	sus	funciones,	la	familia	sigue	siendo
una	de	las	agencias	de	socialización	más	importantes,	si	no	la	fundamental,	con	que	cuenta	la
sociedad.	Esto	es	así	porque	la	familia,	por	sus	características	como	formación	social,	reúne
las	condiciones	ideales	para	llevar	a	cabo	esa	tarea.	Veamos	cuáles	son	esas	condiciones.
	Es	la	primera	estructura	social	en	la	cual	el	niño	participa.	En	la	mayoría	de	los	casos,	éste
nace	en	el	seno	de	una	familia	y	permanece	en	ella	de	manera	casi	excluyente	por	varios
años.	Las	condiciones	de	la	vida	moderna	han	determinado	un	cambio	en	esta	pauta,	ya
que	el	niño	es	llevado	tempranamente	a	las	guarderías	o	los	jardines	maternales,	pero
estas	 instituciones	 todavía	 no	 se	 presentan	 como	 un	 sustituto	 de	 la	 familia.	 En	 ésta	 se
satisfacen	 las	 necesidades	 básicas	 del	 niño,	 sean	 ellas	 físicas,	 psíquicas	 o	 sociales.	 El
proceso	de	socialización	primaria	que,	como	hemos	visto,	juega	un	papel	fundamental	en
la	 vida	 del	 individuo,	 se	 desarrolla	 fundamentalmente	 en	 la	 familia.	 Este	 proceso
comienza	en	el	momento	en	que	el	bebé	nace	(algunos	afirman	que	comienza	aún	antes,
durante	su	vida	intrauterina);	entonces	se	inicia	su	proceso	de	aprendizaje	de	las	pautas
sociales	 y,	 junto	 a	 ello,	 el	 desarrollo	 de	 su	 identidad	 psicológica	 y	 social.	 Todas	 las
actividades	 dirigidas	 al	 cuidado	 del	 bebé,	 al	 tiempo	 que	 satisfacen	 sus	 necesidades
primarias,	le	proporcionan	el	contacto	humano	imprescindible	para	su	desarrollo	como
persona.	 La	 investigación	 empírica	 demuestra	 que	 si	 sus	 necesidades	 biológicas	 son
satisfechas	pronta	y	adecuadamente,	acompañadas	de	una	actitud	emocional	positiva,	el
niño	 tiene	 más	 probabilidad	 de	 desarrollar	 una	 visión	 del	 mundo	 como	 un	 lugar
confortable	y	seguro.	El	trato	que	recibe	de	familiares	cercanos	influye	en	la	percepción
que	el	niño	tiene	de	sí	mismo	y	en	el	desarrollo	de	una	personalidad	más	o	menos	segura,
más	o	menos	independiente,	etc.	Por	otra	parte,	el	tipo	de	atención	que	recibe	(frecuencia
con	que	es	alimentado,	higienizado,	condiciones	en	que	descansa,	etc.)	va	conformando
las	necesidades	que	experimenta	y	la	forma	en	que	las	puede	satisfacer	(sentirá	apetito
cada	 determinada	 cantidad	 de	 horas,	 rechazará	 ciertos	 alimentos	 y	 aceptará	 otros,	 lo
perturbarán	ciertos	ruidos	y	no	le	molestarán	otros,	etc.).	Todas	estas	experiencias	tienen
consecuencias	sociales:	implican	la	creación	de	hábitos	de	comportamiento,	de	actitudes
frente	 al	 mundo	 circundante,	 de	 valoraciones,	 sentimientos,	 etc.,	 que	 incidirán	 de
manera	decisiva	en	su	vida	futura.
	La	relaciones	entre	los	miembros	de	la	familia	son	relaciones	primarias	y	se	fundan	en
fuertes	 lazos	 afectivos;	 ambas	 condiciones	 son	 fundamentales	 para	 asegurar	 la	 eficacia
del	 proceso	 de	 socialización	 primaria.	 Las	 relaciones	 cara	 a	 cara	 permiten	 observar	 en
forma	 directa	 el	 comportamiento	 del	 niño,	 evaluar	 sus	 progresos	 (o	 retrocesos)	 en	 el
aprendizaje	 e	 introducir	 los	 ajustes	 que	 sean	 necesarios.	 Hay	 múltiples	 oportunidades
durante	el	día	para	que	los	miembros	de	la	familia	se	corrijan	entre	sí	o	refuercen	las
conductas	 que	 consideran	 adecuadas.	 Por	 su	 parte,	 los	 lazos	 emocionales	 que
generalmente	 existen	 entre	 ellos	 determinan	 que	 la	 sanción	 del	 comportamiento
(positiva	o	negativa)	sea	realmente	significativa	para	el	individuo	(al	niño	no	le	resulta
indiferente	el	castigo	o	la	aprobación	de	sus	padres	o	sus	hermanos),	la	recibe	como	algo
natural.	Los	maestros	pueden	comprobar	en	su	experiencia	diaria	la	diferencia	que	hay
entre	el	comportamiento	de	niños	que	conocen	los	límites,	porque	los	han	aprendido	en
su	familia	casi	sin	inadvertirlo,	y	aquellos	que	no	han	realizado	ese	aprendizaje	y	deben
enfrentar	 límites	 impuestos	 por	 otros	 de	 manera	 compulsiva	 y	 sin	 mayores
contemplaciones	afectivas.
	Hay	un	factor	práctico	que	determina	el	papel	preponderante	de	la	familia	como	agencia
de	socialización:	es	el	lugar	donde	el	niño,	durante	varios	años,	pasa	la	mayor	parte	de	su
tiempo.	 La	 continuidad	 y	 durabilidad	 de	 los	 contactos	 crean	 las	 condiciones	 para	 la
habituación	 de	 los	 comportamientos.	 Por	 un	 tiempo	 relativamente	 prolongado	 es	 el
único	 mundo	 que	 existe	 para	 el	 niño,	 no	 puede	 compararlo	 con	 otros,	 es	 para	 él	 la
realidad	por	excelencia.
	Un	factor	de	orden	psicológico	también	aporta	lo	suyo	para	hacer	de	la	familia	una	eficaz
agencia	de	socialización:	los	hijos	son	una	prolongación	biológica	y	social	de	los	padres.
Es	 natural	 que	 éstos	 estén	 especialmente	 motivados	 para	 trasmitir	 un	 conjunto	 de
valores,	actitudes	y	pautas	de	comportamiento	que	consideran	válidas	y	beneficiosas	para
su	prole.
El	proceso	de	socialización	en	el	seno	de	la	familia	apunta	al	logro	de	aprendizajes	que	tienen
gran	 relevancia	 desde	 la	 perspectiva	 sociológica,	 entre	 ellos,	 el	 autocontrol,	 la	 orientación
valorativa	y	las	conductas	de	rol.
El	control	sobre	sí	mismo	es	imprescindible	para	vivir	en	sociedad.	La	vida	de	relación	nos
exige	 continuamente	 frenar	 nuestros	 impulsos	 y	 producir	 la	 conducta	 apropiada	 según	 la
situación	de	que	se	trate.	Podemos	hablar	de	tres	tipos	fundamentales	de	autocontrol:	físico
(el	control	de	esfínteres,	entre	ellos),	emocional	(evitar	las	respuestas	agresivas	o	violentas,
por	 ejemplo)	 y	 aquel	 que	 implica	 diferir	 las	 gratificaciones	 inmediatas	 para	 obtener
recompensas	o	bienes	futuros.	En	todos	los	casos	la	familia	desempeña	un	papel	de	primer
orden,	ya	que	se	presenta	como	el	ámbito	adecuado	para	llevar	a	cabo	estos	aprendizajes	de
manera	‘natural’	y	en	el	momento	oportuno.
Con	 relación	 a	 las	 orientaciones	 de	 valor,	 hay	 serias	 razones	 para	 pensar	 que	 éstas	 se
adquieren	 en	 los	 primeros	 años	 de	 vida.	 Esta	 adquisición	 se	 lleva	 a	 cabo	 a	 través	 de	 las
conductas	concretas	de	los	miembros	de	la	familia,	fundamentalmente	de	los	padres.	En	este
sentido	importa	más	lo	que	ellos	hacen	que	lo	que	ellos	dicen;	la	falta	de	coherencia	entre	la
acción	 y	 el	 discurso	 determina	 la	 pérdida	 de	 legitimidad	 de	 los	 valores	 que	 se	 pretenden
inculcar	y,	por	lo	tanto,	su	no	incorporación	por	parte	del	individuo.	La	conducta	se	orienta
por	valores,	aunque	habitualmente	no	resulte	fácil	establecer	la	vinculación	que	hay	entre	las
dos	 cosas.	 En	 las	 sociedades	 modernas	 la	 familia	 enfrenta	 serias	 dificultades	 para	 la
transmisión	 de	 valores,	 en	 primer	 lugar,	 porque	 el	 pluralismo	 propio	 de	 estas	 sociedades
supone	 la	 coexistencia	 de	 una	 multiplicidad	 de	 sistemas	 de	 valor	 no	 siempre	 compatibles
entre	sí,	y	en	segundo	término,	porque	los	valores	que	la	familia	pretende	inculcar	pueden
ser	contrarios	a	los	que	transmiten	otras	agencias	de	socialización,	entre	ellas	los	medios	de
comunicación	de	masas,	fundamentalmente	la	TV.
Las	conductas	de	rol	más	elementales	se	adquieren	en	la	familia.	Poco	a	poco	el	niño	aprende
cuál	es	el	comportamiento	que	debe	tener	como	hijo/a,	como	hermano/a,	etc.,	y	a	esperar	la
conducta	 recíproca	 de	 aquellos	 con	 los	 cuales	 interactúa.	 Su	 madre	 y	 su	 padre	 sirven,
inevitablemente,	 como	 puntos	 de	 referencia	 para	 el	 aprendizaje	 de	 los	 roles
correspondientes.	Las	pautas	pueden	variar	de	familia	a	familia,	de	sociedad	a	sociedad,	pero
en	 todos	 los	 casos	 los	 padres	 constituyen	 verdaderos	 modelos	 de	 conducta	 que	 el	 niño
incorpora	sin	darse	cuenta	y	que	ellos	le	trasmiten	sin	proponérselo	de	manera	explícita	y
programada.	 A	 medida	 que	 participa	 en	 otras	 estructuras	 sociales,	 el	 niño	 podrá	 ir
comparando	 esas	 pautas	 con	 las	 de	 otros	 niños	 como	 él	 y	 ampliando	 el	 espectro	 de	 sus
expectativas	sociales.
Un	 aspecto	 fundamental	 de	 las	 conductas	 de	 rol	 tiene	 que	 ver	 con	 el	 sexo/género.	 Desde
muy	temprano	niños	y	niñas	reciben	en	su	familia	un	trato	diferencial	que	se	advierte	hasta
en	 las	 cosas	 aparentemente	 menos	 importantes,	 como	 es	 la	 vestimenta.	 Actualmente	 se
sostiene	que	el	sexo	remite	a	diferencias	biológicas	de	orden	natural,	mientras	que	el	género
se	refiere	a	los	aspectos	sociales	adscriptos	a	las	diferencias	sexuales	(Macionis	y	Plummer,
2000).	 Dada	 esta	 definición,	 es	 obvio	 que	 los	 sociólogos	 prefieren	 utilizar	 el	 concepto	 de
género,	y	dejar	el	de	sexo	para	los	biólogos.	Las	interpretaciones	de	lo	que	es	masculino	y
femenino	varían	de	una	sociedad	a	otra;	se	trata	de	diferencias	culturales,	no	‘naturales’,	por
lo	 tanto,	 las	 pautas	 de	 socialización	 que	 conducen	 a	 ser	 hombre	 o	 mujer	 en	 las	 distintas
culturas	 dependen	 de	 esa	 interpretación,	 que	 es,	 en	 definitiva,	 una	 construcción	 social.	 El
análisis	de	la	socialización	de	género	es	relativamente	reciente	y	no	disponemos	de	mucha
evidencia	empírica	sobre	esto.	Lo	cierto	es	que	la	discusión	sobre	las	diferencias	de	género
está	instalada	y	tiene	connotaciones	que	van	más	allá	del	plano	puramente	sociológico.
Un	aspecto	insoslayable	en	el	análisis	de	la	familia	como	agencia	de	socialización	es	el	de	su
posición	en	el	sistema	de	estratificación	social.	Si	bien	el	status	social	de	una	persona	puede
variar	 en	 el	 curso	 de	 su	 vida,	 la	 ubicación	 inicial	 viene	 dada	 por	 la	 familia.	 Todos	 somos
socializados	 en	 las	 pautas	 propias	 del	 estrato	 social	 de	 nuestras	 respectivas	 familias.	 Las
conductas,	actitudes,	valoraciones,	etc.,	incluso	el	lenguaje,	de	un	niño	de	clase	alta	son	muy
diferentes	 a	 los	 del	 niño	 de	 clase	 obrera.	 Además,	 cada	 uno	 de	 nosotros	 se	 identifica	 a	 sí
mismo	como	miembro	de	un	estrato	social	determinado.	De	esta	manera,	el	origen	social	no
sólo	condiciona	la	forma	en	que	somos	socializados,	sino	que	prolonga	su	influencia	durante
toda	la	vida	y	constituye	uno	de	los	determinantes	fundamentales	de	nuestras	oportunidades
futuras13	.
Además	del	estrato	social,	existen	otras	variables	que	condicionan	el	proceso	de	socialización
en	la	familia	que	es	necesario	tener	en	cuenta.	a)	El	número	de	miembros	que	la	componen.
Esto	 incide	 en	 la	 complejidad	 del	 sistema	 de	 interacción,	 más	 que	 en	 el	 tipo	 de	 pautas	 y
valores	 que	 se	 trasmiten.	 Si	 una	 familia	 cuenta	 solamente	 con	 tres	 miembros,	 el	 niño	 no
aprenderá	a	comportarse	como	hermano,	simplemente	porque	no	los	tiene.	b)	La	zona	rural	o
urbana	en	que	reside.	Los	comportamientos	de	un	niño	del	campo	son	totalmente	diferentes
a	 los	 del	 niño	 de	 la	 ciudad.	 El	 tipo	 de	 tareas	 que	 se	 desarrollan	 en	 la	 zona	 rural,	 las
condiciones	 de	 vida,	 las	 oportunidades	 de	 entrar	 en	 contacto	 con	 otros,	 de	 acceder	 a
diferentes	tipos	de	información,	etc.,	determinan	expectativas	y	formas	de	comportamiento,
actitudes	y	valores	completamente	diferentes	a	los	de	la	ciudad.	c)	La	religión	(o	la	ausencia
de	religión)	que	profesa	el	grupo	familiar.	Esto	incide	directamente	en	el	tipo	de	valores	que
se	privilegian	y	que	se	pretende	trasmitir	a	los	niños.
Otro	aspecto	a	considerar	en	la	socialización	es	que,	para	que	exista	un	verdadero	aprendizaje
de	las	pautas	de	comportamiento	que	se	consideran	adecuados,	es	necesario	acudir	al	uso	de
una	amplia	gama	de	sanciones	positivas	y	negativas	(premios	y	castigos)	dirigidos	a	reforzar
las	 respuestas	 correctas	 y	 desalentar	 las	 que	 se	 consideran	 incorrectas	 o	 inapropiadas.	 La
elección	 del	 tipo	 de	 sanciones	 que	 se	 emplean	 para	 reforzar	 la	 conducta	 correcta	 está
condicionada	por	el	estrato	social	al	que	pertenece	la	familia.	En	algunos	se	privilegian	los
castigos	 corporales,	 en	 otros	 priman	 las	 amenazas	 de	 orden	 afectivo.	 Los	 premios,	 por	 su
parte,	pueden	ir	desde	la	simple	aprobación	con	un	gesto	o	una	palabra,	hasta	el	regalo	de	un
objeto	costoso.	Para	que	las	sanciones	sean	efectivas	deben	ser	significativas	para	el	que	las
recibe.	Recibir	un	premio,	o	un	castigo,	permite	al	niño	ir	comprendiendo	paulatinamente
cuándo	 su	 comportamiento	 es	 el	 adecuado	 y	 qué	 se	 espera	 de	 él	 en	 determinadas
circunstancias.	Es	necesario	que	los	agentes	socializadores	sean	coherentes	en	esto.	Si	un	niño
es	sancionado	negativamente	cada	vez	que	se	dispone	a	comer	sin	lavarse	las	manos,	es	muy
probable	que,	con	el	tiempo,	adquiera	el	hábito	de	lavarse	antes	de	sentarse	a	la	mesa.	Pero	si
a	veces	se	lo	reprende	y	otras	se	lo	deja	pasar	como	algo	que	carece	de	importancia,	la	norma
perderá	significación	para	él	y	no	la	incorporará	como	parte	de	su	personalidad.
5.2.	La	escuela
Considerando	 la	 distinción	 que	 hicimos	 entre	 socialización	 y	 educación,	 es	 claro	 que	 la
escuela,	 como	 la	 familia,	 es	 una	 agencia	 de	 socialización	 y	 de	 educación.	 La	 escuela
constituye	una	organización	especializada,	encargada	de	trasmitir	la	herencia	cultural	de	la
sociedad.	 Habilita	 a	 las	 nuevas	 generaciones	 para	 aprovechar	 las	 experiencias	 y	 los
descubrimientos	 realizados	 por	 otros	 durante	 años	 de	 trabajo	 y	 las	 prepara	 para
desempeñarse	 como	 miembros	 útiles	 a	 la	 sociedad.	 En	 las	 sociedades	 modernas,
técnicamente	avanzadas	y	con	gran	división	del	trabajo,	la	escuela	es	fundamental.	En	ellas	la
vida	escolar	de	los	individuos	se	prolonga	por	mucho	tiempo	(entre	doce	y	quince	años,	y	a
veces	más),	parte	del	cual	corresponde	a	la	escolaridad	obligatoria.	Se	estima	que	ese	es	el
tiempo	generalmente	necesario	para	adquirir	las	destrezas	básicas	requeridas	por	este	tipo	de
sociedades.	 La	 tendencia	 actual	 es	 que	 el	 vínculo	 de	 las	 personas	 con	 la	 escuela	 sea
permanente,	al	margen	de	la	edad	de	cada	uno.	Hoy	no	cabe	duda	de	que	quienes	no	tienen
la	oportunidad	de	participar	en	la	estructura	escolar	están	condenados	inevitablemente	a	la
marginalidad	social.
Al	mismo	tiempo	que	educa,	la	escuela	trasmite	de	manera	latente	un	conjunto	de	normas,
actitudes	y	valores	que	hacen	del	individuo	una	persona	social	más	compleja	y	lo	preparan
para	adaptarse	a	la	vida	social.	Los	pedagogos	y	algunos	sociólogos	denominan	curriculum
oculto	 a	 este	 conjunto	 de	 influencias	 no	 explícitas	 de	 la	 escuela.	 En	 tanto	 organización,	 la
escuela,	 a	 diferencia	 de	 la	 familia,	 está	 formalmente	 estructurada,	 se	 rige	 por	 normas
contenidas	en	reglamentos	y	disposiciones	oficiales,	y	posee	una	clara	jerarquía	de	autoridad.
En	un	contexto	de	este	tipo,	dos	son	los	principales	tipos	de	aprendizaje	a	que	conduce	la
socialización	escolar:	las	nuevas	conductas	de	rol	y	el	ajuste	a	las	reglas	impersonales	y	la
autoridad	formal.
Las	 nuevas	 conductas	 de	 rol	 que	 se	 adquieren	 en	 la	 escuela	 están	 más	 orientadas	 hacia	 la
sociedad	 global	 que	 aquellas	 que	 el	 niño	 tuvo	 oportunidad	 de	 ejercitar	 en	 el	 ámbito	 más
restringido	 de	 la	 vida	 familiar.	 En	 la	 escuela	 actúa	 como	 compañero,	 como	 alumno,	 como
miembro	 de	 un	 grupo	 de	 trabajo,	 eventualmente	 como	 líder,	 etc.	 El	 aprendizaje	 de	 estas
nuevas	 conductas	 le	 permitirán	 ir	 comprendiendo	 cuáles	 son	 las	 reglas	 que	 rigen	 los
comportamientos	 en	 la	 sociedad.	 Comprenderá	 también	 el	 significado	 de	 las	 normas
formales	y	su	importancia	para	la	convivencia.	De	hecho,	en	la	evaluación	que	la	escuela	hace
del	niño	se	tienen	en	cuenta	tópicos	como	los	siguientes:	disciplina,	que	implica	el	grado	en
que	el	alumno	obedece	las	reglas	de	la	escuela	y	las	directivas	de	los	superiores;	urbanidad,
que	 se	 refiere	 generalmente	 a	 la	 relación	 que	 establece	 con	 sus	 compañeros,	 su	 capacidad
para	trabajar	y	jugar	junto	a	otros	niños,	etc.;	el	aseo,	que	indica	el	cuidado	que	el	niño	tiene
por	 su	 aspecto	 físico	 y	 el	 respeto	 por	 las	 normas	 de	 higiene	 básicas.	 Son	 conocidas	 las
dificultades	que	enfrenta	hoy	la	escuela	para	transmitir	este	tipo	de	pautas,	sobre	todo	en
contextos	de	pobreza	y	marginalidad	social,	donde,	por	lo	general,	las	conductas	que	legitima
la	escuela	son	muy	diferentes	de	aquellas	que	sostiene	la	familia,	y	lo	que	ella	ofrece	no	es
valorado	ni	responde	a	las	expectativas	de	sus	destinatarios.
Como	ámbito	para	el	aprendizaje	del	ajuste	a	las	reglas	impersonales	y	la	autoridad	formal,	la
escuela	 es	 insustituible.	 En	 la	 familia	 el	 niño	 aprende	 que	 debe	 obedecer	 y	 respetar	 a	 sus
padres,	y	comprende	que	ellos	tienen	autoridad	sobre	él.	Pero	la	naturaleza	de	la	relación
padres-hijo	es,	básicamente,	personal	y	emocional.	El	niño	obedece	a	sus	padres	porque	los
ama	 y	 reconoce	 fácilmente	 que	 depende	 de	 ellos.	 En	 la	 escuela,	 en	 cambio,	 se	 trata	 de
obedecer	‘las	reglas’,	más	que	responder	a	las	demandas	de	una	persona	concreta.	La	relación
personal	 con	 el	 maestro	 es	 solamente	 un	 aspecto	 de	 su	 relación	 con	 una	 organización
impersonal	que	exige	respeto	y	obediencia.
Gracias	a	la	forma	en	que	están	estructuradas,	las	funciones	que	le	asigna	la	sociedad	y	el	tipo
de	actividades	que	tienen	programadas,	las	escuelas	reúnen	las	condiciones	necesarias	para
facilitar,	 de	 manera	 no	 explícita,	 cierto	 tipo	 de	 aprendizajes	 que	 exceden	 el	 plano
cognoscitivo.	Veamos	algunos	de	ellos.
En	 primer	 lugar,	 la	 escuela	 es	 la	 encargada	 de	 transmitir	 un	 conjunto	 de	 contenidos	 que
forman	parte	del	curriculum	oficial.	La	tarea	del	maestro	consiste,	precisamente,	en	llevar	a
cabo	 esa	 transmisión,	 pero	 al	 mismo	 tiempo,	 y	 generalmente	 sin	 proponérselo	 de	 manera
consciente,	el	maestro	inculca	otro	tipo	de	contenidos	que	tienen	que	ver	con	la	regulación	de
la	conducta:	normas,	actitudes	y	valores.	Esto	ocurre,	necesariamente,	porque	cada	maestro
tiene	 su	 propia	 manera	 de	 presentar	 los	 contenidos	 del	 programa,	 de	 acuerdo	 a	 su
idiosincrasia	particular	y	la	forma	en	que	ha	definido	la	situación.	El	lenguaje,	los	gestos,	los
modales,	etc.,	del	maestro,	tanto	como	la	forma	en	que	trata	a	los	niños,	los	ejemplos	que
utiliza	para	ilustrar	un	tema,	los	comentarios	que	realiza	frente	a	determinadas	reacciones	de
sus	 alumnos	 o	 respecto	 de	 los	 contenidos	 del	 programa,	 en	 síntesis,	 todas	 sus	 conductas,
reflejan	el	grupo	social	al	que	pertenece	y	las	pautas	en	las	que	él	mismo	ha	sido	socializado.
En	definitiva,	aun	cuando	no	se	lo	proponga	de	manera	explícita	y	tampoco	sea	consciente	de
ello,	está	llevando	a	cabo	una	tarea	de	inculcación	que	responde	a	su	propia	concepción	del
mundo	y	a	sus	actitudes	frente	a	la	vida.
En	segundo	lugar,	en	la	escuela	se	organizan	con	frecuencia	distintos	grupos	de	trabajo.	En
estos	 grupos	 los	 niños	 tienen	 la	 posibilidad	 de	 ejercer	 diferentes	 roles	 y	 desarrollar
habilidades	 sociales	 básicas,	 como	 el	 manejo	 de	 conflictos,	 la	 coordinación	 de	 tareas,	 el
respeto	 por	 el	 trabajo	 del	 otro,	 la	 tolerancia	 frente	 a	 posiciones	 diferentes	 a	 la	 suya.	 Las
actividades	 de	 estos	 grupos	 son	 un	 eficaz	 medio	 de	 socialización,	 por	 dos	 motivos
importantes:	 i)	 Exigen	 a	 sus	 participantes	 el	 desarrollo	 de	 habilidades	 que	 les	 serán
indispensables	para	resolver	los	problemas	de	relación	que	se	presentan	en	la	vida	cotidiana
(aprenden	a	intercambiar	puntos	de	vista,	escuchar	las	opiniones	de	los	otros	y	tomarlas	en
cuenta,	 actuar	 conjunta	 y	 cooperativamente,	 discutir,	 defender	 la	 posición	 propia,	 tomar
decisiones,	etc.).	ii)	Por	tratarse	de	grupos	conformados	por	pares,	se	disfrutan	por	sí	mismos,
los	 errores	 no	 son	 sancionados	 de	 manera	 severa	 y	 ponen	 en	 funcionamiento	 técnicas	 de
interacción	 que	 el	 niño	 utilizará	 durante	 el	 resto	 de	 su	 vida.	 El	 maestro	 puede	 manipular
estos	grupos	para	aumentar	las	oportunidades	de	aprendizaje	y	facilitar	la	interacción	social.
En	tercer	lugar,	la	actuación	del	personal	de	la	escuela	provee	al	niño	de	nuevos	modelos	de
rol:	maestro,	director,	preceptor,	etc.	La	influencia	de	estos	actores	sobre	el	niño	se	ejerce	de
diferentes	formas	y	abarca	un	amplio	espectro	de	conductas,	que	pueden	ir	desde	el	modo	de
hablar	 y	 vestir,	 hasta	 la	 formación	 de	 valores	 y	 creencias	 básicas.	 En	 la	 relación	 maestro-
alumno	tienen	importancia	muchos	factores:	el	interés	que	demuestra	el	maestro	por	el	niño,
sus	cualidades	generales	de	liderazgo,	la	manera	con	que	explota	las	oportunidades	que	su
posición	 le	 brinda	 para	 exigir	 respeto	 y	 obediencia,	 etc.	 El	 maestro	 se	 constituye	 con
frecuencia,	sobre	todo	durante	los	primeros	años	de	escolaridad,	en	‘otro	significante’	para	el
niño,	con	todo	lo	que	esto	implica	desde	el	punto	de	vista	de	su	desarrollo	como	ser	social.
Otra	forma	mediante	la	cual	la	escuela	transmite	modelos	de	rol	es	a	través	de	los	contenidos
del	programa	oficial.	Es	el	caso	de	los	héroes	nacionales,	los	próceres	de	la	patria	o	cualquier
otro	personaje	que	se	presente	al	niño	como	dotado	de	cualidades	especiales	y	que	son	dignas
de	ser	imitadas.	Su	influencia	en	tanto	modelos	depende	de	muchos	factores:	la	concepción
que	 el	 propio	 maestro	 tiene	 acerca	 de	 esos	 personajes,	 la	 coherencia	 que	 haya	 entre	 los
valores	y	cualidades	que	ellos	encarnan	y	los	correspondientes	a	otros	modelos	de	rol	que
otros	agentes	de	socialización	presentan	al	niño,	como	pueden	ser	los	héroes	y	personajes	que
aparecen	en	los	medios	de	comunicación	de	masas.
En	cuarto	lugar,	la	escuela	utiliza	una	amplia	gama	de	recompensas	y	castigos	para	reforzar
la	conducta	apropiada.	Es	allí	donde	el	niño	se	enfrenta	por	primera	vez	con	sanciones	de
carácter	formal.	Las	calificaciones	que	coloca	el	maestro,	la	promoción	de	grado,	los	llamados
de	atención	en	el	‘cuaderno	de	disciplina’,	la	privación	del	recreo	cuando	se	comete	alguna
falta,	 las	 notificaciones	 a	 los	 padres,	 etc.,	 ponen	 al	 niño	 en	 contacto	 con	 un	 conjunto	 de
disposiciones	formales,	de	carácter	impersonal,	que	lo	preparan	para	comprender	después	la
operación	 de	 mecanismos	 de	 igual	 carácter	 en	 la	 sociedad	 más	 amplia	 y	 en	 las	 diferentes
organizaciones	sociales	en	las	que	participará	necesariamente	en	el	futuro.
En	síntesis,	la	importancia	de	la	escuela	es	fundamental	para	la	vida	social	del	individuo,	no
sólo	porque	le	proporciona	conocimientos	y	competencias	técnicas,	sino	también	porque	en
ella	adquiere	elementos	reguladores	de	su	conducta	(hábitos	de	comportamiento,	actitudes,
valores,	etc.)	que	le	resultan	imprescindibles	para	desempeñarse	en	la	sociedad.	Quienes	no
tienen	 acceso	 a	 la	 escuela	 enfrentan	 la	 doble	 dificultad	 de	 carecer,	 por	 una	 parte,	 de	 las
competencias	 específicas	 que	 exige	 la	 división	 del	 trabajo,	 y	 por	 otra,	 de	 las	 habilidades
sociales	indispensables	para	interactuar	con	otros	de	manera	satisfactoria.
La	transmisión	de	los	dos	tipos	de	contenidos,	cognitivos	o	instruccionales,	y	regulativos	de	la
conducta,	se	lleva	a	cabo	en	un	contexto	concreto,	donde	importan	los	valores	y	las	actitudes
de	 las	 personas	 involucradas,	 y	 no	 solamente	 el	 programa	 oficial	 que	 está	 previsto
desarrollar.	 Cada	 uno	 de	 los	 miembros	 de	 la	 escuela	 pertenece	 a	 un	 estrato	 social
determinado,	 tiene	 sus	 propias	 creencias,	 valores,	 actitudes,	 etc.,	 en	 definitiva,	 posee	 una
‘visión	 del	 mundo’,	 o	 una	 ‘ideología’	 como	 prefieren	 decir	 otros,	 un	 ‘habitus’,	 que	 se
manifiesta	de	manera	espontánea	e	involuntaria	en	todos	sus	comportamientos.	Este	hecho
hace	que	la	transmisión	del	programa	escolar	no	se	lleve	a	cabo	del	mismo	modo	en	todos	las
escuelas	y	que	cada	una	de	ellas	constituya	una	unidad	particular,	con	características	propias.
La	forma	que	adquiere	el	proceso	de	socialización	de	los	niños	depende,	obviamente,	de	esas
características.	Por	lo	tanto,	desde	el	punto	de	vista	del	desarrollo	intelectual	y	social	del	niño
no	sólo	importa	la	escuela	en	sí	misma,	sino	la	escuela	concreta	a	la	cual	éste	asiste.
5.3.	La	iglesia
Las	 instituciones	 religiosas,	 como	 dicen	 Dubet	 y	 Martucelli	 (2000),	 apuntan	 a	 transformar
dogmas	 y	 principios	 morales	 en	 un	 conjunto	 de	 prácticas	 sociales	 y	 de	 disposiciones
subjetivas,	 de	 creencias	 y	 de	 fe.	 El	 objetivo	 es	 ‘fabricar’	 individuos	 que,	 compartiendo	 un
conjunto	 de	 verdades	 reveladas,	 y	 conforme	 a	 una	 serie	 de	 mandamientos,	 ritos	 y	 reglas
administradas	por	un	personal	especialmente	formado	y	autorizado	para	ello,	se	comporten
de	 determinada	 manera,	 de	 modo	 tal	 que	 puedan	 ser	 identificados	 como	 pertenecientes	 a
una	 comunidad	 que	 profesa	 una	 creencia	 o	 un	 credo	 común.	 Durkheim	 (1982a)	 ilustró	 de
manera	magistral	la	eficacia	socializadora	de	la	orden	de	los	jesuitas,	en	una	época	en	que	se
imponía	la	necesidad	de	contrarrestar	la	influencia	que	la	reforma	protestante	tenía	sobre	la
juventud	y	de	recuperar	para	la	iglesia	católica	el	lugar	que	aquélla	le	disputaba.
Hoy	las	cosas	han	cambiado	radicalmente	para	todas	las	iglesias.	El	papel	socializador	de	las
instituciones	 religiosas,	 y	 de	 la	 iglesia	 católica	 en	 particular,	 se	 ha	 desdibujado	 de	 manera
notable.	A	ello	ha	contribuido,	en	gran	medida,	el	proceso	de	secularización	propio	de	las
sociedades	contemporáneas.
La	secularización	designa,	fundamentalmente,	la	declinación	de	las	concepciones	del	mundo
que	 ven	 a	 los	 hechos	 naturales,	 sociales	 o	 de	 la	 vida	 personal	 de	 los	 individuos,	 como	 un
resultado	 de	 la	 intervención	 divina	 o	 de	 la	 acción	 de	 poderes	 sobrenaturales	 (Dubet	 y
Martucelli,	2000).	El	proceso	de	secularización	trajo,	entre	otras	consecuencias,	una	suerte	de
separación	entre	la	fe	y	la	conciencia,	y	una	mayor	autonomía	de	ésta	con	respecto	a	aquélla.
En	 una	 sociedad	 secularizada,	 el	 creyente	 tiende	 a	 orientar	 su	 conducta	 según	 su	 juicio
personal	y	no	en	base	a	los	mandamientos	de	la	iglesia	a	la	cual	pertenece.	Esto	ha	llevado	a
que	ésta	pierda	gran	parte	de	su	poder	en	la	definición	de	algunos	comportamientos,	sobre
todo	de	aquellos	que	implican	un	fuerte	compromiso	con	principios	morales,	como	son	el
control	 de	 la	 natalidad,	 la	 continuidad	 del	 matrimonio,	 la	 interrupción	 del	 embarazo,	 la
eutanasia,	 etc.	 Por	 su	 parte,	 la	 iglesia	 ha	 tenido	 que	 adaptarse	 a	 las	 características	 de	 la
sociedad	y	el	rol	de	los	sacerdotes	se	ha	vuelto	más	laico.	Lo	anterior,	unido	a	la	crisis	que	se
observa	en	las	vocaciones	religiosas,	ha	despojado	a	la	iglesia	de	aquellas	condiciones	que,	en
algún	momento,	la	constituyeron	en	un	eficaz	agente	de	socialización:	su	organización	y	su
influencia.	Esto	es	particularmente	válido	para	el	caso	de	la	iglesia	católica,	una	institución
cuya	 influencia	 en	 nuestra	 sociedad	 ha	 sido,	 y	 sigue	 siendo	 en	 alguna	 medida,
preponderante.
Hay	que	tener	en	cuenta,	además,	que	la	asistencia	regular	a	los	oficios	del	culto	por	parte	de
quienes	admiten	profesar	una	determinada	religión	se	ha	reducido	considerablemente.	Por
otro	lado,	la	catequesis	no	parece	constituir	una	preocupación	para	gran	parte	de	las	familias,
aun	 de	 aquellas	 que	 se	 identifican	 con	 algún	 credo	 religioso.	 En	 general,	 los	 padres	 que
envían	a	sus	hijos	a	colegios	confesionales	fundan	su	decisión	en	razones	que	no	tienen	que
ver	con	su	religión,	ni	con	la	voluntad	de	educar	a	sus	hijos	en	la	fe.	La	elección	de	este	tipo
de	escuelas	responde,	más	bien,	a	una	valoración	de	ciertas	cualidades	de	la	escuela,	tales
como,	la	calidad	de	la	enseñanza	que	imparte,	las	oportunidades	de	aprendizaje	que	ofrece,
el	equipamiento	que	posee,	el	tipo	de	normas	que	rigen	la	convivencia,	etc.	Menos	declarado
de	manera	explícita,	pero	igualmente	efectivo	como	criterio	para	la	elección	de	la	escuela,	es
la	 extracción	 social	 de	 los	 alumnos	 que	 recibe	 la	 institución.	 Los	 padres	 que	 tienen	 la
posibilidad	de	elegir	la	escuela	de	su	preferencia	atienden	no	sólo	al	capital	cultural	que	ésta
brinda	a	sus	hijos,	sino	también	al	capital	social	que	pueden	adquirir	en	ella.	El	hecho	de	que
la	escuela	sea	confesional	suele	ser	totalmente	secundario	para	estos	padres.
5.4.	El	grupo	de	amigos
Por	definición,	los	grupos	de	pares	son	grupos	formados	por	personas	de	aproximadamente
la	 misma	 edad,	 que	 comparten	 actitudes	 similares	 frente	 a	 los	 adultos	 y	 las	 figuras	 de
autoridad,	y	poseen	un	status	social	semejante.	Cuando	el	niño	es	pequeño,	la	integración	de
los	grupos	de	pares	está	muy	ligada	a	las	relaciones	de	sus	padres;	más	tarde	estos	grupos	se
forman	 casi	 accidentalmente,	 en	 torno	 a	 circunstancias	 de	 interacción	 que	 se	 generan	 en
diferentes	 contextos:	 la	 escuela,	 el	 barrio,	 el	 club,	 etc.	 Pero	 poco	 a	 poco	 se	 vuelven	 más
selectivos	 en	 función	 de	 determinadas	 condiciones:	 intereses,	 actividades,	 afinidades
personales,	etc.
La	estructura	de	los	grupos	de	pares	no	puede	compararse	con	la	estructura	de	ninguna	de
las	 otras	 agencias	 de	 socialización.	 Son	 grupos	 que	 carecen	 de	 organización	 formal	 y	 de
funciones	manifiestas	fijadas	desde	fuera.	Tienen	carácter	temporario	y	están	centrados	en
intereses	inmediatos.	Crean	sus	propias	pautas	culturales,	que	difieren	según	el	sexo/género,
la	edad	y	el	estrato	social	al	que	pertenecen	los	miembros	del	grupo.	Pueden	llegar	incluso	a
desarrollar	formas	de	comunicación	lingüística	que	resultan	incomprensibles	para	los	que	no
son	miembros	del	grupo.
Los	 integrantes	 de	 un	 grupo	 de	 pares	 no	 participan	 en	 forma	 exclusiva	 de	 un	 solo	 grupo,
pueden	hacerlo	en	varios	a	la	vez.	La	importancia	que	tiene	cada	uno	de	estos	grupos	para	el
individuo	 varía	 según	 la	 edad.	 Durante	 la	 adolescencia	 constituyen	 el	 agente	 de	 mayor
influencia	sobre	el	comportamiento	individual.	Gran	parte	de	la	orientación	del	adolescente
hacia	 el	 futuro,	 la	 valoración	 que	 hace	 del	 mundo	 de	 los	 adultos,	 sus	 actitudes	 hacia	 los
valores,	las	metas	y	las	normas	de	la	familia	y	de	la	escuela,	las	relaciones	con	sus	padres	y
hermanos,	etc.,	están	condicionadas	por	el	grupo,	o	los	grupos	de	amigos.
Son	precisamente	las	características	estructurales	que	acabamos	de	mencionar	las	que	hacen
del	 grupo	 de	 pares	 un	 eficaz	 agente	 de	 socialización.	 En	 ellos	 el	 individuo	 desarrolla	 una
serie	 de	 aprendizajes	 que	 solamente	 puede	 tener	 allí.	 Veamos	 algunos	 que	 resultan
particularmente	relevantes	desde	el	punto	de	vista	de	la	integración	en	la	vida	social.
	 Experiencia	 de	 relaciones	 igualitarias.	 En	 la	 familia	 esto	 no	 es	 posible	 (es	 hermano/a
mayor	o	menor,	hijo/hija,	etc.).	En	el	grupo	de	pares	el	individuo	es	un	‘igual’;	ejerce	los
mismos	roles	que	los	otros,	eventualmente	puede	llegar	a	tener	cierto	liderazgo,	pero	no
pierde	su	rango	de	‘igual’.
	Pautas	de	conductas	relacionadas	con	el	sexo/género,	las	modas	(vestimenta,	bailes,	etc.)
y	las	formas	de	utilización	del	tiempo	libre.	Con	frecuencia	estas	pautas	enfrentan	a	las
de	la	familia	y	también	a	las	de	la	escuela,	sobre	todo	durante	la	adolescencia.
	Otros	modelos	de	rol	y	nuevos	lazos	emocionales.	Como	en	el	caso	anterior,	los	valores	y
actitudes	 que	 representan	 estos	 nuevos	 modelos,	 no	 coinciden	 siempre	 con	 los	 que
sostienen	 la	 familia	 o	 la	 escuela.	 Es	 frecuente	 que	 los	 ‘ídolos’	 de	 los	 adolescentes
produzcan	 una	 reacción	 francamente	 negativa	 en	 sus	 padres	 y	 representen	 los	 valores
opuestos	a	los	que	encarnan	los	sujetos	ejemplares	que	presenta	la	escuela.
	 La	 búsqueda	 de	 status	 se	 aprende	 generalmente	 en	 el	 grupo	 de	 pares.	 Mediante	 la
utilización	de	ciertos	símbolos	de	status	(autos,	motos,	tipo	de	ropa,	maneras	de	vestirse,
concurrencia	 a	 determinados	 lugares,	 etc.)	 se	 logra	 un	 ‘lugar’	 en	 el	 grupo.	 Estas
habilidades	sociales	se	transfieren	luego	a	otras	situaciones	de	la	vida	social	y	facilitan	al
individuo	el	desempeño	en	ellas.
Gracias	a	las	oportunidades	de	aprendizaje	que	proporciona	la	participación	en	los	grupos	de
pares,	 el	 individuo	 se	 convierte	 en	 una	 persona	 social	 más	 compleja,	 más	 ‘madura’
socialmente,	 es	 decir,	 con	 mayor	 cantidad	 de	 ‘herramientas’	 a	 su	 disposición	 para
desenvolverse	 en	 la	 vida	 social,	 lo	 cual	 le	 permite	 independizarse	 paulatinamente	 de	 su
familia.	 Al	 verse	 expuesto	 a	 los	 valores	 y	 experiencias	 propias	 de	 otras	 familias,	 puede
comparar	diferentes	modos	de	ver	y	hacer	las	cosas,	y	comienza	a	considerar	el	mundo	desde
distintos	puntos	de	vista.	Al	mismo	tiempo,	junto	a	su	mayor	independencia,	el	individuo
adquiere	más	seguridad,	ya	que	es	capaz	de	enfrentar	con	éxito	diferentes	situaciones	gracias
a	los	‘recursos’	adquiridos	en	la	interacción	con	personas	socializadas	en	contextos	diferentes
al	suyo.
Los	grupos	de	pares	son	muy	efectivos	como	agencias	de	socialización.	Por	una	parte,	dada	la
natural	tendencia	que	tiene	el	individuo	a	adecuarse	a	las	exigencias	de	sus	pares,	los	grupos
de	pares	logran	fácilmente	que	sus	miembros	internalicen	las	pautas	y	formas	de	conducta
definidas	como	válidas.	Y	por	otra,	las	sanciones	que	aplica	el	grupo	para	fijar	la	conducta
apropiada	 son	 particularmente	 efectivas,	 debido	 al	 significado	 que	 tiene	 para	 el	 individuo
el/los	grupo/s	que	integra.
5.5.	Los	medios	de	comunicación	de	masas
Los	medios	de	comunicación	de	masas	comprenden	al	conjunto	de	instrumentos	mediante
los	 cuales	 se	 puede	 transmitir	 información	 de	 forma	 simultánea	 e	 impersonal	 a	 un	 gran
número	de	individuos	(Macionis	y	Plummer,	2000).	Los	avances	tecnológicos	dieron	lugar	en
los	últimos	tiempos	a	una	verdadera	revolución	en	las	comunicaciones.	Esto	determinó	que
los	medios	de	comunicación	de	masas	ocuparan	un	lugar	cada	vez	más	importante	en	la	vida
de	las	personas	y	de	la	sociedad	en	su	conjunto;	prácticamente	nadie	se	puede	sustraer	a	su
influencia.	Ellos	se	interponen	entre	el	sujeto	y	el	mundo	de	la	experiencia	situado	más	allá
de	la	percepción	y	el	contacto	directos;	interfieren	las	relaciones	familiares;	y	finalmente,	el
contenido	de	los	programas	que	ofrecen,	cualquiera	sea	la	naturaleza	de	éstos,	transmite	una
serie	de	conocimientos,	valores	y	actitudes	que	conforman,	en	gran	parte,	las	relaciones	del
individuo	con	las	personas,	los	objetos,	las	organizaciones	sociales	y	los	acontecimientos	de	su
vida	cotidiana.	Todo	esto	otorga	a	los	medios	un	enorme	poder,	al	punto	que	su	control	se	ha
convertido	en	un	objetivo	fundamental	de	los	poderes	del	Estado,	los	partidos	políticos,	los
grupos	económicos,	las	organizaciones	sociales,	etc.
Los	rasgos	propios	de	los	medios	de	comunicación	masiva	hacen	que	su	acción	socializadora
esté	sujeta	a	condiciones	particulares	y	que	su	efecto	real	sobre	la	conducta	del	individuo	sea
muy	difícil	de	determinar.	Entre	esos	rasgos	se	destacan	los	siguientes:
	se	dirigen	a	públicos	amplios,	socialmente	heterogéneos	y	espacialmente	dispersos	que,
por	lo	general,	se	exponen	voluntariamente	a	su	acción;
	el	contenido	de	la	comunicación	está	abierto	a	todos	y	su	distribución	es	relativamente
inestructurada	e	informal;
	 la	 relación	 que	 se	 establece	 entre	 el	 emisor	 y	 el	 receptor	 del	 mensaje	 es	 totalmente
impersonal,	ya	que	el	emisor	se	dirige	a	un	público	anónimo	y	la	comunicación	fluye	en
una	sola	dirección;
	están	vinculados	a	la	industria	y	su	mercado,	puesto	que	dependen	de	éste	tanto	desde	el
punto	de	vista	tecnológico	como	financiero.
La	 actividad	 fundamental	 de	 los	 medios	 de	 comunicación	 de	 masas	 es	 la	 producción	 de
mensajes	que	luego	son	distribuidos	entre	el	público	o	la	audiencia.	Los	medios	proporcionan
conocimientos	en	el	más	amplio	sentido	del	término,	es	decir,	como	un	conjunto	de	símbolos
que	dan	significado	al	mundo	de	la	experiencia	cotidiana,	conforman	nuestra	percepción	de
ese	mundo	y	se	suman	al	cuerpo	de	conocimientos	disponible.	Simultáneamente,	y	también
en	 sentido	 amplio,	 proporcionan	 normas	 de	 conducta,	 entendidas	 éstas	 como	 pautas	 de
comportamiento,	valores	e	ideales	destinados	a	regular	la	conducta	individual	y	conformar
determinadas	actitudes.	Nunca	el	mensaje	es	neutro;	basta	con	comparar	la	información	que
sobre	 un	 mismo	 tema	 dan	 dos	 periódicos	 con	 diferente	 orientación	 ideológica	 o	 filiación
política,	 para	 advertir	 la	 forma	 en	 que	 aquella	 puede	 ser	 manipulada,	 tergiversada	 o
simplemente	ignorada.
Se	podrían	multiplicar	al	infinito	ejemplos	que	dan	cuenta	de	la	forma	en	que	los	medios	de
comunicación	de	masas,	a	veces	de	manera	explícita,	otras	en	forma	sutil	y	solapada,	ponen	a
nuestra	disposición	historias,	modos	de	vida,	tipos	sociales,	etc.,	completamente	alejados	(o
muy	cercanos)	de	nuestra	experiencia	directa	e	inmediata,	al	tiempo	que	condicionan	nuestra
percepción	 de	 esos	 hechos	 y	 desarrollan	 ciertos	 valores	 y	 actitudes.	 A	 diferencia	 de	 otros
agentes	 de	 socialización,	 los	 medios	 llevan	 a	 cabo	 su	 acción	 socializadora	 sin	 recurrir	 a
premios	o	castigos,	y	con	total	prescindencia	de	la	relación	interpersonal	directa.	A	pesar	de
que	nadie	pone	en	duda	esa	acción,	no	se	sabe	con	certeza	cuán	efectivos	son	para	canalizar
la	 conducta	 individual	 en	 una	 dirección	 determinada.	 Con	 frecuencia	 se	 ha	 caído	 en	 el
simplismo	 de	 hacerlos	 responsable	 de	 cuanta	 degradación	 moral	 existe	 en	 la	 sociedad.	 En
otros	casos,	y	con	igual	ingenuidad,	se	les	atribuyen	méritos	que	no	se	puede	comprobar	si
tienen.
Las	 razones	 que	 hacen	 difícil	 conocer	 cuál	 es	 el	 verdadero	 efecto	 los	 medios	 masivos	 de
comunicación	 sobre	 las	 cuestiones	 fundamentales	 de	 la	 conducta	 humana	 derivan,
primordialmente,	de	los	elementos	involucrados	en	la	comunicación	de	masas:	el	receptor,	el
medio	y	el	emisor.	Todos	ellos	actúan	en	situaciones	complejas,	en	las	que	una	multiplicidad
de	variables	están	condicionando	los	comportamientos	de	cada	uno,	que	resulta	imposible
controlar	en	la	investigación	empírica.
El	receptor,	además	de	poseer	él	mismo	un	conjunto	de	valores,	creencias,	necesidades,	etc.,
es	 un	 individuo	 que	 no	 actúa	 aisladamente,	 sino	 que	 forma	 parte	 de	 diferentes	 grupos
sociales,	tiene	una	posición	social	determinada	y	está	dotado	de	una	personalidad	psicológica
que	define	su	comportamiento.	Por	lo	tanto,	su	percepción	del	mensaje	que	transmiten	los
medios	es	absolutamente	selectiva.	Un	mismo	mensaje	es	recibido	de	manera	diferente	por
los	distintos	receptores.	Por	otra	parte,	ocurre	que	la	recepción	del	mensaje	se	produce	en	un
contexto	 social	 global	 concreto,	 con	 características	 definidas,	 que	 inevitablemente	 también
incide	en	esa	recepción.	Un	mismo	mensaje	es	recibido	de	manera	diferente	si	la	sociedad
está	atravesando	una	situación	de	crisis,	que	si	pasa	por	un	momento	de	relativa	estabilidad	y
bonanza.
El	medio,	por	su	parte,	constituye	una	influencia	más	entre	otras,	dentro	de	una	situación
total.	Es	prácticamente	imposible	definir	los	límites	de	cada	una	de	estas	influencias.	Es	fácil
saber	quién	compra	un	detergente	porque	se	lo	sugirió	una	propaganda	por	la	TV,	pero	no	es
tan	 sencillo	 averiguar	 en	 qué	 medida	 la	 actitud	 de	 un	 individuo	 frente	 a	 las	 relaciones
homosexuales,	por	ejemplo,	está	determinada	por	los	mensajes	televisivos,	o	es	el	resultado
de	sus	creencias	religiosas,	sus	propias	experiencias	sexuales,	las	opiniones	de	sus	pares,	sus
rasgos	psicológicos,	u	otro	tipo	de	factores.
El	emisor,	a	su	vez,	es	una	persona,	o	conjunto	de	personas	en	una	organización,	ubicada	en
una	 red	 de	 relaciones	 sociales,	 cuyo	 comportamiento	 está	 sujeto,	 también,	 a	 una
multiplicidad	 de	 influencias,	 y	 que	 selecciona	 y	 envía	 los	 mensajes	 de	 acuerdo	 con	 las
expectativas	y	respuestas	de	otros	grupos	y	de	otras	personas.
Todas	estas	condiciones	sugieren	que	la	tendencia	a	sobreestimar	la	influencia	de	los	medios
sobre	 la	 conducta	 (cosa	 bastante	 frecuente	 entre	 los	 maestros)	 carece	 de	 fundamento
empírico.	Esto	no	significa	que	dicha	influencia	no	tenga	importancia,	la	tiene,	y	se	podría
decir	a	título	de	hipótesis,	que	ella	es	cada	mayor.
6.	La	desinstitucionalización	de	la	sociedad	contemporánea
Una	 de	 las	 características	 de	 la	 modernidad	 fue	 lograr	 que	 las	 agencias	 tradicionales	 de
socialización	 (escuela,	 familia,	 iglesia),	 constituidas	 como	 verdaderas	 instituciones	 sociales,
fueran	eficaces	en	su	tarea	de	traducir	los	valores	en	normas	y	éstas	en	conductas.	Dicho	en
otros	 términos,	 estas	 instituciones	 podían	 ‘fabricar’	 individuos	 capaces	 de	 incorporar	 las
demandas	de	la	sociedad	(en	el	sentido	de	‘hacerlas	cuerpo’),	es	decir,	de	hacerlas	suyas,	de
convertirlas	en	parte	de	su	personalidad,	de	modo	tal	que	cada	uno	orientara	su	conducta
conforme	a	ellas.	Esto	permitió	a	la	sociedad	moderna	constituirse	en	un	todo	ordenado	y
coherente	 y	 producir	 individuos	 que	 pudieran	 actuar	 de	 manera	 autónoma	 y,	 a	 la	 vez,
conforme	 al	 sistema	 (Dubet	 y	 Martucelli,	 2000).	 Sobre	 esta	 base,	 la	 sociología	 clásica
construyó	una	imagen	de	la	sociedad	moderna	y	asignó	a	esas	tres	instituciones	el	papel	de
producir	 y	 reproducir	 de	 manera	 continua	 esa	 sociedad.	 El	 análisis	 del	 proceso	 de
socialización	que	hicimos	en	un	punto	anterior	responde	a	esta	representación	de	la	sociedad.
Hoy	asistimos	a	lo	que	Dubet	y	Martucelli	(2000)	describen	como	desinstitucionalización	de
la	sociedad.	La	sociedad	actual	se	provee	cada	vez	menos	de	individuos	que	responden	a	un
modelo	institucional,	es	decir,	a	un	conjunto	de	valores	relativamente	homogéneos	que	se
traducen	 en	 normas	 y	 en	 conductas.	 La	 escuela,	 la	 familia	 y	 la	 iglesia,	 al	 margen	 de	 las
particularidades	 que	 las	 caracterizan	 y	 la	 forma	 en	 que	 responden	 a	 los	 cambios	 de	 la
sociedad,	 tienen	 algunos	 puntos	 en	 común	 relacionados	 con	 este	 proceso	 de
desinstitucionalización.	 Según	 los	 autores	 citados,	 a	 la	 escuela	 se	 le	 exige	 que	 alcance
finalidades	diferentes,	a	veces	contradictorias;	la	familia	nuclear	ya	no	puede	armonizar	los
roles	 y	 los	 sentimientos	 con	 base	 en	 un	 conjunto	 de	 valores	 homogéneos	 y	 la
complementariedad	de	los	roles	del	hombre	y	la	mujer;	la	iglesia,	por	su	parte,	asiste	a	una
separación	 entre	 el	 dogma	 y	 la	 fe,	 y	 se	 ve	 confrontada	 con	 el	 distanciamiento	 entre	 las
experiencias	religiosas	y	la	adhesión	a	una	moral	común.	Las	tres	instituciones	han	perdido	el
monopolio	 en	 el	 proceso	 de	 socialización	 y	 su	 influencia	 se	 ha	 restringido	 de	 manera
considerable,	 aun	 cuando,	 al	 menos	 en	 el	 caso	 de	 la	 escuela,	 los	 individuos	 experimentan
cada	vez	mayor	necesidad	de	ella	pues	se	ha	vuelto	imprescindible	para	ingresar	al	mundo
del	trabajo.
“Todas	las	instituciones	perdieron	lo	que	constituía	su	‘esencia’:	su	identificación	con	principios	generales	y	su	capacidad
de	socializar	los	individuos	en	esos	principios.	La	diversificación	de	estos	últimos,	y	el	debilitamiento	de	los	monopolios,
indujeron	un	vuelco	que	todas	las	teorías	sociológicas	de	la	acción	han	subrayado.	La	producción	de	normas	se	ubicó	del
lado	de	la	subjetividad	y	de	la	experiencia	de	los	individuos.	El	esquema	se	ha	dado	vuelta	de	la	‘cima’	hacia	‘abajo’.	La
reflexividad,	la	distancia	consigo	mismo,	la	percepción	de	los	intereses,	la	construcción	de	identidades	se	transformaron
en	los	principios	reguladores	de	la	acción.	Los	procedimientos	de	ajuste	de	las	conductas	son	una	actividad	social,	y	no	ya
un	dato	‘natural’	de	la	organización	a	través	de	su	sistema	de	roles”14.
Los	cambios	operados	en	la	sociedad,	producto	de	múltiples	factores,	entre	los	que	se	cuentan
la	imposición	de	valores	propios	de	la	modernidad	(el	individualismo,	el	racionalismo	y	el
secularismo,	 fundamentalmente),	 y	 los	 avances	 científicos	 y	 tecnológicos,	 nos	 obligan	 a
pensar	de	una	manera	diferente	el	papel	de	la	escuela,	la	familia	y	la	iglesia.	Se	requiere,	por
ende,	tomar	en	cuenta	otros	elementos	en	la	‘fabricación’	de	los	individuos,	o	en	el	proceso
de	‘construcción	de	la	subjetividad’,	si	se	quiere	utilizar	un	concepto	más	nuevo.
En	lo	que	respecta	a	la	escuela,	una	institución	que	fue	el	instrumento	por	excelencia	para	la
difusión	 e	 imposición	 de	 las	 pautas	 propias	 de	 la	 modernidad	 y	 la	 consolidación	 de	 los
estados	nacionales,	podemos	decir	que	ha	perdido	hoy	gran	parte	de	las	condiciones	que	le
permitieron	 constituirse	 en	 una	 eficaz	 agencia	 de	 socialización	 cultural	 y	 política.	 Dichas
condiciones	 tienen	 que	 ver	 tanto	 con	 las	 características	 propias	 de	 la	 escuela	 como	 con	 el
contexto	en	el	cual	ella	funciona.	Dubet	y	Martucelli	(1998)	describen	las	mutaciones	que	ha
sufrido	 la	 escuela	 y	 atribuyen	 este	 fenómeno,	 básicamente,	 a	 la	 masificación.	 La
obligatoriedad	 de	 la	 escolarización	 de	 los	 niños,	 que	 constituyó	 una	 de	 las	 estrategias
privilegiadas	de	los	estados	nacionales	para	asegurar	la	formación	moral	(laica)	y	política	de
los	 ciudadanos,	 provocó	 una	 demanda	 creciente	 de	 educación	 y	 con	 ello	 el	 crecimiento
constante	de	los	sistemas	educativos.	Esto	trajo	aparejado,	entre	otras	consecuencias,	que	las
escuelas	 dejaran	 de	 ser	 un	 lugar	 casi	 sagrado,	 consagrado	 a	 una	 función	 específica	 (cuya
legitimidad	nadie	ponía	en	duda),	donde	el	niño	estaba	protegido	de	las	amenazas	externas,
y	los	maestros,	dotados	de	verdadera	autoridad,	representaban	los	valores	del	sistema15.	La
masificación	altera	todas	estas	condiciones.	El	‘santuario’	es	invadido	por	los	problemas	de	la
sociedad,	que	irrumpen	en	él	de	la	mano	de	actores	sociales	provenientes	de	estratos	sociales
que	antes	quedaban	al	margen	de	la	escolaridad.	Las	finalidades	de	la	escuela	se	diversifican
y	 las	 exigencias	 para	 que	 la	 oferta	 escolar	 se	 adapte	 a	 las	 demandas	 de	 la	 sociedad	 se
multiplican.	La	autoridad	del	docente	es	desafiada	por	parte	de	los	alumnos,	ya	sea	porque
no	 comparten	 los	 valores	 y	 las	 normas	 que	 los	 maestros	 tratan	 de	 inculcar,	 o	 porque	 los
conocimientos	que	poseen,	y	su	conducta	en	general,	no	responden	a	las	expectativas	de	los
alumnos	y	sus	padres.
Por	otra	parte,	los	procesos	de	descentralización	de	la	educación	impulsados	en	los	últimos
tiempos	otorgan	una	mayor	autonomía	a	la	escuela.	Ésta	debe	hacerse	responsable	de	definir
y	 poner	 en	 marcha	 su	 propio	 proyecto	 institucional,	 lo	 cual	 trae	 aparejada	 una	 menor
regulación	 externa	 de	 las	 actividades	 de	 la	 escuela	 y	 una	 necesaria	 transformación	 de	 su
organización	interna.
En	síntesis,	como	sostienen	Dubet	y	Martucelli	(2000),	la	escuela	ya	no	es	una	institución,	en
el	sentido	de	una	formación	social	capaz	de	transformar	normas	y	valores	en	conductas,	y
éstas	en	personalidades	individuales.	Para	comprender	la	forma	en	que	opera	hoy	la	escuela
y	 las	 funciones	 que	 efectivamente	 cumple,	 debemos	 recurrir	 a	 nuevos	 modelos	 teóricos,
capaces	de	captar	la	dinámica	interna	de	una	formación	social	que	no	responde	ya	al	modelo
que	 planteaba	 la	 sociología	 clásica16
	 .	 Volveremos	 sobre	 este	 tema	 cuando	 abordemos	 el
problema	de	la	escuela	como	organización	social.
La	otra	institución	clave	en	el	proceso	de	socialización,	la	familia,	también	acusa	el	impacto
de	 los	 cambios	 de	 la	 sociedad	 y,	 en	 alguna	 medida,	 aunque	 sigue	 siendo	 insustituible,
enfrenta	 serios	 desafíos	 en	 el	 cumplimiento	 de	 las	 funciones	 que	 se	 le	 asignan.	 Por
desinstitucionalización	de	la	familia	Dubet	y	Martucelli	(2000)	entienden	el	vuelco	por	el	cual
las	 conductas	 de	 los	 actores	 se	 definen	 en	 menor	 medida	 por	 su	 conformidad	 a	 reglas
generales	que	por	la	construcción	de	experiencias	propias	en	las	que	intervienen	tanto	las
pasiones	 como	 los	 intereses.	 La	 familia	 no	 constituye	 más	 un	 sistema	 de	 roles,	 sino	 un
conjunto	de	experiencias	construidas	según	varias	lógicas,	un	arreglo	entre	individuos	que
combina	sentimientos,	lazos	tradicionales	e	intereses.
Por	último,	la	declinación	de	la	iglesia	como	institución	se	manifiesta	en	un	debilitamiento
de	su	organización	y	de	su	influencia	sobre	la	conducta	del	individuo.	Como	hemos	visto	en
párrafos	anteriores,	el	dogma	y	los	preceptos	de	la	iglesia	han	dejado	de	ser	los	principios	que
definen	 la	 acción	 de	 la	 mayoría	 de	 los	 que	 profesan	 una	 religión	 determinada.	 Los
fundamentalismos	religiosos	demandan	el	sometimiento	de	la	conducta	del	creyente	a	la	ley
divina,	 mientras	 que	 los	 movimientos	 renovadores	 en	 las	 diferentes	 iglesias	 apelan	 a	 una
vivencia	intensa	de	la	experiencia	religiosa	y	postulan	la	autonomía	de	la	conciencia	frente	a
los	mandatos	del	dogma.
En	suma,	desde	el	punto	de	vista	de	los	autores	citados,	el	concepto	de	institución	ya	no	sirve
para	 caracterizar	 a	 la	 escuela,	 la	 familia	 y	 la	 iglesia.	 Sería	 más	 conveniente	 hablar	 de
organizaciones.
“Cada	vez	más	frecuentemente	estas	organizaciones	son	definidas	por	políticas	que	se	esfuerzan	por	asegurar	la	cohesión
interna	 y	 responder	 a	 las	 presiones	 del	 ambiente.	 Se	 dedican	 a	 coordinar	 acciones,	 elaborar	 programas,	 negociar	 con
otras	organizaciones,	establecer	jerarquías	de	objetivos.	La	escuela	integra	poco	a	poco	modelos	de	administración,	fija
programas	y	objetivos,	ya	no	se	dedica	tanto	a	decretar	una	moral.	La	iglesia	aprende	a	convivir	con	la	diversificación	de
las	 prácticas	 religiosas,	 a	 responder	 a	 las	 demandas	 y	 a	 las	 presiones	 de	 los	 fieles	 que	 se	 organizan	 de	 una	 manera
autónoma.	La	familia,	que	está	reglamentada	por	un	derecho	que	trata	de	seguir	cada	vez	más	de	cerca	la	evolución	de
los	hábitos	y	las	situaciones,	también	se	define	a	través	de	políticas	sociales,	fiscales,	escolares,	y	de	los	diferentes	grupos
de	presión...	En	resumen,	estas	instituciones	que	son	organizaciones,	marcos	de	acción,	ofertas	de	servicios,	cumplieron
con	el	programa	de	la	modernidad,	el	programa	de	una	autoproducción	de	la	sociedad”17.
El	 proceso	 de	 desinstitucionalización	 de	 la	 sociedad	 tiene	 una	 consecuencia	 sociológica	 de
gran	 importancia:	 la	 integración	 de	 la	 sociedad	 no	 es	 más	 el	 resultado	 de	 un	 proceso	 de
socialización	 que	 asegura	 una	 coordinación	 general	 de	 las	 conductas.	 Según	 Van	 Haecht
(1999)	 nos	 encontramos	 hoy	 con	 “una	 socialización	 ‘hecha	 pedazos’,	 producto	 de	 la
unificación	 de	 las	 legitimaciones	 y	 de	 las	 legitimidades,	 a	 la	 imagen	 de	 la	 ‘cultura	 en
pedazos’	 que	 caracterizaría	 a	 nuestra	 sociedad.	 Los	 canales	 de	 socialización	 son
contradictorios,	 sea	 en	 tantos	 contextos	 institucionales	 (familia-escuelas-medios-mundo
económico)	que	se	contradicen	entre	sí,	como	en	el	seno	de	una	sola	institución	en	donde	los
modelos	propuestos	son	contradictorios”18.
1	En	sus	trabajos	más	recientes,	y	abordando	problemáticas	más	generales	de	la	teoría	sociológica,	Agulla	abandona	el	funcionalismo	y
adopta	un	enfoque	más	afín	las	orientaciones	interpretativas	y	la	hermenéutica.
2	Mannheim,	1966,	pág.	35.
3	Mannheim,	1966,	pág.	36.
4	Durkheim,	1966,	pág.	16-21.
5	Berger	y	Luckmann,	1968,	pág.	164.
6	Berger	y	Luckmann,	1968,	pág.	164-165.
7	Berger	y	Luckmann,	1968,	pág.	175.
8	Berger	y	Luckmann,	1968,	pág.	175.
9	Hay	una	segunda	acepción	del	término	institución	social.	Se	lo	usa,	generalmente,	para	designar	a	un	grupo	especial.	En	este	sentido	se
habla	de	la	familia,	la	escuela,	la	universidad	como	instituciones	sociales.	Aunque	ello	es	perfectamente	admisible,	es	conveniente,	sin
embargo,	distinguir	las	pautas	normativas,	de	las	formaciones	sociales	a	las	cuales	ellas	se	aplican.	Y	esto	por	dos	razones:	primero,	las
formaciones	sociales	pueden	no	adecuarse	a	la	norma	en	todos	los	aspectos,	es	decir,	el	comportamiento	de	los	miembros	puede
desviarse	de	la	norma	aceptada;	segundo,	porque	las	relaciones	en	una	formación	social	se	rigen	por	un	complejo	de	pautas	que	no	se
agotan	en	una	institución	(las	relaciones	familiares	se	rigen	por	pautas	que	exceden	las	de	la	institución	del	matrimonio,	por	ejemplo).
10	Berger	y	Luckmann,	1968,	pág.	82-83.
11	Berger	y	Luckmann,	1968,	pág.	122.
12	Van	Haecht	1999,	pág.	123.
13	En	La	miseria	del	mundo,	Bourdieu	(1999)	da	cuenta	de	los	problemas	que	plantea	la	convivencia	de	individuos	que	han	sido
socializados	de	acuerdo	a	pautas	muy	diferentes	y	las	dificultades	que	cada	uno	de	ellos	debe	enfrentar	en	su	lucha	cotidiana	por	la
supervivencia	en	un	contexto	social	signado	por	la	pobreza,	la	marginalidad	y	la	falta	de	oportunidades,	sobre	todo	para	los	más	jóvenes.
14	Dubet	y	Martucelli	,2000,	pág.	231
15	La	sociología	clásica,	con	Durkheim	a	la	cabeza,	cuando	analiza	la	educación	en	general,	y	la	escuela	en	particular,	equipara	a	la	escuela
con	la	iglesia	y	al	maestro	con	el	sacerdote.
16	Para	profundizar	sobre	la	crisis	de	la	escuela	como	institución	es	útil	la	lectura	de	Dubet	y	Martucelli	,	2000,	capítulo	6.
17	Dubet	y	Martucelli,	2000,	pág.	232
18	Van	Haecht,	1999,	pág.	122.
Capítulo	IV
Sociología	del	sistema	escolar
Hemos	visto	en	capítulos	anteriores	que	en	la	sociología	de	la	educación	se	distinguen	dos
áreas	 de	 interés	 claramente	 diferenciadas	 que	 corresponden,	 respectivamente,	 a	 la
macrosociología	de	la	educación	y	la	microsociología	de	la	educación.	La	primera	tiene	como
tema	central	el	análisis	del	sistema	escolar	y	sus	relaciones	con	la	sociedad	en	la	cual	está
inserto;	la	segunda	se	ocupa	de	los	procesos	de	interacción	que	tienen	lugar	en	el	aula	y	en	la
escuela,	 y	 todo	 lo	 que	 está	 involucrado	 en	 esos	 procesos.	 En	 el	 presente	 capítulo	 nos
ocuparemos	 de	 la	 primera,	 es	 decir,	 desarrollaremos	 lo	 que	 corresponde	 a	 la	 perspectiva
macrosociológica.
Por	cierto,	el	análisis	macro	sociológico	no	es	incompatible	con	el	análisis	micro;	se	trata	de
perspectivas	complementarias,	ambas	absolutamente	necesarias	para	alcanzar	una	verdadera
comprensión	del	fenómeno	educativo.	El	proceso	de	enseñanza-aprendizaje	que	tiene	lugar
en	 una	 clase	 escolar	 se	 produce	 en	 el	 contexto	 de	 una	 escuela	 y	 ésta	 no	 opera	 de	 manera
aislada,	sino	que	constituye	un	elemento	de	un	todo	mayor	que	es	el	sistema	escolar.	Gran
parte	 de	 lo	 que	 pasa	 en	 las	 aulas	 y	 las	 escuelas	 es	 un	 resultado	 de	 las	 disposiciones	 y
condiciones	que	emergen	del	sistema;	a	su	vez,	lo	que	ocurre	a	nivel	del	sistema,	siempre	está
relacionado	con	la	multiplicidad	de	procesos	que	tienen	lugar	en	las	escuelas	y	en	las	aulas.
Tanto	 cuando	 se	 adopta	 la	 perspectiva	 macro,	 como	 cuando	 se	 privilegia	 el	 análisis	 de	 lo
micro,	es	necesario	tener	en	cuenta	que	el	sistema	en	su	conjunto,	y	las	aulas	y	las	escuelas	en
particular,	sufren	el	impacto	de	una	serie	de	procesos	que	tienen	lugar	fuera	del	sistema,	es
decir,	en	la	sociedad.
Si,	como	sostiene	E.	de	Babini	(1991),	la	sociología	de	la	educación	es	el	estudio	científico	de
la	 educación	 como	 fenómeno	 y	 como	 proceso	 social	 en	 contextos	 sociales	 de	 diferente
amplitud,	en	la	perspectiva	macro	el	contexto	de	que	se	trata	es	el	contexto	societal,	o	sea,	la
sociedad	 global.	 Ello	 implica	 considerar	 al	 sistema	 educativo	 como	 un	 subsistema	 de	 la
sociedad,	 al	 que	 se	 le	 asignan	 determinadas	 funciones	 y	 que,	 inevitablemente,	 se	 ve
condicionado	 en	 su	 funcionamiento	 por	 los	 cambios	 y	 los	 procesos	 que	 tienen	 lugar	 en	 el
contexto	societal.	El	análisis	macro	se	interesa,	en	consecuencia,	por	las	relaciones	entre	el
sistema	escolar	y	la	estructura	económica,	la	estratificación	social,	la	organización	del	poder
político,	las	diferentes	instituciones	sociales	(familiares,	religiosas,	etc.),	otras	dimensiones	de
la	sociedad	(como	la	demográfica)	y	los	fenómenos	culturales,	básicamente	los	de	carácter
ideológico.
Obviamente,	no	es	posible	desarrollar	aquí	la	totalidad	de	estos	temas.	Nuestro	propósito	es
abordar	 de	 manera	 general	 solamente	 algunos	 de	 ellos.	 Antes	 de	 hacerlo,	 nos	 parece
importante	introducir	el	marco	conceptual	con	base	en	el	cual	realizaremos	dicho	abordaje.
1.	Conceptos	propios	del	análisis	de	sistemas
En	lo	que	sigue	desarrollaremos	un	conjunto	de	conceptos	imprescindibles	para	llevar	a	cabo
el	análisis	de	cualquier	sistema	educativo.	Se	trata	de	nociones	básicas	que	nos	permitirán
manejar	 un	 código	 común	 y,	 de	 esta	 manera,	 saber	 a	 qué	 nos	 estamos	 refiriendo	 cuando
hablamos	 del	 tema.	 Expondremos	 en	 primer	 lugar	 algunos	 de	 los	 conceptos	 generales	 del
análisis	 de	 sistema;	 definiremos	 luego	 lo	 que	 entendemos	 por	 sistema	 educativo,
analizaremos	sus	rasgos	distintivos	y	la	forma	en	que	se	desarrollaron,	para	concluir	con	una
breve	referencia	a	sus	relaciones	con	los	otros	subsistemas	sociales.
Antes	de	definir	lo	que	es	un	sistema	escolar,	necesitamos	hacer	una	aclaración	importante.
El	análisis	de	sistemas	es	un	tipo	de	análisis	científico,	en	el	campo	de	las	ciencias	sociales,
que	responde	a	supuestos	específicos	y	posee	un	marco	conceptual	propio1.	En	sociología	es
un	 enfoque	 afín	 a	 la	 tradición	 organicista	 y	 sirve	 a	 necesidades	 particulares.	 Por	 lo	 tanto,
resulta	 apto	 solamente	 cuando	 se	 quieren	 captar	 determinados	 aspectos	 de	 la	 realidad,
aquellos	que	aluden	a	una	totalidad	integrada	y	que	funciona	como	tal,	como	veremos	más
adelante.
Del	 conjunto	 de	 conceptos	 básicos	 del	 análisis	 de	 sistema	 tomaremos,	 por	 el	 momento,
solamente	 unos	 pocos,	 los	 más	 relevantes	 para	 nuestros	 propósitos:	 sistema,	 subsistema	 y
entorno2.	 Incorporaremos	 también	 dos	 conceptos	 afines	 a	 dicho	 análisis,	 que	 no	 son
específicos	de	él,	sino	del	enfoque	estructural-funcional	en	sociología:	el	de	estructura	y	el	de
función.
a)	Sistema	y	subsistema
El	concepto	de	sistema	alude	a	un	conjunto	de	elementos	que	están	mutuamente	integrados,
que	interactúan	entre	sí	y	son	interdependientes.	Estos	elementos	(o	partes	constitutivas	del
sistema)	 forman	 un	 todo	 con	 características	 propias	 que	 no	 surgen	 de	 la	 suma	 de	 esos
elementos,	sino	de	su	integración	y	adquieren	sentido	solamente	en	relación	con	el	todo	del
cual	 forman	 parte.	 Como	 las	 partes	 son	 interdependientes,	 cualquier	 modificación	 que	 se
produce	en	alguna	de	ellas,	provoca	inevitablemente	cambios	en	las	restantes	y	en	el	sistema
como	 un	 todo.	 Por	 lo	 tanto,	 integración,	 interdependencia	 e	 interacción	 son	 las	 condiciones
necesarias	para	que	un	conjunto	de	elementos	pueda	ser	considerado	como	un	sistema.
En	 el	 interior	 del	 sistema	 se	 llevan	 a	 cabo	 diferentes	 procesos,	 en	 los	 que	 participan	 los
distintos	elementos	que	conforman	el	sistema,	y	están	orientados	al	logro	de	determinados
resultados	 (outputs).	 Por	 ejemplo,	 en	 el	 sistema	 escolar,	 los	 alumnos	 son	 ‘procesados’	 de
alguna	manera	con	el	fin	de	lograr	ciertos	cambios	en	su	conducta;	estos	cambios	responden	a
los	objetivos	o	las	finalidades	asignadas	a	la	educación	por	la	política	educativa.	Resultados
de	ese	‘procesamiento’	son,	por	ejemplo,	individuos	que	dominan	la	lectura	y	la	escritura,
conocen	 la	 geografía	 del	 país,	 pueden	 resolver	 situaciones	 problemáticas,	 poseen	 las
competencias	necesarias	para	incorporarse	a	la	estructura	laboral,	aman	a	la	patria,	respetan
las	instituciones,	son	solidarios,	etc.,	etc.
Dentro	de	un	sistema	se	pueden	distinguir,	analíticamente,	subsistemas.	Los	subsistemas	son
conjuntos	 menores	 del	 sistema	 que	 están	 integrados	 a	 él.	 La	 distinción	 entre	 sistema	 y
subsistema	es	relativa.	Lo	que	desde	una	perspectiva	puede	considerarse	sistema,	desde	otra
puede	ser	un	subsistema.	Los	objetivos	que	se	propone	el	observador	determinan	los	límites
del	sistema	y	sus	subsistemas.	Por	ejemplo,	si	se	toma	al	sistema	educativo	argentino	como
sistema,	los	sistemas	educativos	provinciales	pueden	constituir	subsistemas	de	aquél;	si,	por
el	contrario,	se	toma	al	sistema	educativo	de	Córdoba	como	sistema,	la	educación	municipal
puede	 tratarse	 como	 un	 subsistema	 del	 sistema	 provincial.	 Los	 límites	 entre	 un	 sistema	 y
otro,	y	entre	los	subsistemas	de	un	mismo	sistema,	son	siempre	analíticos,	dependen,	como
decíamos	antes,	de	los	objetivos	de	quien	realiza	el	análisis.
Hemos	afirmado	antes	que	los	sistemas	educativos	son	sistemas	sociales.	Éstos,	a	diferencia
de	otro	tipo	de	sistemas,	son	abiertos,	mantienen	una	estrecha	y	permanente	vinculación	con
el	contexto	(o	entorno,	según	la	terminología	técnica	del	análisis	de	sistema)	en	el	que	están
insertos.	 Por	 lo	 tanto,	 están	 condicionados	 en	 su	 estructura	 y	 funcionamiento	 por	 dicho
contexto	y,	a	su	vez,	ejercen	sobre	éste	diversos	tipos	de	influencias.
b)	Entorno
Como	 vimos	 en	 el	 párrafo	 anterior,	 los	 sistemas	 sociales,	 y	 el	 educativo	 entre	 ellos,	 son
sistemas	abiertos,	por	lo	tanto,	ejercen	influencias	sobre	el	contexto	en	el	que	están	insertos	y
reciben,	a	su	vez,	las	influencias	de	éste.	El	concepto	de	entorno	designa,	precisamente,	ese
contexto;	 se	 define	 como	 el	 conjunto	 de	 elementos	 que,	 dentro	 de	 ciertos	 límites,
ejercen/reciben	tales	influencias.	La	definición	de	los	elementos	que	constituyen	el	entorno
del	 sistema	 es	 arbitraria,	 depende	 de	 los	 objetivos	 del	 análisis	 y,	 también,	 de	 la	 decisión
previa	 que	 el	 analista	 haya	 tomado	 acerca	 de	 los	 elementos	 que	 conforman	 el	 sistema	 en
cuestión.	 Considerar	 a	 la	 educación	 como	 un	 sistema	 implica	 verla	 como	 una	 totalidad
compuesta	 por	 elementos	 integrados,	 interdependientes	 e	 interrelacionados	 que	 funciona
dentro	 de	 un	 contexto	 más	 amplio	 (el	 ‘entorno’	 del	 sistema).	 Si	 nos	 situamos	 en	 la
perspectiva	de	la	sociedad	global,	se	puede	analizar	al	sistema	educativo	como	un	subsistema
dentro	 de	 ese	 sistema	 más	 amplio	 que	 es	 la	 sociedad,	 compuesto,	 a	 su	 vez,	 por	 otros
subsistemas	 (económico,	 político,	 cultural,	 etc.).	 Muchos	 de	 los	 múltiples	 problemas	 del
sistema	 educativo	 en	 general,	 y	 de	 las	 escuelas	 en	 particular,	 solamente	 se	 pueden
comprender	si	se	conocen	las	características	del	entorno	en	el	que	él	funciona.
c)	Estructura
Se	trata	de	un	concepto	central	del	enfoque	estructural-funcional.	No	deben	confundirse	los
conceptos	de	sistema	y	de	estructura.	La	estructura	es	una	propiedad	del	sistema	que	alude	a
las	 relaciones	 entre	 las	 partes	 o	 elementos	 constitutivos	 del	 sistema.	 Por	 estructura	 se
entiende	la	forma	relativamente	estable	y	predecible	en	que	se	relacionan	dichos	elementos.
Es	importante	tener	en	cuenta	que,	en	el	caso	de	los	sistemas	escolares,	interesan	dos	tipos	de
estructura	que	aluden	a	conjuntos	de	relaciones	diferentes:	la	académica	y	la	administrativa.
La	 primera	 se	 refiere	 a	 la	 regulación	 de	 la	 carrera	 escolar	 de	 los	 alumnos	 y	 la	 carrera
profesional	 de	 los	 docentes.	 Generalmente,	 los	 sistemas	 escolares	 están	 estructurados	 en
niveles,	 ciclos,	 modalidades,	 etc.,	 articulados	 entre	 sí,	 y	 los	 docentes	 deben	 reunir
determinados	requisitos	para	desempeñarse	como	tales	en	los	diferentes	niveles	del	sistema.
La	 ‘estructura	 administrativa’	 designa,	 formalmente,	 las	 relaciones	 entre	 los	 órganos	 de
conducción	 y	 gestión	 del	 sistema	 a	 nivel	 nacional	 o	 provincial;	 esta	 estructura	 se	 puede
diagramar	en	gráficos	que	denominamos	organigramas.
Los	dos	tipos	de	estructuras	anteriores	son	estructuras	formales,	es	decir,	están	perfectamente
reguladas	por	una	serie	de	disposiciones	y	resoluciones	que	definen	sus	características	y	sus
funciones.	Pero	en	el	interior	del	sistema	podemos	distinguir,	también,	múltiples	y	variados
conjuntos	de	relaciones	que	operan	al	margen	de	las	disposiciones	formales,	responden	a	los
intereses	 particulares	 de	 los	 actores	 y	 pueden	 ser	 funcionales	 o	 disfuncionales	 para	 el
funcionamiento	del	sistema.	Estas	relaciones	conforman	las	estructuras	informales	propias	de
cualquier	sistema	y	le	imprimen	características	especiales	que	permiten	diferenciarlo	de	otros
sistemas	 de	 la	 misma	 especie.	 La	 estructura	 informal	 es	 un	 tema	 de	 interés	 sociológico
específico.
d)	Función
Desde	 la	 perspectiva	 del	 estructural-funcionalismo,	 todas	 las	 unidades	 de	 la	 vida	 social
cumplen	 funciones.	 El	 concepto	 de	 función	 designa	 las	 consecuencias	 observables	 de	 la
actividad	 de	 cualquier	 unidad	 de	 la	 vida	 social	 que	 contribuyen	 al	 mantenimiento	 del
equilibrio	 del	 sistema.	 Estas	 funciones	 pueden	 ser	 manifiestas	 o	 latentes.	 Las	 funciones
manifiestas	 de	 las	 diferentes	 unidades	 del	 sistema	 escolar	 son	 aquellas	 que,	 de	 alguna
manera,	están	fijadas	formalmente	y	responden	a	los	objetivos	para	los	cuales	fueron	creadas.
Las	funciones	latentes	son	los	resultados	que	surgen	de	la	acción	sin	que	sus	participantes	se
lo	propongan	deliberadamente.	Por	ejemplo,	la	función	manifiesta	de	la	escuela	elemental	es,
entre	otras,	la	enseñanza	de	la	lectura,	la	escritura	y	los	rudimentos	del	cálculo,	la	creación	de
hábitos	de	disciplina	y	de	trabajo,	etc.;	una	función	latente	podría	ser	la	contención	afectiva
de	 algunos	 niños.	 Hoy	 la	 escuela	 y	 el	 maestro	 están	 cumpliendo	 funciones	 que,
estrictamente,	no	les	son	propias	ni	específicas	(alimentar	a	los	niños,	administrar	el	comedor
escolar,	asistir	socialmente	a	las	familias	de	los	alumnos,	etc.),	en	detrimento	de	aquellas	para
las	 cuales	 han	 sido	 creadas	 las	 escuelas	 y	 preparados	 los	 maestros.	 Se	 habla	 de	 disfunción
cuando	dichas	consecuencias	no	contribuyen	al	equilibrio	y	la	integración	del	sistema.	Por
ejemplo,	el	deterioro	en	las	condiciones	laborales	de	los	docentes	puede	alentar	una	falta	de
compromiso	 de	 éstos	 respecto	 de	 su	 tarea	 y,	 como	 consecuencia	 de	 ello,	 provocar	 un
deterioro	en	la	calidad	de	la	enseñanza.
2.	Una	definición	de	sistema	escolar
La	 socióloga	 inglesa	 Margaret	 Archer	 (1986)	 sostiene	 que,	 puesto	 que	 el	 término	 sistema
educativo	 ha	 sido	 utilizado	 indiscriminadamente	 para	 designar	 realidades	 educativas	 muy
dispares,	es	necesario	adoptar	una	definición	que	nos	permita	identificar	con	precisión	qué
realidad	queremos	explicar	y	ubicar	el	tiempo	al	cual	debemos	remontarnos	en	la	búsqueda
de	tal	explicación.	Ella	propone	una	definición	que	recupera	el	significado	cotidiano	de	las
palabras	‘sistema	educativo	estatal’	y	comprende,	bajo	la	misma	denominación,	tipos	muy
disímiles	de	educación	vigentes	en	diferentes	países.	Archer	entiende	por	‘sistema	educativo
estatal’	una	“colección	de	instituciones	diferenciadas,	de	amplitud	nacional,	cuyo	control	e	inspección
general	es,	al	menos	en	parte,	de	la	incumbencia	del	Estado3	y	cuyos	procesos	y	partes	integrantes
están	 relacionadas	 entre	 sí”4.	 De	 acuerdo	 con	 este	 concepto,	 quedan	 al	 margen	 del	 sistema
escolar	todos	los	programas	e	instituciones	educativos	que	funcionan	fuera	de	la	órbita	del
control	estatal	y	aquellos	que	tienen	que	ver	con	la	educación	no	formal.
Un	 análisis	 detenido	 de	 la	 definición	 de	 Archer	 nos	 permite	 descubrir	 cuáles	 son	 las
condiciones	que	deben	darse	para	que	exista	un	‘sistema	educativo	estatal’.	Esas	condiciones
son	las	siguientes:
	Existencia	de	instituciones	que	tienen	por	función	la	educación	formal.	Estas	instituciones
reciben	diferentes	nombres	según	el	país	o	el	nivel	educativo	de	que	se	trate	(escuelas,
colegios,	institutos,	universidades,	etc.).	No	hay	sistema	escolar	sin	escuelas,	cualquiera
sea	la	denominación	que	se	les	dé.
	Carácter	nacional	de	esas	instituciones.	Éstas	deben	abarcar	la	totalidad	del	país	y	estar
articuladas	de	tal	modo	que	la	movilidad	geográfica	de	estudiantes	y	docentes	no	ponga
en	riesgo	la	continuidad	de	sus	respectivas	carreras	dentro	del	sistema.
	Papel	del	Estado.	El	financiamiento,	gestión	y	supervisión	del	sistema	educativo	es	una
función	indelegable	del	Estado,	ya	sea	nacional,	provincial	o,	eventualmente,	municipal,
según	el	tipo	de	organización	institucional	adoptado	por	el	país	de	que	se	trate.	Aun	en
aquellos	 casos	 en	 que	 al	 Estado	 se	 le	 asigna	 una	 función	 subsidiaria	 en	 materia	 de
educación	(las	políticas	neoliberales,	por	ejemplo,	sostienen	esta	postura),	su	presencia	es
imprescindible	para	la	existencia	del	sistema	educativo.
	 Por	 último,	 la	 necesaria	 relación	 e	 integración	 entre	 los	 procesos	 y	 las	 partes	 que
constituyen	el	sistema.	Si	esto	no	se	da,	no	estamos	frente	a	un	sistema.	Se	trataría	de	otra
forma	de	institucionalización	de	la	educación	que	no	responde	a	las	características	de	un
sistema.	 De	 hecho,	 antes	 del	 surgimiento	 de	 los	 sistemas	 educativos	 estatales,	 la
educación	estaba	institucionalizada	de	otra	manera.	Había	instituciones	educativas,	pero
no	había	sistema	educativo.
Al	 referirnos	 a	 la	 educación	 como	 un	 sistema	 estamos	 suponiendo,	 por	 hipótesis,	 que	 las
partes	 que	 lo	 conforman	 están	 interrelacionadas	 de	 múltiples	 formas,	 tanto	 las	 que	 se
refieren	 a	 la	 carrera	 escolar	 de	 los	 alumnos	 y	 el	 personal	 de	 enseñanza,	 como	 las	 que	 se
ocupan	 de	 la	 gestión	 administrativa	 del	 sistema.	 Como	 observa	 E.	 de	 Babini	 (1991),	 hay
relaciones	muy	fáciles	de	advertir,	y	otras	menos	notorias.	En	cualquier	caso,	esas	relaciones
permiten	caracterizar	a	un	sistema	como	más	o	menos	abierto,	más	o	menos	flexible,	más	o
menos	 eficiente,	 más	 o	 menos	 centralizado,	 etc.	 Todas	 estas	 características	 sirven	 para
introducir	 o	 promover	 cambios	 en	 el	 sistema	 y	 para	 comprender	 sus	 relaciones	 con	 otros
fenómenos	sociales.	Permiten	también	comparar	sistemas	educativos	de	diferentes	países,	o
del	 mismo	 país	 en	 diferentes	 momentos	 históricos,	 y	 analizar	 los	 cambios	 que	 se	 han	 ido
produciendo	a	través	del	tiempo.
Cada	 sistema	 educativo	 tiene	 su	 propia	 estructura,	 tanto	 académica	 como	 de	 gestión
administrativa.	La	primera	está	definida	por	las	relaciones	entre	los	diferentes	niveles,	ciclos
y	 modalidades	 de	 enseñanza,	 y	 por	 las	 funciones	 asignadas	 a	 cada	 uno	 de	 ellos.	 Supone,
además,	 la	 regulación	 de	 la	 carrera	 escolar	 de	 quienes	 tienen	 acceso	 al	 sistema,	 el
establecimiento	de	las	condiciones	de	ingreso,	permanencia,	pase	de	un	nivel	al	siguiente,	o
de	 una	 modalidad	 a	 otra,	 acreditación,	 etc.	 La	 segunda,	 la	 estructura	 administrativa	 o	 de
gestión,	 implica	 la	 existencia	 de	 órganos	 de	 administración,	 dirección	 y	 supervisión	 de	 las
actividades	correspondientes,	junto	con	la	definición	de	los	roles	asignados	a	los	funcionarios
respectivos.	 En	 definitiva,	 un	 sistema	 escolar	 comprende	 una	 gran	 red	 de	 organismos	 y
actividades,	 actores	 y	 relaciones,	 que	 cumple	 importantes	 funciones	 sociales	 y	 cuyas
vinculaciones	con	la	sociedad	global	son	muy	complejas.
Distintas	corrientes	teóricas	han	tendido	a	simplificar	esas	relaciones,	ya	sea	reduciendo	al
sistema	 escolar	 a	 un	 mero	 resultado	 de	 las	 condiciones	 económicas	 y	 la	 estratificación
clasista,	sin	tomar	en	cuenta	las	influencias	que	el	sistema	escolar	puede	ejercer	sobre	esas
condiciones;	 ya	 sea	 tomando	 al	 sistema	 escolar	 como	 algo	 aislado	 de	 la	 estructura	 social,
capaz	de	moldear	por	sí	mismo	esa	estructura.	El	análisis	macrosociológico	pone	énfasis	en	la
idea	de	que	el	sistema	educativo	es	un	subsistema	de	la	sociedad	y	que,	como	tal,	no	es	ni
totalmente	autónomo,	ni	totalmente	dependiente	de	la	estructura	social	global.	Se	afirma	con
razón	 que,	 “si	 el	 sistema	 escolar	 no	 fuera	 por	 lo	 menos	 parcialmente	 autónomo,	 los
problemas	de	la	sociología	de	la	educación	podrían	deducirse,	de	modo	más	o	menos	simple,
de	las	características	globales	de	la	sociedad,	del	sistema	productivo	o	de	cualquier	parte	o
dimensión	privilegiada	de	la	estructura	social.	Si	fuera,	en	cambio,	totalmente	autónomo,	los
teóricos	de	la	educación	podrían	construir	sus	teorías	o	fundar	sus	prácticas	en	la	ignorancia
de	la	realidad	social	nacional	o	universal	de	nuestra	época”5.
Una	propiedad	inherente	al	sistema	educativo	es	la	autonomía	relativa.	Esta	propiedad	es
fundamental,	y	como	veremos	más	adelante,	permite	explicar	por	qué	el	sistema	opera	de	la
manera	 en	 que	 lo	 hace.	 El	 concepto	 de	 autonomía	 relativa	 fue	 acuñado	 por	 Durkheim	 a
comienzos	 del	 siglo	 pasado.	 Se	 refiere	 al	 hecho	 de	 que	 el	 sistema	 tiene	 vida	 propia	 y	 sus
propias	 reglas	 de	 funcionamiento	 interno;	 tiene	 también	 una	 evolución	 relativamente
independiente	de	los	condicionamientos	externos,	en	el	curso	de	la	cual	conserva	muchos	de
los	rasgos	de	su	estructura	anterior.	Como	dicen	Bourdieu	y	Passeron	(1981),	la	autonomía
relativa	implica	que	el	sistema	tiene	el	poder	de	reinterpretar	las	demandas	externas	y	de
sacar	partido	de	las	ocasiones	históricas	para	realizar	su	lógica	interna.
A	pesar	de	la	relevancia	del	problema	y	la	enorme	cantidad	de	bibliografía	que	se	le	ha
dedicado,	 no	 se	 cuenta	 actualmente	 con	 una	 verdadera	 teoría	 sociológica	 de	 los	 sistemas
escolares.	 Esta	 carencia	 se	 debe,	 según	 Archer	 (1981),	 a	 que	 la	 sociología	 de	 la	 educación
contemporánea	 ha	 abandonado	 la	 tradición	 clásica,	 que	 se	 remonta	 a	 Durkheim,	 Weber	 y
Marx,	 quienes	 vieron	 a	 la	 educación	 como	 una	 institución	 social	 macroscópica	 cuyas
actividades	planteaban	problemas	que	revestían,	por	sí	mismos,	interés	sociológico.
3.	Rasgos	distintivos	de	los	sistemas	escolares
Siguiendo	a	Archer	(1986)	vamos	a	destacar	los	rasgos	distintivos	de	los	sistemas	educativos,
es	decir,	aquellos	que	son	propios	de	ellos	y	permiten	distinguirlos	de	otros	subsistemas	de	la
sociedad.	 Estos	 rasgos	 adquieren	 diferentes	 connotaciones	 según	 el	 país	 y	 el	 momento
histórico	 de	 que	 se	 trate.	 Dichos	 rasgos	 son	 los	 siguientes:	 unificación,	 sistematización,
diferenciación	y	especialización.	Ninguno	de	estos	rasgos	es	estático,	varían	históricamente
en	función	de	las	circunstancias	del	entorno,	las	demandas	externas	y	la	dinámica	interna
propia	del	sistema.	Es	perfectamente	posible,	y	de	hecho	es	lo	que	ocurre,	que	un	sistema
educativo	 cambie	 en	 función	 de	 cada	 uno	 de	 estos	 rasgos.	 Los	 sistemas	 educativos	 no	 son
realidades	construidas	de	una	vez	para	siempre.	Una	de	las	potencialidades	del	instrumental
analítico	que	propone	Archer	reside,	precisamente,	en	su	capacidad	para	captar	la	dinámica
histórica	y	el	cambio	de	los	sistemas	escolares.
a)	Unificación
La	 unificación	 se	 refiere	 al	 alcance	 y	 naturaleza	 de	 la	 administración	 escolar.	 Señala	 la
incorporación	 o	 el	 desarrollo	 de	 diversos	 establecimientos,	 actividades	 y	 personal	 bajo	 la
órbita	de	una	administración	central,	específicamente	educativa,	de	carácter	nacional.	Esto	se
traduce	 en	 controles	 uniformes	 que	 emanan	 del	 centro	 y	 regulan,	 parcial	 o	 totalmente,
diferentes	 aspectos	 de	 la	 actividad	 educativa	 de	 un	 país.	 La	 unificación	 puede	 variar	 en
extensión	y	en	intensidad.	De	acuerdo	a	la	forma	que	asuma	este	rasgo,	podemos	hablar	de
un	 sistema	 educativo	 centralizado	 o	 de	 uno	 descentralizado6.	 No	 se	 debe	 considerar	 a	 la
unificación	como	sinónimo	de	centralización.	Dicho	en	otros	términos,	la	unificación	no	es
un	rasgo	de	los	sistemas	educativos	centralizados,	sino	que	es	propio	de	todos	los	sistemas,
con	 la	 diferencia	 que	 en	 los	 centralizados	 el	 grado	 de	 control	 y	 regulación	 que	 ejerce	 el
gobierno	 central	 es	 total,	 mientras	 que	 en	 los	 descentralizados	 es	 parcial,	 se	 limita	 al
establecimiento	 de	 regulaciones	 sobre	 cierto	 tipo	 de	 actividades,	 algunas	 formas	 de
instrucción,	 determinada	 clase	 de	 instituciones,	 algunas	 categorías	 de	 docentes,	 etc.	 Por
ejemplo,	 hoy	 nuestro	 sistema	 educativo	 es	 descentralizado;	 la	 provisión	 y	 control	 de	 la
educación	 es	 resorte	 de	 cada	 uno	 de	 los	 gobiernos	 jurisdiccionales.	 Sin	 embargo,	 el	 nivel
universitario	es	una	responsabilidad	exclusiva	del	gobierno	nacional.
b)	Sistematización
Tal	como	surge	de	la	definición	de	sistema	educativo	adoptada	aquí,	la	educación	de	un	país
no	está	constituida	por	la	suma	de	un	conjunto	de	organismos	y	establecimientos	dispares	o
independientes.	La	sistematización	alude	al	grado	de	coordinación	que	alcanza	el	sistema.
Consiste	en	el	fortalecimiento	de	las	relaciones	entre	las	partes,	el	desarrollo	de	relaciones
entre	partes	previamente	desconectadas,	la	adición	gradual	de	nuevos	elementos	y	relaciones
al	sistema	o	la	combinación	de	todos	estos	cambios	(Archer,	1982a).	Desde	su	emergencia,	los
sistemas	educativos	han	evolucionado	gradualmente	hacia	una	mayor	sistematización.	Dos
son	 los	 aspectos	 de	 la	 sistematización	 que	 se	 han	 ido	 refinando	 paulatinamente	 en	 los
sistemas	educativos	de	la	mayoría	de	los	países:	por	una	parte,	la	existencia	de	exámenes	de
validez	 nacional,	 definidos	 para	 los	 diferentes	 niveles	 y	 modalidades,	 que	 cumplen	 una
función	reguladora	de	las	carreras	de	los	individuos;	y	por	la	otra,	el	desarrollo	de	formas
regulares	 de	 reclutamiento,	 formación	 y	 certificación	 del	 cuerpo	 docente,	 apropiadas	 para
cada	nivel	y	válidas	a	través	de	todo	el	sistema	(E.	de	Babini,	1991).
Uno	 de	 los	 aspectos	 más	 importantes	 del	 cambio	 en	 la	 sistematización	 del	 sistema	 es	 el
desarrollo	 de	 una	 organización	 jerárquica,	 es	 decir,	 la	 gradual	 articulación	 de	 niveles
educacionales	 que	 previamente	 no	 estaban	 relacionados,	 eran	 controlados	 por	 diferentes
grupos	 de	 propietarios	 privados	 y	 no	 estaban	 coordinados.	 La	 organización	 jerárquica	 se
desarrolla,	 básicamente,	 porque	 el	 logro	 de	 las	 metas	 educacionales	 solamente	 es	 posible
cuando	 existe	 complementariedad	 entre	 los	 inputs	 (insumos),	 los	 procesos	 y	 los	 outputs
(productos)	 correspondientes	 a	 los	 diferentes	 niveles	 educativos.	 La	 diversificación	 y
multiplicación	 de	 las	 metas	 que	 debe	 alcanzar	 el	 sistema	 han	 determinado	 esta	 evolución
hacia	una	mayor	sistematización,	es	decir,	hacia	una	mayor	coordinación	de	las	actividades
académicas	y	los	trayectos	escolares	en	todo	el	sistema.
c)	Diferenciación
La	 diferenciación	 alude	 al	 hecho	 de	 que	 el	 sistema	 educativo	 se	 perfila	 como	 una	 unidad
perfectamente	distinguible	del	resto	de	la	estructura	social.	Una	vez	que	los	establecimientos
escolares	 conforman	 un	 todo	 articulado	 bajo	 el	 control	 del	 Estado	 y	 se	 desarrolla	 una
colectividad	 especializada	 con	 roles	 propios,	 diferentes	 a	 los	 correspondientes	 a	 otras
unidades	 de	 la	 vida	 social,	 el	 sistema	 debe	 atender	 simultáneamente	 a	 una	 serie	 de
operaciones	que	sólo	puede	cumplir	si	se	mantiene	algo	separado	del	resto	de	las	estructuras
sociales.	Una	mayor	diferenciación	implica,	también,	que	el	sistema	no	permanece	ligado	a
los	 intereses	 de	 grupos	 particulares,	 sino	 que	 atiende	 a	 las	 necesidades	 del	 conjunto	 de	 la
sociedad.
Cuando	 se	 asignan	 al	 sistema	 funciones	 que	 no	 le	 son	 específicas	 y	 que	 estrictamente
corresponden	a	otras	áreas	del	Estado,	no	sólo	se	restringe	la	posibilidad	que	tiene	el	sistema
de	 cumplir	 con	 sus	 funciones	 específicas	 sino	 que,	 también,	 se	 limita	 su	 necesaria
independencia	y	se	corre	el	riesgo	de	que	deje	de	servir	a	los	intereses	generales.	Aunque
parezca	 algo	 secundario,	 es	 muy	 importante	 preservar	 la	 diferenciación	 del	 sistema
educativo	a	fin	de	garantizar	que	todos	se	puedan	beneficiar	del	servicio	que	presta.
d)	Especialización
Este	concepto	se	refiere	a	los	cambios	internos	que	se	producen	en	los	sistemas	educativos
para	 atender	 a	 necesidades	 especiales.	 Atender	 estas	 demandas	 puede	 involucrar	 muchas
cosas:	crear	nuevos	establecimientos,	agregar	nuevas	actividades	a	las	ya	existentes,	delinear
nuevos	roles,	imponer	otras	formas	de	reclutamiento	y	entrenamiento	del	personal,	adoptar
políticas	de	admisión	y	ubicación	de	los	alumnos	cada	vez	más	complejas,	desarrollar	nuevos
servicios,	diseñar	materiales	para	la	enseñanza	y	el	equipamiento	de	las	escuelas,	etc.,	etc.	Se
trata	 de	 diferentes	 formas	 de	 especialización	 que	 apuntan	 a	 satisfacer	 distintos	 tipos	 de
demandas.	Obviamente,	quienes	detentan	el	poder	son	los	que	determinarán	a	qué	tipo	de
demandas	se	otorgará	atención	especializada.	Los	cambios	que	derivan	de	la	especialización
pueden	ocurrir	secuencial	o	simultáneamente,	y	dan	lugar	a	un	crecimiento	del	sistema	que
puede	 continuar	 indefinidamente.	 Estos	 cambios	 no	 implican,	 necesariamente,	 una	 mayor
adaptación	del	sistema	a	las	demandas	de	su	entorno,	y	como	son	el	resultado	de	complejos
procesos	de	interacción,	no	siempre	son	complementarios.	Tampoco	suponen	que	el	sistema
dispondrá	 de	 manera	 óptima	 las	 actividades	 a	 fin	 de	 brindar	 el	 máximo	 servicio	 a	 una
variedad	de	grupos	sociales.
En	 Argentina,	 un	 ejemplo	 claro	 de	 especialización	 del	 sistema	 es	 la	 proliferación	 de
programas	de	postitulación	para	los	docentes	de	nivel	medio	y	primario,	o	la	multiplicación
de	 carreras	 de	 postgrado	 en	 los	 últimos	 años.	 Obviamente,	 son	 las	 universidades	 las	 que
lideraron	 este	 proceso.	 En	 los	 programas	 de	 postitulación	 se	 ve	 con	 claridad	 cuál	 es	 la
demanda	que	trató	de	satisfacer	el	sistema	(capacitación	y	acreditación	a	docentes	de	EGB	y
Polimodal).	 En	 el	 caso	 de	 los	 postgrados	 universitarios,	 esta	 manifestación	 de	 la
especialización	es	probable	que	haya	surgido	para	satisfacer	algún	tipo	de	demanda	social
frente	a	la	ostensible	devaluación	de	los	diplomas	de	grado.	Pero	también	se	puede	sostener,
a	 título	 de	 hipótesis,	 que	 fue	 una	 respuesta	 a	 las	 necesidades	 de	 los	 propios	 docentes
universitarios	de	lograr	nuevas	credenciales	o,	por	qué	no,	de	enriquecer	su	curriculum	vitae
asumiendo	 funciones	 de	 mayor	 prestigio	 en	 el	 campo	 universitario,	 como	 son	 las	 de
dirección	 de	 carreras	 del	 cuarto	 nivel.	 Cualquiera	 sea	 el	 caso,	 el	 resultado	 ha	 sido	 un
crecimiento	del	sistema	por	la	ampliación	del	servicio	y,	dado	que	se	produce	una	suerte	de
retroalimentación	del	proceso	de	especialización,	ese	crecimiento	seguirá	produciéndose	en
el	futuro.
4.	Etapas	en	el	desarrollo	de	los	sistemas	escolares	y	pautas	de	cambio
Los	sistemas	educativos,	tal	como	los	conocemos	hoy,	son	un	producto	reciente	en	la	historia
de	la	humanidad.	Surgieron	hace	poco	más	de	un	siglo,	cuando	se	impuso	la	necesidad	de
institucionalizar	 un	 tipo	 de	 educación	 que	 garantizara	 la	 imposición	 del	 ideario	 de	 la
modernidad	 y	 la	 consolidación	 de	 un	 nuevo	 tipo	 de	 dominación,	 el	 Estado	 Nacional,	 que
vino	 a	 sustituir	 a	 la	 dominación	 feudal.	 Constituyen,	 por	 lo	 tanto,	 una	 institución
fundamental	 de	 la	 modernidad.	 Los	 sistemas	 escolares	 fueron	 creados,	 precisamente,	 para
satisfacer	 las	 exigencias	 de	 esa	 nueva	 etapa	 del	 desarrollo	 histórico	 del	 mundo	 occidental.
Paulatinamente	este	modelo	de	institucionalización	de	la	educación	se	expandió	al	resto	del
mundo	y	hoy	tiene	carácter	planetario.
El	concepto	de	sistema	educativo	utilizado	aquí	alude,	precisamente,	a	esta	nueva	forma	de
institucionalización	 de	 la	 educación	 propia	 de	 las	 sociedades	 industriales	 (de	 carácter
nacional	y	bajo	el	control	del	Estado).	Desde	su	aparición,	los	sistemas	escolares	han	sufrido
cambios	importantes	en	su	configuración	interna	y	en	sus	relaciones	con	la	sociedad.	Archer
sostiene	que	la	sociología	de	la	educación	debe	poder	explicar	estos	cambios.	Desde	su	punto
de	vista,	una	teoría	del	cambio	educativo	debe	tomar	en	cuenta	la	cualidad	fundamental	del
sistema:	la	autonomía	relativa.	Los	fenómenos	que	ocurren	fuera	del	sistema	no	constituyen
el	 único	 factor	 determinante	 de	 ese	 cambio;	 intervienen	 también	 la	 propia	 estructura	 del
sistema	y	los	procesos	de	interacción	que	ocurren	en	su	interior.	Sobre	la	base	del	concepto
de	‘mofogénesis’	(tomado	de	la	moderna	teoría	de	los	sistemas),	Archer	(1982b,	1984)	explica
el	 cambio	 educativo	 considerando	 tanto	 los	 fenómenos	 externos	 al	 sistema,	 como	 la
estructura	 y	 los	 procesos	 que	 tienen	 lugar	 dentro	 él.	 Así,	 el	 cambio	 es	 el	 resultado	 de	 la
continua	 sucesión	 de	 ciclos	 morfogenéticos,	 compuestos	 por	 tres	 momentos	 dialécticos:
condicionamiento	 estructural,	 interacción,	 elaboración	 estructural.	 En	 la	 propuesta	 de
Archer,	para	explicar	el	cambio	estructural,	es	necesario	tener	en	cuenta	que	la	estructura
precede	 lógicamente	 a	 la	 acción	 o	 acciones	 que	 la	 transforman	 y,	 que	 la	 elaboración
estructural	 sigue	 lógicamente	 a	 estas	 acciones.	 Dicho	 en	 otros	 términos,	 para	 explicar	 el
cambio	educativo	es	imprescindible	tener	en	cuenta	tanto	los	factores	micro	sociales	como	los
macro	sociales,	la	estructura	y	la	acción.
Figura	nº	1:	El	desarrollo	de	los	sistemas	escolares7
*Se	 refiere	 a	 la	 autonomía	 operacional	 (es	 decir,	 a	 la	 capacidad	 de	 autodeterminación	 institucional	 del	 sistema),	 no	 a	 la
autonomía	funcional.
La	 idea	 de	 ciclos	 morfogenéticos	 en	 el	 desarrollo	 de	 los	 sistemas	 escolares	 no	 debe
confundirse	con	el	concepto	de	etapas	de	ese	desarrollo.	Según	Archer	(1986),	el	desarrollo	de
los	 sistemas	 escolares	 se	 produce	 en	 tres	 etapas	 cruciales,	 cada	 una	 de	 las	 cuales	 encierra
innumerables	 ciclos	 morfogenéticos.	 La	 primera	 etapa	 corresponde	 a	 la	 emergencia	 del
sistema,	 y	 la	 denomina	 ‘despegue’;	 la	 segunda	 es	 la	 del	 ‘crecimiento’;	 y	 la	 tercera,	 la	 de
‘inflación’.	 La	 Figura	 nº	 1	 presenta	 el	 esquema	 propuesto	 por	 Archer	 para	 ilustrar	 su
propuesta	acerca	de	este	tema.
a)	Despegue	(‘take	off’)
Veíamos	 antes	 que	 la	 actual	 forma	 de	 institucionalización	 de	 la	 educación	 es	 un	 producto
relativamente	 reciente	 en	 la	 historia	 de	 la	 humanidad.	 Previamente	 a	 la	 emergencia	 del
sistema	educativo	estatal,	la	educación	era	una	empresa	privada	y	el	grupo,	o	los	grupos,	que
la	 controlaban	 en	 cada	 caso	 tenían	 un	 virtual	 monopolio	 de	 los	 recursos	 educacionales.	 El
‘despegue’	de	los	sistemas	escolares	se	produce	como	resultado	de	la	lucha	competitiva	entre
los	grupos	de	interés	comprometidos	en	el	control	de	la	educación.	El	conflicto	entre	dichos
grupos	lleva	a	la	creación	de	nuevas	escuelas,	y	con	ello	al	aumento	de	la	matrícula.	Junto	a
esto	se	inicia	un	ciclo	de	‘realimentación	positiva’	por	el	cual	las	personas	menos	educadas
aspiran	a	más	educación	para	ellas	y	para	sus	hijos.
Según	Archer	(1984),	existen	dos	estrategias	en	esta	lucha	competitiva	por	el	control	de	la
educación.	 i)	 La	 sustitución,	 que	 consiste	 en	 devaluar	 el	 monopolio	 existente	 mediante	 la
competición	 en	 el	 mercado	 educacional,	 la	 construcción	 y	 el	 mantenimiento	 de	 nuevas
escuelas,	 el	 reclutamiento,	 entrenamiento	 y	 pago	 a	 nuevos	 docentes	 para	 dotarlas	 de
personal.	ii)	La	restricción,	que	involucra	el	uso	de	la	maquinaria	legal	del	Estado	para	privar
al	 grupo	 propietario	 de	 sus	 ventajas	 educacionales,	 a	 través	 de	 la	 expropiación	 de	 los
edificios,	la	confiscación	de	los	fondos	para	la	educación	y	la	proscripción	de	los	maestros.	En
la	sustitución	el	control	educacional	es	desafiado	por	la	competencia	en	el	mercado;	en	la
restricción	el	objetivo	es	una	transferencia	legal	del	control.	Lo	que	es	importante	acerca	de
las	dos	estrategias	es	que	mientras	ambas	conducen	al	despegue	educacional,	cada	una	de
ellas	 produce,	 simultáneamente,	 dos	 pautas	 diferentes	 de	 crecimiento	 del	 sistema.	 Si
predomina	 la	 estrategia	 restrictiva,	 el	 sistema	 educativo	 evoluciona	 hacia	 un	 modelo
centralizado;	si	predomina	la	sustitutiva	lo	hace	hacia	un	modelo	descentralizado.
En	la	etapa	del	despegue	la	autonomía	relativa	del	sistema	es	baja,	se	trata	de	un	sistema	pre-
estatal;	 el	 conflicto	 competitivo	 de	 los	 grupos	 corporativos	 tiene	 preeminencia	 sobre	 las
acciones	primarias,	y	la	motivación	individual	por	participar	en	la	educación	se	caracteriza
por	 la	 indiferencia.	 La	 oferta	 educativa	 precede	 y	 manipula	 la	 demanda.	 En	 síntesis,	 para
Archer,	 el	 ‘despegue’	 educacional	 involucra	 dos	 cosas,	 aumento	 del	 número	 de	 escuelas	 y
crecimiento	 de	 la	 matrícula,	 como	 resultado	 de	 la	 lucha	 competitiva	 entre	 los	 grupos	 de
interés	y	los	incipientes	Estados	nacionales	por	el	control	de	la	educación.
b)	Crecimiento	(‘growth’)
El	conflicto	competitivo	propio	de	la	etapa	anterior,	dice	Archer,	dio	paso	a	la	negociación
colectiva.	 En	 el	 nivel	 macro,	 esta	 negociación	 constituye	 ahora	 el	 principal	 proceso	 de
interacción	y	la	fuente	de	cambio	más	importante.	El	cambio	deriva,	fundamentalmente,	de
la	transformación	de	la	propiedad	privada	de	las	escuelas	en	control	público	de	la	educación.
Lo	 que	 alienta	 la	 negociación,	 por	 lo	 tanto,	 es	 el	 hecho	 de	 que	 la	 responsabilidad	 política
implica	una	extensión	de	la	influencia	de	la	educación	(muchos	grupos	corporativos	están
ahora	 involucrados	 oficialmente	 en	 la	 toma	 de	 decisiones).	 El	 financiamiento	 público	 da
como	resultado	una	diversificación	de	los	servicios	educativos	y	éstos	se	extienden	a	sectores
más	 amplios	 de	 la	 sociedad	 (más	 grupos	 corporativos	 han	 apostado	 a	 ello).	 Lo	 que
efectivamente	elimina	la	competición	es	la	virtual	imposibilidad	de	competir	con	el	Estado
en	términos	de	poder	y	de	recursos.
En	 el	 nivel	 micro,	 la	 naturaleza	 atomizada	 de	 la	 acción	 primaria	 (asistemática	 e
individualista)	 da	 lugar	 a	 la	 co-acción,	 esto	 es,	 a	 la	 acción	 conjunta	 (no	 concertada
previamente,	 sino	 derivada	 de	 la	 situación	 estructural)	 de	 grupos	 de	 individuos	 que	 están
más	o	menos	en	la	misma	posición	y	que	actúan	aproximadamente	de	la	misma	manera.	La
co-acción	también	es	un	resultado	directo	de	la	emergencia	del	sistema	pues	éste,	explícita	y
legalmente,	define	una	población	escolar	(materialmente,	colocando	cohortes	completas	en	la
misma	 posición	 de	 obligatoriedad	 con	 respecto	 a	 la	 educación)	 y	 enfrenta	 a	 la	 población
como	un	todo	con	una	única	estructura	educativa	nacional.	La	similitud	de	reacción	de	los
que	 están	 colocados	 en	 posiciones	 similares	 genera	 poderosos	 efectos	 agregados.	 Esto
representa	transformaciones	del	entorno	con	el	cual	tiene	que	tratar	la	acción	corporativa.
Contexto	y	entorno	se	convierten	en	influencias	recíprocas	por	primera	vez	durante	esta	fase.
De	 esto	 se	 sigue	 que	 las	 influencias	 micro	 y	 macro	 sobre	 el	 crecimiento	 y	 el	 desarrollo
sistémico	 pierden	 su	 asimetría	 pasada,	 en	 virtud	 de	 la	 cual	 las	 segundas	 dominaban	 y
manipulaban	a	las	primeras.	En	lugar	de	esto	reina	la	reciprocidad	entre	ellas,	lo	que	resulta
de	 primordial	 importancia	 para	 la	 promoción	 del	 crecimiento.	 Ambas,	 la	 negociación
corporativa	 y	 la	 co-acción,	 son	 fuerzas	 por	 derecho	 propio	 para	 el	 crecimiento	 educativo.
Conjuntamente,	se	refuerzan	entre	sí	de	forma	masiva	e	intensifican	el	circuito	de	feed	back
positivo	 que	 se	 había	 abierto	 tenuemente	 al	 final	 de	 la	 primera	 fase.	 Lo	 hacen	 gracias	 al
significativo	 incremento	 de	 los	 recursos	 (dinero,	 autoridad,	 experiencia)	 asignados	 a	 los
nuevos	 sistemas.	 Bajo	 la	 dinámica	 conjunta	 de	 la	 acción	 macro	 y	 micro,	 los	 sistemas
educativos	crecen	en	tamaño	y	campo	de	aplicación,	pero	crecen	esencialmente	hacia	arriba.
De	diversos	modos,	esta	segunda	fase	es	predominantemente	el	período	de	la	expansión	del
nivel	de	enseñanza	de	nivel	medio.
En	 esta	 etapa,	 la	 negociación	 de	 los	 grupos	 de	 interés	 con	 el	 Estado	 adquiere	 diferentes
formas,	 cada	 una	 de	 las	 cuales	 lleva	 a	 resultados	 distintos	 y	 produce	 pautas	 de	 cambio
particulares.	Archer	distingue	tres	tipos	de	negociación:	i)	transacciones	externas	(a	través	de
ellas	los	grupos	de	interés	negocian	directamente	con	diferentes	partes	del	sistema	educativo
servicios	educacionales	nuevos,	o	adicionales,	a	cambio	de	recursos	que	son,	por	lo	general,
financieros);	ii)	iniciación	interna,	que	representa	cambios	endógenos	al	sistema,	impulsados
fundamentalmente	 por	 los	 profesionales	 de	 la	 educación	 (una	 vez	 que	 los	 docentes	 se
profesionalizan,	 gestionan	 más	 financiamiento	 y	 mayores	 oportunidades	 para	 satisfacer	 su
creciente	experiencia);	y	iii)	manipulación	política,	que	involucra	la	negociación	del	cambio	vía
las	autoridades	políticas	centrales	o	locales	(por	lo	cual	los	grupos	corporativos	influyen	la
política	educativa	en	proporción	a	su	fuerza	en	la	arena	política).	La	importancia	relativa	de
estos	procesos	varía	con	la	estructura	del	sistema	y	con	la	distribución	de	los	recursos	en	la
sociedad.	 Generalmente,	 la	 manipulación	 política	 es	 utilizada	 por	 los	 sectores	 sociales	 con
menor	capacidad	económica,	mientras	que	la	transacción	externa	es	la	forma	de	negociación
a	que	recurren	los	grupos	económicamente	poderosos.
Cada	 uno	 de	 estos	 procesos	 de	 negociación	 ha	 producido	 distintas	 clases	 de	 crecimiento
sistémico	durante	el	siglo	XX.	Las	transacciones	externas	introdujeron	más	ofertas,	es	decir,	se
diversificó	la	oferta	(nuevas	carreras,	otras	modalidades,	etc.).	La	iniciación	interna	condujo	a
una	 escolarización	 más	 prolongada,	 puesto	 que	 este	 tipo	 de	 negociación	 es	 impulsada
básicamente	por	los	docentes	que,	al	profesionalizarse,	buscan	consolidar	y	ampliar	su	fuente
de	 trabajo.	 La	 manipulación	 política,	 por	 su	 parte,	 resultó	 en	 un	 acceso	 más	 amplio	 a	 la
escolarización,	o	sea,	el	sistema	alcanza	mayor	cobertura	(nuevos	sectores	sociales	acceden	a
la	 educación).	 Según	 Archer,	 todos	 generaron	 crecimiento,	 como	 un	 producto	 (a	 veces	 un
subproducto)	de	la	modificación	estructural	del	sistema.	Sin	embargo,	la	clase	específica	de
elaboración	 estructural	 inducida	 a	 través	 de	 la	 manipulación	 política	 tiene	 consecuencias
numéricas	 más	 radicales	 que	 las	 otras	 dos,	 lo	 cual	 se	 pone	 de	 manifiesto	 en	 el	 enorme
crecimiento	de	las	tasas	de	escolarización	durante	esta	etapa.
Hay	que	recalcar	que	el	hecho	que	cuenta	para	la	tasa	de	crecimiento	extremadamente	alta
del	sistema	escolar	durante	la	etapa	de	crecimiento	es	que	los	tres	procesos	de	negociación
tienen	lugar	conjuntamente	y	sus	efectos	se	refuerzan	entre	sí.	Estos	efectos	no	son	aditivos
sino	que	representan	un	fenómeno	multiplicador
Los	procesos	descriptos	producen	la	así	llamada	‘revolución	de	las	expectativas	crecientes’,	se
alcanza	la	gratuidad	de	la	enseñanza,	y	la	educación	se	convierte	en	el	principal	canal	para	el
logro	 de	 beneficios	 sociales.	 Estamos	 ahora	 frente	 a	 un	 sistema	 educativo	 estatal,	 su
autonomía	relativa	es	media,	la	acción	de	los	grupos	o	las	corporaciones	que	negocian	con	el
Estado	tiene	tanta	importancia	como	las	acciones	primarias	y	la	motivación	individual	por	la
educación	 es	 positiva,	 puesto	 que	 la	 educación	 asegura,	 entre	 otras	 cosas,	 el	 acceso	 a
diferentes	bienes	sociales	(empleo,	promoción	en	el	empleo,	mejor	salario,	status,	etc.).
c)	Inflación	(‘inflation’)
Como	el	tamaño	del	sistema	educativo	creció	considerablemente	en	el	período	precedente,
en	 el	 período	 actual	 (de	 inflación)	 entra	 a	 jugar	 una	 nueva	 dinámica	 de	 crecimiento.
Específicamente,	a	medida	que	el	sistema	educativo	madura,	comienza	a	tomar	vida	propia,
volviéndose	cada	vez	más	independiente	como	institución	social	y	menos	regulado	por	otros
subsistemas	de	la	sociedad.	Hay	avances	sustanciales	en	la	autodeterminación	corporativa,
especialmente	 por	 parte	 de	 la	 profesión	 docente,	 que,	 en	 conjunción	 con	 los	 efectos	 de	 la
acción	 primaria,	 efectivamente	 excluye	 la	 emergencia	 de	 cualquier	 regulación	 total	 del
sistema	escolar.
En	general,	hay	una	aceleración	de	los	ciclos	de	reforzamiento	positivo	que	operan	entre	la
oferta	y	la	demanda,	el	contexto	y	el	entorno,	la	acción	macroscópica	y	la	microscópica.	La
naturaleza	recíproca	de	estas	influencias,	que	comienza	en	la	fase	de	crecimiento	y	continúa
en	 la	 de	 inflación,	 preanuncia	 el	 crecimiento	 desordenado	 y	 no	 guiado	 del	 sistema.	 Si
cualitativamente	el	desarrollo	de	la	educación	se	caracteriza	por	un	crecimiento	no	guiado,
su	equivalente	cuantitativo	es	la	inflación.	Tanto	en	su	aspecto	cualitativo	como	cuantitativo,
la	inflación	constituye	una	consecuencia	no	buscada	de	la	conjunción	entre	la	acción	colectiva
y	la	acción	primaria.
En	síntesis,	con	el	vasto	incremento	en	su	tamaño	y	ámbito	de	aplicación,	el	sistema	escolar
toma	vida	propia,	pero	debido	a	que	esto	representa	la	resolución	de	un	paralelograma	de
presiones	primarias	y	corporativas,	el	resultado	no	es	algo	que	sea	querido	por	todos.	Éste
constituye	el	contraste	más	importante	con	los	períodos	previos.	En	la	fase	del	despegue,	la
propiedad	 privada	 de	 la	 provisión	 educacional	 por	 parte	 de	 los	 grupos	 corporativos	 logró
muchos	 de	 los	 objetivos	 que	 éstos	 buscaban	 (y	 solamente	 los	 grupos	 primarios	 que	 vieron
ventajas	en	ello	se	sometieron	a	la	educación).	En	la	fase	de	crecimiento,	el	reforzamiento
positivo	de	la	oferta	y	la	demanda	fue	ventajoso	para	la	mayoría	de	los	actores,	primarios	y
corporativos	por	igual.	La	fase	de	inflación	es	distintiva	puesto	que,	con	la	excepción	parcial
de	 la	 propia	 profesión	 docente,	 tiene	 pocos	 beneficiarios	 sólidos	 y	 recibe	 poco	 apoyo
absoluto.	Según	Babini	,	“[El	sistema]	se	convierte	en	un	orden	institucional	menos	regulado,
más	 independiente	 (autonomía	 relativa	 alta).	 Se	 produce	 una	 aceleración	 de	 los	 ciclos	 de
refuerzo	 entre	 la	 oferta	 y	 la	 demanda,	 las	 influencias	 de	 la	 macroacción	 y	 de	 las	 acciones
primarias.	La	motivación	de	los	individuos	pasa	de	ser	positiva	a	negativa,	y	la	inflación	tiene
pocos	beneficiarios,	con	excepción	de	la	profesión	docente.	El	sistema	escolar	es	el	principal
consumidor	de	sus	propios	productos	y	la	reproducción	profesional	se	convierte	en	una	tarea
mayor.	La	libertad	profesional	crece,	particularmente	en	los	niveles	que	ya	no	preocupan	a
los	 grupos	 de	 interés.	 El	 conocimiento	 educacional,	 en	 el	 sentido	 de	 que	 se	 produce	 o	 se
reproduce	dentro	del	sistema	escolar	y	se	acredita,	invade	cada	vez	mayores	sectores	de	la
estructura	socioocupacional.	Los	grupos	externos	de	interés	buscan	servicios	de	investigación
y	desarrollo”8.
En	 la	 etapa	 de	 inflación	 se	 produce	 la	 universalización	 de	 la	 enseñanza	 media	 y	 la
masificación	 de	 la	 enseñanza	 superior,	 con	 la	 consecuente	 devaluación	 de	 las	 credenciales
que	otorga	el	sistema,	y	con	ello,	la	fuga	hacia	delante	de	las	exigencias	educacionales	para
ocupar	 un	 puesto	 de	 trabajo	 u	 obtener	 una	 promoción	 en	 el	 empleo;	 concomitantemente,
también	 crecen	 las	 aspiraciones	 educativas	 de	 la	 población,	 provocando	 también	 más
crecimiento	 en	 los	 niveles	 superiores	 del	 sistema.	 La	 búsqueda	 de	 mayor	 educación	 no	 se
funda	ya	en	la	expectativa	de	lograr	gracias	a	ella	una	mejor	posición	en	la	sociedad,	u	otro
tipo	de	bienes	socialmente	apreciados;	la	educación	ya	no	asegura	esta	clase	de	logros.	La
razón	reside	más	bien	en	que	ella	resguarda	la	conservación	de	lo	que	uno	ha	logrado	y	evita
el	castigo	que	impone	el	no	haber	alcanzado	determinados	niveles	de	educación.
Decíamos	antes	que	la	unificación	es	uno	de	los	rasgos	más	relevantes	para	caracterizar	un
sistema	escolar	y	llevar	a	cabo	comparaciones	entre	los	sistemas	educativos	de	los	diferentes
países.	 Vimos	 que	 en	 función	 de	 este	 rasgo	 distinguimos	 dos	 tipos	 de	 sistemas,	 los
centralizados	y	los	descentralizados.	Siguiendo	el	esquema	de	análisis	propuesto	por	Archer,
en	 el	 Cuadro	 nº	 1	 presentamos	 una	 síntesis	 de	 las	 principales	 características	 y	 pautas	 de
cambio	propias	de	los	sistemas	educativos	centralizados	y	descentralizados.
Cuadro	 nº	 1:	 Características	 y	 pautas	 de	 cambio	 de	 los	 sistemas	 escolares	 centralizados	 y
descentralizados
5.	¿Por	qué	se	expande	la	educación,	a	pesar	de	la	‘inflación’	educacional?
Si	algo	caracteriza	hoy	a	la	educación	de	la	mayoría	de	los	países	del	mundo	es	su	expansión
constante.	Es	un	hecho	que	la	espiral	de	crecimiento	no	se	detiene.	Según	los	sociólogos,	esto
se	debe,	entre	otras	cosas,	a	que	el	consumo	de	educación	está	directamente	relacionado	con
un	mayor	nivel	general	de	vida	de	la	población,	pero	mencionan	también	otras	causas,	como
las	siguientes:
	La	importancia	creciente	del	conocimiento	especializado.	En	las	sociedades	actuales,	el
conocimiento	no	es	sólo	una	condición	necesaria	para	el	continuo	avance	de	la	ciencia	y
de	 la	 técnica,	 sino	 que	 es	 un	 requisito	 indispensable	 para	 el	 desarrollo	 económico.	 La
producción	exige,	cada	vez	más,	una	capacitación	adecuada	no	sólo	desde	el	punto	de
vista	 de	 las	 competencias	 técnicas,	 sino	 también	 en	 términos	 de	 las	 actitudes	 que	 se
requieren	hoy	para	un	desempeño	eficaz.
	La	educación	es	un	importante	factor	de	acceso	a	bienes	sociales	de	diverso	orden:	mayor
status,	mejores	puestos	de	trabajo,	y	por	ende,	mayores	ingresos	monetarios,	etc.	En	el
imaginario	colectivo	esto	sigue	vigente,	aunque	la	realidad	muestra	que	el	papel	de	la
educación	 en	 este	 aspecto	 se	 ha	 debilitado	 considerablemente	 debido,	 aunque	 parezca
paradójico,	 a	 que	 cada	 vez	 más	 gente	 tiene	 acceso	 a	 ella.	 Como	 vimos	 con	 Archer,	 la
educación	 ha	 dejado	 de	 ser	 una	 vía	 para	 obtener	 beneficios	 sociales,	 pero	 no	 tenerla
acarrea	consecuencias	que	nadie	quiere	sufrir.
	La	valoración	de	la	educación	como	factor	de	desarrollo	e	integración	social.	El	mundo
moderno	requiere,	no	sólo	aptitudes	técnicas	para	el	desempeño	laboral,	sino	también
ciertas	 condiciones	 culturales	 (valores,	 pautas	 de	 conducta,	 etc.)	 que	 facilitan	 la
convivencia	 en	 sociedades	 complejas	 y	 culturalmente	 diversas.	 Esto	 ha	 llevado	 a	 los
gobiernos	 a	 prestar	 especial	 atención	 al	 sector	 educativo,	 destinando	 una	 proporción
importante	del	PBI	y	de	sus	gastos	corrientes	a	la	provisión	del	servicio	educativo	y	la
investigación	básica	y	aplicada.
Acabamos	de	ver	a	partir	del	esquema	teórico	de	Archer	sobre	el	origen	y	el	desarrollo	de	los
sistemas	escolares,	que	éstos	han	entrado	en	una	etapa	de	‘inflación’	en	la	cual	la	educación
adquiere	una	significación	nueva:	su	valor	social	reside	más	bien	en	lo	que	preserva	que	en
las	oportunidades	que	abre	para	el	actor	individual.	Ante	esto	cabe	preguntarse	por	qué	la
espiral	de	crecimiento	de	los	sistemas	escolares	no	se	detiene.	Una	repuesta	interesante	a	este
interrogante	es	la	que	da	Green9
	con	el	“principio	de	correlación	cero”.	El	argumento	de	Green
es	el	siguiente:	el	principio	o	ley	de	correlación	cero	indica	que	“no	hay	correlación	posible
entre	 el	 nivel	 de	 educación	 que	 todo	 un	 grupo	 de	 edad	 consigue	 y	 el	 logro	 de	 beneficios
sociales	por	parte	de	algunos	de	sus	integrantes.	Sin	embargo,	hay	gente	que	espera	que	una
educación	igualitaria,	en	todos	sus	niveles	y	modalidades,	proporcione	el	acceso	a	posiciones
de	privilegio	o,	por	lo	menos,	no	advierte	contradicción	entre	ambas	expectativas”10.	 Esto
quiere	 decir,	 en	 definitiva,	 que	 cuando	 todos	 han	 alcanzado	 un	 cierto	 nivel	 educativo,
completar	este	nivel	no	les	sirve,	a	quienes	lo	logran,	para	obtener	beneficios	sociales.	Por
ejemplo,	antes	de	que	se	produzca	la	universalización	del	nivel	básico	de	educación,	quienes
lograban	completar	la	escuela	primaria	tenían	más	posibilidad	de	obtener	un	mejor	empleo
que	 quienes	 no	 cursaron	 ese	 nivel.	 Actualmente,	 como	 la	 mayoría	 de	 la	 población	 tiene
instrucción	primaria	completa,	este	nivel	educativo	carece	de	valor	en	el	mercado	laboral.
Aún	para	los	trabajos	de	menor	prestigio	y	peor	remunerados	se	exige	hoy	acreditar,	por	lo
menos,	estudios	de	nivel	medio.
El	principio	o	ley	de	correlación	cero	tiene	una	serie	de	corolarios	que	permiten	explicar	por
qué	 la	 desvalorización	 de	 un	 título	 o	 credencial	 educativa,	 que	 en	 determinado	 momento
cualquier	persona	puede	conseguir,	no	se	convierte	en	un	obstáculo	para	el	crecimiento	del
sistema	sino	que,	por	el	contrario,	lo	provoca.	Según	E.	de	Babini	(1991),	esos	corolarios	son
los	siguientes:
	El	nivel	educacional	se	transforma	en	aprovechamiento.	Cuando	el	hecho	de	tener	un	diploma
no	permite	discriminar,	se	empiezan	a	usar	otras	bases	para	la	discriminación:	la	escuela
que	lo	emitió,	el	promedio	obtenido,	los	programas	cursados,	o	cualquier	otro	indicador
de	la	calidad	de	los	logros	alcanzados.
	La	transformación	de	la	utilidad.	Si	bien	la	educación	no	sirve	para	lograr	beneficios	sociales,
su	 principal	 valor	 instrumental	 reside	 en	 que	 asegura	 el	 acceso	 a	 más	 educación.	 Un
título	 puede	 estar	 devaluado	 en	 el	 mercado	 laboral,	 pero	 es	 indispensable	 para	 poder
seguir	estudiando.
	 Beneficios	 y	 pérdidas	 cambiantes.	 Con	 más	 educación	 se	 busca	 evitar	 las	 pérdidas	 que	 se
sufren	por	no	tener	determinado	nivel	educacional.	Como	a	medida	que	crece	el	sistema
esas	pérdidas	van	en	aumento,	en	un	momento	la	única	ventaja	que	la	población	joven
puede	esperar	de	la	posesión	de	una	determinada	credencial	educativa	o	un	diploma	es
evitar	la	marginación	extrema	que	padecen	los	que	no	lo	han	obtenido.
	La	ley	del	que	llega	último.	Ninguna	sociedad	ha	logrado	expandir	la	educación	al	punto	de
incluir	 en	 el	 sistema	 a	 los	 grupos	 de	 estratos	 socioeconómicos	 más	 bajos	 en	 la	 misma
proporción	 en	 que	 estos	 grupos	 están	 representados	 en	 la	 población.	 Un	 determinado
nivel	educativo	se	abre	a	esos	grupos	solamente	cuando	ha	sido	saturado	por	los	estratos
medios	 y	 altos	 de	 la	 población.	 “Para	 decirlo	 con	 un	 ejemplo,	 en	 las	 escuelas	 de	 nivel
medio	 de	 todos	 los	 países	 hay	 estudiantes	 cuyos	 padres	 son	 asalariados	 agrícolas	 pero
sólo	en	aquellos	países	que	han	universalizado	las	escuelas	del	nivel,	la	proporción	que
representan	esos	estudiantes	en	la	matrícula	será	aproximadamente	la	misma	que	la	de
su	grupo	social	en	la	población	global.	Cuando	todos	los	jóvenes	de	los	otros	sectores	de
la	sociedad	alcanzan	o	superan	este	nivel,	ya	sólo	puede	ampliarse	para	dar	cabida	a	los
últimos	 y,	 cuando	 éstos	 lleguen,	 será	 ya	 el	 logro	 de	 todos	 “11.	 Cuando	 el	 logro	 es	 de
todos,	ese	nivel	se	devalúa.
	El	principio	del	blanco	móvil.	Cuando	los	que	llegan	últimos	a	un	nivel	educativo	alcanzan
su	meta	de	instrucción,	ésta	alcanza	su	correlación	cero	y	el	blanco	se	mueve	hacia	delante;
el	nivel	se	devalúa	y	los	que	llegan	últimos	no	pueden	beneficiarse	con	su	logro.	“En	esas
condiciones	sólo	en	un	punto	por	encima	de	ese	logro	puede	haber	cualquier	correlación
entre	la	educación	alcanzada	y	algún	indicador	de	situación	o	movilidad	social.	Cuando
el	 grupo	 que	 llega	 último	 alcanza	 su	 blanco,	 éste	 se	 desplaza	 a	 un	 nivel	 más	 alto	 del
sistema”12.
En	síntesis,	la	espiral	de	crecimiento	de	los	sistemas	escolares	es	y	seguirá	siendo	continua
porque	 la	 educación,	 por	 las	 razones	 que	 acabamos	 de	 ver,	 constituye	 la	 clave	 para	 tener
mejores	oportunidades	de	inserción	social	en	el	mundo	actual.
6.	Relación	del	sistema	escolar	con	otros	subsistemas	de	la	sociedad
Afirmábamos	al	comienzo	que	el	núcleo	de	una	macrosociología	de	la	educación	es	el	estudio
de	las	relaciones	entre	el	sistema	educativo	y	los	otros	subsistemas	de	la	sociedad.	Abordar
esta	temática	implica	analizar,	por	una	parte,	la	forma	en	que	estos	subsistemas	condicionan
la	estructura	y	el	funcionamiento	de	la	educación,	y	por	otra,	las	funciones	que	ésta	cumple
respecto	de	cada	uno	de	esos	subsistemas.	La	relevancia	de	tal	estudio	para	la	explicación	de
los	 procesos	 que	 caracterizan	 a	 la	 sociedad	 contemporánea	 es	 incuestionable.	 La	 sociedad
actual	ha	sido	definida	como	la	‘sociedad	del	conocimiento’	debido,	precisamente,	al	lugar
preponderante	 que	 el	 conocimiento	 ocupa	 en	 ella.	 Hay	 pocas	 dudas	 de	 que	 éste	 se	 ha
constituido	 en	 uno	 de	 los	 factores	 clave	 de	 la	 dinámica	 sociocultural.	 Frente	 a	 este	 hecho,
resulta	perfectamente	comprensible	que	el	sistema	educativo	se	constituya	en	un	subsistema
crucial	 de	 la	 sociedad	 puesto	 que	 su	 función	 básica	 consiste,	 precisamente,	 en	 producir	 y
distribuir	el	conocimiento.
No	 es	 nuestro	 propósito	 abordar	 en	 profundidad	 esta	 problemática.	 Nos	 interesa,
fundamentalmente,	señalar	cuáles	son	las	funciones	específicas	de	los	sistemas	educativos,
aquellas	que	no	puede	delegar	en	ningún	otro,	es	decir,	las	que	realmente	lo	‘diferencian’	de
otros	subsistemas	y	para	las	cuales	fueron	creados.	Con	fines	estrictamente	analíticos,	vamos
a	distinguir	tres	tipos	de	funciones:	sociales,	políticas	y	económicas.
Al	tratar	esta	temática	será	inevitable	hacer	referencia,	aunque	sea	de	manera	tangencial	y
esquemática,	a	los	condicionamientos	que	ejercen	sobre	el	sistema	educativo	los	subsistemas
a	 los	 que	 sirven	 de	 manera	 directa	 dichas	 funciones.	 Esta	 referencia	 es	 inevitable,
simplemente,	porque	estamos	analizando	un	sistema	social;	éstos,	como	hemos	visto	antes,
son	 por	 definición	 sistemas	 abiertos	 y,	 en	 tanto	 tales,	 se	 relacionan	 activamente	 con	 su
entorno.	Se	trata	de	relaciones	muy	complejas,	siempre	problemáticas	y	las	más	de	las	veces
conflictivas,	por	diversas	causas.	El	sistema	educativo	debe	responder	adecuadamente	a	las
demandas	del	entorno,	pero	las	condiciones	objetivas	que	imperan	en	éste	suelen	no	ser	las
más	propicias	para	que	aquél	satisfaga	las	múltiples	expectativas	que	se	han	puesto	en	él.
Postular	una	activa	relación	del	sistema	educativo	con	su	entorno	no	implica	aceptar	que	el
sistema	 sea	 totalmente	 permeable	 a	 las	 influencias	 externas,	 como	 pretenden	 algunos
(Archer,	 1981).	 Sin	 desconocer	 los	 fuertes	 condicionamientos	 que	 ejercen	 las	 condiciones
objetivas	en	las	que	funciona,	rescatamos	la	vieja	idea	de	Durkheim	(1992)	sobre	la	autonomía
relativa	 del	 sistema	 educativo,	 gracias	 a	 la	 cual	 éste	 genera	 su	 propia	 dinámica	 interna	 y
puede	‘filtrar’	las	influencias	externas.	Si	no	aceptamos	esto,	el	sistema	se	convierte	en	un
mero	 reflejo	 de	 la	 sociedad	 en	 la	 que	 funciona	 y	 cualquier	 consideración	 acerca	 de	 la
educación	 como	 factor	 de	 cambio	 social	 pierde	 sentido.	 En	 la	 Figura	 nº	 2	 presentamos	 un
esquema	de	las	principales	funciones	que	se	asignan	a	los	sistemas	escolares.
Figura	nº	2:	Funciones	de	los	sistemas	escolares
6.1.	Relación	con	la	estructura	social	y	la	cultura
Relacionar	al	sistema	educativo	con	la	estructura	social	significa	situarlo	en	el	corazón	mismo
del	sistema	de	estratificación	y	de	la	cultura	propios	de	una	sociedad.	Como	hemos	visto	en
un	capítulo	anterior,	la	cultura	comprende	los	contenidos	normativos,	cognitivos,	ideológicos
y	 aun	 materiales	 que	 sirven	 de	 base	 al	 proceso	 de	 interacción	 social	 y	 le	 dan	 sentido.	 La
estratificación	social,	por	su	parte,	designa	la	distribución	de	los	miembros	de	una	sociedad	en	una
jerarquía	 de	 posiciones	 a	 las	 que	 van	 asociadas	 diferentes	 posibilidades	 objetivas	 de	 acceder	 a	 la
propiedad	de	recursos	que	son	valorados	socialmente:	bienes	materiales,	prestigio	y	poder.	El	sistema
de	 estratificación	 propio	 de	 las	 sociedades	 capitalistas	 es	 el	 sistema	 de	 clases,	 cuyas
características	no	viene	al	caso	describir	aquí.	La	institucionalización	de	la	educación	como
sistema	 fue	 un	 fenómeno	 que	 acompañó	 el	 proceso	 de	 imposición	 de	 este	 tipo	 de
estructuración	de	la	sociedad	y	contribuyó	ciertamente	a	consolidarlo.
Teniendo	en	cuenta	los	dos	aspectos	de	la	realidad	social	(cultural	y	estructural)	a	los	que	nos
referíamos	en	el	párrafo	anterior,	vamos	a	exponer	en	lo	que	sigue	las	principales	funciones
sociales	de	los	sistemas	educativos.	También	en	este	caso	la	división	que	hacemos	de	ellas	es
meramente	analítica,	ya	que	están	todas	muy	relacionadas	y	se	implican	entre	sí.
a)	Transmisión	de	la	cultura
Es	función	específica	del	sistema	educativo	inculcar	la	cultura	propia	de	la	sociedad	en	la	que
está	inserto;	es	un	órgano	reproductor	de	esa	cultura.	Entendemos	la	cultura	en	el	sentido
amplio	que	exponíamos	en	un	párrafo	anterior.	Las	ideas	centrales	que	todos	los	miembros
de	una	sociedad	deben	aprender	para	desarrollar	su	sentido	de	pertenencia	y	formar	un	todo
unido	en	torno	a	un	conjunto	de	objetivos	compartidos	solamente	se	pueden	adquirir	por	la
participación	en	el	sistema	educativo.	De	hecho,	la	necesidad	de	formar	esa	conciencia	de
pertenencia	al	‘Estado-nación’	fue	una	de	los	razones	fundamentales	de	la	creación	de	los
sistemas	 educativos.	 Ninguna	 otra	 agencia	 de	 socialización	 (familia,	 medios	 de
comunicación,	 iglesias,	 etc.)	 reúne	 las	 condiciones	 necesarias	 para	 cumplir	 adecuadamente
esta	función.	Veamos	cuáles	son	esas	condiciones.
	El	proceso	de	inculcación	que	lleva	a	cabo	el	sistema	escolar	abarca	a	una	gran	cantidad
de	 miembros	 debido	 a	 que	 éstos	 están	 obligados,	 por	 disposición	 del	 Estado,	 a	 recibir
educación	formal.	No	en	vano	la	educación	básica	universal	fue	un	objetivo	central	de	los
Estados-nación.
	La	acción	que	la	educación	formal	ejerce	sobre	el	individuo	es	sistemática,	regular	y	se
extiende	durante	un	tiempo	prolongado,	lo	cual	resulta	imprescindible	para	garantizar
una	socialización	eficaz.	Junto	a	la	meta	de	la	educación	básica	universal,	y	como	una
estrategia	 para	 lograr	 inculcar	 una	 cultura	 común,	 los	 Estados-nación	 imponen	 la
obligatoriedad	escolar	hasta	determinada	edad.
	El	sistema	escolar	tiene	el	monopolio	de	la	transmisión	(define	los	contenidos,	controla	su
distribución	y	certifica	su	adquisición)	y	está	dotado	de	la	legitimidad	necesaria	para	ello,
con	lo	cual	refuerza	la	eficacia	de	su	acción.
	El	sistema	educativo	es	el	único	que	está	autorizado	para	formar	a	los	agentes	encargados
de	la	transmisión	(los	docentes),	los	selecciona	para	cumplir	esa	función	y	los	legitima
como	funcionarios	de	una	autoridad	superior,	el	Estado	y	la	nación.
Al	cumplir	con	su	función	de	transmitir	la	cultura,	el	sistema	educativo	se	erige	en	uno	de	los
principales	 agentes	 de	 conservación	 de	 la	 sociedad.	 Pero	 su	 función	 no	 es	 meramente
conservadora,	 por	 el	 contrario,	 juega	 un	 rol	 fundamental	 en	 la	 creación	 y	 recreación
permanente	de	la	cultura,	y	con	ello,	de	la	forma	en	que	los	individuos	organizan	su	vida
social.	 La	 dinámica	 interna	 propia	 del	 sistema	 apunta	 en	 esa	 dirección.	 Los	 sujetos	 de	 la
educación	no	son	receptores	pasivos	del	conjunto	de	significados	que	se	transmiten	en	él;	son
verdaderos	 actores,	 es	 decir,	 individuos	 activos,	 capaces	 de	 procesar	 subjetivamente	 esos
significados	y,	por	lo	tanto,	de	transformarlos.	Por	su	parte,	los	agentes	de	la	transmisión	(los
docentes)	también	aportan	lo	suyo	en	la	transformación	de	los	significados	que	transmiten,
en	 la	 medida	 que	 actúan	 como	 agentes	 de	 recontextualización	 de	 esos	 significados	 en	 el
proceso	de	comunicación	pedagógica	(Bernstein,	1998).
b)	Integración	social	del	individuo
La	 incorporación	 al	 sistema	 educativo	 es	 una	 condición	 imprescindible	 en	 las	 sociedades
modernas	para	que	un	individuo	pueda	participar	plenamente	de	la	vida	social.	Participar
plenamente	exige	algo	más	que	la	posesión	de	conocimientos	y	destrezas;	demanda	también
el	 dominio	 de	 los	 elementos	 fundamentales	 de	 la	 cultura	 de	 la	 sociedad	 a	 la	 que	 uno
pertenece.	La	educación	formal	es	la	encargada	de	brindar	al	individuo	ambas	cosas.	Para	la
sociología,	 educar	 significa	 bastante	 más	 que	 instruir.	 Como	 hemos	 visto	 al	 estudiar	 el
proceso	y	las	agencias	de	socialización,	el	sistema	escolar	no	se	limita	a	instruir,	es	decir,	a
transmitir	 solamente	 contenidos	 instrumentales	 (conocimientos,	 destrezas,	 aptitudes,
competencias	 técnicas);	 es	 también	 el	 encargado	 de	 ‘moldear	 el	 carácter,	 los	 modales,	 la
forma	de	ser’,	o	sea,	inculca	elementos	regulativos	de	la	conducta	(valores,	normas,	formas	de
percibir	y	juzgar	a	los	otros	y	a	los	fenómenos	de	la	realidad,	etc).	Son	precisamente	estos
elementos	regulativos	los	que	actúan	de	manera	decisiva	en	la	creación	de	la	cohesión	social
y,	en	consecuencia,	en	la	integración	de	la	sociedad.
c)	Innovación
En	el	plano	del	conocimiento,	la	función	innovadora	del	sistema	educativo	es	muy	clara	y	se
lleva	 a	 cabo,	 fundamentalmente,	 en	 las	 instituciones	 educativas	 de	 nivel	 superior.	 Es	 allí
donde	se	producen	nuevos	conocimientos	y	nuevas	tecnologías	a	partir	de	la	investigación
básica	 y	 aplicada.	 Los	 avances	 científicos	 no	 significan	 solamente	 aportes	 en	 el	 plano	 del
conocimiento	y	la	tecnología.	Ellos	contribuyen	también	a	cambiar	las	pautas	culturales,	a
generar	nuevas	necesidades	en	los	individuos	y	en	la	sociedad	como	un	todo,	a	desarrollar
nuevas	actividades,	a	mejorar	las	condiciones	de	vida	de	la	gente,	a	buscar	otras	formas	de
desarrollo	 individual	 y	 colectivo,	 etc.	 Valgan	 como	 ejemplo	 los	 cambios	 que	 se	 están
produciendo	 en	 diferentes	 campos	 a	 raíz	 de	 los	 avances	 científicos	 relacionados	 con	 la
manipulación	 genética,	 la	 inseminación	 artificial,	 la	 clonación,	 etc.	 De	 hecho,	 cuando	 se
destaca	 la	 importancia	 de	 la	 educación	 para	 la	 vida	 de	 los	 pueblos	 y	 se	 insiste	 en	 que	 el
sistema	educativo	debe	ser	atendido	con	políticas	y	recursos	adecuados,	se	está	pensando	en
el	enorme	potencial	que	tiene	la	educación	para	cambiar	la	vida	de	los	individuos	y	de	la
sociedad	en	su	conjunto.
d)	Selección	social
Ésta	es	la	función	social	más	controvertida	del	sistema	educativo	y	a	la	que	se	otorga	una
importancia	 singular	 en	 la	 sociología	 de	 la	 educación.	 Entendemos	 por	 selección	 social	 el
papel	 que	 le	 cabe	 a	 la	 educación	 en	 la	 posibilidad	 que	 tiene	 un	 individuo	 de	 lograr	 una
determinada	 posición	 en	 el	 sistema	 de	 estratificación	 social.	 Sabemos	 que	 en	 el	 sistema
escolar	se	opera,	inevitablemente,	un	proceso	de	selección	que	tiene	consecuencias	sociales.
En	 otras	 palabras,	 el	 grado	 de	 educación	 formal	 alcanzado	 no	 resulta	 indiferente	 desde	 el
punto	 de	 vista	 del	 status	 social	 de	 alguien.	 Existen	 dos	 paradigmas	 antagónicos	 para	 el
análisis	de	esta	función	que,	según	algunos	analistas	(Tedesco,	1987),	resultan	hoy	claramente
insuficientes	para	explicar	el	problema:	el	funcionalista	y	el	reproductivista.	Dado	que	hemos
caracterizado	 estos	 paradigmas	 cuando	 vimos	 los	 enfoques	 en	 sociología	 de	 la	 educación,
solamente	 vamos	 a	 referirnos	 brevemente	 a	 la	 postura	 de	 cada	 uno	 frente	 al	 tema	 de	 la
relación	entre	la	educación	y	la	estratificación	social.
El	paradigma	funcionalista	sostiene	que	la	educación	formal	es	un	factor	de	movilidad	social
ascendente.	Según	esta	visión,	en	las	sociedades	capitalistas	que	adoptan	la	democracia	como
régimen	de	gobierno	y	estilo	de	vida	social,	un	individuo	puede	modificar	su	situación	social
de	 origen	 si	 se	 esfuerza	 para	 ello.	 Esta	 idea	 se	 funda	 en	 el	 supuesto	 que	 estas	 sociedades
brindan	 las	 oportunidades	 necesarias	 para	 que	 todos	 puedan	 mejorar	 su	 posición	 en	 la
sociedad	 sobre	 la	 base	 de	 su	 propio	 comportamiento.	 Todo	 depende	 del	 individuo,	 de	 su
nivel	 de	 aspiraciones	 y	 del	 empeño	 que	 ponga	 para	 satisfacer	 esas	 aspiraciones.	 El	 primer
esfuerzo	que	se	le	exige	tiene	que	ver	con	la	escuela;	ésta	es	una	institución	meritocrática	que,
por	 definición,	 opera	 un	 proceso	 de	 selección	 de	 los	 individuos	 basado	 en	 el	 desempeño
académico	y	el	mérito	personales.	Nada	dicen	los	funcionalistas	acerca	de	la	forma	en	que	las
condiciones	objetivas	(origen	social,	lugar	de	residencia,	etc.)	definen	las	posibilidades	que
tiene	 un	 individuo	 de	 desarrollar	 sus	 aspiraciones	 y	 realizar	 el	 esfuerzo	 necesario	 para
satisfacerlas.	En	suma,	en	la	óptica	funcionalista,	el	sistema	escolar	se	presenta	al	individuo
como	 una	 oportunidad	 genuina	 para	 mejorar	 su	 posición	 en	 la	 sociedad,	 y	 las	 diferencias
sociales	 no	 constituyen	 un	 factor	 de	 peso	 en	 la	 determinación	 del	 desempeño	 y	 el	 éxito
académico.
El	paradigma	reproductivista	representa	la	visión	contraria	al	funcionalista	y	acentúa	todas
las	contradicciones	inherentes	a	éste.	La	teoría	de	la	reproducción	tuvo	su	máximo	desarrollo
en	 la	 década	 del	 70	 del	 siglo	 pasado.	 Este	 enfoque	 parte	 de	 una	 concepción	 del	 sistema
educativo	afín	a	la	tradición	marxista	según	la	cual,	en	las	sociedades	capitalistas,	la	escuela
es	un	aparato	ideológico	del	estado	(Althusser,	1974)	al	servicio	de	los	intereses	de	la	clase
dominante,	cuya	ideología	es	el	encargado	de	transmitir	e	imponer.	La	forma	en	que	está
estructurado	el	sistema	y	los	contenidos	que	transmite,	determinan	que,	bajo	la	apariencia	de
una	escuela	única	para	todos,	se	desarrollen	dos	redes	de	educación	diferenciadas,	cada	una
de	las	cuales	está	dirigida	a	individuos	de	distinto	origen	social	y	los	conduce	a	posiciones
diferentes	en	la	estructura	de	la	sociedad.	Por	un	lado,	la	enseñanza	media	y	superior	(red
secundaria-superior)	para	los	hijos	de	la	burguesía,	destinados	a	ocupar	los	puestos	de	mando
y	 las	 posiciones	 de	 mayor	 responsabilidad	 en	 las	 empresas	 y	 en	 los	 organismos	 de	 la
burocracia	estatal.	Por	otro,	la	enseñanza	básica	y	vocacional13	(red	primaria-profesional)	a	la
que	 son	 orientados	 los	 hijos	 de	 obreros,	 y	 conduce	 al	 desempeño	 de	 tareas	 manuales	 y	 a
posiciones	 de	 subordinación	 en	 los	 organismos	 de	 la	 administración	 pública	 y	 en	 las
empresas.	Los	trabajos	de	Althusser,	Baudelot	y	Establet	(1974)14,	Bowles	y	Gintis	(1981)	son
expresiones	clásicas	de	esta	manera	de	ver	a	la	educación	formal	controlada	por	el	Estado.	La
obra	 de	 Bourdieu	 y	 Passeron	 (1981)	 también	 sostiene	 el	 carácter	 reproductor	 del	 sistema
escolar,	pero	éste	no	constituye	para	ellos	un	aparato	ideológico	como	sostiene	el	marxismo
althusseriano.	 Su	 teoría	 del	 sistema	 de	 enseñanza,	 como	 veremos	 en	 otro	 capítulo	 de	 este
texto,	se	funda	en	dos	ideas	centrales:	la	de	violencia	simbólica	y	la	de	autonomía	relativa	del
sistema.
El	paradigma	reproductivista,	cuya	hegemonía	en	el	campo	educativo	fue	muy	importante	a
lo	 largo	 de	 más	 de	 diez	 años,	 condujo	 a	 un	 verdadero	 pesimismo	 pedagógico	 que,	 en
términos	simples,	se	podría	formular	de	la	siguiente	manera:	si	el	sistema	y	el	maestro	están
al	servicio	de	las	clases	dominantes,	si	las	cosas	se	dan	de	tal	manera	que	las	injusticias	de	la
dominación	 capitalista	 no	 se	 pueden	 eliminar	 a	 menos	 que	 cambien	 las	 condiciones
estructurales	¿para	qué	sirve	la	educación?	La	definición	de	la	década	del	ochenta	como	la
década	 perdida	 para	 la	 educación	 se	 funda,	 en	 gran	 medida,	 en	 la	 enorme	 influencia	 que
tuvo	este	paradigma	en	los	análisis	sobre	las	relaciones	del	sistema	educativo	y	la	sociedad	en
los	países	occidentales.
6.2.	Relación	con	la	organización	política
Decíamos	antes	que	el	surgimiento	de	los	sistemas	educativos	se	produce	durante	la	segunda
mitad	del	siglo	XIX	para	satisfacer	un	requerimiento	fundamental	de	los	Estados-nación	que
estaban	en	pleno	proceso	de	formación	en	ese	momento:	lograr	su	consolidación.	Esta	fue
una	razón	de	primera	importancia	para	la	institucionalización	de	la	educación	bajo	la	forma
de	un	sistema.	Para	los	Estados-nación	era	imprescindible	contar	con	una	herramienta	que	les
permitiera	 lograr	 que	 la	 mayor	 cantidad	 de	 miembros	 de	 la	 sociedad	 comprendiera	 y
adoptara	como	propias	las	pautas	del	nuevo	orden	político	y	social	que	estaba	surgiendo,	y
adquiriera	los	elementos	que	le	hacían	falta	para	garantizar	su	consolidación.	Dicho	en	pocas
palabras,	el	sistema	educativo	nace,	básicamente,	para	satisfacer	una	necesidad	política.	En
consecuencia,	 cumplió	 desde	 sus	 comienzos,	 y	 sigue	 haciéndolo,	 una	 función	 política
fundamental	 que	 responde	 hoy	 al	 siguiente	 objetivo:	 garantizar	 la	 vigencia	 del	 régimen
democrático15.	 Esta	 primordial	 misión	 política	 del	 sistema	 se	 puede	 traducir,	 con	 fines
analíticos,	en	dos	funciones	principales:	formación	política	del	ciudadano	y	democratización
de	vida	social.	Múltiples	factores,	propios	del	sistema	y	externos	a	él,	limitan	al	sistema	en	el
desempeño	 de	 estas	 funciones.	 Todo	 análisis	 de	 la	 relación	 entre	 la	 educación	 y	 la
organización	del	poder	político	debe	necesariamente	tenerlos	en	cuenta	si	se	quiere	adquirir
un	 visión	 completa	 de	 las	 posibilidades	 reales	 que	 tiene	 la	 educación	 de	 cumplir	 con	 la
misión	que	se	le	asigna.
a)	Formación	política	del	ciudadano
Es	probablemente	en	el	desempeño	de	esta	función	donde	más	se	pone	en	evidencia	que	la
educación	 no	 es	 mera	 instrucción	 (Mannheim,	 1966).	 La	 formación	 política	 no	 supone
solamente	el	dominio	de	algunos	conocimientos	relacionados	con	el	sistema	democrático,	sus
instituciones	y	las	condiciones	necesarias	para	su	funcionamiento.	Implica	también	inculcar
valores	 y	 desarrollar	 actitudes	 y	 prácticas	 democráticas	 en	 todos	 los	 actores	 del	 sistema
educativo.	 Como	 expresa	 Durkheim	 (1972),	 la	 formación	 cívica	 es	 parte	 de	 la	 formación
moral,	una	moral	que	no	responde	a	principios	religiosos,	porque	es	una	moral	laica,	sino	que
se	 impone	 por	 la	 fuerza	 de	 la	 razón	 y	 se	 funda	 en	 un	 conjunto	 de	 valores	 considerados
fundamentales	por	la	sociedad,	aquellos	que	expresan	lo	que	ella	define	para	sí	como	bueno	y
permiten	alcanzar	los	fines	colectivos,	dice	el	sociólogo	francés.	Estos	valores	no	son	puras
nociones	teóricas	que	se	encuentran	en	los	libros	y	uno	puede	aprender	a	partir	de	su	lectura,
sino	que	son	normas	que	orientan	la	conducta	y	se	ejercen	en	las	organizaciones	concretas	de
las	cuales	el	individuo	forma	parte.	Tratándose	del	sistema	educativo,	ellas	deben	ejercitarse
en	la	escuela.	Si	la	sociedad	ha	optado	por	la	democracia	pluralista	como	régimen	político	y
forma	de	vida	colectiva,	el	sistema	educativo	tendrá	que	definir	un	curriculum	que	instruya
al	 ciudadano	 en	 los	 principios	 de	 la	 democracia	 y,	 a	 la	 vez,	 deberá	 inculcar	 los	 valores	 y
adoptar	 las	 reglas	 de	 conducta	 que	 respondan	 a	 esos	 principios	 para	 imponerlas	 en	 las
prácticas	cotidianas.
La	definición	del	curriculum	para	la	formación	política	supone,	por	una	parte,	la	selección	de
los	 conocimientos	 generales	 básicos	 que	 todo	 ciudadano	 debe	 poseer	 acerca	 de	 las
características	del	régimen	democrático	y	las	condiciones	para	su	funcionamiento.	Sin	estos
conocimientos	 no	 es	 posible	 el	 consenso	 que	 la	 existencia	 y	 mantenimiento	 del	 régimen
requieren.	En	una	democracia	pluralista,	que	admite	por	principio	la	diversidad	ideológica,	la
tarea	 de	 seleccionar	 los	 conocimientos	 básicos	 no	 es	 nada	 sencilla.	 A	 pesar	 de	 ello,	 parece
necesario	incorporar	al	curriculum	dos	conjuntos	de	temas	de	naturaleza	muy	compleja:	i)	los
conceptos	 fundamentales	 de	 la	 política	 y	 los	 fundamentos	 de	 la	 democracia;	 y	 ii)	 los
componentes	 de	 la	 democracia.	 En	 lo	 que	 hace	 al	 primer	 conjunto	 de	 temas,	 los	 alumnos
deberían	 conocer	 cuestiones	 tales	 como	 la	 relación	 entre	 política	 y	 poder,	 ética	 y	 política,
política	 y	 derecho,	 realidad	 política	 del	 país,	 organización	 y	 funcionamiento	 de	 las
instituciones	 estatales	 y	 sociales,	 normas	 constitucionales,	 etc.	 En	 lo	 que	 respecta	 a	 los
componentes	de	la	democracia,	sería	necesario	hacer	conocer	al	alumno	lo	que	significa	el
‘gobierno	del	pueblo,	para	y	por	el	pueblo’,	el	principio	del	sufragio	universal,	la	soberanía
popular,	 la	 función	 y	 los	 derechos	 de	 las	 minorías	 en	 el	 régimen	 democrático,	 el	 libre
ejercicio	 de	 la	 oposición,	 la	 independencia	 de	 los	 poderes	 del	 Estado,	 el	 papel	 y	 la
responsabilidad	del	individuo	en	la	gestión	de	la	cosa	pública,	la	importancia	de	los	partidos
políticos,	el	imperio	de	la	ley,	la	importancia	de	la	participación	y	el	compromiso	personal	en
la	esfera	política,	etc.	Como	se	puede	advertir,	la	selección	de	un	curriculum	para	la	formación
de	ese	‘custodio	y	protagonista’	de	la	democracia	que	es	cada	ciudadano,	no	es	tarea	sencilla.
No	sólo	hay	que	abordar	nociones	muy	complejas,	sobre	las	cuales	cada	uno	puede	sostener
puntos	de	vista	diferentes,	sino	que,	como	la	política	es	una	dimensión	fundamental	de	la
vida	 humana,	 no	 una	 cuestión	 puramente	 académica,	 la	 comprensión	 del	 verdadero
significado	y	alcance	de	esas	nociones	sólo	se	logra	cuando	se	las	ponen	en	práctica.	Sabemos
que	la	coherencia	entre	los	principios	y	la	conducta,	entre	la	noción	y	la	acción,	no	es	tan	fácil
de	lograr	en	la	vida	cotidiana.
Hay,	 además,	 otras	 cuestiones	 igualmente	 complejas	 y	 difíciles	 de	 resolver	 a	 la	 hora	 de
formular	definiciones	curriculares	para	la	formación	del	ciudadano.	Ellas	derivan	de	algunos
principios	de	la	vida	democrática	que	son	esencialmente	polémicos.	Por	ejemplo,	la	tensión
entre	igualdad	y	libertad,	los	límites	de	la	libertad	individual,	la	primacía	del	interés	común
frente	al	interés	individual,	etc.,	etc.
Es	 necesario	 tener	 presente,	 también,	 que	 la	 selección	 de	 contenidos	 para	 la	 formación
política	 del	 ciudadano	 debe	 ir	 acompañada	 de	 otra	 serie	 de	 acciones	 educativas,	 algunas
planificadas,	 otras	 más	 espontáneas	 e	 informales,	 tendientes	 a	 desarrollar	 las	 actitudes	 y
aptitudes	 indispensables	 para	 la	 vida	 democrática:	 tolerancia	 ideológica,	 responsabilidad
individual,	respeto	por	el	otro,	aceptación	de	la	diversidad,	etc.	Actitudes	y	aptitudes	que
necesariamente	se	deben	traducir	en	prácticas	concretas.	Uno	de	los	principales	desafíos	que
debe	enfrentar	la	educación	para	la	democracia	es	avanzar	hacia	la	unidad	en	la	diversidad,
respetando	la	libertad	de	la	persona	para	pensar,	decidir	y	actuar.
b)	Democratización	de	la	vida	social
Si	 admitimos	 que	 la	 otra	 dimensión	 de	 la	 función	 política	 de	 la	 educación	 es	 la
democratización	 de	 la	 vida	 social,	 es	 necesario	 previamente	 precisar	 qué	 se	 entiende	 por
democratización.	Aquí	nos	enfrentamos	nuevamente	con	la	ambigüedad	terminológica.	Por
lo	 general	 se	 asocia	 la	 democratización	 con	 la	 idea	 de	 participación.	 Desde	 este	 punto	 de
vista,	la	función	del	sistema	educativo	sería	preparar	al	individuo	para	tomar	parte	en	las
decisiones	colectivas	y	compartir	las	responsabilidades	que	ello	implica.	Según	Martínez	Paz
(1989),	 la	 participación	 es,	 a	 la	 vez,	 un	 medio	 y	 un	 fin,	 si	 se	 tiene	 en	 cuenta	 su	 punto	 de
partida,	 que	 es	 el	 reclamo	 para	 contribuir	 a	 satisfacer	 las	 necesidades	 humanas	 más
perentorias.	 Pero	 es	 también	 un	 derecho	 fundamental	 de	 la	 persona.	 Si	 consideramos	 las
condiciones	que	deben	darse	para	una	real	participación,	aparece	con	claridad	el	papel	de	la
educación,	 ya	 que	 ésta	 sería	 la	 encargada	 de	 crearlas.	 Martínez	 Paz,	 en	 el	 trabajo	 citado,
señala	las	siguientes	condiciones:
	No	hay	participación	posible	sin	una	conciencia	clara	de	la	identidad	cultural,	que	ubica	a
cada	 ser	 humano	 en	 su	 sociedad	 y	 en	 su	 mundo:	 la	 cultura	 se	 adquiere	 gracias	 a	 la
educación.
	Para	que	la	participación	sea	efectiva	debe	darse	la	menor	intermediación	posible	entre
los	centros	de	decisión	y	las	bases	participativas:	por	la	educación	se	conocen	los	soportes
institucionales	y	jurídicos	para	la	participación.
	Una	doctrina	sociopolítica	abierta,	tolerante,	que	acepte	el	cambio	y	la	contribución	de	los
diferentes	 sectores	 sociales:	 no	 es	 posible	 lograr	 tal	 doctrina	 sin	 un	 nivel	 mínimo	 de
educación,	 además	 de	 un	 programa	 específico	 de	 formación	 de	 los	 responsables	 de	 la
administración,	del	dominio	técnico	y	de	las	asociaciones	intermedias.
Para	 lograr	 la	 democratización	 de	 la	 vida	 social,	 así	 entendida,	 la	 educación	 debe
desarrollarse,	obviamente,	en	un	contexto	que	haga	posible	la	participación.	La	participación
no	 es	 cuestión	 solamente	 de	 conocimientos	 sino	 también	 de	 experiencias,	 de	 ejercicio
concreto.	 Es	 importante,	 entonces,	 que	 tanto	 la	 relación	 pedagógica,	 como	 las	 estructuras
administrativas	 del	 sistema	 educativo,	 adopten	 formas	 democráticas.	 Si	 bien	 la	 relación
pedagógica	es,	por	definición,	asimétrica,	esta	asimetría	no	justifica	una	postura	autoritaria
por	parte	del	docente.	La	idea	de	autoridad	es	radicalmente	diferente	del	autoritarismo,	no
tiene	nada	que	ver	con	éste.	La	vigencia	de	modelos	autoritarios	de	relación	pedagógica	y	la
burocratización	de	la	educación	pueden	resultar	un	obstáculo	de	peso	para	que	la	educación
cumpla	con	esta	dimensión	de	su	función	política.
Otra	idea	que	se	asocia	con	frecuencia	al	concepto	de	democratización	es	la	de	igualdad	en
todos	 los	 aspectos,	 social,	 cultural,	 jurídico,	 etc.	 En	 este	 sentido,	 la	 educación	 podría
contribuir	 a	 la	 democratización	 de	 la	 vida	 social	 si	 lograra	 promover	 la	 igualdad	 de
oportunidades	de	acceso	a	los	diferentes	niveles	de	enseñanza	y	garantizar	la	igualdad	en	la
calidad	de	los	resultados16.
c)	Límites	del	sistema	educativo	para	cumplir	con	sus	funciones	políticas
Si	 bien	 la	 educación,	 como	 acabamos	 de	 ver,	 puede	 cumplir	 importantes	 funciones	 en
materia	 política,	 sus	 posibilidades	 reales	 de	 lograr	 los	 objetivos	 a	 los	 que	 apunta	 en	 este
campo	se	ven	limitadas	por	múltiples	factores,	unos	relacionados	con	el	contexto	social,	otros
relativos	al	propio	sistema	educativo.
Decíamos	antes	que,	tanto	la	formación	política	del	ciudadano	como	la	preparación	para	la
participación	 son,	 básicamente,	 cuestión	 de	 experiencia	 y	 no	 de	 meros	 contenidos
curriculares.	 Esto	 implica	 que	 el	 contexto	 en	 el	 que	 se	 desarrolla	 la	 tarea	 educativa	 y	 el
funcionamiento	 del	 propio	 sistema	 de	 educación	 deben	 ser	 coherentes	 con	 esos	 objetivos.
Dicho	 en	 otros	 términos,	 en	 la	 sociedad	 deben	 darse	 las	 condiciones	 que	 facilitan	 la	 vida
democrática:	vigencia	de	los	principios	democráticos	(libertad,	igualdad,	soberanía	popular),
funcionamiento	pleno	de	las	instituciones	democráticas	(los	partidos	políticos,	la	actividad
parlamentaria,	la	independencia	de	los	tres	poderes	del	Estado,	el	sufragio	universal,	etc.)	y,
necesariamente,	una	experiencia	exitosa	de	la	vida	democrática.	La	educación	por	sí	misma
nada	puede	hacer	en	materia	de	formación	política,	si	el	niño	o	el	adolescente	nunca	han
visto	actuar	un	partido	político,	jamás	vieron	funcionar	al	Parlamento,	ni	asistieron	a	un	acto
comicial.	 En	 poco	 puede	 contribuir	 el	 sistema	 educativo	 a	 la	 consolidación	 del	 régimen
democrático	si	los	ciudadanos,	debido	a	su	experiencia	personal,	asocian	la	democracia	con	el
caos	 económico	 o	 social,	 el	 autoritarismo	 de	 los	 funcionarios	 públicos,	 la	 corrupción	 o	 la
ineptitud	de	la	dirigencia	política.
Tampoco	 puede	 cumplir	 la	 educación	 con	 sus	 funciones	 políticas,	 si	 en	 el	 propio	 sistema
educativo	 no	 tienen	 vigencia	 los	 principios	 democráticos,	 ni	 se	 promueve	 la	 igualdad	 en
todos	sus	aspectos,	discriminando	a	los	alumnos	de	diversas	maneras,	o	creando	diferencias
entre	escuelas	o	entre	regiones.	La	contradicción	entre	la	experiencia	personal	y	el	discurso
institucional	impiden	al	alumno	la	incorporación	de	los	elementos	cognitivos	y	normativos
fundamentales	para	asegurar	el	consenso	que	requiere	la	existencia	y	la	continuidad	de	la
vida	democrática.
Finalmente,	la	educación	tampoco	cumple	con	sus	funciones	políticas	si	no	promueve,	en	el
desarrollo	 de	 las	 tareas	 cotidianas	 en	 las	 escuelas,	 la	 responsabilidad	 y	 la	 disciplina
personales.	Ambas	condiciones	deben	ser	satisfechas	por	los	actores	de	la	vida	democrática.
La	escuela	es	el	ámbito	por	excelencia	para	la	creación	de	estas	condiciones	en	la	conciencia
subjetiva.	Y	en	esto	el	papel	de	los	docentes	es	crucial.
6.3.	Relación	con	la	estructura	económica	y	el	mercado	de	trabajo
Para	 los	 que	 nos	 sentimos	 identificados	 con	 la	 tarea	 educativa	 y	 tenemos	 un	 fuerte
compromiso	 con	 ella,	 abordar	 las	 relaciones	 entre	 el	 sistema	 educativo	 y	 el	 subsistema
económico	 implica	 entrar	 en	 un	 terreno	 complejo	 y	 con	 algunas	 trampas.	 Es	 complejo,
porque	los	educadores	experimentamos	serias	limitaciones	teóricas	al	momento	de	analizar
el	sistema	educativo	desde	una	perspectiva	más	bien	instrumental	como	la	económica;	con
trampas,	porque	nuestra	visión,	a	diferencia	de	la	del	economista,	que	generalmente	no	va
más	 allá	 de	 una	 consideración	 pragmática	 de	 la	 educación,	 está	 teñida	 por	 ese	 afán	 casi
romántico	 de	 ver	 en	 la	 educación	 el	 camino	 por	 excelencia	 para	 el	 logro	 de	 toda	 clase	 de
objetivos	individuales	y	sociales	nobles.
A	 pesar	 de	 la	 complejidad	 y	 las	 trampas,	 hoy	 más	 que	 nunca,	 es	 fundamental	 que	 los
educadores	y,	en	general,	los	que	están	involucrados	con	el	sistema	educativo,	sobre	todo	en
los	puestos	de	conducción	de	la	educación	del	país,	ingresen	en	ese	terreno.	Si	no	hacemos
este	 esfuerzo,	 lo	 que	 se	 produce	 es	 un	 diálogo	 de	 sordos	 entre	 los	 responsables	 de	 la
educación	 y	 los	 funcionarios	 encargados	 de	 administrar	 los	 recursos	 económicos	 que	 se
necesitan	para	brindar	un	servicio	educativo	de	calidad.	Cuando	se	produce	un	diálogo	de
este	tipo,	ya	sabemos	cuál	es	el	sector	que	tiene	más	probabilidades	de	salir	perdiendo.
Comencemos	 por	 recordar	 que	 al	 sistema	 educativo	 se	 le	 asigna	 una	 función	 económica
fundamental:	 la	 formación	 del	 ‘capital	 humano’17,	 lo	 cual	 equivale	 a	 preparar	 a	 los
individuos	para	su	inserción	en	el	mercado	laboral	y,	por	ende,	en	la	estructura	productiva	de
un	país.	El	acceso	al	conocimiento	y	a	determinadas	competencias	(y	no	sólo	el	acceso	a	la
escuela)	es	visto	ahora	como	el	elemento	decisivo	para	participar	activamente	en	los	nuevos
procesos	 productivos	 (Filmus,	 1993).	 Qué	 tipo	 de	 conocimiento	 y	 qué	 competencias	 son
necesarias	pasa	a	ser	ahora	el	tema	central.
Otra	función	importante	desde	este	punto	de	vista,	aunque	su	relación	con	la	economía	es	de
otro	orden,	es	la	producción	de	nuevos	conocimientos	y	con	ello,	de	nuevas	tecnologías.	En
esto	reside,	verdaderamente,	el	poder	económico	de	la	educación.	Cuando	se	habla	del	poder
económico	de	la	educación	se	alude,	indiscriminadamente,	a	su	contribución	al	desarrollo,	al
crecimiento	de	la	economía,	a	la	productividad,	etc.
Es	importante	no	confundir	desarrollo	con	desarrollo	económico.	El	término	desarrollo	tiene	una
significación	 muy	 amplia,	 incluye	 dimensiones	 tanto	 cuantitativas	 (volumen	 del	 producto
bruto	interno	-PBI-,	tasas	de	escolaridad,	nivel	de	alfabetización	de	la	población,	grado	de
urbanización,	 grado	 de	 industrialización,	 etc.)	 como	 cualitativas	 (difusión	 de	 valores,
actitudes,	normas	y	formas	de	comportamiento	propios	de	la	cultura	moderna).	El	desarrollo
implica,	en	realidad,	un	cambio	profundo	que	afecta	a	toda	la	estructura	social,	no	sólo	a	la
económica,	 y	 se	 traduce	 en	 mayor	 progreso	 y	 ventajas	 para	 todos.	 Impone	 una
transformación	de	las	instituciones	políticas	y	económicas,	y	también	de	la	forma	de	pensar	y
actuar	 de	 la	 gente.	 Un	 país	 desarrollado	 es	 un	 país	 que	 reúne,	 entre	 otras,	 las	 siguientes
condiciones:	 un	 nivel	 de	 vida	 elevado	 al	 alcance	 de	 gran	 parte	 de	 sus	 habitantes;
posibilidades	 reales	 de	 participación	 política	 para	 todos;	 seguridad	 jurídica;	 estabilidad
económica.
El	concepto	de	desarrollo	económico	es	más	restringido.	Designa	un	aspecto	del	proceso	general
de	desarrollo:	un	crecimiento	autosostenido	de	la	economía	y	con	ello	una	mejor	calidad	de
vida	 para	 todos.	 La	 identificación	 del	 desarrollo	 con	 el	 desarrollo	 económico	 se	 produce
porque	 resulta	 muy	 difícil	 aislar	 el	 aspecto	 económico	 de	 ese	 proceso,	 de	 las	 condiciones
sociales	que	lo	acompañan	(E.	de	Babini,	1991).
Debemos	 recordar,	 además,	 que	 para	 cumplir	 con	 sus	 funciones	 (no	 solamente	 las
económicas),	el	sistema	necesita	que	se	le	asignen	los	recursos	necesarios.	Estos	recursos	son
siempre	escasos,	tanto	en	términos	absolutos	como	relativos.	El	sector	educativo	es	sólo	uno
de	los	sectores	que	el	Estado	debe	atender	con	ellos,	de	modo	que	hay	que	saber	justificar
adecuadamente,	 ante	 los	 responsables	 de	 su	 administración	 y	 distribución,	 para	 qué	 se
necesitan	y	cómo	serán	utilizados.
En	relación	con	lo	anterior,	hay	que	advertir	que	los	recursos	que	un	país	puede	destinar	al
desarrollo	 del	 sistema	 educativo	 dependen	 del	 PBI,	 es	 decir	 de	 la	 capacidad	 del	 país	 para
producir	 riqueza.	 De	 hecho,	 el	 cumplimiento	 de	 la	 Ley	 de	 Financiamiento	 Educativo
recientemente	aprobada	por	el	parlamento	nacional,	depende	del	crecimiento	sostenido	del
PBI	 del	 país	 durante	 los	 próximos	 años.	 A	 su	 vez,	 la	 producción	 de	 riqueza	 requiere	 una
cierta	capacidad	instalada	y	recursos	humanos	adecuadamente	formados	para	desempeñarse
con	 eficiencia	 en	 los	 diferentes	 sectores	 de	 la	 producción.	 También	 se	 requieren	 nuevos
conocimientos	a	fin	de	lograr	avances	tecnológicos	que	ayuden	a	mejorar	la	productividad	de
la	economía.	A	nadie	escapa	que	dos	de	los	factores	de	esta	ecuación,	el	‘capital	humano’	y	el
conocimiento,	 solamente	 pueden	 ser	 provistos	 por	 un	 sistema	 educativo	 de	 calidad.	 Para
sostener	 un	 sistema	 que	 reúna	 esta	 condición,	 el	 país	 debe	 destinar	 una	 proporción	 muy
importante	de	su	PBI	al	sector	educativo,	y	éste	debe	saber	administrarlo	de	manera	eficiente.
En	síntesis,	un	PBI	bajo	implica	menos	recursos	para	el	sector	educativo,	entre	otros	sectores;
la	falta	de	recursos	dificulta	desarrollar	un	sistema	educativo	que	pueda	proveer	el	‘capital
humano’	 de	 alta	 calidad	 y	 los	 nuevos	 conocimientos	 y	 tecnologías	 que	 requiere	 el
crecimiento	de	la	economía;	esto	determina,	a	su	vez,	menor	productividad,	menos	recursos
para	la	educación,	etc.,	etc.	En	definitiva,	estamos	frente	a	un	círculo	vicioso	que,	si	no	se
convierte	 en	 virtuoso,	 hará	 que	 la	 efectiva	 contribución	 de	 la	 educación	 al	 desarrollo
económico	quede,	en	los	hechos,	en	poco	menos	que	una	utopía.
Lo	que	hoy	se	sostiene	es	que	el	desarrollo	educativo	no	es	la	causa	eficiente	del	desarrollo
económico,	 sino	 que	 ambos	 fenómenos	 son	 concomitantes.	 El	 sistema	 educativo	 podrá
cumplir	adecuadamente	con	todas	sus	funciones	sólo	si	el	país	está	en	condiciones	producir
los	 recursos	 que	 son	 necesarios	 para	 sostener	 un	 servicio	 educativo	 de	 calidad	 y	 los
administra	adecuadamente.
Lo	expuesto	constituye	sólo	un	simple	esbozo	de	la	magnitud	y	complejidad	de	los	problemas
que	 es	 necesario	 considerar	 cuando	 se	 plantea	 el	 análisis	 de	 la	 relación	 entre	 el	 sistema
educativo	 y	 el	 subsistema	 económico.	 No	 es	 nuestro	 propósito	 hacer	 un	 tratamiento
exhaustivo	 de	 esta	 temática.	 Nos	 limitaremos	 a	 plantear,	 sintéticamente,	 tres	 cuestiones
importantes	en	torno	a	ella,	aquellas	que	a	nuestro	entender	se	relacionan	de	manera	más
estrecha	con	las	funciones	económicas	de	la	educación:	i)	la	necesaria	articulación	entre	el
sistema	educativo	y	el	mercado	de	trabajo;	ii)	las	condiciones	que	deben	darse	para	que	la
educación	sea	un	factor	de	desarrollo	económico;	y	iii)	las	presiones	que	se	ejercen	desde	el
campo	económico	sobre	el	sistema	educativo.
a)	Articulación	con	el	mercado	de	trabajo
Los	recientes	cambios	operados	en	las	condiciones	económicas	y	sociales	de	los	países,	sobre
todo	 de	 los	 llamados	 ‘países	 emergentes’	 (globalización	 y	 desregulación	 de	 la	 economía,
políticas	de	ajuste	con	alto	costo	social,	extensión	de	la	educación	a	sectores	sociales	que	antes
no	tenían	acceso	a	ella,	devaluación	de	las	credenciales	educativas,	deterioro	de	la	calidad
educativa,	 subutilización	 de	 las	 capacidades	 creadas	 por	 la	 educación,	 etc.),	 han	 llevado	 a
plantear	la	relación	entre	la	educación	-sobre	todo	la	de	nivel	superior-	y	mercado	de	trabajo,
de	una	manera	diferente	(Filmus,	1996).	Tanto	los	resultados	de	la	investigación,	como	ciertos
índices	 manejados	 por	 los	 gobiernos,	 dan	 cuenta	 de	 algunos	 fenómenos	 que	 comienzan	 a
producirse	en	la	década	del	setenta	y	se	acentúan	hacia	finales	del	siglo	pasado:	aumento	del
número	de	jóvenes	que	concluyen	los	estudios	de	nivel	medio	y	superior	con	la	certificación
correspondiente,	 lo	 cual	 va	 asociado	 con	 una	 tendencia	 general	 a	 demorar	 el	 ingreso	 al
mercado	 laboral;	 divergencia	 entre	 la	 formación	 alcanzada	 y	 la	 calificación	 exigida	 por	 el
empleo	 obtenido;	 dificultades	 de	 los	 jóvenes	 egresados	 universitarios	 para	 conseguir	 un
puesto	de	trabajo,	con	el	consiguiente	aumento	de	la	tasa	de	desocupación	en	esta	franja	de	la
población	(Fernández	Enguita,	1992;	1997).	Todo	esto	se	explica,	en	parte,	porque	el	ritmo	de
expansión	de	la	educación,	especialmente	en	los	países	menos	desarrollados,	ha	sido	mayor
que	el	de	creación	de	empleos,	lo	que	se	advierte	con	más	intensidad	en	el	sector	secundario
de	 la	 economía,	 es	 decir,	 en	 las	 actividades	 industriales	 o	 de	 transformación.	 Algunos
analistas	 observan	 que,	 como	 consecuencia	 de	 esto,	 las	 posibilidades	 de	 empleo	 para	 las
personas	altamente	educadas	se	reducen	al	sector	servicios,	en	el	cual	el	Estado	actúa	como	el
principal	empleador	y	ofrece	menores	remuneraciones.	El	resultado	concreto	es	que	quienes
han	 obtenido	 un	 título	 universitario	 ven	 frustradas	 sus	 esperanzas	 de	 alcanzar	 mejores
empleos	y	mayores	remuneraciones	(Tedesco,	1987;	1993).
Para	que	el	sistema	educativo	pueda	dar	respuesta	a	dos	necesidades	fundamentales	de	las
sociedades,	una	de	carácter	estructural	(proveer	‘capital	humano’)	y	otra	de	orden	individual
(dotar	 al	 individuo	 de	 las	 competencias	 que	 necesita	 para	 satisfacer	 sus	 expectativas
personales),	es	necesario	que	resuelva	adecuadamente	el	problema	de	su	articulación	con	el
mundo	del	trabajo.	Lograr	esa	articulación	es	hoy	particularmente	difícil.
En	 lo	 que	 respecta	 a	 la	 estructura	 del	 mercado	 laboral	 se	 constatan	 actualmente	 dos
tendencias	íntimamente	relacionadas	entre	sí:	descentralización	y	flexibilización.	Las	grandes
empresas	tienden	a	desprenderse	de	los	procesos	que	no	son	centrales	y	a	ponerlos	en	manos
de	pequeñas	empresas	o	de	trabajadores	autónomos	que	subcontratan	con	ese	fin	(Terrén,
1997).	 La	 utilización	 de	 nuevas	 tecnologías,	 además	 de	 producir	 una	 crisis	 en	 el	 empleo
clásico	 y	 conducir	 a	 la	 generación	 de	 menos	 puestos	 de	 trabajo,	 ha	 impuesto	 nuevas
condiciones	para	acceder	a	éstos.	En	algunos	casos	se	exige	mayor	cualificación,	en	otros	ésta
no	es	tan	necesaria.	El	hecho	de	que	cada	vez	se	exija	mayor	nivel	educativo	para	ocupar	un
puesto	de	trabajo	no	implica	que	para	su	desempeño	haya	que	estar	especialmente	calificado;
significa	más	bien	que	la	escasa	oferta	de	trabajo	lleva	a	que	las	titulaciones	pierdan	su	valor
intrínseco	 y	 sirvan	 solamente	 como	 un	 primer	 criterio	 de	 selección	 de	 personal,
independientemente	del	grado	de	calificación	que	requiera	el	puesto	en	cuestión.
El	 sistema	 educativo,	 por	 su	 parte,	 sigue	 su	 propia	 lógica	 de	 funcionamiento,	 bastante
desconectada	 de	 la	 evolución	 de	 los	 puestos	 de	 trabajo.	 Además,	 dada	 la	 dinámica	 de	 ese
funcionamiento,	 no	 se	 puede	 esperar	 que	 el	 sistema	 adapte	 su	 oferta	 educativa	 a	 las
necesidades	 siempre	 renovadas	 del	 mercado	 laboral.	 Esa	 adaptación	 supone,	 entre	 otras
cosas,	 que	 se	 pueda	 establecer	 con	 claridad	 la	 evolución	 de	 las	 cualificaciones	 que	 son
necesarias	en	el	campo	laboral,	algo	casi	imposible	de	lograr	por	el	momento	y	sobre	lo	cual
no	 existen	 conclusiones	 definitivas.	 Según	 Terrén	 (1997)	 hay	 que	 abandonar	 esa	 visión
escindida	 y	 dual	 del	 mundo	 educativo	 y	 el	 productivo,	 donde	 el	 primero	 constituye	 una
instancia	cerrada	que	prepara	para	ocupar	un	lugar	en	el	segundo.	La	posibilidad	de	articular
ambos	mundos	reside	en	pensar	a	la	educación,	no	sólo	como	la	encargada	de	proveer	los
conocimientos,	 aptitudes,	 actitudes,	 competencias,	 etc.,	 que	 reclama	 el	 desempeño	 en	 el
mercado	laboral,	sino	también	como	el	lugar	donde	se	aprende	a	aprender,	el	ámbito	al	que
cada	uno	puede	retornar	cada	vez	que	le	haga	falta	o	lo	considere	necesario.	La	forma	en	que
está	estructurado	el	mundo	del	trabajo	hoy	plantea	la	necesidad	de	la	educación	permanente.
Esto	 implica	 un	 cambio	 sustancial	 de	 perspectiva	 sobre	 los	 sistemas	 educativos	 y	 obliga	 a
pensar	 en	 el	 diseño	 de	 nuevas	 propuestas	 curriculares,	 otras	 estrategias	 pedagógicas	 y,
lógicamente,	a	replantear	los	planes	de	formación	docente.	Pero	implica	también	un	cambio
en	 la	 cultura	 del	 trabajo	 y	 “un	 nuevo	 estilo	 de	 vida	 y	 de	 trayectoria	 en	 la	 que	 el	 empleo
estable	ya	no	puede	tener	un	lugar	central	y	en	la	que	la	alternancia	de	períodos	productivos
y	de	formativos	tiende	cada	vez	más	a	difuminar	las	fronteras	tradicionales	entre	la	actividad
y	 la	 inactividad	 [...]	 De	 cómo	 se	 articule	 la	 nueva	 relación	 entre	 la	 educación	 y	 el	 empleo
dependerá	 en	 buena	 medida	 que	 la	 nueva	 lógica	 económica	 que	 tiende	 a	 imponerse	 no
suponga	la	manipulación	y	explotación	agravadas	de	esos	sectores	de	población	en	los	que
tienden	a	concentrarse	los	costes	de	la	incertidumbre”18.
b)	Educación	y	desarrollo	económico
Aun	 contando	 con	 las	 dificultades	 que	 enfrenta	 el	 sistema	 educativo	 para	 lograr	 una
adecuada	 articulación	 con	 el	 mundo	 el	 trabajo	 y	 las	 limitaciones	 que	 experimenta	 para
responder	 a	 las	 nuevas	 demandas	 de	 la	 estructura	 productiva,	 no	 caben	 dudas	 de	 que	 la
educación	juega	un	papel	fundamental	en	el	desarrollo	económico	de	un	país.	Por	una	parte,
la	formación	del	‘capital	humano’	y	la	producción	de	conocimiento,	funciones	específicas	del
sistema,	 resultan	 hoy	 esenciales	 para	 el	 desarrollo	 de	 las	 actividades	 productivas	 (en
cualquier	sector	de	la	economía	de	que	se	trate)	y	para	la	participación	plena	del	país	en	un
mundo	 globalizado.	 Por	 otra,	 el	 mercado	 laboral	 impone	 como	 condición	 para	 abrir	 el
ingreso	 a	 sus	 filas,	 la	 acreditación	 de	 un	 cierto	 nivel	 de	 educación	 formal,	 aun	 cuando	 las
tareas	que	se	deben	desarrollar	estrictamente	no	lo	requieran.
Sin	 embargo,	 la	 correlación	 entre	 desarrollo	 económico	 y	 desarrollo	 educativo	 no	 es	 tan
directa,	simple	y	mecánica	como	lo	sugería	la	teoría	de	Schultz.	Para	que	se	produzca	una
real	 contribución	 de	 la	 educación	 en	 este	 aspecto	 deben	 darse	 algunas	 condiciones,	 entre
otras,	las	siguientes:	i)	que	los	recursos	económicos	destinados	a	la	educación	sean	realmente
orientados	a	la	satisfacción	de	las	demandas	de	la	estructura	productiva	del	país;	ii)	que	las
competencias	 creadas	 por	 el	 sistema	 educativo	 puedan	 ser	 efectivamente	 utilizadas	 por	 la
estructura	económica;	y	iii)	que	las	normas,	los	valores,	las	pautas	de	conducta,	las	actitudes
(los	 contenidos	 culturales	 que	 actúan	 como	 reguladores	 de	 la	 conducta)	 que	 inculca	 el
sistema	educativo	sean	favorables	al	cambio	y	hayan	incorporado	los	valores	de	racionalidad
y	 eficiencia	 propios	 del	 mundo	 de	 la	 producción.	 Como	 la	 educación	 se	 desarrolla	 en	 un
contexto	 sociocultural	 concreto,	 lo	 que	 se	 trasmite	 en	 las	 escuelas	 es,	 en	 gran	 medida,	 un
reflejo	de	las	pautas	dominantes	en	ese	contexto.	En	países	con	una	fuerte	cultura	tradicional,
como	es	generalmente	el	caso	de	los	países	subdesarrollados,	la	educación	no	puede	actuar
por	 sí	 sola	 como	 un	 motor	 del	 desarrollo	 económico,	 pues	 los	 rasgos	 culturales
predominantes	en	estos	países	(y	que	el	sistema	educativo	se	encarga	también	de	transmitir)
no	apuntan	en	esa	dirección.
Los	datos	aportados	por	la	investigación	empírica,	y	los	desarrollos	teóricos	más	recientes,
han	llevado	a	concluir	que	la	educación	no	es	la	causa	eficiente	del	desarrollo	económico;	es
simplemente	un	factor	concomitante	que,	junto	a	otros,	contribuye	a	ese	desarrollo,	siempre
que	las	condiciones	del	contexto	sociocultural	lo	permitan.	Además,	se	puede	comprobar	que
educación	 y	 desarrollo	 son	 interdependientes:	 una	 mayor	 y	 más	 eficiente	 producción
económica	 exige	 mano	 de	 obra	 mejor	 capacitada,	 más	 técnicos,	 formación	 gerencial,
capacidad	empresarial,	etc.,	lo	cual	supone	mayor	educación.	Por	su	parte,	una	economía	en
expansión	genera	más	recursos,	y	con	ello,	mayores	posibilidades	de	inversión	en	educación.
El	desarrollo	educativo	y	la	riqueza	de	un	país	varían	conjuntamente.	Hoy	no	se	puede	seguir
afirmando	que	uno	precede	a	la	otra	(E.	de	Babini,	1991).
c)	Presiones	de	la	economía	sobre	el	sistema	educativo
Por	último,	otra	cuestión	que	no	podemos	obviar	al	abordar	las	relaciones	entre	la	educación
y	la	economía	es	la	que	se	refiere	a	las	presiones	que	ésta	ejerce	sobre	el	sistema	educativo.	Es
obvio	que	la	educación	(como	la	atención	a	la	salud	y	a	la	seguridad	de	la	población,	entre
otras)	es	una	actividad	que	ocasiona	gastos	al	Estado	y	por	ende	a	la	sociedad.	Estos	gastos
deben	afrontarse	con	recursos	que,	por	definición,	son	siempre	escasos,	cualquiera	sea	el	país
de	que	se	trate,	pero	lo	son	aún	más	en	los	países	en	vías	de	desarrollo	como	el	nuestro.	A
raíz	de	esto,	el	sistema	educativo,	cualquiera	sea	la	finalidad	que	se	le	asigne,	debe	tratar	de
utilizar	esos	recursos	lo	más	racionalmente	posible.	Esta	presión	económica	sobre	el	sistema
podría	 traducirse	 en	 dos	 exigencias	 fundamentales:	 eficiencia	 y	 control.	 La	 exigencia	 de
eficiencia	implica	que	los	objetivos	del	sistema	deben	ser	logrados	con	la	mayor	economía
posible	 de	 recursos	 (económicos	 y	 humanos);	 se	 trata,	 en	 definitiva,	 de	 elegir	 el	 camino
menos	costoso	para	obtener	un	determinado	resultado	o	‘producto’.	La	de	control	se	traduce
en	 la	 necesidad	 de	 implementar	 estrictos	 mecanismos	 para	 impedir	 el	 despilfarro,	 la
utilización	 inapropiada	 o	 la	 subutilización	 de	 los	 recursos	 disponibles.	 Es	 obvio	 que	 no	 es
posible	satisfacer	ninguna	de	esas	exigencias	sin	políticas	claras,	una	selección	inteligente	de
los	 cursos	 de	 acción	 y	 de	 las	 estrategias	 más	 adecuadas	 para	 ejecutarlas,	 y	 una	 rigurosa
planificación	de	las	actividades.	Nada	de	esto	garantiza	por	sí	solo	el	logro	de	la	eficiencia,
pero	 son	 condiciones	 imprescindibles	 para	 ello.	 Hechos	 concretos	 de	 nuestra	 realidad
educativa	indican	que	ninguna	de	estas	condiciones	está	siendo	satisfecha	hoy	por	el	sistema
educativo	nacional.
1	Para	un	desarrollo	más	completo	del	análisis	de	sistemas	se	puede	consultar	W.	Buckley	(1982).
2	Propios	de	este	análisis	son	también	los	conceptos	de	input,	output,	feed-back	o	retroalimentación,	morfogénesis,	morfostasis,	entre
otros.
3	Por	Estado	se	entiende	un	conjunto	de	instituciones	y	relaciones	sociales	(casi	todas	ellas	sancionadas	y	respaldadas	por	el	sistema	legal
de	ese	Estado)	que	normalmente	penetran	y	controlan	la	población	y	el	territorio	que	ese	conjunto	delimita	geográficamente.	Estas
instituciones	tienen	como	último	recurso	para	implementar	las	decisiones	que	toman,	la	supremacía	que	normalmente	ejercen	sobre	el
control	de	los	medios	de	coerción	en	dicho	territorio.	El	Estado	incluye	tres	dimensiones:	un	conjunto	de	entes	burocráticos,	un
sistema	legal	y	es	un	foco	de	identidad	colectiva	para	los	habitantes	de	ese	territorio	(O’Donnell,	2004).
4	Archer,	1986,	pág.	3.
5	E.	de	Babini,	1991,	pág.	4.
6	El	concepto	de	descentralización	educativa	será	desarrollado	más	adelante.	Este	concepto	es	de	fundamental	importancia	en	nuestro
sistema	educativo	ya	que	constituye	uno	de	los	principios	fundamentales	consagrados	por	la	Ley	Federal	de	Educación,	que	rompe	de
manera	definitiva	con	la	tradición	centralista	que	caracterizó	la	administración	de	la	educación	del	país	durante	más	de	un	siglo.
7	Archer,	1986,	pág.	8
8	E.	de	Babini	,	1991,	pág.	55.
9	Green,	(1990):	Education	and	State	Formation.	The	Rise	of	Education	Systems	in	England,	France	and	the	USA.	MacMillan,
London.	Citado	por	E.	de	Babini,	1991.
10	E.	de	Babini,	1991,	pág.	55
11	E.	de	Babini,	1991,	pág.	59.
12	E.	de	Babini,	1991,	pág.	59.
13	En	 la	 terminología	 especializada	 europea	 la	 enseñanza	 vocacional	 equivale	 a	 la	 preparación	 técnica	 para	 el	 ejercicio	 de	 diferentes
oficios.
14	Es	importante	recordar	que	estos	autores,	en	una	obra	reciente,	revisan	en	alguna	medida	su	tesis	anterior	(Baudelot	y	Establet,
1990).
15	 El	 régimen	 comprende	 los	 patrones	 formales	 e	 informales,	 explícitos	 e	 implícitos,	 que	 determinan	 los	 canales	 de	 acceso	 a	 las
principales	posiciones	de	gobierno,	las	características	de	los	actores	que	son	admitidos	y	excluidos	de	ese	acceso,	los	recursos	y	las
estrategias	que	les	son	permitidos	para	ganar	tal	acceso	y	las	instituciones	a	través	de	las	cuales	el	acceso	es	procesado	y,	una	vez
obtenido,	son	tomadas	las	decisiones	gubernamentales	(O’Donnell,	2004).
16	En	otro	trabajo	(Brigido,	2004)	hemos	discutido	en	profundidad	este	tema	y	tratado	de	aclarar	el	alcance	del	concepto	de	igualdad	de
oportunidades.
17	El	concepto	de	‘capital	humano’,	central	en	la	conocida	teoría	de	Schultz	(1961)	que	lleva	este	nombre,	designa	las	competencias,
calificaciones,	aptitudes	y	conocimientos	adquiridos	por	una	persona	durante	su	proceso	de	formación	en	el	sistema	educativo.	A
diferencia	del	capital	físico,	el	capital	humano	es	muy	difícil	de	medir,	pero	en	la	economía	de	la	educación	es	tratado	de	manera	similar
a	aquél.
18	Terrén,	1997,	pág.	45.
Capítulo	V
Sociología	de	la	escuela
En	 un	 capítulo	 anterior	 hemos	 analizado	 a	 la	 institución	 educativa	 como	 agente	 de
socialización.	Aquí	vamos	abordarla	desde	un	punto	de	vista	diferente:	nos	interesa	conocer
sus	características	estructurales,	culturales	y	de	funcionamiento,	y	los	procesos	que	en	ella
tienen	lugar.
Con	relación	a	la	escuela,	la	microsociología	de	la	educación	pone	énfasis	en	dos	cuestiones
centrales:	por	una	parte,	las	características	estructurales	de	la	institución	educativa,	es	decir,
los	rasgos	que	la	definen	como	tal	(actores,	relaciones,	pautas	de	convivencia,	funciones	que
cumple,	etc.),	y	por	otra,	los	aspectos	estrictamente	organizacionales,	es	decir,	aquellos	que
cuentan	 para	 comprender	 la	 forma	 en	 que	 se	 administra	 y	 gestiona	 un	 centro	 escolar.
Obviamente,	 se	 trata	 de	 una	 distinción	 meramente	 analítica,	 puesto	 que	 ambas	 cuestiones
constituyen	aspectos	de	una	misma	realidad,	se	implican	y	condicionan	mutuamente.
No	debemos	olvidar	que	la	escuela	forma	parte	de	ese	complejo	y	extendido	aparato	que	es	el
sistema	educativo,	en	consecuencia,	está	sometida	a	las	normas	y	disposiciones	que	emanan
de	 éste,	 y	 como	 él,	 no	 funciona	 en	 el	 vacío,	 sino	 en	 un	 contexto	 social	 determinado	 que
condiciona	 de	 diversas	 y	 múltiples	 maneras	 la	 forma	 en	 que	 se	 desarrolla	 su	 dinámica
interna.	 Pero	 esto	 no	 impide	 que	 la	 escuela	 haga	 su	 propia	 aplicación	 de	 esas	 normas	 y
genere	 otras	 nuevas	 (que	 no	 siempre	 están	 en	 línea	 con	 las	 disposiciones	 formales	 que
provienen	del	sistema),	que	lleve	a	cabo	una	particular	interpretación	de	las	demandas	del
entorno	 y	 que	 maneje	 de	 manera	 peculiar	 los	 condicionamientos	 externos.	 En	 síntesis,	 al
margen	de	las	características	que	comparte	con	otras	instituciones	de	la	misma	clase,	cada
escuela	 es	 única	 y	 posee	 una	 identidad	 propia.	 El	 presente	 capítulo	 apunta	 a	 brindar	 los
elementos	conceptuales	necesarios	para	ingresar	en	la	‘caja	negra’	y	comprender	lo	que	tiene
lugar	dentro	de	ella.
1.	Definiciones	sociológicas	de	la	escuela
Las	 ‘miradas’	 sociológicas	 sobre	 la	 escuela	 no	 son	 independientes	 de	 las	 posturas	 que	 se
adoptan	 con	 respecto	 a	 las	 distintas	 orientaciones	 del	 pensamiento	 sociológico,	 lo	 cual
implica	adoptar	una	concepción	particular	sobre	el	hombre	y	la	sociedad,	sobre	el	actor	y	el
sistema,	y	sobre	la	forma	en	que	ambos	se	relacionan.	Simplificando	de	manera	extrema	las
posibilidades	existentes,	podríamos	decir	que	hay	dos	miradas	polarizadas	de	la	escuela,	una
que	 responde	 a	 la	 perspectiva	 objetivista	 en	 sociología,	 y	 privilegia	 el	 análisis	 de	 las
funciones,	la	estructura	y	los	roles,	y	otra	más	ligada	a	la	perspectiva	subjetivista,	que	atiende
a	las	experiencias	de	los	actores,	los	significados	que	éstos	le	asignan	a	la	vida	escolar,	las
pautas	informales	de	conducta	vigentes	en	ella,	los	intereses	de	los	grupos	involucrados,	etc.
Esta	perspectiva	es	hoy	dominante	en	la	sociología	de	la	educación.	Como	afirman	Dubet	y
Martucelli	(1996),	el	debilitamiento	de	los	propósitos	que	son	tomados	como	objetivos	de	las
agencias	 de	 socialización	 y	 el	 cuestionamiento	 de	 su	 legitimidad,	 la	 escuela	 entre	 ellas,
vuelven	 perentoria	 la	 atención	 a	 la	 reflexividad	 y	 a	 la	 experiencia	 de	 los	 individuos,
cuestiones	que	los	enfoques	objetivistas	no	tienen	en	cuenta.
La	visión	objetivista	está	representada	por	el	enfoque	funcionalista	y	tiene	a	Parsons	como
principal	 referente.	 Se	 asocia	 esta	 visión	 con	 la	 sociología	 de	 Durkheim,	 lo	 que	 es	 válido
solamente	 en	 parte.	 Desde	 nuestro	 punto	 de	 vista,	 se	 hizo	 una	 lectura	 simplificada	 y
reduccionista	 del	 pensamiento	 Durkheim	 que	 ha	 llevado	 a	 ignorar	 todo	 lo	 que	 hay	 en	 su
sociología	 de	 atención	 a	 los	 conflictos	 y	 las	 luchas	 entre	 los	 grupos	 por	 el	 control	 de	 la
educación.	 Basta	 leer	 su	 obra	 sobre	 la	 evolución	 de	 las	 ideas	 pedagógicas	 en	 Francia	 para
corroborar	esta	afirmación.	Dentro	de	esta	visión	objetivista	de	la	escuela,	se	puede	incluir	la
perspectiva	 reproductivista	 que,	 como	 el	 funcionalismo,	 tiene	 una	 representación
estructuralista	de	la	escuela,	pero	asume	una	postura	crítica	frente	al	‘modelo	encantado’	de
ésta	que	presenta	el	funcionalismo	(Dubet	y	Martucelli,	1998).	El	reproductivismo	pone	en
tela	de	juicio	el	carácter	integrador	de	las	funciones	que	cumple	la	escuela	y	destaca	la	forma
en	que	esta	institución	sirve	a	los	intereses	de	las	clases	dominantes.
La	visión	subjetivista	se	inspira,	en	términos	generales,	en	la	sociología	de	Max	Weber	y	se
encuentra	reflejada	en	diferentes	corrientes	de	pensamiento,	algunas	afines	a	la	tradición	del
consenso,	como	el	interaccionismo	simbólico,	otras	más	vinculadas	a	la	del	conflicto,	como	la
etnometodología,	la	nueva	sociología	de	la	educación,	y	en	cierta	medida	la	fenomenología.
Obviamente,	 la	 forma	 en	 que	 se	 conciba	 el	 cometido	 primordial	 de	 la	 escuela,	 o	 sea,	 su
función	 de	 inculcación	 de	 la	 cultura	 (socialización/educación)	 dependerá	 de	 cuál	 de	 esas
orientaciones	se	elija	para	definirla	y	caracterizarla.
1.1.	Perspectiva	objetivista:	la	escuela	y	la	clase,	un	pequeño	sistema	social
La	 expresión	 más	 clara	 del	 pensamiento	 objetivista	 es,	 sin	 dudas,	 el	 funcionalismo
estructural.	Para	este	enfoque,	la	escuela	es	una	sociedad	en	miniatura,	un	pequeño	sistema
social	estructurado	de	una	manera	particular,	que	cumple	un	conjunto	de	funciones,	tanto
manifiestas	como	latentes,	y	se	relaciona	con	el	entorno	de	múltiples	formas.	Aplica	a	la	clase
escolar	 un	 esquema	 de	 análisis	 similar,	 lo	 único	 que	 varía	 en	 este	 caso	 es	 el	 grado	 de
complejidad	 de	 la	 unidad	 de	 análisis,	 la	 escuela	 o	 la	 clase.	 El	 conocido	 trabajo	 de	 Parsons
(1959)	constituye	una	muestra	paradigmática	de	este	tipo	de	enfoque.	Como	se	verá	luego,	él
tiene	en	cuenta	solamente	el	carácter	estable	de	los	elementos	constitutivos	del	sistema,	la
satisfacción	 de	 las	 necesidades	 a	 las	 que	 atienden	 y	 su	 posibilidad	 de	 adaptación	 a	 los
cambios	que	sobrevienen	cuando	determinados	factores	externos	alteran	el	equilibrio	inicial.
Por	lo	tanto,	da	una	visión	parcial	y	sobredeterminada	de	la	realidad	escolar,	dejando	de	lado
un	 conjunto	 de	 influencias,	 subjetivas	 y	 objetivas,	 que	 también	 aportan	 lo	 suyo	 en	 la
configuración	de	la	vida	de	la	escuela	y	los	cambios	que	se	operan	en	ella.
a)	La	escuela
Desde	la	perspectiva	funcionalista,	la	escuela,	como	cualquier	otra	unidad	de	la	vida	social,
debe	 ser	 analizada	 en	 términos	 de	 estructura	 y	 de	 funciones.	 La	 estructura	 implica	 un
conjunto	de	relaciones	(roles)	más	o	menos	estables	que	permiten	definir	la	forma	en	que	ella
está	 organizada.	 En	 otros	 términos,	 hay	 que	 observar,	 por	 una	 parte,	 las	 posiciones	 que
ocupan	 y	 los	 roles	 que	 ejercen	 los	 miembros	 de	 la	 comunidad	 educativa	 (autoridades
escolares,	maestros,	alumnos,	etc.,	y	padres	de	los	alumnos	si	viene	al	caso),	y	por	otra,	cuáles
son	 las	 funciones	 que	 cumple	 la	 escuela	 en	 su	 conjunto,	 y	 cada	 una	 de	 las	 partes	 que	 se
pueden	 diferenciar	 en	 ella	 (consejo	 escolar,	 cooperadora,	 unión	 de	 padres,	 centro	 de
estudiantes,	etc.).
La	 idea	 central	 en	 este	 enfoque	 es	 que	 la	 escuela	 constituye	 una	 unidad	 integrada	 por
individuos	que	comparten,	en	líneas	generales,	ideas,	valores,	pautas	de	conducta,	etc.,	y	que
persiguen,	también	en	líneas	generales,	objetivos	comunes.	Los	miembros	aprenden	todo	esto
a	 medida	 que	 participan	 en	 la	 vida	 cotidiana	 de	 la	 institución,	 es	 decir,	 mientras	 son
socializados	en	ella.	Ese	aprendizaje	se	realiza	desde	la	particular	posición	(status)	que	cada
uno	 ocupa	 en	 la	 estructura	 de	 la	 escuela.	 El	 alumno	 aprende	 aquellas	 pautas	 de
comportamiento	que	se	aplican	de	modo	directo	a	su	posición	de	alumno.	El	docente	y	los
directivos	hacen	lo	propio.	Todos	necesitan	saber	cuál	es	la	conducta	que	se	espera	de	ellos	en
cada	 situación	 para	 poder	 actuar	 de	 la	 manera	 apropiada.	 Esta	 compleja	 red	 de	 roles	 y
posiciones	 es	 lo	 que	 constituye	 la	 estructura	 social	 de	 la	 escuela.	 A	 cada	 posición	 (status)
corresponde	 una	 serie	 de	 expectativas	 y	 formas	 de	 comportamiento	 (roles)	 que	 hacen
previsible	la	conducta	de	los	actores	y	posibilitan	el	desarrollo	armónico	de	las	actividades
dentro	de	la	institución.
Desde	un	punto	de	vista	analítico,	se	puede	distinguir	la	estructura	formal	de	la	informal.	La
primera	 comprende	 un	 conjunto	 de	 posiciones	 ordenadas	 jerárquicamente,	 a	 las	 que	 se
asignan	determinadas	responsabilidades.	Lo	que	le	compete	a	quienes	ocupan	esas	posiciones
está	estipulado	formalmente	en	los	reglamentos	y	disposiciones	que	rigen	la	institución.	La
estructura	formal	cumple	la	función	de	regular	las	relaciones	a	fin	de	garantizar	el	logro	de
los	objetivos,	aumenta	la	posibilidad	de	predecir	el	comportamiento	individual	y	asegura	un
trato	impersonal	e	igualitario	a	los	que	ocupan	las	diferentes	posiciones.
La	estructura	informal	comprende,	en	cambio,	el	conjunto	de	pautas	y	formas	de	interacción
que	no	están	expresadas	en	los	reglamentos	de	la	institución	ni	pueden	representarse	en	un
organigrama.	Se	dan	entre	miembros	ubicados	en	diferentes	niveles	de	la	estructura	formal	y
expresan	la	integración	de	las	personas	con	base	en	los	sentimientos	y	los	valores	que	ellas
comparten	y	sostienen.	Esta	estructura	cumple	importantes	funciones:	humanizar	el	sistema
formal,	facilitar	la	cooperación	y	la	comunicación,	promover	la	libre	expresión	y	proteger	a
los	miembros	del	poder	formal	que	corresponde	a	determinadas	posiciones.
La	estructura	formal	y	la	informal	coexisten	y	pueden	ser	funcionales	una	con	respecto	a	la
otra,	aunque	no	necesariamente	lo	son.	En	la	medida	que	ambas	sean	coherentes	entre	sí,	el
‘clima’	 de	 la	 institución	 será	 más	 armónico	 y	 los	 conflictos	 menos	 frecuentes	 y	 menos
intensos.
A	diferencia	de	otras	unidades	sociales,	las	instituciones	educativas	no	tienen	una	estructura
demasiado	 compleja.	 En	 ellas	 se	 puede	 identificar	 un	 conjunto	 reducido	 de	 posiciones
(directivos,	 docentes,	 personal	 de	 apoyo,	 alumnos),	 a	 las	 que	 van	 asociadas	 determinadas
expectativas	y	formas	de	comportamiento	que	definen	la	conducta	apropiada.	El	grado	en
que	los	individuos	se	ajustan	a	estas	expectativas	es	variable	y	depende	de	múltiples	factores,
tanto	 individuales	 como	 sociales,	 propios	 de	 la	 escuela	 y	 externos	 a	 ella.	 Los	 factores
individuales	que	influyen	en	el	ejercicio	de	los	roles	tienen	que	ver	con	las	características	de
personalidad	de	los	actores,	sus	motivaciones	para	participar,	el	grado	de	conocimiento	que
tienen	 de	 lo	 que	 se	 espera	 de	 ellos	 en	 la	 institución	 y	 su	 capacidad	 para	 responder	 a	 esas
expectativas.
Los	factores	sociales,	por	su	parte,	pueden	ser	internos	o	externos	a	la	escuela.	Los	factores
internos,	 de	 naturaleza	 formal,	 aluden	 a	 las	 pautas	 de	 organización	 establecidas	 para	 la
institución:	i)	actividades	asignadas	a	los	miembros	y	grado	de	precisión	con	que	las	mismas
han	sido	definidas	(una	definición	imprecisa	de	los	roles	genera	problemas	de	expectativa	en
los	 actores,	 y	 con	 ello,	 posibles	 desajustes	 en	 su	 conducta);	 ii)	 tamaño	 de	 la	 escuela;	 iii)
organización	 de	 la	 clase	 (cantidad	 de	 alumnos,	 criterios	 de	 distribución	 de	 éstos	 según
aptitud,	 sexo,	 edad,	 etc.,	 sistema	 de	 evaluación,	 metodología	 de	 enseñanza,	 normas
disciplinarias,	 procedimientos	 administrativos,	 disposición	 física	 de	 los	 alumnos,	 etc.).	 Los
factores	 internos	 de	 naturaleza	 informal	 tienen	 que	 ver	 con	 la	 proximidad	 física	 de	 los
actores,	 la	 cantidad	 y	 frecuencia	 de	 los	 contactos	 entre	 ellos,	 los	 componentes	 expresivos
(emocionales)	o	instrumentales	presentes	en	la	relación.
Los	 factores	 externos	 que	 inciden	 en	 el	 ejercicio	 de	 los	 roles	 dentro	 de	 la	 escuela	 son
múltiples.	Existen	influencias	globales,	vinculadas	con	la	política	educativa,	la	asignación	de
recursos	para	la	educación,	las	condiciones	socioeconómicas	del	contexto	en	el	que	se	halla
inserta	 la	 escuela	 y	 las	 organizaciones	 de	 nivel	 local	 (religiosas,	 sindicales,	 comerciales,
profesionales,	etc)	que	se	vinculan	con	ella.	Hay	otras	influencias	que	actúan	de	manera	más
directa	y	que	se	pueden	identificar	fácilmente:	los	padres	de	los	alumnos,	las	instituciones
donde	se	formaron	los	docentes	de	la	escuela	y	los	grupos	(sindicales	y	profesionales)	de	los
que	ellos	forman	parte.
Resumiendo,	la	perspectiva	funcionalista	analiza	la	escuela	como	un	sistema	en	equilibrio,	un
todo	ordenado	(estructurado)	de	acuerdo	a	una	compleja	red	de	roles	(hábitos	o	conductas
sociales)	 y	 de	 posiciones	 (status).	 Autoridades,	 docentes,	 alumnos,	 etc.,	 han	 aprendido	 las
normas	que	definen	sus	respectivos	roles	(tanto	los	establecidos	formalmente,	como	aquellos
que	 surgen	 de	 la	 relaciones	 cotidianas).	 Esos	 papeles	 se	 ejercen	 de	 manera	 regular,	 por	 lo
tanto,	el	comportamiento	de	los	actores	se	puede	predecir	dentro	de	ciertos	límites,	a	pesar
de	las	múltiples	influencias	que	los	condicionan	y	pueden	modificarlos.
b)	La	clase	escolar
La	clase	constituye	una	unidad	fundamental	en	el	proceso	educativo.	Desde	la	perspectiva
sociológica,	 es	 una	 formación	 social	 compuesta	 por	 un	 número	 reducido	 de	 miembros.	 Se
caracteriza	 por	 la	 proximidad	 física	 de	 sus	 integrantes	 durante	 intervalos	 de	 tiempo
prolongados,	la	interacción	entre	ellos	está	regulada	por	pautas	de	autoridad	relativamente
rígidas	 y	 claramente	 institucionalizadas,	 y	 las	 actividades	 se	 desarrollan	 de	 acuerdo	 a	 una
planificación	previa	y	conforme	a	un	esquema	(el	horario).	Pautas	de	autoridad	y	secuencias
programadas	de	las	actividades	facilitan	el	mantenimiento	del	orden	en	una	estructura	en	la
que,	por	lo	general,	no	se	participa	voluntariamente.
Generalmente,	la	clase	está	integrada	por	un	docente	y	un	grupo	de	individuos,	los	alumnos,
que	tienen	aproximadamente	la	misma	edad	y	provienen	por	lo	general	de	estratos	sociales
similares,	según	la	escuela	de	que	se	trate.	Si	la	clase	es	relativamente	heterogénea	desde	el
punto	 de	 vista	 social,	 se	 generan	 algunos	 problemas	 que	 pueden	 llegar	 a	 alterar	 la
convivencia	 y	 dificultar	 la	 tarea	 del	 docente.	 El	 grado	 de	 preparación	 que	 éste	 tenga	 para
tratar	 con	 este	 tipo	 de	 problema	 es	 crucial	 para	 el	 desarrollo	 de	 sus	 tareas	 específicas.	 Lo
mismo	puede	ocurrir	cuando	el	maestro	enfrenta	una	clase	heterogénea	desde	el	punto	de
vista	 de	 las	 capacidades	 individuales,	 las	 características	 culturales,	 étnicas,	 etc.,	 de	 los
alumnos.
Otra	característica	típica	de	una	clase	escolar	es	la	polarización	entre	los	roles	del	alumno	y
los	del	maestro.	En	lo	que	respecta	al	alumno,	las	expectativas	referidas	a	su	comportamiento
son,	 generalmente,	 difusas.	 Algunos	 autores	 afirman	 irónicamente	 que,	 para	 ser	 un	 buen
alumno	en	la	mayoría	de	las	escuelas	lo	que	se	necesita	es	una	fuerte	cuota	de	paciencia.	El
alumno	 debe	 diferir	 permanentemente	 la	 satisfacción	 de	 sus	 intereses	 o	 necesidades
inmediatas	 para	 responder	 a	 los	 requerimientos	 del	 maestro	 o	 de	 la	 escuela.	 Lo	 que
caracteriza	a	los	roles	del	alumno	es,	por	lo	general,	la	pasividad	y	la	escasa	autonomía	para
decidir	sus	actividades.	Un	buen	alumno	debe	escuchar	al	maestro,	seguir	sus	instrucciones,
no	perturbar	en	clase	con	conversaciones	o	movimientos	físicos	innecesarios,	etc.	Además,
cada	 escuela	 suele	 tener	 su	 ‘reglamento	 de	 convivencia’,	 que	 fija	 las	 pautas	 a	 las	 que	 el
alumno	debe	ajustar	su	conducta.	A	estas	pautas	formales	se	agrega	el	conjunto	de	pautas
informales	que	debe	aprender	para	responder	adecuadamente	a	las	exigencias	del	maestro
(cómo	tratar	con	la	autoridad,	cómo	enfrentar	la	evaluación	constante	que	se	hace	de	él	y	de
su	conducta,	etc.),	y	de	sus	propios	compañeros,	que	son	muy	diferentes	de	las	anteriores	y
muchas	veces	se	oponen	a	ellas.	En	este	contexto	tiene	gran	importancia	la	cultura	del	grupo
de	pares.
La	 forma	 en	 que	 el	 alumno	 ejerce	 sus	 roles	 en	 la	 escuela	 está	 influida	 también	 por	 su
socialización	 familiar.	 Esta	 influencia	 puede	 ser	 funcional	 o	 disfuncional	 al	 proceso
educativo.	Es	funcional	cuando	la	familia	comparte	con	la	escuela	valores,	hábitos	de	trabajo
y	actitudes	fundamentales	hacia	las	figuras	de	la	autoridad	y	hacia	la	educación,	en	síntesis,
cuando	hay	una	coherencia	entre	los	valores	y	las	normas	que	transmite	la	escuela	y	las	que
transmite	la	familia.	Es	disfuncional	cuando	se	dan	las	condiciones	opuestas.	Otra	influencia
importante	 sobre	 los	 roles	 del	 alumno	 es	 la	 de	 las	 figuras	 significativas	 para	 el	 niño,
fundamentalmente	las	que	provienen	de	los	medios	de	comunicación	de	masas.	Estas	figuras
se	presentan	como	modelos	de	conducta	y	pueden	competir	con	los	modelos	que	presenta	la
escuela.	Los	‘héroes	de	la	patria’	encarnan	cualidades	y	valores	que	generalmente	no	tienen
nada	que	ver	con	los	que	el	niño	o	el	joven	admiran	en	los	‘héroes’	de	la	televisión.
En	lo	que	hace	al	maestro,	en	la	mayoría	de	los	casos,	es	un	adulto	bastante	mayor	que	sus
alumnos,	que	aparece	ante	éstos	como	juez	de	sus	acciones	y	se	hace	responsable	por	lo	que
aprenden.	Está	obligado	a	cumplir	con	un	programa	institucional	y	a	hacerlo	en	un	clima	de
orden	 que	 suele	 llamarse	 ‘disciplina’.	 Actúa	 como	 líder	 del	 grupo	 y	 puede	 ejercer	 este
liderazgo	de	diferentes	maneras	(democrática,	autoritaria,	laissez	faire,	etc.),	lo	que	da	lugar	a
distintas	reacciones	por	parte	de	sus	alumnos.	Se	espera	de	él	que	actúe	sobre	el	desarrollo
moral	e	intelectual	de	los	estudiantes,	y	que	lo	haga	con	solvencia	técnica	y	autoridad	moral
(Durkheim,	 1972).	 La	 posición	 del	 maestro	 en	 la	 jerarquía	 de	 la	 escuela	 es	 relativamente
inconsistente.	Por	un	lado	aparece	como	dueño	y	señor	de	su	clase	pero,	por	otro,	carece	de
autonomía	 para	 decidir	 cuestiones	 importantes	 relativas	 a	 la	 conducción	 del	 proceso	 de
enseñanza-aprendizaje	 (contenidos	 a	 impartir,	 distribución	 temporal,	 metodología	 de	 la
enseñanza,	etc).	Además,	su	posición	desde	el	punto	de	vista	profesional	es	ambigua.	Por	otra
parte,	las	recompensas	que	recibe	por	sus	actividades	son	débiles	y	no	hay	canales	formales
para	 reconocer	 sus	 méritos	 cuando	 lleva	 a	 cabo	 tareas	 importantes	 que	 caen	 fuera	 de	 lo
previsto	por	la	institución.	Las	recompensas	que	puede	recibir	de	sus	alumnos	tampoco	son
totalmente	visibles	y	tienen	más	bien	carácter	simbólico.
Las	condiciones	anteriores,	más	las	presiones	que	ejercen	padres	y	directivos	sobre	ellos,	son
influencias	de	importancia	en	el	ejercicio	de	los	roles	del	docente.	A	esto	hay	que	sumar	el
contacto	con	sus	pares,	la	pertenencia	a	grupos	o	asociaciones	de	docentes,	la	valoración	que
se	hace	de	su	actividad	en	la	sociedad	y	la	satisfacción	personal	con	su	tarea.
Las	 relaciones	 sociales	 que	 se	 establecen	 en	 la	 clase	 son	 otro	 tema	 que	 interesa	 al
funcionalismo.	 En	 una	 clase	 escolar	 pueden	 identificarse	 dos	 conjuntos	 de	 relaciones
relevantes:	i)	las	relaciones	alumno-alumno,	y	ii)	las	relaciones	docente-alumnos.
i)	La	relación	alumno-alumno.	Aquí	adquieren	importancia	dos	dimensiones:	por	una	parte,	la
estructura	 sociométrica	 de	 la	 clase,	 y	 por	 otra,	 la	 composición	 del	 grupo.	 La	 estructura
sociométrica	 se	 refiere	 a	 las	 relaciones	 recíprocas	 entre	 los	 miembros	 del	 grupo;	 indica
quiénes	 son	 elegidos	 para	 hacer	 determinados	 tipos	 de	 tareas,	 por	 quiénes	 son	 elegidos,
quiénes	 permanecen	 aislados,	 quiénes	 actúan	 como	 figuras	 centrales,	 etc.	 Las	 relaciones
grupales	pueden	influir	positiva	o	negativamente	en	el	rendimiento	académico	del	alumno,
depende	de	cómo	está	conformado	el	grupo	y	cuáles	son	sus	metas.
En	lo	que	hace	a	la	composición	del	grupo,	puede	observarse	que	la	mayoría	de	las	clases
escolares	están	integradas	por	grupos	relativamente	homogéneos	en	ciertos	atributos,	como
la	edad	y	el	origen	social.	En	algunos	casos	se	institucionalizan	prácticas	de	agrupamiento
según	 la	 capacidad	 intelectual	 y	 el	 rendimiento	 escolar	 de	 los	 chicos.	 Abundan	 los
argumentos	tanto	a	favor	como	en	contra	de	este	tipo	de	prácticas.	En	definitiva,	la	cuestión
estratégica	aquí	es	saber	si	un	rango	amplio	o	estrecho	de	habilidades	individuales	es	más
efectivo	 en	 una	 clase.	 Para	 esto	 no	 hay	 respuestas	 claras.	 Hay	 una	 serie	 de	 factores	 que
pueden	explicar	o	especificar	las	condiciones	bajo	las	cuales	ciertas	pautas	de	agrupamiento
por	 capacidad	 son	 más	 fuertes	 o	 más	 débiles:	 las	 características	 individuales	 de	 los
estudiantes;	el	grado	en	que	los	individuos	con	diferente	capacidad	actúan	como	grupo	de
referencia	 para	 el	 resto	 de	 sus	 compañeros;	 la	 conducta	 del	 maestro	 (éste	 puede	 adaptar
efectivamente	 la	 enseñanza	 a	 los	 diferentes	 niveles	 de	 capacidad	 o	 simplemente	 enseñar
menos	a	los	más	lentos);	las	pautas	de	comunicación	predominantes	en	la	clase;	el	sistema	de
sanciones,	tanto	positivas	como	negativas.	Esta	cuestión	tiene	hoy	una	importancia	de	primer
orden	porque	se	insiste	cada	vez	más	en	la	atención	a	la	diversidad	y	en	la	integración	de
niños	con	capacidades	diferentes	en	las	escuelas	de	educación	común.
Con	relación	al	sistema	de	sanciones,	una	característica	interesante	de	las	escuelas	es	la	forma
en	 que	 se	 estructuran	 y	 asignan	 los	 premios	 y	 castigos.	 Según	 algunos,	 el	 sistema	 de
sanciones	en	la	clase	puede	producir	antagonismo,	ansiedad	y	alienación	en	las	relaciones.
Tres	características	del	sistema	de	sanciones	pueden	ser	especialmente	disfuncionales	en	este
sentido.	Por	un	lado,	el	tipo	de	premios,	basado	fundamentalmente	en	las	notas	o	los	grados
académicos,	son	externos	a	la	actividad	de	aprendizaje	(se	aceptan	las	normas	y	se	ejecutan
las	tareas	a	fin	de	obtener	buenas	notas,	sin	tener	interés	intrínseco	en	la	actividad	misma).
Por	otro,	la	estructura	de	competición,	que	supone	una	lucha	por	obtener	recursos	escasos
(buenas	 notas,	 éxito	 académico,	 distinciones,	 etc.),	 puede	 desalentar	 la	 cooperación	 y
provocar	sanciones	grupales	en	contra	de	los	alumnos	con	alto	rendimiento,	como	una	forma
de	 controlar	 las	 expectativas	 del	 maestro.	 Finalmente,	 la	 clase	 de	 conducta	 que	 alienta	 el
propio	docente	en	los	estudiantes	(asimilación	dócil,	repetición,	más	que	actividad	creativa	y
crítica).
ii)	 La	 relación	 docente-alumnos.	 Típicamente,	 ésta	 es	 una	 relación	 entre	 dos	 individuos	 que
poseen	 diferente	 grado	 y	 tipo	 de	 conocimientos,	 distinto	 status,	 distinta	 edad	 y	 metas	 e
intereses	diferentes.	En	síntesis,	se	trata	de	una	relación	profundamente	asimétrica.	La	forma
que	 adquiere	 esta	 relación,	 que	 llamamos	 relación	 pedagógica	 y	 se	 considera	 crucial	 en	 el
proceso	 de	 enseñanza-aprendizaje,	 depende	 de	 múltiples	 factores,	 de	 carácter	 tanto
individual	 como	 social.	 Entre	 los	 primeros	 se	 encuentran	 los	 rasgos	 de	 personalidad	 del
maestro,	su	edad	y	su	sexo/género.	Esto	influye	de	manera	directa	en	la	predisposición	del
docente	a	establecer	relaciones	más	instrumentales	o	más	expresivas	con	sus	alumnos,	y	en	la
mayor	o	menor	distancia	social	que	establece	con	ellos.	No	podemos	comprender	la	conducta
del	maestro	en	la	clase	si	no	tenemos	en	cuenta	sus	características	individuales.
Entre	los	factores	sociales	que	condicionan	la	conducta	del	maestro,	encontramos	algunos	de
carácter	formal	y	otros	informales.	El	docente	representa	el	orden	establecido	en	la	escuela	y
está	dotado	del	poder	formal	(autoridad	pedagógica)	necesario	para	imponer	los	cursos	de
acción	 que	 garanticen	 el	 mantenimiento	 de	 ese	 orden.	 Por	 otra	 parte,	 el	 docente	 tiene	 su
propia	definición	sobre	los	roles	del	alumno,	las	conductas	que	espera	de	él,	etc.	Esto	tiene
mucha	importancia	pues	esas	definiciones	son	las	que	orientan	su	conducta	hacia	él.	A	ello
hay	que	agregar	el	tipo	de	orientación	que	el	docente	tiene	hacia	su	tarea,	lo	que	depende,
entre	otras	cosas,	de	las	condiciones	en	que	realiza	su	trabajo	y	del	reconocimiento	social	que
recibe	por	él.	Las	malas	remuneraciones,	la	escasa	participación	en	la	conducción	del	sistema
de	enseñanza	(y	aun	del	centro	escolar),	la	falta	de	autonomía	para	decidir	el	curriculum,	la
conformación	 de	 su	 clase,	 la	 programación	 de	 las	 actividades	 y	 otros	 temas	 importantes
relacionados	con	la	conducción	del	aprendizaje,	son	algunas	de	las	condiciones	del	trabajo
docente	que	afectan	la	orientación	de	éste	hacia	su	actividad.
Para	 sintetizar,	 podemos	 decir	 que	 la	 perspectiva	 objetivista,	 en	 su	 versión	 funcionalista,
sostiene	una	imagen	macrosociológica	y	estructuralista	de	la	escuela:	ésta	es	una	sociedad	en
miniatura,	en	perfecto	equilibrio	funcional.	La	principal	preocupación	del	funcionalismo	es
definir	 la	 manera	 en	 que	 la	 escuela	 cumple	 sus	 principales	 funciones:	 integración	 de	 las
nuevas	 generaciones	 para	 asegurar	 la	 continuidad	 de	 la	 vida	 social,	 ampliar	 el	 horizonte
cultural	de	los	niños	poniéndolos	en	contacto	con	una	gran	cultura	universal,	y	permitir	el
desarrollo	 físico	 y	 moral	 del	 individuo	 (Dubet	 y	 Martucelli,	 1998).	 Esta	 pequeña	 sociedad
constituida	por	la	escuela	es	más	amplia	que	la	familia,	no	sólo	por	la	cantidad	de	miembros
que	 la	 componen,	 sino	 porque	 quienes	 la	 integran	 no	 están	 juntos	 por	 sentimientos	 o
preferencias	personales,	sino	por	las	funciones	sociales	que	le	toca	cumplir	al	maestro	y	la
condición	mental	inmadura	de	los	alumnos.	Las	normas	de	la	escuela	son	menos	flexibles	que
las	reglas	de	la	familia;	esto	ayuda	al	niño	a	iniciarse	en	la	austeridad	del	deber,	como	dice
Durkheim	 (1972).	 El	 maestro	 es	 alguien	 dotado	 de	 autoridad,	 sobre	 todo	 de	 la	 autoridad
moral	 que	 deriva	 de	 su	 vocación.	 Los	 alumnos,	 por	 su	 parte,	 necesitan	 ser	 educados,	 en
consecuencia,	deben	someterse	a	la	autoridad	del	maestro.
Esta	 ‘visión	 encantada’	 de	 la	 escuela	 que	 corresponde	 a	 lo	 que	 Dubet	 y	 Martucelli	 (1998)
definen	 como	 ‘paideia	 funcionlista’,	 es	 puesta	 en	 tela	 de	 juicio	 por	 la	 representación
igualmente	objetivista	y	estructuralista	de	la	teoría	de	la	reproducción,	refuta	los	supuestos
básicos	de	la	paideia	funcionalista	y	pone	en	evidencia	el	carácter	clasista	de	la	escuela.	En
primer	lugar,	las	prácticas	escolares	son	múltiples	y	diversas,	no	uniformes	y	homogéneas
como	postula	el	funcionalismo.	La	escuela	no	transmite	una	cultura	universal,	y	la	pone	al
alcance	de	todos	de	manera	igualitaria,	sino	que	inculca	los	valores	y	las	pautas	culturales	de
la	clase	dominante,	y	define	trayectos	diferenciales	para	el	acceso	al	conocimiento	en	función
de	la	clase	social	a	la	que	pertenecen	los	alumnos.	En	segundo	lugar,	y	como	consecuencia	de
lo	 anterior,	 los	 conocimientos	 adquiridos	 y	 la	 competencias	 desarrolladas	 por	 el	 alumno
durante	el	transcurso	de	su	vida	escolar,	no	son	el	factor	determinante	de	su	posición	futura
en	la	estructura	social.	Su	status	social	no	depende	de	la	educación,	la	escuela	no	constituye
un	 canal	 de	 movilidad	 social.	 En	 tercer	 término,	 mientras	 la	 paideia	 funcionalista	 sitúa	 las
prácticas	 escolares	 por	 encima	 de	 las	 exigencias	 profesionales	 y	 las	 desigualdades	 sociales,
selecciona	a	los	más	capaces	y	a	los	que	mejor	responden	a	las	exigencias	de	la	institución,	la
visión	reproductivista	sostiene	el	sesgo	clasista	de	dichas	prácticas	Por	lo	tanto,	la	selección
que	 opera	 la	 escuela	 no	 tiene	 carácter	 meritocrático,	 sino	 que	 es	 profundamente	 injusta
porque	depende	de	factores	que	no	tienen	que	ver	con	las	dotes	del	individuo	ni	el	empeño
que	 éste	 pone	 en	 responder	 a	 las	 exigencias	 de	 la	 escuela.	 Por	 último,	 mientras	 para	 el
funcionalismo	 la	 socialización	 escolar	 apunta	 a	 la	 formación	 de	 individuos	 autónomos	 y
plenamente	integrados	a	la	sociedad,	los	reproductivistas	consideran	que	la	escuela	prepara	a
unos	para	ejercer	el	dominio	y	a	otros	para	ser	sujetos	de	dominación.
Además	de	la	teoría	de	la	reproducción,	existen	otras	visiones	estructuralistas	de	la	escuela
que	sostienen	una	postura	crítica	de	carácter	menos	global	a	los	planteos	del	funcionalismo
que	 la	 que	 mantienen	 las	 versiones	 clásicas	 de	 la	 teoría	 de	 la	 reproducción.	 Podemos
mencionar,	 entre	 otros,	 los	 trabajos	 de	 R.	 Boudon	 (1983),	 R.	 Collins	 (1979)	 y	 la	 obra	 de	 B.
Bernstein.
Otros	cuestionan	planteos	puntuales	del	funcionalismo.	Así,	desde	Foucault	(1986)	y	quienes
se	 inspiran	 en	 él,	 se	 destaca	 que	 la	 escuela	 no	 es	 el	 lugar	 de	 la	 liberación,	 sino	 del
disciplinamiento;	 lejos	 de	 preparar	 para	 el	 ejercicio	 de	 la	 autonomía,	 se	 dedica	 al
adiestramiento	y	la	esclavización	de	los	individuos.	Vincent	(1980,	1994)	adopta	esta	postura.
Con	la	noción	de	‘forma’	escolar,	él	“apunta	a	demostrar	el	lazo	consustancial	que	une	a	la
escuela,	como	lugar	de	socialización	y	transmisión	de	conocimientos,	a	formas	específicas	del
ejercicio	 del	 poder.	 El	 dispositivo	 de	 control	 escolar	 no	 es	 ni	 neutro	 ni	 único,	 porque	 los
principios	educativos	difieren	según	las	clases	-el	máximo	de	represión	y	el	mínimo	de	saber
caracterizan	 la	 educación	 de	 los	 pobres-,	 y	 porque	 la	 escuela	 ha	 destruido	 los	 modos
alternativos	 de	 educación.	 La	 separación	 entre	 el	 trabajo	 manual	 y	 el	 trabajo	 intelectual
engendra	progresivamente	la	ruptura	entre	la	formación	y	el	aprendizaje.	El	resultado	es,	no
obstante,	siempre	el	mismo:	la	normalización	creciente	de	todos	los	individuos.	La	escuela,
como	muchas	otras	organizaciones,	es	el	lugar	de	una	reglamentación	estricta,	de	la	división
de	las	prácticas,	del	aprendizaje	de	la	docilidad	y	la	obediencia,	de	la	sumisión	a	la	separación
de	saberes,	de	la	multiplicación	de	ejercicios,	premios,	exámenes.	Pero	sobre	todo	la	escuela
aparece	como	un	nuevo	espacio	de	tratamiento	moral	en	el	seno	de	antagonismos	de	clase
que	opone	la	burguesía	al	proletariado”1.
1.2.	Perspectiva	subjetivista:	los	significados	subjetivos	y	las	fuentes	de	conflicto	en	la
escuela
Desde	 una	 perspectiva	 más	 afín	 a	 la	 postura	 interaccionista,	 se	 pone	 en	 tela	 de	 juicio	 el
supuesto	del	paradigma	funcionalista	que	sostiene	que	el	condicionamiento	estructural	está
por	encima	de	los	intereses	y	las	disposiciones	de	los	actores,	lo	cual	implica	que	aquél	cuenta
más	 que	 éstos	 en	 la	 determinación	 de	 la	 conducta	 del	 individuo.	 Estos	 enfoques	 también
cuestionan	“el	ideal	del	modelo	clásico	según	el	cual	la	escuela	está	al	servicio	del	desarrollo
personal.	Ponen	al	día	los	conflictos	anidados	en	las	interacciones	en	el	seno	de	la	clase,	el
juego	cruzado	de	los	estereotipos,	el	hecho	de	que	la	socialización	no	es	sólo	la	asimilación	de
un	rol	social	personificado	por	el	docente,	ese	modelo	de	‘virtud’	investido	por	la	autoridad
‘sagrada’	de	la	sociedad	según	Durkheim.	Pero	subrayan	también	la	manera	de	la	cual	los
alumnos	 construyen	 la	 interacción,	 a	 través	 de	 disputas	 y	 provocaciones”2.	 El	 estudio	 de
Willis	(1988),	que	abreva	en	la	etnometodología	y	el	marxismo,	da	cuenta	de	la	forma	en	que
se	tejen	las	relaciones	de	los	alumnos	dentro	de	la	escuela	para	oponerse	a	los	designios	de
ésta	 y	 resistir	 su	 influencia.	 Este	 trabajo	 pone	 en	 evidencia	 las	 limitaciones	 del	 paradigma
funcionalista	para	explicar	todo	lo	que	ocurre	en	las	aulas.
Tomando	como	punto	de	referencia	la	sociología	de	Max	Weber,	en	el	análisis	de	la	escuela,
la	perspectiva	subjetivista	pone	el	énfasis	en	dos	aspectos	fundamentales	de	la	vida	escolar,
muy	relacionados	entre	sí,	por	una	parte,	los	significados	subjetivos	de	los	actores	y	la	cultura
de	la	escuela,	y	por	otra,	los	conflictos	que	se	producen	en	ella.
Los	actores	de	la	vida	escolar	tienen	sus	propios	significados	(sobre	la	escuela,	los	maestros,	la
enseñanza,	el	aprendizaje,	los	contenidos	del	aprendizaje,	etc.).	Estos	significados,	y	la	forma
en	que	se	interpretan	los	significados	que	transmite	la	escuela	por	medio	de	las	prácticas	de
sus	 actores	 y	 los	 contenidos	 de	 la	 enseñanza,	 se	 traducen	 en	 conductas,	 actitudes,
valoraciones,	etc.,	cuyo	resultado	es	un	‘clima	o	un	‘estilo	de	vida’	propio	de	la	escuela.	Este
‘clima’	es	parte	de	la	identidad	propia	de	la	institución	y	se	constituye	en	uno	de	los	factores
que	 permiten	 identificar	 y	 diferenciar	 una	 escuela	 de	 otra.	 Quienes	 forman	 parte	 de	 la
escuela	incorporan	paulatinamente	estos	significados,	los	modifican	y	crean	otros	nuevos	en
un	proceso	que	tiene	lugar	de	manera	permanente.
La	‘supervivencia’	de	un	alumno	en	la	escuela	depende,	en	gran	medida,	de	su	capacidad
para	 captar	 los	 significados	 relevantes	 y	 producir	 la	 conducta	 apropiada,	 no	 sólo	 los	 que
tienen	 que	 ver	 con	 las	 expectativas	 formales	 de	 la	 institución,	 sino	 también	 con	 los	 que
surgen	de	la	interacción	espontánea	entre	los	miembros,	al	margen	de	las	pautas	formales	y	a
veces	en	oposición	a	éstas.	Cuando	el	alumno	ha	llevado	a	cabo	este	aprendizaje,	se	siente
‘como	 en	 casa’.	 Cada	 situación	 le	 resulta	 comprensible	 y	 los	 actos	 de	 los	 otros	 se	 vuelven
significativos	para	él.	Se	comparten	los	símbolos	y	los	significados,	y	existe	una	base	común
para	percibir	los	hechos,	distinguir	lo	permitido	de	lo	prohibido,	definir	lo	bueno	y	lo	malo
(lo	cual	no	implica	que	todos	actúen	de	acuerdo	a	lo	previsto).	En	cada	institución	existen
diferentes	grupos,	cuyas	pautas	pueden,	o	no,	coincidir	con	las	pautas	‘oficiales’.	Dentro	de	la
escuela	se	pueden	crear	así	verdaderas	subculturas	que,	en	ocasiones,	desafían	a	la	‘cultura
oficial’.
Hay	que	considerar,	además,	que	la	escuela	opera	en	un	contexto	social	que	posee	sus	propias
pautas	 culturales.	 Hay	 escuelas	 que	 reflejan	 en	 alguna	 medida	 las	 pautas	 culturales	 de	 su
entorno,	 otras	 que	 las	 recogen	 sólo	 en	 parte,	 y	 otras	 que	 las	 enfrentan	 abiertamente
sosteniendo	valores	opuestos.	Éste	puede	ser	el	caso	de	las	escuelas	que	funcionan	en	zonas
marginales.	 Cada	 una	 de	 estas	 situaciones	 crea	 condiciones	 distintas	 para	 el	 aprendizaje	 y
plantea	problemas	diferentes	a	maestros	y	alumnos.
Por	último,	cada	actor	de	la	vida	escolar	pertenece	a	una	familia	(o	grupo	equivalente)	en	la
cual	ha	sido	socializado.	Durante	el	proceso	de	socialización	familiar	(socialización	primaria)
se	 aprenden	 pautas	 culturales	 que,	 por	 las	 condiciones	 en	 que	 se	 adquieren,	 se	 fijan	 con
especial	fuerza	en	el	individuo.	Cuando	las	normas	y	valores	mantenidos	por	la	familia	son
coherentes	con	los	que	sostiene	la	escuela,	el	proceso	de	adaptación	a	la	cultura	escolar	es,
obviamente,	más	fácil	y	las	posibilidades	de	responder	adecuadamente	a	las	expectativas	de
la	escuela	son	mayores.	Una	de	las	causas	del	fracaso	escolar	de	los	niños	de	clase	baja	es,
precisamente,	el	choque	entre	la	cultura	familiar	y	la	escolar.	Es	necesario	tener	en	cuenta
que	 la	 escuela	 legitima	 un	 tipo	 de	 cultura;	 ésta	 representa,	 por	 lo	 general,	 las	 pautas	 de
conducta,	conocimientos	y	valores	propios	de	los	estratos	medios	de	la	población.
Un	aspecto	interesante	de	la	cultura	escolar	son	los	rituales:	formar	fila	para	izar	la	bandera,
saludar	al	director,	ponerse	de	pie	cuando	ingresa	una	autoridad	al	aula,	usar	determinados
símbolos,	etc.	El	ritual	es	un	acto	comunitario,	rico	en	simbolismo,	que	expresa	determinados
valores	compartidos,	y	que	sirve	para	crear	un	sentimiento	de	pertenencia	a	la	institución.
Refleja	las	creencias	comunes	y	‘obliga’	hacia	las	normas.	Los	símbolos	creados	por	la	escuela
(escudos,	emblemas,	himnos,	etc.)	cumplen	también	la	función	de	reforzar	el	sentimiento	de
pertenencia	y	dan	sentido	a	las	actividades	de	quienes	pertenecen	a	un	centro	escolar.
La	 imagen	 de	 la	 escuela	 como	 una	 sociedad	 en	 miniatura	 que	 sostiene	 el	 objetivismo,
contrasta	con	aquella	que	pone	énfasis	en	las	condiciones	que,	de	manera	permanente,	dan
lugar	 al	 conflicto	 en	 la	 vida	 cotidiana	 de	 las	 escuelas.	 Una	 de	 las	 principales	 fuentes	 de
conflicto	 en	 la	 escuela	 surge	 de	 la	 relación	 maestro-alumno.	 Hemos	 visto	 al	 estudiar	 los
clásicos	 que,	 desde	 su	 comienzos,	 la	 sociología	 definió	 la	 relación	 pedagógica	 como	 una
relación	 de	 dominación.	 La	 sociología	 contemporánea	 recoge	 esta	 idea	 y	 la	 actualiza.	 Ella
adquiere	especial	relevancia	en	el	trabajo	de	Bourdieu	y	Passeron	(1981)	sobre	el	sistema	de
enseñanza.	Volveremos	sobre	este	concepto	en	el	capítulo	que	dedicaremos	a	dicho	trabajo.
Uno	de	los	primeros	sociólogos	de	la	educación	que	estudió	a	las	escuelas	como	centros	de
conflictos	fue	W.	Waller	(1939).	Para	él,	la	base	del	conflicto	en	las	escuelas	está	en	esa	forma
de	‘dominación	institucionalizada’	que	caracteriza	a	la	relación	maestro-alumno.	Maestro	y
alumno	se	enfrentan	uno	a	otro	con	un	conflicto	original	de	motivaciones	y	de	intereses.	El
maestro	representa	el	orden	social	en	la	escuela	y	su	interés	es	mantener	ese	orden,	mientras
que	los	alumnos	no	están	involucrados	en	el	mantenimiento	de	esa	‘superestructura	feudal’.
En	general,	los	alumnos	aspiran	a	un	desarrollo	personal	autónomo	y	espontáneo,	quieren
producir	sus	propios	resultados	sin	condicionamientos.	Cada	una	de	estas	partes	hostiles,	con
intereses	antagónicos,	se	instala	en	el	camino	de	la	otra;	en	la	medida	en	que	se	realizan	los
objetivos	de	una,	se	sacrifican	las	metas	de	la	otra,	según	Waller.	Desde	su	perspectiva,	la
escuela	es	una	especie	de	‘fortaleza’,	en	la	cual	las	necesidades	y	las	metas	de	los	maestros
están	en	desacuerdo	con	las	necesidades	y	las	metas	de	los	estudiantes,	lo	que	lleva	a	que	la
escuela	corra	peligro	de	ser	sitiada	desde	adentro.	Esta	es	una	de	las	razones	por	las	cuales	se
produce	la	evidente	fijación	del	personal	escolar	en	los	problemas	de	control	y	disciplina.
Además	de	la	señalada,	los	conflictos	en	la	escuela	pueden	tener	su	origen	en	otras	fuentes,
todas	 muy	 relacionadas	 entre	 sí,	 cada	 una	 de	 las	 cuales	 actúa	 de	 manera	 particular.	 El
elemento	 subyacente	 a	 todas	 ellas,	 que	 tiene	 carácter	 estructural	 y	 constituye	 la	 base	 los
conflictos	sociales,	es	el	status	social	de	los	actores	de	la	vida	escolar.	Algunas	de	esas	fuentes
son	las	siguientes:
	 La	 estructura	 formal	 y	 el	 poder	 que	 ésta	 asigna	 a	 determinados	 miembros	 de	 la
institución.	 Como	 cualquier	 organización	 social,	 la	 escuela	 supone	 una	 jerarquía	 de
funciones	 y	 líneas	 de	 autoridad	 perfectamente	 definidas	 que	 legitiman	 el	 uso	 de	 una
cierta	 cuota	 de	 poder	 por	 parte	 de	 quienes	 las	 desempeñan.	 Tal	 como	 lo	 demostrara
Weber,	 al	 ejercicio	 del	 poder	 siempre	 va	 asociada	 la	 probabilidad	 de	 la	 aparición	 del
conflicto.	En	este	caso	no	se	trata	de	un	conflicto	de	clase,	sino	de	intereses	y	objetivos
entre	actores	que	ocupan	posiciones	distintas	en	la	estructura	de	la	escuela.
	Diferencias	entre	los	valores	y	las	normas	en	que	los	estudiantes	han	sido	socializados	y
los	 que	 sostiene	 la	 escuela.	 Esto	 provoca	 un	 choque	 de	 culturas	 que	 genera
inevitablemente	 conflictos,	 pues	 el	 niño	 o	 el	 adolescente	 se	 ven	 obligados	 a	 acatar	 las
normas	y	valores	de	la	escuela	si	quieren	obtener	buenos	resultados.	Y	esto	no	se	hace	sin
una	cierta	resistencia	por	parte	de	ellos.
	 La	 participación	 involuntaria	 en	 la	 institución.	 Por	 lo	 general,	 los	 niños	 asisten	 a	 la
escuela	porque	los	envían	sus	padres,	no	por	propia	voluntad.	Ir	a	clase	y	cumplir	con	las
normas	 de	 la	 escuela	 significa	 para	 ellos	 una	 restricción	 a	 su	 libertad	 individual.	 Para
obligar	a	participar,	en	la	escuela	se	utilizan	diferentes	recursos,	muchos	de	los	cuales
implican	 el	 uso	 de	 la	 coerción.	 Las	 escuelas	 no	 pueden	 ser	 totalmente	 democráticas
porque	 no	 son	 enteramente	 voluntarias.	 Nunca	 el	 equipo	 docente	 puede	 delegar
autoridad	real	en	los	alumnos.
	 Existencia	 de	 grupos	 en	 conflicto	 dentro	 de	 la	 escuela.	 De	 hecho,	 por	 la	 posición	 que
ocupan	en	la	estructura	de	la	escuela,	el	equipo	docente	y	el	grupo	de	alumnos	ven	las
cosas	desde	perspectivas	diferentes.	Ambos	llegan	a	la	institución	con	distintos	gustos,
propósitos	 y	 experiencias	 sociales	 previas.	 Ambos	 necesitan	 satisfacer	 necesidades
diferentes,	a	veces	incompatibles	entre	sí.	También	pueden	existir	grupos	de	alumnos	con
intereses	y	perspectivas	antagónicas	e	incluso	grupos	de	profesores	con	antagonismos	del
mismo	tipo.
	 Las	 metas	 que	 propone	 la	 escuela.	 Con	 frecuencia,	 esta	 es	 una	 importante	 fuente	 de
conflictos	porque	el	estudiante	no	ve	la	utilidad	de	recibir	instrucción	ni	acepta	sacrificar
la	 satisfacción	 de	 sus	 intereses	 y	 necesidades	 inmediatos	 en	 función	 de	 una	 meta	 de
carácter	 instrumental	 (perspectiva	 de	 un	 futuro	 brillante	 como	 premio	 a	 un	 trabajo
arduo,	 posibilidad	 de	 inserción	 en	 un	 trabajo	 importante,	 etc.)	 cuyo	 valor	 no	 pueden
apreciar	todavía.
	Cierto	tipo	de	exigencias	escolares	que	no	pueden	ser	satisfechas	por	todos	lo	alumnos,
sino	solamente	por	unos	pocos.
	Existencia	de	comportamientos	desviados	dentro	de	la	escuela.
El	análisis	de	los	conflictos	en	la	escuela	adquiere	hoy	especial	relevancia	debido	a	un	hecho
preocupante:	 el	 clima	 de	 violencia	 que	 se	 vive	 en	 las	 escuelas.	 Lamentablemente,	 no
podemos	ocuparnos	de	este	tema	aquí.	La	dimensión	y	la	complejidad	del	problema	exigen
una	 investigación	 exhaustiva	 de	 las	 causas	 que	 lo	 provocan,	 la	 diversas	 formas	 en	 que	 se
manifiesta,	las	consecuencias	que	tiene	para	la	vida	escolar,	el	impacto	que	produce	en	los
actores,	etc.,	etc.
Es	importante	advertir	que	el	conflicto	no	genera,	necesariamente,	violencia.	Los	conflictos
son	 parte	 de	 la	 vida	 cotidiana	 de	 las	 escuelas	 y	 por	 lo	 general	 transcurren	 y	 se	 resuelven
dentro	de	los	carriles	institucionales	previstos.	El	problema	se	plantea	cuando	esto	no	ocurre
y	 la	 situación	 se	 vuelve	 incontrolable,	 como	 ocurre	 hoy	 en	 muchas	 escuelas.	 Por	 cierto,	 el
fenómeno	 de	 la	 violencia	 en	 las	 escuelas	 no	 es	 ajeno	 a	 las	 múltiples	 y	 diversas
manifestaciones	de	violencia	que	se	viven	en	la	sociedad	en	su	conjunto.
2	.	La	escuela	como	organización	social
A	diferencia	del	análisis	realizado	en	el	punto	anterior,	que	implica	un	interés	por	la	vida
escolar	 en	 sí	 misma,	 cuando	 abordamos	 la	 escuela	 como	 organización	 estamos	 poniendo
énfasis	 en	 un	 aspecto	 particular	 de	 ella,	 su	 estructura	 organizativa	 y	 las	 prácticas	 que	 la
caracterizan.	 Tratamos	 de	 ver	 la	 forma	 en	 que	 éstas	 impactan	 en	 las	 actividades	 de	 la
institución	 y	 las	 funciones	 que	 ella	 está	 llamada	 a	 cumplir.	 Identificar	 y	 describir	 estas
prácticas,	 comprender	 la	 forma	 en	 que	 operan	 y	 explicar	 sus	 consecuencias	 son	 los
principales	objetivos	que	se	propone	el	análisis	de	la	escuela	como	organización.	Se	pretende,
entre	otras	cosas,	que	los	resultados	de	este	análisis	constituyan	un	insumo	importante	para
quienes	desempeñan	funciones	relacionadas	con	la	administración	y	la	gestión	de	los	centros
escolares.	 El	 análisis	 organizacional	 no	 les	 puede	 solucionar	 el	 problema	 que	 su	 tarea	 les
plantea,	pero	sí	puede	proporcionarles	fundamentos	para	tomar	decisiones	más	racionales	y
optimizar	el	logro	de	los	objetivos	que	se	proponen.
Por	 cierto,	 el	 análisis	 de	 la	 escuela	 como	 organización	 adquiere	 sentido	 en	 el	 marco	 de	 la
teoría	sociológica	sobre	las	organizaciones.	Antes	de	referirnos	a	dicha	teoría,	veamos	qué
entiende	la	sociología	por	organización	y	qué	diferencia	a	las	organizaciones	de	otro	tipo	de
formaciones	 sociales.	 No	 resulta	 sencillo	 aplicar	 este	 concepto	 a	 la	 escuela.	 Por	 sus
características,	 ésta	 no	 se	 asemeja	 a	 ninguna	 de	 las	 unidades	 sociales	 identificadas	 por	 los
sociólogos	 como	 organizaciones,	 con	 las	 cuales	 los	 analistas	 la	 comparan	 a	 menudo:	 los
hospitales,	las	cárceles,	las	fábricas,	los	organismos	gubernamentales,	etc.	Ninguna	de	esas
analogías	dice	mucho	respecto	de	la	escuela	como	organización	por	derecho	propio.	Por	otra
parte,	como	bien	advierte	Tyler	(1991),	las	escuelas	no	tienen	la	certidumbre	respecto	de	su
cometido	(enseñanza-aprendizaje),	ni	tampoco	respecto	a	las	relaciones	con	sus	clientes	(no
pueden	 rechazarlos),	 que	 caracteriza	 a	 otras	 organizaciones.	 Tampoco	 es	 clara	 la	 relación
entre	su	cometido	y	la	autoridad	formal,	ya	que	la	enseñanza	que	imparte	el	maestro	en	la
clase	 (ésta	 se	 desarrolla	 a	 puertas	 cerradas	 y	 nunca	 puede	 ser	 objeto	 de	 supervisión
permanente	por	parte	las	autoridades)	es	autónoma	respecto	del	orden	burocrático.
Desde	una	perspectiva	muy	general	vinculada	a	los	enfoques	tradicionales,	para	la	sociología,
una	 organización	 es	 cualquier	 formación	 social	 compuesta	 por	 un	 número	 precisable	 de
miembros,	 cuya	 conducta	 está	 orientada	 al	 logro	 de	 un	 conjunto	 de	 objetivos	 específicos,
formalmente	establecidos,	o	al	menos	buscados	de	manera	explícita.	Estos	objetivos	son	los
que	 justifican	 la	 existencia	 de	 la	 organización	 y	 le	 dan	 sentido.	 Cuando	 el	 objetivo
desaparece,	tiende	a	desaparecer	también	el	agrupamiento	social	conformado	alrededor	de
él,	o	si	los	miembros	desean	seguir	juntos,	se	sustituye	el	objetivo	original	por	otro	nuevo.
Para	 asegurar	 el	 logro	 de	 los	 objetivos	 propuestos,	 toda	 organización	 está	 configurada,	 en
mayor	o	menor	medida,	de	manera	racional.	Dicha	configuración	racional,	que	constituye	la
estructura	 formal	 de	 la	 organización,	 implica	 la	 división	 interna	 de	 funciones	 y	 un	 cierto
grado	de	estructuración	de	las	actividades	de	los	miembros.	Cuanto	mayor	es	el	número	de
miembros	de	la	organización,	más	necesaria	es	esa	configuración	racional.	Con	base	en	este
concepto,	 podemos	 decir	 que	 los	 rasgos	 que	 definen	 a	 toda	 organización	 social	 son	 los
siguientes:
i)	El	tamaño.	Determinadas	características	de	una	organización	aparecen	solamente	cuando
la	formación	supera	un	cierto	número	de	miembros.	Por	ejemplo,	la	división	del	trabajo,	la
prescindencia	 del	 contacto	 cara	 a	 cara,	 el	 predominio	 de	 relaciones	 instrumentales	 y	 más
objetivas,	 etc.,	 se	 imponen	 cuando	 se	 incorporan	 muchos	 miembros	 a	 la	 organización	 y	 la
estructura	de	la	misma	se	hace	más	compleja.
ii)	Los	objetivos.	Son	los	que	guían	la	toma	de	decisiones,	orientan	las	acciones	y	los	procesos
dentro	 de	 la	 organización.	 Si	 bien	 los	 objetivos	 están	 planteados	 explícitamente	 en	 los
estatutos	y	reglamentos	de	la	organización,	en	la	realidad	suele	ocurrir	que	aparecen	otros
objetivos,	 más	 amplios	 o	 algo	 distintos	 que	 los	 admitidos	 formalmente.	 También	 pueden
darse	 situaciones	 en	 las	 que	 los	 objetivos	 de	 una	 organización	 no	 son	 plenamente
compatibles	 entre	 sí,	 lo	 cual	 trae	 aparejada	 una	 serie	 de	 problemas	 a	 los	 miembros	 y	 a	 la
organización	 en	 su	 conjunto.	 Por	 ejemplo,	 en	 el	 caso	 de	 las	 escuelas,	 las	 funciones
asistenciales	que	se	les	han	asignado	en	los	últimos	tiempos	dificultan	el	logro	de	su	objetivo
específico	de	instruir,	enseñar	y	educar	a	los	alumnos.
Las	escuelas	pertenecen	a	una	categoría	de	organizaciones	cuyo	principal	objetivo	es	actuar
de	determinada	manera	sobre	un	grupo	de	personas	que	son	admitidas	por	la	institución	con
ese	fin,	al	menos	transitoriamente.	La	finalidad	explícita	de	la	acción	que	ejercen	las	escuelas
es	lograr	que	los	alumnos	aprendan	determinados	valores	y	pautas	de	conducta,	adquieran
conocimientos	 y	 destrezas,	 que	 les	 permitirán	 luego	 una	 participación	 más	 plena	 en	 la
sociedad.	La	incorporación	a	la	organización	de	las	personas	que	deben	recibir	esta	acción	es,
generalmente,	involuntaria,	y	a	veces	forzada.	La	mayoría	de	los	chicos	no	van	a	la	escuela
por	voluntad	propia,	sino	porque	los	mandan.	Generalmente,	las	organizaciones	dedicadas	a
‘procesar’	 a	 las	 personas,	 como	 las	 escuelas,	 las	 cárceles	 o	 los	 hospitales,	 son	 total	 o
parcialmente	controladas	por	el	Estado.	En	ellas	existe	una	separación	tajante	entre	dos	tipos
de	 actores,	 que	 ocupan	 dos	 posiciones	 claramente	 diferenciadas	 y	 persiguen	 objetivos
diferentes:	los	responsables	de	planificar	y	ejecutar	la	acción	que	se	propone	la	institución,	y
los	 que	 la	 reciben.	 En	 el	 caso	 de	 las	 escuelas,	 los	 directivos	 y	 maestros	 por	 un	 lado,	 y	 los
alumnos	por	el	otro.	La	movilidad	de	una	posición	a	otra	no	es	posible,	por	lo	menos	hasta
que	el	objetivo	que	se	persigue	con	la	acción	no	haya	sido	alcanzado.	Un	alumno	no	puede
ser	 profesor,	 si	 antes	 no	 transitó	 determinados	 trayectos	 de	 la	 carrera	 escolar	 y	 obtuvo	 la
certificación	correspondiente.
iii)	 La	 configuración	 racional.	 Toda	 organización	 está	 regulada	 por	 reglamentaciones
firmemente	establecidas;	las	competencias	y	los	papeles	de	los	miembros	están	claramente
definidos,	las	líneas	de	autoridad	son	perfectamente	identificables,	lo	mismo	que	los	canales
de	 comunicación	 entre	 las	 diferentes	 posiciones.	 Esta	 configuracón	 es	 tanto	 más	 necesaria
cuanto	mayor	es	el	número	de	miembros	que	integran	la	organización,	y	mayor	la	cantidad
de	funciones	que	ésta	debe	cumplir.
La	 configuración	 racional	 supone	 siempre	 una	 estructura	 piramidal	 en	 la	 que	 se	 pueden
distinguir	 diferentes	 niveles.	 El	 nivel	 de	 dirección,	 encargado	 de	 tomar	 las	 decisiones
necesarias	 para	 el	 logro	 de	 los	 objetivos	 (está	 dotado	 del	 poder	 formal	 indispensable	 para
procurar	 que	 esas	 decisiones	 se	 cumplan	 efectivamente,	 aunque	 lograr	 esto	 depende	 de
muchos	otros	factores	que	son	ajenos	al	poder	formal	de	que	están	investidos	los	directivos).
El	nivel	intermedio	que,	en	el	caso	de	las	escuelas,	está	constituido	por	los	maestros,	quienes
están	 encargados	 de	 conducir	 el	 proceso	 de	 enseñanza-aprendizaje.	 Y	 el	 nivel	 de	 base,
compuesto	por	los	alumnos	en	este	caso,	los	que	reciben	la	acción.
La	 configuración	 racional	 de	 la	 organización	 implica	 también	 un	 sistema	 de	 control	 del
comportamiento	destinado	a	garantizar	el	logro	de	los	objetivos.	Los	controles	suponen	una
amplia	gama	de	sanciones	positivas	y	negativas,	formales	e	informales,	que	pueden	ser	de
diferente	tipo,	y	dan	lugar	a	distintas	actitudes	de	los	miembros	frente	a	la	organización.
A	 los	 controles	 formales	 se	 superponen,	 en	 la	 práctica,	 una	 amplia	 gama	 de	 controles
informales	 aplicados	 de	 manera	 discrecional	 por	 los	 miembros,	 cuyo	 resultado	 puede	 ser
reforzar	 el	 sistema	 de	 control	 formal	 o,	 con	 mucha	 frecuencia	 y	 por	 diferentes	 razones,
quitarle	vigencia	o	sencillamente	destruirlo.	En	este	caso	se	hace	muy	difícil	la	conducción	de
la	organización.
A	 la	 configuración	 racional,	 o	 estructura	 formal	 de	 la	 organización,	 se	 superpone	 lo	 que
llamamos	 estructura	 informal.	 Ésta	 comprende	 todo	 el	 conjunto	 de	 relaciones	 naturales
(informales)	 entre	 los	 miembros	 de	 la	 organización	 que	 se	 desarrolla	 al	 margen	 de	 la
estructura	formal	y	no	responde	a	las	pautas	de	ésta.	Con	bastante	frecuencia,	las	relaciones
informales	entran	en	conflicto	con	las	que	están	fijadas	por	la	estructura	formal	y	pueden
llegar	a	impedir	que	éstas	se	cumplan.	En	el	fondo,	lo	que	se	juega	en	el	sistema	de	relaciones
interpersonales	de	una	organización	es	la	cuota	de	poder	de	que	dispone	cada	uno	de	los
miembros	 para	 realizar	 sus	 propios	 objetivos	 y	 satisfacer	 sus	 intereses,	 que	 no	 siempre
coinciden	 con	 los	 que	 corresponden	 formalmente	 a	 la	 organización.	 Algunos	 enfoques
teóricos	ponen	énfasis	en	el	análisis	de	las	relaciones	informales,	los	conflictos,	el	ejercicio	del
poder.	Otros,	en	cambio,	privilegian	el	análisis	de	los	aspectos	formales;	uno	ve	lo	que	el	otro
deja	 de	 lado.	 En	 cualquier	 caso,	 ambos	 develan	 aspectos	 sustanciales	 de	 la	 vida	 de	 la
organización	y	se	puede	decir	que	son	complementarios,	puesto	que	una	visión	completa	de
ésta	 implica	 atender	 tanto	 a	 la	 estructura	 formal	 como	 a	 la	 informal.	 Las	 escuelas	 son
organizaciones	 muy	 complejas,	 no	 podemos	 alcanzar	 una	 comprensión	 plena	 de	 lo	 que
ocurre	 en	 ellas	 si	 no	 atendemos	 a	 todas	 las	 aristas	 -formales	 e	 informales,	 manifiestas	 y
ocultas-	de	la	vida	institucional.
3.	La	teoría	sociológica	de	la	organización	y	el	análisis	de	la	organización	escolar
Decíamos	antes	que	el	análisis	de	la	escuela	como	organización	social	adquiere	sentido	en	el
marco	 de	 la	 teoría	 sociológica	 de	 la	 organización.	 Hubo	 en	 los	 últimos	 años	 un	 gran
desarrollo	 de	 esta	 teoría,	 y	 diferentes	 intentos	 de	 sistematizarla.	 No	 es	 fácil	 encontrar
criterios	satisfactorios	para	hacerlo.	Por	lo	general,	los	enfoques	más	conocidos	se	presentan
como	excluyentes	y	cada	uno	de	ellos	pone	el	énfasis	en	un	aspecto	particular	de	la	realidad
organizacional	y	de	la	conducta	del	individuo	en	la	organización.	Esto	no	implica	negar	la
existencia	de	otros	aspectos	que	necesariamente	forman	parte	de	la	vida	organizativa;	se	trata
más	bien	de	una	diferencia	de	énfasis	fundada,	como	ocurre	siempre	en	la	sociología,	en	las
opciones	 teóricas	 y	 epistemológicas	 del	 investigador.	 Las	 decisiones	 que	 éste	 tome	 en	 este
punto	condicionan,	por	cierto,	todo	su	trabajo	posterior.	El	propio	concepto	de	organización
responde	a	dichas	opciones.	El	concepto	que	expusimos	en	el	punto	anterior,	por	ejemplo,	es
puesto	 entre	 paréntesis	 en	 el	 marco	 de	 la	 mayoría	 de	 las	 teorías	 recientes,	 de	 corte
interpretativo	y	político.
En	lo	que	sigue	vamos	a	tratar	de	exponer	algunos	de	esos	enfoques,	aquellos	que,	a	nuestro
criterio,	resultan	más	relevantes	para	el	análisis	de	las	escuelas	como	organizaciones	sociales.
Con	 fines	 estrictamente	 didácticos	 los	 hemos	 agrupado	 en	 tres	 conjuntos	 de	 orientaciones
teóricas:	racionales	o	científicas,	políticas	y	fenomenológicas.	Las	primeras	ponen	el	énfasis
en	la	estructura	formal	y	los	problemas	de	eficiencia	organizativa.	Las	segundas	acentúan	la
importancia	 de	 los	 fenómenos	 de	 distribución	 y	 ejercicio	 del	 poder	 en	 la	 organización.
Finalmente,	las	fenomenológicas	atienden	a	los	aspectos	simbólicos	de	la	vida	organizativa.
Sin	 ser	 totalmente	 satisfactoria,	 esta	 clasificación	 tiene	 una	 ventaja:	 permite	 asociar	 los
distintos	 enfoques	 a	 las	 tradiciones	 teóricas	 que	 hemos	 utilizado	 para	 diferenciar	 las
corrientes	más	relevantes	en	sociología	de	la	educación.	La	Figura	nº	1	presenta	un	esquema
del	conjunto	de	enfoques	que	serán	objeto	de	análisis.
Figura	nº	1:	Enfoques	sociológicos	sobre	las	organizaciones
3.1.	Enfoques	racionales	o	científicos
Los	enfoques	racionales	o	científicos	son	los	más	desarrollados	y	los	que	mayor	influencia
han	 tenido	 en	 la	 organización	 de	 los	 centros	 escolares.	 Predominaron	 de	 una	 manera	 casi
exclusiva	durante	algo	más	de	la	primera	mitad	del	siglo	XX.	Parten	de	la	idea	de	que	las
organización	 es	 un	 fenómeno	 susceptible	 de	 tratamiento	 objetivo;	 la	 preocupación
fundamental	es	el	grado	de	eficiencia	y	eficacia	que	pueden	lograr	las	organizaciones,	para	lo
cual	 es	 importante	 el	 control	 técnico	 del	 trabajo	 y	 la	 burocratización	 de	 las	 relaciones
interpersonales.
Estos	 enfoques	 comprenden	 tres	 grupos	 de	 teorías	 que,	 dentro	 la	 misma	 orientación,
presentan	 matices	 importantes.	 El	 primero	 está	 constituido	 por	 la	 teoría	 clásica	 de	 la
organización,	 que	 comprende	 las	 siguientes	 teorías:	 de	 la	 burocracia,	 de	 la	 organización
científica	del	trabajo	y	de	las	relaciones	humanas.	El	segundo	es	la	teoría	de	la	administración
científica	de	Simon	y	el	tercero	la	teoría	de	los	sistemas	sociales	de	Parsons.
3.1.1.	Teoría	clásica	de	la	organización
A	pesar	de	las	diferencias	que	hay	entre	las	tres	teorías	de	la	organización	incluidas	en	este
grupo,	las	une	una	preocupación	central:	la	eficiencia	y	el	rendimiento.	La	idea	de	eficiencia
implica,	por	una	parte,	un	conjunto	de	fines	y	objetivos	valorados	socialmente,	y	por	otra,	la
elección	 de	 los	 medios	 adecuados	 para	 lograrlos,	 con	 economía	 de	 tiempo,	 esfuerzo	 y
recursos.	 Una	 organización	 adecuada	 de	 las	 actividades	 y	 un	 manejo	 inteligente	 de	 las
relaciones	 entre	 los	 miembros	 que	 integran	 la	 organización	 es	 el	 instrumento	 más	 idóneo
para	garantizar	la	eficiencia	y	el	rendimiento.	Ello	supone	que	se	debe	poner	atención	en	el
comportamiento	 de	 los	 participantes	 dentro	 de	 la	 organización	 y	 en	 la	 forma	 en	 que	 las
relaciones	que	ellos	establecen	entre	sí	ejercen	influencia	en	el	logro	de	los	objetivos.
Las	 tres	 teorías	 incluidas	 en	 este	 grupo,	 llamadas	 clásicas	 debido	 a	 que	 son	 las	 que	 han
marcado	 rumbos	 en	 la	 teoría	 organizativa	 difieren,	 precisamente,	 en	 su	 concepción	 del
comportamiento	 individual	 en	 las	 organizaciones.	 Así,	 el	 planteo	 weberiano	 de	 la	 burocracia
pone	énfasis	en	las	dimensiones	racionales	de	la	conducta	humana;	analiza	la	relación	entre
el	“funcionario”	y	su	empleo,	prescindiendo	de	los	factores	emocionales	que	condicionan	el
comportamiento.	 Para	 Weber,	 una	 organización	 burocrática,	 es	 decir	 basada	 en	 una
orientación	legal-racional	de	la	conducta	humana,	es	la	mejor	garantía	para	lograr	la	eficiencia	y
preservar	los	derechos	de	las	personas.	Por	su	parte,	en	la	teoría	de	la	organización	científica
del	trabajo	de	Tylor	y	Fayol,	predomina	la	idea	de	que	el	operario	es	un	auxiliar	de	la	máquina,
capaz	de	aceptar	órdenes	y	realizar	secuencias	de	actividades	físicas	regularizadas,	pero	no
de	 tomar	 decisiones.	 Ante	 esto,	 las	 propiedades	 del	 ser	 humano	 que	 más	 interesan	 a	 la
organización	son	sus	características	neurofisiológicas:	capacidad,	velocidad	y	resistencia.	El
modelo	 de	 las	 relaciones	 humanas	 insiste,	 en	 cambio,	 en	 que	 el	 ajuste	 entre	 los	 objetivos
personales	y	los	objetivos	de	la	organización	es	siempre	imperfecto.	El	hombre	es	portador	de
un	conjunto	de	actitudes,	valores,	motivaciones,	etc.,	y	debe	ser	‘inducido’	a	participar	en	la
organización.	 Para	 ello	 es	 necesario	 tener	 en	 cuenta	 las	 dimensiones	 emocionales	 del
comportamiento	humano.	La	eficiencia	de	la	organización,	en	consecuencia,	depende	de	que
cada	miembro	se	sienta	cómodo’	dentro	de	ella,	de	que	sus	relaciones	interpersonales	sean
‘satisfactorias.
a)	La	teoría	de	la	burocracia
El	 modelo	 burocrático,	 producto	 de	 la	 obra	 sociológica	 de	 Max	 Weber,	 es	 uno	 de	 los	 que
mayor	 influencia	 tuvo,	 y	 sigue	 teniendo,	 en	 la	 teoría	 organizativa.	 Para	 Weber,	 la
organización	es	un	problema	político,	un	tipo	de	dominación	legal-racional.	La	burocracia
constituye	 un	 tipo	 de	 organización	 donde	 la	 dominación	 se	 ejerce	 en	 base	 a	 principios
formales,	que	eliminan	la	subjetividad	y	los	factores	afectivos	en	la	toma	de	decisiones.	Por
esta	vía	se	garantiza	la	eficacia	administrativa.	Es	una	forma	de	dominación	legítima,	basada
en	el	imperio	de	la	ley	y	el	respeto	por	las	normas.	En	ella	es	posible	separar	las	disposiciones
formales	de	la	dimensión	personal,	de	modo	tal	que	tanto	los	miembros	de	la	organización,
como	los	clientes	o	los	usuarios	según	los	casos,	reciben	igualdad	de	trato,	según	las	normas
establecidas.	Los	elementos	que	caracterizan	a	organización	burocrática	son	los	siguientes:
	 Jerarquía	 de	 funciones	 y	 niveles	 de	 autoridad	 que	 aseguran	 una	 completa
superordinación	 y	 subordinación	 entre	 los	 miembros	 de	 la	 organización.	 Las	 líneas	 de
comunicación	vertical	están	claramente	establecidas.
	 Diferenciación	 de	 roles	 o	 de	 funciones,	 ámbitos	 de	 actuación	 establecidos	 de	 manera
objetiva,	impersonal,	que	regulan	la	conducta	de	cada	uno	de	los	miembros	y	del	grupo
en	su	conjunto.	Esto	garantiza	la	homogeneidad	del	trabajo	y	su	control.
	Ejercicio	profesionalizado	de	las	funciones,	con	cualifiación,	especialización	y	promoción
profesional	fundadas	en	el	desempeño	y	el	rendimiento.
	Una	estructura	de	organización	planificada	sobre	la	base	de	líneas	generales	de	actuación
estables	e	imparciales,	que	excluyen	los	factores	expresivos	(considerados	irracionales)	en
la	resolución	de	los	‘expedientes’.	La	organización	en	su	conjunto	constituye	un	sistema
ordenado,	estable	y	predecible	de	actuaciones,	donde	las	dimensiones	personales	en	el
ejercicio	de	los	roles	no	tienen	cabida.
La	racionalidad	en	la	toma	de	decisiones	y	la	formalización	de	las	relaciones	interpersonales,
dos	dimensiones	fundamentales	de	la	organización	burocrática,	fueron	pensadas	por	Weber
como	condiciones	para	lograr	la	eficacia	administrativa.	Pero	cuando	estas	dimensiones	son
absolutizadas	o	desnaturalizadas,	que	es	lo	que	suele	ocurrir	con	frecuencia,	se	convierten	en
un	obstáculo	para	el	logro	de	esa	eficacia	y	son	la	fuente	de	las	principales	disfunciones	de	la
burocracia,	sobre	todo	cuando	este	modelo	se	aplica	a	los	centros	escolares.	Veamos	algunos
ejemplos.	El	principio	de	jerarquía	de	autoridad,	cuya	función	es	lograr	la	coordinación	de	las
actividades	y	un	cierto	grado	de	disciplina	en	el	funcionamiento	de	la	organización,	puede
generar	bloqueo	en	la	comunicación,	conflictos	entre	los	diferentes	niveles	de	la	jerarquía,	y
entre	 la	 autoridad	 formal	 y	 el	 especialista	 o	 el	 profesional,	 que	 tiene	 autoridad	 funcional,
basada	 en	 el	 conocimiento	 técnico.	 La	 insistencia	 en	 las	 reglas	 y	 en	 los	 procedimientos
formales	 puede	 provocar,	 en	 la	 práctica,	 una	 coordinación	 administrativa	 que	 conduce	 al
abandono	 del	 objetivo	 final,	 privilegiando	 las	 formas	 y	 el	 cuidado	 por	 las	 reglas	 de
procedimiento.	La	clara	especificación	de	los	roles	de	los	miembros	y	la	supervisión	constante
de	las	tareas,	lleva	a	coartar	la	iniciativa	personal,	a	restringir	la	creatividad	individual	y	a
bloquear	la	innovación,	condiciones	realmente	importantes	en	la	tarea	educativa.	La	falta	de
atención	 del	 modelo	 a	 los	 factores	 ambientales	 y	 a	 los	 aspectos	 expresivos	 de	 la	 conducta
humana,	 suele	 generar	 actitudes	 de	 indiferencia	 hacia	 la	 organización	 y	 hacia	 sus	 fines,
cuando	no	la	hostilidad	u	oposición	activas.
A	pesar	de	todo	esto,	ciertos	aspectos	de	la	organización	burocrática,	como	la	claridad	y	la
uniformidad	de	las	normas,	la	racionalidad	en	la	toma	de	decisiones	y	la	impersonalidad,	se
han	mostrado	particularmente	eficaces	para	el	manejo	de	los	centros	escolares,	sobre	todo
cuando	éstos	alcanzan	un	cierto	grado	de	complejidad	por	la	cantidad	de	miembros	que	los
integran	y	la	multiplicidad	de	objetivos	que	persiguen.
b)	La	teoría	de	la	organización	científica	del	trabajo
F.	 Tylor	 (1856-1915),	 ingeniero	 americano	 que	 investigó	 la	 forma	 de	 utilizar	 a	 los	 seres
humanos	 en	 la	 industria	 para	 maximizar	 su	 rendimiento,	 inició	 este	 movimiento	 -que	 de
ninguna	manera	tuvo	inicialmente	pretensiones	de	convertirse	en	una	teoría	científica-	con
el	 objeto	 de	 aumentar	 la	 eficiencia	 en	 el	 trabajo.	 Estudió	 la	 utilización	 del	 hombre	 como
adjunto	de	la	máquina	en	la	realización	de	trabajos	rutinarios	y	repetitivos	en	las	fábricas.
Aplicó	los	resultados	de	la	investigación	científica	sobre	las	reacciones	neurofisiológicas	del
cuerpo	humano	a	la	planificación	de	las	secuencias	de	actividad	que	cada	uno	debía	ejecutar
para	 aumentar	 su	 productividad.	 Basándose	 en	 el	 principio	 de	 la	 división	 del	 trabajo	 y	 la
especificación	de	funciones,	separó	las	tareas	de	taller	de	las	operaciones	de	programación	y
dirección.	En	los	trabajos	de	taller	no	hace	intervenir	ni	los	procesos	mentales	ni	los	factores
expresivos	de	la	conducta	(motivaciones,	intereses,	expectativas,	gustos,	etc.).
Si	 bien	 se	 trata	 de	 una	 teoría	 superada	 y	 pensada	 explícitamente	 para	 el	 mundo	 de	 la
producción	 industrial,	 algunos	 de	 sus	 principios	 han	 sido	 tenidos	 en	 cuenta	 en	 la
organización	de	los	centros	escolares,	entre	otros,	la	búsqueda	de	la	eficiencia	(que	a	veces	se
identificó	solamente	con	el	problema	de	la	reducción	de	los	costos),	la	descentralización	de	la
autoridad,	la	asignación	de	funciones	de	dirección	de	la	actividad	docente	a	los	supervisores,
la	distribución	temporal	de	los	procesos	de	enseñanza	aprendizaje,	etc.
c)	La	teoría	de	las	relaciones	humanas
El	creador	de	esta	teoría	fue	Elton	Mayo,	estudioso	de	los	problemas	psicológicos	y	sociales
de	 los	 trabajadores	 en	 las	 empresas	 industriales.	 Vivió	 entre	 1889	 y	 1948	 y	 desarrolló	 sus
investigaciones	en	la	universidad	de	Pensylvania.	La	preocupación	por	la	productividad	y	la
eficiencia	 llevó	 a	 Mayo	 y	 sus	 seguidores	 a	 enfocar	 la	 organización	 desde	 una	 perspectiva
diferente.	Para	ellos	el	comportamiento	humano	en	las	organizaciones	depende	de	factores
psicológicos	 profundos,	 como	 son	 las	 motivaciones	 del	 individuo	 por	 participar,	 las
necesidades	y	aspiraciones	que	él	desea	satisfacer,	sus	actitudes	frente	a	los	otros	y	frente	a	la
organización,	su	experiencia	social	previa.	En	definitiva,	la	teoría	de	las	relaciones	humanas
considera	que	el	factor	clave	en	toda	organización	es	el	ser	humano,	no	las	máquinas	ni	las
disposiciones	formales.	Sin	abandonar	los	principios	de	división	del	trabajo,	jerarquización	de
funciones	 y	 racionalidad	 sostenidos	 por	 la	 teoría	 burocrática	 clásica,	 ni	 el	 cuidado	 por	 las
condiciones	físicas	del	trabajo	a	que	atendía	el	tylorismo,	esta	teoría	sostiene	la	necesidad	de
tomar	en	cuenta	de	manera	especial	las	relaciones	entre	los	miembros	de	la	organización.	Es
la	 persona	 humana	 la	 que	 da	 una	 fisonomía	 u	 otra	 a	 la	 organización,	 gracias	 a	 su
comportamiento	individual	y	grupal.
Para	 la	 teoría	 de	 las	 relaciones	 humanas,	 en	 toda	 organización	 se	 pueden	 diferenciar	 dos
cosas:	 i)	 el	 factor	 técnico	 y	 ii)	 la	 organización	 humana.	 i)	 El	 factor	 técnico	 comprende	 el
entorno	físico,	la	infraestructura	y	los	instrumentos	de	producción.	Está	ordenado	de	manera
que	se	puedan	cumplir	las	tareas	de	producción,	es	moldeado	y	recreado	constantemente	por
la	organización	humana,	ya	sea	para	alcanzar	más	efectivamente	el	objetivo,	o	para	asegurar
mayor	 satisfacción	 personal	 a	 los	 miembros.	 ii)	 La	 organización	 humana	 comprende	 un
conjunto	 de	 personas	 trabajando	 juntas	 con	 un	 propósito	 u	 objetivo	 común.	 Cada	 una	 de
estas	personas	trae	a	la	organización	sus	propias	motivaciones,	demandas	y	expectativas,	que
son	 el	 resultado	 de	 toda	 su	 experiencia	 social	 anterior	 y	 está	 condicionada	 por	 múltiples
factores.	El	comportamiento	del	individuo	dentro	de	la	organización	está	influido,	en	buena
parte,	por	el	sistema	de	interrelaciones	humanas	en	que	él	ha	participado	previamente.
Las	relaciones	formales	corresponden	a	la	organización	burocrática,	se	pueden	diagramar	en
un	 organigrama,	 en	 el	 que	 es	 posible	 diferenciar	 fácilmente	 la	 jerarquía	 de	 funciones,	 las
líneas	 de	 autoridad	 y	 los	 canales	 de	 comunicación.	 Incluye,	 por	 una	 parte,	 las	 reglas	 y
reglamentos	 que	 determinan	 el	 tipo	 de	 relaciones	 que	 deben	 establecer	 las	 personas	 para
asegurar	el	logro	de	los	objetivos,	y	por	otra,	los	sistemas	de	control	necesarios	para	que	las
reglas	se	cumplan.	Las	dos	funciones	fundamentales	de	la	estructura	formal	son	asegurar	el
esfuerzo	cooperativo	y	facilitar	el	logro	de	los	objetivos.
Las	 relaciones	 informales,	 en	 cambio,	 son	 las	 relaciones	 interpersonales	 que	 responden	 a
intereses	expresivos	(afectivos)	más	que	instrumentales.	Comprenden	el	sistema	de	creencias
e	 ideas	 por	 medio	 de	 las	 cuales	 se	 expresan	 los	 valores	 de	 la	 organización,	 y	 los	 símbolos
alrededor	de	los	cuales	se	organizan	dichos	valores	(organización	ideológica).
La	 estructura	 formal	 y	 la	 informal	 se	 rigen	 por	 lógicas	 diferentes.	 La	 lógica	 que	 rige	 las
relaciones	 formales	 es	 la	 lógica	 del	 costo	 y	 la	 eficiencia;	 esta	 lógica	 permite	 evaluar	 los
objetivos	de	la	organización	técnica	y	el	esfuerzo	cooperativo	de	los	miembros.	La	lógica	que
rige	las	relaciones	informales	es	la	de	los	sentimientos.
Los	conceptos	elaborados	por	esta	teoría	acerca	del	comportamiento	de	las	personas	dentro
de	las	organizaciones	se	consideraron	adecuados	para	su	aplicación	a	los	centros	escolares:
importancia	de	las	relaciones	informales	en	el	sistema	social	de	la	organización,	relevancia	de
los	factores	sociales	y	psicológicos	en	la	motivación	individual,	papel	del	grupo	de	trabajo	en
la	 determinación	 de	 las	 actitudes	 y	 el	 rendimiento,	 papel	 del	 liderazgo	 democrático	 en	 la
organización,	 importancia	 de	 las	 habilidades	 sociales	 y	 las	 técnicas	 afectivas	 antes	 que	 las
manipulativas	en	la	administración,	importancia	del	desarrollo	de	canales	de	comunicación
adecuados,	etc.
3.1.2.	Teoría	de	la	administración	científica
En	el	planteo	de	March	y	Simon	(1977)	-dos	estudiosos	contemporáneos	del	comportamiento
del	 hombre	 en	 las	 organizaciones,	 desde	 una	 perspectiva	 científica	 interdisciplinaria-,	 el
proceso	central	en	la	organización	es	la	toma	de	decisiones.	Su	punto	de	partida	es	la	idea	de
que	 los	 miembros	 de	 la	 organización	 son	 individuos	 capaces	 de	 procesar	 información	 y
solucionar	problemas.	Esta	capacidad	les	permite	buscar	alternativas	de	acción	en	situaciones
de	incertidumbre,	esto	es,	en	situaciones	en	que	la	información	de	que	se	dispone	nunca	es
total,	sino	incompleta	(entre	otras	cosas,	porque	los	factores	que	intervienen	en	la	situación
nunca	son	controlables	de	manera	completa),	y	la	capacidad	mental	del	que	decide	jamás	es
perfecta.	El	comportamiento	individual	en	la	organización	se	explica,	principalmente,	por	los
procesos	de	percepción	y	de	pensamiento,	no	por	los	sentimientos	ni	las	experiencias	sociales
previas,	aunque	ellos	sean	un	complemento	indispensable.	De	esta	manera,	la	teoría	de	la
decisión	 científica	 apunta	 al	 hombre	 como	 responsable	 de	 la	 toma	 de	 decisiones	 en
situaciones	 de	 interacción	 complejas,	 donde	 intervienen	 múltiples	 factores:	 la	 estructura
formal,	la	estructura	informal,	el	entorno	físico	y	social,	todos	ellos	relacionados	entre	sí.	Por
ello,	 esta	 escuela	 abandona	 los	 esquemas	 simples	 de	 la	 relación	 medios-fines,	 por	 una
consideración	de	la	organización	como	un	sistema	complejo	de	elementos	interdependientes,
donde	 es	 necesario	 analizar	 los	 procesos	 que	 intervienen	 en	 la	 toma	 de	 decisiones.	 Una
administración	eficaz	no	se	traduce	en	normas	o	recetas	de	acción,	sino	en	principios	que	es
necesario	contemplar	cuando	se	adopta	una	decisión.
Los	rasgos	más	significativos	de	esta	teoría	son	los	siguientes:
	La	organización	es	un	sistema	social	orgánico	en	el	cual	los	elementos	individuales	y	los
grupales	 actúan	 como	 un	 todo	 funcional.	 Para	 que	 el	 sistema	 opere	 eficazmente,	 es
necesario	satisfacer	tanto	las	necesidades	personales	como	las	sociales.
	La	toma	de	decisiones	es	un	proceso	organizativo,	que	supone	un	análisis	de	la	manera	en
que	los	comportamientos	de	los	miembros	se	ven	influidos	por	la	organización.
	 La	 autoridad	 no	 es	 una	 categoría	 abstracta,	 sino	 una	 cualidad	 del	 individuo	 que	 se
traduce	en	la	capacidad	personal	del	dirigente	para	tomar	decisiones	que	puedan	guiar	la
conducta	de	los	demás.	Es	una	realidad	observable,	aceptada	por	los	miembros,	que	no
está	 encauzada	 de	 manera	 estable	 por	 los	 reglamentos	 de	 la	 organización,	 sino	 que	 se
elabora	en	el	transcurso	de	una	interacción	social.	En	ella	se	distinguen	dos	dimensiones,
la	formal	o	de	control	(dimensión	de	poder),	y	la	informal	o	subjetiva	(personal)	que	lleva
a	la	aceptación	de	la	autoridad.	Cuando	en	una	organización	predomina	la	primera,	la
autoridad	 se	 transforma	 en	 dependencia.	 Cuando	 predomina	 la	 segunda,	 es	 decir	 los
aspectos	personales	del	líder	y	las	motivaciones	de	aceptación,	la	autoridad	se	transforma
en	consenso,	en	una	relación	de	influencias	mutuas.
	 Superación	 de	 la	 contraposición	 entre	 estructura	 formal	 e	 informal.	 Lo	 formal	 y	 lo
informal	 no	 son	 categorías	 separadas	 y	 contrapuestas,	 sino	 dos	 aspectos	 de	 una
organización	 unitaria	 y	 completa,	 siempre	 presentes	 de	 manera	 conjunta	 y	 que	 están
llamadas	a	complementarse.
	 Preocupación	 por	 los	 aspectos	 psicosociales	 del	 comportamiento	 organizativo:	 las
motivaciones	en	el	trabajo,	los	conflictos,	la	identificación	del	individuo	con	el	grupo,	etc.
3.1.3.	Teoría	de	los	sistemas	sociales
Este	 enfoque	 supone	 la	 aplicación	 a	 la	 organización	 educativa	 de	 la	 teoría	 de	 los	 sistemas
sociales	de	cuño	parsoniano,	deudora,	por	lo	tanto	del	más	puro	estructuralfuncionalismo.
Integra	una	serie	de	aspectos	propios	de	los	enfoques	mencionados	antes,	y	les	incorpora	un
elemento	nuevo,	esencial	en	la	teoría	de	los	sistemas:	la	importancia	del	entorno	o	del	medio
social	en	la	conformación	de	la	organización	como	un	todo.	A	pesar	de	su	gran	difusión,	el
impacto	 práctico	 de	 esta	 teoría	 en	 la	 organización	 de	 los	 centros	 educativos	 no	 resulta
convincente,	entre	otras	cosas,	por	su	incapacidad	para	explicar	el	conflicto	y	el	cambio.
Según	 este	 enfoque,	 un	 sistema	 constituye	 una	 unidad	 diferenciada,	 con	 características
propias,	 que	 puede	 distinguirse	 claramente	 del	 entorno	 en	 el	 cual	 opera,	 gracias	 a	 la
definición	de	los	límites	que	lo	separan	de	éste.	A	su	vez,	esa	unidad	puede	descomponerse
en	 subunidades,	 los	 subsistemas,	 que	 están	 relacionadas	 entre	 sí	 y	 en	 interdependencia
mutua.	A	la	idea	de	sistema	va	unida	la	de	proceso,	es	decir,	el	conjunto	de	elementos	que
componen	 el	 sistema	 son	 sometidos	 a	 actividades	 de	 transformación	 con	 el	 objeto	 de
producir	un	determinado	resultado.	En	el	caso	de	la	educación	se	trata	de	transformar	unos
objetivos	educacionales	en	resultados.	Por	último,	junto	a	lo	anterior,	es	necesario	introducir
la	idea	de	feed	back	o	proceso	de	retroalimentación,	que	permite	evaluar	la	forma	en	que	los
resultados	del	sistema	(outputs)	actúan	sobre	los	nuevos	insumos	(inputs)	o	la	medida	en	que
aquéllos	responden	a	las	exigencias	del	entorno.
En	este	modelo	el	papel	del	entorno	es	crucial.	Influye	sobre	el	sistema	no	solamente	a	través
de	los	elementos	de	entrada	(inputs:	personas,	recursos	materiales,	factores	culturales,	etc.),
sino	 que	 actúa	 también	 sobre	 los	 procesos	 internos	 de	 transformación	 que	 se	 producen
dentro	del	sistema	y	sobre	la	recepción	de	sus	productos,	lo	cual	obliga	al	sistema	a	revisar
continuamente	 sus	 actividades	 y	 su	 funcionamiento,	 para	 adecuarse	 a	 las	 condiciones	 y
demandas	del	entorno.	Esto	conduce	a	que	el	planeamiento	y	la	evaluación	se	conviertan	en
tareas	claves	de	la	organización	educativa.
Visto	 desde	 esta	 perspectiva,	 el	 comportamiento	 humano	 dentro	 de	 la	 organización	 es
considerado	como	el	resultado	de	múltiples	influencias,	internas	y	externas,	y	también	como
el	producto	de	factores	de	naturaleza	cultural	y	de	personalidad	de	las	personas.
Para	 esta	 teoría,	 el	 criterio	 para	 evaluar	 la	 eficacia	 no	 es	 la	 satisfacción	 de	 las	 necesidades
individuales,	ni	la	adecuación	a	las	reglas	formales	de	la	organización,	sino	la	respuesta	del
sistema	a	las	exigencias	del	entorno	que,	se	supone,	cambian	constantemente,	lo	que	hace	que
la	realidad	organizativa	sea	muy	dinámica.
En	 la	 organización	 escolar	 se	 pueden	 distinguir	 diferentes	 subsistemas,	 íntimamente
vinculados	 entre	 sí:	 decisional,	 comunicacional	 y	 estructural	 u	 orgánico.	 El	 primero
comprende	el	conjunto	de	actividades	comprometidas	en	la	toma	de	decisiones	orientadas	al
logro	 de	 los	 objetivos	 con	 el	 máximo	 de	 eficacia.	 El	 segundo	 se	 vincula	 al	 subsistema
decisional,	formando	una	red	que	conecta	los	procesos	comprendidos	en	él,	a	fin	de	permitir
y	 garantizar	 la	 transmisión,	 recepción	 y	 sistematización	 de	 la	 información	 dentro	 de	 la
organización,	con	la	rapidez	y	confiabilidad	que	ésta	requiere.	Esta	red	está	constituida	por
diferentes	 tipos	 de	 información:	 normativa,	 operativa,	 integradora,	 evaluativa	 e
investigadora.	Por	último,	el	subsistema	estructural	u	orgánico,	constituye	el	soporte	de	los
dos	 anteriores.	 Comprende	 el	 esquema	 formal	 de	 relaciones,	 comunicaciones,	 procesos	 de
decisión,	 procedimientos	 y	 sistemas,	 dentro	 de	 un	 conjunto	 de	 unidades	 en	 orden	 a	 la
obtención	de	los	objetivos.	Es	el	instrumento	básico	para	diferenciar	los	puestos	de	trabajo
necesarios	y	establecer	las	actividades	interrelacionadas	entre	ellos	que	permiten	la	dirección,
coordinación	y	control	de	todo	el	trabajo	dentro	de	la	organización.	Este	subsistema	se	puede
diagramar	en	un	organigrama.
La	 teoría	 de	 los	 sistemas	 sociales	 se	 funda	 en	 un	 modelo	 organicista	 y	 mecanicista	 de	 la
conducta	que	resulta	poco	adecuado	para	explicar	situaciones	en	las	cuales,	como	ocurre	en
los	centros	escolares,	la	elaboración	y	el	cambio	de	la	estructura	básica	son	las	características
esenciales	de	los	fenómenos	a	estudiar.
3.2.	Enfoques	políticos
Los	 enfoques	 políticos	 responden	 a	 una	 estructura	 de	 racionalidad	 sociocrítica	 o
‘emancipatoria’.	 Privilegian	 los	 fenómenos	 de	 poder	 y	 de	 conflicto	 dentro	 de	 las
organizaciones;	 asignan	 a	 éstas	 y	 sus	 miembros	 una	 función	 política	 de	 ‘liberación’.	 Su
preocupación	fundamental	no	es	la	eficiencia	ni	la	eficacia,	sino	la	acción	y	el	cambio	para
lograr	 estructuras	 sociales	 más	 justas.	 La	 perspectiva	 política	 es	 relativamente	 reciente,	 se
funda	en	gran	parte	en	el	pensamiento	crítico	de	J.	Habermas	y	tiene	poco	desarrollo	en	el
análisis	de	los	centros	escolares.	En	estos	enfoques	incluimos	la	teoría	de	la	‘aceptación’,	la
teoría	del	‘intercambio’	y	la	‘micropolítica’	de	la	escuela..
El	principal	objetivo	de	los	enfoques	políticos	es	el	análisis	de	ciertos	aspectos	de	la	realidad
de	las	organizaciones	que,	según	Stephen	Ball	(1989),	no	son	tenidos	en	cuenta,	por	lo	menos
de	manera	explícita,	por	los	funcionalistas	y	los	fenomenológicos:	el	conflicto	entre	actores	o
entre	 grupos,	 la	 lucha	 de	 intereses	 contrapuestos,	 las	 contradicciones	 que	 generan	 los
mecanismos	organizativos,	sobre	todo	los	relacionados	con	el	ejercicio	del	poder	y	el	control
dentro	 de	 las	 organizaciones.	 En	 comparación	 con	 los	 enfoques	 racionales	 o	 científicos,	 su
desarrollo	 es	 incipiente	 y	 la	 mayor	 parte	 de	 sus	 afirmaciones	 están	 dirigidas	 a	 refutar	 los
presupuestos	básicos	de	aquéllos.	Su	preocupación	central	no	son	los	problemas	técnicos	de
la	 vida	 organizativa	 destinados	 a	 mejorar	 la	 eficiencia	 y	 la	 eficacia,	 sino	 las	 cuestiones
políticas,	 es	 decir,	 todo	 lo	 referente	 a	 los	 recursos	 y	 las	 fuentes	 de	 poder,	 al	 ejercicio	 del
poder,	a	los	conflictos	que	derivan	de	los	fenómenos	del	poder	y	del	enfrentamiento	entre
grupos	que	defienden	diferentes	intereses	dentro	de	las	organizaciones.
Entre	 las	 características	 fundamentales	 de	 los	 enfoques	 políticos	 podemos	 señalar	 las
siguientes:
	 La	 unidad	 de	 análisis	 no	 es	 la	 organización	 como	 un	 todo,	 como	 en	 los	 enfoques
racionales	(apolíticos),	sino	los	subgrupos	que	operan	dentro	de	ella,	unidos	por	intereses
comunes,	distintos	de	los	de	otros	grupos.
	No	existe	un	objetivo	común	a	todos	que	justifique	la	existencia	de	la	organización.	Cada
grupo	persigue	sus	propios	objetivos,	opuestos	a	menudo	a	los	de	otros	grupos,	lo	que	da
lugar	 a	 conflictos	 entre	 diferentes	 grupos	 de	 interés.	 Estos	 conflictos	 se	 resuelven
mediante	alianzas	y	coaliciones	temporarias	y	variables.
	Los	fines	de	la	organización	son	ambiguos.	Individuos,	grupos	de	interés	y	coaliciones
tienen	 sus	 propios	 objetivos	 y	 actúan	 para	 lograrlos.	 Por	 lo	 tanto,	 el	 desacuerdo	 con
respecto	a	fines	es	continuo	en	el	proceso	político	de	las	organizaciones.
	La	toma	de	decisiones	resulta	de	un	complejo	proceso	de	negociación,	donde	el	poder
desempeña	 un	 papel	 central.	 Las	 decisiones	 se	 toman	 de	 acuerdo	 al	 poder	 de	 los
participantes	(no	en	función	del	poder	formal	que	les	asigna	la	institución).	En	el	proceso
de	 toma	 de	 decisiones	 también	 intervienen	 las	 influencias	 que	 proceden	 del	 medio
externo	a	la	organización.	Esta	influencia	es	introducida	por	los	grupos	de	interés	para
apoyar	sus	objetivos.
	El	concepto	de	poder	es	central.	Mientras	las	teorías	racionales	dedican	particular	interés
a	 la	 autoridad,	 el	 enfoque	 político	 privilegia	 el	 poder.	 La	 autoridad	 es	 una	 forma	 de
poder	 legitimado,	 que	 consiste	 en	 la	 posibilidad	 que	 tiene	 alguien	 para	 determinar	 el
comportamiento	de	los	otros.	Dicho	poder	puede	provenir	de	diferentes	fuentes.	Una	de
ellas	es	la	autoridad	inherente	al	cargo	que	se	ocupa	y	la	cantidad	y	la	calidad	de	recursos
que	se	pueden	manejar	desde	esa	posición	(remuneraciones,	recompensas,	información,
etc.).	Otra	reside	en	el	conocimiento	que	se	posee:	ser	un	experto	otorga	poder	en	las
organizaciones.	 Con	 frecuencia	 el	 poder	 del	 experto	 entra	 en	 conflicto	 con	 el	 poder
formal	 que	 confiere	 el	 cargo.	 Una	 tercera	 fuente	 de	 poder	 es	 el	 carisma	 personal,
fundado	 en	 distintas	 cualidades	 y	 habilidades	 personales	 que	 poseen	 determinados
miembros	de	la	organización.
En	contraste	con	los	modelos	racionales,	la	forma	en	que	los	enfoques	políticos	conciben	a	la
organización	se	puede	resumir	de	la	siguiente	manera:	i)	Los	objetivos	de	lo	subgrupos	son
más	importantes	que	los	de	la	organización.	Cada	subgrupo	intenta	promover	sus	propios
objetivos,	 los	 cuales	 son	 inestables,	 pues	 su	 nivel	 de	 determinación	 viene	 definido	 por	 los
subordinados,	quienes,	en	un	proceso	de	pactos	y	negociaciones,	toman	decisiones	basadas	en
los	 objetivos	 de	 la	 coalición	 dominante.	 ii)	 La	 estructura	 de	 la	 organización	 es	 uno	 de	 los
elementos	 más	 inestables	 y	 conflictivos	 pues	 emerge	 de	 procesos	 de	 intercambio	 y
negociación,	por	lo	tanto,	puede	ser	modificada	según	los	intereses	de	los	subgrupos	y	sus
posiciones	 relativas.	 Los	 elementos	 que	 la	 forman	 pueden	 llegar	 a	 ser	 puntos	 conflictivos
entre	grupos	interesados	en	promover	sus	objetivos.	La	estructura	refleja,	por	lo	tanto,	los
intereses	dominantes	sobre	la	institución.	iii)	El	diseño	de	la	organización	no	está	pensado
para	lograr	mayor	eficacia,	sino	para	que	sirva	a	los	intereses	y	preferencias	de	los	subgrupos
que	la	componen.	iv)	La	relación	de	la	organización	con	su	entorno	es	inestable	y	ambigua.
La	sociedad	es	vista	como	un	factor	de	interés	en	el	complejo	proceso	de	negociación	que
caracteriza	la	toma	de	decisiones.	Los	grupos	externos	e	internos	se	alían	para	ejercer	presión
a	fin	de	que	se	adopten	determinadas	decisiones.	Los	‘clientes’	de	la	organización	obtienen
con	frecuencia,	a	través	de	diferentes	procesos	informales,	una	significativa	influencia	en	el
proceso	de	toma	de	decisiones	institucionales.	v)	El	que	dirige	la	organización	juega	un	papel
clave	en	el	proceso	de	discusión	y	negociación.	Posee	recursos	de	poder	que	puede	utilizar	en
favor	 tanto	 de	 los	 objetivos	 personales	 como	 de	 los	 institucionales.	 Tiene	 el	 poder	 y	 la
responsabilidad	 de	 la	 comunicación	 e	 interpretación	 de	 las	 presiones	 externas.	 Ejerce
influencia	 en	 los	 procesos	 de	 toma	 de	 decisiones	 internos	 y	 controla	 los	 efectos	 de	 los
acuerdos.	 Además,	 el	 responsable	 de	 la	 organización	 es	 el	 encargado	 de	 mantener	 la
viabilidad	de	la	institución	y	de	crear	las	condiciones	dentro	de	las	cuales	las	políticas	pueden
ponerse	en	práctica	y	ser	evaluadas.	Si	la	actuación	de	los	líderes	es	correcta,	llegan	a	ser	los
mediadores	 en	 el	 proceso	 de	 intercambio,	 en	 la	 creación	 de	 coaliciones	 y	 en	 el
mantenimiento	de	la	política	aceptada	al	final	del	proceso	de	negociación.
3.2.1.	Teoría	de	la	compliance	o	aceptación
Está	 dirigida	 al	 análisis	 del	 poder	 y	 su	 aceptación	 (‘compliance’)	 en	 la	 organización.	 Según
Etzioni	 (1965)	 las	 organizaciones	 son	 unidades	 sociales	 artificiales	 (no	 naturales,	 como	 la
familia	 o	 la	 comunidad)	 que	 sirven	 a	 fines	 específicos,	 están	 estructuradas	 de	 manera
deliberada,	 someten	 constantemente	 a	 revisión	 sus	 actuaciones	 y	 tienden	 a	 ser	 muy
complejas.	Todo	esto	hace	que	el	control	de	las	actividades	de	sus	miembros	se	convierta	en
un	 tema	 clave.	 La	 obediencia	 a	 las	 normas,	 órdenes	 y	 reglamentos	 debe	 apoyarse,
necesariamente,	 no	 en	 la	 mera	 motivación	 de	 los	 miembros,	 sino	 en	 un	 sistema	 de
recompensas	 y	 sanciones	 estructurado	 formalmente.	 Quien	 ejerce	 el	 control	 en	 la
organización	 está	 investido	 del	 poder	 necesario	 para	 ello;	 según	 el	 medio	 de	 control	 que
utilice,	será	el	tipo	de	poder	predominante	en	la	organización.
Los	medios	de	control	aplicados	por	una	organización	pueden	clasificarse	en	tres	categorías
analíticas:	físicos,	materiales	o	simbólicos.	El	uso	de	sanciones	físicas	como	medio	de	control
da	lugar	al	predominio	del	poder	coercitivo.	El	uso	de	sanciones	materiales	(recompensas	en
servicios	o	bienes,	como	el	dinero)	da	lugar	al	predominio	del	poder	utilitario.	Por	último,	el
uso	 de	 sanciones	 simbólicas	 (prestigio,	 estima,	 aceptación,	 amor,	 etc.)	 da	 lugar	 al	 poder
normativo,	normativo-social	o	social.	El	poder	normativo	es	ejercido	por	aquellos	que	ocupan
rangos	superiores	para	controlar	directamente	a	los	rangos	inferiores,	como	cuando	un	oficial
arenga	 a	 sus	 hombres.	 El	 poder	 normativo-social	 se	 usa	 indirectamente,	 como	 cuando	 un
superior	 apela	 a	 los	 iguales	 de	 un	 subordinado	 para	 controlarlo,	 o	 cuando	 un	 maestro
advierte	 a	 su	 clase	 que	 no	 haga	 caso	 de	 las	 actividades	 de	 un	 niño	 perturbador.	 El	 poder
social	es	el	poder	que	los	iguales	ejercen	unos	sobre	otros.
Según	 Etzioni,	 la	 aplicación	 de	 cada	 uno	 de	 estos	 medios	 de	 control	 tiene	 diferentes
consecuencias	en	la	conducta	de	los	actores	y	en	el	tipo	de	disciplina	que	se	obtiene	dentro	de
la	organización.	La	aplicación	de	medios	coercitivos	tiende	a	forzar	a	la	gente	a	obedecer	las
normas	 de	 la	 organización	 y	 provoca	 hostilidad	 y	 alienación.	 La	 aplicación	 de	 medios
materiales	de	control	tiende	a	desarrollar	en	los	miembros	el	interés	por	colaborar	y	genera
actitudes	calculadoras	en	los	actores,	centradas	en	la	búsqueda	de	recompensas.	La	aplicación
de	medios	simbólicos	tiende	a	convencer	a	la	gente	de	que	es	necesario	cooperar	y	ajustarse	a
las	 normas.	 Genera	 en	 los	 miembros	 un	 cierto	 compromiso	 con	 los	 objetivos	 de	 la
organización.
Según	 el	 tipo	 de	 control	 predominante,	 las	 organizaciones	 son,	 según	 Etzioni,	 coactivas,
utilitarias	 y	 normativas.	 Ejemplo	 de	 las	 primeras	 son	 las	 cárceles,	 los	 campos	 de
concentración,	 los	 institutos	 correccionales;	 generalmente,	 persiguen	 fines	 de	 orden.	 Son
organizaciones	 utilitarias	 las	 fábricas,	 las	 organizaciones	 profesionales,	 los	 bancos;	 éstas
persiguen	 fines	 de	 provecho.	 Típicas	 organizaciones	 normativas	 son	 las	 universidades,	 los
colegios,	 las	 organizaciones	 religiosas	 y	 las	 político-ideológicas;	 sus	 principales	 fines	 son
culturales.
El	 tipo	 de	 control	 predominante,	 la	 respuesta	 que	 éste	 provoca	 y	 la	 finalidad	 que	 la
organización	 persigue,	 determinan	 diferencias	 en	 la	 estructura	 organizativa.	 Aquí	 destaca
Etzioni	la	posición	y	la	función	de	los	jefes.	En	toda	organización	hay	líderes	formales,	que
ejercen	el	poder	en	virtud	del	puesto	que	ocupan,	y	líderes	informales,	cuya	capacidad	para
controlar	a	los	otros	deriva	de	sus	cualidades	personales.	La	relación	entre	los	líderes	y	los
subordinados	varía	según	el	tipo	de	organización	de	que	se	trate.	En	las	coactivas	suele	ser	de
antagonismo	 y	 hostilidad;	 en	 las	 normativas,	 en	 cambio,	 la	 relación	 es	 de	 integración	 y
cooperación.	Si	en	una	escuela	predominan	los	controles	coercitivos	y	los	fines	son	de	orden,
más	 que	 culturales,	 la	 relación	 entre	 elites	 y	 subordinados	 no	 es	 precisamente	 de
cooperación,	 y	 predominan	 los	 aspectos	 instrumentales	 más	 que	 los	 expresivos	 de	 la
actividad	organizativa.
Otro	aspecto	a	considerar	en	las	organizaciones	es	el	tipo	de	comunicación	predominante.
Etzioni	 distingue	 cuatro	 tipos	 de	 comunicación:	 vertical-instrumental,	 horizontal-
instrumental,	vertical-expresiva	y	horizontal-expresiva.	A	veces	esta	comunicación	es	difícil
en	las	escuelas	debido	a	que	en	ellas	es	bastante	común	la	aceptación	coactiva	de	los	medios
de	control.	En	estos	casos	la	comunicación	de	valores	se	vuelve	problemática,	y	el	desarrollo
afectivo	y	social	de	los	alumnos	es	casi	imposible.	Según	Borrel	Felip	(1989),	si	se	desea	que
haya	 orden	 en	 los	 grupos	 de	 alumnos,	 las	 medidas	 coactivas	 son	 necesarias,	 pero	 es
imprescindible	que	haya	una	aceptación	normativa	si	los	profesores	quieren	tener	éxito	en	la
esfera	expresiva.
3.2.2.	Teoría	del	intercambio	(exchange)
Desde	la	perspectiva	política	el	conflicto	no	es	un	elemento	disfuncional	a	la	organización,
sino	una	realidad	natural	e	inevitable	que	deriva	de	varios	factores,	entre	otros:	la	existencia
de	recursos	escasos	cuya	distribución	no	es	equitativa,	por	ejemplo,	el	dinero,	el	prestigio,	los
títulos	 y	 honores,	 los	 privilegios,	 el	 poder,	 etc.;	 la	 lucha	 entre	 intereses	 contrapuestos;	 la
influencia	de	los	grupos	de	presión;	la	formación	de	grupos	de	interés;	la	transformación	de
los	intereses	en	políticas	y	el	proceso	de	negociación	que	lleva	a	ello;	etc.
El	centro	de	atención	no	es	la	resolución	del	conflicto	sino	las	estrategias	y	las	tácticas	del
conflicto.	La	teoría	del	intercambio	se	ocupa	de	los	procesos	de	influencia	y	de	poder	que	se
producen	en	las	relaciones	dentro	de	la	organización	y	que	llevan	a	complejas	negociaciones
entre	 grupos	 para	 lograr	 imponer	 sus	 intereses.	 En	 algunos	 casos	 esas	 negociaciones	 se
producen	de	manera	informal,	en	otros	el	intercambio	se	formaliza.	En	el	intercambio	cada
una	de	las	partes	en	conflicto	tiene	una	serie	de	bienes	que	aportar	para	la	negociación.	El
directivo	de	una	escuela,	por	ejemplo,	controla	la	distribución	de	recursos	materiales;	es	el
encargado	de	evaluar	al	personal,	lo	que	le	permite	decidir	sobre	su	promoción;	puede	influir
en	 la	 estima	 que	 los	 miembros	 del	 cuerpo	 docente	 tienen	 por	 un	 colega,	 otorgar	 mayor	 o
menor	autonomía	a	un	profesor;	elegir	su	propio	estilo	(personalizado	o	impersonal)	para
aplicar	las	reglas.
Por	su	parte,	los	profesores	pueden	ofrecer	en	la	negociación	o	intercambio	con	el	director,
cosas	tales	como:	estima	hacia	el	director,	aceptación	de	los	objetivos	de	la	organización	y	la
autoridad	del	director,	conformidad	con	las	reglas	y	las	normas	de	la	institución,	una	cierta
reputación	que	puede	beneficiar	a	la	escuela.
Estos	 intercambios	 o	 negociaciones	 pueden	 darse	 no	 sólo	 entre	 el	 director	 y	 el	 cuerpo
docente,	sino	también	entre	otros	actores	de	la	organización,	por	ejemplo	entre	profesores	y
alumnos,	o	entre	departamentos	o	unidades	menores.	En	todos	los	casos,	la	idea	de	alianzas	o
coaliciones	es	central,	porque	el	intercambio	supone	las	acciones	voluntarias	de	individuos
que	están	motivados	por	las	recompensas	que	se	espera	que	cada	uno	aporte.
Esta	teoría	une	al	problema	de	las	relaciones	en	la	organización,	el	concepto	de	poder.	La
conducta	 social	 es	 un	 intercambio	 de	 bienes	 materiales,	 pero	 esencialmente,	 de	 bienes	 no
materiales,	tales	como	los	símbolos	de	aprobación	y	el	prestigio.	Los	procesos	de	influencia,
más	que	los	de	poder,	pretenden	equilibrar	la	balanza	en	el	proceso	de	intercambio.
3.2.3.	La	micropolítica	de	la	escuela
La	particularidad	de	esta	propuesta	teórica	planteada	por	Stephen	Ball	(1989)	reside	en	que
ha	sido	desarrollada	específicamente	para	el	análisis	de	los	centros	escolares,	no	forma	parte
de	lo	que	generalmente	se	consideran	teorías	de	la	organización,	e	invita	decididamente	a
abandonar	 las	 teorías	 tradicionales.	 Ante	 el	 fracaso	 permanente	 de	 éstas	 en	 captar	 la
verdadera	 naturaleza	 de	 las	 escuelas,	 sostiene	 Ball,	 se	 impone	 una	 visión	 alternativa	 que
tome	en	cuenta	las	ideas	y	las	experiencias	de	los	actores.
El	marco	conceptual	que	sirve	de	base	al	análisis	de	la	escuela	que	propone	Ball	refleja	el
cambio	de	énfasis	que	este	análisis	implica	respecto	de	las	teorías	tradicionales.	Los	conceptos
centrales	de	ese	marco	son	el	de	poder,	diversidad	de	metas,	disputa	ideológica,	conflicto,
intereses,	 actividad	 política	 y	 control.	 Éstos	 vienen	 a	 sustituir,	 respectivamente,	 a	 las
siguientes	ideas	de	la	ciencia	de	la	organización:	autoridad,	coherencia	de	metas,	neutralidad
ideológica,	consenso,	motivación,	toma	de	decisiones	y	consentimiento.
No	 es	 posible	 desarrollar	 aquí	 la	 propuesta	 de	 Ball,	 ni	 exponer	 los	 resultados	 del	 trabajo
empírico	 basado	 en	 ella	 que	 el	 autor	 despliega	 en	 la	 obra	 citada.	 Ésta	 resulta	 de	 lectura
obligatoria	 para	 quienes	 están	 interesados	 en	 la	 organización	 y	 gestión	 de	 los	 centros
escolares,	pero	sobre	todo	para	los	que	se	encuentran	directamente	involucrados	en	la	tarea
que	ello	implica.	El	enfoque	micropolítico	devela	los	mecanismos	ocultos	del	funcionamiento
de	 estos	 centros,	 aquellos	 que	 escapan	 al	 control	 burocrático	 y	 resultan	 cruciales	 para
conducirlos.
En	la	obra	citada,	Ball	recupera	una	definición	que	da	Hoyle	de	la	micropolítica,	según	la	cual
ésta	 se	 entiende	 como	 las	 estrategias	 con	 las	 cuales	 los	 individuos	 y	 grupos	 que	 se	 hallan	 en
contextos	educativos	tratan	de	usar	sus	recursos	de	poder	e	influencia	a	fin	de	promover	sus	intereses.
A	esta	definición,	Ball	agrega	una	referencia	a	Pfeffer,	quien	sostiene	una	postura	similar,	con
algunas	 especificaciones:	 “la	 política	 organizativa	 involucra	 aquellas	 actividades	 que	 se
llevan	a	cabo	dentro	de	las	organizaciones	para	adquirir,	desarrollar	y	usar	el	poder	y	otros
recursos	 a	 fin	 de	 obtener	 los	 resultados	 que	 uno	 prefiere	 en	 una	 situación	 en	 la	 que	 hay
incertidumbre	o	disentimiento”3.
Ball	 afirma	 que	 si	 bien	 el	 uso	 que	 hace	 del	 término	 micropolítica	 es	 abierto	 y	 exhaustivo,
como	en	las	definiciones	citadas,	limita	y	especifica	el	concepto	en	conexión	con	tres	esferas
esenciales	de	la	actividad	organizativa	relacionadas	entre	sí:	i)	los	intereses	de	los	actores;	ii)
el	mantenimiento	del	control	de	la	organización;	y	iii)	los	conflictos	alrededor	de	la	política,
lo	que	él	llama,	en	términos	generales,	‘la	definición	de	la	escuela’.	Considera	a	las	escuelas
como	campos	de	lucha	divididas	por	conflictos	en	curso	o	potenciales	entre	sus	miembros,
pobremente	coordinadas	e	ideológicamente	diversas.	En	consecuencia,	para	comprender	la
naturaleza	 de	 las	 escuelas	 como	 organizaciones,	 es	 imprescindible	 comprender	 tales
conflictos.	 Por	 cierto,	 desde	 la	 perspectiva	 de	 Ball,	 el	 conflicto	 es	 inherente	 a	 todas	 las
organizaciones,	 no	 algo	 destructivo	 de	 la	 vida	 organizativa	 como	 tienden	 a	 suponer	 las
teorías	tradicionales.	No	define	de	manera	explícita	el	concepto,	pero	lo	asocia	a	la	oposición
(de	 intereses,	 objetivos,	 ideologías,	 etc.),	 la	 lucha,	 las	 controversias	 por	 el	 control	 de	 la
organización.	En	suma,	lo	plantea	como	lo	contrario	al	consenso.
El	 concepto	 de	 poder	 tiene	 en	 Ball	 un	 significado	 particular,	 lo	 vincula	 al	 desempeño,	 la
realización	 y	 la	 lucha;	 no	 es	 una	 capacidad	 personal,	 ni	 un	 atributo	 de	 la	 posición	 que	 se
ocupa.	El	poder	es	un	resultado,	algo	que	se	logra	en	y	mediante	una	ejecución,	en	y	mediante	la
acción	 conjunta.	 Supone	 siempre	 el	 despliegue	 de	 medios	 de	 acción	 y	 de	 condiciones	 que
pueden	 favorecer	 a	 una	 de	 las	 partes,	 pero	 los	 resultados	 no	 son	 el	 producto	 de	 las
condiciones	iniciales,	sino	que	se	producen	en	el	curso	de	la	lucha	misma.	Esta	concepción
del	poder	permite	explicar	las	variaciones	que	existen	entre	las	escuelas	en	el	ejercicio	y	la
posibilidad	del	poder	de	los	directores.	En	las	escuelas	“...	los	compromisos,	las	negociaciones
y	las	transacciones,	así	como	las	amenazas,	las	presiones	y	los	tratos	secretos	desempeñan	su
papel	en	la	conquista	y	el	mantenimiento	de	los	poderes	del	director.	La	toma	de	decisiones
no	es	un	proceso	racional	abstracto	que	pueda	ser	expuesto	en	un	gráfico	organizativo,	es	un
proceso	político,	es	la	sustancia	de	la	actividad	micropolítica”4.
Ball	considera	que	una	de	las	principales	deformaciones	que	impone	el	uso	del	análisis	de
sistemas	sociales	en	el	estudio	de	la	organización	escolar	es	la	excesiva	importancia	que	éste
le	 asigna	 a	 las	 metas	 organizativas	 y	 su	 logro.	 Otra	 deformación	 surge	 del	 supuesto	 que
maneja	dicho	análisis	según	el	cual	las	metas	son	compartidas	y	existe	un	aceptable	grado	de
consenso	respecto	de	su	relevancia.	A	esta	concepción	Ball	opone	la	idea	de	que	la	estructura
de	las	escuelas	permite	y	reproduce	el	disenso,	y	por	ende,	lo	que	existe	es	una	diversidad	de
metas.	El	concepto	de	‘flojedad	estructural’	que	toma	de	Bidwell	(1965)	abona	esta	tesis.	La
‘flojedad	estructural’	consiste	en	la	“falta	de	coordinación	entre	las	actividades	y	las	metas	de
los	actores	en	unidades	separadas,	la	existencia	de	múltiples	ámbitos	de	interés	y	jurisdicción
que	se	sobreponen,	así	como	complejos	procesos	de	toma	de	decisiones”5.
Otro	 aspecto	 importante	 de	 la	 perspectiva	 micropolítica	 es	 la	 relevancia	 que	 adquiere	 la
ideología.	Gran	parte	del	contenido	en	la	elaboración	de	políticas	y	la	toma	de	decisiones	en
los	 centros	 escolares	 es	 ideológico.	 Muchas	 de	 estas	 decisiones	 tienen	 una	 gran	 carga
valorativa	que	no	se	puede	reducir	a	un	esquema	de	procedimientos.	No	todas	las	decisiones
tomadas	 por	 los	 directores	 son	 ideológicas,	 “pero	 prácticamente	 todas	 las	 cuestiones
relacionadas	con	la	organización	y	la	enseñanza	de	los	alumnos	y	las	normas	de	la	toma	de
decisiones	de	la	institución	tienen	fuertes	bases	ideológicas.	Esto	significa	que	contienen	las
simientes	de	la	disensión	política	y	filosófica,	y	de	la	parcialidad”6.
Para	Ball,	las	escuelas	son	terrenos	de	lucha	ideológica,	lugares	de	competición	y	pugna	por
ventajas	materiales	e	intereses	creados.	“Las	carreras,	los	recursos,	el	status,	 y	 la	 influencia
están	 en	 juego	 en	 los	 conflictos	 entre	 sectores,	 coaliciones	 y	 alianzas.	 Los	 intereses	 de	 los
profesores,	 individuales	 y	 colectivos,	 así	 como	 los	 de	 los	 estudiantes,	 son	 promovidos	 y
desafiados	 en	 la	 micropolítica	 de	 la	 escuela;	 las	 ideologías	 del	 control	 sobre	 los	 profesores
normalmente	se	hallan	asociadas	a	ideologías	relativas	al	control	de	los	estudiantes”7.
Una	particularidad	interesante	de	la	propuesta	de	Ball	es	que	todos	los	conceptos	que	utiliza
para	elaborar	y	articular	la	idea	de	micropolítica	no	son	abstractos	y	prescriptivos,	sino	reales
y	significativos,	surgen	de	datos	empíricos	sobre	las	experiencias	que	los	profesores	tienen	de
la	 vida	 organizativa.	 “Proporcionan	 modos	 de	 comprender	 cómo	 se	 entrelazan	 las	 vidas
personales	con	las	estructuras	organizativas	y	sociales,	pero	esto	no	es	una	mera	vuelta	a	la
primacía	 de	 la	 administración,	 sino	 que	 también	 sirve	 para	 mantener	 los	 elementos	 de
elección,	duda,	estrategia,	material	de	la	política	práctica	y	de	la	lucha	ideológica”8.
Nos	parece	interesante	terminar	esta	breve	(y	necesariamente	incompleta)	exposición	de	la
propuesta	de	Ball	recogiendo	una	advertencia	que	él	hace	en	las	conclusiones	a	su	trabajo.
Sostiene	 allí	 que	 el	 mensaje	 básico	 de	 su	 “intento	 de	 analizar	 y	 elaborar	 una	 teoría	 de	 la
organización	 escolar	 es,	 en	 parte,	 contradictorio.	 Primero,	 he	 tratado	 de	 señalar	 las	 bases
conflictivas	de	la	escuela	como	organización.	Segundo,	y	de	manera	concomitante,	he	tratado
de	 mostrar	 que	 el	 control	 de	 las	 organizaciones	 escolares,	 centrado	 principalmente	 en	 la
posición	y	el	rol	del	director,	se	relaciona	de	modo	significativo	con	el	dominio	(la	eliminación
o	 la	 prevención	 del	 conflicto).	 Así,	 el	 dominio	 tiene	 por	 finalidad	 lograr	 y	 mantener
definiciones	 particulares	 de	 la	 escuela	 contra	 definiciones	 alternativas	 y	 categóricas.	 El
proceso	que	liga	estas	dos	facetas	básicas	de	la	vida	organizativa	-el	conflicto	y	el	dominio-	es
la	micropolítica”9.
3.3.	Enfoques	fenomenológicos
Los	 enfoques	 fenomenológicos	 o	 interpretativos	 son	 también	 relativamente	 recientes.	 Su
aplicación	 para	 el	 análisis	 de	 la	 organización	 escolar	 es	 todavía	 incipiente,	 pero	 muy
promisoria	 porque	 descubre	 aspectos	 realmente	 interesantes	 de	 la	 vida	 organizativa.	 A
diferencia	de	los	enfoques	tradicionales,	los	fenomenológicos	no	constituyen,	por	lo	menos
hasta	 el	 momento,	 teorías	 en	 sentido	 estricto.	 Se	 distinguen	 claramente	 de	 aquellos,
básicamente,	 porque	 para	 los	 fenomenólogos	 la	 organización	 no	 es	 una	 realidad	 objetiva,
sino	 simbólica.	 Los	 miembros	 no	 orientan	 su	 conducta	 con	 relación	 a	 reglas	 (formales)
establecidas	 desde	 fuera,	 cada	 actor	 es	 libre	 de	 decidir	 sus	 cursos	 de	 acción	 en	 base	 a	 su
propia	interpretación	de	la	situación.	El	enfoque	de	las	‘anarquías	organizadas’	y	el	de	los
‘sistemas	 débilmente	 acoplados’	 integran	 las	 visiones	 fenomenológicas	 de	 la	 realidad
organizativa.
El	 punto	 de	 partida	 de	 los	 enfoques	 fenomenológicos	 es	 el	 supuesto	 de	 que	 las
organizaciones	 no	 son	 realidades	 racionales	 y	 objetivas,	 dirigidas	 a	 la	 obtención	 de
determinados	 objetivos,	 en	 las	 cuales	 los	 actores	 tienen	 un	 comportamiento	 relativamente
previsible,	pues	éste	se	ajusta,	en	mayor	o	menor	medida,	a	las	normas	de	la	organización.
Para	los	fenomenólogos,	las	organizaciones	son	realidades	simbólicas,	donde	cuenta,	no	lo
que	la	gente	hace,	sino	el	significado	que	le	atribuye	a	lo	que	hace.	Como	toda	la	conducta
humana	es	interpretativa,	los	cursos	de	acción	no	son	racionalmente	previsibles	y	la	realidad
organizativa	 es	 ambigua	 e	 incierta.	 Los	 símbolos	 desempeñan	 un	 papel	 crucial	 ya	 que
permiten	 reducir	 la	 ambigüedad,	 dar	 una	 cierta	 dirección	 a	 la	 conducta,	 evaluar	 las
situaciones	y	procesar	la	información.
Las	 fuentes	 de	 ambigüedad	 en	 las	 organizaciones	 son	 múltiples:	 i)	 definición	 vaga	 de	 los
problemas;	ii)	como	consecuencia	de	lo	anterior,	la	información	también	es	problemática	(por
abundante	o	por	insuficiente),	los	hechos	admiten	diferentes	lecturas;	iii)	metas	poco	claras,	o
múltiples	y	conflictivas;	iv)	diferentes	orientaciones	de	valor;	v)	interpretaciones	múltiples	y
conflictivas	 de	 la	 misma	 situación;	 vi)	 escasez	 de	 recursos	 (tiempo,	 dinero,	 etc.);	 vii)
definición	 vaga	 de	 los	 roles,	 responsabilidades	 poco	 claras	 para	 los	 actores;	 viii)	 escasa
evaluación	 de	 los	 logros;	 ix)	 dificultad	 para	 identificar	 las	 causas	 de	 una	 situación;	 x)
imprecisión	en	la	definición	de	los	puntos	de	vista	de	los	actores;	xi)	participación	fluida	en	el
proceso	de	toma	de	decisiones.
Como	se	trata	de	realidades	ambiguas,	los	principios	de	racionalidad	propios	de	los	modelos
tradicionales	no	funcionan	en	este	enfoque.	No	es	posible	establecer	un	nexo	lógico	entre	la
acción	y	el	resultado	de	la	acción,	sino	que,	para	la	comprensión	del	mundo	organizacional	es
necesario	acudir	a	las	creencias,	los	mitos,	los	significados	y	los	símbolos	de	los	actores;	es
necesario	atender	a	las	respuestas	rápidas,	a	la	intuición	y	a	los	procesos	de	ensayo	y	error	de
los	miembros.
Este	modelo	no	sólo	introduce	nuevos	conceptos	en	el	estudio	de	las	organizaciones	sino	que
ofrece	caminos	alternativos	para	interpretar	los	clásicos	elementos	de	toda	institución.	“Los
mitos	 y	 las	 historias	 proveen	 de	 una	 sucesión	 de	 acontecimientos,	 cohesión,	 claridad	 y
dirección	 a	 sucesos	 que	 son	 confusos	 y	 misteriosos.	 Los	 rituales	 y	 ceremonias	 presentan
caminos	 para	 acompañar	 acciones	 en	 las	 que	 están	 presentes	 la	 confusión,	 la
impredictibilidad	 y	 la	 amenaza.	 Las	 metáforas,	 el	 humor	 y	 el	 juego	 proporcionan
oportunidades	a	las	personas	y	a	las	organizaciones	para	escapar	de	la	tiranía	de	los	hechos	y
de	la	lógica,	para	ver	a	la	organización	y	la	participación	en	ella	como	algo	nuevo	y	diferente
de	su	apariencia	y	descubrir	alternativas	para	elecciones”10.
Una	 particularidad	 de	 estos	 enfoques	 es	 que,	 en	 su	 gran	 mayoría,	 se	 han	 utilizado	 para
estudiar	 los	 centros	 escolares	 más	 que	 las	 empresas.	 Así,	 Weick	 (1976),	 se	 refiere	 a	 dichos
centros	como	a	“sistemas	débilmente	acoplados”,	y	Cohen,	March	y	Olsen	(1972)	hablan	por
su	parte	de	las	universidades	como	“anarquías	organizadas”.
El	 concepto	 de	 ‘acoplamiento	 débil’	 se	 utiliza	 para	 aludir	 al	 hecho	 de	 que	 en	 las
organizaciones	 educativas	 los	 acontecimientos	 parecen	 estar	 unidos	 temporal	 y
circunstancialmente,	más	que	lógicamente.	La	estructura	no	está	conectada	con	la	actividad
técnica	(el	trabajo	que	se	realiza	en	la	organización)	y	ésta	está	desconectada	de	sus	efectos.
Este	concepto	expresa	una	idea	afín	a	la	de	‘flojedad	estructural’	de	Bidwell	(1965).
El	 ‘acoplamiento	 débil’	 ofrece	 algunas	 ventajas	 importantes	 para	 interpretar	 las
desconexiones	entre	niveles	de	gestión	administrativo	y	de	enseñanza-aprendizaje,	por	una
parte,	 o	 entre	 diferentes	 departamentos,	 por	 otra.	 Estos	 vínculos	 flexibles,	 no	 son	 una
patología	de	los	centros	escolares,	sino	que	responden	a	un	modelo	perfectamente	coherente
con	la	realidad.	Proporcionan	el	medio	para	que	algunos	actores	enfrenten	con	éxito	a	un
ambiente	y	unas	necesidades	cambiantes.	Según	Weick,	el	‘acoplamiento	débil’	es	un	medio
para	adquirir	economía	cognoscitiva	y	un	poco	de	paz.
Es	 importante	 analizar	 las	 posibilidades	 del	 ‘acoplamiento	 débil’	 porque	 genera	 variación,
preserva	 la	 autonomía,	 localiza	 problemas,	 es	 más	 asequible,	 etc.	 Resulta	 particularmente
apropiado	para	los	centros	educativos,	ya	que	en	las	escuelas	y	las	universidades	se	espera
que	 los	 profesores	 actúen	 de	 acuerdo	 con	 un	 sentido	 profesional	 y	 en	 respuesta	 a	 las
demandas	 concretas	 de	 los	 alumnos,	 y	 no	 bajo	 la	 supervisión	 de	 sus	 superiores.	 Weick
recuerda	que	las	instituciones	educativas	se	han	concebido	para	una	interacción	básica	entre
dos	 personas,	 profesor	 y	 alumno,	 y	 han	 añadido	 a	 esta	 relación	 primordial	 toda	 clase	 de
tareas,	 responsabilidades	 y	 actividades.	 Cada	 una	 de	 estas	 otras	 funciones,	 y	 las	 personas
involucradas	 en	 ellas,	 representan	 más	 un	 segmento	 que	 una	 parte	 integrada	 en	 la
organización.	 Lo	 que	 hacen	 las	 adiciones	 es	 perder	 de	 vista	 la	 básica	 relación	 profesor-
alumno.	 Los	 segmentos	 mantienen	 entre	 sí	 una	 relación	 débil,	 una	 ‘conexión	 vaga’.
Considerarlos	como	un	todo	o	como	una	única	y	total	unidad	es	olvidar	cómo	funcionan.	De
aquí	viene	el	concepto	de	sistema	débilmente	acoplado.
Por	su	parte,	el	concepto	de	‘anarquía	organizada’	designa	un	tipo	de	organización	que	se
caracteriza	por	carecer	de	metas	claras;	los	miembros	que	la	componen	persiguen	y	tratan	de
lograr	 objetivos	 muy	 diferentes.	 Además,	 en	 estas	 organizaciones	 cada	 uno	 puede	 tomar
decisiones	 de	 manera	 autónoma.	 Las	 universidades	 son	 ejemplos	 típicos	 de	 anarquías
organizadas.	 Allí	 el	 profesor	 goza	 de	 total	 autonomía	 para	 tomar	 decisiones	 respecto	 del
proceso	 de	 enseñanza-aprendizaje	 (qué	 y	 cuánto	 enseña,	 cómo	 lo	 enseña,	 qué	 y	 cómo
evalúa);	el	estudiante,	a	su	vez,	es	libre	para	decidir	si	aprende	o	no,	qué	y	cuándo	aprende.
Los	que	legislan	y	los	que	dirigen	deciden,	por	su	parte,	qué	van	a	proveer,	a	quiénes	y	en
qué	cantidad.	No	hay	ni	coordinación	ni	control,	y	los	recursos	son	distribuidos	sin	referencia
a	un	objetivo	mayor.	Las	decisiones	que	se	toman	dentro	del	sistema	son	una	consecuencia
producida	por	el	funcionamiento	del	propio	sistema,	no	son	el	resultado	del	intento	de	una
persona,	 ni	 son	 sometidas	 al	 control	 de	 nadie.	 Bell	 (1980)	 sostiene:	 “La	 organización
anárquica	 no	 es,	 como	 su	 nombre	 podría	 implicar,	 un	 conjunto	 informe	 e	 imprevisible	 de
individuos.	Es	más	bien	una	organización	con	una	estructura	propia	que	está	determinada	en
parte	por	presiones	externas	y	en	parte	es	un	producto	de	la	naturaleza	de	la	organización
misma.	 Es	 anárquica	 en	 el	 sentido	 de	 que	 la	 relación	 entre	 las	 metas,	 los	 miembros	 y	 la
tecnología	 no	 es	 tan	 claramente	 funcional	 como	 la	 teoría	 convencional	 de	 la	 organización
indica	que	lo	será”11.
‘Acoplamiento	débil’	y	‘anarquía	organizada’	constituyen,	en	realidad,	dos	características	de
las	organizaciones	educativas	que	se	implican	entre	sí.	La	falta	de	coordinación,	la	ausencia
de	control	inmediato	sobre	el	funcionamiento	de	las	subunidades	(o	segmentos),	es	en	alguna
medida	un	producto	de	la	diversidad	de	metas	que	persiguen	los	actores	y	la	multiplicidad
de	funciones	que	se	asignan	a	la	organización.
Ya	se	trate	de	sistemas	débilmente	acoplados	o	de	anarquías	organizadas,	o	de	ambas	cosas	a
la	vez,	la	tarea	de	dirección	en	estas	organizaciones	es	una	actividad	variable	y	aventurada,
que	se	desarrolla	en	un	ambiente	que	cambia	constantemente	y	bajo	la	presión	de	una	fuerte
incertidumbre,	que	deriva	de	las	siguientes	fuentes:
	 “Hay	 ambigüedad	 en	 los	 propósitos,	 porque	 los	 objetivos	 de	 las	 instituciones	 no	 son
claros	 y,	 por	 lo	 tanto,	 los	 líderes	 sin	 objetivos	 claros	 carecen	 de	 bases	 adecuadas	 para
valorar	acciones	y	resultados.
	“Hay	ambigüedad	del	poder,	porque	es	difícil	su	valoración	clara.	Los	jefes	tienen	una
autoridad	 clara	 como	 consecuencia	 de	 sus	 cargos.	 Pero	 en	 un	 marco	 ambiguo	 la
autoridad	formal	es	una	guía	incierta	para	los	poderes	de	los	líderes.	Las	decisiones	se
elaboran	 en	 un	 proceso	 muy	 complejo	 de	 interacción	 en	 el	 cual	 lo	 líderes	 son
participantes,	pero	sus	decisiones	pueden	no	ser	acogidas.
	 “El	 poder	 es	 visto	 normalmente	 como	 un	 atributo	 que	 los	 individuos	 o	 los	 sistemas
poseen,	 basado	 en	 los	 recursos	 que	 ellos	 tienen	 para	 el	 control.	 El	 poder	 es	 aceptado
como	si	fuera	real	y,	sin	embargo,	es	otro	aspecto	ambiguo.
	“Desde	la	perspectiva	simbólica,	los	individuos	tienen	poder	si	otros	creen	que	lo	tienen.
Y	tal	creencia	viene	alimentada	por	los	sucesos	y	resultados	que	se	unen	a	una	persona
concreta,	a	sus	interrelaciones	o	incluso	porque	ellos	se	hallan	en	el	lugar	concreto	y	en	el
lugar	 oportuno.	 Pero,	 además,	 los	 presidentes	 negocian	 con	 sus	 audiencias	 la
interpretación	de	su	poder.
	“Hay	ambigüedad	de	la	experiencia,	porque	en	condiciones	de	incertidumbre	es	posible
que	los	líderes	no	puedan	aprender	de	las	consecuencias	de	sus	acciones.	Hay	cambios
externos	 y	 otros	 factores	 que	 hacen	 que	 la	 experiencia	 no	 sea	 una	 guía	 fiable	 para
acciones	futuras.
	 “Hay	 ambigüedad	 del	 éxito,	 porque	 es	 difícil	 aislar	 y	 medir	 lo	 que	 los	 líderes	 han
realizado.	 Esta	 ambigüedad	 de	 propósitos,	 poder	 y	 experiencias	 hace	 difícil	 distinguir
entre	éxito	y	fracaso”12.
De	todos	los	modelos	considerados	aquí,	el	fenomenológico	(también	llamado	simbólico)	es
el	 más	 nuevo	 y	 el	 menos	 estructurado.	 Su	 aporte	 se	 reduce	 a	 un	 conjunto	 de	 ideas	 que
contradicen	el	saber	tradicional	sobre	las	organizaciones.	Representa	un	modo	de	pensar	las
organizaciones,	 más	 que	 una	 forma	 de	 describir	 su	 realidad	 concreta	 y	 enfrentar	 sus
problemas	técnicos.
1	Dubet	y	Martucelli,	1998,	pág.	414.
2	Dubet	y	Martucelli,	1998,	pág.	415.
3	Ball,	S.,	1998,	pág.	35.
4	S.Ball,	1998,	pág.	35.
5	S.Ball,	1998,	pág.	29
6	S.Ball,	1998,	pág.	32
7	S.Ball,	1998,	pág.	271
8	S.Ball,	1998,	pág.	271
9	S.Ball,	1998,	pág.	270
10	Borrel	Felip,	N.,	1989,	pág.	117.
11	Bell	(1980),	citado	por	J.	Ball,	1989,	pág	29.
12	Cohen,	March	y	Olsen	(1972),	citado	por	Borrell	Felip,	1989,	pág.	126
Capítulo	VI
Análisis	sociológico	del	curriculum
El	 análisis	 del	 conocimiento	 que	 se	 transmite	 en	 las	 escuelas	 constituye	 otro	 de	 los	 temas
fundamentales	 de	 la	 microsociología	 de	 la	 educación.	 En	 este	 capítulo	 nos	 limitaremos	 a
presentar	una	visión	general	de	este	tema;	vamos	a	dedicarnos	nuevamente	a	él	cuando,	en	el
capítulo	destinado	a	Basil	Bernstein,	veamos	el	sistema	de	mensajes	que	constituyen	lo	que	el
sociólogo	inglés	denomina	‘código	del	mensaje	educativo’.	Como	se	recordará,	este	código
está	constituido	por	el	curriculum,	la	pedagogía	y	la	evaluación.
La	 preocupación	 sociológica	 por	 el	 conocimiento	 que	 se	 trasmite	 en	 las	 escuelas	 no	 es,	 en
absoluto,	 algo	 nuevo.	 Se	 manifestó	 en	 la	 sociología	 clásica,	 con	 las	 reflexiones	 de	 Marx,
Weber	y	Durkheim	sobre	la	educación	y,	desde	entonces,	su	presencia	en	la	teoría	y	en	la
investigación	sociológicas	ha	sido	permanente.	Pero	hay,	por	cierto,	algunas	manifestaciones
de	 esa	 preocupación	 que	 se	 destacan	 especialmente	 por	 su	 especificidad	 y	 sus	 aportes
particulares	 para	 el	 conocimiento	 del	 tema.	 Sin	 ánimo	 de	 ser	 exhaustivos,	 trataremos	 de
presentar	aquí	las	contribuciones	más	significativas.
En	los	últimos	tiempos,	impulsado	por	la	ola	de	reformas	educativas	que	se	emprendieron	en
gran	número	de	países	y	con	el	auge	de	las	perspectivas	críticas	en	sociología,	el	análisis	del
curriculum	se	constituye	en	uno	de	los	temas	privilegiados	de	la	sociología	de	la	educación.	La
expresión	más	clara	de	esto	está	dada	por	la	corriente	inglesa	conocida	como	‘New	Directions
Sociology’,	o	‘nueva	sociología	de	la	educación’,	que	lo	ha	instalado	como	el	objeto	propio	de
la	disciplina,	al	punto	de	llegar	a	definir	a	la	sociología	de	la	educación	como	“la	sociología
del	conocimiento	que	se	transmite	en	las	escuelas”.	En	lo	que	sigue	vamos	a	tratar	de	precisar
en	qué	consiste	dicho	análisis	y	cuáles	son	los	enfoques	teóricos	más	significativos.
1.	El	interés	sociológico	por	el	curriculum:	Durkheim	y	Mannheim
No	cabe	duda	de	que	Durkheim,	entre	los	sociólogos	clásicos,	y	más	tarde	Mannheim,	han
hecho	 contribuciones	 sustanciales	 para	 el	 desarrollo	 de	 la	 sociología	 de	 la	 educación
contemporánea.	Ambos	abordaron	todos	los	temas	relevantes	de	la	disciplina	y	su	influencia
ha	sido	decisiva.	Sea	desde	una	perspectiva	crítica,	o	adhiriendo	a	los	planteos	centrales	de
sus	respectivas	posturas	teóricas,	para	los	sociólogos	de	la	educación	los	dos	constituyen	un
punto	de	referencia	ineludible	a	la	hora	de	hacer	un	análisis	de	la	educación,	en	general,	y
del	curriculum	en	particular,	desde	la	perspectiva	sociológica.
Durkheim,	ya	en	los	albores	del	siglo	XX,	se	ocupó	de	manera	muy	especial	del	curriculum	en
su	clásico	trabajo	sobre	la	historia	de	las	ideas	pedagógicas	en	Francia	(Durkheim,	1982a).	En
los	 tres	 últimos	 capítulos	 de	 esa	 obra	 lleva	 a	 cabo	 un	 análisis	 netamente	 sociológico	 de	 la
manera	en	que	se	desarrollaron	los	planes	de	estudio	durante	el	siglo	XIX.	Durkheim	no	se
interesa	por	el	contenido	de	la	enseñanza	en	sí	mismo,	sino	por	el	significado	que	tienen	esos
contenidos	 desde	 el	 punto	 de	 vista	 de	 su	 influencia	 en	 la	 formación	 de	 la	 conciencia	 del
sujeto,	una	cuestión	recuperada	magistralmente	por	Basil	Bernstein	varias	décadas	más	tarde.
También	destaca	la	función	política	del	curriculum	y	su	inevitable	vinculación	con	el	poder	y
la	política,	puesto	que	la	educación	es	una	cuestión	que	incumbe	al	Estado.	Esto	implica	que
Durkheim,	en	contra	de	lo	que	sostiene	una	crítica	más	bien	ideológica	que	científica,	nunca
desvinculó	al	curriculum	del	fenómeno	del	poder	en	la	sociedad.	Con	esto	no	hace	más	que
ratificar	su	postura	general:	la	educación	cumple	una	función	eminentemente	política,	por	lo
tanto,	el	control	de	la	educación	es	una	meta	política	y	la	lucha	por	mantener	este	control
implica	una	lucha	en	el	campo	político.
Lo	primero	que	destaca	Durkheim	al	analizar	los	planes	de	estudio	en	la	enseñanza	media
francesa	 del	 siglo	 XIX	 es	 su	 inestabilidad.	 Esto	 se	 pone	 de	 manifiesto	 en	 la	 variación
caprichosa	 en	 la	 enseñanza	 de	 las	 ciencias,	 los	 continuos	 cambios	 en	 los	 programas,	 que
suelen	 estar	 relacionados	 con	 las	 crisis	 que	 atraviesa	 la	 enseñanza	 secundaria.	 Para
Durkheim,	 la	 causa	 de	 esas	 crisis	 es	 la	 intervención	 de	 los	 prejuicios	 políticos	 en	 la
elaboración	de	las	concepciones	pedagógicas.	Según	el	partido	político	que	estuviera	en	el
poder,	según	se	orientase	hacia	el	pasado	o	hacia	el	futuro,	la	enseñanza	oscilaba	entre	dos
polos	opuestos:	la	enseñanza	de	las	humanidades	o	la	enseñanza	de	las	ciencias.	Durkheim
analiza	 también	 los	 objetivos	 de	 la	 enseñanza	 secundaria	 y	 la	 respuesta	 que	 ésta	 da	 a	 las
necesidades	 de	 la	 sociedad.	 Se	 interesa	 por	 la	 forma	 en	 que	 aquélla	 se	 articula	 con	 la
enseñanza	universitaria,	y	se	pregunta	de	manera	muy	especial	cómo	se	debe	desarrollar	el
proceso	de	enseñanza	para	lograr	diferentes	objetivos.
Durkheim	 entiende	 que	 el	 objeto	 que	 se	 estudia	 es	 un	 factor	 esencial	 de	 la	 formación
intelectual,	porque	la	inteligencia	no	opera	en	el	vacío;	no	se	puede	desarrollar	la	capacidad
de	 reflexionar,	 razonar,	 juzgar,	 sin	 referencia	 a	 un	 contenido	 concreto.	 Interesemos	 al
pensamiento	 en	 objetos	 sólidos,	 consistentes,	 resistentes,	 dice	 Durkheim,	 en	 objetos	 de	 los
que	tenemos	mucho	que	aprender,	con	los	cuales	la	inteligencia	tenga	que	contar,	sobre	los
cuales	esté	obligada	a	formarse.	Estos	objetos	son	el	hombre	y	la	naturaleza.	Ambos	deben
tener	cabida	en	la	enseñanza.	Para	que	el	niño	aprenda	a	conocer	al	hombre,	el	curriculum
debe	contemplar	la	enseñanza	de	la	historia,	que	nos	muestra	cómo	la	humanidad,	lejos	de
ser	invariable,	se	hace,	se	deshace	y	se	rehace	sin	cesar;	de	la	psicología,	que	nos	revela	lo	que
no	 podemos	 observar	 de	 manera	 directa,	 la	 riqueza	 ignorada	 que	 tenemos	 dentro;	 de	 las
ciencias	sociales,	parientas	cercanas	de	la	historia;	y	de	la	literatura,	que	sirve	para	conocer	las
diferentes	civilizaciones.
Además	de	las	cosas	humanas,	la	mente,	la	conciencia	y	sus	manifestaciones,	otro	objeto	de
conocimiento	es	la	naturaleza.	Según	Durkheim,	una	cierta	cultura	científica	es	indispensable
en	la	formación	de	la	inteligencia.	La	tarea	del	profesor	de	ciencias,	dice,	no	debe	limitarse	a
desgranar	el	rosario	de	los	teoremas	de	la	geometría,	las	leyes	de	la	física	o	las	fórmulas	de	la
química.	Es	mucho	más	importante	que	fije	en	la	mente	de	sus	alumnos	un	cierto	número	de
ideas	 generales	 que	 les	 permitan	 hacerse	 una	 representación	 más	 clara	 o	 más	 oscura,	 más
completa	 o	 más	 esquemática,	 según	 la	 edad	 del	 niño	 y	 los	 procesos	 de	 la	 ciencia,	 de	 esa
realidad	exterior	con	la	que	le	vinculan	tantos	lazos.
K.	Mannheim	es	uno	de	los	referentes	más	destacados	de	la	sociología	del	conocimiento	del
siglo	XX.	Le	preocupaba	el	papel	de	las	ideas,	especialmente	de	las	ideas	políticas;	su	obra
Ideología	y	utopía:	introducción	a	la	sociología	del	conocimiento,	editada	por	Aguilar	en	1973,	es	el
testimonio	 más	 importante	 de	 esa	 preocupación.	 Durante	 su	 exilio	 en	 Inglaterra,	 esa
preocupación	se	concentra	en	un	problema	más	específico:	la	crisis	de	la	cultura	europea,	y	lo
que	ésta	significaba	para	el	destino	de	la	democracia,	la	libertad	y	ciertos	valores	de	la	cultura
occidental	y	cristiana	(Agulla,	1994).	No	escapaba	a	su	aguda	observación	de	la	realidad	social
de	su	tiempo,	el	peligro	que	significaban	para	el	futuro	de	la	humanidad	los	acontecimientos
políticos	 que	 se	 estaban	 sucediendo	 en	 Europa,	 en	 especial,	 la	 irrupción	 del	 nacional-
socialismo	 en	 Alemania,	 la	 consolidación	 del	 fascismo	 en	 Italia,	 el	 endurecimiento	 del
comunismo	 en	 la	 URSS.	 Frente	 a	 esto,	 Mannheim	 ve	 en	 la	 educación	 la	 herramienta	 por
excelencia	 de	 lucha	 contra	 las	 ideas	 que	 ponían	 en	 peligro	 la	 continuidad	 de	 la	 vida
democrática,	la	libertad	de	los	individuos	y	determinados	valores	de	la	cultura	occidental.	Su
preocupación	 por	 el	 conocimiento	 en	 general	 se	 traslada	 al	 campo	 de	 la	 educación	 y
reflexiona	de	manera	particular	sobre	el	conocimiento	que	se	distribuye	en	las	escuelas.	La
‘new	 directions	 sociology’	 inglesa	 es,	 en	 líneas	 generales,	 heredera	 del	 pensamiento	 de
Mannheim,	al	que	le	incorpora	elementos	nuevos	que,	en	alguna	medida,	lo	actualizan	y	lo
adecuan	a	las	condiciones	sociales,	políticas	y	económicas	de	la	sociedad	europea	del	último
tercio	 del	 siglo	 XX.	 Estas	 condiciones	 son,	 obviamente,	 muy	 diferentes	 de	 aquellas	 que
imperaban	en	el	convulsionado	período	entre	las	dos	guerras	mundiales	que	le	tocó	vivir	al
eminente	sociólogo	alemán.
Para	 Mannheim,	 la	 sociología	 del	 conocimiento	 intenta	 explicar	 cómo	 las	 estructuras
mentales,	inevitablemente,	se	forman	de	manera	diferente	según	sea	la	inserción	social	del
individuo.	El	pensamiento	está	determinado	existencial	y	socialmente,	no	es	ajeno	al	tiempo
y	 al	 espacio,	 detrás	 de	 él	 están	 los	 propósitos	 colectivos	 de	 los	 grupos	 en	 los	 cuales	 el
individuo	participa.	Como	los	grupos	sociales	surgen	y	se	transforman	como	partes	de	las
condiciones	 más	 fundamentales	 de	 la	 producción	 y	 del	 poder,	 de	 todos	 los	 determinantes
sociales	 del	 pensamiento	 (religiosos,	 étnicos,	 profesionales,	 etc.),	 el	 más	 importante	 es	 la
estratificación	 en	 clases	 sociales	 Ésta,	 por	 lo	 demás,	 se	 encuentra	 en	 la	 base	 de	 todos	 los
conflictos	 sociales,	 incluidos	 los	 que	 se	 desencadenan	 por	 el	 control	 de	 la	 distribución	 del
conocimiento.
La	 sociología	 del	 conocimiento	 es	 en	 Mannheim	 tanto	 una	 orientación	 teórica	 como	 un
método.	 Con	 ambos	 sentidos	 la	 aplicó	 al	 análisis	 de	 la	 educación	 en	 general	 y	 del
conocimiento	 educativo	 en	 particular.	 Destacó	 la	 importancia	 de	 la	 educación	 para	 la
adquisición	 de	 los	 conocimientos	 y	 las	 virtudes,	 las	 actitudes	 y	 los	 hábitos	 de	 conducta,
necesarios	 para	 hacer	 posible	 la	 vida	 democrática	 y	 la	 transformación	 de	 la	 sociedad.	 Se
interesó	por	los	contenidos	de	la	educación,	los	métodos	de	enseñanza	y	los	destinatarios	de
la	 misma.	 También	 se	 preocupó	 por	 los	 efectos	 que	 tiene,	 tanto	 lo	 que	 se	 enseña	 en	 las
escuelas	 como	 los	 métodos	 que	 se	 utilizan	 para	 hacerlo.	 Asigna	 al	 curriculum	 importancia
social,	 cultural	 y	 política.	 En	 uno	 de	 los	 capítulos	 de	 la	 Introducción	 a	 la	 sociología	 de	 la
educación	(1966),	afirma	que	la	confección	de	un	plan	de	estudios	es	un	asunto	de	la	mayor
responsabilidad,	 porque	 de	 su	 propio	 éxito	 dependerá	 qué	 tópicos	 de	 la	 reserva	 de	 los
conocimientos	acumulados	por	la	sociedad	han	de	sobrevivir	y	qué	ideas	dinámicas	deben	ser
presentadas	para	su	trasmisión	a	las	futuras	generaciones.
Hay	que	advertir	que	el	pensamiento	de	Mannheim	sobre	la	educación	es	inescindible	de	su
pensamiento	 político,	 y	 está	 desplegado	 a	 lo	 largo	 de	 toda	 su	 obra,	 de	 modo	 que	 es
indispensable	 conocerla	 completa	 para	 descubrir	 su	 sociología	 de	 la	 educación.	 Él	 nunca
escribió	 específicamente	 sobre	 educación,	 pero	 se	 refirió	 a	 ella	 de	 manera	 permanente	 en
todos	sus	trabajos.	La	Introducción	a	la	sociología	de	la	educación	cuya	autoría	se	le	atribuye,	ha
sido	escrita,	en	realidad,	por	un	colega	suyo	que	recopiló	algunos	trabajos	de	Mannheim	y	los
sistematizó	 a	 su	 manera.	 Lo	 más	 importante	 del	 pensamiento	 de	 Mannheim	 sobre	 la
educación	y	sobre	el	conocimiento	que	se	transmite	en	las	escuelas	no	se	encuentra	en	esta
obra,	sino	en	el	resto	de	sus	escritos1.
Actualmente	se	ha	perdido	gran	parte	de	la	fe	que	Mannheim,	y	también	Durkheim,	tenían
en	la	educación	y	el	curriculum	como	instrumentos	de	cambio	social.	El	contexto	en	el	que	se
desarrolla	hoy	la	educación	y	las	condiciones	en	que	se	imparte	dejan	serias	dudas	acerca	de
su	capacidad	y	eficacia	para	conducir	hacia	una	sociedad	más	igualitaria	y	democrática	(Silva,
T.	T.	da,	1995).	Sin	embargo,	no	se	puede	ignorar	el	poder	que	ella	conserva	aún	con	relación
al	logro	de	ese	objetivo,	toda	vez	que	la	escuela	es	un	ámbito	de	participación	masivo,	al	que
accede	 un	 número	 de	 personas	 cada	 vez	 mayor.	 Pero	 esto	 no	 garantiza	 por	 sí	 mismo	 el
cambio	 de	 la	 sociedad;	 es	 necesario	 trabajar	 creativamente	 sobre	 los	 contenidos	 de	 la
enseñanza	 y	 las	 prácticas	 de	 transmisión	 para	 convertir	 a	 la	 educación	 en	 factor	 de
transformación	de	la	vida	social.
2.	Supuestos	sociológicos	sobre	el	curriculum
Actualmente,	y	sobre	todo	en	los	últimos	años,	el	curriculum	ocupa	un	lugar	preponderante
en	la	investigación	sociológica	sobre	la	educación;	circula	una	profusa	bibliografía	sobre	el
tema,	particularmente	en	Inglaterra,	pero	también	en	los	EEUU.	Esto	se	debe,	en	parte,	a	una
cuestión	coyuntural,	propia	de	la	situación	educativa	de	Inglaterra	en	los	años	setenta.	En
este	 país	 se	 habían	 iniciado	 una	 cantidad	 de	 reformas	 en	 la	 estructura	 del	 sistema	 de
educación	 destinada	 a	 ampliar	 las	 oportunidades	 educativas	 de	 los	 niños	 de	 clases
desfavorecidas.	Esas	reformas	no	dieron	los	resultados	esperados.	Se	planteaba	entonces	la
necesidad	de	buscar	nuevas	explicaciones	al	persistente	fracaso	escolar	de	los	niños	de	clase
obrera.	Esto	se	presentó	como	un	verdadero	desafío	para	la	sociología	de	la	educación	de	ese
país,	que	comenzó	a	buscar	las	causas	de	dicho	fracaso,	no	en	las	condiciones	de	la	estructura
social	 global,	 ni	 en	 la	 estructura	 del	 propio	 sistema	 educativo,	 sino	 en	 el	 ámbito	 más
restringido	de	la	vida	de	las	escuelas,	y	dentro	de	éste,	en	el	curriculum.	La	“nueva	sociología
de	la	educación”	que,	como	vimos,	determinó	un	cambio	de	perspectiva	en	la	disciplina,	es	la
que	puso	más	énfasis	en	este	punto.
Nadie	discute	hoy	la	pertinencia	del	análisis	sociológico	del	curriculum,	y	el	pensamiento	de
Durkheim	y	Mannheim	son	una	muestra	de	que	también	en	el	pasado	se	pensaba	de	esta
manera.	Tampoco	se	discute	la	validez	de	los	supuestos	que	la	sociología	maneja	acerca	del
conocimiento	 que	 se	 trasmite	 en	 las	 escuelas.	 Desde	 la	 perspectiva	 sociológica,	 dicho
conocimiento	 tiene	 inevitables	 consecuencias	 sociales,	 y	 la	 sociedad,	 por	 su	 parte,	 cumple
importantes	funciones	en	materia	de	conocimiento	escolar.
Mannheim	sostenía	que	en	cada	sociedad	existe	una	particular	concepción	de	lo	que	es	el
conocimiento,	 y	 que	 esta	 concepción	 es	 un	 resultado,	 de	 un	 lado,	 de	 las	 circunstancias
históricas	 que	 rodean	 su	 desarrollo,	 y	 del	 otro,	 de	 las	 estructuras	 mentales	 que	 le	 son
características.	 Queda	 planteada	 así	 la	 relación	 entre	 conocimiento	 y	 cultura:	 cómo	 se
trasmite	y	perpetúa	esa	cultura,	bajo	qué	condiciones	son	posibles	los	cambios	culturales	y
qué	 consecuencias	 tienen	 estos	 cambios.	 Por	 otra	 parte,	 la	 concepción	 que	 cada	 sociedad
sostiene	acerca	de	lo	que	es	el	conocimiento,	permite	definir	cuál	es	el	conocimiento	‘escolar’,
es	 decir,	 el	 conocimiento	 digno	 de	 ser	 transmitido	 en	 las	 escuelas,	 y	 diferenciarlo	 del
conocimiento	‘vulgar’,	aquel	al	que	se	puede	acceder	fuera	de	las	escuelas.	En	la	posibilidad
de	 trasmitir	 y	 almacenar	 el	 conocimiento,	 la	 sociedad	 se	 juega	 su	 propia	 subsistencia	 y
continuidad.
Junto	 al	 proceso	 de	 trasmisión	 del	 conocimiento	 se	 da	 el	 de	 su	 legitimación,	 es	 decir,	 la
sociedad	procura	que	determinadas	definiciones	de	la	realidad	sean	aceptadas	como	válidas,
correctas	y	apropiadas.	En	este	punto	se	pone	de	manifiesto	el	papel	central	de	las	ideologías
a	la	hora	de	tomar	decisiones	curriculares.
Además	de	definir,	trasmitir	y	legitimar	el	conocimiento,	la	sociedad	cumple	la	función	de
distribuirlo,	 es	 decir,	 determina	 qué	 clase	 de	 conocimiento	 se	 pondrá	 a	 disposición	 de	 las
diferentes	categorías	de	miembros.	Los	principales	agentes	de	distribución	del	conocimiento
en	las	sociedades	modernas	son	las	escuelas.	Con	ello	se	constituyen	en	eficaces	instrumentos
de	control	social.
Por	 último,	 la	 sociedad	 asigna	 un	 determinado	 status	 o	 prestigio	 a	 los	 diferentes	 tipos	 de
conocimiento.	En	una	palabra,	hace	una	valoración	del	conocimiento,	y	con	ello,	lo	convierte
en	 un	 instrumento	 de	 selección	 social.	 Quienes	 tienen	 acceso	 a	 conocimientos	 de	 status
elevado	en	la	sociedad,	tienen	más	probabilidad	de	ocupar	posiciones	de	mayor	prestigio	en
la	estructura	social.
Esto	nos	remite	al	segundo	supuesto	que	admite	la	sociología	en	lo	que	respecta	al	curriculum:
el	 curriculum	 cumple	 importantes	 funciones	 sociales	 porque	 él	 es,	 precisamente,	 el	 medio
para	 el	 logro	 de	 los	 objetivos	 asignados	 a	 la	 educación.	 Además	 de	 actuar	 como	 un
instrumento	de	selección	social,	se	le	asigna	un	papel	preponderante	en	la	conservación	de	la
cultura,	 en	 la	 medida	 en	 que	 refleja	 el	 sistema	 de	 valores	 y	 normas	 de	 la	 sociedad.	 Otra
función	que	se	atribuye	al	curriculum	es	la	de	preparar	para	el	ejercicio	de	roles	asociados	con
la	división	del	trabajo.
En	 síntesis,	 el	 análisis	 sociológico	 del	 curriculum	 se	 justifica,	 fundamentalmente,	 porque
permite	 comprender	 importantes	 aspectos	 de	 la	 vida	 social.	 Existe	 una	 relación	 dialéctica
entre	 sociedad	 y	 curriculum,	 entre	 el	 acceso	 al	 conocimiento	 y	 la	 posibilidad	 de	 legitimar
ciertas	categorías	dominantes.	Las	escuelas,	y	el	curriculum	dentro	de	ellas,	no	son	entidades
totalmente	 autónomas	 que	 actúan	 en	 un	 vacío	 institucional	 y	 estructural.	 Son	 unidades
sociales	concretas,	que	reciben	influencias	de	todo	tipo	y	cuyo	funcionamiento	y	resultados
dependen	en	gran	medida	de	esas	influencias.
3.	Hacia	una	definición	sociológica	del	curriculum
Analizar	 el	 curriculum	 desde	 la	 perspectiva	 sociológica	 significa	 descubrir	 cuál	 es	 la
experiencia	que	los	actores	de	la	vida	escolar,	fundamentalmente	alumnos	y	maestros,	tienen
del	curriculum,	y	qué	resultados	sociales	tienen	esas	experiencias	para	estos	actores.	Se	trata,
además,	 de	 identificar	 los	 factores	 sociales	 que	 ejercen	 influencia	 sobre	 el	 curriculum	 y	 las
consecuencias	sociales	a	que	éste	da	lugar.
El	curriculum	es	la	expresión	de	los	conocimientos,	actividades	y	experiencias	de	aprendizaje
previstas	 para	 la	 obtención	 de	 un	 determinado	 resultado,	 que	 constituye	 el	 objetivo	 de	 la
acción	 educativa;	 este	 resultado	 se	 acredita,	 generalmente,	 mediante	 algún	 tipo	 de
certificación	o	diploma.	En	el	curriculum	se	explicitan	de	manera	más	o	menos	clara,	más	o
menos	extensa,	objetivos,	contenidos,	metodologías	de	enseñanza,	secuencia	temporal	de	las
diferentes	actividades,	sistemas	de	evaluación	a	utilizar,	etc.	Siguiendo	a	Eggleston	(1980),
podemos	 decir	 que,	 para	 la	 sociología,	 el	 curriculum	 constituye	 una	 pauta	 instrumental	 y
expresiva	 de	 experiencias	 de	 aprendizaje	 que	 refleja	 la	 idea	 que	 la	 sociedad	 tiene	 de	 la	 esencia,
distribución	 y	 accesibilidad	 del	 conocimiento.	 Puede	 ocurrir	 que	 esta	 idea	 no	 sea	 totalmente
aceptada	por	docentes	y	alumnos.	Los	logros	que	se	obtengan	de	la	aplicación	del	curriculum
dependerán,	 en	 gran	 parte,	 del	 grado	 en	 que	 la	 escuela,	 sus	 docentes	 y	 sus	 alumnos
compartan	la	visión	que	la	sociedad	tiene	del	conocimiento.
De	esta	manera,	la	perspectiva	sociológica	nos	ayuda	a	desenmascarar	una	realidad	que	no
aparece	de	manera	directa,	y	que	opera	en	forma	muy	efectiva.	Conocer	esa	realidad	facilita,
entre	otras	cosas,	la	eliminación	de	ciertas	creencias	ingenuas	sobre	los	logros	y	los	cambios
curriculares.	 El	 análisis	 sociológico	 del	 curriculum	 permite	 demostrar,	 por	 ejemplo,	 que	 la
simple	puesta	en	marcha	de	un	determinado	plan	de	estudios	no	garantiza	el	logro	de	los
resultados	 previstos	 por	 el	 mismo,	 o	 que	 un	 verdadero	 cambio	 curricular	 no	 resulta,
necesariamente,	de	la	simple	manipulación	de	contenidos	y	metodologías.
Sin	duda,	el	aspecto	más	interesante	de	la	perspectiva	sociológica	en	este	campo	es	el	análisis
del	 ‘curriculum	 oculto’.	 Esta	 expresión,	 tan	 utilizada	 en	 la	 jerga	 pedagógica,	 alude	 a	 una
realidad	 que,	 para	 la	 sociología,	 tiene	 una	 gran	 relevancia,	 y	 siempre	 ha	 sido	 tomada	 en
cuenta	 por	 la	 disciplina,	 aunque	 no	 la	 haya	 denominado	 de	 ese	 modo:	 los	 efectos
propiamente	 socializadores	 de	 la	 enseñanza,	 es	 decir,	 aquellos	 efectos	 que	 no	 han	 sido
previstos	 de	 manera	 explícita	 y	 resultan	 de	 las	 prácticas	 vigentes	 en	 la	 institución.	 Este
curriculum	no	es	objeto	de	una	transmisión	deliberada	y	consciente,	sino	que	su	adquisición
se	produce	de	manera	latente	durante	el	transcurso	de	la	vida	escolar,	por	mediación	de	las
prácticas	y	sin	que	los	actores	involucrados	lo	adviertan	de	manera	consciente.	El	tratamiento
que	hace	J.	Torres	(1992)	del	curriculum	 oculto,	 desde	 la	 perspectiva	 de	 la	 teoría	 crítica	 en
sociología,	pone	claramente	de	manifiesto	la	importancia	de	considerar	las	prácticas	escolares
como	 fuente	 de	 experiencias	 de	 aprendizaje.	 El	 efecto	 de	 éstas	 sobre	 la	 conducta	 y	 la
subjetividad	 del	 individuo	 reviste	 el	 máximo	 interés	 sociológico.	 Precisamente,	 por	 su
condición	 de	 estar	 ‘oculto’,	 es	 decir,	 de	 actuar	 de	 manera	 silenciosa	 e	 imperceptible,	 el
curriculum	oculto	tiene	una	efectividad	en	la	producción	de	ciertos	resultados	de	la	que	no
goza	el	curriculum	‘oficial’,	‘manifiesto’,	‘explícito’,	o	como	quiera	llamárselo.	Éste	necesita
acudir	a	una	serie	de	técnicas	y	recursos	didácticos	de	diferente	índole	para	lograr	lo	que	se
propone.
El	 ‘curriculum	 oculto’	 hace	 referencia	 a	 todas	 aquellas	 experiencias	 de	 aprendizaje	 que	 no
están	 planificadas	 como	 tales	 en	 el	 curriculum	 oficial,	 sino	 que	 se	 producen	 de	 manera
informal,	 sin	 vistas	 al	 logro	 de	 ningún	 objetivo	 o	 propósito	 específico.	 Incluye,	 como	 dice
Eggleston	 (1980),	 enseñanzas	 tan	 importantes	 como	 las	 siguientes:	 cómo	 satisfacer	 las
exigencias	del	maestro;	cómo	responder	de	una	manera	aceptable	tanto	para	el	maestro	como
para	los	pares,	a	las	expectativas	de	la	escuela	en	materia	de	conocimiento	o	de	conducta;
cuándo	 se	 puede	 engañar	 sin	 ser	 desaprobado;	 cuándo	 es	 necesario	 no	 alcanzar	 buenos
resultados	en	las	evaluaciones;	cuáles	son	las	cosas	a	las	que	es	necesario	dar	importancia	y
cuáles	 deben	 ser	 tomadas	 como	 superfluas;	 qué	 es	 lo	 prohibido	 y	 lo	 permitido	 en	 las
relaciones	informales	con	los	compañeros;	cómo	lograr	la	atención	del	maestro	y	de	los	pares;
etc.,	 etc.	 Es	 decir,	 comprende	 todos	 aquellos	 aprendizajes	 que	 permiten	 sobrevivir	 en	 las
instituciones	 escolares.	 Implica	 también	 el	 aprendizaje	 relativo	 al	 status	 que	 tienen	 las
diferentes	 disciplinas	 comprendidas	 en	 el	 ‘curriculum	 oficial’	 y	 al	 respeto	 que	 merecen
quienes	tienen	buen	rendimiento	en	las	asignaturas	consideradas	más	importantes	(mayor
status	relativo),	como	matemática,	lengua	o	ciencias	naturales.
La	 variedad	 de	 las	 denominaciones	 que	 recibe	 el	 ‘curriculum	 oculto’	 y	 la	 multiplicidad	 de
experiencias	 a	 las	 que	 alude,	 indican	 de	 manera	 clara	 que	 se	 trata	 de	 un	 concepto	 algo
ambiguo,	 Su	 uso	 generalizado	 entre	 los	 pedagogos	 no	 garantiza	 que	 se	 le	 otorgue	 el
significado	que	tiene	en	sociología.	Para	ésta,	el	‘curriculum	oculto’	tiene	que	ver	con	el	marco
social	dominante	en	el	cual	tiene	lugar	la	escolarización.	Como	resultado	de	su	participación
prolongada	 en	 ese	 marco	 social,	 caracterizado	 por	 una	 estructura	 organizativa	 y	 un	 clima
social	determinados,	el	niño	logrará	ciertos	modos	de	pensar,	ciertas	normas	y	determinados
principios	de	conducta	(Dreeben,	1985).
No	debe	extrañar	que	sea	muy	poco	lo	que	sabemos	concretamente	del	‘curriculum	oculto’,	de
la	fuerza	de	sus	resultados	y	de	los	mecanismos	mediante	los	que	opera.	Sabemos	que	los
efectos	socializadores	de	las	prácticas,	es	decir,	su	impacto	sobre	la	conducta	subjetiva,	son
muy	 difíciles	 de	 determinar	 con	 precisión.	 En	 opinión	 de	 Dreeben	 (1985),	 para	 poder
establecer	 una	 relación	 entre	 los	 resultados	 de	 la	 escolarización	 y	 el	 ‘curriculum	 oculto’	 es
necesario	clarificar	sus	componentes.	Desde	su	punto	de	vista,	el	‘curriculum	oculto’	contiene
al	 menos	 dos	 elementos.	 En	 primer	 lugar,	 la	 idea	 de	 que	 los	 niños	 aprenden	 con	 la
experiencia	social	de	la	escuela	ciertas	disposiciones	al	mismo	tiempo	que	se	les	enseña.	En	la
medida	 que	 las	 situaciones	 cambian	 deliberadamente	 para	 lograr	 algún	 fin,	 lo	 mismo	 que
también	pueden	cambiar	los	métodos	y	materiales	de	la	instrucción,	esas	situaciones	sociales
dejan	 de	 ser	 parte	 del	 ‘curriculum	 oculto’;	 formarán	 parte	 de	 un	 programa	 educativo
explícito.	Y	en	segundo	lugar,	la	idea	de	no	estar	previsto	o	no	ser	pretendido	en	cuanto	a	sus
consecuencias	 posibles.	 Con	 toda	 seguridad,	 cualquier	 tipo	 de	 estructura	 organizativa	 y
cualquier	 programa	 educativo	 formal	 tendrán	 consecuencias	 no	 anticipadas,	 se	 puedan
observar	o	no	por	los	que	trabajan	en	la	escuela.
Sobre	 el	 particular,	 Dreeben	 (1985)	 afirma	 que	 “es	 importante	 distinguir	 estos	 dos
componentes	 porque	 tienen	 diferentes	 implicaciones	 para	 enfocar	 la	 escolarización.	 Ser
concientes	de	que	todo	lo	que	hacemos	en	la	escuela	tendrá	probablemente	consecuencias
anticipadas	 o	 no	 anticipadas,	 nos	 capacita	 para	 reflexionar	 sobre	 políticas	 y	 prácticas
alternativas,	para	pensar	acerca	del	proceso	educativo	en	un	sentido	amplio,	y	preguntarnos
lo	 que	 ocurre	 más	 allá	 de	 las	 políticas	 explícitas,	 de	 los	 medios	 de	 instrucción	 y	 de	 los
resultados	que	cada	uno	trata	de	producir.	Inquirir	sobre	los	resultados	no	anticipados	de	la
escolarización	 como	 parte	 del	 proceso	 educativo	 es	 un	 antídoto	 contra	 una	 perspectiva
cerrada.	 Tratar	 tanto	 las	 situaciones	 sociales	 como	 la	 propia	 instrucción	 como	 parte	 del
curriculum,	 amplía	 nuestros	 recursos	 para	 influir	 en	 lo	 que	 los	 niños	 aprenden.	 Saber	 si	 el
marco	 de	 la	 escolarización	 se	 proyecta	 en	 las	 situaciones	 sociales,	 si	 los	 métodos	 de
instrucción	y	los	materiales	pueden	influir	en	los	valores,	conocimientos,	destrezas	y	en	la
conducta.	Debemos	preguntarnos	sobre	las	condiciones	en	las	que	tiene	lugar	el	aprendizaje
en	las	escuelas	en	términos	reales	y	en	términos	de	política	educativa.	Precisamos	saber	qué
lleva	a	qué.	El	‘curriculum	no	escrito’	se	convierte	así	en	algo	más	que	una	nueva	expresión”2.
4.	Diferentes	enfoques	en	el	análisis	sociológico	del	curriculum
En	general,	y	simplificando	mucho	la	cuestión,	se	pueden	identificar	dos	grandes	enfoques
en	 el	 análisis	 sociológico	 del	 curriculum.	 Uno	 de	 ellos	 corresponde	 a	 las	 corrientes
‘interpretativas’	o	‘reflexivas’	dentro	de	la	sociología	de	la	educación.	En	éstas	se	destacan	las
posturas	 de	 Basil	 Bernstein,	 M.	 Young	 y	 G.	 Esland.	 El	 otro	 se	 encuadra	 en	 la	 sociología
‘tradicional’,	de	corte	netamente	durkheimiano.	A	cada	uno	de	ellos	corresponde	una	visión
diferente	 de	 la	 educación,	 de	 los	 objetivos	 que	 ella	 persigue	 y	 de	 la	 forma	 en	 que	 se
desarrolla.	También	sostienen	ideas	diferentes	acerca	de	la	organización	escolar,	los	estilos	de
conducción	y	las	líneas	de	autoridad,	como	hemos	visto	al	estudiar	la	escuela	en	un	capítulo
anterior.
Se	podría	hablar	de	un	tercer	enfoque,	desarrollado	por	Eggleston	(1985)	en	Inglaterra,	que
pretende	superar	las	limitaciones	inherentes	a	los	dos	anteriores,	a	partir	de	la	incorporación
de	 los	 aspectos	 a	 su	 criterio	 más	 relevantes	 de	 cada	 uno	 de	 ellos	 en	 una	 propuesta
integradora	 que	 ayude	 a	 explicar	 la	 totalidad	 del	 fenómeno	 curricular.	 Eggleston	 llama
‘perspectiva	re-estructuradora’	a	su	propuesta	de	análisis	sociológico	del	curriculum.
4.1.	El	enfoque	del	curriculum	en	la	sociología	tradicional
Al	 referirnos	 al	 trabajo	 de	 Durkheim	 sobre	 las	 ideas	 pedagógicas	 en	 Francia,	 pudimos
advertir	 que,	 para	 él,	 el	 conocimiento	 que	 se	 transmite	 en	 las	 escuelas	 tiene	 por	 función
satisfacer	las	necesidades	de	la	sociedad	y	las	expectativas	del	individuo	con	respecto	a	su
inserción	 en	 ella.	 El	 curriculum	 debe	 contemplar	 que	 las	 nuevas	 generaciones	 reciban	 los
conocimientos,	 destrezas	 y	 valores	 adecuados	 para	 convertirse	 en	 miembros	 activos	 de	 la
sociedad.	Esta	concepción	del	conocimiento	que	se	trasmite	en	las	escuelas	supone	que	éste
consiste	 en	 un	 cuerpo	 de	 conocimientos	 que	 nos	 es	 dado,	 y	 que	 existe	 un	 cierto	 grado	 de
consenso	acerca	de	lo	que	se	debe	trasmitir;	por	lo	tanto,	como	dice	Eggleston	(1980),	no	es
‘negociable’,	simplemente	debe	ser	aceptado	por	los	miembros	de	la	escuela.
Desde	este	punto	de	vista,	una	función	del	curriculum	es	preparar	para	el	ejercicio	de	roles	y,
simultáneamente,	 servir	 para	 llevar	 a	 cabo	 la	 selección	 social	 de	 los	 que	 lo	 reciben.	 El
resultado	de	esta	selección	es	la	ubicación	de	quienes	han	recibido	distintos	curricula,	es	decir,
distintos	 programas	 escolares,	 en	 diferentes	 posiciones	 sociales	 que	 corresponden	 a	 los
conocimientos	adquiridos,	las	competencias	desarrolladas	y,	también,	las	actitudes	y	valores
incorporados.	La	división	funcional	del	trabajo	exige	que	cada	uno	desempeñe	las	tareas	para
las	que	ha	sido	preparado	y	que	puede	realizar	de	manera	idónea.	Por	su	orientación	teórica,
Durkheim	 no	 se	 interesa	 por	 la	 vinculación	 que	 tiene	 la	 división	 del	 trabajo	 con	 la
estratificación	 social	 (lo	 cual	 no	 significa	 que	 la	 ignore)	 y	 la	 incidencia	 de	 ésta	 en	 la
determinación	 de	 las	 oportunidades	 objetivas	 de	 vida	 de	 los	 sujetos.	 Ello	 no	 le	 impide
acentuar	 la	 importancia	 política	 del	 curriculum	 y	 ponerlo	 en	 relación	 directa	 con	 la
distribución	del	poder	en	la	sociedad.
En	 la	 visión	 tradicional,	 al	 ser	 algo	 dado,	 definido	 de	 antemano,	 no	 ‘negociable’	 y	 no
‘dialéctico’,	 el	 curriculum	 traduce	 la	 visión	 ‘oficial’	 de	 la	 realidad	 y	 no	 toma	 en	 cuenta	 las
‘construcciones’	que	maestros	y	alumnos	hacen	de	esa	realidad,	su	posibilidad	de	ponerla	en
tela	de	juicio,	de	oponerse	o	de	resistirla.
Según	Alonso	Hinojal	(1989),	la	perspectiva	‘tradicional’	del	saber	se	traduce	en	un	modelo
de	 curriculum	 centrado	 en	 la	 concepción	 de	 un	 saber	 objetivo,	 bien	 definido,	 acumulativo,
ordenado	 en	 disciplinas,	 agrupado	 en	 facultades	 y	 atribuido	 a	 especialistas	 bien
diferenciados.	 Estos	 saberes,	 que	 son	 la	 materia	 de	 los	 curricula,	 están	 jerarquizados	 y	 esa
jerarquía	 se	 trasmite	 a	 quienes	 los	 poseen.	 Se	 trata	 de	 curricula	 que,	 como	 dice	 Eggleston
(1989),	son	‘recibidos’,	por	profesores	y	alumnos,	quienes	deben	asimilarlos	de	la	manera	más
fiel	 posible	 como	 parte	 de	 un	 orden	 superior	 que	 está	 dado.	 Quienes	 conciben	 así	 el
curriculum	están	preocupados,	sobre	todo,	por	los	objetivos	de	la	enseñanza,	por	el	orden,	la
asimilación,	las	competencias	resultantes	y	su	medición.
4.2.	Los	enfoques	‘interpretativos’	del	curriculum
Estos	 enfoques	 parten	 de	 una	 visión	 del	 curriculum	 totalmente	 opuesta	 a	 la	 anterior.	 El
conocimiento	escolar	se	‘construye’,	es	esencialmente	‘dialéctico’	y	está	sujeto	a	influencias
de	 todo	 tipo,	 es	 ‘negociable’.	 Desde	 esta	 perspectiva,	 se	 pone	 el	 acento	 en	 los	 aspectos
subjetivos	 del	 conocimiento,	 y	 se	 deja	 a	 un	 lado	 el	 valor	 de	 la	 estructura	 de	 relaciones
subyacente,	con	lo	cual	se	ignoran	ciertas	regularidades	que	inevitablemente	se	producen	en
las	 ‘construcciones’	 que	 los	 individuos	 hacen	 de	 la	 realidad	 (Brigido,	 1987).	 Para	 estos
enfoques,	el	conocimiento	no	tiene	valor	objetivo;	su	validez	depende	del	contexto	social,	o
de	las	condiciones	sociales	en	las	cuales	se	construye	y	se	trasmite.	Se	trata	de	perspectivas
relativistas,	que	no	toman	en	consideración	los	aspectos	estables	del	curriculum,	aquellos	en
los	 que	 insiste	 la	 visión	 ‘tradicional’.	 La	 perspectiva	 ‘interpretativa’,	 en	 sus	 diferentes
versiones,	 se	 traduce	 en	 un	 modelo	 del	 conocimiento	 escolar	 centrado	 en	 el	 alumno;
subordina	el	conocimiento	objetivo	a	las	experiencias	y	las	metas	de	los	alumnos.
La	 expresión	 más	 representativa	 de	 la	 perspectiva	 interpretativa	 está	 dada	 por	 la	 New
Directions	Sociology	inglesa;	los	trabajos	de	Young	y	Esland	son	especialmente	significativos
con	 relación	 al	 curriculum.	 Se	 suele	 incluir	 a	 Bernstein	 en	 la	 ‘nueva	 sociología’,	 pero	 él	 se
considera	fuera	de	ese	grupo	y,	como	veremos	en	el	capítulo	dedicado	a	su	teoría,	define	a	su
orientación	teórica	como	‘vieja	sociología’.	Con	todo,	haremos	aquí	una	breve	referencia	a	la
teoría	de	Bernstein	sobre	el	curriculum	porque	ella,	en	alguna	medida,	incorpora	elementos
afines	a	la	perspectiva	interpretativa,	sin	abandonar	su	afiliación	a	la	sociología	de	Durkheim.
Hay	 que	 aclarar,	 además,	 que	 gran	 parte	 de	 los	 postulados	 de	 la	 ‘nueva	 sociología	 de	 la
educación’	han	sido	tomados	de	los	trabajos	de	Bernstein.
4.2.1.	Los	códigos	del	conocimiento	educacional	de	Basil	Bernstein
Bernstein	 sostiene	 que	 la	 forma	 en	 que	 una	 sociedad	 selecciona,	 clasifica	 y	 valora	 el
conocimiento	educativo	es	un	reflejo	de	la	distribución	del	poder	en	esa	sociedad	y	de	los
principios	 de	 control	 social	 que	 imperan	 en	 ella.	 Debido	 a	 que	 el	 conocimiento	 es	 un
regulador	 principal	 de	 las	 experiencias	 del	 sujeto,	 la	 trasmisión	 formal	 del	 conocimiento
educacional	influye	sobre	esas	experiencias	de	diferentes	maneras.	Para	poder	dilucidar	esas
influencias,	Bernstein	analiza	lo	que	él	denomina	‘sistemas	de	mensajes’	mediante	los	cuales
se	 hace	 realidad	 el	 conocimiento	 escolar:	 el	 curriculum,	 la	 pedagogía	 y	 la	 evaluación.	 El
curriculum	define	lo	que	se	considera	conocimiento	válido;	la	pedagogía	define	lo	que	cuenta
como	trasmisión	válida	de	ese	conocimiento	y	la	evaluación	hace	alusión	a	lo	que	se	entiende
como	verificación	válida	del	conocimiento	por	parte	del	que	aprende.
El	 audaz	 y	 ambicioso	 intento	 de	 Bernstein	 de	 relacionar	 la	 estructura	 del	 conocimiento
escolar	y	la	forma	de	trasmitirlo,	con	la	estructura	de	poder	y	de	control	de	la	sociedad	global
(en	 definitiva,	 el	 micro	 y	 el	 macronivel),	 se	 lleva	 a	 cabo	 mediante	 un	 conjunto	 de
instrumentos	conceptuales	muy	abstractos	y	difíciles	de	definir	en	términos	empíricos:	los
conceptos	de	‘clasificación’	y	‘encuadre’	(enmarcamiento	o	marco,	según	otras	traducciones).
Con	estos	conceptos	elabora	una	tipología	de	los	‘códigos	del	conocimiento	escolar’.	Aplica	el
concepto	de	‘clasificación’	al	curriculum	y	el	de	‘encuadre’	a	la	pedagogía.
La	‘clasificación’	se	refiere	a	la	fuerza	de	los	límites	entre	las	asignaturas	del	curriculum.	Una
clasificación	 fuerte,	 da	 lugar	 a	 curricula	 de	 ‘colección’	 o	 ‘seriados’.	 En	 éstos	 la	 separación
entre	las	asignaturas	es	rígida,	hay	una	mayor	especialización	y	diferenciación	entre	ellas.	Los
profesores	 son	 socializados	 en	 una	 sola	 disciplina	 (reciben	 formación	 especializada	 y	 en
profundidad	 en	 una	 disciplina)	 y	 no	 hay	 relaciones	 entre	 diferentes	 disciplinas.	 Una
clasificación	 débil,	 en	 cambio,	 da	 lugar	 a	 ‘curricula	 integrados’,	 cuyas	 características	 son
opuestas	 a	 las	 de	 los	 anteriores.	 Los	 límites	 entre	 disciplinas	 son	 difusos	 y	 las	 relaciones
horizontales	 entre	 las	 diferentes	 asignaturas	 son	 fluidas.	 El	 profesor	 es	 socializado	 en
distintas	asignaturas.
El	‘encuadre’	define	la	relación	entre	profesor	y	alumno.	La	‘fuerza	del	encuadre’	señala	el
grado	de	control	que	profesores	y	alumnos	tienen	sobre	la	selección,	organización	y	ritmo	de
trasmisión	 del	 conocimiento.	 Cuando	 el	 encuadre	 es	 fuerte,	 el	 control	 es	 ejercido	 por	 los
profesores;	cuando	es	débil,	parece	que	los	alumnos	tienen	la	iniciativa	(porque	en	realidad	lo
ejerce	 el	 profesor,	 pero	 de	 manera	 no	 explícita).	 En	 el	 primer	 caso	 las	 posibilidades	 de
introducir	modificaciones	en	la	interacción	educativa	por	parte	de	profesores	y	alumnos	son
escasas,	en	el	segundo	esas	posibilidades	son	mayores.
Como	 la	 clasificación	 y	 el	 encuadre	 son	 variables	 independientes	 entre	 sí,	 y	 se	 aplican	 a
sistemas	 de	 mensajes	 diferentes,	 se	 pueden	 dar	 distintas	 combinaciones	 entre	 ellas.	 Por	 lo
general,	 el	 código	 de	 colección	 supone	 clasificación	 y	 encuadre	 fuertes,	 mientras	 que	 el
integrado	supone	clasificación	y	encuadre	débiles.
Otras	cuestiones	que	se	propone	analizar	Bernstein	son	las	relativas	a	las	condiciones	sociales
que	actúan	como	determinantes	de	cada	uno	de	esos	códigos	del	conocimiento	escolar,	las
implicaciones	 pedagógicas	 y	 organizativas	 que	 tienen,	 los	 estilos	 de	 socialización	 que
favorecen	y	su	relación	con	los	problemas	del	orden	y	el	control	sociales.	En	este	sentido	se
observa	 que	 la	 clasificación	 y	 el	 encuadre	 rígidos,	 propios	 de	 los	 curricula	 de	 colección,
favorecen	relaciones	autoritarias	y	jerárquicas,	mientras	que	los	códigos	integrados	suponen
relaciones	 más	 abiertas.	 Para	 que	 sea	 posible	 una	 enseñanza	 integrada,	 fundada	 en	 la
atenuación	 de	 los	 límites	 entre	 disciplinas	 y	 la	 flexibilización	 de	 los	 roles,	 son	 necesarios
equipos	pedagógicos	que	mantengan	entre	sí	una	cierta	coherencia	ideológica	y	que	actúen
con	 un	 propósito	 común.	 Los	 criterios	 de	 evaluación	 del	 aprendizaje	 en	 este	 tipo	 de
enseñanza	son	más	difusos,	pues	no	se	trata	de	verificar	resultados	precisos	en	determinadas
disciplinas,	 sino	 de	 constatar	 aprendizajes	 globales.	 Una	 consecuencia	 de	 esto	 es	 que	 el
control	social	que	se	ejerce	mediante	la	trasmisión	cultural	con	curricula	integrados	es	menos
explícito	 y	 más	 ‘envolvente’.	 El	 mismo	 Bernstein	 admite	 que	 cuando	 los	 criterios	 de
evaluación	son	difusos,	quienes	tienen	más	posibilidades	de	obtener	buenos	resultados	son
los	alumnos	que	han	sido	socializados	en	pautas	y	valores	similares	a	los	de	la	cultura	escolar.
Por	lo	tanto,	los	niños	de	clase	baja	tienen	más	probabilidades	de	fracasar,	pues	experimentan
mayores	dificultades	para	descubrir	qué	tipo	de	respuestas	se	espera	de	ellos.
4.2.2.	La	propuesta	de	Michael	Young
Al	referirnos	a	la	New	Directions	Sociology	(o	nueva	sociología	de	la	educación),	en	un	capítulo
anterior,	tuvimos	oportunidad	de	analizar	algunas	ideas	de	Young	(1971).	Decíamos	allí	que
esta	corriente,	debido	al	énfasis	que	pone	en	el	análisis	del	conocimiento	que	se	trasmite	en
las	 escuelas,	 prácticamente	 reduce	 la	 sociología	 de	 la	 educación	 a	 pura	 sociología	 del
conocimiento.
Young	 propone	 considerar	 al	 conocimiento	 como	 conjuntos	 de	 significados	 socialmente
construidos,	y	al	curriculum,	la	enseñanza	y	el	aprendizaje,	como	expresiones	de	la	organización	y
el	control	del	conocimiento.	Atribuye	a	los	grupos	de	poder	un	papel	central	en	la	definición	de
qué	va	a	ser	tomado	como	conocimiento,	quiénes	van	a	tener	acceso	a	los	diferentes	tipos	de
conocimiento	y,	por	último,	qué	tipo	de	relaciones	se	aceptarán	entre	las	diferentes	áreas	de
conocimiento	 y	 entre	 aquellos	 que	 tienen	 acceso	 a	 ellas	 y	 las	 hacen	 disponibles	 (Brigido,
1987).
Según	 Young	 (1971),	 la	 cuestión	 relativa	 al	 poder	 para	 definir	 lo	 que	 se	 considera
conocimiento	válido,	conduce	al	problema	de	la	estratificación	del	conocimiento.	Ésta	supone
dos	componentes,	el	prestigio	y	la	propiedad.	El	prestigio	alude	a	la	valoración	social	que	se
hace	 de	 las	 diferentes	 áreas	 de	 conocimiento	 (gozan	 de	 más	 prestigio	 los	 conocimientos
científicos	que	los	artísticos	o	los	relacionados	con	las	actividades	técnicas,	por	ejemplo).	La
propiedad	se	refiere	a	la	libertad	o	restricción	que	se	impone	a	determinados	grupos	para
acceder	al	conocimiento,	para	apropiarse	de	él	y,	de	esta	manera,	gozar	de	las	recompensas
asociadas	 a	 su	 posesión	 (no	 todo	 tipo	 de	 conocimiento	 está	 disponible	 a	 cualquier	 tipo	 de
miembro	de	la	sociedad).	La	tarea	de	la	sociología	de	la	educación	en	este	campo	es	tratar	de
explicar	 cómo	 está	 estratificado	 el	 conocimiento	 y	 mediante	 qué	 criterios,	 partiendo	 del
supuesto,	indiscutible	para	Young,	de	que	la	organización	del	conocimiento	está	relacionada
con	las	pautas	valorativas	dominantes	y	la	distribución	del	poder	en	la	sociedad.
La	 cuestión	 relativa	 al	 poder	 para	 determinar	 quiénes	 van	 a	 acceder	 a	 qué	 tipo	 de
conocimiento,	plantea	el	problema	de	la	aplicación	y	el	grado	de	especialización	de	las	áreas	de
conocimiento	 disponibles	 para	 los	 diferentes	 grupos	 sociales.	 Esto	 tiene	 que	 ver	 con	 las
limitaciones	 que	 determinados	 grupos	 encuentran	 para	 acceder	 a	 ciertos	 ámbitos	 del
conocimiento.	Desde	esta	perspectiva,	las	características	y	contenidos	de	los	curricula	estarán
influidos	por	los	valores	o	los	intereses	de	los	grupos	de	poder	involucrados;	éstos	son	los	que
definen	en	qué	medida	cada	tipo	de	conocimiento	estará	disponible	para	diferentes	grupos.
La	 cuestión	 relativa	 a	 la	 definición	 de	 las	 relaciones	 que	 se	 aceptarán	 entre	 las	 diferentes
áreas	de	conocimiento	y	entre	quienes	tienen	acceso	a	ellas	plantea	el	problema	de	la	apertura
de	las	áreas	de	conocimiento.	El	concepto	de	apertura	del	conocimiento	está	tomado	de	la	obra
de	Bernstein	sobre	la	tipología	de	los	‘códigos	educacionales’,	donde	se	refiere	al	curriculum.
De	 estas	 tres	 cuestiones,	 la	 más	 importante,	 para	 Young,	 es	 la	 primera,	 es	 decir,	 la
estratificación	del	conocimiento.	Es	en	el	nivel	de	la	estratificación	del	conocimiento	donde
se	 pueden	 relacionar	 claramente	 los	 principios	 de	 control	 y	 organización	 con	 el	 orden
institucional	dominante.	A	partir	de	la	consideración	de	la	base	social	del	conocimiento,	se
plantean	 preguntas	 como	 éstas:	 ¿cuál	 es	 la	 relación	 entre	 la	 estructura	 de	 poder	 y	 los
curricula?,	 ¿qué	 relación	 hay	 entre	 el	 acceso	 al	 conocimiento	 y	 las	 oportunidades	 para
legitimarlo	como	‘superior’	o	de	mayor	status?,	¿qué	relación	hay	entre	el	conocimiento	y	su
función	 en	 diferentes	 clases	 de	 sociedad?	 Las	 respuestas	 que	 Young,	 y	 con	 él	 la	 ‘nueva
sociología	de	la	educación’,	da	a	estas	preguntas	es,	en	general,	meramente	especulativa.	No
hay	 todavía	 suficientes	 estudios	 empíricos	 que	 permitan	 extraer	 conclusiones	 válidas	 para
algún	contexto	social	determinado.
Hemos	dicho	en	un	artículo	sobre	este	tema	(Brigido,	1987)	que,	tal	como	Young	plantea	las
cuestiones	 de	 la	 estratificación,	 la	 especialización	 y	 la	 apertura	 del	 conocimiento,	 toda	 la
problemática	 relacionada	 con	 el	 curriculum,	 los	 criterios	 de	 excelencia	 escolar,	 el	 fracaso
escolar,	 etc.,	 desemboca	 en	 el	 campo	 de	 lo	 político.	 Coincidiendo	 con	 Forquin	 (1987),
afirmábamos	allí	lo	siguiente:	“Los	saberes	escolares	pueden	ser	aceptados	como	el	producto
de	una	‘construcción	social’	en	sentido	fenomenológico,	pero	para	eso	hay	que	precisar	que
los	‘constructores’	no	se	encuentran	en	un	plano	de	igualdad	en	la	‘negociación	a	propósito
de	 los	 significados’:	 hay	 dominantes	 y	 dominados.	 Con	 el	 concepto	 de	 ‘política	 del	 saber
escolar’	 la	 referencia	 interaccionista	 fenomenológica	 se	 diluye	 así	 en	 un	 conflictivismo
macrosociológico	weberiano	o	marxista”3.
Sin	duda,	el	ambicioso	intento	de	Young	de	descubrir	las	relaciones	entre	la	estructura	de
poder	en	la	sociedad,	las	ideologías	dominantes	y	lo	que	ocurre	en	las	escuelas,	no	es	tarea
sencilla.	Además	de	problemas	teóricos,	la	relación	entre	el	micro	y	el	macronivel	plantea
serios	problemas	metodológicos	que,	por	lo	que	sabemos,	no	han	sido	resueltos	aún.
4.2.3.	El	enfoque	“constructivista”	de	Goeffrey	Esland
Siguiendo	 la	 misma	 línea	 teórica	 de	 Young,	 pero	 acentuando	 más	 la	 perspectiva
fenomenólogica	y	la	idea	de	la	sociedad	como	una	realidad	‘construida	intersubjetivamente’
de	Berger	y	Luckmann,	Esland	(1971)	propone	que	en	el	estudio	sociológico	del	curriculum	y
de	los	cambios	curriculares,	se	tomen	en	cuenta	las	perspectivas	intersubjetivas	de	los	actores
de	la	vida	escolar,	acerca	de	lo	que	se	trasmite	en	las	escuelas.
Esland	afirma	que,	con	un	enfoque	de	este	tipo,	es	posible	elaborar	una	sociología	empírica
del	 conocimiento,	 y	 que	 la	 misma	 puede	 hacer	 una	 poderosa	 contribución	 a	 nuestra
comprensión	del	proceso	educativo,	cosa	que	no	ha	ocurrido	con	la	sociología	‘tradicional’.
Ésta,	debido	a	su	idea	de	que	el	conocimiento	es	algo	objetivo	y	separado	de	la	subjetividad
humana	en	la	cual	es	construido,	mantenido	y	transformado,	tiene	una	concepción	reificada
del	 curriculum	 y	 una	 visión	 del	 hombre	 como	 un	 receptor	 pasivo,	 una	 ‘personificación	 de
facticidades	externas’.	Como	resultado	de	ello,	las	materias	escolares	corresponderían	a	unas
áreas	 de	 la	 realidad	 objetivamente	 diferentes,	 o	 a	 unas	 formas	 de	 conocimiento	 lógica	 o
epistemológicamente	distintas.
A	esa	visión	‘objetivista’	propia	de	la	sociología	“tradicional”,	Esland	opone	una	visión	del
hombre	 como	 agente	 que	 interpreta	 activamente	 su	 mundo.	 Las	 estructuras	 cognoscitivas
que	 constituyen	 la	 cultura	 escolar	 dependen	 de	 la	 credibilidad	 representada	 por	 los
profesores,	 los	 alumnos	 y	 los	 grupos	 implicados	 en	 la	 producción	 y	 legitimación	 de	 esos
saberes.	 Éstos,	 bajo	 su	 apariencia	 de	 realidades	 objetivas,	 no	 son	 más	 que	 conjuntos	 de
significados	intersubjetivamente	compartidos.
Tomando	como	punto	de	partida	esta	visión	del	hombre	y	el	conocimiento,	en	el	análisis	del
curriculum	adquieren	especial	importancia	las	perspectivas	intersubjetivas	de	los	profesores
relativas	a	la	pedagogía	(supuestos	sobre	el	aprendizaje,	el	status	intelectual	del	niño,	el	estilo
de	enseñanza);	a	la	enseñanza	(identificación	de	los	paradigmas,	su	grado	de	integración,	los
problemas	 más	 importantes,	 la	 utilidad	 del	 conocimiento,	 los	 criterios	 de	 utilidad,	 los
supuestos	sobre	la	progresión	inferencial	desde	el	conocimiento	de	sentido	común	al	teórico);
y	la	carrera	profesional,	es	decir,	la	organización	institucional	y	profesional	del	conocimiento.
4.3.	La	perspectiva	‘reestructuradora’	de	John	Eggleston
Aunque	no	todos	comparten	esta	idea,	entendemos	que	Eggleston	(1989)	intenta	superar	la
visión	polarizada	del	curriculum	puesta	de	manifiesto	por	el	funcionalismo,	de	un	lado,	y	las
corrientes	 interpretativas,	 del	 otro.	 Él	 reconoce	 que	 en	 todo	 curriculum	 se	 yuxtaponen	 los
elementos	‘recibidos’,	acentuados	por	el	primero,	y	los	elementos	‘construidos’,	destacados
por	las	segundas.
Para	Eggleston,	el	análisis	sociológico	del	curriculum	debe	tomar	en	cuenta	tanto	los	factores
sociales	que	ejercen	influencia	sobre	él,	como	las	implicaciones	sociales	a	que	da	lugar	dentro
de	la	escuela	y	en	la	sociedad.	Desde	esta	perspectiva,	el	curriculum	es	visto,	no	sólo	como	un
instrumento	de	trasmisión	de	pautas	culturales	y	preparación	para	el	ejercicio	de	roles,	sino
también	como	un	factor	central	en	el	establecimiento	y	conservación	de	las	estructuras	de
poder	 y	 autoridad	 de	 la	 escuela	 y	 de	 la	 sociedad	 en	 su	 conjunto.	 El	 interés	 sociológico	 se
centra,	por	lo	tanto,	no	sólo	en	los	contenidos,	los	métodos	y	la	evaluación	del	conocimiento
curricular,	sino	también	en	los	orígenes	y	el	apoyo	de	los	valores	implícitos	y	explícitos	que
en	él	se	corporizan.	A	los	sociólogos	les	interesa	cómo	se	legitima	el	curriculum,	por	qué	se
toman	 ciertas	 decisiones	 curriculares	 (aparentes	 y	 encubiertas),	 y	 cuáles	 son	 los	 factores
sociales	que	determinan	la	elección	de	las	materias,	su	contenido	y	sus	métodos.
Para	sintetizar	la	postura	de	Eggleston	se	podrían	adoptar	dos	estrategias	de	análisis	que	no
se	excluyen	entre	sí:	por	una	parte,	el	análisis	del	curriculum	en	el	micro	y	el	macronivel,	y
por	otra,	el	estudio	del	proceso	de	selección	del	curriculum.
a)	El	curriculum	en	el	micro	y	el	macronivel
Desde	el	punto	de	vista	microsociológico,	se	puede	considerar	al	curriculum	como	un	sistema,
similar	 a	 otros	 sistemas	 que	 actúan	 dentro	 de	 la	 escuela,	 como	 el	 de	 exámenes,	 el	 de
enseñanza,	 el	 de	 control	 y	 el	 administrativo.	 Si	 bien	 el	 curriculum	 es	 fundamental,	 sería
engañoso	 afirmar,	 según	 Eggleston,	 que	 todo	 lo	 que	 ocurre	 dentro	 de	 la	 escuela	 está
determinado	por	él.	Otro	aspecto	a	considerar	en	el	micronivel	es	la	relación	del	curriculum
con	el	sistema	de	valores	y	de	poder	dentro	de	la	escuela,	lo	cual	resulta	bastante	complejo,
debido	a	que	estos	sistemas	no	se	relacionan	en	forma	directa	con	la	conducta	cotidiana	de
maestros	 y	 alumnos.	 El	 sistema	 de	 valores	 orienta	 el	 desarrollo	 de	 los	 otros	 sistemas	 y	 la
totalidad	 de	 las	 decisiones	 que	 se	 toman.	 El	 sistema	 de	 poder	 puede	 captarse	 observando
quién	toma	las	decisiones,	a	qué	nivel	se	toman,	cómo	se	las	ejecuta	y,	sobre	todo,	cómo	se	las
legitima.	Desde	este	punto	de	vista,	también	importa	quién	controla	el	cumplimiento	de	las
decisiones	que	se	toman	y	cómo	se	sanciona	la	violación	de	las	disposiciones	adoptadas	por
los	responsables	de	la	conducción.
Desde	el	punto	de	vista	macrosociológico,	se	trata	de	relacionar	la	estructura	normativa	y	de
poder	dentro	de	la	escuela	con	el	sistema	social	global,	a	través	de	los	múltiples	mecanismos
que	 vinculan	 las	 normas	 y	 valores	 de	 la	 escuela	 con	 los	 de	 la	 sociedad.	 Estos	 mecanismos
comprenden	las	disposiciones	administrativas	de	las	autoridades	educativas;	la	provisión	de
egresados	 a	 la	 estructura	 ocupacional;	 las	 manifestaciones	 de	 la	 opinión	 pública	 sobre	 la
actuación	 de	 maestros,	 alumnos	 y	 escuelas;	 el	 desarrollo	 de	 agencias	 públicas	 para	 la
elaboración	del	curriculum;	la	tarea	de	instituciones	oficiales	y	privadas	relacionadas	con	la
educación;	 el	 material	 de	 enseñanza	 provisto	 por	 organismos	 oficiales	 y	 privados,
comerciales	y	profesionales;	etc.,	etc.
Para	Eggleston,	el	análisis	sociológico	incluye	tanto	al	curriculum	‘oficial’	o	manifiesto,	como
al	‘oculto’	o	latente.	Propone	una	definición	de	curriculum	que	incluye	a	los	dos.	Desde	la
sociología,	dice,	vemos	al	curriculum	como	“un	cuerpo	de	experiencias	de	aprendizaje	que
responde	a	una	visión	societaria	del	conocimiento	que	puede	no	ser	totalmente	expresada	ni
aún	 del	 todo	 aceptada	 por	 maestros	 y	 alumnos.	 Los	 logros	 del	 curriculum	 dependerán,	 en
gran	medida,	de	la	amplitud	con	que	esta	visión	que	la	sociedad	tiene	del	conocimiento	sea
compartida	por	la	escuela,	sus	maestros	y	sus	alumnos”4.
b)	El	proceso	de	selección	del	curriculum
Eggleston	sostiene	que	el	curriculum	es	el	resultado	de	una	serie	de	“procesos	conflictivos	que
dan	lugar	a	una	variedad	de	compromisos,	ajustes	y	puntos	de	equilibrio	con	varios	grados	de
estabilidad.	En	todas	estas	negociaciones,	un	concepto	subyacente	es	el	de	poder,	que	puede
apreciarse	en	dos	niveles:	a)	el	poder	para	adoptar	decisiones	que	ejerzan	influencia	en	la
tarea	de	maestros	y	alumnos;	y	b)	el	control	sobre	el	poder	que	pueden	lograr	los	alumnos	o
del	cual	se	los	puede	privar	determinando	el	acceso	a	componentes	curriculares	de	status	más
elevado	 o	 más	 bajo,	 la	 evaluación	 y	 oportunidades	 asociadas	 a	 ellos”5.	 Los	 factores
comprometidos	en	estos	procesos	son	la	definición,	evaluación	y	principios	de	distribución
del	conocimiento,	por	una	parte,	y	la	identidad	de	los	grupos	cuyas	definiciones	prevalecen
en	 estos	 asuntos,	 por	 otra.	 Lo	 más	 relevante	 para	 la	 sociología	 es	 el	 problema	 de	 la
legitimidad	 de	 los	 grupos,	 ya	 que,	 como	 afirma	 Eggleston,	 “el	 curriculum	 existe	 y	 la
distribución	 es	 real	 porque	 la	 gente	 cree	 en	 el	 conocimiento	 curricular	 que	 contiene	 y	 la
justicia	de	su	distribución.	En	realidad	es	posible,	tal	como	indica	Durkheim,	considerar	al
curriculum	no	tanto	como	un	cuerpo	de	conocimiento	sino	como	la	‘representación	colectiva’
de	una	comunidad”6.
Además	del	poder,	el	otro	proceso	involucrado	en	la	selección	del	curriculum	es	el	de	control
social,	 que	 puede	 identificarse	 descubriendo	 quiénes	 son	 elegidos	 para	 acceder	 a
determinados	curricula	y	a	qué	partes	de	los	mismos	pueden	ellos	acceder.
Para	Eggleston,	“el	potencial	de	la	perspectiva	reestructuradora	en	el	análisis	del	curriculum
es	considerable	y	su	utilidad	evidente	para	el	examen	tanto	de	la	teoría	recibida	cuanto	de	la
reflexiva,	subrayando	la	educación	y	los	curricula	compensadores	para	los	casos	de	deserción
escolar	 no	 académica.	 Ofrece	 también	 la	 oportunidad	 de	 efectuar	 un	 mejor	 examen	 de
componentes	 tales	 como	 la	 conducta	 del	 maestro	 y	 de	 conceptos	 importantes	 como	 el	 de
poder,	 hasta	 ahora	 poco	 estudiado	 en	 ambas	 perspectivas.	 Si	 bien	 hemos	 llegado	 a	 la
perspectiva	 reestructuradora	 por	 incrementación,	 puede	 y	 debe	 usársela	 de	 manera
independiente;	 su	 capacidad	 crítica	 existe	 y	 puede	 emplearse	 sin	 mayores	 ensayos	 de	 los
defectos	de	las	perspectivas	a	partir	de	las	cuales	se	elaboró”7.
1	Para	completar	lo	expuesto	en	este	punto,	invitamos	a	releer	lo	que	vimos	sobre	Mannheim	en	el	Capítulo	I.
2	Dreeben,	1985,	pág.	84.
3	Brigido,	1987,	pág.	51.
4	Eggleston,	1989,	pág.	33.
5	Eggleston,	1989,	pág.	36.
6	Eggleston,	1989,	pág.	36.
7	Eggleston,	1989,	pág.	94
Capítulo	VII
P.	Bourdieu	y	J.	C.	Passeron:	una	teoría	del	sistema	de	enseñanza
El	 trabajo	 de	 Pierre	 Bourdieu	 y	 Jean	 Claude	 Passeron,	 publicado	 en	 1970	 con	 el	 título	 La
reproduction	 por	 Les	 Éditions	 Minuit	 de	 París,	 representa	 una	 versión	 particular	 del
paradigma	reproductivista1.	A	diferencia	del	reproductivismo	de	corte	netamente	marxista,
la	teoría	de	la	reproducción	que	desarrollan	Bourdieu	y	Passeron,	si	bien	recupera	algunos	de
los	planteos	de	Marx	sobre	la	relación	entre	la	educación	y	la	estructura	de	clases,	incorpora
también	 ideas	 y	 conceptos	 extraídos	 de	 la	 sociología	 de	 Durkheim	 y	 de	 Weber.	 De	 la
integración	de	estas	posturas	teóricas,	tan	dispares	en	algunos	aspectos,	surge	una	propuesta
muy	interesante	y	ambiciosa,	destinada	a	develar	los	mecanismos	por	medio	de	los	cuales	se
lleva	a	cabo	la	reproducción	del	orden	establecido,	mecanismos	que	actúan	de	manera	muy
sutil	y	oculta,	y	por	lo	tanto,	no	son	perceptibles	por	aquellos	que	experimentan	su	acción.
La	primera	edición	de	esta	obra	en	lengua	castellana,	La	reproducción.	Elementos	para	una	teoría
del	sistema	de	enseñanza,	data	de	1977.	El	libro	desató	una	verdadera	polémica	entre	sociólogos
de	diferentes	orientaciones	y	dio	lugar	a	un	intenso	debate	en	el	que	abundaron	críticas	muy
duras	 al	 trabajo	 de	 Bourdieu	 y	 Passeron.	 Estas	 críticas	 provenían	 tanto	 de	 las	 posturas
conservadoras	en	la	sociología,	como	de	aquellas	identificadas	con	la	izquierda	radicalizada.
Este	hecho	no	hizo	más	que	agudizar	el	interés	por	la	obra	y	pronto	ella	se	constituyó	en	un
punto	 de	 referencia	 ineludible	 para	 quienes	 estaban	 interesados	 en	 estudiar	 el	 sistema	 de
enseñanza	 y	 su	 papel	 en	 la	 reproducción	 del	 orden	 social.	 Más	 tarde	 también	 atrapó	 la
atención	 de	 quienes	 se	 dedicaban	 a	 análisis	 de	 carácter	 más	 microsociológico	 pues	 los
conceptos	contenidos	en	ella	se	mostraron	potentes	para	el	estudio	de	algunos	fenómenos	de
este	tipo.
A	 más	 de	 treinta	 años	 de	 su	 primera	 aparición,	 La	 Reproducción	 sigue	 teniendo	 vigencia,
aunque	 algunos	 afirmen	 lo	 contrario.	 En	 un	 trabajo	 reciente,	 el	 propio	 Bourdieu	 (1998)
descalifica	a	quienes	sostienen	esta	última	postura	y	afirma	que	su	libro,	hoy	más	que	nunca,
describe	las	cosas	como	son	y	que	la	observación	ha	confirmado	todo	lo	que	en	él	se	dice.
Expresa	 textualmente,	 “veinte	 años	 después	 veo	 que	 es	 aún	 más	 verdadero	 de	 lo	 que	 yo
creía”2.
Es	 importante	 advertir	 que	 se	 trata	 de	 una	 obra	 cuya	 lectura	 ofrece	 algunas	 dificultades,
debidas	 en	 gran	 parte	 a	 la	 forma	 expositiva	 elegida	 por	 los	 autores.	 Ésta,	 “que	 el	 lector
considerará	 tal	 vez	 innecesariamente	 compleja,	 no	 es	 aquí,	 sin	 embargo,	 gratuita;	 antes	 al
contrario,	 contiene,	 hasta	 cierto	 punto,	 la	 clave	 del	 libro:	 no	 existe	 discurso	 que	 pueda
escapar	a	las	normas	del	discurso,	no	hay	‘verdad	objetiva’,	punto	de	apoyo	exterior	al	reflejo
deformado,	encerrado	en	los	límites	de	un	sistema	previamente	definido”3.
El	 libro	 persigue	 de	 modo	 algo	 implícito	 un	 doble	 objetivo	 que,	 como	 dice	 Subirats	 en	 su
excelente	-aunque	no	exenta	de	crítica-	introducción	a	la	edición	en	castellano,	los	autores
consiguen	de	modo	desigual:	por	una	parte,	construir	un	modelo	teórico	válido	para	todo
sistema	escolar,	y	por	otra,	mostrar,	a	partir	del	análisis	de	los	mecanismos	de	actuación	del
sistema	educativo	francés,	hasta	qué	punto	la	igualdad	formal	dentro	del	sistema	entraña	una
gran	dosis	de	violencia.
En	 línea	 con	 dichos	 objetivos,	 la	 obra	 está	 dividida	 en	 dos	 partes,	 cada	 una	 de	 las	 cuales
responde	 a	 uno	 de	 esos	 objetivos.	 El	 libro	 I,	 titulado	 “Fundamentos	 de	 una	 teoría	 de	 la
violencia	 simbólica”,	 despliega	 el	 modelo	 teórico.	 Notemos	 que	 el	 título	 no	 alude	 a	 una
‘teoría	 de	 la	 reproducción’,	 como	 se	 la	 denomina	 generalmente,	 sino	 de	 la	 “violencia
simbólica”.	La	reproducción	es	el	resultado	de	la	‘violencia	simbólica’	que	ejerce	de	manera
sistemática	 y	 duradera	 el	 sistema	 de	 enseñanza.	 En	 este	 Libro	 I	 aparecen	 los	 conceptos
centrales	de	la	teoría,	contenidos	en	un	conjunto	de	proposiciones	que	apuntan	a	sostener	la
tesis	general	del	trabajo.	Esta	tesis	afirma	que	el	sistema	escolar,	por	la	forma	en	que	actúa,	es
un	 instrumento	 de	 legitimación	 de	 las	 jerarquías	 sociales.	 “Tanto	 la	 organización	 de	 este
aparato	 como	 la	 estructura	 ideológica	 que	 lo	 fundamenta	 tienden	 a	 presentarlo	 como
‘neutro’	u	‘objetivo’	en	relación	a	las	clases	sociales.	Aparentemente,	la	escuela	no	hace	sino
traducir	en	títulos	jerarquizados	el	valor	intrínseco	de	cada	individuo;	a	partir	de	aquí	las
desigualdades	sociales	son	sólo	atribuibles	a	desigualdades	naturales”44
.	El	modelo	de	análisis
desarrollado	en	el	Libro	I	tiene,	para	los	autores,	pretensiones	de	validez	general,	es	decir,
puede	aplicarse	para	el	análisis	de	cualquier	sistema	educativo.	Consiste	en	el	desarrollo	de
una	serie	de	proposiciones	que	develan	cómo	actúan,	dentro	del	sistema,	los	mecanismos	de
la	 dominación	 propios	 de	 una	 sociedad	 estratificada	 en	 clases	 sociales.	 Al	 develar	 esos
mecanismos,	el	modelo	pone	de	manifiesto,	en	el	plano	teórico,	la	falsedad	del	supuesto	de	la
neutralidad	 y	 objetividad	 del	 sistema	 educativo	 respecto	 de	 la	 estratificación	 social.	 Las
proposiciones	principales	son	cinco	y	despliegan	los	conceptos	fundamentales	del	modelo.	A
partir	 cada	 una	 de	 ellas	 se	 derivan	 otras	 de	 diferente	 grado,	 formando	 un	 complejo
entramado	de	proposiciones	relacionadas	entre	sí	de	manera	lógica.
El	“Libro	II”	tiene	un	título	muy	sugerente:	“El	mantenimiento	del	orden”.	En	él,	los	autores
aplican	el	modelo	desarrollado	en	la	primera	parte	al	análisis	del	sistema	educativo	francés.
Las	 relaciones	 lógicas	 entre	 las	 proposiciones	 se	 traducen	 aquí	 en	 hipótesis	 que	 se	 ponen
rigurosamente	a	prueba	en	el	plano	fáctico.	De	ello	resulta	un	cuerpo	de	evidencia	empírica,
conseguido	por	un	equipo	de	investigación	durante	más	de	diez	años	de	trabajo,	destinado	a
mostrar	 la	 validez	 de	 la	 tesis	 sostenida	 por	 los	 autores.	 El	 contenido	 del	 Libro	 II	 viene	 a
completar	los	resultados	del	estudio	que	Bourdieu	y	Passeron	realizaron	sobre	los	estudiantes
universitarios	 franceses	 en	 Les	 Héritiers.	 Les	 étudiants	 et	 la	 culture5,	 donde	 demostraron
empíricamente	que	la	situación	de	los	estudiantes	frente	a	la	cultura	escolar	difiere	según	su
origen	 social	 y	 que	 las	 diferencias	 de	 origen	 se	 traducen	 en	 diferencias	 de	 aptitudes	 para
responder	 a	 las	 exigencias	 de	 la	 escuela,	 lo	 cual	 condiciona	 la	 posibilidad	 de	 finalizar	 la
carrera	y	obtener	el	diploma.	En	definitiva,	por	la	forma	en	que	opera,	el	aparato	escolar	no
hace	más	que	confirmar	un	resultado	que	ya	estaba	determinado	de	antemano:	el	éxito	de	los
que,	por	su	origen	social,	poseen	la	‘gran	cultura’,	es	decir,	la	selección	de	los	elegidos	(los
‘herederos’).
A	pesar	de	su	contenido	aparentemente	dispar	por	la	forma	elegida	para	su	exposición,	el
Libro	I	y	el	II	constituyen	una	unidad	y	deben	ser	tomados	como	tal.	Al	respecto,	sus	autores
expresan	lo	siguiente:	“A	diferencia	de	un	simple	catálogo	de	relaciones	de	hechos	o	de	una
suma	de	proposiciones	teóricas,	el	conjunto	de	proposiciones	que	se	presenta	en	el	libro	I	es
el	resultado	del	esfuerzo	para	constituir,	en	un	sistema	susceptible	de	control	lógico,	por	una
parte,	 las	 proposiciones	 que	 se	 han	 construido	 para	 y	 por	 las	 operaciones	 mismas	 de
investigación	o	que	han	aparecido	como	exigencia	lógica	para	fundar	en	ellas	los	resultados,
y	por	otra	parte,	las	proposiciones	teóricas	que	han	permitido	construir,	por	deducción	o	por
especificación,	proposiciones	directamente	susceptibles	de	ser	verificadas	empíricamente”6.
Dicho	en	términos	más	sencillos,	los	dos	libros	unen	de	modo	lógico	y	sistemático,	la	teoría
con	la	investigación	empírica.	Esta	estrategia	de	trabajo	de	Bourdieu	y	Passeron	responde	a
las	 exigencias	 que	 los	 padres	 fundadores	 de	 la	 sociología	 aplicaron	 en	 sus	 estudios	 e
impusieron	para	la	disciplina.
Por	razones	obvias,	vamos	a	tratar	de	analizar	aquí	solamente	el	modelo	teórico.	Haremos
referencia	a	las	cinco	proposiciones	de	primer	grado,	es	decir,	las	fundamentales.	Cada	una
de	 ellas	 contiene	 los	 conceptos	 centrales	 del	 modelo.	 Hacer	 este	 recorte	 implica	 una
referencia	incompleta	y	fragmentaria	al	trabajo	de	Bourdieu	y	Passeron,	lo	cual	encierra,	sin
duda,	el	riesgo	de	pasar	por	alto	aspectos	importantes	y	no	ser	del	todo	fieles	al	pensamiento
de	sus	autores.	Nada	más	aconsejable	para	evitar	estos	riesgos	que	acudir	a	la	fuente,	es	decir,
hay	que	leer	el	libro,	una	tarea	bastante	ardua	por	cierto,	pero	muy	estimulante.
Para	facilitar	la	comprensión	del	modelo,	presentamos	en	la	Figura	nº	1	parte	del	esquema
elaborado	 por	 Bourdieu	 y	 Passeron	 con	 el	 objeto	 “ayudar	 al	 lector	 a	 aprehender	 la
organización	 del	 conjunto	 de	 proposiciones	 presentado	 en	 el	 libro	 I”.	 Nuestro	 esquema
representa	 las	 relaciones	 lógicas	 más	 importantes	 y	 las	 correspondencias	 entre	 las
proposiciones	centrales	del	mismo	grado;	hemos	dejado	de	lado	todas	las	que	se	derivan	de
ellas.	 Las	 proposiciones	 de	 primer	 grado	 se	 refieren	 a	 la	 Acción	 Pedagógica	 (AP),	 las	 de
segundo	a	la	Autoridad	Pedagógica	(AuP),	las	de	tercero	al	Trabajo	Pedagógico	(TP)	y	las	de
cuarto	al	Sistema	Escolar	(SE).	Son	éstas,	las	de	cuarto	grado,	las	que	Bourdieu	y	Passeron
aplican	 en	 el	 libro	 II	 al	 análisis	 del	 sistema	 educativo	 francés.	 De	 este	 conjunto	 de
proposiciones	deriva	todo	el	entramando	del	modelo,	que	comprende	alrededor	de	ochenta
proposiciones.
Figura	nº	1:	Proposiciones	fundamentales	del	modelo	de	la	‘violencia	simbólica’
1.	Violencia	simbólica
El	concepto	de	‘violencia	simbólica’,	que	recuerda	a	la	concepción	weberiana	de	la	educación
y	 la	 relación	 pedagógica,	 constituye	 el	 núcleo	 de	 la	 ‘teoría	 de	 la	 violencia	 simbólica’.	 Este
concepto	 está	 definido	 en	 la	 primera	 de	 las	 proposiciones	 que	 configuran	 el	 modelo.
Recordemos	 que,	 para	 Bourdieu	 y	 Passeron	 el	 modelo	 vale	 para	 toda	 formación	 social
(familia,	grupos,	organizaciones,	escuela,	etc.)	que	cumple	funciones	de	transmisión	cultural
en	la	sociedad,	sea	de	manera	implícita	(educación	difusa),	o	institucionalizada	(educación
institucionalizada).	 Todas	 las	 proposiciones	 se	 aplican	 a	 cualquiera	 de	 esas	 formaciones.
Solamente	las	de	grado	cuatro	se	refieren	específicamente	al	sistema	escolar,	agencia	a	la	que
se	 le	 asigna	 de	 manera	 explícita	 la	 función	 de	 educar	 y	 cuenta	 para	 ello	 con	 agentes
especialmente	entrenados	para	llevar	a	cabo	la	tareas	inherentes	a	esa	función.
Proposición	0:
“Todo	poder	de	violencia	simbólica,	o	sea,	todo	poder	que	logra	imponer	significaciones	e	imponerlas	como	legítimas	disimulando
las	relaciones	de	fuerza	en	que	se	funda	su	propia	fuerza,	añade	su	fuerza	propia,	es	decir,	propiamente	simbólica,	a	esas	relaciones
de	fuerza”	(pág.	44).
La	‘violencia	simbólica’	designa	un	poder	de	imposición	de	significados	cuya	característica
fundamental	 es	 que	 oculta	 su	 verdadera	 naturaleza,	 es	 decir,	 no	 aparece	 como	 una
imposición	fundada	en	relaciones	de	fuerza	en	las	cuales	unos	ejercen	poder	sobre	otros.	El
concepto	de	poder	en	La	reproducción	surge	de	las	teorías	de	Marx,	Weber	y	Durkheim	sobre
los	fundamentos	del	poder,	en	el	sentido	que	contempla	elementos	de	las	tres	perspectivas,
pero	remite	fundamentalmente	a	la	concepción	de	Max	Weber.	Éste	define	al	poder	como	la
posibilidad	que	tiene	un	actor	de	imponer	su	voluntad	a	otros,	aun	a	costa	de	la	resistencia	de
éstos.	 En	 la	 ’violencia	 simbólica’	 el	 poder	 de	 imposición	 no	 aparece	 como	 tal,	 sino	 que	 es
aceptado	por	el	receptor	de	los	significados	que	se	imponen,	en	virtud	de	la	legitimidad	que
el	 receptor	 le	 otorga	 al	 transmisor.	 Esta	 representación	 de	 legitimidad	 del	 poder	 de
imposición	refuerza	y	perpetúa	ese	poder.
En	el	caso	del	sistema	educativo,	el	poder	consiste	en	la	posibilidad	que	tiene	un	agente	(el
docente)	 de	 imponer	 determinados	 significados	 culturales	 (no	 cualquier	 significado)	 y	 de
imponerlos	como	legítimos,	a	otro	agente	(el	alumno)	que	no	opone	resistencia	a	ello.	En	el
sistema	de	enseñanza,	este	poder	de	imposición	se	ejerce	de	manera	sistemática	y	duradera
por	 parte	 de	 agentes	 autorizados	 y	 especialmente	 entrenados	 por	 el	 propio	 sistema	 para
llevar	a	cabo	la	tarea	de	imposición.	Por	su	parte,	el	que	recibe	la	acción,	otorga	legitimidad	al
sistema	 y	 sus	 agentes,	 de	 modo	 que	 considera	 que	 su	 deber	 es	 obedecer	 el	 mandato.	 Esta
representación	de	legitimidad,	que	corresponde	al	plano	simbólico	y	tiene	carácter	subjetivo,
es	lo	que	facilita	y	perpetúa	las	relaciones	de	poder	que,	en	el	plano	objetivo	o	estructural,
son	propiamente	relaciones	de	fuerza.	En	otras	palabras,	hay	a	la	vez	una	autonomía	y	una
dependencia	 relativa	 de	 las	 relaciones	 simbólicas	 respecto	 de	 las	 relaciones	 de	 fuerza
objetivas.
2.	Acción	pedagógica	y	arbitrariedad	cultural7
La	proposición	1	y	las	que	de	ella	se	derivan,	hacen	alusión	a	la	acción	pedagógica	(AP)	y	la
arbitrariedad	 cultural,	 que	 es	 otro	 concepto	 clave	 del	 modelo	 elaborado	 por	 Bourdieu	 y
Passeron.	 Ambas	 nociones,	 la	 de	 violencia	 simbólica	 y	 la	 de	 arbitrariedad	 cultural,	 son
inseparables	 puesto	 que	 los	 significados	 que	 toda	 acción	 pedagógica	 (AP)	 intenta	 inculcar
corresponden	a	un	‘arbitrario	cultural’.
Proposición	 1:	 “Toda	 acción	 pedagógica	 (AP)	 es	 objetivamente	 una	 violencia	 simbólica	 en	 tanto	 que	 imposición,	 por	 un	 poder
arbitrario,	de	una	arbitrariedad	cultural.”	(pág.	45)
Proposición	1.1:	“La	AP	es	objetivamente	una	violencia	simbólica,	en	un	primer	sentido,	en	la	medida	en	que	las	relaciones	de
fuerza	entre	los	grupos	o	las	clases	que	constituyen	una	formación	social	son	el	fundamento	del	poder	arbitrario	que	es	la	condición
de	la	instauración	de	una	relación	de	comunicación	pedagógica,	o	sea,	de	la	imposición	y	de	la	inculcación	de	una	arbitrariedad
cultural	según	un	modelo	arbitrario	de	imposición	y	de	inculcación	(educación).”	(pág.	46)
Proposición	1.2:	“La	AP	es	objetivamente	una	violencia	simbólica,	en	un	segundo	sentido,	en	la	medida	en	que	la	delimitación
objetivamente	implicada	en	el	hecho	de	imponer	y	de	inculcar	ciertos	significados,	tratados	–por	la	selección	y	exclusión	que	les	es
correlativa-	como	dignos	de	ser	reproducidos	por	una	AP,	re-produce	(en	el	doble	significado	del	término)	la	selección	arbitraria	que
un	grupo	o	una	clase	opera	objetivamente	en	y	por	su	arbitrariedad	cultural.”	(pág.	48)
Proposición	1.3:	“El	grado	objetivo	de	arbitrariedad	(en	el	sentido	de	la	proposición	1.1)	del	poder	de	imposición	de	una	AP	es
tanto	 más	 elevado	 cuanto	 más	 elevado	 sea	 el	 mismo	 grado	 de	 arbitrariedad	 (en	 el	 sentido	 de	 la	 proposición	 1.2)	 de	 la	 cultura
impuesta.”	(pág.	49)
Para	Bourdieu	y	Passeron,	el	alcance	de	las	proposiciones	referidas	a	la	AP	se	halla	definido
por	el	hecho	de	que	se	aplican	a	toda	formación	social	que	cumple	tareas	educativas,	sean
éstas	difusas	(informales)	o	explícitas	(institucionalizadas).	La	formación	social	se	entiende
aquí	como	un	sistema	de	relaciones	de	fuerza	y	de	significados	entre	grupos	o	clases	sociales.
La	AP	es	difusa	cuando	es	ejercida	por	todos	los	miembros	educados	de	una	formación	social;
es	institucionalizada,	cuando	los	que	la	ejercen	son	los	agentes	designados	a	ese	efecto	por
una	institución	directa,	indirectamente,	exclusiva	o	parcialmente	educativa.
Toda	AP,	sea	difusa	o	institucionalizada,	impone	e	inculca	una	arbitrariedad	cultural,	según
un	 modelo	 arbitrario	 de	 imposición	 e	 inculcación	 (educación).	 En	 otras	 palabras,	 toda	 AP
supone	 la	 imposición	 de	 una	 doble	 arbitrariedad.	 Por	 un	 lado,	 la	 arbitrariedad	 de	 lo
impuesto,	 ya	 que	 transmite,	 como	 dignos	 de	 ser	 transmitidos,	 es	 decir	 ‘legítimos’,	 un
conjunto	de	significados	y	contenidos	seleccionados	en	un	proceso	de	exclusión	e	inclusión
que	no	puede	deducirse	de	ningún	principio	universal,	físico	o	espiritual,	sino	que	proviene
de	los	valores	y	la	cultura	de	un	grupo	o	clase	particular.	Y	por	el	otro,	la	arbitrariedad	en	el
modo	de	imposición,	puesto	que	las	condiciones	sociales	de	la	instauración	de	una	relación
de	 comunicación	 pedagógica	 constituyen	 una	 relación	 de	 fuerza,	 de	 dominación-
dependencia.
Para	poder	ejercerse	y	alcanzar	su	efecto	propio,	la	AP	impone	el	desconocimiento	social	de
su	verdad	objetiva	como	violencia	y	poder	simbólico.	La	arbitrariedad	de	la	imposición	y	del
contenido	 impuesto	 ‘no	 aparece	 nunca	 en	 su	 completa	 verdad’,	 ‘es	 desconocida’,	 ‘logra
ocultarse	 como	 tal’.	 A	 partir	 de	 este	 desconocimiento	 o	 enmascaramiento	 de	 la	 verdad
objetiva	de	su	funcionamiento	se	define	el	principio	de	legitimidad	de	la	AP	y	la	justificación
ideológica	del	orden	social	que	reproduce	a	través	de	su	funcionamiento.
La	AP	expresa	y	reproduce	las	relaciones	de	fuerza	entre	grupos	o	clases	de	una	formación
social	 determinada.	 Estas	 relaciones	 de	 fuerza	 se	 encuentran	 tanto	 en	 el	 origen	 de	 la	 AP,
como	en	el	desconocimiento	de	su	verdad	objetiva	y	el	reconocimiento	de	su	legitimidad.
Toda	AP	dominante	es	objetivamente	una	violencia	simbólica,	en	la	medida	en	que,	en	una
relación	 de	 comunicación	 pedagógica,	 inculca	 e	 impone	 como	 sistema	 simbólico	 legítimo
significados	que	corresponden,	en	una	formación	social	determinada,	a	los	intereses	objetivos
(materiales,	simbólicos	y	pedagógicos)	de	los	grupos	o	de	las	clases	dominantes.	Por	lo	tanto,
toda	 AP	 dominante,	 al	 reproducir	 la	 arbitrariedad	 cultural	 que	 inculca,	 contribuye	 a
reproducir	las	relaciones	de	fuerza	entre	los	grupos	o	las	clases	que	la	sustentan.
La	legitimidad	de	la	AP	dominante	es	uno	de	los	instrumentos	que	aseguran	y	perpetúan	la
dominación	 de	 un	 grupo	 o	 de	 una	 clase.	 El	 reconocimiento	 de	 la	 legitimidad	 de	 una
dominación	 constituye	 siempre	 una	 fuerza	 que	 refuerza	 la	 relación	 de	 dominación
establecida,	al	impedir	la	aprehensión	de	dicha	relación	como	tal,	es	decir,	como	relación	de
dominación.
3.	Autoridad	pedagógica
Las	proposiciones	de	segundo	grado	se	refieren	a	la	autoridad	pedagógica	(AuP).	Para	que	el
ejercicio	 de	 la	 AP	 sea	 eficaz,	 es	 decir,	 consiga	 su	 objeto	 propio	 (inculcar	 significados	 e
inculcarlos	como	legítimos)	deben	darse	dos	condiciones	sociales:	por	una	parte,	la	AP	debe
estar	 dotada	 de	 legitimidad,	 o	 sea,	 debe	 constituirse	 como	 AuP,	 y	 por	 otra,	 la	 instancia
encargada	 de	 ejercerla	 debe	 ser	 relativamente	 autónoma	 de	 las	 relaciones	 de	 fuerza	 que
sustentan	la	AP.
Proposición	2:	“En	tanto	que	poder	de	violencia	simbólica	que	se	ejerce	en	una	relación	de	comunicación	que	sólo	puede	producir
su	efecto	propio,	o	sea	propiamente	simbólico,	en	la	medida	en	que	el	poder	arbitrario	que	hace	posible	la	imposición	no	aparece
nunca	en	su	completa	verdad	(en	el	sentido	de	la	proposición	1.1),	y	como	inculcación	de	una	arbitrariedad	cultural	que	se	realiza
en	una	relación	de	comunicación	pedagógica	que	solamente	puede	producir	su	propio	efecto,	o	sea	propiamente	pedagógico,	en	la
medida	en	que	la	arbitrariedad	del	contenido	inculcado	no	aparece	nunca	en	su	completa	verdad	(en	el	sentido	de	la	proposición
1.2),	la	AP	implica	necesariamente	como	condición	social	para	su	ejercicio	la	AuP	y	la	autonomía	relativa	de	la	instancia	encargada
de	ejercerla.”	(pág.	51-52)
Proposición	 2.1:	 “En	 tanto	 que	 poder	 arbitrario	 de	 imposición	 que,	 por	 el	 solo	 hecho	 de	 ser	 ignorado	 como	 tal,	 se	 halla
objetivamente	 reconocido	 como	 autoridad	 legítima,	 la	 AuP,	 poder	 de	 violencia	 simbólica	 que	 se	 manifiesta	 bajo	 la	 forma	 de	 un
derecho	de	imposición	legítima,	refuerza	el	poder	arbitrario	que	la	fundamenta	y	que	ella	disimula.”	(pág.	53)
Proposición	2.2:	“La	AP,	en	tanto	que	está	investida	de	una	AuP,	tiende	a	que	se	desconozca	la	verdad	objetiva	de	la	arbitrariedad
cultural,	ya	que,	reconocida	como	instancia	legítima	de	imposición,	tiende	a	que	se	reconozca	la	arbitrariedad	cultural	que	inculca
como	cultura	legítima.”	(pág.	63)
Proposición	2.3:	“Toda	instancia	(agente,	institución)	que	ejerce	una	AP	sólo	dispone	de	la	AuP	en	calidad	de	mandataria	de	los
grupos	o	clases	cuya	arbitrariedad	cultural	impone	según	un	modo	de	imposición	definido	por	esta	arbitrariedad,	o	sea,	en	calidad
de	detentadora	por	delegación	del	derecho	de	violencia	simbólica.”	(pág.	65)
No	 cabe	 duda	 que	 el	 concepto	 de	 AuP	 remite	 a	 la	 sociología	 de	 Weber,	 que	 define	 la
autoridad	como	el	ejercicio	legítimo	de	la	dominación.	La	autoridad	pedagógica	es	también
una	 violencia	 simbólica,	 pero	 investida	 de	 una	 cualidad	 adicional,	 la	 legitimidad;	 en
consecuencia,	la	obediencia	al	mandatario	y	al	mandato	específico	del	que	aquél	es	titular,
aparece	como	obligatoria	para	el	dominado.	El	alumno	se	somete	a	la	autoridad	del	profesor
porque	reconoce	su	legitimidad	para	ejercer	el	poder	de	imposición,	es	decir,	para	imponer	el
mandato.
En	 el	 sistema	 educativo	 que,	 como	 vimos	 antes,	 es	 una	 formación	 social	 explícitamente
destinada	 a	 educar,	 los	 docentes,	 agentes	 legitimados	 para	 el	 ejercicio	 de	 la	 violencia
simbólica,	actúan	como	mandatarios	institucionales	y	en	tanto	tales,	están	investidos	de	la
autoridad	necesaria	(AuP)	para	que	su	mandato	no	pueda	ser	resistido	por	el	dominado.	La
eficacia	de	la	AP	reside	en	que	el	poder	de	imposición	que	tiene	el	dominador	es	ignorado
como	tal	por	el	dominado.	El	alumno	considera	‘natural’	que	el	profesor	enseñe;	difícilmente
definirá	 la	 tarea	 de	 enseñanza	 en	 términos	 de	 ‘ejercicio	 del	 poder	 de	 imposición’.	 Por	 el
contrario,	 cuanto	 más	 cumple	 el	 docente	 con	 su	 función	 de	 enseñar,	 es	 decir,	 cuanto	 más
ejerce	su	poder	de	imposición,	más	preeminencia	adquiere	frente	a	los	alumnos.
La	AuP	es	así	un	poder	de	violencia	simbólica,	es	decir,	un	poder	arbitrario	de	imposición
(coacción	psicológica,	diría	Max	Weber),	que	se	ignora	como	tal	y	se	manifiesta	bajo	la	forma
de	 un	 derecho	 de	 imposición	 legítima,	 que	 impone	 significaciones	 y	 las	 impone	 como
legítimas.
El	 reconocimiento	 objetivo	 de	 la	 AuP	 como	 autoridad	 legítima	 supone	 dos	 cosas.	 Por	 un
parte,	que	quien	ejerce	la	AP,	en	virtud	de	la	posición	que	ocupa,	aparece	como	transmisor
legítimo,	o	sea,	digno	de	transmitir	lo	que	transmite,	autorizado	para	imponer	su	recepción	y
controlar	 su	 inculcación	 mediante	 sanciones	 (físicas	 o	 simbólicas,	 positivas	 o	 negativas),
socialmente	 aprobadas	 o	 garantizadas.	 Y	 por	 otra,	 este	 carácter	 de	 imposición	 legítima,
refuerza	el	poder	arbitrario	que	la	fundamenta	y	que	ella	disimula.
A	su	vez,	los	receptores	de	la	comunicación	pedagógica,	en	virtud	de	la	posición	que	ocupan,
están	dispuestos	a	reconocer	la	legitimidad	de	la	AuP	de	los	transmisores	y	de	la	información
transmitida	por	éstos	y,	por	lo	tanto,	a	recibir	e	interiorizar	el	mensaje.	Además,	al	producirse
la	 legitimidad	 de	 lo	 que	 se	 transmite,	 se	 designa	 lo	 transmitido	 (arbitrariedad	 cultural
dominante)	 como	 digno	 de	 ser	 transmitido	 (cultura	 legítima)	 por	 el	 sólo	 hecho	 de	 ser
transmitido	legítimamente.
De	esta	manera,	gracias	a	la	AuP,	se	cierra	un	círculo	que	refuerza	el	poder	de	imposición	de
los	 grupos	 o	 clases	 dominantes	 y	 refuerza	 también	 la	 vigencia	 de	 los	 significados	 que	 se
imponen,	 es	 decir,	 del	 arbitrario	 cultural	 que	 constituye	 el	 contenido	 del	 mensaje	 que	 los
agentes	autorizados	transmiten.
4.	Trabajo	pedagógico	y	habitus
Tenemos	en	las	proposiciones	de	tercer	grado	todo	lo	referente	al	trabajo	pedagógico	(TP).
Así	como	el	concepto	de	AP	es	inseparable	del	concepto	de	arbitrario	cultural,	el	concepto	de
TP	es	inseparable	del	de	habitus.	 Bourdieu	 y	 Passeron	 definen	 al	 TP	 como	 el	 ejercicio,	 por
parte	de	un	mandatario	institucional,	de	una	AP	(violencia	simbólica)	llevada	a	cabo	por	una
AuP,	 de	 manera	 sistemática	 y	 regular	 durante	 un	 tiempo	 prolongado,	 a	 fin	 de	 lograr	 la
formación	 de	 un	 habitus	 en	 los	 individuos	 que	 están	 sometidos	 a	 ella.	 Dicho	 en	 otros
términos,	el	resultado	de	este	TP,	que	necesita	para	su	ejercicio	de	una	AuP,	es	la	formación
en	ellos	de	un	sistema	de	disposiciones	duraderas	y	transferibles,	el	habitus,	que	permanece
en	el	tiempo	incluso	cuando	la	acción	ha	cesado	de	producirse.
Proposición	 3:	 “Como	 imposición	 arbitraria	 de	 una	 arbitrariedad	 cultural	 que	 presupone	 la	 AuP,	 o	 sea,	 una	 delegación	 de
autoridad	(en	el	sentido	de	1	y	2),	que	implica	que	la	instancia	pedagógica	reproduzca	los	principios	de	la	arbitrariedad	cultural	que
un	grupo	o	una	clase	impone	presentándolos	como	dignos	de	ser	reproducidos	tanto	por	su	misma	existencia	como	por	el	hecho	de
delegar	 en	 una	 instancia	 la	 autoridad	 indispensable	 para	 reproducirla	 (proposición	 2.3),	 la	 AP	 implica	 el	 TP	 como	 trabajo	 de
inculcación	 con	 una	 duración,	 suficiente	 para	 producir	 una	 formación	 duradera,	 o	 sea,	 un	 habitus	 como	 producto	 de	 la
interiorización	de	los	principios	de	una	arbitrariedad	cultural	capaz	de	perpetuarse	una	vez	terminada	la	AP	y,	de	este	modo,	de
perpetuar	en	las	prácticas	los	principios	de	la	arbitrariedad	interiorizada.”	(pág.	72)
Proposición	3.1:	“Como	trabajo	prolongado	de	inculcación	que	produce	una	formación	duradera,	o	sea,	productores	de	prácticas
conformes	a	los	principios	de	la	arbitrariedad	cultural	de	los	grupos	o	clases	que	delegan	a	la	AP	la	AuP	necesaria	a	su	instauración
y	 a	 su	 continuación,	 el	 TP	 tiende	 a	 reproducir	 las	 condiciones	 sociales	 de	 producción	 de	 esta	 arbitrariedad	 cultural,	 o	 sea,	 las
estructuras	objetivas	de	las	que	es	producto,	por	mediación	del	habitus	como	principio	generador	de	prácticas	reproductoras	de	las
estructuras	objetivas.”	(pág.	73)
Proposición	 3.2:	 “En	 tanto	 que	 acción	 transformadora	 destinada	 a	 inculcar	 una	 formación	 como	 sistema	 de	 disposiciones
duraderas	y	transferibles,	el	TP	que	necesita	la	AuP	como	condición	previa	para	su	ejercicio	tiene	por	efecto	confirmar	y	consagrar
irreversiblemente	la	AuP,	o	sea,	la	legitimidad	de	la	AP	y	de	la	arbitrariedad	cultural	que	inculca,	enmascarando	todavía	más,
mediante	el	éxito	de	la	inculcación	de	la	arbitrariedad,	la	arbitrariedad	de	la	inculcación	y	la	cultura	inculcada.	“	(pág.	77)
Proposición	 3.3:	 “En	 tanto	 que	 el	 TP	 es	 un	 proceso	 irreversible	 que	 produce	 en	 el	 tiempo	 necesario	 para	 la	 inculcación	 una
disposición	 irreversible,	 o	 sea,	 una	 disposición	 que	 sólo	 puede	 ser	 reprimida	 o	 transformada	 por	 un	 proceso	 irreversible	 que
produzca	a	su	vez	una	nueva	disposición	irreversible,	la	AP	primaria	(educación	primera)	que	se	realiza	en	un	TP	sin	antecedentes
(TP	primario)	produce	un	hábito	primario	característico	de	un	grupo	o	clase,	que	está	en	el	origen	de	la	constitución	ulterior	de
cualquier	otro	habitus.”	(pág.	83)
En	 una	 formación	 social	 determinada,	 la	 delegación	 que	 fundamenta	 la	 AP	 dominante
implica,	 además	 de	 la	 delimitación	 del	 contenido	 inculcado,	 una	 definición	 del	 modo	 de
inculcación	y	de	la	duración	de	la	inculcación	que	definen	el	grado	de	realización	del	TP.	El
trabajo	 pedagógico	 (ejercido	 por	 la	 escuela,	 la	 familia,	 una	 iglesia,	 etc.),	 es	 una	 acción	 de
inculcación	continua	y	prolongada,	que	tiene	por	efecto	producir	individuos	dotados	de	una
formación	duradera	y	transferible,	un	habitus,	que	perdura	en	el	tiempo	una	vez	que	cesa	la
AP.
El	habitus,	como	sistema	de	esquemas	de	percepción,	pensamiento	y	acción,	y	como	producto
de	 la	 interiorización	 de	 una	 arbitrariedad	 cultural,	 una	 vez	 que	 cesó	 la	 AP,	 es	 capaz	 de
engendrar	prácticas	que:
	Reproducen,	más	allá	de	toda	reglamentación	expresa	y	por	efecto	de	la	inculcación	en	el
mayor	 número	 posible	 de	 campos,	 las	 condiciones	 sociales	 de	 producción	 de	 la
arbitrariedad	 cultural	 inculcada.	 Es	 decir,	 prácticas	 que	 producen	 su	 efecto	 de
reproducción	de	las	estructuras	objetivas;
	Producen	la	integración	intelectual	o	moral	del	grupo,	sin	recurrir	a	la	represión	externa	y
a	la	coerción	física	al	interiorizarse	las	disciplinas,	las	censuras,	las	exclusiones	etc.,	en
forma	de	autodisciplinas,	autocensuras,	autoexclusiones.
“...	uno	de	los	efectos	menos	percibidos	de	la	escolaridad	obligatoria	consiste	en	que	consigue
de	las	clases	dominadas	el	reconocimiento	del	saber	y	del	saber	hacer	legítimo	(por	ejemplo,
en	el	derecho,	la	medicina,	la	técnica,	las	diversiones	o	el	arte),	provocando	la	desvalorización
del	 saber	 y	 del	 saber	 hacer	 que	 esas	 clases	 dominan	 efectivamente	 (por	 ejemplo,	 derecho
consuetudinario,	 medicina	 doméstica,	 técnicas	 artesanales,	 lengua	 y	 arte	 popular)	 y
formando	de	este	modo	un	mercado	para	los	productos	materiales	y	sobre	todo	simbólicos
cuyos	medios	de	producción	(en	primer	lugar	los	estudios	superiores)	son	casi	un	monopolio
de	 las	 clases	 dominantes	 (por	 ejemplo,	 diagnóstico	 médico,	 consulta	 jurídica,	 industria
cultural)”8.
El	 TP,	 que	 necesita	 de	 la	 AuP	 como	 condición	 previa	 para	 su	 ejercicio,	 tiene	 un	 segundo
efecto:	 consagrar	 la	 AuP	 y,	 por	 lo	 mismo,	 la	 legitimidad	 de	 la	 AP	 y	 de	 la	 arbitrariedad
cultural	que	inculca.	Además,	mediante	el	éxito	de	la	inculcación	de	la	arbitrariedad,	el	TP
produce,	en	primer	lugar,	la	legitimidad	del	producto	(como	objeto	digno	de	ser	consumido
material	o	simbólicamente);	en	segundo	lugar,	la	propensión	a	consumir	este	objeto	(provoca
la	 necesidad	 del	 producto);	 y	 por	 último,	 el	 consumidor	 legítimo,	 es	 decir,	 un	 individuo
dotado	 de	 la	 definición	 social	 del	 producto	 y	 de	 la	 disposición	 a	 consumirlo	 en	 su	 forma
legítima.
Bourdieu	y	Passeron	distinguen	el	TP	pedagógico	primario	del	TP	secundario.	El	primero	se
realiza	 en	 grupos	 como	 la	 familia,	 que	 es	 la	 formación	 social	 encargada	 de	 ejercer	 la	 AP
primaria	(socialización	primaria,	en	términos	de	Berger	y	Luckmann).	Este	TP	produce	un
hábitus	 primario,	 característico	 de	 un	 grupo	 o	 una	 clase	 social,	 que	 está	 en	 el	 origen	 de
cualquier	otro	hábitus.
El	TP	secundario	corresponde	a	la	AP	secundaria,	que	se	realiza	fundamentalmente	en	las
agencias	de	educación	institucionalizada.	El	grado	de	productividad	específica	de	cualquier
TP	 secundario,	 está	 en	 función	 de	 la	 distancia	 que	 separa	 el	 habitus	 que	 tiende	 a	 inculcar
(arbitrariedad	 cultural	 impuesta)	 del	 habitus	 inculcado	 por	 el	 TP	 primario	 (arbitrariedad
cultural	 originaria).	 Dicho	 en	 otros	 términos,	 esa	 productividad	 depende	 de	 lo	 que	 se
pretende	 con	 la	 inculcación,	 es	 decir,	 si	 ésta	 está	 dirigida	 a	 realizar	 la	 sustitución	 de	 un
habitus	 por	 otro	 (reeducación,	 desculturización)	 o	 a	 confirmar	 el	 habitus	 primario
(mantenimiento	o	reforzamiento).
En	este	sentido,	los	autores	destacan	que	el	éxito	de	toda	educación	escolar	depende	de	la
educación	primaria	que	la	ha	precedido,	ya	que	por	medio	de	enseñanzas	vinculadas	a	las
conductas	cotidianas	de	la	vida,	de	la	adquisición	de	la	lengua	materna	o	la	manipulación	de
los	 términos,	 etc.,	 los	 diferentes	 grupos	 o	 clases	 sociales	 dominan	 en	 estado	 práctico
disposiciones	lógicas	que,	por	ejemplo,	predisponen	de	forma	desigual	al	dominio	simbólico
de	las	operaciones	implicadas	en	una	demostración	matemática	o	en	la	interpretación	de	una
obra	de	arte.
5.	El	sistema	de	enseñanza	institucionalizado	y	sus	funciones
Las	proposiciones	de	grado	cuatro	están	dedicadas	a	la	AP	que	se	lleva	a	cabo	en	el	sistema
de	enseñanza	institucionalizado	(SE),	es	decir,	en	la	agencia	que	tiene	como	función	explícita
impartir	 lo	 que	 Bourdieu	 y	 Passeron	 llaman	 educación	 institucionalizada.	 Dentro	 de	 este
sistema,	la	AuP	se	traduce	en	autoridad	escolar	(AuE),	y	el	TP	secundario,	en	trabajo	escolar
(TE),	que	es	un	trabajo	pedagógico	específico	y	reglamentado.
Proposición	4:	“Todo	SE	institucionalizado	debe	las	características	específicas	de	su	estructura	y	de	su	funcionamiento	al	hecho	de
que	le	es	necesario	producir	y	reproducir,	por	los	medios	propios	de	la	institución,	las	condiciones	institucionales	cuya	existencia	y
persistencia	(autorreproducción	de	la	institución)	son	necesarias	tanto	para	el	ejercicio	de	su	función	propia	de	inculcación	como
para	la	realización	de	su	función	de	reproducción	de	una	arbitrariedad	cultural	de	la	que	no	es	el	productor	(reproducción	cultural)
y	cuya	reproducción	contribuye	a	la	reproducción	de	las	relaciones	entre	los	grupos	o	las	clases	(reproducción	social).”	(pág.	95)
Proposición	 4.1:	 “Dado	 1)	 que	 un	 SE	 sólo	 puede	 realizar	 su	 función	 propia	 de	 inculcación	 a	 condición	 de	 que	 produzca	 y
reproduzca,	con	los	medios	propios	de	la	institución,	las	condiciones	de	un	TP	capaz	de	reproducir	en	los	límites	de	los	medios	de	la
institución,	o	sea,	continuamente,	al	menor	costo	y	en	serie,	un	habitus	tan	homogéneo	y	tan	duradero	como	sea	posible,	en	el
mayor	número	posible	de	destinatarios	legítimos	(entre	éstos	los	reproductores	de	la	institución);	dado	2)	que	un	SE	debe,	para
realizar	su	función	externa	de	reproducción	cultural	y	social,	producir	un	habitus	tan	conforme	como	sea	posible	a	los	principios	de
la	 arbitrariedad	 cultural	 que	 está	 encargado	 de	 reproducir,	 las	 condiciones	 del	 ejercicio	 de	 un	 TP	 institucionalizado	 y	 de	 la
reproducción	institucional	de	ese	TP	tienden	a	coincidir	con	las	condiciones	de	la	realización	de	la	función	de	reproducción,	puesto
que	 un	 cuerpo	 permanente	 de	 agentes	 especializados,	 suficientemente	 intercambiables	 como	 para	 poder	 ser	 reclutados
continuamente	 y	 en	 número	 suficiente,	 dotados	 de	 la	 formación	 homogénea	 y	 de	 los	 instrumentos	 homogeneizados	 y
homogeneizantes	que	constituyen	la	condición	de	ejercicio	de	un	TP	específico	y	reglamentado,	o	sea,	de	un	‘trabajo	escolar’	(TE),
forma	 institucionalizada	 del	 TP	 secundario,	 está	 predispuesto	 por	 las	 condiciones	 institucionales	 de	 su	 propia	 reproducción	 a
encerrar	su	práctica	en	los	límites	trazados	por	una	institución	cuya	misión	es	reproducir	la	arbitrariedad	cultural	y	no	decretarla.”
(pág.	98)
Proposición	 4.2:	 “Dado	 que	 plantea	 explícitamente	 la	 cuestión	 de	 su	 propia	 legitimidad	 por	 el	 hecho	 de	 declararse	 como
institución	propiamente	pedagógica	al	constituir	la	AP	como	tal,	o	sea,	como	acción	específica	expresamente	ejercida	y	sufrida	como
tal	(acción	escolar),	todo	SE	debe	producir	y	reproducir,	por	los	medios	propios	de	la	institución,	las	condiciones	institucionales	del
desconocimiento	 de	 la	 violencia	 simbólica	 que	 ejerce,	 o	 sea,	 del	 reconocimiento	 de	 su	 legitimidad	 como	 institución	 pedagógica”.
(pág.	102).
Proposición	4.3:	“En	una	formación	social	determinada,	el	SE	dominante	puede	constituir	el	TP	dominante	como	TE	sin	que	ni
aquellos	que	lo	ejercen	ni	aquellos	que	lo	sufren	dejen	de	ignorar	su	dependencia	respecto	a	las	relaciones	de	fuerza	que	constituyen
la	formación	social	en	la	que	se	ejerce,	porque:	1)	produce	y	reproduce,	por	los	medios	propios	de	la	institución,	las	condiciones
necesarias	 para	 el	 ejercicio	 de	 su	 función	 interna	 de	 inculcación,	 que	 son	 al	 mismo	 tiempo	 las	 condiciones	 suficientes	 de	 la
realización	de	su	función	externa	de	reproducción	de	la	cultura	legítima	y	de	su	contribución	correlativa	a	la	reproducción	de	las
relaciones	de	fuerza;	y	porque	2)	por	el	solo	hecho	de	que	existe	y	subsiste	como	institución,	implica	las	condiciones	institucionales
del	desconocimiento	de	la	violencia	simbólica	que	ejerce,	o	sea,	porque	los	medios	institucionales	de	los	que	dispone	como	institución
relativamente	autónoma,	detentadora	del	monopolio	del	ejercicio	legítimo	de	la	violencia	simbólica,	están	predispuestos	a	servir
además,	bajo	la	apariencia	de	neutralidad,	a	los	grupos	o	clases	de	las	que	reproduce	la	arbitrariedad	cultural	(dependencia	por	la
independencia).”	(pág.	108)
Por	la	lógica	de	su	funcionamiento,	el	SE	tiene	una	tendencia	a	la	autorreproducción.	Esto	es
así	por	lo	siguiente:	i)	el	SE	detenta	el	monopolio	de	la	producción	de	los	agentes	encargados
de	 la	 reproducción	 de	 la	 arbitrariedad	 cultural	 (produce	 agentes	 que	 reproducen	 con	 su
práctica	 pedagógica	 la	 formación	 de	 la	 que	 son	 producto);	 y	 ii)	 produce	 y	 reproduce	 las
condiciones	institucionales	del	desconocimiento	de	la	violencia	simbólica	que	ejerce,	o	sea,
del	reconocimiento	de	su	legitimidad	como	institución	pedagógica.
Por	otra	parte,	todo	SE	posee	una	autonomía	relativa	con	relación	a	los	intereses	de	las	clases
dominantes.	La	definición	completa	de	esta	autonomía	relativa	del	SE	debe	tener	siempre	en
cuenta	los	servicios	específicos	que	esta	autonomía	presta	a	la	perpetuación	de	las	relaciones
de	clase.
Se	 puede	 señalar	 una	 serie	 de	 características	 de	 un	 SE	 institucionalizado	 que	 le	 permiten
constituirse	en	un	instrumento	de	conservación	del	orden	social,	es	decir,	de	reproducción	de
las	relaciones	de	dominación	existentes:
	 Todo	 SE	 está	 formado	 por	 un	 cuerpo	 permanente	 de	 especialistas	 específicamente
reclutados,	 formados	 y	 delegados	 para	 realizar	 el	 ‘trabajo	 escolar’	 (TE),	 mediante
procedimientos	 controlados	 por	 la	 institución,	 en	 lugares	 y	 momentos	 determinados,
usando	 instrumentos	 standarizados	 e	 igualmente	 controlados.	 Este	 cuerpo	 de	 agentes
especializados	 está	 dotado	 de	 una	 formación	 homogénea	 y	 de	 instrumentos
(instrucciones	pedagógicas,	manuales,	programas,	etc.)	homogéneos	y	homogeneizantes,
que	evitan	e	impiden	el	ejercicio	de	un	TE	heterogéneo	y	heterodoxo.	La	homogeneidad
y	ortodoxia	del	TE	presenta	a	la	cultura	escolar	como	cultura	rutinizada	y	ritualizada.
Este	 cuerpo	 de	 agentes	 especializados	 en	 el	 SE,	 al	 estar	 dotado	 como	 veremos	 de
autoridad	escolar	(AuE),	ejerce	su	función	de	manera	legítima.
	Como	instancia	relativamente	autónoma,	todo	SE	produce	y	reproduce	el	reconocimiento
de	su	legitimidad	como	institución	pedagógica	y,	por	lo	tanto,	produce	y	reproduce	el
desconocimiento	de	la	violencia	simbólica	que	ejerce.
	 Todo	 SE	 dota	 a	 sus	 agentes	 de	 una	 autoridad	 delegada,	 o	 sea,	 de	 AuE	 (forma
institucionalizada	de	la	AuP).	La	legitimidad	de	la	institución	exime	a	los	agentes	de	la
institución	de	la	tarea	de	confirmar	y	conquistar	continuamente	su	AuP.	La	AuE	procede
de	 una	 legitimidad	 de	 función,	 garantizada	 por	 la	 institución,	 y	 que	 es	 socialmente
objetivada	y	simbolizada	mediante	procedimientos	y	reglas	institucionales	que	definen	la
formación,	los	títulos	que	la	sancionan,	etc.	La	legitimidad	de	función	de	la	autoridad	de
un	 agente	 del	 SE	 (AuE),	 está	 enmascarada,	 al	 presentarse	 como	 una	 autoridad	 cuyo
fundamento	y	origen	se	encuentra	en	la	persona	del	maestro.	Al	desviarse	la	autoridad
de	 función	 en	 beneficio	 de	 la	 persona	 del	 funcionario,	 se	 produce	 la	 ilusión	 de	 la
independencia	del	ejercicio	del	TE	respecto	a	sus	condiciones	sociales	e	institucionales.
Gracias	 a	 estos	 atributos,	 todo	 SE	 produce	 y	 reproduce,	 por	 los	 medios	 propios	 de	 la
institución,	las	condiciones	institucionales	para:	i)	el	ejercicio	de	su	función	propia	o	interna
de	inculcación,	es	decir,	una	función	de	integración	intelectual	y	moral;	y	ii)	la	realización	de
su	 función	 externa	 de	 reproducción	 social	 de	 las	 relaciones	 de	 clase.	 Cumple	 esta	 función
externa	al	reproducir	la	transmisión	hereditaria	del	capital	cultural,	y	la	reproducción	de	los
valores	y	la	cultura	de	una	clase	particular	como	cultura	objetiva	y	legítima	rechazando	la
cultura	de	otros	grupos	sociales	(arbitrariedad	cultural).	Las	condiciones	necesarias	para	el
ejercicio	 de	 su	 función	 interna	 de	 inculcación,	 son	 al	 mismo	 tiempo	 las	 condiciones
suficientes	de	la	realización	de	su	función	externa	de	reproducción	de	la	cultura	legítima	y	de
su	contribución	correlativa	a	la	reproducción	de	las	relaciones	de	fuerza.
Para	Bourdieu	y	Passeron,	además	de	realizar	su	función	interna	o	propia	(inculcación	de	la
cultura)	 y	 su	 función	 externa	 (reproducción	 del	 orden	 social),	 el	 SE	 logra	 realizar
perfectamente	una	tercera	función	de	carácter	ideológico,	que	consiste	en	la	legitimación	del
orden	establecido.	Y	lo	hace	porque,	acreditando	la	ilusión	de	su	neutralidad	y	autonomía
absoluta,	 logra	 ocultar	 las	 relaciones	 que	 unen	 la	 función	 de	 inculcación	 a	 la	 función	 de
conservación	de	la	estructura	de	relaciones	de	clase	característica	de	una	sociedad.
Para	comprender	adecuadamente	la	naturaleza	de	las	relaciones	que	unen	el	sistema	escolar
a	la	estructura	de	relaciones	de	clase,	los	autores	ponen	de	relieve	en	los	dos	sujetos	de	la
relación	 pedagógica	 (alumnos	 y	 docentes)	 el	 sistema	 de	 relaciones	 circulares	 que	 unen
‘estructuras’	y	‘prácticas’	por	la	mediación	de	los	habitus,	en	tanto	sistemas	de	disposiciones
productos	de	las	estructuras,	productores	de	prácticas	y	reproductores	de	estructuras9.
Las	estructuras	objetivas	producen	los	habitus	de	clase	y	las	disposiciones	y	predisposiciones
que,	al	engendrar	las	prácticas	adaptadas	a	estas	estructuras,	permiten	el	funcionamiento	y
perpetuación	de	las	estructuras.
Desde	esta	perspectiva,	los	sistemas	de	disposiciones	(habitus)	constituyen	uno	de	los	factores
más	 importantes	 de	 la	 perpetuación	 de	 la	 estructura	 de	 las	 probabilidades	 escolares.	 Estas
probabilidades	 revelan	 las	 posibilidades	 de	 éxito	 escolar	 de	 los	 alumnos	 provenientes	 de
diferentes	clases	sociales.	Son	una	manifestación	objetivamente	observable	de	las	relaciones
entre	el	sistema	de	enseñanza	y	la	estructura	de	las	relaciones	de	clase.
Las	disposiciones	y	predisposiciones	(aspiraciones,	esperanzas,	voluntad,	motivaciones,	etc.)
del	individuo	respecto	de	la	escuela	dependen	de	las	posibilidades	objetivas	de	utilizarla	y	de
triunfar	 que	 están	 ligadas	 a	 las	 distintas	 clases	 sociales.	 Por	 ejemplo,	 las	 disposiciones	 y
predisposiciones	negativas	que	conducen	a	la	autoeliminación,	entre	otras,	el	desprecio	de	sí
mismo	 (‘la	 cabeza	 no	 le	 da	 para	 otra	 cosa,	 sólo	 para	 trabajar’)	 o	 la	 desvalorización	 de	 la
escuela	y	de	sus	sanciones	(‘la	mejor	escuela	es	la	calle’,	‘lo	que	se	aprende	en	la	escuela	no
sirve	para	nada’),	pueden	comprenderse	como	una	anticipación	consciente	de	las	sanciones
que	la	escuela	reserva	objetivamente	a	las	clases	dominadas.
Por	su	parte,	el	SE	tradicional,	al	aparentar	que	su	acción	de	inculcación	está	sustentada	en
un	principio	de	igualdad	escolar	y	que	los	rendimientos	escolares	diferenciales	se	deben	a	las
aptitudes	innatas	de	los	individuos	o	al	mérito	de	la	persona,	independientemente	de	todas
las	determinaciones	de	clase	(cuando	en	realidad	no	hace	más	que	confirmar	y	reforzar	un
habitus	de	clase	que,	constituido	fuera	de	la	escuela,	está	en	la	base	de	todas	las	adquisiciones
escolares),	 realiza	 una	 función	 de	 legitimación	 y	 conservación	 del	 orden	 establecido.	 Por
ejemplo,	el	SE	universitario,	a	la	hora	de	desarrollar	actitudes	estéticas	o	científicas,	privilegia
ciertas	aptitudes	(lecturas	menos	escolares;	una	relación	distante,	fría,	y	desinteresada	con	el
mundo,	con	el	lenguaje	y	la	cultura)	que	son	más	frecuentes	entre	los	estudiantes	que,	por
provenir	de	una	familia	relativamente	liberada	del	pragmatismo	impuesto	por	las	urgencias
de	la	necesidad	económica,	pueden	manifestar	un	desapego	que	da	la	impresión	de	mayor
seguridad	intelectual.
En	este	contexto,	los	autores	destacan	cómo	el	SE	persuade	a	las	clases	por	él	excluidas,	de	la
legitimidad	de	su	exclusión,	impidiéndoles	comprender	e	impugnar	los	principios	con	base
en	los	cuales	las	excluye.	En	otras	palabras,	el	SE	consigue	hoy	con	la	ideología	de	los	‘dones
naturales’	y	de	los	‘gustos	innatos’	los	siguientes	resultados:	i)	disimular	el	destino	social	que
ya	estaba	asignado	previamente	a	las	clases	dominadas;	ii)	ocultar	que	las	jerarquías	escolares
que	 produce,	 reproducen	 las	 jerarquías	 sociales;	 iii)	 perpetuar	 y	 legitimar	 la	 reproducción
circular	 de	 las	 jerarquías	 sociales	 y	 de	 las	 jerarquías	 escolares,	 es	 decir,	 la	 estructura	 de
relaciones	de	clase.
“El	sistema	escolar,	con	las	ideologías	y	efectos	que	engendra	su	autonomía	relativa,	es	para	la	sociedad	burguesa	en	su	fase	actual
lo	que	otras	formas	de	legitimación	del	orden	social	y	de	la	transmisión	hereditaria	de	los	privilegios	han	sido	para	formaciones
sociales	que	diferían	tanto	por	la	forma	específica	de	las	relaciones	y	de	los	antagonismos	entre	las	clases	como	por	la	naturaleza	del
privilegio	transmitido.	[...]	No	pudiendo	invocar	el	derecho	de	la	sangre	-que	su	clase	ha	rechazado	históricamente	a	la	aristocracia-
,	 ni	 los	 derechos	 de	 la	 naturaleza	 -arma	 dirigida	 en	 otras	 ocasiones	 contra	 las	 distinciones	 nobiliarias	 que	 correría	 el	 riesgo	 de
volverse	en	contra	de	la	‘distinción’	burguesa-,	ni	las	virtudes	ascéticas	que	permitían	a	los	empresarios	de	primera	generación
justificar	su	éxito	por	los	méritos-,	el	heredero	de	los	privilegios	burgueses	debe	recurrir	hoy	a	la	certificación	escolar	que	atestigua
a	la	vez	su	dones	y	sus	méritos.	[...]	Así,	en	una	sociedad	en	la	que	la	obtención	de	los	privilegios	sociales	depende	cada	vez	más
estrechamente	de	la	posesión	de	los	títulos	escolares,	la	escuela	no	tiene	únicamente	por	función	asegurar	la	sucesión	discreta	de	los
derechos	de	la	burguesía	que	ya	no	pueden	seguir	transmitiéndose	de	una	manera	directa	y	declarada.	Instrumento	privilegiado	de
la	 sociedad	 burguesa	 que	 confiere	 a	 los	 privilegiados	 el	 privilegio	 supremo	 de	 no	 aparecer	 como	 privilegiados,	 logra	 tanto	 más
fácilmente	convencer	a	los	desheredados	de	que	deben	su	destino	escolar	y	social	a	su	falta	de	dones	o	de	méritos	cuanto	más	la
desposesión	absoluta	excluya	en	materia	de	cultura	la	conciencia	de	la	desposesión.”10
6.	Principales	críticas	a	La	Reproducción
Antes	de	mencionar	estas	críticas,	nos	interesa	destacar	el	valor	intrínseco	del	libro,	aquello
que	permite	definirlo	como	una	obra	clásica	en	sociología	de	la	educación,	y	por	lo	tanto,	de
lectura	 obligatoria,	 aunque	 tenga	 ya	 más	 de	 treinta	 años.	 Lo	 que	 encontramos	 en	 La
Reproducción	 es	 pura	 sociología.	 En	 primer	 lugar,	 presenta	 un	 marco	 conceptual	 que	 logra
integrar	 el	 pensamiento	 de	 Marx,	 Durkheim	 y	 Weber	 en	 una	 síntesis	 superadora	 de	 las
‘parejas	 epistemológicas’	 (Bourdieu,	 2005)	 que	 dificultan	 una	 comprensión	 completa	 de	 la
vida	 social.	 En	 segundo	 lugar,	 desarrolla	 una	 lógica	 de	 razonamiento	 estrictamente
sociológico;	 al	 margen	 del	 lenguaje	 complicado	 de	 los	 autores,	 la	 exposición	 resulta	 un
ejemplo	claro	de	la	forma	en	que	la	sociología	observa,	piensa	y	analiza	la	realidad	social.	Por
último,	hay	que	destacar	el	rigor	metodológico	que	se	imponen	los	autores	para	verificar	sus
hipótesis,	sin	hacer	del	método	un	fin	en	sí	mismo.	En	síntesis,	el	libro	no	sólo	tiene	valor
científico,	 sino	 también	 didáctico:	 constituye	 una	 muestra	 de	 lo	 que	 significa	 pensar
sociológicamente	e	investigar	en	sociología.
Se	 podría	 decir,	 también,	 que	 el	 trabajo	 de	 Bourdieu	 y	 Passeron	 tiene,	 además,	 un	 valor
político,	en	la	medida	en	que	logremos	poner	entre	paréntesis	el	escepticismo	al	que	conduce
su	resultado	final.	Al	darnos	a	conocer	cómo	operan	los	mecanismos	que	hacen	posible	la
reproducción	del	orden	social,	y	el	papel	que	cumple	la	educación	institucionalizada	en	el
proceso,	 los	 autores	 nos	 colocan	 en	 mejores	 condiciones	 para	 diseñar	 cursos	 de	 acción	 y
adoptar	estrategias	que	permitan	neutralizarlos.
Con	relación	a	las	críticas	más	comunes	a	La	Reproducción,	 podemos	 mencionar,	 en	 primer
lugar,	las	que	aparecen	en	el	propio	libro.	En	este	sentido,	la	introducción	de	Marina	Subirats
a	la	edición	castellana	y	la	de	Giovanni	Bechelloni	a	la	edición	italiana,	que	también	figura	en
esa	 edición,	 resultan	 muy	 ilustrativas.	 Ambos	 coinciden	 en	 todos	 los	 puntos,	 aunque
Bechelloni	avanza	un	poco	más	que	su	colega,	poniendo	en	cuestión	el	uso	que	Bourdieu	y
Passeron	hacen	de	algunos	conceptos,	como	el	de	‘arbitrariedad	cultural’,	entre	otros.	Una
mirada	 atenta	 a	 estas	 dos	 introducciones	 puede	 ayudar	 al	 lector	 a	 comprender	 las
dificultades	que	plantea	la	lectura	del	libro	y	a	descubrir	sus	aspectos	más	discutibles.
M.	 Subirats	 afirma	 con	 razón	 que	 La	 Reproducción	 es	 uno	 de	 los	 libros	 más	 ambiciosos	 y
polémicos	que	se	han	escrito	en	los	últimos	tiempos	sobre	el	sistema	escolar11.	Destaca,	en
primer	lugar,	lo	complicado	del	estilo	de	exposición	elegido	por	los	autores.	“Por	una	serie	de
motivaciones	complejas,	entre	las	que	un	cierto	alarde	de	ironía	no	es	tal	vez	lo	menor,	éstos
[los	 autores]	 utilizan,	 para	 desmontar	 pieza	 por	 pieza	 el	 funcionamiento	 del	 sistema
académico,	unas	formas	y	un	lenguaje	profundamente	anclados	en	la	tradición	escolar,	y	por
ello,	asequibles	en	su	totalidad,	de	modo	casi	exclusivo,	a	los	individuos	que	disponen	de	los
instrumentos	típicos	de	esta	tradición,	o	por	decirlo	en	otros	términos,	que	constituyen	los
productos	 característicos	 del	 sistema	 escolar.	 Con	 ello,	 nos	 arrastran,	 y	 se	 ven,	 a	 su	 vez,
envueltos	en	una	serie	de	espejos	sin	fin,	en	el	que	queda	diluida,	en	cierto	modo,	la	fuerza
de	 las	 tesis	 enunciadas,	 al	 fragmentarse	 en	 parcelas	 múltiples,	 superponerse,	 enlazarse	 y
reflejarse	 de	 nuevo	 unas	 a	 otras,	 creando	 un	 sistema	 circular	 de	 interconexiones.”12.	 Este
párrafo	de	Subirats	describe	muy	bien	las	dificultades	que	presenta	al	lector	el	estilo	de	la
obra.
En	cuanto	a	las	críticas	más	sustantivas,	Subirats	y	Bechelloni	señalan	varias	cuestiones	muy
importantes.	Ante	todo,	afirman	que	la	pretensión	de	los	autores	de	generalizar	el	modelo	al
ámbito	 de	 cualquier	 sociedad	 es	 un	 error.	 El	 sistema	 de	 enseñanza	 francés	 tiene
características	 muy	 particulares,	 que	 hacen	 de	 él	 un	 caso	 excepcional	 en	 las	 sociedades
capitalistas.	Es	fácil	constatar,	escribe	Subirats,	que	los	mecanismos	de	legitimación	del	orden
establecido	 carecen,	 en	 otras	 sociedades	 también	 capitalistas,	 del	 refinamiento	 y	 al	 mismo
tiempo	de	la	eficacia	ideológica	característicos	de	este	modelo.	En	ellas	no	existe	la	tradición
de	‘gran	cultura	burguesa’	propia	de	la	sociedad	francesa,	y	tampoco	existe	la	experiencia
directa	de	un	sistema	educativo	formalmente	homogéneo	como	el	francés.
Con	iguales	argumentos,	y	otros	nuevos,	Archer	(1981)	también	afirma	que	el	modelo	no	se
puede	aplicar	a	ningún	otro	sistema	educativo	que	no	sea	el	francés.	Sostiene	que	Bourdieu	y
Passeron	pasan	por	alto	el	hecho	de	que	el	sistema	escolar	es	un	subsistema	de	la	sociedad,
por	lo	tanto,	no	prestan	atención	a	las	líneas	de	interacción	e	influencias	recíprocas	entre	los
sistemas	educativos	nacionales	y	las	estructuras	sociales	más	amplias	de	las	que	surgieron	en
algún	momento	y	sobre	las	cuales	operan	actualmente.	Estas	líneas	de	interacción,	o	sea,	las
formas	en	que	el	subsistema	educativo	se	inserta	en	el	sistema	social,	han	sido	configuradas
de	distinta	manera	a	lo	largo	del	tiempo	y	en	diversos	países,	en	consecuencia,	constituyen
una	 constante	 que	 no	 se	 puede	 desestimar,	 bajo	 el	 supuesto	 de	 que	 el	 sistema	 actúa	 del
mismo	modo	y	ejerce	el	mismo	tipo	de	influencias	cualquiera	sea	el	contexto	o	la	cultura	de
que	se	trate.
Una	 segunda	 crítica	 importante	 tiene	 que	 ver	 con	 el	 carácter	 circular	 de	 la	 tesis	 de	 La
Reproducción,	postura	que	sostienen	casi	de	manera	unánime	todos	sus	críticos.	Si	toda	forma
cultural	 es	 arbitraria,	 todo	 intento	 de	 cambio	 no	 es	 más	 que	 repetición	 de	 lo	 mismo,	 una
arbitrariedad	sustituye	a	otra.	Por	lo	tanto,	toda	rebelión	o	crítica	por	parte	de	los	profesores
o	los	estudiantes	es	inútil	porque	están	condenadas	desde	su	origen	a	la	recuperación,	y	en
último	 término,	 a	 la	 reproducción	 del	 sistema	 que	 pretenden	 negar.	 No	 hay	 manera	 de
escapar	 a	 la	 ‘violencia	 simbólica’.	 Esta	 forma	 de	 ver	 el	 funcionamiento	 del	 sistema	 de
enseñanza	implica	que	no	se	puede	hacer	nada	para	cambiar	las	cosas;	lo	que	sugiere,	en	el
fondo,	 es	 que	 no	 hay	 otra	 alternativa	 que	 conformarse	 al	 statu	 quo.	 Subirats	 sintetiza	 la
contradicción	inherente	a	La	reproducción:	“Este	rasgo	de	conformidad	es	el	que	provoca,	en
definitiva,	la	contradicción	esencial	del	libro.	La	referencia	a	la	relación	de	fuerzas	entre	las
clases	sociales	como	regulador	del	sistema	escolar	se	convierte	en	un	mero	recurso	formal,
necesario	para	explicar	ciertas	modalidades	del	sistema.	O	es,	por	el	contrario,	un	argumento
idealista,	si	todo	cambio	se	espera	de	una	ruptura	externa,	actuando	bruscamente	sobre	un
sistema	en	el	que	ninguna	crítica	hace	mella,	ni	tiene	posibilidades	de	modificación	interna.
La	 operación	 consistente	 en	 poner	 de	 manifiesto	 las	 funciones	 enmascaradas	 del	 actual
sistema	 escolar	 pierde	 toda	 su	 virulencia	 desde	 el	 momento	 en	 que	 se	 afirma	 que	 todo
sistema	escolar	las	lleva	a	cabo.	La	negativa	a	partir	de	un	punto	de	vista	específico	de	clase,
en	beneficio	de	una	ciencia	explicativa	del	todo,	inclina	a	un	determinismo	que	siempre	hace
el	juego,	en	último	término,	al	sistema	establecido.”13
Archer	 (1981)	 agrega	 al	 anterior	 otro	 argumento	 más	 para	 rechazar	 el	 determinismo
inherente	a	La	Reproducción:	suponer	que	las	relaciones	de	clase	son	las	que	definen	todo	lo
que	ocurre	dentro	del	sistema	escolar	y	permiten,	en	definitiva,	que	las	relaciones	de	poder	se
conviertan	en	control	simbólico,	significa	ignorar	un	rasgo	esencial	del	sistema	educativo:	su
autonomía	 relativa.	 La	 educación	 no	 es	 una	 institución	 social	 totalmente	 permeable,
eternamente	 abierta	 a	 la	 estructura	 social	 general,	 ni	 es	 un	 mero	 reflejo	 de	 la	 misma.	 Las
diferencias	 de	 estructura	 de	 los	 sistemas	 escolares	 nacionales	 se	 traducen	 en	 diferencias
sustanciales	 en	 la	 acción	 pedagógica	 que	 tiene	 lugar	 en	 cada	 uno	 de	 ellos;	 no	 es	 un	 mero
resultado	de	las	relaciones	de	fuerza	imperantes	en	la	estructura	social	global.
Otro	punto	que	Archer	(1981)	pone	en	cuestión	tiene	que	ver	con	lo	que	ella	considera	un
descuido,	 en	 los	 planteos	 de	 Bourdieu	 y	 Passeron,	 de	 los	 orígenes	 sociales	 de	 los	 sistemas
escolares,	 cuyo	 estructuración	 viene	 determinada	 por	 la	 interacción	 histórica14.	 Desde	 su
punto	de	vista,	ellos	se	interesan	solamente	por	la	génesis	lógica	del	sistema,	al	preguntarse
acerca	de	cómo	tiene	que	ser	un	sistema	de	educación	para	que	pueda	cumplir	con	su	función
interna	de	inculcación	cultural	y	su	función	externa	de	reproducción	social.	Atienden	sólo	a
los	determinantes	funcionales,	no	a	los	condicionamientos	históricos.
Finalmente,	lo	que	no	implica	que	consideramos	con	esto	haber	agotado	el	tema,	podemos
mencionar	una	crítica	que	hace	Bernstein	(1990)	a	las	teorías	de	la	reproducción	en	general,	y
a	Bourdieu	y	Passeron	en	particular.	Según	Bernstein,	toda	teoría	de	la	reproducción	cultural
debe	ser	capaz	de	“generar	los	principios	de	descripción	de	sus	propios	objetos”.	Desde	su
punto	de	vista,	sobre	la	base	de	los	conceptos	de	La	Reproducción	(AP,	TP,	habitus,	etc.),	no	hay
ninguna	 posibilidad	 de	 generar	 una	 descripción	 empírica	 de	 cualquier	 agencia	 de
reproducción	cultural.	Las	teorías	de	la	reproducción	están	“interesadas	sólo	en	comprender
cómo	las	relaciones	de	poder	externas	son	transmitidas	por	el	sistema;	no	están	interesadas	en
la	descripción	del	dispositivo	de	transmisión,	sino	únicamente	en	un	diagnóstico	de	su	patología.
[...]	En	cierto	sentido,	los	conceptos	son	diagnósticos,	 remiten	 a	 la	 fuente	 de	 origen	 de	 una
patología	social.”15
1	En	el	Capítulo	II	hicimos	alusión	al	paradigma	reproductivista,	al	referirnos	a	la	sociología	marxista	de	la	educación.
2	Bourdieu,	1998,	pág.	157.
3	Esto	escribe	M.	Subirats	en	su	introducción	a	la	edición	castellana	de	La	Reproducción	(1981,	pág.	9)
4	M.	Subirats,	Introducción	a	La	Reproducción,	1981,	pág.	10.
5	La	edición	en	idioma	castellano	lleva	como	título	Los	estudiantes	y	la	cultura	(Bourdieu	y	Passeron,	1967).
6	Bourdieu,	1981,	pág.	35.
7	Los	comentarios	al	texto	de	cada	una	de	las	proposiciones	recogen,	en	parte,	las	explicaciones	contenidas	en	una	Ficha	de	Cátedra
elaborada	por	la	Lic.	Isabel	Manassero	para	los	alumnos	de	la	cátedra	de	Sociología	de	la	Educación,	de	la	Escuela	de	Ciencias	de	la
Educación	de	la	Universidad	Nacional	de	Córdoba.
8	Bourdieu	y	Passeron,	1981,	pág.	83
9	 Es	 importante	 advertir	 que	 el	 concepto	 de	 habitus	 adquirió	 otras	 connotaciones	 en	 trabajos	 de	 Bourdieu	 posteriores	 a	 La
Reproducción.	 Para	 una	 revisión	 de	 la	 evolución	 de	 este	 concepto	 aconsejamos	 la	 lectura	 de	 Gutiérrez	 (1995),	 que	 contiene	 un
desarrollo	bastante	completo	y	bien	documentado	del	marco	conceptual	elaborado	por	Bourdieu.
10	Bourdieu	y	Passeron,	1981,	pp.	268-269
11	Recordemos	que	esto	se	escribe	en	1977,	siete	años	después	de	la	aparición	de	la	obra	en	francés.
12	Subirat,	Introducción	a	La	Reproducción,	1981,	pág.	9.
13	Subirats,	Introducción	a	La	Reproducción,	1981,	pág.	13.
14	En	el	capítulo	destinado	al	análisis	sociológico	de	los	sistemas	escolares	hemos	hecho	referencia	a	la	génesis	social	de	los	sistemas
escolares,	tal	como	la	plantea	Archer.
15	Bernstein,	1990,	pp.	19-20
Capítulo	VIII
Basil	Bernstein:	la	teoría	del	código	y	el	análisis
sociológico	de	la	pedagogía
Basil	Bernstein	(1924-2001),	profesor	emérito	de	la	cátedra	K.	Mannheim	de	Sociología	de	la
Educación	en	el	Instituto	de	Educación	de	la	Universidad	de	Londres,	es	considerado	hoy
uno	de	los	principales	sociólogos	del	mundo,	fundamentalmente	en	el	área	de	la	sociología
de	 la	 educación.	 Nacido	 de	 una	 familia	 de	 inmigrantes	 judíos,	 estudió	 en	 la	 School	 of
Economics	 de	 la	 Universidad	 de	 Londres,	 donde	 obtuvo	 su	 licenciatura	 en	 Sociología.	 En
1960	 comenzó	 su	 actividad	 académica	 en	 el	 University	 College	 de	 la	 misma	 universidad,
alcanzando	 el	 grado	 de	 Doctor	 en	 Lingüística.	 Su	 obra	 pionera,	 desarrollada	 durante	 los
últimos	cuarenta	años,	constituye	un	verdadero	hito	en	la	sociología	de	la	educación.	Ella	nos
permite	comprender	la	relación	entre	la	economía	política,	la	familia,	el	lenguaje	y	la	escuela,
y	refleja,	entre	otras	cosas,	el	interés	de	Bernstein	por	conocer	y	suprimir	las	barreras	que
impiden	la	movilidad	social	ascendente	(Sadovnik,	2001).	1
Sus	primeros	trabajos,	los	más	polémicos	y	controvertidos,	se	centraron	en	el	estudio	de	las
diferencias	 de	 clase	 social	 en	 el	 uso	 del	 lenguaje.	 En	 ellos	 planteaba	 la	 relación	 entre	 la
división	 del	 trabajo,	 la	 socialización	 en	 la	 familia	 y	 la	 forma	 en	 que	 esto	 influía	 en	 el
aprendizaje	de	los	niños	en	la	escuela.	Más	adelante	se	dedicó	a	explorar	el	vínculo	entre	los
procesos	 educativos	 y	 las	 relaciones	 de	 poder	 y	 de	 clase;	 se	 propuso	 elaborar	 un	 modelo
explicativo	que	relacionara	los	niveles	macrosociales,	institucionales	e	interaccionales.	Desde
su	punto	de	vista,	con	esto	no	sólo	superaba	la	polarización	entre	lo	macro	y	lo	micro,	sino
que	evitaba	el	determinismo	propio	de	las	teorías	de	la	reproducción	que,	en	su	opinión,	se
limitaban	a	describir	el	papel	reproductor	de	la	escuela	sin	explicar	lo	que	ocurría	realmente
dentro	 de	 ellas	 (Bernstein,	 1998).	 A	 Bernstein	 le	 preocupaba	 dilucidar	 una	 cuestión
relacionada	 con	 la	 naturaleza	 misma	 de	 lo	 social:	 cómo	 la	 estructura	 social,	 el	 ‘afuera’,
interviene	en	la	conformación	de	la	conciencia,	el	‘adentro’,	y	cómo	actúan	la	distribución	del
poder	y	los	principios	de	control	social	en	ese	proceso.
Haciendo	 un	 balance	 general	 de	 los	 logros	 de	 Bernstein,	 podemos	 afirmar	 que	 consiguió
muchas	cosas	importantes.	Ofreció,	en	primer	lugar,	una	teoría	del	conocimiento	escolar	y	su
transmisión,	demostrando	cómo	se	transmite	el	contenido	de	la	educación;	en	segundo	lugar,
puso	en	relación	los	aspectos	sociolingüísticos	de	su	obra	más	temprana	con	el	análisis	de	los
códigos	de	la	escuela;	y	en	tercer	lugar,	al	relacionar	el	proceso	y	contenido	de	la	escuela	con
las	diferencias	de	las	clases	sociales	puso	de	manifiesto	las	consecuencias	de	esas	diferencias
en	el	curriculum	y	la	pedagogía	(Sadovnik,	2001).
En	lo	que	sigue	vamos	a	tratar	de	recuperar	los	principales	conceptos	de	la	teoría	del	código,
para	 analizar	 luego	 cómo	 se	 aplican	 estos	 conceptos	 al	 estudio	 de	 las	 relaciones	 entre	 los
códigos	de	comunicación	y	el	discurso	y	la	práctica	pedagógicos.	Pero	antes	de	eso	nos	parece
importante	 hacer	 una	 aclaración	 sobre	 el	 carácter	 de	 la	 obra	 de	 Bernstein,	 a	 fin	 de	 evitar
malas	interpretaciones.	Debemos	recalcar	que	Bernstein	formula	una	teoría	sociológica	de	la
pedagogía;	 de	 ninguna	 manera	 ésta	 debe	 ser	 interpretada	 como	 una	 teoría	 pedagógica,	 y
menos	aún	como	una	propuesta	para	la	didáctica,	como	pretenden	algunos	pedagogos.	Lo
que	él	elabora	es	un	conjunto	de	conceptos	y	modelos	teóricos	estrictamente	sociológicos	que
le	sirven	para	analizar	y	explicar	las	prácticas	pedagógicas.	No	hay	en	ellos	nada	que	tenga
que	ver	con	propuestas	para	esa	práctica;	su	objetivo	no	es	resolver	los	problemas	que	ésta
presenta,	sino	analizarla	como	una	formación	social	que,	en	cuanto	tal,	está	inevitablemente
vinculada	 con	 la	 distribución	 del	 poder	 y	 los	 sistemas	 de	 control	 vigentes	 en	 la	 sociedad
(Lista	 y	 Brigido,	 2002).	 Esos	 modelos	 están	 orientados	 a	 “describir	 las	 prácticas	 de
organización,	 las	 prácticas	 discursivas	 y	 de	 trasmisión	 constitutivas	 de	 toda	 acción
pedagógica	y	mostrar	el	proceso	mediante	el	cual	se	produce	una	adquisición	selectiva”2
	 .
Ellos	no	tienen	carácter	prescriptivo,	ni	sirven	para	evaluar,	ni	la	acción	pedagógica,	ni	las
agencias	en	las	cuales	ésta	tiene	lugar.
1.	La	teoría	del	código:	supuestos,	conceptos	y	proposiciones	centrales
Lo	primero	que	es	necesario	afirmar	sobre	Bernstein,	para	ubicar	su	teoría	en	el	contexto	de
la	teoría	sociológica,	es	que	se	trata	de	alguien	que	funda	el	núcleo	de	su	trabajo	intelectual
en	la	sociología	clásica,	fundamentalmente	en	la	obra	de	Durkheim,	con	el	propósito,	entre
otros,	 de	 corregir	 la	 interpretación	 conservadora	 que	 de	 ella	 hizo	 la	 sociología
norteamericana.	En	contra	de	lo	que	afirman	algunos,	Bernstein	rechazaba	la	opinión	de	que
su	obra	forma	parte	de	la	‘nueva	sociología	de	la	educación’.	Afirmaba	que	ella	era	‘vieja’
sociología,	sobre	todo	porque	tenía	sus	raíces	en	la	sociología	clásica.	El	objetivo	primordial
de	todo	su	proyecto	era	desarrollar	una	teoría	durkheimiana	que:	i)	permitiera	analizar	la
forma	 en	 que	 los	 cambios	 producidos	 en	 la	 división	 del	 trabajo	 van	 creando	 diferentes
sistemas	de	significado	y	códigos;	ii)	ofreciera	clasificaciones	analíticas	de	estos	sistemas;	y	iii)
incorporara	 en	 su	 planteamiento	 estructural	 un	 modelo	 de	 conflicto	 de	 las	 relaciones
desiguales	de	poder	(Sadovnik,	2001).	Para	ello,	sin	apartarse	de	las	posturas	durkheimianas,
incorporó	a	su	teoría	general	las	categorías	marxitas	y	weberianas	de	clase	y	relaciones	de
poder	logrando	una	interesante	síntesis.
Simplificando	 de	 manera	 extrema	 el	 complejo	 pensamiento	 de	 Bernstein,	 podríamos	 decir
que	el	principal	supuesto	de	toda	su	propuesta	teórica	se	relaciona	con	el	papel	que	la	clase
social,	 la	 división	 del	 trabajo	 y	 la	 distribución	 del	 poder,	 tienen	 en	 la	 conformación	 de	 la
conciencia	subjetiva,	gracias	a	la	mediación	del	código.
Para	Bernstein,	en	las	sociedades	estratificadas	en	clases	sociales,	el	origen	de	los	códigos	está
en	 las	 relaciones	 de	 clase.	 Todo	 su	 esfuerzo	 de	 construcción	 teórica	 y	 de	 investigación
empírica	está	orientado	a	descubrir	los	procesos	mediante	los	cuales	las	relaciones	de	clase	se
traducen	en	relaciones	de	comunicación	y	en	estructuras	mentales.	Se	trata	de	un	supuesto
básicamente	reproductivista	(mucho	más	fuerte	en	la	primera	etapa	de	su	obra)	que	no	pone
en	duda	la	coerción	estructural,	sino	que	la	da	por	sentada,	aunque	a	diferencia	de	lo	que
sostienen	 las	 teorías	 de	 la	 reproducción,	 admite	 la	 posibilidad	 de	 resistencia	 y	 de	 cambio.
Aplicada	 esta	 idea	 a	 la	 acción	 pedagógica	 que	 tiene	 lugar	 en	 el	 sistema	 educativo	 formal
(objeto	central	de	la	obra	más	reciente	de	Bernstein),	se	advierte	con	cierta	claridad	que	las
relaciones	 de	 clase	 son	 el	 determinante	 principal	 de	 los	 tres	 sistemas	 de	 mensajes	 que
constituyen	 el	 ‘código	 de	 conocimiento	 educacional’:	 el	 curriculum,	 la	 pedagogía	 y	 la
evaluación.	 Como	 las	 relaciones	 de	 clase	 son	 una	 manifestación	 de	 la	 división	 del	 trabajo
(tanto	material	como	simbólico)	en	la	sociedad,	y	por	ende,	de	la	distribución	de	poder	y	los
principios	de	control	que	imperan	en	ella,	son	éstos,	en	definitiva,	los	que	gobiernan	todos	los
procesos	 de	 transmisión	 cultural	 que	 tienen	 lugar	 en	 el	 interior	 de	 las	 instituciones
educativas.
En	la	Figura	nº	1	presentamos	un	esquema	que	da	cuenta	de	la	base	conceptual	sobre	la	cual
Bernstein	 construye	 su	 teoría	 de	 los	 códigos.	 Podemos	 ver	 allí	 cómo	 se	 vinculan	 los
principales	conceptos,	cuál	es	la	cadena	de	determinantes	principales,	y	los	diferentes	niveles
que	Bernstein	pone	en	relación	para	explicar	la	forma	en	que	actúa	el	código.	El	primer	nivel
tiene	 carácter	 macroestructural,	 el	 segundo	 corresponde	 al	 nivel	 interaccional	 (micro)	 y	 el
tercero	(el	sujeto)	es	el	nivel	subjetivo.
En	lo	que	respecta	al	marco	conceptual,	Bernstein	sostiene	que	su	teoría	del	código	cuenta
con	un	número	pequeño	de	conceptos.	La	mayoría	de	ellos	es	de	un	gran	nivel	de	abstracción
y	su	objetivo	central	es	“describir	las	prácticas	de	organización,	las	prácticas	discursivas	y	de
transmisión	constitutivas	de	toda	acción	pedagógica	y	mostrar	el	proceso	mediante	el	cual	se
produce	una	adquisición	selectiva”3
	.	Con	ello	intenta	llenar	el	vacío	que	provoca	la	falta	de
“principios	específicos	de	descripción”	que	permitan	entender	de	qué	manera	los	sistemas	de
conocimiento	llegan	a	formar	parte	de	la	conciencia	subjetiva.
1.1.	Código
El	concepto	básico	sobre	el	que	Bernstein	construye	toda	su	teoría	es	el	de	código,	y	a	partir	de
él	 genera	 todas	 las	 tesis	 que	 constituyen	 el	 núcleo	 de	 la	 teoría.	 Lo	 define	 de	 la	 siguiente
manera:
“El	código	es	un	principio	regulador	[de	las	experiencias	del	sujeto]	que	se	adquiere	tácita	e
informalmente;	no	se	puede	enseñar	un	código	a	nadie.	Los	códigos	son	aprendidos	más	que
enseñados.	Se	adquieren	códigos	del	mismo	modo	que	se	adquiere	el	código	lingüístico,	el
código	 gramatical.	 Se	 infiere	 a	 partir	 del	 habla.	 Los	 niños	 pequeños	 infieren	 las	 reglas
gramaticales	y	ellos	o	ellas	los	ensayan.	Y	sabemos	que	el	niño	aprende	de	ese	modo,	porque
el	 niño	 comete	 errores	 regulares,	 y	 cuando	 comete	 errores	 regulares	 significa	 que	 está
siguiendo	 una	 regla.	 Los	 códigos	 son	 esencialmente	 principios	 semántico/semióticos	 que
regulan	las	exploraciones	gramaticales	y	léxicas.	Pero	estas	últimas	a	su	vez	retroalimentan	la
especialización	semántica	creada	por	el	código.	Esta	relación	de	retroalimentación	sirve	para
proyectar	 claridad	 sobre	 el	 significado,	 y	 objetivarlo,	 lo	 cual	 conduce	 a	 otro	 avance	 en	 la
exploración	de	los	mensajes	del	código”4.
Figura	nº	1:	Conceptos	y	relaciones	centrales	de	la	teoría	del	código
Una	 vez	 adquirido,	 el	 código	 se	 constituye	 en	 un	 dispositivo	 de	 posicionamiento	 del
sujeto;	regula	lo	que	uno	piensa,	el	modo	de	ser	y	cómo	se	ocupa	el	lugar	en	el	que	se	está.
Quien	posee	el	código	posee	la	‘regla	de	reconocimiento’,	es	decir,	puede	identificar	cuáles
son	 los	 significados	 relevantes	 en	 un	 determinado	 contexto.	 También	 posee	 la	 ‘regla	 de
realización’,	lo	que	implica	que	puede	generar	en	toda	ocasión	y	de	manera	espontánea,	lo
que	vale	como	conducta	aceptable	(forma	de	realización).	Sin	ser	exactamente	lo	mismo,	el
concepto	de	código	tiene	cierta	semejanza	con	el	de	habitus,	de	Bourdieu.	Ambos	designan
disposiciones	 profundas	 y	 duraderas,	 adquiridas	 durante	 el	 proceso	 de	 socialización,	 que
dirigen	la	conducta	del	sujeto	(Bourdieu	diría	del	agente)	en	una	dirección	determinada.
En	el	nivel	micro-interaccional	los	códigos	constituyen	principios	de	selección	y	combinación
de	significados	relevantes,	de	formas	de	realización	de	esos	significados	y	de	contextos	evocadores.
Bernstein	 produce	 un	 desplazamiento	 de	 estos	 conceptos	 al	 nivel	 macro-institucional	 y,	 al
hacerlo,	 los	 significados	 relevantes	 se	 traducen	 en	 prácticas	 discursivas,	 las	 formas	 de
realización	en	prácticas	de	transmisión	y	los	contextos	evocadores	en	prácticas	de	organización.
Para	poder	derivar	relaciones	empíricas	a	partir	de	todos	estos	conceptos,	que	expresan	la
forma	 que	 en	 que	 se	 presenta	 el	 código	 en	 los	 diferentes	 niveles,	 Bernstein	 propone	 una
reescritura	de	los	mismos,	produciendo	un	segundo	tipo	de	desplazamiento,	esta	vez	desde
lo	objetivo	a	lo	subjetivo.	Así,	los	significados	relevantes	se	traducen	en	orientaciones	hacia	los
significados,	los	contextos	evocadores	en	prácticas	de	interacción	especializadas	y	las	formas	de
realización	en	producciones	textuales.	Con	esta	estrategia	Bernstein	pone	en	evidencia	la	forma
en	 que	 lo	 macro	 se	 integra	 con	 lo	 micro	 y	 de	 qué	 manera	 lo	 estructural	 (lo	 objetivo)	 se
manifiesta	 en	 la	 conciencia	 (lo	 subjetivo).	 En	 el	 Cuadro	 nº	 1	 se	 pueden	 observar	 estos
desplazamientos	desde	lo	objetivo	a	lo	subjetivo	en	los	diferentes	niveles	de	análisis.
Cuadro	Nº	1:	Desplazamiento	de	lo	objetivo	a	lo	subjetivo	en	los	distintos	niveles
Veamos	ahora	qué	implica	el	código	en	los	distintos	niveles.
a)	Los	significados	relevantes.
Para	 Bernstein,	 los	 códigos	 tratan	 esencialmente	 de	 significados,	 constituyen
combinaciones	de	significados.
“[...]	son	un	principio	semiótico,	no	un	principio	lingüístico,	son	transportados	por	el	lenguaje,	pero	no	tienen	su	origen
en	éste.	Encuentran	su	origen	fuera	del	lenguaje,	aunque	el	lenguaje	se	convierta	en	transmisor	de	los	códigos.	Por	tanto,
resulta	 muy	 importante	 demostrar	 las	 relaciones	 de	 poder	 intrínsecas	 a	 los	 significados	 relevantes	 [...]	 Significados
relevantes	serían	definidos	como	relaciones	referenciales	privilegiantes	y	privilegiadas.	Y	el	significado	del	significado	es
dado	por	el	contexto”5	.
Dicho	 en	 otros	 términos,	 los	 significados	 relevantes	 son	 los	 significados	 considerados
legítimos	 en	 un	 contexto	 determinado.	 Hay	 un	 nexo	 entre	 código	 y	 contexto;	 diferentes
contextos	 producirán	 diferentes	 significados,	 por	 lo	 tanto,	 el	 código	 también	 será	 distinto.
Los	códigos	son	los	encargados	de	asegurar	que	ciertos	significados	sean	privilegiados	en	un
contexto	 dado.	 Pero	 estos	 mismos	 significados	 serán	 privilegiantes	 para	 el	 sujeto,	 confieren
poder	discursivo	y	status	al	hablante.	La	definición	del	significado	legítimo	es	una	cuestión
de	poder,	por	lo	tanto,	pertenece	al	sistema	clasificatorio	(estas	relaciones	se	pueden	observar
en	la	parte	izquierda	de	la	Figura	nº	1).	Al	tratarse	de	una	cuestión	de	poder,	regulada	en
consecuencia	por	el	principio	de	clasificación,	los	significados	relevantes	(privilegiantes)	 son
una	función	de	las	relaciones	entre	contextos	(los	significados	varían	de	un	contexto	a	otro).
Los	significados	que	son	privilegiados	(válidos,	legítimos)	en	un	contexto	determinado	son,	en
cambio,	 una	 función	 del	 sistema	 de	 control	 vigente	 dentro	 de	 ese	 contexto,	 por	 lo	 tanto,	 se
relacionan	con	el	principio	de	enmarcamiento	(estas	relaciones	se	pueden	observar	en	la	parte
derecha	 de	 la	 Figura	 nº	 1).	 Bernstein	 ilustra	 con	 un	 ejemplo	 la	 forma	 en	 que	 operan	 la
clasificación	y	el	enmarcamiento,	dos	principios	cuyo	significado	precisaremos	más	adelante	(el
ejemplo	que	plantea	se	refiere	a	una	situación	que	él	estaba	protagonizando	como	disertante
durante	el	dictado	de	una	conferencia).
“[...]	los	significados	ofrecidos	aquí,	en	esta	sala,	pueden	ser	considerados	privilegiantes,	en	el	sentido	de	que	el	discurso
es	un	lenguaje	más	bien	extraño,	no	disponible	para	todo	el	mundo.	Nos	guste	o	no,	por	el	hecho	de	estar	aquí	reunidos
nos	estamos,	en	cierto	modo,	privilegiando	mutuamente,	aunque	las	fuentes	de	esta	situación	proceden	del	exterior,	de	la
estratificación	de	la	sociedad.	Y	esas	fuentes	son	exactamente	aquellas	en	que	privilegiante	siempre	será	relaciones	 entre.
Pero	si	es	siempre	relaciones	entre,	entonces	privilegiante	pertenece	al	sistema	clasificatorio.	Y	lo	que	es	privilegiado,	los
significados	que	son	privilegiados,	son	una	función	del	sistema	de	control	en	este	contexto.	En	un	contexto	compuesto	por
personas,	uno	tiene	sus	disposiciones	de	control,	no	de	poder,	sino	de	control.	De	modo	que	eso	es	enmarcamiento.	Las
relaciones	de	control	establecen,	en	este	contexto,	los	tipos	de	significados	que	estoy	ofreciendo;	las	relaciones	de	control
son	 aquí	 de	 fuerte	 enmarcamiento.	 Si	 aquí	 tuviéramos	 enmarcamiento	 débil,	 mis	 significados	 serían	 muy	 diferentes.
Todavía	nos	hallaríamos	en	una	situación	de	generar	significados	privilegiantes,	aunque	lo	que	fuese	privilegiado	será
una	función	del	enmarcamiento”6.
En	este	ejemplo,	Bernstein	pone	de	manifiesto	la	forma	en	que	operan	el	poder	y	el	control
en	 una	 situación	 de	 comunicación	 pedagógica	 concreta.	 Él,	 en	 tanto	 disertante,	 es	 quien
define	cuáles	son	los	significados	que	pondrá	a	disposición	de	sus	oyentes.	Éstos,	por	su	parte,
constituyen	 un	 público	 selecto,	 en	 el	 sentido	 de	 que	 están	 allí	 porque	 han	 adquirido	 una
formación	 especializada	 que	 los	 lleva	 a	 interesarse	 por	 el	 tema	 de	 la	 conferencia	 y
comprender	su	contenido.	El	hecho	de	tener	dicha	formación	está	asociado,	por	cierto,	a	su
pertenencia	 a	 una	 clase	 social.	 Al	 escuchar	 el	 mensaje	 que	 transmite	 el	 disertante,	 ellos
acceden	 a	 un	 conjunto	 de	 significados	 privilegiados	 en	 ese	 contexto	 y	 en	 virtud	 de	 esto,
logran	poder	discursivo	y	un	cierto	status.	Esos	significados	se	convierten	en	privilegiantes
para	los	destinatarios	de	la	conferencia.	Hasta	aquí	lo	que	opera,	en	términos	de	la	teoría,	es
el	 principio	 de	 clasificación,	 puesto	 que	 se	 trata	 de	 una	 cuestión	 de	 poder	 (poder	 para
seleccionar	y	transmitir	los	significados	privilegiantes	en	ese	contexto).	El	otro	aspecto	de	la
situación	se	refiere	al	hecho	de	que,	en	el	contexto	de	la	conferencia,	los	significados	que	se
distribuyen	son	privilegiados,	en	el	sentido	que	son	los	que	el	disertante,	haciendo	uso	de	su
poder	discursivo,	define	como	legítimos	y	válidos	dentro	de	ese	contexto.	Lo	que	cuenta	en
este	caso	es	el	control	de	la	comunicación	en	el	contexto	de	la	conferencia,	y	quién	ejerce	ese
control.	Por	lo	tanto,	lo	que	opera	aquí	es	el	principio	de	enmarcamiento.	En	este	caso	se	trata
de	un	enmarcamiento	fuerte	porque	el	control	es	ejercido	exclusivamente	por	el	disertante;
es	él	quién	define	cuáles	son	los	significados	privilegiados	en	la	conferencia.	Los	que	reciben
el	mensaje	no	tienen	ninguna	posibilidad	de	participar	en	la	definición	de	esos	significados,
ni	en	la	forma	en	que	serán	puestos	a	disposición	de	los	oyentes.
b)	Las	‘formas	de	realización’
Las	‘formas	de	realización’	de	los	significados	son	los	procedimientos	mediante	los	cuales	los
significados	 son	 hechos	 públicos	 por	 medio	 del	 lenguaje,	 los	 gestos,	 las	 posturas,	 etc.	 La
realización	equivale	al	cómo,	tiene	que	ver,	en	consecuencia,	con	el	sistema	de	control	propio
de	un	contexto	determinado,	puesto	que	se	trata	de	la	comunicación	de	significados.	El	cómo,
dice	Bernstein	(1990),	se	ocupa	de	la	articulación	de	los	significados,	su	puesta	en	palabras;
supone	la	selección	del	vocabulario,	de	la	sintaxis,	de	los	gestos,	de	las	distancias.	El	cómo
tiene	 que	 ver	 con	 la	 comunicación,	 en	 consecuencia,	 lo	 que	 opera	 es	 el	 principio	 de
enmarcamiento.	 Así	 como	 la	 definición	 de	 los	 significados	 relevantes	 es	 una	 función	 del
poder	(regulada	en	consecuencia	por	el	principio	de	clasificación),	las	formas	de	realización,
dado	 que	 se	 refieren	 a	 la	 comunicación,	 son	 una	 función	 del	 control,	 por	 lo	 tanto,	 son
reguladas	por	el	principio	de	enmarcamiento.	En	materia	de	significados	relevantes	cuentan
las	relaciones	entre	contextos;	en	materia	de	comunicación	de	esos	significados	interesan	las
relaciones	dentro	de	un	contexto	determinado.
c)	Los	‘contextos	evocadores’
Los	contextos	evocadores	son	los	ámbitos	en	que	se	produce	la	realización	de	los	significados
relevantes.	Al	respecto	Bernstein	dice	lo	siguiente:
“El	 contexto	 actúa	 selectivamente	 sobre	 lo	 que	 puede	 decirse,	 cómo	 se	 dice	 y	 cómo	 es	 hecho	 público.	 La	 forma	 del
contexto	definirá	qué	es	legítimo	significar	en	dicho	contexto.	El	contexto	también	definirá	cómo	se	dirá.	Qué	palabras
pueden	y	no	pueden	emplearse.	Qué	gestos	pueden	hacerse.	Cuáles	no.	La	postura	corporal	que	se	adopta.	De	modo	que
diferentes	 contextos	 producirán	 diferentes	 códigos,	 que,	 entonces,	 actuarán	 selectivamente	 sobre	 los	 significados	 y	 las
realizaciones.	 De	 modo	 que	 hay	 un	 nexo	 entre	 códigos	 y	 contexto.	 Determinados	 códigos	 seleccionan	 determinados
contextos	y	significados	como	relevantes	e	importantes”7.
Para	 cada	 contexto	 hay	 significados	 legítimos	 y	 formas	 de	 realización	 apropiadas.	 Lo	 que
puede	decirse	y	hacerse	en	el	ámbito	de	una	conferencia	no	es	lo	mismo	que	aquello	que	está
permitido	decir	y	hacer	en	un	concierto,	una	reunión	familiar,	una	celebración	entre	amigos,
un	 oficio	 religioso,	 etc.,	 etc.	 Cada	 uno	 de	 esos	 contextos	 exige	 de	 nosotros	 un
comportamiento	diferente.	Para	poder	producir	la	conducta	adecuada	en	cada	caso	debemos
dominar,	 necesariamente,	 los	 códigos	 correspondientes	 a	 los	 diferentes	 contextos.	 Quien
incorporó	 los	 códigos	 posee	 las	 reglas	 de	 reconocimiento	 (que	 le	 permiten	 identificar	 el
contexto	 y	 los	 significados	 relevantes	 en	 ese	 contexto)	 y	 las	 reglas	 de	 realización	 (que	 le
permiten	comportarse	de	la	manera	apropiada).	El	comportamiento	de	quien	no	incorporó
los	códigos	correspondientes	a	un	contexto	dado	aparece	como	‘desubicado’,	‘fuera	de	lugar’;
la	conducta	de	esa	persona	no	se	ajusta	a	lo	que	se	considera	adecuado	en	ese	contexto.
1.2	.	Clasificación
Bernstein	adopta	el	concepto	de	clasificación	de	la	obra	de	Durkheim	sobre	la	división	del
trabajo	en	la	sociedad.	Como	podemos	observar	en	la	Figura	nº	1,	la	clasificación	se	vincula
con	el	poder.	Designa	el	poder	para	definir	categorías	y	para	establecer	los	límite	entre	las
diferentes	 categorías.	 La	 clasificación	 es	 un	 principio	 que	 regula	 las	 relaciones	 entre
categorías.	 No	 determina	 una	 categoría,	 sino	 sus	 relaciones	 con	 otras	 categorías;	 es	 un
atributo	 de	 la	 relación	 entre	 categorías.	 Ella	 es,	 en	 consecuencia,	 una	 función	 de	 la
distribución	 del	 poder,	 regula	 una	 particular	 división	 del	 trabajo	 social	 y	 la	 distribución
jerárquica	de	las	posiciones	(categorías)	en	esa	división.	Estas	categorías	pueden	ser	agencias,
agentes,	discursos,	prácticas.	Cada	categoría	posee,	según	Bernstein,	una	‘voz’	y	un	‘mensaje’.
La	 ‘voz’	 correspondiente	 a	 la	 categoría	 ‘padre’,	 por	 ejemplo,	 es	 diferente	 de	 la	 que	 le
corresponde	a	la	categoría	‘hijo’.	Aunque	Bernstein	no	se	expresa	en	estos	términos,	se	podría
asociar	la	idea	de	‘voz	de	una	categoría’	al	concepto	de	status	de	la	sociología	tradicional,	y	la
idea	de	‘mensaje	de	una	categoría’	al	concepto	de	rol	(Lista	y	Brigido,	2002).	A	esas	‘voces’
van	asociados	diferentes	‘mensajes’.	La	definición	de	la	‘voz’	de	una	categoría	es	función	de
la	clasificación	(porque	se	trata	de	una	cuestión	de	poder),	mientras	que	la	definición	de	los
‘mensajes’	propios	de	esa	categoría	es	una	función	del	enmarcamiento	(porque	se	trata	de	una
cuestión	de	control),	como	veremos	luego.	Según	Bernstein	(1993),	las	relaciones	de	poder
son	las	que	establecen	la	‘voz’	de	una	categoría,	fijan	necesariamente	hitos	de	demarcación
entre	 categorías,	 y	 procedimientos	 y	 reglas	 de	 reconocimiento.	 Estas	 reglas	 crean	 los	 medios
para	distinguir,	y	por	lo	tanto	para	reconocer,	el	carácter	especial	que	constituye	un	contexto.
Todo	 sistema	 clasificatorio	 tiene	 dos	 valores,	 uno	 fuerte	 (+C)	 y	 uno	 débil	 (-C).	 Una
clasificación	fuerte	crea	categorías	claramente	delimitadas,	fuertemente	aisladas	entre	sí,	que
generan	prácticas	muy	especializadas	y	crean	un	espacio	para	el	desarrollo	de	una	identidad
también	especializada.	Cuando	la	clasificación	es	fuerte,	es	imposible	confundir	a	un	padre
con	 una	 madre.	 Una	 clasificación	 débil,	 en	 cambio,	 supone	 un	 aislamiento	 débil	 entre
categorías,	 los	 límites	 entre	 las	 categorías	 no	 son	 claros.	 Las	 categorías	 se	 mezclan	 y	 las
diferentes	 voces	 se	 confunden	 entre	 sí.	 Una	 clasificación	 débil	 da	 lugar	 a	 prácticas	 poco
especializadas	y	a	una	identidad	menos	definida.	Las	relaciones	entre	categorías	dependen
de	la	fuerza	de	la	clasificación,	de	la	fuerza	del	aislamiento.	Cuando	esta	fuerza	cambia,	se
modifica	la	relación	entre	las	categorías,	lo	cual	implica,	en	definitiva,	un	cambio	en	las	bases
del	orden	social,	es	decir,	en	la	división	del	trabajo	y	la	distribución	del	poder	en	la	sociedad.
Como	 la	 clasificación	 es	 una	 función	 del	 poder,	 la	 fuerza	 de	 la	 clasificación	 refleja	 los
principios	que	regulan	la	división	del	trabajo	y	la	naturaleza	de	la	jerarquía;	establece,	en	el
nivel	objetivo,	el	orden	y	quién	es	el	dueño	de	ese	orden,	tanto	dentro	de	un	contexto	como
entre	 diferentes	 contextos.	 En	 la	 clasificación	 fuerte,	 los	 principios	 y	 la	 jerarquía	 se	 hacen
explícitos,	en	consecuencia,	las	relaciones	de	poder	son	también	explícitas.	En	la	clasificación
débil,	 por	 el	 contrario,	 esas	 relaciones	 son	 implícitas,	 latentes.	 Las	 relaciones	 de	 poder
existen,	pero	están	enmascaradas.
1.3.	Enmarcamiento
Para	 construir	 este	 concepto,	 Bernstein	 se	 inspira	 en	 el	 interaccionismo	 simbólico.	 El
enmarcamiento	se	vincula	con	el	control,	así	como	la	clasificación	lo	hace	con	el	poder,	tal
como	se	puede	observar	en	la	Figura	nº	1.	En	toda	división	social	del	trabajo,	las	relaciones
sociales,	 que	 generan	 un	 contexto	 comunicativo	 determinado,	 están	 sometidas	 a	 control
social.
Según	 Bernstein	 (1993),	 el	 enmarcamiento	 designa	 el	 principio	 que	 regula	 las	 prácticas
comunicativas	de	las	relaciones	sociales	entre	transmisores	y	adquirentes,	que	dan	lugar	a	la
reproducción	de	los	recursos	discursivos.	Este	principio	provee	el	modo	de	realización	de	un
discurso,	 establece	 la	 forma	 en	 que	 será	 hecho	 público	 un	 mensaje	 y	 la	 naturaleza	 de	 las
relaciones	 que	 son	 inherentes	 a	 ese	 mensaje.	 En	 síntesis,	 provee	 las	 ‘reglas	 de	 realización’,
encargadas	de	regular	la	creación	y	producción	de	las	relaciones	internas	especializadas	de
un	contexto	determinado.	El	enmarcamiento	designa,	en	definitiva,	dónde	está	localizado	el
control	 sobre	 las	 reglas	 de	 comunicación.	 Estas	 reglas	 deben	 ser	 aprendidas	 para	 que	 uno
pueda	operar	en	el	enmarcamiento.	No	hay	una	transmisión	explícita	de	estas	reglas,	hay	que
deducirlas	del	contexto	de	la	relación,	hay	que	‘hallarlas’,	están	implícitas	en	la	relación.	Una
vez	adquiridas	se	convierten	en	reglas	de	competencia	comunicativa.	Quienes	han	adquirido
las	reglas	 de	 realización	 están	 en	 condiciones	 de	 producir	 el	 texto	 adecuado	 en	 un	 contexto
determinado.	Al	incorporar	el	principio	de	enmarcamiento,	y	las	reglas	de	realización	que
son	inherentes	a	él,	se	produce	la	adquisición	del	‘mensaje’	legítimo,	que	anuncia,	que	realiza
una	‘voz’	en	ese	contexto.
Al	igual	que	la	clasificación,	el	enmarcamiento	puede	adquirir	dos	valores,	fuerte	(+E)	y	débil
(-E),	que	varían	independientemente.	Los	valores	fuertes	sitúan	las	fuentes	de	control	de	la
comunicación	en	el	transmisor,	mientras	que	los	débiles	lo	hacen	en	el	adquirente.	En	el	caso
de	la	relación	pedagógica	importa	quién	ejerce	el	control	sobre	la	selección,	secuencia,	ritmo	y
criterios	del	conocimiento	que	será	adquirido.	Cuando	el	enmarcamiento	es	fuerte,	el	control
se	 sitúa	 en	 el	 transmisor,	 es	 decir,	 en	 el	 docente;	 cuando	 es	 débil,	 al	 control	 lo	 tiene
(aparentemente)	el	alumno.	En	los	contextos	donde	predomina	un	enmarcamiento	débil,	la
fuente	de	control	no	desaparece,	sino	que	permanece	oculta,	latente.	Las	relaciones	sociales
en	un	contexto	con	enmarcamiento	débil	pueden	ser	altamente	manipuladoras	porque	hace
parecer	 que	 el	 control	 es	 ejercido	 por	 el	 alumno,	 pero	 quien	 lo	 tiene	 efectivamente	 es	 el
docente.	 Bernstein	 llama	 la	 atención	 sobre	 este	 hecho	 cuando	 se	 refiere	 a	 la	 ‘pedagogía
invisible’.	En	las	instituciones	educativas,	el	enmarcamiento	regula	la	práctica	pedagógica,	o
sea,	 el	 cómo	 de	 la	 transmisión,	 mientras	 que	 la	 clasificación	 regula	 el	 qué,	 es	 decir,	 el
contenido,	o	sea,	el	curriculum.	El	principio	de	comunicación	selecciona	la	secuencia,	el	ritmo
y	los	criterios	de	la	comunicación	pedagógica.	El	enmarcamiento	débil	enmascara	el	poder,
crea	la	ilusión	de	que	el	espacio	de	control	de	la	comunicación	es	absolutamente	negociable,
pero	éste	nunca	puede	ser	el	caso	porque	los	transmisores	(los	docentes)	son	una	categoría
especializada	 diferente.	 En	 la	 práctica	 pedagógica,	 el	 control	 crucial	 es	 el	 que	 se	 ejerce,
precisamente,	sobre	el	ritmo	y	la	tasa	de	adquisición	esperada.
1.4.	Modalidades	del	código
Las	 precisiones	 conceptuales	 realizadas	 en	 los	 párrafos	 precedentes	 nos	 permiten
comprender	 ahora,	 de	 manera	 más	 acabada,	 el	 concepto	 de	 código,	 sus	 modalidades,	 sus
relaciones	con	el	poder	y	el	control	y,	finalmente,	la	forma	en	que	el	nivel	macro	institucional
se	traduce	en	el	nivel	micro,	es	decir,	el	de	la	producción	textual.	En	el	código	se	reúnen	el
poder	y	el	control,	categorías	que	solamente	se	pueden	distinguir	con	fines	analíticos	puesto
que	 en	 el	 plano	 empírico	 están	 imbricadas	 entre	 sí.	 El	 poder	 provoca	 rupturas,	 produce
marcadores	en	el	espacio	social,	opera	sobre	relaciones	entre	categorías,	establece	relaciones
legítimas	 de	 orden	 social.	 El	 control	 regula	 la	 comunicación,	 establece	 formas	 de
comunicación	 legítimas,	 adecuadas	 a	 las	 diferentes	 categorías	 y	 contextos.	 Transmite	 las
relaciones	 de	 poder	 dentro	 de	 cada	 categoría	 y	 socializa	 al	 individuo	 en	 esas	 categorías.
Vehiculiza	el	poder	de	reproducción	y	el	potencial	para	su	modificación.	En	la	medida	que	se
adquieren	 los	 principios	 de	 comunicación,	 uno	 es	 socializado	 en	 los	 principios	 de
clasificación.	 El	 control	 se	 refiere	 a	 la	 práctica	 de	 una	 categoría.	 Son	 las	 reglas	 de
comunicación	por	medio	de	las	cuales	una	categoría	se	relaciona	con	otra.
El	 aprendizaje	 del	 código	 implica	 la	 adquisición	 de	 los	 principios	 de	 clasificación	 y
enmarcamiento	 y,	 por	 ende,	 de	 las	 reglas	 de	 reconocimiento	 y	 de	 realización.	 La	 regla	 de
reconocimiento	(clasificación)	permite	diferenciar	los	contextos	y	los	significados	relevantes	a
esos	contextos,	lo	habilita	a	uno	para	escoger	el	significado	relevante	en	la	ocasión	relevante.
La	regla	de	realización	(enmarcamiento)	permite	seleccionar	las	prácticas	adecuadas	para	ese
contexto,	 lo	 que	 se	 espera	 del	 sujeto	 en	 ese	 contexto;	 lo	 ayuda	 a	 uno	 a	 escoger	 la
comunicación	o	la	práctica	relevante.	Estas	reglas	subyacen	a	todas	las	relaciones	sociales,	son
muy	difíciles	de	explicar	pero	cada	uno	sabe	cuándo	ellas	son	violadas.	Definen	lo	que	cuenta
como	 conducta	 aceptable.	 La	 socialización	 en	 un	 código,	 dice	 Bernstein,	 implica	 la
conformación	de	la	conciencia	en	una	ideología.
Las	modalidades	del	código	derivan	de	los	valores	(fuerte	o	débil)	que	toman	la	clasificación
y	el	enmarcamiento.	De	acuerdo	a	las	reglas	de	clasificación	y	enmarcamiento	propias	de	una
agencia	 transmisora,	 Bernstein	 define	 dos	 modalidades,	 el	 código	 elaborado	 y	 el	 código
restringido,	que	caracteriza	de	la	siguiente	manera:
“[El	 código	 elaborado]	 se	 caracteriza	 por	 un	 orden	 de	 significados	 universalistas,	 cuyos	 principios	 y	 operaciones	 son
hechos	explícitos	y	que,	estando	desligado	del	contexto,	da	al	hablante	una	posibilidad	de	distanciamiento,	y	por	tanto,
de	reflexividad;	los	hablantes	de	un	código	elaborado	tienden	a	ser	conscientes	de	las	diferencias	individuales	y	a	tener
roles	menos	formalizados	[...]	[El	código	restringido]	se	caracteriza	por	un	orden	de	significación	particularista,	en	el	que
los	principios	y	operaciones	son	mantenidos	implícitos	dado	que	las	significaciones	estrechamente	ligadas	al	contexto	no
requieren	de	mucha	verbalización;	los	hablantes	de	un	código	restringido	tienden	a	tener	roles	comunitarios	y	no	son
muy	conscientes	de	las	diferencias	individuales”8.
Bernstein	 sostiene	 que	 las	 modalidades	 del	 código	 tienen	 un	 origen	 de	 clase:	 el	 código
elaborado	es	propio	de	las	clases	media	y	alta,	el	restringido	de	la	clase	obrera.	A	raíz	de	esta
asociación,	la	teoría	de	Bernstein	fue	acusada	de	ser	una	teoría	del	déficit.	Él	rechazó	siempre
esta	 acusación	 y	 sostuvo	 que	 las	 diferencias	 de	 código	 son	 diferencias	 culturales,	 no	 de
formas	 de	 inteligencia,	 cualquiera	 sea	 la	 definición	 de	 inteligencia	 que	 se	 adopte.	 Los
códigos,	 dice	 Bernstein	 (1990),	 no	 afectan	 las	 competencias,	 más	 bien	 regulan	 los
rendimientos.	Dado	que	todos	somos	socializados	en	el	interior	de	una	clase	social,	en	ese
proceso	 adquirimos	 el	 código	 propio	 de	 esa	 clase,	 es	 decir,	 nuestra	 conciencia	 subjetiva
responde	a	ese	código.	Ello	implica	que	nuestras	orientaciones	hacia	los	significados	serán
elaboradas	o	restringidas,	dependiendo	del	código	de	la	clase	en	la	que	fuimos	socializados.
A	 nivel	 macro,	 la	 oposición	 entre	 ambas	 modalidades	 del	 código	 es	 una	 oposición	 entre
modalidades	 de	 solidaridad	 social9	 engendradas	 por	 la	 clase	 social.	 Un	 código	 elaborado
corresponde	a	la	solidaridad	orgánica	(el	yo	predomina	sobre	el	nosotros,	los	principios	de
diferenciación	 sobre	 los	 de	 identidad).	 Un	 código	 restringido	 corresponde	 a	 la	 solidaridad
mecánica	(el	nosotros	predomina	sobre	el	yo,	los	principios	de	identidad	o	similitud	sobre	los
de	diferenciación).
El	Cuadro	nº	2,	propuesto	por	Bernstein	en	uno	de	sus	últimos	libros,	sirve	para	ilustrar	la
forma	en	que	él	concibe	las	relaciones	entre	los	principales	conceptos	de	su	propuesta	y	cómo
se	 produce	 el	 desplazamiento	 del	 nivel	 micro	 al	 nivel	 macro.	 Las	 posibilidades	 que	 la
propuesta	 de	 Bernstein	 abre	 para	 el	 análisis	 de	 las	 prácticas	 pedagógicas	 son	 muy
interesantes;	 permite	 explicar,	 entre	 otras	 cosas,	 la	 forma	 en	 que	 el	 discurso	 pedagógico
influye	en	la	producción	y	reproducción	del	orden	social.
Cuadro	nº	2:	De	micro	a	macro10
2.	El	dispositivo	pedagógico	y	sus	reglas
Bernstein	 dedicó	 los	 últimos	 tiempos	 de	 su	 trabajo	 científico	 a	 resolver	 una	 compleja
pregunta:	 “¿existen	 algunos	 principios	 generales	 subyacentes	 a	 la	 transformación	 del
conocimiento	en	la	comunicación	pedagógica,	con	independencia	de	que	el	conocimiento	sea
intelectual,	 práctico,	 expresivo,	 oficial	 o	 local?”.	 Para	 responder	 esta	 pregunta	 consideró
necesario	 contar	 con	 modelos	 teóricos	 capaces	 de	 generar	 descripciones	 específicas	 de	 la
práctica	pedagógica,	entendida	ésta	como	un	“contexto	social	fundamental	a	través	del	cual
se	realiza	la	reproducción	y	la	producción	culturales”11.	Bernstein	no	se	pregunta	acerca	del
contenido	 del	 mensaje	 pedagógico,	 su	 base	 institucional	 e	 ideológica;	 lo	 que	 le	 interesa
explorar	son	las	posibilidades	de	construir	el	carácter	sociológico	del	conocimiento	oficial	o
local,	la	gramática	social,	los	principios	que	rigen	la	pedagogización	del	conocimiento	y	que	hacen
posible	la	comunicación	pedagógica.	Para	ello	se	centra	rígidamente	en	las	reglas	subyacentes
que	 configuran	 la	 construcción	 social	 del	 discurso	 pedagógico	 y	 sus	 diversas	 prácticas.	 Estas
reglas	 constituyen	 lo	 que	 Bernstein	 denomina	 dispositivo	 pedagógico,	 al	 que	 define,	 por
analogía	con	el	dispositivo	lingüístico,	como	un	conjunto	de	reglas	formales	que	gobiernan	la
comunicación	 pedagógica	 que	 el	 dispositivo	 hace	 posible.	 Así,	 el	 dispositivo	 pedagógico
actúa	de	manera	selectiva	sobre	el	potencial	de	significado,	regula	continuamente	el	universo
ideal	de	significados	pedagógicos	potenciales,	restringiendo	o	reforzando	sus	realizaciones.
Las	reglas	del	dispositivo	participan	esencialmente	en	la	distribución	de	formas	de	conciencia
y	en	las	limitaciones	que	se	les	imponen	(Bernstein,	1998).	La	Figura	nº	2	muestra	las	reglas
formales	 constitutivas	 del	 dispositivo	 pedagógico,	 las	 relaciones	 de	 esas	 reglas	 con	 la
estructura	 sociológica	 (poder,	 conocimiento	 y	 conciencia),	 y	 los	 campos	 (de	 producción,
recontextualización	 y	 reproducción	 del	 discurso)	 y	 los	 procesos	 (creación,	 transmisión	 y
adquisión)	a	que	dan	lugar.
Figura	nº	2:	El	dispositivo	pedagógico	y	sus	estructuraciones.	Relaciones	clave	del	modelo12
A	 pesar	 de	 que	 Bernstein	 establece	 un	 paralelo	 entre	 el	 dispositivo	 pedagógico	 y	 el
lingüístico,	 y	 entiende	 que	 ambos	 se	 convierten	 en	 lugares	 de	 apropiación,	 conflicto	 y
control,	reconoce	una	cualidad	fundamental	en	el	primero	de	la	que	carece	el	segundo:	es
posible	 obtener	 un	 resultado,	 una	 forma	 de	 comunicación	 que	 puede	 subvertir	 las	 reglas
fundamentales	del	dispositivo	y	con	ello,	subvertir	el	orden	social	(Bernstein,	1998).
Las	 formas	 de	 realización	 del	 dispositivo	 pedagógico	 están	 sujetas	 a	 una	 serie	 de	 reglas
relacionadas	 entre	 sí	 de	 manera	 jerárquica:	 reglas	 distributivas	 (RD),	 reglas	 de
recontextualización	 (RR)	 y	 reglas	 de	 evaluación	 (RE).	 Estas	 reglas	 varían	 con	 el	 contexto	 y	 no
están	libres	de	ideología.	Por	lo	tanto,	están	implicadas	en	la	distribución	de,	y	en	la	coerción
sobre,	 diferentes	 formas	 de	 conciencia.	 Una	 breve	 referencia	 a	 estas	 reglas	 nos	 permitirá
comprender	las	relaciones	de	subordinación	a	las	que	aludíamos	antes	y	situar	el	discurso
pedagógico	como	una	de	las	reglas	constitutivas	del	modelo	propuesto	por	Bernstein.
a)	Reglas	distributivas
Ocupan	 el	 primer	 lugar	 en	 la	 jerarquía,	 son	 las	 reglas	 dominantes,	 por	 lo	 tanto,	 a	 ellas	 se
subordinan	las	otras	dos.	Regulan	la	relación	entre	el	poder,	los	grupos	sociales,	las	formas	de
conciencia	y	las	prácticas.	Ellas	distribuyen	formas	de	conciencia	a	través	de	la	distribución
de	diferentes	formas	de	conocimiento;	definen	el	discurso	pedagógico	legítimo,	es	decir,	lo
que	 puede	 ser	 transmitido,	 a	 quiénes	 puede	 ser	 transmitido	 y	 bajo	 qué	 condiciones,	 y
establece	 los	 límites	 de	 ese	 discurso.	 Las	 reglas	 distributivas	 diferencian	 y	 estratifican	 el
conocimiento	y	hacen	lo	propio	con	los	sujetos	que	tienen	acceso	a	ese	conocimiento.
Bernstein	 distingue	 dos	 clases	 de	 conocimiento	 cuyo	 contenido	 varía	 histórica	 y
culturalmente:	 una	 clase	 de	 conocimiento	 esotérico	 (lo	 impensable,	 dominado	 sólo	 por
agentes	 especializados)	 y	 una	 clase	 de	 conocimiento	 mundano	 (lo	 pensable,	 accesible	 a
todos).	 Las	 reglas	 distributivas	 son	 las	 que	 regulan	 quiénes	 tienen	 acceso	 a	 lo	 impensable.
Estas	reglas	se	traducen	sociológicamente	en	el	campo	de	producción	del	discurso.	Hablando	en
sentido	 sociológico,	 las	 reglas	 distributivas	 crean	 un	 campo	 especializado	 de	 acceso	 y
controles	especializados	de	poder.	En	las	sociedades	modernas	el	control	y	la	gestión	de	lo
impensable	radica	esencialmente	en	los	niveles	superiores	del	sistema	educativo	(Bernstein,
1998).
b)	Reglas	de	recontextualización
Estas	reglas	constituyen	el	discurso	pedagógico	específico,	tratan	de	fijar	los	límites	interiores
y	exteriores	del	discurso	legítimo.	El	discurso	pedagógico	se	basa	en	las	reglas	que	crean	las
comunicaciones	 especializadas	 mediante	 las	 cuales	 se	 seleccionan	 y	 crean	 los	 temas
pedagógicos.	 En	 otras	 palabras,	 este	 discurso	 selecciona	 y	 crea	 los	 temas	 pedagógicos
especializados	a	través	de	sus	propios	contextos	y	contenidos.	El	discurso	pedagógico	es	una
regla	 recontextualizadora,	 y	 como	 tal,	 se	 encuentra	 subordinada	 a	 las	 reglas	 distributivas.
Regula	la	selección,	la	secuencia,	el	ritmo	de	la	transmisión	educativa;	asegura	que	ésta	no
responda	a	las	características	internas	de	las	competencias	que	se	quieren	transmitir,	sino	que
se	 subordine	 a	 principios	 de	 orden	 moral.	 Con	 ello	 quiere	 decir	 que	 son	 las	 relaciones	 de
poder	las	que,	en	definitiva,	definen	el	discurso	pedagógico	y,	por	su	intermedio,	regulan	las
formas	de	conciencia.
c)	Reglas	de	evaluación
Con	estas	reglas	Bernstein	resuelve	un	nuevo	problema:	transformar	el	discurso	pedagógico
en	práctica	pedagógica.	Las	reglas	de	evaluación	constituyen	la	práctica	pedagógica;	regulan
la	adquisición	del	discurso	pedagógico.	Son	las	que	aseguran	que	un	‘texto’	se	inserte	en	un
contexto,	 permiten	 que	 cada	 adquirente	 (el	 alumno)	 se	 posicione	 de	 manera	 diferenciada
frente	al	discurso	y	la	práctica	pedagógica	legítima.	Bernstein	explica	la	transformación	del
discurso	pedagógico	en	práctica	pedagógica	de	la	siguiente	manera:
“En	el	nivel	más	abstracto,	el	discurso	pedagógico	especializa	el	tiempo,	el	texto	y	el	espacio	y	los	une	en	una	relación
mutua.	 En	 consecuencia,	 el	 discurso	 pedagógico	 especializa	 los	 significados	 con	 respecto	 al	 tiempo	 y	 al	 espacio.	 Este
discurso	 puede	 construir	 relaciones	 categoriales	 fundamentales	 cuyas	 consecuencias	 afectan	 el	 nivel	 cultural	 más
profundo.	De	este	nivel	hacia	abajo,	todo	tiene	consecuencias	cognitivas	y	culturales.	Este	nivel	de	especialización	del
tiempo,	del	texto	y	del	espacio	nos	marca	cognitiva	y	culturalmente.	Todo	discurso	pedagógico	distribuye	el	tiempo,	lo
serializa,	 introduce	 en	 él	 rupturas	 que	 a	 veces	 son	 muy	 fuertes.	 El	 tiempo	 es	 transformado	 en	 edad	 [...]	 El	 texto	 se
transforma	en	contenido	y	el	espacio	en	contexto	específico	[...]	Por	último	podemos	transformar	la	edad,	el	contenido	y
el	contexto	haciéndolas	pasar	al	nivel	de	las	relaciones	sociales	y	las	características	fundamentales	de	la	comunicación.	La
edad	se	transforma	en	adquisición.	El	contenido	en	evaluación.	El	contexto	en	transmisión”13.
En	 síntesis,	 lo	 que	 hace	 la	 práctica	 pedagógica	 es	 especializar	 el	 ‘texto’	 en	 contenidos,	 el
tiempo	 en	 secuencias	 de	 edad	 para	 la	 adquisición	 de	 esos	 contenidos	 y	 el	 espacio	 en
contextos	de	transmisión/adquisición	apropiados	(Escotet,	1996).	La	Figura	nº	3	presenta	esta
secuencia	de	transformaciones	del	discurso	pedagógico	en	práctica	pedagógica.
La	reglas	de	evaluación	condensan	el	significado	de	la	totalidad	del	dispositivo	(distribución
del	 poder,	 distribución	 del	 conocimiento	 y	 conciencia).	 La	 finalidad	 del	 dispositivo	 es,	 en
definitiva,	proporcionar	una	regla	simbólica	general	para	la	conciencia.	En	este	punto,	a	nivel
estructural,	Bernstein	sitúa	los	orígenes	del	dispositivo	pedagógico	en	el	campo	religioso.	En
la	sociedad	primitiva	la	religión	era	el	sistema	que	definía	la	separación	entre	los	profano	y	lo
sagrado,	entre	lo	prosaico	y	lo	trascendental,	en	definitiva,	era	el	sistema	que	controlaba	el
acceso	a	lo	impensable	(el	acceso	a	lo	impensable	otorga	poder).	En	las	sociedades	modernas,
el	 que	 cumple	 esta	 función	 es	 el	 dispositivo	 pedagógico.	 Siguiendo	 a	 Weber,	 Bernstein
establece	una	homología	entre	el	campo	religioso	y	el	campo	pedagógico.	Cada	campo	está
constituido	 por	 tres	 posiciones	 que	 mantienen	 entre	 sí	 relaciones	 de	 oposición	 y	 de
complementariedad,	y	la	regla	es	que	un	individuo	solamente	puede	ocupar	una	posición	a	la
vez.	 En	 el	 campo	 religioso	 esas	 posiciones	 son	 las	 siguientes:	 los	 profetas,	 que	 son	 los
encargados	de	producir	el	conocimiento;	los	sacerdotes,	que	son	quienes	lo	transmiten,	por	lo
tanto,	cumplen	el	papel	de	recontextualizadores	o	reproductores	de	ese	conocimiento;	y	los
laicos,	a	quienes	compete	adquirirlo.	En	el	campo	pedagógico,	los	profetas	son	los	científicos
(producen	el	conocimiento),	los	docentes	cumplen	el	papel	de	los	sacerdotes	(transmiten	el
conocimiento)	y	los	alumnos	el	de	los	laicos	(son	los	‘adquirentes’,	los	que	se	apropian	del
conocimiento	 que	 ha	 sido	 recontextualizado	 por	 los	 docentes).	 Según	 Bernstein,	 hay	 una
afinidad	natural	entre	el	‘sacerdote’	y	el	‘laico’,	y	una	oposición	natural	entre	el	‘sacerdote’	y
el	‘profeta’.
Figura	nº	3:	Reglas	de	evaluación.	Traducción	del	discurso	pedagógico	en	práctica	pedagógica14
3.	El	discurso	pedagógico,	una	regla	de	recontextualización
En	la	propuesta	de	Bernstein,	el	discurso	pedagógico,	más	que	un	discurso,	es	un	principio
por	el	cual	otros	discursos	son	apropiados	y	colocados	en	una	relación	especial	entre	sí,	con	el
objeto	de	su	transmisión	y	adquisición	selectivas.	Este	principio	recontextualizador	regula	la
circulación	 y	 el	 reordenamiento	 de	 otros	 discursos,	 pero	 no	 puede	 ser	 confundido	 con	 los
discursos	que	él	ha	recontextualizado.	En	este	sentido,	el	discurso	pedagógico,	más	que	un
discurso,	es	“un	principio	para	descolocar	un	discurso,	recolocarlo	y	recentrarlo	de	acuerdo
con	su	principio	propio”15.	El	discurso	pedagógico	es	uno	solo,	aunque	contenga	en	sí	dos
discursos,	uno	de	carácter	instrumental	y	otro	de	carácter	expresivo	o	moral.	Lo	define	en	los
siguientes	términos:
“En	principio	definiré	el	discurso	pedagógico	como	una	regla	que	engloba	y	combina	dos	discursos;	un	discurso	técnico
que	 vehiculiza	 destrezas	 de	 distintos	 tipos	 y	 las	 relaciones	 que	 las	 unen	 y	 un	 discurso	 de	 orden	 social.	 El	 discurso
pedagógico	 incluye:	 por	 una	 parte,	 reglas	 que	 crean	 destrezas	 de	 uno	 y	 otro	 tipo	 y	 reglas	 que	 regulan	 sus	 relaciones
mutuas,	y	por	otra,	reglas	que	crean	un	orden	social”16.
Así	 definido,	 el	 discurso	 pedagógico	 está	 constituido	 por	 un	 conjunto	 de	 reglas	 de
recontextualización	que	fijan	los	límites	exteriores	e	interiores	del	discurso	legítimo;	crean	las
comunicaciones	 especializadas	 mediante	 las	 cuales	 se	 seleccionan	 y	 crean	 los	 temas
pedagógicos.	Estas	reglas	engloban	y	combinan	un	discurso	de	orden	social	y	un	discurso	de
orden	técnico	que	crea	habilidades	especializadas	y	las	relaciones	entre	ellas.	El	primero	es	el
discurso	regulativo	(DR),	transmite	actitudes	y	valores	y	es	el	discurso	dominante.	El	segundo,
denominado	discurso	instruccional	(DI),	tiene	carácter	instrumental	y	se	encuentra	inmerso	en
el	 discurso	 regulativo,	 está	 subordinado	 a	 él17.	 Mientras	 el	 discurso	 instruccional	 crea
competencias,	habilidades,	destrezas,	etc.,	orientadas	a	mejorar	el	desempeño	del	sujeto	en
campos	de	actividad	específicos,	el	discurso	regulativo	crea	orden,	relaciones	e	identidad;	sus
reglas	establecen	e	inculcan	algún	tipo	de	control	y	de	disciplina.
¿Por	qué	el	discurso	instruccional	está	subordinado	al	discurso	regulativo?	Simplemente,	porque
no	hay	instrucción	sin	orden.	Y	es	precisamente	el	discurso	regulativo	el	que	define	las	reglas
del	 orden	 social	 en	 la	 escuela.	 Es	 el	 que	 establece,	 en	 definitiva,	 el	 orden	 presente	 en	 el
discurso	pedagógico.	Es	decir,	establece	los	criterios	para	la	selección	de	los	contenidos	y	sus
relaciones,	la	forma	en	que	serán	transmitidos,	el	momento	en	que	serán	desarrollados,	etc.,
etc.	Las	decisiones	que	se	adoptan	respecto	de	todo	esto,	no	responden	primordialmente	a	la
lógica	intrínseca	a	los	conocimientos	que	se	imparten	en	la	escuela;	se	fundan	más	bien	en
teorías	 de	 la	 instrucción	 que	 no	 son	 meramente	 instrumentales,	 sino	 valorativas,	 porque
encierran	un	modelo	de	maestro,	un	modelo	de	alumno,	un	modelo	de	relación	pedagógica.
El	 discurso	 pedagógico,	 aunque	 contiene	 dos	 discursos,	 es	 en	 realidad	 uno	 solo.	 En
consecuencia,	 la	 distinción	 entre	 discurso	 regulativo	 y	 discurso	 instruccional	 es	 meramente
analítica.	 Pero	 hacer	 esta	 distinción	 resulta	 fundamental	 para	 comprender	 los	 diferentes
procesos	que	tienen	lugar	en	el	interior	de	las	instituciones	educativas.	En	ellas	tienen	lugar
procesos	 que	 implican	 relaciones	 e	 influencias	 recíprocas	 entre	 los	 dos	 discursos.	 Como
hemos	 visto,	 Bernstein	 destaca	 que	 el	 discurso	 regulativo	 tiene	 preeminencia	 respecto	 del
discurso	instruccional	porque	establece	las	reglas	del	orden	social.	Desde	este	punto	de	vista,	el
discurso	regulativo	cumple	dos	funciones	fundamentales:	i)	crea	los	criterios	que	dan	lugar	al
carácter,	 las	 maneras	 de	 actuar,	 las	 posturas	 del	 sujeto;	 indica	 al	 estudiante	 la	 conducta
apropiada	y	legítima,	el	texto	adecuado,	en	un	determinado	contexto;	y	ii)	regula	la	selección
del	 discurso	 instruccional,	 y	 define	 la	 secuencia,	 el	 ritmo	 y	 los	 criterios	 en	 que	 éste	 será
transmitido;	provee	las	reglas	internas	de	este	discurso.	El	discurso	instruccional,	en	cambio,
supone	 la	 transmisión	 de	 conocimientos	 (matemática,	 lengua,	 física,	 ciencias	 sociales,	 por
ejemplo),	 y	 el	 desarrollo	 de	 una	 serie	 de	 habilidades	 especializadas	 que	 se	 consideran
imprescindibles	 para	 el	 desempeño	 del	 individuo	 en	 diferentes	 campos	 de	 actividad
(capacidad	 de	 análisis,	 de	 síntesis;	 habilidad	 para	 el	 desarrollo	 de	 tareas	 complejas,	 para
resolver	problemas;	destrezas	manuales;	etc.,	etc.).	En	la	práctica,	el	estudiante,	por	su	simple
participación	en	la	multiplicidad	de	procesos	de	interacción	que	tienen	lugar	en	la	institución
educativa	 (con	 los	 docentes,	 con	 sus	 pares,	 con	 el	 personal	 de	 apoyo	 administrativo),	 a
medida	 que	 adquiere	 conocimientos	 y	 competencias	 específicos,	 incorpora	 reglas	 de
conducta	que	determinarán,	en	gran	parte,	su	manera	de	‘ser’	y	de	‘comportarse’,	es	decir,	va
desarrollando	 una	 forma	 de	 conciencia,	 una	 identidad	 subjetiva.	 En	 definitiva,	 ambos
discursos,	el	regulativo	y	el	instruccional,	intervienen	en	la	formación	de	la	conciencia,	pero	el
primero	es	el	dominante.
Es	importante	destacar	que	el	discurso	regulativo	es	el	más	‘silencioso’	de	los	dos	discursos,	el
más	difícil	de	identificar	porque	no	es	objeto	de	una	formulación	explícita	como	el	discurso
instruccional.	El	discurso	regulativo	se	transmite	a	través	de	conductas,	de	prácticas	concretas
dentro	y	fuera	del	aula,	no	de	formulaciones	verbales.	Las	prácticas	que	importan	son	lo	que
Bernstein	 denomina	 prácticas	 discursivas,	 prácticas	 de	 transmisión	 y	 prácticas	 de
organización.	Muchos	sociólogos	se	refieren	al	discurso	regulativo	en	términos	de	‘curriculum
oculto’18,	por	oposición	al	‘curriculum	explícito’	que	se	objetiva	en	planes	y	programas	de
estudio.	 El	 discurso	 regulativo	 es	 un	 discurso	 que	 opera	 a	 mayor	 nivel	 de	 profundidad	 y,
precisamente	 por	 esto	 mismo,	 tiene	 una	 enorme	 eficacia	 sobre	 la	 conducta	 del	 sujeto	 del
aprendizaje,	 pero	 la	 tiene	 también	 sobre	 la	 conducta	 de	 los	 agentes	 de	 la	 transmisión.
Generalmente,	el	docente	no	es	consciente	de	que	su	rol	va	más	allá	de	la	mera	instrucción
(transmisión	de	conocimientos	y	desarrollo	de	competencias)	y	la	evaluación	de	los	alumnos.
Generalmente,	él	no	piensa	que	a	medida	que	hace	todo	esto,	inculca	maneras	de	pensar,	de
actuar	 y	 de	 mirar	 la	 realidad	 que	 tienen	 tanto	 mayor	 impacto	 sobre	 la	 conducta	 de	 los
alumnos	cuanto	mayor	es	la	‘autoridad	pedagógica’	y	el	‘dominio	simbólico’,	como	dirían
Bourdieu	y	Passeron	(1981),	que	el	docente	ejerce	sobre	ellos.
Por	 último,	 Bernstein	 señala	 que	 el	 discurso	 pedagógico,	 en	 tanto	 principio	 de
recontextualización	de	otros	discursos,	crea,	a	su	vez,	campos	recontextualizadores	y	agentes
con	 funciones	 recontextualizadoras	 que	 practican	 ideologías.	 Los	 agentes
recontextualizadores	 (los	 docentes)	 operan	 una	 selección	 de	 los	 contenidos	 que	 van	 a	 ser
transmitidos,	establecen	las	relaciones	entre	éstos	y	otros	contenidos,	y	definen	la	secuencia	y
el	ritmo	de	la	transmisión	pedagógica.	Estas	decisiones	no	son	ideológicamente	neutras.	En
tanto	 agentes	 de	 recontextualización	 tienen,	 por	 lo	 tanto,	 un	 papel	 de	 primer	 orden	 en	 la
reproducción	y	la	producción	del	orden	social	y	de	la	cultura.
4.	Los	códigos	del	conocimiento	educativo
Al	 aplicar	 la	 idea	 de	 código	 a	 la	 transmisión	 educativa	 que	 tiene	 lugar	 en	 las	 escuelas,
Bernstein	trata	de	demostrar	que	la	organización	(curriculum),	la	transmisión	(pedagogía)	y	la
evaluación	(evaluación)	del	conocimiento	están	íntimamente	relacionadas	con	los	patrones
de	 autoridad	 y	 de	 control	 social	 vigentes	 en	 la	 sociedad.	 En	 consecuencia,	 las	 disputas	 en
torno	al	curriculum	son	disputas	o	conflictos	entre	diferentes	concepciones	del	orden	social	y
por	lo	tanto,	tienen	carácter	moral19.
Los	códigos	del	mensaje	educativo	comprenden	tres	sistemas	de	mensajes:	el	curriculum,	 la
pedagogía	 y	 la	 evaluación.	 Los	 tres	 forman	 un	 todo	 y	 deben	 ser	 tratados	 como	 un	 todo,
solamente	se	los	puede	separar	con	fines	estrictamente	analíticos.
4.1.	El	curriculum
Para	 definir	 al	 curriculum	 Bernstein	 toma	 dos	 elementos	 principales:	 contenidos	 y	 tiempo.
Dice	 al	 respecto:	 “definiré	 un	 curriculum	 en	 términos	 del	 principio	 por	 el	 cual	 ciertos
períodos	de	tiempo	y	sus	contenidos	son	puestos	en	una	relación	especial	unos	con	otros”20.
La	cuestión	de	las	relaciones	entre	estos	dos	elementos	-tiempo	y	contenidos-	adquiere	un
significado	fundamental	porque	da	lugar	a	diferentes	tipos	de	curricula.
La	primera	relación	que	interesa	es	la	que	se	establece	entre	el	tiempo	y	el	contenido.	Todo
curriculum	 implica	 unidades	 de	 tiempo	 durante	 las	 cuales	 son	 desarrollados	 determinados
contenidos.	A	la	transmisión	de	algunos	contenidos	se	otorga	mayor	cantidad	de	tiempo	que
a	la	transmisión	de	otros;	esto	está	en	función	de	la	importancia	que	se	les	asigna	dentro	del
plan	de	estudios	correspondiente.	Por	otra	parte,	hay	contenidos	que	son	obligatorios	y	otros
que	son	optativos	u	opcionales	para	el	alumno.	Desde	una	perspectiva	sociológica,	el	hecho
de	 que	 unos	 contenidos	 sean	 obligatorios,	 y	 a	 su	 desarrollo	 se	 destine	 mayor	 cantidad	 de
tiempo	está	indicando	que	dichos	contenidos	tienen	un	mayor	status	relativo	dentro	del	plan
de	 estudios	 de	 que	 se	 trata.	 Podríamos	 decir	 que	 son	 los	 contenidos	 que	 se	 consideran
‘fundamentales’,	aquellos	que	necesariamente	deben	ser	incorporados	por	la	totalidad	de	los
alumnos	 (por	 ejemplo,	 matemática	 y	 lengua	 en	 la	 escuela	 primaria	 común	 son	 más
importantes	que	música,	plástica	o	gimnasia).	En	cualquier	curriculum	 es	 posible	 descubrir
esta	relación	entre	tiempo	y	contenido,	y	determinar,	por	lo	tanto,	cuáles	son	las	asignaturas
importantes	 y	 cuáles	 las	 que	 no	 lo	 son	 tanto.	 Los	 propios	 alumnos	 advierten	 este	 hecho	 a
poco	de	transitar	su	carrera	escolar	en	los	diferentes	niveles	del	sistema	educativo.
Una	segunda	relación	importante	es	la	que	se	establece	entre	contenidos.	En	algunos	casos,
los	 límites	 entre	 las	 diferentes	 asignaturas	 son	 claros	 y	 los	 contenidos	 se	 pueden	 aislar
perfectamente	unos	de	otros.	Pero	también	puede	ocurrir	que	esos	límites	sean	difusos	y	los
contenidos	 mantengan	 una	 relación	 muy	 estrecha	 entre	 sí,	 al	 punto	 que	 no	 sea	 posible
diferenciarlos	 claramente.	 En	 el	 primer	 caso	 estamos	 frente	 a	 lo	 que	 Bernstein	 denomina
curriculum	 de	 colección,	 en	 el	 segundo,	 frente	 a	 un	 curriculum	 integrado.	 El	 curriculum	 de
colección	se	caracteriza	porque	los	contenidos	de	alto	status	mantienen	una	relación	cerrada
entre	 sí,	 es	 decir,	 están	 claramente	 delimitados	 y	 separados	 unos	 de	 otros.	 “Aquí,	 el
estudiante	debe	acumular	un	grupo	especialmente	favorecido	de	contenidos	para	satisfacer
algún	criterio	externo:	quizá,	pero	no	siempre,	un	examen	público.	Puede	haber,	por	cierto,
un	concepto	subyacente	a	la	colección,	por	ejemplo,	el	de	gentleman,	el	de	hombre	educado,
el	de	hombre	especializado,	el	de	hombre	no	profesional”21.	En	el	curriculum	 integrado,	 en
cambio,	los	distintos	contenidos	mantienen	una	relación	abierta	unos	con	otros,	no	existen
límites	definidos	entre	ellos.	Hay	por	cierto	diferentes	grados	de	integración;	en	el	extremo,
la	máxima	integración	supone	que	no	hay	períodos	de	tiempo	definidos	para	el	desarrollo	de
los	diferentes	contenidos,	y	éstos	están	subordinados	a	alguna	idea	central	de	la	cual	forman
parte	y	reduce	el	aislamiento	entre	ellos.
Como	hemos	visto	antes,	la	definición	de	los	contenidos	de	la	comunicación	educativa	(el
curriculum)	 es	 una	 cuestión	 de	 poder,	 por	 lo	 tanto,	 es	 regulada	 por	 el	 principio	 de
clasificación.	 En	 el	 curriculum	 de	 colección	 la	 clasificación	 es	 fuerte,	 mientras	 que	 en	 el
integrado	es	débil.	La	clasificación	fuerte	supone	no	solamente	que	los	contenidos	mantienen
entre	 sí	 un	 alto	 grado	 de	 aislamiento,	 sino	 también	 que	 la	 formación	 que	 resulta	 de	 la
exposición	a	este	tipo	de	curriculum	es	altamente	especializada.	Es	decir,	se	aprenden	pocas
cosas,	pero	en	profundidad,	y	el	alumno	debe	dar	cuenta	de	sus	resultados	en	un	proceso	de
evaluación	permanente.	El	último	misterio	de	la	asignatura	se	descubre	al	final	de	una	larga
carrera	y	no	todos	tienen	la	posibilidad	de	acceder	a	esto.	Aquí	el	conocimiento	tiene	carácter
sagrado,	es	muy	similar	a	una	propiedad	privada	y	diferencia	jerárquicamente	a	quienes	han
logrado	incorporarlo.	En	cambio,	en	la	clasificación	débil	propia	del	curriculum	integrado	 se
pone	más	énfasis	en	la	educación	en	amplitud,	y	no	tanto	en	la	profundidad.	Esta	educación
se	 basa	 en	 principios	 generales	 y	 está	 menos	 centrada	 en	 la	 evaluación.	 Se	 privilegian	 los
modos	 de	 conocer	 (los	 procesos)	 en	 detrimento	 de	 los	 estados	 de	 conocimiento	 (los
resultados).
4.2.	La	pedagogía
La	pedagogía	alude	a	la	forma	legítima	de	transmisión	del	conocimiento,	es	decir,	al	‘cómo’
de	 la	 comunicación	 educativa.	 Obviamente,	 el	 tipo	 de	 organización	 del	 conocimiento,	 es
decir	el	curriculum,	afecta	la	forma	en	la	cual	el	mismo	será	transmitido,	es	decir,	la	práctica
pedagógica,	 entendida	 ésta	 como	 “un	 dispositivo	 exclusivamente	 humano	 tanto	 para	 la
reproducción	como	para	la	producción	de	la	cultura”22.
Toda	práctica	pedagógica	supone	una	relación	social	básica	sujeta	a	una	lógica	interna	que,
según	 Bernstein,	 es	 regulada	 por	 tres	 reglas	 fundamentales:	 reglas	 de	 jerarquía,	 reglas	 de
secuencia	y	ritmo,	y	reglas	de	criterio.	A	la	primera	la	considera	una	regla	reguladora,	por	lo
tanto,	 tiene	 preeminencia	 sobre	 las	 otras	 dos,	 a	 las	 que	 considera	 reglas	 discursivas	 o	 de
instrucción.	 Ambas,	 la	 regla	 regulativa	 y	 las	 discursivas,	 atienden	 a	 las	 relaciones	 entre
transmisores	 y	 adquirentes;	 estas	 relaciones	 son,	 esencial	 e	 intrínsecamente,	 asimétricas.
Pueden	 darse	 diversas	 estrategias	 para	 disfrazar,	 enmascarar,	 ocultar	 la	 asimetría,	 y	 la
comprobación	 de	 ésta	 puede	 resultar	 muy	 compleja,	 pero	 ello	 no	 implica	 que	 no	 exista
(Bernstein,	1993).
La	 ‘reglas	 jerárquicas’	 aluden	 a	 la	 definición	 de	 qué	 significa	 ser	 transmisor	 y	 qué	 ser
adquirente.	 Se	 aprende	 a	 ser	 una	 cosa	 y	 otra.	 “El	 proceso	 de	 aprender	 cómo	 hacerse
transmisor	supone	la	adquisición	de	las	reglas	de	orden	social,	carácter	y	modales	sociales
que	se	convierten	en	la	condición	para	una	conducta	apropiada	en	la	relación	pedagógica.
Estas	reglas	son	el	prerrequisito	de	toda	relación	pedagógica.	En	cualquier	relación	de	este
tipo,	las	reglas	de	conducta	pueden	permitir,	en	distintos	grados,	la	aparición	de	un	espacio
para	 la	 negociación.	 Estas	 reglas	 de	 conducta,	 que	 llamaremos	 aquí	 reglas	 jerárquicas,
establecen	las	condiciones	de	orden	social,	de	carácter,	de	modales”23.	Las	reglas	jerárquicas,
es	decir	las	que	determinan	la	forma	jerárquica	de	la	transmisión,	establecen	las	pautas	de
conducta,	 pueden	 ser	 explícitas	 o	 implícitas.	 Si	 son	 explícitas,	 las	 relaciones	 entre	 el
transmisor	 y	 el	 adquirente	 no	 son	 ambiguas,	 está	 muy	 claro	 quién	 tiene	 el	 poder	 en	 la
relación;	 la	 subordinación	 del	 alumno	 al	 maestro	 está	 claramente	 establecida.	 Cuando	 son
implícitas,	el	adquirente	parece	tener	mayor	control	sobre	la	regulación	de	la	comunicación	y
la	 de	 sus	 propios	 movimientos	 y	 actividades.	 Cuanto	 más	 implícita	 sea	 la	 jerarquía,	 más
difícil	 será	 distinguir	 al	 transmisor.	 Bernstein	 sostiene	 que,	 esencialmente,	 las	 jerarquías
implícitas	enmascaran	las	relaciones	de	poder.	Las	reglas	jerárquicas	son	reguladoras,	por	lo
tanto	son	las	fundamentales	en	la	comunicación	pedagógica	puesto	que	toda	la	educación	es
intrínsecamente	una	actividad	moral	que	articula	la	ideología,	o	ideologías	dominantes	del
grupo	o	grupos	dominantes.
Las	‘reglas	de	secuencia	y	ritmo’	regulan	la	progresión	de	la	transmisión	en	el	tiempo.	Unas
cosas	deben	ir	antes	y	otras	después,	hay	un	progreso	que	supone,	también,	un	ritmo	en	el
proceso	de	transmisión.	El	ritmo	se	refiere	a	la	tasa	de	adquisición	esperada,	es	decir,	cuánto
se	debe	aprender	en	un	tiempo	determinado.	Estas	reglas	también	pueden	ser	explícitas	o
implícitas.	En	el	primer	caso	se	conoce	perfectamente	qué	se	espera	que	aprenda	cada	uno,
según	 su	 edad,	 sexo,	 etc.	 El	 alumno	 es	 consciente	 de	 cuáles	 son	 las	 expectativas
institucionales	respecto	de	sus	niveles	de	adquisición	y	progresión,	y	cuáles	son	los	signos
que	 indican	 esos	 niveles.	 Cuando	 las	 reglas	 son	 implícitas,	 el	 alumno	 nunca	 sabe	 qué	 se
espera	de	él,	solamente	lo	sabe	el	transmisor,	es	el	único	que	conoce	las	reglas.
Las	‘reglas	de	criterio’	establecen	los	criterios	con	base	en	los	cuales	se	evalúa	la	conducta
propia	y	la	de	los	demás.	Hay	criterios	que	se	supone	asimilará	el	adquirente,	aplicándolos	a
su	 propia	 práctica	 y	 a	 la	 de	 los	 otros.	 “En	 toda	 relación	 docente,	 lo	 esencial	 consiste	 en
evaluar	la	competencia	del	adquirente.	Evaluamos	si	los	criterios	puestos	a	su	disposición	se
alcanzan,	ya	se	trate	de	criterios	reguladores	sobre	el	orden	social,	el	carácter	y	los	modales,	o
instructivos	 y	 discursivos:	 cómo	 se	 resuelve	 este	 o	 ese	 problema,	 o	 se	 realiza	 una	 muestra
aceptable	de	escritura	o	de	habla”24.	Estas	reglas	también	pueden	ser	explícitas	o	implícitas,
múltiples	y	difusas.	Las	reglas	explícitas	permiten	al	alumno	conocer	de	manera	permanente
qué	 errores	 ha	 cometido,	 qué	 le	 falta	 a	 su	 producción	 para	 ser	 aceptable	 o	 correcta.	 Si	 las
reglas	son	implícitas,	el	único	que	las	conoce	es	el	docente	y	el	alumno	nunca	es	consciente
de	por	qué	su	producción	ha	sido	aceptada	o	rechazada.	“Es	como	si	esta	práctica	pedagógica
crease	 un	 espacio	 en	 el	 que	 el	 adquirente	 pudiera	 crear	 su	 texto	 en	 condiciones	 de
limitaciones	externas	en	apariencia	mínimas	y	en	un	contexto	y	relación	social	que	parecen
muy	favorables	para	el	texto	‘espontáneo’	que	ofrece	el	adquirente”25
	.
Sobre	la	base	de	estas	reglas,	y	su	carácter	implícito	o	explícito,	Bernstein	distingue	dos	tipos
de	 prácticas	 pedagógicas,	 las	 visibles	 y	 las	 invisibles.	 La	 pedagogía	 visible	 es	 creada	 por
jerarquías	explícitas,	reglas	de	secuencia	explícitas	y	criterios	específicos	y	también	explícitos.
A	 esta	 pedagogía	 le	 corresponde,	 generalmente,	 una	 clasificación	 fuerte.	 La	 pedagogía
invisible	 es	 creada	 por	 jerarquías	 implícitas,	 reglas	 de	 secuencia	 implícitas	 y	 criterios
implícitos	y	le	corresponde	una	clasificación	débil.	Sin	embargo,	una	clasificación	débil	no	da
lugar,	necesariamente,	a	un	enmarcamiento	débil.	Cabe	señalar	que	el	carácter	de	visible	o
invisible	de	las	reglas,	tanto	de	orden	regulativo	como	instruccional,	tiene	validez	solamente
para	el	adquirente.	Para	el	transmisor	son	siempre	visibles.	Por	último,	la	pedagogía	visible
siempre	pondrá	el	énfasis	en	el	desempeño	del	alumno,	en	el	texto	que	éste	ha	creado	y	la
medida	en	que	dicho	texto	cumple	los	criterios	del	caso;	con	base	en	esto,	separa	y	estratifica
a	 los	 alumnos.	 La	 pedagogía	 invisible,	 en	 cambio,	 lo	 hará	 sobre	 los	 procesos	 internos	 del
adquirente	 (cognitivos,	 afectivos,	 motivacionales,	 lingüísticos);	 no	 le	 interesa	 comparar	 el
producto	con	un	standard	preestablecido	y	asignar	una	nota	o	un	puntaje.	En	consecuencia,
las	prácticas	pedagógicas	invisibles	no	producen	separación,	no	estratifican	a	los	alumnos.
Bernstein	 pone	 de	 relieve	 una	 cuestión	 fundamental	 cuando	 se	 refiere	 a	 las	 prácticas
pedagógicas	visibles	e	invisibles:	su	relación	con	la	clase	social.	Desde	su	punto	de	vista,	la
misma	 distribución	 de	 poder	 puede	 ser	 reproducida	 por	 modalidades	 de	 control
aparentemente	 opuestas.	 No	 hay	 una	 relación	 uno	 a	 uno	 entre	 una	 distribución	 de	 poder
determinada	 y	 la	 modalidad	 de	 control	 a	 través	 de	 la	 cual	 es	 transmitida.	 Las	 prácticas
pedagógicas,	 que	 son	 transmisores	 culturales	 de	 la	 distribución	 del	 poder,	 sean	 visibles	 o
invisibles,	descansan	sobre	supuestos	de	clase	social	que	acarrean	consecuencias	para	aquellos
niños	que	son	capaces	de	explotar	las	posibilidades	de	estas	prácticas	pedagógicas.
“Los	supuestos	de	una	pedagogía	visible	van	a	ser	más	probablemente	satisfechos	por	aquella	fracción	de	la	clase	media
que	tiene	una	directa	relación	con	la	economía	(producción,	distribución	y	circulación	del	capital),	junto	con	aquellos
cuyas	profesiones	están	vinculadas	a	la	empresa,	por	ejemplo	la	abogacía.	Mientras	que	los	supuestos	de	una	pedagogía
invisible	serán	más	probablemente	satisfechos	por	aquella	fracción	de	la	clase	media	que	tiene	una	relación	directa	no	con
la	 economía	 sino	 con	 el	 control	 simbólico,	 y	 que	 trabaja	 en	 agencias	 especializadas	 de	 control	 simbólico,	 usualmente
ubicadas	 en	 el	 sector	 público.	 Para	 ambas	 fracciones,	 la	 educación	 es	 un	 medio	 crucial	 de	 reproducción	 cultural	 y
económica	aunque	tal	vez	lo	es	menos	para	aquella	fracción	relacionada	con	la	economía”26.
4.3.	La	evaluación
La	evaluación	es	lo	que	cuenta	como	verificación	válida	del	conocimiento.	En	ella	se	unen	el
curriculum	y	la	pedagogía;	no	es	independiente	de	estos	dos	mensajes	y	la	manera	en	que	se
lleva	a	cabo	está	condicionada	por	ellos.	En	las	pedagogías	visibles,	la	evaluación	atiende	al
producto	 externo	 del	 aprendizaje;	 los	 alumnos	 deben	 dar	 cuenta	 del	 cumplimiento	 de	 los
criterios	establecidos	y	reciben	una	puntuación	dentro	de	una	escala	que	les	permite	tener	un
cierto	control	sobre	los	resultados	de	su	aprendizaje.	Como	la	pedagogía	invisible	pone	más
énfasis	en	los	procesos	que	en	el	producto,	y	el	alumno	no	tiene	acceso	a	los	criterios	con	base
en	los	cuales	es	evaluado,	le	resulta	difícil	saber	cuándo	ha	satisfecho	los	criterios	y	cuál	es	el
grado	de	avance	que	ha	logrado	en	sus	aprendizajes.
Cuadro	nº	3:	Modalidades	de	los	códigos	del	conocimiento	educacional
En	 el	 Cuadro	 nº	 3	 hemos	 tratado	 de	 sintetizar	 las	 principales	 características	 de	 las	 dos
modalidades	de	código	a	las	que	se	refiere	Bernstein	en	su	propuesta,	y	las	características	que
adquieren	 el	 curriculum,	 la	 pedagogía	 y	 la	 evaluación	 en	 ellos.	 Planteamos	 también	 su
manifestación	a	nivel	de	la	organización	de	la	institución	educativa	y	los	problemas	de	orden
social	 que	 cada	 una	 de	 esas	 modalidades	 plantea.	 Como	 se	 puede	 observar	 en	 el	 cuadro,
Bernstein	presenta	estas	modalidades	como	tipos	polares,	pero	su	objetivo	no	es	elaborar	una
tipología.	En	la	realidad	concreta	se	pueden	dar	combinaciones	que	dan	lugar	a	múltiples
posibilidades.
5.	Algo	más	sobre	los	códigos	del	conocimiento	educativo
Con	 cierta	 frecuencia	 se	 suelen	 identificar	 los	 tipos	 de	 código	 del	 conocimiento	 educativo
(integrado	y	de	colección)	con	los	tipos	de	curriculum,	sin	advertir	que	el	curriculum	es	uno	de
los	mensajes	de	dicho	código,	junto	con	la	pedagogía	y	la	evaluación.	Para	dejar	bien	en	claro
este	punto	nos	parece	importante	recuperar	algunas	consideraciones	de	Bernstein	sobre	esta
cuestión27.
En	primer	lugar,	el	código	se	expresa	en	su	nivel	más	general	por	la	relación	que	hay	entre	la
clasificación	y	el	enmarcamiento.	Estos	conceptos	son	utilizados	para	analizar	la	estructura
subyacente	 de	 los	 tres	 sistemas	 de	 mensajes,	 curriculum,	 pedagogía	 y	 evaluación,	 que	 son
expresiones	 del	 código	 de	 conocimiento	 educativo.	 Cuando	 se	 trata	 del	 curriculum,	 lo	 que
adquiere	relevancia	es	la	clasificación,	cuando	nos	referimos	a	la	pedagogía	ponemos	énfasis
en	 el	 enmarcamiento	 (o	 marco	 de	 referencia);	 en	 la	 evaluación	 se	 condensan	 los	 dos
principios.
“Las	diferencias	dentro,	y	entre,	los	códigos	de	conocimiento	educativo	desde	la	perspectiva	desarrollada	aquí,	radican	en
las	variaciones	en	la	fuerza	y	en	la	naturaleza	de	los	procedimientos	de	mantenimiento	de	los	limites,	tal	y	como	éstos
aparecen	 en	 la	 clasificación	 y	 en	 el	 marco	 de	 referencia	 del	 conocimiento.	 Puede	 verse	 que	 la	 naturaleza	 de	 la
clasificación	 y	 del	 marco	 de	 referencia	 afecta	 a	 la	 estructura	 de	 la	 autoridad/poder	 que	 controla	 la	 diseminación	 del
conocimiento	educativo	y	la	forma	del	conocimiento	transmitido.	De	este	modo,	los	principios	del	poder	y	del	control
social	se	expresan	a	través	de	los	códigos	de	conocimiento	educativo	y,	por	medio	de	los	códigos,	moldean	y	acceden	a	la
conciencia”28.
En	segundo	lugar,	si	bien	en	Bernstein	se	advierte	una	cierta	valoración	positiva	del	código
integrado	 (por	 lo	 tanto,	 del	 curriculum	 integrado	 y	 la	 pedagogía	 invisible)	 y,	 en	 alguna
medida,	celebra	el	movimiento	hacia	la	integración	que	se	advierte	en	los	planes	de	estudio,
él	explicita	que	la	integración	encierra	algunas	contradicciones	y	supone	ciertas	condiciones
para	que	sea	efectiva.	Esas	condiciones	son	las	siguientes:
“(1)	Debe	haber	consenso	con	respecto	a	la	idea	integradora	y	ésta	debe	ser	explícita.	[...]	los	códigos	integrados	pueden
exigir	un	alto	nivel	de	consenso	ideológico,	y	esto	puede	afectar	al	reclutamiento	del	profesorado.	Los	códigos	integrados
en	 el	 nivel	 superficial	 crean	 límites	 débiles	 o	 borrosos,	 pero	 en	 el	 fondo	 pueden	 estar	 basados	 en	 ideologías	 explícitas
cerradas.	Cuando	tales	ideologías	no	se	comparten,	las	consecuencias	se	harán	visibles	y	amenazarán	al	conjunto	en	todo
momento.	 (2)	 La	 naturaleza	 de	 la	 vinculación	 entre	 la	 idea	 integradora	 y	 el	 conocimiento	 que	 ha	 de	 ser	 coordinado
también	debe	ser	coherentemente	expresada.	Es	esta	vinculación	el	elemento	básico	que	introduce	a	los	profesores	y	a	los
alumnos	en	sus	relaciones	de	trabajo.	El	desarrollo	de	tal	marco	de	coordinación	será	el	proceso	de	socialización	de	los
profesores	en	el	código.	Durante	este	proceso,	los	profesores	internalizarán,	como	en	todos	los	procesos	de	socialización,
los	 procedimientos	 interpretativos	 del	 código	 de	 modo	 que	 éstos	 se	 conviertan	 en	 guías	 implícitas	 que	 regulan	 y
coordinan	la	conducta	de	los	profesores	individuales	en	los	marcos	relajados	y	en	la	clasificación	débil.	(3)	Un	sistema
tipo	 comité	 del	 profesorado	 puede	 generar	 un	 sensible	 sistema	 feed-back	 y	 también	 puede	 dar	 lugar	 a	 una	 ulterior
agencia	de	socialización	en	el	código.	Es	probable	que	los	criterios	de	evaluación	sean	relativamente	débiles	en	el	sentido
de	 que	 es	 menos	 probable	 que	 los	 criterios	 sean	 tan	 explícitos	 y	 mensurables	 como	 en	 el	 caso	 de	 la	 colección.	 Como
resultado,	puede	ser	necesario	desarrollar	un	comité	para	los	profesores,	los	estudiantes	y,	donde	sea	apropiado,	para	los
alumnos,	los	cuales	desarrollarán	funciones	de	control.	(4)	Una	de	las	principales	dificultades	inherentes	a	los	códigos
integrados	 proviene	 de	 lo	 que	 se	 ha	 valorado,	 y	 la	 forma	 de	 valoración:	 por	 lo	 tanto,	 el	 lugar	 de	 las	 competencias
específicas	 en	 tal	 valoración.	 Es	 probable	 que	 los	 códigos	 integrados	 den	 lugar	 a	 múltiples	 criterios	 de	 valoración	 en
comparación	 con	 los	 códigos	 colección.	 [...]	 es	 probable	 que	 la	 clasificación	 y	 el	 marco	 debilitados	 alienten	 a	 que	 se
manifiesten	más	dimensiones	del	alumno/estudiante;	más	pensamientos,	valores	y	sentimientos	suyos.	De	este	modo,	hay
un	mayor	ámbito	de	control	sobre	el	alumno.	Como	resultado,	la	socialización	podría	ser	más	intensiva	y	quizás	más
penetrante.	Del	mismo	modo	que	los	alumnos/estudiantes	se	defienden	a	sí	mismos	contra	las	agresiones	de	la	colección,
o	se	distancian	de	su	código	manifiesto,	también	pueden	dar	lugar	a	nuevas	defensas	contra	la	intrusividad	potencial	del
código	integrado	y	sus	contextos	abiertos	de	aprendizaje.”29
Por	último,	nos	parece	importante	aludir	a	los	señalamientos	que	hace	Bernstein	respecto	de
las	 contradicciones	 que	 plantean	 ambos	 tipos	 de	 códigos	 con	 relación	 a	 los	 problemas	 de
orden	social.
“Los	códigos	de	colección	tienen	características	de	mantenimiento	de	los	límites	fuertes	y	explícitos,	y	descansan	sobre	un
fundamento	 ideológico	 tácito.	 Los	 códigos	 integrados	 tienen	 características	 de	 mantenimiento	 de	 los	 límites	 débiles	 e
implícitos	 y	 descansan	 sobre	 un	 fundamento	 ideológico	 cerrado	 y	 explícito.	 El	 fundamento	 ideológico	 del	 código	 de
colección	 es	 un	 sistema	 simbólico	 condensado,	 comunicado	 mediante	 sus	 características	 de	 mantenimiento	 de	 límites
explícitos.	Su	estructura	encubierta	es	la	de	una	solidaridad	mecánica.	El	fundamento	ideológico	del	código	integrado	no
es	 un	 sistema	 simbólico	 condensado,	 es	 verbalmente	 elaborado	 y	 explícito.	 Es	 una	 expresión	 abierta	 de	 la	 solidaridad
orgánica	y	se	hace	sustantiva	a	través	de	formas	débiles	de	mantenimiento	de	límites	(aislamientos	poco	intensos).	Sin
embargo,	 la	 estructura	 encubierta	 de	 la	 solidaridad	 mecánica	 de	 los	 códigos	 colección	 crea,	 a	 través	 de	 sus	 resultados
especializados,	 solidaridad	 orgánica.	 Por	 otro	 lado,	 la	 estructura	 manifiesta	 de	 la	 solidaridad	 orgánica	 de	 los	 códigos
integrados	 crea	 a	 través	 de	 sus	 resultados	 menos	 especializados	 solidaridad	 mecánica.	 Y	 lo	 hará	 en	 la	 medida	 que	 su
ideología	 es	 explícita,	 elaborada	 y	 cerrada,	 y	 efectiva	 e	 implícitamente	 transmitida	 a	 través	 de	 sus	 bajos	 aislamientos.
Puesto	que	los	códigos	integrados	no	cumplen	esto,	el	orden	es	altamente	problemático	a	nivel	de	la	organización	social	y
a	 nivel	 de	 la	 persona.	 Ya	 que	 los	 códigos	 integrados	 llevan	 a	 cabo	 tal	 socialización,	 tenemos	 el	 profundo	 cerramiento
encubierto	 de	 la	 solidaridad	 mecánica.	 Esta	 es	 la	 paradoja	 fundamental	 a	 la	 que	 hay	 que	 enfrentarse	 y	 que	 hay	 que
investigar”30.
1	La	citas	correspondientes	al	libro	de	Bernstein	(1975),	han	sido	tomadas	de	la	versión	inglesa	y	traducidas	por	la	autora.	En	ningún	caso
se	utilizó	la	versión	española	de	este	libro	publicada	por	Editorial	Akal.
2	Bernstein	(1998),	pág.	35.
3	Berstein	(1998),	pág.	35.
4	Bernstein,	1990,	pág.	49.
5	Bernstein,	1990,	pág.	54.
6	Bernstein,	1990,	pág.	55.
7	Bernstein,	1990,	pág.	51
8	Bernstein,	1990,	pp.	147-148.
9	En	la	sociología	de	Durkheim,	de	la	que	Bernstein	toma	este	concepto,	la	solidaridad	orgánica	es	propia	de	las	sociedades	industriales
modernas,	y	tiene	las	siguientes	características:	gran	división	del	trabajo	y	especialización	de	funciones,	miembros	interdependientes	y
conciencia	colectiva	débil	(el	pluralismo	de	las	sociedades	modernas	debilita	la	conciencia	colectiva).	La	solidaridad	mecánica,	propia	de
la	 sociedad	 primitiva,	 tiene	 las	 características	 opuestas:	 escasa	 división	 del	 trabajo	 y	 poca	 especialización	 de	 funciones,	 miembros
intercambiables	y	fuertes	estados	de	conciencia	colectiva.
10	Bernstein,	1998,	pág.	138
11	Bernstein,	1998,	pág.	35
12	Bernstein,	1998,	pág.	67
13	Bernstein,	1998,	pág.	65
14	Bernstein,	1998,	pág.	66
15	Bernstein,	1998,	pág.	62.
16	Bernstein,	1998,	pág.	62
17	La	distinción	entre	discurso	regulativo	y	discurso	instruccional	tiene	su	origen	en	la	distinción	de	T.	Parsons	entre	lo	instrumental	y	lo
expresivo.	Ver	Bernstein,	1990,	pág.	215.
18	A	nuestro	criterio,	el	concepto	de	‘discurso	regulativo’	es	más	preciso	que	el	de	‘curriculum	oculto’,	y	designa	mejor	la	realidad	que
se	quiere	describir.	Por	otra	parte,	carece	de	la	connotación	valorativa	que	implica	la	idea	de	‘oculto’.
19	Bernstein,	1975,	pág.	81
20	Bernstein,	1975,	pág.	79
21	Bernstein,	1975,	pág.	80
22	Bernstein,	1993,	pág.	73.
23	Bernstein,	1993,	pág.	75.
24	Bernstein,	1993,	pág.	75.
25	Bernstein,	1993,	pág.	79.
26	Bernstein,	1990.	Pág.	79
27	Sobre	este	punto	es	imprescindible	consultar	Bernstein,	1975,	cap.	5.
28	Bernstein,	1975,	pág.	94
29	Bernstein,	1975,	pág.	107:109.
30	Bernstein,	1975,	pág.109
Capítulo	IX
Los	docentes	como	grupo	profesional
Durante	los	últimos	años	los	docentes,	por	diversos	motivos,	han	estado	en	el	centro	de	la
escena	 social.	 Se	 han	 convertido	 también	 en	 un	 objeto	 privilegiado	 de	 investigación	 en	 el
campo	 de	 las	 ciencias	 de	 la	 educación.	 Prueba	 de	 ello	 son	 los	 numerosos	 congresos	 y
reuniones	científicas	que	se	organizaron	para	ocuparse	del	tema	y	las	publicaciones	que	han
surgido	de	esos	eventos.
Las	 reformas	 educativas	 de	 los	 ‘90,	 la	 caída	 de	 los	 salarios	 del	 personal	 de	 enseñanza,	 la
asignación	a	las	escuelas	de	tareas	que	no	les	competen,	la	irrupción	de	los	problemas	sociales
en	 el	 ámbito	 de	 las	 instituciones	 educativas,	 la	 violencia	 escolar,	 la	 judicialización	 de	 los
problemas	 escolares,	 etc.,	 etc.,	 han	 convertido	 a	 maestros	 y	 profesores	 en	 víctimas	 de	 una
situación	que	escapa	totalmente	a	su	control	y	los	coloca	en	una	posición	muy	vulnerable.
Pero	junto	a	esto,	la	sociedad	les	asigna	una	buena	cuota	de	responsabilidad	por	la	ostensible
caída	 en	 la	 calidad	 de	 la	 enseñanza,	 las	 deficiencias	 en	 el	 aprendizaje	 de	 los	 chicos	 y	 los
reiterados	fracasos	de	éstos	a	la	hora	de	emprender	estudios	de	nivel	superior,	entre	otras
cosas.	 En	 cualquiera	 de	 los	 dos	 casos	 se	 pone	 en	 juego	 una	 cuestión	 de	 gran	 interés
sociológico:	hasta	qué	punto	los	docentes	constituyen	realmente	un	grupo	profesional	y	cuál
es	la	relevancia	social	que	se	asigna	a	su	tarea.
No	vamos	a	abordar	aquí	los	múltiples	problemas	que	enfrenta	el	personal	de	enseñanza,	ni
las	deficiencias	de	diverso	orden	que	se	le	atribuyen;	nos	interesa	considerar	la	construcción
de	la	imagen	social	de	los	docentes	como	profesionales	de	la	educación.	Desde	este	punto	de
vista,	 dos	 cuestiones	 vinculadas	 al	 tema	 de	 la	 profesionalización	 de	 los	 docentes	 son
particularmente	 importantes:	 por	 una	 parte,	 qué	 rasgos	 definen,	 sociológicamente,	 a	 un
grupo	 profesional	 y	 en	 qué	 medida	 los	 docentes	 reúnen	 las	 condiciones	 necesarias	 para
conformar	un	grupo	de	este	tipo;	y	por	otra,	cuál	es	el	significado	social	de	la	tarea	que	llevan
a	cabo	estos	agentes	sociales	definidos	como	‘profesionales	de	la	educación’.
Nadie	duda	en	afirmar	que	los	docentes	son	los	actores	centrales	en	el	sistema	educativo.	Su
tarea	 tiene	 una	 relevancia	 de	 primer	 orden	 en	 la	 sociedad,	 toda	 vez	 que	 ésta	 le	 asigna	 al
sistema	 escolar	 funciones	 que	 son	 cruciales	 para	 su	 supervivencia	 como	 formación	 social
organizada.	 Quien	 ejecuta	 las	 actividades	 destinadas	 a	 cumplir	 con	 esas	 funciones	 es,
fundamentalmente,	 el	 docente.	 A	 pesar	 de	 la	 importancia	 de	 lo	 que	 hacen,	 pareciera	 que
maestros	 y	 profesores	 no	 logran	 un	 reconocimiento	 social	 acorde	 a	 la	 relevancia	 de	 su
función,	y	comparable	al	que	obtienen	otros	grupos.	En	algún	sentido,	este	hecho	afecta	de
manera	directa	la	imagen	que	ellos	tienen	de	sí	mismos	como	profesionales	de	la	educación,	e
indirectamente,	 la	 forma	 en	 que	 desarrollan	 su	 tarea.	 De	 aquí	 que	 una	 preocupación
frecuente	de	la	sociología	haya	sido	descubrir	la	posición	que,	como	categoría	social,	ocupan
los	docentes	en	el	campo	de	la	cultura	y	en	la	estructura	social	global,	y	la	forma	en	que	esto
afecta	 el	 ejercicio	 de	 sus	 roles	 en	 la	 escuela.	 Esta	 preocupación	 ha	 llevado	 a	 plantear	 la
cuestión	 de	 si,	 efectivamente,	 se	 puede	 hablar	 de	 una	 profesión	 docente	 y	 cuáles	 son	 sus
características.	El	hecho	de	que	se	insista,	desde	las	esferas	oficiales	y	también	entre	diversos
sectores	de	la	sociedad,	en	que	es	necesaria	la	‘profesionalización’	del	personal	de	enseñanza,
da	 cuenta	 de	 la	 existencia	 de	 algunas	 dudas	 respecto	 del	 actual	 status	 profesional	 de	 los
docentes.
Tenti	(2003)	sostiene	que	en	América	Latina	todos	los	ministerios	y	secretarías	de	la	región
han	 incorporado	 en	 su	 agenda	 política	 la	 atención	 a	 las	 principales	 dimensiones	 que
contribuyen	a	conformar	dicha	profesionalización.	Éstas	van	desde	criterios	de	selección	y
reclutamiento	de	estudiantes	de	magisterio,	pasando	por	los	programas	de	formación	inicial
y	 permanente,	 los	 mecanismos	 de	 ingreso	 al	 sistema	 educativo,	 la	 estructura	 de	 la	 carrera
docente,	el	sistema	de	incentivos,	hasta	los	mecanismos	más	adecuados	para	la	evaluación	del
desempeño	 docente.	 Pero	 no	 hay	 demasiado	 acuerdo	 respecto	 de	 las	 respuestas	 y	 las
propuestas	concretas	que	son	necesarias	para	arribar	a	una	verdadera	profesionalización	del
sector.
1.	Significado	sociológico	de	la	idea	de	profesión
Desde	 el	 punto	 de	 vista	 de	 Max	 Weber	 (1964)	 en	 particular,	 y	 de	 la	 sociología	 clásica	 en
general,	dos	son	las	características	que	definen	a	una	profesión.	Por	una	parte,	la	‘vocación’:
la	 profesión	 es	 una	 tarea	 que	 el	 individuo	 desea	 y	 asume	 voluntariamente	 como	 un
compromiso	que	afecta	la	totalidad	de	su	vida;	no	es	algo	que	se	hereda	como	un	destino.	Y
por	otro,	la	capacitación	formal:	una	profesión	es	un	conjunto	de	actividades	que	realiza	un
grupo	de	personas	especialmente	capacitadas	por	el	sistema	educativo	formal	para	llevarlas	a
cabo.	En	síntesis,	vocación	(compromiso	voluntariamente	asumido	y	querido)	y	capacitación
formal	(especialización	en	un	área	de	conocimiento	y	de	actividad	concretas),	constituyen	los
rasgos	principales	de	una	profesión.
Pero	no	todas	las	actividades	que	satisfacen	estos	requisitos	constituyen	una	profesión.	Deben
darse	al	menos	dos	condiciones	más:	por	una	parte,	que	las	actividades	que	comprende	la
profesión	 constituyan	 un	 servicio	 valorado	 socialmente,	 es	 decir,	 que	 la	 intervención	 del
profesional	sea	imprescindible	para	solucionar	un	determinado	problema;	y	por	otra,	que	el
profesional	tenga	autonomía	para	desarrollar	su	actividad,	básicamente,	en	lo	que	respecta	a
la	 determinación	 de	 las	 condiciones	 de	 trabajo	 y	 los	 términos	 de	 la	 relación	 con	 el	 que
requiere	sus	servicios.	Esto	supone	que	entre	ambos,	el	profesional	y	el	‘cliente’,	se	establece
un	 tipo	 de	 relación	 particular,	 en	 la	 cual	 la	 confianza	 de	 éste	 y	 la	 competencia	 técnica	 de
aquél	son	fundamentales.	A	partir	de	este	tipo	de	relación	básica,	fundada	en	la	confianza	del
‘cliente’	respecto	de	la	idoneidad	(y	también	la	honestidad)	del	profesional,	se	deducen	otra
serie	de	características	de	las	profesiones	tradicionalmente	consideradas	como	tales,	entre	la
cuales	se	destacan	las	siguientes:
	Dominio	de	un	núcleo	de	conocimientos	específicos,	adecuadamente	certificado	por	la
autoridad	educativa	que	corresponda,	e	idoneidad	práctica.	Cuando	esos	conocimientos
son	muy	especializados	y	exigen	un	grado	mayor	de	capacitación	formal,	el	ingreso	al
campo	 profesional	 se	 restringe	 y	 se	 jerarquiza	 socialmente	 el	 ejercicio	 de	 la	 actividad
correspondiente,	lo	cual	incide	en	el	status	social	del	profesional.	Si,	por	el	contrario,	el
conocimiento	que	se	requiere	es	muy	accesible,	poco	especializado	y	llegar	a	dominarlo
no	demanda	demasiado	tiempo,	la	base	social	de	reclutamiento	se	amplía	y	el	prestigio
de	la	profesión	se	resiente,	e	incluso	puede	desaparecer.
	Control	del	ingreso	a	la	profesión,	por	parte	de	organismos	especialmente	autorizados
para	ello,	sobre	la	base	de	la	especificación	clara	de	los	conocimientos	y	la	experiencia
que	se	requieren	para	desempeñarse	en	ella.	Esto,	entre	otras	cosas,	garantiza	al	‘cliente’
que	el	profesional	conoce	el	‘oficio’	y	le	puede	solucionar	el	problema.
	 Existencia	 de	 un	 código	 deontológico	 al	 que	 deben	 someter	 su	 conducta	 todos	 los
miembros	de	la	profesión.	Un	profesional	no	sólo	debe	tener	competencia	comprobada
para	realizar	su	trabajo,	sino	que	ha	de	ser	digno	de	confianza.	El	cliente	supone	que	no
se	 explotará	 su	 ignorancia	 y	 que	 el	 profesional	 es	 una	 persona	 honrada.	 El	 código
deontológico	garantiza	la	protección	del	cliente	y	preserva	la	importancia	intrínseca	de	la
actividad	profesional.
	Autonomía	para	trabajar.	Como	contrapartida	a	las	restricciones	que	supone	la	selección
para	 ingresar	 a	 la	 profesión	 y	 el	 sometimiento	 al	 código	 de	 conducta	 establecido,	 el
profesional	 aspira	 a	 una	 libertad	 absoluta	 para	 ejercer	 su	 ‘vocación’	 de	 la	 manera	 que
considere	más	adecuada.
	Funcionamiento	de	organismos	encargados	de	controlar	que	los	profesionales	cumplan
con	su	deber	y	no	violen	el	código	deontológico.	Estos	organismos	no	tienen	funciones
gremiales,	es	decir,	su	objetivo	no	es	proteger	los	intereses	materiales	de	la	corporación,
ni	realizar	actividades	de	carácter	político.	De	hecho,	la	agremiación	de	los	miembros	de
un	grupo	profesional	es	un	indicador	de	que	la	profesión	ha	perdido	prestigio,	y	con	ella,
los	profesionales	que	nuclea.
	Condiciones	laborales.	Las	asociaciones	profesionales	han	desplegado	siempre	una	gran
actividad	 en	 lo	 referente	 a	 la	 fijación	 de	 las	 condiciones	 laborales,	 sobre	 todo	 en
profesiones	 cuyos	 miembros	 están	 al	 servicio	 del	 Estado	 o	 las	 empresas,	 más	 bien	 que
dedicados	a	trabajar	por	cuenta	propia.	En	las	asociaciones	profesionales,	a	diferencia	de
lo	 que	 buscan	 los	 gremios,	 dicha	 actividad	 está	 dirigida	 a	 proteger	 la	 profesión	 en	 sí
misma,	es	decir,	evitar	que	se	distorsionen	su	naturaleza	y	objetivos.
2.	¿Constituyen	los	docentes	un	grupo	profesional?
No	 cabe	 duda	 de	 que,	 incluso	 las	 profesiones	 tradicionalmente	 definidas	 como	 tales
(abogacía,	medicina,	ingeniería,	etc.)	han	comenzado	a	ser	consideradas	hoy	de	otra	manera,
debido,	entre	otras	cosas	a	que	el	creciente	proceso	de	burocratización	de	las	profesiones	ha
determinado,	 en	 alguna	 medida,	 la	 disolución	 de	 éstas	 en	 organizaciones	 burocráticas
(Lerena,	1985).	Difícilmente	alguna	de	ellas	reúna	hoy	todas	las	condiciones	señaladas	en	el
punto	anterior.	Pero	el	caso	de	la	docencia	es	muy	particular,	en	primer	lugar,	porque	los
docentes	forman	un	grupo	muy	heterogéneo	y,	al	menos	para	ejercer	en	el	nivel	elemental
del	sistema	educativo,	no	se	requiere	el	dominio	de	conocimientos	muy	especializados,	salvo
en	lo	que	hace	a	lo	estrictamente	pedagógico.	Pero	el	acceso	a	la	formación	pedagógica	no
ofrece	grandes	dificultades.	Hay	diferencias	muy	grandes	entre	un	profesor	universitario,	y
uno	de	la	escuela	media	o	de	la	primaria;	es	muy	probable	que	ninguno	ellos	se	identifique	a
sí	mismo	como	miembro	de	una	misma	profesión.	Su	formación,	sus	intereses,	los	lugares
donde	 se	 desempeñan	 y	 la	 forma	 en	 que	 lo	 hacen	 son	 completamente	 distintos.	 Las
diferencias	 entre	 los	 docentes	 de	 los	 diferentes	 niveles	 son	 tan	 grandes,	 que	 difícilmente
puedan	ser	incluidos	en	un	grupo	profesional	unitario;	se	trataría	más	bien	de	una	suma	de
varios	grupos	profesionales	aislados.
Tenti	 (2003a)	 sostiene	 que	 la	 docencia	 es	 un	 ‘oficio’	 caracterizado	 por	 una	 serie	 de
contradicciones	 o	 tensiones.	 Una	 de	 ellas	 se	 deriva	 de	 que	 el	 docente	 es,	 a	 la	 vez,	 un
funcionario	asalariado	y	al	mismo	tiempo,	un	‘profesional	de	la	educación’,	en	la	medida	que
su	actividad	supone	competencias	técnicas	que	son	exclusivas	de	su	oficio	y	se	adquieren	en
el	 sistema	 educativo	 formal.	 Algunos	 afirman	 que	 la	 docencia	 es	 una	 semiprofesión
(Fernández	 Enguita,	 1993).	 Otros,	 como	 Lerena	 (1985),	 consideran	 obsoleta	 la	 cuestión	 de
saber	 si	 los	 docentes	 constituyen	 un	 grupo	 profesional	 o	 un	 ‘cuerpo	 de	 funcionarios
especializados’.	Puede	haber	algo	de	cierto	en	esto	pero,	en	un	momento	en	que	se	habla	con
insistencia	de	la	‘profesionalización’	de	los	docentes,	la	cuestión	no	parece	irrelevante.
Veamos	cuáles	son	las	razones	que	abonan	la	tesis	de	que	la	docencia	es	una	semiprofesión,	o
en	el	extremo,	que	los	docentes	constituyen	una	mera	categoría	ocupacional,	no	un	grupo
profesional.
	Si	bien	para	ejercer	la	docencia	se	necesita	un	cuerpo	de	conocimientos	especializados
(formación	 pedagógica	 y	 formación	 en	 una	 o	 varias	 disciplinas,	 según	 los	 casos)
debidamente	acreditados,	éstos	no	revisten	un	grado	de	dificultad	importante	y	el	acceso
a	ellos	no	implica	un	proceso	de	selección	previa.	En	los	últimos	tiempos	la	base	social	de
reclutamiento	de	los	candidatos	a	ejercer	la	docencia	se	ha	ampliado	considerablemente.
De	 hecho,	 investigaciones	 recientes	 muestran	 que	 quienes	 eligen	 ingresar	 en	 los
institutos	de	formación	docente	provienen	cada	vez	más	de	sectores	medio-bajos	de	la
población,	 y	 que	 la	 elección	 de	 la	 carrera	 se	 funda,	 prioritariamente,	 en	 razones
instrumentales	(salida	laboral	rápida,	trabajo	estable,	estudios	de	corta	duración,	carrera
‘fácil’).	 El	 tema	 de	 la	 ‘vocación’	 figura	 en	 segundo	 término,	 aunque	 no	 está	 del	 todo
ausente.
	 El	 ingreso	 a	 la	 docencia	 es	 relativamente	 fácil.	 Prácticamente	 cualquiera	 que	 posea	 un
título	 universitario,	 o	 de	 nivel	 superior	 no	 universitario,	 está	 habilitado	 para	 enseñar,
aunque	carezca	de	formación	pedagógica	específica	o	de	experiencia	en	la	enseñanza.	Si
bien	 se	 privilegia	 dicha	 formación	 a	 la	 hora	 de	 establecer	 un	 orden	 de	 mérito	 para
nombrar	un	docente,	nada	impide	a	un	médico,	un	abogado	o	un	contador	dictar	una
cátedra	en	el	nivel	medio	o	en	el	nivel	terciario	del	sistema,	por	ejemplo.	Por	otra	parte,
los	 que	 deciden	 quiénes	 estarán	 a	 cargo	 de	 un	 curso	 o	 de	 una	 materia	 en	 el	 sistema
educativo	 no	 son,	 generalmente,	 los	 docentes,	 sino	 los	 miembros	 de	 un	 organismo
burocrático	que	toman	la	decisión	en	base	a	un	orden	de	mérito	establecido	en	función
de	criterios	que	generalmente	no	son	acodados	con	los	docentes.	En	los	lugares	alejados
de	los	centros	urbanos,	o	especialmente	inhóspitos,	suelen	desempeñarse	como	docentes
quienes	carecen	de	suficiente	formación	técnica	porque	a	esos	puestos	van	los	que	recién
se	inician,	los	que	tienen	que	‘pagar	su	derecho	de	piso’.
	La	autonomía	para	decidir	la	forma	en	que	se	desarrollarán	las	actividades	‘profesionales’
no	existe	en	la	docencia.	Si	bien	el	maestro	o	el	profesor	es	dueño	y	señor	de	su	clase
(puertas	adentro	puede	hacer	lo	que	él	quiere	y	decidir	según	su	mejor	criterio),	todas	sus
tareas	 están	 sometidas	 a	 control	 y	 debe	 responder	 a	 un	 programa	 previamente
establecido.	 No	 fija	 los	 objetivos	 ni	 las	 reglas	 de	 procedimiento	 de	 su	 trabajo,	 ni	 tiene
posibilidades	de	hacer	su	voluntad	en	lo	que	respecta	a	los	contenidos	a	impartir	y	los
métodos	a	emplear.	Está	ligado	a	una	institución	(o	instituciones)	determinada	y	debe
dar	cuenta	de	los	resultados	que	obtiene.
	En	lo	que	respecta	a	su	relación	con	el	‘cliente’,	es	decir	los	alumnos	y	sus	padres,	las
opciones	de	maestros	y	profesores	son	nulas.	El	docente	no	elige	a	sus	alumnos,	ni	éstos	a
su	maestro.	Presta	sus	servicios	a	personas	que	no	requieren	de	él	sino	que	son	obligadas
a	recibirlo	(la	asistencia	a	la	escuela	es	obligatoria).	En	síntesis,	el	docente	trata	con	una
‘clientela’	cautiva.
	Los	docentes	no	cobran	honorarios	por	su	trabajo,	sino	un	salario	cuyo	monto	es	fijado
por	 el	 Estado.	 En	 el	 mejor	 de	 los	 casos,	 y	 a	 veces	 excepcionalmente,	 ese	 monto	 es
acordado	con	los	gremios	que	representan	al	sector.	De	hecho,	el	tema	salarial	es	uno	de
los	principales	motivos	de	conflicto,	y	el	que	afecta	de	manera	más	directa	la	prestación
del	 servicio.	 El	 docente	 tampoco	 puede	 elegir	 dónde	 y	 en	 qué	 condiciones	 materiales
llevará	a	cabo	sus	actividades.
	El	deterioro	del	salario	del	docente,	y	de	las	condiciones	laborales	en	general,	hizo	que	el
papel	de	los	gremios	pasara	a	ser	central.	A	fin	de	obtener	algunas	reivindicaciones	para
el	sector,	la	actividad	gremial	se	volvió	muy	intensa.	La	huelgas	se	generalizaron	y	se
prolongaron	 por	 períodos	 importantes	 de	 tiempo,	 lo	 cual	 llevó	 a	 una	 verdadera
preocupación	de	la	mayoría	de	los	padres	por	el	perjuicio	que	ello	ocasionaba	al	proceso
de	 aprendizaje	 de	 sus	 hijos.	 Se	 apeló	 con	 frecuencia	 a	 la	 ‘ética	 profesional’	 y	 a	 la
‘vocación	 de	 servicio’	 de	 los	 docentes	 para	 forzarlos	 a	 utilizar	 otras	 estrategias	 en	 sus
reclamos.	Desde	el	punto	de	vista	sociológico,	se	trata	aquí	de	algo	más	que	una	cuestión
ética,	puesto	que	en	el	imaginario	colectivo	predomina	la	idea	de	que	los	docentes	están
‘llamados’	 a	 ayudar	 a	 sus	 ‘clientes’,	 los	 alumnos,	 y	 si	 el	 maestro	 hace	 algo	 que	 puede
perjudicarlos	se	considera	que	falta	a	su	‘deber’.
	Salvo	raras	excepciones,	no	existen	organizaciones	profesionales	de	docentes,	aunque	sí
hay	 una	 multiplicidad	 de	 agrupaciones	 sindicales	 que	 nuclean	 a	 docentes	 de	 los
diferentes	 niveles	 educativos,	 de	 distintas	 dependencias	 (oficiales	 y	 privadas),	 de
distintas	jurisdicciones	(municipales,	provinciales,	nacionales),	etc.
A	la	luz	de	lo	que	acabamos	de	ver,	parece	claro	que	la	docencia	no	reúne	las	condiciones
para	ser	considerada	una	profesión	en	sentido	estricto.	A	esto	hay	que	agregar	que	la	imagen
social	 del	 docente	 es	 básicamente	 contradictoria.	 Por	 un	 lado,	 el	 docente	 representa	 la
encarnación	del	deber;	es	el	responsable	de	la	trasmisión	cultural	que	asegura	la	continuidad
de	 la	 sociedad;	 en	 él	 se	 materializa	 la	 autoridad	 moral	 de	 la	 sociedad.	 De	 él	 se	 exige	 una
actitud	 de	 ‘servicio’,	 fundada	 en	 su	 ‘vocación’	 por	 la	 trasmisión	 del	 saber,	 en	 su	 ‘eros
pedagógico’.	De	él	se	espera	también	la	competencia	técnica	necesaria	para	lograr	que	los
alumnos	 aprendan	 y	 un	 comportamiento	 ético	 incuestionable	 porque	 se	 ‘educa	 con	 el
ejemplo’.	Pero,	por	otro	lado,	el	docente	no	recibe	las	recompensas	que	la	misma	sociedad
otorga	 a	 quienes	 desarrollan	 actividades	 socialmente	 valoradas:	 está	 mal	 remunerado,	 su
trabajo	 carece	 de	 prestigio	 social,	 las	 condiciones	 laborales	 en	 que	 se	 desempeña	 son,	 en
muchos	casos,	lamentables,	y	los	cuestionamientos	a	su	actividad,	provenientes	de	diferentes
ángulos	 ideológicos	 y	 fundados	 en	 las	 más	 variadas	 razones,	 son	 permanentes.	 Se
responsabiliza	al	docente	del	fracaso	escolar	de	los	niños	y	de	muchas	de	las	deficiencias	del
sistema	 de	 enseñanza.	 Todo	 esto	 contribuye	 a	 poner	 en	 duda	 el	 carácter	 profesional	 de	 la
docencia	y	va	en	detrimento	de	la	autoestima	del	propio	personal	de	enseñanza.
La	 pregunta	 que	 surge	 ahora	 es	 qué	 impacto	 tiene	 este	 hecho	 en	 la	 construcción	 de	 la
identidad	profesional	del	docente	y	en	la	valoración	que	la	sociedad	hace	de	las	actividades
que	realiza.	También	interesa	conocer	cuál	es	la	percepción	que	los	propios	docentes	tienen
del	significado	social	de	su	tarea.	No	debemos	olvidar	que	el	‘oficio’	docente	ha	ido	variando
en	su	significado	y	su	función	conforme	las	sociedades	se	fueron	desarrollando.	Nada	de	lo
que	ocurre	en	la	sociedad	deja	de	impactar	en	las	aulas.	A	este	impacto	tenemos	que	agregar
el	que	provocó	la	ola	de	reformas	educativas	que	se	desencadenaron	en	los	últimos	tiempos
en	 muchos	 países	 del	 mundo.	 En	 la	 mayoría	 de	 ellas,	 docentes	 y	 profesores	 no	 tuvieron
ninguna	ingerencia,	sólo	excepcionalmente	fueron	consultados,	y	no	siempre	su	opinión	fue
respetada.
Existen	algunas	investigaciones	que	se	han	ocupado	de	indagar	acerca	de	cómo	los	cambios
en	la	sociedad	y	dentro	del	sistema	educativo	afectaron	las	condiciones	objetivas	de	vida	y	la
subjetividad	de	los	agentes	de	la	educación.	En	general,	la	evidencia	que	surge	de	ellas	se
puede	resumir	en	una	frase:	el	malestar	docente.	No	es	casual	que	el	50%	de	los	maestros	en
ejercicio	 declaren	 que	 preferirían	 no	 desempeñarse	 al	 frente	 de	 un	 grado	 o	 de	 un	 curso
(Tenti,	2000).	Este	malestar	se	funda	en	muchas	razones,	entre	las	que	figura	el	hecho	de	que
el	docente	no	puede	realizar	sus	expectativas,	ha	perdido	autoridad	dentro	de	la	escuela	y
tampoco	es	respetado	fuera	de	ella.	Al	deterioro	de	sus	recompensas	materiales	se	suma	la
falta	de	recompensas	simbólicas.	Ambas	cosas	son	indicadores	del	grado	en	que	los	docentes
están	 perdiendo	 algunas	 de	 las	 condiciones	 que	 los	 constituyen	 en	 un	 grupo	 profesional.
Todo	esto	afecta	de	manera	decisiva	su	autoestima	y,	lógicamente,	impacta	en	la	forma	en
que	encaran	el	desarrollo	de	sus	actividades.
No	viene	al	caso	enumerar	aquí	las	dificultades	de	toda	índole	que	enfrentan	los	docentes
para	 llevar	 a	 cabo	 sus	 tareas	 cotidianas.	 Davini	 (1995)	 afirma,	 entre	 otras	 cosas,	 que	 los
docentes	se	desempeñan	en	condiciones	laborales	deplorables:	salarios	que	se	acercan	a	los
que	 reciben	 los	 trabajadores	 no	 calificados,	 descalificación	 técnico-profesional,
infraestructura	escolar	precaria	o	mal	mantenida,	sistemas	de	capacitación	que	los	colocan	en
el	 papel	 de	 reproductor	 mecánico	 o	 pasivo,	 fuerte	 desprestigio	 y	 debilitamiento	 de	 la
posición	 social	 que	 tenían	 hasta	 hace	 un	 tiempo.	 Estas	 condiciones	 son	 todavía	 más
alarmantes	 en	 las	 zonas	 rurales,	 un	 ámbito	 que	 parece	 abandonado	 a	 su	 suerte	 por	 las
autoridades	burocráticas	y	donde	casi	todo	lo	que	se	hace	queda	librado	a	la	voluntad	y	el
empeño	 del	 docente.	 Los	 testimonios	 de	 los	 maestros	 rurales	 son	 muchas	 veces	 patéticos,
refieren	a	situaciones	inimaginables	para	alguien	que	nunca	ha	visitado	una	escuela	rural.
Además	de	la	soledad	y	el	aislamiento,	estos	maestros	deben	enfrentar	situaciones	objetivas
para	las	cuales	no	están	en	absoluto	preparados:	protegerse	de	los	animales	salvajes,	atender
emergencias	médicas,	contener	a	los	niños	que	viven	en	la	escuela,	solucionar	los	problemas
que	plantea	la	convivencia	de	alumnos	con	edades	muy	dispares	y	de	diferente	sexo,	lograr
que	sus	reclamos	lleguen	a	las	autoridades,	procurar	que	los	líderes	locales	no	interfieran	las
tareas	 de	 la	 escuela,	 etc.,	 etc.	 No	 hay	 estadísticas	 sobre	 el	 particular,	 pero	 se	 sabe	 que	 los
maestros	rurales	sufren	dolencias	físicas	y	psicológicas	que	muchas	veces	les	impiden	seguir
desarrollando	sus	actividades.	También	se	dan	casos	de	alcoholismo	o	de	adición	a	las	drogas.
Suele	ocurrir	que	el	maestro	se	traslade	con	su	familia	a	vivir	en	el	paraje	donde	funciona	la
escuela	y	se	constituya	en	el	principal	sostén	económico	del	hogar.	Si	se	trata	de	una	mujer,	y
su	marido	tiene	dificultades	para	conseguir	trabajo	(algo	casi	seguro	en	la	zona	rural),	no	es
raro	 que	 se	 generen	 problemas	 de	 índole	 familiar	 muy	 graves	 que	 deterioran	 aún	 más	 la
situación	 del	 docente	 y	 por	 lo	 tanto,	 el	 desarrollo	 de	 sus	 actividades.	 Los	 docentes	 de	 las
escuelas	 urbanas	 también	 deben	 enfrentar	 problemas	 graves,	 pero	 son	 de	 una	 naturaleza
diferente.	Como	sus	colegas	de	la	zona	rural,	ellos	tampoco	están	preparados	para	eso.	En
síntesis,	el	malestar	docente	se	justifica	plenamente	y	responde	a	causas	que	van	mucho	más
allá	del	bajo	salario	y	la	falta	de	reconocimiento	social.
Ante	 este	 panorama	 tan	 desalentador,	 la	 cuestión	 que	 se	 plantea	 de	 inmediato	 es	 cómo
revertir	una	situación	tan	compleja,	cuyo	origen	radica	en	una	variedad	de	causas,	y	afecta	de
manera	directa	la	actividad	de	maestros	y	profesores.	Se	trata	de	una	tarea	nada	fácil,	sobre
todo	si	tenemos	en	cuenta	que	nos	estamos	moviendo	en	un	peligroso	círculo	vicioso	que,	si
no	se	destruye,	afectará	de	manera	inevitable	el	desarrollo	de	la	sociedad	en	el	mediano	y
largo	plazo.
3.	La	posición	del	docente	en	la	sociedad
Una	de	las	variables	claves	en	cualquier	análisis	sociológico	es	la	estratificación	social.	Esta
variable	permite	explicar	una	amplia	gama	de	fenómenos	sociales.	Por	estratificación	social
entendemos	la	distribución	de	los	individuos	y	los	grupos	en	una	jerarquía	de	posiciones	a	las
que	 se	 asocian	 diferentes	 grados	 de	 propiedad	 de	 tres	 tipos	 de	 bienes	 escasos,	 cuya
distribución	en	la	sociedad	es	desigual:	los	bienes	materiales,	el	prestigio	y	el	poder.	Esta	es	la
base	 de	 la	 desigualdad	 social	 y	 la	 clave	 para	 comprender	 y	 explicar	 muchos	 fenómenos
sociales,	entre	ellos,	la	situación	y	el	comportamiento	de	los	docentes.	Dada	la	complejidad
de	las	sociedades	actuales,	no	resulta	fácil	determinar	la	posición	de	un	individuo	o	un	grupo
en	esa	jerarquía	de	posiciones.	Para	hacerlo,	la	sociología	debe	recurrir	a	una	serie	compleja
de	factores,	tanto	de	carácter	objetivo,	como	subjetivo.
Vamos	 a	 tratar	 de	 determinar	 cómo	 se	 ubican	 los	 ‘profesionales’	 de	 la	 educación	 en	 la
jerarquía	de	posiciones	de	nuestra	sociedad,	es	decir,	en	la	estructura	social.	Tomaremos	para
ello	los	resultados	de	un	estudio	comparativo	sobre	los	docentes	de	Argentina,	Brasil,	Perú	y
Paraguay	 realizado	 recientemente	 por	 Tenti	 (2005)1.	 Nos	 referiremos	 solamente	 a	 los
docentes	 de	 Argentina,	 aunque	 la	 comparación	 con	 los	 otros	 países	 reviste	 gran	 interés	 y
valdría	la	pena	considerarla;	en	algunos	aspectos	hay	diferencias	muy	importantes	entre	los
cuatro	países.	No	debemos	olvidar	que	los	docentes	constituyen	una	categoría	ocupacional
muy	 numerosa	 (y	 su	 número	 tiende	 a	 incrementarse	 a	 medida	 que	 se	 expande	 el	 sistema
educativo)	y	heterogénea.	Como	decíamos	antes,	esta	heterogeneidad	es	uno	de	los	motivos
por	 los	 cuales	 resulta	 difícil	 otorgarle	 el	 carácter	 de	 grupo	 profesional	 a	 esta	 categoría	 de
funcionarios	del	Estado.
Para	ubicar	a	los	docentes	en	la	estructura	social,	Tenti	toma	en	cuenta	las	dos	dimensiones
que	 usa	 la	 sociología	 para	 definir	 la	 posición	 social	 de	 un	 individuo	 o	 un	 grupo	 a	 la	 que
hacíamos	alusión	en	un	párrafo	anterior:	la	objetiva	y	la	subjetiva.	La	primera	consiste	en	la
medición	 de	 atributos	 objetivamente	 observables	 de	 las	 personas,	 como	 son	 el	 nivel	 de
ingresos,	 el	 capital	 cultural,	 las	 condiciones	 materiales	 de	 vida,	 el	 consumo,	 etc.	 La	 otra
remite	a	la	percepción	que	tiene	el	propio	individuo	de	su	posición	relativa	en	la	estructura
social.	 No	 siempre	 las	 mediciones	 objetivas	 coinciden	 con	 las	 imágenes	 subjetivas.	 En	 el
estudio	de	referencia	se	toman	como	indicadores	de	la	dimensión	objetiva	los	siguientes:	la
posición	de	los	maestros	en	términos	de	la	distribución	del	ingreso	de	los	hogares,	el	peso	del
salario	docente	para	el	sostén	de	la	familia,	la	posición	del	salario	docente	en	la	estructura	de
distribución	 del	 ingreso	 y	 la	 procedencia	 social	 de	 maestros	 y	 profesores.	 La	 dimensión
subjetiva	comprende	la	imagen	de	clase,	la	percepción	de	la	pobreza,	la	trayectoria	social	y
las	expectativas	para	el	futuro.
a)	Posición	objetiva
La	primera	conclusión	que	surge	de	los	datos	presentados	por	Tenti	(2000	y	2005)	es	que	los
docentes	 son	 típicos	 exponentes	 de	 las	 clases	 medias,	 “no	 están	 ni	 en	 las	 posiciones	 más
desfavorecidas	 ni	 en	 las	 más	 privilegiadas”.	 Esto	 siempre	 fue	 así.	 Lo	 que	 ocurre	 en	 la
actualidad	 es	 que	 los	 sectores	 medios	 de	 Argentina	 han	 sufrido,	 en	 los	 últimos	 años,	 un
descenso	 importante	 en	 su	 calidad	 de	 vida	 y	 en	 sus	 posibilidades	 de	 acceder	 a	 los	 bienes
sociales.	Los	docentes,	junto	con	los	miembros	de	otras	categorías	ocupacionales	que	trabajan
en	relación	de	dependencia	con	el	Estado,	están	entre	los	que	se	han	visto	más	perjudicados
por	 las	 reestructuraciones	 que	 se	 llevaron	 a	 cabo	 en	 el	 aparato	 estatal.	 Formar	 parte	 de	 la
clase	media	tiene	ahora	un	significado	diferente	del	que	tenía	algunos	años	atrás.
La	distribución	de	maestros	y	profesores	en	la	estructura	de	ingresos	per	capita	del	hogar	del
conjunto	urbano	de	Argentina	corrobora	la	afirmación	anterior.	El	Cuadro	nº	1	muestra	que
la	población	docente	se	ubica	en	los	quintiles	de	ingreso	superiores,	mayoritariamente	entre
tercero	y	cuarto	quintil,	es	decir,	entre	los	que	perciben	salarios	más	altos.	Se	advierte	una
mejor	posición	relativa	entre	los	profesores	que	entre	los	maestros.	El	28,4%	de	los	profesores
se	ubica	en	el	quintil	de	ingresos	más	alto,	mientras	que	entre	los	maestros	este	porcentaje	es
del	14,8%.
Cuadro	nº	1:	Distribución	de	la	población	docente	urbana,	según	quintil	de	ingresos	per	capita	del
hogar	(en	porcentajes)
El	hecho	de	que,	globalmente,	los	docentes	se	ubiquen	en	los	estratos	medios	de	la	población,
no	quiere	decir	que	todos	accedan	a	las	mismas	condiciones	de	vida.	Tenti	(2000)	muestra	que
existe	en	este	aspecto	una	gran	heterogeneidad.	La	incidencia	de	la	pobreza	es	mayor	entre
los	maestros	que	entre	los	profesores,	un	hecho	que	resulta	de	dos	factores:	que	los	maestros
provienen	 de	 familias	 pertenecientes	 a	 los	 estratos	 más	 desfavorecidos	 y	 que	 sus	 ingresos
mensuales	son	inferiores.	Otro	factor	importante	relacionado	con	la	incidencia	de	la	pobreza
es	el	lugar	donde	residen.	Los	docentes	de	las	provincias	del	NO	y	del	NE	del	país	tienen	más
probabilidades	 de	 ser	 pobres	 que	 los	 de	 la	 Capital	 Federal.	 Un	 tercer	 factor	 que	 permite
entender	la	heterogeneidad	de	situaciones	en	la	calidad	de	vida	de	los	docentes	es	el	peso
relativo	del	salario	docente	en	la	economía	doméstica.	“Así,	en	aquellos	hogares	en	que	la
remuneración	al	trabajo	docente	es	el	único	ingreso	familiar,	la	incidencia	de	la	pobreza	es
tres	veces	mayor	que	en	aquellos	donde	el	ingreso	docente	es	minoritario	en	relación	al	total
de	 los	 ingresos	 familiares.	 [...]	 Si	 la	 calidad	 de	 vida	 de	 estas	 familias	 dependiera
exclusivamente	 de	 los	 ingresos	 docentes,	 un	 tercio	 de	 ellos	 no	 estaría	 en	 condiciones	 de
sostener	 una	 familia	 tipo	 por	 encima	 de	 la	 línea	 de	 pobreza”2.	 En	 este	 sentido,	 los	 datos
muestran	 que	 si	 bien	 la	 mayoría	 de	 los	 docentes	 se	 dedica	 a	 la	 enseñanza	 como	 única
actividad	remunerada,	“el	salario	que	perciben	tiene	un	peso	relativo	variable	en	el	conjunto
de	los	ingresos	disponibles	en	el	hogar	del	que	forman	parte.	La	mayoría	vive	en	hogares
donde	es	probable	que	otros	miembros	también	aporten	su	cuota	de	ingresos	[...]	En	los	tres
países	 considerados	 [Argentina,	 Brasil	 y	 Uruguay]	 sólo	 una	 minoría	 inferior	 al	 25%
manifiesta	que	el	salario	que	percibe	en	el	ejercicio	de	su	profesión	representa	la	única	fuente
de	ingreso	de	sus	hogares”3.	En	Argentina	ese	porcentaje	es	del	19,8%,	mientras	que	sólo	el
7,7%	declara	que	su	salario	constituye	la	fuente	más	importante	de	ingresos	del	hogar.
La	 posición	 del	 salario	 docente	 en	 la	 estructura	 de	 salarios	 correspondiente	 a	 todos	 los
sectores	 de	 la	 economía	 no	 resulta	 fácil	 de	 determinar.	 En	 Argentina	 varía	 según	 las
provincias;	en	algunas	está	por	encima	de	la	media	provincial,	en	otras	está	por	debajo	de
ella,	independientemente	de	si	se	trata	de	una	provincia	rica	o	pobre	(Brigido,	2004b).	Por
otra	parte,	para	tener	una	idea	precisa,	es	necesario	comparar	el	salario	docente	con	el	que
reciben	otros	trabajadores	con	capacitación	equivalente	y	una	carga	horaria	mensual	similar.
Con	 respecto	 a	 la	 procedencia	 social	 de	 maestros	 y	 profesores,	 según	 el	 estudio	 de	 Tenti
(2005),	la	mayoría	de	los	docentes	nació	en	hogares	con	capital	cultural	medio	y	alto	(medido
a	partir	del	nivel	educativo	alcanzado	por	los	padres	de	los	docentes	encuestados).	Como	es
de	 esperar,	 los	 que	 están	 situados	 en	 una	 posición	 más	 desfavorable	 en	 la	 estructura	 de
distribución	del	ingreso	son	a	su	vez	los	que	con	mayor	frecuencia	provienen	de	hogares	con
bajo	 capital	 cultural.	 Los	 docentes	 que	 se	 desempeñan	 en	 colegios	 privados	 provienen,	 en
general,	de	hogares	con	mayor	capital	cultural	que	aquellos	que	desarrollan	su	actividad	en
las	escuelas	de	gestión	estatal.
b)	Imagen	subjetiva
Tal	como	afirmamos	antes,	la	posición	en	la	estructura	social,	medida	a	partir	de	indicadores
objetivos,	 suele	 no	 coincidir	 con	 la	 imagen	 de	 clase	 que	 tiene	 cada	 individuo.	 Según	 el
estudio	de	Tenti	(2005),	la	mayoría	de	los	docentes	argentinos	se	autopercibe	como	miembro
de	las	clases	media	y	media	baja	(51,6%	y	40,3%,	respectivamente).	Ninguno	se	ubica	en	la
clase	 alta	 y	 una	 pequeña	 minoría	 los	 hace	 en	 la	 clase	 media	 alta	 (1,2%)	 y	 baja	 (3,3%).	 Los
maestros	de	primaria	se	perciben	como	socialmente	más	desfavorecidos	que	los	profesores	de
la	 secundaria,	 y	 los	 del	 sector	 privado	 tienen	 una	 autoimagen	 más	 optimista	 que	 los	 del
sector	privado.
Interrogados	los	docentes	acerca	de	cómo	ven	su	situación	económica	actual	respecto	de	la
que	 tenían	 sus	 padres,	 el	 porcentaje	 de	 los	 que	 sostienen	 que	 sus	 padres	 estaban	 mejor	 es
superior	al	de	los	que	consideran	que	están	igual	o	mejor.	El	Cuadro	nº	2	muestra	los	datos
proporcionados	por	Tenti	(2005).
Cuadro	 nº	 2:	 Percepción	 de	 los	 docentes	 urbanos	 sobre	 su	 condición	 económica	 respecto	 de	 la	 sus
padres,	por	nivel	de	enseñanza	(en	porcentajes)
Se	 advierte	 aquí	 el	 impacto	 que	 ha	 causado	 el	 empobrecimiento	 de	 las	 clases	 medias	 en
Argentina,	 de	 la	 cual	 los	 docentes	 han	 sido	 una	 de	 las	 principales	 víctimas:	 casi	 el	 40%
considera	 que	 su	 movilidad	 social	 ha	 sido	 descendente.	 Este	 hecho	 también	 se	 pone	 en
evidencia	en	el	pesimismo	que	los	profesionales	de	la	educación	manifiestan	cuando	se	los
interroga	acerca	de	sus	expectativas	a	futuro.	Un	tercio	de	ellos	piensa	que	su	posición	social
será	peor	que	la	actual	en	un	futuro	próximo.	Sólo	el	13%	cree	que	será	mejor.	El	33%	no	sabe
o	no	responde	a	la	pregunta	correspondiente,	lo	cual	puede	estar	indicando	en	este	grupo
una	cierta	incertidumbre	con	relación	al	futuro,	no	pueden	prever	cuál	será	su	posición	social
dentro	de	un	tiempo.
Estas	 cifras	 revisten	 gran	 interés	 sociológico.	 La	 subjetividad	 de	 los	 docentes	 es	 un	 dato
fundamental	para	comprender	sus	actitudes	frente	a	las	tareas	que	desarrollan,	sus	estados	de
ánimo	y,	por	ende,	sus	prácticas.	Cuando	un	grupo	ocupacional,	mayoritariamente,	carece	de
expectativas	de	mejorar	su	posición	social	en	el	futuro,	la	forma	en	que	encara	sus	actividades
es	 muy	 diferente	 que	 cuando	 ve	 que	 éstas	 le	 pueden	 abrir	 camino	 a	 una	 situación	 más
favorable.
4.	Las	funciones	del	docente	y	su	importancia	para	la	sociedad
Al	analizar	las	funciones	que	se	asignan	al	docente,	la	sociología	de	la	educación	parte	de	un
supuesto	fundamental	que	no	admite	discusión:	sin	educación	no	hay	supervivencia	posible
del	 cuerpo	 social.	 Este	 supuesto	 tiene	 hoy	 más	 vigencia	 que	 nunca,	 toda	 vez	 que	 la	 única
posibilidad	que	tiene	un	individuo	de	insertarse	en	la	estructura	social	en	general,	y	en	la
estructura	 laboral	 en	 particular,	 depende	 de	 su	 participación	 en	 la	 educación
institucionalizada	y	del	nivel	que	haya	logrado	en	ella.
De	lo	anterior	surge	otra	consecuencia	importante:	la	relevancia	de	la	figura	del	docente.	Tal
como	está	estructurada	hoy	la	educación	institucionalizada	y	la	forma	en	que	se	imparte,	el
agente	principal	del	proceso	educativo	es	el	docente,	su	figura	es	insustituible,	aun	cuando	se
avance	en	el	desarrollo	de	medios	tecnológicos	de	enseñanza	que,	supuestamente,	podrían
llegar	a	remplazarlo.
Desde	la	perspectiva	sociológica,	y	con	fines	puramente	analíticos,	podríamos	decir	que	el
sistema	educativo	asigna	al	docente	tres	funciones	específicas,	muy	vinculadas	entre	sí,	pero
en	algún	sentido	diferentes:	educar,	enseñar	e	instruir.	Todos	sabemos	que	hoy	se	exige	al
docente	 ejecutar	 tareas	 que	 nada	 tienen	 que	 ver	 con	 estas	 funciones	 y	 para	 las	 cuales	 el
propio	 sistema	 educativo,	 supuestamente,	 lo	 ha	 capacitado.	 Este	 cúmulo	 de	 tareas
‘adicionales’	(que	van	desde	combatir	la	pediculosis	hasta	limpiar	la	escuela,	dar	de	comer	a
los	chicos,	negociar	con	delincuentes	para	proteger	la	escuela,	gestionar	servicios,	etc.,	etc.)
no	sólo	desvirtúan	su	rol,	sino	que	tienen	otros	efectos	no	buscados,	pero	inevitables:	por	una
parte,	que	el	docente	no	pueda	cumplir	adecuadamente	con	sus	tareas	específicas,	y	por	otra,
su	 creciente	 ‘desprofesionalización’.	 Ambas	 cosas	 van	 juntas	 y	 provocan	 otros	 efectos
perversos,	 que	 se	 retroalimentan	 entre	 sí:	 el	 deterioro	 de	 la	 calidad	 de	 la	 enseñanza,	 el
desprestigio	 de	 la	 imagen	 social	 de	 los	 maestros	 y	 los	 profesores,	 y,	 a	 nivel	 psicológico
personal,	frustración	y	pérdida	de	la	autoestima.
Decíamos	citando	a	Mannheim	(1966),	que	las	funciones	del	docente	son	educar,	instruir	y
enseñar.	Por	lo	general,	aun	en	la	bibliografía	especializada,	no	se	hace	una	distinción	clara
entre	 estas	 tres	 funciones	 que,	 por	 otra	 parte,	 están	 muy	 vinculadas	 entre	 sí	 porque	 se
cumplen	conjuntamente	en	la	escuela.	La	distinción	es	meramente	analítica,	pero	importante
porque,	 entre	 otras	 cosas,	 cada	 una	 de	 estas	 funciones	 exige	 del	 docente	 competencias	 y
actitudes	distintas.	Si	de	profesionalizar	la	tarea	del	docente	se	trata,	es	imprescindible	que
en	el	proceso	de	formación	y	capacitación	del	personal	de	enseñanza	se	tengan	en	cuenta	las
exigencias	que	plantea	cada	una	de	ellas	a	fin	de	diseñar	los	curricula	que	permitan	al	futuro
docente	 desarrollar	 las	 competencias	 que	 necesita	 para	 desempeñarse	 con	 idoneidad
‘profesional’.
Veamos	ahora	qué	significa	cada	una	de	esas	funciones,	al	menos	para	la	sociología.	Ello	nos
ayudará	a	comprender	en	su	verdadera	dimensión	la	complejidad	del	papel	del	docente	y	las
exigencias	que	éste	le	impone.	Nos	vamos	a	referir	en	primer	lugar	a	la	función	de	instruir	y
enseñar,	para	explayarnos	un	poco	más	en	lo	que	respecta	a	la	función	de	educar.
Instruir,	 desde	 la	 perspectiva	 sociológica,	 implica	 transmitir	 conocimientos	 y	 desarrollar
habilidades.	 Cuando	 estudiamos	 la	 propuesta	 de	 Bernstein	 sobre	 la	 comunicación
pedagógica,	 pudimos	 ver	 que	 él	 hace	 referencia	 a	 un	 discurso	 instruccional	 y	 un	 discurso
regulativo.	El	discurso	instruccional	comprende,	precisamente,	los	conocimientos,	habilidades	y
destrezas	que	se	transmiten	en	la	comunicación	pedagógica.	El	objetivo	de	este	discurso	es
proveer	 los	 elementos	 instrumentales	 de	 la	 conducta,	 es	 decir,	 las	 herramientas	 necesarias
para	 desempeñar	 tareas	 específicas.	 Las	 hay	 de	 distintos	 tipos	 y	 su	 aplicación	 es	 diversa.
Algunas	tienen	carácter	general,	hacen	falta	para	todo,	como	la	lectura	y	la	escritura,	otras	se
requieren	para	una	amplia	gama	de	actividades,	y	en	el	extremo,	están	las	que	sirven	sólo
para	tareas	muy	especializadas.	Ciertas	actividades	requieren	habilidades	complejas,	otras	las
exigen	más	simples.	En	fin,	las	prácticas	orientadas	a	la	instrucción	varían	en	función	de	las
competencias	que	se	quieren	crear	en	el	individuo	que	se	somete	al	proceso	de	enseñanza.
Si	se	tiene	en	cuenta	solamente	este	aspecto	de	la	función	del	docente,	podemos	decir	de	él
que	 es	 un	 instructor,	 y	 lo	 único	 que	 importa	 para	 ser	 un	 buen	 instructor	 es	 dominar	 el
conocimiento	y	las	habilidades	que	se	propone	transmitir	a	los	alumnos.	En	la	instrucción	se
pone	 el	 énfasis	 en	 lo	 que	 se	 comunica,	 es	 decir,	 en	 el	 contenido.	 No	 se	 hace	 hincapié	 en
ninguno	de	los	individuos	involucrados	en	la	relación	pedagógica.	Se	da	por	sobreentendido
que	el	‘instructor’	domina	la	materia	que	enseña	(conocimientos	y	habilidades	o	destrezas)	y
que	el	alumno	está	en	condiciones	de	aprender	lo	que	se	le	transmite,	pero	queda	librado	a	su
voluntad	tomarlo	o	dejarlo.	Como	dice	Mannheim	(1966),	un	instructor	no	es	necesariamente
un	educador,	ni	se	le	exige	que	se	comporte	como	tal.
La	enseñanza,	a	diferencia	de	la	mera	instrucción,	atiende,	precisamente,	a	lo	que	ésta	deja	de
lado:	el	docente,	el	alumno	y	la	relación	que	se	establece	entre	ambos.	Desde	el	punto	de
visto	 sociológico	 existe	 una	 doble	 diferencia	 entre	 instruir	 y	 enseñar	 que	 no	 es	 fácil
desentrañar.	 La	 enseñanza	 supone,	 en	 primer	 lugar,	 una	 relación	 entre	 dos	 personas,	 el
maestro	y	el	alumno.	En	segundo	lugar,	implica	la	necesidad	de	que	el	alumno	logre	seguir	lo
que	se	le	enseña,	de	modo	tal	que	el	maestro	pueda	estar	seguro	de	que	el	contenido	que	le
ha	presentado	ha	sido	efectivamente	comprendido	y	aprendido	por	aquél.	Así	entendida,	la
enseñanza	 descansa	 sobre	 ciertas	 estrategias,	 se	 apoya	 en	 aquello	 que	 podríamos	 llamar
‘técnicas	 del	 oficio’.	 Complementariamente,	 implica	 una	 preocupación	 del	 maestro	 por	 el
proceso	de	aprendizaje	de	sus	alumnos.	Lo	que	cuenta	en	el	proceso	de	enseñanza	es	que	el
docente	sea	un	‘pedagogo’.
La	 relación	 pedagógica	 es	 un	 tipo	 de	 intercambio	 entre	 dos	 personas,	 en	 el	 cual	 la
importancia	 recae	 sobre	 el	 maestro	 (lo	 que	 tiene	 que	 transmitir	 y	 la	 forma	 en	 que	 lo
transmite),	pero	también	sobre	el	alumno,	su	capacidad	de	comprensión,	su	disposición	para
captar	el	mensaje	y	para	incorporar	creativamente	todo	lo	que	se	le	presenta.	Un	docente
puede	ser	un	buen	pedagogo,	pero	ello	no	implica	que	sea	un	verdadero	educador.
Desde	la	perspectiva	sociológica,	la	educación	 comprende	 la	 instrucción	 y	 la	 enseñanza,	 las
incluye,	pero	va	más	allá	de	ellas.	Dicho	en	términos	de	Bernstein,	el	discurso	 instruccional
está	inmerso	y	se	subordina	al	discurso	regulativo,	es	decir,	a	la	educación.	La	educación	se
propone	 ‘dar	 forma’,	 modificar	 la	 conducta	 del	 individuo	 en	 una	 dirección	 determinada.
Como	sostiene	Durkheim	(1972;	1982a),	es	una	actividad	de	creación,	de	producción	de	un	ser
nuevo,	dotado	de	un	conjunto	de	disposiciones	para	pensar,	actuar	y	sentir	de	determinada
manera;	 esta	 manera	 depende	 de,	 y	 responde	 a,	 un	 sistema	 de	 valores.	 Dicho	 en	 otros
términos,	 la	 educación	 es	 una	 acción	 regular	 y	 duradera	 ejercida	 por	 un	 individuo,	 el
maestro,	 que	 se	 orienta	 a	 crear	 en	 el	 alumno	 un	 habitus4,	 (Bourdieu	 y	 Passeron,	 1981).	 En
consecuencia,	 el	 ejercicio	 de	 la	 actividad	 exige	 del	 educador,	 no	 sólo	 el	 dominio	 de	 las
competencias	técnicas	de	que	se	trate	(las	que	necesita	para	instruir	y	enseñar),	sino	también,
y	fundamentalmente,	una	identificación	y	un	compromiso	con	el	sistema	de	valores	que	se
propone	inculcar	en	el	alumno.	No	hay	educación	sin	valores,	cualquiera	sean	estos	valores.
En	suma,	desde	la	perspectiva	sociológica,	los	docentes	son	agentes	del	Estado,	y	en	tanto
tales	 tienen	 un	 mandato	 institucional	 que	 les	 impone	 instruir	 y	 enseñar,	 pero	 también
educar.	 Cada	 una	 de	 estas	 funciones	 demanda	 de	 ellos	 disposiciones,	 actitudes	 y
competencias	distintas,	pero	complementarias.
4.1.	Qué	implica	el	proceso	de	educación	institucionalizada
Una	breve	revisión	de	algunos	conceptos	nos	ayudará	a	comprender	mejor	la	especificidad
del	concepto	de	educación	institucionalizada.	Como	se	recordará,	la	sociología	clásica,	con
Durkheim	 a	 la	 cabeza,	 no	 establece	 una	 distinción	 clara	 entre	 educación	 y	 socialización.
Hemos	visto	en	capítulos	anteriores	que	gracias	a	la	socialización	el	individuo	se	convierte	en
un	 ser	 social,	 es	 decir,	 en	 alguien	 capaz	 de	 interactuar	 con	 otros	 individuos	 de	 su	 misma
especie	y	de	insertarse	activamente	en	la	vida	social.	Berger	y	Luckmann	(1968),	siguiendo	la
tradición	clásica,	atribuyen	un	papel	central	al	proceso	de	socialización	en	la	construcción	de
la	realidad	social,	y	distinguen	dos	momentos	en	la	socialización	del	individuo,	uno	que	tiene
lugar	durante	la	infancia	(socialización	primaria)	y	otro	posterior	(socialización	secundaria),
que	se	realiza	sobre	la	base	del	anterior.	Este	último	proceso	se	define	como	la	‘inducción
amplia	 y	 coherente	 del	 individuo	 en	 submundos	 institucionales	 o	 basados	 sobre
instituciones’,	 y	 está	 a	 cargo	 de	 agentes	 especializados.	 La	 socialización	 secundaria	 es,
precisamente,	el	proceso	educativo,	y	éste	es	el	que	nos	interesa.
Aquí	nos	vamos	a	referir	exclusivamente	al	proceso	educativo	que	tiene	lugar	en	el	seno	del
sistema	 escolar,	 porque	 los	 docentes	 están	 insertos	 en	 ese	 sistema	 y	 son	 sus	 principales
agentes.	 Podemos	 distinguir	 algunas	 características	 definitorias	 de	 la	 educación
institucionalizada.
	 Se	 trata	 de	 una	 actividad	 regulada	 por	 el	 Estado	 mediante	 un	 aparato	 normativo	 que
establece	el	marco	al	cual	debe	ajustarse	el	funcionamiento	de	la	escuela	y	la	conducta
del	docente.	En	consecuencia,	los	docentes	se	constituyen	en	mandatarios	institucionales
del	Estado.	Éste	es	el	que	fija	las	reglas	de	juego	y	define	qué	se	debe	lograr	mediante	la
educación.
	Como	todo	proceso	de	socialización	secundaria,	la	educación	institucionalizada	supone	la
internalización	de	significados	correspondientes	a	submundos	institucionales	o	basados
sobre	instituciones.	Su	alcance	y	su	carácter,	como	dicen	Berger	y	Luckmann	(1968),	se
determinan	 por	 la	 complejidad	 de	 la	 división	 del	 trabajo	 y	 la	 distribución	 social
concomitante	del	conocimiento.
	Se	desarrolla	en	instituciones	expresamente	constituidas	para	cumplir	con	la	función	de
educar,	 es	 decir,	 instituciones	 que	 procuran	 consciente	 y	 deliberadamente,	 a	 través	 de
actividades	cuidadosamente	planificadas	y	de	prácticas	controladas,	el	logro	de	determinados
fines.	 Estos	 fines	 responden	 a	 la	 cosmovisión	 que	 sostiene	 un	 grupo	 o	 una	 sociedad
concretos,	y	apuntan	a	la	formación	de	un	habitus	acorde	con	esa	cosmovisión.
	La	función	educativa	está	a	cargo	de	agentes	especialmente	preparados	para	ello,	en	los
cuales	se	supone	un	compromiso	genuino	con	la	tarea	que	realizan	y	una	orientación	de
todas	 las	 actividades	 a	 la	 modificación	 de	 la	 conducta	 del	 educando	 en	 la	 dirección
buscada	por	la	institución.	El	carácter	formal	de	la	agencia	transmisora	y	de	la	relación
entre	 el	 agente	 de	 transmisión	 y	 el	 que	 aprende,	 despoja	 al	 proceso	 educativo	 de	 la
naturalidad	que	caracteriza	a	la	socialización	primaria.	Es	por	esto	que,	para	garantizar	el
logro	de	los	objetivos	institucionales,	se	hace	necesario	que	los	agentes	que	llevan	a	cabo
la	transmisión	recurran	a	técnicas	pedagógicas	que	les	permitan	hacer	que	el	proceso	de
inculcación	de	significados,	y	los	significados	a	inculcar,	sean	lo	más	familiares	posible
para	el	educando.
Si	algo	se	destaca	en	el	proceso	de	educación	es	la	importancia	de	los	valores,	puesto	que	el
fin	último	de	la	acción	educativa	es	‘modificar	el	desarrollo	del	educando	en	una	dirección
determinada’	 en	 función	 de	 un	 sistema	 de	 valores.	 Son	 lo	 valores	 los	 que	 establecen,	 en
última	 instancia,	 los	 términos	 de	 la	 organización	 que	 una	 sociedad	 ha	 decidido	 darse	 a	 sí
misma	 y	 de	 acuerdo	 a	 ellos	 se	 fijan	 los	 fines	 de	 la	 educación.	 Como	 la	 tarea	 educativa
únicamente	tiene	lugar	en	una	situación	social,	de	manera	inevitable	ella	responde	al	tipo	de
ordenamiento	que	rige	esa	situación.	De	esta	forma,	la	educación	reproduce	el	orden	social,
en	 el	 doble	 sentido	 de	 conservarlo	 y	 de	 producirlo	 de	 manera	 continua.	 Como	 sostiene
Durkheim	 (1966),	 la	 educación	 no	 consiste	 en	 adornar	 el	 espíritu	 del	 educando	 con	 un
conjunto	 de	 ideas,	 conocimientos	 y	 habilidades	 particulares,	 sino	 en	 crear	 en	 él	 una
disposición	 general	 del	 espíritu	 y	 de	 la	 voluntad	 que	 le	 hacen	 ver	 las	 cosas	 bajo	 una	 luz
determinada.	En	suma,	consiste	en	crear	un	habitus	que	responde	a	un	sistema	de	valores.
4.2.	Condiciones	para	la	creación	del	habitus	en	la	escuela
La	 creación	 del	 habitus	 impone	 una	 serie	 de	 condiciones	 que	 tienen	 que	 ver	 con	 los
significados	que	se	pretende	inculcar	en	el	educando,	con	el	agente	que	lleva	a	cabo	la	tarea
de	inculcación	(el	docente)	y	con	la	acción	concreta	que	éste	realiza	(la	acción	educativa	o
práctica	pedagógica).
a)	Los	significados	a	inculcar
Los	 significados	 que	 son	 relevantes	 para	 la	 formación	 del	 habitus	 constituyen	 lo	 que
Durkheim	 (1972)	 denominó	 el	 discurso	 moral5	 de	 la	 agencia	 educativa.	 Éste	 consiste	 en
valores,	 normas,	 actitudes,	 que	 proveen	 al	 individuo	 los	 elementos	 regulativos	 de	 su
conducta,	aquello	que	crea	en	él	el	sentido	del	deber	y	la	responsabilidad.	El	discurso	moral	no
forma	 parte	 del	 contenido	 de	 una	 asignatura,	 no	 comprende	 nociones	 que	 se	 puedan
transmitir	bajo	rótulos	tales	como	‘formación	ética’,	‘formación	cívica’,	‘formación	moral’,	o
cosas	 por	 el	 estilo.	 El	 discurso	 moral	 se	 incorpora	 de	 manera	 tácita	 por	 el	 mero	 hecho	 de
participar	en	la	vida	de	la	escuela,	esto	es,	mientras	se	recibe	instrucción,	mientras	se	juega
con	los	compañeros	o	se	realiza	cualquier	otra	actividad	en	la	institución.
La	 única	 manera	 de	 inculcar	 el	 discurso	 moral	 es	 a	 través	 de	 las	 prácticas	 propias	 de	 la
institución.	¿Cuáles	son	las	prácticas	más	relevantes?	Siguiendo	a	Bernstein,	estas	prácticas
son,	básicamente,	las	prácticas	de	transmisión	(qué	se	transmite	y	cómo	se	lo	hace,	es	decir,
cuáles	 son	 los	 contenidos	 de	 la	 enseñanza	 y	 qué	 estrategias	 pedagógicas	 se	 utilizan	 para
transmitirlos),	 de	 evaluación	 (qué	 conductas	 se	 premian	 y	 cuáles	 se	 castigan,	 qué	 tipo	 de
sanciones	positivas	y	negativas	se	utilizan,	cómo	y	cuándo	se	aplican,	a	quiénes	se	aplican,
etc.)	y	de	organización	(cómo	está	estructurada	la	institución,	quiénes	toman	las	decisiones	y
cómo	 se	 toman,	 cuáles	 son	 los	 canales	 de	 comunicación	 entre	 los	 miembros,	 etc.).	 No	 se
educa	a	través	de	una	asignatura,	no	se	inculcan	valores	a	través	de	las	palabras,	sino	de	las
conductas.	 Son	 las	 prácticas	 institucionales	 las	 que	 van	 conformando	 esas	 disposiciones
interiores	que	llamamos	habitus.
En	este	sentido,	si	bien	son	los	docentes	los	responsables	directos	del	proceso	educativo,	nada
de	lo	que	ocurre	en	la	escuela	es	indiferente	desde	el	punto	de	vista	del	discurso	moral;	todas	y
cada	 una	 de	 las	 prácticas	 escolares	 adquieren	 carácter	 educativo.	 Por	 eso	 las	 prácticas
institucionales	necesitan	ser	planificadas	y	cuidadas	al	detalle,	todas	deben	apuntar	en	una
misma	dirección.
Un	 rasgo	 fundamental	 del	 discurso	 moral	 es	 que	 supone,	 por	 parte	 de	 los	 agentes	 de	 la
inculcación,	un	compromiso	con	un	sistema	de	valores,	con	una	visión	del	mundo	y	de	la
vida,	 cualquiera	 que	 ésta	 sea.	 Si	 en	 una	 institución	 educativa	 predomina	 una	 cosmovisión
cristiana,	el	discurso	moral	de	esa	institución	será	muy	diferente	del	de	otra	que	sostiene	una
visión	secularizada.
Dado	que	el	discurso	moral	supone	un	compromiso	valorativo,	necesariamente,	este	discurso
tiene	 preeminencia	 sobre	 discurso	 instruccional.	 En	 consecuencia,	 tanto	 la	 selección	 de	 los
contenidos	a	transmitir	y	las	habilidades	a	desarrollar	(instrucción),	como	la	adopción	de	las
técnicas	pedagógicas	para	lograr	que	los	alumnos	aprendan	(enseñanza),	dependen	de	esas
opciones	valorativas.
Dicho	de	manera	breve,	mientras	el	discurso	moral	apunta	al	ser	del	educando,	modelando	sus
disposiciones	 interiores	 a	 pensar	 y	 actuar	 de	 determinada	 manera,	 el	 discurso	 instruccional
atiende	a	lo	que	el	individuo	debe	saber	y	saber	hacer.	Los	principales	conflictos	en	la	escuela
derivan	de	disputas,	explícitas	e	implícitas,	en	torno	al	discurso	moral,	es	decir,	al	sistema	de
valores	que	define	el	orden	social	de	la	institución	y	se	quiere	imponer	en	la	institución.	Los
consensos	sobre	esto	son	muy	difíciles,	sobre	todo	en	una	época	como	la	actual,	en	la	que	la
pluralidad	de	ideas	y	la	diversidad	cultural	ha	irrumpido	en	las	escuelas.
b)	El	agente	de	educación
La	 teoría	 sociológica	 sostiene	 que	 una	 condición	 básica	 del	 educador	 es	 la	 autoridad.	 La
educación	es	cuestión	de	autoridad,	decía	Durkheim	(1972,	1982a).	Cabe	aclarar	que,	desde	el
punto	de	vista	de	la	sociología,	la	autoridad	no	tiene	nada	que	ver	con	el	autoritarismo,	la
opresión	 o	 la	 represión.	 Por	 autoridad	 se	 entiende	 aquí	 el	 ascendiente	 moral	 que	 tiene	 el
maestro	sobre	sus	alumnos.	Quien	tiene	autoridad	no	inspira	temor,	sino	respeto	y	confianza.
¿Por	 qué	 la	 educación	 es	 una	 cuestión	 de	 autoridad?	 Simplemente	 porque	 la	 relación
educativa	es	una	relación	de	dominación,	en	la	cual	los	participantes	no	están	en	igualdad	de
condiciones,	no	actúan	como	pares.	Es	una	relación	social	asimétrica,	y	esta	asimetría	está
dada	por	el	conocimiento.	La	superioridad	del	maestro	y	su	legitimidad	para	ejercer	dominio
sobre	el	alumno	reside	en	lo	que	sabe	y	en	su	carácter	de	mandatario	institucional.
Es	 importante	 aclarar	 que	 ejercer	 dominio	 es	 algo	 muy	 diferente	 de	 ejercer	 poder.	 Quien
ejerce	poder,	nos	dice	Max	Weber	(1964),	puede	imponer	su	voluntad	a	otros,	aun	a	costa	de
la	resistencia	de	éstos.	El	dominio,	en	cambio,	implica	la	posibilidad	de	obtener	obediencia
voluntaria	por	parte	del	dominado,	en	virtud	de	su	creencia	en	la	legitimidad	del	dominador
para	exigir	de	él	obediencia.	El	dominio	que	ejerce	el	docente	sobre	el	alumno	se	limita	a
determinados	mandatos,	los	que	le	confiere	el	Estado.	Así,	el	Estado	se	constituye	en	una	de
las	fuentes	de	legitimación	de	la	autoridad	del	docente	para	ejercer	dominio,	y	lo	hace	por
dos	vías:	acredita	los	estudios	que	lo	habilitan	para	desempeñarse	como	docente	y	le	asigna
un	puesto	en	el	sistema.
La	otra	fuente	de	legitimación	de	la	autoridad	del	docente	reside	en	el	propio	agente.	Deriva
de	su	fe	interior	en	la	importancia	y	la	grandeza	de	la	tarea	que	se	le	ha	confiado,	y	de	la
idoneidad	que	muestra	en	el	desempeño	de	esa	tarea	(Durkheim,	1966).
En	consecuencia,	la	autoridad	no	le	viene	dada	al	docente	por	el	solo	hecho	de	tener	un	título
y	desempeñar	un	cargo.	Él	debe	construir	su	autoridad	cada	día	con	sus	prácticas.	Para	ello
necesita	demostrar	de	manera	permanente:	i)	que	domina	la	materia	que	transmite;	ii)	que
sabe	 enseñar,	 o	 sea,	 que	 domina	 las	 técnicas	 adecuadas	 para	 la	 transmisión	 y	 logra	 sus
objetivos;	y	iii)	que	su	conducta	es	coherente,	es	decir,	que	su	acción	y	su	discurso	coinciden,
en	una	palabra,	que	tiene	un	comportamiento	ejemplar.
Durkheim	(1966)	decía	también,	que	para	educar	es	preciso	poseer	un	ideal.	Un	ideal	no	se
decreta	ni	se	impone,	es	preciso	que	sea	comprendido,	querido,	deseado	por	aquellos	cuyo
deber	es	realizarlo.	Sin	ideales	no	hay	tarea	educativa	posible;	ésta	supone,	no	cabe	duda,	una
buena	dosis	de	utopía.
c)	La	acción	educativa
Con	 relación	 a	 esto,	 la	 sociología	 nos	 dice	 que,	 para	 poder	 formar	 un	 habitus,	 la	 acción
educativa	 debe	 reunir	 dos	 condiciones	 básicas:	 por	 un	 lado,	 ser	 ‘regular,	 sistemática	 y
duradera’,	 y	 por	 otro,	 desarrollarse	 en	 un	 contexto	 de	 orden	 y	 estabilidad.	 Las	 acciones
aisladas	y	esporádicas,	que	no	mantienen	relación	entre	sí	y	carecen	de	un	objetivo	claro,	no
pueden	nunca	conducir	a	la	formación	de	un	habitus.
Tampoco	 hay	 educación	 posible	 en	 el	 caos.	 Bernstein	 (1975)	 sostiene	 que	 si	 la	 acción
pedagógica	no	se	lleva	a	cabo	en	un	contexto	de	orden	y	estabilidad,	tanto	el	docente	como	el
alumno	 pierden	 la	 noción	 del	 tiempo,	 del	 espacio	 y	 de	 la	 oportunidad.	 En	 una	 palabra,
pierden	 el	 rumbo.	 Ciertas	 prácticas	 corrientes	 en	 nuestras	 escuelas,	 que	 casi	 sin	 advertirlo
tomamos	 como	 ‘naturales’	 o	 ‘normales’,	 son	 profundamente	 perturbadoras	 del	 proceso
educativo.
Durkheim	(1972)	añadía	a	esto	que	no	hay	educación	sin	disciplina.	La	disciplina	es	la	esencia
del	orden	social	y	del	sujeto	socializado;	ella	no	tiene	por	función	corregir,	sino	prevenir	y
encauzar;	acompañar	en	todo	momento	y	lugar,	silenciosa	pero	eficazmente,	la	formación	del
‘sujeto	moral’.	Desde	su	punto	de	vista,	el	‘sujeto	moral’	es	el	individuo	que	ha	‘incorporado’,
que	ha	‘hecho	cuerpo’	los	valores	y	las	pautas	de	la	sociedad,	es	decir,	tiene	un	sentido	del
deber,	 la	 disciplina	 y	 la	 responsabilidad.	 Una	 sociedad	 bien	 ordenada	 se	 basa	 en	 el
acatamiento	habitual	de	las	normas	de	convivencia	por	parte	de	sus	miembros.	Esto,	además
de	facilitar	la	vida	cotidiana	de	la	gente,	limita	la	necesidad	de	intervención	de	los	aparatos
represivos	del	Estado	para	garantizar	la	convivencia	y	la	seguridad	de	las	personas.	De	allí
que	la	educación	cumpla,	también,	una	función	preventiva.
5.	Para	recuperar	el	‘profesionalismo’
Las	definiciones	anteriores	sugieren	que	la	tarea	que	tienen	por	delante	los	docentes	es	muy
compleja	 y	 la	 relevancia	 de	 ella	 para	 el	 individuo,	 y	 la	 sociedad	 en	 su	 conjunto,	 es
incuestionable.	 Como	 hemos	 visto,	 esa	 tarea	 exige	 de	 maestros	 y	 profesores	 cualidades
humanas	casi	excepcionales	y	competencias	técnicas	múltiples.	Si	la	docencia	debe	recuperar
su	 condición	 de	 profesión,	 es	 imprescindible	 revisar	 los	 planes	 de	 formación	 docente	 y
procurar	 que	 ellos	 apunten	 a	 preparar	 a	 los	 futuros	 educadores	 para	 responder	 a	 las
exigencias	 que	 su	 rol	 les	 impone.	 En	 este	 sentido,	 importan	 no	 sólo	 los	 contenidos	 de	 los
planes	de	estudios,	sino	también	la	planificación	y	el	control	de	las	prácticas	institucionales
(de	 organización,	 de	 instrucción,	 de	 evaluación)	 a	 fin	 de	 que	 todas	 ‘apunten	 en	 la	 misma
dirección’,	en	este	caso,	a	lograr	una	verdadera	profesionalización	de	los	futuros	docentes.	En
la	atención	a	la	formación	de	los	docentes	se	juega	el	futuro	de	la	educación	y	por	lo	tanto	de
la	sociedad	en	su	conjunto.	Esto	es	así	por	una	simple	cuestión	de	lógica	del	funcionamiento
del	sistema	escolar:	puesto	que	él	se	nutre	de	sus	propios	productos,	si	lo	que	hoy	produce	es
de	‘mala	calidad’,	lo	que	vendrá	en	el	futuro	será	un	poco	peor.
¿Qué	es	necesario	hacer	para	formar	un	educador	hoy?	¿Cómo	hay	que	prepararlo	para	que
pueda	responder	adecuadamente	a	las	demandas	de	una	sociedad	profundamente	desigual,
ideológicamente	 pluralista	 y	 que	 cambia	 de	 manera	 constante?	 Obviamente,	 no	 hay	 una
respuesta	simple	para	esto	y	tampoco	recetas	que	ayuden	a	encontrarlas.	Un	paso	importante
en	este	sentido	sería	tratar	de	identificar,	aunque	sea	de	manera	muy	provisional,	cuáles	son
los	núcleos	problemáticos	a	los	que	debiera	atender	la	formación	profesional	de	los	futuros
docentes.	 En	 alguna	 medida,	 esos	 núcleos	 están	 determinados	 por	 las	 tres	 funciones	 que
comprende	 la	 tarea	 del	 docente:	 dominar	 el	 conocimiento	 para	 poder	 instruir,	 poseer
habilidad	pedagógica	para	poder	enseñar	y	estar	comprometido	con	un	sistema	de	valores	y
actuar	conforme	a	ellos	para	poder	educar.
El	proceso	de	instrucción	exige	el	dominio	del	conocimiento,	habilidades,	destrezas,	etc.	Con
relación	 a	 esto,	 una	 buena	 formación	 profesional	 requiere	 una	 selección	 cuidadosa	 de	 los
contenidos	 y	 las	 prácticas	 de	 instrucción.	 Pero	 con	 esto	 no	 basta.	 También	 es	 necesario
desarrollar	en	el	futuro	docente	un	compromiso	y	una	verdadera	pasión	por	el	conocimiento,
de	 lo	 contrario,	 no	 podrá	 exigir	 que	 sus	 alumnos	 busquen	 y	 valoren	 el	 conocimiento.	 El
estudio	de	Tenti	(2003a)	muestra	que	una	significativa	mayoría	de	los	docentes	argentinos
considera	 que	 la	 educación	 debe	 dirigirse	 a	 desarrollar	 facultades	 complejas	 como	 son	 la
‘creatividad	y	la	conciencia	crítica’	del	educando.	Son	muy	pocos	los	que	mencionan	que	su
función	consiste	en	transmitir	el	conocimiento	y	la	cultura.	“Este	énfasis	en	el	desarrollo	de
facultades	complejas,	cuando	va	de	la	mano	de	una	desvalorización	de	la	idea	de	educación
como	apropiación	de	conocimientos	y	capital	cultural	en	general	puede	tener	consecuencias
negativas.	 En	 efecto,	 la	 preferencia	 exclusiva	 por	 la	 creatividad	 y	 las	 capacidades	 críticas
puede	quedar	en	buenas	intenciones	cuando	se	separa	u	opone	a	la	idea	de	educación	como
apropiación	 de	 los	 frutos	 de	 la	 cultura	 y	 la	 civilización	 humanas.	 Salvo	 que	 se	 conciba	 la
creatividad	como	una	cualidad	casi	mágica,	es	decir,	como	una	capacidad	de	hacer	algo	de	la
nada	(al	igual	que	una	capacidad	divina),	ésta	no	es	más	que	una	simple	expresión	de	deseos
si	 no	 va	 acompañada	 por	 un	 fuerte	 énfasis	 en	 la	 apropiación	 de	 aquellas	 herramientas	 de
pensamiento	 y	 de	 acción	 que	 los	 hombres	 han	 desarrollado,	 codificado	 y	 acumulado	 a	 lo
largo	de	su	historia”6.	El	conocimiento	es	la	base	sobre	la	cual	se	asienta	la	creatividad	y	la
conciencia	 crítica.	 Éstas	 carecen	 de	 sentido	 si	 no	 se	 refieren	 a	 ‘algo’,	 y	 ese	 algo	 implica	 el
conocimiento,	entendido	no	como	la	acumulación	de	contenidos	que	luego	se	pueden	repetir
de	memoria,	sino	como	el	dominio	de	nociones	que	resultan	imprescindibles	para	ejercitar	la
creatividad	y	la	crítica.
Tan	preocupante	como	la	desvalorización	de	la	apropiación	de	conocimientos	como	fin	de	la
educación	 por	 parte	 de	 la	 mayoría	 de	 los	 docentes,	 es	 su	 representación,	 también
ampliamente	mayoritaria,	de	la	tarea	del	docente	como	‘facilitador	del	aprendizaje’.	Esto	se
relaciona	con	lo	anterior,	implica	también	que	los	docentes	no	colocan	en	el	centro	de	sus
preocupaciones	el	conocimiento	y	su	transmisión	intergeneracional.	Se	puede	interpretar	que
el	docente	se	concibe	como	un	gestor	del	proceso	de	aprendizaje	de	los	alumnos,	que	su	tarea
consiste	en	actuar	como	un	mediador	entre	las	necesidades	de	aprendizaje	del	alumno	y	los
conocimientos	socialmente	disponibles	(Tenti,	2003a)	y	no	como	el	conductor	y	responsable
de	la	comunicación	pedagógica	y	sus	resultados.
En	lo	que	respecta	a	la	función	de	enseñar,	el	proceso	de	formación	debería	atender	a	que	el
futuro	docente	adquiera	una	cultura	pedagógica,	lo	que	implica	ponerlo	al	corriente	de	los
grandes	problemas	que	suscita	la	enseñanza	que	tiene	a	su	cargo,	y	de	la	forma	en	que	se
pueden	 resolver.	 Dominar	 el	 arte	 de	 enseñar	 no	 equivale	 a	 adquirir	 las	 nociones
fundamentales	 sobre	 las	 que	 reposa	 ese	 arte.	 ¿Cómo	 se	 transmite	 este	 arte?	 Un	 arte	 no	 se
transmite	de	la	misma	manera	que	una	noción,	dice	Durkheim.	Es	necesario	identificar	las
prácticas	que	conducen	a	la	adquisición	del	‘oficio’	de	enseñar	y	ejercitarlas.	Por	otra	parte,
como	la	consideración	del	alumno	es	inherente	al	proceso	de	enseñanza,	un	profesional	de	la
educación	 no	 puede	 prepararse	 para	 trabajar	 con	 un	 ‘alumno	 tipo’,	 sino	 con	 ‘tipos	 de
alumnos’.	Esto	es	crucial	en	una	sociedad	como	la	actual,	profundamente	diversa	y	desigual.
Además,	un	profesional	de	la	educación	debe	estar	preparado	para	confiar	en	que	todos	los
alumnos	pueden	aprender.	Sin	este	convencimiento,	le	resultará	muy	difícil	evitar	que	con	su
trabajo	produzca	una	selección	que	es,	en	principio,	discriminatoria.
Probablemente,	las	opciones	más	difíciles	en	materia	de	formación	profesional	tengan	que
ver	con	la	función	específicamente	educativa.	Aquí	se	ponen	en	juego	los	valores	y	sobre	esto
no	 es	 fácil	 tomar	 decisiones	 ni	 lograr	 acuerdos.	 El	 estudio	 de	 Tenti	 (2003a)	 revela	 que	 los
docentes,	 mayoritariamente,	 no	 tienen	 en	 cuenta	 la	 transmisión	 de	 valores	 como	 parte
fundamental	de	la	tarea	educativa.	Sólo	la	cuarta	parte	de	los	docentes	coloca	esta	finalidad
entre	las	dos	más	importantes	de	la	educación.
Cuando	de	valores	se	trata,	lo	que	hay	que	definir	es	el	discurso	moral	en	la	formación	del
docente,	 cuyo	 resultado	 será	 la	 constitución	 de	 lo	 que	 se	 podría	 llamar	 un	 habitus	 docente.
Dado	 que	 el	 discurso	 moral	 resulta	 de	 opciones	 valorativas,	 no	 hay	 ideas	 universalmente
válidas	 acerca	 de	 su	 contenido.	 No	 obstante	 esto,	 el	 discurso	 moral	 debería	 contemplar	 el
desarrollo	 de	 dos	 disposiciones	 fundamentales	 en	 el	 futuro	 docente:	 por	 un	 lado,	 un
compromiso	 genuino	 con	 un	 sistema	 de	 valores	 que	 oriente	 su	 conducta,	 y	 por	 otro,	 un
compromiso	incondicional	con	la	tarea	educativa.
Con	relación	a	lo	primero,	Durkheim	decía	que	los	compromisos	valorativos	no	se	decretan,
se	 inculcan	 mediante	 prácticas	 ‘sistemáticas,	 regulares	 y	 duraderas’.	 Crear	 compromisos
valorativos	 no	 es	 tarea	 sencilla,	 no	 sólo	 porque	 es	 difícil	 reflexionar	 sobre	 los	 valores	 y
establecer	su	vinculación	con	la	conducta,	sino	porque	en	esta	cuestión	entran	en	juego	las
influencias	de	otras	agencias	de	socialización	y	las	ideas	dominantes	fuera	de	la	escuela.
Con	 relación	 a	 lo	 segundo,	 nuevamente	 nos	 remitimos	 a	 Durkheim.	 Él	 decía	 que	 es
imprescindible	 que	 los	 docentes	 comprendan	 la	 importancia	 de	 lo	 que	 están	 llamados	 a
hacer.	 Para	 él,	 la	 base	 de	 la	 tarea	 educativa	 es	 la	 autoridad.	 Para	 que	 un	 docente	 inspire
autoridad,	o	sea,	respeto	y	confianza,	debe	tener	una	convicción	profunda	en	la	relevancia	de
su	tarea	en	general,	y	la	de	cada	una	de	sus	prácticas	en	particular.	Hemos	visto	antes	que,
según	estudios	recientes,	la	elección	de	una	carrera	de	formación	para	la	docencia	representa
una	segunda	o	tercera	opción,	luego	del	fracaso	en	otras	carreras,	y	que	las	motivaciones	de	la
elección	responden	más	bien	a	intereses	instrumentales,	relacionados	con	la	posibilidad	de
conseguir	trabajo,	la	seguridad	en	el	empleo,	la	estabilidad	laboral,	o	algo	más	preocupante
aún,	con	la	expectativa	de	cursar	estudios	poco	exigentes.	Obviamente,	en	estos	casos	es	muy
difícil	lograr	un	profesional	de	la	educación	comprometido	con	un	sistema	de	valores,	que
valore	 el	 conocimiento,	 y	 al	 que	 le	 preocupe	 que	 el	 niño	 se	 apropie	 de	 los	 conocimientos
socialmente	disponibles	y	se	desarrolle	integralmente	como	persona.
1	Este	trabajo	recoge	la	información	que	surge	de	un	estudio	anterior	del	mismo	autor	(Tenti,	2000)	sobre	los	docentes	argentinos.	En
ambos	estudios,	los	datos	provienen	de	encuestas	realizada	al	personal	de	enseñanza	que	se	desempeña	en	escuelas	urbanas.
2	Tenti,	2000,	pág.	5.
3	Tenti,	2005,	pág.	44-45.
4	El	concepto	de	habitus	fue	acuñado	por	Durkheim	(1972)	y	retomado	luego	por	Bourdieu	quien,	a	lo	largo	de	toda	su	obra,	lo
convierte	en	un	concepto	central	de	la	teoría	sociológica	contemporánea.
5	Para	la	sociología,	el	discurso	moral	no	tiene	que	ver	con	la	religión;	se	refiere	a	una	moral	laica	cuya	función	es	regular	las	relaciones
sociales	para	que	sea	posible	la	convivencia	entre	los	seres	humanos.	Todas	las	sociedades,	aun	las	más	primitivas,	cuentan	con	algún
tipo	de	aparato	normativo	destinado	a	ordenar	la	vida	colectiva	y	las	escuelas	son	las	encargadas	de	inculcarlo.
6	Tenti,	2003a,	pág.	4
Capítulo	X
El	sistema	educativo	argentino
En	este	capítulo	nos	proponemos,	por	una	parte,	hacer	una	descripción	general	del	sistema
educativo	nacional,	tal	como	queda	configurado	a	partir	de	la	sanción	de	las	normas	que	lo
rigen,	y	por	otra,	exponer	sintéticamente	los	principales	problemas	de	su	funcionamiento.
Si	utilizamos	el	esquema	de	Archer	(1982,	1984),	expuesto	en	el	capítulo	IV,	para	analizar	el
desarrollo	de	nuestro	sistema	educativo	se	podría	afirmar,	a	título	de	hipótesis,	que	su	etapa
de	‘despegue’	se	inicia	a	fines	del	siglo	XIX	y	comienzos	del	XX,	como	resultado	del	diseño	e
imposición	de	un	proyecto	de	país	que	tenía	objetivos	muy	claros,	en	el	cual	la	educación
figuraba	en	primer	plano	como	un	instrumento	fundamental	para	el	logro	de	esos	objetivos.
Antes	de	esa	época	había	en	el	país	instituciones	educativas,	pero	no	teníamos	sistema.
Junto	con	el	proceso	de	consolidación	del	proyecto	político	al	que	aludíamos	en	el	párrafo
anterior,	el	sistema	educativo	nacional	comienza	a	adquirir	una	cierta	fisonomía	propia.	Se
promulgan	 algunas	 leyes	 regulatorias	 de	 la	 prestación	 del	 servicio,	 siendo	 la	 Ley	 1420,
sancionada	en	1884,	la	que	juega	en	esto	un	papel	central.	En	las	primeras	décadas	del	siglo
pasado	se	perfilan	ya	ciertos	rasgos	distintivos	de	nuestro	sistema	escolar,	básicamente	los
que	 se	 refieren	 al	 gobierno	 (unificación)	 y	 la	 estructura	 académica	 del	 sistema
(sistematización)	 que	 son	 fijados,	 precisamente,	 por	 ese	 marco	 regulatorio.	 El	 Estado
nacional,	caracterizado	por	Filmus	(1996)	como	un	tipo	de	Estado	liberal-oligárquico,	juega
un	papel	central	en	estos	años	decisivos	para	la	conformación	del	sistema	educativo.	Es	este
Estado	el	que	tiene	la	iniciativa	y	domina	la	escena.	La	principal	función	que	se	asigna	a	la
educación	formal	en	esta	etapa	es	de	carácter	político:	crear	la	identidad	nacional.
Nuevamente	a	título	de	hipótesis,	podríamos	decir	que	el	sistema	educativo	nacional	transita
su	etapa	de	‘crecimiento’	durante	la	mayor	parte	del	siglo	XX,	coincidiendo	con	el	modelo	de
Estado	que	Filmus	(1996)	define	como	Estado	benefactor.	Durante	este	período.	la	función
económica	 del	 sistema	 educativo	 adquiere	 preeminencia	 sobre	 las	 otras	 funciones.	 El
‘crecimiento’	se	manifiesta	en	un	aumento	constante	de	la	matrícula,	que	da	como	resultado
la	ampliación	de	la	cobertura	del	sistema.	Se	produce	el	acceso	de	todos	los	grupos	sociales	a
la	enseñanza	básica	y	la	apertura	de	la	enseñanza	media	a	nuevos	sectores	de	la	sociedad.	La
educación	es	un	canal	de	ascenso	social	y	facilita	a	los	individuos	el	logro	de	diversos	bienes
sociales.	 La	 expresión	 popular	 ‘Mi	 hijo	 el	 doctor’,	 que	 identificaba	 las	 aspiraciones
educacionales	 y	 sociales	 de	 las	 familias	 de	 inmigrantes	 y,	 en	 general,	 de	 las	 clases	 medias
urbanas,	 traduce,	 en	 alguna	 medida,	 el	 valor	 que	 la	 sociedad	 argentina	 otorgaba	 a	 la
educación	 en	 ese	 período.	 La	 evolución	 de	 las	 tasas	 de	 escolaridad	 y	 algunos	 otros
indicadores	empíricos	del	desarrollo	del	sistema	educativo	dan	pie	para	suponer	la	validez	de
nuestra	hipótesis.
Por	 último,	 en	 lo	 que	 respecta	 a	 la	 última	 etapa	 del	 desarrollo	 del	 sistema	 que	 menciona
Archer,	la	de	inflación,	nos	atrevemos	a	sostener	que	hacia	finales	del	siglo	XX	se	comienzan
a	advertir	en	nuestro	sistema	educativo	algunas	de	las	características	propias	de	lo	que	ella
denomina	‘inflación	educacional’.	Se	puede	observar,	entre	otros	indicadores	relevantes,	que
las	 tasas	 de	 escolaridad	 básica	 alcanzan	 su	 techo,	 es	 decir,	 valores	 cercanos	 al	 100%;	 se
produce	 un	 importante	 incremento	 en	 las	 tasas	 de	 escolaridad	 secundaria	 y	 comienza	 a
manifestarse	 la	 masificación	 de	 la	 enseñanza	 superior	 (Brigido,	 2004a	 y	 b).	 Junto	 a	 esto,
observamos	 también	 algunas	 de	 las	 consecuencias	 no	 buscadas	 de	 la	 expansión	 educativa
señaladas	 por	 Archer	 como	 propias	 de	 la	 ‘inflación’:	 devaluación	 de	 los	 diplomas,	 mayor
demanda	de	educación	en	los	niveles	superiores	del	sistema,	fuga	de	cerebros,	subocupación
de	 personal	 calificado,	 etc.	 En	 Argentina,	 estos	 efectos	 no	 queridos	 del	 ‘crecimiento’
educativo	se	ven	agravados	por	el	proceso	de	globalización,	la	vigencia	de	nuevas	reglas	de
juego	en	el	mercado	laboral	y	la	crisis	social	e	institucional	que	sacudió	al	país	en	los	últimos
años.
1.	Configuración	actual	del	sistema	educativo	nacional
1.1.	Marco	normativo
Tres	son	las	normas	que	rigen	hoy	el	sistema	educativo	nacional:	Ley	Federal	de	Educación
(nº	24.195),	sancionada	en	1993,	la	Ley	de	Educación	Superior	(nº	24.521),	sancionada	en	1995,
y	la	Ley	de	Financiamiento	Educativo	(nº	26.075)	aprobada	por	el	parlamento	nacional	en
noviembre	 del	 2005.	 A	 ellas	 se	 agregan	 todas	 las	 disposiciones	 jurisdiccionales	 en	 materia
educativa,	las	cuales,	en	virtud	del	principio	de	subordinación	de	las	leyes,	deben	ajustarse	a
la	 Ley	 Federal	 de	 Educación,	 aunque	 éste	 no	 es	 siempre	 el	 caso.	 En	 este	 apartado	 nos
ocuparemos	brevemente	de	las	principales	disposiciones	de	las	tres	leyes	mencionadas.
a)	La	ley	Federal	de	Educación	(LFE)
A	partir	del	año	1993,	y	por	primera	vez	en	la	historia	institucional	del	país,	la	educación	se
rige	 por	 una	 ley	 general	 que	 regula	 el	 funcionamiento	 de	 todos	 los	 niveles	 del	 sistema
educativo,	excepto	el	universitario.	En	líneas	generales,	a	lo	largo	de	doce	títulos	y	alrededor
de	 setenta	 artículos,	 esta	 ley	 define	 lo	 siguiente:	 los	 principios	 que	 orientan	 la	 política
educativa	 y	 el	 sistema	 educativo	 del	 país;	 la	 estructura	 del	 sistema	 y	 los	 derechos	 y
obligaciones	 de	 sus	 miembros;	 las	 competencias	 de	 los	 diferentes	 órganos	 de	 gobierno	 y
administración	 del	 sistema.	 Fija,	 además,	 algunas	 pautas	 para	 el	 financiamiento	 de	 la
educación,	 ordena	 la	 evaluación	 permanente	 de	 la	 calidad	 de	 la	 educación	 y	 establece	 los
criterios	 que	 deberán	 atender	 los	 diferentes	 órganos	 de	 gobierno	 del	 sistema	 en	 el
cumplimiento	de	los	principios	y	objetivos	fijados	por	la	ley.	De	estos	criterios	nos	interesa
destacar	fundamentalmente	dos,	el	de	equidad	y	el	de	descentralización.	Dadas	las	condiciones
del	 entorno	 (geográficas,	 demográficas,	 económicas	 y	 socioculturales)	 en	 el	 que	 funciona
nuestro	sistema	educativo,	por	diferentes	motivos	muy	relacionados	entre	sí,	ambos	criterios
adquieren	una	importancia	de	primer	orden,	y	pueden,	en	alguna	medida,	ser	incompatibles.
La	equidad	plantea	una	cuestión	de	justicia;	la	descentralización	tiene	relación	directa	con	la
dimensión	administrativa	del	sistema.	Aparentemente,	se	trata	de	cosas	que	nada	tienen	que
ver	entre	sí.	No	obstante,	dadas	las	profundas	desigualdades	de	todo	orden	que	caracterizan
al	 contexto	 nacional,	 la	 concreción	 del	 principio	 de	 descentralización	 en	 educación	 puede
poner	en	peligro	la	realización	del	principio	de	equidad	(Brigido,	2004b).
Las	disposiciones	de	la	LFE	expresan	la	voluntad	política	de	llevar	a	cabo	una	transformación
estructural	del	sistema	educativo	argentino	a	fin	de	actualizarlo	y	adecuarlo	a	las	exigencias
que	 plantea	 la	 sociedad	 de	 fin	 de	 siglo.	 En	 este	 sentido,	 la	 nueva	 ley	 es	 sólo	 un	 punto	 de
partida	que	abre	las	puertas	a	una	serie	de	cambios	en	los	contenidos	de	la	enseñanza,	los
procesos	 pedagógicos,	 la	 gestión	 de	 las	 escuelas	 y	 la	 administración	 del	 sistema	 en	 su
conjunto.
Al	margen	de	la	polémica	que	se	generó	alrededor	de	ella,	la	LFE	marca	un	hito	en	la	historia
de	 la	 educación	 argentina,	 puesto	 que	 incorpora	 una	 serie	 de	 cuestiones	 que	 las	 normas
anteriores	 a	 ella	 no	 tenían	 en	 cuenta:	 regula	 el	 funcionamiento	 de	 todos	 los	 niveles	 del
sistema,	excepto	el	universitario,	que	debe	regirse	por	una	ley	especial;	establece	de	manera
precisa	las	atribuciones	de	la	Nación,	de	las	provincias	y	de	la	Ciudad	de	Buenos	Aires	en
materia	de	gobierno	y	administración	de	la	educación,	con	lo	cual	elimina	una	de	las	tantas
causas	de	conflicto	entre	el	poder	central	y	los	gobiernos	jurisdiccionales;	otorga	un	papel
protagónico	 al	 Consejo	 Federal	 de	 Cultura	 y	 Educación	 como	 órgano	 de	 coordinación	 y
concertación	 del	 Sistema	 Nacional	 de	 Educación;	 incorpora	 normas	 relativas	 al
financiamiento	de	la	educación	del	país,	con	el	objeto	de	asegurar	la	provisión	de	los	fondos
necesarios	para	brindar	un	servicio	educativo	de	calidad;	finalmente,	y	no	menos	importante,
introduce	 temas	 inéditos,	 como	 el	 de	 la	 evaluación	 permanente	 del	 sistema	 educativo	 en
todos	sus	aspectos	y	obliga	al	Estado	nacional,	a	través	del	Ministerio	de	Educación,	a	definir
y	 sostener	 políticas	 compensatorias	 a	 fin	 de	 garantizar	 una	 distribución	 equitativa	 de	 la
educación	en	todo	el	territorio	nacional.
El	 proceso	 de	 implementación	 de	 la	 LFE,	 aunque	 apoyado	 por	 importantes	 recursos
económicos	 provistos	 por	 el	 Estado	 nacional,	 no	 dio	 los	 resultados	 esperados	 y	 provocó
innumerables	problemas	de	diferente	tipo	en	todas	las	jurisdicciones	del	país.	Hoy	circula
una	profusa	literatura	sobre	esta	ley	y	lo	que	ella	ha	significado	para	los	diversos	actores	del
sistema	 y	 para	 la	 educación	 en	 su	 conjunto.	 Esos	 trabajos,	 en	 su	 gran	 mayoría	 son
profundamente	críticos	de	la	ley,	aunque	no	siempre	las	críticas	superan	el	plano	meramente
ideológico.	 Según	 versiones	 periodísticas,	 y	 de	 acuerdo	 a	 las	 declaraciones	 de	 algunos
protagonistas	de	peso	en	el	campo	educativo	del	país,	existe	hoy	la	intención	de	derogar	la
LFE,	pero	no	se	conoce	todavía	el	contenido	de	los	proyectos	destinados	a	remplazarla.
b)	La	Ley	de	Educación	Superior	(LES)
En	cumplimiento	de	las	disposiciones	de	la	LFE,	el	Congreso	Nacional	aprobó	en	1995	la	Ley
de	Educación	Superior	(LES).	El	artículo	1º	de	la	LES	expresa	que	están	comprendidas	dentro
de	 ella	 “todas	 las	 instituciones	 de	 formación	 superior,	 universitarias	 y	 no	 universitarias,
nacionales,	provinciales	o	municipales,	tanto	estatales	como	privadas,	todas	la	cuales	forman
parte	del	sistema	educativo	nacional	regulado	por	la	ley	24.195”.
Las	 principales	 disposiciones	 de	 la	 LES	 se	 refieren	 a	 los	 fines	 y	 objetivos	 de	 la	 educación
superior,	la	estructura	y	articulación	de	las	instituciones	comprendidas	en	ella	y	los	derechos
y	 obligaciones	 de	 los	 docentes	 y	 los	 estudiantes.	 En	 materia	 de	 educación	 superior	 no
universitaria	establece	que	la	responsabilidad	jurisdiccional	corresponde	a	las	provincias	y	al
gobierno	 de	 la	 Ciudad	 de	 Buenos	 Aires,	 las	 que	 podrán	 recibir	 apoyo	 del	 Estado	 nacional
para	 programas	 que	 cumplan	 determinadas	 condiciones.	 Las	 instituciones	 de	 formación
superior	no	universitaria	tienen	dos	funciones	principales:	formar	y	capacitar	para	el	ejercicio
de	 la	 docencia	 no	 universitaria	 y	 proporcionar	 formación	 de	 carácter	 instrumental	 en	 las
áreas	 humanísticas,	 sociales,	 técnico-profesionales	 y	 artística.	 Los	 títulos	 que	 otorgan	 estas
instituciones	 habilitan	 para	 la	 docencia	 no	 universitaria	 y	 para	 el	 ejercicio	 de	 actividades
correspondientes	 a	 las	 diferentes	 áreas	 de	 formación;	 su	 validez	 nacional	 está	 sujeta	 al
reconocimiento	previo	de	los	planes	de	estudio	por	parte	de	la	instancia	que	determine	el
Consejo	Federal	de	Cultura	y	Educación	y	las	normas	que	éste	establezca.
La	 mayor	 parte	 del	 articulado	 de	 la	 LES	 está	 destinado	 a	 la	 educación	 universitaria.	 El
Sistema	Universitario	Nacional	está	integrado	por	las	universidades	nacionales,	provinciales
y	privadas	reconocidas	por	el	Estado	nacional,	y	por	los	institutos	universitarios	nacionales	y
privados	reconocidos.	Otorga	plena	autonomía	académica	e	institucional	a	las	universidades,
establece	el	alcance	de	la	misma	y	las	garantías	correspondientes.	Sostiene,	además,	que	los
títulos	que	otorgan	estas	instituciones	deben	ser	reconocidos	por	el	Ministerio	de	Educación
de	la	Nación,	y	habilitan	para	el	ejercicio	profesional,	la	docencia	y	la	investigación.	Cuando
se	 trate	 títulos	 correspondientes	 a	 profesiones	 reguladas	 por	 el	 Estado,	 deberán	 respetar,
además	 de	 la	 carga	 horaria,	 una	 serie	 de	 requisitos	 relativos	 a	 los	 planes	 de	 estudio	 y	 la
formación	práctica,	y	su	acreditación	estará	a	cargo	de	la	Comisión	Nacional	de	Evaluación	y
Acreditación	Universitaria	(CONEAU).
Entre	las	disposiciones	de	la	LES	que	generaron	más	rechazo	en	las	universidades	nacionales
están	 las	 que	 se	 refieren	 a	 la	 evaluación	 institucional	 y	 la	 acreditación	 de	 las	 carreras
universitarias	(artículos	44º	a	47º).	Todas	las	instituciones	universitarias	deberán	asegurar	el
funcionamiento	 de	 instancias	 de	 evaluación	 institucional	 interna	 “que	 tendrán	 por	 objeto
analizar	 los	 logros	 y	 dificultades	 en	 el	 cumplimiento	 de	 sus	 funciones,	 así	 como	 sugerir
medidas	para	su	mejoramiento”	(artículo	44º).	Establece	también	una	instancia	de	evaluación
externa	a	cargo	de	la	CONEAU	o	de	entidades	privadas	constituidas	con	ese	fin.
El	régimen	de	admisión	a	las	carreras	debe	ser	fijado	por	cada	universidad,	y	en	el	caso	de
universidades	con	más	de	50.000	estudiantes,	será	determinado	por	cada	facultad	o	unidad
académica	 equivalente.	 Las	 universidades	 deberán	 establecer	 normas	 sobre	 regularidad	 en
los	estudios,	imponiendo	como	rendimiento	mínimo	exigible	la	obligación	del	estudiante	de
aprobar	dos	materias	anuales	(o	una	en	el	caso	de	planes	de	estudio	con	sólo	cuatro	materias
en	el	año).	Con	relación	a	los	profesores,	establece	que	el	ingreso	a	la	carrera	académica	se
hará	mediante	concurso	público	de	antecedentes	y	oposición.
Los	órganos	de	gobierno	de	las	instituciones	universitarias	nacionales,	tanto	colegiados	como
unipersonales,	 son	 definidos	 por	 los	 estatutos	 de	 cada	 institución.	 Los	 órganos	 colegiados
deben	 incluir	 a	 los	 docentes,	 los	 estudiantes,	 el	 personal	 no	 docente	 y	 los	 graduados.	 Se
deberá	asegurar	al	claustro	docente	la	mayoría	en	la	representación	(no	menos	del	50%	de	los
integrantes).
Con	 relación	 al	 sostenimiento	 y	 el	 régimen	 económico-financiero,	 la	 LES	 obliga	 al	 Estado
nacional	 a	 proveer	 los	 fondos	 necesarios	 para	 garantizar	 el	 normal	 funcionamiento	 y	 el
cumplimiento	de	las	funciones	de	las	instituciones	universitarias	nacionales.	Éstas	gozan	de
autarquía	económico-financiera,	que	ejercerán	en	el	marco	de	los	controles	que	rigen	para
todo	 el	 sector	 público	 nacional.	 La	 ley	 las	 autoriza	 a	 generar	 recursos	 propios,	 y	 a	 fijar
aranceles	 para	 los	 estudios	 de	 grado,	 que	 deberán	 destinase,	 prioritariamente,	 a	 becas,
subsidios,	 créditos	 u	 otro	 tipo	 de	 ayuda	 a	 los	 estudiantes	 con	 aptitud	 académica	 que	 no
cuentan	con	recursos	suficientes	para	continuar	sus	estudios,	y	a	la	provisión	de	materiales
para	 la	 enseñanza.	 En	 ningún	 caso	 se	 podrán	 destinar	 a	 cubrir	 los	 gastos	 corrientes	 de	 la
institución.
En	 lo	 que	 respecta	 a	 las	 universidades	 privadas,	 éstas	 serán	 autorizadas,	 acreditadas	 y
controladas	por	el	Estado	nacional.	Su	sostenimiento	corre	por	cuenta	de	las	entidades	que
las	 promueven;	 en	 ningún	 caso	 recibirán	 del	 Estado	 subsidios	 para	 garantizar	 su
funcionamiento.
La	LES	generó	en	las	universidades	nacionales	una	dura	oposición.	Algunos	interpretan
que	ella	destruye	la	autonomía	universitaria	y	conduce	a	una	suerte	de	‘privatización’	de	la
educación	superior.	Al	margen	de	los	puntos	discutibles	que	puede	tener	esta	ley,	nos	parece
que	ciertos	argumentos	que	se	esgrimen	a	favor	de	su	derogación	no	se	fundan	en	un	análisis
objetivo	de	su	contenido	y	de	los	resultados	que	su	implementación	ha	tenido	para	nuestras
universidades,	 sino	 que	 responden	 a	 intereses	 muchas	 veces	 ajenos	 a	 la	 actividad
universitaria.	Es	importante	atender	a	un	dato	que	no	siempre	se	menciona:	en	la	mayoría	de
las	 universidades	 nacionales	 las	 disposiciones	 de	 la	 LES	 no	 se	 cumplen	 o	 se	 cumplen
parcialmente,	en	consecuencia,	muchos	de	los	problemas	de	nuestro	sistema	universitario	no
se	pueden	atribuir	a	su	aplicación,	como	pretenden	algunos	de	sus	detractores.
c)	La	Ley	de	Financiamiento	Educativo
La	preocupación	por	el	financiamiento	de	la	educación	ya	estaba	presente	en	la	LFE	(art.	60º):
“la	inversión	pública	en	el	sistema	educativo	es	prioritaria	y	se	atenderá	con	los	recursos	que
determinen	los	presupuestos	de	la	Nación,	de	las	provincias	y	del	Gobierno	de	la	Ciudad	de
Buenos	Aires,	según	corresponda”.	Esta	inversión	debía	duplicarse	gradualmente	a	razón	de
un	20%	anual	a	partir	del	presupuesto	1993,	o	debía	considerarse	un	incremento	del	50%	en
el	porcentaje	de	PBI	(producto	bruto	interno)	destinado	a	educación	en	1992.	La	diferencia
entre	estas	metas	de	cumplimiento	obligatorio	y	los	recursos	disponibles	debía	financiarse
con	impuestos	directos	de	asignación	específica	aplicados	a	los	sectores	de	mayor	capacidad
contributiva.	De	hecho,	estas	disposiciones	de	la	LFE	se	cumplieron	solamente	hasta	el	año
1996,	mientras	se	produjo	en	el	país	un	crecimiento	sostenido	del	PBI.	A	partir	de	entonces,
se	convirtieron	en	letra	muerta.	La	Ley	de	Financiamiento	Educativo	retoma	el	tema	de	los
recursos	para	la	educación,	pero	incluye	algunas	cláusulas	nuevas	respecto	de	la	normativa
anterior,	 que	 implican	 un	 mayor	 compromiso	 de	 las	 provincias	 en	 el	 mejoramiento	 del
presupuesto	destinado	al	sector.
Esta	ley	obliga	al	Gobierno	nacional,	los	Gobiernos	provinciales	y	la	Ciudad	Autónoma	de
Buenos	 Aires	 a	 aumentar	 progresivamente	 la	 inversión	 en	 educación,	 ciencia	 y	 tecnología
entre	los	años	2006	y	2010,	hasta	alcanzar	en	esta	última	fecha	una	participación	del	6%	en	el
PBI.	Para	cumplir	con	los	objetivos	fijados	por	la	ley,	la	proporción	del	gasto	consolidado	en
educación	 con	 relación	 al	 PBI	 del	 Gobierno	 nacional	 y	 de	 todas	 las	 jurisdicciones	 crecerá
anualmente	 de	 acuerdo	 a	 las	 metas	 que	 establece	 la	 ley.	 El	 40%	 del	 esfuerzo	 de	 inversión
adicional	para	el	cumplimiento	de	estas	metas	le	corresponde	al	Gobierno	nacional,	y	el	60%
restante	a	los	Gobiernos	jurisdiccionales.	En	el	caso	de	las	provincias	y	la	Ciudad	Autónoma
de	Buenos	Aires,	el	incremento	en	la	inversión	se	destinará	prioritariamente	a	mejorar	las
remuneraciones	 docentes,	 a	 adecuar	 las	 respectivas	 plantas	 orgánicas	 funcionales	 para
garantizar	 la	 atención	 de	 una	 matrícula	 creciente,	 y	 a	 jerarquizar	 la	 carrera	 docente
garantizando	su	capacitación	con	el	objeto	de	mejorar	la	calidad	de	la	educación.
Una	 disposición	 importante	 de	 esta	 ley	 es	 que,	 por	 el	 plazo	 de	 5	 años,	 establece	 una
asignación	 específica	 de	 los	 recursos	 coparticipables	 con	 la	 finalidad	 de	 “garantizar
condiciones	 equitativas	 y	 solidarias	 en	 el	 sistema	 educativo	 nacional	 y	 coadyuvar	 a	 la
disponibilidad	de	recursos”	para	cumplir	con	las	metas	de	inversión	previstas.	Recordemos
que	los	recursos	que	reciben	las	jurisdicciones	en	concepto	de	coparticipación	federal	son	de
libre	 disponibilidad.	 En	 este	 caso	 el	 Congreso	 Nacional,	 en	 uso	 de	 las	 atribuciones	 que	 le
confiere	la	Constitución	Nacional	(art.	75,	inciso	3),	suspende	temporariamente	el	derecho
que	 tienen	 las	 jurisdicciones	 a	 usar	 libremente	 esos	 recursos	 y	 les	 impone	 que	 destinen	 a
educación	una	parte	de	ellos.
Dado	que	el	incremento	en	la	inversión	en	educación	queda	atado	al	PBI,	la	pregunta	que	nos
hacemos	es	qué	pasa	si	éste	no	crece	en	la	medida	de	lo	necesario.	El	artículo	6º	de	la	ley
prevé	que	“en	donde	no	haya	incremento	del	PBI	o	cuando	la	variación	del	mismo	no	genere
el	 incremento	 en	 la	 recaudación	 exigible	 para	 alcanzar	 las	 metas	 financieras	 previstas,	 la
meta	anual	deberá	adecuarse	proporcionalmente	al	incremento	de	la	recaudación”.	Sabemos
de	las	dificultades	que	tienen	muchas	provincias	para	financiar	sus	gastos	corrientes	debido	a
que	no	cuentan	con	una	población	y	una	estructura	productiva	que	les	permita	recaudar	el
dinero	que	necesitan	para	cubrir	dichos	gastos.
1.2.	Gobierno	y	administración
De	 acuerdo	 a	 lo	 previsto	 por	 la	 LFE,	 el	 gobierno	 y	 administración	 del	 sistema	 educativo
nacional	es	una	facultad	concurrente	y	concertada	del	Poder	Ejecutivo	Nacional,	los	poderes
ejecutivos	de	las	provincias	y	de	la	Ciudad	de	Buenos	Aires.	Al	Poder	Ejecutivo	Nacional	le
compete,	 a	 través	 del	 ministerio	 específico,	 garantizar	 el	 cumplimiento	 de	 los	 principios,
objetivos	y	funciones	que	fija	la	LFE	al	sistema	educativo	nacional.
Como	se	recordará,	siguiendo	a	Archer	hemos	utilizado	el	concepto	de	unificación	para	aludir
a	la	dimensión	administrativa	y	de	gestión	del	sistema	educativo.	Una	forma	de	representar
el	 tipo	 de	 unificación	 del	 sistema	 educativo	 son	 los	 organigramas	 funcionales.	 Éstos	 sirven
para	mostrar	gráficamente	los	diferentes	niveles	de	conducción	del	sistema,	las	funciones,	las
jerarquías	de	mando,	las	líneas	formales	de	comunicación,	etc.	En	lo	que	sigue	presentaremos
muy	someramente	la	forma	que	adopta	la	unificación	del	sistema	educativo	nacional1	a	partir
de	la	sanción	de	la	LFE.
Lo	primero	que	debemos	anotar	respecto	de	la	unificación	del	sistema	educativo	argentino,	es
que	 se	 trata	 de	 un	 sistema	 totalmente	 descentralizado.	 Por	 descentralización	 se	 entiende
“aquella	situación	en	la	que	diversas	entidades	regionales	y	locales,	con	grados	significativos
de	 autonomía,	 definen	 las	 formas	 propias	 en	 que	 se	 debiera	 organizar	 el	 sistema	 de
educación	pública	en	sus	respectivas	áreas.	En	la	descentralización	se	delega	el	ejercicio	de	un
poder	 decisional	 real	 sobre	 aspectos	 importantes	 del	 manejo	 financiero,	 la	 elaboración	 del
curriculum	 local	 y	 la	 administración	 y	 gestión	 educativa	 en	 zonas	 geográficamente
determinadas”2.	En	síntesis,	la	descentralización	implica	delegación	de	poder,	no	se	trata	de
una	mera	delegación	de	funciones.
La	LFE	delega	el	poder	de	decisión	sobre	la	gestión	de	la	educación	en	las	provincias	y	el
Gobierno	 de	 la	 Ciudad	 de	 Buenos	 Aires.	 Define	 las	 competencias	 de	 los	 dos	 niveles	 de
gobierno	 de	 la	 educación,	 el	 central,	 que	 ejerce	 sus	 funciones	 a	 través	 del	 Ministerio	 de
Educación,	 Ciencia	 y	 Tecnología	 de	 la	 Nación,	 y	 el	 jurisdiccional.	 Cada	 jurisdicción	 está
obligada	 a	 dictar	 su	 propia	 ley	 de	 educación	 para	 adecuarla	 a	 la	 ley	 nacional3.	 Las
autoridades	 jurisdiccionales	 son	 las	 responsables	 directas	 de	 la	 gestión	 del	 sistema	 en	 el
ámbito	 de	 su	 competencia,	 y	 las	 encargadas	 de	 adecuar	 las	 disposiciones	 generales	 a	 las
necesidades	de	la	comunidad	local.	Por	otra	parte,	la	LFE	amplía	las	funciones	del	Consejo
Federal	de	Cultura	y	Educación4	que	es	el	ámbito	de	coordinación	y	concertación	del	sistema
educativo	 nacional.	 Con	 ello	 busca	 garantizar	 la	 unidad	 y	 la	 articulación	 de	 un	 sistema
constituido,	 prácticamente,	 por	 24	 sistemas	 jurisdiccionales	 que,	 como	 corresponde	 a	 un
régimen	 descentralizado,	 tienen	 plena	 autonomía	 para	 resolver	 los	 asuntos	 financieros,
administrativos	y	pedagógicos	del	sistema	en	sus	respectivos	territorios.
La	 norma	 de	 referencia	 ordena,	 además,	 que	 el	 principio	 de	 descentralización	 se	 aplique
también	 dentro	 de	 cada	 jurisdicción	 con	 el	 fin,	 sin	 duda,	 de	 lograr	 una	 serie	 de	 objetivos
importantes:	 economizar	 recursos,	 hacer	 más	 eficiente	 el	 proceso	 de	 toma	 de	 decisiones,
mejorar	la	calidad	de	la	educación,	democratizar	el	sistema.	En	la	práctica,	sin	embargo,	el
logro	 de	 estos	 objetivos	 no	 es	 tan	 sencillo	 y	 la	 descentralización	 encierra	 peligros
importantes,	 como	 son	 la	 desarticulación,	 la	 segmentación	 y	 el	 desfinanciamiento	 del
sistema.	 Estos	 peligros	 son	 particularmente	 graves	 en	 el	 caso	 de	 Argentina,	 un	 país
extremadamente	 heterogéneo	 y	 desigual	 en	 todos	 los	 órdenes:	 geográfico,	 demográfico,
cultural,	 económico	 y	 social.	 Ello,	 sumado	 a	 las	 políticas	 inadecuadas	 y	 las	 gestiones
ineficientes	(muy	frecuentes	en	el	país),	ha	dado	lugar	a	grandes	desniveles	en	el	desarrollo
regional	en	general	y	en	el	educativo	en	particular.
1.3.	Estructura	del	sistema	educativo	nacional
Hemos	dicho	antes	que	el	concepto	de	sistematización	designa	la	estructura	académica	de	un
sistema	educativo,	es	decir,	la	forma	en	que	están	articulados	aquellos	elementos	del	sistema
vinculados	 con	 la	 oferta	 educativa,	 la	 carrera	 escolar	 de	 los	 alumnos	 y	 la	 formación	 y	 el
reclutamiento	 de	 los	 docentes.	 Igual	 que	 la	 unificación,	 la	 sistematización	 también	 se	 puede
representar	gráficamente;	se	usa	para	ello	un	gráfico	o	esquema	que	proporciona	una	imagen
general	de	los	niveles	del	sistema,	la	forma	en	que	están	articulados,	la	edad	estipulada	para
cursarlos,	etc.
En	líneas	generales,	a	partir	de	la	sanción	de	la	LFE,	el	sistema	educativo	argentino	queda
estructurado	 de	 la	 siguiente	 manera:	 a)	 Educación	 Inicial,	 constituida	 por	 el	 tradicional
‘jardín	de	infantes’	para	niños	de	3	a	5	años,	siendo	obligatorio	el	último	año;	b)	Enseñanza
General	 Básica	 (EGB),	 de	 nueve	 años	 de	 duración,	 dividida	 en	 tres	 ciclos	 de	 carácter
obligatorio;	c)	Educación	Polimodal,	después	del	cumplimiento	de	la	EGB,	con	una	duración
mínima	 de	 tres	 años;	 d)	 Educación	 Superior,	 profesional	 y	 académica	 de	 grado,	 luego	 de
cumplida	la	Educación	Polimodal;	y	e)	Educación	Cuaternaria.
La	ley	establece,	además,	los	objetivos	de	cada	uno	de	los	niveles,	así	como	las	articulaciones
entre	 ellos	 y	 con	 los	 regímenes	 especiales	 destinados	 a	 atender	 “las	 necesidades	 que	 no
pudieran	ser	satisfechas	por	la	estructura	básica	y	que	exijan	ofertas	específicas	diferenciadas
en	función	de	las	particularidades	o	necesidades	del	educando	o	del	medio”	(art.	11º).	Sobre
la	base	de	esta	estructura	se	pueden	comenzar	a	estudiar	las	peculiaridades	de	cada	tramo	del
sistema,	 las	 funciones	 que	 cumplen,	 los	 requisitos	 para	 transitar	 por	 ellos	 y	 obtener	 las
acreditaciones	correspondientes,	etc.,	y	la	forma	en	que	este	todo	unificado	está	articulado.
En	 general,	 los	 sistemas	 educativos	 provinciales	 han	 adoptado	 esta	 estructura,	 excepto	 la
provincia	 de	 Córdoba	 que	 ha	 fijado	 una	 estructura	 diferente,	 pero	 equivalente,	 la	 de
Neuquén,	 que	 decidió	 no	 aplicar	 la	 Ley	 Federal	 y	 la	 Capital	 Federal,	 donde	 no	 se	 hizo
prácticamente	 nada	 con	 relación	 a	 este	 tema	 (Brigido,	 2004b).	 Un	 dato	 fundamental	 de	 la
realidad	es	que	la	aplicación	de	esta	ley	ha	sido	muy	dispar	en	todo	el	país.
El	gráfico	que	sigue	presenta	la	estructura	del	sistema	educativo	nacional,	tal	como	queda
configurada	a	partir	de	la	sanción	de	la	LFE,	que	hoy	se	está	pensando	en	modificar.
2.	Principales	problemas	de	su	funcionamiento
Para	 comprender	 muchos	 aspectos	 del	 funcionamiento	 del	 sistema	 educativo,	 es
imprescindible	tener	en	cuenta	el	entorno	en	el	que	él	está	inserto.	Si	algo	caracteriza	a	la
educación	 de	 nuestro	 país	 es	 que	 ella	 se	 desarrolla	 en	 un	 contexto	 de	 profundas
desigualdades	 de	 diversa	 naturaleza.	 Argentina	 es	 un	 país	 territorialmente	 extenso,
escasamente	 poblado	 en	 algunas	 zonas	 y	 con	 alta	 densidad	 demográfica	 en	 otras,	 con
accidentes	 geográficos	 de	 todo	 tipo,	 una	 amplia	 gama	 de	 variedades	 climáticas,	 rasgos
culturales	 propios	 en	 las	 diferentes	 regiones	 y	 condiciones	 sociales	 y	 económicas	 muy
dispares	en	cada	una	de	ellas.	Las	grandes	diferencias	que	caracterizan	al	contexto	en	el	que
funciona	el	sistema	dan	como	resultado	una	enorme	desigualdad	en	el	servicio	que	presta.
Las	oportunidades	objetivas	de	acceder	a	una	educación	de	calidad	son	totalmente	distintas
según	 el	 lugar	 de	 que	 se	 trate:	 las	 distintas	 jurisdicciones,	 la	 zonas	 rurales	 y	 urbanas,	 los
barrios	urbanos	marginales	y	los	de	clases	acomodadas,	por	nombrar	sólo	las	diferencias	más
notorias5
	.
El	 análisis	 de	 los	 valores	 correspondientes	 a	 los	 principales	 indicadores	 de	 desarrollo
económico	y	social,	como	son	entre	otros,	el	producto	bruto	interno	(PBI),	los	hogares	con
necesidades	 básicas	 insatisfechas	 (HNBI),	 la	 tasa	 de	 mortalidad	 infantil,	 el	 porcentaje	 de
analfabetos,	 las	 tasas	 de	 escolaridad	 de	 la	 población	 joven,	 el	 máximo	 nivel	 educativo
alcanzado	por	la	población	adulta,	pone	de	manifiesto	la	enorme	disparidad	que	existe	entre
las	 distintas	 jurisdicciones	 que	 componen	 el	 país.	 En	 un	 estudio	 reciente	 Brigido	 (2004a)
documenta	este	hecho	con	una	serie	de	cifras	tomadas	de	distintas	fuentes	oficiales.	Hay	en
el	país	provincias	que	están	en	una	situación	de	desventaja	notoria	respecto	del	resto,	desde
cualquier	punto	de	vista	que	se	las	tome.	La	principal	conclusión	de	esos	trabajos	es	que	las
provincias	del	NO	y	del	NE	se	encuentran	en	la	peor	posición	relativa	tanto	en	lo	que	hace	a
los	 indicadores	 de	 desarrollo	 económico,	 como	 a	 los	 referentes	 al	 desarrollo	 educativo	 y
social	en	general.	En	un	ranking	de	posiciones,	la	Capital	Federal	es,	por	lejos,	la	que	mejor	se
ubica	 en	 todos	 esos	 indicadores,	 seguida	 por	 las	 provincias	 de	 la	 Región	 Pampeana.	 Las
jurisdicciones	 de	 la	 Patagonia	 presentan	 resultados	 dispares,	 en	 algunos	 indicadores	 están
muy	 cerca	 de	 la	 Capital	 Federal,	 en	 otros	 se	 encuentran	 bastante	 más	 próximos	 de	 las
provincias	en	desventaja.	En	ese	ranking,	los	distritos	de	la	Región	de	Cuyo	se	ubican,	por	lo
general,	alrededor	de	la	mediana	nacional6.	En	síntesis,	lo	que	estas	disparidades	revelan	es
una	situación	de	profunda	injusticia.	Dentro	de	un	mismo	país,	la	distribución	de	los	bienes
sociales	y	las	oportunidades	de	diferente	tipo	son	absolutamente	distintas.	Si	bien	esto	no
constituye	una	novedad,	los	números	ayudan	a	dimensionar	el	problema.
A	título	informativo,	presentamos	en	los	Gráficos	nº	1,	2	y	3	los	valores	correspondientes	a
tres	 indicadores	 de	 gran	 relevancia:	 el	 porcentaje	 de	 hogares	 con	 necesidades	 básicas
insatisfechas,	 el	 índice	 de	 mortalidad	 infantil	 y	 el	 porcentaje	 de	 analfabetos.	 Los	 datos,
provistos	por	el	INDEC,	corresponden	a	los	dos	últimos	censos	de	población	realizados	en	el
país.
Gáfico	Nº	1:	Porcentaje	de	HNBI
Creemos	 que	 huelgan	 los	 comentarios	 sobre	 la	 realidad	 que	 presentan	 los	 gráficos;	 las
figuras	 hablan	 por	 sí	 mismas.	 Obviamente,	 las	 disparidades	 regionales	 y	 las	 zonas	 más
desfavorecidas	 han	 sido,	 y	 siguen	 siendo,	 las	 regiones	 NE	 y	 NO	 del	 país.	 Esta	 situación
constituye	 un	 dato	 sustancial	 para	 la	 política	 educativa	 porque	 condiciona	 de	 manera
decisiva	la	posibilidad	de	realizar	al	menos	dos	de	los	principios	consagrados	por	la	LFE:	la
descentralización	 y	 la	 equidad.	 Las	 regiones	 menos	 desarrolladas	 cuentan	 con	 escasos
recursos	económicos	para	financiar	el	sistema,	y	carecen	también	de	personal	especializado
para	administrarlo	adecuadamente.	En	consecuencia,	la	calidad	del	servicio	se	resiente,	las
posibilidades	 de	 incorporarse	 al	 sistema	 (sobre	 todo	 a	 los	 niveles	 post-obligatorios)	 y	 de
adaptar	la	educación	a	las	necesidades	regionales	son	escasas,	y	la	participación	democrática
en	la	gestión	del	sistema	difícilmente	se	puede	concretar.
Gráfico	Nº	2:	Tasa	de	mortalidad	infantil	(por	mil	niños	nacidos	vivos)
Gráfico	Nº	3:	Porcentaje	de	analfabetos	entre	la	población	de	10	años	y	más.
2.1.	Eficacia	externa	e	interna
La	eficacia	es	una	categoría	interpretativa	del	funcionamiento	de	un	sistema	de	educación
que	adquiere	sentido	en	relación	a	los	objetivos	que	ese	sistema	se	ha	propuesto	lograr;	por	lo
tanto,	 no	 es	 independiente	 de	 las	 políticas	 que	 se	 formulan	 para	 el	 sector	 y	 las	 metas
concretas	que	se	quieren	alcanzar.	Con	este	concepto	más	bien	amplio,	podríamos	decir	que
un	 sistema	 educativo	 es	 eficaz	 cuando	 es	 capaz	 de	 lograr	 los	 objetivos	 propuestos	 por	 la
política	educativa,	independientemente	del	grado	de	eficiencia	con	que	lo	haga	y	de	la	calidad
del	producto	que	obtiene.
Con	 fines	 estrictamente	 analíticos	 podríamos	 hacer	 una	 distinción	 entre	 eficacia	 externa	 y
eficacia	interna	 del	 sistema	 educativo.	 En	 general,	 la	 bibliografía	 especializada	 no	 hace	 esta
distinción;	con	el	concepto	de	rendimiento	o	eficiencia	interna	se	designa	habitualmente	lo	que
aquí	denominamos	eficacia	del	sistema.	Se	trata	de	una	distinción	que	adoptamos	con	fines
más	bien	didácticos,	no	es	imprescindible	hacerla.
La	eficacia	externa	se	refiere	al	cumplimiento	de	los	objetivos	de	la	política	en	términos	de	la
respuesta	 del	 sistema	 a	 las	 demandas	 sociales	 de	 educación;	 supone	 considerar	 al	 sistema
educativo	con	relación	al	contexto	o	el	entorno	en	el	que	funciona.	Los	datos	demográficos
tienen	una	importancia	de	primer	orden	para	analizar	este	tipo	de	eficacia.	La	información
necesaria	 para	 analizar	 la	 eficacia	 externa	 del	 sistema	 educativo	 es	 la	 que	 proporcionan	 los
datos	censales.	La	eficacia	interna,	en	cambio,	implica	la	consideración	del	funcionamiento	del
sistema	educativo	en	sí	mismo,	sin	reponerlo	en	su	entorno.	Un	análisis	de	la	eficacia	interna
implica	estudiar	aspectos	tales	como	la	retención,	el	abandono,	la	calidad	de	la	educación,	los
recursos	 con	 que	 cuenta	 el	 sistema,	 etc.,	 etc.	 Las	 estadísticas	 regulares	 de	 educación	 y	 los
censos	educativos	son	las	principales	fuentes	de	información	para	llevar	a	cabo	el	cálculo	de
los	 indicadores	 de	 eficacia	 interna.	 Si	 estos	 datos	 se	 relevan	 de	 manera	 sistemática	 y
siguiendo	siempre	el	mismo	criterio	se	pueden	construir	series	temporales.	Estas	series	son
imprescindibles	para	la	evaluación	del	rendimiento	del	sistema.	Si	no	disponemos	de	ellas	es
imposible	 conocer	 cómo	 han	 evolucionado	 las	 tasas	 de	 repetición,	 de	 graduación,	 de
deserción,	 etc.,	 o	 determinar	 con	 qué	 factores	 se	 relacionan	 las	 variaciones	 que	 han
experimentado	 y,	 en	 fin,	 otra	 serie	 de	 cuestiones	 que	 es	 necesario	 saber	 para	 tomar	 las
decisiones	que	haga	falta.	Esta	información	es	de	un	valor	inestimable	para	evaluar	la	eficacia
interna	del	sistema	a	lo	largo	del	tiempo	y,	con	ello,	el	desarrollo	de	la	educación	del	país	y
los	resultados	de	las	políticas	educativas.
2.1.1	Eficacia	externa
La	primera	y	fundamental	necesidad	que	debe	cubrir	el	sistema	educativo	es	la	que	se	refiere
a	la	demanda	de	educación	formal.	La	capacidad	del	sistema	para	satisfacer	esta	demanda	se
define	 como	 ‘cobertura	 del	 sistema’.	 Esta	 cobertura	 se	 evalúa	 mediante	 las	 tasas	 de
escolaridad.	Una	tasa	de	escolaridad	expresa	la	relación	entre	la	población	de	un	grupo	de
edad	 que	 está	 incorporada	 al	 sistema	 escolar	 en	 un	 momento	 determinado	 y	 el	 total	 de
población	de	ese	grupo	de	edad.	En	el	Cuadro	nº	1	presentamos	las	tasas	netas	de	escolaridad
desagregadas	por	región	según	los	dos	últimos	censos	nacionales.
Cuadro	Nº	1:	Tasas	netas	de	escolaridad	por	grupos	de	edad	1991	y	2001
Fuente:	Elaboración	propia	sobre	la	base	de	los	Censos	de	Población	y	Vivienda	1991	y	2001.
El	agrupamiento	por	edades	se	hizo	teniendo	en	cuenta	la	estructura	del	sistema	educativo.
Dado	que	el	cálculo	se	llevó	a	cabo	sobre	la	base	de	la	edad	solamente,	no	podemos	saber	en
qué	nivel	del	sistema	está	incorporado	cada	grupo.	Si	bien	se	puede	suponer	que	la	mayor
parte	de	la	población	de	cada	grupo	se	encuentra	cursando	el	nivel	que	le	corresponde	por	su
edad,	 esto	 es	 verdad	 únicamente	 para	 el	 nivel	 inicial.	 Para	 los	 otros	 niveles,	 las	 tasas	 de
escolaridad	por	nivel	educativo	y	grupo	de	edad	son	alrededor	de	un	15%	más	bajas	que	las
tasas	por	grupos	de	edad	solamente.	Esto	se	debe	al	fenómeno	de	la	sobreedad	que,	como
veremos	más	adelante,	no	es	un	problema	menor	en	la	República	Argentina.
La	 primera	 conclusión	 que	 se	 puede	 extraer	 del	 cuadro	 de	 referencia	 es	 que,	 salvo	 la	 tasa
correspondiente	al	grupo	de	cinco	años,	que	en	2001	es	cinco	puntos	porcentuales	menor	que
la	de	1991,	el	resto	de	las	tasas	crece	en	todas	las	regiones.	El	mayor	crecimiento	se	produce
en	la	tasa	del	grupo	de	18	a	22	años,	que	casi	se	duplica	entre	las	dos	fechas.	En	la	Patagonia
el	aumento	es	sustancial	(la	tasa	de	2001	es	cuatro	veces	mayor	que	la	de	1991).	También	es
muy	significativo	el	incremento	de	la	tasa	para	el	grupo	de	13	a	17	años	(llega	al	26%).	En	lo
que	respecta	al	grupo	de	6	a	12	años,	el	incremento	es	muy	pequeño,	pero	hay	que	tener	en
cuenta	que	la	Argentina	ya	había	logrado	en	1991	una	cobertura	muy	importante	para	ese
grupo	(96%	promedio	para	el	país).	En	el	2001	el	país	prácticamente	alcanza	el	tope	en	la
escolarización	de	ese	grupo	de	edad;	por	definición,	llegado	a	este	punto,	la	tasa	no	puede
seguir	creciendo.
En	síntesis,	las	tasas	de	escolaridad	revelan	avances	significativos	en	lo	que	a	cobertura	del
sistema	 se	 refiere.	 El	 único	 dato	 desalentador	 que	 presenta	 el	 cuadro	 de	 referencia	 es	 el
relativo	a	la	cobertura	para	el	grupo	de	5	años	(disminuye	en	el	2001).	Se	trata	de	un	dato
muy	negativo	que	no	se	puede	pasar	por	alto.	Es	un	hecho	que	debería	ser	minuciosamente
investigado	porque	tiene	importantes	derivaciones	de	largo	plazo	para	el	país.
La	 segunda	 conclusión	 que	 se	 desprende	 del	 cuadro	 se	 refiere	 a	 la	 diferencia	 entre	 las
regiones	y	la	ubicación	del	NE	y	el	NO	entre	las	zonas	con	mayores	desventajas	dentro	del
conjunto,	 como	 ocurre	 con	 todos	 los	 indicadores.	 Las	 tasas	 netas	 de	 escolaridad	 más	 bajas
para	todos	los	grupos	de	edad	en	las	dos	fechas	consideradas	corresponden	a	las	provincias
de	esas	regiones.	Este	resultado	es	totalmente	coherente	con	lo	que	observábamos	en	el	punto
anterior	respecto	del	nivel	de	desarrollo	de	estas	regiones.
Otro	indicador	interesante	de	la	eficacia	externa	del	sistema	educativo	es	el	que	se	refiere	a	la
educación	societal,	que	se	mide	generalmente	a	partir	del	máximo	nivel	educativo	alcanzado
por	la	población	en	edad	activa.	Este	no	es	un	dato	menor	ya	que	nos	permite	evaluar,	en
alguna	medida,	la	calidad	de	los	recursos	humanos	con	que	cuenta	un	país.	El	Gráfico	nº	4
muestra	el	porcentaje	total	de	población	de	15	a	64	años,	por	región,	según	el	máximo	nivel
educativo	alcanzado.
Gráfico	Nº	4:	Población	en	edad	activa	(15	a	64	años),	por	región,	que	asistió	pero	ya	no	asiste	a	la
escuela,	según	máximo	nivel	educativo	alcanzado	–	1991
Un	 recorrido	 por	 los	 datos	 del	 Gráfico	 pone	 en	 evidencia	 la	 clara	 superioridad	 de	 la
Capital	Federal	en	lo	que	respecta	al	nivel	educativo	de	su	población	en	edad	activa.	Allí	más
del	25%	del	grupo	poblacional	considerado	completó	el	nivel	medio	y	el	16%	completó	el
nivel	 terciario.	 Estos	 valores	 superan	 el	 promedio	 del	 país	 en	 nueve	 puntos	 en	 el	 nivel
secundario	y	en	más	del	doble	en	el	superior.
En	 el	 resto	 de	 las	 regiones,	 no	 hay	 diferencias	 significativas	 en	 lo	 que	 respecta	 a	 los
estudios	 superiores	 completos.	 En	 todas	 oscila	 entre	 el	 5%	 y	 el	 6%.	 Tampoco	 las	 hay	 con
relación	 a	 los	 estudios	 secundarios,	 excepción	 hecha	 de	 la	 región	 NE,	 donde	 se	 registra	 el
menor	porcentaje	de	población	con	estudios	de	este	nivel	completos	(11%).
Nos	parece	importante	hacer	algunas	consideraciones	sobre	la	población	que	no	completó	la
escuela	primaria.	Mientras	para	el	conjunto	del	país	la	población	en	edad	activa	con	el	nivel
primario	 incompleto	 representa	 el	 16%,	 en	 la	 Capital	 Federal	 la	 cifra	 correspondiente	 es
cuatro	veces	menor.	Las	provincias	del	NE,	en	cambio,	tienen	más	de	la	cuarta	parte	de	su
población	en	esa	situación	y	en	las	del	NO	ella	equivale	a	un	quinto	del	grupo	de	edad.
2.1.2	Eficacia	interna
Los	indicadores	de	eficacia	interna	se	calculan	sobre	la	base	de	las	estadísticas	regulares	de
educación	que	releva	el	Ministerio	de	Educación	de	la	Nación	a	partir	de	la	información	que
le	 proporciona	 cada	 jurisdicción,	 y	 de	 los	 censos	 escolares	 que	 suele	 organizar	 dicho
Ministerio.	Para	clasificarlos	de	alguna	manera	podríamos	distinguir	dos	tipos	de	indicadores
de	eficacia	interna:	i)	los	que	se	refieren	al	desarrollo	de	la	carrera	escolar	de	los	estudiantes;
y	 ii)	 aquellos	 que	 tienen	 que	 ver	 con	 la	 calidad	 de	 los	 resultados	 de	 la	 educación	 y	 los
recursos	humanos	y	materiales	del	sistema.
Desde	una	perspectiva	cuantitativa,	un	sistema	educativo	tiene	un	100%	de	eficacia	cuando
se	dan,	entre	otras,	las	siguientes	condiciones:	todos	los	alumnos	que	comienzan	un	ciclo	lo
terminan	y,	consecuentemente,	nadie	abandona	la	escuela	sin	concluir	el	ciclo	iniciado;	todos
los	 matriculados	 en	 un	 grado	 o	 curso	 pasan	 al	 siguiente	 sin	 repetir	 ninguna	 vez;	 quienes
cursan	 un	 grado	 lo	 hacen	 con	 la	 edad	 que	 teóricamente	 corresponde	 para	 ese	 grado;	 el
aprendizaje	logrado	por	los	alumnos	es	satisfactorio.	Contando	con	información	apropiada,
es	posible	evaluar	en	qué	medida	un	sistema	educativo	se	acerca	a	estas	metas	ideales.
a)	La	carrera	escolar	de	los	alumnos
En	lo	que	se	refiere	a	la	carrera	escolar	de	los	alumnos,	a	título	de	ejemplo,	vamos	a	referirnos
solamente	 a	 dos	 de	 los	 indicadores	 mencionados:	 repetición	 y	 sobreedad.	 Si	 bien	 nuestro
sistema	 educativo	 ha	 logrado	 una	 cobertura	 aceptable	 incorporando	 una	 proporción
importante	de	la	población	en	edad	escolar,	al	menos	en	los	primeros	ciclos	de	la	enseñanza
básica,	 conserva	 tasas	 de	 repetición	 altas	 con	 relación	 a	 las	 que	 se	 registran	 en	 países
avanzados.	Según	el	Informe	Mundial	sobre	la	Educación	(UNESCO,	1998),	en	el	año	1995	el
porcentaje	de	alumnos	que	repetían	grado	en	la	escuela	primaria	era	del	2%	en	Alemania	y
del	 3%	 en	 España,	 mientras	 que	 en	 nuestro	 país	 se	 acerca	 al	 6%,	 una	 cifra	 similar	 a	 la	 de
Chile,	por	ejemplo,	aunque	muy	inferior	al	18%	que	se	da	en	Brasil.
Sabemos	que	la	repetición	reiterada	suele	conducir	al	abandono	definitivo	y	que	si	éste	se
produce	en	los	primeros	años	de	la	carrera	escolar,	las	consecuencias	para	el	individuo	son
muy	serias.	La	consideración	de	este	hecho	ha	llevado	en	muchos	casos	a	tomar	medidas	que
alientan	 la	 promoción	 automática	 de	 los	 niños	 de	 un	 grado	 a	 otro,	 aun	 cuando	 no	 hayan
logrado	los	aprendizajes	indispensables,	ni	satisfecho	las	condiciones	necesarias	para	poder
ser	promovidos.	Los	datos	estadísticos	no	permiten	identificar	estos	casos	y,	por	lo	general,
tampoco	se	pueden	detectar	a	partir	de	la	normativa	vigente,	porque	se	trata	de	prácticas
generalmente	informales	que	las	autoridades	del	área	educativa	no	siempre	están	dispuestas
a	 reconocer,	 aunque	 ellas	 sean	 a	 veces	 sus	 principales	 impulsoras.	 Seguramente	 se	 intenta
lograr	con	esto	una	mayor	retención	de	los	alumnos	en	la	escuela,	bajo	el	supuesto	de	que	la
sola	 permanencia	 en	 ella	 significa	 para	 los	 niños	 un	 beneficio,	 aunque	 no	 alcancen	 otros
objetivos	importantes.	Sin	embargo,	el	costo	de	esas	prácticas	para	el	sistema	de	educación	es
muy	significativo,	y	seguramente	tampoco	se	puede	justificar	desde	el	punto	de	vista	de	los
alumnos	 a	 quienes	 se	 pretende	 beneficiar,	 permitiéndoles	 avanzar	 en	 su	 carrera	 escolar
aunque	no	reúnan	las	condiciones	estipuladas	para	ello,	en	términos	de	los	conocimientos	y
habilidades	que	deben	dominar	para	que	su	desempeño	en	el	próximo	curso	sea	efectivo.	El
Gráfico	nº	5	muestra	los	datos	de	la	repetición	promedio	en	los	niveles	primario	y	secundario
en	todas	las	jurisdicciones	del	país.	Los	datos	están	ordenados	según	la	repetición	en	el	nivel
primario.
Los	datos	del	gráfico	permiten	sacar	varias	conclusiones.	En	primer	lugar,	hay	una	diferencia
importante	 entre	 los	 porcentajes	 de	 repetición	 del	 nivel	 primario	 y	 del	 nivel	 medio;
generalmente	 son	 mayores	 en	 el	 nivel	 medio,	 salvo	 en	 algunas	 provincias,	 entre	 ellas,
Misiones,	 Santiago	 del	 Estero,	 Formosa	 y	 Entre	 Ríos,	 por	 nombrar	 solamente	 aquellas	 que
tienen	los	porcentajes	más	elevados	de	repetición	en	la	escuela	primaria.	Este	hecho	se	debe,
probablemente,	a	que	en	las	jurisdicciones	más	pobres,	los	niños	menos	favorecidos	en	capital
cultural,	y	también	económico,	son	eliminados	en	la	escuela	primaria.	Suele	ocurrir,	también,
que	en	estas	provincias	la	práctica	de	la	promoción	automática	de	grado	sea	muy	frecuente;	si
no	 contamos	 con	 esta	 información,	 la	 comparación	 entre	 jurisdicciones	 pierde	 sentido.	 Es
interesante	observar	que	las	provincias	con	más	altos	porcentajes	de	repetición	en	la	escuela
secundaria	son	las	de	la	Patagonia.	La	investigación	de	Brigido	(2004	b)	concluye	que	estos
distritos	 tienen	 resultados	 relativamente	 buenos	 en	 la	 primaria	 y	 están	 entre	 los	 más
deficitarios	en	la	secundaria,	al	menos	en	lo	que	a	eficacia	interna	se	refiere.
GráficoNº	5:	Porcentajes	de	repitientes	en	los	niveles	primario	y	medio	–	Año	2000
Los	datos	correspondiente	a	la	sobreedad	figuran	en	el	Gráfico	nº	6.	También	en	este	caso	las
jurisdicciones	 están	 ordenadas	 en	 función	 de	 los	 porcentajes	 de	 sobreedad	 en	 la	 escuela
primaria.
Huelgan	 los	 comentarios	 respecto	 de	 la	 importancia	 de	 este	 fenómeno	 en	 la	 escuela
argentina.	En	algunas	jurisdicciones	el	40%	de	los	alumnos	del	nivel	primario	y	casi	el	50%
del	nivel	medio	cursan	sus	estudios	con	atraso.	Las	provincias	con	los	porcentajes	más	altos
en	 ambos	 niveles	 son	 las	 del	 NE	 y	 Santiago	 del	 Estero.	 Las	 jurisdicciones	 de	 la	 Patagonia
están	muy	cerca	de	ellas	en	lo	que	respecta	a	la	sobreedad	en	el	nivel	medio.
b)	Calidad	de	los	resultados	de	la	educación	y	recursos	del	sistema.
Veamos	 ahora	 qué	 ocurre	 con	 a	 estos	 dos	 indicadores	 del	 funcionamiento	 del	 sistema.	 El
Operativo	Nacional	de	Evaluación	de	la	Calidad	(ONEC)	ha	sido	definido	por	la	autoridades
educativas	 como	 una	 acción	 orientada	 a	 mejorar	 la	 calidad	 de	 la	 educación.	 El	 supuesto
subyacente	 en	 este	 caso	 es	 que	 mejores	 logros	 en	 el	 aprendizaje	 están	 asociados	 a	 mayor
calidad	de	la	educación	que	se	recibe	(la	cual	depende,	a	su	vez,	de	la	preparación	de	los
maestros,	 la	 funcionalidad	 de	 las	 instalaciones	 escolares	 a	 las	 necesidades	 del	 proceso	 de
enseñanza,	la	disponibilidad	de	equipamiento	didáctico	e	informático	adecuados,	etc.)	.	La
validez	de	este	supuesto	es	inobjetable,	aunque	oculta	la	enorme	complejidad	del	problema:
el	aprendizaje	logrado	por	un	alumno	está	asociado	a	una	multiplicidad	de	factores	de	orden
individual,	familiar,	escolar	y	social;	la	‘calidad’	de	la	educación	recibida	es	solamente	uno	de
esos	factores.
Gráfico	Nº	6:	Porcentajes	de	sobreedad	en	los	niveles	primario	y	medio	–	Año	2000
De	acuerdo	a	los	análisis	llevados	a	cabo	por	el	Ministerio	de	Educación	de	la	Nación,	los
resultados	 de	 los	 ONEC	 son	 preocupantes	 en	 todo	 el	 país.	 Los	 alumnos	 no	 aprenden	 los
contenidos	 mínimos	 que	 están	 estipulados	 en	 los	 programas	 y	 se	 observan	 diferencias
importantes	entre	las	escuelas	privadas	y	las	públicas,	entre	las	escuelas	de	la	zona	rural	y	la
urbana,	y	entre	las	diversas	provincias	del	paí7
	.	Todo	esto	estaría	dando	cuenta	de	un	sistema
educativo	muy	segmentado,	que	no	garantiza	niveles	de	aprendizaje	adecuados	en	todos	los
casos	(Brigido	2004	a	y	b).	¿Se	puede	inferir	de	aquí	que	la	‘calidad’	de	la	educación	recibida
por	los	alumnos	es	mala?	En	parte	la	respuesta	podría	ser	que	sí.	Pero	seguimos	sin	resolver
el	principal	problema:	qué	entendemos	por	‘calidad	de	la	educación’.
Desde	el	punto	de	vista	de	los	recursos,	interesan	básicamente:	el	personal	de	enseñanza,	la
infraestructura	y	el	equipamiento	informático.
i)	El	personal	docente	constituye	el	recurso	fundamental	del	sistema	educativo	y	juega,	en
consecuencia,	un	papel	clave	en	el	logro	de	los	objetivos	que	se	persiguen,	a	condición	de	que
tenga	 un	 compromiso	 genuino	 con	 su	 profesión	 y	 desempeñe	 adecuada	 y	 eficazmente	 las
tareas	que	le	competen.	Primera	condición	para	un	buen	desempeño	de	los	docentes	en	el
aula	 es	 la	 capacitación.	 Pero	 también	 las	 condiciones	 de	 trabajo,	 comenzando	 por	 las
remuneraciones,	constituyen	un	factor	de	relevancia	cuando	se	trata	de	mejorar	la	calidad	de
la	 educación.	 Con	 relación	 a	 las	 remuneraciones,	 en	 contra	 de	 lo	 que	 se	 piensa
habitualmente,	los	resultados	de	la	investigación	educativa	dan	cuenta	de	una	escasa	o	nula
relevancia	 del	 salario	 de	 los	 maestros	 y	 profesores	 en	 el	 resultado	 del	 aprendizaje	 de	 los
alumnos	(Brigido	2004	b).
Es	indudable	que	en	las	prácticas	cotidianas	dentro	del	aula	se	juega	el	éxito	del	proceso	de
enseñanza-aprendizaje.	La	práctica	educativa	es	parte	de	la	cultura	de	la	escuela,	de	la	forma
en	 que	 los	 maestros	 definen	 su	 rol,	 de	 las	 relaciones	 que	 mantienen	 entre	 sí	 y	 con	 la
comunidad.	 La	 capacitación	 de	 los	 docentes	 puede	 ser	 una	 de	 las	 estrategias	 privilegiadas
para	 comenzar	 a	 cambiar	 esas	 prácticas,	 a	 fin	 de	 hacerlas	 funcionales	 a	 los	 objetivos	 del
sistema.
Sabemos	que	el	impacto	de	la	capacitación	de	los	docentes	en	el	aprendizaje	de	los	alumnos
es	 muy	 difícil	 de	 determinar.	 Tampoco	 podemos	 olvidar	 que	 las	 actividades	 escolares	 son
muy	complejas;	sus	múltiples	aspectos	no	se	pueden	captar	tan	fácilmente	como	los	gastos	o
la	matrícula,	por	ejemplo.	Además,	la	mayor	parte	del	trabajo	de	los	maestros	tiene	lugar	a
puertas	cerradas,	lo	que	dificulta	el	control,	y	sus	resultados	son	muchas	veces	intangibles;	a
menudo	 solamente	 se	 ponen	 en	 evidencia	 en	 el	 largo	 plazo	 y	 su	 medición	 es	 altamente
problemática.	En	Argentina	existen	programas	permanentes	de	capacitación	de	los	docentes.
Los	datos	disponibles	sobre	el	dinero	invertido	en	esos	programas	y	la	participación	de	los
docentes	 en	 ellos	 muestran	 que	 las	 provincias	 donde	 se	 invirtió	 proporcionalmente	 más
dinero	para	la	capacitación	docente	no	son	precisamente	las	que	se	destacan	por	los	mejores
resultados	de	los	alumnos	en	los	ONEC.	Por	cierto,	esto	no	nos	autoriza	a	concluir	que	existe
una	correlación	negativa	entre	inversión	en	capacitación	y	resultados	en	el	aprendizaje,	pero
es	 un	 dato	 a	 tener	 en	 cuenta	 para	 comenzar	 a	 analizar	 la	 cuestión.	 Y	 en	 este	 análisis,	 un
aspecto	clave	a	considerar	es	el	que	se	refiere	a	los	contenidos	de	la	oferta	de	capacitación.
Algunas	 opiniones	 de	 los	 docentes,	 recogidas	 de	 manera	 casual,	 dan	 cuenta	 de	 que,	 en
muchos	casos,	los	temas	desarrollados	en	los	cursos	les	resultaban	irrelevantes	para	resolver
los	problemas	de	la	enseñanza	y	no	les	aportaban	elementos	significativos	para	cambiar	sus
prácticas	cotidianas.	También	podríamos	preguntarnos	cuáles	habrían	sido	los	resultados	del
aprendizaje	si	los	docentes	no	hubieran	recibido	ningún	tipo	de	capacitación.	Obviamente,
este	argumento	contrafáctico	es	imposible	de	sostener	(Brigido,	2004b).
En	 lo	 que	 respecta	 a	 la	 remuneración	 del	 personal	 de	 enseñanza,	 en	 Argentina,	 desde	 el
momento	en	que	se	concreta	la	transferencia	de	la	totalidad	de	los	servicios	educativos	a	los
gobiernos	provinciales,	éstos	tienen	total	independencia	para	fijar	los	salarios	de	los	docentes
y	 son	 los	 únicos	 responsables	 de	 su	 contratación,	 supervisión,	 evaluación	 y	 promoción	 en
todos	los	niveles	del	sistema,	excepto	el	universitario.	En	consecuencia,	las	misma	tareas	y
esfuerzos	equivalentes	no	son	remunerados	de	igual	manera	en	todo	el	país.	Por	otra	parte,
cada	provincia	cuenta	con	su	propio	Estatuto	del	Docente,	instrumento	legal	que	establece
los	 derechos	 y	 obligaciones	 del	 personal	 de	 enseñanza,	 e	 incide	 sobre	 la	 situación	 laboral.
Todo	ello	explica	la	gran	disparidad	que	existe	entre	jurisdicciones,	no	sólo	en	lo	que	respecta
al	monto	y	la	composición	de	los	sueldos	de	los	docentes,	sino	también	en	lo	que	hace	a	las
normas	que	rigen	las	relaciones	laborales	dentro	del	sector.
Los	 salarios	 de	 profesores	 y	 maestros	 han	 sufrido	 un	 deterioro	 permanente,	 sobre	 todo
durante	 los	 últimos	 años	 de	 la	 década	 de	 los	 noventa,	 fenómeno	 que	 se	 acentuó	 con	 la
devaluación	 del	 20028.	 Hay	 que	 señalar	 también	 que	 la	 política	 salarial	 seguida	 por	 cada
provincia	 no	 siempre	 corresponde	 a	 sus	 posibilidades	 financieras.	 Algunas	 de	 las
jurisdicciones	 menos	 dotadas	 adoptan	 políticas	 salariales	 imposibles	 de	 aplicar	 con	 sus
propios	recursos	y	deben	apelar	continuamente	al	apoyo	del	Tesoro	Nacional.	Esto	crea	con
frecuencia	 conflictos	 importantes	 entre	 las	 diferentes	 instancias	 de	 gobierno	 y	 dificulta	 la
posibilidad	de	satisfacer	los	reclamos	de	maestros	y	profesores	(Brigido,	2004b).
ii)	La	infraestructura	escolar.	Sin	ser	el	factor	decisivo,	la	calidad	de	la	educación	también	se
ve	afectada	por	las	condiciones	en	que	se	desarrollan	las	actividades	escolares.	El	censo	de
establecimientos	 educativos	 realizado	 en	 1994	 mostró	 un	 deterioro	 significativo	 de	 los
edificios	escolares,	más	acentuado	en	los	establecimientos	de	gestión	estatal,	pero	también
presente	 en	 los	 del	 sector	 privado.	 Sólo	 el	 21%	 del	 total	 de	 escuelas	 del	 país	 estaba	 en
condiciones	aceptables	de	conservación	en	ese	momento,	el	40%	de	los	edificios	carecía	de
agua	proveniente	de	la	red	pública	(en	Santiago	del	Estero	este	porcentaje	ascendía	al	72%)	y
el	12%	no	contaba	con	ningún	tipo	de	energía	eléctrica.	También	en	esto	las	provincias	con
mayores	carencias	son	las	del	NO	y	NE.
iii)	 El	 equipamiento	 informático	 de	 las	 escuelas.	 La	 magnitud	 de	 las	 desigualdades	 entre
jurisdicciones	 también	 se	 pone	 de	 manifiesto	 en	 este	 item.	 Un	 informe	 de	 Ministerio	 de
Educación9	 pone	 de	 manifiesto	 la	 postergación	 de	 las	 provincias	 más	 pobres	 en	 lo	 que	 a
equipamiento	informático	se	refiere.	Las	provincias	más	postergadas	pertenecen	al	NE	y	el
NO;	entre	éstas	y	la	Capital	Federal,	que	es	el	distrito	mejor	provisto,	hay	una	distancia	de	50
o	más	puntos	porcentuales.
Antes	 de	 concluir	 esta	 somera	 referencia	 a	 la	 eficacia	 interna	 del	 sistema	 educativo,	 nos
parece	 importante	 advertir	 acerca	 de	 lo	 que	 implica	 la	 concentración	 de	 los	 déficit	 en	 las
provincias	del	NE	y	el	NO,	conocidas	como	provincias	‘pobres’.	Sin	duda,	este	hecho	tiene
relación	directa	con	la	fuerte	incidencia	de	los	factores	estructurales	en	el	funcionamiento	del
sistema	 educativo	 y,	 por	 ende,	 en	 los	 resultados	 de	 la	 educación.	 En	 consecuencia,	 el
mejoramiento	de	la	eficacia	interna	del	sistema,	sobre	todo	en	las	jurisdicciones	con	mayores
dificultades,	 depende	 no	 solamente	 de	 las	 medidas	 que	 se	 adopten	 al	 interior	 del	 sistema
educativo,	sino	también	de	la	forma	en	que	sean	abordados	los	problemas	estructurales	del
contexto	en	el	que	aquél	está	inserto.
El	 cuadro	 de	 situación	 expuesto	 hasta	 aquí	 invita	 a	 indagar	 con	 mayor	 profundidad	 la
naturaleza	de	los	déficit,	su	importancia	relativa	y	las	causas	que	los	determinan.	Sin	duda
hay	 causas	 externas	 al	 sistema	 educativo	 y	 otras	 que	 son	 inherentes	 a	 él.	 Unas	 y	 otras
requieren	 tratamientos	 diferentes	 y	 competen	 a	 distintas	 áreas	 de	 la	 administración	 del
Estado.	La	autonomía	relativa	del	sistema	educativo	también	actúa	en	el	sentido	de	que	éste
no	está	en	condiciones	de	abordar	problemas	ni	proponer	soluciones	que	escapan	a	su	área
específica.	 Por	 lo	 tanto,	 la	 corrección	 de	 los	 déficit	 educativos	 de	 una	 provincia	 es	 una
cuestión	 del	 Estado	 en	 su	 conjunto.	 También	 debiera	 ser	 una	 cuestión	 de	 Estado,	 que
permanezca	al	margen	de	los	gobiernos	de	turno.
2.2.	Recursos	para	el	financiamiento	de	la	educación	y	eficiencia
Un	 punto	 central	 con	 relación	 a	 la	 eficiencia	 es	 la	 responsabilidad	 que	 le	 cabe	 al	 Estado
respecto	 del	 problema	 de	 la	 asignación	 de	 recursos	 para	 la	 educación.	 En	 Argentina,	 este
problema	se	planteó	en	los	últimos	años	en	un	contexto	de	enormes	dificultades,	derivadas
de	las	crisis	económicas	(y	también	institucionales)	que	sufrió	el	país.	El	crecimiento	record
de	la	economía	que	se	registró	a	partir	del	2003	implica	un	cambio	de	escenario	importante
para	 el	 financiamiento	 de	 la	 educación.	 Sin	 embargo,	 esto	 no	 garantiza	 demasiado,	 si	 no
existe	 la	 voluntad	 política	 de	 que	 la	 preocupación	 por	 la	 educación	 deje	 el	 plano	 de	 los
discursos	y	se	traduzca	en	acciones	concretas.	Es	imprescindible	que	se	revalorice	el	papel	de
la	 educación	 como	 factor	 de	 crecimiento	 económico	 adoptando	 las	 políticas	 adecuadas,
haciendo	 los	 ajustes	 que	 hagan	 falta	 en	 los	 curricula,	 las	 prácticas	 pedagógicas,	 etc.,
estableciendo	prioridades	para	la	asignación	de	los	recursos,	es	decir,	haciendo	un	manejo	del
sistema	educativo	más	racional	y	con	perspectivas	de	largo	plazo.	La	sanción	de	la	Ley	de
Financiamiento	Educativo	significa	un	avance,	pero	no	hay	que	pensar	que	con	esto	basta
para	solucionar	el	complejo	problema	de	la	educación	en	nuestro	país.
Decíamos	 anteriormente	 que	 el	 sistema	 educativo	 no	 sólo	 debe	 ser	 eficaz,	 sino	 también
eficiente.	 Recordemos	 que,	 desde	 la	 perspectiva	 adoptada	 aquí,	 la	 eficiencia	 implica
optimizar	 la	 relación	 entre	 los	 insumos	 y	 los	 productos	 del	 sistema.	 Por	 lo	 general,	 los
especialistas	 en	 educación	 nos	 resistimos	 a	 razonar	 en	 estos	 términos,	 pero	 es	 necesario
hacerlo.	Hay	que	tener	en	cuenta,	sobre	todo,	que	una	utilización	inadecuada	de	los	fondos
estatales	destinados	a	la	educación	puede	constituirse	en	un	factor	que	atenta	no	sólo	contra
la	calidad	de	la	educación	sino	también	contra	la	equidad.
Las	provincias	cuentan	con	dos	tipos	de	recursos	para	el	sostenimiento	de	la	educación:	los
que	 provienen	 de	 la	 recaudación	 propia	 y	 los	 que	 reciben	 vía	 coparticipación	 federal	 de
impuestos.	Los	distritos	que	cuentan	con	una	población	con	menor	capacidad	contributiva
tienen,	por	cierto,	mayor	dificultad	para	sostener	la	educación.	A	su	vez,	el	funcionamiento
del	sistema	de	coparticipación	es	una	fuente	permanente	de	conflictos,	fundamentalmente,
porque	los	coeficientes	de	distribución	secundaria	no	son	establecidos	con	base	en	criterios
objetivos	claros	y,	además,	porque	se	produce	un	enorme	incentivo	a	gastar	cuando	los	costos
políticos	de	recaudar	no	son	soportados	por	las	provincias.	Por	otra	parte,	este	sistema	acusa
fácilmente	 el	 impacto	 de	 las	 crisis	 económicas	 y	 las	 disputas	 políticas,	 en	 consecuencia,	 el
financiamiento	de	la	educación	en	las	provincias	está	siempre	sujeto	a	los	vaivenes	de	ambas
cosas.	Otra	cuestión	que	juega	un	rol	importante	es	que	los	fondos	de	la	coparticipación	son
de	 libre	 disponibilidad	 para	 las	 provincias;	 la	 reciente	 Ley	 de	 Financiamiento	 Educativo
apunta	a	corregir	este	hecho,	habrá	que	ver	si	lo	logra.	En	definitiva,	los	ingresos	específicos
para	educación	son	provistos	por	las	leyes	de	presupuesto	de	cada	distrito,	no	por	la	Ley	de
Coparticipación.	A	menudo,	la	programación	de	los	gastos	provinciales	queda	desligada	de
las	 necesidades	 que	 los	 mismos	 deben	 cubrir,	 y	 lo	 que	 es	 peor,	 con	 bastante	 frecuencia	 el
presupuesto	 para	 educación	 no	 es	 definido	 por	 las	 autoridades	 del	 área	 sino	 por	 los
responsables	de	la	administración	financiera	o	económica	de	cada	jurisdicción.
Una	 fuente	 adicional	 de	 recursos	 para	 la	 educación	 proviene	 de	 los	 aportes	 del	 sector
privado,	y	esto	se	da	básicamente	por	dos	vías:	las	cooperadoras	escolares	y	las	escuelas	de
gestión	privada.	Los	fondos	que	proveen	las	cooperadoras	son	insignificantes,	y	hay	escuelas
que	 directamente	 no	 pueden	 contar	 con	 ellos,	 como	 son	 las	 ubicadas	 en	 sectores	 urbano
marginales	o	en	las	zonas	rurales.	El	aporte	indirecto	que	deriva	de	la	existencia	de	escuelas
de	 gestión	 privada	 no	 ha	 sido	 evaluado	 de	 manera	 precisa.	 En	 algunas	 jurisdicciones	 es
importante	 (la	 Capital	 Federal	 es	 una	 de	 ellas)	 pero	 en	 otras	 prácticamente	 no	 tiene
relevancia	porque	cuentan	con	muy	pocas	escuelas	privadas	(es	el	caso	de	La	Rioja,	Formosa
o	Catamarca).
Un	elemento	fundamental	en	la	consideración	de	la	eficiencia	del	sistema	educativo	es	lo	que
se	gasta	en	la	educación.	Al	gasto	en	educación	hay	que	ubicarlo	en	el	contexto	de	los	gastos
generales	 de	 cada	 provincia.	 Una	 de	 las	 características	 de	 estos	 gastos	 es	 la	 falta	 de
programación,	 que	 afecta	 al	 cálculo	 de	 los	 recursos	 necesarios	 para	 cubrirlos.	 Sin	 ninguna
duda,	 el	 sostenimiento	 del	 servicio	 educativo	 significa	 una	 erogación	 importante	 en	 el
presupuesto	de	cada	jurisdicción	y	la	falta	de	recursos	para	brindarlo	adecuadamente	es	una
causa	permanente	de	conflictos,	no	sólo	entre	el	gobierno	nacional	y	los	estados	provinciales,
sino	 también	 entre	 éstos	 y	 los	 docentes,	 cuyos	 salarios	 representan	 el	 componente	 más
importante	 del	 gasto	 en	 educación.	 No	 hay	 que	 olvidar	 que	 el	 sector	 docente	 es	 el	 más
numeroso	entre	los	empleados	de	los	Estados	provinciales.
De	 acuerdo	 a	 los	 datos	 del	 Ministerio	 de	 Cultura	 y	 Educación,	 el	 gasto	 educativo	 se	 ha
incrementado	gradualmente	entre	1993	y	2001.	Por	cierto,	el	hecho	de	que	se	gaste	más	en
educación	no	implica,	necesariamente,	que	se	preste	un	servicio	de	mayor	calidad,	ni	que	ese
gasto	sea	más	importante	que	el	que	se	realiza	en	otras	áreas.	No	es	un	dato	menor	el	hecho
de	que	entre	el	80%	y	el	85%	del	gasto	educativo	se	destina	al	pago	de	personal	(en	algunas
jurisdicciones	 representa	 hasta	 un	 95%),	 de	 modo	 que	 el	 margen	 para	 inversión	 se	 reduce
sustancialmente,	 con	 las	 consecuencias	 que	 esto	 tiene	 en	 términos	 del	 mejoramiento	 de	 la
calidad	del	servicio	(Brigido,	2005).
Para	tener	una	idea	aproximada	del	lugar	que	ocupa	la	educación	en	el	contexto	de	las
erogaciones	provinciales	es	importante	relacionar	el	gasto	en	educación	con	el	total	de	los
gastos	corrientes	de	cada	jurisdicción	y	ver	qué	proporción	del	PBI	se	destina	a	la	provisión
del	 servicio	 educativo.	 Al	 respecto	 podemos	 decir	 que	 el	 gasto	 educativo	 ha	 sufrido
variaciones	entre	1994	y	2001,	al	menos	en	lo	que	respecta	a	su	relación	con	el	PBI	y	el	total
del	gasto	público	provincial;	se	observa	un	aumento	en	ambos	casos,	en	la	mayoría	de	las
jurisdicciones,	aunque	en	distinta	proporción	(Brigido,	2005).	A	pesar	de	ello,	pareciera	que	el
sistema	 educativo	 no	 da	 las	 respuestas	 que	 de	 él	 se	 esperan,	 sobre	 todo	 en	 términos	 de
eficacia	interna	(los	niveles	de	repetición	siguen	siendo	importantes,	lo	mismo	que	los	déficit
en	el	aprendizaje	de	los	alumnos).	Ello	nos	lleva	a	reafirmar	nuestra	convicción	en	que,	para
revertir	la	situación,	no	basta	con	reclamar	más	recursos	para	la	educación.	Esto	ciertamente
es	imprescindible	y	cualquier	esfuerzo	que	haga	el	país	en	materia	de	provisión	de	fondos
para	la	educación	nunca	será	suficiente.	Pero	también	es	necesario	atender	a	ciertos	aspectos
del	funcionamiento	del	sistema	que	de	ninguna	manera	se	pueden	subordinar,	ni	atribuir	de
manera	exclusiva,	a	la	cuestión	del	financiamiento.
Lamentablemente,	 diversos	 estudios	 muestran	 que	 el	 grado	 de	 ineficiencia	 del	 gasto	 en
educación	 es	 elevado	 (Brigido,	 2004b).	 Se	 trata	 de	 un	 problema	 complejo	 cuya	 solución
demanda	voluntad	política	y	acciones	concretas	orientadas	a	modificar	distintos	aspectos	del
funcionamiento	interno	del	sistema	y	de	los	factores	estructurales	que	actúan	sobre	él.
3.	La	desigualdad	social	y	la	justicia:	el	problema	de	la	equidad	en	la	distribución	de	la
educación	en	Argentina
En	 el	 lenguaje	 cotidiano,	 el	 concepto	 de	 equidad	 se	 usa	 como	 sinónimo	 de	 igualdad;	 sin
embargo,	los	dos	términos	no	significan	lo	mismo	ni	se	los	debe	confundir,	es	más,	muchas
veces	sostener	la	igualdad	en	un	ámbito	determinado	puede	ser	profundamente	inequitativo.
La	equidad	está	indisolublemente	ligada	a	la	idea	de	justicia:	rectitud	en	la	distribución	de	las
cosas,	a	condición	de	que	el	arbitrio	se	mantenga	dentro	de	los	límites	del	Derecho.	Equidad
es	 la	 justicia	 aplicada	 a	 un	 caso	 concreto,	 no	 es	 lo	 justo	 según	 la	 ley.	 Puede	 interpretarse
literalmente	 como	 justicia	 moral	 de	 la	 cual	 las	 leyes	 son	 una	 expresión	 imperfecta;	 es	 el
espíritu	de	justicia	para	guiar	la	acción	práctica.	Tal	como	se	emplea	el	término	en	educación,
en	la	lógica	del	concepto	de	equidad	parece	estar	implícita	la	clásica	fórmula	aristotélica	de	la
justicia:	otorgar	partes	iguales	a	los	que	son	iguales	y	partes	desiguales	a	los	que	no	lo	son.
Dicho	de	otro	modo,	ya	que	grupos	históricamente	menos	privilegiados	no	pueden	competir
en	 igualdad	 de	 condiciones,	 ellos	 necesitan	 oportunidades	 o	 intervenciones	 especiales	 o
adicionales.	En	la	práctica,	esto	implica	el	uso	de	recursos	y	procesos	diferenciales	a	fin	de
que	 estos	 grupos	 se	 puedan	 verdaderamente	 beneficiar.	 El	 propósito	 de	 la	 equidad	 es
minimizar	las	desventajas	sobre	las	cuales	el	individuo	no	tiene	control.	El	objeto	y	el	efecto	del
principio	de	equidad	es	compensar	esas	desventajas10
	.	Esto	nos	lleva	a	reflexionar	sobre	los
vínculos	de	la	calidad,	la	eficacia	y	la	eficiencia	del	sistema	educativo,	con	la	equidad,
¿Cuál	 es	 relación	 de	 la	 calidad,	 cualquiera	 sea	 la	 definición	 que	 de	 ella	 se	 adopte,	 con	 la
equidad?	 Obviamente,	 las	 oportunidades	 de	 desarrollo	 futuro	 de	 los	 alumnos	 que	 han
recibido	 una	 educación	 de	 menor	 calidad	 no	 son	 las	 mismas	 que	 las	 de	 aquellos	 que	 han
corrido	mejor	suerte	en	este	aspecto.	Quienes	están	en	una	situación	de	desventaja	social	son
los	que	más	necesitan	una	educación	de	calidad;	la	necesitan	perentoriamente	porque	ésta
representa	su	única	oportunidad	de	adquirir	los	conocimientos	y	desarrollar	las	competencias
que	 les	 permitirán	 competir	 en	 igualdad	 de	 condiciones	 con	 quienes,	 por	 el	 azar	 del
nacimiento	en	una	familia	con	mayor	volumen	de	capital	cultural,	social	y	económico,	han
corrido	mejor	suerte	en	la	lucha	por	ocupar	una	posición	de	relevancia	en	la	estructura	de	la
sociedad.
¿Qué	 relevancia	 tiene	 la	 eficacia	 desde	 la	 perspectiva	 de	 la	 equidad?	 En	 principio,	 hay
suficientes	 razones	 para	 afirmar	 que	 la	 eficacia	 es	 una	 condición	 necesaria,	 aunque	 no
suficiente,	 de	 la	 equidad.	 La	 investigación	 en	 sociología	 de	 la	 educación	 ha	 demostrado
claramente	que	la	distribución	de	quienes	se	alejan	de	la	meta	ideal	no	es	aleatoria.	Los	que
repiten,	 se	 atrasan	 en	 los	 estudios	 o	 los	 abandonan	 a	 mitad	 de	 camino	 provienen	 de	 los
estratos	sociales	bajos,	están	dotados	de	escaso	capital	cultural,	económico	y	social,	y	tienen
menos	 posibilidades	 que	 otros	 de	 acceder	 a	 los	 bienes	 sociales	 básicos.	 Se	 trata	 de
desigualdades	 de	 hecho	 que	 el	 sistema	 educativo	 no	 puede	 eliminar.	 Algunas	 corrientes
teóricas	sostienen	que	el	sistema	contribuye	a	consolidarlas.	Otras,	por	el	contrario,	afirman
que	la	educación	puede	crear	las	condiciones	necesarias	para	definir	cambios	en	la	estructura
de	 la	 sociedad,	 vía	 el	 desarrollo	 de	 actitudes	 y	 aptitudes	 apropiadas	 en	 el	 individuo,	 y	 el
impulso	de	la	investigación	básica	y	aplicada.	Cualquiera	sea	la	posición	que	se	adopte	frente
a	esto,	el	fenómeno	de	la	desigualdad	es	real	y	el	sistema	educativo	no	puede	ignorarlo.	Por
otra	parte,	el	sistema	cumple	una	función	de	selección	que	le	es	propia	y	los	criterios	para	esa
selección	debieran	ser	meritocráticos:	el	éxito	o	el	fracaso	escolar	de	los	alumnos	se	define	en
función	 de	 la	 capacidad	 individual	 y	 el	 esfuerzo	 personal,	 no	 de	 su	 origen	 social.	 Sin
embargo,	las	desigualdades	sociales	iniciales	también	condicionan	las	posibilidades	que	un
individuo	tiene	de	desarrollar	sus	capacidades	y	optimizar	sus	esfuerzos.	Para	que	un	sistema
educativo	aumente	su	eficacia	debe	necesariamente	tener	en	cuenta	esta	realidad	y	actuar	de
acuerdo	 al	 principio	 básico	 de	 la	 equidad:	 quienes	 no	 son	 iguales	 deben	 recibir	 un	 trato
diferente,	a	fin	de	compensar	las	desventajas	debidas	a	factores	que	son	ajenos	a	su	voluntad.
¿Qué	relación	hay	entre	eficiencia	y	equidad?	En	un	contexto	de	fuerte	escasez	de	recursos
como	el	que	caracteriza	a	la	Argentina	de	fin	de	siglo,	la	eficiencia	adquiere	una	relevancia
particular.	Si	una	de	las	metas	de	la	política	educativa	en	este	país	es	lograr	un	mayor	grado
de	 equidad	 en	 la	 distribución	 de	 la	 educación,	 es	 necesario	 dar	 a	 los	 escasos	 recursos
disponibles	el	mejor	uso	posible.	Y	esto	es	precisamente	lo	que	no	ha	ocurrido,	ni	ocurre,	en
nuestro	país.	La	educación	es	sostenida	por	todos,	aún	por	aquellos	que	no	pueden	acceder	a
todos	 los	 niveles	 del	 sistema	 y,	 por	 lo	 tanto,	 menos	 se	 benefician	 de	 la	 educación.	 En
consecuencia,	el	uso	que	se	haga	de	los	recursos	destinados	a	la	educación	no	es	una	cuestión
menor	cuando	de	equidad	social	se	trata.
1	En	Brigido	(2004a)	se	pueden	consultar	los	organigramas	funcionales	(actualizados	al	año	2003)	correspondientes	a	todas	las	áreas	del
Ministerio	de	Educación,	Ciencia	y	Tecnología	de	la	Nación.
2	Miranda,	2003,	pág.	37,	citando	a	Hevia	Rivas	(1991):	Políticas	de	descentralización	de	la	educación	básica	y	media	en	América	Latina.
UNESCO-REDUC,	Sgo.	de	Chile.
3	Cabe	 señalar	 que	 hasta	 el	 presente	 son	 19	 las	 provincias	 que	 han	 sancionado	 una	 ley	 de	 educación;	 el	 resto	 se	 limitó	 a	 realizar
adecuaciones	parciales	en	su	antiguo	marco	regulatorio;	otras	no	tienen	aún	resuelta	esta	cuestión,	el	Gobierno	de	la	Ciudad	de	Buenos
Aires	y	la	provincia	de	Neuquén,	entre	ellas	(Brigido,	2004b,	pág.	71).
4	La	existencia	de	este	Consejo	es	anterior	a	la	Ley	Federal,	pero	ésta	le	asigna	nuevas	funciones	y	le	otorga	mayor	peso	en	muchos
aspectos.
5	En	otros	trabajos,	Brigido	(2004a	y	b)	desarrolla	con	mayor	detalle	este	tema	;	proporciona	abundante	evidencia	empírica	acerca	de	las
características	del	contexto	en	el	cual	funcionan	los	sistemas	educativos	jurisdiccionales.
6	En	el	estudio	de	Brigido	(2004b),	la	distribución	de	provincias	por	región	es	la	siguiente:	Región	Pampeana:	Buenos	Aires,	Córdoba,
Entre	Ríos,	La	Pampa	y	Santa	Fe;	Región	Cuyo:	Mendoza,	San	Juan	y	San	Luis;	Región	Nordeste:	Chaco,	Corrientes,	Formosa	y	Misiones;
Región	Noroeste:	Catamarca,	Jujuy,	La	Rioja,	Salta,	Santiago	del	Estero	y	Tucumán;	Región	Patagónica:	Chubut,	Neuquen,	Río	Negro,
Santa	Cruz	y	Tierra	del	Fuego.
7	Los	resultados	más	deficitarios	corresponden	siempre	al	NE	y	al	NO.	La	diferencia	entre	jurisdicciones	es	importante,	en	algunos	casos
puede	superar	los	20	puntos	porcentuales,	y	se	dan	tanto	para	la	prueba	de	lengua	como	para	la	de	matemática.	Una	particularidad	de
los	resultados	correspondientes	al	ONEC	del	año	2000	es	que,	en	general,	los	porcentajes	de	respuestas	correctas	en	matemática	son
ligeramente	superiores	a	los	de	lengua	y	los	correspondientes	a	los	últimos	cursos	son	mejores	que	los	de	los	primeros.	Esto	puede
explicarse	a	partir	del	proceso	de	selección	que	opera	la	escuela.	A	medida	que	se	avanza	en	la	carrera	escolar,	los	que	‘sobreviven’	al
proceso	son	los	que	cuentan	con	los	recursos	de	capital	(básicamente	cultural,	pero	también	económico)	necesarios	para	permanecer
en	el	sistema.
8	Según	algunos	estudios,	a	partir	del	año	1985	los	docentes	han	visto	caer	paulatinamente	sus	salarios;	las	remuneraciones	que	recibían
en	marzo	de	1996	equivalen	a	un	55%	de	las	que	percibían	en	diciembre	de	1983.
9	Ministerio	de	Educación	de	la	Nación,	Unidad	de	Investigaciones	Educativas,	“Informes	de	Investigación	/6”.	Informes	de	investigación
publicados	en	el	año	2000.
10	Una	detallada	exposición	sobre	el	significado	y	el	alcance	del	principio	de	equidad	y	sus	implicaciones	prácticas	en	educación	se	puede
consultar	en	Brigido	(2004	b).
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Sociologia de la_educacion

  • 2. Ana María Brigido SOCIOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN Temas y perspectivas fundamentales Brigido, Ana María Sociología de la educación : temas y perspectivas fundamentales - 1a ed. - Córdoba : Brujas, 2006. 326 p. ; 25x17 cm. ISBN 987-591-030-9 1. Sociología de la Educación. I. Título CDD 306.43 © Editorial Brujas 1° Edición. Impreso en Argentina ISBN: 987-591-030-9 Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de tapa, puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o por fotocopia sin autorización previa del editor. www.editorialbrujas.com.ar [email protected] Tel/fax: (0351) 4606044 / 4609261- Pasaje España 1485 Córdoba - Rep. Argentina. A Eduardo, mis hijos Rodrigo, Esteban, Anita, y los pequeños Felicitas y Benjamín, con todo mi amor.
  • 3. Introducción El presente trabajo está dirigido, fundamentalmente, a los alumnos de las carreras de educación y a los maestros y los profesores en ejercicio. Su objetivo es poner a disposición de todos ellos las herramientas teóricas que proporciona la sociología para analizar la educación como fenómeno y como proceso social. La idea es que, sin ser un experto en la materia - puesto que el libro no está dirigido a futuros sociólogos- cualquiera de esos lectores encuentre en él las claves para comprender y explicar gran parte de los problemas actuales de la educación, en particular de la que se imparte en nuestro sistema educativo, y para descubrir el papel que juegan sus propias prácticas con relación a esos problemas. Con un lenguaje sencillo y comprensible, aunque no exento del necesario rigor conceptual, abordamos los temas que, a nuestro criterio, son fundamentales en la disciplina, poniendo en evidencia las diferentes perspectivas de análisis existentes, así como las posibilidades y las limitaciones de cada una ellas para explicar los problemas que abordan. El primer capítulo está destinado a precisar qué entiende la sociología por educación. Para ello nos remitimos a la sociología clásica, concretamente, al pensamiento de Karl Marx, Max Weber y Emile Durkheim sobre el fenómeno educativo. Esta sociología constituye el hilo conductor de todo el libro, puesto que, desde nuestro punto de vista, en ella se encuentra el fundamento de todos los enfoques actuales en sociología de la educación. Dedicamos el segundo capítulo a exponer en qué consiste, específicamente, la sociología de la educación como disciplina científica, cuáles son los enfoques más relevantes, qué los diferencia y en qué aspectos del fenómeno educativo pone especial énfasis cada uno de ellos. El capítulo tercero es de carácter eminentemente conceptual; desarrollamos allí todo lo relativo a las relaciones entre el individuo, la sociedad y la cultura, y los procesos involucrados en la construcción de la realidad social: socialización, institucionalización y legitimación. Abordamos el análisis sociológico de los sistemas educativos en el capítulo cuarto, poniendo énfasis en las categorías que permiten comprender cómo se originan y se desarrollan estos sistemas, qué rasgos los caracterizan, cómo se vinculan con la sociedad y qué funciones cumplen. Complementario de este capítulo es el número siete, destinado a explicar la teoría de Bourdieu y Passeron sobre el sistema de enseñanza. La lectura de estos dos capítulos se completa con la del número diez, donde aplicamos al análisis del sistema educativo argentino, su configuración actual y los principales problemas de su funcionamiento, las categorías definidas en el capítulo cuarto. En los capítulos cinco y seis nos abocamos al análisis microsociológico de la educación; consideramos a la institución educativa como formación social organizada y al curriculum como ‘expresión del conocimiento que se transmite en las escuelas’. Estos capítulos están vinculados al número ocho, que trata la teoría de Basil Bernstein sobre los ‘mensajes del código educativo’: el curriculum, la pedagogía y la evaluación. Por último, destinamos un capítulo especial a tratar el tema de la docencia como profesión, la posición de los docentes en la sociedad y las contradicciones que la caracterizan, las demandas a las que deben responder hoy estos actores sociales y lo que ello implica desde el punto de vista de su formación profesional. Cada capítulo del libro constituye una unidad en sí misma y se puede leer independientemente, pero no hay que perder de vista su vinculación con el resto, sobre todo
  • 4. con aquellos en los que se despliega el aparato conceptual que permite comprender cada tema. Consideramos que sin el uso de un marco conceptual preciso, el análisis de la realidad social no supera el que se hace desde el simple sentido común. La perspectiva sociológica consiste, precisamente, en ir más allá de lo que aparece a simple vista, en ‘descubrir la cara oculta de la realidad’, en ver aquello que escapa a la mirada espontánea y simple del hombre de la calle. Al presentar este texto nos anima una doble aspiración: por una parte, que el lector tenga a su disposición un conjunto de herramientas teóricas que resultan indispensables para estudiar la realidad educativa, y por otra, que encuentre en ellas las claves para comprender y explicar sus propias prácticas y los complejos problemas que enfrenta hoy la educación en nuestro país. A nuestro juicio, la sociología de la educación proporciona un tipo de conocimiento que permite, a docentes y estudiantes, valorar en toda su dimensión la enorme importancia de la educación -para el individuo y para la sociedad- y los ayuda a descubrir qué pueden hacer, desde su posición como actores clave del sistema educativo, para aportar principios de solución a esos problemas. Esta disciplina nos enseña, además, que en educación importan, no sólo las políticas y las grandes acciones orientadas por ellas, sino también, y fundamentalmente, las prácticas concretas de los agentes del sistema escolar; ellas cumplen un papel de primer orden en la configuración de este sistema.
  • 5. Capítulo I Sociología y educación En este capítulo vamos a analizar la forma en que los máximos representantes de la sociología clásica, Karl Marx (1818-1883), Max Weber (1864-1920) y Emile Durkheim (1858- 1917), reflexionaron sobre la educación. El modo en que ellos han abordado este fenómeno, aunque no siempre de manera explícita, ha dado origen a esa rama de la sociología que hoy conocemos como sociología de la educación. Afirmar esto equivale a decir que esta disciplina nace, prácticamente, con la propia sociología, aunque su institucionalización como tal recién se produce promediando el siglo XX. De ninguna manera se trata de agotar el rico y complejo pensamiento de Marx, Weber y Durkheim. Nuestro objetivo aquí es exponer, de manera sintética y esquemática, solamente aquellos elementos de su teoría que resultan relevantes para el análisis de la educación desde una perspectiva sociológica. Conocer esto resulta imprescindible si queremos comprender el objeto de la sociología de la educación, sus orientaciones actuales, y captar en toda su dimensión las propuestas de quienes son considerados los principales referentes de la disciplina hoy: Basil Bernstein y Pierre Bourdieu. Si ambos han hecho aportes sustanciales a la sociología de la educación es, precisamente, porque han abrevado en las fuentes, es decir, en las obras de Marx, Weber y Durkheim. Entre ellos, el único que se abocó al estudio de la educación de manera explícita fue Durkheim, y lo hizo sobre la base del pensamiento de Saint Simon (1760-1825) y Augusto Comte (1798-1857), quienes, por otra parte, son los que sentaron las bases del pensamiento sociológico. Es por ello que, antes de abordar a nuestros clásicos, será necesaria una breve incursión por la sociología de Saint Simon y Comte, verdaderos paradigmas del positivismo y pilares ideológicos del desarrollo del sistema educativo moderno. Sus ideas sobre la educación constituyen el primer antecedente, remoto por cierto, de la sociología de la educación. Dicho en otros términos, al germen de esta disciplina hay que buscarlo en el pensamiento positivo; consecuentemente, su orientación fue, en los orígenes, positivista. Concluiremos este capítulo con una breve referencia a dos sociólogos del siglo XX, continuadores de Durkheim, cuya influencia sobre las orientaciones actuales de la sociología de la educación ha sido muy importante. Nos referimos a Karl Mannheim (1893-1947) y Talcott Parsons (1902-1979). Mientras el primero representa, si se quiere, la etapa de transición entre el sociologismo educativo de Durkheim y la institucionalización académica de la sociología de la educación, se atribuye al segundo el mérito de haber impulsado dicha institucionalización, en el marco de la sociología dominante en su época, es decir, el funcionalismo. 1. La educación en el proyecto positivista: Saint Simon y Comte Saint Simon y Comte despliegan su pensamiento sociológico en un momento crucial de la historia de Europa y, como no puede ser de otra manera tratándose de la sociología, sus ideas son una respuesta a las necesidades de la sociedad de su tiempo. Terminaba el siglo de las luces, se disolvía la sociedad feudal, surgía el sistema industrial y se vivían los avatares propios de los cambios políticos, sociales y culturales que provocó la Revolución Francesa. El ocaso del sistema feudal, firmemente sostenido por una doctrina teológica cerrada y
  • 6. coherente, y la inexistencia de una doctrina igualmente firme que sirviera de base al sistema que venía a remplazarlo (industrial y científico), planteó la necesidad de elaborar dicha doctrina. El cometido de ésta era convertirse en el fundamento del reordenamiento que necesitaba la sociedad europea. Saint Simon y Comte se propusieron dar respuesta a esta demanda, y formularon los principios de la doctrina positiva, orientada a ordenar las relaciones sociales y restaurar la cohesión de la sociedad. Ambos, con algunos matices, colocaron a la educación en el centro de su proyecto. El positivismo se convierte así, sin pretenderlo, en un instrumento de legitimación de la educación, cuya institucionalización en forma de sistema comenzaba a concretarse por aquellos tiempos. Para Saint Simon, la superación de la crisis en que estaba sumida Europa, cuya causa él atribuía a la falta de una doctrina susceptible de ejercer influencia sobre la conducta individual, exigía una profunda reorganización espiritual. La encargada de inculcar aquella doctrina debía ser la escuela; la función de ésta era, mediante dicha tarea de inculcación, dotar a la sociedad de la época de la cohesión y la legitimidad que necesitaba. Esta idea se basaba, afirma Lerena (1985), en dos principios centrales que guían el pensamiento de Saint Simon sobre la educación: a) que la sociedad es una comunidad moral, cuya cohesión descansa en la adhesión generalizada a un tronco común de ideas-sentimientos; y b) que es necesaria una doctrina orgánica, unitaria, que sirva de fundamento al nuevo orden social. Sostiene Saint Simon que “el lazo más fuerte que puede unir a todos los miembros de la sociedad es la semejanza de sus principios y sus conocimientos y esta semejanza sólo puede existir como resultado de la enseñanza otorgada a todos los ciudadanos”1. En otros términos, solamente mediante la educación era posible crear los hábitos básicos de pensamiento y acción necesarios para constituir la fuerza cohesiva que la sociedad estaba necesitando. Para comprender mejor la propuesta de Saint Simon hay que tener en cuenta su idea de la división entre poder temporal y poder espiritual o ideológico. En la sociedad industrial, el poder temporal es ejercido por los industriales, mientras que el poder espiritual está en manos de los sabios positivos y le compete, fundamentalmente, a la instrucción pública. La reorganización del poder espiritual exige, en consecuencia, la reorganización de la educación de acuerdo a esta distribución del poder y según un plan totalmente nuevo. En este sentido, propone al rey la promulgación de una serie de Ordenanzas que constituyen su plan concreto de instrucción pública. Allí, Saint Simon se ocupa de la instrucción primaria, que es donde él ve los problemas más urgentes. Asocia la escuela a trabajo, a enseñanza útil, a acceso a la producción, a remedio de la ignorancia y de la pobreza. Dice, entre otras cosas, “el primer deber del príncipe es procurar a los hijos de todos los ciudadanos una instrucción sólida que garantice, en la medida de lo posible a la clase menos acomodada, el conocimiento de los principios que deben servir de base a la organización social, así como de las leyes que rigen el mundo material”2. Estos principios forman parte del ‘catecismo nacional’ contenido en las Ordenanzas. Sostiene Saint Simon que se debe prohibir en las escuelas la enseñanza de todo aquello que sea contrario al ‘catecismo’; propone, además, que nadie pueda ejercer sus derechos ciudadanos sin antes haber aprobado un examen sobre dicho ‘catecismo’ (Lerena, 1885). La escuela no es la única instancia educativa, también lo son la familia y la iglesia. Sin embargo, la escuela, controlada por el Estado, debe ser dominante. Esta institución se constituye así, desde la perspectiva de Saint Simon, en un aparato político en manos del
  • 7. Estado, y las relaciones educativas se sitúan en el campo de las relaciones de dominación ideológica. Este posicionamiento de Saint Simon respecto del fenómeno educativo, como veremos en lo que sigue, será el de toda la sociología clásica, con algunas variantes importantes en el caso de Marx. En la misma línea de pensamiento que Saint Simon, se sitúa su alumno y posterior colaborador Augusto Comte, quien nunca quiso reconocer la deuda intelectual que tenía con el maestro. Su perspectiva sobre la educación fue conservadora, como lo es toda su sociología. La explicación de esto es sencilla. En primer lugar, la teoría de la educación presente en la sociología comtiana es inseparable de sus ideas sobre la naturaleza de la sociedad y del individuo, parte de los mismos supuestos: la sociedad es una realidad objetiva (no es el resultado de la suma de los individuos que la componen); individuo y sociedad son realidades diferentes y separadas (oposición entre sujeto y objeto); la sociedad tiene preeminencia absoluta sobre el individuo; en el individuo, la sociabilidad predomina sobre la individualidad (el individuo es puro producto de la sociedad). En segundo lugar, la educación constituye, en el pensamiento de Comte, una parte inseparable de su concepción de la moral positivista, que es, fundamentalmente, anti-individualista. A lo anterior hay que agregar otra nota distintiva de la concepción comtiana de la educación, derivada de su oposición al racionalismo: la educación no comporta solamente prácticas de carácter intelectual, implica también elementos afectivos, es decir, intervienen en ella los aspectos no racionales de la conducta humana (sentimientos, afectos, hábitos). Así, la educación que él llama sistemática (por oposición a la educación espontánea, que tiene lugar en la familia durante los primeros años de vida del niño) es la clave del proceso de inculcación de hábitos (Lerena, 1985). Comte sitúa a la educación en la órbita del poder espiritual o poder teórico, que “tiene por objeto el gobierno de la opinión, es decir, el mantenimiento de los principios que deben regir las diferentes relaciones sociales”3. La doctrina positivista es la llamada a ejercer el poder espiritual en la sociedad industrial, cuya principal atribución es la dirección de la educación. La doctrina positiva viene a remplazar al catolicismo en una función que éste ya no puede ejercer, y para ello necesita de la educación. Ésta “constituye siempre, por su naturaleza, la principal aplicación de todo el sistema general [de ideas], destinado al gobierno espiritual de la humanidad”4. Se trata de una educación universal que abarca todo el curso de la vida y corresponde a una sociedad gobernada por sabios-científicos (los sociólogos), quienes son los verdaderos maestros en la etapa positiva y cumplen la función que competía a los sacerdotes en la etapa teológica. Así, la educación ocupa un lugar central en la sociocracia comtiana; se trata del gobierno de una doctrina inculcada por un sistema educativo omnipresente, dentro de una poderosa maquinaria estatal, que prepara al individuo para el orden social que le toca vivir y para adaptarlo al destino particular que tendrá que asumir. “Para la sociología comtiana, el sacerdote-maestro es el ministro, representante o funcionario de una potencia superior, que encarna la autoridad de esta última, la cual le respalda en el ejercicio de su función. Ésta se lleva a cabo mediante la práctica educativa en sentido amplio, situada desde luego más allá de la educación escolar. El sacerdote deviene así -escribe Comte- el consagrador necesario de todos los poderes humanos, sin tener él mismo necesidad de una consagración externa, ya que es el órgano directo de la suprema autoridad. En estas condiciones, el maestro cumple tres funciones. Su triple función de consejero, consagrador y
  • 8. regulador se lleva a cabo siempre juzgando, es decir, según una apreciación siempre respetada. Por otra parte, la relativa autonomía de la esfera espiritual-educativa, hace que el maestro-sacerdote-sociólogo aparezca colocado a igual distancia de las clases inferiores que de las clases superiores. Desde esa posición considerada como neutral, la educación permite al sacerdote devenir, en medio de un común asentimiento, el regulador normal de los conflictos prácticos, debido a la igual confianza que inspira naturalmente a los superiores y a los inferiores [...] Se trata en suma, como se ve, de un enunciado que incorpora una teoría de la neutralidad del sistema de enseñanza, de la del conocimiento, en fin, de la del Estado”5. La sociología de la educación que se desprende de las ideas de Saint Simon y Comte fue, sin ninguna duda, positivista. Tampoco quedan dudas respecto de la relevancia que tuvo el proyecto positivista en la determinación de las características que asumió el sistema escolar desde sus inicios hasta hoy. 2. Karl Marx: educación y reproducción social, enseñanza y trabajo productivo Ubicamos a Marx (1818-1883) en una línea de pensamiento diferente a la representada por Saint Simon y Comte. Sus ideas sobre la educación, desarrolladas de manera desordenada pero persistente en sus múltiples escritos, al margen de las posturas dogmáticas a que dieron lugar bajo el influjo de sus intérpretes, son fundamentales para entender aspectos de la educación que no estaban contemplados en el proyecto positivista que acabamos de ver y que tienen hoy indudable vigencia. Aunque la educación no fue un tema que Marx se propusiera tratar de manera explícita, ocupa un lugar importante en sus obras, tanto en las destinadas al análisis de la sociedad capitalista, como en aquellas donde se refiere a la sociedad socialista. Marx aborda prácticamente todo el espectro de problemas que son insoslayables en una sociología de la educación: el sistema de enseñanza; la gratuidad-obligatoriedad de la enseñanza; la relación entre la escuela, el Estado, el gobierno y la Iglesia; la función educadora del Estado; el carácter público-privado de la enseñanza; los contenidos de la enseñanza; la división del trabajo y la educación; la cultura, los científicos y los intelectuales; la infancia y la educación familiar (Manacorda, 1969; Lerena, 1985). Para entender los planteos marxianos sobre la educación es imprescindible conocer dos aspectos fundamentales del pensamiento de Marx: su concepción del hombre y sus ideas sobre el trabajo. El trabajo constituye el centro, tanto de sus análisis científicos, como de sus propuestas programáticas para la educación. Con relación al hombre, Marx sostiene que es un ser genérico, dotado de un potencial humano cuya realización depende de las relaciones que entable con otros hombres. En otros términos, no hay desarrollo humano fuera de la sociedad. El núcleo de la noción de potencial humano es la conciencia. Ésta consiste en la posibilidad que tienen los hombres de ligar pensamiento y acción, distanciarse mentalmente de lo que están haciendo, elegir entre actuar o no, analizar la propia acción, anticipar el futuro. La conciencia es, desde sus orígenes, un producto social y seguirá siéndolo mientras el hombre exista. El potencial humano comprende, además de la conciencia, capacidades (facultades y aptitudes) y necesidades (deseo de cosas que no se pueden obtener de manera inmediata). Por otra parte, las personas no pueden existir aisladamente; tienen que relacionarse entre sí, pero también con el mundo
  • 9. natural. Los humanos necesitan actuar sobre algo (principalmente la naturaleza) y lo hacen en colaboración con otras personas, utilizando sus capacidades creativas en el despliegue de su actividad. Al actuar sobre la naturaleza, los seres humanos emplean esas capacidades para satisfacer sus necesidades. Esto es lo que llama Marx apropiación de la naturaleza por el hombre. Las capacidades y necesidades de las personas configuran la forma en que los humanos se apropian de la naturaleza; a su vez, las formas de apropiación actúan sobre las capacidades y las necesidades. La naturaleza humana, en consecuencia, no es algo petrificado, sino que depende del entorno social (Ritzer, 1993). En lo que respecta al trabajo, éste tiene en Marx un significado diferente al que se le asigna habitualmente. La noción de trabajo, inseparable de las de actividad y creatividad, designa la actividad conciente y deliberada que se realiza en el proceso productivo. La actividad es el movimiento implicado en los esfuerzos deliberados del hombre, mientras la creatividad alude a su capacidad para hacer objetos únicos. Esta producción de objetos que resulta del trabajo constituye la objetivación. Para Marx, el potencial humano se realiza en la objetivación de los productos, a condición de que esa objetivación sea una expresión de las capacidades creativas de la persona. En la sociedad capitalista se distorsiona la relación del hombre con la naturaleza, y el trabajo, en lugar de ser la expresión de la capacidad creativa del ser humano, se reduce a un medio para ganar dinero (produce objetos con valor de cambio en el mercado, no con valor de uso). Fuera de la sociedad capitalista, el trabajo se constituye en la clave para comprender la realidad: el hombre llega a ser hombre en virtud del despliegue de su actividad en el trabajo, es decir, merced a su actividad práctica. A través de ésta se produce a sí mismo y produce la sociedad. Estas ideas sobre el hombre y el trabajo constituyen el fundamento de las reflexiones de Marx sobre la educación. Aborda el tema de dos maneras diferentes, según se trate de sus análisis científicos de la sociedad capitalista, o de sus propuestas programáticas para la construcción de una sociedad socialista. En uno y otro caso asigna a la educación funciones totalmente diferentes. En el contexto de su análisis de la sociedad capitalista, Marx sostiene que la educación es de naturaleza clasista; constituye un mero instrumento ideológico en manos de la clase dominante para perpetuar la relación de clases existente, es decir, para reproducir las condiciones (ideas, hábitos, formas de conducta) que la mantienen en el poder. En la “Crítica al programa de Gotha” escribe: “¿Educación popular capitalista? ¿Qué se entiende por esto? Se cree que en la sociedad actual (que es de la que se trata), la educación puede ser igual para todas las clases? O lo que se exige es que también las clases altas sean obligadas por la fuerza a conformarse con la modesta educación que da la escuela pública, la única compatible con la situación económica, no sólo del obrero sino también del campesino? [...] El que en algunos estados de este último país [los EEUU] también sean gratuitos los centros de instrucción superior, sólo significa, en realidad, que allí a las clases altas se les pagan sus gastos de educación a costa del fondo de los impuestos generales ... es por el contrario el Estado el que necesita recibir del pueblo una educación muy severa”6. Como vemos, la educación tiene una función conservadora del orden social existente cuya característica fundamental, en el modo de producción capitalista, es la explotación de la clase obrera por parte de la clase propietaria de los medios de producción. Es esta concepción marxiana de la educación la que dio lugar a las diferentes versiones de la teoría de la reproducción contemporánea, cuyos principales exponentes son Althusser (1974), Baudelot y Establet (1976), Bowles y Gintis (1981). También
  • 10. tuvo influencia en la teoría del sistema de enseñanza de P. Bourdieu y J. C. Passeron (1977), aunque, a diferencia de los anteriores, estos autores incorporan allí elementos de la sociología de Weber y de Durkheim. En lo que respecta a las propuestas programáticas de Marx, dirigidas al partido del proletariado y a los movimientos obreros, con el fin de orientarlos para organizar la educación en la sociedad socialista, debemos advertir que, precisamente por tratarse de propuestas programáticas, no han tenido, en el campo de la sociología, el impacto académico que tuvieron sus estudios sobre la sociedad capitalista. Por el contrario, sus propuestas en materia de educación (verdaderas ‘recomendaciones’), han ejercido gran influencia en el campo pedagógico; han servido de base, entre otras cosas, a la sociopedagogía ideológica europea de comienzos del siglo XX (Agulla, 1969) y, en épocas más recientes, a todas las corrientes críticas en pedagogía. Hay que recordar también, que después del triunfo de la revolución bolchevique, el sistema de enseñanza de los países comunistas se organizó sobre la base de las propuestas pedagógicas de Marx. No resulta fácil resumir la visión de Marx sobre la educación socialista, no sólo porque su pensamiento es muy complejo, sino también porque sus ‘recomendaciones’ figuran en múltiples trabajos o se encuentran en documentos dispersos (cartas, registros de diálogos con Engels, o con los miembros del movimiento obrero, etc.). Vamos a tratar de exponer algunas de las propuestas pedagógicas de Marx, tal como han sido sistematizadas por Manacorda (1969). En la sociedad socialista, sostiene Marx, la educación debe procurar el desarrollo del ‘potencial humano’; para ello es necesario unir la enseñanza con el trabajo productivo7. Sobre la base de esta proposición central, se asientan todas las propuestas pedagógicas marxianas. En El Capital escribe: “en la educación del porvenir [...] se combinará para todos los chicos a partir de cierta edad el trabajo productivo con la enseñanza y la gimnasia, no sólo como método de aumentar la producción social, sino también como el único método que permite producir hombres plenamente desarrollados”8. La primera medida que el proletariado deberá tomar, una vez conquistada la democracia, será la siguiente: “Enseñanza pública y gratuita para todos los niños. Abolición del trabajo de los niños en las fábricas en su forma actual. Unificación de la enseñanza con la producción material”9. En las instrucciones a los delegados londinenses al I Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores de Ginebra, Marx sostiene que, dada la tendencia de la industria moderna a hacer colaborar en la producción a los niños y adolescentes de ambos sexos, a pesar del modo horrible como se realiza, y admitida la tesis de que a partir de los nueve años cada niño se debe convertir en un obrero productivo y cada adulto debe, según la ley general de la naturaleza, trabajar tanto con el cerebro como con las manos, hay que subdividir a los niños, a efectos del trabajo, en tres clases de grupos (9-12; 13-15 y 16-17), con horarios, respectivamente, de 2, 4 y 6 horas diarias10. No se opone al trabajo infantil, sino a la forma en que éste se realizaba. Desde su punto de vista, el niño aprende mejor en una escuela en la cual la realidad del trabajo es el centro, como lo es fuera de la escuela. El contenido pedagógico de la enseñanza socialista comprende tres cosas: “Primera: enseñanza intelectual. Segunda: educación física, tal como se imparte en las escuelas de gimnasia, y por medio de ejercicios militares. Tercera: adiestramiento tecnológico, que transmita los fundamentos científicos generales de todos los procesos de producción, y que,
  • 11. al mismo tiempo, introduzca al niño y al adolescente en el uso práctico y en la capacidad de manejar los instrumentos elementales de todos los oficios. Con la subdivisión de los niños y de los adolescentes, desde los 9 a los 17 años, se debería redactar un programa gradual y progresivo de enseñanza intelectual, física y tecnológica [...] La unión de trabajo productivo remunerado, enseñanza intelectual, ejercicio físico y adiestramiento politécnico, elevará a la clase trabajadora por encima de las clases superiores y medias”11. La propuesta marxiana de una enseñanza politécnica y una formación pluriprofesional, se contrapone a la división del trabajo específico de la fábrica moderna. Además, al prever una formación teórica y práctica a la vez (enseñanza tecnológica), Marx se opone a la originaria división entre trabajo intelectual y trabajo manual, que la fábrica moderna agrava. La enseñanza tecnológica “expresa la exigencia de hacer adquirir conocimientos de fondo, es decir, las bases científicas y tecnológicas de la producción, y la capacidad de trabajar –según la naturaleza- con el cerebro y con las manos, porque esto corresponde a un total desarrollo humano. En resumidas cuentas, al criterio burgués de la ‘plurifuncionalidad’, Marx opone la idea de ‘omnilateralidad’”12, que no es otra cosa que la formación del ‘hombre polivalente’. El hombre polivalente no es un ideal que la educación debe alcanzar; es el resultado de la combinación entre enseñanza y trabajo productivo, una exigencia del movimiento real de la historia (Lerena, 1985). Con respecto a la relación entre la escuela, el Estado y la Iglesia, Marx sostiene que Estado y gobierno son dos cosas diversas, que la enseñanza puede ser estatal sin estar bajo el control del gobierno; “declaraba rechazar absolutamente la idea de una educación popular a cargo del Estado y recordaba una vez más el ejemplo de EEUU, para observar que el Estado se debería limitar a determinar por medio de leyes los medios de las escuelas, el nivel de instrucción de los maestros, las materias de estudio, y a vigilar con sus inspectores la observancia de estas disposiciones. Y repetía que esto no significa en absoluto ‘elegir al Estado como educador del pueblo’, porque antes ‘se deberían excluir al gobierno y a la Iglesia de toda influencia sobre las escuelas’”13. En lo relativo a los contenidos de la enseñanza, Marx defiende la objetividad, es decir, se deben excluir todas las materias que admitan una interpretación de partido o de clase. Únicamente materias tales como las ciencias naturales, la gramática, etc., pueden enseñarse en las escuelas; “tiende a excluir de la enseñanza toda propaganda, todo contenido que no sea una adquisición inmediata de saber, tiende a construir una enseñanza rigurosa de nociones técnicas”14. Se pronuncia también en contra de la pedagogía basada en el juego. Así como el trabajo no puede convertirse en juego, tampoco la enseñanza, que constituye un todo con el trabajo, puede ser un simple juego. Hace una “severa llamada al hecho de que en la escuela no pueden enseñarse más que disciplinas que consistan en rigurosas nociones incontrovertibles y que no den lugar a conclusiones de tipo personal, como las matemáticas y la gramática, y su radical repudio de todo lo que pueda ser subjetivo en el proceso de la enseñanza -lo cual, téngase bien en cuenta, no quiere decir, en absoluto, la exclusión de la validez de lo que no es un concreto aprendizaje de nociones exactas; pues Marx, más bien coloca todo este proceso de auténtica y verdadera ‘educación’ en la misma vida en donde los niños vuelven de nuevo junto a sus padres-; si añadimos estos contenidos que atribuye a la enseñanza como proceso específico a alcanzar dentro de un lugar específico, tendremos el cuadro de una escuela concreta y exacta; en resumidas cuentas, de un reino de la necesidad y
  • 12. no de la libertad para los niños, cuyo valor intrínseco y positivo consistirá, precisamente, en esta apropiación de una totalidad de posibilidades de dominio sobre la naturaleza y sobre el mismo hombre”15. En la formación del hombre, Marx reservaba también un lugar para el tiempo libre y las actividades culturales extraescolares. “Este reino de la libertad es el reino de las vocaciones individuales, de las actividades desinteresadas, no productivas inmediatamente, que son para Marx parte integrante de la figura humana y, por tanto, de su formación o educación”16. Aquí se advierte claramente que la educación o formación no es un proceso de mera instrucción. 3. Max Weber: educación y dominación Como en el caso de Marx, la educación no fue un tema específico de la obra de Weber (1868- 1920), pero es indudable que hay en ésta, fundamentalmente en los trabajos relativos a la sociología de la religión, una verdadera teoría de la educación, aunque no explicitada como tal, ni totalmente desarrollada; ésta forma parte, sin ninguna duda, de la teoría del poder y la dominación desarrollada por Weber cuando analiza el fenómeno religioso y la iglesia . Las referencias de Weber a la educación se pueden rastrear, fundamentalmente en dos de sus obras: Economía y sociedad (1964), y Ensayos sobre sociología de la religión (1983), fundamentalmente el capítulo dedicado al “Estamento de los literatos”, que “son y han sido el estrato dominante en China, de modo definitivo desde hace dos mil años”17. En esos textos Weber aborda tres cuestiones centrales que pueden configurar una teoría sociológica sobre la educación: a) la homología estructural iglesia-escuela; b) los tipos de educación; y c) las relaciones entre escuela y burocracia (Lerena, 1985). Aquí vamos a tratar las dos primeras; entendemos que la tercera cuestión mencionada por Lerena, forma parte de la segunda. También haremos referencia al impacto que tiene la sociología weberiana en los desarrollos actuales en la sociología de la educación. a) La homología estructural iglesia-escuela En la sociología de Weber la escuela, junto con la familia y el aparato eclesiástico son asociaciones de tipo hierocrático. Entiende por asociación hierocrática “una asociación de dominación, cuando y en la medida en que aplica para la garantía de su orden la coacción psíquica, concediendo o rehusando bienes de salvación -coacción hierocrática- [...] Para el concepto de asociación hierocrática no es característica decisiva la clase de bienes de salvación ofrecidos -de este mundo o del otro, externos o internos-, sino el hecho de que su administración pueda constituir el fundamento de su dominación espiritual sobre un conjunto de hombres”18. Los bienes que distribuye la escuela son los bienes culturales (son bienes de este mundo). La clave del planteo weberiano está en el concepto de dominación. Por dominación “debe entenderse la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato de determinado contenido entre personas dadas”19. Ejercer dominio sobre alguien no es lo mismo que ejercer poder. El poder “significa la probabilidad de imponer la propia voluntad dentro de una relación social aun en contra de toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad”20. La relación de dominación implica obediencia al mandato en virtud de la creencia, por parte del dominado, en la legitimidad del dominador y del mandato que éste impone; el dominador tiene autoridad sobre el dominado. Es el caso de la relación entre el niño y sus padres, entre el alumno y sus maestros. Sin aquella creencia no es posible la dominación. Ésta comporta una relación de reciprocidad entre dominadores y
  • 13. dominados (voluntad de ejercer el mandato - voluntad de obedecer). Es importante el significado que los dominadores y los dominados atribuyen a la relación de autoridad: el dominador tiene derecho a ser obedecido, el dominado siente el deber de obedecer. “La voluntad manifiesta (mandato) del dominador o los dominadores lleva la intención de influir en el comportamiento ajeno (del dominado o los dominados), e influye de hecho, de tal suerte que, en un grado relevante, ese comportamiento se presenta como si el contenido del mandato se hubiera hecho, por sí mismo, norma de acción para los dominados”21. En términos de Weber, la dominación que ejerce la escuela comprende un conjunto de imposiciones, cuya influencia se extiende a ámbitos que exceden los contenidos culturales que ella distribuye. “La autoridad de los padres y de la escuela llevan su influencia mucho más allá de aquellos bienes culturales de carácter (aparentemente) formal [las formas de lenguaje oral y escrito que valen como ortodoxas] pues conforma a la juventud y de esa manera a los hombres”22. En otros términos, la función de la escuela no se limita a definir y delimitar la cultura legítima, sino que la impone como tal, y también crea hábitos de conducta puesto que conforma a la juventud. “Ortodoxia y heterodoxia, dignos e indignos: esa batalla se da dentro del ámbito de la coacción psíquica. Ser definido socialmente como culto o inculto, sano o enfermo, buen o mal hijo: éste es el juego, éstas son las categorías de la coacción psíquica, y esta cuestión forma parte esencial de lo que se dirime en el sistema de enseñanza”23. ¿Por qué la escuela resulta un eficaz aparato de dominación en el sentido que acabamos de describir? Precisamente porque el sistema escolar reúne las condiciones estructurales necesarias para llevar a cabo esa función. i) El fundamento de su dominación reside en poseer el monopolio de la administración de los bienes culturales de cuya distribución se encarga, mediante la acción sistemática de un conjunto de agentes especialmente entrenados para ello (los funcionarios del sistema, es decir, los docentes). Éstos forman un cuerpo de especialistas autorizados para ejercer el mandato (distribuir los bienes culturales). Se conforma así un sistema relativamente autónomo, que ejerce su función con cierta independencia de la estructura social más amplia. ii) El sistema escolar no sólo forma a los especialistas, sino que es el encargado de reclutarlos de acuerdo a pautas que él mismo se da, con lo cual se asegura la continuidad de la tarea de imposición y la orientación que ésta toma. iii) Se ocupa de regular la conducta del cuerpo de funcionarios, y con ello, se garantiza la permanencia en el sistema solamente de los que se someten a sus reglas; de este modo asegura la continuidad del sistema. iv) Como el sistema escolar actúa de manera continua sobre aquellos que se someten a su acción, puede crear hábitos y disposiciones que permanecen una vez concluida la acción de la escuela. Todo esto sugieren las ideas de Weber sobre la escuela como aparato de coacción psicológica. Como veremos, serán Bourdieu y Passeron, en la segunda mitad del siglo XX, los encargados de desarrollarlas de manera sistemática. b) Los tipos de educación Como acabamos de ver, en Max Weber la educación se ubica en el campo de la dominación ideológica. Esta idea se completa con un segundo aspecto de su teoría de la educación (que es siempre una prolongación de su sociología del poder y la dominación), referido, esta vez, más específicamente a la relación entre el sistema educativo y la estructura social, o sea, la vinculación de éste con el sistema de dominación vigente en la sociedad. Para Weber, cada sistema educativo se propone hacer crecer a los jóvenes en un determinado estilo de vida
  • 14. impuesto por los grupos que detentan el poder. Considera, también, que la educación siempre fue un privilegio de un pequeño grupo dotado de poderes especiales, es decir, de una elite. A cada tipo particular de estructura de dominación corresponde un tipo ideal de educación de la elite. Weber (1964) distingue tres tipos puros de dominación legítima, según cuál sea el fundamento primario de su legitimación: i) De carácter racional, que descansa en la creencia en la legalidad de ordenaciones estatuidas y de los derechos de mando de los llamados por esas ordenaciones a ejercer la autoridad (autoridad legal: se obedece a las ordenaciones impersonales); ii) De carácter tradicional, que descansa en la creencia cotidiana en la santidad de las tradiciones que rigieron desde tiempos lejanos, y en la legitimidad de los señalados por esa tradición para ejercer la autoridad (autoridad tradicional: se obedece a una persona, el señor señalado por la tradición); iii) De carácter carismático, que descansa en la entrega extracotidiana a la santidad, heroísmo o ejemplariedad de una persona y a las ordenaciones por ella creadas o reveladas (llamada) (autoridad carismática: se obedece al caudillo)24. A cada uno de estos tipos de dominación corresponde un tipo de educación de la elite, respectivamente, educación especializada, educación humanista y educación carismática25. Los tres tipos de educación “constituyen tres modelos distintos de sistemas de educación, lo que supone, por de pronto, tres tipos de personalidad diferentes a formar, cada uno de los cuales se caracteriza por tener una distinta relación con la cultura, así como por corresponderle una diferente posición y papel social, las técnicas características de inculcación, las técnicas didácticas, son también diferentes en cada uno de los tres tipos o modelos”26. Siguiendo a Lerena (1985), las principales características de cada tipo se podrían esquematizar como figura en el Cuadro n° 1. Desde el punto de vista de Weber, el combate que se libra en el campo educativo y de la cultura tiene como protagonistas al hombre cultivado y al experto (modo de vida diferencial, frente a saber especializado). Se trata de dos tipos de personalidad que tienen una relación particular con la cultura (Lerena, 1985). La teoría de la educación presente en la obra de Weber ha abierto enormes posibilidades de análisis en la sociología de la educación contemporánea, al punto de ser este autor un referente ineludible a la hora de estudiar el fenómeno educativo desde la perspectiva sociológica. Sin lugar a dudas, es Bourdieu quien mejor ha explotado la potencialidad de la teoría weberiana sobre la educación y ha contribuido ha explicitar todo lo que el célebre sociólogo alemán no alcanzó a desarrollar. No obstante ello, es posible identificar muchos otros desarrollos actuales en sociología de la educación fundados en la sociología de Weber. Por ejemplo, su teoría de la acción social y su propuesta metodológica, basada en la comprensión y el análisis comparativo, ha inspirado toda una línea de investigación orientada a descubrir los significados subyacentes a las relaciones entre maestro y alumno y a la comprensión de los comportamientos en el aula. A esto podemos añadir que su visión de la realidad social constituye un potente instrumento analítico para relacionar estructura y acción en el campo de la educación. Por su parte, el enfoque weberiano de la estratificación social ofrece una amplia gama de posibilidades para explicar la “educabilidad” de los niños provenientes de diferentes estratos sociales. El tema de la igualdad de oportunidades ha sido explorado por muchos autores desde la perspectiva weberiana de la estratificación.
  • 15. Por último, la importancia asignada por Weber a las ideas y los valores en la vida social, lleva a poner en evidencia la relevancia de las ideologías en educación. El mismo Weber ha ilustrado este punto en sus discusiones sobre la lucha entre el “hombre culto” y el “hombre especializado”, la competencia entre los “grupos de status” por el acceso al conocimiento y el control de la educación, y la influencia de las ideologías en las prácticas educativas. Cuadro n° 1: Los tipos de educación en Max Weber
  • 16. 4. Emile Durkheim: el análisis científico del fenómeno educativo A diferencia del resto de los clásicos, E. Durkheim (1858-1917) dedicó varias de sus obras a la educación27; es más, es en éstas donde su orientación epistemológica y su teoría sociológica general se expresan de manera genuina. Algunos le atribuyen la ‘paternidad’ de sociología de la educación (Agulla, 1969), otros se la niegan (Lerena, 1985). Al margen de la postura que se adopte frente a esto, lo cierto es que él fue el primero en sostener que el fenómeno educativo podía ser objeto de una ciencia empírica (la sociología, por cierto), y bautizó a esta ciencia con el nombre de ‘Ciencia de la educación’; no la llamó sociología de la educación, a pesar de que lo que hay en ella es pura sociología. El gran mérito de Durkheim consiste, por lo tanto, en haber “desgajado como rama particular de la sociología, con el nombre de ‘ciencia de la educación’, lo que en sus predecesores es todavía, sin más, sociología”28. Lamentablemente, este nombre no reflejaba la perspectiva desde la cual Durkheim abordaba el fenómeno educativo; desató, en cambio, una estéril polémica con los pedagogos, quienes se consideraban por aquellos tiempos los cultores de la auténtica ciencia de la educación, es decir, la pedagogía. No olvidemos que el apogeo de ésta se produjo, precisamente, en el siglo XIX. Vamos a tratar de sintetizar los principales aspectos del pensamiento durkheimiano sobre esta ciencia nueva, que no está ‘hecha’ y que él se propone ‘fundar’: la ‘Ciencia de la educación’. Pero antes tendremos que hacer referencia a sus ideas sobre la educación, todo ello en el marco de su teoría sociológica general (aquéllas son una parte inseparable de ésta) y de los supuestos acerca del hombre y la sociedad que constituyen el punto de partida de dicha teoría. La unidad y coherencia de la sociología de Durkheim exigen tomar en cuenta todo esto. No debemos olvidar que, al margen de lo equívoco del nombre, la ‘Ciencia de la educación’ fue una expresión de la más pura sociología. La teoría sociológica de Durkheim parte de un supuesto fundamental: la sociedad, que él considera una verdadera ‘personalidad moral’, tiene preeminencia absoluta sobre el individuo. Si retiráramos de éste “todo lo que recibe de la sociedad caería en el rango animal. Si ha podido sobrepasar el estado en que se detuvieron los animales, es, en primer lugar, porque no está reducido al solo fruto de sus esfuerzos personales sino que coopera regularmente con sus semejantes, lo que refuerza el rendimiento de la actividad de cada uno. Enseguida, y sobre todo, porque los esfuerzos de una generación no se pierden para la que sigue”29. No admite la separación entre el individuo y la sociedad, ambos se implican mutuamente, pero es siempre la sociedad la que precede al individuo y define las pautas a las que éste debe ajustarse. “El antagonismo que demasiado a menudo se ha admitido entre la sociedad y el individuo no corresponde en los hechos a nada. Lejos de que ambos términos se opongan y sólo puedan desarrollarse en un sentido inverso, ellos se implican. El individuo al querer la sociedad, se quiere a sí mismo. La acción que ella ejerce sobre él, especialmente por la vía de la educación, no tiene por objeto y por efecto comprimirlo, disminuirlo, desnaturalizarlo, sino, por el contrario, agrandarlo y hacer de él un ser verdaderamente humano. Es indudable que sólo puede engrandecerse así haciendo un esfuerzo. Pero, precisamente, el poder de hacer voluntariamente un esfuerzo es una de las características más esenciales del hombre”30.
  • 17. El mecanismo de que dispone la sociedad para ejercer su influencia sobre el individuo es la educación; ésta consiste, según Durkheim, en la socialización metódica de la nueva generación. “...lejos de que la educación tenga por objeto único y principal al individuo y sus intereses, ella es ante todo el medio por el cual la sociedad renueva perpetuamente las condiciones de su propia existencia. La sociedad sólo puede vivir si entre sus miembros existe una suficiente homogeneidad. La educación perpetúa y refuerza esa homogeneidad fijando por adelantado en el alma del niño las similitudes esenciales que supone la vida colectiva. Pero, por otro lado, sin cierta diversidad, toda cooperación sería imposible. La educación asegura la persistencia de esa diversidad necesaria diversificándose ella misma y especializándose. Ella consiste, pues, bajo uno u otro de esos aspectos, en una socialización metódica de la joven generación”31. Su principal objetivo es la formación del ‘ser social’; al que Durkheim define como “un sistema de ideas, de sentimientos, de costumbres que expresan en nosotros, no nuestra personalidad, sino el grupo o los grupos diferentes de que formamos parte; tales son las creencias religiosas, las creencias y la prácticas morales, las tradiciones nacionales o profesionales, las opiniones colectivas de toda clase”32. Como podemos ver, la función de la educación es de creación, de construcción de un ser nuevo, el ser social, es decir, un individuo capaz de llevar una vida social y moral. El hombre no se inclina espontáneamente, dice Durkheim, a someterse a una autoridad política, a respetar una disciplina moral, a consagrarse a algo, a sacrificarse. Es la propia sociedad la que, a medida que se formó y se consolidó, extrajo de su propio seno esas grandes fuerzas morales ante las cuales el hombre sintió su inferioridad. “Incluso esas cualidades que parecen, a primera vista, tan espontáneamente deseables, el individuo sólo las busca cuando la sociedad lo invita a ello, y las busca de la manera como ella lo prescribe”33. Más adelante veremos en detalle la mayor parte de los temas que Durkheim abordó en sus trabajos sobre la educación: la escuela, la acción educativa, la relación pedagógica, la disciplina escolar, los contenidos de la enseñanza, el papel del maestro, la función del Estado en materia educativa. En este capítulo sólo nos interesa destacar su planteo sobre la ‘Ciencia de la educación’. De lo expuesto hasta ahora surge con claridad que la educación, para Durkheim, responde a necesidades sociales, y que ella es la vía fundamental que dispone la sociedad para perpetuarse. Veamos ahora las razones que esgrime Durkheim para afirmar que la educación puede ser objeto de una ciencia y la forma en que, desde su punto de vista, esta ciencia debe analizar su objeto. Para que un conjunto de estudios pueda constituirse en una ciencia, dice Durkheim (1974), deben darse al menos tres condiciones: “1º) Es preciso que se refieran a hechos incontestables, realizados, capaces de observación. Una ciencia, en efecto, se define por su objeto; supone, como consecuencia, que ese objeto existe, que puede señalarlo con el dedo, en cierto modo, señalar el lugar que ocupa en el conjunto de la realidad; 2º) Es preciso que esos hechos presenten entre sí una homogeneidad suficiente para ser clasificados en una misma categoría [...]; 3º) Finalmente, la ciencia estudia esos hechos para conocerlos, y solamente para conocerlos, de manera absolutamente desinteresada”34. El papel de la ciencia consiste en expresar lo real, no en juzgarlo. Durkheim advierte luego que la educación, efectivamente, reúne las condiciones necesarias para ser objeto de una ciencia. En primer lugar, la educación que se aplica en una sociedad en un momento determinado de su evolución es un conjunto de prácticas, de maneras de hacer,
  • 18. de costumbres, que constituyen hechos perfectamente definidos y que tienen la misma realidad que los demás hechos sociales. Como éstos, las prácticas educativas constituyen una realidad por sí misma, una ‘cosa’ distinta de nosotros, que se nos impone con una fuerza imperativa que no podemos resistir, y nos trasciende; constituyen verdaderas instituciones sociales. “.... todas las prácticas educativas, cualesquiera que sean, cualquiera sea la diferencia que haya entre ellas, tienen en común un carácter esencial: todas resultan de la acción ejercida por una generación sobre la generación siguiente con el fin de adaptar a ésta al medio social en el que debe vivir. Son pues todas modalidades diversas de una misma especie, dependen de una misma categoría lógica; pueden, pues, servir como objeto de una sola y misma ciencia que sería la ciencia de la educación”35. Por otra parte, las prácticas educativas correspondientes a una sociedad, no son hechos aislados unos de otros; “para una misma sociedad, están ligadas a un mismo sistema cuyas partes contribuyen todas a un mismo fin: es el sistema de educación propio de ese país en ese momento [...] Las similitudes que presenta su organización general deben arrastrar necesariamente otras, de la misma importancia, en su organización educativa. En consecuencia, se puede sin duda, por comparación, separando las semejanzas y eliminando las diferencias, constituir los tipos genéricos de educación que corresponden a las diferentes especies de sociedades”36. Esta clasificación de los tipos de educación no agota, según Durkheim, los problemas científicos que pueden plantearse con respecto a la educación. “Una vez que los tipos se han establecido, habría que explicarlos, es decir, buscar de qué condiciones dependen las propiedades características de cada uno de ellos, y cómo salieron los unos de los otros. Se obtendrían así las leyes que dominan la evolución de los sistemas de educación. Se podría percibir entonces en qué sentido se ha desarrollado la educación y cuáles son las causas que han determinado ese desarrollo y que dan cuenta de él”37. En una palabra, la ‘Ciencia de la educación’ trata de conocer y explicar el origen y el desarrollo de los sistemas de educación. Pero su cometido no termina aquí. Lo anterior se refiere al pasado, dice Durkheim; el otro punto de vista desde el cual esta ciencia puede considerar el sistema educativo tiene que ver con su funcionamiento. Las instituciones pedagógicas, “una vez formadas, funcionan, y se podría investigar de qué manera funcionan, es decir, qué resultados producen y cuáles son las condiciones que hacen variar esos resultados”38. En síntesis, la ‘Ciencia de la educación’ aborda dos conjuntos de problemas, uno se refiere a la génesis y el desarrollo de los sistemas educativos, el otro a su funcionamiento. Y lo hace utilizando los métodos que Durkheim considera propios de la sociología positiva: observación, clasificación, comparación, explicación causal. La controversia con la pedagogía no se reduce a una disputa por el nombre. En su argumentación, Durkheim sostiene que solamente la ‘Ciencia de la educación’ puede ocuparse del fenómeno educativo porque es la única que puede analizarlo íntegramente como fenómeno y como proceso social, y también, porque permite explicarlo mediante su vinculación con las formas sociales de las cuales emerge, cosa que nunca podrá hacer la pedagogía. Para Durkheim, la pedagogía no es una ciencia sino una “teoría práctica”, una reflexión dirigida a orientar la acción, a definir el deber ser de la educación. Para cumplir este cometido, debe fundar su reflexión en una ciencia, es decir, en un conjunto de estudios que puedan explicar lo que la educación es. En otros términos, para definir el ‘deber ser’ de la educación y prescribir la acción correspondiente, la pedagogía debe basarse en los
  • 19. conocimientos sobre el ser de la educación provistos por la ‘Ciencia de la educación’ que, como acabamos de ver, es pura sociología. De esta manera, como afirma Agulla (1969), contradiciendo su propia concepción de la ciencia, Durkheim hace de la ‘Ciencia de la educación’ una ciencia ‘fundante’ de la pedagogía. Ésta queda así reducida a mera didáctica o política educativa. Según el mismo autor, la posición de Durkheim tiene su explicación en el hecho de que sólo ve en el fenómeno educativo su carácter y su función sociales. Lo que hace es, en suma, un sociologismo pedagógico que recién será superado bien avanzado el siglo XX. 5. La herencia durkheimiana: Karl Mannheim y Talcott Parsons a) Karl Mannheim (1893-1947) La sociología positiva de la educación planteada por Durkheim en su ‘Ciencia de la educación’, tiene en K. Mannheim un continuador indiscutido. Nació en Hungría, se doctoró en Filosofía en la Universidad de Budapest y estuvo estrechamente vinculado con el grupo de Lukacs, un crítico literario marxista. A consecuencia de esta relación, debió trasladarse a Viena en 1919, y de allí a Alemania, donde frecuentó el grupo que se formó alrededor de Max Weber y siguió reuniéndose después de la muerte de éste. Fue profesor de Sociología en la universidad de Frankfurt hasta 1933, momento que es dejado cesante por el régimen nazi. Huyó de Alemania y se radicó en Londres, donde ocupó la cátedra de sociología en la London School of Economics, hasta que obtuvo la cátedra de Teoría de la Educación en el Instituto de Educación de la Universidad de Londres. Incursionó en el tema de la educación movilizado por las inquietudes políticas e intelectuales que despertó en él la experiencia de un régimen que atentaba contra la vida democrática y la libertad de las personas, y tendría graves consecuencias para la humanidad. Si bien lo que más se conoce de él en sociología de la educación es su obra Introducción a la sociología de la educación, quizá sus aportes más interesantes a la disciplina no se encuentren en dicha obra, sino en otros trabajos donde aborda el campo de la educación y del sistema de enseñanza de modo no sistemático. Desde su cátedra de Teoría de la Educación de la Universidad de Londres, ejerció una gran influencia sobre los sociólogos ingleses de la educación, entre ellos los representantes de la corriente que se conoce como ‘Nueva sociología de la educación’ (New Directions Sociology). La visión que Mannheim tiene de la educación es similar a la de Durkheim, aunque éste la enfoque desde un radical laicismo, y postule una marcada preponderancia de la sociedad sobre el individuo, mientras que Mannheim lo hace desde una óptica cristiana (aunque era de origen judío) y otorga un rol importante al individuo (era un liberal). A pesar de estas diferencias, la problemática educativa que le interesa es la propia de una sociología positiva: oposición a la visión idealista de la educación; crítica al movimiento reformista del sistema de enseñanza; propuesta de medidas en materia de política escolar (Lerena, 1985). Sus ideas fundamentales sobre la educación se pueden sintetizar, en sus propias palabras, como sigue: “Examinaremos la educación desde el punto de vista sociológico, comenzando por especificar algunas de sus consecuencias: i) La educación no moldea al hombre en abstracto, sino dentro y para una determinada sociedad. ii) La unidad educativa última no es nunca el individuo, sino el grupo [...]. iii) Los fines educativos de la sociedad no se pueden comprender en forma adecuada mientras estén separados [...] del orden social para el cual se conciben. iv) Los códigos, las normas, no son para el sociólogo fines en sí mismos, sino siempre la expresión de
  • 20. un juego recíproco entre el individuo y el grupo [...]. v) Estos fines educativos y su contexto social se transmiten a la nueva generación junto con las técnicas educativas dominantes. A su vez, las técnicas educativas no se desarrollan jamás en forma aislada, sino siempre como una parte del desarrollo general de las técnicas sociales [...]. vi) Incluso la técnica educativa más eficaz está condenada al fracaso, a menos que se la ponga en relación con las restantes formas de control social”39. Mannheim, como Durkheim, atribuye a la educación un papel fundamental en la configuración de un nuevo orden social; sostiene que, así como gracias a la prostitución de las ideas educacionales y la operación del sistema educativo en su país fue posible la creación del carácter nazi, de la misma manera, regenerando las ideas educacionales y haciendo operar nuevamente el sistema educativo con una educación planificada al servicio de la libertad y los ideales democráticos, será posible lograr un cambio del estado de cosas imperante después de la segunda guerra mundial. Sostiene: “Los nazis y los soviets sabían lo que podían esperar de la educación, mientras que nosotros hemos sido muy imprecisos sobre lo que deseamos conseguir por medio de ella. [...] Criticamos justamente y somos hostiles a lo que Hitler consiguió, porque sus propósitos eran malos; pero tenemos, al menos, su ejemplo para mostrar qué muchas son las cosas que pueden hacerse para influir sobre las personas por medio de la práctica y la organización de la educación”40. La educación es una técnica social y un medio de control social. Sólo se puede comprender lo que es la educación si conocemos la clase de sociedad y de posición social para las que educamos a los alumnos. Por lo tanto, analizar la sociedad e identificar sus enfermedades es un requisito imprescindible para planificar los procesos educativos en función de una sociedad nueva y mejor, libre y democrática. Para que una democracia funcione es necesario un consenso básico sobre valores, un mínimo de acuerdo que permita controlar los conflictos. Sin una acción efectiva de la educación es imposible lograr ese consenso. Como la educación no se da en el vacío, sino en un contexto social, la sociología puede proporcionar las bases científicas para planificar una educación orientada a la integración de los individuos en una sociedad nueva. Para Mannheim, la contribución principal del punto de vista sociológico a la historia y a la teoría de la educación consiste en prestar atención al hecho de que no se pueden concebir los objetivos ni las técnicas educativas prescindiendo del contexto, sino que son algo condicionado socialmente. “La sociología está también relacionada con el estudio de la educación porque trata la forma de operar de la sociedad en general, y de la sociedad moderna en particular. Es de capital importancia reconocer la clase de influencia que una sociedad ejerce sobre sus miembros a través de sus instituciones y las situaciones que éstas crean”41. Atribuye particular importancia a la acción educativa de la comunidad. “El principal factor educativo es la comunidad, el grupo de personas en que el niño vive y los objetos que estas personas han creado, sus relaciones, su cultura y sus conexiones con una sociedad todavía más amplia. De esta noción nace una idea de educación adaptándose a las demandas hechas por la sociedad de la cual forman parte, e implícito en este concepto, está el reconocimiento de influencias deliberadas y generalizadas, generadas por esta sociedad”42. Distingue esta acción educativa de la comunidad (o ‘sociedad educativa’) que él llama ‘educación social’, de los aspectos formales, institucionalizados de la educación. Ambos tipos de educación no deben ser pensados como compartimientos estancos. Dice al respecto que estamos tratando a un tiempo con ‘la escuela en la sociedad, y la escuela y la sociedad’. Es
  • 21. decir, que la educación ha de ser considerada como una e indivisible, en la cual la escolaridad formal, siendo como es vitalmente importante, tiene en todas partes que ser relacionada a otros factores de la sociedad. En síntesis, como afirma Lerena (1985), Mannheim estaba convencido de que el sistema de enseñanza estaba llamado a cumplir funciones cada vez más decisivas en la sociedad y a ocupar un lugar central en la estructura social: crear el mínimo de conformidad necesario para que la continuidad de la vida social sea posible; actuar como órgano de selección y diferenciación de los miembros de la sociedad; legitimar el orden social y la forma de división del trabajo existente. En sintonía con su concepción del rol del sistema de enseñanza en la sociedad, y de la sociología como la disciplina que podía crear las bases para una cultura democrática, Mannheim (1966) consideraba que los docentes debían poseer formación sociológica, es decir, cierto dominio de la taxonomía sociológica, de su campo de trabajo y su metodología de investigación. Dicha formación le permitiría al personal de enseñanza comprender ese proceso social particular que es la práctica educativa. Diseñó una sociología para educadores que contemplaba los siguientes temas: nociones introductorias de la sociología; estudio del orden y de la estructura de la sociedad, de la función y el control sociales, del cambio social y la dinámica de grupos. Incluía, además, el análisis de la educación formal e informal, y de lo que hoy llamamos la microsociología de la educación. A más de cincuenta años de su muerte, se puede afirmar que algunos de los temas tratados por Mannheim son sorprendentemente contemporáneos, o al menos continúan interesándonos, tanto en sociología como en educación (Whitty, 1997). b) Talcott Parsons (1902-1979) Pocos sociólogos han recibido tantas críticas y han sido objeto de las diatribas que se dirigieron a Parsons, tanto por su pretensión de hacer de su teoría del sistema social una teoría de alcance universal y las derivaciones políticas que se le atribuyen, como por las dificultades de lectura que presentan sus obras43. A pesar de esto, se lo puede considerar como el máximo exponente de la sociología en los EEUU a mediados del siglo XX. Su influencia ha sido muy importante, no sólo entre los que aceptaban sus puntos de vista, sino también entre sus detractores, para quienes era un punto de referencia ineludible a la hora de presentar propuestas teóricas alternativas. La importancia de Parsons para la sociología de la educación radica, fundamentalmente, en un hecho más bien de tipo burocrático: se encargó de crear un Instituto de investigación en sociología de la educación en la universidad de Harvard, donde ejercía como profesor titular de Teoría Sociológica. Con esto Parsons sustrajo al tratamiento sociológico de la educación de los departamentos de pedagogía y le dio un lugar en los departamentos de sociología, lo cual significó la institucionalización de la sociología de la educación como rama especial de la sociología. Mientras la investigación sociológica sobre la educación se desarrolló en los departamentos de pedagogía, no hubo avances en la disciplina y ésta carecía de prestigio. Se la conocía como ‘Educational Sociology’ y no tenía base sociológica; su marco teórico era pedagógico y se trataba más bien de una aplicación del conocimiento sociológico al campo de la educación, que de una sociología en sentido estricto. En las propuestas teóricas de John Dewey podemos encontrar los primeros desarrollos de esta suerte de pedagogía sociológica que dominó en los EEUU durante la primera mitad del siglo XX. También podemos situar en esta línea el trabajo de Lester Ward.
  • 22. Talcott Parsons, a diferencia de los anteriores, sitúa el estudio de la educación en una perspectiva estrictamente sociológica. La publicación en la Harvard Educational Review, de un artículo de su autoría traducido al español con el título ‘La clase como sistema social’44, sirvió, prácticamente, de plataforma de lanzamiento a la sociología de la educación, tal como la conocemos hoy. En él, Parsons analiza, desde una perspectiva estrictamente funcionalista, la escuela como agencia de socialización y su papel en la formación de la personalidad del joven norteamericano. Sostiene que la escuela representa un modelo reducido de la sociedad, cuya función consiste en transmitir al joven los valores que constituyen las bases de la sociedad estadounidense, y con ello, le abre las puertas para ingresar en el mundo adulto y convertirse en miembro pleno de esa sociedad. La escuela y los profesores, a diferencia de otras agencias y agentes de socialización, como la familia y el grupo de iguales, representan los valores universalistas imperantes en la sociedad. La escuela se encarga de transmitir esos valores, y al hacerlo, cumple una función homogeneizadora de los miembros de esa sociedad; cumple, a la vez, una función de diferenciación, selección y jerarquización de éstos, sobre la base de su rendimiento escolar. En síntesis, los integra a la sociedad y los ubica en la estructura de posiciones propia de esa sociedad. No es nuestro propósito desarrollar el complejo pensamiento del sociólogo estadounidense. Solamente queremos destacar que, al considerar a la escuela como un sistema social, Parsons deja de lado el proceso de interacción como unidad de análisis, se desentiende de los intereses y acciones de los actores concretos, y ubica en su lugar el concepto más complejo de status-rol, que constituye un componente estructural del sistema, no un aspecto de la interacción ni de los actores. El status designa una posición en el sistema, mientras que el rol hace referencia a las conductas asociadas a esa posición, es decir, se trata de analizar la escuela en función del lugar que el actor ocupa en el sistema y de lo que le compete hacer desde esa posición. El proceso de socialización escolar tiene una función conservadora del orden social y, junto con el control social, constituyen los principales mecanismos que permiten mantener el equilibrio del sistema. El análisis funcionalista se ocupa de cómo el sistema controla al actor, no de la forma en que éste crea y mantiene el sistema. 6. Polarización del pensamiento sociológico en el tratamiento de la educación Como acabamos de ver, en la raíz del pensamiento sociológico siempre hubo una determinada concepción de la educación y de la escuela, inscripta, por cierto, en el contexto del particular enfoque epistemológico que cada uno de nuestros clásicos cultivaba, y relacionada, obviamente, con la problemática social que les preocupaba de manera especial. Es sobre la base de esas concepciones y las diferentes posturas epistemológicas a las cuales responden que se construyó la actual sociología de la educación. En consecuencia, se dan en ésta las mismas polarizaciones, y por ende, los mismos debates que se producen en la sociología a secas: conflicto vs. consenso; subjetivismo vs. objetivismo; individualismo vs. colectivismo; macro vs. micro. Y como en la propia sociología, no faltan en la sociología de la educación actual intentos, como el de Bourdieu o el de Bernstein, por superar estas dicotomías. Veamos cómo se presenta una de las polarizaciones más significativas en el tratamiento sociológico de la educación: el consenso y el conflicto. La referencia será somera ya que sobre este tema volveremos después.
  • 23. Al recorrer el pensamiento sociológico sobre la educación a lo largo de la historia, se pone de manifiesto la clara diferencia de perspectiva con que la sociología, desde sus orígenes como disciplina científica, aborda el estudio de la sociedad: el consenso y el conflicto. En el tratamiento de la educación, estas perspectivas se traducen en diferentes concepciones sobre la educación y su función en la sociedad. Subyace a cada una de ellas una particular postura filosófica sobre el hombre y la sociedad, cuyo origen se remonta a la filosofía social de los siglos XVII y XVIII. Podríamos decir que la sociología del consenso tiene sus raíces en el pensamiento de John Locke, uno de los padres del liberalismo moderno, mientras que la del conflicto se funda en las ideas de Tomas Hobbes. La primera considera al hombre como un ser cooperador y pacífico, incorporado a un orden social que es el producto de un acuerdo entre individuos razonables; se trata de un orden que permite la realización de los valores humanos fundamentales: la vida, la propiedad y la libertad. La segunda considera al hombre como un ser dotado de razón al servicio de su pasión, es decir, de su deseo de poder y bienestar material, en permanente lucha con los otros hombres para satisfacer esa pasión. Este hombre está incorporado a un orden social que es producto de la coacción ejercida por un estado político absoluto. Esta polarización del pensamiento sociológico, resultante de la particular postura frente al hombre y la sociedad que caracteriza a las opciones filosóficas mencionadas, se manifiesta inevitablemente en el tratamiento sociológico de la educación. Como veremos más adelante, el análisis de cualquier problema que se aborda en sociología de la educación se verá afectado por la adhesión personal del sociólogo a una u otra de estas opciones. Por lo tanto, resulta imprescindible conocer los supuestos y las ideas fundamentales de estos dos enfoques para poder comprender el tratamiento que cada uno de ellos hace de la educación. Veamos brevemente cuáles son las ideas más importantes de la sociología del consenso y del conflicto, y su particular enfoque de la educación. a) Sociología del consenso Las ideas centrales de la sociología del consenso, claramente expresadas en el pensamiento de A. Comte, son las de orden y equilibrio. La sociedad es concebida como un todo, semejante a un organismo biológico, constituido por partes interrelacionadas de tal manera, que un cambio en alguna de ellas provoca cambios en las restantes. Cada una de esas partes cumple funciones, es decir, contribuye a mantener el equilibrio del sistema. Este equilibrio es de tipo dinámico. Hay factores que pueden perturbarlo y conducir al sistema a una inestabilidad temporaria, pero en el largo plazo, la sociedad vuelve a su equilibrio originario. Los cambios provienen de fuentes externas al sistema y éste tiene la particularidad de ajustarse paulatinamente a ellos. Para esta sociología, el orden del sistema social se logra gracias al consenso entre los actores sociales acerca de los valores y las normas que rigen las relaciones en la sociedad. Como resultado de esta concepción sobre la sociedad, la sociología del consenso, cuya expresión más cabal es el funcionalismo, se caracteriza, como veremos en detalle más adelante, por una visión conservadora de la sociedad. La educación, en efecto, cumple funciones imprescindibles para el mantenimiento de la sociedad: i) Trasmisión de la cultura, o sea, una función básica de socialización de los individuos en las actitudes, creencias, normas y valores propios de la sociedad. El resultado de esto es la incorporación de los nuevos miembros a la sociedad y la creación de un consenso general sobre la legitimidad del orden social existente. ii) Entrenamiento para el ejercicio de roles. Es decir, prepara al individuo para incorporarse
  • 24. en la división funcional del trabajo. Al cumplir estas funciones, la educación actúa como un factor de integración social y de adaptación individual. La principal crítica que se hace a la sociología del consenso es que no ha sido capaz de analizar y explicar adecuadamente los fenómenos de la contradicción y del cambio, a causa de su excesivo énfasis en el orden, la armonía y la integración. b) Sociología del conflicto Esta sociología se presenta como la antítesis de la sociología del consenso; se vincula, en primer lugar, con el pensamiento de Karl Marx, y luego, con el de Max Weber. Las diferencias entre uno y otro son muy importantes, ya que sus puntos de partida y sus concepciones sobre las raíces y características del conflicto son diferentes. Marx vincula el conflicto a la organización económica, particularmente a la propiedad privada de los medios de producción. Weber, en cambio, lo vincula con la distribución del poder. Para el primero el conflicto se da entre clases sociales, es decir entre grupos con intereses económicos antagónicos; para el segundo, se da entre grupos de actores ubicados en diferentes posiciones en la estructura de poder y cuyos estilos de vida son distintos. Marx acentúa las consecuencias disociadoras del conflicto, Weber le atribuye algunas funciones integradoras. En Marx la lucha ocupa un lugar central en la explicación del conflicto, en Weber es la competición la clave explicativa. A diferencia de la anterior, la preocupación central de la sociología del conflicto es la explicación de los fenómenos del poder, del cambio social y de las contradicciones que caracterizan la formación y la integración de los grupos sociales, las organizaciones humanas y la sociedad. Al tomar al conflicto como hecho social central, esta sociología sustituye las nociones de orden y progreso del organicismo positivista por los conceptos de movimiento y transformación. En vez de considerar el estado de consenso y armonía como factor de progreso, considera la contradicción y la lucha entre diferentes intereses y grupos sociales como factores de transformación de la sociedad. La dinámica social no se explica como resultado del consenso universal, como había predicho Comte, sino como consecuencia de la tensión entre lo tradicional y lo nuevo, lo normal y lo extraño, la reproducción y la construcción. En síntesis, la vida social se define como un juego de fuerzas antagónicas y no como un estado de equilibrio basado en la integración armónica. Los supuestos fundamentales de la teoría del conflicto son los siguientes: i) El conflicto es un hecho normal en las sociedades. Su ausencia es lo que se podría considerar inusual. Como resultado de la ubicuidad del conflicto, las sociedades están sujetas permanentemente a cambios. ii) Cada elemento de la sociedad contribuye a su transformación. iii) El orden social resulta de la coacción que ejercen algunos individuos o grupos sobre otros. La ubicuidad del conflicto se explica en dos hechos: primero, en que la gente aspira a determinados bienes , valores, cosas que son escasos y, segundo, en que hay un disenso básico en la sociedad con relación a las normas y valores sociales. De esta manera, la sociedad está integrada de manera débil y provisoria, y cuando dicha integración existe, está basada en la coacción que ejercen los más poderosos sobre los que carecen de poder. El balance de poder entre grupos e individuos está en continuo estado de alteración, lo que resulta en una constante inestabilidad social. El cambio social es frecuentemente abrupto, masivo y de carácter revolucionario. En lo que respecta a la educación, la sociología del conflicto considera que la falta de
  • 25. consenso sobre objetivos, normas y valores es una evidencia de que el conflicto es un lugar común y que el conflicto social es intrínseco a la educación (conflicto entre individuos, entre individuos e instituciones, entre instituciones, y entre éstas y la sociedad). Además, la estructura presente de la educación es un resultado o un producto de los conflictos en la sociedad más amplia. En lo que hace a una de las funciones básicas de la educación, la trasmisión de la cultura, según la sociología del conflicto, las escuelas se dedican principalmente a entrenar al estudiante para consumir y producir bienes, y este entrenamiento beneficia, fundamentalmente, a los propietarios y a quienes controlan el mundo de los negocios. La educación sirve, de esta manera, a los intereses de la clase dominante; es una fuerza conservadora que preserva, reproduciéndolo, el orden social existente y actúa como un medio de control social en manos de la clase dominante. 1 Saint Simon, El sistema industrial. Citado por Lerena, 1985, pág. 83. 2 Saint Simon, El sistema industrial . Citado por Lerena, 1985, pág. 87. 3 Comte, Discurso sobre el espíritu positivo, citado por Lerena, 1985, pág. 94. 4 Comte, Discurso sobre el espíritu positivo, citado por Lerena, 1985, pág. 95. 5 Lerena, 1985, pág. 97 6 K. Marx, Crítica al programa de Gotha, citado por M. Carnoy, 1981, pág. 16. 7 7 Debe quedar claro que cuando Marx se refiere a trabajo productivo en este contexto, no alude a la práctica del trabajo manual en las escuelas, sino al trabajo destinado a producir objetos que se puedan vender en el mercado. 8 Marx, El Capital, citado por Lerena, 1985, pág. 107. 9 Marx y F. Engels, El manifiesto del Partido Comunista, citado por Manacorda, 1969, pág. 27. 10 Manacorda, 1969, pág. 32. 11 Manacorda, 1969, pág. 33. 12 Manacorda, 1969, pág. 105. 13 Manacorda, 1969, pág. 109. 14 Manacorda, 1969, pág. 113. 15 Manacorda, 1969, pág. 117-118. 16 Manacorda, 1969, pág. 121. 17 Manacorda, 1969, pág. 323. 18 Max Weber, 1964, pág. 44-45. 19 Max Weber, 1964, pág. 43. 20 Max Weber, 1964, pág. 43. 21Bendix, 1970, pág. 278. 22 Max Weber, 1964, pág. 172. 23 Lerena, 1985, pág. 147. 24 Max Weber, 1964, pág. 172. 25 Es importante recordar aquí el concepto de tipo ideal o tipo puro de Weber. Los tipos ideales no son realidades empíricas, sino constructos teóricos, invenciones racionales del investigador con fines analíticos. 26 Lerena, 1985, pág. 150. 27 Estas obras son las siguientes: Educación y sociología; La educación moral; Historia de la educación y de las doctrinas pedagógicas. Es importante aclarar que en el resto de sus trabajos también aparecen referencias a la educación, dado que ésta fue para Durkheim una preocupación permanente. 28 Lerena, 1985 pág. 76 29 Durkheim, 1974, pág. 22. 30 Durkheim, 1974, pág. 23 31 Durkheim, 1974, pág. 71 32 Durkheim, 1974, pág. 71 33 Durkheim, 1974, pág. 75 34 Durkheim, 1974, pág. 40:41. 35 Durkheim, 1974, pág. 40:41. 36 Durkheim, 1974, pág. 43. 37 Durkheim, 1974, pág. 45. 38 Durkheim, 1974, pág. 45. 39 Mannheim, Diagnóstico de nuestro tiempo, citado por Lerena, 1985, pág. 175. 40 Mannheim, 1966, pág. 27. 41 Mannheim, 1966, pág. 29.
  • 27. Capítulo II La sociología de la educación Acabamos de ver en el capítulo anterior que la sociología, desde sus orígenes, tuvo a la educación como tema de reflexión privilegiado. La obra de los clásicos muestra esto de manera muy clara. Cualquiera sea la vertiente del pensamiento social que se tome en cuenta, todas atribuyen a la educación un papel decisivo, tanto en la trasmisión de la herencia cultural de una sociedad, como en los procesos de poder y de control sociales vigentes en ella. No cabe duda de que la sociología de la educación aparece en el mismo contexto y momento histórico que la sociología. Como la propia sociología, su aparición responde a las necesidades de ese contexto, y es, en su primera orientación, positiva (Lerena, 1985). Sin embargo, y a pesar de este lugar de privilegio que la educación ocupó en el pensamiento social primero, y en el sociológico después, sólo podemos hablar de la sociología de la educación como disciplina científica en sentido estricto recién a mediados del siglo XX. ¿Cuál es la razón que justifica la existencia de una sociología de la educación? La razón de ser de esta disciplina radica, en definitiva, en que educación es un fenómeno social. Gran parte del trabajo de Durkheim estuvo dirigido a demostrar este hecho, y a estudiar en profundidad dicho fenómeno. Desde su punto de vista, dado que la sociología es la única ciencia que puede estudiar los hechos sociales, la verdadera ciencia de la educación no es la pedagogía, como se sostenía hasta ese momento, sino la sociología, y se propuso crear esa disciplina nueva que él denominó ‘Ciencia de la Educación’, como vimos en un capítulo anterior. Su cometido era estudiar a la educación desde la perspectiva sociológica, es decir, como fenómeno y como proceso social. Gracias a esto, muchos atribuyen a Durkheim la paternidad de la sociología de la educación, aun cuando él nunca utilizó este término. Antes de intentar definir qué es la sociología de la educación, veamos porqué la educación puede ser considerada un fenómeno social o, en términos de Durkheim, un ‘verdadero hecho social’. Para esto, nada mejor que recurrir a su obra Educación y sociología, donde, con la claridad que lo caracteriza, y sobre la base de su concepción sociológica general, define a la educación como hecho social1. 1. La educación, un fenómeno social Siguiendo una línea de argumentación que es típica en él, para demostrar que la educación es un hecho social, Durkheim comienza por examinar críticamente las definiciones de educación más corrientes en su época. Entre otras, analiza la definición que da Kant, para quien el objetivo de la educación consiste en desarrollar en cada individuo toda la perfección de que él es susceptible. Durkheim considera que esta definición es inadecuada, porque no existe una idea universalmente válida de lo que se debe entender por perfección. Toma también la de Stuart Mill, según la cual la educación comprende todo lo que hacemos por nosotros mismos y todo lo que los demás hacen por nosotros con el fin de aproximarnos a la perfección de nuestra naturaleza. En su más amplia acepción, esta definición comprende incluso los efectos indirectos que producen sobre el carácter y sobre las facultades del hombre cosas cuyo fin es muy otro: las leyes y las formas de gobierno, las artes industriales, y hasta
  • 28. los factores físicos independientes de la voluntad del hombre, tales como el clima, el suelo y la posición social. Para Durkheim, esta definición es inaceptable pues comprende hechos totalmente diferentes que no pueden ser reunidos en un mismo vocablo sin crear confusiones. Por último, toma la definición pragmática de James Mill: el objeto de la educación es hacer del individuo un instrumento de felicidad para sí mismo y para sus semejantes. Según Durkheim, esto también es inaceptable pues la felicidad es una cosa esencialmente subjetiva que cada uno aprecia a su manera; por lo tanto, la definición deja indeterminado el objetivo de la educación, y de hecho, la educación misma. Luego de este examen, Durkheim concluye que las definiciones precedentes tienen algo en común: parten del supuesto de que hay una educación ideal, perfecta, que vale indistintamente para todos los hombres y todas las épocas. Este supuesto le parece inadmisible y entiende que ha sido refutado por la historia. Ésta demuestra algo indiscutible: la educación ha variado infinitamente según las épocas, según los países y hasta según los grupos sociales. Para justificar su postura, Durkheim escribe: “En las ciudades griegas y latinas la educación formaba al individuo para que se subordinara ciegamente a la colectividad, para que se convirtiera en la cosa de la sociedad. Hoy se esfuerza para hacer de él una personalidad autónoma. En Atenas se trataba de formar espíritus delicados, alertas, sutiles, enamorados de la mesura y de la armonía, capaces de gustar la belleza y las alegrías de la especulación pura; en Roma se quería ante todo que los niños se convirtieran en hombres de acción, apasionados por la gloria militar, indiferentes en lo que concierne a las letras y a las artes. En la edad media la educación era, por sobre todo, cristiana; en el Renacimiento toma un carácter más laico y literario; hoy tiende a ocupar en ella el lugar que antaño ocupaba el arte”2. Un segundo error del supuesto subyacente a las definiciones analizadas anteriormente, es que conducen a una concepción absurda sobre los sistemas educativos. Durkheim dice al respecto: “Si comenzamos así a preguntarnos cuál debe ser la educación ideal, hecha abstracción de toda consideración de tiempo y lugar, es que admitimos implícitamente que un sistema educativo no tiene nada de real por sí mismo. Sólo se ve en él un conjunto de prácticas y de instituciones que se han organizado lentamente, con el correr del tiempo, que son solidarias de todas las demás instituciones sociales, que las expresan, y que, en consecuencia, como la propia estructura de la sociedad, no pueden ser cambiadas a voluntad, sino que parecen ser un puro sistema de conceptos realizados; en ese sentido, el mismo parece derivar únicamente de la lógica. [...] Pero, de hecho, cada sociedad considerada en un momento determinado de su desarrollo, tiene un sistema de educación que se impone a los individuos con una fuerza generalmente irresistible. Es vano creer que podemos educar a nuestros hijos como queremos. Hay costumbres que estamos obligados a aceptar; si nos apartamos de ellas, se vengan en nuestros hijos. [...] Hay, pues, en cada momento histórico, un tipo regulador de educación del que no podemos apartarnos sin chocar con vivas resistencias que sirven para contener las veleidades de disidencia”3. Durkheim concluye su argumentación tratando de demostrar que la educación es un hecho social, y lo es porque comparte con ellos ciertas características que permiten diferenciarlos de otro tipo de fenómenos: es supraindividual y es coactiva. Veamos en qué consisten estas características. En primer lugar, la educación, como todos los fenómenos sociales, es supraindividual, existe
  • 29. fuera de las conciencias individuales y no pertenece a ninguna de ellas en particular, sino que pertenece a la sociedad. Toda sociedad, dice Durkheim, produce fenómenos nuevos, diferentes de los que se engendran en las conciencias individuales. Los hechos sociales residen en la misma sociedad que los produce y no en sus partes; son, en este sentido, exteriores a las conciencias individuales. Son cosas que tienen su existencia propia. El individuo las encuentra completamente formadas, y no puede hacer que no sean, o que sean de otra manera de lo que son; está pues obligado a tenerlas en cuenta, y le es difícil (no decimos imposible) modificarlas porque, en grados diversos, participan de la supremacía material y moral que la sociedad tiene sobre sus miembros. Claro está que el individuo interviene en su génesis, pero para que exista un hecho social, es preciso que muchos hayan, por lo menos, combinado su acción, y que de esta combinación se haya engendrado algún producto nuevo. Y como esta síntesis se realiza fuera de nosotros, pues entran en ella una pluralidad de conciencias, tiene necesariamente por efecto el fijar, el instituir fuera de nosotros, determinadas maneras de obrar y determinados juicios, que no dependen de cada voluntad particular tomada separadamente. Para Durkheim, las costumbres y las ideas que definen el tipo de educación propio de una sociedad en un determinado momento no son producidas por cada individuo en particular. “Son el producto de la vida en común y expresan las necesidades de la misma. Son incluso, en su mayor parte, obra de las generaciones anteriores. Todo el pasado de la humanidad ha contribuido a hacer ese conjunto de máximas que dirigen la educación de hoy; toda nuestra historia ha dejado allí sus rastros, e incluso la historia de los pueblos que nos han precedido. Del mismo modo que los organismos superiores llevan en sí como un eco de toda la evolución biológica cuya culminación constituyen. Cuando se estudia históricamente la manera como se han formado y desarrollado los sistemas de educación, se ve que ellos dependen de la religión, de la organización política, del grado de desarrollo de las ciencias, del estado de la industria, etc. Si se les separa de todas esas causas históricas, se vuelven incomprensibles. ¿Cómo puede el individuo, por lo tanto, pretender reconstruir, por el solo esfuerzo de su reflexión privada, lo que no es obra del pensamiento individual? No se encuentra frente a una tabla rasa sobre la que puede edificar lo que quiere sino a realidades existentes que no puede crear ni destruir ni transformar a voluntad. Sólo puede actuar sobre ellas en la medida en que ha aprendido a conocerlas, en que sabe cuáles son su naturaleza y las condiciones de que dependen; y sólo puede llegar a saberlo si entra en su escuela, si comienza por observarlas, como el físico observa la materia bruta y el biólogo los cuerpos vivos”4. En segundo lugar, la educación es coactiva. Consiste, según Durkheim, en un esfuerzo continuo para imponer a los niños maneras de ver, de sentir y de obrar, a las cuales ellos no podrían haber llegado espontáneamente. Desde los primeros momentos de su vida les obligamos a comer, a beber, a dormir a determinadas horas; a la limpieza, al sosiego, a la obediencia; más tarde les hacemos fuerza para que tengan en cuenta a los demás, para que respeten los usos y las convenciones; los coaccionamos para que trabajen, etc. Si con el tiempo dejan de sentir esta coacción, es porque poco a poco han desarrollado hábitos y tendencias internas que la hacen inútil, pero que sólo la reemplazan porque derivan de ella. Esta presión permanente que sufre el niño es la presión misma del medio social que tiende a moldearlo a su imagen y del cual los padres y los maestros no son más que los representantes y los intermediarios. Finalmente, Durkheim propone su propia definición de educación, que condensa toda su
  • 30. argumentación anterior y expresa una perspectiva puramente sociológica sobre ella: “la educación es la acción ejercida por las generaciones adultas sobre las que no están aun maduras para la vida social. Tiene por objeto suscitar y desarrollar en el niño determinado número de estados físicos, intelectuales y morales que reclaman de él, por un lado la sociedad política en su conjunto, y por otro, el medio especial al que está particularmente destinado”5. La educación es, en definitiva, la socialización metódica de la nueva generación; consiste en la acción ejercida por una generación adulta sobre una generación joven, y la finalidad de esta acción es la formación del ‘ser social’. Por ser social Durkheim entiende el “sistema de ideas, de sentimientos y de hábitos que expresan en nosotros, no nuestra personalidad, sino el grupo o los grupos diferentes de que formamos parte; tales son las creencias religiosas, las creencias y las prácticas morales, las tradiciones nacionales o profesionales, las opiniones colectivas de toda clase”6. Si bien la razón de ser de la sociología de la educación reside en que la educación es un fenómeno social, como acabamos de demostrar siguiendo a Durkheim, se pueden esgrimir algunas otras razones por las cuales la educación es un objeto de estudio privilegiado de la sociología y se ubica en el centro del debate social. Primero, el contenido de la educación, es decir, lo que se trasmite de una generación a otra, está constituido por los aspectos centrales de la cultura de una sociedad. Segundo, y muy ligado a lo anterior, las instituciones educativas son el ámbito y el medio fundamental de la trasmisión de esa cultura. Por último, esa trasmisión implica una relación entre generaciones, una generación joven, todavía inmadura para la vida social, y una generación adulta que ejerce una acción sobre la primera. En estas relaciones se condensan las tensiones del cambio social, aspecto fundamental de las relaciones entre educación y sociedad. En suma, la educación, además de ser un factor clave para el desarrollo de la vida social, juega un papel central en el proceso de control social y en la estructura de poder de una sociedad, temas que no pueden resultar indiferentes en ningún análisis de la sociedad, cualquiera sea la postura ideológica que se adopte. 2. ¿Qué es la sociología de la educación? Tanto los planteos de Durkheim sobre la educación, como los desarrollos que se producen en la primera mitad de siglo XX, a los cuales hicimos alusión en el capítulo anterior, son la expresión de un cierto sociologismo que condicionó, en cierta medida, la consolidación de la sociología de la educación como disciplina científica. Por sociologismo entendemos aquí una postura que, desde la sociología, quiere dar cuenta de toda la realidad; en su versión extrema, implica una consideración reduccionista del fenómeno educativo a una sola de sus dimensiones, la social, ignorando que, por tratarse de un fenómeno complejo, está constituido por múltiples dimensiones y puede ser abordado desde diferentes perspectivas: psicológica, biológica, pedagógica, filosófica, económica, etc. Promediando el siglo XX, el progreso de la propia sociología y un conjunto de cambios que se producen en el campo de la educación, crearon las condiciones para superar ese reduccionismo y despejaron el camino para consolidar el status de la sociología de la educación como disciplina científica. En lo que respecta a la sociología, en esa época ésta acentúa las exigencias teóricas y metodológicas, siguiendo en gran parte el modelo de las
  • 31. ciencias naturales, y se aleja de las cuestiones aplicadas a las cuales se dedicaba, en gran parte, la ‘sociología educativa’. En lo que hace al campo de la educación, los pedagogos comienzan a desilusionarse de los aportes que podía prestarles esta sociología porque no se cumplieron las esperanzas puestas en ella. Se estaba lejos de lograr la perfección social por la que aquella decía que trabajaba y tampoco proporcionaba soluciones a los problemas pedagógicos concretos. Las nuevas orientaciones de la sociología eran consideradas por los pedagogos como un saber elitista, metodológicamente refinado y enredado en teorías inaplicables (Alonso Hinojal,1980). Pero los cambios que acabamos de señalar no son el único factor que contribuye a la institucionalización de la sociología de la educación como una rama especial de la sociología. Esta institucionalización se produce en un contexto y una sociedad concretos, los EEUU de la posguerra. El país del norte se encontraba sumido en una lucha competitiva por el logro de la hegemonía política y militar a nivel mundial. Tener en cuenta este hecho permite entender porqué esta disciplina se desarrolla fundamentalmente en ese país, y dentro de la orientación funcionalista predominante en la sociología norteamericana. Ese desarrollo implicó una fenomenal producción de conocimientos científicos, como resultado de la gran cantidad de recursos que se destinaban a la investigación en este campo. Se podría afirmar que la figura de T. Parsons ocupa el lugar más destacado en esta etapa de evolución de la sociología de la educación. Como vimos en el capítulo anterior, todos los desarrollos posteriores lo han tenido como punto de referencia, ya sea para seguir su orientación teórica, o para fundar un nuevo enfoque a partir de las críticas a sus planteos. En lo que sigue vamos a tratar de precisar el objeto de la sociología de la educación tal como se la entiende hoy, es decir, como una sociología especial. Esto implica considerarla como una disciplina empírica, cuyo interés primordial es el conocimiento de la realidad educativa desde una perspectiva particular, la sociológica. Por tratarse de una disciplina empírica, es imposible extraer de ella soluciones a los problemas prácticos de la educación (porque no es una ciencia aplicada) y tampoco podemos buscar en ella, ni los objetivos ni los fines de la educación (porque no es una ciencia normativa). Esto no supone que la sociología de la educación se desentienda de los problemas prácticos, ni que ignore la cuestión política de los objetivos y los fines de la educación. Pero supone también, entender que la educación se constituye en un objeto de conocimiento, y como tal, es un problema sociológico, no un problema social. Tener clara la diferencia entre lo social y lo sociológico es fundamental para comprender qué es la sociología de la educación. ¿Qué podemos decir sobre el objeto de la sociología de la educación? Para responder a esta pregunta hay que aclarar primero qué es la educación para la sociología. El pensamiento de los clásicos desarrollados en el capítulo anterior, y particularmente las ideas de Durkheim expuestas en los párrafos precedentes, nos dan la clave para hacer dicha aclaración. Para la sociología, educación quiere decir formación de hábitos, de disposiciones básicas, que determinan la forma en que cada uno de nosotros piensa, siente y actúa. Este proceso de formación de hábitos y disposiciones se puede llevar a cabo de dos maneras: una intencional, consciente o explícita, y otra tácita, latente, no intencional, no consciente. Algunos autores, como Agulla (1969) designan con el concepto de ‘educación’ a la primera y con el de ‘socialización’ a la segunda. Pero los sociólogos, con Durkheim a la cabeza, no hacen esta distinción, utilizan indistintamente uno u otro término. La educación que más le interesa a la sociología es esta última, es decir, la socialización en términos de Durkheim. Más adelante
  • 32. volveremos sobre estos conceptos y precisaremos mejor las diferencias entre las dos maneras de ‘educar’ que acabamos de señalar. Por ahora, el siguiente ejemplo puede servir para ilustrar esa diferencia: “... quienes estudian para ingenieros de caminos, canales y puertos en las instituciones correspondientes -de las que las aulas constituyen uno solo de los espacios significativos-, aprenden cosas mucho más decisivas que a hacer caminos, canales y puertos, y ello en virtud de sutiles procesos, los cuales, desde luego, que no aparecen reflejados en el plan de estudios, porque están situados en la frontera de la conciencia de quienes intervienen en esos procesos”7. Desde el punto de vista de Agulla8, el punto de partida para la delimitación del ámbito de la sociología de la educación no está dado por el contexto sobre el cual se desarrolla la investigación, como afirman algunos autores, sino por el tipo de problemas que analiza y la perspectiva desde la cual los analiza. Como toda disciplina científica, la sociología de la educación no estudia relaciones reales entre cosas, sino relaciones teóricas entre conceptos, que son los que definen la perspectiva de análisis. Por lo tanto, esta disciplina puede aplicar su perspectiva al estudio de la educación, como fenómeno y como proceso social, cualquiera sea el ámbito en donde ella tenga lugar: la escuela, la familia, la iglesia, el grupo de pares, etc. Esto implica ver a la educación como un tipo particular de relación social, orientado a la formación de un habitus9, es decir, a la adquisición de ese conjunto de disposiciones de percepción, de pensamiento, de sentimiento y de acción, a la que hacíamos alusión en un párrafo anterior. El desarrollo del habitus en el sujeto es el resultado de una actividad, un tipo de práctica social concreta, la educativa, que puede ser llevada a cabo por diferentes agentes (padres, maestros, sacerdotes, amigos, etc.). Cuando esta actividad se institucionaliza, adquiere un carácter formal y se le asigna un objetivo explícito: la inculcación sistemática, continua y duradera, en todo o en parte, de los elementos fundamentales de la cultura de una sociedad. Este es, precisamente, el cometido de los sistemas educativos. Para la sociología, estos sistemas son el instrumento esencial para la conservación y la reproducción de la cultura, y a partir de esto, para la legitimación del orden social existente en una determinada sociedad. El punto de partida propuesto por Agulla para definir el objeto de la sociología de la educación “presenta una serie de ventajas -tanto teóricas como prácticas-, ya que, por un lado, permite extraer con posterioridad la problemática de esta disciplina y, por el otro, evita caer en arbitrariedades en cuanto a la delimitación del ámbito de la sociología de la educación. [...] Las definiciones concentradas sobre el fenómeno educativo como fenómeno social, por cierto son más generales pero también más válidas. Por ello hemos preferido en esta oportunidad apoyarnos en ellas para buscar una síntesis que pueda ser de utilidad. En consecuencia, entendemos por sociología de la educación la sociología especial que analiza y explica la socialización y la educación como fenómenos y como procesos sociales, del mismo modo que las relaciones entre la educación y la sociedad, tanto en el pasado como en el presente. No obstante la generalidad de esta definición, creemos, ella puede orientar, tanto la teoría sobre la educación como la investigación social en el campo educativo”10. Podríamos completar esta definición con la que da A. M. Eichelbaum de Babini (1991), según la cual la sociología de la educación tiene por objeto el estudio científico de la educación como fenómeno y como proceso social en contextos sociales de diferente amplitud. Por último, y desde una perspectiva diferente, que acentúa el papel fundamental que cumple la educación en la reproducción de la cultura,
  • 33. tenemos la definición que da Lerena (1985), quien afirma que la sociología de la educación estudia las relaciones entre el proceso de reproducción de un particular universo cultural, llevado a cabo por el sistema educativo, y el proceso de reproducción de una sociedad dada. Es importante aclarar que la idea de sistema educativo que sostiene Lerena no se limita al sistema escolar, sino que abarca el conjunto de agencias de socialización que funcionan en la sociedad. Desde su punto de vista, el objeto de la sociología de la educación sitúa a esta disciplina en el contexto de una especialidad más amplia, la sociología de la cultura. Dicho objeto es, según él, un patrimonio compartido por los sociólogos que estudian la educación; las divergencias comienzan más allá de esto y se traducen en diferentes corrientes u orientaciones con distintas preocupaciones teóricas y diversas propuestas metodológicas, como veremos más adelante. A partir de los enunciados anteriores queda perfectamente claro que el campo de investigación de la sociología de la educación no se reduce a los problemas de la escuela, sino que abarca cualquier ámbito donde tiene lugar un proceso educativo (o de socialización) e incluye, de manera particular, la problemática relativa a la compleja relación que se da entre este proceso y la sociedad en su conjunto. Si revisamos la propuesta de Durkheim sobre la ‘Ciencia de la Educación’ desarrollada en el capítulo anterior, advertiremos hasta qué punto lo que hoy entendemos por sociología de la educación ya estaba presente en aquella propuesta. En síntesis, de lo dicho anteriormente se podría concluir lo siguiente: 1º) Por tratarse de una sociología especial, el área de trabajo de la sociología de la educación es un área propia de la sociología, de manera que sus problemas se tratan como problemas sociológicos, y no como problemas de la práctica pedagógica, ni como problemas sociales. 2º) El marco teórico de referencia, es decir, el aparato conceptual que fija la perspectiva de análisis de esa problemática, es sociológico. Esto implica que quien pretenda hacer investigación en sociología de la educación, debe previamente conocer y manejar adecuadamente ese marco conceptual. 3º) Los métodos y técnicas de investigación que utiliza la sociología de la educación son los mismos que utiliza la sociología, y la elección de los más adecuados para un caso concreto depende del marco teórico adoptado para la investigación. Para cerrar este punto nos parece necesario dejar planteada una cuestión de orden epistemológico que no podemos desarrollar aquí, pero es motivo de discusión en el campo de las ciencias de la educación. Actualmente se insiste mucho en el trabajo interdisciplinario. Esto debe ser bienvenido en la medida en que implique un trabajo conjunto en el cual cada uno haga aportes sustanciales desde su propia disciplina. Lo que ocurre con frecuencia es que, en lugar de interdisciplina, lo que se produce es una confusión entre disciplinas que se dedican al análisis del mismo fenómeno, pero desde distintos ángulos. A nuestro criterio, y a pesar de las dificultades que ello implica, es necesario, por no decir imprescindible, que se procure precisar de manera lo más clara posible cuál es la perspectiva específica de cada una de las disciplinas que estudian el fenómeno educativo. A ello está ligado el futuro de las ciencias de la educación en su conjunto. En lo que a la sociología de la educación se refiere, ese futuro dependerá, en gran medida, de la estrecha colaboración que se pueda lograr entre sociólogos de la educación y educadores conscientes de la perspectiva sociológica. Pero para evitar las confusiones que ya se registraron en el pasado, es importante definir con total claridad la especificidad del análisis sociológico de la educación. Esta es la tarea que nos proponemos realizar a lo largo de este texto, confiamos en que podremos lograr este objetivo.
  • 34. 3. La sociología de la educación y los debates teóricos en la sociología Teniendo en cuenta el pensamiento de los clásicos, podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que el interés por la educación no es un añadido que vino después, o algo exterior y posterior a la sociología. La forma en que Marx, Durkheim y Weber consideraron al fenómeno educativo era una expresión clara de los puntos de vista que cada uno de ellos sostenía sobre el hombre, la sociedad y la vinculación entre ambos. Las orientaciones de la sociología y los debates a que dio lugar su pensamiento se producen también en la sociología de la educación. En consecuencia, identificamos en ésta, como en aquélla, diversos enfoques vinculados a los paradigmas que se han desarrollado a partir de los clásicos; las diferencias entre esos enfoques se ubican tanto en el plano epistemológico como en el teórico. La orientación a la que adhiere cada uno de ellos afecta de manera directa la forma en que abordan el estudio del fenómeno educativo. Dado que esto es así, antes de estudiar las particularidades de esos enfoques, nos parece importante ubicarlos en el contexto más general de las cuestiones epistemológicas y teóricas que marcan las principales diferencias entre ellos, y los elementos que tienen en común. Tomaremos tres criterios para llevar a cabo la caracterización a la que nos referíamos en el párrafo anterior: i) supuestos que sostienen acerca de los fundamentos del orden social; ii) supuestos acerca de la naturaleza de la sociedad y la relación de ésta con el individuo; iii) derivaciones de orden metodológico que se resultan de la postura que se adopte frente al punto ii). Según el primer criterio, distinguimos dos orientaciones, el consenso y el conflicto; de acuerdo al segundo, otras dos, el objetivismo y el subjetivismo, y en función del tercero, tenemos el holismo y el individualismo metodológicos. La Figura nº 1 presenta esquemáticamente cómo se ubican los diferentes enfoques en sociología de la educación de acuerdo a los criterios mencionados. En todos los casos se trata de posturas polares, que admiten diferentes matices. Por razones obvias, estos matices no se reflejan en Figura nº 1; todo esquema presenta un panorama extremadamente simplificado de la cuestión. Figura nº 1: Enfoques en sociología de la educación y los debates actuales en la disciplina a) Consenso y conflicto. Tal como hemos visto en el capítulo anterior, el pensamiento sociológico se divide, desde sus orígenes, en dos orientaciones que corren paralelas, según la idea que se adopte acerca de los fundamentos del orden social. Como no puede ser de otra
  • 35. manera pues se trata de sociología, en la sociología de la educación se reproduce esta polarización. La sociología del conflicto representa lo que se conoce como pensamiento crítico en la disciplina, muy ligado al marxismo y a la Escuela de Frankfurt. Es crítico desde dos puntos de vista: el metodológico y el político. En lo metodológico, crítica significa una reflexión acerca de las condiciones del conocimiento de los fenómenos sociales; en lo político, crítica se refiere al desenmascaramiento de las estructuras sociales que dominan y esclavizan a los seres humanos, en las que se utilizan la ciencia y la tecnología como instrumentos al servicio de esas estructuras opresoras. Según Alonso Hinojal (1980), dos rasgos importantes caracterizan al pensamiento crítico: primero, la convicción de que no son suficientes los criterios lógicos para el conocimiento; cuentan también los intereses que afectan su constitución; segundo, el intento de superar la dicotomía entre teoría y praxis. El pensamiento crítico no admite la existencia de la teoría por un lado, sin efectos sociales prácticos, y de la praxis por otro, sin asistencia de la teoría, y por lo tanto de carácter irracional. b) Objetivismo y subjetivismo. Ambos sostienen posturas contrastantes respecto a la naturaleza del objeto de estudio de la sociología y, en coherencia con esto, respecto de las opciones metodológicas válidas para analizar ese objeto. A diferencia de las corrientes objetivistas, las subjetivistas (o interpretativas, como les llaman algunos), consideran que el mundo social no es un mundo dado, construido y objetivo, que se impone al ser humano, sino que es una realidad que los individuos construyen gracias al proceso de interacción en la vida de todos los días. En este proceso de construcción del mundo social adquieren particular importancia los significados, el sentido que los actores atribuyen a sus acciones ordinarias. Los significados no pueden ser explicados por ningún fenómeno exterior, como ocurre en las ciencias de la naturaleza, sino que deben ser interpretados. Es clara la oposición de este punto de vista con el que sostenía Durkheim, un típico representante del objetivismo. Durkheim decía que el objeto de la sociología son los hechos sociales, y que éstos son cosas, similares a las cosas de la naturaleza, por lo tanto, exteriores a los individuos y perfectamente observables. Estos hechos solamente pueden ser explicados mediante otros hechos sociales; nunca podemos encontrar su explicación en las conciencias individuales, porque no le pertenecen al individuo sino a la sociedad. c) Derivaciones metodológicas. El hecho de adoptar una de estas concepciones contrastantes sobre la naturaleza de la sociedad (objetivista o subjetivista) tiene consecuencias metodológicas casi obvias. El subjetivismo rechaza el modelo de las ciencias naturales adoptado por el objetivismo; privilegia los métodos cualitativos sobre los cuantitativos; busca preferentemente los datos de tipo simbólico, especialmente los linguísticos, y el foco de análisis se dirige al micronivel. Como resultado de lo anterior, el subjetivismo no acepta la validez general de los enunciados científicos, ni la pretendida objetividad de los resultados de la investigación que defiende el objetivismo. Éste, por su parte, se interesa por los fenómenos de carácter estructural, por lo que tiene lugar a nivel de la sociedad global o de las grandes unidades sociales que se pueden distinguir en ella. La prueba empírica se basa en datos estadísticos y en estrategias cuantitativas de verificación de hipótesis. 4. Enfoques actuales en sociología de la educación
  • 36. Los enfoques actualmente más relevantes en sociología de la educación responden, naturalmente, a las corrientes o teorías fundamentales del pensamiento sociológico. Por lo tanto, aceptan los mismos supuestos sobre el hombre y la sociedad que sostiene cada una de ellas, utilizan el mismo marco conceptual y adoptan similares estrategias metodológicas en la investigación. En lo que sigue vamos a tratar de caracterizar los diferentes enfoques en función de los principales supuestos11 que les sirven de punto de partida, los aspectos distintivos de su marco teórico y su manera particular de analizar el fenómeno educativo. No pretendemos hacer un desarrollo exhaustivo de estos temas y, mucho menos, dar cuenta de los matices que se producen dentro de cada enfoque. Se trata únicamente de presentar, de modo general, sus rasgos más sobresalientes. Es necesario advertir que el surgimiento y el desarrollo de cada uno de estos enfoques, o teorías como prefieren llamarlos algunos, no es independiente de la problemática social y educativa del contexto social en el cual emergen, ni de la evolución teórica de la propia sociología en ese contexto. Por otra parte, el hecho de que puedan coexistir perspectivas de análisis tan distintas es una muestra irrefutable del pluralismo teórico y metodológico que caracteriza a la sociología contemporánea. 4.1. Funcionalismo estructural Este enfoque, actualmente muy criticado y “pasado de moda”, es el que más ampliamente se ha usado en los estudios sociológicos de la educación y ha dominado este campo desde 1950 hasta fines de la década del sesenta. Sus raíces intelectuales están en los trabajos de Spencer, Comte y Durkheim, entre otros. Como sabemos, de todos ellos, el más significativo para la sociología de la educación es Durkheim. Para entender la importancia de este enfoque en aquel momento y su posterior desarrollo (lo que ha llevado a hablar de ‘los funcionalismos’ más que de un enfoque unitario y uniforme, debido a la heterogeneidad de los planteos a que dio lugar) es necesario tener en cuenta la particular situación histórico-política de los EEUU en ese momento y la situación de la propia teoría sociológica. Veamos sintéticamente ambas cosas. A comienzos de la década del cincuenta, los EEUU de la posguerra estaban empeñados en lograr la hegemonía mundial, para lo cual se requería una superioridad tecnológica que debía traducirse en superioridad económica, política y militar. El modelo de sociedad que predominaba era el de una ‘sociedad meritocrática, de expertos y democrática’. Lo primero implicaba la creencia en que el mérito y el esfuerzo personal son los factores decisivos en el logro de una posición en la estructura social; lo segundo implicaba otorgar al conocimiento científico y su aplicación tecnológica un lugar clave en el logro del progreso social y económico, en el marco de una economía de mercado, altamente competitiva; lo tercero suponía la valoración de los principios básicos de la vida democrática. Para lograr la realización de todos estos ideales y principios, era necesario desarrollar un educación formal que respondiera a las exigencias que planteaba tal modelo. En consecuencia, se puso en el sistema educativo una confianza sin límites y se volcó un enorme esfuerzo financiero en el desarrollo de la educación y la investigación científica. Se produce con esto una gran expansión de la educación y una creciente demanda de mayor formación sistemática por parte de sectores cada vez más amplios de la población.
  • 37. En lo que respecta a la teoría sociológica, esta disciplina adquirió en los EEUU un matiz marcadamente empirista, debido, en parte, a su afán por lograr un status científico, como ya lo habían logrado la economía y la ciencia política. Esta sociología ingresa en el campo de la educación y da lugar a una considerable producción de conocimiento científico. Como vimos antes, el trabajo de Parsons tuvo gran importancia para la institucionalización de la sociología de la educación como disciplina científica. Veamos ahora cuáles son los rasgos distintivos del funcionalismo, siguiendo las pautas en función de las cuales nos hemos propuesto caracterizar los distintos enfoques. a) Supuestos fundamentales El punto de partida del enfoque estructural-funcional es la consideración de la sociedad como un sistema. Como todo sistema, la sociedad sólo puede ser comprendida en términos de las interrelaciones entre sus partes; cada una de éstas opera para asegurar el mantenimiento del equilibrio y la integridad del sistema. La modificación de una de ellas produce cambios en las restantes. Para asegurar la supervivencia de la sociedad, es necesario que se satisfagan ciertos ‘requisitos funcionales’; estos requisitos son el mantenimiento de las pautas y el manejo de las tensiones, la adaptación, el logro de fines y la integración. En lo que respecta al cambio, el funcionalismo sostiene que el sistema social tiende a mantener un estado de equilibrio dinámico y a adaptarse suave y fluidamente al cambio. Las perturbaciones pueden conducir a una inestabilidad temporaria, pero en el largo plazo la sociedad retorna a su equilibrio original. Además, el cambio proviene de fuentes externas al sistema; dichas fuentes son, por una parte, el crecimiento y la diferenciación estructural, y por otra, las innovaciones e invenciones que llevan a cabo los miembros de la sociedad. Por último, un supuesto clave del funcionalismo es que existe un consenso general acerca de las normas y los valores que rigen la convivencia en el sistema. Este consenso ayuda a convertir a la sociedad en una totalidad unida y cohesiva. Respecto de la educación, los funcionalistas suponen que existe una íntima relación entre ésta y la sociedad. Como cualquier otra institución social, la educación cumple funciones; un cambio en la educación provoca cambios en la sociedad y viceversa. Hay consenso respecto de las normas y valores educacionales. Por otra parte, la educación es meritocrática, lo cual implica que el proceso de selección social que opera la educación está basado en la capacidad y el esfuerzo personal, no en características adscriptas al individuo, como el sexo, la raza, el origen social o la religión. b) Marco teórico La noción clave de este enfoque es la de sistema social, entendido como un conjunto complejo de elementos en interacción e interdependencia mutuas. El sistema tiene límites definidos que lo distinguen de su entorno. El sistema social es, además, un sistema abierto, por lo tanto, recibe influencias de ese entorno y, a su vez, actúa sobre él. La educación es percibida como un sistema de esta naturaleza. Todos los fenómenos deben ser analizados en términos de la estructura de la sociedad, es decir, de la organización de las partes que componen el sistema, y de las relaciones entre esas partes. Estas ‘partes’ o elementos que componen la sociedad pueden ser pensadas como instituciones (familia, escuelas), como roles sociales (madre, padre, maestro, trabajador, administrador), o como prácticas o costrumbres sociales. El modo en que estas partes se adaptan unas a otras es similar a la adaptación que se produce entre las partes de un organismo viviente.
  • 38. El proceso de socialización (educación) constituye el mecanismo social por excelencia para el cumplimiento de los requisitos funcionales y con ello, para asegurar la supervivencia de la sociedad. Dicho proceso consiste en el entrenamiento de los recién llegados para que puedan convertirse en miembros plenos de esa sociedad y puedan participar en ella como tales (adaptación y diferenciación social). En general, los funcionalistas piensan que la educación es funcional a la sociedad; las funciones que le asignan -trasmisión de la cultura, entrenamiento para el ejercicio de roles, selección social, integración, innovación- son indispensables para el mantenimiento del orden social existente. La educación es vista como un sistema social cuyas partes constitutivas están unidas por la interdependencia interaccional. Se analiza cada parte del sistema en función del todo para determinar si es funcional o disfuncional. Un elemento es funcional cuando contribuye a la operación y al equilibrio del sistema. Este esquema es aplicado por los funcionalistas para analizar tanto el nivel microsociológico de la educación, o sea la escuela o la clase, como las relaciones entre la educación y la sociedad global, es decir el nivel macrosociológico. Otro concepto fundamental de este enfoque es el de función. Función es toda consecuencia observable de la acción de cualquier unidad del sistema social que contribuye al mantenimiento del equilibrio del sistema. Existen funciones manifiestas y latentes. Las funciones manifiestas son aquellas consecuencias buscadas deliberadamente. Las latentes, en cambio, se producen sin ser perseguidas de manera conciente. c) Temas de interés Dos tópicos generales son los focos centrales de interés de los funcionalistas: por un lado, las pautas de acción que, según su concepción, constituyen los componentes estructurales de la sociedad, y por otro, las funciones que cumplen las organizaciones sociales para satisfacer las necesidades societales. Los sociólogos funcionalista se han interesado, básicamente, por las funciones manifiestas de la educación. i) Trasmisión de la cultura, es decir, la trasmisión de conocimientos, actitudes, valores y normas, lo cual asegura la continuidad sociocultural y la adquisición, por parte de los individuos, del sentido de la herencia social. ii) Selección social: al entrenar para el ejercicio de roles, la educación asigna a las personas a determinadas posiciones en la estructura social. Esta selección se lleva a cabo en base a las habilidades, los talentos y el esfuerzo individual, por lo tanto, es meritocrática. iii) Entrenamiento para el ejercicio de roles: al cumplir con esta función la educación asegura la provisión de personal capacitado para ocupar diferentes posiciones laborales. iv) Innovación: la investigación que se realiza en las instituciones educativas es la responsable de la producción de nuevos conocimientos; esta función es esencial para la adaptación de la sociedad a su entorno y para el logro de mayor eficiencia. v) Integración: la educación provee las experiencias compartidas necesarias para crear un sentido de identidad cultural entre los miembros de la sociedad (lenguaje, historia, normas y valores, etc.). Junto a estas funciones manifiestas, la educación cumple también funciones latentes; son todas aquellas consecuencias observables de la acción educativa que no son buscadas explícitamente. Además de los temas mencionados, los funcionalistas han estudiado las relaciones del sistema escolar con otras unidades del sistema social, como la estructura económica, la política, la estratificación social, la familia. Desde el punto de vista de la vida interna de las escuelas, su interés central se dirige a los aspectos organizativos, la división del trabajo y los diferentes roles que se ejercen dentro de ella. Algunos funcionalistas, cuya orientación es más
  • 39. psicologista, se han interesado por la relación entre educación y personalidad, y las patologías de los conjuntos escolares. 4.1.1 Los funcionalismos Decíamos antes que el enfoque funcionalista no era unitario ni uniforme, sino que se podían distinguir diferentes tendencias dentro de él, lo cual inducía a hablar de ‘los funcionalismos’. Alonso Hinojal (1980) hace un interesante análisis de la evolución histórica del funcionalismo en sociología de la educación, desde la década del cincuenta hasta fines de los setenta. Diferencia tres tendencias en el análisis sociológico de la educación: i) el funcionalismo tecnoeconómico, denominado así debido a las dos líneas interpretativas que lo caracterizan, la tecnológica, que nace en los años cincuenta y se ha debilitado paulatinamente, y la económica, que aparece a fines de la década del cincuenta y aún subsiste, más o menos modificada, conocida como la teoría del capital humano; ii) El funcionalismo reformista, desarrollado a mediados de la década del sesenta, muy ligado al debate y las investigaciones sobre la igualdad o desigualdad de oportunidades, que aún continuaba dentro y fuera de los EEUU al momento en que él escribe su libro; y c) el funcionalismo crítico, que apareció un poco más tarde y se mantiene hasta hoy. Aquí Alonso Hinojal incluye algunos autores que no todos aceptan calificar como funcionalistas; esta inclusión constituye el aspecto más discutible de su análisis. a) Funcionalismo tecnoeconómico. La línea tecnológica, representada entre otros por Burton Clark, hace hincapié en la importancia de la educación para garantizar la formación de la ‘sociedad de expertos’ reclamada por la era tecnocrática. Según esta línea de interpretación, la expansión de la educación a toda la población y el desarrollo de la educación superior, son los requisitos fundamentales para asegurar el progreso de la sociedad. Esta idea tuvo enorme repercusión política, no sólo en los países industrializados, sino también en aquellos que estaban en vías de desarrollo. En éstos se atribuyó a la educación un papel fundamental en la transformación de las viejas estructuras sociales que actuaban como un obstáculo para el desarrollo del proceso de modernización. La sociología de la educación se centraba en cuatro sectores de interés: las relaciones educación-sociedad, la educación como institución, la educación como organización social y la educación en otras instituciones como las económicas, militares y religiosas. La segunda línea de este enfoque, la económica, es un resultado de concebir a la educación como algo instrumental y dependiente respecto de la economía. Su expresión paradigmática es la teoría del ‘Capital Humano’. Ésta justifica la inversión en educación y la expansión de los sistemas escolares porque son una ‘industria’ decisiva de la sociedad industrial. La década del sesenta se caracterizó por el auge de este enfoque, que lleva a un tratamiento económico de la educación, a la insistencia en la planificación para garantizar que la educación responda adecuadamente a los requerimientos económicos de la sociedad, y a la asignación de mayor presupuesto para el área con el objeto de asegurar la capacitación de los recursos humanos necesarios. El trabajo de T. W. Schultz, “Investment in Human Capital”, publicado en la American Economic Review en 1961 tuvo una gran repercusión y penetró rápidamente en las políticas de los gobiernos y en las tareas de planificación tan en boga en esa década.
  • 40. b) Funcionalismo reformista. Una vez consolidado el planteo de la educación al servicio de la economía, comienza, a mediados de la década del sesenta, el gran debate sobre la desigualdad social y el papel que juega la educación con respecto a ella. El problema de la relación entre la educación y la estratificación social se convierte en el gran tema de la sociología de la educación. La investigación está dirigida a descubrir en qué medida la igualdad de oportunidades en educación contribuye a reducir las desigualdades sociales. La producción de conocimiento en esta etapa es abundante. Es la época de los grandes informes a nivel nacional, generalmente encargados a la comunidad académica por los gobiernos, no sólo en los EEUU, sino también en otros países. Uno de los más conocidos es el Coleman Report, cuyos resultados dieron lugar a numerosas críticas y debates, tanto teóricos como metodológicos, durante mucho tiempo. Otro estudio igualmente polémico fue el de C. Jenks (1972), titulado Inequality, a Reassessment of the Effect of Family and Schooling in America, que llevó a poner en duda el papel de la escuela como factor de igualación social, y sugirió, en definitiva, que todas las reformas escolares destinadas a igualar las oportunidades y suprimir las disparidades sociales, no darían los resultados esperados. Con esto decayó considerablemente el optimismo puesto en la educación como factor de desarrollo y como promotor de la igualdad social. Todas las investigaciones realizadas en esta época se llevaron a cabo dentro del marco teórico funcionalista, utilizando sofisticados métodos cuantitativos para verificar las hipótesis sometidas a contrastación empírica. En esta línea de investigación merecen destacarse, entre muchos otros, los trabajos de R. Boudon, los estudios encarados por la OCDE, los de T. Husen, etc. c) Funcionalismo crítico. Aquí Alonso Hinojal incluye autores con una orientación teórica que sigue, en líneas generales, el pensamiento de Weber y Durkheim, y manifiestan una particular preocupación por los conflictos sociales y culturales que se desencadenan a fines de la década del sesenta, sobre todo en las universidades. Entre ellos figuran P. Bourdieu y Randall Collins. Desde nuestro punto de vista, no corresponde considerar funcionalista a Bourdieu y, de hecho, como se puede observar en la Figura nº 1, lo ubicamos ,junto a Bernstein, al margen de los enfoques tradicionales en sociología. El trabajo de Randall Collins (1979) se inscribe en la tradición weberiana, tanto en lo que se refiere a la teoría de la estratificación social, como en lo que respecta al papel que le asigna a la educación en la estructura de poder y dominación de la sociedad. Collins adopta una posición “conflictivista” o crítica en el estudio de la educación. Para él, el desarrollo de la educación en los EEUU no se produce en respuesta a las necesidades tecnológicas de la economía, sino que es un resultado de la acción competitiva de los grupos de status en busca de riqueza, poder y prestigio. La educación trasmite los componentes culturales de esos grupos y con ello contribuye, no sólo a definir quiénes están dentro de ellos, sino a perpetuarlos en esa posición. 4.2. Sociología marxista de la educación: reproducción, correspondencia y resistencia Se trata de una perspectiva claramente ubicada en la corriente conflictivista en sociología. La orientación objetivista del enfoque marxista puede ser puesta en tela de juicio, dado el
  • 41. componente dialéctico del pensamiento de Marx, pero se puede sostener en su versión más ortodoxa, que afirma la supremacía de la estructura sobre la superestructura y la determinación de la conciencia por parte de aquélla. La orientación marxista representa la postura exactamente opuesta al funcionalismo, y como ocurre con éste, no constituye una posición única ni monolítica. Hay variaciones entre autores que suponen diferentes lecturas o interpretaciones del pensamiento de Marx. Aquí vamos a tratar de identificar aquellos rasgos que son más o menos comunes a todos los que comparten esta perspectiva. Podríamos afirmar que los sociólogos marxistas son, ante todo, actores comprometidos en la transformación de la sociedad capitalista, a la que consideran básicamente injusta y alienante. Ese cambio está dirigido a imponer las condiciones necesarias para el desarrollo de una sociedad socialista, de la que se hace una defensa dogmática. Además, y también en claro contraste con el funcionalismo, acusado de defender el statu quo, la sociología es concebida como parte de la praxis, no como una actividad políticamente neutra. a) Supuestos fundamentales El enfoque marxista comparte con la sociología del conflicto, de la cual es su fuente principal, los supuestos sobre la naturaleza del hombre y la sociedad propios de esa sociología. Como ya nos hemos ocupado de ese tema, no vamos a repetirlo aquí. Sólo agregaremos algunos supuestos, especialmente los que se refieren a la educación. Para el marxismo el rasgo fundamental de la vida social no es el consenso sino el conflicto, y concretamente, el conflicto de clases, es decir, la lucha entre grupos con intereses económicos opuestos, los capitalistas de un lado, y los trabajadores del otro. La función de la educación es la reproducción de la división capitalista del trabajo. Mediante una formación diferencial de trabajadores y capitalistas, asegura la reproducción de las condiciones objetivas y subjetivas necesarias para mantener esa división. El conflicto de clases, propio de la sociedad capitalista, tiene su contrapartida en la educación. La clase dominante usa la educación para legitimar las desigualdades sociales. El cambio educativo no es posible sin un cambio de la estructura social. Por lo tanto, las reformas educativas destinadas a corregir las desigualdades sociales no pueden servir a ese objetivo si no cambia previamente el sistema de relaciones de producción y la desigualdad inherente al mismo. b) Marco teórico Todo el instrumental teórico de este enfoque está basado en los conceptos marxistas de clase, lucha de clases, ideología, división social del trabajo, alienación, superestructura, estructura, plusvalía, reificación, contradicción, etc. Una parte importante de este marco teórico constituye una crítica a la visión funcionalista en sociología, la cual, según los marxistas, con su pretendido conocimiento objetivo y científico de la realidad, ha impedido el descubrimiento de las cosas tal cual son. En consecuencia, la sociología marxista se propone ‘desmitificar’ un conocimiento que sólo ha servido para legitimar las desigualdades propias de la sociedad capitalista, con sus secuelas de opresión, alienación e injusticia. La sociedad es definida como un conjunto de relaciones de producción; éstas constituyen la estructura de la sociedad. En el modo de producción capitalista, dichas relaciones se establecen entre los propietarios de los medios de producción, los capitalistas, y el proletariado, cuya única propiedad es su fuerza de trabajo. La educación forma parte de la ‘superestructura’ de la sociedad, y como tal, es un resultado de la ‘estructura’, es decir, de las relaciones de producción. La educación en la sociedad
  • 42. capitalista constituye un ‘aparato ideológico del estado’ cuya función es reproducir las condiciones técnicas y sociales del modo de producción capitalista, y asegurar de esta manera su continuidad; es un instrumento de la clase dominante para perpetuar las condiciones que hacen posible la dominación. En síntesis, la educación en estas sociedades, cumple la función de reproducir mentalidades y conductas apropiadas para asegurar la división social del trabajo, trasmite la ideología de la clase dominante y legitima las desigualdades sociales características del modo de producción capitalista. Es, en consecuencia, una fuerza conservadora. Para cambiarla es necesario cambiar las bases del orden social existente, es decir, suprimir la propiedad privada de los medios de producción. Los dos trabajos de investigación considerados clásicos en la sociología marxista de la educación, el de Baudelot y Establet en Francia y el de Bowles y Gintis en los EEUU, tratan de proporcionar evidencia empírica para probar el carácter reproductor de la escuela en las sociedades capitalistas y la estrecha correspondencia entre las relaciones sociales propias del modo de producción capitalista y las relaciones sociales en la educación. A los primeros se los identifica con la ‘teoría de la reproducción’ y a los segundos con la ’teoría de la correspondencia’. La teoría de la reproducción se asocia con el trabajo de L. Althusser (1974), que abrió las puertas al análisis la escuela como aparato ideológico del estado y el papel que le compete en la reproducción de las relaciones de producción y de los actores del capitalismo. Desde su punto de vista, la reproducción de la fuerza de trabajo no tiene lugar en la empresa sino en la escuela. Para que esa fuerza sea efectivamente reproducida es necesario asegurar, no sólo su supervivencia material, sino su supervivencia técnica, es decir, crear las competencias, destrezas, actitudes, etc., más o menos diferenciadas, que se requieren según la complejidad de la división del trabajo; ésta es la principal función que cumple la escuela en la sociedad capitalista. Althusser destacó de manera particular la existencia material de las ideologías en las prácticas y los rituales escolares. Inspirada en la visión de Althusser, la investigación de Baudelot y Establet (1976) sobre el sistema educativo francés muestra que, bajo las apariencias de una escuela única, se dan en Francia dos redes escolares diferentes, una destinada a los hijos de obreros (la red primaria- profesional), que prepara para los trabajos manuales y los puestos de menor jerarquía en la producción, y otra, destinada a los hijos de la burguesía (la red secundaria superior), que prepara para los cargos de mando y gerenciales. Bowles y Gintis (1981), con su investigación sobre el sistema educativo de los EEUU, dan lugar a lo que se conoce como ‘teoría de la correspondencia’ en sociología de la educación. En ese trabajo muestran que la escuela americana tiene una estructura estratificada, similar a la de las fábricas, y desarrolla en los hijos de los obreros las aptitudes necesarias para ejecutar las órdenes emanadas de la jerarquía, mientras que los miembros de las clases dominantes reciben la preparación adecuada para impartir órdenes y desempeñarse en lo cargos gerenciales de las empresas. La correspondencia se basa en una serie de principios que, en líneas generales sostienen lo siguiente. i) La división del trabajo productivo se refleja en las líneas de autoridad vigentes en las escuelas. ii) La alienación del trabajador respecto del producto y del proceso de su trabajo tienen su correspondencia en la alienación del alumno respecto del contenido y el método de su aprendizaje, y su motivación mediante un sistema de recompensas extrínsecas. Esa alienación se traduce en la falta de control del alumno sobre el contenido del aprendizaje y en su falta de implicación con su aprendizaje. iii) La
  • 43. fragmentación del trabajo en el campo de la producción se refleja en la fragmentación que resulta de la competencia escolar y de la clasificación y evaluación meritocráticas. iv) La diferenciación en niveles dentro del sistema educativo se refleja en los dos niveles de la estructura ocupacional que están llamados a alcanzar los estudiantes. Bajo la influencia del pensamiento de A. Gramsci se desarrolla una tercera línea de investigación en la sociología de la educación marxista, conocida como ‘teoría de la resistencia’. En algún sentido, esta corriente se podría considerar más como una pedagogía crítica que como una expresión de la perspectiva sociológica. En realidad, pareciera que está a mitad de camino entre una y otra, según sea el aspecto de la misma que se considere: la prescripción de líneas de acción para crear la contrahegemonía en las instituciones escolares (H. Giroux, 1992; M. Apple 1986, 1987), o la investigación de cómo y bajo qué condiciones se produce la resistencia a la ideología dominante en el interior de dichas instituciones (P. Willis, 1988). La ‘teoría de la resistencia’ se aparta de los supuestos estructuralistas y funcionalistas del marxismo ortodoxo representado por Althusser. Por otra parte, refuta los planteos de la reproducción, entre otras cosas, porque no ofrecen ninguna alternativa para el cambio y dejan sin explicar muchos fenómenos que se producen fundamentalmente en el ámbito de las escuelas. La teoría de la resistencia pone el acento en lo que ocurre dentro de las escuelas, y sostiene que no hay una correspondencia sencilla entre las estructuras económicas y las instituciones educativas. Se preocupa por descubrir la forma en que surge la hegemonía y los mecanismos mediante los cuales ella es producida en las escuelas, entre otros, las interacciones curriculares, pedagógicas y evaluativas. Se interesa, también, por los conflictos y las contradicciones que se producen en la escuela. Según Bonal (1998), la teoría de la resistencia constituye un planteamiento teórico menos cerrado y pesimista que el de la teoría de la reproducción y es un marco de referencia válido para el análisis del cambio en educación. Pero señala, también, que todavía no ha desarrollado el nivel de investigación empírica necesario para verificar sus hipótesis. c) Temas de interés En la perspectiva marxista más ortodoxa, con diferentes matices, el tema de interés predominante es la relación entre educación y sociedad. En general, el análisis se centra en una crítica al sistema educativo en las sociedades capitalistas y la visión que de éste tiene la ‘sociología burguesa’. Especial importancia se asigna al análisis del conflicto en la educación, el cual es visto como un reflejo de la lucha entre capitalistas y proletarios en el campo económico. Además, gran parte de la producción intelectual de la sociología marxista de la educación está destinada a refutar los hallazgos de investigación de la ‘sociología burguesa’, objetando sus puntos de partida, la metodología utilizada y su pretendida neutralidad científica. En definitiva, podríamos decir que los temas de interés propios de la sociología de la educación marxista son, en gran medida, los mismos que interesan a los funcionalistas, pero enfocados desde la orilla opuesta. 4.3. Interaccionismo simbólico Esta corriente tiene su origen en el pensamiento de George Herbert Mead y se desarrolló en la Universidad de Chicago, de allí el nombre de Escuela de Chicago con que se la designa. El
  • 44. fundamento del enfoque interaccionista se encuentra en las lecciones de Mead, publicadas póstumamente bajo el título de Mind, Self and Society, obra traducida al español como Espíritu, persona y sociedad (1953). Aunque Mead no era sociólogo, su importancia para la sociología, y en particular para la sociología de la educación, reside en el papel que le asigna al proceso de interacción en el desarrollo de la personalidad. Para Mead, la fragilidad biológica propia del ser humano al nacer, lo obliga a interactuar y cooperar con otros para asegurar su supervivencia. En este proceso de interacción se van seleccionando y fijando aquellas conductas que facilitan la cooperación, y por lo tanto, la supervivencia, mientras que son descartadas las respuestas inadecuadas. Cuando en la sociología de la educación se trata el tema de la socialización, la referencia al pensamiento de Mead es ineludible. A él se deben los conceptos de ‘otro significante’ y ‘otro generalizado’; la división del ‘self’ (sí mismo) en ‘yo’ y ‘mi’, para diferenciar los aspectos individuales y los sociales de la personalidad; los estadios del juego y el deporte en el desarrollo de la personalidad, y muchos otros conceptos relativos al proceso de socialización. Como ocurre casi siempre en nuestra disciplina, hay diferentes versiones del interaccionismo. Es imposible ingresar en esta cuestión porque podría ser objeto de un libro completo. Uno de los referentes del interaccionismo en sociología de la educación es Charles Cooley, para quien sociedad y personalidad son dos aspectos del mismo proceso, ya que la personalidad es un producto de la interacción con otras personalidades. A él debemos la distinción entre grupo primario y grupo secundario, y las ideas de ‘yo espejo’ y de ‘profecía que se autorrealiza’, entre otros conceptos muy empleadas en sociología de la educación. a) Supuestos fundamentales Para los interaccionistas, el ser humano al nacer es asocial pero tiene las potencialidades necesarias para convertirse en ser social. La noción de potencialidad implica la capacidad para aprender significados a través de la interacción con otros y de la comunicación simbólica con ellos. El hombre es un ser maleable y está sujeto a las influencias de la sociedad; ésta conforma su carácter social. Gracias al proceso de socialización, el individuo puede llegar a desarrollarse plenamente como persona. Otro supuesto básico del interaccionismo se refiere a la naturaleza de las respuestas del ser humano. Éste no se limita a responder mecánicamente a estímulos externos, sino que todas sus respuestas son interpretativas. La conducta depende de numerosos factores interpretativos, no es reducible a respuestas fijas a esos estímulos; es intencional y está en gran medida pautada. Por otra parte, los seres humanos crean símbolos, responden a símbolos y usan símbolos para modificar la conducta. Los símbolos sirven para organizar el mundo en una entidad comprensible. Los símbolos y sus respectivos significados son aprendidos y compartidos a través de la interacción con otros. Los símbolos tienen un papel central en la vida social, porque el ser humano no se limita a responder a los símbolos, sino que los usa para estimular la conducta de los otros. Para los interaccionistas, el pensamiento (interpretación) es el proceso por el cual los seres humanos resuelven problemas. Este proceso interpretativo está vinculado a una evaluación de los cursos de acción y de sus posibles resultados. El individuo imagina, anticipa las respuestas del otro a conductas particulares y su comportamiento se adecua a esa respuesta imaginada.
  • 45. Como consecuencia de estos supuestos, el interaccionismo es un enfoque cuyas orientaciones se podrían resumir de la siguiente manera: i) En general, es un enfoque que se limita a describir lo que ocurre, y según algunos de sus críticos, privilegia el statu quo, no propone ningún cambio. ii) La base del orden social es el consenso entre los miembros de la sociedad sobre el significado de los símbolos, las reglas y las normas; gracias a este consenso general, la sociedad se mantiene unida. Por esto se lo acusa, como al funcionalismo, de sostener una visión conservadora de la realidad social. iii) El individuo ocupa el lugar central, en tanto portador de los significados que aseguran la cohesión social. b) Marco teórico La unidad básica de la vida social en el marco teórico interaccionista es el acto social; éste se refiere a la relación entre dos personas. La vida del individuo consiste en innumerables actos y encuentros con otros actores. La vida social es un proceso en el cual los individuos están constantemente adaptándose a relaciones cambiantes. Para que un ser humano pueda actuar socialmente debe dominar los símbolos. Éstos tienen un significado que les es asignado mediante acuerdo social y debe ser aprendido por cada miembro de la sociedad; no es innato. Los significados compartidos sirven para guiar la conducta del individuo en cada situación. Los interaccionistas intentan descubrir todos aquellos significados e interpretaciones que preceden al acto social. Las ideas de ‘rol’ y ‘juego de roles’ son de fundamental importancia en el interaccionismo. Un rol social consiste en todas aquellas conductas que desempeña un individuo en una situación particular. A cada rol va asociado un conjunto de expectativas que son compartidas, y le corresponde siempre un rol recíproco. Por ejemplo, el rol de maestro carece de significado sin su rol recíproco, el de alumno. Sin embargo, los roles y sus correspondientes expectativas se caracterizan por un cierto grado de flexibilidad; hay un rango de conductas posibles que pueden ajustarse a las expectativas de un rol particular. Esto implica que la gente puede variar en alguna medida en el desempeño de sus roles. El grado de ajuste o respuesta de un actor a una expectativa de rol particular es materia de evaluación y sanción por parte de los otros actores. El individuo necesita conocer a los otros, interactuar con ellos, para poder predecir lo que ellos esperan de él en una situación concreta. Tal conocimiento le permite ‘anticipar’ con mayor grado de certidumbre la reacción de los otros, y gracias a ello, guiar su propio desempeño de rol de manera exitosa. El hecho de compartir significados, definiciones de la situación y expectativas de rol, hace que los comportamientos sean relativamente predecibles. Sin embargo, esta predictibilidad no es total. Cuando el grado de impredecibilidad es muy grande, el actor puede enfrentar dificultades para trazar su curso de acción. Parte de la interacción social se ha vuelto, con el tiempo, completamente pautada y rutinizada. En estos casos, la predictibilidad del comportamiento es mayor y también lo es la seguridad del actor en su desempeño, lo cual asegura una cierta eficiencia en las relaciones humanas. Dicha eficiencia puede ser afectada por la existencia de ‘conflictos de roles’. Un individuo enfrenta un ‘conflicto de rol’ cuando debe ejercer roles cuyas demandas son contradictorias. Por ejemplo, para una mujer puede presentarse un conflicto entre su rol de madre y su rol como profesional. Otro tipo de conflicto se presenta cuando las expectativas de un mismo rol son definidas de manera diferente por los actores. Por ejemplo, un maestro puede definir el rol de alumno de manera distinta que el propio alumno. Otro concepto interaccionista importante, sobre todo en educación, es el de ‘sí mismo’ (self ).
  • 46. En el desarrollo del sí mismo la sociedad juega un papel fundamental, pues actúa como un ‘espejo’. El individuo se ve a sí mismo como lo ven los otros; ajusta sus propias conductas a las respuestas que recibe de los otros. El concepto de sí mismo que desarrolla el individuo es importante en educación porque tiene una fuerte relación con el desempeño escolar del alumno. La adopción de un rol se refiere a la anticipación de las respuestas de otros que están asociadas con un acto social específico. El individuo aprende a anticipar reacciones a la conducta y se comporta de acuerdo con esto. La adopción de roles es un proceso central porque ayuda a relacionar todos los roles a otros roles en una situación dada. La adopción del rol es facilitada por la presencia de modelos de rol según los cuales el individuo intenta pautar la conducta. Si estos modelos de rol son importantes para los individuos, se convierten en ‘otros significantes’. Para los interaccionistas, los maestros son modelos de rol y, en algunos casos, se constituyen en ‘otros significantes’ para los alumnos. c) Temas de interés En lo que respecta a la educación, los interaccionistas están especialmente interesados en la conducta de los miembros que actúan en la escuela. Se ve a la escuela como un marco en el cual tiene lugar la acción social. Recíprocamente, la organización y los procesos de la escuela son los productos de las acciones e interacciones de sus miembros. El marco teórico interaccionista es, fundamentalmente, un sistema para ver las relaciones personales entre educadores y estudiantes. La escuela es un lugar donde interactúan personalidades, que están sujetas a cambios continuos. Dentro de la escuela cada miembro ocupa una posición, o posiciones, a las cuales se asigna un cierto número de roles. El individuo percibe normas o expectativas de rol sostenidas individual o colectivamente por otros miembros, a través de los atributos o conductas de éstos. La respuesta de los otros sirve para reforzar o desafiar esta concepción. En la escuela todos los miembros están constantemente evaluando las acciones de los otros y modificando su propia conducta de acuerdo a esta evaluación. Personalidades, relaciones entre miembros, pautas de interacción, roles, expectativas y una variedad de factores comunicativos adicionales, son parte de la visión interaccionista de la educación y las escuelas. Debido a que éstas son vistas como implantadas en la comunidad y la sociedad, y no como entidades aisladas, los interaccionistas incluyen en su conceptualización sobre las escuelas, influencias familiares y otras influencias externas tales como valores religiosos, presiones económicas, etc. Sin embargo, el énfasis ha sido puesto, hasta ahora, en la clase y la conducta de la escuela. En síntesis, el enfoque interaccionista aspira a interpretar el fenómeno educativo en términos de procesos en la escuela, tales como juego de roles, comunicación, reacción a la tensión, toma de decisiones, búsqueda de status, y fenómenos simbólicos similares. No le interesa ver la educación como un todo, o como un fenómeno intercultural; es una actividad simbólica en la cual los participantes constantemente hacen gestos ante los que otros reaccionan. Estos gestos son simbólicos pues se refieren a algo distinto del gesto mismo, es decir, son gestos socialmente significativos. La escuela está llena de significados para los participantes y la educación es percibida como un proceso por el cual los participantes llegan a compartir estos significados. Quizá el interés central de los sociólogos interaccionistas de la educación está en la pregunta: ¿cómo se adquieren estos significados compartidos en la escuela? Ya que la escuela es considerada como una colección de actores que juegan roles, el sociólogo
  • 47. de la educación está interesado en el juego de roles que tiene lugar allí. Los tres roles principales que identifica son el de maestro, el de alumno y el de administrador. Se espera que los miembros se conformen a la definición social del rol, o de los roles, que se les asignan. Ellos deben aprender sus roles educacionales y el modo en que adquieren ese aprendizaje es de gran interés para los interaccionistas. También resulta importante la evaluación que se hace de la medida en que los actores se conforman a las expectativas sociales de sus respectivos roles. Debido a que los conflictos de roles son frecuentes en la escuela, ellos la ven impregnada de situaciones en las cuales los conflictos de rol son endémicos. Otro tópico particularmente interesante es la influencia de las experiencias escolares sobre el desarrollo del autoconcepto del estudiante, lo que se conoce como ‘efecto Pigmalion’, según el cual, las percepciones que el maestro tiene de los estudiantes se relacionan con el autoconcepto del alumno y con su rendimiento académico. Hay una clase de profecía que se autorrealiza en educación, que sostiene que los resultados se producen sobre la base de las predicciones. En otras palabras, si el maestro considera que un estudiante carece de capacidad y espera de él un bajo rendimiento, actuará de manera tal que provocará en el alumno un comportamiento acorde a esa percepción. Este interés por los autoconceptos y las profecías que se autorrealizan está relacionado al proceso de ‘etiquetamiento’ que se lleva a cabo con frecuencia en las escuelas. Un estudiante que recibe el ‘rótulo’ de indisciplinado, por ejemplo, terminará justificando esta ‘etiqueta’ con su conducta. A los interaccionistas les interesa determinar a quién se le coloca la etiqueta, cómo, quién la coloca y qué efectos tienen las diferentes clases de etiqueta sobre la conducta y la carrera académica del estudiante. Todos estos temas tienen que ver, en definitiva, con los dos problemas centrales que investiga el interaccionismo: por un lado, la socialización, o sea la forma en que los seres humanos adquieren los modos de conducta, los valores, las normas y las actitudes del grupo; y por otro, la personalidad, definida en términos de la organización de pautas persistentes de conducta. Las cuestiones básicas que incorporan estos dos temas centrales son: cómo la interacción entre los miembros conforma la estructura social y cómo ésta, en tanto sistema de interacción, influye en los ‘sí mismos’ individuales. Como la unidad básica de la interacción social es el acto social, y éste remite a la relación entre dos personas, el punto focal de interés está constituido por la relación actor-reactor, presente en todas las facetas del proceso de socialización y en el desarrollo de la personalidad. A su vez, el interjuego de personalidades con relación a deseos, actitudes, sentimientos es una preocupación permanente para los interaccionistas. Sus teorías están asociadas con organizaciones grupales y procesos que influyen en la formación de la personalidad. Para el interaccionismo es claro que la educación está íntimamente involucrada en el proceso de socialización; pone el acento en el análisis de la forma en que este proceso ocurre en las escuelas, en cómo maestros y alumnos son socializados en sus respectivos roles, y en la manera en que esto influye en la personalidad de los actores. En general, los interaccionistas se dedican al estudio de microprocesos; reducen su análisis a la escuela o a la clase. Entienden que su enfoque no es adecuado para la investigación de problemas relativos a la relación entre la educación y estructuras sociales más abarcativas.
  • 48. 4.4. Etnometodología Este enfoque nace con H. Garfinkel alrededor de los años cuarenta. Los primeros trabajos se desarrollan en la Universidad de California, al margen de la sociología ‘oficial’ y enfrentada con ésta, tanto desde el punto de vista teórico, como metodológico. Dichos trabajos adquieren mayor difusión en la década del sesenta, cuando comienzan a circular las primeras publicaciones. Con el tiempo, este enfoque cobró importancia y se desarrolló en varias direcciones, de modo que ya no podemos hablar de una única etnometodología, sino de diversas variantes de ella que abarcan distintas líneas de investigación, no siempre compatibles. H. Garfinkel y sus colaboradores usaron la etnometodología más como una práctica y un método didáctico en las clases de la universidad, que como una teoría. El primer estudio etnometodológico en sociología de la educación, The Educational Decision Makers, fue realizado por Cicourel y Kitsuse en 1963. Gracias a esta obra, y a otro trabajo más sofisticado pero también más representativo del enfoque etnometodológico, Language and School Performance, publicado en 1974, Cicourel puede ser considerado el principal etnometodólogo en sociología de la educación. Los fundamentos de esta corriente se encuentran en la fenomenología de Husserl, en los procesos de producción de significados lingüísticos de Wittgenstein, y en la fenomenología social de Alfred Schutz. De Husserl toman la idea de que la construcción del conocimiento de la realidad parte de la conciencia del que conoce; en la conciencia, sujeto y objeto coinciden. De Wittgenstein adoptan su concepción de que las operaciones intelectuales y el lenguaje están íntimamente conectados con la experiencia en el interior de un contexto social y cultural precisos. El lenguaje no presenta características unívocas y coherentes; desempeña funciones diversas en el ámbito de prácticas y procedimientos dispares, regulados por distintas reglas que no están dadas de una vez para siempre, sino que son construidas en cada situación sobre la base de la acción cotidiana. Por último, con Schutz coinciden en que el mundo intersubjetivo, la realidad social, se construye en la experiencia de la vida cotidiana. La tarea de la sociología es describir las estructuras con las cuales se construye el mundo social, observando cómo interactúan los individuos en dicho mundo mediante la comunicación, los símbolos, los signos, las instituciones sociales y el conjunto de los conocimientos preconstituidos sobre la base de las experiencias precedentes. Por lo tanto, la fuente de reflexión sociológica es la vida cotidiana, lo que aparece como obvio e irrelevante; a partir de allí deben descubrirse las ‘reglas’ inconscientes y no declaradas que presiden el mundo de la vida cotidiana. Sobre estas bases los etnometodólogos definen su objeto de análisis. Este objeto no está constituido por los hechos sociales, sino por los ‘procesos’ a través de los cuales los ‘miembros’ de la sociedad estructuran los comportamientos en la interacción social. Se trata de buscar un sentido y un significado a las acciones de la vida cotidiana, considerada como un proceso llevado cabo por los sujetos sociales en el interior de un contexto determinado y preciso. Como dicen Schwartz y Jacobs (1984), la etnometodología se referiría más que a una disciplina, a un tema. El tema sería la ‘metodología’ que utiliza la gente común y corriente en la vida cotidiana cuando razona acerca de la sociedad. a) Supuestos fundamentales Los etnometodólogos sostienen, en primer lugar, que no existe un orden social por encima y fuera de las conciencias individuales. Las normas, los valores, las instituciones, que según la
  • 49. sociología tradicional sirven para organizar la conducta individual y ejercer coacción sobre ella, no son una realidad clara y cierta, ni siquiera para quienes dicen compartirlas. El orden social no está determinado por factores extrínsecos, sino que es producido continuamente por los ‘miembros’ sociales durante sus interacciones, y presenta características siempre diferentes según las situaciones. La interacción es posible solamente porque los actores evitan interrogarse sobre aquello que dan por sobreentendido. Lo que mantiene unida a la sociedad no es un conjunto específico de normas y valores compartidos, sino esta dimensión tácita de la vida social. En segundo lugar, el sentido de la acción social solamente puede ser comprendido dentro del contexto en el cual ella es producida. A diferencia de los interaccionistas, los etnometodólogos suponen que no hay un consenso entre los miembros del grupo sobre los significados de la acción. Los individuos actúan como si los significados fueran compartidos. Los ‘miembros’ producen acciones y significados relevantes en sí mismos. El resultado de la acción humana es fruto de los procedimientos que la constituyen. Debido a esto, lo que permite comprender y dar sentido al producto final es el análisis de esos procedimientos. Por último, cada individuo hace su propia construcción de la realidad social, de modo que existen tantas realidades sociales como miembros posee la sociedad. Esto plantea problemas al investigador pues no habría modo de conocer esta multiplicidad de realidades sociales. La tarea de la ciencia es estudiar cómo los individuos construyen la realidad y la manifiestan en la interacción; pero los resultados de la ciencia sufren, a su vez, el condicionamiento del contexto social y operativo en el cual trabajan los científicos. Por lo tanto, no habría ninguna posibilidad de obtener un conocimiento objetivo y universalmente válido de la realidad social. b) Marco teórico Es difícil hablar de un marco teórico en la etnometodología pues la mayoría de los etnometodólogos no ven su enfoque como una teoría, sino más bien como un método de interpretación. Algunos de los rasgos fundamentales de ese marco teórico serían los siguientes:  Todos los individuos en la sociedad tienen sus propias definiciones de la realidad. Las realidades individuales son un producto de la interpretación que el individuo hace de sus encuentros sociales (interacción) previos. La pertenencia al grupo juega un rol importante en la construcción de la realidad individual. Nuestra pertenencia a grupos tales como la comunidad, la sociedad y las organizaciones, determina nuestra interpretación de la realidad. Las definiciones de la realidad son flexibles y cambian durante la vida, a medida que cambia nuestra pertenencia a los diferentes grupos.  La realidad individual es ‘la realidad’. Los etnometodólogos consideran que los individuos tienen ‘pequeñas teorías’ o realidades particulares que son altamente subjetivas; éstas se reflejan en las explicaciones que los individuos dan del mundo social. Cada uno intenta convertir en real para los otros actores, su propia realidad subjetiva. Esos intentos se ponen de manifiesto en el lenguaje y en la conducta expresada por los participantes sociales.  El individuo está casi constantemente intentando encuentros con otros individuos. Estos encuentros son situaciones de interacción social referidas, a veces, a ‘producciones locales’, y constituyen acontecimientos complejos que poseen diferentes facetas. Una de esas facetas es la construcción de la realidad. Los individuos construyen la realidad social
  • 50. a través de sus acciones en los encuentros y dan explicaciones de su percepción de la realidad; ésta es, en parte, una explicación de su propia conducta.  Las reglas y las prácticas, o los métodos, que usan los miembros para explicar la realidad, interpretar la interacción y tomar decisiones, son fundamentales para los etnometodólogos porque son los medios por los cuales los ‘miembros’ establecen pautas de conducta racional en los encuentros.  La conciencia individual (la realidad) es empleada por los ‘miembros’ para producir efectos intencionales en las situaciones sociales. En los encuentros los esfuerzos del individuo por aplicar su definición de la realidad puede, o no, ser una actividad consciente, pues su realidad le es tan familiar que puede tener dificultades para reconocerla. Otros aspectos a tener en cuenta en el enfoque etnometodológico son, por una parte, la unidad de análisis de su investigación y, por otra, los conceptos clave que utilizan para estudiarla. La unidad de análisis no es el individuo, sino la interacción ‘situada’. Lo que se trata de estudiar es la vida cotidiana, y más precisamente, la forma en que los ‘miembros’ atribuyen significado a la realidad social y la organizan mentalmente. Para ello utilizan cuatro conceptos clave, de difícil traducción al español, cuyo contenido no es fácilmente comprensible: contextualidad (contextuality), expresiones de índice o indexicalidad (indexicality), propiedad reconocida del sentido común (glossing) y reflexividad (reflexity). La “contextualidad” significa que las modalidades de desenvolvimiento y las características de la interacción social, sólo son comprensibles y explicables dentro del contexto situacional en el cual se manifiestan. La interacción social nunca se presenta de la misma manera, por lo tanto, sus características y modalidades de interpretación son diversas, no clasificables y no comparables. Lo único que permanece relativamente objetivo, constante y no problemático, son las ‘reglas’ mediante las cuales se explican los significados. La actividad del sociólogo se limita a registrar las descripciones que cada ‘miembro’ social hace del proceso de interacción, del modo con el cual ha comprendido, interpretado, decodificado los símbolos y se ha conformado o ha reaccionado a la interacción misma. Como resultado de esto, la investigación etnometodológica termina en lo particular y en lo único, es decir, en un relativismo absoluto. Las ‘indexicalidad’ es un concepto derivado de la lingüística, donde significa que las proposiciones tienen significados que difieren en función del contexto (Ritzer, 1999). Alude a que el significado de los actos, los gestos, los símbolos, las frases, las palabras, etc., depende exclusivamente del contexto en el que están insertos. Todas las expresiones son expresiones de índice (o indicativas). Su significado varía de una interacción a otra y depende, ya sea de la persona que recibe el mensaje, o de la persona que pronuncia la palabra. No existen expresiones cuyo significado sea unívoco o universal; su función semántica depende del contexto, o mejor del significado que les atribuyen los miembros que participan en la relación. Un observador externo no puede descubrir ese significado. La consideración del carácter indicativo de las expresiones en la interacción subraya la importancia del lenguaje como elemento fundamental en el estudio de las relaciones sociales y como elemento de realización práctica en la construcción de la realidad social que lleva a cabo cada individuo. La ‘reflexividad’ es la práctica a través de la cual los individuos hacen explicables y razonables sus experiencias de todos los días. La acción humana está privada de cualquier sentido que no sea el común; pero en cuanto sentido común, la acción social está dotada de
  • 51. características ‘vistas sin ser notadas’, no problemáticas, no perceptibles a priori y difíciles de expresar verbalmente. El carácter reflexivo de las prácticas de explicación, justificación, coherencia, comprensibilidad (en una palabra, racionalidad) indica cómo los sujetos producen, después que han actuado, una explicación de su acción. Más que ‘aplicadas’, las propiedades racionales son ‘invocadas’ y usadas para describir, explicar, justificar a posteriori la racionalidad, la coherencia, etc., de las propias acciones. El concepto de reflexividad, de por sí complejo y difícil de entender, introduce un elemento más de complicación, porque los instrumentos utilizados para describir, explicar, justificar, etc., las propias acciones pertenecen a la misma realidad que pretenden explicar. Como dice Garfinkel (1967), se trata de querer explicar un sueño mediante otro sueño; se entra así en un círculo vicioso en el cual es imposible una comprensión y una explicación no falsificada de los hechos. El término “glossing”, que literalmente significa clarificación, dilucidación, es muy difícil de comprender. Según Cortelazzi (1988), con este concepto los etnometodólogos designan el conjunto de los medios gracias a los cuales la comunicación puede ser llevada adelante a pesar de la ‘indexicalidad’ del lenguaje. En la práctica cotidiana, los individuos interactúan continuamente sin explicar ni profundizar los significados de las acciones ejecutadas y de las palabras dichas, ni requiriendo a los otros comportarse de este modo. ¿Cómo es posible, entonces, la interacción y la comunicación, si el lenguaje es indicativo? La sociología tradicional responde a esta cuestión haciendo referencia a las expectativas de conducta compartidas por los sujetos, de acuerdo a las normas y las reglas sociales aprendidas en el proceso de socialización. La etnometodología, en cambio, niega relevancia e influencia a las normas y reglas sociales autónomas y extrínsecas a los individuos que participan en una interacción social específica. La comunicación es posible, afirman, gracias a que todos los miembros de una colectividad utilizan ‘estructuras formales’ en su razonamiento práctico cotidiano. Con el término ‘estructuras formales’ designan las actividades cotidianas en cuanto realizaciones prácticas ‘situadas’ de cada grupo particular. La propiedad de dichas estructuras constituye, por lo tanto, el conjunto de los conocimientos y las expectativas de fondo que los miembros usan como esquemas de referencia para interpretar las acciones sociales. Es importante aclarar aquí cuál es el sentido que los etnometodólogos dan al término ‘miembro’. Schwartz y Jacobs dicen al respecto: “Al considerar el razonamiento sociológico como actividad que tiene lugar en situaciones prácticas, no cabe la distinción entre razonamiento lego y razonamiento profesional. Todos y cada uno de los métodos que la gente utiliza para aprender algo acerca de su sociedad, son métodos ‘del pueblo’, en el sentido de que son sensibles a los requerimientos y los beneficios de las situaciones cotidianas de esa sociedad. Con esto presente, conviene estudiar competencias que son comunes en diferentes circunstancias sociales. Si se utiliza el idioma inglés es necesario proporcionar las habilidades que implica el hablar este idioma a una serie de ‘personas’ ordinarias para poder discutir. A fin de hablar acerca de competencias que van vinculadas a situaciones prácticas, Garfinkel utilizó el término ‘miembro’ como variable simulada. Del mismo modo que en matemáticas infinito no es un número como otros, pero debe leerse como si lo fuera, el ‘miembro’ no es una persona (ni un grupo de personas son ‘miembros’), pero tiene las funciones sintáctica y semántica de una cuando se habla acerca de competencias. Con riesgo de simplificar excesivamente varios problemas complejos, el lector podría comprender el término ‘miembro’ como alguien que posee conjuntos de competencias y las muestra en los
  • 52. escenarios naturales cuando enfrenta problemas prácticos en la vida diaria”12. c) Temas de interés La investigación etnometodológica se dirige al micronivel, o sea, a los fenómenos de los pequeños grupos, y se concentra, principalmente, en el análisis del comportamiento en el interior de las organizaciones y de las instituciones más o menos rígidamente reglamentadas. El lenguaje ocupa un lugar de privilegio en esta investigación. Es estudiado no sólo como un recurso que permite investigar la vida social, sino también como un objeto interaccional, influido por los condicionamientos sintácticos y semánticos, y por las propiedades de interacción entre el que habla y el que escucha. Como para los etnometodólogos el proceso de interacción es básicamente un proceso de interpretación de significados, este proceso es investigado de manera especial. Parten del supuesto de que los significados no son compartidos, sino que son negociados en el proceso de interacción. Tratan de estudiar, entonces, cómo los participantes llegan a supuestos acuerdos sobre los significados mediante el uso del lenguaje, y el rol de las reglas, la negociación de las reglas y la naturaleza de las reglas en el uso del lenguaje. Todo este análisis se hace dentro del contexto en el cual se produce el proceso de interacción, ya que la acción, según los etnometodólogos, sólo tiene sentido dentro de un contexto. Otro proceso sometido a análisis es el de construcción de la realidad que emerge constantemente de la actividad de los actores para llevar a cabo su vida cotidiana. Las actividades de la vida cotidiana son las más difíciles de estudiar, pues los sujetos tienen grandes problemas para explicar detalladamente sus conductas habituales. Los etnometodólogos tratan de ver, además, cómo esta permanente construcción de la realidad llevada a cabo por los actores está condicionada por la pertenencia a diferentes grupos. Para ello ponen el acento, no en la realidad construida, sino en los métodos que llevan a los grupos y a los miembros individuales de los grupos, a diferentes construcciones de la realidad. Llevados al campo de la educación, estos intereses específicos, se traducen en un estudio de lo que ocurre dentro de la escuela y de la clase en materia de negociación de significados entre maestro y alumnos, construcción de la realidad por parte de estos actores, conceptos usados por los docentes para categorizar a sus alumnos, etc. Es importante notar que, además de insistir en un campo de investigación particular, la etnometodología se caracteriza también por la utilización de estrategias y técnicas de investigación propias. Se niegan a explicar la vida cotidiana mediante conceptos que no pertenezcan al universo conceptual de la vida cotidiana. La investigación nunca puede dar por descontados los criterios de análisis, lo que obliga al investigador a analizar y describir continuamente la manera en que él mismo procede. Y esto porque es necesario diferenciar el mundo de sentido común, entendido como objeto de investigación, del mundo de sentido común entendido como recurso para la explicación de los hechos sociales. Veamos ahora cuáles son las técnicas más usadas por los etnometodólogos.  Los informes, que consisten en el análisis del modo en que un ‘miembro’ social describe el significado de la situación de la cual forma parte. Informar no es lo mismo que relatar, significa revelarse a sí mismo y a los otros, a través de un proceso de autoconciencia y de autoanálisis, cuáles han sido los mecanismos de comprensión, percepción, interpretación, reacción, etc., de los mensajes contenidos en la relación.  La entrevista en profundidad que, como los informes, implica la creación de una nueva
  • 53. situación que introduce elementos perturbadores para la comprensión de la situación precedente, y son ellas mismas situaciones a someter al análisis. Mediante la entrevista el investigador hace emerger del entrevistado aquellas áreas problemáticas de la vida cotidiana y de la situación relacional que, sin esta solicitud, difícilmente habrían sido evidenciadas.  La observación participante, en la cual el observador, sin dar a conocer su rol de tal, toma parte regularmente de la actividad desarrollada por los miembros del grupo observado. Participa sin hipótesis preliminares y se comporta como un extraño que se quiere integrar.  La interpretación documental, que implica un “esfuerzo por identificar un patrón subyacente tras una serie de apariencias tales que se considere que cada apariencia se refiere al patrón subyacente, es una expresión o un documento de él”13. Con esto se intenta buscar los factores y los procesos que originan los aspectos visibles de una relación.  Los experimentos etnometodológicos, cuyo mecanismo de fondo consiste en quebrar el juego e intentar luego armarlo nuevamente para ver cómo se encastran entre sí los diferentes pedazos, o sea, romper las reglas de sentido común y obligar a la persona a reconstruir la situación de partida para evidenciar las prácticas inconscientes y no percibidas sobre las cuales se funda la normalidad. 4.5. La New Directions Sociology o ‘Nueva sociología de la educación’ Esta corriente nace en Inglaterra, a comienzos de la década del setenta. Podemos decir que la aparición de la obra de Michael Young en 1971, Knowledge and Control, constituye el punto de partida de este enfoque. El surgimiento de este “nuevo paradigma” ha estimulado la controversia en el campo de la sociología de la educación, sobre todo por sus críticas a la sociología tradicional, y ha generado nuevas ideas y temas de investigación, hasta entonces poco explorados en la materia. No se pueden entender completamente los planteos teóricos de esta corriente sin hacer referencia al contexto en el cual se desarrolla. De este contexto importan, fundamentalmente, dos cosas: por un lado, la tradición sociológica británica, y por otro, la problemática educativa de Inglaterra a fines de la década del sesenta. Con relación a lo primero, la tradición sociológica británica, hay que tener en cuenta que la sociología de la educación en ese país está muy ligada al pensamiento de Karl Mannheim, sobre todo a su sociología del conocimiento. La ‘nueva sociología de la educación’ se confunde, prácticamente, con ella; en realidad, pretende ser una sociología del conocimiento escolar. Los sociólogos británicos se han planteado, con mayor insistencia que sus colegas americanos, los problemas epistemológicos que presenta el positivismo lógico y han sido más receptivos a los enfoques que se preocupan por descubrir las bases sociales y filosóficas del conocimiento, problemas especialmente importantes para la ‘nueva sociología de la educación’. Con respecto a lo segundo, la problemática educativa de aquel país, debemos recordar que a fines de los sesenta, Inglaterra enfrenta el fracaso de las políticas reformistas destinadas a disminuir las desigualdades educativas. Esas políticas, que se habían inspirado, en gran parte, en los estudios macroestructurales característicos de la sociología tradicional, no dieron los resultados esperados. Esto llevó a cuestionar, no sólo las políticas, sino también el paradigma de investigación en el cual se fundaban.
  • 54. El punto de partida de la ‘nueva sociología de la educación’ es la crítica a la sociología ‘tradicional’ de corte funcionalista. El cuestionamiento se dirige tanto a los supuestos teóricos como a las estrategias metodológicas de esa sociología. La investigación convencional, dicen los ‘nuevos’ sociólogos, ha estado dominada por un modelo de sociedad de mercado, en el cual la educación relaciona la demanda con la provisión de talentos, y analiza el problema referido a las barreras y obstáculos a la movilidad de esos talentos. Se trata de un modelo que acepta, sin ningún tipo de cuestionamiento, que la capacidad individual y los antecedentes familiares juegan un rol fundamental en la determinación del éxito escolar, y conduce a la conclusión de que los alumnos provenientes de hogares de clase media tienen más probabilidad de éxito escolar, debido a que en su proceso de socialización primaria han desarrollado las capacidades cognitivas y lingüísticas, y los valores, actitudes y aspiraciones que concuerdan con las exigencias de la educación formal. A criterio de estos autores, lo que ha hecho la sociología anterior es aceptar sin discusión los criterios de evaluación de las escuelas, y a partir de allí, ha procedido a explicar el éxito o el fracaso de diferentes individuos en su intento por alcanzar las metas fijadas por la escuela. La validez de estas explicaciones no ha sido puesta en duda, debido al supuesto de que existe una estrecha relación entre la competencia, tal como es definida en las escuelas, y la competencia o el éxito ocupacional en la vida posterior, y que esta relación depende de lo que realmente se aprende en las escuelas. Por lo tanto, estas explicaciones funcionan como una ‘ideología’ que legitima el orden establecido y desvían la atención de lo que debería ser problemático, esto es, el contexto y la definición de éxito escolar, y la forma en que son legitimados. En definitiva, la sociología funcionalista no tiene en cuenta aspectos cruciales de la perspectiva sociológica sobre la educación, como son los métodos de selección, organización y evaluación del conocimiento y los principios en los cuales se fundamentan. Las estrategias metodológicas son cuestionadas por los sociólogos ‘interpretativos’, porque consideran que los intentos de medición de fenómenos tales como el rendimiento escolar o el desempeño académico de los alumnos no son válidos. Lo importante de esos fenómenos, dicen, es su significación, y ésta sólo puede captarse mediante el informe de los participantes, que tiene carácter único e irrepetible porque está ligado a un contexto determinado. Por lo tanto, no se puede medir ni generalizar (Young, 1971). a) Supuestos fundamentales Los pilares sobre los que se apoya la ‘nueva sociología de la educación’ son la fenomenología social de A. Schutz, la etnometodología y, en menor medida porque se trata de un enfoque no crítico, el interaccionismo simbólico. De la fenomenología social toma la idea de que la realidad no es algo dado, que existe fuera de la conciencia individual y se le impone, sino que los individuos la construyen permanentemente en un proceso de negociación de significados en la vida cotidiana. En este proceso crean ‘objetivaciones’ que les permiten explicar sus mundos. Los conceptos de inteligencia, clase social, raza, organización, son ejemplos de tales objetivaciones y son vistos por los fenomenólogos como elementos de sentido común que sirven a los individuos para comprender la conducta de los otros. La realidad de la vida cotidiana, tema central para la investigación fenomenológica, es una realidad que cada participante comparte con otros de una manera que se da por sobreentendida, que no se pone en duda ni se discute. La tarea del investigador es descubrir los supuestos subyacentes a los significados de la vida cotidiana. A partir de estas ideas, la ‘nueva sociología de la educación’ define los elementos de la vida
  • 55. escolar de manera totalmente diferente a la tradicional. El aprendizaje, por ejemplo, es visto como el producto de negociaciones sobre significados que se dan entre maestro y alumnos. El aprendizaje cognitivo no es la adquisición de competencia o racionalidad en un sentido objetivo, sino la adquisición de un conjunto de reglas y procedimientos para interpretar el mundo. Las escuelas no son vistas como un lugar donde se adquieren conocimientos, habilidades, etc., sino como organizaciones donde los maestros, gracias al poder que les otorga la institución, intentan imponer a los alumnos determinadas definiciones de la realidad, porque consideran irrelevante para el auténtico aprendizaje el conocimiento de sentido común que posee el alumno. Para estos sociólogos, como para los fenomenólogos, el supuesto de que el conocimiento escolar es intrínsecamente superior o más racional que el conocimiento de sentido común, es inaceptable. El curriculum, por su parte, es considerado como uno de los mecanismos de “distribución social” del conocimiento. Las materias, disciplinas y programas son conjuntos de significados que forman la base de las comprensiones intersubjetivas del mundo de los educadores (Brigido, 1987). De la etnometodología, la ‘nueva’ sociología de la educación toma el relativismo extremo en el estudio de los fenómenos sociales. Esta exigencia deriva de uno de los supuestos centrales de aquel enfoque: la idea de que todos los individuos en la sociedad tienen su propia definición de la realidad, y que las realidades individuales son un resultado de la interpretación que cada uno hace de sus encuentros sociales previos. Esas definiciones son flexibles y cambian a medida que cambia la pertenencia a esos grupos. Otro elemento etnometodológico presente en la ‘nueva’ sociología tiene que ver con la importancia asignada al lenguaje, concebido como un objeto interaccional, sobre el que influyen no sólo los condicionamientos semánticos y sintácticos, sino también las propiedades de la interacción entre el que habla y el que escucha. Pero la influencia más clara de este enfoque sobre la ‘nueva’ sociología se advierte en el rechazo de los supuestos y los métodos de la sociología tradicional. En lo que respecta a la educación, esto se pone de manifiesto, sobre todo, en su tratamiento del problema de la evaluación del aprendizaje de los alumnos. La situación de evaluación es un fenómeno social construido, en el cual interesa la interacción entre el que evalúa y el que es evaluado. Nada se considera como dado: ni los conceptos y procedimientos del primero, ni la comprensión lingüística y los niveles de rendimiento del segundo. De lo que se trata en el proceso de evaluación es de descubrir los supuestos subyacentes a todas esas conductas. Del interaccionismo simbólico, la ‘nueva’ sociología de la educación toma la idea de ‘definición de la situación’ y el interés por el análisis microsocial, pero rechaza los aspectos metodológicos de ese enfoque. Como los interaccionistas, los ‘nuevos’ sociólogos insisten en la naturaleza social del aprendizaje escolar y en la clase como un trabajo en grupo, pero sostienen que el aprendizaje no depende de las capacidades intelectuales y las motivaciones del individuo, sino que es un producto de las ‘negociaciones’ sobre significados entre maestros y alumnos. b) Temas de interés Teniendo en cuenta que la ‘nueva’ sociología de la educación es, prácticamente, una sociología del conocimiento que se trasmite en las escuelas, no puede sorprender que el tema central de investigación para este enfoque sea el curriculum, entendido como la expresión de los principios que gobiernan la organización del conocimiento, y todos los problemas asociados a esto: el proceso de interacción en la clase; las categorías que maestros y alumnos
  • 56. utilizan para guiar y dar significado a sus acciones; el contenido real y oculto de la enseñanza. Para Young (1971), el curriculum es un instrumento de control social. Control implica imposición de significados. La sociología de la educación debe explorar los significados impuestos o compartidos por los actores de la vida escolar, y sus posibles congruencias y discrepancias con los significados y actividades no escolares. La idea de conocimiento se refiere a ‘conjuntos de significados socialmente constituidos o construidos’. Esta idea implica someter a investigación los significados compartidos que habitualmente se dan por sentados, o sea, que se admiten como conjuntos de suposiciones incuestionables. Una sociología del conocimiento escolar debería explorar, según Young (1971), la estratificación social del conocimiento, es decir, sus bases sociales, la forma en que se relacionan los curricula con la estructura de poder de la sociedad, las funciones sociales que se asignan al conocimiento en diferentes contextos sociales, etc. Otro tema a investigar se relaciona con la distribución del conocimiento, es decir, qué tipo de conocimientos está disponible para qué tipo de miembros en la sociedad, y la influencia que sobre esto ejercen los grupos de control involucrados. Asociada a la estratificación del conocimiento se encuentra la cuestión de la especialización, que se refiere a las limitaciones que ciertos grupos encuentran para acceder a determinados ámbitos del saber. Desde esta perspectiva, las características y contenido de los curricula están influidos por los valores e intereses de los grupos de control involucrados; éstos definen en qué medida cada tipo de conocimiento está disponible para diferentes grupos. También es de interés la cuestión relativa a la ‘apertura’ del conocimiento, es decir, el grado en que están relacionadas las diferentes áreas de conocimiento. Siguiendo a Bernstein, Young clasifica los curricula en dos grandes grupos: i) curriculum de ‘colección’, donde los contenidos se encuentran aislados entre sí y los límites entre las diferentes áreas de conocimiento están perfectamente definidos; y ii) curriculum integrado, en el cual los contenidos se encuentran relacionados entre sí, sin que existan límites precisos entre los pertenecientes a diferentes áreas. Los límites entre las disciplinas se diluyen y éstas tienden a desaparecer. 4.6. Otros temas de investigación y nuevos desafíos a la sociología de la educación En la década del ochenta, de la mano de los movimientos feministas de reivindicación de los derechos de la mujer, emerge uno de los temas descuidado por los enfoques establecidos en la sociología de la educación: el del papel de la escuela en la reproducción de las relaciones de género. Para la investigación de este tema se recurre, en general, al modelo aplicado por la teoría de la reproducción, pero en este caso la clase social, que es la variable central en dicho modelo, es remplazada por el género. La característica distintiva de esta investigación es que se enmarca en la lucha política de los movimientos feministas y se constituye, la mayoría de las veces, en una denuncia política y académica de la discriminación de la mujer (Bonal, 1998). El otro tema que comienza a cobrar relevancia a fines del siglo pasado, esta vez impulsado por los problemas que genera en el primer mundo la creciente afluencia de inmigrantes provenientes de países pobres, pertenecientes a etnias y culturas diversas, es el de la discriminación racial y la educación multicultural. Para los países centrales constituye un verdadero problema político incorporar estos grupos a sociedades donde se observa un
  • 57. resurgimiento del racismo, junto a la aparición de movimientos sociales antirracistas. El fenómeno más reciente del terrorismo internacional que afecta de manera particular a estos países, no hace más que añadir mayor complejidad a una situación de por sí complicada. Entre otras formas de intervención pública orientadas a asegurar la convivencia y preservar los valores democráticos en este contexto, la escuela aparece como el instrumento más idóneo. Para que pueda cumplir sus nuevas funciones se hace necesario revisar los contenidos de la enseñanza, impulsar iniciativas de innovación pedagógica y formar a los maestros a fin de que puedan dar respuesta a los problemas que supone desarrollar su tarea en las condiciones descriptas. En este marco, la investigación en sociología de la educación produce contribuciones interesantes14. Con relación a los nuevos desafíos a la sociología de la educación, nos parece interesante remitir al lector al desarrollo que hace Bonal (1998, Cap. 5) del escenario actual de la disciplina. Allí sostiene que las líneas de investigación hoy en desarrollo abarcan tres ámbitos de trabajo: i) el económico (aquí se destacan trabajos recientes que ilustran la redefinición teórica y empírica de la relación entre educación y empleo, y del nuevo papel económico de la educación); ii) el político (plantea la importancia de la sociología de la política educativa y las posibilidades que ésta ofrece para superar los enfoques economicistas sobre la educación, a la vez que permite un análisis dinámico del fenómeno educativo); y iii) el cultural, (alude a la importancia que tiene la redefinición o reorientación del discurso educativo oficial en cuestiones tales como la igualdad de oportunidades o la calidad de la educación, y sus consecuencias sobre la investigación en sociología de la educación). 5. Hacia la superación de las dicotomías: Pierre Bourdieu y Basil Bernstein El desarrollo reciente de la teoría sociológica muestra un creciente interés entre los sociólogos por superar las polarizaciones a que dieron lugar las diferentes concepciones sobre el hombre y la sociedad que constituyen el punto de partida de cada uno de los enfoques propios de la sociología en general, y de la sociología de la educación en particular. Este interés también se observa entre los referentes de la sociología de la educación actual, donde se destacan P. Bourdieu y B. Bernstein, quienes orientaron gran parte de su trabajo a construir modelos de análisis integradores, capaces de eliminar dos dilemas centrales de la teoría sociológica: por un lado, objetivismo vs. subjetivismo; y por otro, macro vs. micro. Ambos autores sostienen que, para dar cuenta de la complejidad del mundo social, hay que abandonar estas dicotomías, o falsos dilemas como los llama Bernstein (1990), y crear un aparato conceptual capaz de unir los dos términos. La teoría de P. Bourdieu intenta superar la oposición entre objetivismo y subjetivismo, mientras que la de B. Bernstein procura unir lo micro con lo macro. En capítulos posteriores desarrollaremos en detalle los principales aportes de ambos al análisis del fenómeno educativo. En este apartado solamente queremos hacer referencia, de manera muy general y sintética, a este aspecto clave de sus respectivas teorías: la integración de paradigmas que hasta hace poco se planteaban como opuestos. a) Pierre Bourdieu (1930-2002) Sostiene Bourdieu (1998) que su trabajo está guiado por la firme intención de superar la oposición entre objetivismo y el subjetivismo. Desde su punto de vista, el objetivismo, cuyo principal exponente es Durkheim, al centrarse en las estructuras objetivas, ignora el proceso
  • 58. social mediante el cual los actores participan en la construcción de esas estructuras y sobre la base de las cuales ellos actúan. A su vez, el subjetivismo, con el interaccionismo y la fenomenología a la cabeza, representa el mundo social basándose en los procesos de percepción, pensamiento y acción de los actores, ignorando las estructuras objetivas en las cuales esos procesos se producen. Los primeros ignoran la acción y el agente; los segundos ignoran las estructuras objetivas. Para evitar este dilema, Bourdieu pone el acento en las prácticas, a las que considera un producto de la relación dialéctica entre la estructura y la acción (Ritzer, 1999). Propone dos conceptos fundamentales para lograr su objetivo, el de habitus y el de campo. El habitus es el producto de la internalización de las estructuras. Comprende los esquemas mentales o cognitivos mediante los cuales los agentes producen sus prácticas y luego las perciben y las evalúan. El hábitus es producido, estructurado, por el mundo social y, a su vez, es un estructurador de ese mundo. Bourdieu lo describe como un sistema de disposiciones estructuradas y estructurantes, constituido por las prácticas y constantemente orientado al cumplimiento de fines prácticos (Bourdieu y Wacquant, 1995). El habitus se manifiesta en todas nuestras prácticas, funciona de manera inconsciente y escapa al control de la voluntad del agente. Se adquiere de manera tácita durante el proceso de socialización, gracias a la acción sistemática y duradera de diferentes agentes: familia, escuela, etc. El concepto de campo alude a “una red o configuración de relaciones objetivas entre posiciones. Estas posiciones se definen objetivamente en su existencia y en las determinaciones que imponen a sus ocupantes, ya sean agentes o instituciones, por su situación actual y potencial en la estructura de la distribución de las diferentes especies de poder (o de capital) -cuya posesión implica el acceso a las ganancias específicas que están en juego dentro del campo- y, de paso, por sus relaciones objetivas con las demás posiciones (dominación, subordinación, homología, etc.)”15. Debe quedar claro que, para Bourdieu, las relaciones que definen un campo son relaciones entre posiciones, no entre individuos; existen separadas de la conciencia o la voluntad colectiva y ejercen coacción sobre la conducta de los ocupantes de esas posiciones. En el mundo social se pueden distinguir diferentes campos, según el tipo de capital que está en juego. Cada campo tiene su lógica de funcionamiento propio y genera entre los agentes involucrados la creencia en la importancia de lo que está en juego y en las ventajas que implica participar en el juego. A partir de estos conceptos, Bourdieu construye su propuesta teórica, cuya orientación él define como ‘estructuralismo-constructivista o constructivismo-estructuralista’. Esto da cuenta de su esfuerzo por vincular ambos mundos, el objetivo y el subjetivo, aunque a menudo se sostiene que en su obra hay un sesgo marcadamente estructuralista (Ritzer, 1999). b) Basil Bernstein (1924-2001) Sobre la base de la sociología durkheimiana y de algunos elementos de la sociolingüística, Bernstein (1990) construye una teoría de la reproducción cultural cuya principal característica es que puede operar en varios niveles: institucional (macro); interaccional (micro); y de la conciencia del sujeto (subjetivo). Los conceptos propios de una teoría de este tipo, dice su autor, deben ser capaces de mantener unidos los diferentes niveles, permitir “leer lo macro en lo micro y lo micro en lo macro”16. Los conceptos centrales de la propuesta de Bernstein son los siguientes: código, clasificación y enmarcamiento. Sólo vamos a referirnos brevemente a ellos; en otro capítulo de este texto
  • 59. serán objeto de una exposición más detallada. Debemos aclarar que no es sencillo comprender el pensamiento de Bernstein, no sólo porque es bastante complejo, sino también porque su manera de expresarlo es considerablemente complicada. El código se define como un principio regulador de las experiencias del sujeto que se adquiere tácitamente durante el proceso de socialización. Un código no se enseña ni se aprende, se adquiere de manera latente a través del habla. Una vez adquirido, el código se constituye en un dispositivo de posicionamiento del sujeto; regula lo que uno piensa, el modo de ser, y cómo se ocupa el lugar en el que se está. Quien posee el código puede generar en toda ocasión, de manera espontánea, lo que vale como conducta aceptable en un contexto determinado. El código es un principio de selección e integración, dice Bernstein (1990); selecciona e integra significados, contextos y realizaciones. En el nivel micro el código selecciona e integra significados relevantes, contextos evocadores y formas de su realización. Al pasar del nivel micro (interaccional), al nivel macro (institucional), los significados se transforman en prácticas discursivas, los contextos en prácticas organizacionales y las realizaciones en prácticas de transmisión. Si nos trasladamos ahora al nivel subjetivo, tenemos lo mismo, pero bajo la forma de orientación del sujeto hacia los significados, prácticas interactivas especializadas y producciones textuales, respectivamente. La adquisición del código implica, para Bernstein, tener la posibilidad de identificar (‘reconocimiento’) los significados que son relevantes en un contexto determinado y poder comportarse adecuadamente en ese contexto (‘realización’). En otros términos, implica haber incorporado la ‘regla de reconocimiento’ y la ‘regla de realización’. La socialización exitosa se traduce, en definitiva, en que el sujeto es capaz de tener la conducta que se considera apropiada, legítima, en un contexto determinado, gracias al dominio de esas reglas, las cuales son inherentes a las diferentes modalidades del código. Bernstein alude a la conducta apropiada en términos de ‘producciones textuales’; es el ‘texto’ correcto en un sistema de interacción concreto, es decir, en un contexto. El concepto de clasificación es tomado por Bernstein de la obra de Durkheim sobre la división del trabajo en la sociedad. Se vincula con el poder: poder para definir categorías y establecer los límites y las relaciones entre ellas. La clasificación expresa los “límites o aislamientos entre categorías (agencias, agentes, recursos, discursos) creados, mantenidos y reproducidos por el principio de la distribución del poder de la división social del trabajo; principio que regula el posicionamiento de las categorías en una división del trabajo dada”17. Estas categorías pueden ser agencias, agentes, discursos, prácticas. Como la clasificación es una función de la distribución del poder, la fuerza de la clasificación refleja los principios de la división del trabajo y la naturaleza de la jerarquía; establece, en el nivel objetivo, el orden y quién es el dueño de ese orden, tanto dentro de un contexto como entre diferentes contextos. El concepto de enmarcamiento viene del interaccionismo simbólico y se relaciona con el control social. En toda división social del trabajo, las relaciones sociales que generan una determinada forma de contexto comunicativo, están sometidas a control. “El enmarcamiento se refiere al principio que regula las prácticas comunicativas de las relaciones sociales dentro de la reproducción de los recursos discursivos, es decir, entre transmisores y adquirentes”18. Provee el modo de realización de un discurso; regula la forma en que un mensaje será hecho público y la naturaleza de las relaciones que son inherentes a ese mensaje; provee, en síntesis,
  • 60. las reglas de realización. Éstas regulan la creación y producción de las relaciones internas especializadas de un contexto determinado. Por ahora creemos que basta con estas referencias para tener una aproximación a lo que Bernstein se propone respecto de la integración de los niveles micro y macro. A partir de los tres conceptos expuestos en los párrafos anteriores, él desarrolló una serie de modelos de análisis que aplica, primero, al proceso de transmisión cultural en la familia, y más tarde, al que se produce en las instituciones del sistema educativo formal, fundamentalmente las de nivel primario y secundario. Sobre esto último volveremos más adelante. 1 Encontramos una exposición detallada sobre los hechos sociales y la forma en que deben ser abordados científicamente en Durkheim (1985). 2 Durkheim, 1966, pág. 9. 3 Durkheim, 1966, pág. 10-11. 4 Durkheim, 1966, pág. 11-12. 5 Durkheim, 1966, pág. 16. 6 Durkheim, 1966, pág. 17. 7 Lerena, 1985, pág. 232 (las cursivas están en el original). 8 J. Carlos Agulla fue un pionero de la sociología de la educación en la Argentina. En 1969 publicó una obra destinada íntegramente a definir el objeto y la problemática de esta disciplina, Sociología de la educación. Su enfoque se enmarca dentro del funcionalismo imperante por ese tiempo en la sociología. 9 El concepto de habitus fue adoptado por Bourdieu (1981) de la sociología de Durkheim. 10 Agulla, Juan Carlos, 1969, pág.111-113. 11 Entendemos por ‘supuestos’ el conjunto de ideas sobre el hombre y la sociedad cuya validez no se pone en tela de juicio, se admite sin discusión como premisas de orden filosófico que sirven de base y punto de partida a la investigación. No son afirmaciones hipotéticas, sino verdades admitidas. 12 Schwartz y Jacobs, 1984, pág. 271. 13 13 Ritzer, 1999, pág. 290. 14 Quienes estén interesados en la temática del género, del racismo y la educación multicultural pueden consultar la bibliografía citada por Bonal (1998), y sus comentarios acerca de las producciones más relevantes. 15 Bourdieu y Wacquant, 1995, pág. 64. 16 Bernstein, 1990, pág 29. 17 Bernstein, 1990, pág. 146. 18 Bernstein, 1993, pág. 48.
  • 61. Capítulo III Transformación del individuo en un ser social y construcción de la realidad social Cualquiera sea el supuesto sobre el hombre y la sociedad que sostengan y la orientación teórica que adopten, los sociólogos coinciden en dos cuestiones fundamentales: por un lado, que la sociología estudia la vida social humana, los grupos, las sociedades; y por otro, que hacer sociología implica ‘poner entre paréntesis’ nuestras interpretaciones personales de la realidad y las evidencias de sentido común, para mirar cómo y en qué medida las fuerzas sociales determinan nuestras vidas y nuestras concepciones más profundas sobre el mundo en que vivimos (Giddens, 1995a). Aprender sociología ayuda a descubrir la ‘cara oculta de la realidad’ (Berger, 1967), a ver lo que está por detrás de lo que aparece, a desnaturalizar y cuestionar lo que se presenta como obvio a la mirada cotidiana. Por esto la sociología es considerada una ciencia subversiva y el sociólogo no puede eludir la autoreflexión. Los temas que vamos a desarrollar en este capítulo son fundamentales para iniciar ese proceso de ‘desnaturalización’ de lo dado, propio de la perspectiva sociológica. Ésta nos ayudará a descubrir, en primer lugar, que el hombre no es un ser social, sino que se hace social en virtud de procesos que la sociedad pone en funcionamiento con ese fin; y en segundo lugar, que la sociedad, si bien se nos presenta como una realidad dada (preexiste al individuo y lo sobrevive), debe su existencia a la continua interacción entre los miembros que la constituyen, en el marco de una determinada cultura que, a su vez, es creada, mantenida y recreada por esa interacción. Tres premisas de la sociología de Marx expresan esta dialéctica de la sociedad de manera muy clara: la sociedad es un producto humano; la sociedad es una realidad objetiva; el hombre es un producto social. Sobre la base de estas premisas desarrollaremos gran parte de los temas de este capítulo. Como veremos más adelante, cada una de ellas corresponde a uno de los tres momentos dialécticos en que se produce la construcción de la realidad social: externalización, objetivación e internalización. Una visión completa sobre dicha realidad, es decir, una visión que abandone las miradas reduccionistas propias del objetivismo y el subjetivismo, exige considerar los tres momentos (Berger y Luckmann, 1968). 1. Elementos constitutivos de la vida social: individuo, cultura y sociedad Antes de abordar el tema central de este capítulo, haremos una breve revisión de algunos conceptos de la sociología relacionados con los elementos constitutivos de la vida social y la forma en que ellos se vinculan entre sí: el individuo, la sociedad y la cultura. Los tres forman parte de una única realidad, la realidad social, que solamente se puede descomponer con fines analíticos. Hay que tener en cuenta que todas las ciencias del hombre trabajan con estos elementos; lo que difiere es la perspectiva desde la cual lo hacen. Las modernas ciencias del hombre han demostrado que el ser humano es, entre los seres vivos, el que nace más indefenso y el más inmaduro desde el punto de vista biológico. Los sociólogos asignan a esta peculiaridad de la naturaleza biológica del hombre una gran importancia, ya que determina la dependencia de éste respecto de otros hombres para su desarrollo como persona humana. Si a un bebé se lo aísla físicamente, no tiene ninguna
  • 62. posibilidad de subsistir; si se satisfacen sus necesidades físicas y fisiológicas, pero se lo priva de afecto y de contacto con otros individuos de su especie, no puede desarrollarse como un ser normal. De esta manera, la convivencia con otros seres humanos se convierte en un imperativo, no sólo para el desarrollo de sus estructuras biológicas y sus facultades mentales, sino también para el de su personalidad psicológica y social. La convivencia humana, la ‘situación social’ en la que un individuo es ‘arrojado’ al nacer, es para él lo que el agua es para el pez. A esa situación social el hombre la encuentra ya hecha, no tiene posibilidad de elegirla, y por algún tiempo, tampoco puede modificarla, al menos voluntaria y activamente, aunque sí puede hacerlo ‘pasivamente’ y de hecho lo hace, pues el mero hecho de que un nuevo miembro se incorpore a la situación, trae aparejados inevitablemente algunos cambios. Cuando él se convierta en un ‘actor social’, para lo cual deberá aprender las pautas culturales propias de su sociedad, su papel será diferente. Otra verdad de Perogrullo es que, si bien la situación social, la ‘sociedad’, es indispensable para el desarrollo del ser humano, la vida social no es posible sin la presencia de individuos socializados, es decir, de personas que ya han incorporado las pautas sociales y desarrollado los hábitos de conducta (roles) que su situación les exige. Aparentemente nos encontramos aquí frente al eterno dilema del huevo y la gallina, o sea, qué es lo primero, si el individuo socializado, o la situación social. Éste no es un dilema que a la sociología le interese dirimir, y tampoco podría hacerlo porque a las ciencias fácticas no les compete este tipo de cuestiones. Cualquiera que sea la forma en que el dilema sea resuelto, lo empíricamente válido es que la persona (el individuo socializado) y la sociedad no son dos entidades independientes, sino dos términos de una misma realidad. El tercer elemento constitutivo de la realidad social es la cultura. Todo lo que el hombre aprende como miembro de las diferentes estructuras sociales en las que participa forma parte de la cultura (desde las cosas aparentemente más naturales, como el control de esfínteres, el cuidado del propio cuerpo, la alimentación, etc., hasta el respeto por determinados símbolos, el cumplimiento de las normas y la adhesión a un sistema de valores). El único ser capaz de crear cultura es el ser humano; pero no el ser humano aislado, sino junto a otros, participando en un proceso de interacción continuo. La cultura se presenta para el sociólogo como un aparato normativo, es decir, como un conjunto de normas (usos, costumbres, leyes) que regulan el proceso de interacción social y, en medida variable, la conducta individual. Comprende también la totalidad de los conocimientos y creencias (ideas) que permiten a la persona definir la realidad (física, social, espiritual), y que dan sentido y contenido a las relaciones sociales. Sin esas reglas que rigen los comportamientos, y sin esas ideas sobre la realidad, todo proceso de interacción humana es impensable. La cultura es, en definitiva, un producto de la interacción humana; no forma parte de nuestra herencia genética, sino que se adquiere, se aprende, y se trasmite de una generación a otra en el curso de la vida social; es de naturaleza simbólica y es compartida, total o parcialmente, por los miembros de una misma sociedad. La vida social implica, por lo tanto, individuos socializados, relaciones sociales entre esos individuos y una cultura, es decir, un conjunto de normas, creencias y conocimientos compartidos (en medida variable según las sociedades), producidos durante el proceso de interacción, que se han estructurado y se trasmiten de una generación a otra mediante el proceso de socialización. Veamos en qué consiste este proceso, para desarrollar luego la forma en que se lo define desde diferentes perspectivas.
  • 63. 2. Socialización y educación Podríamos decir que el proceso de socialización constituye el núcleo de la sociología de la educación; conocer la naturaleza de este proceso y cómo se produce nos permite explicar la forma en que un individuo se incorpora a la sociedad y, también, de qué manera ésta garantiza su propia existencia. Según Dubet y Martucelli (1996), la socialización designa el doble movimiento por el cual una sociedad se dota de actores capaces de asegurar su integración y de individuos, de sujetos susceptibles de producir una acción autónoma. De entrada, ella se define por una tensión ubicada en el centro de diversos debates sociológicos que movilizan, a la vez, las representaciones del actor y las representaciones del sistema social. Sobre la base de un acuerdo inicial, que sostiene que la acción humana es producto de la socialización y que el individuo se afirma a sí mismo a medida que se diferencia socialmente, se pueden distinguir dos conjuntos de posturas teóricas sobre la socialización. Uno la define como interiorización normativa y cultural, y afirma la reversibilidad de la subjetividad de los actores y la objetividad del sistema. El otro privilegia el tema de la disociación entre el actor y el sistema. Cada uno de ellos sostiene representaciones diferentes del individuo y su capacidad de autonomía frente a la acción de la sociedad. En otras palabras, hay diferentes respuestas a la pregunta acerca de qué es la socialización, que parten de un acuerdo básico: la socialización es el mecanismo del que se vale la sociedad para producir y reproducir, de manera continua, su propia existencia; gracias a él la sociedad ‘fabrica’ sus miembros. La expresión ‘miembro de la sociedad’ alude al individuo socializado, cualquiera sea el término que se utilice para nombralo: ‘ser social’ (Durkheim); ‘actor social’ (Weber y los que adoptan su perspectiva); ‘agente social’ (Bourdieu); ‘persona social’ (los funcionalistas). Como podemos advertir, el término que se usa en cada caso, no es un mero rótulo; expresa una forma de concebir al individuo en la sociedad (y a la sociedad en el individuo) y, por lo tanto, una manera de ver el proceso que le permite llegar a formar parte de ella. A partir de aquí comienzan las divergencias y los debates. No vamos a adoptar aquí una respuesta particular a la pregunta planteada al comienzo; nos interesa solamente exponer esas respuestas con algún detalle y establecer qué las diferencian. Nos interesa también caracterizar el proceso de socialización, ver si se puede distinguir del proceso de educación y determinar qué ventajas tiene, o no, hacer tal distinción. Cuando en sociología abordamos el tema de la socialización, partimos de un supuesto fundamental: el hombre no nace social, sino que se hace, y logra este ‘hacerse social’ solamente si tiene oportunidad de entrar en contacto con otros hombres y establecer algún tipo de relación con ellos (verbal, gestual, virtual, la que sea). El estudio científico de niños que han vivido aislados durante sus primeros años de vida demuestra que el desarrollo de la totalidad de las estructuras biológicas del hombre se ve afectado, de manera irreversible, por ese aislamiento. Esos niños mostraban, en el momento de ser descubiertos, un deterioro físico e intelectual que resultó imposible de revertir, a pesar del tratamiento especial al que fueron sometidos. No lograron desarrollar el lenguaje, ni pudieron adquirir destrezas motoras elementales, ni aprendieron una serie de hábitos sociales que un niño, en condiciones normales, adquiere a los dos o tres años de edad.
  • 64. No es necesario acudir a estos casos extremos para advertir la importancia que tiene la convivencia para el desarrollo humano. Cada uno de nosotros ha tenido oportunidad de leer, por lo general en la crónica policial, acerca de niños que han sufrido algún tipo de privación. Dicha crónica da cuenta, con frecuencia, de la forma en que esa privación afecta el comportamiento del individuo en cuestión. Por otra parte, todos podemos observar a diario las diferencias en las conductas de niños provenientes de ambientes sociales distintos, es más, a partir de esas conductas podemos predecir, con cierto grado de certidumbre, a qué estrato social pertenecen. Estas experiencias cotidianas pueden servir para hacernos tomar conciencia de la forma en que la convivencia humana afecta el modo en que el individuo se comporta, sus actitudes frente a diferentes circunstancias y hechos, su manera de ver las cosas, su lenguaje, sus preferencias, su modo de vestir, etc., etc. Al nacer somos ‘arrojados’, como les gusta decir a algunos filósofos, en un medio social determinado. Este medio no es indiferente para nadie porque, de alguna manera, lo ‘marca’ a uno de manera inconfundible para toda su vida, y lo que es más importante aún, condiciona nuestras posibilidades objetivas de acceder a todo tipo de bienes sociales (educación, trabajo, ingresos, poder, prestigio, etc.) y disponer de mejores oportunidades en la sociedad. Con estas referencias sólo pretendemos destacar algo que todos experimentamos a diario sin reflexionar en ello: la importancia que tiene la sociedad para cada uno de nosotros. El ser humano es el resultado de una doble trasmisión, la biológica, que forma parte de la herencia genética, y la social, que se da gracias a la convivencia. Es precisamente mediante el proceso de socialización que adquirimos la herencia social, es decir, aprendemos la cultura y al mismo tiempo vamos madurando socialmente, lo cual nos permite reducir nuestra dependencia inicial, incorporar los valores y las metas de la sociedad y llegar a comportarnos como la sociedad espera que lo hagamos. La sociedad, por su parte, se asegura con esto su propia supervivencia. De lo anterior podemos deducir dos características definitorias del proceso de socialización. Una, que la socialización es un proceso social general, que tiene lugar cada vez que interactuamos con otros, cualquiera sea el carácter de esta interacción y el ámbito en el que tenga lugar (la familia, la escuela, el club, el colectivo, la cancha de football, etc., etc.), y se produce durante toda la vida. Otra, que el principal resultado de este proceso es una cierta ‘adaptación’ del individuo a la vida social, es decir, le permite participar activamente en ella de acuerdo, dentro de márgenes aceptables pero variables, a las pautas vigentes en esa sociedad. Nos preguntamos ahora si socializar a un individuo es lo mismo que educarlo. ¿Por qué los sociólogos usan indistintamente ambos términos para referirse al proceso de formación del ‘ser social’, el ‘actor social’, la ‘persona social’? Hemos visto al estudiar los clásicos que ellos no hacían ninguna distinción entre socialización y educación. En general, tampoco la hacen los sociólogos de la educación contemporáneos. ¿Es importante hacer esta distinción? ¿Qué ventajas nos aporta hacerla? Agulla (1969) sostiene que, desde un punto de vista analítico, es importante distinguir el proceso de socialización del proceso de educación. En su opinión, esta ambigüedad terminológica, que debemos fundamentalmente a Durkheim, ha conducido a la sociología de la educación a un callejón sin salida. Considera que una explicación adecuada de la formación de la ‘persona social’ exige distinguir ambos procesos y establecer claramente cuáles son las diferencias entre ellos. Agulla intenta mostrar que el proceso educativo tiene
  • 65. algunas peculiaridades que no se dan en el proceso de socialización, y destaca la importancia que tiene, siempre desde un punto de vista estrictamente analítico, tener en cuenta esas peculiaridades. Hemos dicho antes que Agulla, al menos en la obra citada1 , adopta una perspectiva puramente funcionalista. Desde allí define a la educación como un proceso especial de formación de la ‘persona social’, dado por la comunicación de contenidos culturales, de un educador a un educando (relación educativa), con vistas al logro de un objetivo o un fin determinado. El resultado de este proceso es la transformación de la ‘persona social’ en una dirección determinada, la que fijan los fines definidos por el sistema educativo, o los que se propone la agencia educativa de que se trate (familia, escuela, iglesia). En consecuencia, según esta definición, para que exista un proceso educativo (y no un mero proceso de socialización) deben darse determinadas condiciones.  Ejercicio de los roles de educador y educando, es decir, se debe poder identificar quién es el que enseña y quién el que aprende. Esto no ocurre en la socialización; aquí cada individuo desempeña ambos roles, ninguno de los participantes en la situación se propone ejercer una influencia determinada sobre el otro, las influencias son recíprocas.  Quien ejerce el rol de educando es un ser ‘socialmente inmaduro’, por lo general niños, adolescentes o jóvenes, que se disponen (o son obligados) a adquirir determinados contenidos culturales que se consideran necesarios. Más específicamente, la relación educativa es una relación entre alguien que sabe algo, y alguien que no sabe, es decir, es una relación asimétrica desde este punto de vista. El que sabe tiene sobre el otro un cierto poder, dado por su dominio de determinados contenidos, y una cierta autoridad, dada no sólo por lo que sabe, sino también por la función que la sociedad le asigna, es decir, porque ejerce un mandato institucional.  Es un proceso institucional, donde se da, como hemos dicho, una función manifiesta de enseñar y aprender. Es decir, a un actor concreto que ocupa la posición de maestro la institución le asigna la función de comunicar contenidos culturales (enseñar), y a otro, que ocupa la posición de alumno, le asigna la función de adquirir esos contenidos (aprender). La comunicación y el aprendizaje de esos contenidos es consciente, intencional, y está orientada al logro de un conjunto definido de objetivos. Según Agulla, estas serían las características que permiten identificar a la educación como fenómeno y como proceso social. Por lo tanto, siempre que se dan estas condiciones podemos hablar de una relación educativa (desde la perspectiva sociológica). Esa relación adquiere diferentes formas según el momento histórico (no era lo mismo en la Edad Media que en la Edad Moderna), según la sociedad de que se trate (la educación en Argentina es diferente que en China), según la clase social (la educación de las clases altas no es la misma que la de las clases bajas) y según el espacio geográfico en que se da (no es igual en las zonas rurales que en las urbanas). Para Agulla estas serían las variables diferenciales del proceso educativo, es decir, los factores que condicionan la relación educativa, y por lo tanto, el desarrollo del proceso. El Cuadro nº 1 resume lo que acabamos de afirmar. Cuadro nº 1: Características diferenciales de los procesos de socialización y de educación
  • 66. Al definir a la educación de esta manera, Agulla, dentro de la misma orientación que Durkheim, se aparta de éste en varios sentidos. En primer lugar, distingue la educación de la socialización; una es un proceso especial, la otra un proceso general, no intencional, latente. Segundo, la sociedad como tal no cumple funciones educativas; como la educación es un proceso intencional y voluntario, solamente educan personas concretas a quienes se ha asignado ese papel en determinadas instituciones: los maestros, los padres, los sacerdotes, etc. Tercero, la educación no es la acción ejercida por una generación sobre otra, como sostenía Durkheim. Para Agulla, el concepto de generación no es apropiado en este caso porque se trata de una categoría histórica y no sociológica, y además, porque una generación no cumple su función social de forma manifiesta sino latente. Nos parece pertinente exponer aquí la distinción que hace Mannheim (1966) entre educación, instrucción y enseñanza. Desde su punto de vista, la confusión entre estos términos es frecuente y da lugar a confusiones en la discusión. Para Mannheim, la instrucción representa únicamente la transmisión de información; aquí el énfasis se pone sobre la materia o la cuestión que presenta el instructor, y se parte del supuesto de que éste domina el contenido de lo que se propone transmitir. El concepto de instrucción nada dice acerca de la relación entre el que transmite y el que recibe, ni sobre lo que éste hace con el contenido que recibe. La enseñanza, por su parte, hace hincapié en la relación entre dos personas: el maestro y el alumno. Implica que el maestro se interesa por el proceso de aprendizaje de sus alumnos y la necesidad de que éstos aprendan, que traten de seguir lo que se les enseña, de forma que el maestro pueda estar seguro de que el contenido ha sido efectivamente entendido y aprendido. “Es de esperar que la importancia en este intercambio recaiga, ahora, sobre el maestro, lo que tiene que decir y cómo lo dice, y también sobre el alumno, su desarrollo en comprender y su iniciativa mental para captar y transformar cuanto se le presenta”2 . La educación alude a un proceso en el cual “una personalidad actúa sobre la otra con el fin de modificar el desarrollo de esta última. Es decir que el proceso no es solamente consciente, sino deliberado, para el educador que tiene la intención claramente advertida, de dar forma y modificar el desarrollo del alumno”3 . Como podemos apreciar, la educación comprende una
  • 67. relación entre dos personalidades y un espectro de influencias más amplio, que van más allá de la mera instrucción o de la pura enseñanza. La sociología se ocupa estrictamente del análisis y la explicación del proceso educativo, no de la instrucción o de la enseñanza; esto le compete a otras disciplinas. 3. Diferentes perspectivas sobre el proceso de socialización Decíamos antes que la pregunta sobre qué es el proceso de socialización se puede responder de varias maneras. Según la corriente de pensamiento a la cual adhieran, los sociólogos consideran al proceso de socialización como proceso de ‘internalización’, ‘interiorización’, ‘aprendizaje’, ‘adquisición’, etc., de la cultura. Más allá del término que se emplee, la socialización, en realidad, implica todo eso. Es un proceso complejo que nos afecta a todos de manera continua desde el momento del nacimiento hasta la muerte y se da cada vez que establecemos un contacto o una comunicación con otros. La socialización es el recurso del que se vale la sociedad para que incorporemos sus pautas, las aceptemos y nos comportemos de acuerdo a ellas. Sin este aprendizaje, cada uno de nosotros no podría desarrollarse plenamente como persona humana, ni actuar en la sociedad. Los diferentes tipos de respuesta a la pregunta planteada están asociados de manera estrecha a las dos grandes orientaciones del pensamiento sociológico que hemos visto en un capítulo anterior: el objetivismo y el subjetivismo. En su versión extrema, estas orientaciones implican una visión reduccionista que no da cuenta de toda la realidad social. 3.1. Perspectiva objetivista Este punto de vista está representado por el funcionalismo durkheimiano. Conviene acudir a las palabras de Durkheim para adquirir una idea exacta de cómo se considera el proceso de socialización desde esta perspectiva (recordemos que para él educación y socialización son sinónimos). Dice Durkheim: “la educación es la acción ejercida por las generaciones adultas sobre las que no están aún maduras para la vida social. Tiene por objeto suscitar y desarrollar en el niño determinado número de estados físicos, intelectuales y morales que reclaman de él, por un lado, la sociedad política en su conjunto, y por el otro, el medio especial al que está particularmente destinado [...] De la definición que precede resulta que la educación consiste en una socialización metódica de la joven generación. En cada uno de nosotros, puede decirse, existen dos seres que, aunque sean inseparables salvo por abstracción, no dejan de ser distintos. Uno está hecho de todos los estados mentales que sólo se refieren a nosotros mismos y a los acontecimientos de nuestra vida personal: es el ser individual. El otro es un sistema de ideas, de sentimientos y de hábitos que expresan en nosotros, no nuestra personalidad, sino el grupo o los grupos diferentes de que formamos parte; tales son las creencias religiosas, las creencias y las prácticas morales, las tradiciones nacionales o profesionales, las opiniones colectivas de toda clase. Su conjunto forma el ser social. Construir ese ser en cada uno de nosotros, tal es el fin de la educación. [...] ...dicho ser social no sólo no ha sido totalmente hecho en la constitución primitiva del hombre; tampoco ha resultado de un desarrollo espontáneo. Espontáneamente, el hombre no estaba inclinado a someterse a una autoridad política, a respetar una disciplina moral, a consagrarse a algo y a sacrificarse. [...] Es la propia sociedad que, a medida que se fue formando y consolidando, fue sacando de su propio seno esas grandes fuerzas morales ante las cuales el hombre sintió su inferioridad. [...] La sociedad se encuentra pues, en cada nueva generación, en presencia de una tabla casi rasa sobre la cual debe construir con nuevos esfuerzos. Es necesario que, por las vías más rápidas, agregue, al ser egoísta y asocial que acaba de nacer, otro capaz de llevar una vida moral y social. Tal es la obra de la educación, y percibimos toda su grandeza. [...] En el hombre -al contrario de los animales- las aptitudes de toda clase que supone la vida social son demasiado complejas para poder encarnarse, de algún modo, en nuestros tejidos y materializarse bajo la forma de predisposiciones orgánicas. De ahí que no puedan trasmitirse de una generación a otra por vía de la herencia. La trasmisión se hace por la educación. [...] En tanto que mostramos la sociedad
  • 68. moldeando, de acuerdo a sus necesidades, a los individuos, podría parecer que éstos sufrirán, en consecuencia, una insoportable tiranía. Pero, en realidad, ellos mismos están interesados en esa sumisión; porque el nuevo ser que la acción colectiva, por medio de la educación, edifica así en cada uno de nosotros, representa aquello que hay de mejor en nosotros, lo que hay en nosotros de propiamente humano. El hombre, en efecto, no es un hombre sino porque vive en sociedad”4 . Desde el punto de vista de Durkheim, una socialización exitosa implica la interiorización de las pautas, las normas y los valores que son significativos para la sociedad. Del texto citado, se desprenden las ideas durkheimianas fundamentales sobre el proceso de socialización: i) El individuo desempeña un papel pasivo en ese proceso; recibe la acción que otros ejercen sobre él. Esta recepción es posible gracias a la predisposición que todo ser humano tiene hacia la socialidad. ii) Es un proceso que comienza en el momento en que el individuo nace, y dura toda su vida. iii) El agente encargado de la trasmisión de la cultura es la ‘sociedad’, a través de las ‘generaciones que están maduras para la vida social’. La sociedad es una realidad por sí misma, independiente de los individuos que la componen, y se impone a éstos de manera inevitable. iv) El individuo se encuentra siempre subordinado a la sociedad y determinado por ella. Al querer lo que la sociedad quiere, el hombre se quiere a sí mismo; sin la existencia de la sociedad, el ser humano queda reducido a la condición de animal. v) El resultado del proceso de socialización es la adaptación del individuo a la vida del grupo, o los grupos, de los cuales forma parte. Debe aceptar las pautas de la sociedad y comportarse de acuerdo a ellas, de lo contrario, el único que se perjudica es él, ya que debe sufrir las consecuencias de su conducta antisocial. vi) La importancia de los valores y sus implicaciones de tipo moral. Los valores tienen una existencia objetiva, trascienden las conciencias individuales y determinan todas las relaciones sociales. Lo que más impacta de la concepción durkheimiana es el determinismo. Si pensamos en nuestra experiencia social, no podemos dejar de reconocer la enorme influencia que la sociedad ejerce sobre nuestro comportamiento: la forma en que hablamos, lo que nos gusta, lo que queremos, lo que pensamos y sentimos, etc., etc., está condicionado en gran medida por los grupos a los cuales pertenecemos (la familia, los amigos, la escuela, el trabajo, etc.). Ni siquiera la percepción sensorial y el producto de nuestra imaginación, algo que pareciera totalmente subjetivo, escapa al condicionamiento social. Sin duda, Durkheim ha puesto en evidencia hechos indiscutiblemente válidos, pero se ha quedado con un aspecto de la verdad, ya que no ha tenido en cuenta, al menos explícitamente, la posibilidad que tiene la persona humana de crear, de innovar, de desviarse de las pautas establecidas, en suma, de ejercer su libertad. 3.2. Perspectiva subjetivista Encontramos en el interaccionismo simbólico, y también en la fenomenología social, la expresión más clara de esta postura teórica. Al contrario de la perspectiva objetivista, interaccionitas y fenomenólogos insisten en el papel activo del sujeto en el proceso de socialización: la fenomenología, al considerar que la sociedad es una construcción social y afirmar que la acción social responde a la intencionalidad del sujeto, y no exclusivamente al condicionamiento de las estructuras; el interaccionismo, por su parte, al insistir en la posibilidad que tiene el individuo de interpretar los significados y los signos, de crear otros nuevos, y de optar por dar una respuesta diferente a la esperada o pautada. Ambos admiten
  • 69. la autonomía del actor frente a la estructura y su capacidad para actuar de acuerdo al significado que cada uno le otorga a la situación. En una palabra, el paradigma interaccionista permite rechazar la discutible conclusión del objetivismo, según la cual, el condicionamiento estructural puede llevar al actor a actuar en contra de sus propias disposiciones e intereses. El proceso de socialización constituye un tema fundamental para el interaccionismo. Los principales aportes en este sentido se deben a George Mead (1953). Su obra póstuma, Espíritu, Persona y Sociedad, es un punto de referencia ineludible a la hora de abordar esta temática. La importancia de Mead para la formulación de una teoría sociológica del proceso de socialización reside en su concepción de la ‘persona’ (self) y el ‘espíritu’ (mind) como emergentes sociales, y sus ideas sobre el mecanismo mediante el cual se constituyen, es decir, la interacción comunicativa mediante el gesto vocal y el lenguaje. En el pensamiento de Mead, la persona es una pura abstracción sin la sociedad. Pero a su vez, la sociedad no puede existir sin las personas. Según Mead, la persona en cuanto tal es lo que hace posible la sociedad distintivamente humana. Es verdad que cierta clase de actividad cooperativa precede a la persona. Es preciso que haya alguna organización indefinida en que los distintos organismos trabajen juntos y que exista esa clase de cooperación en la que el gesto del individuo pueda convertirse para él en un estímulo de la misma clase que el estímulo para la otra forma, a fin de que la conversación de gestos pueda incorporarse a la conducta del individuo. Tales condiciones están presupuestas en el desarrollo de la persona. Pero cuando la persona se ha desarrollado, entonces se obtiene una base para la evolución de una sociedad distinta en su carácter de la sociedad animal. El principio básico para la organización social humana es el de la comunicación que implica participación en el otro. Esto requiere la aparición del otro en la persona, la identificación del otro con la persona, la obtención de la conciencia a través del otro. Esta participación es posibile gracias al tipo de comunicación que el animal humano está en condiciones de llevar a cabo, un tipo de comunicación distinta del que tiene lugar entre otras formas que no poseen ese principio en sus sociedades. Ahora bien, dada la dependencia mutua entre la ‘persona’, el self, y la sociedad ¿cómo se explica la formación de la persona? Para Mead, la persona es, en primer lugar, un resultado de la convivencia humana; ella surge de la experiencia social, del proceso de interacción con otros, de las relaciones del individuo con ellos y con la situación que se crea durante ese proceso. La característica básica de la persona es la posibilidad de constituirse en objeto de pensamiento o de reflexión para sí misma, es decir, de observarse a sí misma de la misma manera que pueden observarla otros. Y esto puede ocurrir solamente porque la sociedad ha desarrollado gradualmente en el individuo la capacidad para asumir el papel del otro y de orientar su comportamiento en función de las expectativas del otro. Veamos cómo se produce ese desarrollo. Mead divide analíticamente a la persona en dos componentes, el Yo y el Mí. El Yo representa las características espontáneas, únicas, naturales de cada individuo; es el que genera las respuestas libres y sin trabas a las conductas de los otros. El Mi en cambio, actúa como un censor del Yo; es el componente social de la persona, el encargado de controlar las respuestas del Yo. Representa las demandas de la sociedad internalizadas por el individuo y la conciencia que éste tiene de esas demandas. El Yo se desarrolla primero; el Mí lleva más tiempo, porque supone el aprendizaje de las expectativas y las reglas de la sociedad.
  • 70. Para Mead hay una gran diferencia entre las demandas y expectativas de aquellos con quienes el individuo tiene una relación personal estrecha, y cuyos juicios son importantes para él, y las demandas impersonales de la sociedad. Las primeras son las demandas del ‘otro significante’, las segundas corresponden a las demandas del ‘otro generalizado’. El ‘otro generalizado’ es un concepto que designa los valores y las reglas morales reinantes en la cultura en la cual el niño se está desarrollando (Giddens, 1995). El ‘otro significante’, en cambio, es un concepto que alude a una persona concreta (no es una abstracción), aquella que se ocupa de manera directa del cuidado del niño y tiene para él una significación afectiva particular (los padres, en condiciones de socialización normales, o una enfermera si el niño está hospitalizado por un tiempo prolongado, etc.). El niño aprende primero a responder a las demandas del otro significante y, paulatinamente, a medida que sus procesos de interacción se hacen más complejos y se alejan paulatinamente del círculo de sus contactos primarios, aprende a responder a las demandas del otro generalizado. El desarrollo de la persona se produce en etapas. La primera es la etapa de la imitación. Aquí el niño copia, imita lo que hacen los adultos. Por ejemplo, la niña juega con las cacerolas que su madre utiliza para cocinar; el niño lo hace con las herramientas mientras su padre repara el auto, etc. Aún no tiene una concepción real de sí mismo como ser independiente y separado del otro. La segunda etapa es la del juego: el niño actúa creativamente adoptando los roles de los otros. Él pretende que es el papá, el médico o el cartero; dicho de otra forma, juega los roles de cualquiera de estos personajes, pero es conciente de que él es alguien diferente de su padre, el médico o el cartero. Aquí comienza a verse a sí mismo como un objeto social. Es en esta etapa que se inicia el desarrollo del Mi; pero todavía no ve este juego de roles como una necesidad social, simplemente se limita a jugar los roles de la vida social. La tercera etapa, que Mead denomina etapa del deporte, corresponde al verdadero desarrollo del Mí. El niño asume (más que juega) el rol del otro en una situación social, teniendo real conciencia de la importancia de él para el grupo y de la del grupo para él. La analogía con el deporte hace alusión a una conducta compleja que requiere la participación en un juego organizado, sujeto a reglas, donde el jugador debe ajustar permanentemente su conducta a las necesidades del equipo y a las situaciones específicas que surgen en el juego. Sobre todo, debe respetar ese conjunto impersonal de demandas y expectativas que constituyen las reglas del juego. En este momento se puede afirmar que el niño está respondiendo a las demandas del otro generalizado, es decir, de la comunidad organizada, en definitiva, de la sociedad. De esta manera la sociedad ejerce control sobre la conducta de sus miembros, un control que es necesario para la supervivencia de la misma sociedad; ésta se crea por la colaboración de todos, pero no está fundada apriorísticamente sobre una solidaridad general, existente de hecho, como pensaba Durkheim. Como en el deporte, las reglas de la vida social deben ser conocidas, compartidas y respetadas por todos, de lo contrario el juego no funciona. Sobre la base de la ‘persona’ (self), emerge el ‘espíritu’ (mind), la inteligencia reflexiva del animal humano. Ésta se define como la capacidad para reflexionar sobre la propia conducta en términos de sus consecuencias futuras, sobre la base de la experiencia pasada. La función del ‘espíritu’ es valorar las líneas alternativas de comportamiento que se pueden asumir en cada situación; representa la capacidad de individualizar y definir los aspectos a los cuales puede referirse la conducta a través del uso de los símbolos, especialmente lingüísticos, sobre los que se funda la interacción. Para Mead, el lenguaje juega un papel crucial en la formación de la ‘persona’ y del ‘espíritu’;
  • 71. es el medio por el cual los individuos pueden indicarse mutuamente cómo serán sus reacciones a los objetos, y de ahí, cuáles son las significaciones que se atribuyen a esos objetos. No es un mero sistema de reflejos condicionados. La conducta racional involucra siempre una referencia reflexiva a la persona. El lenguaje es el mecanismo por excelencia de la comunicación simbólica; le permite al individuo señalar a los otros, y a sí mismo, las significaciones de las cosas, en base a lo cual cada uno puede prever los cursos de acción más adecuados y evaluar sus resultados. La comunicación simbólica es posible porque el significado de los símbolos es compartido por los individuos socializados en un mismo contexto cultural. Esto supone que el símbolo genera en el otro las mismas representaciones, actitudes y reacciones que genera en uno mismo. Del planteo de Mead se desprende claramente que el proceso de socialización es un proceso donde el individuo tiene un papel activo: él interpreta el significado de la situación que se crea por el proceso de interacción. Al hacerlo, no se limita a responder a las expectativas de rol correspondientes a esa situación y conformarse a ellas, sino que crea activamente sus propios esquemas de respuesta (roles) y recrea de esta manera la situación. Por lo tanto, no hay un determinismo cultural y social de la conducta como afirma el objetivismo. Las normas y valores, si bien son compartidos, no son mecánicamente eficaces en la determinación de la conducta. Para el subjetivismo, el comportamiento humano no es un mero reflejo de la estructura social, sino un resultado de la forma en que el sujeto interpreta la situación y responde a ella. 3.3. Perspectiva integradora Hemos visto que tanto el objetivismo como el subjetivismo acentúan un aspecto del proceso de socialización y, al hacerlo, dejan de lado facetas importantes del mismo, lo que da lugar, en ambos casos, a la afirmación de verdades parciales. Un intento por superar las limitaciones de estos enfoques se encuentra en la obra de P. Berger y T. Luckmann (1968), La construcción social de la realidad. En este trabajo, que se puede considerar clásico y de lectura obligatoria en sociología, los autores hacen una descripción fenomenológica de la forma en que se construye el mundo social, integrando los puntos de vista de Durkheim, Weber y Marx, del interaccionismo simbólico -en especial la visión de G. Mead- y de la fenomenología social de A. Schutz. La cita que sigue expresa claramente el pensamiento de los autores sobre este punto: “ya que la sociedad existe como realidad tanto objetiva como subjetiva, cualquier comprensión teórica adecuada de ella debe abarcar ambos aspectos. Como ya sostuvimos anteriormente, estos aspectos reciben su justo reconocimiento si la sociedad se entiende en términos de un continuo proceso dialéctico compuesto de tres momentos: externalización, objetivación e internalización. En lo que se refiere a los fenómenos de la sociedad, estos momentos no deben concebirse como si ocurrieran en una secuencia temporal: más bien los tres caracterizan simultáneamente a la sociedad y a cada sector de ella, de manera que cualquier análisis que se ocupe sólo de uno o de dos de ellos no llena su finalidad. Lo mismo puede afirmarse del miembro individual de la sociedad, que externaliza simultáneamente su propio ser y el mundo social y lo internaliza como realidad objetiva”5 . Para Berger y Luckmann es claro que el hombre no nace social, lo que posee es una predisposición hacia la socialidad, gracias a la cual puede convertirse en miembro de sociedad. Existe en la vida de todo individuo una secuencia temporal en el curso de la cual cada uno de nosotros es inducido a participar en la dialéctica de la sociedad. “El punto de partida de este proceso lo constituye la internalización: la aprehensión o interpretación inmediata de un
  • 72. acontecimiento objetivo en cuanto expresa significado, o sea, en cuanto es una manifestación de los procesos subjetivos de otro que, en consecuencia, se vuelven significativos para mí [...] Más exactamente, la internalización, en este sentido general, constituye la base, primero, para la comprensión de los propios semejantes y, segundo, para la aprehensión del mundo en cuanto realidad significativa y social. [...] Esta aprehensión no resulta de las creaciones autónomas de significado por individuos aislados, sino que comienza cuando el individuo ‘asume’ el mundo en que ya viven otros. Por cierto que el ‘asumir’ es de por sí, en cierto sentido, un proceso original para todo organismo humano, y el mundo, una vez ‘asumido’, puede ser creativamente modificado o (menos probablemente) re-creado. Sea como fuere, en la forma compleja de la internalización, yo no sólo ‘comprendo’ los procesos subjetivos momentáneos del otro: ‘comprendo’ el mundo en que él vive, y ese mundo se vuelve mío”6 . Una vez que el individuo ha llegado a este grado de internalización recién puede considerárselo miembro de una sociedad. A este proceso ontogenético Berger y Luckmann lo llaman socialización y lo definen como la inducción amplia y coherente de un individuo en el mundo objetivo de una sociedad o en un sector de él. Este proceso de ‘inducción’ comienza con el nacimiento y dura toda la vida; se distinguen en él dos etapas claramente diferenciables, la socialización primaria y la socialización secundaria. a) Socialización primaria Por las condiciones en que se produce, esta etapa de la socialización del individuo es fundamental. El niño al nacer se encuentra con una estructura social próxima, generalmente su familia. Pero, además, se encuentra con un mundo social objetivo, es decir, una estructura social más amplia a la cual debe incorporarse. La socialización primaria se desarrolla en la estructura social próxima y tiene las siguientes características:  Mediatización del mundo por el ‘otro significante’. El primer contacto del niño con el mundo social no se produce de manera directa, sino a través de la estructura social doméstica en la cual es colocado al nacer. Aquí juegan un papel fundamental los ‘otros significantes’, que se encargan de mediatizar el mundo para él y lo modifican en el curso de esa mediatización. Éstos seleccionan aspectos del mundo según la posición que ocupan dentro de la estructura social y también en virtud de sus idiosincrasias individuales, biográficamente arraigadas. El mundo social aparece ‘filtrado’ para el individuo a partir de esta doble selección. De esa manera el niño de clase baja no sólo ‘internaliza’ el mundo social con una perspectiva de clase baja, sino que lo ‘internaliza’ con la coloración idiosincrásica que le han dado sus padres (o cualquier otro individuo encargado de su socialización primaria).  Importancia de los factores afectivos. La socialización primaria comporta una gran carga emocional. Hay una adhesión emocional a los ‘otros significantes’ y una verdadera identificación con ellos. Sin esa identificación, la internalización sería muy difícil, o casi imposible. Al identificarse con los otros significantes, no sólo acepta sus roles y actitudes, el mundo de ellos, sino que se identifica a sí mismo. La primera imagen que el niño tiene de sí mismo es la imagen que los ‘otros significantes’ tienen de él. El niño se ve como lo ven los ‘otros significantes’, se define a sí mismo como lo definen ellos. Esta es la idea del yo como entidad refleja que Berger y Luckmann toman del interaccionismo. Él llega a ser lo que los ‘otros significantes’ lo consideran. Este proceso no es mecánico ni unilateral; implica una dialéctica entre la “identidad objetivamente atribuida y la identidad subjetivamente asumida”.  Inevitabilidad del mundo social. De la misma manera que nadie puede elegir a sus padres, el niño no tiene ninguna posibilidad de elegir a sus ‘otros significantes’, no tiene más alternativa que aceptar los que le tocaron, tal como ellos son. También se ve obligado a aceptar las reglas de juego que imponen los adultos. Por lo tanto, el mundo social que le
  • 73. presentan los ‘otros significantes’ es el único que existe para él; no puede concebir otro, es el mundo. Por eso el mundo de la infancia se implanta con tanta fuerza en la conciencia del sujeto. Como dicen Berger y Luckmann, la socialización primaria logra lo que (retrospectivamente, por supuesto) puede considerarse como el más importante truco para inspirar confianza que la sociedad le juega al individuo con el fin de dar apariencias de necesidad a lo que, de hecho, es un montón de contingencias y así volver significativo el accidente de su nacimiento.  Relevancia del lenguaje. Por medio del lenguaje el niño internaliza las definiciones de la realidad que se han institucionalizado. Además aprende los rudimentos del aparato legitimador, es decir, el por qué las cosas son lo que son y por qué hay que comportarse de una manera y no de otra.  Definición social y condicionamiento biológico de las secuencias del aprendizaje. Cada sociedad define qué debe aprender un niño a una edad determinada. Define también qué aprendizajes son apropiados para los niños y cuáles para las niñas; qué cosas aprende un niño de clase alta y cuáles uno de clase baja, etc. Pero, además, la definición social de esas secuencias está condicionada biológicamente. Para ciertos aprendizajes cuenta la madurez neuromotora y psicológica del individuo. Por ejemplo, no se puede exigir a un niño de un año que se comporte en la mesa como uno de cuatro, ni que use los cubiertos, porque sencillamente no puede hacerlo.  Formación dentro de la conciencia del ‘otro generalizado’. Al comienzo el niño asocia los roles y las actitudes a la persona del ‘otro significante’. A medida que crece, los va abstrayendo progresivamente hasta convertirlos en roles y actitudes en general. Berger y Luckmann ilustran esto con un ejemplo: en la internalización de normas existe una progresión que va desde “mamá está enojada conmigo ahora porque derramé la sopa”, hasta “mamá se enoja conmigo cada vez que derramo la sopa”. A medida que ‘otros significantes’ adicionales (padre, abuela, hermana mayor, etc.) apoyan la actitud negativa de la madre con respecto a derramar la sopa, la generalidad de la norma se extiende subjetivamente. El paso decisivo viene cuando el niño reconoce que todos se oponen a que derrame la sopa y la norma se generaliza como “Uno no debe derramar la sopa”, en la que ‘uno’ es él mismo como parte de la generalidad que incluye, en principio, todo aquello de la sociedad que resulta significativo para el niño. Esta abstracción de los roles y actitudes de otros significantes concretos se denomina ‘otro generalizado’. Su formación en la conciencia significa que ahora el individuo se identifica no sólo con otros concretos, sino con una generalidad de otros, o sea, con una sociedad. Solamente en virtud de esta identificación generalizada logra estabilidad y continuidad su propia autoidentificación. La socialización primaria concluye cuando el individuo ha logrado la formación, dentro de su conciencia, del ‘otro generalizado’. A esta altura ya es miembro efectivo de la sociedad y está en posesión subjetiva de un Yo y un mundo. Al mismo tiempo que se produce el establecimiento subjetivo de una realidad coherente y continua (la sociedad), se cristaliza, en el mismo proceso de internalización, la identidad de la persona. Esta cristalización se corresponde con la internalización del lenguaje. Éste constituye el contenido más importante y el instrumento por excelencia de la socialización. b) La socialización secundaria El individuo puede iniciar esta etapa cuando ha formado en su conciencia el concepto de ‘otro generalizado’. Ninguna sociedad, y menos aún las sociedades modernas con gran
  • 74. división del trabajo y distribución del conocimiento, puede prescindir de la socialización secundaria. Este tipo de socialización correspondería a lo que vimos como proceso de educación en Agulla. Berger y Luckmann la definen como la internalización de submundos institucionales o basados sobre instituciones. El alcance y las características de este proceso dependen de la complejidad de la división del trabajo y la distribución concomitante del conocimiento especializado. “Podemos decir que la socialización secundaria es la adquisición del conocimiento específico de roles, estando éstos directa o indirectamente arraigados en la división del trabajo. [...] La socialización secundaria requiere la adquisición de vocabularios específicos de roles, lo que significa, por lo pronto, la internalización de campos semánticos que estructuran interpretaciones y comportamientos de rutina dentro de un área institucional. Al mismo tiempo también se adquieren comprensiones tácitas, evaluaciones y coloraciones afectivas de estos campos semánticos. Los submundos internalizados en la socialización secundaria son generalmente realidades parciales que contrastan con el mundo de base adquirido en la socialización primaria. Sin embargo, también ellos constituyen realidades más o menos coherentes, caracterizadas por componentes normativos y afectivos a la vez que congnoscitivos”7 . A diferencia de la socialización primaria, en el proceso de socialización secundaria pierde importancia la figura del otro significante, la carga emocional disminuye y el mundo que se internaliza aparece con una inevitabilidad subjetiva mucho menor. Las secuencias del aprendizaje no están condicionadas biológicamente, sino que se establecen en términos de las propiedades intrínsecas del conocimiento que ha de adquirirse, o en función de los intereses creados de quienes manejan el cuerpo de conocimiento correspondiente. En este caso, se otorga prestigio a determinados roles y se hace más difícil el acceso a su ejercicio. Las realidades que se internalizan en la socialización secundaria no son experimentadas por el sujeto como algo familiar e inevitable, por lo tanto, para hacerlas familiares, es necesario acudir a técnicas pedagógicas específicas. Estas técnicas permiten al maestro hacer que los contenidos sean vívidos, relevantes e interesantes. Dicen Berger y Luckmann que cuanto más logren estas técnicas volver subjetivamente aceptable la continuidad entre los elementos originarios del conocimiento (incorporados durante la socialización primaria) y los elementos nuevos, más prontamente adquirirán estos últimos el acento de realidad que caracteriza a los primeros. La adquisición de una segunda lengua, por ejemplo, muestra claramente cómo el nuevo aprendizaje se construye sobre la base de la realidad familiar de la lengua materna. Antes de llegar a pensar en otro idioma, cada elemento de éste se traduce continuamente a la lengua propia. Berger y Luckmann afirman que debido a la gran complejidad estructural de las sociedades modernas existen sistemas sumamente diferenciados de socialización secundaria, ajustados a los requerimientos diferenciales de las diversas categorías de elencos institucionales. “La distribución institucionalizada de tareas entre la socialización primaria y la secundaria varía de acuerdo con la complejidad de la distribución social del conocimiento. En tanto resulte relativamente sencilla, el mismo organismo institucional puede pasar de la socialización primaria a la secundaria, y realizar, en gran medida, la segunda. En los casos de gran complejidad, tendrán que crearse organismos especializados en socialización secundaria, con un plantel exclusivo y especialmente adiestrado para las tareas educativas de que se trate”8 . 4. Construcción y mantenimiento del orden social El desarrollo social de un individuo sólo es posible dentro de un contexto de orden y estabilidad; ambos son prerrequisitos indispensables, no sólo para el desarrollo de la persona
  • 75. social, sino también para el desarrollo de la propia identidad psicológica. El ser humano se identifica a sí mismo en relación a los otros, dentro de las coordenadas espacio-temporales en las cuales encuentra su lugar en el mundo, distingue las etapas de su propia biografía personal y, en definitiva, define y da sentido a las situaciones que le toca vivir. Pero ese orden y esa estabilidad no forman parte del orden natural de las cosas ni derivan de las leyes de la naturaleza, sino que son una creación humana, un resultado de la actividad conjunta de los hombres, de la interacción pasada y presente entre individuos socializados, cualquiera sea el nombre con que se los designe: persona social, ser social, actor, etc. Siguiendo a Berger y Luckmann vamos a describir fenomenológicamente los procesos por los cuales se constituye y se mantiene el orden social, esa realidad objetiva que nos vemos obligados a ‘internalizar’, ‘asumir’, ‘incorporar’, si queremos desarrollarnos como verdaderos seres humanos. Estos procesos son la institucionalización y la legitimación. 4.1 El proceso de institucionalización La experiencia de la vida cotidiana nos enseña que, a pesar de las posibilidades de variabilidad casi infinitas del comportamiento individual, los miembros de una misma formación social, que han sido socializados en las pautas culturales propias de esa formación, saben, en líneas generales, qué respuestas deben dar y cuáles deben esperar de sus semejantes en diferentes situaciones. Cada uno conoce qué le corresponde hacer como padre, como hijo, como cliente de un banco, como profesional, etc., etc. En definitiva, el comportamiento de cada uno de los ‘actores’ de la vida social es relativamente previsible, y es esta previsibilidad, en definitiva, la que posibilita la convivencia humana. Se puede constatar, también, que el orden social es previo a la existencia de cada uno de nosotros, que no hemos participado en su construcción y que, además, se nos impone y tiene la capacidad de actuar sobre nosotros llegando incluso a modificar nuestras respuestas biológicas instintivas, a tal punto que hasta la satisfacción de nuestras necesidades vitales básicas se lleva a cabo siguiendo las pautas sociales establecidas. Basta con observar las rutinas y los gustos asociados con la alimentación, por ejemplo, para constatar este hecho. Berger y Luckmann sostienen que la génesis del orden social está en la actividad humana pasada y su existencia en cualquier momento del tiempo depende de que esa actividad siga produciéndolo. Esta producción es posible gracias a que el ser humano está dotado de ciertas características biológicas que no posee ningún otro animal vivo. Ellos destacan las siguientes: i) La apertura al mundo y, por lo tanto, a la convivencia. El hombre no puede concebirse dentro de una ‘esfera cerrada de interioridad estática’, sino que se externaliza en actividad, al punto de convertir a esa actividad en objeto de su propia reflexión. ii) Plasticidad de la estructura de los instintos. El ser humano no tiene respuestas fijas a los estímulos externos, como ocurre con los animales; gracias a esa plasticidad puede elaborar respuestas adaptativas. iii) Organismo inestable. Esto exige al ser humano, para poder desarrollarse, organizar un contorno relativamente estable a su comportamiento. Estos hechos, derivados de la constitución biológica del hombre, son el presupuesto necesario para la producción del orden social, es decir, para la institucionalización. El paso previo a la institucionalización es la ‘habituación’ del comportamiento. El hombre tiene la capacidad de transformar sus respuestas en hábitos de conducta, en rutinas, que,
  • 76. como todo hábito, implican la posibilidad de ejecutar una acción en el futuro, de la misma manera, con idéntico significado y con gran economía de esfuerzo. La ventaja de esta habituación reside en que las acciones siguen siendo significativas para el individuo, y al no requerir de él una actividad reflexiva para llevarlas a cabo, deja abierto el camino para la deliberación y la innovación. Cuando una acción se convierte en hábito, para ejecutarla no es necesario definir cada situación de nuevo, paso por paso; tampoco es necesario tomar una serie de decisiones, por lo tanto, quedan liberadas las energías para tomar aquellas decisiones que sean necesarias en circunstancias determinadas. Gran parte de la actividad humana está habitualizada, lo cual proporciona un contexto de estabilidad al comportamiento. Pensemos, como ejemplo, en lo que hacemos en un día cualquiera de nuestra vida cotidiana. Desde que nos levantamos ejecutamos automáticamente una serie de actos (higienizarnos, saludar a la familia, desayunar, tomar el colectivo, comenzar el trabajo, ejecutar las tareas específicas al mismo, etc,) sin pensar en cada momento en definir la situación, en decidir el curso de acción a seguir en cada caso. Son precisamente estos procesos de habituación los que anteceden a la institucionalización. Empíricamente, dicen Berger y Luckmann, la parte más importante de la habituación de la actividad humana se desarrolla en la misma medida que su institucionalización. La cuestión es, por tanto, saber cómo surgen las instituciones. La institución aparece cada vez que se da una tipificación recíproca de acciones habitualizadas por tipos de actores. Dicho de otra forma, toda tipificación de esa clase es una institución. Lo que hay que destacar es la reciprocidad de las tipificaciones institucionales y la tipicalidad no sólo de las acciones sino también de los actores en las instituciones. Las tipificaciones de las acciones habitualizadas que constituyen las instituciones siempre se comparten, son accesibles a todos los integrantes de un determinado grupo social, y la institución misma tipifica tanto a los actores individuales como a las acciones individuales. La institución establece que ‘las acciones del tipo X sean realizadas por actores del tipo X’. Así, por ejemplo, la institución del matrimonio en Argentina establece que los cónyuges deben ser dos individuos adultos, o menores autorizados por sus padres, uno varón y otro mujer (todavía no se acepta el matrimonio entre personas del mismo sexo, y la unión civil entre homosexuales no rige en todos los distritos del país), que deben cohabitar, velar por el bienestar y la educación de la prole, etc. Estas tipificaciones incluyen aspectos formales (edad para casarse), y aspectos informales (por ejemplo, despedida de soltero, tipo de vestimenta para la ceremonia del casamiento, rituales en los festejos, etc.) compartidos por los miembros de esta sociedad (reciprocidad) y accesibles a todos (no son ocultos). No toda acción habitualizada llega a institucionalizarse. Generalmente se institucionalizan aquellas actividades que se refieren a cuestiones fundamentales para la subsistencia del grupo o de la sociedad en su conjunto (procreación, producción y distribución de bienes, transmisión de la cultura, etc.). a) Las instituciones ¿Qué son las instituciones? En sociología, las instituciones constituyen conjuntos de normas que rigen actividades consideradas básicas para la supervivencia del grupo9 . Su función es someter el comportamiento individual al control social. Esto implica que dichas normas se convierten en pautas previamente definidas que canalizan el comportamiento en una dirección determinada, en oposición a las muchas otras que podrían darse teóricamente. Una institución, por lo tanto, prescribe la forma en que deben hacerse las cosas. Es una norma social operativa, válida para un determinado grupo social, que reúne tres condiciones: i) Es
  • 77. aceptada por un gran número de miembros; ii) muchos de los que la aceptan la cumplen efectivamente, es decir, la han incorporado a sus rutinas de comportamiento, la han ‘internalizado’; y iii) está sancionada, aprobada, o sea, se espera que algunos miembros del sistema se guíen por la norma en circunstancias adecuadas. En la vida social concreta la institucionalización nunca es total. Esto implica que la norma institucionalizada nunca va a ser aceptada por la totalidad de los miembros de un grupo, sobre todo si se trata de grupos muy numerosos y socialmente heterogéneos. Además, puede ocurrir que se acepte la norma general, pero que se rechacen algunos aspectos parciales de la misma. En lo que respecta a la internalización por parte de cada miembro individual, ésta es cuestión de grados. Todos los miembros del grupo no llegan a incorporar la norma de igual manera. Por otra parte, hay algunas pautas que son más fuertes que otras. Por ejemplo, la protección y cuidado de los hijos es, actualmente, una expectativa de comportamiento más fuerte que la expectativa de que la esposa se ocupe de las tareas domésticas y el marido sostenga económicamente el hogar. Por último, la medida en que una norma está sancionada es difícil de establecer en sistemas complejos. Toda institución tiene tres características fundamentales: historicidad, control y objetividad. La historicidad hace alusión al hecho de que las instituciones se han ido conformando gracias a la acción conjunta y continua de los actores sociales durante un cierto período de tiempo, transcurrido el cual, se han consolidado y, como consecuencia de ello, resultan difíciles de cambiar rápidamente. El control se refiere a que las instituciones son pautas consideradas obligatorias por los miembros del (o los) grupo(s) social(es). El resultado de esto es que las instituciones dirigen el comportamiento en una dirección determinada. Por último, la objetividad implica que las instituciones son experimentadas por los actores como si tuvieran realidad propia, similar a un ‘objeto’, como algo externo al individuo y que ejerce coacción sobre su conducta. Berger y Luckmann, coincidiendo en esto con Durkheim, afirman: “Un mundo institucional se experimenta como realidad objetiva, tiene una historia que antecede al nacimiento del individuo y no es accesible a su memoria biográfica. Ya existía antes que él naciera, y existirá después de su muerte. Esta historia de por sí, como tradición de las instituciones existentes, tiene un carácter de objetividad. La biografía del individuo se aprehende como un episodio ubicado dentro de la historia objetiva de la sociedad. Las instituciones, en cuanto facticidades históricas y objetivas, se enfrentan al individuo como hechos innegables. Las instituciones están ahí, fuera de él, persistentes en su realidad, quiéralo o no, no puede hacerlas desaparecer a voluntad. Resisten a todo intento de cambio o evasión; ejercen sobre él un poder de coacción, tanto de por sí, por la fuerza pura de su facticidad, como por medio de mecanismos de control habitualmente anexos a las más importantes. La realidad objetiva de las instituciones no disminuye si el individuo no comprende el propósito o el modo de operar de aquéllas. Por experiencia, grandes sectores del mundo social pueden resultarle incomprensibles, quizá oprimentes en su opacidad, pero siempre reales. Dado que las instituciones existen como realidad externa, el individuo no puede comprenderlas por introspección: debe ‘salir’ a conocerlas, así como debe aprender a conocer la naturaleza. Esto sigue siendo válido aunque el mundo social, como realidad de producción humana, sea potencialmente comprensible como no puede serlo el mundo natural. [...] Tiene importancia reconocer que la objetividad del mundo institucional, por masiva que pueda parecerle al individuo, es una objetividad de producción y construcción humanas. El proceso por el que los productos externalizados de la actividad humana alcanzan el carácter de objetividad se llama objetivación. El mundo institucional es actividad humana objetivada, así como lo es cada institución de por sí. En otras palabras, a pesar de la objetividad que caracteriza al mundo social en la experiencia humana, no por eso adquiere un status ontológico separado de la actividad humana que lo produjo. [...] ...es importante destacar que la relación entre el hombre, productor, y el mundo social, su producto, es y sigue siendo dialéctica. Vale decir, que el hombre (no aislado, por supuesto, sino en sus colectividades) y su mundo social interactúan. El producto vuelve a actuar sobre el productor. La externalización y la objetivación son momentos de un proceso dialéctico continuo. El tercer momento de este proceso es la internalización (por la que el mundo social objetivado vuelve a proyectarse en la conciencia durante la socialización)”110 . Esto remite, nuevamente, a las tres premisas de Marx que citábamos antes: la sociedad es un
  • 78. producto humano; la sociedad es una realidad objetiva; el hombre es un producto social. b) Los roles Las normas operativas que conforman el mundo institucional y existen como realidad objetiva se ‘realizan’ o ‘se ponen en acto’ en los roles que los individuos ejercen en los diferentes grupos de los que forman parte. En otros términos, las normas se aplican a actores concretos ubicados en diferentes posiciones sociales. Para cada posición están definidas en la sociedad un conjunto de expectativas y formas de comportamiento (roles) que constituyen verdaderas rutinas conocidas y aceptadas (en diferente grado) por todos los integrantes del grupo. Por lo tanto, el contenido de una posición social es enteramente normativo. Así, el que ocupa la posición de maestro en una escuela debe responder a una serie de expectativas que están fijadas para esa posición (se espera que un maestro enseñe, evalúe a sus alumnos, corrija las tareas de los niños, planifique las actividades de su clase, informe a los padres acerca del desempeño escolar de sus hijos, etc.). Es decir, se espera que él cumpla con sus ‘obligaciones’ como maestro, y a la vez, el maestro espera que el resto de los miembros de la escuela (alumnos, directivos, padres, etc.) se comporten de determinada manera respecto de él. En una palabra, el maestro se considera con determinados ‘derechos’ en tanto maestro. La posición en un sistema social implica, por lo tanto, un conjunto de ‘obligaciones’ y de ‘derechos’. Las obligaciones están determinadas por las normas que se aplican a la persona que ocupa una posición determinada, mientras que los derechos están determinados por normas que se aplican a las personas que entran en interacción con ella. Siguiendo con el ejemplo anterior, lo que constituyen obligaciones para el maestro, significan derechos para los alumnos, los directivos y los padres. Y a la inversa, las obligaciones de éstos, implican derechos para el maestro. Una posición social contiene, por lo tanto, dos aspectos: los roles y los status. De hecho, la participación en una estructura social supone que todos los actores conocen y aceptan (en diferente grado, por supuesto) sus propios derechos y obligaciones, y los derechos y obligaciones que corresponden al resto de los participantes que están en interacción con él. Si esto no se da, el proceso de interacción no es posible pues los comportamientos serían totalmente impredecibles, nadie estaría en condiciones de anticipar la respuesta del otro y en consecuencia, de producir la propia. Los roles representan el orden institucional; su origen está en el proceso de habituación y objetivación que constituye la institucionalización. Ellos posibilitan la existencia de las instituciones en la experiencia real de los individuos; representan nexos institucionales de comportamiento y garantizan la cooperación, sin la cual la vida social no es posible. El rol de maestro tiene relación con otros roles cuya totalidad abarca la institución educativa. El maestro, al desempeñarse en cuanto tal, representa la institución educativa. Como dicen muy bien Berger y Luckmann, la institución se manifiesta únicamente a través de la representación en roles desempeñados. Con su conjunto de acciones ‘programadas’, ella se asemeja al libreto no escrito de una obra teatral. La realización de la obra depende de que actores de carne y hueso desempeñen reiteradamente los roles prescritos. Decir que los roles representan las instituciones implica decir que posibilitan que ellas existan, una y otra vez, como presencia real en la experiencia de individuos concretos. 4.2. El proceso de legitimación
  • 79. Hasta ahora hemos visto cómo, gracias a la externalización de la actividad humana en una situación de interacción continua, se van creando rutinas de comportamiento (hábitos sociales, es decir, roles) que paulatinamente adquieren una realidad objetiva y se le imponen al sujeto como algo externo y coercitivo. Este mundo institucional creado por las generaciones pasadas debe ser incorporado (internalizado) por las nuevas generaciones para asegurar la continuidad de la vida social. Esta internalización se logra mediante el proceso de socialización. Gracias a él esa realidad objetiva constituida por las instituciones, se convierte en realidad subjetiva para los nuevos miembros de la sociedad. Pero junto a la socialización surge la necesidad de legitimar ese mundo institucional a fin de garantizar su aceptación por parte de individuos que no han participado en su construcción. En suma, el proceso de socialización es inseparable del de legitimación (Van Haecht, 1999). La necesidad de legitimación del orden social se plantea, entonces, cuando éste debe trasmitirse a las nuevas generaciones, es decir, cuando hay que socializar a los nuevos miembros de la sociedad. Al llegar a este punto, afirman Berger y Luckmann, el carácter autoevidente de las instituciones ya no puede mantenerse por medio de los propios recuerdos y habituaciones del individuo. La unidad de historia y biografía se quiebra. Para restaurarla y así volver inteligibles ambos aspectos de ella, deben ofrecerse ‘explicaciones’ y ‘justificaciones’ de los elementos salientes de la tradición institucional. Veamos en qué consiste y qué funciones cumple el proceso de legitimación. Según Berger y Luckmann, la legitimación es un proceso de ‘objetivación de significado de segundo orden’ que consiste en la explicación y justificación del orden institucional. Dicho en otros términos, la legitimación produce nuevos significados que sirven para integrar los ya atribuidos a procesos institucionales dispares. Explicar el mundo institucional significa atribuirle validez congnoscitiva a sus significados objetivados. Justificar ese mundo significa adjudicarle dignidad normativa a sus imperativos prácticos. La legitimación comporta, por lo tanto, dos componentes, uno cognitivo y otro normativo. El primero precede al segundo, o sea que, antes de aceptar y cumplir una norma, el individuo debe conocer la estructura a la cual corresponde dicha norma, es decir, los ‘roles’ que definen lo que debe o no debe hacerse dentro de esa estructura. “La legitimación no es sólo cuestión de ‘valores’: siempre implica también ‘conocimiento’. Por ejemplo, una estructura de parentesco no se legitima sólo por la ética de sus tabúes del incesto en particular; primero debe haber ‘conocimiento’ de los ‘roles’ que definen tanto las ‘buenas’ como las ‘malas’ acciones dentro de la estructura. Por ejemplo, el individuo tal vez no busque esposa dentro de su clan, pero antes debe ‘conocerse’ a sí mismo como miembro de ese clan. Este ‘conocimiento’ lo recibe a través de una tradición que ‘explica’ lo que son los clanes en general y su clan en particular. Esas ‘explicaciones’ (que típicamente constituyen una ‘historia’ y una ‘sociología’ de la colectividad en cuestión y que en el caso de los tabúes del incesto probablemente también contengan una ‘antropología’) constituyen tanto instrumentos de legitimación como elementos éticos de la tradición. La legitimación no sólo indica al individuo por qué debe realizar una acción y no otra; también le indica por qué las cosas son lo que son. En otras palabras, el ‘conocimiento’ precede a los ‘valores’ en la legitimación de las instituciones”11 . En el proceso de legitimación, Berger y Luckmann distinguen analíticamente diferentes niveles. Estos niveles se superponen empíricamente.  Un primer nivel, de carácter incipiente, aparece cuando se trasmite un sistema de objetivaciones lingüísticas de la experiencia humana. El hecho de dar el nombre a una cosa implica, de por sí, una explicación legitimadora. Cuando un niño aprende que otro niño es su primo, este dato informativo no sólo legitima una relación de parentesco, sino que legitima también, inmediata e inherentemente, el comportamiento que se debe tener con respecto a ‘primos’ que se incorpora junto con la designación. Las respuestas de los
  • 80. adultos a los por qué de los niños adquieren por lo general la forma de ‘así es’, o ‘así se hacen las cosas’. Los adultos no nos esforzamos demasiado por explicitar las razones, entre otras cosas, porque no nos hemos detenido a pensar en ellas ya que las consideramos evidentes por sí mismas, las hemos incorporado de esa manera, en suma, las hemos ‘naturalizado’. Este nivel de legitimación es preteórico, pero constituye el fundamento de conocimiento autoevidente sobre el que descansan todas las explicaciones posteriores.  En el segundo nivel aparecen explicaciones que contienen proposiciones teóricas en forma rudimentaria. Aquí podemos hallar diversos esquemas explicativos que se refieren a grupos de significados objetivados. Se trata de esquemas sumamente pragmáticos y se relacionan directamente con acciones concretas; se expresan, generalmente, mediante máximas, dichos y cuentos populares. El niño aprende dichos como éste: ‘al que da y quita le sale una jorobita’; o cuentos como el de Caperucita Roja o Pinocho, orientados a que extraiga máximas concretas de conducta y las incorpore como válidas.  El tercer nivel contiene teorías explícitas mediante las cuales se legitima un sector institucional en términos de un cuerpo de conocimiento diferenciado. En este nivel la legitimación comienza a trascender el campo de la aplicación pragmática y a perfilarse como ‘teoría pura’, cuya trasmisión está a cargo de personal especializado.  El cuarto nivel está constituido por los universos simbólicos. Éstos se conciben como la matriz de todos los significados objetivados socialmente, y subjetivamente reales; toda la sociedad histórica y la biografía de un individuo se ven como hechos que ocurren dentro de ese universo. La legitimación se produce por medio de totalidades simbólicas que no pueden, de ningún modo, experimentarse en la vida cotidiana. En este nivel de legitimación se integran todos los sectores del orden institucional en un marco de referencia general que constituye un universo en el sentido literal de la palabra, porque ya es posible concebir que toda la experiencia humana se desarrolla dentro de aquél. A partir de lo expuesto, podemos afirmar, con Van Haecht que “el modelo de análisis de la construcción de la realidad social propuesto por Berger y Luckmann abunda en recursos que nos ayudan a captar cómo los actores sociales realizan una obra intersubjetiva de puesta en orden del mundo y de incesante construcción-reconstrucción de este mundo. Nos enseña que lo social procede, primero, de la cognición, sólo después de lo normativo. Formar parte de la sociedad significa compartir su ‘saber’, es decir, convivir con su orden”.12 5. Las agencias de socialización Se denominan agencias de socialización a todos los grupos o unidades sociales en el seno de los cuales se produce el proceso de socialización. En un sentido general, entonces, todas las formaciones sociales en las cuales el individuo participa constituyen agencias de socialización, puesto que estamos hablando de un proceso general que se produce cada vez que tiene lugar un proceso de interacción. Aquí no vamos a considerar todas esas posibilidades; nos vamos a ocupar solamente de aquellas formaciones sociales a las cuales la sociología les atribuye un papel preponderante en la transmisión de pautas culturales: la familia, la escuela, la iglesia, los grupos de pares y los medios de comunicación de masas. Teniendo en cuenta la distinción que hicimos antes entre proceso de educación y proceso de
  • 81. socialización, podríamos decir que, si bien todas ellas son agencias de socialización (transmiten de manera latente las pautas culturales), únicamente la escuela, la familia y la iglesia son, también, agencias de educación (cumplen idéntica tarea, pero de manera explícita y con objetivos definidos). En uno y otro caso dejamos de lado la multiplicidad de organizaciones de distintos tipos (recreativas, solidarias, vecinales, profesionales, etc.) en las cuales un individuo puede participar. Todas ellas contribuyen a que éste amplíe su campo de experiencia social, adquiera mayor independencia, y con ello, a que madure socialmente. Es importante advertir que hoy todas las agencias de socialización no actúan en la misma dirección, es decir, los significados (normas, pautas, valores, etc.) que intentan inculcar pueden ser contradictorios entre sí. Esto da lugar a lo que Van Haecht (1999) llama ‘socialización en pedazos’. En esta socialización, la articulación entre la legitimación de los significados y la legitimidad de las agencias que los transmiten se vuelve cada vez más problemática. Esto es particularmente válido para el caso de la escuela, que es la que tiene a su cargo la mayor parte de la educación, es decir, la socialización programada, en el sentido de que se trata de la organización institucionalizada de la asimilación de los niños a la sociedad global, a la familia y a los grupos a los que éstos van a pertenecer. En un momento en el que su acción es cuestionada desde diferentes ámbitos, sobre todo desde el de la producción económica, que le reprocha su ineficacia para satisfacer sus demandas, la escuela se ve vigorosamente invitada a reprecisar sus expectativas y sus principios de valoración, dice Van Haecht (1999). 5.1. La familia A pesar de los cambios que ha sufrido la estructura de la familia en los últimos tiempos (virtual desaparición de la familia ampliada, al menos en las zonas urbanas, disminución del número de miembros de la familia nuclear, familias uniparentales y, más recientemente, familias constituidas por parejas del mismo sexo dispuestas a adoptar hijos), y el debilitamiento, cuando no el abandono, de algunas de sus funciones, la familia sigue siendo una de las agencias de socialización más importantes, si no la fundamental, con que cuenta la sociedad. Esto es así porque la familia, por sus características como formación social, reúne las condiciones ideales para llevar a cabo esa tarea. Veamos cuáles son esas condiciones.  Es la primera estructura social en la cual el niño participa. En la mayoría de los casos, éste nace en el seno de una familia y permanece en ella de manera casi excluyente por varios años. Las condiciones de la vida moderna han determinado un cambio en esta pauta, ya que el niño es llevado tempranamente a las guarderías o los jardines maternales, pero estas instituciones todavía no se presentan como un sustituto de la familia. En ésta se satisfacen las necesidades básicas del niño, sean ellas físicas, psíquicas o sociales. El proceso de socialización primaria que, como hemos visto, juega un papel fundamental en la vida del individuo, se desarrolla fundamentalmente en la familia. Este proceso comienza en el momento en que el bebé nace (algunos afirman que comienza aún antes, durante su vida intrauterina); entonces se inicia su proceso de aprendizaje de las pautas sociales y, junto a ello, el desarrollo de su identidad psicológica y social. Todas las actividades dirigidas al cuidado del bebé, al tiempo que satisfacen sus necesidades primarias, le proporcionan el contacto humano imprescindible para su desarrollo como
  • 82. persona. La investigación empírica demuestra que si sus necesidades biológicas son satisfechas pronta y adecuadamente, acompañadas de una actitud emocional positiva, el niño tiene más probabilidad de desarrollar una visión del mundo como un lugar confortable y seguro. El trato que recibe de familiares cercanos influye en la percepción que el niño tiene de sí mismo y en el desarrollo de una personalidad más o menos segura, más o menos independiente, etc. Por otra parte, el tipo de atención que recibe (frecuencia con que es alimentado, higienizado, condiciones en que descansa, etc.) va conformando las necesidades que experimenta y la forma en que las puede satisfacer (sentirá apetito cada determinada cantidad de horas, rechazará ciertos alimentos y aceptará otros, lo perturbarán ciertos ruidos y no le molestarán otros, etc.). Todas estas experiencias tienen consecuencias sociales: implican la creación de hábitos de comportamiento, de actitudes frente al mundo circundante, de valoraciones, sentimientos, etc., que incidirán de manera decisiva en su vida futura.  La relaciones entre los miembros de la familia son relaciones primarias y se fundan en fuertes lazos afectivos; ambas condiciones son fundamentales para asegurar la eficacia del proceso de socialización primaria. Las relaciones cara a cara permiten observar en forma directa el comportamiento del niño, evaluar sus progresos (o retrocesos) en el aprendizaje e introducir los ajustes que sean necesarios. Hay múltiples oportunidades durante el día para que los miembros de la familia se corrijan entre sí o refuercen las conductas que consideran adecuadas. Por su parte, los lazos emocionales que generalmente existen entre ellos determinan que la sanción del comportamiento (positiva o negativa) sea realmente significativa para el individuo (al niño no le resulta indiferente el castigo o la aprobación de sus padres o sus hermanos), la recibe como algo natural. Los maestros pueden comprobar en su experiencia diaria la diferencia que hay entre el comportamiento de niños que conocen los límites, porque los han aprendido en su familia casi sin inadvertirlo, y aquellos que no han realizado ese aprendizaje y deben enfrentar límites impuestos por otros de manera compulsiva y sin mayores contemplaciones afectivas.  Hay un factor práctico que determina el papel preponderante de la familia como agencia de socialización: es el lugar donde el niño, durante varios años, pasa la mayor parte de su tiempo. La continuidad y durabilidad de los contactos crean las condiciones para la habituación de los comportamientos. Por un tiempo relativamente prolongado es el único mundo que existe para el niño, no puede compararlo con otros, es para él la realidad por excelencia.  Un factor de orden psicológico también aporta lo suyo para hacer de la familia una eficaz agencia de socialización: los hijos son una prolongación biológica y social de los padres. Es natural que éstos estén especialmente motivados para trasmitir un conjunto de valores, actitudes y pautas de comportamiento que consideran válidas y beneficiosas para su prole. El proceso de socialización en el seno de la familia apunta al logro de aprendizajes que tienen gran relevancia desde la perspectiva sociológica, entre ellos, el autocontrol, la orientación valorativa y las conductas de rol. El control sobre sí mismo es imprescindible para vivir en sociedad. La vida de relación nos exige continuamente frenar nuestros impulsos y producir la conducta apropiada según la situación de que se trate. Podemos hablar de tres tipos fundamentales de autocontrol: físico
  • 83. (el control de esfínteres, entre ellos), emocional (evitar las respuestas agresivas o violentas, por ejemplo) y aquel que implica diferir las gratificaciones inmediatas para obtener recompensas o bienes futuros. En todos los casos la familia desempeña un papel de primer orden, ya que se presenta como el ámbito adecuado para llevar a cabo estos aprendizajes de manera ‘natural’ y en el momento oportuno. Con relación a las orientaciones de valor, hay serias razones para pensar que éstas se adquieren en los primeros años de vida. Esta adquisición se lleva a cabo a través de las conductas concretas de los miembros de la familia, fundamentalmente de los padres. En este sentido importa más lo que ellos hacen que lo que ellos dicen; la falta de coherencia entre la acción y el discurso determina la pérdida de legitimidad de los valores que se pretenden inculcar y, por lo tanto, su no incorporación por parte del individuo. La conducta se orienta por valores, aunque habitualmente no resulte fácil establecer la vinculación que hay entre las dos cosas. En las sociedades modernas la familia enfrenta serias dificultades para la transmisión de valores, en primer lugar, porque el pluralismo propio de estas sociedades supone la coexistencia de una multiplicidad de sistemas de valor no siempre compatibles entre sí, y en segundo término, porque los valores que la familia pretende inculcar pueden ser contrarios a los que transmiten otras agencias de socialización, entre ellas los medios de comunicación de masas, fundamentalmente la TV. Las conductas de rol más elementales se adquieren en la familia. Poco a poco el niño aprende cuál es el comportamiento que debe tener como hijo/a, como hermano/a, etc., y a esperar la conducta recíproca de aquellos con los cuales interactúa. Su madre y su padre sirven, inevitablemente, como puntos de referencia para el aprendizaje de los roles correspondientes. Las pautas pueden variar de familia a familia, de sociedad a sociedad, pero en todos los casos los padres constituyen verdaderos modelos de conducta que el niño incorpora sin darse cuenta y que ellos le trasmiten sin proponérselo de manera explícita y programada. A medida que participa en otras estructuras sociales, el niño podrá ir comparando esas pautas con las de otros niños como él y ampliando el espectro de sus expectativas sociales. Un aspecto fundamental de las conductas de rol tiene que ver con el sexo/género. Desde muy temprano niños y niñas reciben en su familia un trato diferencial que se advierte hasta en las cosas aparentemente menos importantes, como es la vestimenta. Actualmente se sostiene que el sexo remite a diferencias biológicas de orden natural, mientras que el género se refiere a los aspectos sociales adscriptos a las diferencias sexuales (Macionis y Plummer, 2000). Dada esta definición, es obvio que los sociólogos prefieren utilizar el concepto de género, y dejar el de sexo para los biólogos. Las interpretaciones de lo que es masculino y femenino varían de una sociedad a otra; se trata de diferencias culturales, no ‘naturales’, por lo tanto, las pautas de socialización que conducen a ser hombre o mujer en las distintas culturas dependen de esa interpretación, que es, en definitiva, una construcción social. El análisis de la socialización de género es relativamente reciente y no disponemos de mucha evidencia empírica sobre esto. Lo cierto es que la discusión sobre las diferencias de género está instalada y tiene connotaciones que van más allá del plano puramente sociológico. Un aspecto insoslayable en el análisis de la familia como agencia de socialización es el de su posición en el sistema de estratificación social. Si bien el status social de una persona puede variar en el curso de su vida, la ubicación inicial viene dada por la familia. Todos somos socializados en las pautas propias del estrato social de nuestras respectivas familias. Las
  • 84. conductas, actitudes, valoraciones, etc., incluso el lenguaje, de un niño de clase alta son muy diferentes a los del niño de clase obrera. Además, cada uno de nosotros se identifica a sí mismo como miembro de un estrato social determinado. De esta manera, el origen social no sólo condiciona la forma en que somos socializados, sino que prolonga su influencia durante toda la vida y constituye uno de los determinantes fundamentales de nuestras oportunidades futuras13 . Además del estrato social, existen otras variables que condicionan el proceso de socialización en la familia que es necesario tener en cuenta. a) El número de miembros que la componen. Esto incide en la complejidad del sistema de interacción, más que en el tipo de pautas y valores que se trasmiten. Si una familia cuenta solamente con tres miembros, el niño no aprenderá a comportarse como hermano, simplemente porque no los tiene. b) La zona rural o urbana en que reside. Los comportamientos de un niño del campo son totalmente diferentes a los del niño de la ciudad. El tipo de tareas que se desarrollan en la zona rural, las condiciones de vida, las oportunidades de entrar en contacto con otros, de acceder a diferentes tipos de información, etc., determinan expectativas y formas de comportamiento, actitudes y valores completamente diferentes a los de la ciudad. c) La religión (o la ausencia de religión) que profesa el grupo familiar. Esto incide directamente en el tipo de valores que se privilegian y que se pretende trasmitir a los niños. Otro aspecto a considerar en la socialización es que, para que exista un verdadero aprendizaje de las pautas de comportamiento que se consideran adecuados, es necesario acudir al uso de una amplia gama de sanciones positivas y negativas (premios y castigos) dirigidos a reforzar las respuestas correctas y desalentar las que se consideran incorrectas o inapropiadas. La elección del tipo de sanciones que se emplean para reforzar la conducta correcta está condicionada por el estrato social al que pertenece la familia. En algunos se privilegian los castigos corporales, en otros priman las amenazas de orden afectivo. Los premios, por su parte, pueden ir desde la simple aprobación con un gesto o una palabra, hasta el regalo de un objeto costoso. Para que las sanciones sean efectivas deben ser significativas para el que las recibe. Recibir un premio, o un castigo, permite al niño ir comprendiendo paulatinamente cuándo su comportamiento es el adecuado y qué se espera de él en determinadas circunstancias. Es necesario que los agentes socializadores sean coherentes en esto. Si un niño es sancionado negativamente cada vez que se dispone a comer sin lavarse las manos, es muy probable que, con el tiempo, adquiera el hábito de lavarse antes de sentarse a la mesa. Pero si a veces se lo reprende y otras se lo deja pasar como algo que carece de importancia, la norma perderá significación para él y no la incorporará como parte de su personalidad. 5.2. La escuela Considerando la distinción que hicimos entre socialización y educación, es claro que la escuela, como la familia, es una agencia de socialización y de educación. La escuela constituye una organización especializada, encargada de trasmitir la herencia cultural de la sociedad. Habilita a las nuevas generaciones para aprovechar las experiencias y los descubrimientos realizados por otros durante años de trabajo y las prepara para desempeñarse como miembros útiles a la sociedad. En las sociedades modernas, técnicamente avanzadas y con gran división del trabajo, la escuela es fundamental. En ellas la
  • 85. vida escolar de los individuos se prolonga por mucho tiempo (entre doce y quince años, y a veces más), parte del cual corresponde a la escolaridad obligatoria. Se estima que ese es el tiempo generalmente necesario para adquirir las destrezas básicas requeridas por este tipo de sociedades. La tendencia actual es que el vínculo de las personas con la escuela sea permanente, al margen de la edad de cada uno. Hoy no cabe duda de que quienes no tienen la oportunidad de participar en la estructura escolar están condenados inevitablemente a la marginalidad social. Al mismo tiempo que educa, la escuela trasmite de manera latente un conjunto de normas, actitudes y valores que hacen del individuo una persona social más compleja y lo preparan para adaptarse a la vida social. Los pedagogos y algunos sociólogos denominan curriculum oculto a este conjunto de influencias no explícitas de la escuela. En tanto organización, la escuela, a diferencia de la familia, está formalmente estructurada, se rige por normas contenidas en reglamentos y disposiciones oficiales, y posee una clara jerarquía de autoridad. En un contexto de este tipo, dos son los principales tipos de aprendizaje a que conduce la socialización escolar: las nuevas conductas de rol y el ajuste a las reglas impersonales y la autoridad formal. Las nuevas conductas de rol que se adquieren en la escuela están más orientadas hacia la sociedad global que aquellas que el niño tuvo oportunidad de ejercitar en el ámbito más restringido de la vida familiar. En la escuela actúa como compañero, como alumno, como miembro de un grupo de trabajo, eventualmente como líder, etc. El aprendizaje de estas nuevas conductas le permitirán ir comprendiendo cuáles son las reglas que rigen los comportamientos en la sociedad. Comprenderá también el significado de las normas formales y su importancia para la convivencia. De hecho, en la evaluación que la escuela hace del niño se tienen en cuenta tópicos como los siguientes: disciplina, que implica el grado en que el alumno obedece las reglas de la escuela y las directivas de los superiores; urbanidad, que se refiere generalmente a la relación que establece con sus compañeros, su capacidad para trabajar y jugar junto a otros niños, etc.; el aseo, que indica el cuidado que el niño tiene por su aspecto físico y el respeto por las normas de higiene básicas. Son conocidas las dificultades que enfrenta hoy la escuela para transmitir este tipo de pautas, sobre todo en contextos de pobreza y marginalidad social, donde, por lo general, las conductas que legitima la escuela son muy diferentes de aquellas que sostiene la familia, y lo que ella ofrece no es valorado ni responde a las expectativas de sus destinatarios. Como ámbito para el aprendizaje del ajuste a las reglas impersonales y la autoridad formal, la escuela es insustituible. En la familia el niño aprende que debe obedecer y respetar a sus padres, y comprende que ellos tienen autoridad sobre él. Pero la naturaleza de la relación padres-hijo es, básicamente, personal y emocional. El niño obedece a sus padres porque los ama y reconoce fácilmente que depende de ellos. En la escuela, en cambio, se trata de obedecer ‘las reglas’, más que responder a las demandas de una persona concreta. La relación personal con el maestro es solamente un aspecto de su relación con una organización impersonal que exige respeto y obediencia. Gracias a la forma en que están estructuradas, las funciones que le asigna la sociedad y el tipo de actividades que tienen programadas, las escuelas reúnen las condiciones necesarias para facilitar, de manera no explícita, cierto tipo de aprendizajes que exceden el plano cognoscitivo. Veamos algunos de ellos. En primer lugar, la escuela es la encargada de transmitir un conjunto de contenidos que
  • 86. forman parte del curriculum oficial. La tarea del maestro consiste, precisamente, en llevar a cabo esa transmisión, pero al mismo tiempo, y generalmente sin proponérselo de manera consciente, el maestro inculca otro tipo de contenidos que tienen que ver con la regulación de la conducta: normas, actitudes y valores. Esto ocurre, necesariamente, porque cada maestro tiene su propia manera de presentar los contenidos del programa, de acuerdo a su idiosincrasia particular y la forma en que ha definido la situación. El lenguaje, los gestos, los modales, etc., del maestro, tanto como la forma en que trata a los niños, los ejemplos que utiliza para ilustrar un tema, los comentarios que realiza frente a determinadas reacciones de sus alumnos o respecto de los contenidos del programa, en síntesis, todas sus conductas, reflejan el grupo social al que pertenece y las pautas en las que él mismo ha sido socializado. En definitiva, aun cuando no se lo proponga de manera explícita y tampoco sea consciente de ello, está llevando a cabo una tarea de inculcación que responde a su propia concepción del mundo y a sus actitudes frente a la vida. En segundo lugar, en la escuela se organizan con frecuencia distintos grupos de trabajo. En estos grupos los niños tienen la posibilidad de ejercer diferentes roles y desarrollar habilidades sociales básicas, como el manejo de conflictos, la coordinación de tareas, el respeto por el trabajo del otro, la tolerancia frente a posiciones diferentes a la suya. Las actividades de estos grupos son un eficaz medio de socialización, por dos motivos importantes: i) Exigen a sus participantes el desarrollo de habilidades que les serán indispensables para resolver los problemas de relación que se presentan en la vida cotidiana (aprenden a intercambiar puntos de vista, escuchar las opiniones de los otros y tomarlas en cuenta, actuar conjunta y cooperativamente, discutir, defender la posición propia, tomar decisiones, etc.). ii) Por tratarse de grupos conformados por pares, se disfrutan por sí mismos, los errores no son sancionados de manera severa y ponen en funcionamiento técnicas de interacción que el niño utilizará durante el resto de su vida. El maestro puede manipular estos grupos para aumentar las oportunidades de aprendizaje y facilitar la interacción social. En tercer lugar, la actuación del personal de la escuela provee al niño de nuevos modelos de rol: maestro, director, preceptor, etc. La influencia de estos actores sobre el niño se ejerce de diferentes formas y abarca un amplio espectro de conductas, que pueden ir desde el modo de hablar y vestir, hasta la formación de valores y creencias básicas. En la relación maestro- alumno tienen importancia muchos factores: el interés que demuestra el maestro por el niño, sus cualidades generales de liderazgo, la manera con que explota las oportunidades que su posición le brinda para exigir respeto y obediencia, etc. El maestro se constituye con frecuencia, sobre todo durante los primeros años de escolaridad, en ‘otro significante’ para el niño, con todo lo que esto implica desde el punto de vista de su desarrollo como ser social. Otra forma mediante la cual la escuela transmite modelos de rol es a través de los contenidos del programa oficial. Es el caso de los héroes nacionales, los próceres de la patria o cualquier otro personaje que se presente al niño como dotado de cualidades especiales y que son dignas de ser imitadas. Su influencia en tanto modelos depende de muchos factores: la concepción que el propio maestro tiene acerca de esos personajes, la coherencia que haya entre los valores y cualidades que ellos encarnan y los correspondientes a otros modelos de rol que otros agentes de socialización presentan al niño, como pueden ser los héroes y personajes que aparecen en los medios de comunicación de masas. En cuarto lugar, la escuela utiliza una amplia gama de recompensas y castigos para reforzar la conducta apropiada. Es allí donde el niño se enfrenta por primera vez con sanciones de
  • 87. carácter formal. Las calificaciones que coloca el maestro, la promoción de grado, los llamados de atención en el ‘cuaderno de disciplina’, la privación del recreo cuando se comete alguna falta, las notificaciones a los padres, etc., ponen al niño en contacto con un conjunto de disposiciones formales, de carácter impersonal, que lo preparan para comprender después la operación de mecanismos de igual carácter en la sociedad más amplia y en las diferentes organizaciones sociales en las que participará necesariamente en el futuro. En síntesis, la importancia de la escuela es fundamental para la vida social del individuo, no sólo porque le proporciona conocimientos y competencias técnicas, sino también porque en ella adquiere elementos reguladores de su conducta (hábitos de comportamiento, actitudes, valores, etc.) que le resultan imprescindibles para desempeñarse en la sociedad. Quienes no tienen acceso a la escuela enfrentan la doble dificultad de carecer, por una parte, de las competencias específicas que exige la división del trabajo, y por otra, de las habilidades sociales indispensables para interactuar con otros de manera satisfactoria. La transmisión de los dos tipos de contenidos, cognitivos o instruccionales, y regulativos de la conducta, se lleva a cabo en un contexto concreto, donde importan los valores y las actitudes de las personas involucradas, y no solamente el programa oficial que está previsto desarrollar. Cada uno de los miembros de la escuela pertenece a un estrato social determinado, tiene sus propias creencias, valores, actitudes, etc., en definitiva, posee una ‘visión del mundo’, o una ‘ideología’ como prefieren decir otros, un ‘habitus’, que se manifiesta de manera espontánea e involuntaria en todos sus comportamientos. Este hecho hace que la transmisión del programa escolar no se lleve a cabo del mismo modo en todos las escuelas y que cada una de ellas constituya una unidad particular, con características propias. La forma que adquiere el proceso de socialización de los niños depende, obviamente, de esas características. Por lo tanto, desde el punto de vista del desarrollo intelectual y social del niño no sólo importa la escuela en sí misma, sino la escuela concreta a la cual éste asiste. 5.3. La iglesia Las instituciones religiosas, como dicen Dubet y Martucelli (2000), apuntan a transformar dogmas y principios morales en un conjunto de prácticas sociales y de disposiciones subjetivas, de creencias y de fe. El objetivo es ‘fabricar’ individuos que, compartiendo un conjunto de verdades reveladas, y conforme a una serie de mandamientos, ritos y reglas administradas por un personal especialmente formado y autorizado para ello, se comporten de determinada manera, de modo tal que puedan ser identificados como pertenecientes a una comunidad que profesa una creencia o un credo común. Durkheim (1982a) ilustró de manera magistral la eficacia socializadora de la orden de los jesuitas, en una época en que se imponía la necesidad de contrarrestar la influencia que la reforma protestante tenía sobre la juventud y de recuperar para la iglesia católica el lugar que aquélla le disputaba. Hoy las cosas han cambiado radicalmente para todas las iglesias. El papel socializador de las instituciones religiosas, y de la iglesia católica en particular, se ha desdibujado de manera notable. A ello ha contribuido, en gran medida, el proceso de secularización propio de las sociedades contemporáneas. La secularización designa, fundamentalmente, la declinación de las concepciones del mundo que ven a los hechos naturales, sociales o de la vida personal de los individuos, como un
  • 88. resultado de la intervención divina o de la acción de poderes sobrenaturales (Dubet y Martucelli, 2000). El proceso de secularización trajo, entre otras consecuencias, una suerte de separación entre la fe y la conciencia, y una mayor autonomía de ésta con respecto a aquélla. En una sociedad secularizada, el creyente tiende a orientar su conducta según su juicio personal y no en base a los mandamientos de la iglesia a la cual pertenece. Esto ha llevado a que ésta pierda gran parte de su poder en la definición de algunos comportamientos, sobre todo de aquellos que implican un fuerte compromiso con principios morales, como son el control de la natalidad, la continuidad del matrimonio, la interrupción del embarazo, la eutanasia, etc. Por su parte, la iglesia ha tenido que adaptarse a las características de la sociedad y el rol de los sacerdotes se ha vuelto más laico. Lo anterior, unido a la crisis que se observa en las vocaciones religiosas, ha despojado a la iglesia de aquellas condiciones que, en algún momento, la constituyeron en un eficaz agente de socialización: su organización y su influencia. Esto es particularmente válido para el caso de la iglesia católica, una institución cuya influencia en nuestra sociedad ha sido, y sigue siendo en alguna medida, preponderante. Hay que tener en cuenta, además, que la asistencia regular a los oficios del culto por parte de quienes admiten profesar una determinada religión se ha reducido considerablemente. Por otro lado, la catequesis no parece constituir una preocupación para gran parte de las familias, aun de aquellas que se identifican con algún credo religioso. En general, los padres que envían a sus hijos a colegios confesionales fundan su decisión en razones que no tienen que ver con su religión, ni con la voluntad de educar a sus hijos en la fe. La elección de este tipo de escuelas responde, más bien, a una valoración de ciertas cualidades de la escuela, tales como, la calidad de la enseñanza que imparte, las oportunidades de aprendizaje que ofrece, el equipamiento que posee, el tipo de normas que rigen la convivencia, etc. Menos declarado de manera explícita, pero igualmente efectivo como criterio para la elección de la escuela, es la extracción social de los alumnos que recibe la institución. Los padres que tienen la posibilidad de elegir la escuela de su preferencia atienden no sólo al capital cultural que ésta brinda a sus hijos, sino también al capital social que pueden adquirir en ella. El hecho de que la escuela sea confesional suele ser totalmente secundario para estos padres. 5.4. El grupo de amigos Por definición, los grupos de pares son grupos formados por personas de aproximadamente la misma edad, que comparten actitudes similares frente a los adultos y las figuras de autoridad, y poseen un status social semejante. Cuando el niño es pequeño, la integración de los grupos de pares está muy ligada a las relaciones de sus padres; más tarde estos grupos se forman casi accidentalmente, en torno a circunstancias de interacción que se generan en diferentes contextos: la escuela, el barrio, el club, etc. Pero poco a poco se vuelven más selectivos en función de determinadas condiciones: intereses, actividades, afinidades personales, etc. La estructura de los grupos de pares no puede compararse con la estructura de ninguna de las otras agencias de socialización. Son grupos que carecen de organización formal y de funciones manifiestas fijadas desde fuera. Tienen carácter temporario y están centrados en intereses inmediatos. Crean sus propias pautas culturales, que difieren según el sexo/género,
  • 89. la edad y el estrato social al que pertenecen los miembros del grupo. Pueden llegar incluso a desarrollar formas de comunicación lingüística que resultan incomprensibles para los que no son miembros del grupo. Los integrantes de un grupo de pares no participan en forma exclusiva de un solo grupo, pueden hacerlo en varios a la vez. La importancia que tiene cada uno de estos grupos para el individuo varía según la edad. Durante la adolescencia constituyen el agente de mayor influencia sobre el comportamiento individual. Gran parte de la orientación del adolescente hacia el futuro, la valoración que hace del mundo de los adultos, sus actitudes hacia los valores, las metas y las normas de la familia y de la escuela, las relaciones con sus padres y hermanos, etc., están condicionadas por el grupo, o los grupos de amigos. Son precisamente las características estructurales que acabamos de mencionar las que hacen del grupo de pares un eficaz agente de socialización. En ellos el individuo desarrolla una serie de aprendizajes que solamente puede tener allí. Veamos algunos que resultan particularmente relevantes desde el punto de vista de la integración en la vida social.  Experiencia de relaciones igualitarias. En la familia esto no es posible (es hermano/a mayor o menor, hijo/hija, etc.). En el grupo de pares el individuo es un ‘igual’; ejerce los mismos roles que los otros, eventualmente puede llegar a tener cierto liderazgo, pero no pierde su rango de ‘igual’.  Pautas de conductas relacionadas con el sexo/género, las modas (vestimenta, bailes, etc.) y las formas de utilización del tiempo libre. Con frecuencia estas pautas enfrentan a las de la familia y también a las de la escuela, sobre todo durante la adolescencia.  Otros modelos de rol y nuevos lazos emocionales. Como en el caso anterior, los valores y actitudes que representan estos nuevos modelos, no coinciden siempre con los que sostienen la familia o la escuela. Es frecuente que los ‘ídolos’ de los adolescentes produzcan una reacción francamente negativa en sus padres y representen los valores opuestos a los que encarnan los sujetos ejemplares que presenta la escuela.  La búsqueda de status se aprende generalmente en el grupo de pares. Mediante la utilización de ciertos símbolos de status (autos, motos, tipo de ropa, maneras de vestirse, concurrencia a determinados lugares, etc.) se logra un ‘lugar’ en el grupo. Estas habilidades sociales se transfieren luego a otras situaciones de la vida social y facilitan al individuo el desempeño en ellas. Gracias a las oportunidades de aprendizaje que proporciona la participación en los grupos de pares, el individuo se convierte en una persona social más compleja, más ‘madura’ socialmente, es decir, con mayor cantidad de ‘herramientas’ a su disposición para desenvolverse en la vida social, lo cual le permite independizarse paulatinamente de su familia. Al verse expuesto a los valores y experiencias propias de otras familias, puede comparar diferentes modos de ver y hacer las cosas, y comienza a considerar el mundo desde distintos puntos de vista. Al mismo tiempo, junto a su mayor independencia, el individuo adquiere más seguridad, ya que es capaz de enfrentar con éxito diferentes situaciones gracias a los ‘recursos’ adquiridos en la interacción con personas socializadas en contextos diferentes al suyo. Los grupos de pares son muy efectivos como agencias de socialización. Por una parte, dada la natural tendencia que tiene el individuo a adecuarse a las exigencias de sus pares, los grupos de pares logran fácilmente que sus miembros internalicen las pautas y formas de conducta definidas como válidas. Y por otra, las sanciones que aplica el grupo para fijar la conducta
  • 90. apropiada son particularmente efectivas, debido al significado que tiene para el individuo el/los grupo/s que integra. 5.5. Los medios de comunicación de masas Los medios de comunicación de masas comprenden al conjunto de instrumentos mediante los cuales se puede transmitir información de forma simultánea e impersonal a un gran número de individuos (Macionis y Plummer, 2000). Los avances tecnológicos dieron lugar en los últimos tiempos a una verdadera revolución en las comunicaciones. Esto determinó que los medios de comunicación de masas ocuparan un lugar cada vez más importante en la vida de las personas y de la sociedad en su conjunto; prácticamente nadie se puede sustraer a su influencia. Ellos se interponen entre el sujeto y el mundo de la experiencia situado más allá de la percepción y el contacto directos; interfieren las relaciones familiares; y finalmente, el contenido de los programas que ofrecen, cualquiera sea la naturaleza de éstos, transmite una serie de conocimientos, valores y actitudes que conforman, en gran parte, las relaciones del individuo con las personas, los objetos, las organizaciones sociales y los acontecimientos de su vida cotidiana. Todo esto otorga a los medios un enorme poder, al punto que su control se ha convertido en un objetivo fundamental de los poderes del Estado, los partidos políticos, los grupos económicos, las organizaciones sociales, etc. Los rasgos propios de los medios de comunicación masiva hacen que su acción socializadora esté sujeta a condiciones particulares y que su efecto real sobre la conducta del individuo sea muy difícil de determinar. Entre esos rasgos se destacan los siguientes:  se dirigen a públicos amplios, socialmente heterogéneos y espacialmente dispersos que, por lo general, se exponen voluntariamente a su acción;  el contenido de la comunicación está abierto a todos y su distribución es relativamente inestructurada e informal;  la relación que se establece entre el emisor y el receptor del mensaje es totalmente impersonal, ya que el emisor se dirige a un público anónimo y la comunicación fluye en una sola dirección;  están vinculados a la industria y su mercado, puesto que dependen de éste tanto desde el punto de vista tecnológico como financiero. La actividad fundamental de los medios de comunicación de masas es la producción de mensajes que luego son distribuidos entre el público o la audiencia. Los medios proporcionan conocimientos en el más amplio sentido del término, es decir, como un conjunto de símbolos que dan significado al mundo de la experiencia cotidiana, conforman nuestra percepción de ese mundo y se suman al cuerpo de conocimientos disponible. Simultáneamente, y también en sentido amplio, proporcionan normas de conducta, entendidas éstas como pautas de comportamiento, valores e ideales destinados a regular la conducta individual y conformar determinadas actitudes. Nunca el mensaje es neutro; basta con comparar la información que sobre un mismo tema dan dos periódicos con diferente orientación ideológica o filiación política, para advertir la forma en que aquella puede ser manipulada, tergiversada o simplemente ignorada. Se podrían multiplicar al infinito ejemplos que dan cuenta de la forma en que los medios de comunicación de masas, a veces de manera explícita, otras en forma sutil y solapada, ponen a
  • 91. nuestra disposición historias, modos de vida, tipos sociales, etc., completamente alejados (o muy cercanos) de nuestra experiencia directa e inmediata, al tiempo que condicionan nuestra percepción de esos hechos y desarrollan ciertos valores y actitudes. A diferencia de otros agentes de socialización, los medios llevan a cabo su acción socializadora sin recurrir a premios o castigos, y con total prescindencia de la relación interpersonal directa. A pesar de que nadie pone en duda esa acción, no se sabe con certeza cuán efectivos son para canalizar la conducta individual en una dirección determinada. Con frecuencia se ha caído en el simplismo de hacerlos responsable de cuanta degradación moral existe en la sociedad. En otros casos, y con igual ingenuidad, se les atribuyen méritos que no se puede comprobar si tienen. Las razones que hacen difícil conocer cuál es el verdadero efecto los medios masivos de comunicación sobre las cuestiones fundamentales de la conducta humana derivan, primordialmente, de los elementos involucrados en la comunicación de masas: el receptor, el medio y el emisor. Todos ellos actúan en situaciones complejas, en las que una multiplicidad de variables están condicionando los comportamientos de cada uno, que resulta imposible controlar en la investigación empírica. El receptor, además de poseer él mismo un conjunto de valores, creencias, necesidades, etc., es un individuo que no actúa aisladamente, sino que forma parte de diferentes grupos sociales, tiene una posición social determinada y está dotado de una personalidad psicológica que define su comportamiento. Por lo tanto, su percepción del mensaje que transmiten los medios es absolutamente selectiva. Un mismo mensaje es recibido de manera diferente por los distintos receptores. Por otra parte, ocurre que la recepción del mensaje se produce en un contexto social global concreto, con características definidas, que inevitablemente también incide en esa recepción. Un mismo mensaje es recibido de manera diferente si la sociedad está atravesando una situación de crisis, que si pasa por un momento de relativa estabilidad y bonanza. El medio, por su parte, constituye una influencia más entre otras, dentro de una situación total. Es prácticamente imposible definir los límites de cada una de estas influencias. Es fácil saber quién compra un detergente porque se lo sugirió una propaganda por la TV, pero no es tan sencillo averiguar en qué medida la actitud de un individuo frente a las relaciones homosexuales, por ejemplo, está determinada por los mensajes televisivos, o es el resultado de sus creencias religiosas, sus propias experiencias sexuales, las opiniones de sus pares, sus rasgos psicológicos, u otro tipo de factores. El emisor, a su vez, es una persona, o conjunto de personas en una organización, ubicada en una red de relaciones sociales, cuyo comportamiento está sujeto, también, a una multiplicidad de influencias, y que selecciona y envía los mensajes de acuerdo con las expectativas y respuestas de otros grupos y de otras personas. Todas estas condiciones sugieren que la tendencia a sobreestimar la influencia de los medios sobre la conducta (cosa bastante frecuente entre los maestros) carece de fundamento empírico. Esto no significa que dicha influencia no tenga importancia, la tiene, y se podría decir a título de hipótesis, que ella es cada mayor. 6. La desinstitucionalización de la sociedad contemporánea
  • 92. Una de las características de la modernidad fue lograr que las agencias tradicionales de socialización (escuela, familia, iglesia), constituidas como verdaderas instituciones sociales, fueran eficaces en su tarea de traducir los valores en normas y éstas en conductas. Dicho en otros términos, estas instituciones podían ‘fabricar’ individuos capaces de incorporar las demandas de la sociedad (en el sentido de ‘hacerlas cuerpo’), es decir, de hacerlas suyas, de convertirlas en parte de su personalidad, de modo tal que cada uno orientara su conducta conforme a ellas. Esto permitió a la sociedad moderna constituirse en un todo ordenado y coherente y producir individuos que pudieran actuar de manera autónoma y, a la vez, conforme al sistema (Dubet y Martucelli, 2000). Sobre esta base, la sociología clásica construyó una imagen de la sociedad moderna y asignó a esas tres instituciones el papel de producir y reproducir de manera continua esa sociedad. El análisis del proceso de socialización que hicimos en un punto anterior responde a esta representación de la sociedad. Hoy asistimos a lo que Dubet y Martucelli (2000) describen como desinstitucionalización de la sociedad. La sociedad actual se provee cada vez menos de individuos que responden a un modelo institucional, es decir, a un conjunto de valores relativamente homogéneos que se traducen en normas y en conductas. La escuela, la familia y la iglesia, al margen de las particularidades que las caracterizan y la forma en que responden a los cambios de la sociedad, tienen algunos puntos en común relacionados con este proceso de desinstitucionalización. Según los autores citados, a la escuela se le exige que alcance finalidades diferentes, a veces contradictorias; la familia nuclear ya no puede armonizar los roles y los sentimientos con base en un conjunto de valores homogéneos y la complementariedad de los roles del hombre y la mujer; la iglesia, por su parte, asiste a una separación entre el dogma y la fe, y se ve confrontada con el distanciamiento entre las experiencias religiosas y la adhesión a una moral común. Las tres instituciones han perdido el monopolio en el proceso de socialización y su influencia se ha restringido de manera considerable, aun cuando, al menos en el caso de la escuela, los individuos experimentan cada vez mayor necesidad de ella pues se ha vuelto imprescindible para ingresar al mundo del trabajo. “Todas las instituciones perdieron lo que constituía su ‘esencia’: su identificación con principios generales y su capacidad de socializar los individuos en esos principios. La diversificación de estos últimos, y el debilitamiento de los monopolios, indujeron un vuelco que todas las teorías sociológicas de la acción han subrayado. La producción de normas se ubicó del lado de la subjetividad y de la experiencia de los individuos. El esquema se ha dado vuelta de la ‘cima’ hacia ‘abajo’. La reflexividad, la distancia consigo mismo, la percepción de los intereses, la construcción de identidades se transformaron en los principios reguladores de la acción. Los procedimientos de ajuste de las conductas son una actividad social, y no ya un dato ‘natural’ de la organización a través de su sistema de roles”14. Los cambios operados en la sociedad, producto de múltiples factores, entre los que se cuentan la imposición de valores propios de la modernidad (el individualismo, el racionalismo y el secularismo, fundamentalmente), y los avances científicos y tecnológicos, nos obligan a pensar de una manera diferente el papel de la escuela, la familia y la iglesia. Se requiere, por ende, tomar en cuenta otros elementos en la ‘fabricación’ de los individuos, o en el proceso de ‘construcción de la subjetividad’, si se quiere utilizar un concepto más nuevo. En lo que respecta a la escuela, una institución que fue el instrumento por excelencia para la difusión e imposición de las pautas propias de la modernidad y la consolidación de los estados nacionales, podemos decir que ha perdido hoy gran parte de las condiciones que le permitieron constituirse en una eficaz agencia de socialización cultural y política. Dichas condiciones tienen que ver tanto con las características propias de la escuela como con el
  • 93. contexto en el cual ella funciona. Dubet y Martucelli (1998) describen las mutaciones que ha sufrido la escuela y atribuyen este fenómeno, básicamente, a la masificación. La obligatoriedad de la escolarización de los niños, que constituyó una de las estrategias privilegiadas de los estados nacionales para asegurar la formación moral (laica) y política de los ciudadanos, provocó una demanda creciente de educación y con ello el crecimiento constante de los sistemas educativos. Esto trajo aparejado, entre otras consecuencias, que las escuelas dejaran de ser un lugar casi sagrado, consagrado a una función específica (cuya legitimidad nadie ponía en duda), donde el niño estaba protegido de las amenazas externas, y los maestros, dotados de verdadera autoridad, representaban los valores del sistema15. La masificación altera todas estas condiciones. El ‘santuario’ es invadido por los problemas de la sociedad, que irrumpen en él de la mano de actores sociales provenientes de estratos sociales que antes quedaban al margen de la escolaridad. Las finalidades de la escuela se diversifican y las exigencias para que la oferta escolar se adapte a las demandas de la sociedad se multiplican. La autoridad del docente es desafiada por parte de los alumnos, ya sea porque no comparten los valores y las normas que los maestros tratan de inculcar, o porque los conocimientos que poseen, y su conducta en general, no responden a las expectativas de los alumnos y sus padres. Por otra parte, los procesos de descentralización de la educación impulsados en los últimos tiempos otorgan una mayor autonomía a la escuela. Ésta debe hacerse responsable de definir y poner en marcha su propio proyecto institucional, lo cual trae aparejada una menor regulación externa de las actividades de la escuela y una necesaria transformación de su organización interna. En síntesis, como sostienen Dubet y Martucelli (2000), la escuela ya no es una institución, en el sentido de una formación social capaz de transformar normas y valores en conductas, y éstas en personalidades individuales. Para comprender la forma en que opera hoy la escuela y las funciones que efectivamente cumple, debemos recurrir a nuevos modelos teóricos, capaces de captar la dinámica interna de una formación social que no responde ya al modelo que planteaba la sociología clásica16 . Volveremos sobre este tema cuando abordemos el problema de la escuela como organización social. La otra institución clave en el proceso de socialización, la familia, también acusa el impacto de los cambios de la sociedad y, en alguna medida, aunque sigue siendo insustituible, enfrenta serios desafíos en el cumplimiento de las funciones que se le asignan. Por desinstitucionalización de la familia Dubet y Martucelli (2000) entienden el vuelco por el cual las conductas de los actores se definen en menor medida por su conformidad a reglas generales que por la construcción de experiencias propias en las que intervienen tanto las pasiones como los intereses. La familia no constituye más un sistema de roles, sino un conjunto de experiencias construidas según varias lógicas, un arreglo entre individuos que combina sentimientos, lazos tradicionales e intereses. Por último, la declinación de la iglesia como institución se manifiesta en un debilitamiento de su organización y de su influencia sobre la conducta del individuo. Como hemos visto en párrafos anteriores, el dogma y los preceptos de la iglesia han dejado de ser los principios que definen la acción de la mayoría de los que profesan una religión determinada. Los fundamentalismos religiosos demandan el sometimiento de la conducta del creyente a la ley divina, mientras que los movimientos renovadores en las diferentes iglesias apelan a una vivencia intensa de la experiencia religiosa y postulan la autonomía de la conciencia frente a
  • 94. los mandatos del dogma. En suma, desde el punto de vista de los autores citados, el concepto de institución ya no sirve para caracterizar a la escuela, la familia y la iglesia. Sería más conveniente hablar de organizaciones. “Cada vez más frecuentemente estas organizaciones son definidas por políticas que se esfuerzan por asegurar la cohesión interna y responder a las presiones del ambiente. Se dedican a coordinar acciones, elaborar programas, negociar con otras organizaciones, establecer jerarquías de objetivos. La escuela integra poco a poco modelos de administración, fija programas y objetivos, ya no se dedica tanto a decretar una moral. La iglesia aprende a convivir con la diversificación de las prácticas religiosas, a responder a las demandas y a las presiones de los fieles que se organizan de una manera autónoma. La familia, que está reglamentada por un derecho que trata de seguir cada vez más de cerca la evolución de los hábitos y las situaciones, también se define a través de políticas sociales, fiscales, escolares, y de los diferentes grupos de presión... En resumen, estas instituciones que son organizaciones, marcos de acción, ofertas de servicios, cumplieron con el programa de la modernidad, el programa de una autoproducción de la sociedad”17. El proceso de desinstitucionalización de la sociedad tiene una consecuencia sociológica de gran importancia: la integración de la sociedad no es más el resultado de un proceso de socialización que asegura una coordinación general de las conductas. Según Van Haecht (1999) nos encontramos hoy con “una socialización ‘hecha pedazos’, producto de la unificación de las legitimaciones y de las legitimidades, a la imagen de la ‘cultura en pedazos’ que caracterizaría a nuestra sociedad. Los canales de socialización son contradictorios, sea en tantos contextos institucionales (familia-escuelas-medios-mundo económico) que se contradicen entre sí, como en el seno de una sola institución en donde los modelos propuestos son contradictorios”18. 1 En sus trabajos más recientes, y abordando problemáticas más generales de la teoría sociológica, Agulla abandona el funcionalismo y adopta un enfoque más afín las orientaciones interpretativas y la hermenéutica. 2 Mannheim, 1966, pág. 35. 3 Mannheim, 1966, pág. 36. 4 Durkheim, 1966, pág. 16-21. 5 Berger y Luckmann, 1968, pág. 164. 6 Berger y Luckmann, 1968, pág. 164-165. 7 Berger y Luckmann, 1968, pág. 175. 8 Berger y Luckmann, 1968, pág. 175. 9 Hay una segunda acepción del término institución social. Se lo usa, generalmente, para designar a un grupo especial. En este sentido se habla de la familia, la escuela, la universidad como instituciones sociales. Aunque ello es perfectamente admisible, es conveniente, sin embargo, distinguir las pautas normativas, de las formaciones sociales a las cuales ellas se aplican. Y esto por dos razones: primero, las formaciones sociales pueden no adecuarse a la norma en todos los aspectos, es decir, el comportamiento de los miembros puede desviarse de la norma aceptada; segundo, porque las relaciones en una formación social se rigen por un complejo de pautas que no se agotan en una institución (las relaciones familiares se rigen por pautas que exceden las de la institución del matrimonio, por ejemplo). 10 Berger y Luckmann, 1968, pág. 82-83. 11 Berger y Luckmann, 1968, pág. 122. 12 Van Haecht 1999, pág. 123. 13 En La miseria del mundo, Bourdieu (1999) da cuenta de los problemas que plantea la convivencia de individuos que han sido socializados de acuerdo a pautas muy diferentes y las dificultades que cada uno de ellos debe enfrentar en su lucha cotidiana por la supervivencia en un contexto social signado por la pobreza, la marginalidad y la falta de oportunidades, sobre todo para los más jóvenes. 14 Dubet y Martucelli ,2000, pág. 231 15 La sociología clásica, con Durkheim a la cabeza, cuando analiza la educación en general, y la escuela en particular, equipara a la escuela con la iglesia y al maestro con el sacerdote. 16 Para profundizar sobre la crisis de la escuela como institución es útil la lectura de Dubet y Martucelli , 2000, capítulo 6. 17 Dubet y Martucelli, 2000, pág. 232 18 Van Haecht, 1999, pág. 122.
  • 95. Capítulo IV Sociología del sistema escolar Hemos visto en capítulos anteriores que en la sociología de la educación se distinguen dos áreas de interés claramente diferenciadas que corresponden, respectivamente, a la macrosociología de la educación y la microsociología de la educación. La primera tiene como tema central el análisis del sistema escolar y sus relaciones con la sociedad en la cual está inserto; la segunda se ocupa de los procesos de interacción que tienen lugar en el aula y en la escuela, y todo lo que está involucrado en esos procesos. En el presente capítulo nos ocuparemos de la primera, es decir, desarrollaremos lo que corresponde a la perspectiva macrosociológica. Por cierto, el análisis macro sociológico no es incompatible con el análisis micro; se trata de perspectivas complementarias, ambas absolutamente necesarias para alcanzar una verdadera comprensión del fenómeno educativo. El proceso de enseñanza-aprendizaje que tiene lugar en una clase escolar se produce en el contexto de una escuela y ésta no opera de manera aislada, sino que constituye un elemento de un todo mayor que es el sistema escolar. Gran parte de lo que pasa en las aulas y las escuelas es un resultado de las disposiciones y condiciones que emergen del sistema; a su vez, lo que ocurre a nivel del sistema, siempre está relacionado con la multiplicidad de procesos que tienen lugar en las escuelas y en las aulas. Tanto cuando se adopta la perspectiva macro, como cuando se privilegia el análisis de lo micro, es necesario tener en cuenta que el sistema en su conjunto, y las aulas y las escuelas en particular, sufren el impacto de una serie de procesos que tienen lugar fuera del sistema, es decir, en la sociedad. Si, como sostiene E. de Babini (1991), la sociología de la educación es el estudio científico de la educación como fenómeno y como proceso social en contextos sociales de diferente amplitud, en la perspectiva macro el contexto de que se trata es el contexto societal, o sea, la sociedad global. Ello implica considerar al sistema educativo como un subsistema de la sociedad, al que se le asignan determinadas funciones y que, inevitablemente, se ve condicionado en su funcionamiento por los cambios y los procesos que tienen lugar en el contexto societal. El análisis macro se interesa, en consecuencia, por las relaciones entre el sistema escolar y la estructura económica, la estratificación social, la organización del poder político, las diferentes instituciones sociales (familiares, religiosas, etc.), otras dimensiones de la sociedad (como la demográfica) y los fenómenos culturales, básicamente los de carácter ideológico. Obviamente, no es posible desarrollar aquí la totalidad de estos temas. Nuestro propósito es abordar de manera general solamente algunos de ellos. Antes de hacerlo, nos parece importante introducir el marco conceptual con base en el cual realizaremos dicho abordaje. 1. Conceptos propios del análisis de sistemas En lo que sigue desarrollaremos un conjunto de conceptos imprescindibles para llevar a cabo el análisis de cualquier sistema educativo. Se trata de nociones básicas que nos permitirán manejar un código común y, de esta manera, saber a qué nos estamos refiriendo cuando hablamos del tema. Expondremos en primer lugar algunos de los conceptos generales del
  • 96. análisis de sistema; definiremos luego lo que entendemos por sistema educativo, analizaremos sus rasgos distintivos y la forma en que se desarrollaron, para concluir con una breve referencia a sus relaciones con los otros subsistemas sociales. Antes de definir lo que es un sistema escolar, necesitamos hacer una aclaración importante. El análisis de sistemas es un tipo de análisis científico, en el campo de las ciencias sociales, que responde a supuestos específicos y posee un marco conceptual propio1. En sociología es un enfoque afín a la tradición organicista y sirve a necesidades particulares. Por lo tanto, resulta apto solamente cuando se quieren captar determinados aspectos de la realidad, aquellos que aluden a una totalidad integrada y que funciona como tal, como veremos más adelante. Del conjunto de conceptos básicos del análisis de sistema tomaremos, por el momento, solamente unos pocos, los más relevantes para nuestros propósitos: sistema, subsistema y entorno2. Incorporaremos también dos conceptos afines a dicho análisis, que no son específicos de él, sino del enfoque estructural-funcional en sociología: el de estructura y el de función. a) Sistema y subsistema El concepto de sistema alude a un conjunto de elementos que están mutuamente integrados, que interactúan entre sí y son interdependientes. Estos elementos (o partes constitutivas del sistema) forman un todo con características propias que no surgen de la suma de esos elementos, sino de su integración y adquieren sentido solamente en relación con el todo del cual forman parte. Como las partes son interdependientes, cualquier modificación que se produce en alguna de ellas, provoca inevitablemente cambios en las restantes y en el sistema como un todo. Por lo tanto, integración, interdependencia e interacción son las condiciones necesarias para que un conjunto de elementos pueda ser considerado como un sistema. En el interior del sistema se llevan a cabo diferentes procesos, en los que participan los distintos elementos que conforman el sistema, y están orientados al logro de determinados resultados (outputs). Por ejemplo, en el sistema escolar, los alumnos son ‘procesados’ de alguna manera con el fin de lograr ciertos cambios en su conducta; estos cambios responden a los objetivos o las finalidades asignadas a la educación por la política educativa. Resultados de ese ‘procesamiento’ son, por ejemplo, individuos que dominan la lectura y la escritura, conocen la geografía del país, pueden resolver situaciones problemáticas, poseen las competencias necesarias para incorporarse a la estructura laboral, aman a la patria, respetan las instituciones, son solidarios, etc., etc. Dentro de un sistema se pueden distinguir, analíticamente, subsistemas. Los subsistemas son conjuntos menores del sistema que están integrados a él. La distinción entre sistema y subsistema es relativa. Lo que desde una perspectiva puede considerarse sistema, desde otra puede ser un subsistema. Los objetivos que se propone el observador determinan los límites del sistema y sus subsistemas. Por ejemplo, si se toma al sistema educativo argentino como sistema, los sistemas educativos provinciales pueden constituir subsistemas de aquél; si, por el contrario, se toma al sistema educativo de Córdoba como sistema, la educación municipal puede tratarse como un subsistema del sistema provincial. Los límites entre un sistema y otro, y entre los subsistemas de un mismo sistema, son siempre analíticos, dependen, como decíamos antes, de los objetivos de quien realiza el análisis. Hemos afirmado antes que los sistemas educativos son sistemas sociales. Éstos, a diferencia
  • 97. de otro tipo de sistemas, son abiertos, mantienen una estrecha y permanente vinculación con el contexto (o entorno, según la terminología técnica del análisis de sistema) en el que están insertos. Por lo tanto, están condicionados en su estructura y funcionamiento por dicho contexto y, a su vez, ejercen sobre éste diversos tipos de influencias. b) Entorno Como vimos en el párrafo anterior, los sistemas sociales, y el educativo entre ellos, son sistemas abiertos, por lo tanto, ejercen influencias sobre el contexto en el que están insertos y reciben, a su vez, las influencias de éste. El concepto de entorno designa, precisamente, ese contexto; se define como el conjunto de elementos que, dentro de ciertos límites, ejercen/reciben tales influencias. La definición de los elementos que constituyen el entorno del sistema es arbitraria, depende de los objetivos del análisis y, también, de la decisión previa que el analista haya tomado acerca de los elementos que conforman el sistema en cuestión. Considerar a la educación como un sistema implica verla como una totalidad compuesta por elementos integrados, interdependientes e interrelacionados que funciona dentro de un contexto más amplio (el ‘entorno’ del sistema). Si nos situamos en la perspectiva de la sociedad global, se puede analizar al sistema educativo como un subsistema dentro de ese sistema más amplio que es la sociedad, compuesto, a su vez, por otros subsistemas (económico, político, cultural, etc.). Muchos de los múltiples problemas del sistema educativo en general, y de las escuelas en particular, solamente se pueden comprender si se conocen las características del entorno en el que él funciona. c) Estructura Se trata de un concepto central del enfoque estructural-funcional. No deben confundirse los conceptos de sistema y de estructura. La estructura es una propiedad del sistema que alude a las relaciones entre las partes o elementos constitutivos del sistema. Por estructura se entiende la forma relativamente estable y predecible en que se relacionan dichos elementos. Es importante tener en cuenta que, en el caso de los sistemas escolares, interesan dos tipos de estructura que aluden a conjuntos de relaciones diferentes: la académica y la administrativa. La primera se refiere a la regulación de la carrera escolar de los alumnos y la carrera profesional de los docentes. Generalmente, los sistemas escolares están estructurados en niveles, ciclos, modalidades, etc., articulados entre sí, y los docentes deben reunir determinados requisitos para desempeñarse como tales en los diferentes niveles del sistema. La ‘estructura administrativa’ designa, formalmente, las relaciones entre los órganos de conducción y gestión del sistema a nivel nacional o provincial; esta estructura se puede diagramar en gráficos que denominamos organigramas. Los dos tipos de estructuras anteriores son estructuras formales, es decir, están perfectamente reguladas por una serie de disposiciones y resoluciones que definen sus características y sus funciones. Pero en el interior del sistema podemos distinguir, también, múltiples y variados conjuntos de relaciones que operan al margen de las disposiciones formales, responden a los intereses particulares de los actores y pueden ser funcionales o disfuncionales para el funcionamiento del sistema. Estas relaciones conforman las estructuras informales propias de cualquier sistema y le imprimen características especiales que permiten diferenciarlo de otros sistemas de la misma especie. La estructura informal es un tema de interés sociológico específico. d) Función Desde la perspectiva del estructural-funcionalismo, todas las unidades de la vida social
  • 98. cumplen funciones. El concepto de función designa las consecuencias observables de la actividad de cualquier unidad de la vida social que contribuyen al mantenimiento del equilibrio del sistema. Estas funciones pueden ser manifiestas o latentes. Las funciones manifiestas de las diferentes unidades del sistema escolar son aquellas que, de alguna manera, están fijadas formalmente y responden a los objetivos para los cuales fueron creadas. Las funciones latentes son los resultados que surgen de la acción sin que sus participantes se lo propongan deliberadamente. Por ejemplo, la función manifiesta de la escuela elemental es, entre otras, la enseñanza de la lectura, la escritura y los rudimentos del cálculo, la creación de hábitos de disciplina y de trabajo, etc.; una función latente podría ser la contención afectiva de algunos niños. Hoy la escuela y el maestro están cumpliendo funciones que, estrictamente, no les son propias ni específicas (alimentar a los niños, administrar el comedor escolar, asistir socialmente a las familias de los alumnos, etc.), en detrimento de aquellas para las cuales han sido creadas las escuelas y preparados los maestros. Se habla de disfunción cuando dichas consecuencias no contribuyen al equilibrio y la integración del sistema. Por ejemplo, el deterioro en las condiciones laborales de los docentes puede alentar una falta de compromiso de éstos respecto de su tarea y, como consecuencia de ello, provocar un deterioro en la calidad de la enseñanza. 2. Una definición de sistema escolar La socióloga inglesa Margaret Archer (1986) sostiene que, puesto que el término sistema educativo ha sido utilizado indiscriminadamente para designar realidades educativas muy dispares, es necesario adoptar una definición que nos permita identificar con precisión qué realidad queremos explicar y ubicar el tiempo al cual debemos remontarnos en la búsqueda de tal explicación. Ella propone una definición que recupera el significado cotidiano de las palabras ‘sistema educativo estatal’ y comprende, bajo la misma denominación, tipos muy disímiles de educación vigentes en diferentes países. Archer entiende por ‘sistema educativo estatal’ una “colección de instituciones diferenciadas, de amplitud nacional, cuyo control e inspección general es, al menos en parte, de la incumbencia del Estado3 y cuyos procesos y partes integrantes están relacionadas entre sí”4. De acuerdo con este concepto, quedan al margen del sistema escolar todos los programas e instituciones educativos que funcionan fuera de la órbita del control estatal y aquellos que tienen que ver con la educación no formal. Un análisis detenido de la definición de Archer nos permite descubrir cuáles son las condiciones que deben darse para que exista un ‘sistema educativo estatal’. Esas condiciones son las siguientes:  Existencia de instituciones que tienen por función la educación formal. Estas instituciones reciben diferentes nombres según el país o el nivel educativo de que se trate (escuelas, colegios, institutos, universidades, etc.). No hay sistema escolar sin escuelas, cualquiera sea la denominación que se les dé.  Carácter nacional de esas instituciones. Éstas deben abarcar la totalidad del país y estar articuladas de tal modo que la movilidad geográfica de estudiantes y docentes no ponga en riesgo la continuidad de sus respectivas carreras dentro del sistema.  Papel del Estado. El financiamiento, gestión y supervisión del sistema educativo es una función indelegable del Estado, ya sea nacional, provincial o, eventualmente, municipal,
  • 99. según el tipo de organización institucional adoptado por el país de que se trate. Aun en aquellos casos en que al Estado se le asigna una función subsidiaria en materia de educación (las políticas neoliberales, por ejemplo, sostienen esta postura), su presencia es imprescindible para la existencia del sistema educativo.  Por último, la necesaria relación e integración entre los procesos y las partes que constituyen el sistema. Si esto no se da, no estamos frente a un sistema. Se trataría de otra forma de institucionalización de la educación que no responde a las características de un sistema. De hecho, antes del surgimiento de los sistemas educativos estatales, la educación estaba institucionalizada de otra manera. Había instituciones educativas, pero no había sistema educativo. Al referirnos a la educación como un sistema estamos suponiendo, por hipótesis, que las partes que lo conforman están interrelacionadas de múltiples formas, tanto las que se refieren a la carrera escolar de los alumnos y el personal de enseñanza, como las que se ocupan de la gestión administrativa del sistema. Como observa E. de Babini (1991), hay relaciones muy fáciles de advertir, y otras menos notorias. En cualquier caso, esas relaciones permiten caracterizar a un sistema como más o menos abierto, más o menos flexible, más o menos eficiente, más o menos centralizado, etc. Todas estas características sirven para introducir o promover cambios en el sistema y para comprender sus relaciones con otros fenómenos sociales. Permiten también comparar sistemas educativos de diferentes países, o del mismo país en diferentes momentos históricos, y analizar los cambios que se han ido produciendo a través del tiempo. Cada sistema educativo tiene su propia estructura, tanto académica como de gestión administrativa. La primera está definida por las relaciones entre los diferentes niveles, ciclos y modalidades de enseñanza, y por las funciones asignadas a cada uno de ellos. Supone, además, la regulación de la carrera escolar de quienes tienen acceso al sistema, el establecimiento de las condiciones de ingreso, permanencia, pase de un nivel al siguiente, o de una modalidad a otra, acreditación, etc. La segunda, la estructura administrativa o de gestión, implica la existencia de órganos de administración, dirección y supervisión de las actividades correspondientes, junto con la definición de los roles asignados a los funcionarios respectivos. En definitiva, un sistema escolar comprende una gran red de organismos y actividades, actores y relaciones, que cumple importantes funciones sociales y cuyas vinculaciones con la sociedad global son muy complejas. Distintas corrientes teóricas han tendido a simplificar esas relaciones, ya sea reduciendo al sistema escolar a un mero resultado de las condiciones económicas y la estratificación clasista, sin tomar en cuenta las influencias que el sistema escolar puede ejercer sobre esas condiciones; ya sea tomando al sistema escolar como algo aislado de la estructura social, capaz de moldear por sí mismo esa estructura. El análisis macrosociológico pone énfasis en la idea de que el sistema educativo es un subsistema de la sociedad y que, como tal, no es ni totalmente autónomo, ni totalmente dependiente de la estructura social global. Se afirma con razón que, “si el sistema escolar no fuera por lo menos parcialmente autónomo, los problemas de la sociología de la educación podrían deducirse, de modo más o menos simple, de las características globales de la sociedad, del sistema productivo o de cualquier parte o dimensión privilegiada de la estructura social. Si fuera, en cambio, totalmente autónomo, los teóricos de la educación podrían construir sus teorías o fundar sus prácticas en la ignorancia de la realidad social nacional o universal de nuestra época”5.
  • 100. Una propiedad inherente al sistema educativo es la autonomía relativa. Esta propiedad es fundamental, y como veremos más adelante, permite explicar por qué el sistema opera de la manera en que lo hace. El concepto de autonomía relativa fue acuñado por Durkheim a comienzos del siglo pasado. Se refiere al hecho de que el sistema tiene vida propia y sus propias reglas de funcionamiento interno; tiene también una evolución relativamente independiente de los condicionamientos externos, en el curso de la cual conserva muchos de los rasgos de su estructura anterior. Como dicen Bourdieu y Passeron (1981), la autonomía relativa implica que el sistema tiene el poder de reinterpretar las demandas externas y de sacar partido de las ocasiones históricas para realizar su lógica interna. A pesar de la relevancia del problema y la enorme cantidad de bibliografía que se le ha dedicado, no se cuenta actualmente con una verdadera teoría sociológica de los sistemas escolares. Esta carencia se debe, según Archer (1981), a que la sociología de la educación contemporánea ha abandonado la tradición clásica, que se remonta a Durkheim, Weber y Marx, quienes vieron a la educación como una institución social macroscópica cuyas actividades planteaban problemas que revestían, por sí mismos, interés sociológico. 3. Rasgos distintivos de los sistemas escolares Siguiendo a Archer (1986) vamos a destacar los rasgos distintivos de los sistemas educativos, es decir, aquellos que son propios de ellos y permiten distinguirlos de otros subsistemas de la sociedad. Estos rasgos adquieren diferentes connotaciones según el país y el momento histórico de que se trate. Dichos rasgos son los siguientes: unificación, sistematización, diferenciación y especialización. Ninguno de estos rasgos es estático, varían históricamente en función de las circunstancias del entorno, las demandas externas y la dinámica interna propia del sistema. Es perfectamente posible, y de hecho es lo que ocurre, que un sistema educativo cambie en función de cada uno de estos rasgos. Los sistemas educativos no son realidades construidas de una vez para siempre. Una de las potencialidades del instrumental analítico que propone Archer reside, precisamente, en su capacidad para captar la dinámica histórica y el cambio de los sistemas escolares. a) Unificación La unificación se refiere al alcance y naturaleza de la administración escolar. Señala la incorporación o el desarrollo de diversos establecimientos, actividades y personal bajo la órbita de una administración central, específicamente educativa, de carácter nacional. Esto se traduce en controles uniformes que emanan del centro y regulan, parcial o totalmente, diferentes aspectos de la actividad educativa de un país. La unificación puede variar en extensión y en intensidad. De acuerdo a la forma que asuma este rasgo, podemos hablar de un sistema educativo centralizado o de uno descentralizado6. No se debe considerar a la unificación como sinónimo de centralización. Dicho en otros términos, la unificación no es un rasgo de los sistemas educativos centralizados, sino que es propio de todos los sistemas, con la diferencia que en los centralizados el grado de control y regulación que ejerce el gobierno central es total, mientras que en los descentralizados es parcial, se limita al establecimiento de regulaciones sobre cierto tipo de actividades, algunas formas de instrucción, determinada clase de instituciones, algunas categorías de docentes, etc. Por ejemplo, hoy nuestro sistema educativo es descentralizado; la provisión y control de la
  • 101. educación es resorte de cada uno de los gobiernos jurisdiccionales. Sin embargo, el nivel universitario es una responsabilidad exclusiva del gobierno nacional. b) Sistematización Tal como surge de la definición de sistema educativo adoptada aquí, la educación de un país no está constituida por la suma de un conjunto de organismos y establecimientos dispares o independientes. La sistematización alude al grado de coordinación que alcanza el sistema. Consiste en el fortalecimiento de las relaciones entre las partes, el desarrollo de relaciones entre partes previamente desconectadas, la adición gradual de nuevos elementos y relaciones al sistema o la combinación de todos estos cambios (Archer, 1982a). Desde su emergencia, los sistemas educativos han evolucionado gradualmente hacia una mayor sistematización. Dos son los aspectos de la sistematización que se han ido refinando paulatinamente en los sistemas educativos de la mayoría de los países: por una parte, la existencia de exámenes de validez nacional, definidos para los diferentes niveles y modalidades, que cumplen una función reguladora de las carreras de los individuos; y por la otra, el desarrollo de formas regulares de reclutamiento, formación y certificación del cuerpo docente, apropiadas para cada nivel y válidas a través de todo el sistema (E. de Babini, 1991). Uno de los aspectos más importantes del cambio en la sistematización del sistema es el desarrollo de una organización jerárquica, es decir, la gradual articulación de niveles educacionales que previamente no estaban relacionados, eran controlados por diferentes grupos de propietarios privados y no estaban coordinados. La organización jerárquica se desarrolla, básicamente, porque el logro de las metas educacionales solamente es posible cuando existe complementariedad entre los inputs (insumos), los procesos y los outputs (productos) correspondientes a los diferentes niveles educativos. La diversificación y multiplicación de las metas que debe alcanzar el sistema han determinado esta evolución hacia una mayor sistematización, es decir, hacia una mayor coordinación de las actividades académicas y los trayectos escolares en todo el sistema. c) Diferenciación La diferenciación alude al hecho de que el sistema educativo se perfila como una unidad perfectamente distinguible del resto de la estructura social. Una vez que los establecimientos escolares conforman un todo articulado bajo el control del Estado y se desarrolla una colectividad especializada con roles propios, diferentes a los correspondientes a otras unidades de la vida social, el sistema debe atender simultáneamente a una serie de operaciones que sólo puede cumplir si se mantiene algo separado del resto de las estructuras sociales. Una mayor diferenciación implica, también, que el sistema no permanece ligado a los intereses de grupos particulares, sino que atiende a las necesidades del conjunto de la sociedad. Cuando se asignan al sistema funciones que no le son específicas y que estrictamente corresponden a otras áreas del Estado, no sólo se restringe la posibilidad que tiene el sistema de cumplir con sus funciones específicas sino que, también, se limita su necesaria independencia y se corre el riesgo de que deje de servir a los intereses generales. Aunque parezca algo secundario, es muy importante preservar la diferenciación del sistema educativo a fin de garantizar que todos se puedan beneficiar del servicio que presta. d) Especialización Este concepto se refiere a los cambios internos que se producen en los sistemas educativos para atender a necesidades especiales. Atender estas demandas puede involucrar muchas
  • 102. cosas: crear nuevos establecimientos, agregar nuevas actividades a las ya existentes, delinear nuevos roles, imponer otras formas de reclutamiento y entrenamiento del personal, adoptar políticas de admisión y ubicación de los alumnos cada vez más complejas, desarrollar nuevos servicios, diseñar materiales para la enseñanza y el equipamiento de las escuelas, etc., etc. Se trata de diferentes formas de especialización que apuntan a satisfacer distintos tipos de demandas. Obviamente, quienes detentan el poder son los que determinarán a qué tipo de demandas se otorgará atención especializada. Los cambios que derivan de la especialización pueden ocurrir secuencial o simultáneamente, y dan lugar a un crecimiento del sistema que puede continuar indefinidamente. Estos cambios no implican, necesariamente, una mayor adaptación del sistema a las demandas de su entorno, y como son el resultado de complejos procesos de interacción, no siempre son complementarios. Tampoco suponen que el sistema dispondrá de manera óptima las actividades a fin de brindar el máximo servicio a una variedad de grupos sociales. En Argentina, un ejemplo claro de especialización del sistema es la proliferación de programas de postitulación para los docentes de nivel medio y primario, o la multiplicación de carreras de postgrado en los últimos años. Obviamente, son las universidades las que lideraron este proceso. En los programas de postitulación se ve con claridad cuál es la demanda que trató de satisfacer el sistema (capacitación y acreditación a docentes de EGB y Polimodal). En el caso de los postgrados universitarios, esta manifestación de la especialización es probable que haya surgido para satisfacer algún tipo de demanda social frente a la ostensible devaluación de los diplomas de grado. Pero también se puede sostener, a título de hipótesis, que fue una respuesta a las necesidades de los propios docentes universitarios de lograr nuevas credenciales o, por qué no, de enriquecer su curriculum vitae asumiendo funciones de mayor prestigio en el campo universitario, como son las de dirección de carreras del cuarto nivel. Cualquiera sea el caso, el resultado ha sido un crecimiento del sistema por la ampliación del servicio y, dado que se produce una suerte de retroalimentación del proceso de especialización, ese crecimiento seguirá produciéndose en el futuro. 4. Etapas en el desarrollo de los sistemas escolares y pautas de cambio Los sistemas educativos, tal como los conocemos hoy, son un producto reciente en la historia de la humanidad. Surgieron hace poco más de un siglo, cuando se impuso la necesidad de institucionalizar un tipo de educación que garantizara la imposición del ideario de la modernidad y la consolidación de un nuevo tipo de dominación, el Estado Nacional, que vino a sustituir a la dominación feudal. Constituyen, por lo tanto, una institución fundamental de la modernidad. Los sistemas escolares fueron creados, precisamente, para satisfacer las exigencias de esa nueva etapa del desarrollo histórico del mundo occidental. Paulatinamente este modelo de institucionalización de la educación se expandió al resto del mundo y hoy tiene carácter planetario. El concepto de sistema educativo utilizado aquí alude, precisamente, a esta nueva forma de institucionalización de la educación propia de las sociedades industriales (de carácter nacional y bajo el control del Estado). Desde su aparición, los sistemas escolares han sufrido cambios importantes en su configuración interna y en sus relaciones con la sociedad. Archer
  • 103. sostiene que la sociología de la educación debe poder explicar estos cambios. Desde su punto de vista, una teoría del cambio educativo debe tomar en cuenta la cualidad fundamental del sistema: la autonomía relativa. Los fenómenos que ocurren fuera del sistema no constituyen el único factor determinante de ese cambio; intervienen también la propia estructura del sistema y los procesos de interacción que ocurren en su interior. Sobre la base del concepto de ‘mofogénesis’ (tomado de la moderna teoría de los sistemas), Archer (1982b, 1984) explica el cambio educativo considerando tanto los fenómenos externos al sistema, como la estructura y los procesos que tienen lugar dentro él. Así, el cambio es el resultado de la continua sucesión de ciclos morfogenéticos, compuestos por tres momentos dialécticos: condicionamiento estructural, interacción, elaboración estructural. En la propuesta de Archer, para explicar el cambio estructural, es necesario tener en cuenta que la estructura precede lógicamente a la acción o acciones que la transforman y, que la elaboración estructural sigue lógicamente a estas acciones. Dicho en otros términos, para explicar el cambio educativo es imprescindible tener en cuenta tanto los factores micro sociales como los macro sociales, la estructura y la acción. Figura nº 1: El desarrollo de los sistemas escolares7
  • 104. *Se refiere a la autonomía operacional (es decir, a la capacidad de autodeterminación institucional del sistema), no a la autonomía funcional. La idea de ciclos morfogenéticos en el desarrollo de los sistemas escolares no debe confundirse con el concepto de etapas de ese desarrollo. Según Archer (1986), el desarrollo de los sistemas escolares se produce en tres etapas cruciales, cada una de las cuales encierra innumerables ciclos morfogenéticos. La primera etapa corresponde a la emergencia del sistema, y la denomina ‘despegue’; la segunda es la del ‘crecimiento’; y la tercera, la de ‘inflación’. La Figura nº 1 presenta el esquema propuesto por Archer para ilustrar su propuesta acerca de este tema. a) Despegue (‘take off’) Veíamos antes que la actual forma de institucionalización de la educación es un producto relativamente reciente en la historia de la humanidad. Previamente a la emergencia del sistema educativo estatal, la educación era una empresa privada y el grupo, o los grupos, que la controlaban en cada caso tenían un virtual monopolio de los recursos educacionales. El ‘despegue’ de los sistemas escolares se produce como resultado de la lucha competitiva entre los grupos de interés comprometidos en el control de la educación. El conflicto entre dichos grupos lleva a la creación de nuevas escuelas, y con ello al aumento de la matrícula. Junto a
  • 105. esto se inicia un ciclo de ‘realimentación positiva’ por el cual las personas menos educadas aspiran a más educación para ellas y para sus hijos. Según Archer (1984), existen dos estrategias en esta lucha competitiva por el control de la educación. i) La sustitución, que consiste en devaluar el monopolio existente mediante la competición en el mercado educacional, la construcción y el mantenimiento de nuevas escuelas, el reclutamiento, entrenamiento y pago a nuevos docentes para dotarlas de personal. ii) La restricción, que involucra el uso de la maquinaria legal del Estado para privar al grupo propietario de sus ventajas educacionales, a través de la expropiación de los edificios, la confiscación de los fondos para la educación y la proscripción de los maestros. En la sustitución el control educacional es desafiado por la competencia en el mercado; en la restricción el objetivo es una transferencia legal del control. Lo que es importante acerca de las dos estrategias es que mientras ambas conducen al despegue educacional, cada una de ellas produce, simultáneamente, dos pautas diferentes de crecimiento del sistema. Si predomina la estrategia restrictiva, el sistema educativo evoluciona hacia un modelo centralizado; si predomina la sustitutiva lo hace hacia un modelo descentralizado. En la etapa del despegue la autonomía relativa del sistema es baja, se trata de un sistema pre- estatal; el conflicto competitivo de los grupos corporativos tiene preeminencia sobre las acciones primarias, y la motivación individual por participar en la educación se caracteriza por la indiferencia. La oferta educativa precede y manipula la demanda. En síntesis, para Archer, el ‘despegue’ educacional involucra dos cosas, aumento del número de escuelas y crecimiento de la matrícula, como resultado de la lucha competitiva entre los grupos de interés y los incipientes Estados nacionales por el control de la educación. b) Crecimiento (‘growth’) El conflicto competitivo propio de la etapa anterior, dice Archer, dio paso a la negociación colectiva. En el nivel macro, esta negociación constituye ahora el principal proceso de interacción y la fuente de cambio más importante. El cambio deriva, fundamentalmente, de la transformación de la propiedad privada de las escuelas en control público de la educación. Lo que alienta la negociación, por lo tanto, es el hecho de que la responsabilidad política implica una extensión de la influencia de la educación (muchos grupos corporativos están ahora involucrados oficialmente en la toma de decisiones). El financiamiento público da como resultado una diversificación de los servicios educativos y éstos se extienden a sectores más amplios de la sociedad (más grupos corporativos han apostado a ello). Lo que efectivamente elimina la competición es la virtual imposibilidad de competir con el Estado en términos de poder y de recursos. En el nivel micro, la naturaleza atomizada de la acción primaria (asistemática e individualista) da lugar a la co-acción, esto es, a la acción conjunta (no concertada previamente, sino derivada de la situación estructural) de grupos de individuos que están más o menos en la misma posición y que actúan aproximadamente de la misma manera. La co-acción también es un resultado directo de la emergencia del sistema pues éste, explícita y legalmente, define una población escolar (materialmente, colocando cohortes completas en la misma posición de obligatoriedad con respecto a la educación) y enfrenta a la población como un todo con una única estructura educativa nacional. La similitud de reacción de los que están colocados en posiciones similares genera poderosos efectos agregados. Esto representa transformaciones del entorno con el cual tiene que tratar la acción corporativa. Contexto y entorno se convierten en influencias recíprocas por primera vez durante esta fase.
  • 106. De esto se sigue que las influencias micro y macro sobre el crecimiento y el desarrollo sistémico pierden su asimetría pasada, en virtud de la cual las segundas dominaban y manipulaban a las primeras. En lugar de esto reina la reciprocidad entre ellas, lo que resulta de primordial importancia para la promoción del crecimiento. Ambas, la negociación corporativa y la co-acción, son fuerzas por derecho propio para el crecimiento educativo. Conjuntamente, se refuerzan entre sí de forma masiva e intensifican el circuito de feed back positivo que se había abierto tenuemente al final de la primera fase. Lo hacen gracias al significativo incremento de los recursos (dinero, autoridad, experiencia) asignados a los nuevos sistemas. Bajo la dinámica conjunta de la acción macro y micro, los sistemas educativos crecen en tamaño y campo de aplicación, pero crecen esencialmente hacia arriba. De diversos modos, esta segunda fase es predominantemente el período de la expansión del nivel de enseñanza de nivel medio. En esta etapa, la negociación de los grupos de interés con el Estado adquiere diferentes formas, cada una de las cuales lleva a resultados distintos y produce pautas de cambio particulares. Archer distingue tres tipos de negociación: i) transacciones externas (a través de ellas los grupos de interés negocian directamente con diferentes partes del sistema educativo servicios educacionales nuevos, o adicionales, a cambio de recursos que son, por lo general, financieros); ii) iniciación interna, que representa cambios endógenos al sistema, impulsados fundamentalmente por los profesionales de la educación (una vez que los docentes se profesionalizan, gestionan más financiamiento y mayores oportunidades para satisfacer su creciente experiencia); y iii) manipulación política, que involucra la negociación del cambio vía las autoridades políticas centrales o locales (por lo cual los grupos corporativos influyen la política educativa en proporción a su fuerza en la arena política). La importancia relativa de estos procesos varía con la estructura del sistema y con la distribución de los recursos en la sociedad. Generalmente, la manipulación política es utilizada por los sectores sociales con menor capacidad económica, mientras que la transacción externa es la forma de negociación a que recurren los grupos económicamente poderosos. Cada uno de estos procesos de negociación ha producido distintas clases de crecimiento sistémico durante el siglo XX. Las transacciones externas introdujeron más ofertas, es decir, se diversificó la oferta (nuevas carreras, otras modalidades, etc.). La iniciación interna condujo a una escolarización más prolongada, puesto que este tipo de negociación es impulsada básicamente por los docentes que, al profesionalizarse, buscan consolidar y ampliar su fuente de trabajo. La manipulación política, por su parte, resultó en un acceso más amplio a la escolarización, o sea, el sistema alcanza mayor cobertura (nuevos sectores sociales acceden a la educación). Según Archer, todos generaron crecimiento, como un producto (a veces un subproducto) de la modificación estructural del sistema. Sin embargo, la clase específica de elaboración estructural inducida a través de la manipulación política tiene consecuencias numéricas más radicales que las otras dos, lo cual se pone de manifiesto en el enorme crecimiento de las tasas de escolarización durante esta etapa. Hay que recalcar que el hecho que cuenta para la tasa de crecimiento extremadamente alta del sistema escolar durante la etapa de crecimiento es que los tres procesos de negociación tienen lugar conjuntamente y sus efectos se refuerzan entre sí. Estos efectos no son aditivos sino que representan un fenómeno multiplicador Los procesos descriptos producen la así llamada ‘revolución de las expectativas crecientes’, se alcanza la gratuidad de la enseñanza, y la educación se convierte en el principal canal para el
  • 107. logro de beneficios sociales. Estamos ahora frente a un sistema educativo estatal, su autonomía relativa es media, la acción de los grupos o las corporaciones que negocian con el Estado tiene tanta importancia como las acciones primarias y la motivación individual por la educación es positiva, puesto que la educación asegura, entre otras cosas, el acceso a diferentes bienes sociales (empleo, promoción en el empleo, mejor salario, status, etc.). c) Inflación (‘inflation’) Como el tamaño del sistema educativo creció considerablemente en el período precedente, en el período actual (de inflación) entra a jugar una nueva dinámica de crecimiento. Específicamente, a medida que el sistema educativo madura, comienza a tomar vida propia, volviéndose cada vez más independiente como institución social y menos regulado por otros subsistemas de la sociedad. Hay avances sustanciales en la autodeterminación corporativa, especialmente por parte de la profesión docente, que, en conjunción con los efectos de la acción primaria, efectivamente excluye la emergencia de cualquier regulación total del sistema escolar. En general, hay una aceleración de los ciclos de reforzamiento positivo que operan entre la oferta y la demanda, el contexto y el entorno, la acción macroscópica y la microscópica. La naturaleza recíproca de estas influencias, que comienza en la fase de crecimiento y continúa en la de inflación, preanuncia el crecimiento desordenado y no guiado del sistema. Si cualitativamente el desarrollo de la educación se caracteriza por un crecimiento no guiado, su equivalente cuantitativo es la inflación. Tanto en su aspecto cualitativo como cuantitativo, la inflación constituye una consecuencia no buscada de la conjunción entre la acción colectiva y la acción primaria. En síntesis, con el vasto incremento en su tamaño y ámbito de aplicación, el sistema escolar toma vida propia, pero debido a que esto representa la resolución de un paralelograma de presiones primarias y corporativas, el resultado no es algo que sea querido por todos. Éste constituye el contraste más importante con los períodos previos. En la fase del despegue, la propiedad privada de la provisión educacional por parte de los grupos corporativos logró muchos de los objetivos que éstos buscaban (y solamente los grupos primarios que vieron ventajas en ello se sometieron a la educación). En la fase de crecimiento, el reforzamiento positivo de la oferta y la demanda fue ventajoso para la mayoría de los actores, primarios y corporativos por igual. La fase de inflación es distintiva puesto que, con la excepción parcial de la propia profesión docente, tiene pocos beneficiarios sólidos y recibe poco apoyo absoluto. Según Babini , “[El sistema] se convierte en un orden institucional menos regulado, más independiente (autonomía relativa alta). Se produce una aceleración de los ciclos de refuerzo entre la oferta y la demanda, las influencias de la macroacción y de las acciones primarias. La motivación de los individuos pasa de ser positiva a negativa, y la inflación tiene pocos beneficiarios, con excepción de la profesión docente. El sistema escolar es el principal consumidor de sus propios productos y la reproducción profesional se convierte en una tarea mayor. La libertad profesional crece, particularmente en los niveles que ya no preocupan a los grupos de interés. El conocimiento educacional, en el sentido de que se produce o se reproduce dentro del sistema escolar y se acredita, invade cada vez mayores sectores de la estructura socioocupacional. Los grupos externos de interés buscan servicios de investigación y desarrollo”8. En la etapa de inflación se produce la universalización de la enseñanza media y la masificación de la enseñanza superior, con la consecuente devaluación de las credenciales
  • 108. que otorga el sistema, y con ello, la fuga hacia delante de las exigencias educacionales para ocupar un puesto de trabajo u obtener una promoción en el empleo; concomitantemente, también crecen las aspiraciones educativas de la población, provocando también más crecimiento en los niveles superiores del sistema. La búsqueda de mayor educación no se funda ya en la expectativa de lograr gracias a ella una mejor posición en la sociedad, u otro tipo de bienes socialmente apreciados; la educación ya no asegura esta clase de logros. La razón reside más bien en que ella resguarda la conservación de lo que uno ha logrado y evita el castigo que impone el no haber alcanzado determinados niveles de educación. Decíamos antes que la unificación es uno de los rasgos más relevantes para caracterizar un sistema escolar y llevar a cabo comparaciones entre los sistemas educativos de los diferentes países. Vimos que en función de este rasgo distinguimos dos tipos de sistemas, los centralizados y los descentralizados. Siguiendo el esquema de análisis propuesto por Archer, en el Cuadro nº 1 presentamos una síntesis de las principales características y pautas de cambio propias de los sistemas educativos centralizados y descentralizados. Cuadro nº 1: Características y pautas de cambio de los sistemas escolares centralizados y descentralizados 5. ¿Por qué se expande la educación, a pesar de la ‘inflación’ educacional? Si algo caracteriza hoy a la educación de la mayoría de los países del mundo es su expansión constante. Es un hecho que la espiral de crecimiento no se detiene. Según los sociólogos, esto se debe, entre otras cosas, a que el consumo de educación está directamente relacionado con un mayor nivel general de vida de la población, pero mencionan también otras causas, como las siguientes:  La importancia creciente del conocimiento especializado. En las sociedades actuales, el conocimiento no es sólo una condición necesaria para el continuo avance de la ciencia y de la técnica, sino que es un requisito indispensable para el desarrollo económico. La
  • 109. producción exige, cada vez más, una capacitación adecuada no sólo desde el punto de vista de las competencias técnicas, sino también en términos de las actitudes que se requieren hoy para un desempeño eficaz.  La educación es un importante factor de acceso a bienes sociales de diverso orden: mayor status, mejores puestos de trabajo, y por ende, mayores ingresos monetarios, etc. En el imaginario colectivo esto sigue vigente, aunque la realidad muestra que el papel de la educación en este aspecto se ha debilitado considerablemente debido, aunque parezca paradójico, a que cada vez más gente tiene acceso a ella. Como vimos con Archer, la educación ha dejado de ser una vía para obtener beneficios sociales, pero no tenerla acarrea consecuencias que nadie quiere sufrir.  La valoración de la educación como factor de desarrollo e integración social. El mundo moderno requiere, no sólo aptitudes técnicas para el desempeño laboral, sino también ciertas condiciones culturales (valores, pautas de conducta, etc.) que facilitan la convivencia en sociedades complejas y culturalmente diversas. Esto ha llevado a los gobiernos a prestar especial atención al sector educativo, destinando una proporción importante del PBI y de sus gastos corrientes a la provisión del servicio educativo y la investigación básica y aplicada. Acabamos de ver a partir del esquema teórico de Archer sobre el origen y el desarrollo de los sistemas escolares, que éstos han entrado en una etapa de ‘inflación’ en la cual la educación adquiere una significación nueva: su valor social reside más bien en lo que preserva que en las oportunidades que abre para el actor individual. Ante esto cabe preguntarse por qué la espiral de crecimiento de los sistemas escolares no se detiene. Una repuesta interesante a este interrogante es la que da Green9 con el “principio de correlación cero”. El argumento de Green es el siguiente: el principio o ley de correlación cero indica que “no hay correlación posible entre el nivel de educación que todo un grupo de edad consigue y el logro de beneficios sociales por parte de algunos de sus integrantes. Sin embargo, hay gente que espera que una educación igualitaria, en todos sus niveles y modalidades, proporcione el acceso a posiciones de privilegio o, por lo menos, no advierte contradicción entre ambas expectativas”10. Esto quiere decir, en definitiva, que cuando todos han alcanzado un cierto nivel educativo, completar este nivel no les sirve, a quienes lo logran, para obtener beneficios sociales. Por ejemplo, antes de que se produzca la universalización del nivel básico de educación, quienes lograban completar la escuela primaria tenían más posibilidad de obtener un mejor empleo que quienes no cursaron ese nivel. Actualmente, como la mayoría de la población tiene instrucción primaria completa, este nivel educativo carece de valor en el mercado laboral. Aún para los trabajos de menor prestigio y peor remunerados se exige hoy acreditar, por lo menos, estudios de nivel medio. El principio o ley de correlación cero tiene una serie de corolarios que permiten explicar por qué la desvalorización de un título o credencial educativa, que en determinado momento cualquier persona puede conseguir, no se convierte en un obstáculo para el crecimiento del sistema sino que, por el contrario, lo provoca. Según E. de Babini (1991), esos corolarios son los siguientes:  El nivel educacional se transforma en aprovechamiento. Cuando el hecho de tener un diploma no permite discriminar, se empiezan a usar otras bases para la discriminación: la escuela que lo emitió, el promedio obtenido, los programas cursados, o cualquier otro indicador
  • 110. de la calidad de los logros alcanzados.  La transformación de la utilidad. Si bien la educación no sirve para lograr beneficios sociales, su principal valor instrumental reside en que asegura el acceso a más educación. Un título puede estar devaluado en el mercado laboral, pero es indispensable para poder seguir estudiando.  Beneficios y pérdidas cambiantes. Con más educación se busca evitar las pérdidas que se sufren por no tener determinado nivel educacional. Como a medida que crece el sistema esas pérdidas van en aumento, en un momento la única ventaja que la población joven puede esperar de la posesión de una determinada credencial educativa o un diploma es evitar la marginación extrema que padecen los que no lo han obtenido.  La ley del que llega último. Ninguna sociedad ha logrado expandir la educación al punto de incluir en el sistema a los grupos de estratos socioeconómicos más bajos en la misma proporción en que estos grupos están representados en la población. Un determinado nivel educativo se abre a esos grupos solamente cuando ha sido saturado por los estratos medios y altos de la población. “Para decirlo con un ejemplo, en las escuelas de nivel medio de todos los países hay estudiantes cuyos padres son asalariados agrícolas pero sólo en aquellos países que han universalizado las escuelas del nivel, la proporción que representan esos estudiantes en la matrícula será aproximadamente la misma que la de su grupo social en la población global. Cuando todos los jóvenes de los otros sectores de la sociedad alcanzan o superan este nivel, ya sólo puede ampliarse para dar cabida a los últimos y, cuando éstos lleguen, será ya el logro de todos “11. Cuando el logro es de todos, ese nivel se devalúa.  El principio del blanco móvil. Cuando los que llegan últimos a un nivel educativo alcanzan su meta de instrucción, ésta alcanza su correlación cero y el blanco se mueve hacia delante; el nivel se devalúa y los que llegan últimos no pueden beneficiarse con su logro. “En esas condiciones sólo en un punto por encima de ese logro puede haber cualquier correlación entre la educación alcanzada y algún indicador de situación o movilidad social. Cuando el grupo que llega último alcanza su blanco, éste se desplaza a un nivel más alto del sistema”12. En síntesis, la espiral de crecimiento de los sistemas escolares es y seguirá siendo continua porque la educación, por las razones que acabamos de ver, constituye la clave para tener mejores oportunidades de inserción social en el mundo actual. 6. Relación del sistema escolar con otros subsistemas de la sociedad Afirmábamos al comienzo que el núcleo de una macrosociología de la educación es el estudio de las relaciones entre el sistema educativo y los otros subsistemas de la sociedad. Abordar esta temática implica analizar, por una parte, la forma en que estos subsistemas condicionan la estructura y el funcionamiento de la educación, y por otra, las funciones que ésta cumple respecto de cada uno de esos subsistemas. La relevancia de tal estudio para la explicación de los procesos que caracterizan a la sociedad contemporánea es incuestionable. La sociedad actual ha sido definida como la ‘sociedad del conocimiento’ debido, precisamente, al lugar preponderante que el conocimiento ocupa en ella. Hay pocas dudas de que éste se ha
  • 111. constituido en uno de los factores clave de la dinámica sociocultural. Frente a este hecho, resulta perfectamente comprensible que el sistema educativo se constituya en un subsistema crucial de la sociedad puesto que su función básica consiste, precisamente, en producir y distribuir el conocimiento. No es nuestro propósito abordar en profundidad esta problemática. Nos interesa, fundamentalmente, señalar cuáles son las funciones específicas de los sistemas educativos, aquellas que no puede delegar en ningún otro, es decir, las que realmente lo ‘diferencian’ de otros subsistemas y para las cuales fueron creados. Con fines estrictamente analíticos, vamos a distinguir tres tipos de funciones: sociales, políticas y económicas. Al tratar esta temática será inevitable hacer referencia, aunque sea de manera tangencial y esquemática, a los condicionamientos que ejercen sobre el sistema educativo los subsistemas a los que sirven de manera directa dichas funciones. Esta referencia es inevitable, simplemente, porque estamos analizando un sistema social; éstos, como hemos visto antes, son por definición sistemas abiertos y, en tanto tales, se relacionan activamente con su entorno. Se trata de relaciones muy complejas, siempre problemáticas y las más de las veces conflictivas, por diversas causas. El sistema educativo debe responder adecuadamente a las demandas del entorno, pero las condiciones objetivas que imperan en éste suelen no ser las más propicias para que aquél satisfaga las múltiples expectativas que se han puesto en él. Postular una activa relación del sistema educativo con su entorno no implica aceptar que el sistema sea totalmente permeable a las influencias externas, como pretenden algunos (Archer, 1981). Sin desconocer los fuertes condicionamientos que ejercen las condiciones objetivas en las que funciona, rescatamos la vieja idea de Durkheim (1992) sobre la autonomía relativa del sistema educativo, gracias a la cual éste genera su propia dinámica interna y puede ‘filtrar’ las influencias externas. Si no aceptamos esto, el sistema se convierte en un mero reflejo de la sociedad en la que funciona y cualquier consideración acerca de la educación como factor de cambio social pierde sentido. En la Figura nº 2 presentamos un esquema de las principales funciones que se asignan a los sistemas escolares. Figura nº 2: Funciones de los sistemas escolares
  • 112. 6.1. Relación con la estructura social y la cultura Relacionar al sistema educativo con la estructura social significa situarlo en el corazón mismo del sistema de estratificación y de la cultura propios de una sociedad. Como hemos visto en un capítulo anterior, la cultura comprende los contenidos normativos, cognitivos, ideológicos y aun materiales que sirven de base al proceso de interacción social y le dan sentido. La estratificación social, por su parte, designa la distribución de los miembros de una sociedad en una jerarquía de posiciones a las que van asociadas diferentes posibilidades objetivas de acceder a la propiedad de recursos que son valorados socialmente: bienes materiales, prestigio y poder. El sistema de estratificación propio de las sociedades capitalistas es el sistema de clases, cuyas características no viene al caso describir aquí. La institucionalización de la educación como sistema fue un fenómeno que acompañó el proceso de imposición de este tipo de estructuración de la sociedad y contribuyó ciertamente a consolidarlo. Teniendo en cuenta los dos aspectos de la realidad social (cultural y estructural) a los que nos referíamos en el párrafo anterior, vamos a exponer en lo que sigue las principales funciones sociales de los sistemas educativos. También en este caso la división que hacemos de ellas es meramente analítica, ya que están todas muy relacionadas y se implican entre sí. a) Transmisión de la cultura Es función específica del sistema educativo inculcar la cultura propia de la sociedad en la que
  • 113. está inserto; es un órgano reproductor de esa cultura. Entendemos la cultura en el sentido amplio que exponíamos en un párrafo anterior. Las ideas centrales que todos los miembros de una sociedad deben aprender para desarrollar su sentido de pertenencia y formar un todo unido en torno a un conjunto de objetivos compartidos solamente se pueden adquirir por la participación en el sistema educativo. De hecho, la necesidad de formar esa conciencia de pertenencia al ‘Estado-nación’ fue una de los razones fundamentales de la creación de los sistemas educativos. Ninguna otra agencia de socialización (familia, medios de comunicación, iglesias, etc.) reúne las condiciones necesarias para cumplir adecuadamente esta función. Veamos cuáles son esas condiciones.  El proceso de inculcación que lleva a cabo el sistema escolar abarca a una gran cantidad de miembros debido a que éstos están obligados, por disposición del Estado, a recibir educación formal. No en vano la educación básica universal fue un objetivo central de los Estados-nación.  La acción que la educación formal ejerce sobre el individuo es sistemática, regular y se extiende durante un tiempo prolongado, lo cual resulta imprescindible para garantizar una socialización eficaz. Junto a la meta de la educación básica universal, y como una estrategia para lograr inculcar una cultura común, los Estados-nación imponen la obligatoriedad escolar hasta determinada edad.  El sistema escolar tiene el monopolio de la transmisión (define los contenidos, controla su distribución y certifica su adquisición) y está dotado de la legitimidad necesaria para ello, con lo cual refuerza la eficacia de su acción.  El sistema educativo es el único que está autorizado para formar a los agentes encargados de la transmisión (los docentes), los selecciona para cumplir esa función y los legitima como funcionarios de una autoridad superior, el Estado y la nación. Al cumplir con su función de transmitir la cultura, el sistema educativo se erige en uno de los principales agentes de conservación de la sociedad. Pero su función no es meramente conservadora, por el contrario, juega un rol fundamental en la creación y recreación permanente de la cultura, y con ello, de la forma en que los individuos organizan su vida social. La dinámica interna propia del sistema apunta en esa dirección. Los sujetos de la educación no son receptores pasivos del conjunto de significados que se transmiten en él; son verdaderos actores, es decir, individuos activos, capaces de procesar subjetivamente esos significados y, por lo tanto, de transformarlos. Por su parte, los agentes de la transmisión (los docentes) también aportan lo suyo en la transformación de los significados que transmiten, en la medida que actúan como agentes de recontextualización de esos significados en el proceso de comunicación pedagógica (Bernstein, 1998). b) Integración social del individuo La incorporación al sistema educativo es una condición imprescindible en las sociedades modernas para que un individuo pueda participar plenamente de la vida social. Participar plenamente exige algo más que la posesión de conocimientos y destrezas; demanda también el dominio de los elementos fundamentales de la cultura de la sociedad a la que uno pertenece. La educación formal es la encargada de brindar al individuo ambas cosas. Para la sociología, educar significa bastante más que instruir. Como hemos visto al estudiar el proceso y las agencias de socialización, el sistema escolar no se limita a instruir, es decir, a transmitir solamente contenidos instrumentales (conocimientos, destrezas, aptitudes,
  • 114. competencias técnicas); es también el encargado de ‘moldear el carácter, los modales, la forma de ser’, o sea, inculca elementos regulativos de la conducta (valores, normas, formas de percibir y juzgar a los otros y a los fenómenos de la realidad, etc). Son precisamente estos elementos regulativos los que actúan de manera decisiva en la creación de la cohesión social y, en consecuencia, en la integración de la sociedad. c) Innovación En el plano del conocimiento, la función innovadora del sistema educativo es muy clara y se lleva a cabo, fundamentalmente, en las instituciones educativas de nivel superior. Es allí donde se producen nuevos conocimientos y nuevas tecnologías a partir de la investigación básica y aplicada. Los avances científicos no significan solamente aportes en el plano del conocimiento y la tecnología. Ellos contribuyen también a cambiar las pautas culturales, a generar nuevas necesidades en los individuos y en la sociedad como un todo, a desarrollar nuevas actividades, a mejorar las condiciones de vida de la gente, a buscar otras formas de desarrollo individual y colectivo, etc. Valgan como ejemplo los cambios que se están produciendo en diferentes campos a raíz de los avances científicos relacionados con la manipulación genética, la inseminación artificial, la clonación, etc. De hecho, cuando se destaca la importancia de la educación para la vida de los pueblos y se insiste en que el sistema educativo debe ser atendido con políticas y recursos adecuados, se está pensando en el enorme potencial que tiene la educación para cambiar la vida de los individuos y de la sociedad en su conjunto. d) Selección social Ésta es la función social más controvertida del sistema educativo y a la que se otorga una importancia singular en la sociología de la educación. Entendemos por selección social el papel que le cabe a la educación en la posibilidad que tiene un individuo de lograr una determinada posición en el sistema de estratificación social. Sabemos que en el sistema escolar se opera, inevitablemente, un proceso de selección que tiene consecuencias sociales. En otras palabras, el grado de educación formal alcanzado no resulta indiferente desde el punto de vista del status social de alguien. Existen dos paradigmas antagónicos para el análisis de esta función que, según algunos analistas (Tedesco, 1987), resultan hoy claramente insuficientes para explicar el problema: el funcionalista y el reproductivista. Dado que hemos caracterizado estos paradigmas cuando vimos los enfoques en sociología de la educación, solamente vamos a referirnos brevemente a la postura de cada uno frente al tema de la relación entre la educación y la estratificación social. El paradigma funcionalista sostiene que la educación formal es un factor de movilidad social ascendente. Según esta visión, en las sociedades capitalistas que adoptan la democracia como régimen de gobierno y estilo de vida social, un individuo puede modificar su situación social de origen si se esfuerza para ello. Esta idea se funda en el supuesto que estas sociedades brindan las oportunidades necesarias para que todos puedan mejorar su posición en la sociedad sobre la base de su propio comportamiento. Todo depende del individuo, de su nivel de aspiraciones y del empeño que ponga para satisfacer esas aspiraciones. El primer esfuerzo que se le exige tiene que ver con la escuela; ésta es una institución meritocrática que, por definición, opera un proceso de selección de los individuos basado en el desempeño académico y el mérito personales. Nada dicen los funcionalistas acerca de la forma en que las condiciones objetivas (origen social, lugar de residencia, etc.) definen las posibilidades que tiene un individuo de desarrollar sus aspiraciones y realizar el esfuerzo necesario para
  • 115. satisfacerlas. En suma, en la óptica funcionalista, el sistema escolar se presenta al individuo como una oportunidad genuina para mejorar su posición en la sociedad, y las diferencias sociales no constituyen un factor de peso en la determinación del desempeño y el éxito académico. El paradigma reproductivista representa la visión contraria al funcionalista y acentúa todas las contradicciones inherentes a éste. La teoría de la reproducción tuvo su máximo desarrollo en la década del 70 del siglo pasado. Este enfoque parte de una concepción del sistema educativo afín a la tradición marxista según la cual, en las sociedades capitalistas, la escuela es un aparato ideológico del estado (Althusser, 1974) al servicio de los intereses de la clase dominante, cuya ideología es el encargado de transmitir e imponer. La forma en que está estructurado el sistema y los contenidos que transmite, determinan que, bajo la apariencia de una escuela única para todos, se desarrollen dos redes de educación diferenciadas, cada una de las cuales está dirigida a individuos de distinto origen social y los conduce a posiciones diferentes en la estructura de la sociedad. Por un lado, la enseñanza media y superior (red secundaria-superior) para los hijos de la burguesía, destinados a ocupar los puestos de mando y las posiciones de mayor responsabilidad en las empresas y en los organismos de la burocracia estatal. Por otro, la enseñanza básica y vocacional13 (red primaria-profesional) a la que son orientados los hijos de obreros, y conduce al desempeño de tareas manuales y a posiciones de subordinación en los organismos de la administración pública y en las empresas. Los trabajos de Althusser, Baudelot y Establet (1974)14, Bowles y Gintis (1981) son expresiones clásicas de esta manera de ver a la educación formal controlada por el Estado. La obra de Bourdieu y Passeron (1981) también sostiene el carácter reproductor del sistema escolar, pero éste no constituye para ellos un aparato ideológico como sostiene el marxismo althusseriano. Su teoría del sistema de enseñanza, como veremos en otro capítulo de este texto, se funda en dos ideas centrales: la de violencia simbólica y la de autonomía relativa del sistema. El paradigma reproductivista, cuya hegemonía en el campo educativo fue muy importante a lo largo de más de diez años, condujo a un verdadero pesimismo pedagógico que, en términos simples, se podría formular de la siguiente manera: si el sistema y el maestro están al servicio de las clases dominantes, si las cosas se dan de tal manera que las injusticias de la dominación capitalista no se pueden eliminar a menos que cambien las condiciones estructurales ¿para qué sirve la educación? La definición de la década del ochenta como la década perdida para la educación se funda, en gran medida, en la enorme influencia que tuvo este paradigma en los análisis sobre las relaciones del sistema educativo y la sociedad en los países occidentales. 6.2. Relación con la organización política Decíamos antes que el surgimiento de los sistemas educativos se produce durante la segunda mitad del siglo XIX para satisfacer un requerimiento fundamental de los Estados-nación que estaban en pleno proceso de formación en ese momento: lograr su consolidación. Esta fue una razón de primera importancia para la institucionalización de la educación bajo la forma de un sistema. Para los Estados-nación era imprescindible contar con una herramienta que les permitiera lograr que la mayor cantidad de miembros de la sociedad comprendiera y
  • 116. adoptara como propias las pautas del nuevo orden político y social que estaba surgiendo, y adquiriera los elementos que le hacían falta para garantizar su consolidación. Dicho en pocas palabras, el sistema educativo nace, básicamente, para satisfacer una necesidad política. En consecuencia, cumplió desde sus comienzos, y sigue haciéndolo, una función política fundamental que responde hoy al siguiente objetivo: garantizar la vigencia del régimen democrático15. Esta primordial misión política del sistema se puede traducir, con fines analíticos, en dos funciones principales: formación política del ciudadano y democratización de vida social. Múltiples factores, propios del sistema y externos a él, limitan al sistema en el desempeño de estas funciones. Todo análisis de la relación entre la educación y la organización del poder político debe necesariamente tenerlos en cuenta si se quiere adquirir un visión completa de las posibilidades reales que tiene la educación de cumplir con la misión que se le asigna. a) Formación política del ciudadano Es probablemente en el desempeño de esta función donde más se pone en evidencia que la educación no es mera instrucción (Mannheim, 1966). La formación política no supone solamente el dominio de algunos conocimientos relacionados con el sistema democrático, sus instituciones y las condiciones necesarias para su funcionamiento. Implica también inculcar valores y desarrollar actitudes y prácticas democráticas en todos los actores del sistema educativo. Como expresa Durkheim (1972), la formación cívica es parte de la formación moral, una moral que no responde a principios religiosos, porque es una moral laica, sino que se impone por la fuerza de la razón y se funda en un conjunto de valores considerados fundamentales por la sociedad, aquellos que expresan lo que ella define para sí como bueno y permiten alcanzar los fines colectivos, dice el sociólogo francés. Estos valores no son puras nociones teóricas que se encuentran en los libros y uno puede aprender a partir de su lectura, sino que son normas que orientan la conducta y se ejercen en las organizaciones concretas de las cuales el individuo forma parte. Tratándose del sistema educativo, ellas deben ejercitarse en la escuela. Si la sociedad ha optado por la democracia pluralista como régimen político y forma de vida colectiva, el sistema educativo tendrá que definir un curriculum que instruya al ciudadano en los principios de la democracia y, a la vez, deberá inculcar los valores y adoptar las reglas de conducta que respondan a esos principios para imponerlas en las prácticas cotidianas. La definición del curriculum para la formación política supone, por una parte, la selección de los conocimientos generales básicos que todo ciudadano debe poseer acerca de las características del régimen democrático y las condiciones para su funcionamiento. Sin estos conocimientos no es posible el consenso que la existencia y mantenimiento del régimen requieren. En una democracia pluralista, que admite por principio la diversidad ideológica, la tarea de seleccionar los conocimientos básicos no es nada sencilla. A pesar de ello, parece necesario incorporar al curriculum dos conjuntos de temas de naturaleza muy compleja: i) los conceptos fundamentales de la política y los fundamentos de la democracia; y ii) los componentes de la democracia. En lo que hace al primer conjunto de temas, los alumnos deberían conocer cuestiones tales como la relación entre política y poder, ética y política, política y derecho, realidad política del país, organización y funcionamiento de las instituciones estatales y sociales, normas constitucionales, etc. En lo que respecta a los componentes de la democracia, sería necesario hacer conocer al alumno lo que significa el ‘gobierno del pueblo, para y por el pueblo’, el principio del sufragio universal, la soberanía
  • 117. popular, la función y los derechos de las minorías en el régimen democrático, el libre ejercicio de la oposición, la independencia de los poderes del Estado, el papel y la responsabilidad del individuo en la gestión de la cosa pública, la importancia de los partidos políticos, el imperio de la ley, la importancia de la participación y el compromiso personal en la esfera política, etc. Como se puede advertir, la selección de un curriculum para la formación de ese ‘custodio y protagonista’ de la democracia que es cada ciudadano, no es tarea sencilla. No sólo hay que abordar nociones muy complejas, sobre las cuales cada uno puede sostener puntos de vista diferentes, sino que, como la política es una dimensión fundamental de la vida humana, no una cuestión puramente académica, la comprensión del verdadero significado y alcance de esas nociones sólo se logra cuando se las ponen en práctica. Sabemos que la coherencia entre los principios y la conducta, entre la noción y la acción, no es tan fácil de lograr en la vida cotidiana. Hay, además, otras cuestiones igualmente complejas y difíciles de resolver a la hora de formular definiciones curriculares para la formación del ciudadano. Ellas derivan de algunos principios de la vida democrática que son esencialmente polémicos. Por ejemplo, la tensión entre igualdad y libertad, los límites de la libertad individual, la primacía del interés común frente al interés individual, etc., etc. Es necesario tener presente, también, que la selección de contenidos para la formación política del ciudadano debe ir acompañada de otra serie de acciones educativas, algunas planificadas, otras más espontáneas e informales, tendientes a desarrollar las actitudes y aptitudes indispensables para la vida democrática: tolerancia ideológica, responsabilidad individual, respeto por el otro, aceptación de la diversidad, etc. Actitudes y aptitudes que necesariamente se deben traducir en prácticas concretas. Uno de los principales desafíos que debe enfrentar la educación para la democracia es avanzar hacia la unidad en la diversidad, respetando la libertad de la persona para pensar, decidir y actuar. b) Democratización de la vida social Si admitimos que la otra dimensión de la función política de la educación es la democratización de la vida social, es necesario previamente precisar qué se entiende por democratización. Aquí nos enfrentamos nuevamente con la ambigüedad terminológica. Por lo general se asocia la democratización con la idea de participación. Desde este punto de vista, la función del sistema educativo sería preparar al individuo para tomar parte en las decisiones colectivas y compartir las responsabilidades que ello implica. Según Martínez Paz (1989), la participación es, a la vez, un medio y un fin, si se tiene en cuenta su punto de partida, que es el reclamo para contribuir a satisfacer las necesidades humanas más perentorias. Pero es también un derecho fundamental de la persona. Si consideramos las condiciones que deben darse para una real participación, aparece con claridad el papel de la educación, ya que ésta sería la encargada de crearlas. Martínez Paz, en el trabajo citado, señala las siguientes condiciones:  No hay participación posible sin una conciencia clara de la identidad cultural, que ubica a cada ser humano en su sociedad y en su mundo: la cultura se adquiere gracias a la educación.  Para que la participación sea efectiva debe darse la menor intermediación posible entre los centros de decisión y las bases participativas: por la educación se conocen los soportes institucionales y jurídicos para la participación.
  • 118.  Una doctrina sociopolítica abierta, tolerante, que acepte el cambio y la contribución de los diferentes sectores sociales: no es posible lograr tal doctrina sin un nivel mínimo de educación, además de un programa específico de formación de los responsables de la administración, del dominio técnico y de las asociaciones intermedias. Para lograr la democratización de la vida social, así entendida, la educación debe desarrollarse, obviamente, en un contexto que haga posible la participación. La participación no es cuestión solamente de conocimientos sino también de experiencias, de ejercicio concreto. Es importante, entonces, que tanto la relación pedagógica, como las estructuras administrativas del sistema educativo, adopten formas democráticas. Si bien la relación pedagógica es, por definición, asimétrica, esta asimetría no justifica una postura autoritaria por parte del docente. La idea de autoridad es radicalmente diferente del autoritarismo, no tiene nada que ver con éste. La vigencia de modelos autoritarios de relación pedagógica y la burocratización de la educación pueden resultar un obstáculo de peso para que la educación cumpla con esta dimensión de su función política. Otra idea que se asocia con frecuencia al concepto de democratización es la de igualdad en todos los aspectos, social, cultural, jurídico, etc. En este sentido, la educación podría contribuir a la democratización de la vida social si lograra promover la igualdad de oportunidades de acceso a los diferentes niveles de enseñanza y garantizar la igualdad en la calidad de los resultados16. c) Límites del sistema educativo para cumplir con sus funciones políticas Si bien la educación, como acabamos de ver, puede cumplir importantes funciones en materia política, sus posibilidades reales de lograr los objetivos a los que apunta en este campo se ven limitadas por múltiples factores, unos relacionados con el contexto social, otros relativos al propio sistema educativo. Decíamos antes que, tanto la formación política del ciudadano como la preparación para la participación son, básicamente, cuestión de experiencia y no de meros contenidos curriculares. Esto implica que el contexto en el que se desarrolla la tarea educativa y el funcionamiento del propio sistema de educación deben ser coherentes con esos objetivos. Dicho en otros términos, en la sociedad deben darse las condiciones que facilitan la vida democrática: vigencia de los principios democráticos (libertad, igualdad, soberanía popular), funcionamiento pleno de las instituciones democráticas (los partidos políticos, la actividad parlamentaria, la independencia de los tres poderes del Estado, el sufragio universal, etc.) y, necesariamente, una experiencia exitosa de la vida democrática. La educación por sí misma nada puede hacer en materia de formación política, si el niño o el adolescente nunca han visto actuar un partido político, jamás vieron funcionar al Parlamento, ni asistieron a un acto comicial. En poco puede contribuir el sistema educativo a la consolidación del régimen democrático si los ciudadanos, debido a su experiencia personal, asocian la democracia con el caos económico o social, el autoritarismo de los funcionarios públicos, la corrupción o la ineptitud de la dirigencia política. Tampoco puede cumplir la educación con sus funciones políticas, si en el propio sistema educativo no tienen vigencia los principios democráticos, ni se promueve la igualdad en todos sus aspectos, discriminando a los alumnos de diversas maneras, o creando diferencias entre escuelas o entre regiones. La contradicción entre la experiencia personal y el discurso institucional impiden al alumno la incorporación de los elementos cognitivos y normativos
  • 119. fundamentales para asegurar el consenso que requiere la existencia y la continuidad de la vida democrática. Finalmente, la educación tampoco cumple con sus funciones políticas si no promueve, en el desarrollo de las tareas cotidianas en las escuelas, la responsabilidad y la disciplina personales. Ambas condiciones deben ser satisfechas por los actores de la vida democrática. La escuela es el ámbito por excelencia para la creación de estas condiciones en la conciencia subjetiva. Y en esto el papel de los docentes es crucial. 6.3. Relación con la estructura económica y el mercado de trabajo Para los que nos sentimos identificados con la tarea educativa y tenemos un fuerte compromiso con ella, abordar las relaciones entre el sistema educativo y el subsistema económico implica entrar en un terreno complejo y con algunas trampas. Es complejo, porque los educadores experimentamos serias limitaciones teóricas al momento de analizar el sistema educativo desde una perspectiva más bien instrumental como la económica; con trampas, porque nuestra visión, a diferencia de la del economista, que generalmente no va más allá de una consideración pragmática de la educación, está teñida por ese afán casi romántico de ver en la educación el camino por excelencia para el logro de toda clase de objetivos individuales y sociales nobles. A pesar de la complejidad y las trampas, hoy más que nunca, es fundamental que los educadores y, en general, los que están involucrados con el sistema educativo, sobre todo en los puestos de conducción de la educación del país, ingresen en ese terreno. Si no hacemos este esfuerzo, lo que se produce es un diálogo de sordos entre los responsables de la educación y los funcionarios encargados de administrar los recursos económicos que se necesitan para brindar un servicio educativo de calidad. Cuando se produce un diálogo de este tipo, ya sabemos cuál es el sector que tiene más probabilidades de salir perdiendo. Comencemos por recordar que al sistema educativo se le asigna una función económica fundamental: la formación del ‘capital humano’17, lo cual equivale a preparar a los individuos para su inserción en el mercado laboral y, por ende, en la estructura productiva de un país. El acceso al conocimiento y a determinadas competencias (y no sólo el acceso a la escuela) es visto ahora como el elemento decisivo para participar activamente en los nuevos procesos productivos (Filmus, 1993). Qué tipo de conocimiento y qué competencias son necesarias pasa a ser ahora el tema central. Otra función importante desde este punto de vista, aunque su relación con la economía es de otro orden, es la producción de nuevos conocimientos y con ello, de nuevas tecnologías. En esto reside, verdaderamente, el poder económico de la educación. Cuando se habla del poder económico de la educación se alude, indiscriminadamente, a su contribución al desarrollo, al crecimiento de la economía, a la productividad, etc. Es importante no confundir desarrollo con desarrollo económico. El término desarrollo tiene una significación muy amplia, incluye dimensiones tanto cuantitativas (volumen del producto bruto interno -PBI-, tasas de escolaridad, nivel de alfabetización de la población, grado de urbanización, grado de industrialización, etc.) como cualitativas (difusión de valores, actitudes, normas y formas de comportamiento propios de la cultura moderna). El desarrollo implica, en realidad, un cambio profundo que afecta a toda la estructura social, no sólo a la
  • 120. económica, y se traduce en mayor progreso y ventajas para todos. Impone una transformación de las instituciones políticas y económicas, y también de la forma de pensar y actuar de la gente. Un país desarrollado es un país que reúne, entre otras, las siguientes condiciones: un nivel de vida elevado al alcance de gran parte de sus habitantes; posibilidades reales de participación política para todos; seguridad jurídica; estabilidad económica. El concepto de desarrollo económico es más restringido. Designa un aspecto del proceso general de desarrollo: un crecimiento autosostenido de la economía y con ello una mejor calidad de vida para todos. La identificación del desarrollo con el desarrollo económico se produce porque resulta muy difícil aislar el aspecto económico de ese proceso, de las condiciones sociales que lo acompañan (E. de Babini, 1991). Debemos recordar, además, que para cumplir con sus funciones (no solamente las económicas), el sistema necesita que se le asignen los recursos necesarios. Estos recursos son siempre escasos, tanto en términos absolutos como relativos. El sector educativo es sólo uno de los sectores que el Estado debe atender con ellos, de modo que hay que saber justificar adecuadamente, ante los responsables de su administración y distribución, para qué se necesitan y cómo serán utilizados. En relación con lo anterior, hay que advertir que los recursos que un país puede destinar al desarrollo del sistema educativo dependen del PBI, es decir de la capacidad del país para producir riqueza. De hecho, el cumplimiento de la Ley de Financiamiento Educativo recientemente aprobada por el parlamento nacional, depende del crecimiento sostenido del PBI del país durante los próximos años. A su vez, la producción de riqueza requiere una cierta capacidad instalada y recursos humanos adecuadamente formados para desempeñarse con eficiencia en los diferentes sectores de la producción. También se requieren nuevos conocimientos a fin de lograr avances tecnológicos que ayuden a mejorar la productividad de la economía. A nadie escapa que dos de los factores de esta ecuación, el ‘capital humano’ y el conocimiento, solamente pueden ser provistos por un sistema educativo de calidad. Para sostener un sistema que reúna esta condición, el país debe destinar una proporción muy importante de su PBI al sector educativo, y éste debe saber administrarlo de manera eficiente. En síntesis, un PBI bajo implica menos recursos para el sector educativo, entre otros sectores; la falta de recursos dificulta desarrollar un sistema educativo que pueda proveer el ‘capital humano’ de alta calidad y los nuevos conocimientos y tecnologías que requiere el crecimiento de la economía; esto determina, a su vez, menor productividad, menos recursos para la educación, etc., etc. En definitiva, estamos frente a un círculo vicioso que, si no se convierte en virtuoso, hará que la efectiva contribución de la educación al desarrollo económico quede, en los hechos, en poco menos que una utopía. Lo que hoy se sostiene es que el desarrollo educativo no es la causa eficiente del desarrollo económico, sino que ambos fenómenos son concomitantes. El sistema educativo podrá cumplir adecuadamente con todas sus funciones sólo si el país está en condiciones producir los recursos que son necesarios para sostener un servicio educativo de calidad y los administra adecuadamente. Lo expuesto constituye sólo un simple esbozo de la magnitud y complejidad de los problemas que es necesario considerar cuando se plantea el análisis de la relación entre el sistema educativo y el subsistema económico. No es nuestro propósito hacer un tratamiento exhaustivo de esta temática. Nos limitaremos a plantear, sintéticamente, tres cuestiones
  • 121. importantes en torno a ella, aquellas que a nuestro entender se relacionan de manera más estrecha con las funciones económicas de la educación: i) la necesaria articulación entre el sistema educativo y el mercado de trabajo; ii) las condiciones que deben darse para que la educación sea un factor de desarrollo económico; y iii) las presiones que se ejercen desde el campo económico sobre el sistema educativo. a) Articulación con el mercado de trabajo Los recientes cambios operados en las condiciones económicas y sociales de los países, sobre todo de los llamados ‘países emergentes’ (globalización y desregulación de la economía, políticas de ajuste con alto costo social, extensión de la educación a sectores sociales que antes no tenían acceso a ella, devaluación de las credenciales educativas, deterioro de la calidad educativa, subutilización de las capacidades creadas por la educación, etc.), han llevado a plantear la relación entre la educación -sobre todo la de nivel superior- y mercado de trabajo, de una manera diferente (Filmus, 1996). Tanto los resultados de la investigación, como ciertos índices manejados por los gobiernos, dan cuenta de algunos fenómenos que comienzan a producirse en la década del setenta y se acentúan hacia finales del siglo pasado: aumento del número de jóvenes que concluyen los estudios de nivel medio y superior con la certificación correspondiente, lo cual va asociado con una tendencia general a demorar el ingreso al mercado laboral; divergencia entre la formación alcanzada y la calificación exigida por el empleo obtenido; dificultades de los jóvenes egresados universitarios para conseguir un puesto de trabajo, con el consiguiente aumento de la tasa de desocupación en esta franja de la población (Fernández Enguita, 1992; 1997). Todo esto se explica, en parte, porque el ritmo de expansión de la educación, especialmente en los países menos desarrollados, ha sido mayor que el de creación de empleos, lo que se advierte con más intensidad en el sector secundario de la economía, es decir, en las actividades industriales o de transformación. Algunos analistas observan que, como consecuencia de esto, las posibilidades de empleo para las personas altamente educadas se reducen al sector servicios, en el cual el Estado actúa como el principal empleador y ofrece menores remuneraciones. El resultado concreto es que quienes han obtenido un título universitario ven frustradas sus esperanzas de alcanzar mejores empleos y mayores remuneraciones (Tedesco, 1987; 1993). Para que el sistema educativo pueda dar respuesta a dos necesidades fundamentales de las sociedades, una de carácter estructural (proveer ‘capital humano’) y otra de orden individual (dotar al individuo de las competencias que necesita para satisfacer sus expectativas personales), es necesario que resuelva adecuadamente el problema de su articulación con el mundo del trabajo. Lograr esa articulación es hoy particularmente difícil. En lo que respecta a la estructura del mercado laboral se constatan actualmente dos tendencias íntimamente relacionadas entre sí: descentralización y flexibilización. Las grandes empresas tienden a desprenderse de los procesos que no son centrales y a ponerlos en manos de pequeñas empresas o de trabajadores autónomos que subcontratan con ese fin (Terrén, 1997). La utilización de nuevas tecnologías, además de producir una crisis en el empleo clásico y conducir a la generación de menos puestos de trabajo, ha impuesto nuevas condiciones para acceder a éstos. En algunos casos se exige mayor cualificación, en otros ésta no es tan necesaria. El hecho de que cada vez se exija mayor nivel educativo para ocupar un puesto de trabajo no implica que para su desempeño haya que estar especialmente calificado; significa más bien que la escasa oferta de trabajo lleva a que las titulaciones pierdan su valor intrínseco y sirvan solamente como un primer criterio de selección de personal,
  • 122. independientemente del grado de calificación que requiera el puesto en cuestión. El sistema educativo, por su parte, sigue su propia lógica de funcionamiento, bastante desconectada de la evolución de los puestos de trabajo. Además, dada la dinámica de ese funcionamiento, no se puede esperar que el sistema adapte su oferta educativa a las necesidades siempre renovadas del mercado laboral. Esa adaptación supone, entre otras cosas, que se pueda establecer con claridad la evolución de las cualificaciones que son necesarias en el campo laboral, algo casi imposible de lograr por el momento y sobre lo cual no existen conclusiones definitivas. Según Terrén (1997) hay que abandonar esa visión escindida y dual del mundo educativo y el productivo, donde el primero constituye una instancia cerrada que prepara para ocupar un lugar en el segundo. La posibilidad de articular ambos mundos reside en pensar a la educación, no sólo como la encargada de proveer los conocimientos, aptitudes, actitudes, competencias, etc., que reclama el desempeño en el mercado laboral, sino también como el lugar donde se aprende a aprender, el ámbito al que cada uno puede retornar cada vez que le haga falta o lo considere necesario. La forma en que está estructurado el mundo del trabajo hoy plantea la necesidad de la educación permanente. Esto implica un cambio sustancial de perspectiva sobre los sistemas educativos y obliga a pensar en el diseño de nuevas propuestas curriculares, otras estrategias pedagógicas y, lógicamente, a replantear los planes de formación docente. Pero implica también un cambio en la cultura del trabajo y “un nuevo estilo de vida y de trayectoria en la que el empleo estable ya no puede tener un lugar central y en la que la alternancia de períodos productivos y de formativos tiende cada vez más a difuminar las fronteras tradicionales entre la actividad y la inactividad [...] De cómo se articule la nueva relación entre la educación y el empleo dependerá en buena medida que la nueva lógica económica que tiende a imponerse no suponga la manipulación y explotación agravadas de esos sectores de población en los que tienden a concentrarse los costes de la incertidumbre”18. b) Educación y desarrollo económico Aun contando con las dificultades que enfrenta el sistema educativo para lograr una adecuada articulación con el mundo el trabajo y las limitaciones que experimenta para responder a las nuevas demandas de la estructura productiva, no caben dudas de que la educación juega un papel fundamental en el desarrollo económico de un país. Por una parte, la formación del ‘capital humano’ y la producción de conocimiento, funciones específicas del sistema, resultan hoy esenciales para el desarrollo de las actividades productivas (en cualquier sector de la economía de que se trate) y para la participación plena del país en un mundo globalizado. Por otra, el mercado laboral impone como condición para abrir el ingreso a sus filas, la acreditación de un cierto nivel de educación formal, aun cuando las tareas que se deben desarrollar estrictamente no lo requieran. Sin embargo, la correlación entre desarrollo económico y desarrollo educativo no es tan directa, simple y mecánica como lo sugería la teoría de Schultz. Para que se produzca una real contribución de la educación en este aspecto deben darse algunas condiciones, entre otras, las siguientes: i) que los recursos económicos destinados a la educación sean realmente orientados a la satisfacción de las demandas de la estructura productiva del país; ii) que las competencias creadas por el sistema educativo puedan ser efectivamente utilizadas por la estructura económica; y iii) que las normas, los valores, las pautas de conducta, las actitudes (los contenidos culturales que actúan como reguladores de la conducta) que inculca el sistema educativo sean favorables al cambio y hayan incorporado los valores de racionalidad
  • 123. y eficiencia propios del mundo de la producción. Como la educación se desarrolla en un contexto sociocultural concreto, lo que se trasmite en las escuelas es, en gran medida, un reflejo de las pautas dominantes en ese contexto. En países con una fuerte cultura tradicional, como es generalmente el caso de los países subdesarrollados, la educación no puede actuar por sí sola como un motor del desarrollo económico, pues los rasgos culturales predominantes en estos países (y que el sistema educativo se encarga también de transmitir) no apuntan en esa dirección. Los datos aportados por la investigación empírica, y los desarrollos teóricos más recientes, han llevado a concluir que la educación no es la causa eficiente del desarrollo económico; es simplemente un factor concomitante que, junto a otros, contribuye a ese desarrollo, siempre que las condiciones del contexto sociocultural lo permitan. Además, se puede comprobar que educación y desarrollo son interdependientes: una mayor y más eficiente producción económica exige mano de obra mejor capacitada, más técnicos, formación gerencial, capacidad empresarial, etc., lo cual supone mayor educación. Por su parte, una economía en expansión genera más recursos, y con ello, mayores posibilidades de inversión en educación. El desarrollo educativo y la riqueza de un país varían conjuntamente. Hoy no se puede seguir afirmando que uno precede a la otra (E. de Babini, 1991). c) Presiones de la economía sobre el sistema educativo Por último, otra cuestión que no podemos obviar al abordar las relaciones entre la educación y la economía es la que se refiere a las presiones que ésta ejerce sobre el sistema educativo. Es obvio que la educación (como la atención a la salud y a la seguridad de la población, entre otras) es una actividad que ocasiona gastos al Estado y por ende a la sociedad. Estos gastos deben afrontarse con recursos que, por definición, son siempre escasos, cualquiera sea el país de que se trate, pero lo son aún más en los países en vías de desarrollo como el nuestro. A raíz de esto, el sistema educativo, cualquiera sea la finalidad que se le asigne, debe tratar de utilizar esos recursos lo más racionalmente posible. Esta presión económica sobre el sistema podría traducirse en dos exigencias fundamentales: eficiencia y control. La exigencia de eficiencia implica que los objetivos del sistema deben ser logrados con la mayor economía posible de recursos (económicos y humanos); se trata, en definitiva, de elegir el camino menos costoso para obtener un determinado resultado o ‘producto’. La de control se traduce en la necesidad de implementar estrictos mecanismos para impedir el despilfarro, la utilización inapropiada o la subutilización de los recursos disponibles. Es obvio que no es posible satisfacer ninguna de esas exigencias sin políticas claras, una selección inteligente de los cursos de acción y de las estrategias más adecuadas para ejecutarlas, y una rigurosa planificación de las actividades. Nada de esto garantiza por sí solo el logro de la eficiencia, pero son condiciones imprescindibles para ello. Hechos concretos de nuestra realidad educativa indican que ninguna de estas condiciones está siendo satisfecha hoy por el sistema educativo nacional. 1 Para un desarrollo más completo del análisis de sistemas se puede consultar W. Buckley (1982). 2 Propios de este análisis son también los conceptos de input, output, feed-back o retroalimentación, morfogénesis, morfostasis, entre otros. 3 Por Estado se entiende un conjunto de instituciones y relaciones sociales (casi todas ellas sancionadas y respaldadas por el sistema legal de ese Estado) que normalmente penetran y controlan la población y el territorio que ese conjunto delimita geográficamente. Estas instituciones tienen como último recurso para implementar las decisiones que toman, la supremacía que normalmente ejercen sobre el control de los medios de coerción en dicho territorio. El Estado incluye tres dimensiones: un conjunto de entes burocráticos, un sistema legal y es un foco de identidad colectiva para los habitantes de ese territorio (O’Donnell, 2004). 4 Archer, 1986, pág. 3.
  • 124. 5 E. de Babini, 1991, pág. 4. 6 El concepto de descentralización educativa será desarrollado más adelante. Este concepto es de fundamental importancia en nuestro sistema educativo ya que constituye uno de los principios fundamentales consagrados por la Ley Federal de Educación, que rompe de manera definitiva con la tradición centralista que caracterizó la administración de la educación del país durante más de un siglo. 7 Archer, 1986, pág. 8 8 E. de Babini , 1991, pág. 55. 9 Green, (1990): Education and State Formation. The Rise of Education Systems in England, France and the USA. MacMillan, London. Citado por E. de Babini, 1991. 10 E. de Babini, 1991, pág. 55 11 E. de Babini, 1991, pág. 59. 12 E. de Babini, 1991, pág. 59. 13 En la terminología especializada europea la enseñanza vocacional equivale a la preparación técnica para el ejercicio de diferentes oficios. 14 Es importante recordar que estos autores, en una obra reciente, revisan en alguna medida su tesis anterior (Baudelot y Establet, 1990). 15 El régimen comprende los patrones formales e informales, explícitos e implícitos, que determinan los canales de acceso a las principales posiciones de gobierno, las características de los actores que son admitidos y excluidos de ese acceso, los recursos y las estrategias que les son permitidos para ganar tal acceso y las instituciones a través de las cuales el acceso es procesado y, una vez obtenido, son tomadas las decisiones gubernamentales (O’Donnell, 2004). 16 En otro trabajo (Brigido, 2004) hemos discutido en profundidad este tema y tratado de aclarar el alcance del concepto de igualdad de oportunidades. 17 El concepto de ‘capital humano’, central en la conocida teoría de Schultz (1961) que lleva este nombre, designa las competencias, calificaciones, aptitudes y conocimientos adquiridos por una persona durante su proceso de formación en el sistema educativo. A diferencia del capital físico, el capital humano es muy difícil de medir, pero en la economía de la educación es tratado de manera similar a aquél. 18 Terrén, 1997, pág. 45.
  • 125. Capítulo V Sociología de la escuela En un capítulo anterior hemos analizado a la institución educativa como agente de socialización. Aquí vamos abordarla desde un punto de vista diferente: nos interesa conocer sus características estructurales, culturales y de funcionamiento, y los procesos que en ella tienen lugar. Con relación a la escuela, la microsociología de la educación pone énfasis en dos cuestiones centrales: por una parte, las características estructurales de la institución educativa, es decir, los rasgos que la definen como tal (actores, relaciones, pautas de convivencia, funciones que cumple, etc.), y por otra, los aspectos estrictamente organizacionales, es decir, aquellos que cuentan para comprender la forma en que se administra y gestiona un centro escolar. Obviamente, se trata de una distinción meramente analítica, puesto que ambas cuestiones constituyen aspectos de una misma realidad, se implican y condicionan mutuamente. No debemos olvidar que la escuela forma parte de ese complejo y extendido aparato que es el sistema educativo, en consecuencia, está sometida a las normas y disposiciones que emanan de éste, y como él, no funciona en el vacío, sino en un contexto social determinado que condiciona de diversas y múltiples maneras la forma en que se desarrolla su dinámica interna. Pero esto no impide que la escuela haga su propia aplicación de esas normas y genere otras nuevas (que no siempre están en línea con las disposiciones formales que provienen del sistema), que lleve a cabo una particular interpretación de las demandas del entorno y que maneje de manera peculiar los condicionamientos externos. En síntesis, al margen de las características que comparte con otras instituciones de la misma clase, cada escuela es única y posee una identidad propia. El presente capítulo apunta a brindar los elementos conceptuales necesarios para ingresar en la ‘caja negra’ y comprender lo que tiene lugar dentro de ella. 1. Definiciones sociológicas de la escuela Las ‘miradas’ sociológicas sobre la escuela no son independientes de las posturas que se adoptan con respecto a las distintas orientaciones del pensamiento sociológico, lo cual implica adoptar una concepción particular sobre el hombre y la sociedad, sobre el actor y el sistema, y sobre la forma en que ambos se relacionan. Simplificando de manera extrema las posibilidades existentes, podríamos decir que hay dos miradas polarizadas de la escuela, una que responde a la perspectiva objetivista en sociología, y privilegia el análisis de las funciones, la estructura y los roles, y otra más ligada a la perspectiva subjetivista, que atiende a las experiencias de los actores, los significados que éstos le asignan a la vida escolar, las pautas informales de conducta vigentes en ella, los intereses de los grupos involucrados, etc. Esta perspectiva es hoy dominante en la sociología de la educación. Como afirman Dubet y Martucelli (1996), el debilitamiento de los propósitos que son tomados como objetivos de las agencias de socialización y el cuestionamiento de su legitimidad, la escuela entre ellas, vuelven perentoria la atención a la reflexividad y a la experiencia de los individuos, cuestiones que los enfoques objetivistas no tienen en cuenta. La visión objetivista está representada por el enfoque funcionalista y tiene a Parsons como
  • 126. principal referente. Se asocia esta visión con la sociología de Durkheim, lo que es válido solamente en parte. Desde nuestro punto de vista, se hizo una lectura simplificada y reduccionista del pensamiento Durkheim que ha llevado a ignorar todo lo que hay en su sociología de atención a los conflictos y las luchas entre los grupos por el control de la educación. Basta leer su obra sobre la evolución de las ideas pedagógicas en Francia para corroborar esta afirmación. Dentro de esta visión objetivista de la escuela, se puede incluir la perspectiva reproductivista que, como el funcionalismo, tiene una representación estructuralista de la escuela, pero asume una postura crítica frente al ‘modelo encantado’ de ésta que presenta el funcionalismo (Dubet y Martucelli, 1998). El reproductivismo pone en tela de juicio el carácter integrador de las funciones que cumple la escuela y destaca la forma en que esta institución sirve a los intereses de las clases dominantes. La visión subjetivista se inspira, en términos generales, en la sociología de Max Weber y se encuentra reflejada en diferentes corrientes de pensamiento, algunas afines a la tradición del consenso, como el interaccionismo simbólico, otras más vinculadas a la del conflicto, como la etnometodología, la nueva sociología de la educación, y en cierta medida la fenomenología. Obviamente, la forma en que se conciba el cometido primordial de la escuela, o sea, su función de inculcación de la cultura (socialización/educación) dependerá de cuál de esas orientaciones se elija para definirla y caracterizarla. 1.1. Perspectiva objetivista: la escuela y la clase, un pequeño sistema social La expresión más clara del pensamiento objetivista es, sin dudas, el funcionalismo estructural. Para este enfoque, la escuela es una sociedad en miniatura, un pequeño sistema social estructurado de una manera particular, que cumple un conjunto de funciones, tanto manifiestas como latentes, y se relaciona con el entorno de múltiples formas. Aplica a la clase escolar un esquema de análisis similar, lo único que varía en este caso es el grado de complejidad de la unidad de análisis, la escuela o la clase. El conocido trabajo de Parsons (1959) constituye una muestra paradigmática de este tipo de enfoque. Como se verá luego, él tiene en cuenta solamente el carácter estable de los elementos constitutivos del sistema, la satisfacción de las necesidades a las que atienden y su posibilidad de adaptación a los cambios que sobrevienen cuando determinados factores externos alteran el equilibrio inicial. Por lo tanto, da una visión parcial y sobredeterminada de la realidad escolar, dejando de lado un conjunto de influencias, subjetivas y objetivas, que también aportan lo suyo en la configuración de la vida de la escuela y los cambios que se operan en ella. a) La escuela Desde la perspectiva funcionalista, la escuela, como cualquier otra unidad de la vida social, debe ser analizada en términos de estructura y de funciones. La estructura implica un conjunto de relaciones (roles) más o menos estables que permiten definir la forma en que ella está organizada. En otros términos, hay que observar, por una parte, las posiciones que ocupan y los roles que ejercen los miembros de la comunidad educativa (autoridades escolares, maestros, alumnos, etc., y padres de los alumnos si viene al caso), y por otra, cuáles son las funciones que cumple la escuela en su conjunto, y cada una de las partes que se pueden diferenciar en ella (consejo escolar, cooperadora, unión de padres, centro de estudiantes, etc.).
  • 127. La idea central en este enfoque es que la escuela constituye una unidad integrada por individuos que comparten, en líneas generales, ideas, valores, pautas de conducta, etc., y que persiguen, también en líneas generales, objetivos comunes. Los miembros aprenden todo esto a medida que participan en la vida cotidiana de la institución, es decir, mientras son socializados en ella. Ese aprendizaje se realiza desde la particular posición (status) que cada uno ocupa en la estructura de la escuela. El alumno aprende aquellas pautas de comportamiento que se aplican de modo directo a su posición de alumno. El docente y los directivos hacen lo propio. Todos necesitan saber cuál es la conducta que se espera de ellos en cada situación para poder actuar de la manera apropiada. Esta compleja red de roles y posiciones es lo que constituye la estructura social de la escuela. A cada posición (status) corresponde una serie de expectativas y formas de comportamiento (roles) que hacen previsible la conducta de los actores y posibilitan el desarrollo armónico de las actividades dentro de la institución. Desde un punto de vista analítico, se puede distinguir la estructura formal de la informal. La primera comprende un conjunto de posiciones ordenadas jerárquicamente, a las que se asignan determinadas responsabilidades. Lo que le compete a quienes ocupan esas posiciones está estipulado formalmente en los reglamentos y disposiciones que rigen la institución. La estructura formal cumple la función de regular las relaciones a fin de garantizar el logro de los objetivos, aumenta la posibilidad de predecir el comportamiento individual y asegura un trato impersonal e igualitario a los que ocupan las diferentes posiciones. La estructura informal comprende, en cambio, el conjunto de pautas y formas de interacción que no están expresadas en los reglamentos de la institución ni pueden representarse en un organigrama. Se dan entre miembros ubicados en diferentes niveles de la estructura formal y expresan la integración de las personas con base en los sentimientos y los valores que ellas comparten y sostienen. Esta estructura cumple importantes funciones: humanizar el sistema formal, facilitar la cooperación y la comunicación, promover la libre expresión y proteger a los miembros del poder formal que corresponde a determinadas posiciones. La estructura formal y la informal coexisten y pueden ser funcionales una con respecto a la otra, aunque no necesariamente lo son. En la medida que ambas sean coherentes entre sí, el ‘clima’ de la institución será más armónico y los conflictos menos frecuentes y menos intensos. A diferencia de otras unidades sociales, las instituciones educativas no tienen una estructura demasiado compleja. En ellas se puede identificar un conjunto reducido de posiciones (directivos, docentes, personal de apoyo, alumnos), a las que van asociadas determinadas expectativas y formas de comportamiento que definen la conducta apropiada. El grado en que los individuos se ajustan a estas expectativas es variable y depende de múltiples factores, tanto individuales como sociales, propios de la escuela y externos a ella. Los factores individuales que influyen en el ejercicio de los roles tienen que ver con las características de personalidad de los actores, sus motivaciones para participar, el grado de conocimiento que tienen de lo que se espera de ellos en la institución y su capacidad para responder a esas expectativas. Los factores sociales, por su parte, pueden ser internos o externos a la escuela. Los factores internos, de naturaleza formal, aluden a las pautas de organización establecidas para la institución: i) actividades asignadas a los miembros y grado de precisión con que las mismas han sido definidas (una definición imprecisa de los roles genera problemas de expectativa en
  • 128. los actores, y con ello, posibles desajustes en su conducta); ii) tamaño de la escuela; iii) organización de la clase (cantidad de alumnos, criterios de distribución de éstos según aptitud, sexo, edad, etc., sistema de evaluación, metodología de enseñanza, normas disciplinarias, procedimientos administrativos, disposición física de los alumnos, etc.). Los factores internos de naturaleza informal tienen que ver con la proximidad física de los actores, la cantidad y frecuencia de los contactos entre ellos, los componentes expresivos (emocionales) o instrumentales presentes en la relación. Los factores externos que inciden en el ejercicio de los roles dentro de la escuela son múltiples. Existen influencias globales, vinculadas con la política educativa, la asignación de recursos para la educación, las condiciones socioeconómicas del contexto en el que se halla inserta la escuela y las organizaciones de nivel local (religiosas, sindicales, comerciales, profesionales, etc) que se vinculan con ella. Hay otras influencias que actúan de manera más directa y que se pueden identificar fácilmente: los padres de los alumnos, las instituciones donde se formaron los docentes de la escuela y los grupos (sindicales y profesionales) de los que ellos forman parte. Resumiendo, la perspectiva funcionalista analiza la escuela como un sistema en equilibrio, un todo ordenado (estructurado) de acuerdo a una compleja red de roles (hábitos o conductas sociales) y de posiciones (status). Autoridades, docentes, alumnos, etc., han aprendido las normas que definen sus respectivos roles (tanto los establecidos formalmente, como aquellos que surgen de la relaciones cotidianas). Esos papeles se ejercen de manera regular, por lo tanto, el comportamiento de los actores se puede predecir dentro de ciertos límites, a pesar de las múltiples influencias que los condicionan y pueden modificarlos. b) La clase escolar La clase constituye una unidad fundamental en el proceso educativo. Desde la perspectiva sociológica, es una formación social compuesta por un número reducido de miembros. Se caracteriza por la proximidad física de sus integrantes durante intervalos de tiempo prolongados, la interacción entre ellos está regulada por pautas de autoridad relativamente rígidas y claramente institucionalizadas, y las actividades se desarrollan de acuerdo a una planificación previa y conforme a un esquema (el horario). Pautas de autoridad y secuencias programadas de las actividades facilitan el mantenimiento del orden en una estructura en la que, por lo general, no se participa voluntariamente. Generalmente, la clase está integrada por un docente y un grupo de individuos, los alumnos, que tienen aproximadamente la misma edad y provienen por lo general de estratos sociales similares, según la escuela de que se trate. Si la clase es relativamente heterogénea desde el punto de vista social, se generan algunos problemas que pueden llegar a alterar la convivencia y dificultar la tarea del docente. El grado de preparación que éste tenga para tratar con este tipo de problema es crucial para el desarrollo de sus tareas específicas. Lo mismo puede ocurrir cuando el maestro enfrenta una clase heterogénea desde el punto de vista de las capacidades individuales, las características culturales, étnicas, etc., de los alumnos. Otra característica típica de una clase escolar es la polarización entre los roles del alumno y los del maestro. En lo que respecta al alumno, las expectativas referidas a su comportamiento son, generalmente, difusas. Algunos autores afirman irónicamente que, para ser un buen alumno en la mayoría de las escuelas lo que se necesita es una fuerte cuota de paciencia. El alumno debe diferir permanentemente la satisfacción de sus intereses o necesidades
  • 129. inmediatas para responder a los requerimientos del maestro o de la escuela. Lo que caracteriza a los roles del alumno es, por lo general, la pasividad y la escasa autonomía para decidir sus actividades. Un buen alumno debe escuchar al maestro, seguir sus instrucciones, no perturbar en clase con conversaciones o movimientos físicos innecesarios, etc. Además, cada escuela suele tener su ‘reglamento de convivencia’, que fija las pautas a las que el alumno debe ajustar su conducta. A estas pautas formales se agrega el conjunto de pautas informales que debe aprender para responder adecuadamente a las exigencias del maestro (cómo tratar con la autoridad, cómo enfrentar la evaluación constante que se hace de él y de su conducta, etc.), y de sus propios compañeros, que son muy diferentes de las anteriores y muchas veces se oponen a ellas. En este contexto tiene gran importancia la cultura del grupo de pares. La forma en que el alumno ejerce sus roles en la escuela está influida también por su socialización familiar. Esta influencia puede ser funcional o disfuncional al proceso educativo. Es funcional cuando la familia comparte con la escuela valores, hábitos de trabajo y actitudes fundamentales hacia las figuras de la autoridad y hacia la educación, en síntesis, cuando hay una coherencia entre los valores y las normas que transmite la escuela y las que transmite la familia. Es disfuncional cuando se dan las condiciones opuestas. Otra influencia importante sobre los roles del alumno es la de las figuras significativas para el niño, fundamentalmente las que provienen de los medios de comunicación de masas. Estas figuras se presentan como modelos de conducta y pueden competir con los modelos que presenta la escuela. Los ‘héroes de la patria’ encarnan cualidades y valores que generalmente no tienen nada que ver con los que el niño o el joven admiran en los ‘héroes’ de la televisión. En lo que hace al maestro, en la mayoría de los casos, es un adulto bastante mayor que sus alumnos, que aparece ante éstos como juez de sus acciones y se hace responsable por lo que aprenden. Está obligado a cumplir con un programa institucional y a hacerlo en un clima de orden que suele llamarse ‘disciplina’. Actúa como líder del grupo y puede ejercer este liderazgo de diferentes maneras (democrática, autoritaria, laissez faire, etc.), lo que da lugar a distintas reacciones por parte de sus alumnos. Se espera de él que actúe sobre el desarrollo moral e intelectual de los estudiantes, y que lo haga con solvencia técnica y autoridad moral (Durkheim, 1972). La posición del maestro en la jerarquía de la escuela es relativamente inconsistente. Por un lado aparece como dueño y señor de su clase pero, por otro, carece de autonomía para decidir cuestiones importantes relativas a la conducción del proceso de enseñanza-aprendizaje (contenidos a impartir, distribución temporal, metodología de la enseñanza, etc). Además, su posición desde el punto de vista profesional es ambigua. Por otra parte, las recompensas que recibe por sus actividades son débiles y no hay canales formales para reconocer sus méritos cuando lleva a cabo tareas importantes que caen fuera de lo previsto por la institución. Las recompensas que puede recibir de sus alumnos tampoco son totalmente visibles y tienen más bien carácter simbólico. Las condiciones anteriores, más las presiones que ejercen padres y directivos sobre ellos, son influencias de importancia en el ejercicio de los roles del docente. A esto hay que sumar el contacto con sus pares, la pertenencia a grupos o asociaciones de docentes, la valoración que se hace de su actividad en la sociedad y la satisfacción personal con su tarea. Las relaciones sociales que se establecen en la clase son otro tema que interesa al funcionalismo. En una clase escolar pueden identificarse dos conjuntos de relaciones relevantes: i) las relaciones alumno-alumno, y ii) las relaciones docente-alumnos.
  • 130. i) La relación alumno-alumno. Aquí adquieren importancia dos dimensiones: por una parte, la estructura sociométrica de la clase, y por otra, la composición del grupo. La estructura sociométrica se refiere a las relaciones recíprocas entre los miembros del grupo; indica quiénes son elegidos para hacer determinados tipos de tareas, por quiénes son elegidos, quiénes permanecen aislados, quiénes actúan como figuras centrales, etc. Las relaciones grupales pueden influir positiva o negativamente en el rendimiento académico del alumno, depende de cómo está conformado el grupo y cuáles son sus metas. En lo que hace a la composición del grupo, puede observarse que la mayoría de las clases escolares están integradas por grupos relativamente homogéneos en ciertos atributos, como la edad y el origen social. En algunos casos se institucionalizan prácticas de agrupamiento según la capacidad intelectual y el rendimiento escolar de los chicos. Abundan los argumentos tanto a favor como en contra de este tipo de prácticas. En definitiva, la cuestión estratégica aquí es saber si un rango amplio o estrecho de habilidades individuales es más efectivo en una clase. Para esto no hay respuestas claras. Hay una serie de factores que pueden explicar o especificar las condiciones bajo las cuales ciertas pautas de agrupamiento por capacidad son más fuertes o más débiles: las características individuales de los estudiantes; el grado en que los individuos con diferente capacidad actúan como grupo de referencia para el resto de sus compañeros; la conducta del maestro (éste puede adaptar efectivamente la enseñanza a los diferentes niveles de capacidad o simplemente enseñar menos a los más lentos); las pautas de comunicación predominantes en la clase; el sistema de sanciones, tanto positivas como negativas. Esta cuestión tiene hoy una importancia de primer orden porque se insiste cada vez más en la atención a la diversidad y en la integración de niños con capacidades diferentes en las escuelas de educación común. Con relación al sistema de sanciones, una característica interesante de las escuelas es la forma en que se estructuran y asignan los premios y castigos. Según algunos, el sistema de sanciones en la clase puede producir antagonismo, ansiedad y alienación en las relaciones. Tres características del sistema de sanciones pueden ser especialmente disfuncionales en este sentido. Por un lado, el tipo de premios, basado fundamentalmente en las notas o los grados académicos, son externos a la actividad de aprendizaje (se aceptan las normas y se ejecutan las tareas a fin de obtener buenas notas, sin tener interés intrínseco en la actividad misma). Por otro, la estructura de competición, que supone una lucha por obtener recursos escasos (buenas notas, éxito académico, distinciones, etc.), puede desalentar la cooperación y provocar sanciones grupales en contra de los alumnos con alto rendimiento, como una forma de controlar las expectativas del maestro. Finalmente, la clase de conducta que alienta el propio docente en los estudiantes (asimilación dócil, repetición, más que actividad creativa y crítica). ii) La relación docente-alumnos. Típicamente, ésta es una relación entre dos individuos que poseen diferente grado y tipo de conocimientos, distinto status, distinta edad y metas e intereses diferentes. En síntesis, se trata de una relación profundamente asimétrica. La forma que adquiere esta relación, que llamamos relación pedagógica y se considera crucial en el proceso de enseñanza-aprendizaje, depende de múltiples factores, de carácter tanto individual como social. Entre los primeros se encuentran los rasgos de personalidad del maestro, su edad y su sexo/género. Esto influye de manera directa en la predisposición del docente a establecer relaciones más instrumentales o más expresivas con sus alumnos, y en la mayor o menor distancia social que establece con ellos. No podemos comprender la conducta
  • 131. del maestro en la clase si no tenemos en cuenta sus características individuales. Entre los factores sociales que condicionan la conducta del maestro, encontramos algunos de carácter formal y otros informales. El docente representa el orden establecido en la escuela y está dotado del poder formal (autoridad pedagógica) necesario para imponer los cursos de acción que garanticen el mantenimiento de ese orden. Por otra parte, el docente tiene su propia definición sobre los roles del alumno, las conductas que espera de él, etc. Esto tiene mucha importancia pues esas definiciones son las que orientan su conducta hacia él. A ello hay que agregar el tipo de orientación que el docente tiene hacia su tarea, lo que depende, entre otras cosas, de las condiciones en que realiza su trabajo y del reconocimiento social que recibe por él. Las malas remuneraciones, la escasa participación en la conducción del sistema de enseñanza (y aun del centro escolar), la falta de autonomía para decidir el curriculum, la conformación de su clase, la programación de las actividades y otros temas importantes relacionados con la conducción del aprendizaje, son algunas de las condiciones del trabajo docente que afectan la orientación de éste hacia su actividad. Para sintetizar, podemos decir que la perspectiva objetivista, en su versión funcionalista, sostiene una imagen macrosociológica y estructuralista de la escuela: ésta es una sociedad en miniatura, en perfecto equilibrio funcional. La principal preocupación del funcionalismo es definir la manera en que la escuela cumple sus principales funciones: integración de las nuevas generaciones para asegurar la continuidad de la vida social, ampliar el horizonte cultural de los niños poniéndolos en contacto con una gran cultura universal, y permitir el desarrollo físico y moral del individuo (Dubet y Martucelli, 1998). Esta pequeña sociedad constituida por la escuela es más amplia que la familia, no sólo por la cantidad de miembros que la componen, sino porque quienes la integran no están juntos por sentimientos o preferencias personales, sino por las funciones sociales que le toca cumplir al maestro y la condición mental inmadura de los alumnos. Las normas de la escuela son menos flexibles que las reglas de la familia; esto ayuda al niño a iniciarse en la austeridad del deber, como dice Durkheim (1972). El maestro es alguien dotado de autoridad, sobre todo de la autoridad moral que deriva de su vocación. Los alumnos, por su parte, necesitan ser educados, en consecuencia, deben someterse a la autoridad del maestro. Esta ‘visión encantada’ de la escuela que corresponde a lo que Dubet y Martucelli (1998) definen como ‘paideia funcionlista’, es puesta en tela de juicio por la representación igualmente objetivista y estructuralista de la teoría de la reproducción, refuta los supuestos básicos de la paideia funcionalista y pone en evidencia el carácter clasista de la escuela. En primer lugar, las prácticas escolares son múltiples y diversas, no uniformes y homogéneas como postula el funcionalismo. La escuela no transmite una cultura universal, y la pone al alcance de todos de manera igualitaria, sino que inculca los valores y las pautas culturales de la clase dominante, y define trayectos diferenciales para el acceso al conocimiento en función de la clase social a la que pertenecen los alumnos. En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, los conocimientos adquiridos y la competencias desarrolladas por el alumno durante el transcurso de su vida escolar, no son el factor determinante de su posición futura en la estructura social. Su status social no depende de la educación, la escuela no constituye un canal de movilidad social. En tercer término, mientras la paideia funcionalista sitúa las prácticas escolares por encima de las exigencias profesionales y las desigualdades sociales, selecciona a los más capaces y a los que mejor responden a las exigencias de la institución, la visión reproductivista sostiene el sesgo clasista de dichas prácticas Por lo tanto, la selección
  • 132. que opera la escuela no tiene carácter meritocrático, sino que es profundamente injusta porque depende de factores que no tienen que ver con las dotes del individuo ni el empeño que éste pone en responder a las exigencias de la escuela. Por último, mientras para el funcionalismo la socialización escolar apunta a la formación de individuos autónomos y plenamente integrados a la sociedad, los reproductivistas consideran que la escuela prepara a unos para ejercer el dominio y a otros para ser sujetos de dominación. Además de la teoría de la reproducción, existen otras visiones estructuralistas de la escuela que sostienen una postura crítica de carácter menos global a los planteos del funcionalismo que la que mantienen las versiones clásicas de la teoría de la reproducción. Podemos mencionar, entre otros, los trabajos de R. Boudon (1983), R. Collins (1979) y la obra de B. Bernstein. Otros cuestionan planteos puntuales del funcionalismo. Así, desde Foucault (1986) y quienes se inspiran en él, se destaca que la escuela no es el lugar de la liberación, sino del disciplinamiento; lejos de preparar para el ejercicio de la autonomía, se dedica al adiestramiento y la esclavización de los individuos. Vincent (1980, 1994) adopta esta postura. Con la noción de ‘forma’ escolar, él “apunta a demostrar el lazo consustancial que une a la escuela, como lugar de socialización y transmisión de conocimientos, a formas específicas del ejercicio del poder. El dispositivo de control escolar no es ni neutro ni único, porque los principios educativos difieren según las clases -el máximo de represión y el mínimo de saber caracterizan la educación de los pobres-, y porque la escuela ha destruido los modos alternativos de educación. La separación entre el trabajo manual y el trabajo intelectual engendra progresivamente la ruptura entre la formación y el aprendizaje. El resultado es, no obstante, siempre el mismo: la normalización creciente de todos los individuos. La escuela, como muchas otras organizaciones, es el lugar de una reglamentación estricta, de la división de las prácticas, del aprendizaje de la docilidad y la obediencia, de la sumisión a la separación de saberes, de la multiplicación de ejercicios, premios, exámenes. Pero sobre todo la escuela aparece como un nuevo espacio de tratamiento moral en el seno de antagonismos de clase que opone la burguesía al proletariado”1. 1.2. Perspectiva subjetivista: los significados subjetivos y las fuentes de conflicto en la escuela Desde una perspectiva más afín a la postura interaccionista, se pone en tela de juicio el supuesto del paradigma funcionalista que sostiene que el condicionamiento estructural está por encima de los intereses y las disposiciones de los actores, lo cual implica que aquél cuenta más que éstos en la determinación de la conducta del individuo. Estos enfoques también cuestionan “el ideal del modelo clásico según el cual la escuela está al servicio del desarrollo personal. Ponen al día los conflictos anidados en las interacciones en el seno de la clase, el juego cruzado de los estereotipos, el hecho de que la socialización no es sólo la asimilación de un rol social personificado por el docente, ese modelo de ‘virtud’ investido por la autoridad ‘sagrada’ de la sociedad según Durkheim. Pero subrayan también la manera de la cual los alumnos construyen la interacción, a través de disputas y provocaciones”2. El estudio de Willis (1988), que abreva en la etnometodología y el marxismo, da cuenta de la forma en que se tejen las relaciones de los alumnos dentro de la escuela para oponerse a los designios de
  • 133. ésta y resistir su influencia. Este trabajo pone en evidencia las limitaciones del paradigma funcionalista para explicar todo lo que ocurre en las aulas. Tomando como punto de referencia la sociología de Max Weber, en el análisis de la escuela, la perspectiva subjetivista pone el énfasis en dos aspectos fundamentales de la vida escolar, muy relacionados entre sí, por una parte, los significados subjetivos de los actores y la cultura de la escuela, y por otra, los conflictos que se producen en ella. Los actores de la vida escolar tienen sus propios significados (sobre la escuela, los maestros, la enseñanza, el aprendizaje, los contenidos del aprendizaje, etc.). Estos significados, y la forma en que se interpretan los significados que transmite la escuela por medio de las prácticas de sus actores y los contenidos de la enseñanza, se traducen en conductas, actitudes, valoraciones, etc., cuyo resultado es un ‘clima o un ‘estilo de vida’ propio de la escuela. Este ‘clima’ es parte de la identidad propia de la institución y se constituye en uno de los factores que permiten identificar y diferenciar una escuela de otra. Quienes forman parte de la escuela incorporan paulatinamente estos significados, los modifican y crean otros nuevos en un proceso que tiene lugar de manera permanente. La ‘supervivencia’ de un alumno en la escuela depende, en gran medida, de su capacidad para captar los significados relevantes y producir la conducta apropiada, no sólo los que tienen que ver con las expectativas formales de la institución, sino también con los que surgen de la interacción espontánea entre los miembros, al margen de las pautas formales y a veces en oposición a éstas. Cuando el alumno ha llevado a cabo este aprendizaje, se siente ‘como en casa’. Cada situación le resulta comprensible y los actos de los otros se vuelven significativos para él. Se comparten los símbolos y los significados, y existe una base común para percibir los hechos, distinguir lo permitido de lo prohibido, definir lo bueno y lo malo (lo cual no implica que todos actúen de acuerdo a lo previsto). En cada institución existen diferentes grupos, cuyas pautas pueden, o no, coincidir con las pautas ‘oficiales’. Dentro de la escuela se pueden crear así verdaderas subculturas que, en ocasiones, desafían a la ‘cultura oficial’. Hay que considerar, además, que la escuela opera en un contexto social que posee sus propias pautas culturales. Hay escuelas que reflejan en alguna medida las pautas culturales de su entorno, otras que las recogen sólo en parte, y otras que las enfrentan abiertamente sosteniendo valores opuestos. Éste puede ser el caso de las escuelas que funcionan en zonas marginales. Cada una de estas situaciones crea condiciones distintas para el aprendizaje y plantea problemas diferentes a maestros y alumnos. Por último, cada actor de la vida escolar pertenece a una familia (o grupo equivalente) en la cual ha sido socializado. Durante el proceso de socialización familiar (socialización primaria) se aprenden pautas culturales que, por las condiciones en que se adquieren, se fijan con especial fuerza en el individuo. Cuando las normas y valores mantenidos por la familia son coherentes con los que sostiene la escuela, el proceso de adaptación a la cultura escolar es, obviamente, más fácil y las posibilidades de responder adecuadamente a las expectativas de la escuela son mayores. Una de las causas del fracaso escolar de los niños de clase baja es, precisamente, el choque entre la cultura familiar y la escolar. Es necesario tener en cuenta que la escuela legitima un tipo de cultura; ésta representa, por lo general, las pautas de conducta, conocimientos y valores propios de los estratos medios de la población. Un aspecto interesante de la cultura escolar son los rituales: formar fila para izar la bandera, saludar al director, ponerse de pie cuando ingresa una autoridad al aula, usar determinados
  • 134. símbolos, etc. El ritual es un acto comunitario, rico en simbolismo, que expresa determinados valores compartidos, y que sirve para crear un sentimiento de pertenencia a la institución. Refleja las creencias comunes y ‘obliga’ hacia las normas. Los símbolos creados por la escuela (escudos, emblemas, himnos, etc.) cumplen también la función de reforzar el sentimiento de pertenencia y dan sentido a las actividades de quienes pertenecen a un centro escolar. La imagen de la escuela como una sociedad en miniatura que sostiene el objetivismo, contrasta con aquella que pone énfasis en las condiciones que, de manera permanente, dan lugar al conflicto en la vida cotidiana de las escuelas. Una de las principales fuentes de conflicto en la escuela surge de la relación maestro-alumno. Hemos visto al estudiar los clásicos que, desde su comienzos, la sociología definió la relación pedagógica como una relación de dominación. La sociología contemporánea recoge esta idea y la actualiza. Ella adquiere especial relevancia en el trabajo de Bourdieu y Passeron (1981) sobre el sistema de enseñanza. Volveremos sobre este concepto en el capítulo que dedicaremos a dicho trabajo. Uno de los primeros sociólogos de la educación que estudió a las escuelas como centros de conflictos fue W. Waller (1939). Para él, la base del conflicto en las escuelas está en esa forma de ‘dominación institucionalizada’ que caracteriza a la relación maestro-alumno. Maestro y alumno se enfrentan uno a otro con un conflicto original de motivaciones y de intereses. El maestro representa el orden social en la escuela y su interés es mantener ese orden, mientras que los alumnos no están involucrados en el mantenimiento de esa ‘superestructura feudal’. En general, los alumnos aspiran a un desarrollo personal autónomo y espontáneo, quieren producir sus propios resultados sin condicionamientos. Cada una de estas partes hostiles, con intereses antagónicos, se instala en el camino de la otra; en la medida en que se realizan los objetivos de una, se sacrifican las metas de la otra, según Waller. Desde su perspectiva, la escuela es una especie de ‘fortaleza’, en la cual las necesidades y las metas de los maestros están en desacuerdo con las necesidades y las metas de los estudiantes, lo que lleva a que la escuela corra peligro de ser sitiada desde adentro. Esta es una de las razones por las cuales se produce la evidente fijación del personal escolar en los problemas de control y disciplina. Además de la señalada, los conflictos en la escuela pueden tener su origen en otras fuentes, todas muy relacionadas entre sí, cada una de las cuales actúa de manera particular. El elemento subyacente a todas ellas, que tiene carácter estructural y constituye la base los conflictos sociales, es el status social de los actores de la vida escolar. Algunas de esas fuentes son las siguientes:  La estructura formal y el poder que ésta asigna a determinados miembros de la institución. Como cualquier organización social, la escuela supone una jerarquía de funciones y líneas de autoridad perfectamente definidas que legitiman el uso de una cierta cuota de poder por parte de quienes las desempeñan. Tal como lo demostrara Weber, al ejercicio del poder siempre va asociada la probabilidad de la aparición del conflicto. En este caso no se trata de un conflicto de clase, sino de intereses y objetivos entre actores que ocupan posiciones distintas en la estructura de la escuela.  Diferencias entre los valores y las normas en que los estudiantes han sido socializados y los que sostiene la escuela. Esto provoca un choque de culturas que genera inevitablemente conflictos, pues el niño o el adolescente se ven obligados a acatar las normas y valores de la escuela si quieren obtener buenos resultados. Y esto no se hace sin una cierta resistencia por parte de ellos.  La participación involuntaria en la institución. Por lo general, los niños asisten a la
  • 135. escuela porque los envían sus padres, no por propia voluntad. Ir a clase y cumplir con las normas de la escuela significa para ellos una restricción a su libertad individual. Para obligar a participar, en la escuela se utilizan diferentes recursos, muchos de los cuales implican el uso de la coerción. Las escuelas no pueden ser totalmente democráticas porque no son enteramente voluntarias. Nunca el equipo docente puede delegar autoridad real en los alumnos.  Existencia de grupos en conflicto dentro de la escuela. De hecho, por la posición que ocupan en la estructura de la escuela, el equipo docente y el grupo de alumnos ven las cosas desde perspectivas diferentes. Ambos llegan a la institución con distintos gustos, propósitos y experiencias sociales previas. Ambos necesitan satisfacer necesidades diferentes, a veces incompatibles entre sí. También pueden existir grupos de alumnos con intereses y perspectivas antagónicas e incluso grupos de profesores con antagonismos del mismo tipo.  Las metas que propone la escuela. Con frecuencia, esta es una importante fuente de conflictos porque el estudiante no ve la utilidad de recibir instrucción ni acepta sacrificar la satisfacción de sus intereses y necesidades inmediatos en función de una meta de carácter instrumental (perspectiva de un futuro brillante como premio a un trabajo arduo, posibilidad de inserción en un trabajo importante, etc.) cuyo valor no pueden apreciar todavía.  Cierto tipo de exigencias escolares que no pueden ser satisfechas por todos lo alumnos, sino solamente por unos pocos.  Existencia de comportamientos desviados dentro de la escuela. El análisis de los conflictos en la escuela adquiere hoy especial relevancia debido a un hecho preocupante: el clima de violencia que se vive en las escuelas. Lamentablemente, no podemos ocuparnos de este tema aquí. La dimensión y la complejidad del problema exigen una investigación exhaustiva de las causas que lo provocan, la diversas formas en que se manifiesta, las consecuencias que tiene para la vida escolar, el impacto que produce en los actores, etc., etc. Es importante advertir que el conflicto no genera, necesariamente, violencia. Los conflictos son parte de la vida cotidiana de las escuelas y por lo general transcurren y se resuelven dentro de los carriles institucionales previstos. El problema se plantea cuando esto no ocurre y la situación se vuelve incontrolable, como ocurre hoy en muchas escuelas. Por cierto, el fenómeno de la violencia en las escuelas no es ajeno a las múltiples y diversas manifestaciones de violencia que se viven en la sociedad en su conjunto. 2 . La escuela como organización social A diferencia del análisis realizado en el punto anterior, que implica un interés por la vida escolar en sí misma, cuando abordamos la escuela como organización estamos poniendo énfasis en un aspecto particular de ella, su estructura organizativa y las prácticas que la caracterizan. Tratamos de ver la forma en que éstas impactan en las actividades de la institución y las funciones que ella está llamada a cumplir. Identificar y describir estas prácticas, comprender la forma en que operan y explicar sus consecuencias son los principales objetivos que se propone el análisis de la escuela como organización. Se pretende,
  • 136. entre otras cosas, que los resultados de este análisis constituyan un insumo importante para quienes desempeñan funciones relacionadas con la administración y la gestión de los centros escolares. El análisis organizacional no les puede solucionar el problema que su tarea les plantea, pero sí puede proporcionarles fundamentos para tomar decisiones más racionales y optimizar el logro de los objetivos que se proponen. Por cierto, el análisis de la escuela como organización adquiere sentido en el marco de la teoría sociológica sobre las organizaciones. Antes de referirnos a dicha teoría, veamos qué entiende la sociología por organización y qué diferencia a las organizaciones de otro tipo de formaciones sociales. No resulta sencillo aplicar este concepto a la escuela. Por sus características, ésta no se asemeja a ninguna de las unidades sociales identificadas por los sociólogos como organizaciones, con las cuales los analistas la comparan a menudo: los hospitales, las cárceles, las fábricas, los organismos gubernamentales, etc. Ninguna de esas analogías dice mucho respecto de la escuela como organización por derecho propio. Por otra parte, como bien advierte Tyler (1991), las escuelas no tienen la certidumbre respecto de su cometido (enseñanza-aprendizaje), ni tampoco respecto a las relaciones con sus clientes (no pueden rechazarlos), que caracteriza a otras organizaciones. Tampoco es clara la relación entre su cometido y la autoridad formal, ya que la enseñanza que imparte el maestro en la clase (ésta se desarrolla a puertas cerradas y nunca puede ser objeto de supervisión permanente por parte las autoridades) es autónoma respecto del orden burocrático. Desde una perspectiva muy general vinculada a los enfoques tradicionales, para la sociología, una organización es cualquier formación social compuesta por un número precisable de miembros, cuya conducta está orientada al logro de un conjunto de objetivos específicos, formalmente establecidos, o al menos buscados de manera explícita. Estos objetivos son los que justifican la existencia de la organización y le dan sentido. Cuando el objetivo desaparece, tiende a desaparecer también el agrupamiento social conformado alrededor de él, o si los miembros desean seguir juntos, se sustituye el objetivo original por otro nuevo. Para asegurar el logro de los objetivos propuestos, toda organización está configurada, en mayor o menor medida, de manera racional. Dicha configuración racional, que constituye la estructura formal de la organización, implica la división interna de funciones y un cierto grado de estructuración de las actividades de los miembros. Cuanto mayor es el número de miembros de la organización, más necesaria es esa configuración racional. Con base en este concepto, podemos decir que los rasgos que definen a toda organización social son los siguientes: i) El tamaño. Determinadas características de una organización aparecen solamente cuando la formación supera un cierto número de miembros. Por ejemplo, la división del trabajo, la prescindencia del contacto cara a cara, el predominio de relaciones instrumentales y más objetivas, etc., se imponen cuando se incorporan muchos miembros a la organización y la estructura de la misma se hace más compleja. ii) Los objetivos. Son los que guían la toma de decisiones, orientan las acciones y los procesos dentro de la organización. Si bien los objetivos están planteados explícitamente en los estatutos y reglamentos de la organización, en la realidad suele ocurrir que aparecen otros objetivos, más amplios o algo distintos que los admitidos formalmente. También pueden darse situaciones en las que los objetivos de una organización no son plenamente compatibles entre sí, lo cual trae aparejada una serie de problemas a los miembros y a la organización en su conjunto. Por ejemplo, en el caso de las escuelas, las funciones
  • 137. asistenciales que se les han asignado en los últimos tiempos dificultan el logro de su objetivo específico de instruir, enseñar y educar a los alumnos. Las escuelas pertenecen a una categoría de organizaciones cuyo principal objetivo es actuar de determinada manera sobre un grupo de personas que son admitidas por la institución con ese fin, al menos transitoriamente. La finalidad explícita de la acción que ejercen las escuelas es lograr que los alumnos aprendan determinados valores y pautas de conducta, adquieran conocimientos y destrezas, que les permitirán luego una participación más plena en la sociedad. La incorporación a la organización de las personas que deben recibir esta acción es, generalmente, involuntaria, y a veces forzada. La mayoría de los chicos no van a la escuela por voluntad propia, sino porque los mandan. Generalmente, las organizaciones dedicadas a ‘procesar’ a las personas, como las escuelas, las cárceles o los hospitales, son total o parcialmente controladas por el Estado. En ellas existe una separación tajante entre dos tipos de actores, que ocupan dos posiciones claramente diferenciadas y persiguen objetivos diferentes: los responsables de planificar y ejecutar la acción que se propone la institución, y los que la reciben. En el caso de las escuelas, los directivos y maestros por un lado, y los alumnos por el otro. La movilidad de una posición a otra no es posible, por lo menos hasta que el objetivo que se persigue con la acción no haya sido alcanzado. Un alumno no puede ser profesor, si antes no transitó determinados trayectos de la carrera escolar y obtuvo la certificación correspondiente. iii) La configuración racional. Toda organización está regulada por reglamentaciones firmemente establecidas; las competencias y los papeles de los miembros están claramente definidos, las líneas de autoridad son perfectamente identificables, lo mismo que los canales de comunicación entre las diferentes posiciones. Esta configuracón es tanto más necesaria cuanto mayor es el número de miembros que integran la organización, y mayor la cantidad de funciones que ésta debe cumplir. La configuración racional supone siempre una estructura piramidal en la que se pueden distinguir diferentes niveles. El nivel de dirección, encargado de tomar las decisiones necesarias para el logro de los objetivos (está dotado del poder formal indispensable para procurar que esas decisiones se cumplan efectivamente, aunque lograr esto depende de muchos otros factores que son ajenos al poder formal de que están investidos los directivos). El nivel intermedio que, en el caso de las escuelas, está constituido por los maestros, quienes están encargados de conducir el proceso de enseñanza-aprendizaje. Y el nivel de base, compuesto por los alumnos en este caso, los que reciben la acción. La configuración racional de la organización implica también un sistema de control del comportamiento destinado a garantizar el logro de los objetivos. Los controles suponen una amplia gama de sanciones positivas y negativas, formales e informales, que pueden ser de diferente tipo, y dan lugar a distintas actitudes de los miembros frente a la organización. A los controles formales se superponen, en la práctica, una amplia gama de controles informales aplicados de manera discrecional por los miembros, cuyo resultado puede ser reforzar el sistema de control formal o, con mucha frecuencia y por diferentes razones, quitarle vigencia o sencillamente destruirlo. En este caso se hace muy difícil la conducción de la organización. A la configuración racional, o estructura formal de la organización, se superpone lo que llamamos estructura informal. Ésta comprende todo el conjunto de relaciones naturales (informales) entre los miembros de la organización que se desarrolla al margen de la
  • 138. estructura formal y no responde a las pautas de ésta. Con bastante frecuencia, las relaciones informales entran en conflicto con las que están fijadas por la estructura formal y pueden llegar a impedir que éstas se cumplan. En el fondo, lo que se juega en el sistema de relaciones interpersonales de una organización es la cuota de poder de que dispone cada uno de los miembros para realizar sus propios objetivos y satisfacer sus intereses, que no siempre coinciden con los que corresponden formalmente a la organización. Algunos enfoques teóricos ponen énfasis en el análisis de las relaciones informales, los conflictos, el ejercicio del poder. Otros, en cambio, privilegian el análisis de los aspectos formales; uno ve lo que el otro deja de lado. En cualquier caso, ambos develan aspectos sustanciales de la vida de la organización y se puede decir que son complementarios, puesto que una visión completa de ésta implica atender tanto a la estructura formal como a la informal. Las escuelas son organizaciones muy complejas, no podemos alcanzar una comprensión plena de lo que ocurre en ellas si no atendemos a todas las aristas -formales e informales, manifiestas y ocultas- de la vida institucional. 3. La teoría sociológica de la organización y el análisis de la organización escolar Decíamos antes que el análisis de la escuela como organización social adquiere sentido en el marco de la teoría sociológica de la organización. Hubo en los últimos años un gran desarrollo de esta teoría, y diferentes intentos de sistematizarla. No es fácil encontrar criterios satisfactorios para hacerlo. Por lo general, los enfoques más conocidos se presentan como excluyentes y cada uno de ellos pone el énfasis en un aspecto particular de la realidad organizacional y de la conducta del individuo en la organización. Esto no implica negar la existencia de otros aspectos que necesariamente forman parte de la vida organizativa; se trata más bien de una diferencia de énfasis fundada, como ocurre siempre en la sociología, en las opciones teóricas y epistemológicas del investigador. Las decisiones que éste tome en este punto condicionan, por cierto, todo su trabajo posterior. El propio concepto de organización responde a dichas opciones. El concepto que expusimos en el punto anterior, por ejemplo, es puesto entre paréntesis en el marco de la mayoría de las teorías recientes, de corte interpretativo y político. En lo que sigue vamos a tratar de exponer algunos de esos enfoques, aquellos que, a nuestro criterio, resultan más relevantes para el análisis de las escuelas como organizaciones sociales. Con fines estrictamente didácticos los hemos agrupado en tres conjuntos de orientaciones teóricas: racionales o científicas, políticas y fenomenológicas. Las primeras ponen el énfasis en la estructura formal y los problemas de eficiencia organizativa. Las segundas acentúan la importancia de los fenómenos de distribución y ejercicio del poder en la organización. Finalmente, las fenomenológicas atienden a los aspectos simbólicos de la vida organizativa. Sin ser totalmente satisfactoria, esta clasificación tiene una ventaja: permite asociar los distintos enfoques a las tradiciones teóricas que hemos utilizado para diferenciar las corrientes más relevantes en sociología de la educación. La Figura nº 1 presenta un esquema del conjunto de enfoques que serán objeto de análisis. Figura nº 1: Enfoques sociológicos sobre las organizaciones
  • 139. 3.1. Enfoques racionales o científicos Los enfoques racionales o científicos son los más desarrollados y los que mayor influencia han tenido en la organización de los centros escolares. Predominaron de una manera casi exclusiva durante algo más de la primera mitad del siglo XX. Parten de la idea de que las organización es un fenómeno susceptible de tratamiento objetivo; la preocupación fundamental es el grado de eficiencia y eficacia que pueden lograr las organizaciones, para lo cual es importante el control técnico del trabajo y la burocratización de las relaciones interpersonales. Estos enfoques comprenden tres grupos de teorías que, dentro la misma orientación, presentan matices importantes. El primero está constituido por la teoría clásica de la organización, que comprende las siguientes teorías: de la burocracia, de la organización científica del trabajo y de las relaciones humanas. El segundo es la teoría de la administración científica de Simon y el tercero la teoría de los sistemas sociales de Parsons. 3.1.1. Teoría clásica de la organización A pesar de las diferencias que hay entre las tres teorías de la organización incluidas en este grupo, las une una preocupación central: la eficiencia y el rendimiento. La idea de eficiencia implica, por una parte, un conjunto de fines y objetivos valorados socialmente, y por otra, la elección de los medios adecuados para lograrlos, con economía de tiempo, esfuerzo y recursos. Una organización adecuada de las actividades y un manejo inteligente de las relaciones entre los miembros que integran la organización es el instrumento más idóneo
  • 140. para garantizar la eficiencia y el rendimiento. Ello supone que se debe poner atención en el comportamiento de los participantes dentro de la organización y en la forma en que las relaciones que ellos establecen entre sí ejercen influencia en el logro de los objetivos. Las tres teorías incluidas en este grupo, llamadas clásicas debido a que son las que han marcado rumbos en la teoría organizativa difieren, precisamente, en su concepción del comportamiento individual en las organizaciones. Así, el planteo weberiano de la burocracia pone énfasis en las dimensiones racionales de la conducta humana; analiza la relación entre el “funcionario” y su empleo, prescindiendo de los factores emocionales que condicionan el comportamiento. Para Weber, una organización burocrática, es decir basada en una orientación legal-racional de la conducta humana, es la mejor garantía para lograr la eficiencia y preservar los derechos de las personas. Por su parte, en la teoría de la organización científica del trabajo de Tylor y Fayol, predomina la idea de que el operario es un auxiliar de la máquina, capaz de aceptar órdenes y realizar secuencias de actividades físicas regularizadas, pero no de tomar decisiones. Ante esto, las propiedades del ser humano que más interesan a la organización son sus características neurofisiológicas: capacidad, velocidad y resistencia. El modelo de las relaciones humanas insiste, en cambio, en que el ajuste entre los objetivos personales y los objetivos de la organización es siempre imperfecto. El hombre es portador de un conjunto de actitudes, valores, motivaciones, etc., y debe ser ‘inducido’ a participar en la organización. Para ello es necesario tener en cuenta las dimensiones emocionales del comportamiento humano. La eficiencia de la organización, en consecuencia, depende de que cada miembro se sienta cómodo’ dentro de ella, de que sus relaciones interpersonales sean ‘satisfactorias. a) La teoría de la burocracia El modelo burocrático, producto de la obra sociológica de Max Weber, es uno de los que mayor influencia tuvo, y sigue teniendo, en la teoría organizativa. Para Weber, la organización es un problema político, un tipo de dominación legal-racional. La burocracia constituye un tipo de organización donde la dominación se ejerce en base a principios formales, que eliminan la subjetividad y los factores afectivos en la toma de decisiones. Por esta vía se garantiza la eficacia administrativa. Es una forma de dominación legítima, basada en el imperio de la ley y el respeto por las normas. En ella es posible separar las disposiciones formales de la dimensión personal, de modo tal que tanto los miembros de la organización, como los clientes o los usuarios según los casos, reciben igualdad de trato, según las normas establecidas. Los elementos que caracterizan a organización burocrática son los siguientes:  Jerarquía de funciones y niveles de autoridad que aseguran una completa superordinación y subordinación entre los miembros de la organización. Las líneas de comunicación vertical están claramente establecidas.  Diferenciación de roles o de funciones, ámbitos de actuación establecidos de manera objetiva, impersonal, que regulan la conducta de cada uno de los miembros y del grupo en su conjunto. Esto garantiza la homogeneidad del trabajo y su control.  Ejercicio profesionalizado de las funciones, con cualifiación, especialización y promoción profesional fundadas en el desempeño y el rendimiento.  Una estructura de organización planificada sobre la base de líneas generales de actuación estables e imparciales, que excluyen los factores expresivos (considerados irracionales) en la resolución de los ‘expedientes’. La organización en su conjunto constituye un sistema ordenado, estable y predecible de actuaciones, donde las dimensiones personales en el
  • 141. ejercicio de los roles no tienen cabida. La racionalidad en la toma de decisiones y la formalización de las relaciones interpersonales, dos dimensiones fundamentales de la organización burocrática, fueron pensadas por Weber como condiciones para lograr la eficacia administrativa. Pero cuando estas dimensiones son absolutizadas o desnaturalizadas, que es lo que suele ocurrir con frecuencia, se convierten en un obstáculo para el logro de esa eficacia y son la fuente de las principales disfunciones de la burocracia, sobre todo cuando este modelo se aplica a los centros escolares. Veamos algunos ejemplos. El principio de jerarquía de autoridad, cuya función es lograr la coordinación de las actividades y un cierto grado de disciplina en el funcionamiento de la organización, puede generar bloqueo en la comunicación, conflictos entre los diferentes niveles de la jerarquía, y entre la autoridad formal y el especialista o el profesional, que tiene autoridad funcional, basada en el conocimiento técnico. La insistencia en las reglas y en los procedimientos formales puede provocar, en la práctica, una coordinación administrativa que conduce al abandono del objetivo final, privilegiando las formas y el cuidado por las reglas de procedimiento. La clara especificación de los roles de los miembros y la supervisión constante de las tareas, lleva a coartar la iniciativa personal, a restringir la creatividad individual y a bloquear la innovación, condiciones realmente importantes en la tarea educativa. La falta de atención del modelo a los factores ambientales y a los aspectos expresivos de la conducta humana, suele generar actitudes de indiferencia hacia la organización y hacia sus fines, cuando no la hostilidad u oposición activas. A pesar de todo esto, ciertos aspectos de la organización burocrática, como la claridad y la uniformidad de las normas, la racionalidad en la toma de decisiones y la impersonalidad, se han mostrado particularmente eficaces para el manejo de los centros escolares, sobre todo cuando éstos alcanzan un cierto grado de complejidad por la cantidad de miembros que los integran y la multiplicidad de objetivos que persiguen. b) La teoría de la organización científica del trabajo F. Tylor (1856-1915), ingeniero americano que investigó la forma de utilizar a los seres humanos en la industria para maximizar su rendimiento, inició este movimiento -que de ninguna manera tuvo inicialmente pretensiones de convertirse en una teoría científica- con el objeto de aumentar la eficiencia en el trabajo. Estudió la utilización del hombre como adjunto de la máquina en la realización de trabajos rutinarios y repetitivos en las fábricas. Aplicó los resultados de la investigación científica sobre las reacciones neurofisiológicas del cuerpo humano a la planificación de las secuencias de actividad que cada uno debía ejecutar para aumentar su productividad. Basándose en el principio de la división del trabajo y la especificación de funciones, separó las tareas de taller de las operaciones de programación y dirección. En los trabajos de taller no hace intervenir ni los procesos mentales ni los factores expresivos de la conducta (motivaciones, intereses, expectativas, gustos, etc.). Si bien se trata de una teoría superada y pensada explícitamente para el mundo de la producción industrial, algunos de sus principios han sido tenidos en cuenta en la organización de los centros escolares, entre otros, la búsqueda de la eficiencia (que a veces se identificó solamente con el problema de la reducción de los costos), la descentralización de la autoridad, la asignación de funciones de dirección de la actividad docente a los supervisores, la distribución temporal de los procesos de enseñanza aprendizaje, etc. c) La teoría de las relaciones humanas El creador de esta teoría fue Elton Mayo, estudioso de los problemas psicológicos y sociales
  • 142. de los trabajadores en las empresas industriales. Vivió entre 1889 y 1948 y desarrolló sus investigaciones en la universidad de Pensylvania. La preocupación por la productividad y la eficiencia llevó a Mayo y sus seguidores a enfocar la organización desde una perspectiva diferente. Para ellos el comportamiento humano en las organizaciones depende de factores psicológicos profundos, como son las motivaciones del individuo por participar, las necesidades y aspiraciones que él desea satisfacer, sus actitudes frente a los otros y frente a la organización, su experiencia social previa. En definitiva, la teoría de las relaciones humanas considera que el factor clave en toda organización es el ser humano, no las máquinas ni las disposiciones formales. Sin abandonar los principios de división del trabajo, jerarquización de funciones y racionalidad sostenidos por la teoría burocrática clásica, ni el cuidado por las condiciones físicas del trabajo a que atendía el tylorismo, esta teoría sostiene la necesidad de tomar en cuenta de manera especial las relaciones entre los miembros de la organización. Es la persona humana la que da una fisonomía u otra a la organización, gracias a su comportamiento individual y grupal. Para la teoría de las relaciones humanas, en toda organización se pueden diferenciar dos cosas: i) el factor técnico y ii) la organización humana. i) El factor técnico comprende el entorno físico, la infraestructura y los instrumentos de producción. Está ordenado de manera que se puedan cumplir las tareas de producción, es moldeado y recreado constantemente por la organización humana, ya sea para alcanzar más efectivamente el objetivo, o para asegurar mayor satisfacción personal a los miembros. ii) La organización humana comprende un conjunto de personas trabajando juntas con un propósito u objetivo común. Cada una de estas personas trae a la organización sus propias motivaciones, demandas y expectativas, que son el resultado de toda su experiencia social anterior y está condicionada por múltiples factores. El comportamiento del individuo dentro de la organización está influido, en buena parte, por el sistema de interrelaciones humanas en que él ha participado previamente. Las relaciones formales corresponden a la organización burocrática, se pueden diagramar en un organigrama, en el que es posible diferenciar fácilmente la jerarquía de funciones, las líneas de autoridad y los canales de comunicación. Incluye, por una parte, las reglas y reglamentos que determinan el tipo de relaciones que deben establecer las personas para asegurar el logro de los objetivos, y por otra, los sistemas de control necesarios para que las reglas se cumplan. Las dos funciones fundamentales de la estructura formal son asegurar el esfuerzo cooperativo y facilitar el logro de los objetivos. Las relaciones informales, en cambio, son las relaciones interpersonales que responden a intereses expresivos (afectivos) más que instrumentales. Comprenden el sistema de creencias e ideas por medio de las cuales se expresan los valores de la organización, y los símbolos alrededor de los cuales se organizan dichos valores (organización ideológica). La estructura formal y la informal se rigen por lógicas diferentes. La lógica que rige las relaciones formales es la lógica del costo y la eficiencia; esta lógica permite evaluar los objetivos de la organización técnica y el esfuerzo cooperativo de los miembros. La lógica que rige las relaciones informales es la de los sentimientos. Los conceptos elaborados por esta teoría acerca del comportamiento de las personas dentro de las organizaciones se consideraron adecuados para su aplicación a los centros escolares: importancia de las relaciones informales en el sistema social de la organización, relevancia de los factores sociales y psicológicos en la motivación individual, papel del grupo de trabajo en la determinación de las actitudes y el rendimiento, papel del liderazgo democrático en la
  • 143. organización, importancia de las habilidades sociales y las técnicas afectivas antes que las manipulativas en la administración, importancia del desarrollo de canales de comunicación adecuados, etc. 3.1.2. Teoría de la administración científica En el planteo de March y Simon (1977) -dos estudiosos contemporáneos del comportamiento del hombre en las organizaciones, desde una perspectiva científica interdisciplinaria-, el proceso central en la organización es la toma de decisiones. Su punto de partida es la idea de que los miembros de la organización son individuos capaces de procesar información y solucionar problemas. Esta capacidad les permite buscar alternativas de acción en situaciones de incertidumbre, esto es, en situaciones en que la información de que se dispone nunca es total, sino incompleta (entre otras cosas, porque los factores que intervienen en la situación nunca son controlables de manera completa), y la capacidad mental del que decide jamás es perfecta. El comportamiento individual en la organización se explica, principalmente, por los procesos de percepción y de pensamiento, no por los sentimientos ni las experiencias sociales previas, aunque ellos sean un complemento indispensable. De esta manera, la teoría de la decisión científica apunta al hombre como responsable de la toma de decisiones en situaciones de interacción complejas, donde intervienen múltiples factores: la estructura formal, la estructura informal, el entorno físico y social, todos ellos relacionados entre sí. Por ello, esta escuela abandona los esquemas simples de la relación medios-fines, por una consideración de la organización como un sistema complejo de elementos interdependientes, donde es necesario analizar los procesos que intervienen en la toma de decisiones. Una administración eficaz no se traduce en normas o recetas de acción, sino en principios que es necesario contemplar cuando se adopta una decisión. Los rasgos más significativos de esta teoría son los siguientes:  La organización es un sistema social orgánico en el cual los elementos individuales y los grupales actúan como un todo funcional. Para que el sistema opere eficazmente, es necesario satisfacer tanto las necesidades personales como las sociales.  La toma de decisiones es un proceso organizativo, que supone un análisis de la manera en que los comportamientos de los miembros se ven influidos por la organización.  La autoridad no es una categoría abstracta, sino una cualidad del individuo que se traduce en la capacidad personal del dirigente para tomar decisiones que puedan guiar la conducta de los demás. Es una realidad observable, aceptada por los miembros, que no está encauzada de manera estable por los reglamentos de la organización, sino que se elabora en el transcurso de una interacción social. En ella se distinguen dos dimensiones, la formal o de control (dimensión de poder), y la informal o subjetiva (personal) que lleva a la aceptación de la autoridad. Cuando en una organización predomina la primera, la autoridad se transforma en dependencia. Cuando predomina la segunda, es decir los aspectos personales del líder y las motivaciones de aceptación, la autoridad se transforma en consenso, en una relación de influencias mutuas.  Superación de la contraposición entre estructura formal e informal. Lo formal y lo informal no son categorías separadas y contrapuestas, sino dos aspectos de una organización unitaria y completa, siempre presentes de manera conjunta y que están
  • 144. llamadas a complementarse.  Preocupación por los aspectos psicosociales del comportamiento organizativo: las motivaciones en el trabajo, los conflictos, la identificación del individuo con el grupo, etc. 3.1.3. Teoría de los sistemas sociales Este enfoque supone la aplicación a la organización educativa de la teoría de los sistemas sociales de cuño parsoniano, deudora, por lo tanto del más puro estructuralfuncionalismo. Integra una serie de aspectos propios de los enfoques mencionados antes, y les incorpora un elemento nuevo, esencial en la teoría de los sistemas: la importancia del entorno o del medio social en la conformación de la organización como un todo. A pesar de su gran difusión, el impacto práctico de esta teoría en la organización de los centros educativos no resulta convincente, entre otras cosas, por su incapacidad para explicar el conflicto y el cambio. Según este enfoque, un sistema constituye una unidad diferenciada, con características propias, que puede distinguirse claramente del entorno en el cual opera, gracias a la definición de los límites que lo separan de éste. A su vez, esa unidad puede descomponerse en subunidades, los subsistemas, que están relacionadas entre sí y en interdependencia mutua. A la idea de sistema va unida la de proceso, es decir, el conjunto de elementos que componen el sistema son sometidos a actividades de transformación con el objeto de producir un determinado resultado. En el caso de la educación se trata de transformar unos objetivos educacionales en resultados. Por último, junto a lo anterior, es necesario introducir la idea de feed back o proceso de retroalimentación, que permite evaluar la forma en que los resultados del sistema (outputs) actúan sobre los nuevos insumos (inputs) o la medida en que aquéllos responden a las exigencias del entorno. En este modelo el papel del entorno es crucial. Influye sobre el sistema no solamente a través de los elementos de entrada (inputs: personas, recursos materiales, factores culturales, etc.), sino que actúa también sobre los procesos internos de transformación que se producen dentro del sistema y sobre la recepción de sus productos, lo cual obliga al sistema a revisar continuamente sus actividades y su funcionamiento, para adecuarse a las condiciones y demandas del entorno. Esto conduce a que el planeamiento y la evaluación se conviertan en tareas claves de la organización educativa. Visto desde esta perspectiva, el comportamiento humano dentro de la organización es considerado como el resultado de múltiples influencias, internas y externas, y también como el producto de factores de naturaleza cultural y de personalidad de las personas. Para esta teoría, el criterio para evaluar la eficacia no es la satisfacción de las necesidades individuales, ni la adecuación a las reglas formales de la organización, sino la respuesta del sistema a las exigencias del entorno que, se supone, cambian constantemente, lo que hace que la realidad organizativa sea muy dinámica. En la organización escolar se pueden distinguir diferentes subsistemas, íntimamente vinculados entre sí: decisional, comunicacional y estructural u orgánico. El primero comprende el conjunto de actividades comprometidas en la toma de decisiones orientadas al logro de los objetivos con el máximo de eficacia. El segundo se vincula al subsistema decisional, formando una red que conecta los procesos comprendidos en él, a fin de permitir y garantizar la transmisión, recepción y sistematización de la información dentro de la
  • 145. organización, con la rapidez y confiabilidad que ésta requiere. Esta red está constituida por diferentes tipos de información: normativa, operativa, integradora, evaluativa e investigadora. Por último, el subsistema estructural u orgánico, constituye el soporte de los dos anteriores. Comprende el esquema formal de relaciones, comunicaciones, procesos de decisión, procedimientos y sistemas, dentro de un conjunto de unidades en orden a la obtención de los objetivos. Es el instrumento básico para diferenciar los puestos de trabajo necesarios y establecer las actividades interrelacionadas entre ellos que permiten la dirección, coordinación y control de todo el trabajo dentro de la organización. Este subsistema se puede diagramar en un organigrama. La teoría de los sistemas sociales se funda en un modelo organicista y mecanicista de la conducta que resulta poco adecuado para explicar situaciones en las cuales, como ocurre en los centros escolares, la elaboración y el cambio de la estructura básica son las características esenciales de los fenómenos a estudiar. 3.2. Enfoques políticos Los enfoques políticos responden a una estructura de racionalidad sociocrítica o ‘emancipatoria’. Privilegian los fenómenos de poder y de conflicto dentro de las organizaciones; asignan a éstas y sus miembros una función política de ‘liberación’. Su preocupación fundamental no es la eficiencia ni la eficacia, sino la acción y el cambio para lograr estructuras sociales más justas. La perspectiva política es relativamente reciente, se funda en gran parte en el pensamiento crítico de J. Habermas y tiene poco desarrollo en el análisis de los centros escolares. En estos enfoques incluimos la teoría de la ‘aceptación’, la teoría del ‘intercambio’ y la ‘micropolítica’ de la escuela.. El principal objetivo de los enfoques políticos es el análisis de ciertos aspectos de la realidad de las organizaciones que, según Stephen Ball (1989), no son tenidos en cuenta, por lo menos de manera explícita, por los funcionalistas y los fenomenológicos: el conflicto entre actores o entre grupos, la lucha de intereses contrapuestos, las contradicciones que generan los mecanismos organizativos, sobre todo los relacionados con el ejercicio del poder y el control dentro de las organizaciones. En comparación con los enfoques racionales o científicos, su desarrollo es incipiente y la mayor parte de sus afirmaciones están dirigidas a refutar los presupuestos básicos de aquéllos. Su preocupación central no son los problemas técnicos de la vida organizativa destinados a mejorar la eficiencia y la eficacia, sino las cuestiones políticas, es decir, todo lo referente a los recursos y las fuentes de poder, al ejercicio del poder, a los conflictos que derivan de los fenómenos del poder y del enfrentamiento entre grupos que defienden diferentes intereses dentro de las organizaciones. Entre las características fundamentales de los enfoques políticos podemos señalar las siguientes:  La unidad de análisis no es la organización como un todo, como en los enfoques racionales (apolíticos), sino los subgrupos que operan dentro de ella, unidos por intereses comunes, distintos de los de otros grupos.  No existe un objetivo común a todos que justifique la existencia de la organización. Cada grupo persigue sus propios objetivos, opuestos a menudo a los de otros grupos, lo que da lugar a conflictos entre diferentes grupos de interés. Estos conflictos se resuelven
  • 146. mediante alianzas y coaliciones temporarias y variables.  Los fines de la organización son ambiguos. Individuos, grupos de interés y coaliciones tienen sus propios objetivos y actúan para lograrlos. Por lo tanto, el desacuerdo con respecto a fines es continuo en el proceso político de las organizaciones.  La toma de decisiones resulta de un complejo proceso de negociación, donde el poder desempeña un papel central. Las decisiones se toman de acuerdo al poder de los participantes (no en función del poder formal que les asigna la institución). En el proceso de toma de decisiones también intervienen las influencias que proceden del medio externo a la organización. Esta influencia es introducida por los grupos de interés para apoyar sus objetivos.  El concepto de poder es central. Mientras las teorías racionales dedican particular interés a la autoridad, el enfoque político privilegia el poder. La autoridad es una forma de poder legitimado, que consiste en la posibilidad que tiene alguien para determinar el comportamiento de los otros. Dicho poder puede provenir de diferentes fuentes. Una de ellas es la autoridad inherente al cargo que se ocupa y la cantidad y la calidad de recursos que se pueden manejar desde esa posición (remuneraciones, recompensas, información, etc.). Otra reside en el conocimiento que se posee: ser un experto otorga poder en las organizaciones. Con frecuencia el poder del experto entra en conflicto con el poder formal que confiere el cargo. Una tercera fuente de poder es el carisma personal, fundado en distintas cualidades y habilidades personales que poseen determinados miembros de la organización. En contraste con los modelos racionales, la forma en que los enfoques políticos conciben a la organización se puede resumir de la siguiente manera: i) Los objetivos de lo subgrupos son más importantes que los de la organización. Cada subgrupo intenta promover sus propios objetivos, los cuales son inestables, pues su nivel de determinación viene definido por los subordinados, quienes, en un proceso de pactos y negociaciones, toman decisiones basadas en los objetivos de la coalición dominante. ii) La estructura de la organización es uno de los elementos más inestables y conflictivos pues emerge de procesos de intercambio y negociación, por lo tanto, puede ser modificada según los intereses de los subgrupos y sus posiciones relativas. Los elementos que la forman pueden llegar a ser puntos conflictivos entre grupos interesados en promover sus objetivos. La estructura refleja, por lo tanto, los intereses dominantes sobre la institución. iii) El diseño de la organización no está pensado para lograr mayor eficacia, sino para que sirva a los intereses y preferencias de los subgrupos que la componen. iv) La relación de la organización con su entorno es inestable y ambigua. La sociedad es vista como un factor de interés en el complejo proceso de negociación que caracteriza la toma de decisiones. Los grupos externos e internos se alían para ejercer presión a fin de que se adopten determinadas decisiones. Los ‘clientes’ de la organización obtienen con frecuencia, a través de diferentes procesos informales, una significativa influencia en el proceso de toma de decisiones institucionales. v) El que dirige la organización juega un papel clave en el proceso de discusión y negociación. Posee recursos de poder que puede utilizar en favor tanto de los objetivos personales como de los institucionales. Tiene el poder y la responsabilidad de la comunicación e interpretación de las presiones externas. Ejerce influencia en los procesos de toma de decisiones internos y controla los efectos de los acuerdos. Además, el responsable de la organización es el encargado de mantener la viabilidad de la institución y de crear las condiciones dentro de las cuales las políticas pueden
  • 147. ponerse en práctica y ser evaluadas. Si la actuación de los líderes es correcta, llegan a ser los mediadores en el proceso de intercambio, en la creación de coaliciones y en el mantenimiento de la política aceptada al final del proceso de negociación. 3.2.1. Teoría de la compliance o aceptación Está dirigida al análisis del poder y su aceptación (‘compliance’) en la organización. Según Etzioni (1965) las organizaciones son unidades sociales artificiales (no naturales, como la familia o la comunidad) que sirven a fines específicos, están estructuradas de manera deliberada, someten constantemente a revisión sus actuaciones y tienden a ser muy complejas. Todo esto hace que el control de las actividades de sus miembros se convierta en un tema clave. La obediencia a las normas, órdenes y reglamentos debe apoyarse, necesariamente, no en la mera motivación de los miembros, sino en un sistema de recompensas y sanciones estructurado formalmente. Quien ejerce el control en la organización está investido del poder necesario para ello; según el medio de control que utilice, será el tipo de poder predominante en la organización. Los medios de control aplicados por una organización pueden clasificarse en tres categorías analíticas: físicos, materiales o simbólicos. El uso de sanciones físicas como medio de control da lugar al predominio del poder coercitivo. El uso de sanciones materiales (recompensas en servicios o bienes, como el dinero) da lugar al predominio del poder utilitario. Por último, el uso de sanciones simbólicas (prestigio, estima, aceptación, amor, etc.) da lugar al poder normativo, normativo-social o social. El poder normativo es ejercido por aquellos que ocupan rangos superiores para controlar directamente a los rangos inferiores, como cuando un oficial arenga a sus hombres. El poder normativo-social se usa indirectamente, como cuando un superior apela a los iguales de un subordinado para controlarlo, o cuando un maestro advierte a su clase que no haga caso de las actividades de un niño perturbador. El poder social es el poder que los iguales ejercen unos sobre otros. Según Etzioni, la aplicación de cada uno de estos medios de control tiene diferentes consecuencias en la conducta de los actores y en el tipo de disciplina que se obtiene dentro de la organización. La aplicación de medios coercitivos tiende a forzar a la gente a obedecer las normas de la organización y provoca hostilidad y alienación. La aplicación de medios materiales de control tiende a desarrollar en los miembros el interés por colaborar y genera actitudes calculadoras en los actores, centradas en la búsqueda de recompensas. La aplicación de medios simbólicos tiende a convencer a la gente de que es necesario cooperar y ajustarse a las normas. Genera en los miembros un cierto compromiso con los objetivos de la organización. Según el tipo de control predominante, las organizaciones son, según Etzioni, coactivas, utilitarias y normativas. Ejemplo de las primeras son las cárceles, los campos de concentración, los institutos correccionales; generalmente, persiguen fines de orden. Son organizaciones utilitarias las fábricas, las organizaciones profesionales, los bancos; éstas persiguen fines de provecho. Típicas organizaciones normativas son las universidades, los colegios, las organizaciones religiosas y las político-ideológicas; sus principales fines son culturales. El tipo de control predominante, la respuesta que éste provoca y la finalidad que la
  • 148. organización persigue, determinan diferencias en la estructura organizativa. Aquí destaca Etzioni la posición y la función de los jefes. En toda organización hay líderes formales, que ejercen el poder en virtud del puesto que ocupan, y líderes informales, cuya capacidad para controlar a los otros deriva de sus cualidades personales. La relación entre los líderes y los subordinados varía según el tipo de organización de que se trate. En las coactivas suele ser de antagonismo y hostilidad; en las normativas, en cambio, la relación es de integración y cooperación. Si en una escuela predominan los controles coercitivos y los fines son de orden, más que culturales, la relación entre elites y subordinados no es precisamente de cooperación, y predominan los aspectos instrumentales más que los expresivos de la actividad organizativa. Otro aspecto a considerar en las organizaciones es el tipo de comunicación predominante. Etzioni distingue cuatro tipos de comunicación: vertical-instrumental, horizontal- instrumental, vertical-expresiva y horizontal-expresiva. A veces esta comunicación es difícil en las escuelas debido a que en ellas es bastante común la aceptación coactiva de los medios de control. En estos casos la comunicación de valores se vuelve problemática, y el desarrollo afectivo y social de los alumnos es casi imposible. Según Borrel Felip (1989), si se desea que haya orden en los grupos de alumnos, las medidas coactivas son necesarias, pero es imprescindible que haya una aceptación normativa si los profesores quieren tener éxito en la esfera expresiva. 3.2.2. Teoría del intercambio (exchange) Desde la perspectiva política el conflicto no es un elemento disfuncional a la organización, sino una realidad natural e inevitable que deriva de varios factores, entre otros: la existencia de recursos escasos cuya distribución no es equitativa, por ejemplo, el dinero, el prestigio, los títulos y honores, los privilegios, el poder, etc.; la lucha entre intereses contrapuestos; la influencia de los grupos de presión; la formación de grupos de interés; la transformación de los intereses en políticas y el proceso de negociación que lleva a ello; etc. El centro de atención no es la resolución del conflicto sino las estrategias y las tácticas del conflicto. La teoría del intercambio se ocupa de los procesos de influencia y de poder que se producen en las relaciones dentro de la organización y que llevan a complejas negociaciones entre grupos para lograr imponer sus intereses. En algunos casos esas negociaciones se producen de manera informal, en otros el intercambio se formaliza. En el intercambio cada una de las partes en conflicto tiene una serie de bienes que aportar para la negociación. El directivo de una escuela, por ejemplo, controla la distribución de recursos materiales; es el encargado de evaluar al personal, lo que le permite decidir sobre su promoción; puede influir en la estima que los miembros del cuerpo docente tienen por un colega, otorgar mayor o menor autonomía a un profesor; elegir su propio estilo (personalizado o impersonal) para aplicar las reglas. Por su parte, los profesores pueden ofrecer en la negociación o intercambio con el director, cosas tales como: estima hacia el director, aceptación de los objetivos de la organización y la autoridad del director, conformidad con las reglas y las normas de la institución, una cierta reputación que puede beneficiar a la escuela. Estos intercambios o negociaciones pueden darse no sólo entre el director y el cuerpo
  • 149. docente, sino también entre otros actores de la organización, por ejemplo entre profesores y alumnos, o entre departamentos o unidades menores. En todos los casos, la idea de alianzas o coaliciones es central, porque el intercambio supone las acciones voluntarias de individuos que están motivados por las recompensas que se espera que cada uno aporte. Esta teoría une al problema de las relaciones en la organización, el concepto de poder. La conducta social es un intercambio de bienes materiales, pero esencialmente, de bienes no materiales, tales como los símbolos de aprobación y el prestigio. Los procesos de influencia, más que los de poder, pretenden equilibrar la balanza en el proceso de intercambio. 3.2.3. La micropolítica de la escuela La particularidad de esta propuesta teórica planteada por Stephen Ball (1989) reside en que ha sido desarrollada específicamente para el análisis de los centros escolares, no forma parte de lo que generalmente se consideran teorías de la organización, e invita decididamente a abandonar las teorías tradicionales. Ante el fracaso permanente de éstas en captar la verdadera naturaleza de las escuelas, sostiene Ball, se impone una visión alternativa que tome en cuenta las ideas y las experiencias de los actores. El marco conceptual que sirve de base al análisis de la escuela que propone Ball refleja el cambio de énfasis que este análisis implica respecto de las teorías tradicionales. Los conceptos centrales de ese marco son el de poder, diversidad de metas, disputa ideológica, conflicto, intereses, actividad política y control. Éstos vienen a sustituir, respectivamente, a las siguientes ideas de la ciencia de la organización: autoridad, coherencia de metas, neutralidad ideológica, consenso, motivación, toma de decisiones y consentimiento. No es posible desarrollar aquí la propuesta de Ball, ni exponer los resultados del trabajo empírico basado en ella que el autor despliega en la obra citada. Ésta resulta de lectura obligatoria para quienes están interesados en la organización y gestión de los centros escolares, pero sobre todo para los que se encuentran directamente involucrados en la tarea que ello implica. El enfoque micropolítico devela los mecanismos ocultos del funcionamiento de estos centros, aquellos que escapan al control burocrático y resultan cruciales para conducirlos. En la obra citada, Ball recupera una definición que da Hoyle de la micropolítica, según la cual ésta se entiende como las estrategias con las cuales los individuos y grupos que se hallan en contextos educativos tratan de usar sus recursos de poder e influencia a fin de promover sus intereses. A esta definición, Ball agrega una referencia a Pfeffer, quien sostiene una postura similar, con algunas especificaciones: “la política organizativa involucra aquellas actividades que se llevan a cabo dentro de las organizaciones para adquirir, desarrollar y usar el poder y otros recursos a fin de obtener los resultados que uno prefiere en una situación en la que hay incertidumbre o disentimiento”3. Ball afirma que si bien el uso que hace del término micropolítica es abierto y exhaustivo, como en las definiciones citadas, limita y especifica el concepto en conexión con tres esferas esenciales de la actividad organizativa relacionadas entre sí: i) los intereses de los actores; ii) el mantenimiento del control de la organización; y iii) los conflictos alrededor de la política, lo que él llama, en términos generales, ‘la definición de la escuela’. Considera a las escuelas como campos de lucha divididas por conflictos en curso o potenciales entre sus miembros,
  • 150. pobremente coordinadas e ideológicamente diversas. En consecuencia, para comprender la naturaleza de las escuelas como organizaciones, es imprescindible comprender tales conflictos. Por cierto, desde la perspectiva de Ball, el conflicto es inherente a todas las organizaciones, no algo destructivo de la vida organizativa como tienden a suponer las teorías tradicionales. No define de manera explícita el concepto, pero lo asocia a la oposición (de intereses, objetivos, ideologías, etc.), la lucha, las controversias por el control de la organización. En suma, lo plantea como lo contrario al consenso. El concepto de poder tiene en Ball un significado particular, lo vincula al desempeño, la realización y la lucha; no es una capacidad personal, ni un atributo de la posición que se ocupa. El poder es un resultado, algo que se logra en y mediante una ejecución, en y mediante la acción conjunta. Supone siempre el despliegue de medios de acción y de condiciones que pueden favorecer a una de las partes, pero los resultados no son el producto de las condiciones iniciales, sino que se producen en el curso de la lucha misma. Esta concepción del poder permite explicar las variaciones que existen entre las escuelas en el ejercicio y la posibilidad del poder de los directores. En las escuelas “... los compromisos, las negociaciones y las transacciones, así como las amenazas, las presiones y los tratos secretos desempeñan su papel en la conquista y el mantenimiento de los poderes del director. La toma de decisiones no es un proceso racional abstracto que pueda ser expuesto en un gráfico organizativo, es un proceso político, es la sustancia de la actividad micropolítica”4. Ball considera que una de las principales deformaciones que impone el uso del análisis de sistemas sociales en el estudio de la organización escolar es la excesiva importancia que éste le asigna a las metas organizativas y su logro. Otra deformación surge del supuesto que maneja dicho análisis según el cual las metas son compartidas y existe un aceptable grado de consenso respecto de su relevancia. A esta concepción Ball opone la idea de que la estructura de las escuelas permite y reproduce el disenso, y por ende, lo que existe es una diversidad de metas. El concepto de ‘flojedad estructural’ que toma de Bidwell (1965) abona esta tesis. La ‘flojedad estructural’ consiste en la “falta de coordinación entre las actividades y las metas de los actores en unidades separadas, la existencia de múltiples ámbitos de interés y jurisdicción que se sobreponen, así como complejos procesos de toma de decisiones”5. Otro aspecto importante de la perspectiva micropolítica es la relevancia que adquiere la ideología. Gran parte del contenido en la elaboración de políticas y la toma de decisiones en los centros escolares es ideológico. Muchas de estas decisiones tienen una gran carga valorativa que no se puede reducir a un esquema de procedimientos. No todas las decisiones tomadas por los directores son ideológicas, “pero prácticamente todas las cuestiones relacionadas con la organización y la enseñanza de los alumnos y las normas de la toma de decisiones de la institución tienen fuertes bases ideológicas. Esto significa que contienen las simientes de la disensión política y filosófica, y de la parcialidad”6. Para Ball, las escuelas son terrenos de lucha ideológica, lugares de competición y pugna por ventajas materiales e intereses creados. “Las carreras, los recursos, el status, y la influencia están en juego en los conflictos entre sectores, coaliciones y alianzas. Los intereses de los profesores, individuales y colectivos, así como los de los estudiantes, son promovidos y desafiados en la micropolítica de la escuela; las ideologías del control sobre los profesores normalmente se hallan asociadas a ideologías relativas al control de los estudiantes”7. Una particularidad interesante de la propuesta de Ball es que todos los conceptos que utiliza
  • 151. para elaborar y articular la idea de micropolítica no son abstractos y prescriptivos, sino reales y significativos, surgen de datos empíricos sobre las experiencias que los profesores tienen de la vida organizativa. “Proporcionan modos de comprender cómo se entrelazan las vidas personales con las estructuras organizativas y sociales, pero esto no es una mera vuelta a la primacía de la administración, sino que también sirve para mantener los elementos de elección, duda, estrategia, material de la política práctica y de la lucha ideológica”8. Nos parece interesante terminar esta breve (y necesariamente incompleta) exposición de la propuesta de Ball recogiendo una advertencia que él hace en las conclusiones a su trabajo. Sostiene allí que el mensaje básico de su “intento de analizar y elaborar una teoría de la organización escolar es, en parte, contradictorio. Primero, he tratado de señalar las bases conflictivas de la escuela como organización. Segundo, y de manera concomitante, he tratado de mostrar que el control de las organizaciones escolares, centrado principalmente en la posición y el rol del director, se relaciona de modo significativo con el dominio (la eliminación o la prevención del conflicto). Así, el dominio tiene por finalidad lograr y mantener definiciones particulares de la escuela contra definiciones alternativas y categóricas. El proceso que liga estas dos facetas básicas de la vida organizativa -el conflicto y el dominio- es la micropolítica”9. 3.3. Enfoques fenomenológicos Los enfoques fenomenológicos o interpretativos son también relativamente recientes. Su aplicación para el análisis de la organización escolar es todavía incipiente, pero muy promisoria porque descubre aspectos realmente interesantes de la vida organizativa. A diferencia de los enfoques tradicionales, los fenomenológicos no constituyen, por lo menos hasta el momento, teorías en sentido estricto. Se distinguen claramente de aquellos, básicamente, porque para los fenomenólogos la organización no es una realidad objetiva, sino simbólica. Los miembros no orientan su conducta con relación a reglas (formales) establecidas desde fuera, cada actor es libre de decidir sus cursos de acción en base a su propia interpretación de la situación. El enfoque de las ‘anarquías organizadas’ y el de los ‘sistemas débilmente acoplados’ integran las visiones fenomenológicas de la realidad organizativa. El punto de partida de los enfoques fenomenológicos es el supuesto de que las organizaciones no son realidades racionales y objetivas, dirigidas a la obtención de determinados objetivos, en las cuales los actores tienen un comportamiento relativamente previsible, pues éste se ajusta, en mayor o menor medida, a las normas de la organización. Para los fenomenólogos, las organizaciones son realidades simbólicas, donde cuenta, no lo que la gente hace, sino el significado que le atribuye a lo que hace. Como toda la conducta humana es interpretativa, los cursos de acción no son racionalmente previsibles y la realidad organizativa es ambigua e incierta. Los símbolos desempeñan un papel crucial ya que permiten reducir la ambigüedad, dar una cierta dirección a la conducta, evaluar las situaciones y procesar la información. Las fuentes de ambigüedad en las organizaciones son múltiples: i) definición vaga de los problemas; ii) como consecuencia de lo anterior, la información también es problemática (por abundante o por insuficiente), los hechos admiten diferentes lecturas; iii) metas poco claras, o
  • 152. múltiples y conflictivas; iv) diferentes orientaciones de valor; v) interpretaciones múltiples y conflictivas de la misma situación; vi) escasez de recursos (tiempo, dinero, etc.); vii) definición vaga de los roles, responsabilidades poco claras para los actores; viii) escasa evaluación de los logros; ix) dificultad para identificar las causas de una situación; x) imprecisión en la definición de los puntos de vista de los actores; xi) participación fluida en el proceso de toma de decisiones. Como se trata de realidades ambiguas, los principios de racionalidad propios de los modelos tradicionales no funcionan en este enfoque. No es posible establecer un nexo lógico entre la acción y el resultado de la acción, sino que, para la comprensión del mundo organizacional es necesario acudir a las creencias, los mitos, los significados y los símbolos de los actores; es necesario atender a las respuestas rápidas, a la intuición y a los procesos de ensayo y error de los miembros. Este modelo no sólo introduce nuevos conceptos en el estudio de las organizaciones sino que ofrece caminos alternativos para interpretar los clásicos elementos de toda institución. “Los mitos y las historias proveen de una sucesión de acontecimientos, cohesión, claridad y dirección a sucesos que son confusos y misteriosos. Los rituales y ceremonias presentan caminos para acompañar acciones en las que están presentes la confusión, la impredictibilidad y la amenaza. Las metáforas, el humor y el juego proporcionan oportunidades a las personas y a las organizaciones para escapar de la tiranía de los hechos y de la lógica, para ver a la organización y la participación en ella como algo nuevo y diferente de su apariencia y descubrir alternativas para elecciones”10. Una particularidad de estos enfoques es que, en su gran mayoría, se han utilizado para estudiar los centros escolares más que las empresas. Así, Weick (1976), se refiere a dichos centros como a “sistemas débilmente acoplados”, y Cohen, March y Olsen (1972) hablan por su parte de las universidades como “anarquías organizadas”. El concepto de ‘acoplamiento débil’ se utiliza para aludir al hecho de que en las organizaciones educativas los acontecimientos parecen estar unidos temporal y circunstancialmente, más que lógicamente. La estructura no está conectada con la actividad técnica (el trabajo que se realiza en la organización) y ésta está desconectada de sus efectos. Este concepto expresa una idea afín a la de ‘flojedad estructural’ de Bidwell (1965). El ‘acoplamiento débil’ ofrece algunas ventajas importantes para interpretar las desconexiones entre niveles de gestión administrativo y de enseñanza-aprendizaje, por una parte, o entre diferentes departamentos, por otra. Estos vínculos flexibles, no son una patología de los centros escolares, sino que responden a un modelo perfectamente coherente con la realidad. Proporcionan el medio para que algunos actores enfrenten con éxito a un ambiente y unas necesidades cambiantes. Según Weick, el ‘acoplamiento débil’ es un medio para adquirir economía cognoscitiva y un poco de paz. Es importante analizar las posibilidades del ‘acoplamiento débil’ porque genera variación, preserva la autonomía, localiza problemas, es más asequible, etc. Resulta particularmente apropiado para los centros educativos, ya que en las escuelas y las universidades se espera que los profesores actúen de acuerdo con un sentido profesional y en respuesta a las demandas concretas de los alumnos, y no bajo la supervisión de sus superiores. Weick recuerda que las instituciones educativas se han concebido para una interacción básica entre dos personas, profesor y alumno, y han añadido a esta relación primordial toda clase de tareas, responsabilidades y actividades. Cada una de estas otras funciones, y las personas
  • 153. involucradas en ellas, representan más un segmento que una parte integrada en la organización. Lo que hacen las adiciones es perder de vista la básica relación profesor- alumno. Los segmentos mantienen entre sí una relación débil, una ‘conexión vaga’. Considerarlos como un todo o como una única y total unidad es olvidar cómo funcionan. De aquí viene el concepto de sistema débilmente acoplado. Por su parte, el concepto de ‘anarquía organizada’ designa un tipo de organización que se caracteriza por carecer de metas claras; los miembros que la componen persiguen y tratan de lograr objetivos muy diferentes. Además, en estas organizaciones cada uno puede tomar decisiones de manera autónoma. Las universidades son ejemplos típicos de anarquías organizadas. Allí el profesor goza de total autonomía para tomar decisiones respecto del proceso de enseñanza-aprendizaje (qué y cuánto enseña, cómo lo enseña, qué y cómo evalúa); el estudiante, a su vez, es libre para decidir si aprende o no, qué y cuándo aprende. Los que legislan y los que dirigen deciden, por su parte, qué van a proveer, a quiénes y en qué cantidad. No hay ni coordinación ni control, y los recursos son distribuidos sin referencia a un objetivo mayor. Las decisiones que se toman dentro del sistema son una consecuencia producida por el funcionamiento del propio sistema, no son el resultado del intento de una persona, ni son sometidas al control de nadie. Bell (1980) sostiene: “La organización anárquica no es, como su nombre podría implicar, un conjunto informe e imprevisible de individuos. Es más bien una organización con una estructura propia que está determinada en parte por presiones externas y en parte es un producto de la naturaleza de la organización misma. Es anárquica en el sentido de que la relación entre las metas, los miembros y la tecnología no es tan claramente funcional como la teoría convencional de la organización indica que lo será”11. ‘Acoplamiento débil’ y ‘anarquía organizada’ constituyen, en realidad, dos características de las organizaciones educativas que se implican entre sí. La falta de coordinación, la ausencia de control inmediato sobre el funcionamiento de las subunidades (o segmentos), es en alguna medida un producto de la diversidad de metas que persiguen los actores y la multiplicidad de funciones que se asignan a la organización. Ya se trate de sistemas débilmente acoplados o de anarquías organizadas, o de ambas cosas a la vez, la tarea de dirección en estas organizaciones es una actividad variable y aventurada, que se desarrolla en un ambiente que cambia constantemente y bajo la presión de una fuerte incertidumbre, que deriva de las siguientes fuentes:  “Hay ambigüedad en los propósitos, porque los objetivos de las instituciones no son claros y, por lo tanto, los líderes sin objetivos claros carecen de bases adecuadas para valorar acciones y resultados.  “Hay ambigüedad del poder, porque es difícil su valoración clara. Los jefes tienen una autoridad clara como consecuencia de sus cargos. Pero en un marco ambiguo la autoridad formal es una guía incierta para los poderes de los líderes. Las decisiones se elaboran en un proceso muy complejo de interacción en el cual lo líderes son participantes, pero sus decisiones pueden no ser acogidas.  “El poder es visto normalmente como un atributo que los individuos o los sistemas poseen, basado en los recursos que ellos tienen para el control. El poder es aceptado como si fuera real y, sin embargo, es otro aspecto ambiguo.  “Desde la perspectiva simbólica, los individuos tienen poder si otros creen que lo tienen.
  • 154. Y tal creencia viene alimentada por los sucesos y resultados que se unen a una persona concreta, a sus interrelaciones o incluso porque ellos se hallan en el lugar concreto y en el lugar oportuno. Pero, además, los presidentes negocian con sus audiencias la interpretación de su poder.  “Hay ambigüedad de la experiencia, porque en condiciones de incertidumbre es posible que los líderes no puedan aprender de las consecuencias de sus acciones. Hay cambios externos y otros factores que hacen que la experiencia no sea una guía fiable para acciones futuras.  “Hay ambigüedad del éxito, porque es difícil aislar y medir lo que los líderes han realizado. Esta ambigüedad de propósitos, poder y experiencias hace difícil distinguir entre éxito y fracaso”12. De todos los modelos considerados aquí, el fenomenológico (también llamado simbólico) es el más nuevo y el menos estructurado. Su aporte se reduce a un conjunto de ideas que contradicen el saber tradicional sobre las organizaciones. Representa un modo de pensar las organizaciones, más que una forma de describir su realidad concreta y enfrentar sus problemas técnicos. 1 Dubet y Martucelli, 1998, pág. 414. 2 Dubet y Martucelli, 1998, pág. 415. 3 Ball, S., 1998, pág. 35. 4 S.Ball, 1998, pág. 35. 5 S.Ball, 1998, pág. 29 6 S.Ball, 1998, pág. 32 7 S.Ball, 1998, pág. 271 8 S.Ball, 1998, pág. 271 9 S.Ball, 1998, pág. 270 10 Borrel Felip, N., 1989, pág. 117. 11 Bell (1980), citado por J. Ball, 1989, pág 29. 12 Cohen, March y Olsen (1972), citado por Borrell Felip, 1989, pág. 126
  • 155. Capítulo VI Análisis sociológico del curriculum El análisis del conocimiento que se transmite en las escuelas constituye otro de los temas fundamentales de la microsociología de la educación. En este capítulo nos limitaremos a presentar una visión general de este tema; vamos a dedicarnos nuevamente a él cuando, en el capítulo destinado a Basil Bernstein, veamos el sistema de mensajes que constituyen lo que el sociólogo inglés denomina ‘código del mensaje educativo’. Como se recordará, este código está constituido por el curriculum, la pedagogía y la evaluación. La preocupación sociológica por el conocimiento que se trasmite en las escuelas no es, en absoluto, algo nuevo. Se manifestó en la sociología clásica, con las reflexiones de Marx, Weber y Durkheim sobre la educación y, desde entonces, su presencia en la teoría y en la investigación sociológicas ha sido permanente. Pero hay, por cierto, algunas manifestaciones de esa preocupación que se destacan especialmente por su especificidad y sus aportes particulares para el conocimiento del tema. Sin ánimo de ser exhaustivos, trataremos de presentar aquí las contribuciones más significativas. En los últimos tiempos, impulsado por la ola de reformas educativas que se emprendieron en gran número de países y con el auge de las perspectivas críticas en sociología, el análisis del curriculum se constituye en uno de los temas privilegiados de la sociología de la educación. La expresión más clara de esto está dada por la corriente inglesa conocida como ‘New Directions Sociology’, o ‘nueva sociología de la educación’, que lo ha instalado como el objeto propio de la disciplina, al punto de llegar a definir a la sociología de la educación como “la sociología del conocimiento que se transmite en las escuelas”. En lo que sigue vamos a tratar de precisar en qué consiste dicho análisis y cuáles son los enfoques teóricos más significativos. 1. El interés sociológico por el curriculum: Durkheim y Mannheim No cabe duda de que Durkheim, entre los sociólogos clásicos, y más tarde Mannheim, han hecho contribuciones sustanciales para el desarrollo de la sociología de la educación contemporánea. Ambos abordaron todos los temas relevantes de la disciplina y su influencia ha sido decisiva. Sea desde una perspectiva crítica, o adhiriendo a los planteos centrales de sus respectivas posturas teóricas, para los sociólogos de la educación los dos constituyen un punto de referencia ineludible a la hora de hacer un análisis de la educación, en general, y del curriculum en particular, desde la perspectiva sociológica. Durkheim, ya en los albores del siglo XX, se ocupó de manera muy especial del curriculum en su clásico trabajo sobre la historia de las ideas pedagógicas en Francia (Durkheim, 1982a). En los tres últimos capítulos de esa obra lleva a cabo un análisis netamente sociológico de la manera en que se desarrollaron los planes de estudio durante el siglo XIX. Durkheim no se interesa por el contenido de la enseñanza en sí mismo, sino por el significado que tienen esos contenidos desde el punto de vista de su influencia en la formación de la conciencia del sujeto, una cuestión recuperada magistralmente por Basil Bernstein varias décadas más tarde. También destaca la función política del curriculum y su inevitable vinculación con el poder y la política, puesto que la educación es una cuestión que incumbe al Estado. Esto implica que Durkheim, en contra de lo que sostiene una crítica más bien ideológica que científica, nunca desvinculó al curriculum del fenómeno del poder en la sociedad. Con esto no hace más que
  • 156. ratificar su postura general: la educación cumple una función eminentemente política, por lo tanto, el control de la educación es una meta política y la lucha por mantener este control implica una lucha en el campo político. Lo primero que destaca Durkheim al analizar los planes de estudio en la enseñanza media francesa del siglo XIX es su inestabilidad. Esto se pone de manifiesto en la variación caprichosa en la enseñanza de las ciencias, los continuos cambios en los programas, que suelen estar relacionados con las crisis que atraviesa la enseñanza secundaria. Para Durkheim, la causa de esas crisis es la intervención de los prejuicios políticos en la elaboración de las concepciones pedagógicas. Según el partido político que estuviera en el poder, según se orientase hacia el pasado o hacia el futuro, la enseñanza oscilaba entre dos polos opuestos: la enseñanza de las humanidades o la enseñanza de las ciencias. Durkheim analiza también los objetivos de la enseñanza secundaria y la respuesta que ésta da a las necesidades de la sociedad. Se interesa por la forma en que aquélla se articula con la enseñanza universitaria, y se pregunta de manera muy especial cómo se debe desarrollar el proceso de enseñanza para lograr diferentes objetivos. Durkheim entiende que el objeto que se estudia es un factor esencial de la formación intelectual, porque la inteligencia no opera en el vacío; no se puede desarrollar la capacidad de reflexionar, razonar, juzgar, sin referencia a un contenido concreto. Interesemos al pensamiento en objetos sólidos, consistentes, resistentes, dice Durkheim, en objetos de los que tenemos mucho que aprender, con los cuales la inteligencia tenga que contar, sobre los cuales esté obligada a formarse. Estos objetos son el hombre y la naturaleza. Ambos deben tener cabida en la enseñanza. Para que el niño aprenda a conocer al hombre, el curriculum debe contemplar la enseñanza de la historia, que nos muestra cómo la humanidad, lejos de ser invariable, se hace, se deshace y se rehace sin cesar; de la psicología, que nos revela lo que no podemos observar de manera directa, la riqueza ignorada que tenemos dentro; de las ciencias sociales, parientas cercanas de la historia; y de la literatura, que sirve para conocer las diferentes civilizaciones. Además de las cosas humanas, la mente, la conciencia y sus manifestaciones, otro objeto de conocimiento es la naturaleza. Según Durkheim, una cierta cultura científica es indispensable en la formación de la inteligencia. La tarea del profesor de ciencias, dice, no debe limitarse a desgranar el rosario de los teoremas de la geometría, las leyes de la física o las fórmulas de la química. Es mucho más importante que fije en la mente de sus alumnos un cierto número de ideas generales que les permitan hacerse una representación más clara o más oscura, más completa o más esquemática, según la edad del niño y los procesos de la ciencia, de esa realidad exterior con la que le vinculan tantos lazos. K. Mannheim es uno de los referentes más destacados de la sociología del conocimiento del siglo XX. Le preocupaba el papel de las ideas, especialmente de las ideas políticas; su obra Ideología y utopía: introducción a la sociología del conocimiento, editada por Aguilar en 1973, es el testimonio más importante de esa preocupación. Durante su exilio en Inglaterra, esa preocupación se concentra en un problema más específico: la crisis de la cultura europea, y lo que ésta significaba para el destino de la democracia, la libertad y ciertos valores de la cultura occidental y cristiana (Agulla, 1994). No escapaba a su aguda observación de la realidad social de su tiempo, el peligro que significaban para el futuro de la humanidad los acontecimientos políticos que se estaban sucediendo en Europa, en especial, la irrupción del nacional- socialismo en Alemania, la consolidación del fascismo en Italia, el endurecimiento del
  • 157. comunismo en la URSS. Frente a esto, Mannheim ve en la educación la herramienta por excelencia de lucha contra las ideas que ponían en peligro la continuidad de la vida democrática, la libertad de los individuos y determinados valores de la cultura occidental. Su preocupación por el conocimiento en general se traslada al campo de la educación y reflexiona de manera particular sobre el conocimiento que se distribuye en las escuelas. La ‘new directions sociology’ inglesa es, en líneas generales, heredera del pensamiento de Mannheim, al que le incorpora elementos nuevos que, en alguna medida, lo actualizan y lo adecuan a las condiciones sociales, políticas y económicas de la sociedad europea del último tercio del siglo XX. Estas condiciones son, obviamente, muy diferentes de aquellas que imperaban en el convulsionado período entre las dos guerras mundiales que le tocó vivir al eminente sociólogo alemán. Para Mannheim, la sociología del conocimiento intenta explicar cómo las estructuras mentales, inevitablemente, se forman de manera diferente según sea la inserción social del individuo. El pensamiento está determinado existencial y socialmente, no es ajeno al tiempo y al espacio, detrás de él están los propósitos colectivos de los grupos en los cuales el individuo participa. Como los grupos sociales surgen y se transforman como partes de las condiciones más fundamentales de la producción y del poder, de todos los determinantes sociales del pensamiento (religiosos, étnicos, profesionales, etc.), el más importante es la estratificación en clases sociales Ésta, por lo demás, se encuentra en la base de todos los conflictos sociales, incluidos los que se desencadenan por el control de la distribución del conocimiento. La sociología del conocimiento es en Mannheim tanto una orientación teórica como un método. Con ambos sentidos la aplicó al análisis de la educación en general y del conocimiento educativo en particular. Destacó la importancia de la educación para la adquisición de los conocimientos y las virtudes, las actitudes y los hábitos de conducta, necesarios para hacer posible la vida democrática y la transformación de la sociedad. Se interesó por los contenidos de la educación, los métodos de enseñanza y los destinatarios de la misma. También se preocupó por los efectos que tiene, tanto lo que se enseña en las escuelas como los métodos que se utilizan para hacerlo. Asigna al curriculum importancia social, cultural y política. En uno de los capítulos de la Introducción a la sociología de la educación (1966), afirma que la confección de un plan de estudios es un asunto de la mayor responsabilidad, porque de su propio éxito dependerá qué tópicos de la reserva de los conocimientos acumulados por la sociedad han de sobrevivir y qué ideas dinámicas deben ser presentadas para su trasmisión a las futuras generaciones. Hay que advertir que el pensamiento de Mannheim sobre la educación es inescindible de su pensamiento político, y está desplegado a lo largo de toda su obra, de modo que es indispensable conocerla completa para descubrir su sociología de la educación. Él nunca escribió específicamente sobre educación, pero se refirió a ella de manera permanente en todos sus trabajos. La Introducción a la sociología de la educación cuya autoría se le atribuye, ha sido escrita, en realidad, por un colega suyo que recopiló algunos trabajos de Mannheim y los sistematizó a su manera. Lo más importante del pensamiento de Mannheim sobre la educación y sobre el conocimiento que se transmite en las escuelas no se encuentra en esta obra, sino en el resto de sus escritos1. Actualmente se ha perdido gran parte de la fe que Mannheim, y también Durkheim, tenían en la educación y el curriculum como instrumentos de cambio social. El contexto en el que se
  • 158. desarrolla hoy la educación y las condiciones en que se imparte dejan serias dudas acerca de su capacidad y eficacia para conducir hacia una sociedad más igualitaria y democrática (Silva, T. T. da, 1995). Sin embargo, no se puede ignorar el poder que ella conserva aún con relación al logro de ese objetivo, toda vez que la escuela es un ámbito de participación masivo, al que accede un número de personas cada vez mayor. Pero esto no garantiza por sí mismo el cambio de la sociedad; es necesario trabajar creativamente sobre los contenidos de la enseñanza y las prácticas de transmisión para convertir a la educación en factor de transformación de la vida social. 2. Supuestos sociológicos sobre el curriculum Actualmente, y sobre todo en los últimos años, el curriculum ocupa un lugar preponderante en la investigación sociológica sobre la educación; circula una profusa bibliografía sobre el tema, particularmente en Inglaterra, pero también en los EEUU. Esto se debe, en parte, a una cuestión coyuntural, propia de la situación educativa de Inglaterra en los años setenta. En este país se habían iniciado una cantidad de reformas en la estructura del sistema de educación destinada a ampliar las oportunidades educativas de los niños de clases desfavorecidas. Esas reformas no dieron los resultados esperados. Se planteaba entonces la necesidad de buscar nuevas explicaciones al persistente fracaso escolar de los niños de clase obrera. Esto se presentó como un verdadero desafío para la sociología de la educación de ese país, que comenzó a buscar las causas de dicho fracaso, no en las condiciones de la estructura social global, ni en la estructura del propio sistema educativo, sino en el ámbito más restringido de la vida de las escuelas, y dentro de éste, en el curriculum. La “nueva sociología de la educación” que, como vimos, determinó un cambio de perspectiva en la disciplina, es la que puso más énfasis en este punto. Nadie discute hoy la pertinencia del análisis sociológico del curriculum, y el pensamiento de Durkheim y Mannheim son una muestra de que también en el pasado se pensaba de esta manera. Tampoco se discute la validez de los supuestos que la sociología maneja acerca del conocimiento que se trasmite en las escuelas. Desde la perspectiva sociológica, dicho conocimiento tiene inevitables consecuencias sociales, y la sociedad, por su parte, cumple importantes funciones en materia de conocimiento escolar. Mannheim sostenía que en cada sociedad existe una particular concepción de lo que es el conocimiento, y que esta concepción es un resultado, de un lado, de las circunstancias históricas que rodean su desarrollo, y del otro, de las estructuras mentales que le son características. Queda planteada así la relación entre conocimiento y cultura: cómo se trasmite y perpetúa esa cultura, bajo qué condiciones son posibles los cambios culturales y qué consecuencias tienen estos cambios. Por otra parte, la concepción que cada sociedad sostiene acerca de lo que es el conocimiento, permite definir cuál es el conocimiento ‘escolar’, es decir, el conocimiento digno de ser transmitido en las escuelas, y diferenciarlo del conocimiento ‘vulgar’, aquel al que se puede acceder fuera de las escuelas. En la posibilidad de trasmitir y almacenar el conocimiento, la sociedad se juega su propia subsistencia y continuidad. Junto al proceso de trasmisión del conocimiento se da el de su legitimación, es decir, la sociedad procura que determinadas definiciones de la realidad sean aceptadas como válidas, correctas y apropiadas. En este punto se pone de manifiesto el papel central de las ideologías
  • 159. a la hora de tomar decisiones curriculares. Además de definir, trasmitir y legitimar el conocimiento, la sociedad cumple la función de distribuirlo, es decir, determina qué clase de conocimiento se pondrá a disposición de las diferentes categorías de miembros. Los principales agentes de distribución del conocimiento en las sociedades modernas son las escuelas. Con ello se constituyen en eficaces instrumentos de control social. Por último, la sociedad asigna un determinado status o prestigio a los diferentes tipos de conocimiento. En una palabra, hace una valoración del conocimiento, y con ello, lo convierte en un instrumento de selección social. Quienes tienen acceso a conocimientos de status elevado en la sociedad, tienen más probabilidad de ocupar posiciones de mayor prestigio en la estructura social. Esto nos remite al segundo supuesto que admite la sociología en lo que respecta al curriculum: el curriculum cumple importantes funciones sociales porque él es, precisamente, el medio para el logro de los objetivos asignados a la educación. Además de actuar como un instrumento de selección social, se le asigna un papel preponderante en la conservación de la cultura, en la medida en que refleja el sistema de valores y normas de la sociedad. Otra función que se atribuye al curriculum es la de preparar para el ejercicio de roles asociados con la división del trabajo. En síntesis, el análisis sociológico del curriculum se justifica, fundamentalmente, porque permite comprender importantes aspectos de la vida social. Existe una relación dialéctica entre sociedad y curriculum, entre el acceso al conocimiento y la posibilidad de legitimar ciertas categorías dominantes. Las escuelas, y el curriculum dentro de ellas, no son entidades totalmente autónomas que actúan en un vacío institucional y estructural. Son unidades sociales concretas, que reciben influencias de todo tipo y cuyo funcionamiento y resultados dependen en gran medida de esas influencias. 3. Hacia una definición sociológica del curriculum Analizar el curriculum desde la perspectiva sociológica significa descubrir cuál es la experiencia que los actores de la vida escolar, fundamentalmente alumnos y maestros, tienen del curriculum, y qué resultados sociales tienen esas experiencias para estos actores. Se trata, además, de identificar los factores sociales que ejercen influencia sobre el curriculum y las consecuencias sociales a que éste da lugar. El curriculum es la expresión de los conocimientos, actividades y experiencias de aprendizaje previstas para la obtención de un determinado resultado, que constituye el objetivo de la acción educativa; este resultado se acredita, generalmente, mediante algún tipo de certificación o diploma. En el curriculum se explicitan de manera más o menos clara, más o menos extensa, objetivos, contenidos, metodologías de enseñanza, secuencia temporal de las diferentes actividades, sistemas de evaluación a utilizar, etc. Siguiendo a Eggleston (1980), podemos decir que, para la sociología, el curriculum constituye una pauta instrumental y expresiva de experiencias de aprendizaje que refleja la idea que la sociedad tiene de la esencia, distribución y accesibilidad del conocimiento. Puede ocurrir que esta idea no sea totalmente aceptada por docentes y alumnos. Los logros que se obtengan de la aplicación del curriculum dependerán, en gran parte, del grado en que la escuela, sus docentes y sus alumnos
  • 160. compartan la visión que la sociedad tiene del conocimiento. De esta manera, la perspectiva sociológica nos ayuda a desenmascarar una realidad que no aparece de manera directa, y que opera en forma muy efectiva. Conocer esa realidad facilita, entre otras cosas, la eliminación de ciertas creencias ingenuas sobre los logros y los cambios curriculares. El análisis sociológico del curriculum permite demostrar, por ejemplo, que la simple puesta en marcha de un determinado plan de estudios no garantiza el logro de los resultados previstos por el mismo, o que un verdadero cambio curricular no resulta, necesariamente, de la simple manipulación de contenidos y metodologías. Sin duda, el aspecto más interesante de la perspectiva sociológica en este campo es el análisis del ‘curriculum oculto’. Esta expresión, tan utilizada en la jerga pedagógica, alude a una realidad que, para la sociología, tiene una gran relevancia, y siempre ha sido tomada en cuenta por la disciplina, aunque no la haya denominado de ese modo: los efectos propiamente socializadores de la enseñanza, es decir, aquellos efectos que no han sido previstos de manera explícita y resultan de las prácticas vigentes en la institución. Este curriculum no es objeto de una transmisión deliberada y consciente, sino que su adquisición se produce de manera latente durante el transcurso de la vida escolar, por mediación de las prácticas y sin que los actores involucrados lo adviertan de manera consciente. El tratamiento que hace J. Torres (1992) del curriculum oculto, desde la perspectiva de la teoría crítica en sociología, pone claramente de manifiesto la importancia de considerar las prácticas escolares como fuente de experiencias de aprendizaje. El efecto de éstas sobre la conducta y la subjetividad del individuo reviste el máximo interés sociológico. Precisamente, por su condición de estar ‘oculto’, es decir, de actuar de manera silenciosa e imperceptible, el curriculum oculto tiene una efectividad en la producción de ciertos resultados de la que no goza el curriculum ‘oficial’, ‘manifiesto’, ‘explícito’, o como quiera llamárselo. Éste necesita acudir a una serie de técnicas y recursos didácticos de diferente índole para lograr lo que se propone. El ‘curriculum oculto’ hace referencia a todas aquellas experiencias de aprendizaje que no están planificadas como tales en el curriculum oficial, sino que se producen de manera informal, sin vistas al logro de ningún objetivo o propósito específico. Incluye, como dice Eggleston (1980), enseñanzas tan importantes como las siguientes: cómo satisfacer las exigencias del maestro; cómo responder de una manera aceptable tanto para el maestro como para los pares, a las expectativas de la escuela en materia de conocimiento o de conducta; cuándo se puede engañar sin ser desaprobado; cuándo es necesario no alcanzar buenos resultados en las evaluaciones; cuáles son las cosas a las que es necesario dar importancia y cuáles deben ser tomadas como superfluas; qué es lo prohibido y lo permitido en las relaciones informales con los compañeros; cómo lograr la atención del maestro y de los pares; etc., etc. Es decir, comprende todos aquellos aprendizajes que permiten sobrevivir en las instituciones escolares. Implica también el aprendizaje relativo al status que tienen las diferentes disciplinas comprendidas en el ‘curriculum oficial’ y al respeto que merecen quienes tienen buen rendimiento en las asignaturas consideradas más importantes (mayor status relativo), como matemática, lengua o ciencias naturales. La variedad de las denominaciones que recibe el ‘curriculum oculto’ y la multiplicidad de experiencias a las que alude, indican de manera clara que se trata de un concepto algo ambiguo, Su uso generalizado entre los pedagogos no garantiza que se le otorgue el significado que tiene en sociología. Para ésta, el ‘curriculum oculto’ tiene que ver con el marco
  • 161. social dominante en el cual tiene lugar la escolarización. Como resultado de su participación prolongada en ese marco social, caracterizado por una estructura organizativa y un clima social determinados, el niño logrará ciertos modos de pensar, ciertas normas y determinados principios de conducta (Dreeben, 1985). No debe extrañar que sea muy poco lo que sabemos concretamente del ‘curriculum oculto’, de la fuerza de sus resultados y de los mecanismos mediante los que opera. Sabemos que los efectos socializadores de las prácticas, es decir, su impacto sobre la conducta subjetiva, son muy difíciles de determinar con precisión. En opinión de Dreeben (1985), para poder establecer una relación entre los resultados de la escolarización y el ‘curriculum oculto’ es necesario clarificar sus componentes. Desde su punto de vista, el ‘curriculum oculto’ contiene al menos dos elementos. En primer lugar, la idea de que los niños aprenden con la experiencia social de la escuela ciertas disposiciones al mismo tiempo que se les enseña. En la medida que las situaciones cambian deliberadamente para lograr algún fin, lo mismo que también pueden cambiar los métodos y materiales de la instrucción, esas situaciones sociales dejan de ser parte del ‘curriculum oculto’; formarán parte de un programa educativo explícito. Y en segundo lugar, la idea de no estar previsto o no ser pretendido en cuanto a sus consecuencias posibles. Con toda seguridad, cualquier tipo de estructura organizativa y cualquier programa educativo formal tendrán consecuencias no anticipadas, se puedan observar o no por los que trabajan en la escuela. Sobre el particular, Dreeben (1985) afirma que “es importante distinguir estos dos componentes porque tienen diferentes implicaciones para enfocar la escolarización. Ser concientes de que todo lo que hacemos en la escuela tendrá probablemente consecuencias anticipadas o no anticipadas, nos capacita para reflexionar sobre políticas y prácticas alternativas, para pensar acerca del proceso educativo en un sentido amplio, y preguntarnos lo que ocurre más allá de las políticas explícitas, de los medios de instrucción y de los resultados que cada uno trata de producir. Inquirir sobre los resultados no anticipados de la escolarización como parte del proceso educativo es un antídoto contra una perspectiva cerrada. Tratar tanto las situaciones sociales como la propia instrucción como parte del curriculum, amplía nuestros recursos para influir en lo que los niños aprenden. Saber si el marco de la escolarización se proyecta en las situaciones sociales, si los métodos de instrucción y los materiales pueden influir en los valores, conocimientos, destrezas y en la conducta. Debemos preguntarnos sobre las condiciones en las que tiene lugar el aprendizaje en las escuelas en términos reales y en términos de política educativa. Precisamos saber qué lleva a qué. El ‘curriculum no escrito’ se convierte así en algo más que una nueva expresión”2. 4. Diferentes enfoques en el análisis sociológico del curriculum En general, y simplificando mucho la cuestión, se pueden identificar dos grandes enfoques en el análisis sociológico del curriculum. Uno de ellos corresponde a las corrientes ‘interpretativas’ o ‘reflexivas’ dentro de la sociología de la educación. En éstas se destacan las posturas de Basil Bernstein, M. Young y G. Esland. El otro se encuadra en la sociología ‘tradicional’, de corte netamente durkheimiano. A cada uno de ellos corresponde una visión diferente de la educación, de los objetivos que ella persigue y de la forma en que se desarrolla. También sostienen ideas diferentes acerca de la organización escolar, los estilos de conducción y las líneas de autoridad, como hemos visto al estudiar la escuela en un capítulo
  • 162. anterior. Se podría hablar de un tercer enfoque, desarrollado por Eggleston (1985) en Inglaterra, que pretende superar las limitaciones inherentes a los dos anteriores, a partir de la incorporación de los aspectos a su criterio más relevantes de cada uno de ellos en una propuesta integradora que ayude a explicar la totalidad del fenómeno curricular. Eggleston llama ‘perspectiva re-estructuradora’ a su propuesta de análisis sociológico del curriculum. 4.1. El enfoque del curriculum en la sociología tradicional Al referirnos al trabajo de Durkheim sobre las ideas pedagógicas en Francia, pudimos advertir que, para él, el conocimiento que se transmite en las escuelas tiene por función satisfacer las necesidades de la sociedad y las expectativas del individuo con respecto a su inserción en ella. El curriculum debe contemplar que las nuevas generaciones reciban los conocimientos, destrezas y valores adecuados para convertirse en miembros activos de la sociedad. Esta concepción del conocimiento que se trasmite en las escuelas supone que éste consiste en un cuerpo de conocimientos que nos es dado, y que existe un cierto grado de consenso acerca de lo que se debe trasmitir; por lo tanto, como dice Eggleston (1980), no es ‘negociable’, simplemente debe ser aceptado por los miembros de la escuela. Desde este punto de vista, una función del curriculum es preparar para el ejercicio de roles y, simultáneamente, servir para llevar a cabo la selección social de los que lo reciben. El resultado de esta selección es la ubicación de quienes han recibido distintos curricula, es decir, distintos programas escolares, en diferentes posiciones sociales que corresponden a los conocimientos adquiridos, las competencias desarrolladas y, también, las actitudes y valores incorporados. La división funcional del trabajo exige que cada uno desempeñe las tareas para las que ha sido preparado y que puede realizar de manera idónea. Por su orientación teórica, Durkheim no se interesa por la vinculación que tiene la división del trabajo con la estratificación social (lo cual no significa que la ignore) y la incidencia de ésta en la determinación de las oportunidades objetivas de vida de los sujetos. Ello no le impide acentuar la importancia política del curriculum y ponerlo en relación directa con la distribución del poder en la sociedad. En la visión tradicional, al ser algo dado, definido de antemano, no ‘negociable’ y no ‘dialéctico’, el curriculum traduce la visión ‘oficial’ de la realidad y no toma en cuenta las ‘construcciones’ que maestros y alumnos hacen de esa realidad, su posibilidad de ponerla en tela de juicio, de oponerse o de resistirla. Según Alonso Hinojal (1989), la perspectiva ‘tradicional’ del saber se traduce en un modelo de curriculum centrado en la concepción de un saber objetivo, bien definido, acumulativo, ordenado en disciplinas, agrupado en facultades y atribuido a especialistas bien diferenciados. Estos saberes, que son la materia de los curricula, están jerarquizados y esa jerarquía se trasmite a quienes los poseen. Se trata de curricula que, como dice Eggleston (1989), son ‘recibidos’, por profesores y alumnos, quienes deben asimilarlos de la manera más fiel posible como parte de un orden superior que está dado. Quienes conciben así el curriculum están preocupados, sobre todo, por los objetivos de la enseñanza, por el orden, la asimilación, las competencias resultantes y su medición. 4.2. Los enfoques ‘interpretativos’ del curriculum
  • 163. Estos enfoques parten de una visión del curriculum totalmente opuesta a la anterior. El conocimiento escolar se ‘construye’, es esencialmente ‘dialéctico’ y está sujeto a influencias de todo tipo, es ‘negociable’. Desde esta perspectiva, se pone el acento en los aspectos subjetivos del conocimiento, y se deja a un lado el valor de la estructura de relaciones subyacente, con lo cual se ignoran ciertas regularidades que inevitablemente se producen en las ‘construcciones’ que los individuos hacen de la realidad (Brigido, 1987). Para estos enfoques, el conocimiento no tiene valor objetivo; su validez depende del contexto social, o de las condiciones sociales en las cuales se construye y se trasmite. Se trata de perspectivas relativistas, que no toman en consideración los aspectos estables del curriculum, aquellos en los que insiste la visión ‘tradicional’. La perspectiva ‘interpretativa’, en sus diferentes versiones, se traduce en un modelo del conocimiento escolar centrado en el alumno; subordina el conocimiento objetivo a las experiencias y las metas de los alumnos. La expresión más representativa de la perspectiva interpretativa está dada por la New Directions Sociology inglesa; los trabajos de Young y Esland son especialmente significativos con relación al curriculum. Se suele incluir a Bernstein en la ‘nueva sociología’, pero él se considera fuera de ese grupo y, como veremos en el capítulo dedicado a su teoría, define a su orientación teórica como ‘vieja sociología’. Con todo, haremos aquí una breve referencia a la teoría de Bernstein sobre el curriculum porque ella, en alguna medida, incorpora elementos afines a la perspectiva interpretativa, sin abandonar su afiliación a la sociología de Durkheim. Hay que aclarar, además, que gran parte de los postulados de la ‘nueva sociología de la educación’ han sido tomados de los trabajos de Bernstein. 4.2.1. Los códigos del conocimiento educacional de Basil Bernstein Bernstein sostiene que la forma en que una sociedad selecciona, clasifica y valora el conocimiento educativo es un reflejo de la distribución del poder en esa sociedad y de los principios de control social que imperan en ella. Debido a que el conocimiento es un regulador principal de las experiencias del sujeto, la trasmisión formal del conocimiento educacional influye sobre esas experiencias de diferentes maneras. Para poder dilucidar esas influencias, Bernstein analiza lo que él denomina ‘sistemas de mensajes’ mediante los cuales se hace realidad el conocimiento escolar: el curriculum, la pedagogía y la evaluación. El curriculum define lo que se considera conocimiento válido; la pedagogía define lo que cuenta como trasmisión válida de ese conocimiento y la evaluación hace alusión a lo que se entiende como verificación válida del conocimiento por parte del que aprende. El audaz y ambicioso intento de Bernstein de relacionar la estructura del conocimiento escolar y la forma de trasmitirlo, con la estructura de poder y de control de la sociedad global (en definitiva, el micro y el macronivel), se lleva a cabo mediante un conjunto de instrumentos conceptuales muy abstractos y difíciles de definir en términos empíricos: los conceptos de ‘clasificación’ y ‘encuadre’ (enmarcamiento o marco, según otras traducciones). Con estos conceptos elabora una tipología de los ‘códigos del conocimiento escolar’. Aplica el concepto de ‘clasificación’ al curriculum y el de ‘encuadre’ a la pedagogía. La ‘clasificación’ se refiere a la fuerza de los límites entre las asignaturas del curriculum. Una clasificación fuerte, da lugar a curricula de ‘colección’ o ‘seriados’. En éstos la separación entre las asignaturas es rígida, hay una mayor especialización y diferenciación entre ellas. Los profesores son socializados en una sola disciplina (reciben formación especializada y en
  • 164. profundidad en una disciplina) y no hay relaciones entre diferentes disciplinas. Una clasificación débil, en cambio, da lugar a ‘curricula integrados’, cuyas características son opuestas a las de los anteriores. Los límites entre disciplinas son difusos y las relaciones horizontales entre las diferentes asignaturas son fluidas. El profesor es socializado en distintas asignaturas. El ‘encuadre’ define la relación entre profesor y alumno. La ‘fuerza del encuadre’ señala el grado de control que profesores y alumnos tienen sobre la selección, organización y ritmo de trasmisión del conocimiento. Cuando el encuadre es fuerte, el control es ejercido por los profesores; cuando es débil, parece que los alumnos tienen la iniciativa (porque en realidad lo ejerce el profesor, pero de manera no explícita). En el primer caso las posibilidades de introducir modificaciones en la interacción educativa por parte de profesores y alumnos son escasas, en el segundo esas posibilidades son mayores. Como la clasificación y el encuadre son variables independientes entre sí, y se aplican a sistemas de mensajes diferentes, se pueden dar distintas combinaciones entre ellas. Por lo general, el código de colección supone clasificación y encuadre fuertes, mientras que el integrado supone clasificación y encuadre débiles. Otras cuestiones que se propone analizar Bernstein son las relativas a las condiciones sociales que actúan como determinantes de cada uno de esos códigos del conocimiento escolar, las implicaciones pedagógicas y organizativas que tienen, los estilos de socialización que favorecen y su relación con los problemas del orden y el control sociales. En este sentido se observa que la clasificación y el encuadre rígidos, propios de los curricula de colección, favorecen relaciones autoritarias y jerárquicas, mientras que los códigos integrados suponen relaciones más abiertas. Para que sea posible una enseñanza integrada, fundada en la atenuación de los límites entre disciplinas y la flexibilización de los roles, son necesarios equipos pedagógicos que mantengan entre sí una cierta coherencia ideológica y que actúen con un propósito común. Los criterios de evaluación del aprendizaje en este tipo de enseñanza son más difusos, pues no se trata de verificar resultados precisos en determinadas disciplinas, sino de constatar aprendizajes globales. Una consecuencia de esto es que el control social que se ejerce mediante la trasmisión cultural con curricula integrados es menos explícito y más ‘envolvente’. El mismo Bernstein admite que cuando los criterios de evaluación son difusos, quienes tienen más posibilidades de obtener buenos resultados son los alumnos que han sido socializados en pautas y valores similares a los de la cultura escolar. Por lo tanto, los niños de clase baja tienen más probabilidades de fracasar, pues experimentan mayores dificultades para descubrir qué tipo de respuestas se espera de ellos. 4.2.2. La propuesta de Michael Young Al referirnos a la New Directions Sociology (o nueva sociología de la educación), en un capítulo anterior, tuvimos oportunidad de analizar algunas ideas de Young (1971). Decíamos allí que esta corriente, debido al énfasis que pone en el análisis del conocimiento que se trasmite en las escuelas, prácticamente reduce la sociología de la educación a pura sociología del conocimiento. Young propone considerar al conocimiento como conjuntos de significados socialmente construidos, y al curriculum, la enseñanza y el aprendizaje, como expresiones de la organización y el control del conocimiento. Atribuye a los grupos de poder un papel central en la definición de
  • 165. qué va a ser tomado como conocimiento, quiénes van a tener acceso a los diferentes tipos de conocimiento y, por último, qué tipo de relaciones se aceptarán entre las diferentes áreas de conocimiento y entre aquellos que tienen acceso a ellas y las hacen disponibles (Brigido, 1987). Según Young (1971), la cuestión relativa al poder para definir lo que se considera conocimiento válido, conduce al problema de la estratificación del conocimiento. Ésta supone dos componentes, el prestigio y la propiedad. El prestigio alude a la valoración social que se hace de las diferentes áreas de conocimiento (gozan de más prestigio los conocimientos científicos que los artísticos o los relacionados con las actividades técnicas, por ejemplo). La propiedad se refiere a la libertad o restricción que se impone a determinados grupos para acceder al conocimiento, para apropiarse de él y, de esta manera, gozar de las recompensas asociadas a su posesión (no todo tipo de conocimiento está disponible a cualquier tipo de miembro de la sociedad). La tarea de la sociología de la educación en este campo es tratar de explicar cómo está estratificado el conocimiento y mediante qué criterios, partiendo del supuesto, indiscutible para Young, de que la organización del conocimiento está relacionada con las pautas valorativas dominantes y la distribución del poder en la sociedad. La cuestión relativa al poder para determinar quiénes van a acceder a qué tipo de conocimiento, plantea el problema de la aplicación y el grado de especialización de las áreas de conocimiento disponibles para los diferentes grupos sociales. Esto tiene que ver con las limitaciones que determinados grupos encuentran para acceder a ciertos ámbitos del conocimiento. Desde esta perspectiva, las características y contenidos de los curricula estarán influidos por los valores o los intereses de los grupos de poder involucrados; éstos son los que definen en qué medida cada tipo de conocimiento estará disponible para diferentes grupos. La cuestión relativa a la definición de las relaciones que se aceptarán entre las diferentes áreas de conocimiento y entre quienes tienen acceso a ellas plantea el problema de la apertura de las áreas de conocimiento. El concepto de apertura del conocimiento está tomado de la obra de Bernstein sobre la tipología de los ‘códigos educacionales’, donde se refiere al curriculum. De estas tres cuestiones, la más importante, para Young, es la primera, es decir, la estratificación del conocimiento. Es en el nivel de la estratificación del conocimiento donde se pueden relacionar claramente los principios de control y organización con el orden institucional dominante. A partir de la consideración de la base social del conocimiento, se plantean preguntas como éstas: ¿cuál es la relación entre la estructura de poder y los curricula?, ¿qué relación hay entre el acceso al conocimiento y las oportunidades para legitimarlo como ‘superior’ o de mayor status?, ¿qué relación hay entre el conocimiento y su función en diferentes clases de sociedad? Las respuestas que Young, y con él la ‘nueva sociología de la educación’, da a estas preguntas es, en general, meramente especulativa. No hay todavía suficientes estudios empíricos que permitan extraer conclusiones válidas para algún contexto social determinado. Hemos dicho en un artículo sobre este tema (Brigido, 1987) que, tal como Young plantea las cuestiones de la estratificación, la especialización y la apertura del conocimiento, toda la problemática relacionada con el curriculum, los criterios de excelencia escolar, el fracaso escolar, etc., desemboca en el campo de lo político. Coincidiendo con Forquin (1987), afirmábamos allí lo siguiente: “Los saberes escolares pueden ser aceptados como el producto de una ‘construcción social’ en sentido fenomenológico, pero para eso hay que precisar que los ‘constructores’ no se encuentran en un plano de igualdad en la ‘negociación a propósito
  • 166. de los significados’: hay dominantes y dominados. Con el concepto de ‘política del saber escolar’ la referencia interaccionista fenomenológica se diluye así en un conflictivismo macrosociológico weberiano o marxista”3. Sin duda, el ambicioso intento de Young de descubrir las relaciones entre la estructura de poder en la sociedad, las ideologías dominantes y lo que ocurre en las escuelas, no es tarea sencilla. Además de problemas teóricos, la relación entre el micro y el macronivel plantea serios problemas metodológicos que, por lo que sabemos, no han sido resueltos aún. 4.2.3. El enfoque “constructivista” de Goeffrey Esland Siguiendo la misma línea teórica de Young, pero acentuando más la perspectiva fenomenólogica y la idea de la sociedad como una realidad ‘construida intersubjetivamente’ de Berger y Luckmann, Esland (1971) propone que en el estudio sociológico del curriculum y de los cambios curriculares, se tomen en cuenta las perspectivas intersubjetivas de los actores de la vida escolar, acerca de lo que se trasmite en las escuelas. Esland afirma que, con un enfoque de este tipo, es posible elaborar una sociología empírica del conocimiento, y que la misma puede hacer una poderosa contribución a nuestra comprensión del proceso educativo, cosa que no ha ocurrido con la sociología ‘tradicional’. Ésta, debido a su idea de que el conocimiento es algo objetivo y separado de la subjetividad humana en la cual es construido, mantenido y transformado, tiene una concepción reificada del curriculum y una visión del hombre como un receptor pasivo, una ‘personificación de facticidades externas’. Como resultado de ello, las materias escolares corresponderían a unas áreas de la realidad objetivamente diferentes, o a unas formas de conocimiento lógica o epistemológicamente distintas. A esa visión ‘objetivista’ propia de la sociología “tradicional”, Esland opone una visión del hombre como agente que interpreta activamente su mundo. Las estructuras cognoscitivas que constituyen la cultura escolar dependen de la credibilidad representada por los profesores, los alumnos y los grupos implicados en la producción y legitimación de esos saberes. Éstos, bajo su apariencia de realidades objetivas, no son más que conjuntos de significados intersubjetivamente compartidos. Tomando como punto de partida esta visión del hombre y el conocimiento, en el análisis del curriculum adquieren especial importancia las perspectivas intersubjetivas de los profesores relativas a la pedagogía (supuestos sobre el aprendizaje, el status intelectual del niño, el estilo de enseñanza); a la enseñanza (identificación de los paradigmas, su grado de integración, los problemas más importantes, la utilidad del conocimiento, los criterios de utilidad, los supuestos sobre la progresión inferencial desde el conocimiento de sentido común al teórico); y la carrera profesional, es decir, la organización institucional y profesional del conocimiento. 4.3. La perspectiva ‘reestructuradora’ de John Eggleston Aunque no todos comparten esta idea, entendemos que Eggleston (1989) intenta superar la visión polarizada del curriculum puesta de manifiesto por el funcionalismo, de un lado, y las corrientes interpretativas, del otro. Él reconoce que en todo curriculum se yuxtaponen los elementos ‘recibidos’, acentuados por el primero, y los elementos ‘construidos’, destacados por las segundas. Para Eggleston, el análisis sociológico del curriculum debe tomar en cuenta tanto los factores
  • 167. sociales que ejercen influencia sobre él, como las implicaciones sociales a que da lugar dentro de la escuela y en la sociedad. Desde esta perspectiva, el curriculum es visto, no sólo como un instrumento de trasmisión de pautas culturales y preparación para el ejercicio de roles, sino también como un factor central en el establecimiento y conservación de las estructuras de poder y autoridad de la escuela y de la sociedad en su conjunto. El interés sociológico se centra, por lo tanto, no sólo en los contenidos, los métodos y la evaluación del conocimiento curricular, sino también en los orígenes y el apoyo de los valores implícitos y explícitos que en él se corporizan. A los sociólogos les interesa cómo se legitima el curriculum, por qué se toman ciertas decisiones curriculares (aparentes y encubiertas), y cuáles son los factores sociales que determinan la elección de las materias, su contenido y sus métodos. Para sintetizar la postura de Eggleston se podrían adoptar dos estrategias de análisis que no se excluyen entre sí: por una parte, el análisis del curriculum en el micro y el macronivel, y por otra, el estudio del proceso de selección del curriculum. a) El curriculum en el micro y el macronivel Desde el punto de vista microsociológico, se puede considerar al curriculum como un sistema, similar a otros sistemas que actúan dentro de la escuela, como el de exámenes, el de enseñanza, el de control y el administrativo. Si bien el curriculum es fundamental, sería engañoso afirmar, según Eggleston, que todo lo que ocurre dentro de la escuela está determinado por él. Otro aspecto a considerar en el micronivel es la relación del curriculum con el sistema de valores y de poder dentro de la escuela, lo cual resulta bastante complejo, debido a que estos sistemas no se relacionan en forma directa con la conducta cotidiana de maestros y alumnos. El sistema de valores orienta el desarrollo de los otros sistemas y la totalidad de las decisiones que se toman. El sistema de poder puede captarse observando quién toma las decisiones, a qué nivel se toman, cómo se las ejecuta y, sobre todo, cómo se las legitima. Desde este punto de vista, también importa quién controla el cumplimiento de las decisiones que se toman y cómo se sanciona la violación de las disposiciones adoptadas por los responsables de la conducción. Desde el punto de vista macrosociológico, se trata de relacionar la estructura normativa y de poder dentro de la escuela con el sistema social global, a través de los múltiples mecanismos que vinculan las normas y valores de la escuela con los de la sociedad. Estos mecanismos comprenden las disposiciones administrativas de las autoridades educativas; la provisión de egresados a la estructura ocupacional; las manifestaciones de la opinión pública sobre la actuación de maestros, alumnos y escuelas; el desarrollo de agencias públicas para la elaboración del curriculum; la tarea de instituciones oficiales y privadas relacionadas con la educación; el material de enseñanza provisto por organismos oficiales y privados, comerciales y profesionales; etc., etc. Para Eggleston, el análisis sociológico incluye tanto al curriculum ‘oficial’ o manifiesto, como al ‘oculto’ o latente. Propone una definición de curriculum que incluye a los dos. Desde la sociología, dice, vemos al curriculum como “un cuerpo de experiencias de aprendizaje que responde a una visión societaria del conocimiento que puede no ser totalmente expresada ni aún del todo aceptada por maestros y alumnos. Los logros del curriculum dependerán, en gran medida, de la amplitud con que esta visión que la sociedad tiene del conocimiento sea compartida por la escuela, sus maestros y sus alumnos”4. b) El proceso de selección del curriculum Eggleston sostiene que el curriculum es el resultado de una serie de “procesos conflictivos que
  • 168. dan lugar a una variedad de compromisos, ajustes y puntos de equilibrio con varios grados de estabilidad. En todas estas negociaciones, un concepto subyacente es el de poder, que puede apreciarse en dos niveles: a) el poder para adoptar decisiones que ejerzan influencia en la tarea de maestros y alumnos; y b) el control sobre el poder que pueden lograr los alumnos o del cual se los puede privar determinando el acceso a componentes curriculares de status más elevado o más bajo, la evaluación y oportunidades asociadas a ellos”5. Los factores comprometidos en estos procesos son la definición, evaluación y principios de distribución del conocimiento, por una parte, y la identidad de los grupos cuyas definiciones prevalecen en estos asuntos, por otra. Lo más relevante para la sociología es el problema de la legitimidad de los grupos, ya que, como afirma Eggleston, “el curriculum existe y la distribución es real porque la gente cree en el conocimiento curricular que contiene y la justicia de su distribución. En realidad es posible, tal como indica Durkheim, considerar al curriculum no tanto como un cuerpo de conocimiento sino como la ‘representación colectiva’ de una comunidad”6. Además del poder, el otro proceso involucrado en la selección del curriculum es el de control social, que puede identificarse descubriendo quiénes son elegidos para acceder a determinados curricula y a qué partes de los mismos pueden ellos acceder. Para Eggleston, “el potencial de la perspectiva reestructuradora en el análisis del curriculum es considerable y su utilidad evidente para el examen tanto de la teoría recibida cuanto de la reflexiva, subrayando la educación y los curricula compensadores para los casos de deserción escolar no académica. Ofrece también la oportunidad de efectuar un mejor examen de componentes tales como la conducta del maestro y de conceptos importantes como el de poder, hasta ahora poco estudiado en ambas perspectivas. Si bien hemos llegado a la perspectiva reestructuradora por incrementación, puede y debe usársela de manera independiente; su capacidad crítica existe y puede emplearse sin mayores ensayos de los defectos de las perspectivas a partir de las cuales se elaboró”7. 1 Para completar lo expuesto en este punto, invitamos a releer lo que vimos sobre Mannheim en el Capítulo I. 2 Dreeben, 1985, pág. 84. 3 Brigido, 1987, pág. 51. 4 Eggleston, 1989, pág. 33. 5 Eggleston, 1989, pág. 36. 6 Eggleston, 1989, pág. 36. 7 Eggleston, 1989, pág. 94
  • 169. Capítulo VII P. Bourdieu y J. C. Passeron: una teoría del sistema de enseñanza El trabajo de Pierre Bourdieu y Jean Claude Passeron, publicado en 1970 con el título La reproduction por Les Éditions Minuit de París, representa una versión particular del paradigma reproductivista1. A diferencia del reproductivismo de corte netamente marxista, la teoría de la reproducción que desarrollan Bourdieu y Passeron, si bien recupera algunos de los planteos de Marx sobre la relación entre la educación y la estructura de clases, incorpora también ideas y conceptos extraídos de la sociología de Durkheim y de Weber. De la integración de estas posturas teóricas, tan dispares en algunos aspectos, surge una propuesta muy interesante y ambiciosa, destinada a develar los mecanismos por medio de los cuales se lleva a cabo la reproducción del orden establecido, mecanismos que actúan de manera muy sutil y oculta, y por lo tanto, no son perceptibles por aquellos que experimentan su acción. La primera edición de esta obra en lengua castellana, La reproducción. Elementos para una teoría del sistema de enseñanza, data de 1977. El libro desató una verdadera polémica entre sociólogos de diferentes orientaciones y dio lugar a un intenso debate en el que abundaron críticas muy duras al trabajo de Bourdieu y Passeron. Estas críticas provenían tanto de las posturas conservadoras en la sociología, como de aquellas identificadas con la izquierda radicalizada. Este hecho no hizo más que agudizar el interés por la obra y pronto ella se constituyó en un punto de referencia ineludible para quienes estaban interesados en estudiar el sistema de enseñanza y su papel en la reproducción del orden social. Más tarde también atrapó la atención de quienes se dedicaban a análisis de carácter más microsociológico pues los conceptos contenidos en ella se mostraron potentes para el estudio de algunos fenómenos de este tipo. A más de treinta años de su primera aparición, La Reproducción sigue teniendo vigencia, aunque algunos afirmen lo contrario. En un trabajo reciente, el propio Bourdieu (1998) descalifica a quienes sostienen esta última postura y afirma que su libro, hoy más que nunca, describe las cosas como son y que la observación ha confirmado todo lo que en él se dice. Expresa textualmente, “veinte años después veo que es aún más verdadero de lo que yo creía”2. Es importante advertir que se trata de una obra cuya lectura ofrece algunas dificultades, debidas en gran parte a la forma expositiva elegida por los autores. Ésta, “que el lector considerará tal vez innecesariamente compleja, no es aquí, sin embargo, gratuita; antes al contrario, contiene, hasta cierto punto, la clave del libro: no existe discurso que pueda escapar a las normas del discurso, no hay ‘verdad objetiva’, punto de apoyo exterior al reflejo deformado, encerrado en los límites de un sistema previamente definido”3. El libro persigue de modo algo implícito un doble objetivo que, como dice Subirats en su excelente -aunque no exenta de crítica- introducción a la edición en castellano, los autores consiguen de modo desigual: por una parte, construir un modelo teórico válido para todo sistema escolar, y por otra, mostrar, a partir del análisis de los mecanismos de actuación del sistema educativo francés, hasta qué punto la igualdad formal dentro del sistema entraña una gran dosis de violencia.
  • 170. En línea con dichos objetivos, la obra está dividida en dos partes, cada una de las cuales responde a uno de esos objetivos. El libro I, titulado “Fundamentos de una teoría de la violencia simbólica”, despliega el modelo teórico. Notemos que el título no alude a una ‘teoría de la reproducción’, como se la denomina generalmente, sino de la “violencia simbólica”. La reproducción es el resultado de la ‘violencia simbólica’ que ejerce de manera sistemática y duradera el sistema de enseñanza. En este Libro I aparecen los conceptos centrales de la teoría, contenidos en un conjunto de proposiciones que apuntan a sostener la tesis general del trabajo. Esta tesis afirma que el sistema escolar, por la forma en que actúa, es un instrumento de legitimación de las jerarquías sociales. “Tanto la organización de este aparato como la estructura ideológica que lo fundamenta tienden a presentarlo como ‘neutro’ u ‘objetivo’ en relación a las clases sociales. Aparentemente, la escuela no hace sino traducir en títulos jerarquizados el valor intrínseco de cada individuo; a partir de aquí las desigualdades sociales son sólo atribuibles a desigualdades naturales”44 . El modelo de análisis desarrollado en el Libro I tiene, para los autores, pretensiones de validez general, es decir, puede aplicarse para el análisis de cualquier sistema educativo. Consiste en el desarrollo de una serie de proposiciones que develan cómo actúan, dentro del sistema, los mecanismos de la dominación propios de una sociedad estratificada en clases sociales. Al develar esos mecanismos, el modelo pone de manifiesto, en el plano teórico, la falsedad del supuesto de la neutralidad y objetividad del sistema educativo respecto de la estratificación social. Las proposiciones principales son cinco y despliegan los conceptos fundamentales del modelo. A partir cada una de ellas se derivan otras de diferente grado, formando un complejo entramado de proposiciones relacionadas entre sí de manera lógica. El “Libro II” tiene un título muy sugerente: “El mantenimiento del orden”. En él, los autores aplican el modelo desarrollado en la primera parte al análisis del sistema educativo francés. Las relaciones lógicas entre las proposiciones se traducen aquí en hipótesis que se ponen rigurosamente a prueba en el plano fáctico. De ello resulta un cuerpo de evidencia empírica, conseguido por un equipo de investigación durante más de diez años de trabajo, destinado a mostrar la validez de la tesis sostenida por los autores. El contenido del Libro II viene a completar los resultados del estudio que Bourdieu y Passeron realizaron sobre los estudiantes universitarios franceses en Les Héritiers. Les étudiants et la culture5, donde demostraron empíricamente que la situación de los estudiantes frente a la cultura escolar difiere según su origen social y que las diferencias de origen se traducen en diferencias de aptitudes para responder a las exigencias de la escuela, lo cual condiciona la posibilidad de finalizar la carrera y obtener el diploma. En definitiva, por la forma en que opera, el aparato escolar no hace más que confirmar un resultado que ya estaba determinado de antemano: el éxito de los que, por su origen social, poseen la ‘gran cultura’, es decir, la selección de los elegidos (los ‘herederos’). A pesar de su contenido aparentemente dispar por la forma elegida para su exposición, el Libro I y el II constituyen una unidad y deben ser tomados como tal. Al respecto, sus autores expresan lo siguiente: “A diferencia de un simple catálogo de relaciones de hechos o de una suma de proposiciones teóricas, el conjunto de proposiciones que se presenta en el libro I es el resultado del esfuerzo para constituir, en un sistema susceptible de control lógico, por una parte, las proposiciones que se han construido para y por las operaciones mismas de investigación o que han aparecido como exigencia lógica para fundar en ellas los resultados, y por otra parte, las proposiciones teóricas que han permitido construir, por deducción o por
  • 171. especificación, proposiciones directamente susceptibles de ser verificadas empíricamente”6. Dicho en términos más sencillos, los dos libros unen de modo lógico y sistemático, la teoría con la investigación empírica. Esta estrategia de trabajo de Bourdieu y Passeron responde a las exigencias que los padres fundadores de la sociología aplicaron en sus estudios e impusieron para la disciplina. Por razones obvias, vamos a tratar de analizar aquí solamente el modelo teórico. Haremos referencia a las cinco proposiciones de primer grado, es decir, las fundamentales. Cada una de ellas contiene los conceptos centrales del modelo. Hacer este recorte implica una referencia incompleta y fragmentaria al trabajo de Bourdieu y Passeron, lo cual encierra, sin duda, el riesgo de pasar por alto aspectos importantes y no ser del todo fieles al pensamiento de sus autores. Nada más aconsejable para evitar estos riesgos que acudir a la fuente, es decir, hay que leer el libro, una tarea bastante ardua por cierto, pero muy estimulante. Para facilitar la comprensión del modelo, presentamos en la Figura nº 1 parte del esquema elaborado por Bourdieu y Passeron con el objeto “ayudar al lector a aprehender la organización del conjunto de proposiciones presentado en el libro I”. Nuestro esquema representa las relaciones lógicas más importantes y las correspondencias entre las proposiciones centrales del mismo grado; hemos dejado de lado todas las que se derivan de ellas. Las proposiciones de primer grado se refieren a la Acción Pedagógica (AP), las de segundo a la Autoridad Pedagógica (AuP), las de tercero al Trabajo Pedagógico (TP) y las de cuarto al Sistema Escolar (SE). Son éstas, las de cuarto grado, las que Bourdieu y Passeron aplican en el libro II al análisis del sistema educativo francés. De este conjunto de proposiciones deriva todo el entramando del modelo, que comprende alrededor de ochenta proposiciones. Figura nº 1: Proposiciones fundamentales del modelo de la ‘violencia simbólica’
  • 172. 1. Violencia simbólica El concepto de ‘violencia simbólica’, que recuerda a la concepción weberiana de la educación y la relación pedagógica, constituye el núcleo de la ‘teoría de la violencia simbólica’. Este concepto está definido en la primera de las proposiciones que configuran el modelo. Recordemos que, para Bourdieu y Passeron el modelo vale para toda formación social (familia, grupos, organizaciones, escuela, etc.) que cumple funciones de transmisión cultural en la sociedad, sea de manera implícita (educación difusa), o institucionalizada (educación institucionalizada). Todas las proposiciones se aplican a cualquiera de esas formaciones. Solamente las de grado cuatro se refieren específicamente al sistema escolar, agencia a la que se le asigna de manera explícita la función de educar y cuenta para ello con agentes especialmente entrenados para llevar a cabo la tareas inherentes a esa función. Proposición 0: “Todo poder de violencia simbólica, o sea, todo poder que logra imponer significaciones e imponerlas como legítimas disimulando las relaciones de fuerza en que se funda su propia fuerza, añade su fuerza propia, es decir, propiamente simbólica, a esas relaciones de fuerza” (pág. 44). La ‘violencia simbólica’ designa un poder de imposición de significados cuya característica fundamental es que oculta su verdadera naturaleza, es decir, no aparece como una imposición fundada en relaciones de fuerza en las cuales unos ejercen poder sobre otros. El concepto de poder en La reproducción surge de las teorías de Marx, Weber y Durkheim sobre los fundamentos del poder, en el sentido que contempla elementos de las tres perspectivas, pero remite fundamentalmente a la concepción de Max Weber. Éste define al poder como la posibilidad que tiene un actor de imponer su voluntad a otros, aun a costa de la resistencia de
  • 173. éstos. En la ’violencia simbólica’ el poder de imposición no aparece como tal, sino que es aceptado por el receptor de los significados que se imponen, en virtud de la legitimidad que el receptor le otorga al transmisor. Esta representación de legitimidad del poder de imposición refuerza y perpetúa ese poder. En el caso del sistema educativo, el poder consiste en la posibilidad que tiene un agente (el docente) de imponer determinados significados culturales (no cualquier significado) y de imponerlos como legítimos, a otro agente (el alumno) que no opone resistencia a ello. En el sistema de enseñanza, este poder de imposición se ejerce de manera sistemática y duradera por parte de agentes autorizados y especialmente entrenados por el propio sistema para llevar a cabo la tarea de imposición. Por su parte, el que recibe la acción, otorga legitimidad al sistema y sus agentes, de modo que considera que su deber es obedecer el mandato. Esta representación de legitimidad, que corresponde al plano simbólico y tiene carácter subjetivo, es lo que facilita y perpetúa las relaciones de poder que, en el plano objetivo o estructural, son propiamente relaciones de fuerza. En otras palabras, hay a la vez una autonomía y una dependencia relativa de las relaciones simbólicas respecto de las relaciones de fuerza objetivas. 2. Acción pedagógica y arbitrariedad cultural7 La proposición 1 y las que de ella se derivan, hacen alusión a la acción pedagógica (AP) y la arbitrariedad cultural, que es otro concepto clave del modelo elaborado por Bourdieu y Passeron. Ambas nociones, la de violencia simbólica y la de arbitrariedad cultural, son inseparables puesto que los significados que toda acción pedagógica (AP) intenta inculcar corresponden a un ‘arbitrario cultural’. Proposición 1: “Toda acción pedagógica (AP) es objetivamente una violencia simbólica en tanto que imposición, por un poder arbitrario, de una arbitrariedad cultural.” (pág. 45) Proposición 1.1: “La AP es objetivamente una violencia simbólica, en un primer sentido, en la medida en que las relaciones de fuerza entre los grupos o las clases que constituyen una formación social son el fundamento del poder arbitrario que es la condición de la instauración de una relación de comunicación pedagógica, o sea, de la imposición y de la inculcación de una arbitrariedad cultural según un modelo arbitrario de imposición y de inculcación (educación).” (pág. 46) Proposición 1.2: “La AP es objetivamente una violencia simbólica, en un segundo sentido, en la medida en que la delimitación objetivamente implicada en el hecho de imponer y de inculcar ciertos significados, tratados –por la selección y exclusión que les es correlativa- como dignos de ser reproducidos por una AP, re-produce (en el doble significado del término) la selección arbitraria que un grupo o una clase opera objetivamente en y por su arbitrariedad cultural.” (pág. 48) Proposición 1.3: “El grado objetivo de arbitrariedad (en el sentido de la proposición 1.1) del poder de imposición de una AP es tanto más elevado cuanto más elevado sea el mismo grado de arbitrariedad (en el sentido de la proposición 1.2) de la cultura impuesta.” (pág. 49) Para Bourdieu y Passeron, el alcance de las proposiciones referidas a la AP se halla definido por el hecho de que se aplican a toda formación social que cumple tareas educativas, sean éstas difusas (informales) o explícitas (institucionalizadas). La formación social se entiende aquí como un sistema de relaciones de fuerza y de significados entre grupos o clases sociales. La AP es difusa cuando es ejercida por todos los miembros educados de una formación social; es institucionalizada, cuando los que la ejercen son los agentes designados a ese efecto por una institución directa, indirectamente, exclusiva o parcialmente educativa. Toda AP, sea difusa o institucionalizada, impone e inculca una arbitrariedad cultural, según
  • 174. un modelo arbitrario de imposición e inculcación (educación). En otras palabras, toda AP supone la imposición de una doble arbitrariedad. Por un lado, la arbitrariedad de lo impuesto, ya que transmite, como dignos de ser transmitidos, es decir ‘legítimos’, un conjunto de significados y contenidos seleccionados en un proceso de exclusión e inclusión que no puede deducirse de ningún principio universal, físico o espiritual, sino que proviene de los valores y la cultura de un grupo o clase particular. Y por el otro, la arbitrariedad en el modo de imposición, puesto que las condiciones sociales de la instauración de una relación de comunicación pedagógica constituyen una relación de fuerza, de dominación- dependencia. Para poder ejercerse y alcanzar su efecto propio, la AP impone el desconocimiento social de su verdad objetiva como violencia y poder simbólico. La arbitrariedad de la imposición y del contenido impuesto ‘no aparece nunca en su completa verdad’, ‘es desconocida’, ‘logra ocultarse como tal’. A partir de este desconocimiento o enmascaramiento de la verdad objetiva de su funcionamiento se define el principio de legitimidad de la AP y la justificación ideológica del orden social que reproduce a través de su funcionamiento. La AP expresa y reproduce las relaciones de fuerza entre grupos o clases de una formación social determinada. Estas relaciones de fuerza se encuentran tanto en el origen de la AP, como en el desconocimiento de su verdad objetiva y el reconocimiento de su legitimidad. Toda AP dominante es objetivamente una violencia simbólica, en la medida en que, en una relación de comunicación pedagógica, inculca e impone como sistema simbólico legítimo significados que corresponden, en una formación social determinada, a los intereses objetivos (materiales, simbólicos y pedagógicos) de los grupos o de las clases dominantes. Por lo tanto, toda AP dominante, al reproducir la arbitrariedad cultural que inculca, contribuye a reproducir las relaciones de fuerza entre los grupos o las clases que la sustentan. La legitimidad de la AP dominante es uno de los instrumentos que aseguran y perpetúan la dominación de un grupo o de una clase. El reconocimiento de la legitimidad de una dominación constituye siempre una fuerza que refuerza la relación de dominación establecida, al impedir la aprehensión de dicha relación como tal, es decir, como relación de dominación. 3. Autoridad pedagógica Las proposiciones de segundo grado se refieren a la autoridad pedagógica (AuP). Para que el ejercicio de la AP sea eficaz, es decir, consiga su objeto propio (inculcar significados e inculcarlos como legítimos) deben darse dos condiciones sociales: por una parte, la AP debe estar dotada de legitimidad, o sea, debe constituirse como AuP, y por otra, la instancia encargada de ejercerla debe ser relativamente autónoma de las relaciones de fuerza que sustentan la AP. Proposición 2: “En tanto que poder de violencia simbólica que se ejerce en una relación de comunicación que sólo puede producir su efecto propio, o sea propiamente simbólico, en la medida en que el poder arbitrario que hace posible la imposición no aparece nunca en su completa verdad (en el sentido de la proposición 1.1), y como inculcación de una arbitrariedad cultural que se realiza en una relación de comunicación pedagógica que solamente puede producir su propio efecto, o sea propiamente pedagógico, en la medida en que la arbitrariedad del contenido inculcado no aparece nunca en su completa verdad (en el sentido de la proposición 1.2), la AP implica necesariamente como condición social para su ejercicio la AuP y la autonomía relativa de la instancia encargada de ejercerla.” (pág. 51-52)
  • 175. Proposición 2.1: “En tanto que poder arbitrario de imposición que, por el solo hecho de ser ignorado como tal, se halla objetivamente reconocido como autoridad legítima, la AuP, poder de violencia simbólica que se manifiesta bajo la forma de un derecho de imposición legítima, refuerza el poder arbitrario que la fundamenta y que ella disimula.” (pág. 53) Proposición 2.2: “La AP, en tanto que está investida de una AuP, tiende a que se desconozca la verdad objetiva de la arbitrariedad cultural, ya que, reconocida como instancia legítima de imposición, tiende a que se reconozca la arbitrariedad cultural que inculca como cultura legítima.” (pág. 63) Proposición 2.3: “Toda instancia (agente, institución) que ejerce una AP sólo dispone de la AuP en calidad de mandataria de los grupos o clases cuya arbitrariedad cultural impone según un modo de imposición definido por esta arbitrariedad, o sea, en calidad de detentadora por delegación del derecho de violencia simbólica.” (pág. 65) No cabe duda que el concepto de AuP remite a la sociología de Weber, que define la autoridad como el ejercicio legítimo de la dominación. La autoridad pedagógica es también una violencia simbólica, pero investida de una cualidad adicional, la legitimidad; en consecuencia, la obediencia al mandatario y al mandato específico del que aquél es titular, aparece como obligatoria para el dominado. El alumno se somete a la autoridad del profesor porque reconoce su legitimidad para ejercer el poder de imposición, es decir, para imponer el mandato. En el sistema educativo que, como vimos antes, es una formación social explícitamente destinada a educar, los docentes, agentes legitimados para el ejercicio de la violencia simbólica, actúan como mandatarios institucionales y en tanto tales, están investidos de la autoridad necesaria (AuP) para que su mandato no pueda ser resistido por el dominado. La eficacia de la AP reside en que el poder de imposición que tiene el dominador es ignorado como tal por el dominado. El alumno considera ‘natural’ que el profesor enseñe; difícilmente definirá la tarea de enseñanza en términos de ‘ejercicio del poder de imposición’. Por el contrario, cuanto más cumple el docente con su función de enseñar, es decir, cuanto más ejerce su poder de imposición, más preeminencia adquiere frente a los alumnos. La AuP es así un poder de violencia simbólica, es decir, un poder arbitrario de imposición (coacción psicológica, diría Max Weber), que se ignora como tal y se manifiesta bajo la forma de un derecho de imposición legítima, que impone significaciones y las impone como legítimas. El reconocimiento objetivo de la AuP como autoridad legítima supone dos cosas. Por un parte, que quien ejerce la AP, en virtud de la posición que ocupa, aparece como transmisor legítimo, o sea, digno de transmitir lo que transmite, autorizado para imponer su recepción y controlar su inculcación mediante sanciones (físicas o simbólicas, positivas o negativas), socialmente aprobadas o garantizadas. Y por otra, este carácter de imposición legítima, refuerza el poder arbitrario que la fundamenta y que ella disimula. A su vez, los receptores de la comunicación pedagógica, en virtud de la posición que ocupan, están dispuestos a reconocer la legitimidad de la AuP de los transmisores y de la información transmitida por éstos y, por lo tanto, a recibir e interiorizar el mensaje. Además, al producirse la legitimidad de lo que se transmite, se designa lo transmitido (arbitrariedad cultural dominante) como digno de ser transmitido (cultura legítima) por el sólo hecho de ser transmitido legítimamente. De esta manera, gracias a la AuP, se cierra un círculo que refuerza el poder de imposición de los grupos o clases dominantes y refuerza también la vigencia de los significados que se imponen, es decir, del arbitrario cultural que constituye el contenido del mensaje que los agentes autorizados transmiten.
  • 176. 4. Trabajo pedagógico y habitus Tenemos en las proposiciones de tercer grado todo lo referente al trabajo pedagógico (TP). Así como el concepto de AP es inseparable del concepto de arbitrario cultural, el concepto de TP es inseparable del de habitus. Bourdieu y Passeron definen al TP como el ejercicio, por parte de un mandatario institucional, de una AP (violencia simbólica) llevada a cabo por una AuP, de manera sistemática y regular durante un tiempo prolongado, a fin de lograr la formación de un habitus en los individuos que están sometidos a ella. Dicho en otros términos, el resultado de este TP, que necesita para su ejercicio de una AuP, es la formación en ellos de un sistema de disposiciones duraderas y transferibles, el habitus, que permanece en el tiempo incluso cuando la acción ha cesado de producirse. Proposición 3: “Como imposición arbitraria de una arbitrariedad cultural que presupone la AuP, o sea, una delegación de autoridad (en el sentido de 1 y 2), que implica que la instancia pedagógica reproduzca los principios de la arbitrariedad cultural que un grupo o una clase impone presentándolos como dignos de ser reproducidos tanto por su misma existencia como por el hecho de delegar en una instancia la autoridad indispensable para reproducirla (proposición 2.3), la AP implica el TP como trabajo de inculcación con una duración, suficiente para producir una formación duradera, o sea, un habitus como producto de la interiorización de los principios de una arbitrariedad cultural capaz de perpetuarse una vez terminada la AP y, de este modo, de perpetuar en las prácticas los principios de la arbitrariedad interiorizada.” (pág. 72) Proposición 3.1: “Como trabajo prolongado de inculcación que produce una formación duradera, o sea, productores de prácticas conformes a los principios de la arbitrariedad cultural de los grupos o clases que delegan a la AP la AuP necesaria a su instauración y a su continuación, el TP tiende a reproducir las condiciones sociales de producción de esta arbitrariedad cultural, o sea, las estructuras objetivas de las que es producto, por mediación del habitus como principio generador de prácticas reproductoras de las estructuras objetivas.” (pág. 73) Proposición 3.2: “En tanto que acción transformadora destinada a inculcar una formación como sistema de disposiciones duraderas y transferibles, el TP que necesita la AuP como condición previa para su ejercicio tiene por efecto confirmar y consagrar irreversiblemente la AuP, o sea, la legitimidad de la AP y de la arbitrariedad cultural que inculca, enmascarando todavía más, mediante el éxito de la inculcación de la arbitrariedad, la arbitrariedad de la inculcación y la cultura inculcada. “ (pág. 77) Proposición 3.3: “En tanto que el TP es un proceso irreversible que produce en el tiempo necesario para la inculcación una disposición irreversible, o sea, una disposición que sólo puede ser reprimida o transformada por un proceso irreversible que produzca a su vez una nueva disposición irreversible, la AP primaria (educación primera) que se realiza en un TP sin antecedentes (TP primario) produce un hábito primario característico de un grupo o clase, que está en el origen de la constitución ulterior de cualquier otro habitus.” (pág. 83) En una formación social determinada, la delegación que fundamenta la AP dominante implica, además de la delimitación del contenido inculcado, una definición del modo de inculcación y de la duración de la inculcación que definen el grado de realización del TP. El trabajo pedagógico (ejercido por la escuela, la familia, una iglesia, etc.), es una acción de inculcación continua y prolongada, que tiene por efecto producir individuos dotados de una formación duradera y transferible, un habitus, que perdura en el tiempo una vez que cesa la AP. El habitus, como sistema de esquemas de percepción, pensamiento y acción, y como producto de la interiorización de una arbitrariedad cultural, una vez que cesó la AP, es capaz de engendrar prácticas que:  Reproducen, más allá de toda reglamentación expresa y por efecto de la inculcación en el mayor número posible de campos, las condiciones sociales de producción de la arbitrariedad cultural inculcada. Es decir, prácticas que producen su efecto de reproducción de las estructuras objetivas;  Producen la integración intelectual o moral del grupo, sin recurrir a la represión externa y a la coerción física al interiorizarse las disciplinas, las censuras, las exclusiones etc., en
  • 177. forma de autodisciplinas, autocensuras, autoexclusiones. “... uno de los efectos menos percibidos de la escolaridad obligatoria consiste en que consigue de las clases dominadas el reconocimiento del saber y del saber hacer legítimo (por ejemplo, en el derecho, la medicina, la técnica, las diversiones o el arte), provocando la desvalorización del saber y del saber hacer que esas clases dominan efectivamente (por ejemplo, derecho consuetudinario, medicina doméstica, técnicas artesanales, lengua y arte popular) y formando de este modo un mercado para los productos materiales y sobre todo simbólicos cuyos medios de producción (en primer lugar los estudios superiores) son casi un monopolio de las clases dominantes (por ejemplo, diagnóstico médico, consulta jurídica, industria cultural)”8. El TP, que necesita de la AuP como condición previa para su ejercicio, tiene un segundo efecto: consagrar la AuP y, por lo mismo, la legitimidad de la AP y de la arbitrariedad cultural que inculca. Además, mediante el éxito de la inculcación de la arbitrariedad, el TP produce, en primer lugar, la legitimidad del producto (como objeto digno de ser consumido material o simbólicamente); en segundo lugar, la propensión a consumir este objeto (provoca la necesidad del producto); y por último, el consumidor legítimo, es decir, un individuo dotado de la definición social del producto y de la disposición a consumirlo en su forma legítima. Bourdieu y Passeron distinguen el TP pedagógico primario del TP secundario. El primero se realiza en grupos como la familia, que es la formación social encargada de ejercer la AP primaria (socialización primaria, en términos de Berger y Luckmann). Este TP produce un hábitus primario, característico de un grupo o una clase social, que está en el origen de cualquier otro hábitus. El TP secundario corresponde a la AP secundaria, que se realiza fundamentalmente en las agencias de educación institucionalizada. El grado de productividad específica de cualquier TP secundario, está en función de la distancia que separa el habitus que tiende a inculcar (arbitrariedad cultural impuesta) del habitus inculcado por el TP primario (arbitrariedad cultural originaria). Dicho en otros términos, esa productividad depende de lo que se pretende con la inculcación, es decir, si ésta está dirigida a realizar la sustitución de un habitus por otro (reeducación, desculturización) o a confirmar el habitus primario (mantenimiento o reforzamiento). En este sentido, los autores destacan que el éxito de toda educación escolar depende de la educación primaria que la ha precedido, ya que por medio de enseñanzas vinculadas a las conductas cotidianas de la vida, de la adquisición de la lengua materna o la manipulación de los términos, etc., los diferentes grupos o clases sociales dominan en estado práctico disposiciones lógicas que, por ejemplo, predisponen de forma desigual al dominio simbólico de las operaciones implicadas en una demostración matemática o en la interpretación de una obra de arte. 5. El sistema de enseñanza institucionalizado y sus funciones Las proposiciones de grado cuatro están dedicadas a la AP que se lleva a cabo en el sistema de enseñanza institucionalizado (SE), es decir, en la agencia que tiene como función explícita impartir lo que Bourdieu y Passeron llaman educación institucionalizada. Dentro de este
  • 178. sistema, la AuP se traduce en autoridad escolar (AuE), y el TP secundario, en trabajo escolar (TE), que es un trabajo pedagógico específico y reglamentado. Proposición 4: “Todo SE institucionalizado debe las características específicas de su estructura y de su funcionamiento al hecho de que le es necesario producir y reproducir, por los medios propios de la institución, las condiciones institucionales cuya existencia y persistencia (autorreproducción de la institución) son necesarias tanto para el ejercicio de su función propia de inculcación como para la realización de su función de reproducción de una arbitrariedad cultural de la que no es el productor (reproducción cultural) y cuya reproducción contribuye a la reproducción de las relaciones entre los grupos o las clases (reproducción social).” (pág. 95) Proposición 4.1: “Dado 1) que un SE sólo puede realizar su función propia de inculcación a condición de que produzca y reproduzca, con los medios propios de la institución, las condiciones de un TP capaz de reproducir en los límites de los medios de la institución, o sea, continuamente, al menor costo y en serie, un habitus tan homogéneo y tan duradero como sea posible, en el mayor número posible de destinatarios legítimos (entre éstos los reproductores de la institución); dado 2) que un SE debe, para realizar su función externa de reproducción cultural y social, producir un habitus tan conforme como sea posible a los principios de la arbitrariedad cultural que está encargado de reproducir, las condiciones del ejercicio de un TP institucionalizado y de la reproducción institucional de ese TP tienden a coincidir con las condiciones de la realización de la función de reproducción, puesto que un cuerpo permanente de agentes especializados, suficientemente intercambiables como para poder ser reclutados continuamente y en número suficiente, dotados de la formación homogénea y de los instrumentos homogeneizados y homogeneizantes que constituyen la condición de ejercicio de un TP específico y reglamentado, o sea, de un ‘trabajo escolar’ (TE), forma institucionalizada del TP secundario, está predispuesto por las condiciones institucionales de su propia reproducción a encerrar su práctica en los límites trazados por una institución cuya misión es reproducir la arbitrariedad cultural y no decretarla.” (pág. 98) Proposición 4.2: “Dado que plantea explícitamente la cuestión de su propia legitimidad por el hecho de declararse como institución propiamente pedagógica al constituir la AP como tal, o sea, como acción específica expresamente ejercida y sufrida como tal (acción escolar), todo SE debe producir y reproducir, por los medios propios de la institución, las condiciones institucionales del desconocimiento de la violencia simbólica que ejerce, o sea, del reconocimiento de su legitimidad como institución pedagógica”. (pág. 102). Proposición 4.3: “En una formación social determinada, el SE dominante puede constituir el TP dominante como TE sin que ni aquellos que lo ejercen ni aquellos que lo sufren dejen de ignorar su dependencia respecto a las relaciones de fuerza que constituyen la formación social en la que se ejerce, porque: 1) produce y reproduce, por los medios propios de la institución, las condiciones necesarias para el ejercicio de su función interna de inculcación, que son al mismo tiempo las condiciones suficientes de la realización de su función externa de reproducción de la cultura legítima y de su contribución correlativa a la reproducción de las relaciones de fuerza; y porque 2) por el solo hecho de que existe y subsiste como institución, implica las condiciones institucionales del desconocimiento de la violencia simbólica que ejerce, o sea, porque los medios institucionales de los que dispone como institución relativamente autónoma, detentadora del monopolio del ejercicio legítimo de la violencia simbólica, están predispuestos a servir además, bajo la apariencia de neutralidad, a los grupos o clases de las que reproduce la arbitrariedad cultural (dependencia por la independencia).” (pág. 108) Por la lógica de su funcionamiento, el SE tiene una tendencia a la autorreproducción. Esto es así por lo siguiente: i) el SE detenta el monopolio de la producción de los agentes encargados de la reproducción de la arbitrariedad cultural (produce agentes que reproducen con su práctica pedagógica la formación de la que son producto); y ii) produce y reproduce las condiciones institucionales del desconocimiento de la violencia simbólica que ejerce, o sea, del reconocimiento de su legitimidad como institución pedagógica. Por otra parte, todo SE posee una autonomía relativa con relación a los intereses de las clases dominantes. La definición completa de esta autonomía relativa del SE debe tener siempre en cuenta los servicios específicos que esta autonomía presta a la perpetuación de las relaciones de clase. Se puede señalar una serie de características de un SE institucionalizado que le permiten constituirse en un instrumento de conservación del orden social, es decir, de reproducción de las relaciones de dominación existentes:  Todo SE está formado por un cuerpo permanente de especialistas específicamente reclutados, formados y delegados para realizar el ‘trabajo escolar’ (TE), mediante procedimientos controlados por la institución, en lugares y momentos determinados,
  • 179. usando instrumentos standarizados e igualmente controlados. Este cuerpo de agentes especializados está dotado de una formación homogénea y de instrumentos (instrucciones pedagógicas, manuales, programas, etc.) homogéneos y homogeneizantes, que evitan e impiden el ejercicio de un TE heterogéneo y heterodoxo. La homogeneidad y ortodoxia del TE presenta a la cultura escolar como cultura rutinizada y ritualizada. Este cuerpo de agentes especializados en el SE, al estar dotado como veremos de autoridad escolar (AuE), ejerce su función de manera legítima.  Como instancia relativamente autónoma, todo SE produce y reproduce el reconocimiento de su legitimidad como institución pedagógica y, por lo tanto, produce y reproduce el desconocimiento de la violencia simbólica que ejerce.  Todo SE dota a sus agentes de una autoridad delegada, o sea, de AuE (forma institucionalizada de la AuP). La legitimidad de la institución exime a los agentes de la institución de la tarea de confirmar y conquistar continuamente su AuP. La AuE procede de una legitimidad de función, garantizada por la institución, y que es socialmente objetivada y simbolizada mediante procedimientos y reglas institucionales que definen la formación, los títulos que la sancionan, etc. La legitimidad de función de la autoridad de un agente del SE (AuE), está enmascarada, al presentarse como una autoridad cuyo fundamento y origen se encuentra en la persona del maestro. Al desviarse la autoridad de función en beneficio de la persona del funcionario, se produce la ilusión de la independencia del ejercicio del TE respecto a sus condiciones sociales e institucionales. Gracias a estos atributos, todo SE produce y reproduce, por los medios propios de la institución, las condiciones institucionales para: i) el ejercicio de su función propia o interna de inculcación, es decir, una función de integración intelectual y moral; y ii) la realización de su función externa de reproducción social de las relaciones de clase. Cumple esta función externa al reproducir la transmisión hereditaria del capital cultural, y la reproducción de los valores y la cultura de una clase particular como cultura objetiva y legítima rechazando la cultura de otros grupos sociales (arbitrariedad cultural). Las condiciones necesarias para el ejercicio de su función interna de inculcación, son al mismo tiempo las condiciones suficientes de la realización de su función externa de reproducción de la cultura legítima y de su contribución correlativa a la reproducción de las relaciones de fuerza. Para Bourdieu y Passeron, además de realizar su función interna o propia (inculcación de la cultura) y su función externa (reproducción del orden social), el SE logra realizar perfectamente una tercera función de carácter ideológico, que consiste en la legitimación del orden establecido. Y lo hace porque, acreditando la ilusión de su neutralidad y autonomía absoluta, logra ocultar las relaciones que unen la función de inculcación a la función de conservación de la estructura de relaciones de clase característica de una sociedad. Para comprender adecuadamente la naturaleza de las relaciones que unen el sistema escolar a la estructura de relaciones de clase, los autores ponen de relieve en los dos sujetos de la relación pedagógica (alumnos y docentes) el sistema de relaciones circulares que unen ‘estructuras’ y ‘prácticas’ por la mediación de los habitus, en tanto sistemas de disposiciones productos de las estructuras, productores de prácticas y reproductores de estructuras9. Las estructuras objetivas producen los habitus de clase y las disposiciones y predisposiciones que, al engendrar las prácticas adaptadas a estas estructuras, permiten el funcionamiento y perpetuación de las estructuras.
  • 180. Desde esta perspectiva, los sistemas de disposiciones (habitus) constituyen uno de los factores más importantes de la perpetuación de la estructura de las probabilidades escolares. Estas probabilidades revelan las posibilidades de éxito escolar de los alumnos provenientes de diferentes clases sociales. Son una manifestación objetivamente observable de las relaciones entre el sistema de enseñanza y la estructura de las relaciones de clase. Las disposiciones y predisposiciones (aspiraciones, esperanzas, voluntad, motivaciones, etc.) del individuo respecto de la escuela dependen de las posibilidades objetivas de utilizarla y de triunfar que están ligadas a las distintas clases sociales. Por ejemplo, las disposiciones y predisposiciones negativas que conducen a la autoeliminación, entre otras, el desprecio de sí mismo (‘la cabeza no le da para otra cosa, sólo para trabajar’) o la desvalorización de la escuela y de sus sanciones (‘la mejor escuela es la calle’, ‘lo que se aprende en la escuela no sirve para nada’), pueden comprenderse como una anticipación consciente de las sanciones que la escuela reserva objetivamente a las clases dominadas. Por su parte, el SE tradicional, al aparentar que su acción de inculcación está sustentada en un principio de igualdad escolar y que los rendimientos escolares diferenciales se deben a las aptitudes innatas de los individuos o al mérito de la persona, independientemente de todas las determinaciones de clase (cuando en realidad no hace más que confirmar y reforzar un habitus de clase que, constituido fuera de la escuela, está en la base de todas las adquisiciones escolares), realiza una función de legitimación y conservación del orden establecido. Por ejemplo, el SE universitario, a la hora de desarrollar actitudes estéticas o científicas, privilegia ciertas aptitudes (lecturas menos escolares; una relación distante, fría, y desinteresada con el mundo, con el lenguaje y la cultura) que son más frecuentes entre los estudiantes que, por provenir de una familia relativamente liberada del pragmatismo impuesto por las urgencias de la necesidad económica, pueden manifestar un desapego que da la impresión de mayor seguridad intelectual. En este contexto, los autores destacan cómo el SE persuade a las clases por él excluidas, de la legitimidad de su exclusión, impidiéndoles comprender e impugnar los principios con base en los cuales las excluye. En otras palabras, el SE consigue hoy con la ideología de los ‘dones naturales’ y de los ‘gustos innatos’ los siguientes resultados: i) disimular el destino social que ya estaba asignado previamente a las clases dominadas; ii) ocultar que las jerarquías escolares que produce, reproducen las jerarquías sociales; iii) perpetuar y legitimar la reproducción circular de las jerarquías sociales y de las jerarquías escolares, es decir, la estructura de relaciones de clase. “El sistema escolar, con las ideologías y efectos que engendra su autonomía relativa, es para la sociedad burguesa en su fase actual lo que otras formas de legitimación del orden social y de la transmisión hereditaria de los privilegios han sido para formaciones sociales que diferían tanto por la forma específica de las relaciones y de los antagonismos entre las clases como por la naturaleza del privilegio transmitido. [...] No pudiendo invocar el derecho de la sangre -que su clase ha rechazado históricamente a la aristocracia- , ni los derechos de la naturaleza -arma dirigida en otras ocasiones contra las distinciones nobiliarias que correría el riesgo de volverse en contra de la ‘distinción’ burguesa-, ni las virtudes ascéticas que permitían a los empresarios de primera generación justificar su éxito por los méritos-, el heredero de los privilegios burgueses debe recurrir hoy a la certificación escolar que atestigua a la vez su dones y sus méritos. [...] Así, en una sociedad en la que la obtención de los privilegios sociales depende cada vez más estrechamente de la posesión de los títulos escolares, la escuela no tiene únicamente por función asegurar la sucesión discreta de los derechos de la burguesía que ya no pueden seguir transmitiéndose de una manera directa y declarada. Instrumento privilegiado de la sociedad burguesa que confiere a los privilegiados el privilegio supremo de no aparecer como privilegiados, logra tanto más fácilmente convencer a los desheredados de que deben su destino escolar y social a su falta de dones o de méritos cuanto más la desposesión absoluta excluya en materia de cultura la conciencia de la desposesión.”10
  • 181. 6. Principales críticas a La Reproducción Antes de mencionar estas críticas, nos interesa destacar el valor intrínseco del libro, aquello que permite definirlo como una obra clásica en sociología de la educación, y por lo tanto, de lectura obligatoria, aunque tenga ya más de treinta años. Lo que encontramos en La Reproducción es pura sociología. En primer lugar, presenta un marco conceptual que logra integrar el pensamiento de Marx, Durkheim y Weber en una síntesis superadora de las ‘parejas epistemológicas’ (Bourdieu, 2005) que dificultan una comprensión completa de la vida social. En segundo lugar, desarrolla una lógica de razonamiento estrictamente sociológico; al margen del lenguaje complicado de los autores, la exposición resulta un ejemplo claro de la forma en que la sociología observa, piensa y analiza la realidad social. Por último, hay que destacar el rigor metodológico que se imponen los autores para verificar sus hipótesis, sin hacer del método un fin en sí mismo. En síntesis, el libro no sólo tiene valor científico, sino también didáctico: constituye una muestra de lo que significa pensar sociológicamente e investigar en sociología. Se podría decir, también, que el trabajo de Bourdieu y Passeron tiene, además, un valor político, en la medida en que logremos poner entre paréntesis el escepticismo al que conduce su resultado final. Al darnos a conocer cómo operan los mecanismos que hacen posible la reproducción del orden social, y el papel que cumple la educación institucionalizada en el proceso, los autores nos colocan en mejores condiciones para diseñar cursos de acción y adoptar estrategias que permitan neutralizarlos. Con relación a las críticas más comunes a La Reproducción, podemos mencionar, en primer lugar, las que aparecen en el propio libro. En este sentido, la introducción de Marina Subirats a la edición castellana y la de Giovanni Bechelloni a la edición italiana, que también figura en esa edición, resultan muy ilustrativas. Ambos coinciden en todos los puntos, aunque Bechelloni avanza un poco más que su colega, poniendo en cuestión el uso que Bourdieu y Passeron hacen de algunos conceptos, como el de ‘arbitrariedad cultural’, entre otros. Una mirada atenta a estas dos introducciones puede ayudar al lector a comprender las dificultades que plantea la lectura del libro y a descubrir sus aspectos más discutibles. M. Subirats afirma con razón que La Reproducción es uno de los libros más ambiciosos y polémicos que se han escrito en los últimos tiempos sobre el sistema escolar11. Destaca, en primer lugar, lo complicado del estilo de exposición elegido por los autores. “Por una serie de motivaciones complejas, entre las que un cierto alarde de ironía no es tal vez lo menor, éstos [los autores] utilizan, para desmontar pieza por pieza el funcionamiento del sistema académico, unas formas y un lenguaje profundamente anclados en la tradición escolar, y por ello, asequibles en su totalidad, de modo casi exclusivo, a los individuos que disponen de los instrumentos típicos de esta tradición, o por decirlo en otros términos, que constituyen los productos característicos del sistema escolar. Con ello, nos arrastran, y se ven, a su vez, envueltos en una serie de espejos sin fin, en el que queda diluida, en cierto modo, la fuerza de las tesis enunciadas, al fragmentarse en parcelas múltiples, superponerse, enlazarse y reflejarse de nuevo unas a otras, creando un sistema circular de interconexiones.”12. Este párrafo de Subirats describe muy bien las dificultades que presenta al lector el estilo de la obra. En cuanto a las críticas más sustantivas, Subirats y Bechelloni señalan varias cuestiones muy
  • 182. importantes. Ante todo, afirman que la pretensión de los autores de generalizar el modelo al ámbito de cualquier sociedad es un error. El sistema de enseñanza francés tiene características muy particulares, que hacen de él un caso excepcional en las sociedades capitalistas. Es fácil constatar, escribe Subirats, que los mecanismos de legitimación del orden establecido carecen, en otras sociedades también capitalistas, del refinamiento y al mismo tiempo de la eficacia ideológica característicos de este modelo. En ellas no existe la tradición de ‘gran cultura burguesa’ propia de la sociedad francesa, y tampoco existe la experiencia directa de un sistema educativo formalmente homogéneo como el francés. Con iguales argumentos, y otros nuevos, Archer (1981) también afirma que el modelo no se puede aplicar a ningún otro sistema educativo que no sea el francés. Sostiene que Bourdieu y Passeron pasan por alto el hecho de que el sistema escolar es un subsistema de la sociedad, por lo tanto, no prestan atención a las líneas de interacción e influencias recíprocas entre los sistemas educativos nacionales y las estructuras sociales más amplias de las que surgieron en algún momento y sobre las cuales operan actualmente. Estas líneas de interacción, o sea, las formas en que el subsistema educativo se inserta en el sistema social, han sido configuradas de distinta manera a lo largo del tiempo y en diversos países, en consecuencia, constituyen una constante que no se puede desestimar, bajo el supuesto de que el sistema actúa del mismo modo y ejerce el mismo tipo de influencias cualquiera sea el contexto o la cultura de que se trate. Una segunda crítica importante tiene que ver con el carácter circular de la tesis de La Reproducción, postura que sostienen casi de manera unánime todos sus críticos. Si toda forma cultural es arbitraria, todo intento de cambio no es más que repetición de lo mismo, una arbitrariedad sustituye a otra. Por lo tanto, toda rebelión o crítica por parte de los profesores o los estudiantes es inútil porque están condenadas desde su origen a la recuperación, y en último término, a la reproducción del sistema que pretenden negar. No hay manera de escapar a la ‘violencia simbólica’. Esta forma de ver el funcionamiento del sistema de enseñanza implica que no se puede hacer nada para cambiar las cosas; lo que sugiere, en el fondo, es que no hay otra alternativa que conformarse al statu quo. Subirats sintetiza la contradicción inherente a La reproducción: “Este rasgo de conformidad es el que provoca, en definitiva, la contradicción esencial del libro. La referencia a la relación de fuerzas entre las clases sociales como regulador del sistema escolar se convierte en un mero recurso formal, necesario para explicar ciertas modalidades del sistema. O es, por el contrario, un argumento idealista, si todo cambio se espera de una ruptura externa, actuando bruscamente sobre un sistema en el que ninguna crítica hace mella, ni tiene posibilidades de modificación interna. La operación consistente en poner de manifiesto las funciones enmascaradas del actual sistema escolar pierde toda su virulencia desde el momento en que se afirma que todo sistema escolar las lleva a cabo. La negativa a partir de un punto de vista específico de clase, en beneficio de una ciencia explicativa del todo, inclina a un determinismo que siempre hace el juego, en último término, al sistema establecido.”13 Archer (1981) agrega al anterior otro argumento más para rechazar el determinismo inherente a La Reproducción: suponer que las relaciones de clase son las que definen todo lo que ocurre dentro del sistema escolar y permiten, en definitiva, que las relaciones de poder se conviertan en control simbólico, significa ignorar un rasgo esencial del sistema educativo: su autonomía relativa. La educación no es una institución social totalmente permeable, eternamente abierta a la estructura social general, ni es un mero reflejo de la misma. Las
  • 183. diferencias de estructura de los sistemas escolares nacionales se traducen en diferencias sustanciales en la acción pedagógica que tiene lugar en cada uno de ellos; no es un mero resultado de las relaciones de fuerza imperantes en la estructura social global. Otro punto que Archer (1981) pone en cuestión tiene que ver con lo que ella considera un descuido, en los planteos de Bourdieu y Passeron, de los orígenes sociales de los sistemas escolares, cuyo estructuración viene determinada por la interacción histórica14. Desde su punto de vista, ellos se interesan solamente por la génesis lógica del sistema, al preguntarse acerca de cómo tiene que ser un sistema de educación para que pueda cumplir con su función interna de inculcación cultural y su función externa de reproducción social. Atienden sólo a los determinantes funcionales, no a los condicionamientos históricos. Finalmente, lo que no implica que consideramos con esto haber agotado el tema, podemos mencionar una crítica que hace Bernstein (1990) a las teorías de la reproducción en general, y a Bourdieu y Passeron en particular. Según Bernstein, toda teoría de la reproducción cultural debe ser capaz de “generar los principios de descripción de sus propios objetos”. Desde su punto de vista, sobre la base de los conceptos de La Reproducción (AP, TP, habitus, etc.), no hay ninguna posibilidad de generar una descripción empírica de cualquier agencia de reproducción cultural. Las teorías de la reproducción están “interesadas sólo en comprender cómo las relaciones de poder externas son transmitidas por el sistema; no están interesadas en la descripción del dispositivo de transmisión, sino únicamente en un diagnóstico de su patología. [...] En cierto sentido, los conceptos son diagnósticos, remiten a la fuente de origen de una patología social.”15 1 En el Capítulo II hicimos alusión al paradigma reproductivista, al referirnos a la sociología marxista de la educación. 2 Bourdieu, 1998, pág. 157. 3 Esto escribe M. Subirats en su introducción a la edición castellana de La Reproducción (1981, pág. 9) 4 M. Subirats, Introducción a La Reproducción, 1981, pág. 10. 5 La edición en idioma castellano lleva como título Los estudiantes y la cultura (Bourdieu y Passeron, 1967). 6 Bourdieu, 1981, pág. 35. 7 Los comentarios al texto de cada una de las proposiciones recogen, en parte, las explicaciones contenidas en una Ficha de Cátedra elaborada por la Lic. Isabel Manassero para los alumnos de la cátedra de Sociología de la Educación, de la Escuela de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Córdoba. 8 Bourdieu y Passeron, 1981, pág. 83 9 Es importante advertir que el concepto de habitus adquirió otras connotaciones en trabajos de Bourdieu posteriores a La Reproducción. Para una revisión de la evolución de este concepto aconsejamos la lectura de Gutiérrez (1995), que contiene un desarrollo bastante completo y bien documentado del marco conceptual elaborado por Bourdieu. 10 Bourdieu y Passeron, 1981, pp. 268-269 11 Recordemos que esto se escribe en 1977, siete años después de la aparición de la obra en francés. 12 Subirat, Introducción a La Reproducción, 1981, pág. 9. 13 Subirats, Introducción a La Reproducción, 1981, pág. 13. 14 En el capítulo destinado al análisis sociológico de los sistemas escolares hemos hecho referencia a la génesis social de los sistemas escolares, tal como la plantea Archer. 15 Bernstein, 1990, pp. 19-20
  • 184. Capítulo VIII Basil Bernstein: la teoría del código y el análisis sociológico de la pedagogía Basil Bernstein (1924-2001), profesor emérito de la cátedra K. Mannheim de Sociología de la Educación en el Instituto de Educación de la Universidad de Londres, es considerado hoy uno de los principales sociólogos del mundo, fundamentalmente en el área de la sociología de la educación. Nacido de una familia de inmigrantes judíos, estudió en la School of Economics de la Universidad de Londres, donde obtuvo su licenciatura en Sociología. En 1960 comenzó su actividad académica en el University College de la misma universidad, alcanzando el grado de Doctor en Lingüística. Su obra pionera, desarrollada durante los últimos cuarenta años, constituye un verdadero hito en la sociología de la educación. Ella nos permite comprender la relación entre la economía política, la familia, el lenguaje y la escuela, y refleja, entre otras cosas, el interés de Bernstein por conocer y suprimir las barreras que impiden la movilidad social ascendente (Sadovnik, 2001). 1 Sus primeros trabajos, los más polémicos y controvertidos, se centraron en el estudio de las diferencias de clase social en el uso del lenguaje. En ellos planteaba la relación entre la división del trabajo, la socialización en la familia y la forma en que esto influía en el aprendizaje de los niños en la escuela. Más adelante se dedicó a explorar el vínculo entre los procesos educativos y las relaciones de poder y de clase; se propuso elaborar un modelo explicativo que relacionara los niveles macrosociales, institucionales e interaccionales. Desde su punto de vista, con esto no sólo superaba la polarización entre lo macro y lo micro, sino que evitaba el determinismo propio de las teorías de la reproducción que, en su opinión, se limitaban a describir el papel reproductor de la escuela sin explicar lo que ocurría realmente dentro de ellas (Bernstein, 1998). A Bernstein le preocupaba dilucidar una cuestión relacionada con la naturaleza misma de lo social: cómo la estructura social, el ‘afuera’, interviene en la conformación de la conciencia, el ‘adentro’, y cómo actúan la distribución del poder y los principios de control social en ese proceso. Haciendo un balance general de los logros de Bernstein, podemos afirmar que consiguió muchas cosas importantes. Ofreció, en primer lugar, una teoría del conocimiento escolar y su transmisión, demostrando cómo se transmite el contenido de la educación; en segundo lugar, puso en relación los aspectos sociolingüísticos de su obra más temprana con el análisis de los códigos de la escuela; y en tercer lugar, al relacionar el proceso y contenido de la escuela con las diferencias de las clases sociales puso de manifiesto las consecuencias de esas diferencias en el curriculum y la pedagogía (Sadovnik, 2001). En lo que sigue vamos a tratar de recuperar los principales conceptos de la teoría del código, para analizar luego cómo se aplican estos conceptos al estudio de las relaciones entre los códigos de comunicación y el discurso y la práctica pedagógicos. Pero antes de eso nos parece importante hacer una aclaración sobre el carácter de la obra de Bernstein, a fin de evitar malas interpretaciones. Debemos recalcar que Bernstein formula una teoría sociológica de la pedagogía; de ninguna manera ésta debe ser interpretada como una teoría pedagógica, y menos aún como una propuesta para la didáctica, como pretenden algunos pedagogos. Lo que él elabora es un conjunto de conceptos y modelos teóricos estrictamente sociológicos que
  • 185. le sirven para analizar y explicar las prácticas pedagógicas. No hay en ellos nada que tenga que ver con propuestas para esa práctica; su objetivo no es resolver los problemas que ésta presenta, sino analizarla como una formación social que, en cuanto tal, está inevitablemente vinculada con la distribución del poder y los sistemas de control vigentes en la sociedad (Lista y Brigido, 2002). Esos modelos están orientados a “describir las prácticas de organización, las prácticas discursivas y de trasmisión constitutivas de toda acción pedagógica y mostrar el proceso mediante el cual se produce una adquisición selectiva”2 . Ellos no tienen carácter prescriptivo, ni sirven para evaluar, ni la acción pedagógica, ni las agencias en las cuales ésta tiene lugar. 1. La teoría del código: supuestos, conceptos y proposiciones centrales Lo primero que es necesario afirmar sobre Bernstein, para ubicar su teoría en el contexto de la teoría sociológica, es que se trata de alguien que funda el núcleo de su trabajo intelectual en la sociología clásica, fundamentalmente en la obra de Durkheim, con el propósito, entre otros, de corregir la interpretación conservadora que de ella hizo la sociología norteamericana. En contra de lo que afirman algunos, Bernstein rechazaba la opinión de que su obra forma parte de la ‘nueva sociología de la educación’. Afirmaba que ella era ‘vieja’ sociología, sobre todo porque tenía sus raíces en la sociología clásica. El objetivo primordial de todo su proyecto era desarrollar una teoría durkheimiana que: i) permitiera analizar la forma en que los cambios producidos en la división del trabajo van creando diferentes sistemas de significado y códigos; ii) ofreciera clasificaciones analíticas de estos sistemas; y iii) incorporara en su planteamiento estructural un modelo de conflicto de las relaciones desiguales de poder (Sadovnik, 2001). Para ello, sin apartarse de las posturas durkheimianas, incorporó a su teoría general las categorías marxitas y weberianas de clase y relaciones de poder logrando una interesante síntesis. Simplificando de manera extrema el complejo pensamiento de Bernstein, podríamos decir que el principal supuesto de toda su propuesta teórica se relaciona con el papel que la clase social, la división del trabajo y la distribución del poder, tienen en la conformación de la conciencia subjetiva, gracias a la mediación del código. Para Bernstein, en las sociedades estratificadas en clases sociales, el origen de los códigos está en las relaciones de clase. Todo su esfuerzo de construcción teórica y de investigación empírica está orientado a descubrir los procesos mediante los cuales las relaciones de clase se traducen en relaciones de comunicación y en estructuras mentales. Se trata de un supuesto básicamente reproductivista (mucho más fuerte en la primera etapa de su obra) que no pone en duda la coerción estructural, sino que la da por sentada, aunque a diferencia de lo que sostienen las teorías de la reproducción, admite la posibilidad de resistencia y de cambio. Aplicada esta idea a la acción pedagógica que tiene lugar en el sistema educativo formal (objeto central de la obra más reciente de Bernstein), se advierte con cierta claridad que las relaciones de clase son el determinante principal de los tres sistemas de mensajes que constituyen el ‘código de conocimiento educacional’: el curriculum, la pedagogía y la evaluación. Como las relaciones de clase son una manifestación de la división del trabajo (tanto material como simbólico) en la sociedad, y por ende, de la distribución de poder y los principios de control que imperan en ella, son éstos, en definitiva, los que gobiernan todos los procesos de transmisión cultural que tienen lugar en el interior de las instituciones
  • 186. educativas. En la Figura nº 1 presentamos un esquema que da cuenta de la base conceptual sobre la cual Bernstein construye su teoría de los códigos. Podemos ver allí cómo se vinculan los principales conceptos, cuál es la cadena de determinantes principales, y los diferentes niveles que Bernstein pone en relación para explicar la forma en que actúa el código. El primer nivel tiene carácter macroestructural, el segundo corresponde al nivel interaccional (micro) y el tercero (el sujeto) es el nivel subjetivo. En lo que respecta al marco conceptual, Bernstein sostiene que su teoría del código cuenta con un número pequeño de conceptos. La mayoría de ellos es de un gran nivel de abstracción y su objetivo central es “describir las prácticas de organización, las prácticas discursivas y de transmisión constitutivas de toda acción pedagógica y mostrar el proceso mediante el cual se produce una adquisición selectiva”3 . Con ello intenta llenar el vacío que provoca la falta de “principios específicos de descripción” que permitan entender de qué manera los sistemas de conocimiento llegan a formar parte de la conciencia subjetiva. 1.1. Código El concepto básico sobre el que Bernstein construye toda su teoría es el de código, y a partir de él genera todas las tesis que constituyen el núcleo de la teoría. Lo define de la siguiente manera: “El código es un principio regulador [de las experiencias del sujeto] que se adquiere tácita e informalmente; no se puede enseñar un código a nadie. Los códigos son aprendidos más que enseñados. Se adquieren códigos del mismo modo que se adquiere el código lingüístico, el código gramatical. Se infiere a partir del habla. Los niños pequeños infieren las reglas gramaticales y ellos o ellas los ensayan. Y sabemos que el niño aprende de ese modo, porque el niño comete errores regulares, y cuando comete errores regulares significa que está siguiendo una regla. Los códigos son esencialmente principios semántico/semióticos que regulan las exploraciones gramaticales y léxicas. Pero estas últimas a su vez retroalimentan la especialización semántica creada por el código. Esta relación de retroalimentación sirve para proyectar claridad sobre el significado, y objetivarlo, lo cual conduce a otro avance en la exploración de los mensajes del código”4. Figura nº 1: Conceptos y relaciones centrales de la teoría del código
  • 187. Una vez adquirido, el código se constituye en un dispositivo de posicionamiento del sujeto; regula lo que uno piensa, el modo de ser y cómo se ocupa el lugar en el que se está. Quien posee el código posee la ‘regla de reconocimiento’, es decir, puede identificar cuáles son los significados relevantes en un determinado contexto. También posee la ‘regla de realización’, lo que implica que puede generar en toda ocasión y de manera espontánea, lo que vale como conducta aceptable (forma de realización). Sin ser exactamente lo mismo, el concepto de código tiene cierta semejanza con el de habitus, de Bourdieu. Ambos designan disposiciones profundas y duraderas, adquiridas durante el proceso de socialización, que dirigen la conducta del sujeto (Bourdieu diría del agente) en una dirección determinada. En el nivel micro-interaccional los códigos constituyen principios de selección y combinación de significados relevantes, de formas de realización de esos significados y de contextos evocadores. Bernstein produce un desplazamiento de estos conceptos al nivel macro-institucional y, al hacerlo, los significados relevantes se traducen en prácticas discursivas, las formas de realización en prácticas de transmisión y los contextos evocadores en prácticas de organización. Para poder derivar relaciones empíricas a partir de todos estos conceptos, que expresan la forma que en que se presenta el código en los diferentes niveles, Bernstein propone una reescritura de los mismos, produciendo un segundo tipo de desplazamiento, esta vez desde lo objetivo a lo subjetivo. Así, los significados relevantes se traducen en orientaciones hacia los significados, los contextos evocadores en prácticas de interacción especializadas y las formas de realización en producciones textuales. Con esta estrategia Bernstein pone en evidencia la forma en que lo macro se integra con lo micro y de qué manera lo estructural (lo objetivo) se manifiesta en la conciencia (lo subjetivo). En el Cuadro nº 1 se pueden observar estos desplazamientos desde lo objetivo a lo subjetivo en los diferentes niveles de análisis.
  • 188. Cuadro Nº 1: Desplazamiento de lo objetivo a lo subjetivo en los distintos niveles Veamos ahora qué implica el código en los distintos niveles. a) Los significados relevantes. Para Bernstein, los códigos tratan esencialmente de significados, constituyen combinaciones de significados. “[...] son un principio semiótico, no un principio lingüístico, son transportados por el lenguaje, pero no tienen su origen en éste. Encuentran su origen fuera del lenguaje, aunque el lenguaje se convierta en transmisor de los códigos. Por tanto, resulta muy importante demostrar las relaciones de poder intrínsecas a los significados relevantes [...] Significados relevantes serían definidos como relaciones referenciales privilegiantes y privilegiadas. Y el significado del significado es dado por el contexto”5 . Dicho en otros términos, los significados relevantes son los significados considerados legítimos en un contexto determinado. Hay un nexo entre código y contexto; diferentes contextos producirán diferentes significados, por lo tanto, el código también será distinto. Los códigos son los encargados de asegurar que ciertos significados sean privilegiados en un contexto dado. Pero estos mismos significados serán privilegiantes para el sujeto, confieren poder discursivo y status al hablante. La definición del significado legítimo es una cuestión de poder, por lo tanto, pertenece al sistema clasificatorio (estas relaciones se pueden observar en la parte izquierda de la Figura nº 1). Al tratarse de una cuestión de poder, regulada en consecuencia por el principio de clasificación, los significados relevantes (privilegiantes) son una función de las relaciones entre contextos (los significados varían de un contexto a otro). Los significados que son privilegiados (válidos, legítimos) en un contexto determinado son, en cambio, una función del sistema de control vigente dentro de ese contexto, por lo tanto, se relacionan con el principio de enmarcamiento (estas relaciones se pueden observar en la parte derecha de la Figura nº 1). Bernstein ilustra con un ejemplo la forma en que operan la clasificación y el enmarcamiento, dos principios cuyo significado precisaremos más adelante (el ejemplo que plantea se refiere a una situación que él estaba protagonizando como disertante durante el dictado de una conferencia). “[...] los significados ofrecidos aquí, en esta sala, pueden ser considerados privilegiantes, en el sentido de que el discurso es un lenguaje más bien extraño, no disponible para todo el mundo. Nos guste o no, por el hecho de estar aquí reunidos nos estamos, en cierto modo, privilegiando mutuamente, aunque las fuentes de esta situación proceden del exterior, de la estratificación de la sociedad. Y esas fuentes son exactamente aquellas en que privilegiante siempre será relaciones entre. Pero si es siempre relaciones entre, entonces privilegiante pertenece al sistema clasificatorio. Y lo que es privilegiado, los significados que son privilegiados, son una función del sistema de control en este contexto. En un contexto compuesto por personas, uno tiene sus disposiciones de control, no de poder, sino de control. De modo que eso es enmarcamiento. Las relaciones de control establecen, en este contexto, los tipos de significados que estoy ofreciendo; las relaciones de control son aquí de fuerte enmarcamiento. Si aquí tuviéramos enmarcamiento débil, mis significados serían muy diferentes. Todavía nos hallaríamos en una situación de generar significados privilegiantes, aunque lo que fuese privilegiado será una función del enmarcamiento”6.
  • 189. En este ejemplo, Bernstein pone de manifiesto la forma en que operan el poder y el control en una situación de comunicación pedagógica concreta. Él, en tanto disertante, es quien define cuáles son los significados que pondrá a disposición de sus oyentes. Éstos, por su parte, constituyen un público selecto, en el sentido de que están allí porque han adquirido una formación especializada que los lleva a interesarse por el tema de la conferencia y comprender su contenido. El hecho de tener dicha formación está asociado, por cierto, a su pertenencia a una clase social. Al escuchar el mensaje que transmite el disertante, ellos acceden a un conjunto de significados privilegiados en ese contexto y en virtud de esto, logran poder discursivo y un cierto status. Esos significados se convierten en privilegiantes para los destinatarios de la conferencia. Hasta aquí lo que opera, en términos de la teoría, es el principio de clasificación, puesto que se trata de una cuestión de poder (poder para seleccionar y transmitir los significados privilegiantes en ese contexto). El otro aspecto de la situación se refiere al hecho de que, en el contexto de la conferencia, los significados que se distribuyen son privilegiados, en el sentido que son los que el disertante, haciendo uso de su poder discursivo, define como legítimos y válidos dentro de ese contexto. Lo que cuenta en este caso es el control de la comunicación en el contexto de la conferencia, y quién ejerce ese control. Por lo tanto, lo que opera aquí es el principio de enmarcamiento. En este caso se trata de un enmarcamiento fuerte porque el control es ejercido exclusivamente por el disertante; es él quién define cuáles son los significados privilegiados en la conferencia. Los que reciben el mensaje no tienen ninguna posibilidad de participar en la definición de esos significados, ni en la forma en que serán puestos a disposición de los oyentes. b) Las ‘formas de realización’ Las ‘formas de realización’ de los significados son los procedimientos mediante los cuales los significados son hechos públicos por medio del lenguaje, los gestos, las posturas, etc. La realización equivale al cómo, tiene que ver, en consecuencia, con el sistema de control propio de un contexto determinado, puesto que se trata de la comunicación de significados. El cómo, dice Bernstein (1990), se ocupa de la articulación de los significados, su puesta en palabras; supone la selección del vocabulario, de la sintaxis, de los gestos, de las distancias. El cómo tiene que ver con la comunicación, en consecuencia, lo que opera es el principio de enmarcamiento. Así como la definición de los significados relevantes es una función del poder (regulada en consecuencia por el principio de clasificación), las formas de realización, dado que se refieren a la comunicación, son una función del control, por lo tanto, son reguladas por el principio de enmarcamiento. En materia de significados relevantes cuentan las relaciones entre contextos; en materia de comunicación de esos significados interesan las relaciones dentro de un contexto determinado. c) Los ‘contextos evocadores’ Los contextos evocadores son los ámbitos en que se produce la realización de los significados relevantes. Al respecto Bernstein dice lo siguiente: “El contexto actúa selectivamente sobre lo que puede decirse, cómo se dice y cómo es hecho público. La forma del contexto definirá qué es legítimo significar en dicho contexto. El contexto también definirá cómo se dirá. Qué palabras pueden y no pueden emplearse. Qué gestos pueden hacerse. Cuáles no. La postura corporal que se adopta. De modo que diferentes contextos producirán diferentes códigos, que, entonces, actuarán selectivamente sobre los significados y las realizaciones. De modo que hay un nexo entre códigos y contexto. Determinados códigos seleccionan determinados contextos y significados como relevantes e importantes”7. Para cada contexto hay significados legítimos y formas de realización apropiadas. Lo que puede decirse y hacerse en el ámbito de una conferencia no es lo mismo que aquello que está
  • 190. permitido decir y hacer en un concierto, una reunión familiar, una celebración entre amigos, un oficio religioso, etc., etc. Cada uno de esos contextos exige de nosotros un comportamiento diferente. Para poder producir la conducta adecuada en cada caso debemos dominar, necesariamente, los códigos correspondientes a los diferentes contextos. Quien incorporó los códigos posee las reglas de reconocimiento (que le permiten identificar el contexto y los significados relevantes en ese contexto) y las reglas de realización (que le permiten comportarse de la manera apropiada). El comportamiento de quien no incorporó los códigos correspondientes a un contexto dado aparece como ‘desubicado’, ‘fuera de lugar’; la conducta de esa persona no se ajusta a lo que se considera adecuado en ese contexto. 1.2 . Clasificación Bernstein adopta el concepto de clasificación de la obra de Durkheim sobre la división del trabajo en la sociedad. Como podemos observar en la Figura nº 1, la clasificación se vincula con el poder. Designa el poder para definir categorías y para establecer los límite entre las diferentes categorías. La clasificación es un principio que regula las relaciones entre categorías. No determina una categoría, sino sus relaciones con otras categorías; es un atributo de la relación entre categorías. Ella es, en consecuencia, una función de la distribución del poder, regula una particular división del trabajo social y la distribución jerárquica de las posiciones (categorías) en esa división. Estas categorías pueden ser agencias, agentes, discursos, prácticas. Cada categoría posee, según Bernstein, una ‘voz’ y un ‘mensaje’. La ‘voz’ correspondiente a la categoría ‘padre’, por ejemplo, es diferente de la que le corresponde a la categoría ‘hijo’. Aunque Bernstein no se expresa en estos términos, se podría asociar la idea de ‘voz de una categoría’ al concepto de status de la sociología tradicional, y la idea de ‘mensaje de una categoría’ al concepto de rol (Lista y Brigido, 2002). A esas ‘voces’ van asociados diferentes ‘mensajes’. La definición de la ‘voz’ de una categoría es función de la clasificación (porque se trata de una cuestión de poder), mientras que la definición de los ‘mensajes’ propios de esa categoría es una función del enmarcamiento (porque se trata de una cuestión de control), como veremos luego. Según Bernstein (1993), las relaciones de poder son las que establecen la ‘voz’ de una categoría, fijan necesariamente hitos de demarcación entre categorías, y procedimientos y reglas de reconocimiento. Estas reglas crean los medios para distinguir, y por lo tanto para reconocer, el carácter especial que constituye un contexto. Todo sistema clasificatorio tiene dos valores, uno fuerte (+C) y uno débil (-C). Una clasificación fuerte crea categorías claramente delimitadas, fuertemente aisladas entre sí, que generan prácticas muy especializadas y crean un espacio para el desarrollo de una identidad también especializada. Cuando la clasificación es fuerte, es imposible confundir a un padre con una madre. Una clasificación débil, en cambio, supone un aislamiento débil entre categorías, los límites entre las categorías no son claros. Las categorías se mezclan y las diferentes voces se confunden entre sí. Una clasificación débil da lugar a prácticas poco especializadas y a una identidad menos definida. Las relaciones entre categorías dependen de la fuerza de la clasificación, de la fuerza del aislamiento. Cuando esta fuerza cambia, se modifica la relación entre las categorías, lo cual implica, en definitiva, un cambio en las bases del orden social, es decir, en la división del trabajo y la distribución del poder en la sociedad. Como la clasificación es una función del poder, la fuerza de la clasificación refleja los principios que regulan la división del trabajo y la naturaleza de la jerarquía; establece, en el
  • 191. nivel objetivo, el orden y quién es el dueño de ese orden, tanto dentro de un contexto como entre diferentes contextos. En la clasificación fuerte, los principios y la jerarquía se hacen explícitos, en consecuencia, las relaciones de poder son también explícitas. En la clasificación débil, por el contrario, esas relaciones son implícitas, latentes. Las relaciones de poder existen, pero están enmascaradas. 1.3. Enmarcamiento Para construir este concepto, Bernstein se inspira en el interaccionismo simbólico. El enmarcamiento se vincula con el control, así como la clasificación lo hace con el poder, tal como se puede observar en la Figura nº 1. En toda división social del trabajo, las relaciones sociales, que generan un contexto comunicativo determinado, están sometidas a control social. Según Bernstein (1993), el enmarcamiento designa el principio que regula las prácticas comunicativas de las relaciones sociales entre transmisores y adquirentes, que dan lugar a la reproducción de los recursos discursivos. Este principio provee el modo de realización de un discurso, establece la forma en que será hecho público un mensaje y la naturaleza de las relaciones que son inherentes a ese mensaje. En síntesis, provee las ‘reglas de realización’, encargadas de regular la creación y producción de las relaciones internas especializadas de un contexto determinado. El enmarcamiento designa, en definitiva, dónde está localizado el control sobre las reglas de comunicación. Estas reglas deben ser aprendidas para que uno pueda operar en el enmarcamiento. No hay una transmisión explícita de estas reglas, hay que deducirlas del contexto de la relación, hay que ‘hallarlas’, están implícitas en la relación. Una vez adquiridas se convierten en reglas de competencia comunicativa. Quienes han adquirido las reglas de realización están en condiciones de producir el texto adecuado en un contexto determinado. Al incorporar el principio de enmarcamiento, y las reglas de realización que son inherentes a él, se produce la adquisición del ‘mensaje’ legítimo, que anuncia, que realiza una ‘voz’ en ese contexto. Al igual que la clasificación, el enmarcamiento puede adquirir dos valores, fuerte (+E) y débil (-E), que varían independientemente. Los valores fuertes sitúan las fuentes de control de la comunicación en el transmisor, mientras que los débiles lo hacen en el adquirente. En el caso de la relación pedagógica importa quién ejerce el control sobre la selección, secuencia, ritmo y criterios del conocimiento que será adquirido. Cuando el enmarcamiento es fuerte, el control se sitúa en el transmisor, es decir, en el docente; cuando es débil, al control lo tiene (aparentemente) el alumno. En los contextos donde predomina un enmarcamiento débil, la fuente de control no desaparece, sino que permanece oculta, latente. Las relaciones sociales en un contexto con enmarcamiento débil pueden ser altamente manipuladoras porque hace parecer que el control es ejercido por el alumno, pero quien lo tiene efectivamente es el docente. Bernstein llama la atención sobre este hecho cuando se refiere a la ‘pedagogía invisible’. En las instituciones educativas, el enmarcamiento regula la práctica pedagógica, o sea, el cómo de la transmisión, mientras que la clasificación regula el qué, es decir, el contenido, o sea, el curriculum. El principio de comunicación selecciona la secuencia, el ritmo y los criterios de la comunicación pedagógica. El enmarcamiento débil enmascara el poder, crea la ilusión de que el espacio de control de la comunicación es absolutamente negociable, pero éste nunca puede ser el caso porque los transmisores (los docentes) son una categoría
  • 192. especializada diferente. En la práctica pedagógica, el control crucial es el que se ejerce, precisamente, sobre el ritmo y la tasa de adquisición esperada. 1.4. Modalidades del código Las precisiones conceptuales realizadas en los párrafos precedentes nos permiten comprender ahora, de manera más acabada, el concepto de código, sus modalidades, sus relaciones con el poder y el control y, finalmente, la forma en que el nivel macro institucional se traduce en el nivel micro, es decir, el de la producción textual. En el código se reúnen el poder y el control, categorías que solamente se pueden distinguir con fines analíticos puesto que en el plano empírico están imbricadas entre sí. El poder provoca rupturas, produce marcadores en el espacio social, opera sobre relaciones entre categorías, establece relaciones legítimas de orden social. El control regula la comunicación, establece formas de comunicación legítimas, adecuadas a las diferentes categorías y contextos. Transmite las relaciones de poder dentro de cada categoría y socializa al individuo en esas categorías. Vehiculiza el poder de reproducción y el potencial para su modificación. En la medida que se adquieren los principios de comunicación, uno es socializado en los principios de clasificación. El control se refiere a la práctica de una categoría. Son las reglas de comunicación por medio de las cuales una categoría se relaciona con otra. El aprendizaje del código implica la adquisición de los principios de clasificación y enmarcamiento y, por ende, de las reglas de reconocimiento y de realización. La regla de reconocimiento (clasificación) permite diferenciar los contextos y los significados relevantes a esos contextos, lo habilita a uno para escoger el significado relevante en la ocasión relevante. La regla de realización (enmarcamiento) permite seleccionar las prácticas adecuadas para ese contexto, lo que se espera del sujeto en ese contexto; lo ayuda a uno a escoger la comunicación o la práctica relevante. Estas reglas subyacen a todas las relaciones sociales, son muy difíciles de explicar pero cada uno sabe cuándo ellas son violadas. Definen lo que cuenta como conducta aceptable. La socialización en un código, dice Bernstein, implica la conformación de la conciencia en una ideología. Las modalidades del código derivan de los valores (fuerte o débil) que toman la clasificación y el enmarcamiento. De acuerdo a las reglas de clasificación y enmarcamiento propias de una agencia transmisora, Bernstein define dos modalidades, el código elaborado y el código restringido, que caracteriza de la siguiente manera: “[El código elaborado] se caracteriza por un orden de significados universalistas, cuyos principios y operaciones son hechos explícitos y que, estando desligado del contexto, da al hablante una posibilidad de distanciamiento, y por tanto, de reflexividad; los hablantes de un código elaborado tienden a ser conscientes de las diferencias individuales y a tener roles menos formalizados [...] [El código restringido] se caracteriza por un orden de significación particularista, en el que los principios y operaciones son mantenidos implícitos dado que las significaciones estrechamente ligadas al contexto no requieren de mucha verbalización; los hablantes de un código restringido tienden a tener roles comunitarios y no son muy conscientes de las diferencias individuales”8. Bernstein sostiene que las modalidades del código tienen un origen de clase: el código elaborado es propio de las clases media y alta, el restringido de la clase obrera. A raíz de esta asociación, la teoría de Bernstein fue acusada de ser una teoría del déficit. Él rechazó siempre esta acusación y sostuvo que las diferencias de código son diferencias culturales, no de formas de inteligencia, cualquiera sea la definición de inteligencia que se adopte. Los códigos, dice Bernstein (1990), no afectan las competencias, más bien regulan los
  • 193. rendimientos. Dado que todos somos socializados en el interior de una clase social, en ese proceso adquirimos el código propio de esa clase, es decir, nuestra conciencia subjetiva responde a ese código. Ello implica que nuestras orientaciones hacia los significados serán elaboradas o restringidas, dependiendo del código de la clase en la que fuimos socializados. A nivel macro, la oposición entre ambas modalidades del código es una oposición entre modalidades de solidaridad social9 engendradas por la clase social. Un código elaborado corresponde a la solidaridad orgánica (el yo predomina sobre el nosotros, los principios de diferenciación sobre los de identidad). Un código restringido corresponde a la solidaridad mecánica (el nosotros predomina sobre el yo, los principios de identidad o similitud sobre los de diferenciación). El Cuadro nº 2, propuesto por Bernstein en uno de sus últimos libros, sirve para ilustrar la forma en que él concibe las relaciones entre los principales conceptos de su propuesta y cómo se produce el desplazamiento del nivel micro al nivel macro. Las posibilidades que la propuesta de Bernstein abre para el análisis de las prácticas pedagógicas son muy interesantes; permite explicar, entre otras cosas, la forma en que el discurso pedagógico influye en la producción y reproducción del orden social. Cuadro nº 2: De micro a macro10 2. El dispositivo pedagógico y sus reglas Bernstein dedicó los últimos tiempos de su trabajo científico a resolver una compleja pregunta: “¿existen algunos principios generales subyacentes a la transformación del conocimiento en la comunicación pedagógica, con independencia de que el conocimiento sea intelectual, práctico, expresivo, oficial o local?”. Para responder esta pregunta consideró necesario contar con modelos teóricos capaces de generar descripciones específicas de la práctica pedagógica, entendida ésta como un “contexto social fundamental a través del cual se realiza la reproducción y la producción culturales”11. Bernstein no se pregunta acerca del contenido del mensaje pedagógico, su base institucional e ideológica; lo que le interesa explorar son las posibilidades de construir el carácter sociológico del conocimiento oficial o local, la gramática social, los principios que rigen la pedagogización del conocimiento y que hacen posible la comunicación pedagógica. Para ello se centra rígidamente en las reglas subyacentes que configuran la construcción social del discurso pedagógico y sus diversas prácticas. Estas reglas constituyen lo que Bernstein denomina dispositivo pedagógico, al que define, por analogía con el dispositivo lingüístico, como un conjunto de reglas formales que gobiernan la comunicación pedagógica que el dispositivo hace posible. Así, el dispositivo pedagógico
  • 194. actúa de manera selectiva sobre el potencial de significado, regula continuamente el universo ideal de significados pedagógicos potenciales, restringiendo o reforzando sus realizaciones. Las reglas del dispositivo participan esencialmente en la distribución de formas de conciencia y en las limitaciones que se les imponen (Bernstein, 1998). La Figura nº 2 muestra las reglas formales constitutivas del dispositivo pedagógico, las relaciones de esas reglas con la estructura sociológica (poder, conocimiento y conciencia), y los campos (de producción, recontextualización y reproducción del discurso) y los procesos (creación, transmisión y adquisión) a que dan lugar. Figura nº 2: El dispositivo pedagógico y sus estructuraciones. Relaciones clave del modelo12 A pesar de que Bernstein establece un paralelo entre el dispositivo pedagógico y el lingüístico, y entiende que ambos se convierten en lugares de apropiación, conflicto y control, reconoce una cualidad fundamental en el primero de la que carece el segundo: es posible obtener un resultado, una forma de comunicación que puede subvertir las reglas fundamentales del dispositivo y con ello, subvertir el orden social (Bernstein, 1998). Las formas de realización del dispositivo pedagógico están sujetas a una serie de reglas relacionadas entre sí de manera jerárquica: reglas distributivas (RD), reglas de recontextualización (RR) y reglas de evaluación (RE). Estas reglas varían con el contexto y no están libres de ideología. Por lo tanto, están implicadas en la distribución de, y en la coerción sobre, diferentes formas de conciencia. Una breve referencia a estas reglas nos permitirá comprender las relaciones de subordinación a las que aludíamos antes y situar el discurso pedagógico como una de las reglas constitutivas del modelo propuesto por Bernstein. a) Reglas distributivas Ocupan el primer lugar en la jerarquía, son las reglas dominantes, por lo tanto, a ellas se subordinan las otras dos. Regulan la relación entre el poder, los grupos sociales, las formas de conciencia y las prácticas. Ellas distribuyen formas de conciencia a través de la distribución de diferentes formas de conocimiento; definen el discurso pedagógico legítimo, es decir, lo que puede ser transmitido, a quiénes puede ser transmitido y bajo qué condiciones, y establece los límites de ese discurso. Las reglas distributivas diferencian y estratifican el conocimiento y hacen lo propio con los sujetos que tienen acceso a ese conocimiento.
  • 195. Bernstein distingue dos clases de conocimiento cuyo contenido varía histórica y culturalmente: una clase de conocimiento esotérico (lo impensable, dominado sólo por agentes especializados) y una clase de conocimiento mundano (lo pensable, accesible a todos). Las reglas distributivas son las que regulan quiénes tienen acceso a lo impensable. Estas reglas se traducen sociológicamente en el campo de producción del discurso. Hablando en sentido sociológico, las reglas distributivas crean un campo especializado de acceso y controles especializados de poder. En las sociedades modernas el control y la gestión de lo impensable radica esencialmente en los niveles superiores del sistema educativo (Bernstein, 1998). b) Reglas de recontextualización Estas reglas constituyen el discurso pedagógico específico, tratan de fijar los límites interiores y exteriores del discurso legítimo. El discurso pedagógico se basa en las reglas que crean las comunicaciones especializadas mediante las cuales se seleccionan y crean los temas pedagógicos. En otras palabras, este discurso selecciona y crea los temas pedagógicos especializados a través de sus propios contextos y contenidos. El discurso pedagógico es una regla recontextualizadora, y como tal, se encuentra subordinada a las reglas distributivas. Regula la selección, la secuencia, el ritmo de la transmisión educativa; asegura que ésta no responda a las características internas de las competencias que se quieren transmitir, sino que se subordine a principios de orden moral. Con ello quiere decir que son las relaciones de poder las que, en definitiva, definen el discurso pedagógico y, por su intermedio, regulan las formas de conciencia. c) Reglas de evaluación Con estas reglas Bernstein resuelve un nuevo problema: transformar el discurso pedagógico en práctica pedagógica. Las reglas de evaluación constituyen la práctica pedagógica; regulan la adquisición del discurso pedagógico. Son las que aseguran que un ‘texto’ se inserte en un contexto, permiten que cada adquirente (el alumno) se posicione de manera diferenciada frente al discurso y la práctica pedagógica legítima. Bernstein explica la transformación del discurso pedagógico en práctica pedagógica de la siguiente manera: “En el nivel más abstracto, el discurso pedagógico especializa el tiempo, el texto y el espacio y los une en una relación mutua. En consecuencia, el discurso pedagógico especializa los significados con respecto al tiempo y al espacio. Este discurso puede construir relaciones categoriales fundamentales cuyas consecuencias afectan el nivel cultural más profundo. De este nivel hacia abajo, todo tiene consecuencias cognitivas y culturales. Este nivel de especialización del tiempo, del texto y del espacio nos marca cognitiva y culturalmente. Todo discurso pedagógico distribuye el tiempo, lo serializa, introduce en él rupturas que a veces son muy fuertes. El tiempo es transformado en edad [...] El texto se transforma en contenido y el espacio en contexto específico [...] Por último podemos transformar la edad, el contenido y el contexto haciéndolas pasar al nivel de las relaciones sociales y las características fundamentales de la comunicación. La edad se transforma en adquisición. El contenido en evaluación. El contexto en transmisión”13. En síntesis, lo que hace la práctica pedagógica es especializar el ‘texto’ en contenidos, el tiempo en secuencias de edad para la adquisición de esos contenidos y el espacio en contextos de transmisión/adquisición apropiados (Escotet, 1996). La Figura nº 3 presenta esta secuencia de transformaciones del discurso pedagógico en práctica pedagógica. La reglas de evaluación condensan el significado de la totalidad del dispositivo (distribución del poder, distribución del conocimiento y conciencia). La finalidad del dispositivo es, en definitiva, proporcionar una regla simbólica general para la conciencia. En este punto, a nivel estructural, Bernstein sitúa los orígenes del dispositivo pedagógico en el campo religioso. En la sociedad primitiva la religión era el sistema que definía la separación entre los profano y lo
  • 196. sagrado, entre lo prosaico y lo trascendental, en definitiva, era el sistema que controlaba el acceso a lo impensable (el acceso a lo impensable otorga poder). En las sociedades modernas, el que cumple esta función es el dispositivo pedagógico. Siguiendo a Weber, Bernstein establece una homología entre el campo religioso y el campo pedagógico. Cada campo está constituido por tres posiciones que mantienen entre sí relaciones de oposición y de complementariedad, y la regla es que un individuo solamente puede ocupar una posición a la vez. En el campo religioso esas posiciones son las siguientes: los profetas, que son los encargados de producir el conocimiento; los sacerdotes, que son quienes lo transmiten, por lo tanto, cumplen el papel de recontextualizadores o reproductores de ese conocimiento; y los laicos, a quienes compete adquirirlo. En el campo pedagógico, los profetas son los científicos (producen el conocimiento), los docentes cumplen el papel de los sacerdotes (transmiten el conocimiento) y los alumnos el de los laicos (son los ‘adquirentes’, los que se apropian del conocimiento que ha sido recontextualizado por los docentes). Según Bernstein, hay una afinidad natural entre el ‘sacerdote’ y el ‘laico’, y una oposición natural entre el ‘sacerdote’ y el ‘profeta’. Figura nº 3: Reglas de evaluación. Traducción del discurso pedagógico en práctica pedagógica14 3. El discurso pedagógico, una regla de recontextualización En la propuesta de Bernstein, el discurso pedagógico, más que un discurso, es un principio por el cual otros discursos son apropiados y colocados en una relación especial entre sí, con el objeto de su transmisión y adquisición selectivas. Este principio recontextualizador regula la circulación y el reordenamiento de otros discursos, pero no puede ser confundido con los discursos que él ha recontextualizado. En este sentido, el discurso pedagógico, más que un discurso, es “un principio para descolocar un discurso, recolocarlo y recentrarlo de acuerdo con su principio propio”15. El discurso pedagógico es uno solo, aunque contenga en sí dos discursos, uno de carácter instrumental y otro de carácter expresivo o moral. Lo define en los siguientes términos: “En principio definiré el discurso pedagógico como una regla que engloba y combina dos discursos; un discurso técnico
  • 197. que vehiculiza destrezas de distintos tipos y las relaciones que las unen y un discurso de orden social. El discurso pedagógico incluye: por una parte, reglas que crean destrezas de uno y otro tipo y reglas que regulan sus relaciones mutuas, y por otra, reglas que crean un orden social”16. Así definido, el discurso pedagógico está constituido por un conjunto de reglas de recontextualización que fijan los límites exteriores e interiores del discurso legítimo; crean las comunicaciones especializadas mediante las cuales se seleccionan y crean los temas pedagógicos. Estas reglas engloban y combinan un discurso de orden social y un discurso de orden técnico que crea habilidades especializadas y las relaciones entre ellas. El primero es el discurso regulativo (DR), transmite actitudes y valores y es el discurso dominante. El segundo, denominado discurso instruccional (DI), tiene carácter instrumental y se encuentra inmerso en el discurso regulativo, está subordinado a él17. Mientras el discurso instruccional crea competencias, habilidades, destrezas, etc., orientadas a mejorar el desempeño del sujeto en campos de actividad específicos, el discurso regulativo crea orden, relaciones e identidad; sus reglas establecen e inculcan algún tipo de control y de disciplina. ¿Por qué el discurso instruccional está subordinado al discurso regulativo? Simplemente, porque no hay instrucción sin orden. Y es precisamente el discurso regulativo el que define las reglas del orden social en la escuela. Es el que establece, en definitiva, el orden presente en el discurso pedagógico. Es decir, establece los criterios para la selección de los contenidos y sus relaciones, la forma en que serán transmitidos, el momento en que serán desarrollados, etc., etc. Las decisiones que se adoptan respecto de todo esto, no responden primordialmente a la lógica intrínseca a los conocimientos que se imparten en la escuela; se fundan más bien en teorías de la instrucción que no son meramente instrumentales, sino valorativas, porque encierran un modelo de maestro, un modelo de alumno, un modelo de relación pedagógica. El discurso pedagógico, aunque contiene dos discursos, es en realidad uno solo. En consecuencia, la distinción entre discurso regulativo y discurso instruccional es meramente analítica. Pero hacer esta distinción resulta fundamental para comprender los diferentes procesos que tienen lugar en el interior de las instituciones educativas. En ellas tienen lugar procesos que implican relaciones e influencias recíprocas entre los dos discursos. Como hemos visto, Bernstein destaca que el discurso regulativo tiene preeminencia respecto del discurso instruccional porque establece las reglas del orden social. Desde este punto de vista, el discurso regulativo cumple dos funciones fundamentales: i) crea los criterios que dan lugar al carácter, las maneras de actuar, las posturas del sujeto; indica al estudiante la conducta apropiada y legítima, el texto adecuado, en un determinado contexto; y ii) regula la selección del discurso instruccional, y define la secuencia, el ritmo y los criterios en que éste será transmitido; provee las reglas internas de este discurso. El discurso instruccional, en cambio, supone la transmisión de conocimientos (matemática, lengua, física, ciencias sociales, por ejemplo), y el desarrollo de una serie de habilidades especializadas que se consideran imprescindibles para el desempeño del individuo en diferentes campos de actividad (capacidad de análisis, de síntesis; habilidad para el desarrollo de tareas complejas, para resolver problemas; destrezas manuales; etc., etc.). En la práctica, el estudiante, por su simple participación en la multiplicidad de procesos de interacción que tienen lugar en la institución educativa (con los docentes, con sus pares, con el personal de apoyo administrativo), a medida que adquiere conocimientos y competencias específicos, incorpora reglas de conducta que determinarán, en gran parte, su manera de ‘ser’ y de ‘comportarse’, es decir, va desarrollando una forma de conciencia, una identidad subjetiva. En definitiva, ambos
  • 198. discursos, el regulativo y el instruccional, intervienen en la formación de la conciencia, pero el primero es el dominante. Es importante destacar que el discurso regulativo es el más ‘silencioso’ de los dos discursos, el más difícil de identificar porque no es objeto de una formulación explícita como el discurso instruccional. El discurso regulativo se transmite a través de conductas, de prácticas concretas dentro y fuera del aula, no de formulaciones verbales. Las prácticas que importan son lo que Bernstein denomina prácticas discursivas, prácticas de transmisión y prácticas de organización. Muchos sociólogos se refieren al discurso regulativo en términos de ‘curriculum oculto’18, por oposición al ‘curriculum explícito’ que se objetiva en planes y programas de estudio. El discurso regulativo es un discurso que opera a mayor nivel de profundidad y, precisamente por esto mismo, tiene una enorme eficacia sobre la conducta del sujeto del aprendizaje, pero la tiene también sobre la conducta de los agentes de la transmisión. Generalmente, el docente no es consciente de que su rol va más allá de la mera instrucción (transmisión de conocimientos y desarrollo de competencias) y la evaluación de los alumnos. Generalmente, él no piensa que a medida que hace todo esto, inculca maneras de pensar, de actuar y de mirar la realidad que tienen tanto mayor impacto sobre la conducta de los alumnos cuanto mayor es la ‘autoridad pedagógica’ y el ‘dominio simbólico’, como dirían Bourdieu y Passeron (1981), que el docente ejerce sobre ellos. Por último, Bernstein señala que el discurso pedagógico, en tanto principio de recontextualización de otros discursos, crea, a su vez, campos recontextualizadores y agentes con funciones recontextualizadoras que practican ideologías. Los agentes recontextualizadores (los docentes) operan una selección de los contenidos que van a ser transmitidos, establecen las relaciones entre éstos y otros contenidos, y definen la secuencia y el ritmo de la transmisión pedagógica. Estas decisiones no son ideológicamente neutras. En tanto agentes de recontextualización tienen, por lo tanto, un papel de primer orden en la reproducción y la producción del orden social y de la cultura. 4. Los códigos del conocimiento educativo Al aplicar la idea de código a la transmisión educativa que tiene lugar en las escuelas, Bernstein trata de demostrar que la organización (curriculum), la transmisión (pedagogía) y la evaluación (evaluación) del conocimiento están íntimamente relacionadas con los patrones de autoridad y de control social vigentes en la sociedad. En consecuencia, las disputas en torno al curriculum son disputas o conflictos entre diferentes concepciones del orden social y por lo tanto, tienen carácter moral19. Los códigos del mensaje educativo comprenden tres sistemas de mensajes: el curriculum, la pedagogía y la evaluación. Los tres forman un todo y deben ser tratados como un todo, solamente se los puede separar con fines estrictamente analíticos. 4.1. El curriculum Para definir al curriculum Bernstein toma dos elementos principales: contenidos y tiempo. Dice al respecto: “definiré un curriculum en términos del principio por el cual ciertos períodos de tiempo y sus contenidos son puestos en una relación especial unos con otros”20. La cuestión de las relaciones entre estos dos elementos -tiempo y contenidos- adquiere un
  • 199. significado fundamental porque da lugar a diferentes tipos de curricula. La primera relación que interesa es la que se establece entre el tiempo y el contenido. Todo curriculum implica unidades de tiempo durante las cuales son desarrollados determinados contenidos. A la transmisión de algunos contenidos se otorga mayor cantidad de tiempo que a la transmisión de otros; esto está en función de la importancia que se les asigna dentro del plan de estudios correspondiente. Por otra parte, hay contenidos que son obligatorios y otros que son optativos u opcionales para el alumno. Desde una perspectiva sociológica, el hecho de que unos contenidos sean obligatorios, y a su desarrollo se destine mayor cantidad de tiempo está indicando que dichos contenidos tienen un mayor status relativo dentro del plan de estudios de que se trata. Podríamos decir que son los contenidos que se consideran ‘fundamentales’, aquellos que necesariamente deben ser incorporados por la totalidad de los alumnos (por ejemplo, matemática y lengua en la escuela primaria común son más importantes que música, plástica o gimnasia). En cualquier curriculum es posible descubrir esta relación entre tiempo y contenido, y determinar, por lo tanto, cuáles son las asignaturas importantes y cuáles las que no lo son tanto. Los propios alumnos advierten este hecho a poco de transitar su carrera escolar en los diferentes niveles del sistema educativo. Una segunda relación importante es la que se establece entre contenidos. En algunos casos, los límites entre las diferentes asignaturas son claros y los contenidos se pueden aislar perfectamente unos de otros. Pero también puede ocurrir que esos límites sean difusos y los contenidos mantengan una relación muy estrecha entre sí, al punto que no sea posible diferenciarlos claramente. En el primer caso estamos frente a lo que Bernstein denomina curriculum de colección, en el segundo, frente a un curriculum integrado. El curriculum de colección se caracteriza porque los contenidos de alto status mantienen una relación cerrada entre sí, es decir, están claramente delimitados y separados unos de otros. “Aquí, el estudiante debe acumular un grupo especialmente favorecido de contenidos para satisfacer algún criterio externo: quizá, pero no siempre, un examen público. Puede haber, por cierto, un concepto subyacente a la colección, por ejemplo, el de gentleman, el de hombre educado, el de hombre especializado, el de hombre no profesional”21. En el curriculum integrado, en cambio, los distintos contenidos mantienen una relación abierta unos con otros, no existen límites definidos entre ellos. Hay por cierto diferentes grados de integración; en el extremo, la máxima integración supone que no hay períodos de tiempo definidos para el desarrollo de los diferentes contenidos, y éstos están subordinados a alguna idea central de la cual forman parte y reduce el aislamiento entre ellos. Como hemos visto antes, la definición de los contenidos de la comunicación educativa (el curriculum) es una cuestión de poder, por lo tanto, es regulada por el principio de clasificación. En el curriculum de colección la clasificación es fuerte, mientras que en el integrado es débil. La clasificación fuerte supone no solamente que los contenidos mantienen entre sí un alto grado de aislamiento, sino también que la formación que resulta de la exposición a este tipo de curriculum es altamente especializada. Es decir, se aprenden pocas cosas, pero en profundidad, y el alumno debe dar cuenta de sus resultados en un proceso de evaluación permanente. El último misterio de la asignatura se descubre al final de una larga carrera y no todos tienen la posibilidad de acceder a esto. Aquí el conocimiento tiene carácter sagrado, es muy similar a una propiedad privada y diferencia jerárquicamente a quienes han logrado incorporarlo. En cambio, en la clasificación débil propia del curriculum integrado se pone más énfasis en la educación en amplitud, y no tanto en la profundidad. Esta educación
  • 200. se basa en principios generales y está menos centrada en la evaluación. Se privilegian los modos de conocer (los procesos) en detrimento de los estados de conocimiento (los resultados). 4.2. La pedagogía La pedagogía alude a la forma legítima de transmisión del conocimiento, es decir, al ‘cómo’ de la comunicación educativa. Obviamente, el tipo de organización del conocimiento, es decir el curriculum, afecta la forma en la cual el mismo será transmitido, es decir, la práctica pedagógica, entendida ésta como “un dispositivo exclusivamente humano tanto para la reproducción como para la producción de la cultura”22. Toda práctica pedagógica supone una relación social básica sujeta a una lógica interna que, según Bernstein, es regulada por tres reglas fundamentales: reglas de jerarquía, reglas de secuencia y ritmo, y reglas de criterio. A la primera la considera una regla reguladora, por lo tanto, tiene preeminencia sobre las otras dos, a las que considera reglas discursivas o de instrucción. Ambas, la regla regulativa y las discursivas, atienden a las relaciones entre transmisores y adquirentes; estas relaciones son, esencial e intrínsecamente, asimétricas. Pueden darse diversas estrategias para disfrazar, enmascarar, ocultar la asimetría, y la comprobación de ésta puede resultar muy compleja, pero ello no implica que no exista (Bernstein, 1993). La ‘reglas jerárquicas’ aluden a la definición de qué significa ser transmisor y qué ser adquirente. Se aprende a ser una cosa y otra. “El proceso de aprender cómo hacerse transmisor supone la adquisición de las reglas de orden social, carácter y modales sociales que se convierten en la condición para una conducta apropiada en la relación pedagógica. Estas reglas son el prerrequisito de toda relación pedagógica. En cualquier relación de este tipo, las reglas de conducta pueden permitir, en distintos grados, la aparición de un espacio para la negociación. Estas reglas de conducta, que llamaremos aquí reglas jerárquicas, establecen las condiciones de orden social, de carácter, de modales”23. Las reglas jerárquicas, es decir las que determinan la forma jerárquica de la transmisión, establecen las pautas de conducta, pueden ser explícitas o implícitas. Si son explícitas, las relaciones entre el transmisor y el adquirente no son ambiguas, está muy claro quién tiene el poder en la relación; la subordinación del alumno al maestro está claramente establecida. Cuando son implícitas, el adquirente parece tener mayor control sobre la regulación de la comunicación y la de sus propios movimientos y actividades. Cuanto más implícita sea la jerarquía, más difícil será distinguir al transmisor. Bernstein sostiene que, esencialmente, las jerarquías implícitas enmascaran las relaciones de poder. Las reglas jerárquicas son reguladoras, por lo tanto son las fundamentales en la comunicación pedagógica puesto que toda la educación es intrínsecamente una actividad moral que articula la ideología, o ideologías dominantes del grupo o grupos dominantes. Las ‘reglas de secuencia y ritmo’ regulan la progresión de la transmisión en el tiempo. Unas cosas deben ir antes y otras después, hay un progreso que supone, también, un ritmo en el proceso de transmisión. El ritmo se refiere a la tasa de adquisición esperada, es decir, cuánto se debe aprender en un tiempo determinado. Estas reglas también pueden ser explícitas o implícitas. En el primer caso se conoce perfectamente qué se espera que aprenda cada uno, según su edad, sexo, etc. El alumno es consciente de cuáles son las expectativas
  • 201. institucionales respecto de sus niveles de adquisición y progresión, y cuáles son los signos que indican esos niveles. Cuando las reglas son implícitas, el alumno nunca sabe qué se espera de él, solamente lo sabe el transmisor, es el único que conoce las reglas. Las ‘reglas de criterio’ establecen los criterios con base en los cuales se evalúa la conducta propia y la de los demás. Hay criterios que se supone asimilará el adquirente, aplicándolos a su propia práctica y a la de los otros. “En toda relación docente, lo esencial consiste en evaluar la competencia del adquirente. Evaluamos si los criterios puestos a su disposición se alcanzan, ya se trate de criterios reguladores sobre el orden social, el carácter y los modales, o instructivos y discursivos: cómo se resuelve este o ese problema, o se realiza una muestra aceptable de escritura o de habla”24. Estas reglas también pueden ser explícitas o implícitas, múltiples y difusas. Las reglas explícitas permiten al alumno conocer de manera permanente qué errores ha cometido, qué le falta a su producción para ser aceptable o correcta. Si las reglas son implícitas, el único que las conoce es el docente y el alumno nunca es consciente de por qué su producción ha sido aceptada o rechazada. “Es como si esta práctica pedagógica crease un espacio en el que el adquirente pudiera crear su texto en condiciones de limitaciones externas en apariencia mínimas y en un contexto y relación social que parecen muy favorables para el texto ‘espontáneo’ que ofrece el adquirente”25 . Sobre la base de estas reglas, y su carácter implícito o explícito, Bernstein distingue dos tipos de prácticas pedagógicas, las visibles y las invisibles. La pedagogía visible es creada por jerarquías explícitas, reglas de secuencia explícitas y criterios específicos y también explícitos. A esta pedagogía le corresponde, generalmente, una clasificación fuerte. La pedagogía invisible es creada por jerarquías implícitas, reglas de secuencia implícitas y criterios implícitos y le corresponde una clasificación débil. Sin embargo, una clasificación débil no da lugar, necesariamente, a un enmarcamiento débil. Cabe señalar que el carácter de visible o invisible de las reglas, tanto de orden regulativo como instruccional, tiene validez solamente para el adquirente. Para el transmisor son siempre visibles. Por último, la pedagogía visible siempre pondrá el énfasis en el desempeño del alumno, en el texto que éste ha creado y la medida en que dicho texto cumple los criterios del caso; con base en esto, separa y estratifica a los alumnos. La pedagogía invisible, en cambio, lo hará sobre los procesos internos del adquirente (cognitivos, afectivos, motivacionales, lingüísticos); no le interesa comparar el producto con un standard preestablecido y asignar una nota o un puntaje. En consecuencia, las prácticas pedagógicas invisibles no producen separación, no estratifican a los alumnos. Bernstein pone de relieve una cuestión fundamental cuando se refiere a las prácticas pedagógicas visibles e invisibles: su relación con la clase social. Desde su punto de vista, la misma distribución de poder puede ser reproducida por modalidades de control aparentemente opuestas. No hay una relación uno a uno entre una distribución de poder determinada y la modalidad de control a través de la cual es transmitida. Las prácticas pedagógicas, que son transmisores culturales de la distribución del poder, sean visibles o invisibles, descansan sobre supuestos de clase social que acarrean consecuencias para aquellos niños que son capaces de explotar las posibilidades de estas prácticas pedagógicas. “Los supuestos de una pedagogía visible van a ser más probablemente satisfechos por aquella fracción de la clase media que tiene una directa relación con la economía (producción, distribución y circulación del capital), junto con aquellos cuyas profesiones están vinculadas a la empresa, por ejemplo la abogacía. Mientras que los supuestos de una pedagogía invisible serán más probablemente satisfechos por aquella fracción de la clase media que tiene una relación directa no con la economía sino con el control simbólico, y que trabaja en agencias especializadas de control simbólico, usualmente ubicadas en el sector público. Para ambas fracciones, la educación es un medio crucial de reproducción cultural y
  • 202. económica aunque tal vez lo es menos para aquella fracción relacionada con la economía”26. 4.3. La evaluación La evaluación es lo que cuenta como verificación válida del conocimiento. En ella se unen el curriculum y la pedagogía; no es independiente de estos dos mensajes y la manera en que se lleva a cabo está condicionada por ellos. En las pedagogías visibles, la evaluación atiende al producto externo del aprendizaje; los alumnos deben dar cuenta del cumplimiento de los criterios establecidos y reciben una puntuación dentro de una escala que les permite tener un cierto control sobre los resultados de su aprendizaje. Como la pedagogía invisible pone más énfasis en los procesos que en el producto, y el alumno no tiene acceso a los criterios con base en los cuales es evaluado, le resulta difícil saber cuándo ha satisfecho los criterios y cuál es el grado de avance que ha logrado en sus aprendizajes. Cuadro nº 3: Modalidades de los códigos del conocimiento educacional
  • 203. En el Cuadro nº 3 hemos tratado de sintetizar las principales características de las dos modalidades de código a las que se refiere Bernstein en su propuesta, y las características que adquieren el curriculum, la pedagogía y la evaluación en ellos. Planteamos también su manifestación a nivel de la organización de la institución educativa y los problemas de orden social que cada una de esas modalidades plantea. Como se puede observar en el cuadro, Bernstein presenta estas modalidades como tipos polares, pero su objetivo no es elaborar una tipología. En la realidad concreta se pueden dar combinaciones que dan lugar a múltiples posibilidades.
  • 204. 5. Algo más sobre los códigos del conocimiento educativo Con cierta frecuencia se suelen identificar los tipos de código del conocimiento educativo (integrado y de colección) con los tipos de curriculum, sin advertir que el curriculum es uno de los mensajes de dicho código, junto con la pedagogía y la evaluación. Para dejar bien en claro este punto nos parece importante recuperar algunas consideraciones de Bernstein sobre esta cuestión27. En primer lugar, el código se expresa en su nivel más general por la relación que hay entre la clasificación y el enmarcamiento. Estos conceptos son utilizados para analizar la estructura subyacente de los tres sistemas de mensajes, curriculum, pedagogía y evaluación, que son expresiones del código de conocimiento educativo. Cuando se trata del curriculum, lo que adquiere relevancia es la clasificación, cuando nos referimos a la pedagogía ponemos énfasis en el enmarcamiento (o marco de referencia); en la evaluación se condensan los dos principios. “Las diferencias dentro, y entre, los códigos de conocimiento educativo desde la perspectiva desarrollada aquí, radican en las variaciones en la fuerza y en la naturaleza de los procedimientos de mantenimiento de los limites, tal y como éstos aparecen en la clasificación y en el marco de referencia del conocimiento. Puede verse que la naturaleza de la clasificación y del marco de referencia afecta a la estructura de la autoridad/poder que controla la diseminación del conocimiento educativo y la forma del conocimiento transmitido. De este modo, los principios del poder y del control social se expresan a través de los códigos de conocimiento educativo y, por medio de los códigos, moldean y acceden a la conciencia”28. En segundo lugar, si bien en Bernstein se advierte una cierta valoración positiva del código integrado (por lo tanto, del curriculum integrado y la pedagogía invisible) y, en alguna medida, celebra el movimiento hacia la integración que se advierte en los planes de estudio, él explicita que la integración encierra algunas contradicciones y supone ciertas condiciones para que sea efectiva. Esas condiciones son las siguientes: “(1) Debe haber consenso con respecto a la idea integradora y ésta debe ser explícita. [...] los códigos integrados pueden exigir un alto nivel de consenso ideológico, y esto puede afectar al reclutamiento del profesorado. Los códigos integrados en el nivel superficial crean límites débiles o borrosos, pero en el fondo pueden estar basados en ideologías explícitas cerradas. Cuando tales ideologías no se comparten, las consecuencias se harán visibles y amenazarán al conjunto en todo momento. (2) La naturaleza de la vinculación entre la idea integradora y el conocimiento que ha de ser coordinado también debe ser coherentemente expresada. Es esta vinculación el elemento básico que introduce a los profesores y a los alumnos en sus relaciones de trabajo. El desarrollo de tal marco de coordinación será el proceso de socialización de los profesores en el código. Durante este proceso, los profesores internalizarán, como en todos los procesos de socialización, los procedimientos interpretativos del código de modo que éstos se conviertan en guías implícitas que regulan y coordinan la conducta de los profesores individuales en los marcos relajados y en la clasificación débil. (3) Un sistema tipo comité del profesorado puede generar un sensible sistema feed-back y también puede dar lugar a una ulterior agencia de socialización en el código. Es probable que los criterios de evaluación sean relativamente débiles en el sentido de que es menos probable que los criterios sean tan explícitos y mensurables como en el caso de la colección. Como resultado, puede ser necesario desarrollar un comité para los profesores, los estudiantes y, donde sea apropiado, para los alumnos, los cuales desarrollarán funciones de control. (4) Una de las principales dificultades inherentes a los códigos integrados proviene de lo que se ha valorado, y la forma de valoración: por lo tanto, el lugar de las competencias específicas en tal valoración. Es probable que los códigos integrados den lugar a múltiples criterios de valoración en comparación con los códigos colección. [...] es probable que la clasificación y el marco debilitados alienten a que se manifiesten más dimensiones del alumno/estudiante; más pensamientos, valores y sentimientos suyos. De este modo, hay un mayor ámbito de control sobre el alumno. Como resultado, la socialización podría ser más intensiva y quizás más penetrante. Del mismo modo que los alumnos/estudiantes se defienden a sí mismos contra las agresiones de la colección, o se distancian de su código manifiesto, también pueden dar lugar a nuevas defensas contra la intrusividad potencial del código integrado y sus contextos abiertos de aprendizaje.”29 Por último, nos parece importante aludir a los señalamientos que hace Bernstein respecto de las contradicciones que plantean ambos tipos de códigos con relación a los problemas de
  • 205. orden social. “Los códigos de colección tienen características de mantenimiento de los límites fuertes y explícitos, y descansan sobre un fundamento ideológico tácito. Los códigos integrados tienen características de mantenimiento de los límites débiles e implícitos y descansan sobre un fundamento ideológico cerrado y explícito. El fundamento ideológico del código de colección es un sistema simbólico condensado, comunicado mediante sus características de mantenimiento de límites explícitos. Su estructura encubierta es la de una solidaridad mecánica. El fundamento ideológico del código integrado no es un sistema simbólico condensado, es verbalmente elaborado y explícito. Es una expresión abierta de la solidaridad orgánica y se hace sustantiva a través de formas débiles de mantenimiento de límites (aislamientos poco intensos). Sin embargo, la estructura encubierta de la solidaridad mecánica de los códigos colección crea, a través de sus resultados especializados, solidaridad orgánica. Por otro lado, la estructura manifiesta de la solidaridad orgánica de los códigos integrados crea a través de sus resultados menos especializados solidaridad mecánica. Y lo hará en la medida que su ideología es explícita, elaborada y cerrada, y efectiva e implícitamente transmitida a través de sus bajos aislamientos. Puesto que los códigos integrados no cumplen esto, el orden es altamente problemático a nivel de la organización social y a nivel de la persona. Ya que los códigos integrados llevan a cabo tal socialización, tenemos el profundo cerramiento encubierto de la solidaridad mecánica. Esta es la paradoja fundamental a la que hay que enfrentarse y que hay que investigar”30. 1 La citas correspondientes al libro de Bernstein (1975), han sido tomadas de la versión inglesa y traducidas por la autora. En ningún caso se utilizó la versión española de este libro publicada por Editorial Akal. 2 Bernstein (1998), pág. 35. 3 Berstein (1998), pág. 35. 4 Bernstein, 1990, pág. 49. 5 Bernstein, 1990, pág. 54. 6 Bernstein, 1990, pág. 55. 7 Bernstein, 1990, pág. 51 8 Bernstein, 1990, pp. 147-148. 9 En la sociología de Durkheim, de la que Bernstein toma este concepto, la solidaridad orgánica es propia de las sociedades industriales modernas, y tiene las siguientes características: gran división del trabajo y especialización de funciones, miembros interdependientes y conciencia colectiva débil (el pluralismo de las sociedades modernas debilita la conciencia colectiva). La solidaridad mecánica, propia de la sociedad primitiva, tiene las características opuestas: escasa división del trabajo y poca especialización de funciones, miembros intercambiables y fuertes estados de conciencia colectiva. 10 Bernstein, 1998, pág. 138 11 Bernstein, 1998, pág. 35 12 Bernstein, 1998, pág. 67 13 Bernstein, 1998, pág. 65 14 Bernstein, 1998, pág. 66 15 Bernstein, 1998, pág. 62. 16 Bernstein, 1998, pág. 62 17 La distinción entre discurso regulativo y discurso instruccional tiene su origen en la distinción de T. Parsons entre lo instrumental y lo expresivo. Ver Bernstein, 1990, pág. 215. 18 A nuestro criterio, el concepto de ‘discurso regulativo’ es más preciso que el de ‘curriculum oculto’, y designa mejor la realidad que se quiere describir. Por otra parte, carece de la connotación valorativa que implica la idea de ‘oculto’. 19 Bernstein, 1975, pág. 81 20 Bernstein, 1975, pág. 79 21 Bernstein, 1975, pág. 80 22 Bernstein, 1993, pág. 73. 23 Bernstein, 1993, pág. 75. 24 Bernstein, 1993, pág. 75. 25 Bernstein, 1993, pág. 79. 26 Bernstein, 1990. Pág. 79 27 Sobre este punto es imprescindible consultar Bernstein, 1975, cap. 5. 28 Bernstein, 1975, pág. 94 29 Bernstein, 1975, pág. 107:109. 30 Bernstein, 1975, pág.109
  • 206. Capítulo IX Los docentes como grupo profesional Durante los últimos años los docentes, por diversos motivos, han estado en el centro de la escena social. Se han convertido también en un objeto privilegiado de investigación en el campo de las ciencias de la educación. Prueba de ello son los numerosos congresos y reuniones científicas que se organizaron para ocuparse del tema y las publicaciones que han surgido de esos eventos. Las reformas educativas de los ‘90, la caída de los salarios del personal de enseñanza, la asignación a las escuelas de tareas que no les competen, la irrupción de los problemas sociales en el ámbito de las instituciones educativas, la violencia escolar, la judicialización de los problemas escolares, etc., etc., han convertido a maestros y profesores en víctimas de una situación que escapa totalmente a su control y los coloca en una posición muy vulnerable. Pero junto a esto, la sociedad les asigna una buena cuota de responsabilidad por la ostensible caída en la calidad de la enseñanza, las deficiencias en el aprendizaje de los chicos y los reiterados fracasos de éstos a la hora de emprender estudios de nivel superior, entre otras cosas. En cualquiera de los dos casos se pone en juego una cuestión de gran interés sociológico: hasta qué punto los docentes constituyen realmente un grupo profesional y cuál es la relevancia social que se asigna a su tarea. No vamos a abordar aquí los múltiples problemas que enfrenta el personal de enseñanza, ni las deficiencias de diverso orden que se le atribuyen; nos interesa considerar la construcción de la imagen social de los docentes como profesionales de la educación. Desde este punto de vista, dos cuestiones vinculadas al tema de la profesionalización de los docentes son particularmente importantes: por una parte, qué rasgos definen, sociológicamente, a un grupo profesional y en qué medida los docentes reúnen las condiciones necesarias para conformar un grupo de este tipo; y por otra, cuál es el significado social de la tarea que llevan a cabo estos agentes sociales definidos como ‘profesionales de la educación’. Nadie duda en afirmar que los docentes son los actores centrales en el sistema educativo. Su tarea tiene una relevancia de primer orden en la sociedad, toda vez que ésta le asigna al sistema escolar funciones que son cruciales para su supervivencia como formación social organizada. Quien ejecuta las actividades destinadas a cumplir con esas funciones es, fundamentalmente, el docente. A pesar de la importancia de lo que hacen, pareciera que maestros y profesores no logran un reconocimiento social acorde a la relevancia de su función, y comparable al que obtienen otros grupos. En algún sentido, este hecho afecta de manera directa la imagen que ellos tienen de sí mismos como profesionales de la educación, e indirectamente, la forma en que desarrollan su tarea. De aquí que una preocupación frecuente de la sociología haya sido descubrir la posición que, como categoría social, ocupan los docentes en el campo de la cultura y en la estructura social global, y la forma en que esto afecta el ejercicio de sus roles en la escuela. Esta preocupación ha llevado a plantear la cuestión de si, efectivamente, se puede hablar de una profesión docente y cuáles son sus características. El hecho de que se insista, desde las esferas oficiales y también entre diversos sectores de la sociedad, en que es necesaria la ‘profesionalización’ del personal de enseñanza, da cuenta de la existencia de algunas dudas respecto del actual status profesional de los docentes.
  • 207. Tenti (2003) sostiene que en América Latina todos los ministerios y secretarías de la región han incorporado en su agenda política la atención a las principales dimensiones que contribuyen a conformar dicha profesionalización. Éstas van desde criterios de selección y reclutamiento de estudiantes de magisterio, pasando por los programas de formación inicial y permanente, los mecanismos de ingreso al sistema educativo, la estructura de la carrera docente, el sistema de incentivos, hasta los mecanismos más adecuados para la evaluación del desempeño docente. Pero no hay demasiado acuerdo respecto de las respuestas y las propuestas concretas que son necesarias para arribar a una verdadera profesionalización del sector. 1. Significado sociológico de la idea de profesión Desde el punto de vista de Max Weber (1964) en particular, y de la sociología clásica en general, dos son las características que definen a una profesión. Por una parte, la ‘vocación’: la profesión es una tarea que el individuo desea y asume voluntariamente como un compromiso que afecta la totalidad de su vida; no es algo que se hereda como un destino. Y por otro, la capacitación formal: una profesión es un conjunto de actividades que realiza un grupo de personas especialmente capacitadas por el sistema educativo formal para llevarlas a cabo. En síntesis, vocación (compromiso voluntariamente asumido y querido) y capacitación formal (especialización en un área de conocimiento y de actividad concretas), constituyen los rasgos principales de una profesión. Pero no todas las actividades que satisfacen estos requisitos constituyen una profesión. Deben darse al menos dos condiciones más: por una parte, que las actividades que comprende la profesión constituyan un servicio valorado socialmente, es decir, que la intervención del profesional sea imprescindible para solucionar un determinado problema; y por otra, que el profesional tenga autonomía para desarrollar su actividad, básicamente, en lo que respecta a la determinación de las condiciones de trabajo y los términos de la relación con el que requiere sus servicios. Esto supone que entre ambos, el profesional y el ‘cliente’, se establece un tipo de relación particular, en la cual la confianza de éste y la competencia técnica de aquél son fundamentales. A partir de este tipo de relación básica, fundada en la confianza del ‘cliente’ respecto de la idoneidad (y también la honestidad) del profesional, se deducen otra serie de características de las profesiones tradicionalmente consideradas como tales, entre la cuales se destacan las siguientes:  Dominio de un núcleo de conocimientos específicos, adecuadamente certificado por la autoridad educativa que corresponda, e idoneidad práctica. Cuando esos conocimientos son muy especializados y exigen un grado mayor de capacitación formal, el ingreso al campo profesional se restringe y se jerarquiza socialmente el ejercicio de la actividad correspondiente, lo cual incide en el status social del profesional. Si, por el contrario, el conocimiento que se requiere es muy accesible, poco especializado y llegar a dominarlo no demanda demasiado tiempo, la base social de reclutamiento se amplía y el prestigio de la profesión se resiente, e incluso puede desaparecer.  Control del ingreso a la profesión, por parte de organismos especialmente autorizados para ello, sobre la base de la especificación clara de los conocimientos y la experiencia que se requieren para desempeñarse en ella. Esto, entre otras cosas, garantiza al ‘cliente’ que el profesional conoce el ‘oficio’ y le puede solucionar el problema.
  • 208.  Existencia de un código deontológico al que deben someter su conducta todos los miembros de la profesión. Un profesional no sólo debe tener competencia comprobada para realizar su trabajo, sino que ha de ser digno de confianza. El cliente supone que no se explotará su ignorancia y que el profesional es una persona honrada. El código deontológico garantiza la protección del cliente y preserva la importancia intrínseca de la actividad profesional.  Autonomía para trabajar. Como contrapartida a las restricciones que supone la selección para ingresar a la profesión y el sometimiento al código de conducta establecido, el profesional aspira a una libertad absoluta para ejercer su ‘vocación’ de la manera que considere más adecuada.  Funcionamiento de organismos encargados de controlar que los profesionales cumplan con su deber y no violen el código deontológico. Estos organismos no tienen funciones gremiales, es decir, su objetivo no es proteger los intereses materiales de la corporación, ni realizar actividades de carácter político. De hecho, la agremiación de los miembros de un grupo profesional es un indicador de que la profesión ha perdido prestigio, y con ella, los profesionales que nuclea.  Condiciones laborales. Las asociaciones profesionales han desplegado siempre una gran actividad en lo referente a la fijación de las condiciones laborales, sobre todo en profesiones cuyos miembros están al servicio del Estado o las empresas, más bien que dedicados a trabajar por cuenta propia. En las asociaciones profesionales, a diferencia de lo que buscan los gremios, dicha actividad está dirigida a proteger la profesión en sí misma, es decir, evitar que se distorsionen su naturaleza y objetivos. 2. ¿Constituyen los docentes un grupo profesional? No cabe duda de que, incluso las profesiones tradicionalmente definidas como tales (abogacía, medicina, ingeniería, etc.) han comenzado a ser consideradas hoy de otra manera, debido, entre otras cosas a que el creciente proceso de burocratización de las profesiones ha determinado, en alguna medida, la disolución de éstas en organizaciones burocráticas (Lerena, 1985). Difícilmente alguna de ellas reúna hoy todas las condiciones señaladas en el punto anterior. Pero el caso de la docencia es muy particular, en primer lugar, porque los docentes forman un grupo muy heterogéneo y, al menos para ejercer en el nivel elemental del sistema educativo, no se requiere el dominio de conocimientos muy especializados, salvo en lo que hace a lo estrictamente pedagógico. Pero el acceso a la formación pedagógica no ofrece grandes dificultades. Hay diferencias muy grandes entre un profesor universitario, y uno de la escuela media o de la primaria; es muy probable que ninguno ellos se identifique a sí mismo como miembro de una misma profesión. Su formación, sus intereses, los lugares donde se desempeñan y la forma en que lo hacen son completamente distintos. Las diferencias entre los docentes de los diferentes niveles son tan grandes, que difícilmente puedan ser incluidos en un grupo profesional unitario; se trataría más bien de una suma de varios grupos profesionales aislados. Tenti (2003a) sostiene que la docencia es un ‘oficio’ caracterizado por una serie de contradicciones o tensiones. Una de ellas se deriva de que el docente es, a la vez, un
  • 209. funcionario asalariado y al mismo tiempo, un ‘profesional de la educación’, en la medida que su actividad supone competencias técnicas que son exclusivas de su oficio y se adquieren en el sistema educativo formal. Algunos afirman que la docencia es una semiprofesión (Fernández Enguita, 1993). Otros, como Lerena (1985), consideran obsoleta la cuestión de saber si los docentes constituyen un grupo profesional o un ‘cuerpo de funcionarios especializados’. Puede haber algo de cierto en esto pero, en un momento en que se habla con insistencia de la ‘profesionalización’ de los docentes, la cuestión no parece irrelevante. Veamos cuáles son las razones que abonan la tesis de que la docencia es una semiprofesión, o en el extremo, que los docentes constituyen una mera categoría ocupacional, no un grupo profesional.  Si bien para ejercer la docencia se necesita un cuerpo de conocimientos especializados (formación pedagógica y formación en una o varias disciplinas, según los casos) debidamente acreditados, éstos no revisten un grado de dificultad importante y el acceso a ellos no implica un proceso de selección previa. En los últimos tiempos la base social de reclutamiento de los candidatos a ejercer la docencia se ha ampliado considerablemente. De hecho, investigaciones recientes muestran que quienes eligen ingresar en los institutos de formación docente provienen cada vez más de sectores medio-bajos de la población, y que la elección de la carrera se funda, prioritariamente, en razones instrumentales (salida laboral rápida, trabajo estable, estudios de corta duración, carrera ‘fácil’). El tema de la ‘vocación’ figura en segundo término, aunque no está del todo ausente.  El ingreso a la docencia es relativamente fácil. Prácticamente cualquiera que posea un título universitario, o de nivel superior no universitario, está habilitado para enseñar, aunque carezca de formación pedagógica específica o de experiencia en la enseñanza. Si bien se privilegia dicha formación a la hora de establecer un orden de mérito para nombrar un docente, nada impide a un médico, un abogado o un contador dictar una cátedra en el nivel medio o en el nivel terciario del sistema, por ejemplo. Por otra parte, los que deciden quiénes estarán a cargo de un curso o de una materia en el sistema educativo no son, generalmente, los docentes, sino los miembros de un organismo burocrático que toman la decisión en base a un orden de mérito establecido en función de criterios que generalmente no son acodados con los docentes. En los lugares alejados de los centros urbanos, o especialmente inhóspitos, suelen desempeñarse como docentes quienes carecen de suficiente formación técnica porque a esos puestos van los que recién se inician, los que tienen que ‘pagar su derecho de piso’.  La autonomía para decidir la forma en que se desarrollarán las actividades ‘profesionales’ no existe en la docencia. Si bien el maestro o el profesor es dueño y señor de su clase (puertas adentro puede hacer lo que él quiere y decidir según su mejor criterio), todas sus tareas están sometidas a control y debe responder a un programa previamente establecido. No fija los objetivos ni las reglas de procedimiento de su trabajo, ni tiene posibilidades de hacer su voluntad en lo que respecta a los contenidos a impartir y los métodos a emplear. Está ligado a una institución (o instituciones) determinada y debe dar cuenta de los resultados que obtiene.  En lo que respecta a su relación con el ‘cliente’, es decir los alumnos y sus padres, las opciones de maestros y profesores son nulas. El docente no elige a sus alumnos, ni éstos a su maestro. Presta sus servicios a personas que no requieren de él sino que son obligadas
  • 210. a recibirlo (la asistencia a la escuela es obligatoria). En síntesis, el docente trata con una ‘clientela’ cautiva.  Los docentes no cobran honorarios por su trabajo, sino un salario cuyo monto es fijado por el Estado. En el mejor de los casos, y a veces excepcionalmente, ese monto es acordado con los gremios que representan al sector. De hecho, el tema salarial es uno de los principales motivos de conflicto, y el que afecta de manera más directa la prestación del servicio. El docente tampoco puede elegir dónde y en qué condiciones materiales llevará a cabo sus actividades.  El deterioro del salario del docente, y de las condiciones laborales en general, hizo que el papel de los gremios pasara a ser central. A fin de obtener algunas reivindicaciones para el sector, la actividad gremial se volvió muy intensa. La huelgas se generalizaron y se prolongaron por períodos importantes de tiempo, lo cual llevó a una verdadera preocupación de la mayoría de los padres por el perjuicio que ello ocasionaba al proceso de aprendizaje de sus hijos. Se apeló con frecuencia a la ‘ética profesional’ y a la ‘vocación de servicio’ de los docentes para forzarlos a utilizar otras estrategias en sus reclamos. Desde el punto de vista sociológico, se trata aquí de algo más que una cuestión ética, puesto que en el imaginario colectivo predomina la idea de que los docentes están ‘llamados’ a ayudar a sus ‘clientes’, los alumnos, y si el maestro hace algo que puede perjudicarlos se considera que falta a su ‘deber’.  Salvo raras excepciones, no existen organizaciones profesionales de docentes, aunque sí hay una multiplicidad de agrupaciones sindicales que nuclean a docentes de los diferentes niveles educativos, de distintas dependencias (oficiales y privadas), de distintas jurisdicciones (municipales, provinciales, nacionales), etc. A la luz de lo que acabamos de ver, parece claro que la docencia no reúne las condiciones para ser considerada una profesión en sentido estricto. A esto hay que agregar que la imagen social del docente es básicamente contradictoria. Por un lado, el docente representa la encarnación del deber; es el responsable de la trasmisión cultural que asegura la continuidad de la sociedad; en él se materializa la autoridad moral de la sociedad. De él se exige una actitud de ‘servicio’, fundada en su ‘vocación’ por la trasmisión del saber, en su ‘eros pedagógico’. De él se espera también la competencia técnica necesaria para lograr que los alumnos aprendan y un comportamiento ético incuestionable porque se ‘educa con el ejemplo’. Pero, por otro lado, el docente no recibe las recompensas que la misma sociedad otorga a quienes desarrollan actividades socialmente valoradas: está mal remunerado, su trabajo carece de prestigio social, las condiciones laborales en que se desempeña son, en muchos casos, lamentables, y los cuestionamientos a su actividad, provenientes de diferentes ángulos ideológicos y fundados en las más variadas razones, son permanentes. Se responsabiliza al docente del fracaso escolar de los niños y de muchas de las deficiencias del sistema de enseñanza. Todo esto contribuye a poner en duda el carácter profesional de la docencia y va en detrimento de la autoestima del propio personal de enseñanza. La pregunta que surge ahora es qué impacto tiene este hecho en la construcción de la identidad profesional del docente y en la valoración que la sociedad hace de las actividades que realiza. También interesa conocer cuál es la percepción que los propios docentes tienen del significado social de su tarea. No debemos olvidar que el ‘oficio’ docente ha ido variando en su significado y su función conforme las sociedades se fueron desarrollando. Nada de lo que ocurre en la sociedad deja de impactar en las aulas. A este impacto tenemos que agregar
  • 211. el que provocó la ola de reformas educativas que se desencadenaron en los últimos tiempos en muchos países del mundo. En la mayoría de ellas, docentes y profesores no tuvieron ninguna ingerencia, sólo excepcionalmente fueron consultados, y no siempre su opinión fue respetada. Existen algunas investigaciones que se han ocupado de indagar acerca de cómo los cambios en la sociedad y dentro del sistema educativo afectaron las condiciones objetivas de vida y la subjetividad de los agentes de la educación. En general, la evidencia que surge de ellas se puede resumir en una frase: el malestar docente. No es casual que el 50% de los maestros en ejercicio declaren que preferirían no desempeñarse al frente de un grado o de un curso (Tenti, 2000). Este malestar se funda en muchas razones, entre las que figura el hecho de que el docente no puede realizar sus expectativas, ha perdido autoridad dentro de la escuela y tampoco es respetado fuera de ella. Al deterioro de sus recompensas materiales se suma la falta de recompensas simbólicas. Ambas cosas son indicadores del grado en que los docentes están perdiendo algunas de las condiciones que los constituyen en un grupo profesional. Todo esto afecta de manera decisiva su autoestima y, lógicamente, impacta en la forma en que encaran el desarrollo de sus actividades. No viene al caso enumerar aquí las dificultades de toda índole que enfrentan los docentes para llevar a cabo sus tareas cotidianas. Davini (1995) afirma, entre otras cosas, que los docentes se desempeñan en condiciones laborales deplorables: salarios que se acercan a los que reciben los trabajadores no calificados, descalificación técnico-profesional, infraestructura escolar precaria o mal mantenida, sistemas de capacitación que los colocan en el papel de reproductor mecánico o pasivo, fuerte desprestigio y debilitamiento de la posición social que tenían hasta hace un tiempo. Estas condiciones son todavía más alarmantes en las zonas rurales, un ámbito que parece abandonado a su suerte por las autoridades burocráticas y donde casi todo lo que se hace queda librado a la voluntad y el empeño del docente. Los testimonios de los maestros rurales son muchas veces patéticos, refieren a situaciones inimaginables para alguien que nunca ha visitado una escuela rural. Además de la soledad y el aislamiento, estos maestros deben enfrentar situaciones objetivas para las cuales no están en absoluto preparados: protegerse de los animales salvajes, atender emergencias médicas, contener a los niños que viven en la escuela, solucionar los problemas que plantea la convivencia de alumnos con edades muy dispares y de diferente sexo, lograr que sus reclamos lleguen a las autoridades, procurar que los líderes locales no interfieran las tareas de la escuela, etc., etc. No hay estadísticas sobre el particular, pero se sabe que los maestros rurales sufren dolencias físicas y psicológicas que muchas veces les impiden seguir desarrollando sus actividades. También se dan casos de alcoholismo o de adición a las drogas. Suele ocurrir que el maestro se traslade con su familia a vivir en el paraje donde funciona la escuela y se constituya en el principal sostén económico del hogar. Si se trata de una mujer, y su marido tiene dificultades para conseguir trabajo (algo casi seguro en la zona rural), no es raro que se generen problemas de índole familiar muy graves que deterioran aún más la situación del docente y por lo tanto, el desarrollo de sus actividades. Los docentes de las escuelas urbanas también deben enfrentar problemas graves, pero son de una naturaleza diferente. Como sus colegas de la zona rural, ellos tampoco están preparados para eso. En síntesis, el malestar docente se justifica plenamente y responde a causas que van mucho más allá del bajo salario y la falta de reconocimiento social. Ante este panorama tan desalentador, la cuestión que se plantea de inmediato es cómo
  • 212. revertir una situación tan compleja, cuyo origen radica en una variedad de causas, y afecta de manera directa la actividad de maestros y profesores. Se trata de una tarea nada fácil, sobre todo si tenemos en cuenta que nos estamos moviendo en un peligroso círculo vicioso que, si no se destruye, afectará de manera inevitable el desarrollo de la sociedad en el mediano y largo plazo. 3. La posición del docente en la sociedad Una de las variables claves en cualquier análisis sociológico es la estratificación social. Esta variable permite explicar una amplia gama de fenómenos sociales. Por estratificación social entendemos la distribución de los individuos y los grupos en una jerarquía de posiciones a las que se asocian diferentes grados de propiedad de tres tipos de bienes escasos, cuya distribución en la sociedad es desigual: los bienes materiales, el prestigio y el poder. Esta es la base de la desigualdad social y la clave para comprender y explicar muchos fenómenos sociales, entre ellos, la situación y el comportamiento de los docentes. Dada la complejidad de las sociedades actuales, no resulta fácil determinar la posición de un individuo o un grupo en esa jerarquía de posiciones. Para hacerlo, la sociología debe recurrir a una serie compleja de factores, tanto de carácter objetivo, como subjetivo. Vamos a tratar de determinar cómo se ubican los ‘profesionales’ de la educación en la jerarquía de posiciones de nuestra sociedad, es decir, en la estructura social. Tomaremos para ello los resultados de un estudio comparativo sobre los docentes de Argentina, Brasil, Perú y Paraguay realizado recientemente por Tenti (2005)1. Nos referiremos solamente a los docentes de Argentina, aunque la comparación con los otros países reviste gran interés y valdría la pena considerarla; en algunos aspectos hay diferencias muy importantes entre los cuatro países. No debemos olvidar que los docentes constituyen una categoría ocupacional muy numerosa (y su número tiende a incrementarse a medida que se expande el sistema educativo) y heterogénea. Como decíamos antes, esta heterogeneidad es uno de los motivos por los cuales resulta difícil otorgarle el carácter de grupo profesional a esta categoría de funcionarios del Estado. Para ubicar a los docentes en la estructura social, Tenti toma en cuenta las dos dimensiones que usa la sociología para definir la posición social de un individuo o un grupo a la que hacíamos alusión en un párrafo anterior: la objetiva y la subjetiva. La primera consiste en la medición de atributos objetivamente observables de las personas, como son el nivel de ingresos, el capital cultural, las condiciones materiales de vida, el consumo, etc. La otra remite a la percepción que tiene el propio individuo de su posición relativa en la estructura social. No siempre las mediciones objetivas coinciden con las imágenes subjetivas. En el estudio de referencia se toman como indicadores de la dimensión objetiva los siguientes: la posición de los maestros en términos de la distribución del ingreso de los hogares, el peso del salario docente para el sostén de la familia, la posición del salario docente en la estructura de distribución del ingreso y la procedencia social de maestros y profesores. La dimensión subjetiva comprende la imagen de clase, la percepción de la pobreza, la trayectoria social y las expectativas para el futuro. a) Posición objetiva La primera conclusión que surge de los datos presentados por Tenti (2000 y 2005) es que los
  • 213. docentes son típicos exponentes de las clases medias, “no están ni en las posiciones más desfavorecidas ni en las más privilegiadas”. Esto siempre fue así. Lo que ocurre en la actualidad es que los sectores medios de Argentina han sufrido, en los últimos años, un descenso importante en su calidad de vida y en sus posibilidades de acceder a los bienes sociales. Los docentes, junto con los miembros de otras categorías ocupacionales que trabajan en relación de dependencia con el Estado, están entre los que se han visto más perjudicados por las reestructuraciones que se llevaron a cabo en el aparato estatal. Formar parte de la clase media tiene ahora un significado diferente del que tenía algunos años atrás. La distribución de maestros y profesores en la estructura de ingresos per capita del hogar del conjunto urbano de Argentina corrobora la afirmación anterior. El Cuadro nº 1 muestra que la población docente se ubica en los quintiles de ingreso superiores, mayoritariamente entre tercero y cuarto quintil, es decir, entre los que perciben salarios más altos. Se advierte una mejor posición relativa entre los profesores que entre los maestros. El 28,4% de los profesores se ubica en el quintil de ingresos más alto, mientras que entre los maestros este porcentaje es del 14,8%. Cuadro nº 1: Distribución de la población docente urbana, según quintil de ingresos per capita del hogar (en porcentajes) El hecho de que, globalmente, los docentes se ubiquen en los estratos medios de la población, no quiere decir que todos accedan a las mismas condiciones de vida. Tenti (2000) muestra que existe en este aspecto una gran heterogeneidad. La incidencia de la pobreza es mayor entre los maestros que entre los profesores, un hecho que resulta de dos factores: que los maestros provienen de familias pertenecientes a los estratos más desfavorecidos y que sus ingresos mensuales son inferiores. Otro factor importante relacionado con la incidencia de la pobreza es el lugar donde residen. Los docentes de las provincias del NO y del NE del país tienen más probabilidades de ser pobres que los de la Capital Federal. Un tercer factor que permite entender la heterogeneidad de situaciones en la calidad de vida de los docentes es el peso relativo del salario docente en la economía doméstica. “Así, en aquellos hogares en que la remuneración al trabajo docente es el único ingreso familiar, la incidencia de la pobreza es tres veces mayor que en aquellos donde el ingreso docente es minoritario en relación al total de los ingresos familiares. [...] Si la calidad de vida de estas familias dependiera exclusivamente de los ingresos docentes, un tercio de ellos no estaría en condiciones de sostener una familia tipo por encima de la línea de pobreza”2. En este sentido, los datos muestran que si bien la mayoría de los docentes se dedica a la enseñanza como única actividad remunerada, “el salario que perciben tiene un peso relativo variable en el conjunto
  • 214. de los ingresos disponibles en el hogar del que forman parte. La mayoría vive en hogares donde es probable que otros miembros también aporten su cuota de ingresos [...] En los tres países considerados [Argentina, Brasil y Uruguay] sólo una minoría inferior al 25% manifiesta que el salario que percibe en el ejercicio de su profesión representa la única fuente de ingreso de sus hogares”3. En Argentina ese porcentaje es del 19,8%, mientras que sólo el 7,7% declara que su salario constituye la fuente más importante de ingresos del hogar. La posición del salario docente en la estructura de salarios correspondiente a todos los sectores de la economía no resulta fácil de determinar. En Argentina varía según las provincias; en algunas está por encima de la media provincial, en otras está por debajo de ella, independientemente de si se trata de una provincia rica o pobre (Brigido, 2004b). Por otra parte, para tener una idea precisa, es necesario comparar el salario docente con el que reciben otros trabajadores con capacitación equivalente y una carga horaria mensual similar. Con respecto a la procedencia social de maestros y profesores, según el estudio de Tenti (2005), la mayoría de los docentes nació en hogares con capital cultural medio y alto (medido a partir del nivel educativo alcanzado por los padres de los docentes encuestados). Como es de esperar, los que están situados en una posición más desfavorable en la estructura de distribución del ingreso son a su vez los que con mayor frecuencia provienen de hogares con bajo capital cultural. Los docentes que se desempeñan en colegios privados provienen, en general, de hogares con mayor capital cultural que aquellos que desarrollan su actividad en las escuelas de gestión estatal. b) Imagen subjetiva Tal como afirmamos antes, la posición en la estructura social, medida a partir de indicadores objetivos, suele no coincidir con la imagen de clase que tiene cada individuo. Según el estudio de Tenti (2005), la mayoría de los docentes argentinos se autopercibe como miembro de las clases media y media baja (51,6% y 40,3%, respectivamente). Ninguno se ubica en la clase alta y una pequeña minoría los hace en la clase media alta (1,2%) y baja (3,3%). Los maestros de primaria se perciben como socialmente más desfavorecidos que los profesores de la secundaria, y los del sector privado tienen una autoimagen más optimista que los del sector privado. Interrogados los docentes acerca de cómo ven su situación económica actual respecto de la que tenían sus padres, el porcentaje de los que sostienen que sus padres estaban mejor es superior al de los que consideran que están igual o mejor. El Cuadro nº 2 muestra los datos proporcionados por Tenti (2005). Cuadro nº 2: Percepción de los docentes urbanos sobre su condición económica respecto de la sus padres, por nivel de enseñanza (en porcentajes)
  • 215. Se advierte aquí el impacto que ha causado el empobrecimiento de las clases medias en Argentina, de la cual los docentes han sido una de las principales víctimas: casi el 40% considera que su movilidad social ha sido descendente. Este hecho también se pone en evidencia en el pesimismo que los profesionales de la educación manifiestan cuando se los interroga acerca de sus expectativas a futuro. Un tercio de ellos piensa que su posición social será peor que la actual en un futuro próximo. Sólo el 13% cree que será mejor. El 33% no sabe o no responde a la pregunta correspondiente, lo cual puede estar indicando en este grupo una cierta incertidumbre con relación al futuro, no pueden prever cuál será su posición social dentro de un tiempo. Estas cifras revisten gran interés sociológico. La subjetividad de los docentes es un dato fundamental para comprender sus actitudes frente a las tareas que desarrollan, sus estados de ánimo y, por ende, sus prácticas. Cuando un grupo ocupacional, mayoritariamente, carece de expectativas de mejorar su posición social en el futuro, la forma en que encara sus actividades es muy diferente que cuando ve que éstas le pueden abrir camino a una situación más favorable. 4. Las funciones del docente y su importancia para la sociedad Al analizar las funciones que se asignan al docente, la sociología de la educación parte de un supuesto fundamental que no admite discusión: sin educación no hay supervivencia posible del cuerpo social. Este supuesto tiene hoy más vigencia que nunca, toda vez que la única posibilidad que tiene un individuo de insertarse en la estructura social en general, y en la estructura laboral en particular, depende de su participación en la educación institucionalizada y del nivel que haya logrado en ella. De lo anterior surge otra consecuencia importante: la relevancia de la figura del docente. Tal como está estructurada hoy la educación institucionalizada y la forma en que se imparte, el agente principal del proceso educativo es el docente, su figura es insustituible, aun cuando se avance en el desarrollo de medios tecnológicos de enseñanza que, supuestamente, podrían llegar a remplazarlo. Desde la perspectiva sociológica, y con fines puramente analíticos, podríamos decir que el sistema educativo asigna al docente tres funciones específicas, muy vinculadas entre sí, pero en algún sentido diferentes: educar, enseñar e instruir. Todos sabemos que hoy se exige al docente ejecutar tareas que nada tienen que ver con estas funciones y para las cuales el propio sistema educativo, supuestamente, lo ha capacitado. Este cúmulo de tareas ‘adicionales’ (que van desde combatir la pediculosis hasta limpiar la escuela, dar de comer a los chicos, negociar con delincuentes para proteger la escuela, gestionar servicios, etc., etc.) no sólo desvirtúan su rol, sino que tienen otros efectos no buscados, pero inevitables: por una parte, que el docente no pueda cumplir adecuadamente con sus tareas específicas, y por otra, su creciente ‘desprofesionalización’. Ambas cosas van juntas y provocan otros efectos perversos, que se retroalimentan entre sí: el deterioro de la calidad de la enseñanza, el desprestigio de la imagen social de los maestros y los profesores, y, a nivel psicológico personal, frustración y pérdida de la autoestima. Decíamos citando a Mannheim (1966), que las funciones del docente son educar, instruir y enseñar. Por lo general, aun en la bibliografía especializada, no se hace una distinción clara entre estas tres funciones que, por otra parte, están muy vinculadas entre sí porque se
  • 216. cumplen conjuntamente en la escuela. La distinción es meramente analítica, pero importante porque, entre otras cosas, cada una de estas funciones exige del docente competencias y actitudes distintas. Si de profesionalizar la tarea del docente se trata, es imprescindible que en el proceso de formación y capacitación del personal de enseñanza se tengan en cuenta las exigencias que plantea cada una de ellas a fin de diseñar los curricula que permitan al futuro docente desarrollar las competencias que necesita para desempeñarse con idoneidad ‘profesional’. Veamos ahora qué significa cada una de esas funciones, al menos para la sociología. Ello nos ayudará a comprender en su verdadera dimensión la complejidad del papel del docente y las exigencias que éste le impone. Nos vamos a referir en primer lugar a la función de instruir y enseñar, para explayarnos un poco más en lo que respecta a la función de educar. Instruir, desde la perspectiva sociológica, implica transmitir conocimientos y desarrollar habilidades. Cuando estudiamos la propuesta de Bernstein sobre la comunicación pedagógica, pudimos ver que él hace referencia a un discurso instruccional y un discurso regulativo. El discurso instruccional comprende, precisamente, los conocimientos, habilidades y destrezas que se transmiten en la comunicación pedagógica. El objetivo de este discurso es proveer los elementos instrumentales de la conducta, es decir, las herramientas necesarias para desempeñar tareas específicas. Las hay de distintos tipos y su aplicación es diversa. Algunas tienen carácter general, hacen falta para todo, como la lectura y la escritura, otras se requieren para una amplia gama de actividades, y en el extremo, están las que sirven sólo para tareas muy especializadas. Ciertas actividades requieren habilidades complejas, otras las exigen más simples. En fin, las prácticas orientadas a la instrucción varían en función de las competencias que se quieren crear en el individuo que se somete al proceso de enseñanza. Si se tiene en cuenta solamente este aspecto de la función del docente, podemos decir de él que es un instructor, y lo único que importa para ser un buen instructor es dominar el conocimiento y las habilidades que se propone transmitir a los alumnos. En la instrucción se pone el énfasis en lo que se comunica, es decir, en el contenido. No se hace hincapié en ninguno de los individuos involucrados en la relación pedagógica. Se da por sobreentendido que el ‘instructor’ domina la materia que enseña (conocimientos y habilidades o destrezas) y que el alumno está en condiciones de aprender lo que se le transmite, pero queda librado a su voluntad tomarlo o dejarlo. Como dice Mannheim (1966), un instructor no es necesariamente un educador, ni se le exige que se comporte como tal. La enseñanza, a diferencia de la mera instrucción, atiende, precisamente, a lo que ésta deja de lado: el docente, el alumno y la relación que se establece entre ambos. Desde el punto de visto sociológico existe una doble diferencia entre instruir y enseñar que no es fácil desentrañar. La enseñanza supone, en primer lugar, una relación entre dos personas, el maestro y el alumno. En segundo lugar, implica la necesidad de que el alumno logre seguir lo que se le enseña, de modo tal que el maestro pueda estar seguro de que el contenido que le ha presentado ha sido efectivamente comprendido y aprendido por aquél. Así entendida, la enseñanza descansa sobre ciertas estrategias, se apoya en aquello que podríamos llamar ‘técnicas del oficio’. Complementariamente, implica una preocupación del maestro por el proceso de aprendizaje de sus alumnos. Lo que cuenta en el proceso de enseñanza es que el docente sea un ‘pedagogo’. La relación pedagógica es un tipo de intercambio entre dos personas, en el cual la importancia recae sobre el maestro (lo que tiene que transmitir y la forma en que lo
  • 217. transmite), pero también sobre el alumno, su capacidad de comprensión, su disposición para captar el mensaje y para incorporar creativamente todo lo que se le presenta. Un docente puede ser un buen pedagogo, pero ello no implica que sea un verdadero educador. Desde la perspectiva sociológica, la educación comprende la instrucción y la enseñanza, las incluye, pero va más allá de ellas. Dicho en términos de Bernstein, el discurso instruccional está inmerso y se subordina al discurso regulativo, es decir, a la educación. La educación se propone ‘dar forma’, modificar la conducta del individuo en una dirección determinada. Como sostiene Durkheim (1972; 1982a), es una actividad de creación, de producción de un ser nuevo, dotado de un conjunto de disposiciones para pensar, actuar y sentir de determinada manera; esta manera depende de, y responde a, un sistema de valores. Dicho en otros términos, la educación es una acción regular y duradera ejercida por un individuo, el maestro, que se orienta a crear en el alumno un habitus4, (Bourdieu y Passeron, 1981). En consecuencia, el ejercicio de la actividad exige del educador, no sólo el dominio de las competencias técnicas de que se trate (las que necesita para instruir y enseñar), sino también, y fundamentalmente, una identificación y un compromiso con el sistema de valores que se propone inculcar en el alumno. No hay educación sin valores, cualquiera sean estos valores. En suma, desde la perspectiva sociológica, los docentes son agentes del Estado, y en tanto tales tienen un mandato institucional que les impone instruir y enseñar, pero también educar. Cada una de estas funciones demanda de ellos disposiciones, actitudes y competencias distintas, pero complementarias. 4.1. Qué implica el proceso de educación institucionalizada Una breve revisión de algunos conceptos nos ayudará a comprender mejor la especificidad del concepto de educación institucionalizada. Como se recordará, la sociología clásica, con Durkheim a la cabeza, no establece una distinción clara entre educación y socialización. Hemos visto en capítulos anteriores que gracias a la socialización el individuo se convierte en un ser social, es decir, en alguien capaz de interactuar con otros individuos de su misma especie y de insertarse activamente en la vida social. Berger y Luckmann (1968), siguiendo la tradición clásica, atribuyen un papel central al proceso de socialización en la construcción de la realidad social, y distinguen dos momentos en la socialización del individuo, uno que tiene lugar durante la infancia (socialización primaria) y otro posterior (socialización secundaria), que se realiza sobre la base del anterior. Este último proceso se define como la ‘inducción amplia y coherente del individuo en submundos institucionales o basados sobre instituciones’, y está a cargo de agentes especializados. La socialización secundaria es, precisamente, el proceso educativo, y éste es el que nos interesa. Aquí nos vamos a referir exclusivamente al proceso educativo que tiene lugar en el seno del sistema escolar, porque los docentes están insertos en ese sistema y son sus principales agentes. Podemos distinguir algunas características definitorias de la educación institucionalizada.  Se trata de una actividad regulada por el Estado mediante un aparato normativo que establece el marco al cual debe ajustarse el funcionamiento de la escuela y la conducta del docente. En consecuencia, los docentes se constituyen en mandatarios institucionales del Estado. Éste es el que fija las reglas de juego y define qué se debe lograr mediante la
  • 218. educación.  Como todo proceso de socialización secundaria, la educación institucionalizada supone la internalización de significados correspondientes a submundos institucionales o basados sobre instituciones. Su alcance y su carácter, como dicen Berger y Luckmann (1968), se determinan por la complejidad de la división del trabajo y la distribución social concomitante del conocimiento.  Se desarrolla en instituciones expresamente constituidas para cumplir con la función de educar, es decir, instituciones que procuran consciente y deliberadamente, a través de actividades cuidadosamente planificadas y de prácticas controladas, el logro de determinados fines. Estos fines responden a la cosmovisión que sostiene un grupo o una sociedad concretos, y apuntan a la formación de un habitus acorde con esa cosmovisión.  La función educativa está a cargo de agentes especialmente preparados para ello, en los cuales se supone un compromiso genuino con la tarea que realizan y una orientación de todas las actividades a la modificación de la conducta del educando en la dirección buscada por la institución. El carácter formal de la agencia transmisora y de la relación entre el agente de transmisión y el que aprende, despoja al proceso educativo de la naturalidad que caracteriza a la socialización primaria. Es por esto que, para garantizar el logro de los objetivos institucionales, se hace necesario que los agentes que llevan a cabo la transmisión recurran a técnicas pedagógicas que les permitan hacer que el proceso de inculcación de significados, y los significados a inculcar, sean lo más familiares posible para el educando. Si algo se destaca en el proceso de educación es la importancia de los valores, puesto que el fin último de la acción educativa es ‘modificar el desarrollo del educando en una dirección determinada’ en función de un sistema de valores. Son lo valores los que establecen, en última instancia, los términos de la organización que una sociedad ha decidido darse a sí misma y de acuerdo a ellos se fijan los fines de la educación. Como la tarea educativa únicamente tiene lugar en una situación social, de manera inevitable ella responde al tipo de ordenamiento que rige esa situación. De esta forma, la educación reproduce el orden social, en el doble sentido de conservarlo y de producirlo de manera continua. Como sostiene Durkheim (1966), la educación no consiste en adornar el espíritu del educando con un conjunto de ideas, conocimientos y habilidades particulares, sino en crear en él una disposición general del espíritu y de la voluntad que le hacen ver las cosas bajo una luz determinada. En suma, consiste en crear un habitus que responde a un sistema de valores. 4.2. Condiciones para la creación del habitus en la escuela La creación del habitus impone una serie de condiciones que tienen que ver con los significados que se pretende inculcar en el educando, con el agente que lleva a cabo la tarea de inculcación (el docente) y con la acción concreta que éste realiza (la acción educativa o práctica pedagógica). a) Los significados a inculcar Los significados que son relevantes para la formación del habitus constituyen lo que Durkheim (1972) denominó el discurso moral5 de la agencia educativa. Éste consiste en valores, normas, actitudes, que proveen al individuo los elementos regulativos de su
  • 219. conducta, aquello que crea en él el sentido del deber y la responsabilidad. El discurso moral no forma parte del contenido de una asignatura, no comprende nociones que se puedan transmitir bajo rótulos tales como ‘formación ética’, ‘formación cívica’, ‘formación moral’, o cosas por el estilo. El discurso moral se incorpora de manera tácita por el mero hecho de participar en la vida de la escuela, esto es, mientras se recibe instrucción, mientras se juega con los compañeros o se realiza cualquier otra actividad en la institución. La única manera de inculcar el discurso moral es a través de las prácticas propias de la institución. ¿Cuáles son las prácticas más relevantes? Siguiendo a Bernstein, estas prácticas son, básicamente, las prácticas de transmisión (qué se transmite y cómo se lo hace, es decir, cuáles son los contenidos de la enseñanza y qué estrategias pedagógicas se utilizan para transmitirlos), de evaluación (qué conductas se premian y cuáles se castigan, qué tipo de sanciones positivas y negativas se utilizan, cómo y cuándo se aplican, a quiénes se aplican, etc.) y de organización (cómo está estructurada la institución, quiénes toman las decisiones y cómo se toman, cuáles son los canales de comunicación entre los miembros, etc.). No se educa a través de una asignatura, no se inculcan valores a través de las palabras, sino de las conductas. Son las prácticas institucionales las que van conformando esas disposiciones interiores que llamamos habitus. En este sentido, si bien son los docentes los responsables directos del proceso educativo, nada de lo que ocurre en la escuela es indiferente desde el punto de vista del discurso moral; todas y cada una de las prácticas escolares adquieren carácter educativo. Por eso las prácticas institucionales necesitan ser planificadas y cuidadas al detalle, todas deben apuntar en una misma dirección. Un rasgo fundamental del discurso moral es que supone, por parte de los agentes de la inculcación, un compromiso con un sistema de valores, con una visión del mundo y de la vida, cualquiera que ésta sea. Si en una institución educativa predomina una cosmovisión cristiana, el discurso moral de esa institución será muy diferente del de otra que sostiene una visión secularizada. Dado que el discurso moral supone un compromiso valorativo, necesariamente, este discurso tiene preeminencia sobre discurso instruccional. En consecuencia, tanto la selección de los contenidos a transmitir y las habilidades a desarrollar (instrucción), como la adopción de las técnicas pedagógicas para lograr que los alumnos aprendan (enseñanza), dependen de esas opciones valorativas. Dicho de manera breve, mientras el discurso moral apunta al ser del educando, modelando sus disposiciones interiores a pensar y actuar de determinada manera, el discurso instruccional atiende a lo que el individuo debe saber y saber hacer. Los principales conflictos en la escuela derivan de disputas, explícitas e implícitas, en torno al discurso moral, es decir, al sistema de valores que define el orden social de la institución y se quiere imponer en la institución. Los consensos sobre esto son muy difíciles, sobre todo en una época como la actual, en la que la pluralidad de ideas y la diversidad cultural ha irrumpido en las escuelas. b) El agente de educación La teoría sociológica sostiene que una condición básica del educador es la autoridad. La educación es cuestión de autoridad, decía Durkheim (1972, 1982a). Cabe aclarar que, desde el punto de vista de la sociología, la autoridad no tiene nada que ver con el autoritarismo, la opresión o la represión. Por autoridad se entiende aquí el ascendiente moral que tiene el maestro sobre sus alumnos. Quien tiene autoridad no inspira temor, sino respeto y confianza.
  • 220. ¿Por qué la educación es una cuestión de autoridad? Simplemente porque la relación educativa es una relación de dominación, en la cual los participantes no están en igualdad de condiciones, no actúan como pares. Es una relación social asimétrica, y esta asimetría está dada por el conocimiento. La superioridad del maestro y su legitimidad para ejercer dominio sobre el alumno reside en lo que sabe y en su carácter de mandatario institucional. Es importante aclarar que ejercer dominio es algo muy diferente de ejercer poder. Quien ejerce poder, nos dice Max Weber (1964), puede imponer su voluntad a otros, aun a costa de la resistencia de éstos. El dominio, en cambio, implica la posibilidad de obtener obediencia voluntaria por parte del dominado, en virtud de su creencia en la legitimidad del dominador para exigir de él obediencia. El dominio que ejerce el docente sobre el alumno se limita a determinados mandatos, los que le confiere el Estado. Así, el Estado se constituye en una de las fuentes de legitimación de la autoridad del docente para ejercer dominio, y lo hace por dos vías: acredita los estudios que lo habilitan para desempeñarse como docente y le asigna un puesto en el sistema. La otra fuente de legitimación de la autoridad del docente reside en el propio agente. Deriva de su fe interior en la importancia y la grandeza de la tarea que se le ha confiado, y de la idoneidad que muestra en el desempeño de esa tarea (Durkheim, 1966). En consecuencia, la autoridad no le viene dada al docente por el solo hecho de tener un título y desempeñar un cargo. Él debe construir su autoridad cada día con sus prácticas. Para ello necesita demostrar de manera permanente: i) que domina la materia que transmite; ii) que sabe enseñar, o sea, que domina las técnicas adecuadas para la transmisión y logra sus objetivos; y iii) que su conducta es coherente, es decir, que su acción y su discurso coinciden, en una palabra, que tiene un comportamiento ejemplar. Durkheim (1966) decía también, que para educar es preciso poseer un ideal. Un ideal no se decreta ni se impone, es preciso que sea comprendido, querido, deseado por aquellos cuyo deber es realizarlo. Sin ideales no hay tarea educativa posible; ésta supone, no cabe duda, una buena dosis de utopía. c) La acción educativa Con relación a esto, la sociología nos dice que, para poder formar un habitus, la acción educativa debe reunir dos condiciones básicas: por un lado, ser ‘regular, sistemática y duradera’, y por otro, desarrollarse en un contexto de orden y estabilidad. Las acciones aisladas y esporádicas, que no mantienen relación entre sí y carecen de un objetivo claro, no pueden nunca conducir a la formación de un habitus. Tampoco hay educación posible en el caos. Bernstein (1975) sostiene que si la acción pedagógica no se lleva a cabo en un contexto de orden y estabilidad, tanto el docente como el alumno pierden la noción del tiempo, del espacio y de la oportunidad. En una palabra, pierden el rumbo. Ciertas prácticas corrientes en nuestras escuelas, que casi sin advertirlo tomamos como ‘naturales’ o ‘normales’, son profundamente perturbadoras del proceso educativo. Durkheim (1972) añadía a esto que no hay educación sin disciplina. La disciplina es la esencia del orden social y del sujeto socializado; ella no tiene por función corregir, sino prevenir y encauzar; acompañar en todo momento y lugar, silenciosa pero eficazmente, la formación del ‘sujeto moral’. Desde su punto de vista, el ‘sujeto moral’ es el individuo que ha ‘incorporado’, que ha ‘hecho cuerpo’ los valores y las pautas de la sociedad, es decir, tiene un sentido del deber, la disciplina y la responsabilidad. Una sociedad bien ordenada se basa en el
  • 221. acatamiento habitual de las normas de convivencia por parte de sus miembros. Esto, además de facilitar la vida cotidiana de la gente, limita la necesidad de intervención de los aparatos represivos del Estado para garantizar la convivencia y la seguridad de las personas. De allí que la educación cumpla, también, una función preventiva. 5. Para recuperar el ‘profesionalismo’ Las definiciones anteriores sugieren que la tarea que tienen por delante los docentes es muy compleja y la relevancia de ella para el individuo, y la sociedad en su conjunto, es incuestionable. Como hemos visto, esa tarea exige de maestros y profesores cualidades humanas casi excepcionales y competencias técnicas múltiples. Si la docencia debe recuperar su condición de profesión, es imprescindible revisar los planes de formación docente y procurar que ellos apunten a preparar a los futuros educadores para responder a las exigencias que su rol les impone. En este sentido, importan no sólo los contenidos de los planes de estudios, sino también la planificación y el control de las prácticas institucionales (de organización, de instrucción, de evaluación) a fin de que todas ‘apunten en la misma dirección’, en este caso, a lograr una verdadera profesionalización de los futuros docentes. En la atención a la formación de los docentes se juega el futuro de la educación y por lo tanto de la sociedad en su conjunto. Esto es así por una simple cuestión de lógica del funcionamiento del sistema escolar: puesto que él se nutre de sus propios productos, si lo que hoy produce es de ‘mala calidad’, lo que vendrá en el futuro será un poco peor. ¿Qué es necesario hacer para formar un educador hoy? ¿Cómo hay que prepararlo para que pueda responder adecuadamente a las demandas de una sociedad profundamente desigual, ideológicamente pluralista y que cambia de manera constante? Obviamente, no hay una respuesta simple para esto y tampoco recetas que ayuden a encontrarlas. Un paso importante en este sentido sería tratar de identificar, aunque sea de manera muy provisional, cuáles son los núcleos problemáticos a los que debiera atender la formación profesional de los futuros docentes. En alguna medida, esos núcleos están determinados por las tres funciones que comprende la tarea del docente: dominar el conocimiento para poder instruir, poseer habilidad pedagógica para poder enseñar y estar comprometido con un sistema de valores y actuar conforme a ellos para poder educar. El proceso de instrucción exige el dominio del conocimiento, habilidades, destrezas, etc. Con relación a esto, una buena formación profesional requiere una selección cuidadosa de los contenidos y las prácticas de instrucción. Pero con esto no basta. También es necesario desarrollar en el futuro docente un compromiso y una verdadera pasión por el conocimiento, de lo contrario, no podrá exigir que sus alumnos busquen y valoren el conocimiento. El estudio de Tenti (2003a) muestra que una significativa mayoría de los docentes argentinos considera que la educación debe dirigirse a desarrollar facultades complejas como son la ‘creatividad y la conciencia crítica’ del educando. Son muy pocos los que mencionan que su función consiste en transmitir el conocimiento y la cultura. “Este énfasis en el desarrollo de facultades complejas, cuando va de la mano de una desvalorización de la idea de educación como apropiación de conocimientos y capital cultural en general puede tener consecuencias negativas. En efecto, la preferencia exclusiva por la creatividad y las capacidades críticas puede quedar en buenas intenciones cuando se separa u opone a la idea de educación como
  • 222. apropiación de los frutos de la cultura y la civilización humanas. Salvo que se conciba la creatividad como una cualidad casi mágica, es decir, como una capacidad de hacer algo de la nada (al igual que una capacidad divina), ésta no es más que una simple expresión de deseos si no va acompañada por un fuerte énfasis en la apropiación de aquellas herramientas de pensamiento y de acción que los hombres han desarrollado, codificado y acumulado a lo largo de su historia”6. El conocimiento es la base sobre la cual se asienta la creatividad y la conciencia crítica. Éstas carecen de sentido si no se refieren a ‘algo’, y ese algo implica el conocimiento, entendido no como la acumulación de contenidos que luego se pueden repetir de memoria, sino como el dominio de nociones que resultan imprescindibles para ejercitar la creatividad y la crítica. Tan preocupante como la desvalorización de la apropiación de conocimientos como fin de la educación por parte de la mayoría de los docentes, es su representación, también ampliamente mayoritaria, de la tarea del docente como ‘facilitador del aprendizaje’. Esto se relaciona con lo anterior, implica también que los docentes no colocan en el centro de sus preocupaciones el conocimiento y su transmisión intergeneracional. Se puede interpretar que el docente se concibe como un gestor del proceso de aprendizaje de los alumnos, que su tarea consiste en actuar como un mediador entre las necesidades de aprendizaje del alumno y los conocimientos socialmente disponibles (Tenti, 2003a) y no como el conductor y responsable de la comunicación pedagógica y sus resultados. En lo que respecta a la función de enseñar, el proceso de formación debería atender a que el futuro docente adquiera una cultura pedagógica, lo que implica ponerlo al corriente de los grandes problemas que suscita la enseñanza que tiene a su cargo, y de la forma en que se pueden resolver. Dominar el arte de enseñar no equivale a adquirir las nociones fundamentales sobre las que reposa ese arte. ¿Cómo se transmite este arte? Un arte no se transmite de la misma manera que una noción, dice Durkheim. Es necesario identificar las prácticas que conducen a la adquisición del ‘oficio’ de enseñar y ejercitarlas. Por otra parte, como la consideración del alumno es inherente al proceso de enseñanza, un profesional de la educación no puede prepararse para trabajar con un ‘alumno tipo’, sino con ‘tipos de alumnos’. Esto es crucial en una sociedad como la actual, profundamente diversa y desigual. Además, un profesional de la educación debe estar preparado para confiar en que todos los alumnos pueden aprender. Sin este convencimiento, le resultará muy difícil evitar que con su trabajo produzca una selección que es, en principio, discriminatoria. Probablemente, las opciones más difíciles en materia de formación profesional tengan que ver con la función específicamente educativa. Aquí se ponen en juego los valores y sobre esto no es fácil tomar decisiones ni lograr acuerdos. El estudio de Tenti (2003a) revela que los docentes, mayoritariamente, no tienen en cuenta la transmisión de valores como parte fundamental de la tarea educativa. Sólo la cuarta parte de los docentes coloca esta finalidad entre las dos más importantes de la educación. Cuando de valores se trata, lo que hay que definir es el discurso moral en la formación del docente, cuyo resultado será la constitución de lo que se podría llamar un habitus docente. Dado que el discurso moral resulta de opciones valorativas, no hay ideas universalmente válidas acerca de su contenido. No obstante esto, el discurso moral debería contemplar el desarrollo de dos disposiciones fundamentales en el futuro docente: por un lado, un compromiso genuino con un sistema de valores que oriente su conducta, y por otro, un compromiso incondicional con la tarea educativa.
  • 223. Con relación a lo primero, Durkheim decía que los compromisos valorativos no se decretan, se inculcan mediante prácticas ‘sistemáticas, regulares y duraderas’. Crear compromisos valorativos no es tarea sencilla, no sólo porque es difícil reflexionar sobre los valores y establecer su vinculación con la conducta, sino porque en esta cuestión entran en juego las influencias de otras agencias de socialización y las ideas dominantes fuera de la escuela. Con relación a lo segundo, nuevamente nos remitimos a Durkheim. Él decía que es imprescindible que los docentes comprendan la importancia de lo que están llamados a hacer. Para él, la base de la tarea educativa es la autoridad. Para que un docente inspire autoridad, o sea, respeto y confianza, debe tener una convicción profunda en la relevancia de su tarea en general, y la de cada una de sus prácticas en particular. Hemos visto antes que, según estudios recientes, la elección de una carrera de formación para la docencia representa una segunda o tercera opción, luego del fracaso en otras carreras, y que las motivaciones de la elección responden más bien a intereses instrumentales, relacionados con la posibilidad de conseguir trabajo, la seguridad en el empleo, la estabilidad laboral, o algo más preocupante aún, con la expectativa de cursar estudios poco exigentes. Obviamente, en estos casos es muy difícil lograr un profesional de la educación comprometido con un sistema de valores, que valore el conocimiento, y al que le preocupe que el niño se apropie de los conocimientos socialmente disponibles y se desarrolle integralmente como persona. 1 Este trabajo recoge la información que surge de un estudio anterior del mismo autor (Tenti, 2000) sobre los docentes argentinos. En ambos estudios, los datos provienen de encuestas realizada al personal de enseñanza que se desempeña en escuelas urbanas. 2 Tenti, 2000, pág. 5. 3 Tenti, 2005, pág. 44-45. 4 El concepto de habitus fue acuñado por Durkheim (1972) y retomado luego por Bourdieu quien, a lo largo de toda su obra, lo convierte en un concepto central de la teoría sociológica contemporánea. 5 Para la sociología, el discurso moral no tiene que ver con la religión; se refiere a una moral laica cuya función es regular las relaciones sociales para que sea posible la convivencia entre los seres humanos. Todas las sociedades, aun las más primitivas, cuentan con algún tipo de aparato normativo destinado a ordenar la vida colectiva y las escuelas son las encargadas de inculcarlo. 6 Tenti, 2003a, pág. 4
  • 224. Capítulo X El sistema educativo argentino En este capítulo nos proponemos, por una parte, hacer una descripción general del sistema educativo nacional, tal como queda configurado a partir de la sanción de las normas que lo rigen, y por otra, exponer sintéticamente los principales problemas de su funcionamiento. Si utilizamos el esquema de Archer (1982, 1984), expuesto en el capítulo IV, para analizar el desarrollo de nuestro sistema educativo se podría afirmar, a título de hipótesis, que su etapa de ‘despegue’ se inicia a fines del siglo XIX y comienzos del XX, como resultado del diseño e imposición de un proyecto de país que tenía objetivos muy claros, en el cual la educación figuraba en primer plano como un instrumento fundamental para el logro de esos objetivos. Antes de esa época había en el país instituciones educativas, pero no teníamos sistema. Junto con el proceso de consolidación del proyecto político al que aludíamos en el párrafo anterior, el sistema educativo nacional comienza a adquirir una cierta fisonomía propia. Se promulgan algunas leyes regulatorias de la prestación del servicio, siendo la Ley 1420, sancionada en 1884, la que juega en esto un papel central. En las primeras décadas del siglo pasado se perfilan ya ciertos rasgos distintivos de nuestro sistema escolar, básicamente los que se refieren al gobierno (unificación) y la estructura académica del sistema (sistematización) que son fijados, precisamente, por ese marco regulatorio. El Estado nacional, caracterizado por Filmus (1996) como un tipo de Estado liberal-oligárquico, juega un papel central en estos años decisivos para la conformación del sistema educativo. Es este Estado el que tiene la iniciativa y domina la escena. La principal función que se asigna a la educación formal en esta etapa es de carácter político: crear la identidad nacional. Nuevamente a título de hipótesis, podríamos decir que el sistema educativo nacional transita su etapa de ‘crecimiento’ durante la mayor parte del siglo XX, coincidiendo con el modelo de Estado que Filmus (1996) define como Estado benefactor. Durante este período. la función económica del sistema educativo adquiere preeminencia sobre las otras funciones. El ‘crecimiento’ se manifiesta en un aumento constante de la matrícula, que da como resultado la ampliación de la cobertura del sistema. Se produce el acceso de todos los grupos sociales a la enseñanza básica y la apertura de la enseñanza media a nuevos sectores de la sociedad. La educación es un canal de ascenso social y facilita a los individuos el logro de diversos bienes sociales. La expresión popular ‘Mi hijo el doctor’, que identificaba las aspiraciones educacionales y sociales de las familias de inmigrantes y, en general, de las clases medias urbanas, traduce, en alguna medida, el valor que la sociedad argentina otorgaba a la educación en ese período. La evolución de las tasas de escolaridad y algunos otros indicadores empíricos del desarrollo del sistema educativo dan pie para suponer la validez de nuestra hipótesis. Por último, en lo que respecta a la última etapa del desarrollo del sistema que menciona Archer, la de inflación, nos atrevemos a sostener que hacia finales del siglo XX se comienzan a advertir en nuestro sistema educativo algunas de las características propias de lo que ella denomina ‘inflación educacional’. Se puede observar, entre otros indicadores relevantes, que las tasas de escolaridad básica alcanzan su techo, es decir, valores cercanos al 100%; se produce un importante incremento en las tasas de escolaridad secundaria y comienza a manifestarse la masificación de la enseñanza superior (Brigido, 2004a y b). Junto a esto,
  • 225. observamos también algunas de las consecuencias no buscadas de la expansión educativa señaladas por Archer como propias de la ‘inflación’: devaluación de los diplomas, mayor demanda de educación en los niveles superiores del sistema, fuga de cerebros, subocupación de personal calificado, etc. En Argentina, estos efectos no queridos del ‘crecimiento’ educativo se ven agravados por el proceso de globalización, la vigencia de nuevas reglas de juego en el mercado laboral y la crisis social e institucional que sacudió al país en los últimos años. 1. Configuración actual del sistema educativo nacional 1.1. Marco normativo Tres son las normas que rigen hoy el sistema educativo nacional: Ley Federal de Educación (nº 24.195), sancionada en 1993, la Ley de Educación Superior (nº 24.521), sancionada en 1995, y la Ley de Financiamiento Educativo (nº 26.075) aprobada por el parlamento nacional en noviembre del 2005. A ellas se agregan todas las disposiciones jurisdiccionales en materia educativa, las cuales, en virtud del principio de subordinación de las leyes, deben ajustarse a la Ley Federal de Educación, aunque éste no es siempre el caso. En este apartado nos ocuparemos brevemente de las principales disposiciones de las tres leyes mencionadas. a) La ley Federal de Educación (LFE) A partir del año 1993, y por primera vez en la historia institucional del país, la educación se rige por una ley general que regula el funcionamiento de todos los niveles del sistema educativo, excepto el universitario. En líneas generales, a lo largo de doce títulos y alrededor de setenta artículos, esta ley define lo siguiente: los principios que orientan la política educativa y el sistema educativo del país; la estructura del sistema y los derechos y obligaciones de sus miembros; las competencias de los diferentes órganos de gobierno y administración del sistema. Fija, además, algunas pautas para el financiamiento de la educación, ordena la evaluación permanente de la calidad de la educación y establece los criterios que deberán atender los diferentes órganos de gobierno del sistema en el cumplimiento de los principios y objetivos fijados por la ley. De estos criterios nos interesa destacar fundamentalmente dos, el de equidad y el de descentralización. Dadas las condiciones del entorno (geográficas, demográficas, económicas y socioculturales) en el que funciona nuestro sistema educativo, por diferentes motivos muy relacionados entre sí, ambos criterios adquieren una importancia de primer orden, y pueden, en alguna medida, ser incompatibles. La equidad plantea una cuestión de justicia; la descentralización tiene relación directa con la dimensión administrativa del sistema. Aparentemente, se trata de cosas que nada tienen que ver entre sí. No obstante, dadas las profundas desigualdades de todo orden que caracterizan al contexto nacional, la concreción del principio de descentralización en educación puede poner en peligro la realización del principio de equidad (Brigido, 2004b). Las disposiciones de la LFE expresan la voluntad política de llevar a cabo una transformación estructural del sistema educativo argentino a fin de actualizarlo y adecuarlo a las exigencias que plantea la sociedad de fin de siglo. En este sentido, la nueva ley es sólo un punto de partida que abre las puertas a una serie de cambios en los contenidos de la enseñanza, los
  • 226. procesos pedagógicos, la gestión de las escuelas y la administración del sistema en su conjunto. Al margen de la polémica que se generó alrededor de ella, la LFE marca un hito en la historia de la educación argentina, puesto que incorpora una serie de cuestiones que las normas anteriores a ella no tenían en cuenta: regula el funcionamiento de todos los niveles del sistema, excepto el universitario, que debe regirse por una ley especial; establece de manera precisa las atribuciones de la Nación, de las provincias y de la Ciudad de Buenos Aires en materia de gobierno y administración de la educación, con lo cual elimina una de las tantas causas de conflicto entre el poder central y los gobiernos jurisdiccionales; otorga un papel protagónico al Consejo Federal de Cultura y Educación como órgano de coordinación y concertación del Sistema Nacional de Educación; incorpora normas relativas al financiamiento de la educación del país, con el objeto de asegurar la provisión de los fondos necesarios para brindar un servicio educativo de calidad; finalmente, y no menos importante, introduce temas inéditos, como el de la evaluación permanente del sistema educativo en todos sus aspectos y obliga al Estado nacional, a través del Ministerio de Educación, a definir y sostener políticas compensatorias a fin de garantizar una distribución equitativa de la educación en todo el territorio nacional. El proceso de implementación de la LFE, aunque apoyado por importantes recursos económicos provistos por el Estado nacional, no dio los resultados esperados y provocó innumerables problemas de diferente tipo en todas las jurisdicciones del país. Hoy circula una profusa literatura sobre esta ley y lo que ella ha significado para los diversos actores del sistema y para la educación en su conjunto. Esos trabajos, en su gran mayoría son profundamente críticos de la ley, aunque no siempre las críticas superan el plano meramente ideológico. Según versiones periodísticas, y de acuerdo a las declaraciones de algunos protagonistas de peso en el campo educativo del país, existe hoy la intención de derogar la LFE, pero no se conoce todavía el contenido de los proyectos destinados a remplazarla. b) La Ley de Educación Superior (LES) En cumplimiento de las disposiciones de la LFE, el Congreso Nacional aprobó en 1995 la Ley de Educación Superior (LES). El artículo 1º de la LES expresa que están comprendidas dentro de ella “todas las instituciones de formación superior, universitarias y no universitarias, nacionales, provinciales o municipales, tanto estatales como privadas, todas la cuales forman parte del sistema educativo nacional regulado por la ley 24.195”. Las principales disposiciones de la LES se refieren a los fines y objetivos de la educación superior, la estructura y articulación de las instituciones comprendidas en ella y los derechos y obligaciones de los docentes y los estudiantes. En materia de educación superior no universitaria establece que la responsabilidad jurisdiccional corresponde a las provincias y al gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, las que podrán recibir apoyo del Estado nacional para programas que cumplan determinadas condiciones. Las instituciones de formación superior no universitaria tienen dos funciones principales: formar y capacitar para el ejercicio de la docencia no universitaria y proporcionar formación de carácter instrumental en las áreas humanísticas, sociales, técnico-profesionales y artística. Los títulos que otorgan estas instituciones habilitan para la docencia no universitaria y para el ejercicio de actividades correspondientes a las diferentes áreas de formación; su validez nacional está sujeta al reconocimiento previo de los planes de estudio por parte de la instancia que determine el Consejo Federal de Cultura y Educación y las normas que éste establezca.
  • 227. La mayor parte del articulado de la LES está destinado a la educación universitaria. El Sistema Universitario Nacional está integrado por las universidades nacionales, provinciales y privadas reconocidas por el Estado nacional, y por los institutos universitarios nacionales y privados reconocidos. Otorga plena autonomía académica e institucional a las universidades, establece el alcance de la misma y las garantías correspondientes. Sostiene, además, que los títulos que otorgan estas instituciones deben ser reconocidos por el Ministerio de Educación de la Nación, y habilitan para el ejercicio profesional, la docencia y la investigación. Cuando se trate títulos correspondientes a profesiones reguladas por el Estado, deberán respetar, además de la carga horaria, una serie de requisitos relativos a los planes de estudio y la formación práctica, y su acreditación estará a cargo de la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU). Entre las disposiciones de la LES que generaron más rechazo en las universidades nacionales están las que se refieren a la evaluación institucional y la acreditación de las carreras universitarias (artículos 44º a 47º). Todas las instituciones universitarias deberán asegurar el funcionamiento de instancias de evaluación institucional interna “que tendrán por objeto analizar los logros y dificultades en el cumplimiento de sus funciones, así como sugerir medidas para su mejoramiento” (artículo 44º). Establece también una instancia de evaluación externa a cargo de la CONEAU o de entidades privadas constituidas con ese fin. El régimen de admisión a las carreras debe ser fijado por cada universidad, y en el caso de universidades con más de 50.000 estudiantes, será determinado por cada facultad o unidad académica equivalente. Las universidades deberán establecer normas sobre regularidad en los estudios, imponiendo como rendimiento mínimo exigible la obligación del estudiante de aprobar dos materias anuales (o una en el caso de planes de estudio con sólo cuatro materias en el año). Con relación a los profesores, establece que el ingreso a la carrera académica se hará mediante concurso público de antecedentes y oposición. Los órganos de gobierno de las instituciones universitarias nacionales, tanto colegiados como unipersonales, son definidos por los estatutos de cada institución. Los órganos colegiados deben incluir a los docentes, los estudiantes, el personal no docente y los graduados. Se deberá asegurar al claustro docente la mayoría en la representación (no menos del 50% de los integrantes). Con relación al sostenimiento y el régimen económico-financiero, la LES obliga al Estado nacional a proveer los fondos necesarios para garantizar el normal funcionamiento y el cumplimiento de las funciones de las instituciones universitarias nacionales. Éstas gozan de autarquía económico-financiera, que ejercerán en el marco de los controles que rigen para todo el sector público nacional. La ley las autoriza a generar recursos propios, y a fijar aranceles para los estudios de grado, que deberán destinase, prioritariamente, a becas, subsidios, créditos u otro tipo de ayuda a los estudiantes con aptitud académica que no cuentan con recursos suficientes para continuar sus estudios, y a la provisión de materiales para la enseñanza. En ningún caso se podrán destinar a cubrir los gastos corrientes de la institución. En lo que respecta a las universidades privadas, éstas serán autorizadas, acreditadas y controladas por el Estado nacional. Su sostenimiento corre por cuenta de las entidades que las promueven; en ningún caso recibirán del Estado subsidios para garantizar su funcionamiento. La LES generó en las universidades nacionales una dura oposición. Algunos interpretan
  • 228. que ella destruye la autonomía universitaria y conduce a una suerte de ‘privatización’ de la educación superior. Al margen de los puntos discutibles que puede tener esta ley, nos parece que ciertos argumentos que se esgrimen a favor de su derogación no se fundan en un análisis objetivo de su contenido y de los resultados que su implementación ha tenido para nuestras universidades, sino que responden a intereses muchas veces ajenos a la actividad universitaria. Es importante atender a un dato que no siempre se menciona: en la mayoría de las universidades nacionales las disposiciones de la LES no se cumplen o se cumplen parcialmente, en consecuencia, muchos de los problemas de nuestro sistema universitario no se pueden atribuir a su aplicación, como pretenden algunos de sus detractores. c) La Ley de Financiamiento Educativo La preocupación por el financiamiento de la educación ya estaba presente en la LFE (art. 60º): “la inversión pública en el sistema educativo es prioritaria y se atenderá con los recursos que determinen los presupuestos de la Nación, de las provincias y del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, según corresponda”. Esta inversión debía duplicarse gradualmente a razón de un 20% anual a partir del presupuesto 1993, o debía considerarse un incremento del 50% en el porcentaje de PBI (producto bruto interno) destinado a educación en 1992. La diferencia entre estas metas de cumplimiento obligatorio y los recursos disponibles debía financiarse con impuestos directos de asignación específica aplicados a los sectores de mayor capacidad contributiva. De hecho, estas disposiciones de la LFE se cumplieron solamente hasta el año 1996, mientras se produjo en el país un crecimiento sostenido del PBI. A partir de entonces, se convirtieron en letra muerta. La Ley de Financiamiento Educativo retoma el tema de los recursos para la educación, pero incluye algunas cláusulas nuevas respecto de la normativa anterior, que implican un mayor compromiso de las provincias en el mejoramiento del presupuesto destinado al sector. Esta ley obliga al Gobierno nacional, los Gobiernos provinciales y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires a aumentar progresivamente la inversión en educación, ciencia y tecnología entre los años 2006 y 2010, hasta alcanzar en esta última fecha una participación del 6% en el PBI. Para cumplir con los objetivos fijados por la ley, la proporción del gasto consolidado en educación con relación al PBI del Gobierno nacional y de todas las jurisdicciones crecerá anualmente de acuerdo a las metas que establece la ley. El 40% del esfuerzo de inversión adicional para el cumplimiento de estas metas le corresponde al Gobierno nacional, y el 60% restante a los Gobiernos jurisdiccionales. En el caso de las provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el incremento en la inversión se destinará prioritariamente a mejorar las remuneraciones docentes, a adecuar las respectivas plantas orgánicas funcionales para garantizar la atención de una matrícula creciente, y a jerarquizar la carrera docente garantizando su capacitación con el objeto de mejorar la calidad de la educación. Una disposición importante de esta ley es que, por el plazo de 5 años, establece una asignación específica de los recursos coparticipables con la finalidad de “garantizar condiciones equitativas y solidarias en el sistema educativo nacional y coadyuvar a la disponibilidad de recursos” para cumplir con las metas de inversión previstas. Recordemos que los recursos que reciben las jurisdicciones en concepto de coparticipación federal son de libre disponibilidad. En este caso el Congreso Nacional, en uso de las atribuciones que le confiere la Constitución Nacional (art. 75, inciso 3), suspende temporariamente el derecho que tienen las jurisdicciones a usar libremente esos recursos y les impone que destinen a educación una parte de ellos.
  • 229. Dado que el incremento en la inversión en educación queda atado al PBI, la pregunta que nos hacemos es qué pasa si éste no crece en la medida de lo necesario. El artículo 6º de la ley prevé que “en donde no haya incremento del PBI o cuando la variación del mismo no genere el incremento en la recaudación exigible para alcanzar las metas financieras previstas, la meta anual deberá adecuarse proporcionalmente al incremento de la recaudación”. Sabemos de las dificultades que tienen muchas provincias para financiar sus gastos corrientes debido a que no cuentan con una población y una estructura productiva que les permita recaudar el dinero que necesitan para cubrir dichos gastos. 1.2. Gobierno y administración De acuerdo a lo previsto por la LFE, el gobierno y administración del sistema educativo nacional es una facultad concurrente y concertada del Poder Ejecutivo Nacional, los poderes ejecutivos de las provincias y de la Ciudad de Buenos Aires. Al Poder Ejecutivo Nacional le compete, a través del ministerio específico, garantizar el cumplimiento de los principios, objetivos y funciones que fija la LFE al sistema educativo nacional. Como se recordará, siguiendo a Archer hemos utilizado el concepto de unificación para aludir a la dimensión administrativa y de gestión del sistema educativo. Una forma de representar el tipo de unificación del sistema educativo son los organigramas funcionales. Éstos sirven para mostrar gráficamente los diferentes niveles de conducción del sistema, las funciones, las jerarquías de mando, las líneas formales de comunicación, etc. En lo que sigue presentaremos muy someramente la forma que adopta la unificación del sistema educativo nacional1 a partir de la sanción de la LFE. Lo primero que debemos anotar respecto de la unificación del sistema educativo argentino, es que se trata de un sistema totalmente descentralizado. Por descentralización se entiende “aquella situación en la que diversas entidades regionales y locales, con grados significativos de autonomía, definen las formas propias en que se debiera organizar el sistema de educación pública en sus respectivas áreas. En la descentralización se delega el ejercicio de un poder decisional real sobre aspectos importantes del manejo financiero, la elaboración del curriculum local y la administración y gestión educativa en zonas geográficamente determinadas”2. En síntesis, la descentralización implica delegación de poder, no se trata de una mera delegación de funciones. La LFE delega el poder de decisión sobre la gestión de la educación en las provincias y el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Define las competencias de los dos niveles de gobierno de la educación, el central, que ejerce sus funciones a través del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación, y el jurisdiccional. Cada jurisdicción está obligada a dictar su propia ley de educación para adecuarla a la ley nacional3. Las autoridades jurisdiccionales son las responsables directas de la gestión del sistema en el ámbito de su competencia, y las encargadas de adecuar las disposiciones generales a las necesidades de la comunidad local. Por otra parte, la LFE amplía las funciones del Consejo Federal de Cultura y Educación4 que es el ámbito de coordinación y concertación del sistema educativo nacional. Con ello busca garantizar la unidad y la articulación de un sistema constituido, prácticamente, por 24 sistemas jurisdiccionales que, como corresponde a un
  • 230. régimen descentralizado, tienen plena autonomía para resolver los asuntos financieros, administrativos y pedagógicos del sistema en sus respectivos territorios. La norma de referencia ordena, además, que el principio de descentralización se aplique también dentro de cada jurisdicción con el fin, sin duda, de lograr una serie de objetivos importantes: economizar recursos, hacer más eficiente el proceso de toma de decisiones, mejorar la calidad de la educación, democratizar el sistema. En la práctica, sin embargo, el logro de estos objetivos no es tan sencillo y la descentralización encierra peligros importantes, como son la desarticulación, la segmentación y el desfinanciamiento del sistema. Estos peligros son particularmente graves en el caso de Argentina, un país extremadamente heterogéneo y desigual en todos los órdenes: geográfico, demográfico, cultural, económico y social. Ello, sumado a las políticas inadecuadas y las gestiones ineficientes (muy frecuentes en el país), ha dado lugar a grandes desniveles en el desarrollo regional en general y en el educativo en particular. 1.3. Estructura del sistema educativo nacional Hemos dicho antes que el concepto de sistematización designa la estructura académica de un sistema educativo, es decir, la forma en que están articulados aquellos elementos del sistema vinculados con la oferta educativa, la carrera escolar de los alumnos y la formación y el reclutamiento de los docentes. Igual que la unificación, la sistematización también se puede representar gráficamente; se usa para ello un gráfico o esquema que proporciona una imagen general de los niveles del sistema, la forma en que están articulados, la edad estipulada para cursarlos, etc. En líneas generales, a partir de la sanción de la LFE, el sistema educativo argentino queda estructurado de la siguiente manera: a) Educación Inicial, constituida por el tradicional ‘jardín de infantes’ para niños de 3 a 5 años, siendo obligatorio el último año; b) Enseñanza General Básica (EGB), de nueve años de duración, dividida en tres ciclos de carácter obligatorio; c) Educación Polimodal, después del cumplimiento de la EGB, con una duración mínima de tres años; d) Educación Superior, profesional y académica de grado, luego de cumplida la Educación Polimodal; y e) Educación Cuaternaria. La ley establece, además, los objetivos de cada uno de los niveles, así como las articulaciones entre ellos y con los regímenes especiales destinados a atender “las necesidades que no pudieran ser satisfechas por la estructura básica y que exijan ofertas específicas diferenciadas en función de las particularidades o necesidades del educando o del medio” (art. 11º). Sobre la base de esta estructura se pueden comenzar a estudiar las peculiaridades de cada tramo del sistema, las funciones que cumplen, los requisitos para transitar por ellos y obtener las acreditaciones correspondientes, etc., y la forma en que este todo unificado está articulado. En general, los sistemas educativos provinciales han adoptado esta estructura, excepto la provincia de Córdoba que ha fijado una estructura diferente, pero equivalente, la de Neuquén, que decidió no aplicar la Ley Federal y la Capital Federal, donde no se hizo prácticamente nada con relación a este tema (Brigido, 2004b). Un dato fundamental de la realidad es que la aplicación de esta ley ha sido muy dispar en todo el país. El gráfico que sigue presenta la estructura del sistema educativo nacional, tal como queda configurada a partir de la sanción de la LFE, que hoy se está pensando en modificar.
  • 231. 2. Principales problemas de su funcionamiento Para comprender muchos aspectos del funcionamiento del sistema educativo, es imprescindible tener en cuenta el entorno en el que él está inserto. Si algo caracteriza a la educación de nuestro país es que ella se desarrolla en un contexto de profundas desigualdades de diversa naturaleza. Argentina es un país territorialmente extenso, escasamente poblado en algunas zonas y con alta densidad demográfica en otras, con accidentes geográficos de todo tipo, una amplia gama de variedades climáticas, rasgos culturales propios en las diferentes regiones y condiciones sociales y económicas muy dispares en cada una de ellas. Las grandes diferencias que caracterizan al contexto en el que funciona el sistema dan como resultado una enorme desigualdad en el servicio que presta. Las oportunidades objetivas de acceder a una educación de calidad son totalmente distintas según el lugar de que se trate: las distintas jurisdicciones, la zonas rurales y urbanas, los barrios urbanos marginales y los de clases acomodadas, por nombrar sólo las diferencias más notorias5 . El análisis de los valores correspondientes a los principales indicadores de desarrollo económico y social, como son entre otros, el producto bruto interno (PBI), los hogares con necesidades básicas insatisfechas (HNBI), la tasa de mortalidad infantil, el porcentaje de
  • 232. analfabetos, las tasas de escolaridad de la población joven, el máximo nivel educativo alcanzado por la población adulta, pone de manifiesto la enorme disparidad que existe entre las distintas jurisdicciones que componen el país. En un estudio reciente Brigido (2004a) documenta este hecho con una serie de cifras tomadas de distintas fuentes oficiales. Hay en el país provincias que están en una situación de desventaja notoria respecto del resto, desde cualquier punto de vista que se las tome. La principal conclusión de esos trabajos es que las provincias del NO y del NE se encuentran en la peor posición relativa tanto en lo que hace a los indicadores de desarrollo económico, como a los referentes al desarrollo educativo y social en general. En un ranking de posiciones, la Capital Federal es, por lejos, la que mejor se ubica en todos esos indicadores, seguida por las provincias de la Región Pampeana. Las jurisdicciones de la Patagonia presentan resultados dispares, en algunos indicadores están muy cerca de la Capital Federal, en otros se encuentran bastante más próximos de las provincias en desventaja. En ese ranking, los distritos de la Región de Cuyo se ubican, por lo general, alrededor de la mediana nacional6. En síntesis, lo que estas disparidades revelan es una situación de profunda injusticia. Dentro de un mismo país, la distribución de los bienes sociales y las oportunidades de diferente tipo son absolutamente distintas. Si bien esto no constituye una novedad, los números ayudan a dimensionar el problema. A título informativo, presentamos en los Gráficos nº 1, 2 y 3 los valores correspondientes a tres indicadores de gran relevancia: el porcentaje de hogares con necesidades básicas insatisfechas, el índice de mortalidad infantil y el porcentaje de analfabetos. Los datos, provistos por el INDEC, corresponden a los dos últimos censos de población realizados en el país. Gáfico Nº 1: Porcentaje de HNBI Creemos que huelgan los comentarios sobre la realidad que presentan los gráficos; las figuras hablan por sí mismas. Obviamente, las disparidades regionales y las zonas más desfavorecidas han sido, y siguen siendo, las regiones NE y NO del país. Esta situación constituye un dato sustancial para la política educativa porque condiciona de manera decisiva la posibilidad de realizar al menos dos de los principios consagrados por la LFE: la descentralización y la equidad. Las regiones menos desarrolladas cuentan con escasos recursos económicos para financiar el sistema, y carecen también de personal especializado
  • 233. para administrarlo adecuadamente. En consecuencia, la calidad del servicio se resiente, las posibilidades de incorporarse al sistema (sobre todo a los niveles post-obligatorios) y de adaptar la educación a las necesidades regionales son escasas, y la participación democrática en la gestión del sistema difícilmente se puede concretar. Gráfico Nº 2: Tasa de mortalidad infantil (por mil niños nacidos vivos) Gráfico Nº 3: Porcentaje de analfabetos entre la población de 10 años y más. 2.1. Eficacia externa e interna La eficacia es una categoría interpretativa del funcionamiento de un sistema de educación que adquiere sentido en relación a los objetivos que ese sistema se ha propuesto lograr; por lo
  • 234. tanto, no es independiente de las políticas que se formulan para el sector y las metas concretas que se quieren alcanzar. Con este concepto más bien amplio, podríamos decir que un sistema educativo es eficaz cuando es capaz de lograr los objetivos propuestos por la política educativa, independientemente del grado de eficiencia con que lo haga y de la calidad del producto que obtiene. Con fines estrictamente analíticos podríamos hacer una distinción entre eficacia externa y eficacia interna del sistema educativo. En general, la bibliografía especializada no hace esta distinción; con el concepto de rendimiento o eficiencia interna se designa habitualmente lo que aquí denominamos eficacia del sistema. Se trata de una distinción que adoptamos con fines más bien didácticos, no es imprescindible hacerla. La eficacia externa se refiere al cumplimiento de los objetivos de la política en términos de la respuesta del sistema a las demandas sociales de educación; supone considerar al sistema educativo con relación al contexto o el entorno en el que funciona. Los datos demográficos tienen una importancia de primer orden para analizar este tipo de eficacia. La información necesaria para analizar la eficacia externa del sistema educativo es la que proporcionan los datos censales. La eficacia interna, en cambio, implica la consideración del funcionamiento del sistema educativo en sí mismo, sin reponerlo en su entorno. Un análisis de la eficacia interna implica estudiar aspectos tales como la retención, el abandono, la calidad de la educación, los recursos con que cuenta el sistema, etc., etc. Las estadísticas regulares de educación y los censos educativos son las principales fuentes de información para llevar a cabo el cálculo de los indicadores de eficacia interna. Si estos datos se relevan de manera sistemática y siguiendo siempre el mismo criterio se pueden construir series temporales. Estas series son imprescindibles para la evaluación del rendimiento del sistema. Si no disponemos de ellas es imposible conocer cómo han evolucionado las tasas de repetición, de graduación, de deserción, etc., o determinar con qué factores se relacionan las variaciones que han experimentado y, en fin, otra serie de cuestiones que es necesario saber para tomar las decisiones que haga falta. Esta información es de un valor inestimable para evaluar la eficacia interna del sistema a lo largo del tiempo y, con ello, el desarrollo de la educación del país y los resultados de las políticas educativas. 2.1.1 Eficacia externa La primera y fundamental necesidad que debe cubrir el sistema educativo es la que se refiere a la demanda de educación formal. La capacidad del sistema para satisfacer esta demanda se define como ‘cobertura del sistema’. Esta cobertura se evalúa mediante las tasas de escolaridad. Una tasa de escolaridad expresa la relación entre la población de un grupo de edad que está incorporada al sistema escolar en un momento determinado y el total de población de ese grupo de edad. En el Cuadro nº 1 presentamos las tasas netas de escolaridad desagregadas por región según los dos últimos censos nacionales. Cuadro Nº 1: Tasas netas de escolaridad por grupos de edad 1991 y 2001
  • 235. Fuente: Elaboración propia sobre la base de los Censos de Población y Vivienda 1991 y 2001. El agrupamiento por edades se hizo teniendo en cuenta la estructura del sistema educativo. Dado que el cálculo se llevó a cabo sobre la base de la edad solamente, no podemos saber en qué nivel del sistema está incorporado cada grupo. Si bien se puede suponer que la mayor parte de la población de cada grupo se encuentra cursando el nivel que le corresponde por su edad, esto es verdad únicamente para el nivel inicial. Para los otros niveles, las tasas de escolaridad por nivel educativo y grupo de edad son alrededor de un 15% más bajas que las tasas por grupos de edad solamente. Esto se debe al fenómeno de la sobreedad que, como veremos más adelante, no es un problema menor en la República Argentina. La primera conclusión que se puede extraer del cuadro de referencia es que, salvo la tasa correspondiente al grupo de cinco años, que en 2001 es cinco puntos porcentuales menor que la de 1991, el resto de las tasas crece en todas las regiones. El mayor crecimiento se produce en la tasa del grupo de 18 a 22 años, que casi se duplica entre las dos fechas. En la Patagonia el aumento es sustancial (la tasa de 2001 es cuatro veces mayor que la de 1991). También es muy significativo el incremento de la tasa para el grupo de 13 a 17 años (llega al 26%). En lo que respecta al grupo de 6 a 12 años, el incremento es muy pequeño, pero hay que tener en cuenta que la Argentina ya había logrado en 1991 una cobertura muy importante para ese grupo (96% promedio para el país). En el 2001 el país prácticamente alcanza el tope en la escolarización de ese grupo de edad; por definición, llegado a este punto, la tasa no puede seguir creciendo. En síntesis, las tasas de escolaridad revelan avances significativos en lo que a cobertura del sistema se refiere. El único dato desalentador que presenta el cuadro de referencia es el relativo a la cobertura para el grupo de 5 años (disminuye en el 2001). Se trata de un dato muy negativo que no se puede pasar por alto. Es un hecho que debería ser minuciosamente investigado porque tiene importantes derivaciones de largo plazo para el país. La segunda conclusión que se desprende del cuadro se refiere a la diferencia entre las regiones y la ubicación del NE y el NO entre las zonas con mayores desventajas dentro del conjunto, como ocurre con todos los indicadores. Las tasas netas de escolaridad más bajas
  • 236. para todos los grupos de edad en las dos fechas consideradas corresponden a las provincias de esas regiones. Este resultado es totalmente coherente con lo que observábamos en el punto anterior respecto del nivel de desarrollo de estas regiones. Otro indicador interesante de la eficacia externa del sistema educativo es el que se refiere a la educación societal, que se mide generalmente a partir del máximo nivel educativo alcanzado por la población en edad activa. Este no es un dato menor ya que nos permite evaluar, en alguna medida, la calidad de los recursos humanos con que cuenta un país. El Gráfico nº 4 muestra el porcentaje total de población de 15 a 64 años, por región, según el máximo nivel educativo alcanzado. Gráfico Nº 4: Población en edad activa (15 a 64 años), por región, que asistió pero ya no asiste a la escuela, según máximo nivel educativo alcanzado – 1991 Un recorrido por los datos del Gráfico pone en evidencia la clara superioridad de la Capital Federal en lo que respecta al nivel educativo de su población en edad activa. Allí más del 25% del grupo poblacional considerado completó el nivel medio y el 16% completó el nivel terciario. Estos valores superan el promedio del país en nueve puntos en el nivel secundario y en más del doble en el superior. En el resto de las regiones, no hay diferencias significativas en lo que respecta a los estudios superiores completos. En todas oscila entre el 5% y el 6%. Tampoco las hay con relación a los estudios secundarios, excepción hecha de la región NE, donde se registra el menor porcentaje de población con estudios de este nivel completos (11%). Nos parece importante hacer algunas consideraciones sobre la población que no completó la escuela primaria. Mientras para el conjunto del país la población en edad activa con el nivel
  • 237. primario incompleto representa el 16%, en la Capital Federal la cifra correspondiente es cuatro veces menor. Las provincias del NE, en cambio, tienen más de la cuarta parte de su población en esa situación y en las del NO ella equivale a un quinto del grupo de edad. 2.1.2 Eficacia interna Los indicadores de eficacia interna se calculan sobre la base de las estadísticas regulares de educación que releva el Ministerio de Educación de la Nación a partir de la información que le proporciona cada jurisdicción, y de los censos escolares que suele organizar dicho Ministerio. Para clasificarlos de alguna manera podríamos distinguir dos tipos de indicadores de eficacia interna: i) los que se refieren al desarrollo de la carrera escolar de los estudiantes; y ii) aquellos que tienen que ver con la calidad de los resultados de la educación y los recursos humanos y materiales del sistema. Desde una perspectiva cuantitativa, un sistema educativo tiene un 100% de eficacia cuando se dan, entre otras, las siguientes condiciones: todos los alumnos que comienzan un ciclo lo terminan y, consecuentemente, nadie abandona la escuela sin concluir el ciclo iniciado; todos los matriculados en un grado o curso pasan al siguiente sin repetir ninguna vez; quienes cursan un grado lo hacen con la edad que teóricamente corresponde para ese grado; el aprendizaje logrado por los alumnos es satisfactorio. Contando con información apropiada, es posible evaluar en qué medida un sistema educativo se acerca a estas metas ideales. a) La carrera escolar de los alumnos En lo que se refiere a la carrera escolar de los alumnos, a título de ejemplo, vamos a referirnos solamente a dos de los indicadores mencionados: repetición y sobreedad. Si bien nuestro sistema educativo ha logrado una cobertura aceptable incorporando una proporción importante de la población en edad escolar, al menos en los primeros ciclos de la enseñanza básica, conserva tasas de repetición altas con relación a las que se registran en países avanzados. Según el Informe Mundial sobre la Educación (UNESCO, 1998), en el año 1995 el porcentaje de alumnos que repetían grado en la escuela primaria era del 2% en Alemania y del 3% en España, mientras que en nuestro país se acerca al 6%, una cifra similar a la de Chile, por ejemplo, aunque muy inferior al 18% que se da en Brasil. Sabemos que la repetición reiterada suele conducir al abandono definitivo y que si éste se produce en los primeros años de la carrera escolar, las consecuencias para el individuo son muy serias. La consideración de este hecho ha llevado en muchos casos a tomar medidas que alientan la promoción automática de los niños de un grado a otro, aun cuando no hayan logrado los aprendizajes indispensables, ni satisfecho las condiciones necesarias para poder ser promovidos. Los datos estadísticos no permiten identificar estos casos y, por lo general, tampoco se pueden detectar a partir de la normativa vigente, porque se trata de prácticas generalmente informales que las autoridades del área educativa no siempre están dispuestas a reconocer, aunque ellas sean a veces sus principales impulsoras. Seguramente se intenta lograr con esto una mayor retención de los alumnos en la escuela, bajo el supuesto de que la sola permanencia en ella significa para los niños un beneficio, aunque no alcancen otros objetivos importantes. Sin embargo, el costo de esas prácticas para el sistema de educación es muy significativo, y seguramente tampoco se puede justificar desde el punto de vista de los alumnos a quienes se pretende beneficiar, permitiéndoles avanzar en su carrera escolar
  • 238. aunque no reúnan las condiciones estipuladas para ello, en términos de los conocimientos y habilidades que deben dominar para que su desempeño en el próximo curso sea efectivo. El Gráfico nº 5 muestra los datos de la repetición promedio en los niveles primario y secundario en todas las jurisdicciones del país. Los datos están ordenados según la repetición en el nivel primario. Los datos del gráfico permiten sacar varias conclusiones. En primer lugar, hay una diferencia importante entre los porcentajes de repetición del nivel primario y del nivel medio; generalmente son mayores en el nivel medio, salvo en algunas provincias, entre ellas, Misiones, Santiago del Estero, Formosa y Entre Ríos, por nombrar solamente aquellas que tienen los porcentajes más elevados de repetición en la escuela primaria. Este hecho se debe, probablemente, a que en las jurisdicciones más pobres, los niños menos favorecidos en capital cultural, y también económico, son eliminados en la escuela primaria. Suele ocurrir, también, que en estas provincias la práctica de la promoción automática de grado sea muy frecuente; si no contamos con esta información, la comparación entre jurisdicciones pierde sentido. Es interesante observar que las provincias con más altos porcentajes de repetición en la escuela secundaria son las de la Patagonia. La investigación de Brigido (2004 b) concluye que estos distritos tienen resultados relativamente buenos en la primaria y están entre los más deficitarios en la secundaria, al menos en lo que a eficacia interna se refiere. GráficoNº 5: Porcentajes de repitientes en los niveles primario y medio – Año 2000 Los datos correspondiente a la sobreedad figuran en el Gráfico nº 6. También en este caso las jurisdicciones están ordenadas en función de los porcentajes de sobreedad en la escuela primaria. Huelgan los comentarios respecto de la importancia de este fenómeno en la escuela
  • 239. argentina. En algunas jurisdicciones el 40% de los alumnos del nivel primario y casi el 50% del nivel medio cursan sus estudios con atraso. Las provincias con los porcentajes más altos en ambos niveles son las del NE y Santiago del Estero. Las jurisdicciones de la Patagonia están muy cerca de ellas en lo que respecta a la sobreedad en el nivel medio. b) Calidad de los resultados de la educación y recursos del sistema. Veamos ahora qué ocurre con a estos dos indicadores del funcionamiento del sistema. El Operativo Nacional de Evaluación de la Calidad (ONEC) ha sido definido por la autoridades educativas como una acción orientada a mejorar la calidad de la educación. El supuesto subyacente en este caso es que mejores logros en el aprendizaje están asociados a mayor calidad de la educación que se recibe (la cual depende, a su vez, de la preparación de los maestros, la funcionalidad de las instalaciones escolares a las necesidades del proceso de enseñanza, la disponibilidad de equipamiento didáctico e informático adecuados, etc.) . La validez de este supuesto es inobjetable, aunque oculta la enorme complejidad del problema: el aprendizaje logrado por un alumno está asociado a una multiplicidad de factores de orden individual, familiar, escolar y social; la ‘calidad’ de la educación recibida es solamente uno de esos factores. Gráfico Nº 6: Porcentajes de sobreedad en los niveles primario y medio – Año 2000 De acuerdo a los análisis llevados a cabo por el Ministerio de Educación de la Nación, los resultados de los ONEC son preocupantes en todo el país. Los alumnos no aprenden los contenidos mínimos que están estipulados en los programas y se observan diferencias importantes entre las escuelas privadas y las públicas, entre las escuelas de la zona rural y la
  • 240. urbana, y entre las diversas provincias del paí7 . Todo esto estaría dando cuenta de un sistema educativo muy segmentado, que no garantiza niveles de aprendizaje adecuados en todos los casos (Brigido 2004 a y b). ¿Se puede inferir de aquí que la ‘calidad’ de la educación recibida por los alumnos es mala? En parte la respuesta podría ser que sí. Pero seguimos sin resolver el principal problema: qué entendemos por ‘calidad de la educación’. Desde el punto de vista de los recursos, interesan básicamente: el personal de enseñanza, la infraestructura y el equipamiento informático. i) El personal docente constituye el recurso fundamental del sistema educativo y juega, en consecuencia, un papel clave en el logro de los objetivos que se persiguen, a condición de que tenga un compromiso genuino con su profesión y desempeñe adecuada y eficazmente las tareas que le competen. Primera condición para un buen desempeño de los docentes en el aula es la capacitación. Pero también las condiciones de trabajo, comenzando por las remuneraciones, constituyen un factor de relevancia cuando se trata de mejorar la calidad de la educación. Con relación a las remuneraciones, en contra de lo que se piensa habitualmente, los resultados de la investigación educativa dan cuenta de una escasa o nula relevancia del salario de los maestros y profesores en el resultado del aprendizaje de los alumnos (Brigido 2004 b). Es indudable que en las prácticas cotidianas dentro del aula se juega el éxito del proceso de enseñanza-aprendizaje. La práctica educativa es parte de la cultura de la escuela, de la forma en que los maestros definen su rol, de las relaciones que mantienen entre sí y con la comunidad. La capacitación de los docentes puede ser una de las estrategias privilegiadas para comenzar a cambiar esas prácticas, a fin de hacerlas funcionales a los objetivos del sistema. Sabemos que el impacto de la capacitación de los docentes en el aprendizaje de los alumnos es muy difícil de determinar. Tampoco podemos olvidar que las actividades escolares son muy complejas; sus múltiples aspectos no se pueden captar tan fácilmente como los gastos o la matrícula, por ejemplo. Además, la mayor parte del trabajo de los maestros tiene lugar a puertas cerradas, lo que dificulta el control, y sus resultados son muchas veces intangibles; a menudo solamente se ponen en evidencia en el largo plazo y su medición es altamente problemática. En Argentina existen programas permanentes de capacitación de los docentes. Los datos disponibles sobre el dinero invertido en esos programas y la participación de los docentes en ellos muestran que las provincias donde se invirtió proporcionalmente más dinero para la capacitación docente no son precisamente las que se destacan por los mejores resultados de los alumnos en los ONEC. Por cierto, esto no nos autoriza a concluir que existe una correlación negativa entre inversión en capacitación y resultados en el aprendizaje, pero es un dato a tener en cuenta para comenzar a analizar la cuestión. Y en este análisis, un aspecto clave a considerar es el que se refiere a los contenidos de la oferta de capacitación. Algunas opiniones de los docentes, recogidas de manera casual, dan cuenta de que, en muchos casos, los temas desarrollados en los cursos les resultaban irrelevantes para resolver los problemas de la enseñanza y no les aportaban elementos significativos para cambiar sus prácticas cotidianas. También podríamos preguntarnos cuáles habrían sido los resultados del aprendizaje si los docentes no hubieran recibido ningún tipo de capacitación. Obviamente, este argumento contrafáctico es imposible de sostener (Brigido, 2004b). En lo que respecta a la remuneración del personal de enseñanza, en Argentina, desde el momento en que se concreta la transferencia de la totalidad de los servicios educativos a los
  • 241. gobiernos provinciales, éstos tienen total independencia para fijar los salarios de los docentes y son los únicos responsables de su contratación, supervisión, evaluación y promoción en todos los niveles del sistema, excepto el universitario. En consecuencia, las misma tareas y esfuerzos equivalentes no son remunerados de igual manera en todo el país. Por otra parte, cada provincia cuenta con su propio Estatuto del Docente, instrumento legal que establece los derechos y obligaciones del personal de enseñanza, e incide sobre la situación laboral. Todo ello explica la gran disparidad que existe entre jurisdicciones, no sólo en lo que respecta al monto y la composición de los sueldos de los docentes, sino también en lo que hace a las normas que rigen las relaciones laborales dentro del sector. Los salarios de profesores y maestros han sufrido un deterioro permanente, sobre todo durante los últimos años de la década de los noventa, fenómeno que se acentuó con la devaluación del 20028. Hay que señalar también que la política salarial seguida por cada provincia no siempre corresponde a sus posibilidades financieras. Algunas de las jurisdicciones menos dotadas adoptan políticas salariales imposibles de aplicar con sus propios recursos y deben apelar continuamente al apoyo del Tesoro Nacional. Esto crea con frecuencia conflictos importantes entre las diferentes instancias de gobierno y dificulta la posibilidad de satisfacer los reclamos de maestros y profesores (Brigido, 2004b). ii) La infraestructura escolar. Sin ser el factor decisivo, la calidad de la educación también se ve afectada por las condiciones en que se desarrollan las actividades escolares. El censo de establecimientos educativos realizado en 1994 mostró un deterioro significativo de los edificios escolares, más acentuado en los establecimientos de gestión estatal, pero también presente en los del sector privado. Sólo el 21% del total de escuelas del país estaba en condiciones aceptables de conservación en ese momento, el 40% de los edificios carecía de agua proveniente de la red pública (en Santiago del Estero este porcentaje ascendía al 72%) y el 12% no contaba con ningún tipo de energía eléctrica. También en esto las provincias con mayores carencias son las del NO y NE. iii) El equipamiento informático de las escuelas. La magnitud de las desigualdades entre jurisdicciones también se pone de manifiesto en este item. Un informe de Ministerio de Educación9 pone de manifiesto la postergación de las provincias más pobres en lo que a equipamiento informático se refiere. Las provincias más postergadas pertenecen al NE y el NO; entre éstas y la Capital Federal, que es el distrito mejor provisto, hay una distancia de 50 o más puntos porcentuales. Antes de concluir esta somera referencia a la eficacia interna del sistema educativo, nos parece importante advertir acerca de lo que implica la concentración de los déficit en las provincias del NE y el NO, conocidas como provincias ‘pobres’. Sin duda, este hecho tiene relación directa con la fuerte incidencia de los factores estructurales en el funcionamiento del sistema educativo y, por ende, en los resultados de la educación. En consecuencia, el mejoramiento de la eficacia interna del sistema, sobre todo en las jurisdicciones con mayores dificultades, depende no solamente de las medidas que se adopten al interior del sistema educativo, sino también de la forma en que sean abordados los problemas estructurales del contexto en el que aquél está inserto. El cuadro de situación expuesto hasta aquí invita a indagar con mayor profundidad la naturaleza de los déficit, su importancia relativa y las causas que los determinan. Sin duda hay causas externas al sistema educativo y otras que son inherentes a él. Unas y otras
  • 242. requieren tratamientos diferentes y competen a distintas áreas de la administración del Estado. La autonomía relativa del sistema educativo también actúa en el sentido de que éste no está en condiciones de abordar problemas ni proponer soluciones que escapan a su área específica. Por lo tanto, la corrección de los déficit educativos de una provincia es una cuestión del Estado en su conjunto. También debiera ser una cuestión de Estado, que permanezca al margen de los gobiernos de turno. 2.2. Recursos para el financiamiento de la educación y eficiencia Un punto central con relación a la eficiencia es la responsabilidad que le cabe al Estado respecto del problema de la asignación de recursos para la educación. En Argentina, este problema se planteó en los últimos años en un contexto de enormes dificultades, derivadas de las crisis económicas (y también institucionales) que sufrió el país. El crecimiento record de la economía que se registró a partir del 2003 implica un cambio de escenario importante para el financiamiento de la educación. Sin embargo, esto no garantiza demasiado, si no existe la voluntad política de que la preocupación por la educación deje el plano de los discursos y se traduzca en acciones concretas. Es imprescindible que se revalorice el papel de la educación como factor de crecimiento económico adoptando las políticas adecuadas, haciendo los ajustes que hagan falta en los curricula, las prácticas pedagógicas, etc., estableciendo prioridades para la asignación de los recursos, es decir, haciendo un manejo del sistema educativo más racional y con perspectivas de largo plazo. La sanción de la Ley de Financiamiento Educativo significa un avance, pero no hay que pensar que con esto basta para solucionar el complejo problema de la educación en nuestro país. Decíamos anteriormente que el sistema educativo no sólo debe ser eficaz, sino también eficiente. Recordemos que, desde la perspectiva adoptada aquí, la eficiencia implica optimizar la relación entre los insumos y los productos del sistema. Por lo general, los especialistas en educación nos resistimos a razonar en estos términos, pero es necesario hacerlo. Hay que tener en cuenta, sobre todo, que una utilización inadecuada de los fondos estatales destinados a la educación puede constituirse en un factor que atenta no sólo contra la calidad de la educación sino también contra la equidad. Las provincias cuentan con dos tipos de recursos para el sostenimiento de la educación: los que provienen de la recaudación propia y los que reciben vía coparticipación federal de impuestos. Los distritos que cuentan con una población con menor capacidad contributiva tienen, por cierto, mayor dificultad para sostener la educación. A su vez, el funcionamiento del sistema de coparticipación es una fuente permanente de conflictos, fundamentalmente, porque los coeficientes de distribución secundaria no son establecidos con base en criterios objetivos claros y, además, porque se produce un enorme incentivo a gastar cuando los costos políticos de recaudar no son soportados por las provincias. Por otra parte, este sistema acusa fácilmente el impacto de las crisis económicas y las disputas políticas, en consecuencia, el financiamiento de la educación en las provincias está siempre sujeto a los vaivenes de ambas cosas. Otra cuestión que juega un rol importante es que los fondos de la coparticipación son de libre disponibilidad para las provincias; la reciente Ley de Financiamiento Educativo apunta a corregir este hecho, habrá que ver si lo logra. En definitiva, los ingresos específicos para educación son provistos por las leyes de presupuesto de cada distrito, no por la Ley de Coparticipación. A menudo, la programación de los gastos provinciales queda desligada de
  • 243. las necesidades que los mismos deben cubrir, y lo que es peor, con bastante frecuencia el presupuesto para educación no es definido por las autoridades del área sino por los responsables de la administración financiera o económica de cada jurisdicción. Una fuente adicional de recursos para la educación proviene de los aportes del sector privado, y esto se da básicamente por dos vías: las cooperadoras escolares y las escuelas de gestión privada. Los fondos que proveen las cooperadoras son insignificantes, y hay escuelas que directamente no pueden contar con ellos, como son las ubicadas en sectores urbano marginales o en las zonas rurales. El aporte indirecto que deriva de la existencia de escuelas de gestión privada no ha sido evaluado de manera precisa. En algunas jurisdicciones es importante (la Capital Federal es una de ellas) pero en otras prácticamente no tiene relevancia porque cuentan con muy pocas escuelas privadas (es el caso de La Rioja, Formosa o Catamarca). Un elemento fundamental en la consideración de la eficiencia del sistema educativo es lo que se gasta en la educación. Al gasto en educación hay que ubicarlo en el contexto de los gastos generales de cada provincia. Una de las características de estos gastos es la falta de programación, que afecta al cálculo de los recursos necesarios para cubrirlos. Sin ninguna duda, el sostenimiento del servicio educativo significa una erogación importante en el presupuesto de cada jurisdicción y la falta de recursos para brindarlo adecuadamente es una causa permanente de conflictos, no sólo entre el gobierno nacional y los estados provinciales, sino también entre éstos y los docentes, cuyos salarios representan el componente más importante del gasto en educación. No hay que olvidar que el sector docente es el más numeroso entre los empleados de los Estados provinciales. De acuerdo a los datos del Ministerio de Cultura y Educación, el gasto educativo se ha incrementado gradualmente entre 1993 y 2001. Por cierto, el hecho de que se gaste más en educación no implica, necesariamente, que se preste un servicio de mayor calidad, ni que ese gasto sea más importante que el que se realiza en otras áreas. No es un dato menor el hecho de que entre el 80% y el 85% del gasto educativo se destina al pago de personal (en algunas jurisdicciones representa hasta un 95%), de modo que el margen para inversión se reduce sustancialmente, con las consecuencias que esto tiene en términos del mejoramiento de la calidad del servicio (Brigido, 2005). Para tener una idea aproximada del lugar que ocupa la educación en el contexto de las erogaciones provinciales es importante relacionar el gasto en educación con el total de los gastos corrientes de cada jurisdicción y ver qué proporción del PBI se destina a la provisión del servicio educativo. Al respecto podemos decir que el gasto educativo ha sufrido variaciones entre 1994 y 2001, al menos en lo que respecta a su relación con el PBI y el total del gasto público provincial; se observa un aumento en ambos casos, en la mayoría de las jurisdicciones, aunque en distinta proporción (Brigido, 2005). A pesar de ello, pareciera que el sistema educativo no da las respuestas que de él se esperan, sobre todo en términos de eficacia interna (los niveles de repetición siguen siendo importantes, lo mismo que los déficit en el aprendizaje de los alumnos). Ello nos lleva a reafirmar nuestra convicción en que, para revertir la situación, no basta con reclamar más recursos para la educación. Esto ciertamente es imprescindible y cualquier esfuerzo que haga el país en materia de provisión de fondos para la educación nunca será suficiente. Pero también es necesario atender a ciertos aspectos del funcionamiento del sistema que de ninguna manera se pueden subordinar, ni atribuir de manera exclusiva, a la cuestión del financiamiento.
  • 244. Lamentablemente, diversos estudios muestran que el grado de ineficiencia del gasto en educación es elevado (Brigido, 2004b). Se trata de un problema complejo cuya solución demanda voluntad política y acciones concretas orientadas a modificar distintos aspectos del funcionamiento interno del sistema y de los factores estructurales que actúan sobre él. 3. La desigualdad social y la justicia: el problema de la equidad en la distribución de la educación en Argentina En el lenguaje cotidiano, el concepto de equidad se usa como sinónimo de igualdad; sin embargo, los dos términos no significan lo mismo ni se los debe confundir, es más, muchas veces sostener la igualdad en un ámbito determinado puede ser profundamente inequitativo. La equidad está indisolublemente ligada a la idea de justicia: rectitud en la distribución de las cosas, a condición de que el arbitrio se mantenga dentro de los límites del Derecho. Equidad es la justicia aplicada a un caso concreto, no es lo justo según la ley. Puede interpretarse literalmente como justicia moral de la cual las leyes son una expresión imperfecta; es el espíritu de justicia para guiar la acción práctica. Tal como se emplea el término en educación, en la lógica del concepto de equidad parece estar implícita la clásica fórmula aristotélica de la justicia: otorgar partes iguales a los que son iguales y partes desiguales a los que no lo son. Dicho de otro modo, ya que grupos históricamente menos privilegiados no pueden competir en igualdad de condiciones, ellos necesitan oportunidades o intervenciones especiales o adicionales. En la práctica, esto implica el uso de recursos y procesos diferenciales a fin de que estos grupos se puedan verdaderamente beneficiar. El propósito de la equidad es minimizar las desventajas sobre las cuales el individuo no tiene control. El objeto y el efecto del principio de equidad es compensar esas desventajas10 . Esto nos lleva a reflexionar sobre los vínculos de la calidad, la eficacia y la eficiencia del sistema educativo, con la equidad, ¿Cuál es relación de la calidad, cualquiera sea la definición que de ella se adopte, con la equidad? Obviamente, las oportunidades de desarrollo futuro de los alumnos que han recibido una educación de menor calidad no son las mismas que las de aquellos que han corrido mejor suerte en este aspecto. Quienes están en una situación de desventaja social son los que más necesitan una educación de calidad; la necesitan perentoriamente porque ésta representa su única oportunidad de adquirir los conocimientos y desarrollar las competencias que les permitirán competir en igualdad de condiciones con quienes, por el azar del nacimiento en una familia con mayor volumen de capital cultural, social y económico, han corrido mejor suerte en la lucha por ocupar una posición de relevancia en la estructura de la sociedad. ¿Qué relevancia tiene la eficacia desde la perspectiva de la equidad? En principio, hay suficientes razones para afirmar que la eficacia es una condición necesaria, aunque no suficiente, de la equidad. La investigación en sociología de la educación ha demostrado claramente que la distribución de quienes se alejan de la meta ideal no es aleatoria. Los que repiten, se atrasan en los estudios o los abandonan a mitad de camino provienen de los estratos sociales bajos, están dotados de escaso capital cultural, económico y social, y tienen menos posibilidades que otros de acceder a los bienes sociales básicos. Se trata de desigualdades de hecho que el sistema educativo no puede eliminar. Algunas corrientes teóricas sostienen que el sistema contribuye a consolidarlas. Otras, por el contrario, afirman que la educación puede crear las condiciones necesarias para definir cambios en la estructura
  • 245. de la sociedad, vía el desarrollo de actitudes y aptitudes apropiadas en el individuo, y el impulso de la investigación básica y aplicada. Cualquiera sea la posición que se adopte frente a esto, el fenómeno de la desigualdad es real y el sistema educativo no puede ignorarlo. Por otra parte, el sistema cumple una función de selección que le es propia y los criterios para esa selección debieran ser meritocráticos: el éxito o el fracaso escolar de los alumnos se define en función de la capacidad individual y el esfuerzo personal, no de su origen social. Sin embargo, las desigualdades sociales iniciales también condicionan las posibilidades que un individuo tiene de desarrollar sus capacidades y optimizar sus esfuerzos. Para que un sistema educativo aumente su eficacia debe necesariamente tener en cuenta esta realidad y actuar de acuerdo al principio básico de la equidad: quienes no son iguales deben recibir un trato diferente, a fin de compensar las desventajas debidas a factores que son ajenos a su voluntad. ¿Qué relación hay entre eficiencia y equidad? En un contexto de fuerte escasez de recursos como el que caracteriza a la Argentina de fin de siglo, la eficiencia adquiere una relevancia particular. Si una de las metas de la política educativa en este país es lograr un mayor grado de equidad en la distribución de la educación, es necesario dar a los escasos recursos disponibles el mejor uso posible. Y esto es precisamente lo que no ha ocurrido, ni ocurre, en nuestro país. La educación es sostenida por todos, aún por aquellos que no pueden acceder a todos los niveles del sistema y, por lo tanto, menos se benefician de la educación. En consecuencia, el uso que se haga de los recursos destinados a la educación no es una cuestión menor cuando de equidad social se trata. 1 En Brigido (2004a) se pueden consultar los organigramas funcionales (actualizados al año 2003) correspondientes a todas las áreas del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación. 2 Miranda, 2003, pág. 37, citando a Hevia Rivas (1991): Políticas de descentralización de la educación básica y media en América Latina. UNESCO-REDUC, Sgo. de Chile. 3 Cabe señalar que hasta el presente son 19 las provincias que han sancionado una ley de educación; el resto se limitó a realizar adecuaciones parciales en su antiguo marco regulatorio; otras no tienen aún resuelta esta cuestión, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y la provincia de Neuquén, entre ellas (Brigido, 2004b, pág. 71). 4 La existencia de este Consejo es anterior a la Ley Federal, pero ésta le asigna nuevas funciones y le otorga mayor peso en muchos aspectos. 5 En otros trabajos, Brigido (2004a y b) desarrolla con mayor detalle este tema ; proporciona abundante evidencia empírica acerca de las características del contexto en el cual funcionan los sistemas educativos jurisdiccionales. 6 En el estudio de Brigido (2004b), la distribución de provincias por región es la siguiente: Región Pampeana: Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos, La Pampa y Santa Fe; Región Cuyo: Mendoza, San Juan y San Luis; Región Nordeste: Chaco, Corrientes, Formosa y Misiones; Región Noroeste: Catamarca, Jujuy, La Rioja, Salta, Santiago del Estero y Tucumán; Región Patagónica: Chubut, Neuquen, Río Negro, Santa Cruz y Tierra del Fuego. 7 Los resultados más deficitarios corresponden siempre al NE y al NO. La diferencia entre jurisdicciones es importante, en algunos casos puede superar los 20 puntos porcentuales, y se dan tanto para la prueba de lengua como para la de matemática. Una particularidad de los resultados correspondientes al ONEC del año 2000 es que, en general, los porcentajes de respuestas correctas en matemática son ligeramente superiores a los de lengua y los correspondientes a los últimos cursos son mejores que los de los primeros. Esto puede explicarse a partir del proceso de selección que opera la escuela. A medida que se avanza en la carrera escolar, los que ‘sobreviven’ al proceso son los que cuentan con los recursos de capital (básicamente cultural, pero también económico) necesarios para permanecer en el sistema. 8 Según algunos estudios, a partir del año 1985 los docentes han visto caer paulatinamente sus salarios; las remuneraciones que recibían en marzo de 1996 equivalen a un 55% de las que percibían en diciembre de 1983. 9 Ministerio de Educación de la Nación, Unidad de Investigaciones Educativas, “Informes de Investigación /6”. Informes de investigación publicados en el año 2000. 10 Una detallada exposición sobre el significado y el alcance del principio de equidad y sus implicaciones prácticas en educación se puede consultar en Brigido (2004 b).
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